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Artículos de Costumbres de El Tunante/Abelardo Gamarra Rondo

Municipalidad Distrital de Sarín


Volumen I
Artículos de Costumbres de
EL TUNANTE
Abelardo Gamarra Rondo
Primera edición
1910 Abelardo Gamarra Rondo

Segunda edición
Municipalidad Distrital de Sarín
Ediciones Santiago Aguilar
Setiembre de 1997
SIN PREÁMBULOS

Publicar en un solo volumen todos nuestros artículos de costumbres,


habría sido demasiado costoso para el editor y para el lector: por esto
hemos resuelto publicarlos por series, en varios tomos, comenzando
por los no coleccionados hasta hoy.

EL AUTOR
ABELARDO GAMARRA RONDÓ
"EL TUNANTE"

BIOGRAFÍA:
Nació en Sarín el 05 de septiembre de 1852. Realizó
sus estudios primarios en el Colegio Nacional de San
Nicolás de Huamachuco y secundaria en el Colegio
Nacional de Nuestra Señora de Guadalupe (Lima).
Ingresó a San Marcos para estudiar Derecho, pero lo
ganó el Periodismo, actividad que la ejerció desde su
adolescencia (El Guadalupano) hasta días antes de su
muerte. Como tal escribió en “El Nacional”, “El
Correo del Perú”, etc. Fundó su periódico “Integridad”
(1883), que lo mantuvo por más de 30 años.
Perteneció a la generación de Gonzales Prada:
Realista en literatura y radical en política.
Y a su devoción peruanista se debe el bautizo de nuestro baile nacional con el
nombre de Marinera (1879).
Gamarra, quien popularizo el seudónimo de El Tunante, fue, al decir de Jorge
Basadre, “un escritor periodista y un periodista escritor”. Narrador nato, cultivó el
relato costumbrista presentado, con cáustica crítica y personal humorismo, escenas,
sucesos, lugares, paisajes y tipos característicos de todo el país dando así dimensión
nacional al costumbrismo localista de Segura y de Pardo y Aliaga.
En el ambiente musical es recordado, pues él quien bautizó con el nombre de
“MARINERA” a ese baile que antes de la guerra de pacifico era llamado en el Perú
“ZAMACUECA”, que fue a chile y volvió con el nombre de “CHILENA” o
simplemente “LA CUECA”.
Abelardo Gamarra, “EL Tunante”, falleció en la ciudad de Lima el 9 de julio de
1924.

PRODUCCIÓN LITERARIA:

A. NARRATIVA
- Artículos de Costumbres (1997)

NOVELA:
- Detrás De La Cruz, El Diablo (1877)
- Rasgos de pluma (1899)
- La herejía (1902)

B. ENSAYO:
- El Tunante en camisa de once varas (1887)
- Novenario del tunante (1885)
- Algo del Perú y mucho de pelagatos (1905)
- Educación a la memoria de mi madre
- Cien años de vida perdularia (1921)

C. TEATRO:
- Escenas del carnaval de lima (1879)
- El cuarto numero tantos
- Escenas en la campiña
- Escenas del carnaval de Lima (1879 – Comedia)
- Ya vienen los chilenos (1886 – Juguete cómico)
- Ña Codeo (1887 –Comedia)
- Ir por lana y salir trasquilado (1892 – Juguete cómico)
Negocito Redondo

Tres caballeros, que pudieran llamarse de industria, sino hubiera


quiénes los llamaran decentes, sólo porque nadie los ha pillado
sustrayendo portamonedas, aunque no llevan desde la suela de los
zapatos, hasta la cinta de los sombreros una hilacha que no responda a
una de tantas habilidades practicadas con dineros fiscales, sostenían la
más original de las conversaciones: decía uno:
- Desengáñense U., pensar aquí en agricultura, es como pensar en
beberías: meta U. un capital y retúndase hasta viejo en una hacienda:
es verdad que, a la larga, deja algo: pero es muy inseguro, y, sobre
todo, muy moroso.
- Me parece mejor las minas, replicó el otro; no por cierto, aquellas de
romperse la crisma entre los cerros, esa es otra estupidez como la
agricultura: las minas que me gustan son las de sindicato: uno no se
mueve de la capital, es cosa de periódicos, de acciones, de gerencia de
uno mismo y de desembolso de todos; si se gana, se cubre el riñón,
bóbilis, bóbilis; y si se pierde, lo que es la gerencia queda a flote; sólo
se escapa el sueldo, cuando desaparece el negocio.
Hablaron así sobre comercio, industrias, etc, etc.; todo tenía peros, por
lo cual el tercero, que se había limitado a escuchar, concluyó:
- Me alegro que lleguemos a dónde íbamos: aquí el negocio más
redondo es el de mi candidatura: esto de la candidatura es, amigos
míos, uno de esos filones que durante no pocos años pueden ser
explotados maravillosamente; y al cual pondrán siempre la puntería
los más prácticos: se arriesga el pelo y el bienestar queda asegurado,
para los que pertenecen al feliz empresario, hasta la milésima y última
generación.
Presidente hemos tenido, en una de estas republiquetas, de por acá de
Sud América, que vivió y murió sin sucesión; pero tuvo una tía, ¡ay
qué tía!, de la familia de los canchaluques, con más parentela que
todas las tribus de Israel: la tía, los hermanos de la tía, los primos de la
tía, los tíos de la tía, los hijos de los hermanos de la tía, los nietos de
esa tía, los bisnietos de la tal tía, los parientes de la tía, los paisanos de
esa tía, los amigos, los prójimos, los compadres, los ahijados, los
ahijados de los ahijados, los compadres de los compadres, los
parientes de los parientes, toditita la vía láctea de la tía, mama del
Estado, como la polilla de la madera, las hormigas del dulce, la
gusanera de la podre; la genealogía de esta pachalanga se ha
multiplicado prodigiosamente, tanto que no es más que nazca uno en
aquella republiqueta que tenga la nariz, una oreja, el pelo, las pestañas
parecidas en algo a la tía de aquel mandatario de tan privilegiada
coronta, para que se le busque destino, ipso facto, esto si el cura que
lo bautiza no es también de la familia, lo que prueba la bondad del
negocio.
Lo que conviene es estudiar:
1° Como puede prestigiarse el asunto; es decir, hacerse la
presdigitación del asunto, mejor dicho, porque este, ante todo, es
asunto de muchísima presdigitación;
2° Cómo se organizará la compañía anónima de los que tomen las
acciones, porque esto hay que hacerlo por acciones, entre compadres;
y,
3° Como se conseguirá hacer entrar en juego a los que manejan el
pandero; son los tres requisitos decisivos del chocoleo; esto es tan
viejo, tan manoseado y tan corriente, que si necesitó sabiduría el
primer inventor del sistema, al presente basta un poco de curiosidad,
de aquí que si no conviene que alguno de los tres nos lancemos, no
faltará un Gerónimo que se resigne a mamarse ciento y tantos mil
soles por llevar la gerencia, mientras nosotros dibujamos.
- Por partes, veamos el asunto, por partes, dijo, frotándose las manos
el segundo: has dicho que primero hay que prestijiar el asunto, que
darle llamativo, como si dijéramos, que llenarlo de colgandijos, como
los quitasueños: tienes razón, nuestros compatriotas en mucho se
parecen a los salvajes: por unas cuantas maritatas, espejitos, vidrios,
colgajos, aretes falsos, cuchillitos, que les ofrece cualquier aventurero,
dan el oro en pepitas, o el caucho, que vale más que el oro; pues
echaremos a rodar ¡la defensa del país!, ¡la inmigración!, la
irrigación!, cualquier cosa de bulto y de oportunidad, todas estsa son
maritatas que tienen gancho, haremos un revuelto de algo así como
grandes cosas en grandes perspectivas, lo soplaremos por lo bajo, lo
haremos correr a modo de moneda en circulación, tendremos un
periódico que haga bombo, a bien que desalmados entre los
periodistas no faltan: pero se me ocurre una dificultad; las gentes,
algunas hablan de doctrinas, quieren credos, programas de principios.
- Tatatata, ¿en eso te paras? ¿Qué principios necesitas o cuál doctrina?
¿Qué credo te precisa, el de los apóstoles o el credo simarrón? Echa
en la talega todos los credos y todas las doctrinas, todos los principios
y todos los fines, como en cajón de sastre y al son que te toquen baila.
Son liberales? pues diles que vas a quemar al Arzobispo; son
católicos? pues ofréceles una capilla al Corazón de Jesús en cada
esquina.
Se la dan de emprendedores, de industriales, de comerciantes?
habíales de Compañía de Vapores, de ferrocarriles en proyecto, de
caminos, promete el cielo con las manos, que en esto las mujeres se
parecen a los partidarios: creen en cuanta cuchufleta les sabe mentir el
pircunchante; esto de doctrinas y de principios y de teorías es aquí
cosa de cuerda; no se necesita sino maña y esto de que el fraile más
fraile pase por liberal, es cosa tan corriente o viceversa que no hay
para que hacer capítulo de semejante candidez.
- Así es que estamos llanos en la primera parte.
¿Y la segunda?
- La segunda es más fácil.
Una vez que los compadres se convencen de que por el lado de la
prestidijitación puede tener aviada el negocio, los accionistas se
presentarán voluntarios, como que no hay partija en que metiendo
menos sea posible redondear más: esta es una simple y sencilla regla
de compañía; que se aplica con toda claridad.
Suma de capitales, es a la ganancia o pérdida, como lo que puso el
primero es a lo que salga.
Supongamos que tú pones mil soles, pues bien: suma de capitales es a
la ganancia o pérdida, como mil soles es a la recaudación de un
muelle por cuatro años; supongamos que pones dos mil, la misma
fórmula: suma de capitales es a la ganancia o pérdida, como dos mil
soles a la alcabala de tal o cual cosa, por cuatro años.
- Y si pongo diez mil?
- Hombre, si pones diez mil, eso ya fuma en pipa; de diez mil para
arriba, la formulita es más sencilla; suma de capitales, es a la ganancia
o pérdida como diez mil soles es a la legación que se te antoje, con
más el cargo vitalicio de representante por donde quieras, y el
colocamiento de toda la familia, como plaza supuesta donde gustes,
en la planilla de soplones, si son demasiado inútiles, o finalmente en
su casa, con pretexto de la comisión que te parezca.
- Y si no tengo más que el pellejo y no pongo más que el pellejo?
- Es lo mismo que si pusieras diez mil soles, si es que vives, si
mueres, la fórmula se modifica, según la viuda o las hijas que dejes, y
su estado de fealdad, a las que meterá bajo el ala alguno de los
sobrevivientes de a diez mil.
- Y si pudiera dar cincuenta mil soles, cien mil soles?
- ¡Cascaritas suma de capitales es a la ganancia o pérdida como cien
mil soles pueden ser al estanco del aire por cuatro años: necesitando
respirar cuatro millones de habitantes, saca la cuenta, a centavo por
día, en cuatro años de mi gobierno.
Este es un negocio redondo, redondito y que tiene sobre todos los
otros la ventaja de que en los otros hay que sudar mucho, hay que
arriesgar también mucho y que sujetarse a un tanto por ciento
máximo, que puede hacer triplicar y hasta quintuplicar un capital, es
cierto, pero aquí porque tú metes uno, metes a toda la sacra y sacas
por uno cuanto puedes, fuera de lo que saca cada uno de los de la
sacra; y sólo tu pusistes uno y los demás no ponen más que lengua y,
uñas; lengua para decir que te pierdes de vista y uñas para probar que
ellos son los que se pierden de vista, de allí que, arrancados de los
más arrancados, y calatos de los más carapachos, pasen a gente de
colgajos y pinta diaria y tela y alamares.
"Sésamo, ábrete" y la Caja Fiscal chorrea a cántaros: no hay más que
encostalar.
Son unos cuantos meses de sustos y de bulla: un poco de tensión
nerviosa, y en seguida casita propia, callejones, viajecito a Europa,
tertulias cuotidianas: la zamba armada a la modista; los hijos, cada
ñato con siete amas, coche particular, dedicatorias de lodo orden,
dinerito en el banco, acciones aquí, allá y en todas parles, el hijo
diputado, el sobrino diputado, todos diputados y escupiendo por el
colmillo.
- Vamos a la tercera parte: los que manejan el pandero. Esta tercera
parte es muy corriente y los medios de contar con ella son muy
fáciles. Cuando no hay arriba un hombre verdaderamente superior,
sino "un corazón tal cual y una alma de estas que se usan", todo se
reduce a pata; meta U. pata, mucha pata y el otro no hay cuidado de
que meta mucho hombro.
- Veo que eres un candidato, como mandado hacer para los tiempos:
tiempo práctico, positivista y real: tu candidatura es la viable.
- Y si no es la mía ya he dicho que no faltará quien quiera cargar con
las alforjas, estos países están hundidos hasta la coronilla: se
encuentran divinamente preparados para que los vivos hagan su
agosto, y como estamos entre familia, les hablo a ustedes sin arribajes.
Cuando en un país el encumbramiento al manejo de sus destinos es
algo así como acuerdo de aventureros o de jugadores a la mala;
cuando sobre las ruinas de un cementerio donde descansan nuestros
mayores o sobre el campo de batalla en que todavía ensangrentada y
en girones se halla nuestra bandera, allí sobre todo eso reina la crápula
y se traman los conciliábulos del negocio; cuando nada habla, ni la
historia, ni la desgracia, ni las plagas, ni las catástrofes, ni la
conciencia, convengamos que se acerca un diluvio.
- Pero convengamos también, dijeron los dos que oían, lanzando la
carcajada más desvergonzada, que hay que exclamar en trío coreado.
"Después de mí".... lo que tú sabes.
Un Ministro

Qué es un Ministro? (en Pelagatos, por supuesto).


Un hombre al que lo ponen tieso por algunas semanas.
En consecuencia, no hay nadie que no sirva para Ministro.
Triunfo de nuestra democracia criolla en la política criolla, que no es
tal política ni tal nada, sino la mañita de algunos garramuy.
Un ministro, en el fondo es un buen sujeto: que sube modestamente o
a llenar el hueco de un sillón, o a lo que aquí llamamos aseguratam,
empotrar a la parentela y ladearse para una de las mil canongías en
que viven y reinan los que designamos con el calificativo de
rumiantes.
Un Ministro siempre sube muy despacito: sale de donde no se piensa
y cuando menos se le espera.
Es un aparecido, uno de esos hombres que llegan como caídos del
techo.
"Aunque ajeno por completo, dice en su nota de aceptación, a todas
las cuestiones políticas y a todos los partidos, y sin saber de lo que se
trata (como si dijera sin saber leer ni escribir) creo deber de ineludible
patriotismo, aceptar el honroso cargo con que V.E. ha querido
favorecerme; y, en tal virtud, puede V.E. ordenar que los 500 suis
comiencen a contarse desde la fecha".
Para servir á S.E.
Mucha Mecha.
Un Ministro, como se ve, no tiene necesidad de nada para aceptar una
cartera, como no se tiene necesidad más que de guardar el número,
cuando se echa la suerte.
Todos estamos en la bola.
Un Ministro hemos dicho es un buen sujeto: su aparición arriba, por
eso solo toma de nuevo a la familia: es la única en la que produce
sensación.
- Con que ya eres Ministro, le dice la señora, poniéndole la mano
sobre el hombro, cuando regresa de jurar: conque ya te han hecho
ministro? La infeliz quisiera besarlo: para las mujeres, es aquí el
triunfo de los hombres.
- Pero, como ha sido eso? agrega ingenuamente alguna tía.
- Vaya, pues, te felicito, dice la suegra.
Por fin, sale la madre y arrojándose al cuello del flamante señor
Ministro, se echa a llorar, como Magdalena, repitiendo:
¡Ministro! ¡Ministro! y los muchachos van corriendo hasta la cocina,
gritando: ya mi papá es Minitro! y la zamba cocinera, sin dejar el
cucharón, patulequeando, avanza hasta la sala, y dice:
- Vaya pue, lo solicito, lo solicito.
("Que mi amor la solicita).
El cholo que barre el traspatio, el ama, etc., asomados a la mampara
de la cuadra, se contentan con mirar al señor Ministro, mientras su
señoría ¡rechóncholes! nada en agua rosada, sonriente, complacido,
hueco, esponjado, por mucho que pretende disimularlo.
Después de la familia, comienzan a llegar los amigos.
- Qué quieren ustedes, nos ha tocado el turno: no he podido negarme:
me han comprometido; hay cosas en las que uno no puede decir no.
- Por supuesto.
- Así lo comprendemos.
- Además, si los hombres como tú se niegan...
- Lo dicho.
- Vamos a ver, vamos a ver.
- Lo harás bien, estoy seguro todas las cuestiones son claras.
- Así me parece.
- No es que así te parece, sino que así son.
- Exactamente.
Y tras los primeros, vienen los segundos; y siguen los abrazos y
apretones de manos.
Y el criado va haciendo circular el azafatazo con vinos y licores.
- A tu salud, cholo.
- Hermano, a tu salud.
- Porque lo hagas bien.
- Porque te portes.
- Salud.
- Salud.
-¡Qué cosas!
Después de los amigos, van llegando los que tienen asuntitos
pendientes; y sigue la cuerda de las felicitaciones, y se despiden los
más prudentes, y quedan los íntimos y los pechugones.
La mesa se cuadruplica.
En la mesa no falta algunos planes.
"Conviene que hagas esto, lo otro y lo de mas allá": cada comensal
tiene su plan.
El Ministro oye y dice, entre misterioso y majestuosamente:
"todo se hará, todo se hará": tiene también su plan.
Después de la comida, se regresa al salón y se improvisa la tertulia:
las niñas cantan, alguien toca el violín; y mientras la familia se
divierte, como mientras el pueblo aguanta, el Ministro se secretea con
el que lo ha subido, o con los de la medita, que formarán su camarilla
de consulta.
El ruido de la música y el bullicio de la tertulia, apenas dejan percibir
palabras sueltas.
- Por supuesto. No soy tan candido. Veremos. Ya lo sé.
A las doce, termina la tertulia; y a las doce y media, entra la parte
técnica del asunto: la conversación con la señora.
Es aquí donde se desarrolla íntegro el plan y programa de su señoría.
Aquí es donde se traza el camino y se da las últimas pinceladas al
cuadro.
- No te fijaste cómo vino Fulano?
- No has oído lo que dijo Zutano?
- No sabes lo que quiere Mengano?
- Mañana hay que hacer esto, lo otro, &
Su señoría toma el sueño a las 5 de la mañana.
A las 11 que se levanta, es todo un hombre público, listo para entrar
en combate.
No le queda otra cosa que hacer que enmanpararse, no dejarse ver
sino de los de la cuerda y no mover una pestaña sin permiso de S.E.
Venga la crisis cuando le dé la gana.
Así como para entrar no hubo necesidad de nada, para salir sólo será
preciso que diga S.E.: ya es hora.
El señor Ministro elevará su renuncia, en los siguientes términos:
"Por razones de salud, hago formal, seria e irrevocable renuncia de la
cartera que V.E. tuvo a bien confiarme, y en la que no he agotado
medio por corresponder a las elevadas miras de V.E. Agradeciendo
pues a VE. la señalada distinción que en todo momento me ha
dispensado V.E.; espero que VE. no ignore que vivo en la calle tal,
número cuantos, por si pudiera VE. volver a necesitarme para
cualesquiera de las seis carteras o para todas juntas. Cuente VE. con
que tengo mi plan y soy de VE. su afectísimo.
Mucha Mecha".
Mi hombre regresa a su rincón tan fresco como una lechuga.
Los periódicos le crujen a derecha e izquierda.
Allí me las den todas.
El Ministro hace tanto caso de los periódicos, hoy que está abajo,
como ayer que se encontraba arriba.
Apunta en su foja de servicios: "Ministro en tal fecha", para cuando se
muera.
Un Ministro es casi como si dijéramos un costeo.
Un hombre que se atufa su poco, y al que le llega su turno en la
mosonada política.
La visita de un Subprefecto

¿Qué es una visita oficial?


Para un empleado público, es lo que una función de gracia para
cualquier artista.
Para el pueblo, es un engaña bobos, para la majestad de la ley, una
farsa.
Cuántas clases de visitas oficiales conocemos?
Dos: las civiles y las religiosas. Las primeras pueden ser políticas,
militares, etc.; las segundas, son únicamente episcopales.
Ejemplos: la de S.E. adonde quiera; la del Ministro de Guerra a los
cuarteles; la de un Inspector de Instrucción a los colegios; la de los
señores Obispos a sus diócesis.
¿En qué se distinguen estas visitas?
Primero: en que se anuncian con la debida anticipación, a fin de que
todo el mundo se prepare para llenar el expediente.
Segundo: en que, durante la visita, el que la practica parece un Señor
de los Milagros, por el zahumerio que recibe y los turrones que
circulan en torno suyo.
Tercero: en que, después de la visita, queda todo en peor estado.
¿En qué tiempo se suelen practicar las visitas?
En dos estaciones bien marcadas: cuando se quiere bombo, o cuando
se quiere tener eso que aquí llaman buscas legales.
Vamos a la descripción de la más corriente de las visitas.
La visita del Subprefecto.
Estamos, v. g., en el pueblo de Pelagatos, capital de la provincia
Carapacha, una de esas provincias donde reina la pobreza bajo todas
sus manifestaciones, tanto que hay hasta aquella pobreza madre de
nuestros males: la pobreza de espíritu.
El señor Subprefecto, que es todo un Sargento Mayor de caballería,
más calato que un churre pelado de Lambayeque: pero, eso sí,
conocedor a las derechas de todos los pies por donde cojean nuestros
ministros y demás padrinos de su destino, recibe carta de la señora,
que está en Lima, concebida, la carta, por supuesto, en los siguientes
términos:
"Mi querido Mañuco: nos has tenido con el credo en la boca, pues ese
periódiquito de los diablos que le llaman "La integridad" dijo que se
decía que iban a cambiar al Ministerio: figúrate, hijito, Carmen (esta
Carmen es una de las hijas buenas mozas que tiene) fue a ver a su
padrino: Peta (esta Peta es una hermana de la mujer del mayor) se fue
derechito donde el compadre; ña Chabela (esta ña Chabela es una
beata amiga de la casa) se sopló donde el Canónigo: tú sabes lo que es
ella cuando se sopla donde el Canónigo, tú conoces al Canónigo;
Maricucha (esta Maricucha es la hija menor del Mayor) corrió donde
su madrina 'esta madrina es esposa del ministro número cinco); el
joven Alberto ¡tan bueno! (este Alberto tan bueno, es enamorado de la
hija menor) apenas se enteró de nuestros apuros, dijo que le hablaría
al nuevo Ministro, pues decían que iba a ser don Fulano: que
perdiéramos cuidado. Ya te digo, todos, todos comenzamos a
movernos. Lo que es yo agarré mi manta y derechito me fui donde el
que tú sabes. Entre paréntesis, que bien están! hijo: si vieras la casa,
no la conocieras: alfombra nueva; muebles nuevos; cortinas nuevas; la
han cambiado de arriba abajo, y las hijas, las hijas..... eso sí que es
lujo: casi todos los días tienen tertulia. La casa es un Jubileo. Dicen
que se han hecho pagar lo que nunca, y que el sujeto tiene buscas que
le faltan manos. Ella me hizo que la acompañara a sus compras:
gastamos un platal. Después fuimos al banco, figúrate! y que
atenciones por todas partes: no anduvimos sino en coche, y, según ella
misma me confesó, han desempeñado todas sus prendas, librado las
hipotecas que tenían; le han pagado a don Mengano, que los tenía
ahorcados, y tienen en el banco no sé cuánto, fuera de dos casas que
van a comprar, y de un rancho que han comprado en cabeza de la
hermana: ya te digo, los mundos. Así me dijo ella: -hija, si una no se
asegura en esta vez, ya no hay cuando. Es necesario no ser candida,
peor es que se lo lleve otro: sólo de tal cosa tenemos 300 soles libres.
Me habló de ti y me dijo: dile a tu marido que no sea baboso, que se
asegure y que te lo mande, ya lo oyes, que me lo mandes:
tú puedes dar plata al diario, agregó, o poner una casa de juego y vivir
honradamente de tu trabajo: lo demás son candideces. Yo he hecho
destinar a mi hijo mayor en tal parte; al otro, en tal otra; mis sobrinos
están todos colocados; el mayordomo pasa revista, mi cuñado gana,
sus hijos lo mismo, y hasta yo me he metido en ciertos asuntos que, si
siguen como están, me saco mis diez mil, como medio.
Con qué, figúrate, y con ciento y tantos soles de sueldo! Ni suenan ni
truenan, calladito están reuniendo sus busquitas y ya son ricos.
No dejes de escribirles, porque ya tú sabes. No te olvides de la cholita
que les has ofrecido; mándales hacer e\jato, y, si puedes, el jarrito de
plata. Con esta gente hay que quedar bien, de cualquier modo.
¡Ah! me olvidaba decirte que la mesada, hijo, no nos alcanza para
nada: tu sabes que conforme la ven a uno la tratan.
Maricucha no tiene sombrero. Chabela quiere botas, yo tengo la
manta malograda. Afloja, hijo, afloja: ya sabes que tu negra te quiere
y que te extraña mucho.
Termino aquí, porque acaban de dar las cuatro y el correo se cierra.
Cholito, cúidate mucho y no te olvides de tu Juana.
Ojalá pudieras mandar algo para el quince, que es el santo de las
Cuñas.
Tulla, tulla, tulla.
Juana Caspiroleta, tu pirguncha, negro facineroso".
El Sargento Mayor lee esta carta, se tuerce los bigotes y comienza a
pasearse en el saloncito de su despacho, mientras algunos indios,
acurrucados, permanecen en el corredor, viendo caer el aguacero,
mascando silenciosamente su coquita.
Que haremos? dice para su capote: esto de que metan a cabildo los
animales que vagan por las calles, apenas deja 6 ó10 reales diarios;
tomar conscriptos y aflojarlos por plata.....deja, pero es expuesto, si se
repite mucho: basta con los quince del otro día. Meterle mano al
Municipio, no es conveniente todavía.
El señor Subprefecto se pasea de arriba abajo, vuelve a leer la carta de
su mujer y vuelve nuevamente a sus planes.
¡Hombre! exclama de pronto ¡qué idea! una visita a la provincia; y sin
más vacilar. A ver, agrega, dando un grito.
Venga U.acá, barayo
- Usía?
- Vaya U. a llamar a don Ardiles (Este don Ardiles es el que hace de
Secretario).
- Dónde estará, señor?
- Búsquelo ü. donde ña Schurumheo. Ña Schurumbeo es una chichera,
la más famosa del lugar. No tarda en presentarse el Secretario, que es
un mocetón de sombrerito a la pedrada, poncho elegante y ojos de
guayruro. Tiene buena letra, sirve de balde y se rebusca como puede.
- Señor, dice, con la mirada baja y hecho todo orejas.
- Ponga U. una circular a los gobernadores, diciéndoles que el lunes
salgo a la visita; póngales U. otra circular a los Alcaldes para que
apronten lo que les corresponde: hágame U. una nota para el Prefecto,
dando parte, y una carta para Lima a quien U. sabe que hay que darle
cuenta de todo: dígale U. en la carta que mi objeto es arreglar la
cuestión de la candidatura y que descanse en mí.
El Secretario se quita el poncho y queda en traje de carácter: sin
chaleco y sin corbata; la camisa de noche buena y un saco de casinete
de seis años de edad, corto de mangas, sin botones y de solapa y
cuello color oque.
Mientras el Secretario llena su misión, el Subprefecto, saliendo al
corredor, dice al barayo: - Vaya U. a llamar al Gobernador.
El que, como si hubiese estado tras de la puerta, se presenta,
semicabizbajo y atento.
- El lunes salgo a la visita: vea U. la mula del cura; otro caballo más
para mí, dos bestias de carga para mis baúles; otra más para el
almofrez; otra para el ordenanza. Por supuesto que otra para algo de
fiambre. Vea U. si consigue una buena bestia para el Secretario, y,
como la María nos ha de acompañar, (esta María no es de las tres de
que habla la Sagrada Escritura sino una María que le adereza el
timbuche al señor Subprefecto, el timbuche es una especie de chupe o
sopa); que vean también una bestia más para que lleve su cama.
- Por todo, señor Usía, repite el gobernador, quince bestias.
- Si puede U. conseguir algunas de remuda, no sería malo.
- Como no. Useñoría, y el Gobernador sale, acompañado de los
barayos y demás alguaciles, resuelto a echar palo a todo títere que
tenga un maturrango.
Distribuye a su gente, esa misma tarde o noche a manera de pelotones
de cuatreros, y no deja chacra sin registrar: aquí perjudica a dos
infelices transeúntes, que por desgracia habían hecho pescana, y les
quita las únicas bestias en que llevan su carga; allá arrea con las
cuatro yeguas que sirven para que otro pobre trille su trigo; desmonta
más allá al indio que va de guía de un viajero y arrea con cuanto
caballo, muía y burro encuentra: no se escapa ni el caballo cojo del
más anciano leñatero.
Después que ancorrala las bestias y que las pone bajo buena guardia y
custodia, sin darles, por supuesto, media rama de alfalfa, se echa a
quitar monturas, aparejos y sobrecargas; aquí van hasta las coyundas
del infeliz labriego, y, de paso, los requisadores ranfuñan jáquimas y
desaparecen laceaderas, que es una maravilla.
Los pobres damnificados, agrupados a la entrada del corral de bestias,
como almas del Purgatorio, procuran cohechar a los guardianes,
mientras los animales relinchan de hambre, lamen el suelo o levantan
los hocicos para rapar el techo de paja cercano o la barda de su corral,
dando vueltas sin saber el alto honor que se les aguarda en la visita
administrativa republicana democrática que van a realizar.
Terminada la operación de las bestias, el gobernador y los suyos se
lanzan a otra diligencia; la de buscar gallinas, recolectar huevos y
hacer pelar cuyes para el fiambre de su Señoría.
Cra, era, era, las gallinas amarradas de las patas como racimos alados;
cui, cui, cui, los cuyes metidos en talegas de lana de dos en dos o de
cuatro en cuatro, desfilan a la casa del Gobernador, donde la señora de
este personaje constitucional ha de pasarles revista, dejando para cría
en casita el gallo más crestón, la gallina más papuja, el cui más ruco, y
algunas docenas de huevos para el ponche de chicha, que es la delicia
de la autoridad gubernamental.
Su Señoría firma, entretanto, las notas, y no oye ni el relincho de los
caballos, ni el curureo de los cuyes, ni menos el clamor de los
infelices ciudadanos de Pelagatos. Sólo llegan a sus oídos el rechinar
del sable que el ordenanza limpia esmeradamente y el cascabeleo de
las espuelas con que va a rasgar los hijares de la mula del señor cura,
y en el fondo de su alma la voz de su mujer que, desde Lima, le dice:
aprieta. Manco, aprieta; mira que la Constitución nos favorece y que,
si no sacamos el vientre de mal año, tendrás que volver a dar vueltas
por los portales, hecho una mecha y con tu tarro de unto como barriga
de coneja recién parida.

II

Listo el fiambre de su Señoría y reclutada gente para que conduzca la


carga, sale nuestro Sargento Mayor, en arrogante muía, que no le ha
costado un centavo y lujoso apero, que tampoco le pertenece. Forman
parte de su comitiva: el Secretario, el ordenanza, la María del
timbuche y, pare U. de contar. Esta es la parte oficial.
Acompáñanle, además, hasta las afueras de Pelagatos: el Gobernador,
el Alcalde, el Cura, el hacendado en cuya casa dan de comer; a la
autoridad, algunos dueños de bodegas, en las que acostumbra hacer la
mañana, y dos o más borrachitos de oficio, trapisondistas y ganchos
para la soltura de presos o la absolución de conscriptos.
Su Señoría se encuentra en media mona: pues, mientras se ha
ensillado las bestias y se ha despachado la carga, con los arrieros en
ayunas, la autoridad y su comitiva la han pasado libando schacta, para
evitar resfriados.
Que Pachá de Siete Colas, ni que Bajá de cuarenta alforjas podría
compararse con el aire de soberbia que va mostrando el Subprefecto,
que ha estrenado ese día un rico poncho de vicuña, bufanda elegante y
otras prendas, todas fruto de su venalidad.
Echado hacia atrás, con el sombrero hasta los ojos, la bufanda hasta
las narices, ni más ni menos que las tapadas del tiempo del coloniaje,
apenas responde, con ligera inclinación de cabeza, al humilde saludo
que, con el sombrero hasta el suelo, le dirigen los infelices
transeúntes.
Así atraviesa la población y le dejaremos caminar haciendo cruces, o
sea interrumpiendo cada cuarto de lengua la marcha, para levantar el
codo con la comitiva.
Cuando se ha perdido de vista y Pelagatos ha vuelto a su silencio
sepulcral, las gentes se ven unas a otras, como pudiéranse ver en una
enfermería algunos desgraciados víctimas de mortífero empacho.
¡Qué sosiego el que experimenta el pueblo, libre de aquel sultancito
de a real y medio!
Por lo bajo se cuchichea y se compadece a los lugares que va a visitar
la autoridad; y las gentes más cultas exclaman: -"¡qué país, señor, que
país! Esto no se compone ni el día del juicio".
El Subprefecto, entre tanto, se ha despedido de sus acompañantes, que
como unos longino regresan en crápula desecha, y sigue su camino,
pensando en la carta de su mujer.
Algún indio que ha visto salir la comitiva v que va al pueblo donde
debe llegar el Subprefecto va participando la noticia, y los pastores
alejan sus manadas del tránsito; y los que tienen bestias las arrean
hasta las quebradas más profundas; y la gente huye, como si un
emisario hubiera dicho a todos: allí viene el vómito negro, le
acompaña la fiebre amarilla, el cólera, la viruela maligna y la
tuberculosis pulmonar.
¡Huye la gente, de la visita Constitucional y de la autoridad!
En el pueblo de los ratapiches, capital del primer distrito de Pelagatos,
hay una especie de pavor, se ha anunciado la llegada del Subprefecto
y es sabido que para tales casos, las obras de misericordia que
practica, son las siguientes:
1 ° El Concejo tiene que pagar todo lo que coma el Subprefecto y su
comitiva, para lo que se realiza un medio saqueo en el vecindario;
pues hasta las bestias de los visitadores serán soltadas en el alfalfar
del Sursuncorda: algún laborioso y pacífico vecino: el hombre más
honrado del pueblo;
2° El Concejo tiene que pagar 10 soles por derechos de visita,
costumbre arraigada desde ab eterno;
3° No puede pasar el Suprefecto sin enamorarse de algo y sin hacerse
obsequiar ese algo.

De manera que el Gobernador por un lado, el Síndico del Concejo por


otro, y sus adláteres, barren el pueblecito y lo dejan como patena. Hay
que acarrear las ollas del vecindario para la cocina del alojamiento del
Subprefecto y arrear con todas las mujeres del lugar para que atiendan
a esa cocina.
Todo se vuelve escobas.
Llega la autoridad: salen a recibirla los principales, unos a pie y otros
a caballo. En la casa que ha de servirle de alojamiento hay botijas de
chicha preparadas con anticipación, a costa de los pulmones de las
indias, que molieron la jora. A la entrada del pueblo se ve banderitas
de pedazos de trapo y arcos de flores y ramajes; no falta una que otra
danza, ni repiques y cohetes, todo a costillas del vecindario. Por fin se
apea el Subprefecto, entre la multitud boqui-abierta, y la banda del
pueblo; es decir, un violín una trompa, un redoblante y un viejo
clarinete, ejecuta como agasajo y para echarla de que está enterada de
los adelantos de Lima, la música de los tres Ratas, de "La Gran Vía",
saludando así el gran pericote y demás gatos de la Subprefectura; y
por último, el más adelantado muchacho de la escuela, le dirige la
siguiente alocución:
"Excmo., Iltmo. y Rdmo. señor:
"Desde el plausible momento en que tuvimos la dicha de saber
vuestro feliz arribo a este pueblo, nuestros corazones, cual otras tantas
piras, ardieron en frenético entusiasmo: vos sois, ilustrísimo señor,
cual el dulce Mesías que venís a levantarnos de la postración en que
yacen sumidas como en negra lontananza, las generaciones que
contempláis. Os recibimos pues, como el maná del pueblo escogido, y
os presentamos reverentes, por vuestro feliz alumbramiento, todos los
votos de lo más recóndilo del alma humana, porque el Divino
Hacedor os colme de venturanza y bienandanza, que es, señor
Subprefecto ilustrísimo, toda nuestra esperanza, que se alcanza en este
día de bonanza. He dicho".
El Subprefecto, que en esto de retóricas es un Sancho Panza, se tuerce
los bigotes, muy orondo y por debajo exclaman algunos que han oído
el discurso, felicitando al orador.
- "Qué rico cholo".
Pasa en seguida su señoría a la mesa y después a la más cómoda y
deliciosa de las camas, la del sibarita y el ocioso: ronca allí como un
chancho, a cuerpo gentil, y sueña en Lima, en la época en que estaba a
tres dobles y un repique, le da una pesadilla feroz y a no ser por el
ordenanza, que le despierta, su Señoría pasará, de seguro, muy mala
noche.
III

Quien no ha visto el amanecer en un publecito de la sierra, no ha


contemplado un cuadro delicioso: primero el canto del zorzal, desde
los alisos más altos, cuando comienza a despuntar el alba; en seguida
el bullicio de los jilgueros, como risa de niños. cuando el día clarea:
después las pichuchangas saludándose de tejado a tejado, conversando
en su idioma armonioso; más tarde, a los primeros rayos del sol, los
guanchacos, de pecho colorado, como globos de fuego, sobre los
cogollos del maíz, haciendo estremecer la planta, cuando se recogen
sobre sí mismos para silbar más alto, y al estremecimiento del cantor
haciendo caer como lluvia de brillantes gotas el rocío que va a
humedecer más el collay; hasta los gallinazos, esos feos y repugnantes
animales, abiertos en cruz con sus alas de azabache, para recibir de
lleno los primeros rayos del sol, parecen figuras alegóricas colocadas
en las cumbreras de las casas, sobre el rojo tejado o el plomizo techo
de paja, y muy especialmente en la rústica torrecilla del lugar; después
las manchas de luz, en variantes diversas, según los cerros y el
sembrado; y por las quebraditas, cuesta arriba, como inmensos copos
de algodón, vaporosa y suave la neblina, subiendo lentamente como si
se recogieran del campo y se fueran arrollando en caprichosas on-
dulaciones blondas enredadas entre el ramaje: nada de viento, nada de
sol que abrasa, nada de olor que mortifica: todo suave, tranquilo, de
aroma delicioso, de la flor que se entreabre, del terrón que se ha
deshecho por la humedad, de los frutos que maduros cayeron en la
noche; y el mujido de la vaca chiquereada y el lamento de su becerro
cerca del arroyo murmurador: todo respira sencillez y encanto: todo es
feliz en la naturaleza, únicamente los pobres habitantes, gracias a la
honradez cacareada de nuestros gobiernos y a sus magnanimidades y
alta sabiduría, despiertan sin que la camisa les llegue al cuerpo.
El señor Subprefecto se ha puesto de pie, ha tomado su copón de
pisco, su taza de té y una pierna de gallina por desayuno, y ceñida la
espada, esa espada que jamás vieron los chilenos y sólo una que otra
casa de préstamo, se prepara a visitar la población, dando comienzo
por la iglesia.
- Por qué no barren este templo? dice en tono sentencioso, es
necesario que lo barran.
- Si señor, Useñoría, su merced, así se hará señor, contesta el
sacristán, con las llaves del templo y temblado de pie a cabeza.
De la iglesia pasa a la cárcel. Allí mira el techo, las paredes y el suelo,
como quien busca algún agujero; descubre una ancha aunque
superficial rajadura y exclama encolerizado.
- Qué es del Gobernador?
- Señor Useñoría, su merced.....
- Qué significa esa raja?
- Esa raja, señor.......
- Que quiere decir esa raja?
- Señor.....
- Vamos, por qué está allí esa raja?
- Taitito.......
- Con qué no ha visto U. la raja?
- Useñoría..........
- Pues por esa raja irá U. a la cárcel: que metan adentro a este pícaro,
y que pague una mulla de 50 soles.
- Pero, señor...
- ¡Silencio! - qué no sabe U. que la ley prohíbe las rajas? y dando un
pescozón arroja patas arriba al Gobernador, mientras los afligidos
circunstantes contemplan boquiabiertos la raja motivo de la cólera del
Sargento Mayor.
De la cárcel pasa a la escuela, en la que halla no una raja sino diluvio
de rajas, como que es una casa vieja que amenaza aplastar al maestro
y a los doce cholitos, que no tienen una mala cartilla en que leer.
- Yo haré efectiva la contribución de las escuelas! Exclama, pensando
ya en ese nuevo recurso de reunir dinero.
De la escuela pasa al panteón, donde queda más mudo que los
muertos.
En seguida se echa a pasear el pueblo y a tomar copitas en los
bodeguines, sin abonar ni medio. Para eso está el Secretario que á la
salida dice al dueño: pase U. la cuentecita al señor síndico, lo que
equivale á decir: á las almas benditas del santo purgatorio.
De este modo recorre el hijo de su madre todos los distritos, pueblo á
pueblo: la provincia tiene 60 pueblos, á 10 soles cada uno son 600
ojos de buey, como una loma.
Para no entrar en descripciones. Cuenta de la visita:
Derechos de visita.......................... S. 600
Valor de dos muías riquísimas....... 400
Un jato............................................ 80
Un pellón sampedrano ................... 100
Por soltura de algunos presos y multas...... 500
Suma total ......................................S. 1,680

Mil seiscientos ochenta soles, limpios de polvo y paja, para su


señoría, amén de las buscas del Secretario, de la María la del
timbuche, del ordenanza, y de la pallaquiada que con tan plausible
motivo hacen los gobernadores, los alguaciles, los barayos y hasta los
arrieros, a quienes no se da una mala peseta por su trabajo.
Una plaga de langostas humanas no barrería mejor una provincia.
Todo para ordenar que se limpie una iglesia; que se tape una raja y
para encarcelar a veinte o más infelices, callando por decoro las
averías mujeriles.

IV

Esta es la tierra de las pachillas; no hay aquí empleadito que no cuente


con doscientas pachillas y cuatrocientas cuñas. Es así como vemos
tontos de capirote, bestias que por poco no son de carga, y, lo que es
peor, picaros que han estado en la cárcel ó que son dignos del
Panóptico, desempeñando destinos públicos, sin que haya forma ni
manera de quitarles la troncha. Y vivimos tan conformes y somos tan
tolerantes con este modus mamandi de las gentes, que cada día en las
administraciones que se dicen honradas, con las administraciones
honradas, con las administraciones honradas y sobre las
administraciones honradas, campean y medran, como sartas de
pejerreyes ó parvadas de gavilanes, mejor dicho decenas de decenas
de altos y pequeños hombres de pachillas.
Unos a otros vivimos tapándonos las uñas en convenciona lismo
criminal, ya consciente ó inconscientemente, como si se tratara de un
negocio común. Qué extraño, pues, que nuestro Subprefecto, después de
haber merodeado a sus anchas y de haber raspado las ollas de su provincia
para entalegar lo raspado, tome la pluma y, con ortografía desconocida y en
letra de muchacho de escuela, escriba a su mujer la siguiente carta.

Querida chola:

"Como te dije en el correo pasado, estaba yo visitando la provincia. Nos ha


ido muy bien algo se ha recogido.
"Te mando una letra por 800 soles. Con don Manuel Chupajeringas,
comerciante de este lugar, te mando también un la libra de oro; el que lleva
además una cholita y un cholito: la cholita para la mujer del señor A.; el
cholito para la comadre también del señor A.; el jato para nuestro compadre
y un poncho de vicuña que le tenía ofrecido a su Secretario.
"Te llegarás donde tu pariente el coronel B. y le darás las espuelas de plata
que te mando. Llégate también a la imprenta donde el señor C., salúdalo y
entrégale la correspondencia que le envío, pregúntale lo que vale y paga.
Después de que se publique, anda donde el amigo D., al que le llevarás el
sombrero de paja que me encargó; y si te quiere pagar, no le recibas nada,
ruégale sí que se empeñe para que vea al señor E., y haga reproducir con su
buen comentario la correspondencia. En la imprenta F. escribe el señor G.,
búscalo, es mi amigo, y dile que á ver si publica algo respecto de mi visita:
sé que ese periódico es de los de arriba. Me voy á hacer publicar en los
periódicos de esta localidad un buen artículo, el mismo que harás reproducir
pagando, en la imprenta H., cuidando que el señor I., lo lleve al Presidente.
No será malo que el día de su santo reúnas en casa á los señores J., K.,L.,M.,
N., Ñ., O., P., y Q., que sabes son buenas pachillas. Págale lo que le
debemos al pulpero y si quieres puedes ira á Chorrillos con la familia. Que si
no me mueven, haré otra visita á fin de año o algunas obras públicas que
hacen falta en este lugar, y hay fondos. Cuando te hablen de candidaturas
hazte la desentendida, no conviene comprometerse, porque quizá nos
pasemos a última hora. Aquí todos son unos cándidos, y á los principales los
tengo en el bolsillo. Como donde un don Juan Bembas, que es el hombre
más pudiente, casado con una serrana más fea que Picio, pero que tiene
haciendas. Sus hijas son unas cholitas ridículas, que me sirven de costeo. A
propósito, mándame unos pañuelitos o algo que pueda regalarles. El cura de
aquí es muy aficionado a la copa, lo mismo que el juez, así es que nos
pegamos unas de primera. Ahora estamos en las fiestas del pueblo, yo soy
Capitán de una tarde de toros.
"El dolor que tenía a la cintura se me ha quitado totalmente, con unos baños
que hay por aquí muy buenos, y tomando de una rama que me dan en lugar
de té.
"Si pudiera, las haría venir a todas ustedes porque la vida es muy barata y la
gente muy infeliz.
"Saluda a los de casa y no dejes de visitar a quien tú sabes. Tu.

Pedro Mangansuervas".

La señora de Mangansuervas cumple al pie de la letra los encargos del


Sargento Mayor; y en más de cuatro periódicos se lee correspondencias
encomiásticas y panegíricos dedicados a la "autoridad modelo", "al hombre
obrero", al "progresista Subprefecto de Pelagatos"; felicitando al Gobierno,
felicitando a Pelagatos y felicitando al Mangansuervas, llamándole "hombre
de la situación", "el entusiasta Subprefecto", la "digna autoridad".
Merced "a su tino", a "sus acertadas medidas", "al celo desplegado", a
"honradez"! y al "haberse sabido dar a querer" en toda la provincia, se va a
implantar una escuela taller (ah! aquí son muy fuertes para las escuelas
talleres) muy pronto quedará terminado un camino (aquí somos también
muy fuertes para los caminos), por las montañas de Pelagatos, el cual
conducirá derechito a Constantinopla, aunque se le quiera
desconstantinopolitanizar, el que lo descontantinopolitanizare buen
descontantinopolitanizador será.
V

Como hay tipos de individuos, hay tipos de familias, que se generan de igual
manera, se desenvuelven y viven con hábitos idénticos, formando lo que se
pudiera llamar familias veteranas, pues se mantienen en perpetua campaña.
Supongamos una abuelita y una nieta, pobre vieja que tiene historia, y más
pobre nieta que no pudo conocer madre, porque la dejó pequeñita; ni padre
porque fue un calavera al que desnucó un caballo en un día de carnaval.
La abuelita teniendo casa y comida, gracias a un pequeño socorro que le
envían del extranjero, recoge a la nieta y la cría con toda la ternura de que
son capaces las abuelas: le consiente todas sus travesuras; le fomenta todos
sus caprichos y, cuando la chiquita pasa a llevar traje de cola, la pobre
abuelita cabrestea a las procesiones, las noches buenas, las tertulias caseras y
a cuanta parte quiere la muchacha.
La pobre vieja cabecea en algún rincón, mientras la niña se divierte, y a
fuerza de tanta diversión le sale por allí como caído del techo, un novio: el
más pelado de los que con ella tienen amistad; pero eso sí, el que mejor baila
y tiene más esperanzas de subir.
Este pichón de nada, es el que con el tiempo viene a ser el Sargento Mayor y
Subprefecto de que nos hemos ocupado.
Casados el hambre con la necesidad; muerta la abuela; terminada la
mesadita y dádose principio a los partos; de la campaña de buscar novio,
pasa la infeliz joven a la de soportar necesidades.
Que ya se destino el marido y hubo con que pagar un mes de casa; que ya se
quedo en media calle y hubo que deber año y medio; que ya lo volvieron a
destinar y se pudo vivir en ventana de reja y comprar muebles, que ya perdió
el destino y hubo que empeñar hasta la camisa.
Unas veces con manta de vapor y botas caladas; y otras con manta de merino
y chancletas; y entre que se les muere un hijo, y hay que hacer suscrición
para enterrarlo, y les nace otro y es padrino el primer Ministro que se
encuentra a la mano, o algún Excelencia de esos que necesitan compadres,
por aquello de do’ut apoies, el hecho es que las muchachas crecen; que las
muchachas son bonitas; que la mujer del Subprefecto, que casó jovencita,
aún tiene buenas barbas; y que la familia está montada al sistema de
peripecias; es decir, al de comer cuando hay, y al de santiguarse cuando nó.
Conocen todas las aplicaciones de la tarsana y saben que con medio de
pescado, no sólo un gato se puede mantener.
La familia se compone del Sargento Mayor en disponibilidad y con
despachos extraviados de la señora de buenas barbas; cuatro muchachas
buenas mozas y un par de mataperros, que hacen el servicio de ir a la calle
por lo que se necesita en casa, muchachos insolentes con las hermanas,
refunfuñadores con la madre y sólo obedientes a los coscorrones del
Sargento Mayor.
Hay también un gato, que cuando faltan pericotes en casa va á buscarlos en
la vecina; un perrito lanudo, que unas veces está arrellenado sobre la falda
de una de las niñas, y otras en la cocinería del barrio, sentadito mirando con
tamaños ojos a los cargadores cuando se desayunan, perrito lleno de cintas y
cascabeles; pero que, con cintas y todo, a las diez de la noche se escapa y va
a olfatear los montones de basura de media calle.
Otra de las niñas tiene un canario, que se parece a la reina mora que a veces
canta y a veces llora - finalmente los mataperros tienen un par de gallos,
gallos con los que ejecutan multitud de combinaciones: unas veces los
cambian por palomas, otras por conejos, después nuevamente por gallos; de
repente los venden y se arman a las cuchillas finas, las carteritas, los relojes
de nickel.
- De dónde has sacado esto, muchacho? exclama la madre encontrando
algún prendedor.
- De dónde? de mis gallos
- De dónde sacaste, tu, para ir a toros y al teatro?
- De dónde he de sacar? responde el otro: mi ajiseco que lo vendí.
- Así es que ya no hay gallos?, interrumpe alguna de las hermanas.
- Tan bonitos! agrega otra.
- Tenemos otros mejores, contestan a dúo los mataperros.
- Cómo otros?
- Por supuesto.
Y en efecto, al día siguiente cantan y aletean entrabados en un rincón de la
cocina dos gallos hermosísimos.
Los muchachos hacen con los gallos, lo que algunos con las plazas
supuestas; varita mágica de embuche; y tan acostumbrada está la familia a
ver las transformaciones de los gallos, que hay ocasiones en que sirven hasta
para las necesidades de casa.
La madre los vende a escondidas de los muchachos, estos refunfuñan, patean
y arman gresca; pero nuevos gallos, con distinta pluma, traen el día menos
pensado.
Otras veces las hermanas ofrecen compra, regalan algo a los mataperros y
echan mano de los gallos para un día santo.
A los dos días, nuevos gallos cantan en la cocina.
Es un cambalacheo interminable, una prestijitación mágica, fruto de ciertos
malos hábitos, que la madre disimula, que las hermanas callan y de que el
padre no se da por notificado.
Qué angustias las que frecuentemente soporta esta familia!
Todos le fían, hasta que se destine el jefe.
A veces el jefe se va fuera de Lima en busca de algo, y entonces se
presentan los visitantes de esos jóvenes, buenos unos, lanzas los más, que
andan a caza de chicas buenas mozas; y da principio la batalla del corte y
tanteo: las muchachas a querer amar y entregarse en brazos de los
enamorados, y la vieja a capearlos y a colocarlos en el disparadero.
Paseo aquí, paseo allá, invitaciones, almuercitos en huertas; comidas en el
campo; copas por mayor y menor y regalitos.
Así en estas alzas y bajas de fortuna y en estos cambiantes, llega, como
hemos visto, nuestro Sargento Mayor a Subprefecto, practica la visita y
remite los mil y pico de morlacos, fruto de su buena administración.
Llegan las letras y el orito, una semana antes del carnaval.
El lunes reciben dos de los enamorados de las muchachas la siguiente
cartita:
"Cholito, no sabes cuánto te quiero; ayer, después que te fuiste, no pude salir
a la ventana, porque llegó don Federico y ya sabes que no puedo
descuidarme con mi hermana; pero mañana saldré, no dejes de venir, porque
tengo que hablarte: creo que vamos a pasar un carnaval á nuestro gusto.
Tengo muchas ganas de mojarte".
Tu dije.
Otra:

"Negrito, cuanto me haces sufrir! ay! eres muy ingrato: ay! no estás contento
con tu negra ay!; pero yo te probaré cuanto te amo el domingo ay! Arregla
con tus amigos eso y no dejes hoy de escribirme largo, largo muy largo. Ay
1.
Tulla, sólo tulla. A.

Va a librarse la batalla campal de los amores.


La madre, con el producto de las buscas del Sargento Mayor, esta armada a
las fichas, y comienza la distribución.
- No es posible aguantar más tiempo en esta casa, dice una de las niñas.
- Eso es, agrega otra, tu, mamá, lo ofreciste para cuando recibieras dinero.
- Hoy saldremos a buscar casa, responde la señora.
- Y yo traje, que necesito
- Que necesitamos, por si acaso, agregan todas.
- A todas se les comprará
- Y habrá que contratar un poco de cerveza
- Y que ver un pianista
- Y que comprar chisguetes
- Y que ver una cocinera, ante todo.
- Y platos que faltan
- Y mantel
- Y un aparador
- Antes que nada los vestidos de baño: yo no me quedo sin bañar.
- Y mi lavatorio.
La madre sonríe, moviendo la cabeza, y da principio a la faena. Trajes,
peinetas, polvos, olores; el lujo por delante. Lavatorio, aparador, servicio: la
prosa va en seguida. Entra después el despilfarro: cerveza, conservas, vinos
y demás comestibles y bebestibles; finalmente chisguetes, globos, papel
picado, polvos de oro, de plata y de brillantes, y coche para ir y venir al
comercio con los atados
De los mil y pico de soles, gracias si queda el pico, para tapar algunos
agujeros.
Con semejante preparativo, júzguese la invasión de los enamorados y sus
amigos el domingo de carnaval.
Antes de entrar en casa, los compinches se distribuyen la tarea.
- Tú cargas a la vieja
- Tú a la tía.
- Ustedes a las amiguitas, y nosotros a las muchachas.
- Si alguno se queda sin parte, que busque a la cocinera.
- A bien que el viejo está en los quintos infiernos, y hay que aprovechar la
ocasión.
Distribuida así la faena; se rompe los fuegos, vaciando un chiguete de a sol
en las espaldas de la señora, y ésta por su parte, una botella de agua florida
en las narices del más cándido.
Del agua florida, al lavatorio; de aquí a la tina, y de la tina al caño. Como
quien dice, de la sala al cuarto de dormir, y del cuarto de dormir al comedor.
Como de costumbre, a las 4 de la tarde se suspenden los fuegos y da
principio el cerveceo.
A las 6 todos a la mesa, a descuartizar el pato con arroz y a beber el vino a
copa llena:
"Caballeros, exclama de pronto el más cunda, pido la palabra.
"En este momento placentero, no puedo dejar brindar por el amigo ausente,
por el distinguido jefe, tan pundonoroso como conspicuo, por la autoridad
modelo, cuyos preclaros hechos repercuten en la prensa de la república. En
nuestros salvajes pueblos del interior se necesita talento singular para
captarse la voluntad general, y eso es lo que ha sabido hacer el benemérito
jefe, el cumplido soldado, el heroico patricio, el abnegado, el bravo, el
ejemplar padre de esta familia, en que la virtud resplandece cual fulgurante
estrella, y brilla seductora en la frente de la señora A., digna matrona; de la
señorita B., la Venus incomparable; de la señorita C., la deidad del Olimpo;
de la señorita D, ángel descendido del Cielo; y de la señorita E., flor de
perfumado pensil, virgen deletérea, paloma cuyas alas de cristal se agitan
conmoviendo todos los corazones.
- Bravo! bravo! bravo!, chin chin (las copas).
"Sí señores, me abrumáis con vuestros aplaudos; traen a mi alma
bienandanza, y por eso os invito a todos a tomas por este paraíso, en que
todo es encanto, todo donosura, todo virtud, todo suavidad, todo delicia,
todo gusto, todo contento, todo dicha, todo placer, todo.... no sé que iba a
decir (como que está todo borracho.)
Por el Subprefecto de Pelagatos, señores. Uraaaaa" (los hombres): Urriia (las
mujeres).
La mujer del Subprefecto se enjuga una lágrima.
No hay que llorar, le dice su vecino, cruzando su copa con la de ella,
mientras los enamorados estrechándose una mano bajo la mesa y
continuando su tacto de rodillas, apuran su copa del brindis, que es bien
llena y hasta verte Cristo mio.
A la comida sigue el baile, al bailee la mala noche, a la mala noche el curar
la cabeza.
Resultado: los mozos salen el miércoles de ceniza a las seis de la mañana,
como soldados derrotados, pelicaídos, ojerudos, con el cuello de los chaqués
arriba, oliendo a vino y a chisguetes.
No podía invertirse mejor el dinero de la desventurada provincia.
Remedios Caseros

Ojalá no le duela a Ud. nunca la rabadilla, no teniendo médico a quien


llamar.
- ¡Ay! le dirá a su mujer de Ud. la primer vieja que encuentre por la calle, así
estuvo el hijo del marido de la comadre de Francisca.
- Y con qué sanó?
- Con la raíz blanca del ajo macho: sóbele Ud. la raba tres veces al día: antes
de la salida del Sol; cuando el Sol llega al medio día; y cuando está cayendo
la tarde; y verá Ud.
Viene su mujer, y le narra el encuentro, échase a buscar la dicha raíz, y da
principio a las sobadas. El tal ajo macho por poco no le hace a Ud. un hijo
macho, produciéndole un enronchamiento y comezones de padre y muy
señor mío.
La pobre mujer alarmada por las comezones, vuelve á preguntar, qué será
bueno para ellas.
- Para los comezones? dice la cocinera, no hay como el cogollo de la
siempreviva: se agarra, se muele, se echan dos granitos de maíz blanco, una
gotita de limón, cuatro barbas de chivo capón y la punta del cuerno del
ciervo; se agarra y se frota bien bien; mañana y tarde, dándole de beber al
enfermo el agua de la pimpinela, el toronjil y la manzanilla.
Échese Ud. a buscar el cuerno del ciervo y las barbas del chivo capón.
Entre la recaudera y su marido, llegan a conseguir los adminículos, y Ud.,
infeliz mártir de dolores y comezones, se somete al tratamiento de la
cocinera; pero ni se aminoran los dolores, ni se quita la comezón.
- Imposible, dice la lavandera, ¡qué barbaridad! las barbas del chivo son
calientes: el señor lo que necesita es cosas frescas; así estuve yo con unas
comezones que no me dejaban, hasta que vino el marido de mi comadre, y le
digo á Ud. que en dos pasadas, como con la mano.
- En dos pasadas de qué?
- ¡Ah! qué bruta soy, del berro, con la raíz de chicoria y el nitro: no hay
como el nitro.
Se da a beber en ayunas, después de persignarse.
La señora envía por los berros y el nitro y Ud. se persigna y hasta reza con la
señora lo que se le antoja: el brebaje le relaja el estómago y ya tiene Ud. tres
capellanías á cuestas.
Continúan las consultas caseras y las recetas ídem.
"Que le den el rabo del cui ó las orejas del pericote blanco".
"Que se busquen las flores del higo, con la semilla del plátano guineo".
Ni el cui tiene rabo, ni flor el higo, ni el plátano semilla.
"Eso es de calor, y así estuvo el nieto de la madre del tío de mi abuela la
tuerta".
"Le ha de haber penetrado el frío, necesita cosas calientes: cuidado que vaya
a comer carne de puerco: el puerco es un veneno."
"Que le den agua de churgapes."
Comienzan los remedios cochinos.
"El sebo de la rata pelada, con las uñas del alacrán."
"El buche de la gallina con mantequilla rancia."
Y entran los remedios pestíferos.
"Los orines del zorrillo con la porquería del perro." (¡Qué cochino!)
Y vuelven los remedios fragantes.
"Las flores del jazmín del cabo, con la madre selva y el clavel."
Y entran los minerales.
"La piedra imán y el agua del fierro caldeado."
Paso a los místicos.
"La vara de San José, la yerba de la Virgen: tres hojitas."
En seguida los superticiosos.
"Que lo sobe una niña que esté para casarse, ó le ponga la mano tres veces
recién embarazada."
Los colores; "la lana prieta y el algodón paco."
Los líquidos; "el agua de mote"; el juguito de las hojas del aire.
Los sólidos; en fin, Ud. se embaula la creación bajo todas sus formas y
manifestaciones: viejas y mozas, caseros y sirvientes, todos recetan.
No falta gente que le diga á su mujer de Ud.
"Niña, llévese de mi mal consejo: córtese la punta de las trenzas y métalas,
sin que el señor lo sepa, debajo de la cama, rocéelo Ud. con la leche de sus
pechos, y cuando esté dormido tápelo Ud. con su camisa de dormir,
echándole tres veces el vaho; enciéndale Ud. una lamparita á San José y
amárrelo Ud. cuando lo cure con sus ligas."
Este medicamento medio místico, medio amoroso, medio pagano medio
cristiano, seduce la imaginación de la pobre mujer y, el día menos pensado,
amanece Ud. como una Marica con fustanes.
Así se muere Ud., ó así sana: si lo primero, la señora dice: "pobrecito: con
qué resignación tomaba las barbas del chivo!" si lo segundo: "agradece,
dice, á mis pobres trenzas;" entre tanto ni lo uno ni lo otro: la misteriosa
naturaleza produjo lo que debía, y Ud. murió ó vivió porque tuvo el
pescuezo duro ó la pata fácil de estirar.
Los pelos de la cabra, la punta de la oreja del pericote, el cogollo agarrado
por mano de doncella, las uñas del gato recién nacido, las muelas del
venado, el nido de la culebra, la cola de la gata capada, la cresta del gallo
pelado, las patitas de la cucaracha Martina, la cáscara del huevo del jilguero,
el resuello de la alicuya, las plumas del cargache, el piruro de piedra azul,
los ojitos de la torcaz, etc., etc., son adefesios que no pueden tener virtud
ninguna.

Municipalidad

¡Qué antojo, qué ansiedad, qué desesperación, qué angurria de las gentes de
este lugar por ser municipales! Sería menester que hubiera tantos puestos en
el Concejo, como habitantes tiene Pelagatos, para dejar satisfecha la
aspiración de todos.
En el diluvio de calamidades que afligen a este país, la casa consistorial es
como el arca en que tratan de salvarse los gamonales de Pelagatos, son sus
mujeres, sus hijos, y las mujeres de sus hijos; embarcando a todos los
animales puros é impuros de la familia; no ciertamente por que hayan
estudiado las necesidades públicas y el clamoroso estado decadente de la lo-
calidad, sino porque tienen perfectamente deletreadas las necesidades
particulares de cada uno, y no hallan para ellas otro remedio que embarcase
para apechugar con la tajada.
Dos son, en la actualidad, los móviles que empujan a las gentes a la ranfuña
de los puestos municipales: el primero, disponer de influencia para tener
como dar algo a los que sean sus correligionarios políticos; y antes que éste,
el poder agregar al modo de vivir de cada uno, todas las buscas y rebuscas
que proporciona el cargo de miembro de esta corporación de lanzas, en que
se pierden de vista hasta los alguaciles.
En Pelagatos no se come sino carne de chivo y el vigilador de este camal,
que suele ser el más camote de la cofradía, desde que se hace cargo del
puestecillo, tiene gratis los riñoncitos de todos los cabritos, y comen seco
diario él y su parentela, sin desembolsar un cuartillo, amén de los riñoncitos
redondos y lucientes, que por tales ó cuales mamadas suelen aflojar los
matanseros para mejor sazón del seco del señor municipal.
No hay puesto en la municipalidad de Pelagatos que no tenga más salidas de
escape que Palacio, no hay uno sólo sin doscientas mamadas: hasta el
inspector de corrales donde se suele sembrar flores, tiene para su casa y las
de sus amigos, ramilletes, ramos y coronas, cruces y liras y canastillos y
canastas, de las mejores, sin gastar un centavo.
Nada decimos, por supuesto, del que vigila fiestas, que, amén de mil regalos,
tiene privilegio de soplarse en cuanto fandango hay grande ó pequeño él y su
quinta generación.
Después de estos rebuscadores a la minuta, tenemos a los galifardos de las
contratas; a los encargados de obras públicas, los cuales se llevan a casa la
mitad de los materiales, como adobes, ladrillos, maderas de construcción,
pinturas, hasta clavos. Dividen el importe de los trabajos con sus ahijados
los negociantes del Concejo y se constituyen una entradita extra de 4, 8, 10,
15 ó más miles de soles, según el adefesio que proyectan para el vecindario.
Estos viven como Penélope, tejiendo y destejiendo, componiendo y
descomponiendo la población.
El tesorero, como el gusano metido en su capullo, compra sueldos por
segunda mano, y usa un tira y afloja con los dineros del común, y se da tales
trazas, que, sin que lo huela nadie, de la noche á la mañana, apercolla capital
y amarra en la punta de su pañuelo las libras esterlinas, como quien no es
capaz de quebrar un plato.
Todo es gansería y corrupción tan artísticamente combinadas, que más se
diría que es un Concejo de prestidigitadores que de representantes del
pueblo.
El que cuida de las casas de empeño, después del usurero, es el mimado de
la fortuna, porque escoge como un barbecho las mejores alhajas, las más
bonitas prendas, que adquiere a huevo y sin más que hacer un poco de la
vista gorda con los abusos de los que exprimen a los necesitados.
El maestro de higiene y los señores químicos ¡uf¡ ... el mejor vinito, las
conservas más delicadas, el coñac fino, etc., etc., etc.; mientras el diablo se
lleva al vecindario envenenado por 1.000,000 y 400,000 brebajes y por
200.000,000 de causas de insalubridad.
Pasadas de navaja mocha, pases de bandola, fórmulas, apariencias, mucho
de notas, circulares y palanganadas escritas; y en el fondo la abominación
más inconcebible, el descuido más craso, la ignorancia más absoluta.
Eso así, gravamen hasta el aire que se respira; y multa por quita allá esas
pajas, al chino, al pordiosero, a todo aquel que no tiene padrinos y el
favoritismo entronizado y hecho rey; nadie en su puesto; pero todos
colgados de la caja: sueldos a manos llenas para una cáfila de ociosos que no
salen del rutinarismo sempiterno, cada cual procurando llenar el expediente
de la mejor manera posible, sin cuidar para nada de avanzar una línea en el
camino del progreso.
El Correo
I

En medio de truenos y relámpagos, bajo una de aquellas tempestades que


parecen presagiar el fin del mundo, calado de agua hasta la médula de los
huesos, en caballejo más para la otra que para esta, trenzándose de flaco y
dando resbalones como borracho, va el indio correista, conduciendo en una
mala alforja de lana, a un lado, los paquetes de comunicación: y a otro, los
mil encargos de la familia del administrador del pueblo y el fiambrito,
envuelto en su schucshuna.
De nada ha servido el otro poncho ó el pedazo de cobijón, que lleva al anca
para cubrir las bocas de la alforja: el agua que cae a torrentes, y el granizo
que chicotea por derecha e izquierda, han penetrado en las alforjas y han
hecho sopa las cartas y los impresos.
En la tierra productora del caucho, y a la que vienen ingentes cantidades de
tela de esa rica sustancia, no se ha conseguido todavía, ni siquiera un mal
encerado que libre a la correspondencia de los baños a que se halla sujeta.
- Buenas tardes, taitay.
- Adiós, amigo. ¿De dónde bueno?
- De la costa no más, señor.
- Eres peón de alguna hacienda?
- Correista no más, señor.
- Ah¡ tú eres el correista?
- Eso no más, señor.
- Cuánto te pagan?
- Reclutan no más, taita; empuña no más Gobernador, y manda no más
correo, cárcel no más ofreciendo.
- Pero tu caballito ya no puede.
- Dejaré no más en la cuesta.
- No quieres un traguito?
- Ojalá dieras, mi señor.
El pasajero saca su botella y se la brinda al correista.
- Adiós, hijo.
- Adiós, pues, señor.
- El pasajero aplica las espuelas a su cabalgadura, y continúa por aquellas
soledades, volviendo la cara y viendo al pobre indio abrir y cerrar las piernas
como dos remos, taloneando en vano al caballejo, que con la cabeza caída,
las orejas sueltas, la mirada baja y la jeta colgando, jipa que jipa, acaba por
arrodillarse y por caer para no levantarse más.
El correista afloja la cincha, quita la monturita, sin sudaderos, se la echa a
las espaldas, junto con la alforja de comunicaciones y de encargos y,
remangados los calzones, continúa su marcha hasta la cueva próxima, entre
las sombras de la tarde y los últimos chicotazos de la tempestad que aún no
ha cesado.
Se acurruca al pie de la peña, se arma con la coquita y así duerme recostado
sobre la alforja.
Al día siguientes continúa su marcha, dejando encargadas en la choza más
próxima la monturita y el bozal, y ya entrada la noche llega al pueblo,
muerto de hambre y sudando como un jíbaro.
A la entrada le ha convidado felizmente un poto de chicha su compadre el
sillero, al que, sin miramiento alguno ha dejado registrar el paquete y
tomarlos periódicos que ha creído conveniente para saber las novedades.

II

La administración del pueblo es una tiendecita, en la que vende chicha la


mujer del administrador y, como de costumbre, está llena de vadulaques.
- Eche usted otro medio, ña Cata.
- A ver una cochada de esa del rincón, Mariquita.
- Toma, pues, Cata, y pásale al compadre.
El administrador, remangado el poncho y puesto el sombra a la pedrada,
templa la vihuela, con los ojos como guairuros, y se compone el pecho para
soltar una marinera.
"Recuerdo que siendo chico
me dió un besito melchora;
cómo me lo diera ahora
que me sabría tan rico."

- Manda preguntar, mi patrón, dice un muchacho que entra, si dizque habrá


llegado el correo.
- No ha llegado nada, contesta la mujer del administrador, enojada, como si
le preguntaran por su padrasto.
- Para qué le respondes, dice el administrador: no ves que ese es nuestro
enemigo?
- Y si te vota como a ño Menegildo?
- Qué va a votar, hombre, qué va a votar: a tu Pepe naides lo vota.
- Cuidadito, compadre? observa otro de la jarana.
- Lea usted, hombre, esa carta, lea usted lo que es mischque:
Lima , enero 1° de 1898
Señor don Fulano Chascamorroso.
Chungalmajada.
Muy señor mío:

El señor doctor X., se ha interesado vivamente porque no lo muevan a usted


de su puesto; y tengo encargo de decirle que pierda usted todo cuidado: lo
que conviene es servir al doctor y portarse en las elecciones.
De usted, afectísimo y S.S.
Cuñaza N.l.

- Ya lo ves, hoy no le entrego ni sus cartas, ni sus periódicos a ese que


hamandado preguntar y que se junda.
En esto llega el correísta.
- Vaya, cholo, por fin pareces; dice el administrador: si te habrás olvidado
todos los encargos de la niña.
- Todo está ahí, señor.
- A ver, a ver: todas las mujeres se lanzan a la alforja y por desatar el
paquete de encargos desatan el de comunicaciones: no importa, arrojan los
paquetes por alto y los concurrentes los recojen.
- Vamos a ver las novedades, dice uno, rompiendo las ligaduras de un
impreso.
- Esta carta parece de don Fulano, observa otro.
- Para acá, para acá, dice el administrador.
- Ajá: ahora sí que cayó, dice otro: aquí está la nota que quería leer el
Subprefecto.
- Para acá, para acá, continúa el administrador.
- Cómo pesa esta cartita: aquí debe haber chochoca.
- Échala para acá.
- Esta carta apostaría que es del Jorobado.
- No se la sueltes.
- Si le escribirán a ña Majoma?
- Busca, busca, esa carta nos interesa.
- Aquí hay una encomienda.
- Échala para acá: busca la carta del Sonso Garramuy.
Mientras los cumpas espulgan la correspondencia, vuelven uno, dos, cuatro,
muchachos a preguntar:
- ¿Ha llegado el correo?
- No es hora de correo, contesta el administrador: nadie ha llegado.
Y el correo está allí, todo el mundo lo sabe.
La mujer del administrador, entre tanto, llama a uno de sus hijos y
escogiendo las cartas del Subprefecto, las del Gamonal por quien obtuvo el
destinito su marido, y las de sus amistades, echa mano, así mismo, de los
periódicos que gusta, y bien acondicionaditos y envueltos en un pedazo de
los muchos periódicos que hay en casa, sin estar suscrita á ninguno, lo
despacha, mientras los demás quedan sujetos a la muy real voluntad del
administrador y de sus compañeros de jarana, que abren las cartas y
destrozan los paquetes de impresos, como quien abre y destroza maíz en
mazorca.
A la luz macilenta de velita de sebo, se imponen de lo que mejor les parece,
y hacen y deshacen como de cosa propia.
- Para que muevan a este Pepe, repite el administrador, han de demandar
fuerza. Todo está cabal, dice al correista, que sacudiendo su alforja, vuelta
de revés, y echándose al hombre el ponchito mojado, sale para ir en busca de
su familia, que vive dos leguas más allá del pueblo.
Como la chupa continúa, al día siguiente no se abre la administración y
como almas del purgatorio dan vueltas cerca de la tienducha los que no están
en gracia del ahijado del tagarote que goza de influencia.
- Pero, qué no hay hombres de bien en este pueblo? pregunta un forastero,
testigo de semejantes anomalías.
- Los hay, y están propuestos y señalados por repetidas veces; pero no hay
forma de acabar con las recomendaciones: la administración pública es un
encadenamiento de compadres, contra lo que no vale el clamor angustioso
de la Nación. Don Fulano es recomendado por don Zutano y mientras no se
muera éste ó no lo tumbe otro Gobierno, ese don Fulano es una estaca, un
bramadero que no hay poder humano que quite de su sitio.
En la tarde del segundo día, cuando el administrador está con la fuerza de "la
perseguidora" y haciendo parar una olla de papas y otra de huevos duros,
con todos los compadres, la mujer abre la tiendecita y viene a despachar el
correo.
- Periódicos para don A?
- No hay.
- Cartas para don B?
- No hay.
- Encomienda para don C?
- No ha venido.
- Es imposible que no vengan periódicos.
- Búsquelo U. pues, en mi seno.
- Pero si yo estoy suscrito desde hace ya seis meses.
- Y yo qué cuenta tengo.
- Esta carta me la da U. abierta.
- La habrá abierto pues el aguacero.
- En este paquete faltan impresos.
- Yo no sé, así vinieron desatados.
- No hay carta para mí?
- No hay.
- Ni para mí tampoco?
- Tampoco.
- Y este sobre con mi nombre que veo roto en el suelo?
- Métame U. pues a la cárcel.
- Pero dónde está su marido de U. que es el administrador?
- Estará pues donde le dé su gana.
- Jesús, qué brava está ña Cata: ojalá que le dure.
- Sí, me ha de durar, pues, bien hecho y Uds. se han de amolar, catay.
En esto llega el Subprefecto, y como nadie lo lleva, se retiran los que han
venido por sus comunicaciones y salen a la escena las hijas de ña Cata, unas
chinas de pollerón de talcos, vincha de terciopelo, chapudas como
melocotones y gordas como las del cuadro "Los funerales de Atahualpa":
salen las chinas, acomodándose el rebozo y frunciéndose como si estuvieran
saboreando manzanas verdes.
El Subprefecto viste de militar, pero con sombrero de paja y chicotillo.
- Qué ha sido de la vida de Uds?, dice, golpeándose la bota con la punta del
chicotillo.
- Aquí, pues, señor, esperándolo.
- De veras que hace su friecito: sirva U. doña Cata, "una libra", (una libra es
una copa como un vaso); y todo ojos entre Mariquita y Michuca , comienza
su señoría el requete conrreschpe.
Y ese día se despacha el correo, y mientras siguen las copitas van llegando
los vecinos con su correspondencia.
En la noche, acomodan las mujeres las cartas; pero no hay correista.
- Que saquen de la cárcel, dice el Subprefecto, a ese cholo que mandaron
preso de la jalea.
- Vas a ir con el correo.
- Sí será, señor.
- Conoces el camino?
- Preguntaré, señor.
- Bueno, pues, el domingo entrante estarás de vuelta.
- Cómo no, mi señor.
- Vaya U., pues.
- Hasta la vuelta, mi señor.
El indio va primero a su casa, allí se está dos días y después sale con el
correo, para repetir al regreso la escena que llevamos descrita al comienzo.
A veces en medio de estos laberintos, llega el visitador, y por lo general hay
que poner una copa más y que matar algunas gallinas, para las pachamancas
que el Sr. Subprefecto ha de despavilar con este su antiguo conocido de
Lima, que redacta el informe pidiendo a lo más aumento de sueldo para el
administrador y acompañando una acta firmada por todos los compadres y
padrinos de éste, y hasta por todos los damnificados, pues en diciendo
"firmen" el Subprefecto, justos y pecadores echan la rúbrica. Con lo que
sigue la rueda y todos vivimos en la gloria.
La Escuela
El maestro de escuela en Pelagatos es un hombre que vive poco menos que
de la caridad pública: un mendigo que, en vez de salir de puerta en puerta a
pedir limosna, aguarda que lo socorran como buenamente puedan algunos
infelices padres de familia.
Nombrado con el haber misérrimo de 10 soles mensuales, percibe esta
pensión in nomine, porque la tarasca primera, segunda, tercera o cuarta dá
buena cuenta de la partida de instrucción; o los vales que se le otorga alguna
vez logra vender a persona influyente, a diez por uno, puede calcularse,
gracias a este sistema de pago: el sueldo fijo del desventurado en dos ó
cuatro reales mensuales.
El traje del maestro corresponde a la magneficencia de su sueldo; viste en
los días de trabajo cotón de lana y chaqueta de corte, con más remiendos que
la capa del estudiante, calzones idem y zapatos de cordobán, fuera de los que
buscan el aire libre algunos dedos.
La alimentación del maestro es tan frugal como la de un penitente cristiano:
un poco de schacue, (harina de arvejas o sea caldo, en cuyo fondo nadan dos
o tres pedacitos de carapcho); dos o tres puñados de cancha y algunas papas
sancochadas.
Al lecho del maestro es compo el traje y la alimentación: sobre barbacoa de
saúcos, unos cuantos pellejos, y por todo abrigo un cobijón.
Este lecho se halla situado en un cartucho al que penetra luz y viento por
todas partes: tanto por los agujeros del tapial cuanto por las anchas abras de
la puerta y el terrado sin torta.
El maestro hemos dicho que es el mendigo más decente de la localidad.
No hay que emplear mucha tinta para describir el plantel: los muchachos se
sientan como pueden en el corredorcito de la vieja casucha, que no tiene más
habitaciones que la que sirve de cuarto de dormir, otra salita de depósito de
las pobrezas del maestro, y una cocinita sin puerta, con paredes de champa y
techo de cortadera, con más goteras que remiendos los pantalones del
maestro.
Media pirca aquí, resto de un paredón allá el cerco de un corral ajeno más
allá, con entrada ancha y libre para el tráfico de los burros y cochinos por
todas partes, trazan el cuadro que no puede llamarse patio ni corralón, ni
nada.
En el corredorcito, como dejamos dicho, los alumnos se sientan como
pueden: unos sobre piedras en montoncito; otros sobre pedazos de adobes;
los más elegantes en tongos de maguey con su pellejito rapado en el asiento,
y muchos en el suelo, sobre su poncho.
Allí cada muchacho lee en lo que puede: dos o tres en vieja tablilla, más
mugrienta que mantel de cocina; otros en fragmentos de cartas limosneadas
a los patrones; quienes en periódicos llegados por casualidad; cuales en
cartilla como aparejos.
Papel para escribir no se conoce: todos usan la penca, cortan de los cercos
del campo pedazos de hojas de maguey y el maestro en muschcas de piedra
le distribuye tinta que sabe fabricar con semilla de tayo y colpa; con su
cuchillito mangurrero taja las plumas de aves, siguiendo el método de la
época de Abascal: gran tajo diagonal, gavilán derecho, gavilán izquierdo,
hendidura al medio y sobre punto desigual. Los rabos de las gallinas pagan
el pato en la casa de los alumnos para la provisión de plumas,
contemporáneas de los rifles de chispa, del calzón de chiclote y del
tapabalazo.
Quince o veinte cholitos forman el total de los alumnos, mientras quinientos
ó cuatrocientos pasan delante de la escuela arriando sus ganados,
harapientos y con el pie en el suelo tras los pastores andrajosos.
Demás es decir que estos alumnos jamás rinden examen, leen hasta donde
les es posible, escriben hasta sacar la letra del maestro, que es arrogante y
buena; aprenden la cuenta también hasta donde sabe el maestro y son
despedidos sin más certificado que un "vaya, pues, cholo, no te olvides,
pues, de tu maestro".
Rezan el bendito antes de salir de la escuela cotidianamente, y la doctrina
todos los sábados.
Allí no se sabe donde se halla el Perú; que es la Patria; ni si su bandera es
roja o azul.
En materia de banderas sólo conocen los alumnos las de trapo punzó, que
señalan en las casas del pueblo dónde se vende chicha, y las de trapo blanco,
que señalan dónde se vende pan.
La canción nacional, es un mito: los cholitos no saben más canción que
aquella que dice:

Pero el cerro verde


Bajan las ovejas
Unas trasquiladas
Y otras sin orejas.

Es decir, la que pinta al vivo como se clasifican los habitantes de Pelagatos


en trasquilados y mochos.
Frecuentemente falta leña en la cocina del maestro y ese día es de fiesta,
pues los muchachos dejan sus pencas, sus tablillas, y se esparraman por los
campos a pallaquear chamisas; otras veces falta yerba para los cuatro o cinco
cuyes que el mestro guarda para su santo y los cholitos van a buscar collay
en los cantos de las chacras de maíz; y así limosnenado pastito, ayudan a
vivir al desgraciado, al que de vez en cuando regalan dos o cuatro chiclayos,
un almucito de cebada, una schuschunita de chochos, un poco de ñuña y
alguna vez el matecito de chicharrón y el frito con cancha con manteca.
Si el mestro se enferma lo asisten como pueden las madres de sus
muchachos; y si se muere lo envuelven en su cobijón, lo cosen con una
guatopa, lo velan con mechas colocadas en alguñas callanas, cavan su
sepultura en el Panteón de Pelagatos y lo tapan llorando: "uy uy uy el
mestrito; ya se acabó mi maestrito".
Y la escuela queda desierta, porque no se encuentra otro limosnero que
tenga la paciencia y resignación del difunto:
El aguacero acaba con su casita y en breve pedazaso de paredones sirven de
refugio, entre matorrales de chinaques y zarzas, a los burros que vagan
suletos y a los murciélagos que hacen su madriguera bajo los derruidos
alares; y cuando algún chusec lanza en la oscuridad de la noche su grito
siniestro "¡Jesús! exclaman las gentes; el alma del maestrito" y le rezan un
padre nuestro.
El Cementerio

Un corral en el que se amontonan muertos, tal es el cementerio de Pelagatos.


Le circundan, a trechos, pedazos de pared de tapia con anchas rajaduras y
desmoronamientos. Entre pedazo y pedazo de pared, se ve, como remiendos,
pircas mal hechas, sobre las que crecen raquíticas algunas pencas de
maguey; al pie de estas pircas, forman montículos los marcos y las zarzas;
trepando por entre ellas, hasta sobre las tapias, las espinosas mutiflores,
siempre llenas rositas en ramilletes; una que otra cauracasha, malamente
arraigada sobre las tapias, crece lánguida, más repleta de espinas que de
carnosidad: como planta hecha de espinazos de tollo.
El terreno, a fuerza de ser movido y removido, es como el de los viejos
rastrojos, cuya tierra cansada se ha abandonado por estéril; gruesos
montones de tierra, grandes y pequeños, parece que cubrieran cadáveres
echados boca arriba y cuyos abdómenes dilatados, antes de su
descomposición, hubieran hinchado la tierra que los cubre.
Aquí un rogorcito de piedras, por entre las que la flor de muerto enseña sus
rosas amarillas, de olor acre y de hojas sin jugo; allá una cruz vieja ladeada
como borracho que no puede moverse, con un brazo tratando de señalar el
Cielo y el otro inclinado para besar la tierra; más acá, a manera de estacas,
pedazos de cruces que el tiempo ha destruido; por todas partes más cruces
formadas de pedazos de leña amarrados con chillines, único tributo que la
gente del campo puede dejar en el sepulcro de sus deudos; y al pie de esas
estacas y al rededor de esas cruces, deshechas en astillas vense plantadas
siemprevivas, manzanilla del campo, ó congonas silvestres; y aquí y allá y
por todas partes bosquecillos de sunchos o de rosa común, cubriendo
sepulturas y dando sombra a la grama silvestre, que con buen abono crece
cual verde cabellera; y devorando tranquilamente esta grama uno que otro
asno abandonado por viejo e inservibe a su propio destino, caídas las orejas
y pelada la piel en señal de sus largas fatigas; algún caballo contemporáneo
del borrico, desorejado y macro, descolado y sin crin, hecho todo un escaño;
y por entre las patas de estos apergaminados cuadrúpedos, multitud de
chanchos, con más piques en las corvas y más rengos y esqueletizados que el
burro y que el caballo.
Nada turba la paz de estos sepulcros, pues sí a veces relincha el viejo
rocinante, casi no puede rebuznar su compañero, y los chanchos osean sin
siquiera refunfuñar. Pronto caerán estos infelices, los cóndores vendrán
desde centenares de leguas y limpiarán sus huesos, para que más tarde
blanqueen junto a una calavera una quijada, y a lado de una tibia, un casco
pegado a su canilla, que mostrará su pelo en el achurrascado pellejo; los co-
chinos revolverán las osamentas y pedazos de bestias con pedazos de
hombre, cascajos del suelo y fragmentos de tejas formarán esos ásperos
retazos de suelo sobre los que, para no pisar la humedad, en los entierros que
se hacen de mañana, ha de colocarse el señor cura; gangoseando el responso
y echando agua bendita sobre la tierra que cubre al muerto fresco, y sobre
los huesos de racionales y de bestias, que se revuelven en la superficie,
calcinados por el sol de medio día y empapados en lluvia cuando arrecian las
tempestades.
Con razón en las tardes cantan tan tristemente las pischuchangas en las
tapias, y en las lomas vecinas se oye como clamor, el balido de las ovejas y
como un ay! eterno la andarita de los pastores.
El Rocoto

En un lugar templado, cerca de una casita cuyo techo de paja los años han
dejado como cabeza de negro motilón, frente por frente de su pequeño
corredor, y como adorno del patiecito rústico, crece la mata de rocoto,
sembrada por la más vieja de la casa: sus largas ramas, dobladas en arco,
forman un vasto pabellón; penden de cada una de ellas dos o tres frutos
amarillentos unos, verdes otros, rojos los más.
De entre el ramaje del rocoto se alza un carrizo, que lleva en su parte
superior amarrados algunos trapos viejos, que el viento agita sin cesar, como
la manga desgarrada de un pordiosero, cuya mano se extendiera para pedir
misericordia: es el espantajo, que aleja a los pájaros llamados rocoteros, los
cuales, desde los alisos vecinos, miran de soslayo el apetitoso manjar.
Debajo del rocoto, en la tierra hecha polvo por las patas de las gallinas, se
revuelca, acostada de lado, la clueca, haciendo saltar piedecillas que picotea
la bulliciosa manada de polluelos, que hacen ruido como de manojo de
cascabeles; y el señor gallo, crestonazo y barbudo, toma sombra,
descansando sobre una pata.
A dos pasos del rocoto corre la acequia cristalina, y cerca de ella, el hermoso
andaimarco, entre cuyas ramas se entralaza el purpuro, confundido con los
bejucos.
A la sombra de ese árbol, escarmena la cabeza de la nietecita, la vieja que
sembró el rocoto, mientras su hija golpea los pañales del recién nacido, al
pie de un chorrito que ha formado con una penca.
El 'viejo, marido de la abuela, con el cotón desabrochado, remangadas las
mangas, labra pausadamente con la azuela el tongo en que debe sentarse; y
su yerno, en el patio, arrojado el poncho aun lado y levantada el ala del
sombrero de jipe sobre la frente, hecho un mar de sudor, volteando en el
carrillo la bola de coca y el hacha manejada a dos manos, raja un inmenso
tronco, haciendo retumbar los cerros vecinos a cada golpe de hacha.
Mas o menos, son las dos de la tarde.
- Tengo mucha sed, dice el fatigado leñador, limpiándose la frente con el
poncho, y dejándose caer sentado sobre una piedra.
- María? dice el viejo.
- Taytay?
- Llama a tu mama, agrega: grita a los cholitos, dale la voz a Juancho, que
está en el barbecho, y ven a echar un poco de chicha.
Minutos después cada cual ha puesto su asiento formando corralito: el uno
sobre un tronco: el otro sobre una piedra; el viejo en su tongo nuevo y las
mujeres sobre blancos pellejos se colocan al rededor de la schuschuna
tendida sobre el suelo.
María arranca de la mata tres o cuatro rocotos, trae la schicra de sal y
amontona las papas que estaban hirviendo en la cocina.
El viejo, sin ningún preámbulo, muerde el más hermoso rocoto y lo pasa a su
mujer, embarrándolo en sal; las mujeres pelan las papas, y el rocoto circula
dando cada cual su caschcada. Antes que termine la vuelta. María presenta el
más grande poto de chicha, que, no obstante su gran tamaño, no alcanza para
la sed de dos personas.
Beben hasta que se hartan, y en seguida diciendo todos; Dios se lo pague, se
levantan para continuar sus tareas.
Algunas veces, en las fiestas, vienen partidas de danzantes o pallas a beber a
chicha de esta familia, y antes y después de bebería danzan en el pequeño
patio, llenando de polvo al rocoto, y espantando con los maichiles y
quiyayas a las gallinas que vuelan al corral y van a refugiarse bajo las
angusachas y los chinaques.
La planta del rocoto se parece a la del capulí y el fruto es semejante al
pimiento: es el más jugoso, de mejor olor y más picante de los ajíes: su color
es amarillo caña, rojo subido o verde alfalfa, suave, suavísimo, como el seno
de la mujer amada.
Un Socio de Beneficencia

Persona acomodada: padre de numerosa familia, (hasta de dos) político


viejo, metido a socio como las mujeres de cuerda, cansadas del Chivato, se
meten a hermanas del Corazón de cualquier santo; o como las más veteranas
se meten a matronas.
Un buen sujeto, en la apariencia.
Apacible y mañoso
Puntual a las sesiones, exacto en el desempeño de su ramo, idolatrado por
las hermanas de caridad, de gran influencia en las regiones oficiales,
poderoso en el seno de la comunidad beneficente.
Experto en todas las tramoyas, práctico en todos los enjuagues, no se le
siente, pero su omnipotente decisión es sin igual.
Este buen señor, al que todos ceden la vereda en la calle, con el más
profundo respeto, casi con la misma veneración que al ver pasar al más viejo
de la comunidad de los Descalzos, sin que nadie le diga nada, ha colocado a
todos sus parientes y a los parientes de sus parientes, desde la primera hasta
la última generación, pudiéndosele creer, por el número de destinos de que
ha dispuesto, como al jefe de la tribu de las pachalangas ó de las angusachas;
y tiene alojadas cómodamente en centenares de casas de la venerable
institución, a centenares de comanditarios que pagan un huevo y sub-
arriendan por decenas de soles, gente no por cierto innvalidada para el
trabajo o familias de poca renta, gente que goza de semejante gollería, nada
más que por su inda cara; es decir, por la linda cara de la principal de la
familia.
Ah! el señor don Magnánimo es partidario decidido de las hermosas caras;
por eso para cualquier empeño, para merced cualquiera, hay que mandar
alguna buena moza con la solicitud.
- es persona muy seria, sumamente seria, en extremo seria; incapaz de
quebrar un plato.
El socio de Beneficencia tiene adicionadas todas las obras de misericordia
en este orden:
Dar de comer al hambriento, (si tiene recomendación).
Dar de beber al sediento, (si tiene recomendación)
Vestir al desnudo.-(si tiene recomendación)
Sin recomendación, no hay para el socio de Beneficencia caridad posible.
El huérfano, el amante, el moribundo, el cadáver del infeliz, deber llevar su
cartita, si es que buscan amparo en este magnate dispensador de gracias.
Para hablar, para exponer alguna petición, para implorar socorre}, ¡qué de
vueltas y contravueltas, cuántas dificultades y tropiezos!
La puerta de este San Vicente de Paula con talegas, sólo se halla de par en
par a todo momento y a toda hora, para los poderosos, para los ahijados o
para los que pueden meterle la mano; tiene un tino para estos, un olfato que
antes de que resuellen les adivina el pensamiento, los trata de servir, y tal y
asi como cada cristiano se dice que tiene un ángel que lo guarda, el socio de
Beneficencia tiene algún alto cunda, o dos o tres encargados de mantenerlo
contra viento y marea, allá en las altas regiones de sus mayores enemigos.
Por eso, suban o caigan los gobiernos, los boten a balazos o los cuelguen
como a los Gutiérrez, el socio de Beneficencia permanece como petrificado,
clavado, remachado, incrustado en su puesto.
- ¡ay! del que piense siquiera tocar el faldón de su levita, como por
conmoción eléctrica se ponen de pie desde el Director hasta el portero de los
hospitales; todos se extremecen, apiñándose como en cuadro, y pasando la
voz al hormiguero se aprontan para la defensa, y si la cosa apura, cargan
sobre el osado que pretendió tocar la majestad de la levita, y que se confiese
porque lo hunden a él y a su quinta generación.
Como el gorgojo entre los montones de trigo, vive el socio de Beneficencia
entre los inmensos caudales de la institución; sin ruido, como si viviera en el
otro mundo, feliz, acurrucado, bajo la capa del bien público, abrigadito, ni
suena ni truena: es como la sombra que se desliza.
No maneja un sólo centavo, por sus manos limpísimas no pasa medio real:
no hace cristianamente otra cosa que firmar cuentas; pero firma con tal
sabiduría, que después de diez, doce ó veinte años de firmas, le sale una
casita, un callejón, alguna hermosa propiedad.
Y en concepto de santo.
Para él es un martirio semejante tarea; pero no la suelta, por todo el oro del
mundo.
¡Es tan dulce vivir haciendo el bien; es tan grande pasarla dedicado
perpétuamente al desempeño de la caridad evangélica! sobre todo de aquella
que comienza por casa...y ¿Qué cosa más bella que estar en el propio pellejo
ejercitando eternamente tan augusta virtud; qué dicha para cualquier pichón
que ir encañonando poco a poco; quel piacherí para el carapacho conejo que
entrar a su agujero y echar pelo por todas partes, salir después al Sol, bien
orejón y bien lanudo, a saltar sin ruido, con el rabito tieso y los ojitos de
guairuro?
El socio de beneficencia es el hombre más regalado, el más agasajado, el
que tiene más atenciones: en las procesiones lleva el guión: en las fiestas de
tabla se le dá asiento de preferencia y la cera mejor labrada; como que el
manto, la corona, la alfonbra, las arañas del templo fueron compradas por su
rúbrica, nada más que por su rúbrica.
No tanto los pobres, cuanto los santos viven reconocidos al socio de
Beneficencia. El hombre es partidario decidido del culto: ingentes
cantidades consagra a las imágenes, por intermedio de algunas personas
piadosas, que no tienen otro oficio que su devoción.
¡Y cómo se entienden entre el socio de Beneficencia y el devoto!
Regularmente son compadres.
Ambos tan amables, tan buenos, tan inofensivos e insinuantes.
Cuando las gentes los ven juntos, es porque se aproxima la fiesta.
¡La Fiesta!
Palabra mágica, que alegra a las familias de uno y otro, porque siempre que
la Virgen hace el milagro de que no cambien a papá, al mismo tiempo que se
compra corona y manto para Nuestra Señora de las Mamadas, se arman las
niñas a los trajes de seda y alguna vez compra la señora una alhajita, o el
señor un cronómetro.
Así vive el socio de Beneficencia, que amén de su curul entre los de la
cofradía, suele llegar también a los altos puestos de la República y en ellos,
continuando la vida piadosa a que está acostumbrado, dulcemente ejercita la
caridad del número uno.
Cocinas y Cocineras

Una habitación espaciosa, con dos o tres hornos de diversos tamaños, un


estrado de adobes y negrura y olíín por todas partes.
De las vigas cuelgan los jamones puestos a ahumar y las angarillas, ó sea
rodadelas de bejuco, como platillos de balanzas, angarillas en las que se
amontonan los mates y las guischllas, y se guarda los cachipotos, (depósito
de cuero en que se conserva la sal, y que se hace vaciadas que han sido las
criadillas de las reses).
Al pie de las angarillas, y en el centro de la cocina, sobre el suelo, se colocan
las tulipas, grandes piedras de igual tamaño, tres de las cuales bastan para
sostener una olla.
Según el número de ollas, es el de las tulipas; y según la familia es el de las
ollas.
Una hay indispensable, permanente e inamovible: la olla de agua caliente, de
la que se saca agua para todos los guisos y para todos los lavados.
A lado de las tulipas; pero en alto, están los batanes; uno grande para toda
clase de harinas con formidables chungos, ó sea piedras de granito en forma
de sandía, oblonga; y otro chico, para moler ají.
Alrededor de los fogones nunca faltan dos ó más chinas auxiliares de la
cocinera, a que se le llama la sonsa o la opa, a causa de sus signos de
imbecilidad; y esa opa o esa sonsa es la que se ha buscado para el oficio que
más agilidad, pulcritud, gusto é inteligencia necesita: los opas son los amos.
Sólo se consulta la paciencia, el aguante, una bestia capaz de resistir a los
tres más formidables elementos; el fuego, el aire y el agua.
La sonsa es una india de brazos fornidos y cuadrada de arriba abajo, con una
cabeza como un cerro, jamás peinada y jamás limpia, cabeza clásica, típica,
monumental, enorme, latangosa.
La sonsa suele ser medio idiota y generalmente desfigurada por dos o cuatro
cotos, que a modo de cabezas peladas le rodean el cuello dándole aspecto
repugnante.
Sin embargo, esta mujer tiene hijos y los tiene de padres desconocidos,
como ponen del viento las gallinas, desembaraza del misterio esta
desgraciada.
Cerca de la cocina tiene su cuchitril: unos cuantos pellejos y algún mal
cobijón con que se abriga. Para ella no hay más mundo que la cocina, o el
chorro de agua de donde va a cargarla para la botija del rincón.
Cuántas veces me he detenido a contemplar a estas desgraciadas sin Dios,
patria, ni hogar, como figuras automáticas, tostando lapas de cancha o
moliendo almudes de shambar, con la impasibilidad de los péndulos de un
reloj, haraposas, mugrientas, desgreñadas, incansables, levantadas al alba,
sepultadas de Enero a Enero en la cocina, Ellas no tienen sueldo, ellas no
tienen nada: condenadas a perpetuo batán, comen y dan de comer toda su
vida.
Si se enferman, es como si se enfermara una muía; se le cura, y a la cocina.
Si se muere, por poco no se le bota como a perro: se le lleva en una
parihuela y se la arroja al abra de dos varas que se hace cavar en el panteón,
bajo algunos chinaques.
No sale la sonsa de la rutina de sus potajes: caldo de carnero con papas por
la mañana y timbuche y chococa con carne por la tarde, uno que otro
revuelto con ají como diablos, y papas paradas por mayor y menor, cancha y
mote.
Si le duele la barriga, se la soban con el soplador bien caliente.

De vez en cuando el ama cascarrabias le arrima con tamaña raja de leña una
paliza como quien apaleara a un almofrez, y la desgraciada, como los burros
de los aguadores, se frunce y jipa, arrojando sus lagrimones en silencio.
Un guischlazo, un tisonazo, son el pan cuotidiano de tan infeliz ser, el más
digno de compasión en una casa.
La manteca y la leña se prodiga en las cocinas de la sierra.
En la costa no anda, mejor la cosa. Aquí no hay horno ni fogón en el suelo;
la cocina económica y la elevada chimenea ocupan la habitación mas
reducida, no hay angarillas, ni estrado de adobes, pero si multitud de tablitas
y sobre ellas, cajas mugrientas con papelitos llenos de especerías, algún tarro
viejo destinado a la sal, y cacerolas y ollas muy limpias por dentro, pero
renegridas por fuera.
El macaco o la zamba fumadora de puchos, sustituyen a la sonsa de marras:
el chino juega y la zamba se emborracha: sancochado y bistek por la
mañana; y sopa y asado por la tarde; mondonguito, carbonada, patitas,
torrejas de pigricias de plátano y pare usted de contar.
El chino, la zamba o el negro hechos como cochambres: fumando y
aderesando, cantando y echando verbos, sin escrúpulo alguno.
En la casa del extranjero la cosa es muy distinta; desde la puerta de la
cocina, se nota el cambio de costumbres: todo albea, a pesar del humo; las
cacerolas parecen sacadas de la vidriería del almacén, dentro y fuera brillan
sin una mancha; todo en su lugar; nada destapado ni sucio. La sal en tarro de
cristal transparente; cada especería en su cajita de porcelana, ni una mosca
parada sobre nada, como que el bruñido es perfecto.
El cocinero con su gorra blanca, su delantal idem, limpia y albeando la
camisa, sujetos los puños con jebes, como los contadores de oro en los
bancos, irreprochable en todo su traje, vestido de exprofeso para la cocina,
como un novio para la ceremonia nupcial, listas sus bandejas y cada cosa
con su cosa, procede a la operación con tanta finura, como los diestros
prestidigitadores al manejo de sus cuviletes, y ve usted las salsas como
cremas provocativas y los ramitos y las narigadas de esto o aquello arrojadas
aquí y allá con la punta de los cuchillos; todo con la herramienta y nada con
las manos.
El fuego graduado con tino, y el aderezo frito con cálculo preciso, esparce el
perfume tentador y hace abrir la apetencia a la sola aproximación: nada
negro, nada chorreado. Es la cocina del extranjero como un laboratorio en
que un sabio se ocupa de hacer sus ensayos: el agua no salpica, el humo no
se ve, luz y objetos brillan y esparcen alegría.
Y si esto es a la hora de preparar: a la hora de servir es un encanto: cada
costillita va envuelta en elegante papel picado, cada camarón puesto sobre
ramillete de yerbas aromáticas.
Aquí se ve arte, combinación, esmero, inspiración, diríamos para
confeccionar la cosa mas insignificante; y desfilan las fuentes a la mesa
como caprichos culinarios, renovados todos los dias y acondicionados
siempre bien. Es que el extranjero ha comprendido, por los años de cultura
que tiene, que el hombre no vive para comer, pero que necesita comer para
vivir; sabe que comer no es encostalar, sino nutrirse, y que la higiene debe
comenzar por la cocina.
La Pascana

Tres clases de alojamientos tiene el viajero en Pelagatos: la casa de


hacienda; la choza de los pastores y la cueva.
Acerca de primera, nada tenemos que decir. Quien quiera que sea el
transeúnte: un fascineroso o un sabio, a todos se les hospeda, sin preguntar
siquiera su nombre; a todos se les ofrece buena mesa y mejor cuarto de
dormir; forraje y pesebrera para la cabalgadura, sin exigir las gracias.
Es la hospitalidad costumbre general de hacendados, que se complacen en
manifestarse generosos, a pesar de los fiascos sufridos.
En la choza del indio no falta tampoco un rinconcito, ni bajo su curahua
donde amarrar el caballejo; y si se muestra arisco y receloso, es porque
suelen tratarlo como a bestia; porque se lo exigen de balde, y porque se
profesa la creencia de que hay que pedírselo a patadas.
La pascana monumental, es la cueva: tipo de alojamiento natural, del
primitivo alojamiento de los que van de uno a otro lado del territorio, por
montes y serranías.
Supongamos que después de haber andado, a lomo de muía, doce leguas,
llegamos a la cueva, empapados hasta las orejas, a eso de las seis de la tarde,
nos descabalgamos, con no poca dificultad, pues cada pie parece un banco y
no tenemos fuerza ni para quitarnos el poncho, que pesa dos arrobas, a causa
de la lluvia, ni para sacudir el sombrero, por cuyas faldas desdobla das caen
los rezagos del aguacero.
La cueva es una gigantesca abra horizontal, en la base de uno de aquellos
cerros cuya cumbre coronada de nieve se pierde entre las nubes; allí
hombres y animales nos refundimos, poniendo el almofres en el fondo de la
ancha grieta, rodeado de las monturas y de los aparejos, El arriero, con los
pies en el suelo y remangados los pantalones hasta las rodillas, lleva las
bestias a la hoyada cercana, para que rapen si es que pueden, el pajonal,
mientras nosotros, reuniendo carquitas y achupallas, encedemos el fuego,
entre dos o más tulipas para calentar el fiambre.
Ya llegada la noche, esa noche siniestra de la puna, no tardaremos en
sentarnos sobre la cama para devorar el caldito de papaseca, el pedazo de
gallina o el cui con las arvejas envueltas en ají colorado.
¡Con que gusto el arriero, en cuclillas, muerde el rocoto ligeramente untado
en sal, y saborea la ñuña con manteca que le tostó su mujercita!
Concluida la merendona, el patrón se mete a la cama y fuma departiendo con
el arriero, que acomadado sobre los sudaderos se arma, chacchando la
saludable coca.
- ¿A qué hora llegaremos, Juanucho?
- Será, patrón, sol alto
- Llegaremos temprano?
- Cuando no, patroncito: las muías pican bien
- Las has amarrado con cuidado?
- Amarradas están, señor; la prieta apealada y a la lucma le he echado un
cocheñudo, que aunque jale no lo desatará
Así hablando el patrón, se queda dormido, mientras el indio continúa
coquiando hasta muy avanzada la noche.
A la madrugada, el patrón despierta y da la voz.
- Juan?
- Señor.
El indio parece que no hubiera pegado los ojos.
- Qué hora será, Juanucho.
Ya será ya la madrugada; no hace ratito que he ido a ver las bestias y ya
estaban cantando los togames. bestias y ya estaban cantando los togames.
El indio envuelto en su ponchito de la cintura a los pies, se arma antes de la
venida del día.
Al fin clarea y a la luz del alba se vé como de mármol el paisaje, ha
granizado durante toda la noche, y fuera de la cueva no hay un palmo de
tierra que no esté cubierto de nieve.
Hay que poner los huesos de punta, que ensillar la mulita, que soplar
nuevamente la candela, que calentar un poco de agua, que tomar un poco de
té y que montar.
Allí se queda la cueva con sus paredes de roca viva, su suelo polvoroso, sus
manojos de paja seca y sus fogoncitos sin brazas; cerca de ella corren los
deshielos que reunidos hacen el torrente lejano; ni un ave, ni un churgape
habita entre las grietas de la roca sombría.
Acurrucado el hombre bajo el gigantesco peñón partido en corte diagonal, ha
pasado mirándolo como si fuera a desplomarse. Cuando se aleja de él lo ve
como crecer, como surgir, como levantarse lentamente dilatándose por todos
sus flancos. De corta distancia causa pavor aquella mole monstruosa, tras la
que el Sol apenas se atreve a despuntar.
Se va caminando y el cerro colosal parece que siguiera a su huésped.
Leguas de leguas hay que andar para dejar de ver el monte; y aún así, a las
tres de la tarde, hora de los tremendos guaceros, se ve todavía la cresta
negra, sobre la que las nubes se agolpan, la cubren por completo, y de entre
ellas se desprenden como cintas de luz los rayos que cruzan en todas
direcciones, desatada la tempestad.

Juan Pichón

¡Qué dialogo el que se estableció en casa de la familia de Pichón, el día en


que se trató de elegirle carrera!
- No, señor, exclamó la madre, yo quiero que Juanito sea abogado.
- Pero, hija, si Juanito es un poco escaso, observó el padre, golpeándose la
frente.
- No importa: más escaso eres tú, y por poco no fuiste Ministro con el
compadre Z.
- Ser Ministro, es más fácil que ser abogado, mujer, para ser abogado se
necesita estudios.
- Aquí no se necesita estudios para nada, borrico.
- Mejor será que lo dediquemos al comercio
- Si? como tú tienes tanta plata para ponerle un almacén
- Almacén! almacén! que comience por ser dependiente.
- No faltaba más!
- Lo mandaremos a una chacra.
- Anda tú, si gustas; mi hijo, que lisura!
- Lo que más le conviene es un oficio.
- Mejor sería barredor de calles o ladrón de caminos, te parece?
- Pero, mujer
- Abogado he dicho y abogado tiene que ser
Vaya, pues, que sea abogado. (Estas mujeres, señor, estas mujeres, que la
han dado porque sus hijos sean abogados, médicos, Ministros o Presidentes
de la República, refunfuñó el marido.)
- La señora cogió la manta y se fué ella misma a matricularlo: empeñó sus
aretes, vendió una sortijita, prestó plata y vistió de pies a cabeza a nuestro
joven universitario.
- Que bola salió el pobre.
- Machacaba como un demonio, lo aplazaban todos los años pero él dale con
el estudio.
A pesar de su brutalidad, no tenía un pelo de tonto, como que aquí esa es la
regla general; brutos por mayor y menor; cándidos.... ni noticias; de manera
que, adulando a los profesores y cabuleando de año en año, fue venciendo el
trabajo; y por fin, con una tesis escrita por un amigo de casa, se recibió de
bachiller.
Qué gusto para doña Manonga el día que esto sucedió!
- Ya lo ves, ño Silverio? dijo a su marido, ya lo ves? Mi Juan es Bachiller!
El padre se encogió de hombros, como diciendo: porqué yo también no me
habré graduado?
Pasó a la práctica en el estudio del doctor don Juan Manuel García Carabobo
y Siete Geringas, y a los dos años hubo cerveceo en la casa de Pichón y
sueltecito de crónica que dijo:
"JURAMENTO.- Hoy ha prestado juramento, ante, la Excma. Corte
Suprema, el estudioso y recomendable joven Juan Pichón, uno de los
mejores pichones de San Carlos.
Deseamos al graduado el más venturoso porvenir."
- No lo ves? Calafate, volvió a decir la madre a su marido: no lo ves, tío
Pelmas? Ya está de abogado.
-De hecho pasó este reverendo camote, medio sacrón, eso sí, y más que
medio busca vida, al número de esos abogados que se están con la boca
abierta viendo defender pleitos y sin que les caiga ni un cliente de Juzgado
de Paz, abogados vírgenes, que conocen el papel sellado por noticias y que
sin embargo de tener ventanita de reja y planta ajena, viven con los brazos
cruzados, leyendo novelitas y hablando de política; abogados a cuerpo
gentil, vacíos de mente y de bolsillo.
Un día, este miembro de ese cuerpo de letrados indefinidos que para nada
sirve, dijo en la mesa.
- Caracoles! Si tuviera un empeño, me haría nombrar Juez de la. Instancia de
Pelagatos.
Empeño, dijo? si estamos en la tierra de los empeños…
La madre volvió a coger la manta y anduvo de Herodes a Pilatos; vió a los
jueces, a los vocales, al Prefecto, al Ministro, al Todo Poderoso; y no
contenta con sus súplicas personales, obtuvo cartas de recomendación del
Padre Eterno y de la Santísima Trinidad, y removiendo Cielo y tierra
consiguió que a Pichón a ese calabazo vacío, sin práctica y sin nada lo
nombraran Juez de la. Instancia de Pelegatos, posponiendo a multitud de
personas de mérito y sobre la cabeza de todos los que se hicieron cruces al
ver a Juan Pichón en terna.
Con cuanto gusto leyó en alguna crónica:
"PELAGATOS.- Con esta fecha el Dr. Juan Pichón ha sido nombrado Juez
de la. Instancia de Pelagatos: felicitamos al inteligente doctor Pichón;
felicitamos al Supremo Gobierno, felicitándonos por nuestra parte por tan
acertado nombramiento."
Este suelto lo hizo redactar el mismo Pichón y lo llevó, por supuesto,
personalmente a las imprentas.
- No lo ves?, Jurumalla, volvió a decir la madre, que jamás olvidaba la
oposición de su marido, no lo ves? Taita Candelejas, y pasó a preparar el
equipaje.
- No seas cándido, le dijo, al acomodarle las camisas, asegúrate, busca, mira
que en la sierra son muy brutos. Yo vi cornos se fue el hijo de las Lanzas y
hoy ya tienen casa propia, y él les manda de todo. Por lo pronto no te olvides
de mi cholita y una mujer para que sirva en la cocina. Ya tu vez como
estamos:
El doctor, que necesitaba pocos apuntes y que no había visto en casa otra
cosa que buscas y pellejerías; sin escuela de probidad y adiestrado para la
mamandurria, partió a su judicatura, como pudiera partir una langosta de
campo árido a los floridos sembrados de una tierra de promisión.
Con el mismo placer con que los cóndores se ciernen sobre las dilatadas
punas de Pelagatos, o los cernícalos cruzan por sus quebradas, así emprendió
la marcha nuestro flamante juez, llevando por amanuence a uno de esos
famosos come-tinta del Palacio de Justicia, especie de gancho que, a manera
de Cicerone, iba a servir al señor juez para guiarlo por el intrincado laberinto
de la cábula.

EN LA PROVINCIA

Dos familias se disputan la preponderancia en la provincia: la familia de los


Churgapes, y la de los Cungules: son las dos ruedas sobre las que andan los
intereses del lugar; ruedas constituidas de manera tal, que si la una gira para
adelante, la otra gira para atrás: nunca se les vé dar vuelta en un mismo
sentido.
Ahora ñaupas, estas familias tuvieron, recién se fundó la población,
desavenencia por vara y media de terreno; de esta desavenencia nació un
pleito, y de este pleito algunos asesinatos, y el odio a muerte que se juraron
Churgapes y Cungules.
Cada una de estas familias tiene sus padrinos en Lima, y según sea el color
político de estos padrinos, es el de ellas.
Si un Churgape es autoridad, todos los Churgapes lo son.
Churgapes o Cungules hay que llegan hasta la representación nacional, y
cuando esto sucede, pan que rebanar tiene la otra familia, porque se eterniza
de representante el Churgape que entra al Congreso, quien consigue que el
Subprefecto, el Juez y tuti quanti sean de su camada.
Tenemos pues estos dos factores de la discordia lugareña, y como en el
pueblo los que no son parientes de los Churgapes es por que lo son de los
Cungules y al revés, los que no son compadres de los Cungules es por que
son ahijados de los Churgapes, y al que se llama a independiente se lo
sorben entre unos y otros, he aquí que hasta los forasteros tienen que
enrolarse en las filas de estos gandules, cuyas gracias se reducen: a dar de
palos al más pintado, sin que nadie les diga nada; a despachar o hacer
despachar al otro mundo al que puede servirles de estorbo; a quitarle a los
infelices sus propiedades y a disponer de vidas y haciendas con absoluto
despotismo: ellos son los reyes chiquitos y ellos abusan de lo que quieren y
como quieren.
Ver a un Churgape en su hacienda es ver un caballero feudal de los más
refinados de la Edad Media. El palo y el látigo, son moneda corriente allí.
¡Ay! del pobre indio que se atreve a tener un buen caballo o algún objeto de
valor ¡ay! del que no saluda con los ojos fijos en el suelo, las manos juntas y
el sombrero bajo del brazo ¡ay! de la pobre madre que tiene una hija
buenamoza o de aquella que lo es; no hay forma de que escape de las
caricias del patrón; así andan entre la peonada y por los campos multitud de
cholitos, que son la vera efigie del señor, y que sin embargo visten harapos.
Para esto y para esquilmar a los que tienen la desgacia de ser sus súbditos, se
pintan; así es como juntan dinero y como lucen los estribos chapeados y las
muías y los caballos arrogantes; no dejando sin infamar ni el lecho de sus
criados
Esos soberbios trogloditas, cuando llegan al pueblo tienen todas las
atenciones, monopolizan todos los bebederos y barren, en jaranetas con las
hijas de la gente media; y en lúbricos bailes, que fomentan entre lo que
llaman las primeras familias, se entregan al sibaritismo más completo.
¿Quién les va a decir una palabra?
- Ya patearon a don Fulado
- Ya se sacaron a la hija de don zutano
- Ya le quitaron la mujer a mengano
He aquí las novedades de las gentes cuando los Churgapes o los Cungules se
presentan en las fiestas de Pelagatos.
Ojalá que ese salvajismo de vida correspondiera a cierta virilidad o cierto
carácter para los grandes hechos: son guapos para abalearse entre ellos;
guapos para pelear las alcaldías, guapos para cansar la mejor muía en una
cuesta; guapos para sostener tres o cuatro noches de tuna; guapos para servir
como perros a sus partidarios de Lima; pero el día que el grito nacional
estremece la tierra, y la bota del enemigo extranjero ultraja el suelo, ese día
refunden las muías en las entrañas de los cerros; amarran las talegas con dos
o cuatro coche ñudos guardan el pellejo con el mayor cuidado; para eso son
los indios, que por sartas envían de recluta, y los pobres que no tienen
padrinos.
Después de estas dos familias poderosas, no hay Pelagatos otra cosa que
gente infeliz a merced del abuso de todo el mundo.
Sale, pues, Juan Pichón de Lima con cartas mil de recomendación para
Churgapes y Cungules, y con cartas de ofrecimientos regios de estos; y
según como anda el pandero, así se resuelve a elegir entre los unos; que le
preparan casa, y los otros, que le mandan bestias y arrieros.
La llegada del señor Juez a Pelagatos es como la entrada del Señor de la
Caña.
Hasta dos o tres leguas fuera de la ciudad vienen Churgapes y Cungules en
sus mejores bestias, provistos de licores; entre la comitiva se distinguen, por
su comedimiento, los más afamados tinterillos, y los escribanos en bomba.
A la puerta de las casuchas de los indios y en las encrucijadas del camino no
faltan grupos de infelices, de entre ellos no pocos con la boca abierta
inclinándose reverentes.
A la entrada del pueblo se anuncia la llegada del Juez con cohetes de
arranque, y el pobre sacristán echa a vuelo las campanas, ni más ni menos
que el domingo de Ramos.
-Ha traído carta del Presidente! exclama uno.
- Toma sus copitas, agrega alguien.
- Oiga? responde una mujer
Y mientras el pueblo comenta a su manera el Juez echa pie a tierra y vienen
a visitarlo el señor Cura, el Alcalde y los vecinos más notables, viene
también la banda de música y la casa se llena de curiosos.
-¿Sabe U. que esto no es como nos decían? dice al oído del Juez su
escribano de Lima. Esta gente es muy cariñosa! y qué barato es aquí todo!
me parece que estamos bien.
- Así lo creo, responde el Juez, tan satisfecho como su adlatere.
Nada falta a S.S. en efecto: desde la cama hasta la despensa, todo es de lo
mejor, y lo que más le gusta es el servicio de mesa; todo de plata.
- Cómo quisiera tener otro igual para mandarlo a mamá, dice.
Un Churgape anota este antojo, mientras un Cungul acaba de obsequiar a
S.S. la magnífica muía que ha montado.
Más tarda el Juez en manifestar su agrado por tal o cual objeto, que en
anotarlo algún Churgape.
Cuando se va a acostar le dice el escribano:
- Lo que Ud. no sabe es que ya tengo los cholitos que encargó la señora.
- Es posible?
- Y el servicio de plata
- Cómo?
- Comiendo; crée Ud. que me chupo el dedo?
El Juez escribe su primera carta en los siguientes términos;

Mi querida mamá:

"Llegamos sin novedad alguna: te aseguro que si El Tunante hubiera estado


por aquí ¡qué tipos los que te presentara! no te puedes imaginar las fachas y
fechas de esta gente; cada mujer es un adefecio, y cada hombre un costeo.
¡Qué tarros, hija, los que por aquí se usa y que levas! El cura me vino a
visitar con bufanda, y el Alcalde traía una cadena lo menos de dos libras de
peso.
"Me han regalado una muía y un magnífico sombrero de paja.
"Zanguijuela te ha conseguido los cholitos y un servicio de plata. Si esto es
llegando ¿qué será dentro de un par de meses?
"Yo no sé cómo la gente vive en Lima. Esta es, hija, una tierra de bendición:
una gallina vale un real; huevos ocho por medio; papas la carga vale cuatro
reales y así.
"Siempre vendrás a convalecer por estos mundos.
"He notado que se bebe mucho, Zanguijuela está en bomba desde que llegó.
"Mándame un revólver, porque me dicen que esta gente es medio alevosa
cuando uno sale por la noche; y aunque los señores Churgapes me han dado
un buen guarda-espaldas, como estos señores tienen sus pleitos con los
señores Cungules, pudiera ser que sobrevenga algo.
"El Juez es aquí un Dios, con que, ya puedes figurarte.
Tu hijo - Juan Pichón."
"Pta. Has que digan algo en los periódicos de mi recibimiento: te mando lo
que ha dicho el periodiquito de aquí: quitale un poco los elogios."
El periodiquito decía:
BIENVENIDA - Hoy, a las cuatro de la tarde, ha llegado a nuestro amado
suelo, el eminente jurisconsulto doctor don Juan Pichón: tan distinguido
personaje tiene todas las cualidades de un buen juez, pues como dice
Cicerón (aquí una largar cita de Cicerón) deseamos que la balanza de Astrea
sea manejada sabiamente, pues como dice Platón (aquí otra cita de Platón).
Nada hay para un pueblo tan benéfico como un magistrado integro, pues
como dice San Borondón (aquí otra cita de San Borondón). Es por esto que
desde lo más recóndito del alma felicitamos al preclaro doctor con las
palabras de Catón (aquí las palabras de Catón). Y felicitamos a Pelagatos de
todo corazón, como diria Flacmarión (aqui otra frase de Flacmarion).
DIEZ AÑOS DESPUES

Han transcurrido diez años desde que Juan Pichón se hizo cargo de su
judicatura: el barniz de Lima ha desaparecido y se ve en cambio en él la lana
de Pelagatos.
El señor Juez es un hombre de anchas espaldas, pulmones poderosos, buen
estómago y mejor vejiga; lleva los ojos inyectados de sangre, la voz ronca,
la nariz colorada, el pelo largo y mal recortado, la barba desgreñada y
aspecto de jarana.
Sus pantalones con dificultad se le sujetan a la cintura; entre el chaleco y
ellos, con frecuencia, asoma la indiscreta camisa, formando un rebujón;
completa su traje un ancho saco, en cuyos bolsillos jamás falta algo para el
estómago, y un sombrero de panza de burro colocado a lo mozo malo.
El señor Juez se levanta a las seis de mañana, hora en que suelen venir a
visitarlo el Cura y algunos compadres, con los que, en mangas de camisa, sin
dejar el cuarto de dormir, despachan los tres cuartos de botella que siempre
queda sobre la me- sita de noche; a esto llaman "el corte"
A las ocho sale a dar una vueltecita por la plaza, y hace estación en la tienda
del bodeguero más acreditado, donde en charla amigable, entre él y otros de
su devoción, se toma el biter y se juegan diez o doce copitas, lo que el señor
Juez llama "La sumilla del expediente".
A las diez va a almorzar en casa de su compadre Tal, uno de los poderosos
del pueblo, por supuesto, y lo primero que se pone en la mesa es la jarra de
chicha para S.S.; "el compadre no puede estar sin su chichita" dice la señora
de casa, que cuida de tener botija permanente.
A las doce al despacho.
Bien enchichado, visa los expedientes, dejando que el escribano disponga
como de cosa suya.
El fuerte del Juez son los juicios criminales y los deslindes: cada deslinde es
como una visita de Subprefecto; S.S. barre con lo que puede, amén de fijar
los linderos más ventajosamente para aquel que le paga más. Cada juicio
criminal es una veta en la que corta a cincel y sin misericordia; el asesino
más famoso, el ladrón de caminos mas conocido, el criminal más digno del
Panóptico, con dar al escribano 200, 400 500 o más soles divisibles entre
S.S. y él, es absuelto inmediatamente.
Con esto y con nombrar jueces de paz a los que son de su camanchaca, para
lo que suele decir también: "no hay nombramiento, no habiendo vénganos" y
se rasca la palma de la mano, con esto, decimos, y con nombrar a los de su
círculo, el señor Juez tiene una renta de 500 y mil soles mensuales, fuera de
obsequios y de fragilidades.
En cometer todo género de venalidades, de la manera más descarada y
temeraria, pasa en el despacho hasta la cuatro. A esta hora deja al escribano
haciendo de las suyas y el se va a picantear, acompañando de lo más perdido
del pueblo.
Así anda este Heliógabalo, padre de la lujuria, primo hermano de Baco y
sobrino de Caco, a nombre y representación de la ley, agobiando a los
infelices, favoreciendo picaros, dando alas a los que medran con el pueblo y
sacrificando a cuantos tienen la desgracia de caer en sus manos.
Le temen y le odian.
Tiene chacras, propiedades en la ciudad y minas, es Juez y defiende muchas
veces a las dos partes; cuenta con el apoyo de los de cabeza colorada, que lo
hartan a regalos y se pasa la vida de un sibarita.
A su lado, crecen y se multiplican los escribas y fariseos; es decir los
papelistas y los agentes de pleitos de peor calidad; es como el jefe de
numerosa cuadrilla de bandoleros; no tiene más ideal que sus vicios y
personifica en la provincia todas las corrupciones.
No le importa el clamor de los desgraciados, ni hace caso de lo que dicen.
Cuenta con altos personajes, cuyos intereses políticos secunda y alardea de
su influencia.
Los Cholitos
Para el niño indio, no ha llegado la misericordia del movimiento general en
favor de las criaturas: nace con el signo de desgracia y está destinado a ser
esclavo: se le emplea en servicio de las casas de los patrones en el pueblo,
donde por lo general en cambio del plato de comida y de la ropa, con que
cubren su desnudez, se les trata con una dureza inquebrantable: palo, látigo,
coscorrones, son el pan nuestro de cada día.
La ira de las niñas mujeres de la familia "decente" que los tiene; el mal
genio de la patrona, desfogan en las costillas de los cholitos o de las chinitas,
de los cholos o de las chinas del servicio, cuyos cuerpos acardenalados más
de una vez podrían servir para un reconocimiento de juicio criminal.
Los apodos más denigrantes; las injurias más soeces; son el vocabulario en
la intimidad del trato que se suele emplear con los pequeños indios de
servicio.
Cuando no sirven en los pueblos, los envían de regalo a la costa, y en la
costa son muy contadas las familias que dan trato racional a los criados; se
les tilda de brutos, de ladrones, de hambrientos y haraganes; quieren que sin
que nadie les hubiera enseñado, sepan hacer cuanto se les manda, se les trata
con menosprecio y siempre con dureza.
Entre tan general miseria, se destaca por su infortunio el hijo del pastor y los
infelices cuidadores de chanchos en las haciendas.
El hijo del pastor, que nace, más ni menos que los hijos de las ovejas, a la
intemperie, que crece sujeto a la escasez más espantosa y al mayor de los
desamparos, cuando llega a los 7, 9 o 10 años, sale tras la majada a vigilarla
con los perros escuálidos, en medio de las tempestades.
Los pastores de chanchos son aún más infortunados; hechos pedazos, sin
ropas entre los zarzales, lastimadas sus carnes, llenos los pies de piques,
hasta no poder caminar sino defectuosamente, van tras la manada de cerdos
famélicos, que por buscar que comer serían capaces de saltar sobre púas
ardientes, y sujetos a la misma intemperie de los pastores de ovejas, tienen
además de los guijarros para sus pies desnudos, las púas de las pencas y los
garfios de los tantales, que, como la corona de espigas en la cabeza de
Cristo, se clavan en sus carnes curtidas por el sol y apenas cubiertas con
harapos.
La Mujer en el Interior

Terminadas las batallas de la independencia, quedaron dos grandes


problemas por resolver en las repúblicas sudamericanas; el de su
organización política; y el de la constitución de sus respectivas
nacionalidades, sobre la base de sus pobladores naturales. Ambos problemas
continúan todavía irresolutos; el primero lleva camino y buen camino en
alguna que otra república, continuando en la más en un estado
verdaderamente deplorable; el segundo ha sido afrontado briosamente por
naciones como la República Argentina, que, siguiendo el consejo de sus
estadistas, y llevando a cabo la porfía de Alberdi, progresar es poblar, ha
levantado la compuerta y dejado inundar su suelo por torrentes humanas,
que, a borbotones, se derraman en diferentes direcciones.
En el Perú se ha tenido y se tiene aún una masa de población fuerte, vigorosa
e inteligente, cuya depresión y aniquilamiento viene realizándose desde la
conquista acá, tan cruel en aquella época, como despiadada durante el
coloniaje y en la actualidad de la república.
¿Cómo subsiste todavía a pesar del alcohol de la ignorancia y la opresión?
Es verdaderamente admirable: atribuimos la resistencia de esa raza a las
cualidades de la mujer; la india no bebe, no es alcohólica; ella se alegra,
sigue al indio en sus fiestas, baila y canta con él, pero no bebe; ella le
elabora la chicha en sus festejos, y se la vende en los caseríos y pueblos; ella
cuando está preso o cuando hace la vida de soldado, introduce en la cárcel o
en el cuartel la tripa llena de aguardiente, y es él que se la toma con los
amigos. Esa relativa abstinencia de la india y su seno prolífico, hace que
vaya aún sobrenadando aquella raza en el naufragio de su aniquilamiento
decretado; muere como soldado el indio, porque es el único sobre el cual
pesa con todo su rigor el servicio militar; y muere como peón, porque son
arreados a millares a las montañas insalubres o conducidos a la fuerza al
trabajo de los ferrocarriles; mueren alevosamente a centenares, y sin
embargo, es todavía numerosa la población indígena, que no es ni con
mucho de gente despreciable por su raquitismo o imbecilidad; es fuerte, es
resistente, es hábil y relativamente sobria.
Atribuimos a la mujer muchas de las buenas condiciones del hombre.
Veámoslo gráficamente en los diferentes matices, en los más claros que la
mujer, que la india ofrece, desde lo más puro de la raza, o sea la india de la
estancia, hastala de pueblo, hasta su transformación en mestiza, graciosa y
buena hasta su última evolución en blanca, patrona o hacendada.
No se comprende cómo con un elemento tan rico en condiciones de vida,
jamás se haya intentado su mejoramiento ni su constitución definitiva para la
formación de la nacionalidad.
Son tres las categorías en que puede clasificarse a la mujer del interior: la
campesina, la que podríamos llamar la jornalera, la india de raza pura; viene
después la comerciante, la mestiza, y finalmente, la patrona, la hacendada, la
propietaria, la blanca chola.
En ninguna de estas tres clases, se conoce la ociosidad.
Para conocer a la primera basta salir a los caminos, o visitar los campos, y
allí se le ve con sus vendimias yendo al pueblo o arrojando la semilla en el
surco, cutipando el maíz, venteando las arvejas, etc, recogiendo la leña.
Ninguna vive mano sobre mano, atenida al marido o esperando del hombre
el pan nuestro de cada día; es la compañera del peón, con el que comparte
las faenas del campo.
Para conocer a la segunda, no hay más que recorrer las calles de un pueblo,
para verla tras el mostrador comerciando o tejiendo, deshilando o bordando.
Sirve de intermediaria entre la mujer de la primera clase y la última, vende a
esta lo que le encarga aquella o revende a aquella lo que ha comprado a esta.
La patrona es la mujer de la primera sociedad en los pueblos, la que no
desdeña despepitar algodón con propia mano, la que monta a caballo, va a la
hacienda y ordena las siembras, las cosechas, las cuentas de ganado; la que
presencia el despacho de cargas, vigila a los arrieros, sube a los terrados,
escoge las semillas, dirige los trabajos con actividad e inteligencia.
¿Quién de ellas no tiene un buen cofre de alhajas?. ¿A cuál falta el servicio
de plata?
Guardadoras, económicas, laboriosas, activas, madrugadoras, sobrias, sólo
viven preocupadas del trabajo.
En las grandes festividades, cuando se dirige de un pueblo a otro, monta los
mejores caballos, que maneja con gallardía y sin temor, y en los bailes del
pueblo arrastra el mejor gro, calza la bota más elegante y lleva los dedos
cuajados de brillantes.
Si se ofrece gastar, erogar, oblar para algo piadoso o patriótico, no se para en
pelillos, ni espera que el marido le dé para salir airosa: se suscribe por propia
cuenta, generosamente, con el doble o triple de lo que eroga cualquier
hombre; es puntillosa, delicada. El mayor insulto para estas tres clases de
mujeres, es llamarlas ociosas.
Luce buenos colores, carnes macizas, cutis fresco, cabellera lustrosa, fuerza
en el corazón y en las formas. Sus ojos tienen el brillo de los límpidos
manantiales, sus cabellos retintos se parecen a las alas del tordo; su color,
más que de flores, es de frutas: mejillas como cáscara de melocotón, labios
como café maduro y entre-abierto, lleno de jugo y suavidad. La salud y la
vida en himno viviente a la naturaleza.

Tipos de Imprenta

EL DIRECTOR A LA VOLASTICA

No se concibe el Pelagatos un Director sin importancia, como no se concibe


un maestro de ceremonias sin ínfulas.
Directores hemos conocido, y muchos, que podían contarse en el número de
los infelices, pero eso sí, con todo el tono y las riquisitorias de un Girardín.
"El Director lo manda"; "lo ha ordenado el Director"; "el Director esta hoy
como un demonio"; "el Director está como unas pascuas"; frases son todas
estas que, desde la puerta de la imprenta, hasta el último rincón del taller,
corren, a manera de contraseñas, y pasan de boca en boca, para prevenir a la
gente.
A veces se le ve inclinado sobre su mesa, sólo, meditabundo, en postura
académica, rodeado de papeles y libros.
Qué medita?
Qué problema de trascendencia le tiene así preocupado?
Qué asunto nacional, que alto interés de la sociedad o del hombre le
inquieta?
Nadie se atreve a interrumpirle.
Los empleados pasan junto a la puerta de puntitas y poniendo el dedo en la
boca, anuncian al que llega o al que levanta algo la voz, que allí está el
Director, y que probablemente se ocupa de resolver un asunto muy
importante: tantísimos asuntos de los que están sobre el tapete, para la santa
misión del periodista.
Pues nada de eso: rarísimo será que se ocupe de semejantes cosas.
El señor Director está redactando, nada menos que, un tirito que debe salir
en la crónica; o aplicando algún vapuleo en el comunicadito oficial, para
frotoconizar al enemigo político, que lo está trabajando de algún modo.
El Director tiene más enemigos políticos que pelos, como que la política es
su gran campo de batalla, su terreno, su encrucijada y su palenque. Y que
política esta, por supuesto, de sube y baja, quita y pon, mete y saca,tumba y
remanga: política casera, llena de intríngulis y de recovecos, que sería zarzal
para los Salisbury y que es paraíso terrenal para este personaje rarísimo, que
sabe de todo, que conoce a todos y que en todo y por todo juega en las
grandes combinaciones y negocios.
Su presencia en la imprenta es como la de esos espantajos que se colocan en
las chacras para ahuyentar los pájaros, algo que funciona como la sombra,
como el ser invisible.
El Director tiene familia
¡Ah! la familia del Director!
Otra potencia.
Sus hijos o sus sobrinos o aunque sea sus entenados, participan del derecho
de prosa del señor Director, y entran y salen a la imprenta con un airecito de
dominio, que es como para matarlos a bostezos.
"Mi tío, mi papá".
Los parientes del Director, son como los parientes del Presidente, cacarean
el parentesco a cada rato.
El Director, como el león de la fábula, tiene por supuesto, la mayor tajada en
el reparto; para él no hay apuros; la caja debe estar bien provista y
disponible en cualesquier momento.
El Director pide lo que quiere y toma lo que le da la gana.
Toma también a primicia de las mejores fiestas y los mejores espectáculos.
Después del palco de la Municipalidad, es el palco del Director; y ¡ay! de la
compañía que no se lo reserve.
No se le hace revista; o si se le hace quedan crucificados desde el primer
cantante hasta el último violin de la orquesta.
Hemos dicho que el Director, es una potencia y esta potencia tiene sus
pachillas.
El amigo del Director , por ejemplo.
Este sujeto, persona de su más intima confianza, es como si fuera el dueño
mismo.
El amigo del Director tiene gratis el periódico en casa y dragonea de vez en
cuando en el palco o en el asiento del cronista.
Cuando el Director dice aprieta, el amigo del Director dice machuca; y
cuando el Director dice afloja, el amigo del Director dice desata.
¡Ay! del cronista, si por casualidad se resbala el amigo del Director.
- Hombre, porque no escribe Ud. contra esa mala costumbre de arrojar
cáscaras en la vereda?
Hombre, cuándo escribe Ud. sobre las cáscaras.
Hombre, qué bien se ha acordado Ud. de las cáscaras.
Hombre, de todo se ocupa Ud. menos de las cáscaras.
Por fin habla a su amigo y el Director, sonriendo, da la orden: ponga Ud.
algo sobre la cantaleta.
Por este orden son todas las futilezas del amigo del Director, que siempre se
sale con la suya.
Y es que quien manda manda: el Director es el Director y todo el mundo
boca abajo: tiene la omnipotencia de su real voluntad y con decir ya no
necesito de sus servicios, adiós pan nuestro de cada día. ¡Este bendito pan,
tan amargo para todos los de la imprenta! tan suculento y tan sabroso para el
Director!

LOS SUELDOS

Nada hay tan mal remunerado aquí como el trabajo intelectual.


No la habilidad sino la habilería, es lo único que medra; la destreza, la maña,
a la sombra del periódico, para el mayor trascanchulleo; pero el trabajo real
y efectivo: lo que llamaríamos el sudor de la frente de los que escriben, cae
como sobre roca de pedernal, sin hacer brotar mas que angustias.
Desde el llamado redactor, hasta el más humilde repórter, todos tienen lo
bastante para morirse de hambre.
¿Y por que tamaña baratura?
Por el exceso de la mercadería. Como aquí todos escribimos, hay tres
millones de redactores, que se contentan con cualquier cosa, porque en
Pelagatos, felizmente, se puede vivir con cualquier cosa.
A la comodidad de no comer, júntase lo de la prosita: por echarla de
redactores de cualquier parte se las pelan. Necesidad de prosa, y muy poca
de pan, influyen poderosamente para hallar escritores a topetones.
De aquí que se hayan visto y no hace mucho, redactores, que llegaron a
personajes, que pasaban revista como celadores de esquina en un periódico
oficial.
De aquí que todos los sábados viera este servidor de Uds. a un excelente
sujeto, un hombre de talento; pero modesto, hacer como de centinela a la
puerta de una imprenta, aguardando que el señor Director, un camotón
monumental, ordenara le dieran los ocho soles semanales que era el sueldo
de nuestro amigo, que al apurar un bíter en el hermoso salón del Club
Francés nos dijo cierto día.
- Si no fuera esto, señalándose los puños y el cuello de la camisa, me moriría
de hambre.
- Qué quiere Ud. decir?
- Que en casa, coso cuellos y puños y que con esto vivo.
30, 40, 50, 80, 100 soles, sueldo de redactores principales; es decir, hasta
editoriales a real.
10, 20,40 soles, sueldo de cronista, es decir crónica hasta de a centavo.
Corrector; yunque permanente, que con la mirada clavada sobre columnones
feroces, casi sin almorzar, sin comer, ni dormir, ni rascarse, día y noche,
máximum 80 soles…!
Que serán los repartidores, por supuesto, y la demás gente menuda; pero
todos están conformes, todos viven alegres, y orgullosos, hay como
hipnotización bajo los techos de los periódicos, y no sólo viven satisfechos
sino que a semejanza de las mujeres que no dicen su edad, los redactores de
periódicos no confiesan su sueldo.
De esta baratura de artículo resultan los redactores ad honorem redactores de
entradita.
Largue Ud. la tarjeta y le lloverán revistas gratis; quiere decir que las
imprentas no pagan al crítico que con su especialidad busca gloria y
provecho, son todos los empresarios de todos los espectáculos, desde la
ópera hasta los títeres y desde los toros hasta el palo encebado, los que
abonan la redacción de sus revistas.
Es un do ut aplaudas perfectamente original.
Como los ferrocarriles suelen largar también el agua, viajaba una señora con
una libreta que alguien se la prestó en imprenta.
- Señora, le dijo el boletero, esta libreta no es de Ud.
- Si Señor mía es
- Pero aquí dice; repartidor.
- Es que
- ¿También es Ud. repartidora? Es otra cosa; agregó el boletero, sonriendo.
Y si esto sucede en la capital ¿qué será en las provincias?
Eso debe ser un costeo.
LOS LOCALES

Imaginemos que tratamos de fundar un periódico.


Pues buscamos un corralón, un tambo, una casa de Beneficencia de las más
averiadas, alguna finca en pleito, que nos la puedan dar a huevo, o como si
dijéramos alguna tasajera para secar cocopa.
En ese local, húmedo y oscuro, sombrío y desmantelado, procedamos a
levantar telares y a poner mamparones y mamparitas, y a dividir y subdividir
las habitaciones, con tabiques, como galleras; encajonamos al Director en un
sucucho, con su carpetita elegante, su estante con unos cuantos librejos de
consulta, le hacemos arreglar un saloncito de recibo, en el que quepan hasta
media docena de sujetos, para las grandes reuniones, y ya tendremos lo
mejor de la casa.
En seguida, tras la sala del Director en otro agujero, colocamos una mesita,
aunque sea de las de jugar rocambor, y allí instalamos al señor redactor
principal.
Metemos a los cronistas en algún entresuelo, o cosa parecida, con su mesón
y sus periódicos, su tinajita de agua, sobre ladrillo puro y sin más mueblería
que unas cuantas silletas cojas.
La administración puede instalarse cerca de la puerta de calle, o debajo de la
escalera; bastará para ella dos varas de terreno, en uno de cuyos rincones
podemos colocar la cajita de fierro.
Como no han de venir a contratar avisos, sino de vez en cuando pues el
único movimiento diario de avisos, es el de las defunciones y los
comunicados, (uno que otro prójimo al día), bastará con un par de silletas,
para tan numerosas visitas.
El taller puede ser el traspatio, cubierto con un poco de calamina y algunas
tablas viejas escaleritas por aquí, cajoncitos por acullá, graditas, tropezones
humedad, negrura, braquetetitos de gas, desaseo, clavitos en los pilares para
que los operarios cuelguen su saco o su sombrero y allá en el fondo de un
corralito o tras algún recodo, el excusado general, repleto de inmundicia,
fétido y empapelado al natural, desde el suelo hasta la techumbre; el más
soberbio laboratorio de toda clase de microbios, a bien que por aquí jamás
ha de llegar el inspector de Higiéne; una semi-pocilga, en la que puedan
habitar cómodamente unos cuantos millares de insectos, y por bajo del que
correteen, en deliciosa huelga, infinidad de ratas.
Esto, si deseáramos tener imprenta grande; que para una pequeña, con
alguna tienda o casita muy vieja, estaríamos del otro lado.
Por supuesto, pintando por fuera al óleo y tapando las lacras interiores, con
todo el aparato de decencia que no pase del patio.
Los pobres diarios no han sido si no tiendas provisionales de campaña;
toldos, bajo los que se han batido nuestros mejores hombres públicos, que
han ido dejándolos, traspasándolos o alquilándolos, parque otros los
remienden y sigan manteniendo con puntales.
Tal vez esa falta de luz y de aire, esa especie de camarotes en que se han
encerrado para trabajar los hombres de pluma, habrá influido en la falta de
vuelo de la prensa, pues no debe ser lo mismo para un músico, ponerse a
componer bajo las amplias bóvedas de una soberbia catedral, que bajo el
techo de las iglesias de la sierra, cuajadas de nidos de murciélagos ode
cargaches llenas de goteras y de santos descoloridos.

LA SUBVENCION

La subvención es la marca que se le pone al periodista, como la que se pone


al ganado, no sólo para distinguirlo de los demás periodistas, sino de los
demás mortales.
Periodista subvencionado, es periodista marcado, periodista que lleva tizne,
o al que le han cortado las orejas, un periodista mocho, un cachílugo, un
vendido, un esclavo, un desgraciado, con todo el talento más descomunal
que se le suponga: es una eminencia con lepra.
Es menos que un doméstico intelectual; una máquina de decir lo que le
conviene al que le paga.
Vivir de subvención, es como engordar del puchero de los descalzos; es ir
con la latita a determinadas horas a recibir el cucharonazo, entre limosneos y
vagos.
Las subvenciones son directas e indirectas; directas las que se largan sin
escrúpulo; "para don Fulano de Tal"; en la partida de extraordinarios;
indirectas, las que vienen a titulo de publicaciones o de trabajos que se
mandan hacer.
Lo que podía costar diez soles, impreso en una prensa independiente, se
envía a tal periódico, aceptándose la planilla ó cuenta que él pase; 200.
Las subvenciones suelen venir de arriba o de abajos; subvenciones de arriba,
cuantas largas el Ejecutivo para que se diga: ora pro nobis.
Hizo este disparate:
Ora pro nobis.
Hizo aquel zambumbeo:
Ora pro nobis
Fundió a medio Perú:
Ora pro nobis
Esas son las subvenciones de arriba, las de todo lo alto, las que chorrean
grueso, las que caen como de saco descosido, de mil en mil, hasta doscientos
mil y hasta un millón, según los tiempos y según la tarasca.
Las por lo bajo, son las que largan las empresas, los negociantes, las
instituciones, so pretexto de publicación de documentos o de avisos, para
tener amarradita la lengua del vocero del público, para hacerse echar bombo,
para tener quien o quienes defiendan: esas subvenciones varían, desde lo que
se afloja en redondos, con la mayor puntualidad, hasta las libretitas de
gollerías; pequeños gajes que adormecen el criterio y hacen somnolente la
conciencia: dulcificaciones de pluma, pequeños ora pro nobis que se hace
entonar al menudeo.
La subvención es como si dijéramos la sarna perruna, el gálico, cristalino, la
elefantiasis.
El monstruo de la prensa.
En las provincias hay también esa carachita: los Prefectos y los Concejos
han llevado esa enfermedad. Aquí se larga el agua por anchas y cómodas
compuertas, a borbotones en chorrera sonora, allá la cosa se hace por
chisgueteadas, por pequeñas lamidas; aquí se cucharea, allá se raspa; aquí se
llena la barriga y allá el cuajo aquí da torozón, allá schucaque: los que aquí
forman la jauría son lucios y regordetes podencos y sabuesos que tienen
pulmones para aullar a más y mejor; los de allá son pobres canschules,
latangocitos churres, que con rabo entre piernas apenas tienen resuelto para
ladrar bajo las patas del caballo de la autoridad.
Que desgraciado es el lugar o el país en que abunda la prensa de mamadera!
Alli se vive de puro convencionalismo; la gente se desayuna con mentiras y
duerme en el mundo de las ilusiones.
Se vive porque se resuello, pero no porque se aliente de Belleza, de Verdad,
ni de Bien.
Se vive porque se dice que se vive, no porque se sienta la vida.
Se vive como en un paroxismo, No hay salud, no hay conciencia de que se
vive.
La subvención es la brujería, el chamico, la sugestión, el hipnotismo.
La subvención es la cocaína, el doral, la morfina.
La subvención, por eso, después de calmar y adormecer concluye por matar.
La subvención es el veneno administrado en inyecciones.
La subvención es el tabacazo que dan a los dueblos los que se los quieren…
fumar.
Cuando había horcas se rentaba verdugos; pues los subvencionados son otra
laya de verdugos; más alevosos, mucho más temerarios, infinitamente más
desalmados; aquellos se montaban sobre los hombros del ahorcado y lo
acababan de estrangular; estos se montan sobre la opinión pública apoyados,
sostenidos, sujetos por las manos del que les paga y con el cinismo más
grande, la hacen agonizar.
El que subvenciona; y el subvencionado, son dos tipos de criminales, dos
alevosos que se juntan como el asesino y el puñal. Dueños de las
encrucijadas, el uno a la distancia observa el efecto de la operación del otro;
y este procura hacerlo bien para tener derecho de alargarle la mano.
El uno mide el tiro, calcula el efecto, precisa la puntería; el otro, asesta el
golpe, tiende la red entre las sombras, pone el sebo para que caiga el pez.
Son dos aliados que se adivinan el pensamiento; dos confabulados que se
interpretan a las mil maravillas; media palabra, un gesto bastan para dar
alcance al artículo de actualidad.
Dos conveniencias unidas por la necesidad, por varias necesidades.
Donde hay prensa subvencionada tiene el hombre de bien que hacer de
cuenta que camina en un despoblado.
Pesadas en una balanza las causas del hundimiento de la República; la
subvención pesaría tanto, como todas las demás juntas.
Cuando las gentes, queriendo darse cuenta de nuestras desgracias, dicen; "la
prensa ha hecho mucho daño"
"La subvencionada", contestamos, para deslindar responsabilidad y poner las
cosas en su sitio.
Aún no se da cuenta el pueblo de lo que quiere decir el tráfico del
pensamiento, la subasta de las conciencias.
PERIODICOS LITERARIOS E ILUSTRADOS

Fenómeno digno de observación es el siguiente: nuestros periódicos que de


literatura se ocupan, aparecen y desaparecen en la escena, como cosas de
novelería: con mucha bulla a la salida y como cohete que se ahoga a lo
menos pensado de su ascenso; sin embargo, sucede esto en un país
aficionadísimo a versos, muy dado a la lectura de novelas y en el que basta
para probar tal afición el sin número de gentes que se suscriben a un
periódico, nada más que por el folletín y los buenos reales que hacen las
casas editoras de obras por entregas.
Nada gusta más en esta tierra, por otra parte, que la figura; es por eso que no
hay quien no se haya retratado para hacer publicar su estampa en periódicos
ilustrados.
¿Por qué no ha sido posible aquí arraigar un periódico literario, o un
periódico ilustrado?
Por el gran costo de su producción.
El público quiere bueno y los editores de periódicos literarios o ilustrados no
se han imaginado que eso cuesta.
Querer tener periódico ilustrado o literario redactado por afición, es como
querer vestirse de regalo.
Para fundar un periódico de esa clase, se necesita: 1,° Un hombre de talento
que lo dirija y al que no se le pague cuatro reales. 2.° Varios escritores
escogidos que lo redacten; pero teniendo presente la empresa que son
también mortales y que comen como los demás, mejor que los demás, con
más buen gusto que los demás. 3.° Una buena administración, honrada y
bien rentada, inteligente, activa y que sepa lo que tiene entre manos; 4.°
Todo un artista o todos los artistas que se pueda para interpretar como se
debe, y con la prontitud y oportunidad que es menester, el pensamiento de
los que sepan escribir. 5.° Un capital descansadito para meterlo en el asunto,
sin pensar en ganar 2,000 por ciento y 6.° Un grado de cultura bastante en el
público capaz, en prirmer lugar, de suscribirse, y bastante decente para
comprender que el que se suscribe a un periódico debe pagarlo, como se
paga el pan y todo aquello que constándole a otro su trabajo no hay porque
nos lo de bóviles.
Uno solo de estos requisitos que falte, basta para que nazca muerto el género
de publicación de que nos ocupamos.
Esa ha sido la causa por la cual han tronado centenares de periódicos
literarios o ilustrados; alguna o varias de tales condiciones han faltado:
cuando no ha sido el Director camote, han sido los redactores de fiado.
De donde lo que no lo ha hecho la tijera, no habiéndolo querido hacer los
que sabían, la ha hecho esa manada de literatos ambulantes a los que más
tarda usted en pedirles una composición que ellos en mandarle un costal,
gentes que es chorrera de versos o borbotón de composiciones en prosa: que
escribe para todo y sobre todo, a los que no les cuesta escribir; y que joroban
al primero que se encuentran, leyéndole sus producciones, de las que
algunas se parecen al prólogo de una obra de cierto literato que comparado
con la Historia de César Cantú, como dijo Suárez Lacroix, resultaba la
Historia un telegrama.
Los aficionados empalagosos y los escritores de bombo son para los
periódicos literarios lo que las garrapatas para el ganado; lo entecan y lo
consumen.
Y vaya usted a deshacerse de ellos; se pegan como las espinas de tuna.
Los que saben escribir no escriben, o no les da la gana de escribir.
Entregadas, pues, las publicaciones literarias o ilustradas a las manos de
pecadores, han dado al traste con la literatura y con el Arte.
Hemos vivido de literatura pordioseada; pidiendo composicioncitas a los
amigos; y como todo trigo es limosna, hemos acogido cuanto buenamente
nos han querido dar, ofreciendo así periódicos de desperdicios, como los
Descalzos su puchero.
Los retratos por paga, han degradado las ilustraciones; los escritos por
bombo han ido hastiando al público.
Ambas cosas son la prostitución del Arte.
EL SUSCRITOR PELUDO

Tenemos, el suscritor religioso, que paga con escrupulosidad y con agrado.


Después de esta categoría, que constituye la clase honrada de la especie,
viene el suscritor remolón, que gusta del periódico, que también paga; pero
que se parece a las novias, que para dar el sí dan tres mil vueltas.
Entra en seguida el suscritor amable, el que con la mayor frescura se acerca
a la oficina, saluda con familiaridad, coge un periódico, lo dobla y, como si
tal cosa, lo coloca en su faltriquera, diciendo: "ahora lo veremos".
El suscritor pechuga es otro de la especie: este vive al aguaite del puesto, de
la peluquería, la botica o la vecindad, y no bien llega el periódico, frotándose
las manos se lanza, como si fuera el dueño, lo coge y sin venia de nadie, se
repantiga en un asiento y se pone a leer, como si le costara su dinero; o bien
lo dobla con cuidado y lo lleva a su casa.
Algunos de estos hay que no contentos con leer ellos, lo prestan, y entra aquí
el suscritor de segunda mano, que estropea la hoja, la ensucia, le rompe
algún pedazo, y la devuelve cuando no la torna a prestar al suscritor sin
gracia, que es aquel que lee el artículo que oye recomendar y que cuando le
reclaman el periódico dice: -"francamente, no me acuerdo dónde lo he
puesto"
Hay además los suscritores invisibles, seres que el espiritismo aún no ha
clasificado y que deberá colocar probablemente entre los espíritus malignos
y los burlones. Habitan entre las valijas o se ocultan entre las estafetas, y sin
fijarse para nada: 1 ° en que desprestigian al correo; 2.° que perjudican a
terceros, dándola de graciosos, birlan los ejemplares.
Sobre todas estas jerarquías de suscritores, esta el suscritor que tiene pelos:
el suscritor peludo.
El pechuga, el de segunda mano, el sin gracia y el invisible, son a veces
gente que no tiene como abonar la suscrición y que apela a artimañas para
leer de balde.
Son los zánganos de la colmena en que hacen de abejas los suscritores
religiosos.
El suscritor peludo es el famoso.
Generalmente disfruta de comodidades y tiene como pagar diez
suscriciones; más, por malignidad, defecto de configuración, manía,
tacañería o estudiado resabio, tiene el hábito de no pagar periódicos, sin
embargo de tener la costumbre de suscribirse a todos.
El suscritor peludo es el panegirista de la prensa; es el amigo de las
libertades públicas; partidario de la instrucción y declamador incesante
contra "las cosas de esta tierra". No bien sabe que algún prójimo va a fundar
un periódico.
- Soberbio, amigo mío, le dice, soberbio, cuente usted con un
suscritor; si usted gusta y hace como el que quiere abonar adelantado un año
o dos. Yo soy, agrega, panegirista suyo ¡qué periódico el que nos va usted a
dar!
- Gracias, señor peludo. No hay de qué, y el decidido protector se despide
abrumando al pobre periodista con exclamaciones y elogios.
Sale el periódico, pasa un número y otro, va el cobrador doscientas veces.
- "Yo no sé… cómo fue …qué pasó…"
Lo de la "Gran Vía"
Pero encuentra el peludo al periodista y le dice, palmeándolo o estrechando
su mano con sonrisa de íntimo regocijo:
- ¡Qué bueno, amigo mío, qué bueno! y sin dar lugar a respuesta, parte
dejando al periodista estupefacto.
El cobrador repite las visitas y el peludo no suelta; sin embargo vuelve a
encontrar al periodista, y con profético acento, le repite.
- Siga usted, amigo mío, siga usted; ése es el camino; así me gusta, sjga
usted, siga usted.
El cobrador toma a ver al peludo, y este torna a encontrar al periodista.
- Así, así, en ese temple, eso es lo que necesitamos; ñeque, querido amigo,
ñeque, siga usted, siga usted.
- Pero
- Ya sé lo que me va usted a decir: no haga usted caso, amigo mío, agrega
con misterio, ¿Quién hace caso de prisiones cuando se tiene de parte al
pueblo? Siga usted, siga usted.
- Pero que pueblo, ni que prisiones si
-Ya le entiendo a usted, interrumpe, si algo le sucede, aquí estamos para eso
los amigos, y dando un apretón de manos parte el peludo como un tren.
El cobrador sobre el peludo y éste sobre el periodista, desde la vereda del
frente o al paso.
- Lo felicito a usted, ya he leído eso, bien, bien, aquí lo llevo, y hace como
que agarra algo en la faltriquera.
- Qué será eso que lleva allí? pregunta con malicia, y el periodista se encoge
de hombros porque no sabe lo que es eso.
El peludo puede también llamarse suscritor guapeador, porque no tiene otras
palabras que estas:
"Adelante! Bravo! magnífico! excelente! así me gusta! ñeque, pulso,
calidad! duro! firme! valiente ese es el tono! así debe escribirse! Siga usted,
siga usted.
Entre tanto, no se da por notificado, y el pobre cobrador talonea y el peludo
paga en lisonjas falsas, en mentidas palabras y en frases que no siente, el
importe del diario cuyas planillas se abonan en dinero contante. Con "lo
felicito y lo aplaudo y lo palmoteo y me deshago y me atortolo y me lamo y
me saboreo y gozo y me alfeñico y endulzo y me amartelo, llena el
expediente el peludo, y cree que el periodista es algún espíritu puro o algún
canario que se paga de alpiste.
Dado a luz el primer número de un periódico y cumplido el primer mes, se
mandan los recibos, y comienza la de apretar.
- Vuelva usted luego.
- Dése usted una vueltecita.
- Bórreme de la lista
- Porqué no lo sacan más grande
- Porqué no lo sacan más chico
- Porqué no lo sacan más largo
- Porqué no lo sacan más ancho
- Porqué no lo han puesto más barato
- Porqué esta tan frío
- Porqué esta tan caliente.
Cada peludo presenta una objeción
Mientras tanto, el órgano de publicidad continúa y los cajistas cobran su
trabajo, el papel y la tinta, demandan gastos; los suscritores dicen debo y los
empresarios dicen pago.
Pasados tres meses, ya no existe ni la centésima parte de los suscritores,
todos se han conformado con leer de prestado, y esto preguntando antes-
¿Hay algo de bueno en el papel?
Y lo que se llama "algo de bueno", es que se raje a ño sutano, que se entre en
pugna con las autoridades, que se les descubra las mataduras a los prójimos,
que el periódico, en una palabra olvide su misión y se transforme en un
libelo.
Y si a los redactores los ponen en chirona, o los revientan, el que mucho
hace, habla por lo bajo.
- ¿Quién le manda meterse con nadie?
El coronatus de la obra es que ese periódico que con avidez fue acogido, que
con mil dificultades fue formado, y que sólo molestias ha ocasionado, va
poco a poco languideciendo.
Y lo más lindo es el coro de comentarios que vienen tras la desaparición.
- "Si bien decía yo, ¡que iba a durar!"
- "Aquí no dura nada por falta de constancia"
Siendo así que lo que aquí no dura no es por falta de constancia sino por
sobra de peludos.

SOPLONES DE PLUMA

Una zamba de callejón, pare un sietemesino; o a una desventurada del


Chivato se le tuerce al nacer un hijo y nace jorobado; u otra tía recoje para
criar con ama al hijo de una hermana que tuvo de padre que jamás quiso
reconocerlo, y la madre se muere tísica; y la tía, sin recursos, cría al sobrino
enclenque, entre limosneando y soltándolo a media calle.
El hecho es que ya tuerto, ya manco, ya cojo, visco, jorobado o revelando en
su físico alguna deformidad; zambo trompudo, chino cholo, "blanco sucio",
como le llamarán las gentes desde chico, el tal sacalahua, mojino o siete
castas sale habilucho, y en la escuela, despunta con esa habilidosidad que
fuera buena sino descansara en una naturaleza contrahecha y en una alma
atravesada: un ser lleno de odio para sus semejantes, que en lugar de piedad
tuvieron burlas o menosprecio por el tal desdichado, que al haber nacido en
Esparta le hubieran, por deforme condenado a la muerte.
El malparido, es, pues malo por debilidad de naturaleza; y maligno, por
rechazo de venganza a la burla o al menosprecio público.
Pero el contrahecho, que es el orgullo de su mamá, o de la parienta que lo
cobija, sigue dando señales de aprovechamiento en la escuela del barrio, y
sale como puede, del colegio, donde estudia a tirones primer año de
instrucción media y no puede estudiar más, porque el pariente que lo
socorría, sucumbe, y tiene que comenzar a buscarse la vida, principiando por
ser acomodador en alguna casa de prostitución, o por ganar pesetas llevando
cartitas a sus propias hermanas o a las hermanas del vecino.
Aparece en el habilucho, en este período, la propensión a hacer versecitos y
la afición a la lectura.
Lee lo que puede y compone, también, lo que puede.
Adulón por naturaleza, siempre anda pegándose a los que tienen algo;
comienza a despuntar en el instinto de la bellaquería, hace brindis en las
jaranas, recita versos, unos ajenos y otros suyos en las tertulias de confianza;
y se hace el bufón de los truhanes de barrio, que le llevan y traen para que
diga gracias de almanaque y para que amenice toda reunión de medio pelo.
Aprende a tocar piano y con este motivo aprende también a chupar; y chupa
el contrahecho como una lechuza; y así torcido o jorobado se la comienza a
dar también de guapo, lo cual es un costeo, porque llega vez que las cuerdas
agarran de los pelos y le sacuden de lo lindo, o algún jaranista, de malas
pulgas, con un par de moquetes, por poco le compone lo macro.
Comienza a cargar revólver, que a cada rato se lo quitan para enviarlo a la
peña por mozonada.
Pero ya es literato, ya forma parte de una sociedad de "decadentes" en la que
cada socio se cree un portento, y a título de entrador pisa las redacciones de
los periódicos y firma con seudónimos artículos de insulto para los que le
convidan la copa, o poesías sin sentido común, que ponderan sus
paniaguados y que él se complace en leer en los bebederos.
En estas circunstancias, surge un gran desacuerdo entre el país y el gobierno;
plumas mercenarias de soplones de alta escuela, toman la defensa de todas y
cada una de las atrocidades y de las barbaridades y de las monstruosidades
del Gobierno; y plumas generosamente inspiradas, hacen la defensa de los
intereses del pueblo; no basta al Gobierno la alta pandilla, necesita del
alevoso anónimo de ese contrahecho malnacido, cuyo saludo rehúyen todos
y al que ninguno acepta en su hogar, y lo alquila.
El habilucho charlatán, tan vació de cerebro como suelto de lengua, que
nada tiene que perder, absolutamente, sale como un hidrófobo, y garantizado
por la impunidad, apoyado decididamente por el Gobierno, no respeta nada
y colma de ultrajes, de infamias y calumnias a los defensores del pueblo, en
un periodicucho que titula: El Hazme reír" por el cual paga buenos soles la
caja fiscal, y que entre los imbéciles y entre los adulones tiene gran
resonancia.
El soplón de pluma se entela, gasta libras y dragonea de mozo alegre,
custodiado por la policía y resguardado de patiaduras, se le lleva a las
comisarías por escándalos pero por una puerta entra y por otra sale. ¡Es de
los escritores del Gobierno! Forma la baja estofa de soplones de pluma; es
del elemento a través del cual puede medirse los alcances de quienes los
ocupan.
Los soplones de pluma, aparecen en el fragor de las crisis políticas, son
como el gálico cristalino en el cuerpo de las administraciones corrompidas.
Los extranjeros de agua dulce

Han nacido aquí, viven aquí, tienen sus mujeres aquí, sus hijos son de aquí,
y es más que probable que los entierren aquí, sin embargo no son de aquí.
"Este país"; "en este país", "las cosas de este país", dicen, muy sueltos de
huesos, como si dijeran; esta Luna, en esta Luna; las cosas de la Luna.
Los extranjeros de agua dulce tienen su modo de pasar, como los
chimbadores de los ríos tienen su modo de vadearlos.
Crujan, todas las instituciones de la República, vénganse abajo todas las
garantías; llévese el diablo a la Nación, con tal que la cosa no los ajuste
directamente (en cuyo caso a lo más refunfuñarán) no les importa.
Mascar, esta es su gran filosofía.
En el silencio de la noche, cuando uno viaja y se detiene a la orilla de los
grandes charcos, se oye únicamente el castañeteo de los picos de los patos
silvestres, que atrapan entre el agua lo que pueden: así, en el profundo
silencio de la Libertad, y en este gran charco nacional, se oye sólo el mascar
de los extranjeros de agua dulce.
Ejercer sus derechos de ciudadano, para mantener la soberanía de la Nación,
llaman ellos meterse en política, dicen que es ensuciarse; no entienden por
política sino las porquerías que ven o que oyen referir.
Pregúnteles usted qué clase de política quieren, déjelos usted florear hasta
que suden; qué le digan qué clase de hombres necesitamos, que expresen sus
ideales, y cuando concluyan invíteles Ud. a realizar esa política, a buscar a
esos hombres, los extranjeros de agua dulce, que de puro sabidos se pierden,
comprendiendo que para implantar esa política y encumbrar a esos hombres
hay que luchar más, mucho más que para dejar correr la bola y seguir con lo
que vivimos acostumbrados, se escurrirán por la tangente y le saldrán con
las antífonas más originales, por no decir con claridad, yo quiero patria; pero
que no me cueste; patria por la que otros derramen su sangre y su dinero y
en la que yo y los míos continuemos mascando sin molestia, le dirán que
"todo es inútil"; que "nada se puede" y como el enfermo que se voltea a la
pared y avienta el traspontín para que le apliquen las lavativas,
resignadamente, se conforman con cualquier bitocazo.
Los extranjeros de agua dulce, hombres positivistas si los hay, adiestran, no
educan, a sus hijos o para la abstención resabiosa, matrera, solapada y
profundamente egoísta; o si los muchachos tienen inclinaciones por la
cuerda los dejan enfilarse, porque convencidos de que los picaros prosperan,
han buscado una palabra acomodaticia; prefieren que sus hijos "no sean cán-
didos"; es decir, que prefieren que sean picaros.
Los países que reciben corrientes poderosas de inmigración; los países que
reciben por centenares gente fuerte, inteligente, emprendedora van por su
puesto a pasos de gigante a las grandes e inmortales conquistas del progreso.
Los países a los que llega como varado un extranjero útil, cada cinco o seis
años y del cual salen, huyendo como de un hospital, familias enteras; y en
los cuales sólo se multiplican cruzan y se propagan, como las angusachas,
los extranjeros de agua dulce a donde irán?
"Yo no me meto", "Ud, no se meta" "Nosotros no nos metamos", "Que ellos
se metan".
Conjugación de los extranjeros de agua dulce.
Un pueblo que vive, sin cohesión, sin ideales, sin dirección, sin hacienda, sin
garantías de ningún género, sin poder ni voluntad para cumplir sus
compromisos, en completa ignorancia y en absoluto fanatismo intransigente,
no podrá esperar de la acción combinada de tantos elementos nocivos, sino
resultados contraproducentes: el descrédito, el menosprecio, la pérdida del
territorio, la intervención extranjera, en una palabra; la muerte nacional e
internacional.
No es Gobierno digno de tal nombre el que se concreta al mantenimiento del
orden de cosas alcanzado; sino el que lo mejora, el que amplia los limpios
canales por donde la riqueza pública circula; el que ensancha los horizontes
de las aspiraciones legítimas, el que robustece los organismos sociales; el
que procura, por todos los medios posibles, aumentar la vitalidad y las
energías. Ni tampoco merece el nombre de pueblo el que no trabaja
activamente, el que no crea el que no acumula, el que no estudia, el que no
aspira, el que no contribuye con poderoso esfuerzo y ánimo firme a hacer un
buen Gobierno; es decir, el que no contribuye individual y colectivamente al
engrandecimiento de la patria.
Pinceladas de Viaje

QUE HAY DE NUEVO

Salgo de mi patria, y me parece que saliera de una prisión: qué vida tan
estrecha; cuán poca amplitud; cuánto egoísmo y mezquindad!
"Qué hay de nuevo?" He aquí la pregunta sempiterna, en la casa y en las
calles de Lima.
"Qué hay de nuevo?" y no salimos de allí
Que llegaron los americanos, (2) pues a preguntar por los americanos.
Que emborracharon a un burro, que compraron un mono; que se pegaron
varias monas; que hubieran querido ver ensartar en la plaza de Acho a
Bonarillo y a todos los toreros y monos sabios; ¡qué gracia! ¡ay, que gracia!
Y con esto tenemos comidilla para nueve días; y a los nueve días, pasan los
americanos, como pasaron Sáenz Peña, y Pidal, y Root, y volvemos a la
preguntita de marras.
"Qué hay de nuevo?"
Y no salimos de allí; como las gaviotas que a saltitos vagan sobre la playa
aguaitando lo que la mar arroja, así los habitantes de Lima, los habitantes del
Perú, vivimos con nuestro. ¿Qué hay de nuevo? a caza de noticias, no para
enmendarnos, no para corregirnos, no para mejorar nuestra vida, ni nuestra
condición, sino para satisfacer una curiosidad banal y entretener el tiempo,
matándolo en los portales o en nuestras reuniones caseras.
Cansado de ese "que hay de nuevo?", que me llevaba muerto aquí, voy a ver
que hay de nuevo fuera, no tanto en ese Chile, tan limítrofe de nosotros,
cuanto en aquella República Argentina, de que tantas lenguas se hacen
cuantos la visitan.
Desde luego, puede decirse, por regla general; que todo el que se embarca es
un tipo; el cambio de hábitos; las necesidades y exigencias del viaje; el traje
mismo hace de los más un verdadero mamarracho, y de los menos, una cosa
elegante y simpática. La gorrita aplastada y cursi, que no a todos les sienta
bien; los tules de sombrero y los envoltorios de las señoras para resguardar
la garganta y el cutis, que a las viejas las hace monas y a las jóvenes les da
cara de mala noche, todo hace de la gente de a bordo una colección de
tipería.
Salvo el agua y los cascarones, se puede decir que uno viaja de carnaval.
Si fuéramos a describir uno por uno nuestros tipos de a bordo, haríamos
sonreir a más de cuatro; un viajero, comprendemos, que necesita una cartera
verde para leerla en "petit comité", de sobremesa y entre hombres.
Y después ¡las rarezas de los viajeros!
Viajaba con nosotros, vg. una gringa flaca como un "estoquefiche", con un
marido gordo como un rinoceronte.
- Ves esa mujer sable? nos preguntó un amigo, que desde Europa viajaba
con ella.
- Y qué?
- En qué crees que se ocupa tal escopeta?
Pues, en comer: fíjate
En efecto, la gringa mascaba
- Pero qué come, día y noche
- Tutifruti.
- Se me ocurre una cosa; los muchachos, después que mascan bien el
tutifruti, el rezago lo pegan en los pelos de algún amigo. ¿Dónde pegará el
tutifruti este arco de violín?
Pero, vamos a nuestros tipos.
Queremos comenzar por un ser noble, por un hombre modesto, pero digno
de una medalla el 28 de julio; por el Cojito del Callao, por ese pobre, casi
doblado en dos, que con un gran paquete de periódicos bajo un brazo, y
saltando con la muleta, como pájaro, con un sólo pie, no hay vapor que salga
para el Sur o Norte que no le vea escaleras arriba o guarda abajo, pregonan-
do su mercadería; LA PRENSA, "El Comercio"… y el Cojito por entre las
piernas de los cargadores, y entre el barullo de los fleteros se cuela, va y
viene, entra y sale, y circula desde las primeras horas de la tarde, hasta que
se toca la señal de partida. El vapor ya va a andar; ya parece que ha
levantado anclas; todos los que vuelven a tierra saltan y se acumulan en los
botes, y el Cojito, como si tal cosa, sigue con su pregón de venta: LA
PRENSA, "El Comercio"
De pronto se lo tragan las sombras; y, si a través de ellas se le busca, no es
difícil ver un montoncito de gente, y a manera de asta de bandera
gallardamente levantada, la muleta del Cojito, como una bandera de trabajo

Y cuidado con ofrecerle una limosna.


Alguien le ofreció medio sol.
- No tengo vuelto, le dijo el cojito
- Es que te lo regalo
- Regalo? ...No, señor, yo puedo trabajar: tómese usted su medio sol…
- Cómo?
- Comiendo, replicó el Cojito con entereza.
. Pero si te quiero dejar los cinco reales
- No disputaremos, repuso el Cojito; tome Usted sus cinco periódicos,
dejándoselos, rápidamente, dio dos saltos, siguiendo su pregón; "LA
PRENSA". "El Comercio".
He allí un hombre.
Modesto laborioso, y honrado ¿A cuántos sostendrá con su trabajo?
Salimos del Callao en tarde triste; a compás de una marcha fúnebre; eran
conducidos al cementerio los restos de un americano de la flota guerrera.
La vida del hombre! que sabe dónde nace, pero que ignora donde
descansarán sus restos: de las orillas del Missouri o de los confines de Norte
América, hasta el Cementerio de Baquíjano… joven todavía, y sin haber
visto la tempestad de fuego de su escuadra, entre cuyas llamaradas pensaría
ahogarse; o a cuyo resplandor pensaría entonar el himno de su patria; pero
todo es igual, al fin y al cabo. Ha muerto sin matar: mejor; ha caído
como las hojas que el viento arranca. Al quitarnos el sombrero ante el carro
fúnebre, nos parecía que saludábamos a la única majestad verdadera, la de
las sombras.
Después, pocos pero buenos y leales amigos que venián a despedirnos hasta
a bordo.
Subir a la cubierta, antes de que el vapor salga del Dársena, y levar anclas,
salir como quien se resbala lentamente, ver los sombreros y los pañuelos de
los que desde tierra nos enviaban su adiós, he aquí la primera impresión.
Luego la caída de la tarde; nuestro San Lorenzo con sus celajes y sus nubes
resplandecientes. Por fin la oscuridad; y aquí la flota americana, como una
serie de andas de una procesión llena de luz y detenida en curso para hacer
oración; en torno, numerosos buques mercantes apagados, semejando
pedazos de rocas a flor de agua; y allá, en tierra, las lucecitas del Callao, casi
comparables a fuegos fatuos en algún cementerio.
Horas después, anclas arriba y a partir.
Antes de partir, vimos las lanchas automóviles de los buques americanos,
pintadas de blanco, limpias como una joya y rápidas como un celaje, y
vimos también la lancha de la capitanía; cacarañada y vieja, como la lancha
de un pontón.
¡Los americanos! Pero no aprendemos nada de los americanos, Me dicen
que S.E. cuando correspondió la visita del Almirante, fue en un cucurucho
parecido al de la capitanía.
Nuestra tierra!...
El comedor de un buque nos parece el refectorio de un colegio, lleno de
estudiantes ceremoniosos.
De sobremesa, el primer día apenas si se puede charlar. Nos levantamos a
las nueve, unos cuantos paseos por la cubierta y a las 10 a la cama, para no
dormir, por supuesto: el balance, el ruido, qué se yo. Amanecimos en Cerro
Azul, bajo la misma perspectiva, cerros plomizos, un poco de bruma, viejos
lanchones con mil sacos de azúcar y una buena carga de ron, lo que dará
para todo el día de embarque. Mejor, así podremos en la mañana escribir las
primeras carillas, para enviarlas a tierra temprano, repitiendo lo que al
principio: salgo de mi patria, y me parece que saliera de una prisión. ¿Y
cómo no pensar así?
En el Perú conviene considerar tres cosas, la administración, el pueblo y la
naturaleza.
La administración, lo que llamamos el gobierno, es malo: malo, porque
carece de fuente legal originaria; y malo, por el criterio que lo informa.
No hay civismo real y efectivo, ni menos ese amor, ese anhelo, ese afán,
aquella noble aspiración a enaltecer y engrandecer al país.
Se toma como expediente el Bien; pero sólo se persigue el interés.
Los señores Pardo han equivocado absolutamente el camino: pudieron y
debieron reaccionar contra los métodos depravados y viejos pudieron y
debieron abrir anchos y nuevos horizontes a todas las actividades, a todas las
aspiraciones nacionales; ya no han hecho sino perfeccionar y refinar todo lo
antiguo; para ellos el Gobierno es como una hacienda, con patrón, em-
pleados y peones; el patrón manda, y eso se hace; sólo al patrón debe
suponérsele omnisciente, omnipotente y omnipresente, y él sólo, si se
ausenta, puede y debe dejar en su lugar al que le parezca y con los que le
parezca; y así viene el candidato que se llama oficial, quien, por su parte, ha
sintetizado en una frase desgraciada el principio fundamental de su
administración.
"La conveniencia, esta sobre la justicia".
Nace de aquí una falsa organización de servicios y de obras, que en
apariencia son una gran cosa y en el fondo una calamidad. Nuestros
administradores son grandes efectistas: decoran con admirable maestría:
para los que de lejos ven las cosas, cuán admirables creaciones! pero cuánta
infelicidad de telones adentro.
Cada ministro es una gloria; cada dependencia o creación de ministerio una
maravilla.
El que toma los Boletines, los papeles en que se registran los decretos y los
reglamentos, los informes y los proyectos, fruto de la concepción de
nuestros Aladinos, creería encontramos más avanzados que los Estados
Unidos.
Pero el que, pacientemente, con meditación y juicio, vaya cosa por cosa
observando, estudiando, pensando, concluirá por indignarse, por enrojecerse
de coraje, o por llorar.
Qué calamidad en lo íntimo!...
El pueblo es bueno; casi se le podría llama infeliz
Forma la base de ese pueblo la inmensa raza indígena cuyo infortunio no
puede ser más grande. El pueblo es dócil, vigoroso e inteligente. No obstante
el abandono y los medios de corrupción que se ponen a su alcance, que le
rodean como llamarada de incendio, es infinitamente sufrido y predispuesto
al bien.
En ese pueblo hay que lamentar mucho la perversión de criterio a que lo ha
conducido el estudiado ardid de los gobernantes.
Crédulo, bonachón o resabioso, juzga por la apariencia, se deja llevar por la
apariencia, y hasta santifica maldades, porque su candidez le hace creer que
es patriotismo disculpar o disimular los enormes abusos de la administración
pública.
Los sabidos, que conocen el flaco de este público, le dan por ese lado, y
fomentan sus creederas con sabiduría admirable.
Si del pueblo descendemos a la naturaleza, no hay como ponderar la
grandiosidad de este país; ríos, mares, suelo, todo es emporio latente de
cuanto puede constituir la fortuna del hombre; en cuanto ramo se puede
imaginar; para la pesca, para la agricultura, para la minería, para todo: el
Perú es una nacionalidad estupenda: caucho, petróleo, cobre, oro, plata,
cuanto se desee y cuanto se quiera, se halla en magnitud tal, que explotada
con acierto, en toda la escala a que pueda dar margen, el mundo se quedaría
absorto.
Como dijo perfectamente Humboldt, que "el Perú era un mendigo sentado
sobre un banco de oro."
No vamos, por supuesto, a describir toda la costa del Perú; relataremos, a
saltos, algo de lo que llega a nuestro ojos a lo lejos, pues el vapor camina
paralelamente a la costa, y ni permite ver sino sus sinuosidades plomizas, y
casi siempre envueltas en neblina; así vemos los valles cercanos a Cerro
Azul y Tambo de Mora y las fértiles tierras de las cercanías de Pisco.
En aquesta región desaparecen por intervalos las colinas plomisas y se ve la
planicie a nivel del mar con la vega de un río caudaloso. Algunas haciendas
como Mataratones se dejan ver perfectamente con sus murallones terrosos y
más a lo lejos, divisamos por fin a Pisco, que es uno de los puertos de más
vida y demás alientos de progreso, por él se vá a Huacachina la prodigiosa
laguna para multitud de dolencias.
Antes de la llegada a Pisco, viene la preguntita consabida, de que si habrá
paracas o de si no habrá paracas, vientos que remueven al mar y que hacen
desagradable e incómodo el desembarque.
No había Paracas, pero si había un mar revuelto a casa de las grandes
avenidas del río, avenidas que habían ladeado un estribo del puente y que
amenazaba cargar con Pisco.
En Pisco tuvimos el agrado de recibir la visita de amigos que nos son muy
queridos, y continuamos mar abajo, viendo la misma melancólica peñolería,
hasta Lomas, que sin interrumpir la monotonía del paisaje, trae a la memoria
del recuerdo de esas empresas en proyecto, de las que se habla mucho a
ratos y que después parecen pasar a mejor vida, o a una situación semejante
a la de los santos padres, condenados a permanecer en el Limbo.
La irrigación de las Pampas de Ñoco…
El cobre de Pisco…
La Bella Unión …
Si todas estas negociaciones se hubieran planteado con acierto y realizado
con éxito. (La Bella Unión) no estaríamos frente a lomas, viendo cuarenta
casas, más o menos, amontonadas, y por todo ser viviente con sus calles, un
hombre una mujer y un burro !...
Lomas, bajo el punto de vista comercial, es poca cosa aunque pudiera ser
mucho, pero lomas como paisaje, como tema para lienzo de Espier, nuestro
pintor de marinas, es algo muy original.
Desprendidos algunos trozos de rocas que es gran espacio de la ribera
avanzan sobre el mar, formando grupos, dejan por entre ellas correr las
aguas , cuyos borbotones de espuma ruedan unos tras otros, o se rompen y
extienden sobre las peñas como albas gasas de seda; este es el primer plano
del cuadro; el segundo lo forma el pueblecito, con sus ranchos maltrechos,
sus casas nuevas, con techos de zinc rojo y una gruta, a manera de
bocamina, que parece servir de capilla a las devotas; el tercer plano puede
formarlo una lomada lejana, en la que se ve; cortando el horizonte,
centenares de cruces de todos los tamaños, indicando la ciudad de los
muertos. Por último en la lejanía, un inmenso túmulo de bronce ; todo esto
escalonado, mientras a la izquierda, del pueblo se ve la extensa playa , muy
parecida a la de Ancón, y por ella caminando a modo de hormigas, unos tras
otros, alguna partida de burritos, arreada por infeliz indígena.
Podrían formar parte del primer plano, en alguna acuarela, la lancha de la
capitanía, con sus marineros vestidos de blanco, algún lanchón de carga con
sus indios remeros en mangas de camisa, y un botecito a la vela, como pato
tendido al sol y con un ala levantada, trayendo precisamente al "México"
unas cuantas corvinas frescas.
Pocas horas paramos frente a Lomas: debíamos caminar todo el día y toda la
noche, para llegar en la mañana a Moliendo.
En la mañana del 29 llegamos a Moliendo y pudimos recordar a nuestro
profesor de Gramática, el infortunado poeta don Manuel Adolfo García, con
sus ejemplos siempre en verso:
"Aquí, retiembla la tierra;
allá, rebrama la mar;
altísima catarata,
zumba, y despéñase allá"

Los que conocen la reventazón del salto del Fraile, ya pueden darse cuenta
de lo que es el desembarcadero de Moliendo: columnas de lavasa que se
levantan por toda la ribera y que se estrellan con más fuerza en el
embarcadero, cerca del cual, a la distancia, se ve una roca como la cabeza de
la esfinge egipcia, o mejor dicho, como la de un gigantesco león agonizante,
cuyas fauces se llenarán de espuma.
En cuanto a la población: aquí los baños, un poco retirados del pueblo, a la
derecha, luego la ciudad, con sus casas amontonadas; más lejos el lazareto, y
mucho más allá, como en Lomas,, el cementerio, sin murallas y desolado,
como todo cementerio fuera de Lima. A rigor del ardiente sol deben
momificarse pronto todos los sepultados en verano. Un hombre y una mujer
bajaban la pendiente en aquella mañana triste; eran padres sin duda, que
acababan de dejar bajo la tierra al único hijo de sus entrañas.
Por este puerto han salido, desde que fueron descubiertas las minas de Santo
Domingo, 32.000,000 de soles, de los que si han quedado en el país dos
millones, no han quedado más. Es así como nos trabajan los amigos
americanos, que gozan de todas las franquicias y de todas las gollerías que
quieren. Ni siquiera va todo el oro de Santo Domingo a la casa de moneda
de Lima, y que oro aquel! Casi nativo.
No fue mucho el movimiento de embarque y desembarque del "México" en
Moliendo, un pasajero de primera que iba hasta Arequipa y algunos de
cubierta, de los cuales al descender la escala se fue al agua uno, salvándose
milagrosamente, y unas cuantas toneladas de carbón. Pare usted de contar,
amén de unas cuantas latas de alcohol: todo combustible.
Los que bajaron en Moliendo nos refirieron que el rompeolas continuaba
trabajándose; que había cuatro trenes de carga que salían diariamente de ida
y cuatro de vuelta, hasta Arequipa, y que había unos pasajeros, tanto de ida
como el regreso; que la carga permanecía amontonada, gran parte a la
intemperie, entre ella 50,000 quintales de harina que, probablemente se
malogrará; que necesitaron estampillas y que tuvieron que irlas a buscar en
los quintos apurados, porque a sólo a nuestras gentes puede ocurrírseles que
el correo esté en la luna y las estampillas en las estrellas. Este mal se deja
sentir a dos pasos fuera de Lima.
Por fin regresaron nuestros compañeros a bordo, algunos de ellos bien
mojados, como que las olas rompen sobre le muelle y lo anega.
En la noche continuanos a lio, a cuyo puerto llegamos a las cinco de la
mañana.
Nos hallamos a la entrada del departamento de Moquegua, uno de los que
más sufrieron durante la guerra; que fue victima de las inundaciones el 90 y
que después ha sufrido sequía permanente.
La ruina de Moquegua ha sido grande: hasta sus olivares han sido
aniquilados en más de la mitad y pasarán seis años hasta que vuelvan a
producir.
Ilo es una bahía lindísima: figurémonos un arco perfecto cuya cuerda tuviera
6 kilómetros; a lo largo de esta cuerda coloquemos caprichosamente, en
grupos, o unos en seguida de otros, pequeños amontonamientos de roca,
parecidos a los cerritos de escoria que se levantan artificialmente en los
jardines, y hagamos que un batallón de niños con sus paletitas de juego
arrojen olas alrededor de esos maceteros, que en lugar de contener geranios,
alhucemas o margaritas, lucen sus crestas blanquesinas, como los higos
azucarados sus blancas confituras; en vez de mar figurémonos un gigantesco
estanque, pues esa es la bahía de lio. Ahora ese mar no tiene sus riberas sólo
de arena, las tiene también de roca viva, que forma grandes tasas, pequeños
puentes, canales de diverso tamaño, y tinas de pequeñísima profundidad, en
las que criaturas y ancianos pueden bañarse a su sabor; esos son los baños de
Ilo. Ponga usted en esas tinas unas cuantas lindas moqueguanas en traje de
baño, y turba de muchachos zabuidores, y he allí lo pintoresco.
De al arco, que hemos supuesto de seis kilómetros en la parte central, una
cuerda de kilómetro y medio, de terreno arenisco, pero duro, y ligeramente
inclinado, resguarde usted esa llanura por una colina suave y poco elevada, y
dígame qué hermosísima población la que allí se puede formar, la que allí se
formará algún día…
Por ahora, no hay sino unas cuantas casas de madera, al estilo de las de
Ancón, pero con techos en tijera; todos color caoba, y en esas casas viven
900 o a lo más 1000 habitantes: toda la población es nueva y limpia, tiene
agua, que viene del río y pueden tenerla en cantidad, cuidando de formar
estanques y de abrir pozos artesianos.
Tiene un hotel medianamente servido y una buena agencia acreditada.
La placita de mercado de lio, es como para el pueblo: con una mesa para
carnicería y algunas para la venta de verduras y fruta.
Conocimos también la iglesia, pues bajó con nosotros el señor Lastarría ,
que no podía dejar de oír misa, como que pertenece a lo selecto del partido
conservador chileno.
Mientras el señor Lastarría oía misa, veíamos nosotros jugar carnestolendas.
Una morena llevaba en gran canasta al brazo, para la venta: papeles
encarrujados, formando pequeñas mariposas, abaniquitos japoneses, colas de
pato, flores, hojas, etc.; cada juguete de estos llevaba al reverso, en el centro,
una pegapega, adherida al juguete de goma, pues, por la pegapega se le
arroja a una niña una mariposa, una flor, una hoja de colores y queda
prendida sin ensuciar ni lastimar la ropa, y es mejor que chisguetes y
serpentinas.
Ilo está llamado a un gran porvenir: tiene hasta construido por la Naturaleza
un hermoso dique, que es cuanto más se puede decir.
Pasamos todo el día anclados en este puerto excelente, viendo su mar
cubierto a manchas de infinidad de ostiones, oyendo el bullicio de sus
pájaros tan gritones como las bandadas de loros en los maizales de las
quebradas, y cerca del "México", a una manera de zambos braceadores,
partidas de bufeos y lobos que correteaban como disputándose una presa.
Supimos que se han descubierto cerca de lio poderosos yacimientos de sal,
que se han remitido a Australia, por vía de prueba. También existe cerca un
criadero de ostras.
No llueve maná en el Perú, sólo por la perversidad de sus hombres.
Arica

Estamos frente al Morro: al pie del peñón las aguas rompen sus espumas
como en collar de perlas; y a partir de la casa de Bolognesi, que está en la
falda, en lo más alto de la falda, se extiende la ciudad hacia la izquierda, con
sus casas pintorescas y el verdor de sus alamedas, como una guirnalda de
flores.
Subió a bordo el médico chileno, barbón y fuerte como un chápiro de
Gascuña, hizo aplicar la desinfección azufrada a las bodegas y, atorados por
el humo, los infelices de cubierta subieron hasta la toldilla con sus niños. Era
la gente de trabajo que volvía a Iquique, la pobre gente de la huelga
escapada a la matanza de Renard.
Pobres!
Y tantísimo mendrugo ahito de buscas e hinchado de dinero mal adquirido...
Esta no puede ser la vida.
Nuestro amigo Proaño fue el primero en insinuarnos a bajar a tierra, quería
hacer una peregrinación patriótica.
Pronto ascendíamos aquella misma cuesta, que vio trepar silencioso y
meditabundo a Bolognesi, antes de la última jornada.
Aquí hubiéramos deseado traer a toda esa turba de leprosos de espíritu, que
han explotado unos, y que otros no han sabido o no han querido comprender,
el único medio de lavar tantísima sangre derramada, para volver al suelo
patrio este peñón, sobre el que vemos flamear el pabellón chileno…
La moralidad pública.

Sin esta, la bandera chilena se alzará cada vez más alta, y no serán Tacna y
Arica las únicas cautivas; pero así se tome de los pelos a nuestros dirigentes
y se les estrelle contra el peñón de Bolognesi, de la tortilla de sus cráneos no
saldrá sino podredumbre…
Qué de recuerdos cruzan por nuestra mente! y cuántos nombres y personajes
pasan en el cinematógrafo de nuestros infortunios!...
Han pasado tantísimos años y todavía nuestra reconstitución es un sueño…

Arica es una población bonita; sus casas recuerdan algunos ranchos del
Barranco; la iglesia por fuera, se parece a la de la Recoleta de Lima; se sube
a ella por una pequeña gradería y tiene en sus atrios laterales dos jardines.
En la parte interior está limpia como un espejo, y hay a la entrada un
sarcófago que guarda los huesos de los chilenos. La parte de fuera está
pintada de rojo y blanco, y las torres de negro, como si duelo la cubriera.
En la casa que fue de Bolognesi funciona la beneficencia peruana.
Fuimos a la Recova y al Correo. El mercado, cuyo edificio es de antes de la
guerra, es bien ventilado y regularmente surtido; entre la fruta, los
melocotones son exquisitos y las peras.
El correo es una calamidad: un patio de empedrado viejísimo, luego un salón
dividido en dos compartimentos; parte para el público, y el resto para la
oficina. Supongamos un mostrador, y sobre él unos casilleros, color ají
manteca.
En la parte central del mostrador un buzón lastimoso.
En el patio, algunos tableros para las listas de cartas rezagadas, y en la pared
de enfrente, pintado de azul oscurísimo un aviso de "El Mercurio" y el "Zig
Zag" y algunos papeles viejos pegados a la pared. Esta pared cuarteada y
enseñando su rajadura enorme y todas las demás cacarañadas y mugrientas.
Vaya un correo!
Pasamos después al Club Arica, que tiene su salón de recibo, su idem de
lectura, y en el traspatio, un juego de bochas. En el salón de recibo hay un
piano y allí, una vez reunidos, el presidente del Club señor Cornejo, y gran
número de jóvenes y artesanos de Arica, fuimos agasajados con un vaso de
champagne, y se pronunciaron algunos brindis, y se ajecutó al piano el him-
no patrio.
Es necesario estar al pie del Morro, ver al pueblo ariqueño agolpado a la reja
del salón del Club, y observar el recogimiento con que se oía nuestro himno,
para comprender toda la hermosura que encierra.
Volvimos a recorrer la población, y al pasar por una tenducha, en la que
había reunidos varios trabajadores, les vimos ponerse de pie, y levantando
sus sombreros, lanzar un ¡viva el Perú! tan estremecedor como entusiasta.
El pueblo!
Siempre el pueblo generoso y altivo.
- "Aquí, señor Tunante, nos dijo uno de ellos saliendo del grupo, no somos
nosotros los más patriotas, son nuestros hijos: esos que comienzan a hablar."
Nos limitamos a abrazar a nuestro compatriota, envolviendo en esa
demostración de cariño y respeto a Arica y Tacna.
El vapor no nos daba tiempo.
Nos limitamos a saludar con el pensamiento el suelo de Vigil, al pie de cuya
estatua hubiéramos querido depositar algunas flores.
En varias de las calles de Arica hay viejos sauces, que dan vista a la
población, y en su plaza un jardín que es un pequeño parque.
El tipo general de los pobladores es peruano.
Desde Arica comenzamos a ver el billete que nos recordó los peores tiempos
del Perú.
A las dos de la tarde abandonábamos el puerto y lentamente nos alejábamos
del Morro, de aquel Morro que debido venir a ver Querol, para hacernos un
monumento más sencillo, más severo y grandioso, coronado por la figura de
un héroe y no por la de un infeliz que se desploma.

Un Recuerdo
ÚLTIMO CUMPLEAÑOS DE GRAU

Grau estaba en Arica.


Era el 29 de Setiembre, día de su cumpleaños.
Sus compañeros de a bordo quisieron ofrecerle, con ese motivo, una comida
íntima. Se había recibido orden de salir aquel día, y antes de verificarlo
pensaron reunir en torno del ilustre marino unos pocos amigos de los que
más religioso cariño le guardaban. Se hizo el preparativo y a las cinco de la
tarde, media docena de caballeros, de los de tierra, estrechaban la mano de
los compatriotas del intrépido Huáscar, que como una niña bonita, mejor
dicho como la niña de los ojos de Grau, se encontraba gallardamente
acondicionado, votada su obra muerta, aligerada su arboladura, pintadito de
nuevo, buen mozo y elegante, como un sarcófago artísticamente preparado
para conservar las cenizas del marino más grande que ha tenido América.
Demás será decir que fue servido el primer cocktail en la cubierta, para
respirar a pulmón abierto el "aire puro y si malicia" como decía Grau a su
joven amigo el marino mercante Juan Boisé, aludiendo al aire del mar.
El morro, ese formidable pedestal de Bolognesi, se alzaba delante de los ojos
con su bicolor y sus armas; y allá, sobre la cumbre, se oía el toque de las
bandas de guerra y la lista de cinco, como el alarido del puñado de leones
que despedían al audaz compañero encerrado en una cáscara de nuez.
A pesar de la alegría de los espíritus, como no hay adiós que no sea triste, se
pudiera decir que era la escena melancólica, el mar sereno, dormido como
fiera a los pies de su domador; el peñón imponente; sobre las cabezas el
infinito de los cielos; en
el horizonte, la esperanza.
A las cinco y media, todos estaban a la mesa, bulliciosa y alegre, sin etiqueta
ni formalismos.
Grau era hombre sencillo, bondadoso, sin afectación ni apariencia; formado
en el trabajo, hecho en el mar, como Cincinato en el campo; nunca pareció
otra cosa que el más bueno de los corazones y el más humilde de los
hombres.
A su lado los pobres estaban a sus anchas, de modo que hasta los marineros
que hacían el servicio, aunque respetuosos y exactos, todos formaban un
conjunto de amigos que bufoneaban y reían, brindaban y se complacían en
jugar con las frases, dirigiendo a porfía sus cumplimientos al hombre que
encamaba todo el orgullo de la patria.
De pronto se oyó un alarido y algo como el agolpamiento de la marinería por
un lado de la cubierta: Grau deja la servilleta, se levanta y sube
precipitadamente por la escalera del salón.
Todos aguardan silenciosos, el bullicio prosigue.
Grau regresa en breves instantes.
- Tienen razón, exclama, los hombres de mar no podemos sustraernos a los
presagios; es una candidez; pero la tripulación está inquieta.
- ¿Qué pasa?
- Una tontería: abrazado a la quilla de nuestro buque, por el lado de proa,
acaba de aparecer un lobo aullando como perro sin dueño, y esto para la
gente, es como un signo de desgracia.
- Qué niñería, exclama alguno.
- Lo sabemos, amigo mío, contesta el ilustrado Ferrer; pero tengo plena
seguridad, agrega bajando muchísimo la voz, que el Comandante lleva ya
como una lágrima caída en el corazón.
En efecto Grau, desde aquel momento silencioso y como recogido sobre sí
mismo, se hubiera dicho que elevaba alguna plegaria a la dulce memoria de
sus padres; una invocación misteriosa al honor de su patria; un postrer
juramento a su bandera.
La comida concluyó sin animación; los amigos se retiraron: cada cual se fue
a su puesto; y a la seis de la tarde, con las primeras sombras de la noche, el
Huáscar levantó anclas, se estremeció orgulloso, palpitó sobre la superficie
de las aguas, con aquel aliento poderoso que lo animaba, hendió el mar con
su quilla, y, dejando su blanca estela, como la cauda de un cometa, se perdió
entre las sombras, para no volver más, llevando en sus entrañas, todo el
corazón del Perú.
Pisagua

Llegamos a Pisagua de noche, y era mejor que así llegáramos, pues de día el
puerto es poco pintoresco. Pisagua es una población levantada sobre peñas,
y resguardada por un cerro empinado y feo; sus calles de altos y bajos,
recuerdan las de las ciudades de nuestra Sierra. Esas circunstanacias, unidas
al poco aseo, han traído desgracias a Pisagua: el incendio y la bubónica, han
quintado la población.
Nos alegró llegar en la noche, porque la ciudad ofrecía el aspecto de un
nacimiento, con el alumbrado vacilante de sus calles escalonadas. El tren
entra a la ciuda haciendo un zig zag, simulando una cinta de luz que se
desenvuelve en el cerro.
A bordo llegaban los ecos de una banda de músicos que hacían retreta.
El "México" debía hacer carbón y concluir su carguío a las 9 p.m. A las 11
la oscuridad era profunda, no se veía sino las luce- citas lejanas de la ciudad,
y detrás del cerro, de vez en cuando, golpes de luz rápida e instantánea,
efecto de alguna tempestad en la cordillera. Allá la majada de ovejas apiñada
en la quincha sintiendo caer sobre sus lomos el agua en inmensa catarata; y
cerca de la majada la choza, y bajo ella la india con sus hijos y los perros
canschules todos flacos y hambrientos. Todos en aquel inmenso desamparo,
sin la misericordia de nadie; y, aquí unos cuantos pasajeros sentados en la
cubierta de un vapor, envueltos en tinieblas de la noche oyendo a los
trabajadores del carbón entonar una "arequipeña", que no era ya ni el triste
yaraví de Melgar, ni la dulce cancioneta española, sino algo intermedio.
Pasó la noche y al amanecer pudimos ver Pisagua con un mar tranquilo y en
él a los cúreles, que saltaban perseguidos por parvadas de gaviotas.
Subió a bordo el señor Justo P. Cusicanqui C. teniente coronel del ejército
boliviano, que iba a Chile llevando dos niños al colegio.
Con gran sagacidad nos manifestó que llevaba a sus niños a Chile, porque el
clima de Lima no les era muy favorable. No creimos que era el clima, sino la
calidad de los planteles: su relajación disciplinaria, por un lado; y su
deficiencia puesta de manifiesto por los jurados del año escolar que ha
terminado.
Sin ir muy lejos, para nadie es un secreto el desorden que reina en
Guadalupe, cuyo crédito que ha ido en progresión decrecente, día a día,
como tampoco ignoran muchos la inconveniencia en otros planteles, de
profesores que se ganan más de lo necesario, o que andan ocupados sólo en
atrapar a los niños de buena paga, cuidando más del negocio, que de la
enseñanza.
Y si en Lima el desastre es palpable, fuera de Lima las cosas andan un poco
peor, salvo honrosas excepciones; más tomando en conjunto el desarrollo
intelectual de la República, puede decirse que es desastroso, Relajación,
rutinarismo é incapacidad.
Algo hablamos sobre política boliviana, y nos fue grato oír los buenos
anuncios de la administración pública próxima a inaugurarse por el doctor
Guachada, y del paso firme y certero de la que concluye.
No es la paz en Bolivia fruto de un convencionalismo mantenido por el
poder y soportado por el pueblo: es la paz que descansa en el
convencimiento de los hombres, es la conciencia ciudadana, arraigada en
ella por las obras; como no es el candidato, próximo a subir al poder, una
personalidad impuesta, un hombre de "me da la gana " del Gobierno,
agresivo e intemperante, metido en centenares de negocios, ávido de
riqueza; sino un estadista sereno y preparado en la tolerancia y el
alejamiento de las pasiones banderizas: su programa está sintetizado en esta
frase "probidad en todo, y justicia para todos" basta para hacerlo querido,
además, que departamento por departamento ha anotado las necesidades
principales de cada uno, no a su antojo, queriendo hacer ferrocarriles por
donde le apunte las narices, sino por donde sabe son factibles; y además ha
ofrecido modificar ese programa según y cómo, lo quieran los pueblos
interesados en su propio progreso: es, pues, un programa esencialmente
democrático, sagazmente formulado y juiciosamente escrito.
Da en el papel preferente a la oposición y a la libertad de la prensa: cifra el
acierto de su gobierno en el control que ejerza aquella; y en las advertencias
que ésta le sugiera, así sea apasionada y aún virulenta. Quiere decir que
Bolivia, va a tener pues, un mandatario, como lo necesitan estas repúblicas,
cuya vida depende tanto de los gobiernos: este candidato recuerda algo de
los mejores tiempos de una república, algo que no encamina a un
materialismo grosero, sino que cifra la existencia en la dignidad. (1)

(1) Fue una inmensa pérdida para Bolivia, la muerte del estadista a que nos referirnos.
Iquique

Más que un puerto de mar, parece Iquique una ciudad situada en la vega de
un río caudaloso.
Cuando llegamos había más de veinte buques de vela, una nave de guerra y
dos vapores; el que pasaba al Sur y el que venía para el Norte.
Iquique tiene 42,000 habitantes, según el censo último: posee una buen
colegio americano, varios otros de hombres y de mujeres, y uno de Padres
Salesianos; dos teatros, un hipódromo, un velódromo, un magnífico cuartel
militar y casas como las mejores del Callao. Su calle principal "Baquedano,
recuerda la gran calle "Lima". Grandes almacenes de todo género de artí-
culos y mucho movimiento comercial.
Bajamos y fuimos al Correo, muy inferior al del Callao como edificio,
aunque muy bien servido por mujeres jóvenes y corteses.
Del Correo quisimos ir a visitar al señor Billinghurst, que ocupa una casa
pequeña pero confortablemente arreglada. Le encontramos aventajado,
aunque lleno de vigor y en la plenitud de su carácter. Nos hizo pasar a su
escritorio, que es un vasto salón cuyas cuatro paredes se hallan cubiertas por
grandes anaqueles de libros y sobre multitud de mesas y mesitas de diverso
tamaño, se ve rimeros de folletos y periódicos en ese desorden natural para
los hombres de estudio: un retrato de cuerpo entero de don Guillermo, y
algunos de menor tamaño, entre ellos el del doctor Quimper.
Nuestra conversación fue corta y reducida, toda a recuerdos de la guerra y a
los despilfarras económicos de la nación. Don Guillermo conserva aquel
defecto capital de la franqueza, tan estimada por los que vivimos
acostumbrados a decir la verdad sin ambajes, y tan inconveniente para la
generalidad de nuestras gentes, tan gazmoñas como dadas a vivir de la
solapería y la mentira.
Hablaba con calor, se exaltaba con patriotismo, se ponía de pié y disertaba
como si hombres y cosas estuviera ante nosotros.
Cree en la reconstitución del Perú, pero encaminado y alentado por un ideal,
manejado con orden; piensa que en Lima y fuera de Lima no falta elemento
bueno, que se retrae y que puede ser útil en una actuación nacional clara y
honrada, y confía en un porvenir grande y próspero.
La mañana avanzaba y aún teníamos que hacer algunas visitas. Nos
despedimos del señor Billinghurst y continuamos paseando Iquique.
Fuimos al "Club Peruano”, en el que encontramos al señor Ossío, que nos
hizo pasear el local, magníficamente, situado y espléndidamente instalado.
Este club tiene 200 miembros.
De allí pasamos a "Cavancha", que es como si dijéramos La Punta, en el
Callao. En Cavancha hay un Recreo, que recuerda al "Estrasburgo" de Lima,
y en ese recreo hay una plataforma que se interna en el mar y en la que se
halla el comedor.
Allí nos sentamos con un buen grupo de tarapaqueños y extranjeros;
tarapaqueños como el joven Ernesto Devéscovi que sabe ser regio anfitrión,
y extranjeros como el jefe de casa Welch, alemán, que recuerda a Lima
como a un primer amor.
Entre los que comían en Cavancha, no faltaba algunos que estuvieron
todavía con la chaya encima.
Desde Arica al Sur el carnaval se llama chaya y cuando se juega,
particularmente, cuando se pasa polvos por la cara, se acompaña el acto con
la palabra chaya. La chaya es, pues, sinónimo de carnaval.
El martes, jóvenes y señoritas de familias conocidas van al Parque; ellas
disfrazadas y ellos al descubierto y se anima la chaya a chisguetazo limpio y
serpentina suelta. Se juega desde las 8 hasta las once de la noche, mientras
una banda da retreta. A las 11 las parejas se dirigen a la casa Capella, que es
el Klein de Iquique, y allí permanecen hasta las doce cenando ó tomando
refrescos. A las 12 sapac ucucha urcachami, sapac oveja pareschante. La
parte femenina y los hombres serios van a casita y la juventud que se levanta
a las 4 p.m., como decía Juan de Arona, va al teatro municipal, donde se
forma la juerga, el baile de máscaras de la gente de buen palmito. Es un
baile que podemos llamar desaforado. Describamos el traje de una bailarina:
zapatitos de razo y media de seda color carne, sujeta con ligas anchas y
negras, que señalan el comienzo de la pantorrilla; calzones que parecen
truzas de baño, que dejan ver las purezas de las formas, pollerita equitadora,
sobre fustanes de seda; y de la cintura arriba un monillo endiablado, abierto
por detrás desde la cintura y dejando por delante un escote desmesurado.
Esta bacante que se hace su entrada saludando la chaya con champagne, a
las 2 de la madrugada está completamente ebria y cueca y echa verbos,
brama y cae a tierra. Aquello, a fuerza de ser alegre llega a ser repugnante;
pero tal es la maldad humana.
No todas las bailarinas del teatro son bacantes, desde luego, pero no faltan
horizontales refinadas que son el escándalo del cuadro. Hemos tratado de
describir lo más notable
Mientras las de la cuerda se desguazan así, el pueblo baila la cueca,
apurando la chicha baya.
El almuerzo concluyó a las once, y a las dos regresábamos a nuestra jaula
flotante por aquella bahía como un remanso.
Desde aquí comienza el verdadero tráfico del sur. Se embarcaron muchos
niños y niñas que volvían a sus colegios de Santiago.

Antofagasta

Ex puerto de Bolivia, casi tan incómodo como Moliendo y formado como


este por una conveniencia personal: tenía Melgarejo un sobrino que poseía
un fundo cerca de este lugar, y el interés del sobrino prevaleció sobre el
interés de la nación, y es así como vemos allá calles con magníficas
vereditas y empedradas, las calles de los concejales, y hechas una desdicha
las demás.
Antofagasta de feo aspecto como paisaje, de calles rectas y alineadas, con
buenas construcciones, es una población de 35,000 habitantes en que la
colonia peruana es de 13,800, casi toda inscrita en la Sociedad de
Beneficencia.
A nuestra llegada había quince buques mercantes y siete vapores.
La plaza atraviesa por la crisis nacional y especial de la localidad; diez y
nueve oficinas habían suspendido sus trabajos, a nuestro paso acababan de
quebrar dos casas fuertes y el pánico estaba apoderado del comercio.
Llevando oro, y adquiriendo datos seguros, era el momento de comprar en
esa plaza gran número de artículos que podrían tener en Lima precios muy
remuneradores.
Oímos hablar, a propósito de negocios, de la importancia que podría tener
introducir coca en Iquique, para las peonadas de la pampa, en la que
peruanos y bolivianos y aún chilenos chacchan: se ha hecho la prueba con
éxito, con coca comprada en la casa Acharan de Trujillo al precio de $ 18.50
quintal; es verdad que en la quebrada de la Oroya ha llegado a pagarse hasta
40.
Los fleteros de Antofagasta atenidos al movimiento del puerto, abusan
mucho y cobran hasta 20 pesos chilenos por persona que llevan y traen de
tierra.
En Antofagasta tiene establecida una sucursal "El Mercurio" de Santiago,
como tienen establecidos otros periódicos sucursales en varios lugares
chilenos: periódicos todos de gran formato, su precio 10 centavos números
sueltos, los muchachos vendedores de periódicos suben a bordo, lo que
extrañamos en Moliendo. "El Zic Zac" magnífico periódico ilustrado, de la
empresa de "El Mercurio" de Santiago, se vende también por los
muchachos. En Arica se publica un periódico chileno y en Iquique otro,
ninguno trae noticias del Perú. En Iquique ha comenzado a publicarse un
pequeño semanario ilustrado con el nombre de "Ritmos".
Acabamos de saber que un banco ha despedido a todos sus empleados
principales, por los créditos excesivos que habían abierto causando al banco
un descalabro.
Es por eso que por todos estos mundos hacen elogios del patrón de oro del
Perú: es aquí donde lo comprenden, lo aplauden y se desesperan al ver que
les será imposible establecer la sanidad de la moneda; pero sea dicho de
paso, la crisis los aflige; pero la afrontan con brío y rastrean muchos
negocios y muchas empresas.
En Antofagasta suben cuarenta pasajeros de primera clase y se cree que
llegaremos a Valparaíso como sardinas.

Coquimbo

No habíamos pensado descender a tierra en Coquimbo; pues habíamos


pasado Caldera y Huasco sin bajar.
Coquimbo tiene 15,000 habitantes, puede decirse que no está formado más
que por una calle larga y otra menor paralela, ambas sobre plano de
insensible declive a lo largo de la playa; las callejuelas perpendiculares que
caen sobre estas calles suben al cerro, formando en él como una población
de cabras, semejante a muchos pueblos de nuestra sierra. En las calles
principales se ve casas de dos y tres pisos de construcción moderna pero vie-
jas; las demás son bajas, pequeñas y feas. La población está muy
descuidada: vieja es la pintura de las paredes, más viejas las veredas de
cimiento romano y viejísimo el empedrado central de piedra menuda.
Hay, por supuesto, mucho movimiento comercial y muchas tiendas de
negocios, y muchos escritorios; pero se conoce que es esta población
patriarcal. Su pequeño parque inglés parece un parque calvo y en la parte
descubierta se veía aún, hoy, 8 de marzo, los rezagos de papeles de carnaval,
como si ayer hubieran jugado los vecinos.
Todo huele a vejez y a descuido. Hay un tren que va a la Serena, ¡Qué tren!
Tiene pasajeros de primera y de tercera: estos últimos van poco menos que
en jaulas, y los de primera en unos carros que parecen fúnebres, y que por
fuera están cacarañados: este tren parece de los fundadores de Coquimbo.
En todos ellos viaja un gendarme.
Vimos también rodar aquí carretas de dos ruedas, jaladas por bueyes flacos,
y coches camastrones, por caballos malucos. Algo bueno nos llamó la
atención: una manada de vacas lecheras que salían de su establo: nos recordó
las que hemos visto en las haciendas del señor Valladares y que son
Heereford, si mal no recordamos, parecidas a las que lleva la marca de su
mantequilla especial.
Almorzamos en el "Royal", que es el mejor hotel de Coquimbo, y cuyo
salón recuerda a los hoteles de Callao. Nubes de moscas invadían el
comedor, aunque blancos cortinajes caen sobre sus ventanas. El almuerzo
fue confortable: sopa de mariscos con leche; camarones al natural, no
mejores que los de Lima e inferiores a los del valle de Tambo; congrio en
aceite y perdices con petit pois. Los congrios fresquecitos y baratísimos: tres
reales un congrio de media vara. Hay también en este puerto un pescado,
delicadísimo: el pichibueno. Como vino del país se nos sirvió un blanco
"Izquierdo reservado" estilo Sauterne bastante bueno.
El pan masacotudo; aunque italiano.
Como a bordo venía con nosotros un curita, pasó a la iglesia a decir misa. El
templo es feo y desmantelado: las mujeres, todas de manta, entran por la
puerta principal y los hombres avanzan al costado de la iglesia como por un
corredor de huerta y penetran a la nave derecha del templo, que es una sala
separada del altar mayor por una baranda: ni los hombres ven a las mujeres,
ni estas a los hombres. Como nadie acostumbra pararse a la salida, nos
pusimos a distancia a ver los palmitos coquimbeños: una que otra "valía la
pena". Eso si, desde que se pisa el Sur se comienza a ver los ojazos y las
cejas espesas, aquel ojo particular con más fiereza que dulzura y menos
soñador que realista, ojos grandes, pero muy expresivos; ojos reservados y
que bajo sus sombras ocultan su fuego; ojos que atraen y se hacen admirar;
ojos de noche profunda y tenebrosa; ojos que suponemos callados en la vida
corriente; pero que se abrirán como cofres de ébano repletos de brillantes en
momentos de pasión: tentadores, deslumbradores, capaces de llevar hasta el
crimen. Mucho ojo se precisa con estos ojos para estudiarlos: son ojos
especiales.
Valparaíso

El 9 amanecimos en Valparaíso. El amanecer fue precioso. A la izquierda, se


alzaba el sol, con sus palmas de luz extendidas sobre los cerros; y la niebla,
como jirones de gasa, se desdoblaba suavemente sobre la parte baja de la
ciudad, y entre las pequeñas quebradas. Aquí y allá, en toda la extensión de
la bahía, que es muy grande, se alzan edificios en grupos, que trepan hasta
las cumbres. La Escuela Naval, entre un bosque y en lo más alto de una
colina, semeja un castillo de mármol. Dominando todo el paisaje cerros
redondos en sus cimas y de pendientes rápidas, sostienen aquí y allá por
todas sus planicies y en sus concavidades casas y palacetes, que parece
incrustados en la roca: grato es el panorama, que de noche debe parecer a la
distancia, una serie de castillos de luces de bengala.
Bajamos a tierra por un muelle incómodo, como todos los muelles de Chile,
pasando cerca de los diques y por entre más de treinta vapores mercantes y
sin número de buques de vela y de embarcaciones menores.
Aquí está Chile, con su primer puerto de 200,000 habitantes, con tres
grandes jirones de calles en la parte baja y un sin número de transversales,
que suben a los cerros, a los que se asciende también por funiculares,
servicio atendido por mujeres, previo el pago de treinta centavos papel.
Tienen estos funiculares triple elevación que el del Barranco en el Perú.
En los extensos jirones de la parte baja y se ve centenares de casas como las
del paseo Colón o las de la Colmena, y centenares de almacenes como los
mejores de Lima; muchos bancos son edificios como el del Perú y Londres;
sastrerías A tutiplén é imprentas como la de "El Mercurio" y "El Chileno" de
edificio el primero majestuoso. El pavimento no es malo sino viejo; de
adoquín de piedra la parte central y de grandes losas las veredas. Al
reedificarse lo mucho destruido creemos que se regularizará mejor las
construcciones y que se hará un reparto total de pavimento, con lo que
quedará brillantemente remozada esta ciudad de remozada esta ciudad de
gran movimiento comercial y que tiene lindos paseos entre los que descuella
Viña del Mar.
El clima de Valparaíso es excelente, y aunque su servicio higiénico deja algo
que desear préstase mucho para la limpieza su plano inclinado y tiene agua
magnífica que viene de una laguna artificial y se halla bien filtrada.
Los tranvías andan por lo general repletos, las mujeres están encargadas de
la cobranza, son eléctricos, y se detienen al paso para que suba ó baje el
pasajero. Cobran por el viaje 7 centavos y medio.
Los coches son muy amplios, pero el servicio es menos bueno que en Lima,
aunque se ve jalando de ellos, caballos de regular alzada y bien tenidos.
Aquí se ve el tipo chileno fuerte y activo y el de la mujer de color paja y la
de color blanco rosado como las rosas faberio. Y las hay hermosas, no hay
duda, en abundancia, multiplicándose las ñatas.
Muy al paso recorrimos la población, que tiene hoteles cómodos y elegantes,
con ascensores y comedores para los que hay que vestir de etiqueta, aunque
para comer bien conviene buscar un restaurant.
Al pasear la ciudad visitamos el parque municipal que recuerda la Quinta
Hereen de Lima y en el que reconocimos algunos mármoles de nuestra
Exposición, como reconocimos en una plazuela, achatado y mal puesto,
nuestro hermoso Neptuno que fue el parque exterior de nuestro Palacio de la
Exposición.

Viña del Mar

A tres ó cuatro kilómetros de Valparaíso, está Viña del Mar; pero no hay que
suponer que se necesite caminar esos tantos kilómetros en despoblado para
darse con aquel balneario; no, desde Valparaíso arranca el tranvía eléctrico,
que va por un ancho camino a cuya izquierda se halla la lonja ribereña, que
se estrecha o se ensancha y que va serpenteando; y a la derecha una serie de
cerros de poca elevación, de diversas alturas y formas; cerros separados por
hendiduras que simulan quebrados caprichosas de poca anchura y de menos
profundidad. En la lonja se ve muros altos de piedra, sobre cuyo lomo pasa
el ferrocarril de Lima a Santiago, y casas de toda forma y construcción; se
ve, también en partes, levantado el suelo como en largas lomas cubiertas de
flores silvestres amarillas y anaranjadas en abundantes y coposos manojos, y
en partes alamedas que van orillando el camino.
La avenida es ancha y da paso al tranvía y a los carruajes, carretas y
automóviles. A la derecha hemos dicho que los pequeños cerros se suceden
terrosos o graníticos, cubiertos en parte por cactus, pencas y ramajes
silvestres, por entre los que serpentean caminos o ascienden escaleras de
madera, con multiplicados descansos, y entre jardines que parecen colgantes,
o entre bosquecillos artificiales, casas de caprichosa construcción.
Así es todo el camino hasta que se llega a Viña del Mar: se recorre sucesión
de lomadas, que van a morir en la playa, y sobre las cuales, entre jardines,
como los rosales de Herouard, en el Barranco, la Margarita de Solari o los
parques de Hereen, en Lima, se alzan verdaderos palacios y edificios
suntuosos y elegantes, como el rancho de Letona, el de Sousa y los de los
Godoy, de la calle de Lima, en Chorrillos, o bien de piedra monumental,
como la casa de Dubois, de la calle de Baquíjano. Más aún; en lo alto de las
colinas, rasgando el azul del cielo con sus esfinges de alabastro, se ve
verdaderos castillos feudales, desde los que se contempla el mar.
El tranvía se detiene en una plataforma delante del Gran Hotel; allí se apea
uno y toma coche para descender por otra avenida pintoresca hasta el lugar
de baños, antes del cual existe una laguna, en la que vivimos bebiendo agua
a unas cuantas vacas.
Por aquella avenida van y vienen carruajes particulares de todas clases y
tamaños, grandes y pequeños automóviles, que conducen a lo más elegante
de Valparaíso y Santiago; se ve también numerosos caballeros en magníficos
caballos de trote y uno por otro paseante a pie.
Hay también en cortas calles, entre parque y parque y entre palacet y
palacet, chalet y regio alcázar, sucursales de ricos almacenes y escritorios, lo
que da más brillo y animación y hace más pintoresca aquella magnífica
morada de la gente pudiente. En los baños hay un techo cubierto de plantas,
una rumada un esqueleto, bajo la cual, en bancas, se sientan los paseantes,
mientras los niños juegan en la playa, a lo largo de la que (y esta moda
puede establecerse en Ancón) se ve toldos en forma de gorras de criatura, a
listas blancas y rojas, bajo los cuales sombrean las familias sobre la fresca
arena.
Del baño regresamos al Gran Hotel, vasto edificio de los pisos, con grandes
patios, comedores muy espaciosos, escaleras anchas cómodas, un magnífico
parque a la sombra de corpulentos frenos y otros árboles que los años han
agigantado, con glorieta para festivales, comedor interior, sala de billar,
biblioteca con pequeñas mesas de lectura y mesitas para familia en uno de
sus más anchos comedores. Trepan al techo, en abanicos, unas cuantas
enredaderas, y a través de ellas se ve en el patio brillar todos los verdes en
anchas hojas limpias y relucientes, como si fueran de esmalte.
Tienen razón los chilenos de estar orgullosos de su Viña del Mar, que sólo
necesita una conservación más prolija: cambiar algunas barracas del camino
por casitas de campo para el pueblo; vigilar uno que otro rezago de basura y
mejorar sus arboledas. Algo viejo y descuidado y se nota, revelando la
indolencia de nuestra raza: mayor vegetación, limpieza perfecta, árboles que
en la estación de verano, si se deshojan, no muestren sus rezagos, y tendrán
los porteños una cosa completa y digna de mostrar al extranjero como
población modelo.
Si no hay peligro en mantener aquella laguna, falta bordear bien sus riberas
y fomentar en ella la cría de aves, como cines y patos españoles, garsas
rosadas y otros animales adecuados.
Si las aguas son malsanas, petróleo con ellas y a secarlas.
En invierno, cuando se visten las lomas, y se cubren los cerros, y se limpian
las quebraditas, entre la esmeralda de la vegetación y el plomo de la roca,
¡qué hermosos se deben destacar esos edificios, llenos de mármoles y
bronces, con sus bloques relucientes sobre sus columnatas y sus labraduras
como encajes. Y el mar. el inmenso mar, como un espejo, al pie de esos
espléndidos tremau.

De Valparaíso a Buenos Aires

El 11 de Marzo a las 5 y media de la tarde salimos de Valparaíso: salimos


viendo el mar a nuestra izquierda y a la derecha la falda de los cerros; un
mar triste, hondo en sus riberas y sin que nadie se bañe en ellas: en la lejanía
del horizonte nos parecía ver con la mente toda aquella ribera de nuestro mar
de Chorrillos, Barranco y Miraflores, mar clemente y benigno, en cuyas
orillas juegan y se bañan los niños del pueblo; mar pintoresco por los verdes
ramajes que adornan los barrancos sobre los que se ve las bonitas
poblaciones en formación, y en ellas nuestros camaradas, nuestras amigas y
cuantos seres nos son queridos. Pensamos entonces en la frase de Mme.
Stael: "viajar, es uno de los placeres más tristes de la vida"
Cuando desapareció la playa, se perdió el mar y nos metimos tierra adentro,
entre el claro oscuro de las primeras horas de la noche, apenas pudimos
distinguir que avanzábamos por una cuenca pobre y desmantelada. Alguien
nos dijo que no tardaríamos en atravesar uno de los valles más fértiles y
notables de Chile, en el que hay viñedos de consideración y así suponíamos
que sería: la noche era oscura y nada podíamos percibir.
Después de ligeras paradas en estaciones secundarias, llegamos a Llallay;
donde debíamos cambiar de tren: dejar el que seguía a Santiago y subir al
que iba para la cordillera; unos por aquí, y otros por allá, y entre los
pasajeros vendedores de periódicos son un grito ininteligible y las
vendedoras de canastas de peladillos frescos y suaves como mejillas de
buenas mozas chilenas; y luego prevención y a partir, en la misma
oscuridad, quebrada arriba, para llegar a las 10 de la noche a los Andes,
penúltima parada del tren de lado de Chile. Allí bajamos en agitada carrera,
para ganar alojamiento en el nuevo hotel Sud-América.
Nos parecía haber llegado a una gran hacienda del Perú, en la que se nos
alojaba. Había que levantarse a las 4 de la mañana para volver al tren. A las
cuatro todo el mundo sobre la perpendicular y al tren: se sigue el de los
Andes a Juncal, por un desfiladero estrecho y paisaje monótono. A las 10
llegamos a Juncal última estación chilena, y aquí la novedad de cambiar de
locomoción para trasmontar la cordillera: éramos 189 pasajeros de primera
clase y algunos de segunda, entre ellos no pocos inmigrantes españoles e
italianos, que, abandonando Chile, decían: "vamos a los Buenos Aires".
El transporte se hace a muía o coche: lo que más guste: todo es un
sacatripas, porque el paso de las muías es trotón, y hay que caminar el
escape; y en los coches un zangoloteo de friquite a cada vuelta de recodo.
- "Qué queréis ¿lo coche o muía?" se oye repetir a los acomodadores; y unos
entran de cuatro en cuatro en los carruajes y otros se lanzan a las muías.
Desde luego, conviene aconsejar a las señoras y a los ancianos, que no
piensen en tomar estos zangoloteos: los serranos que aún no hemos volteado
por completo la esquina de Bejarano somos los únicos un poco bien parados
en esta hazaña; porque acostumbrados a nuestras cuestiones de la sierra, esto
nos parece tortas o pan pintado: los demás o se van por las orejas de la muía
o prefieren andar a pie. ¡Infelices inmigrantes! Nos daba pena ver a una
mujer con su niño en los brazos y acompañada de dos hombres, esposo y
padre, por aquellos senderos.
"Acuérdate que anduvimos
por montes y serranías;
y cuando tenías sed.
de mis lágrimas bebías."

Así se busca el pan de la vida, pero ¡quién sabe si más tarde serán dueños de
algún palacio en Buenos Aires.
Los coches son carruajes cerrados completamente del lado de los caballos y
de los costados y sólo abiertos totalmente en su tercera cara; los pasajeros se
sientan frente a frente, de modo que van de costado no con la cara mirando
de frente al camino, como el cochero o como el que vá en el pescante: algún
viajero que no tiene mas puesto que elegir y ese recibe todo el aire de frente
y vá envuelto en la polvareda infernal que se levanta desde que se parte
hasta que se llega a la otra estación.
Cada carruaje es jalado por cuatro caballos y aquí conviene aplicar unas
cuantos cocachos a nuestros infelices paisanos, que han dejado
criminalmente desaparecer la raza de nuestro caballo criollo.
Estos caballos valientes y animosos que se tragan la cuesta y puna de la
cordillera llevando a las volandas los coches, no son ningunos caballos
normandos: son, ni más ni menos que, el valiente caballo andaluz, el hijo del
árabe, el padre de nuestro caballo criollo, de aquel cuyo tipo admiramos, sin
entenderlo, en el bronce bajo la figura elegante de Bolívar, ese caballo es el
mismo que recorre estas cuestas abriendo tamañas narices y bañando en
sudor hasta mojarse los cascos: caballo de gran alzada, como los antiguos
santeños y los Galpón de Chancay. ¡Infelices!. íbamos pensando en los que
han dejado perder esas raza en el Perú!. Ah infelices! y pensamos también al
ver estos valientes animales que trepan por una gradiente de 12 o más por
ciento al vuelo, resoplando los aires y batiendo sus crines como las
banderolas negras, en aquel otro crimen de llevarlos escuálidos, indefensos y
viejos a la pica! ¡Oh bárbara Lima!!.
Nada tenemos que decir de las muías, que son fuertes y grandes.
Caminaba en un coche una española, tipo de aquella mujer declarada por
Balzac la primera del mundo; era del pueblo y viajaba en el pescante; dentro
del coche iban cuatro españoles, y el más joven llevaba guitarra: ver a la
paisana y principiar a camelarla todo fue uno ¡vaya si era linda!
Tomamos el coche delantero y pudimos seguir la escena: el galán comenzó
por las peteneras ¡olé! y el español echaba versos que daba fiebre y la
española fruncía el entrecejo y se ponía cada vez más indignada: llegó él
hasta sacar la mano por entre la tela del coche pretendiendo tocar el vestido
de la viajera. Así, fue la cosa hasta el primer descanso; allí intercambiaban
caballos, bajó la mujer de su pescante y llamó a su marido.
-Mira, le dijo, búscame otro pescante, que aquí viene en er coche un
marciado, eh?: ese, y señaló al galán.
-Yo mal educado?, oígaste, yo tengo la educación por arrobas, lo sabe?.
-Se conoce.
-Yo le puedo enseñar a usté, oye?
-Que ha de enseñar a naides, hombre. Quiere U. que le diga una cosa?,
replicó la mujer poniéndose en jarras.
-Dígala.
-Pues, señor don educao, lo menos que le puedo isir es que cuando alguno
diga estropajo U. debe contestar presente, eh?
Lo dijo con tanta zandunga, que todos echamos a reír: el mozo se sonrió y
ella también: había que seguir el camino.
La marcha por el desfiladero era de lo más pintoresco, porque se veía por el
zig-zag serpenteando carruajes y muías, el grito de los mayorales y el de los
arrieros, que dirigían la piara que conducía el equipaje, repercutido entre los
cerros y multiplicado por el eco, daba al cuadro un aspecto digno del lienzo.
Abajo los abismos: aquí el camino ancho y pendiente; más allá el cerro
desprovisto de vegetación; y en las cumbres, los picos negros con sus
grandes trozos de nieve, algunos caídos sobre la columnatas de roca, blancas
garzas inmóviles, el cielo azul, de un azul transparente, y en él alguna nube
solitaria, como guedeja de algodón suspendida sobre el pico más alto.
A las doce llegamos a la cumbre, trasmomtamos la cordillera y rodando al
escape llegamos a la una de la tarde a la primera estación del ferrocarril
argentino.
Allí hay un hotel, en el que pasamos a almorzar y desde donde comenzamos
a comer un pan riquísimo. Mucha mosca en el tal hotel, casi tantas como en
Coquimbo. Pedimos el vino de Mendoza, el mejor vino blanco de Mendoza,
muy inferior a los de la campiña de Lima y sólo comparable a algunos de los
blancos de Chincha.
Después de almorzar, otra vez al tren, para seguir por una hondonada árida y
que a trechos nos recuerda el camino de Chosica, en su parte cercana al
pueblo; llegamos á una pequeña estación, en la que aparece que hay baños
termales, allí existía un campamento de ingleses ingenieros y trabajadores de
la línea de la cordillera, uno de ellos con la nariz comida, acompañado de su
esposa, argentina, tipo hermoso, un poco pequeña, gordita, y de cuerpo
hecho a torno. Acabábamos de dejar el país de la ñatas, en Chile abundan las
ñatas, para entrar en el de las narices borbónicas, las perfiladas y las de
caballete; es notable el cambio de narices, pues si hay ñatitas en la Argentina
corresponden sus narices a las alevosas naricitas de Sevilla, tentadoras,
graciosas, pasionales, que inflan sus ventanas a impulso de las emociones y
que un tantico levantadas encierran el secreto del deleite: eso dicen los
entendidos.
Pasamos también del roto de fisonomía alevosa a la del gaucho bonachón,
alegre, desprendido, un poco rudo; pero atrayente y comunicativo.
Continuamos la marcha y llegamos a Mendoza de noche y seguimos de
noche, cambiando de tren, dejamos el de vía angosta, molestoso en extremo,
para pasar al de vía ancha, con camarotes para dormir, como a bordo, con
gran coche comedor, coche de descanso para fumar y coche de descanso
para señoras; todo muy limpio y bien tenido; pudimos, desde que pisamos la
Argentina oír en la estación de Mendoza pregonar los periódicos
bonaerenses con toda claridad como en Lima; notamos así mismo cierta
similitud de tipos; no nos parecían tan extrañas las fisonomías aquí como en
Chile, y quien sabe si los defectos mismos nos son igualmente comunes.
Nada podemos decir de Mendoza, que para nosotros pasó como una ciudad
encantada. Ni aún puede abandonar el coche para bajar a la estación, porque
el tiempo era muy corto. Nos metimos al camarote, tan atorados de polvo
como un bif teck apañado en harina de galleta, pues todo el trayecto de
Juncal á Mendoza se pasa envuelto en una nube. Creíamos libertarnos en el
tren pero el mozo nos dió la nueva que el polvo seguiría hasta llegar a
Buenos Aires, sin cesar día y noche, en el trayecto de muchos más de mil; y
tantos kilómetros. Hágame Ud. patria. !
Cuando despertamos nos hallábamos en plena pampa Argentina, el
espectáculo es de grandiosidad monótona; ni el asomo de una colina, ni
rastros de una piedra, ni una ave, ni otra cosa que el inmenso pastal y alguna
vez cerca de alguna estancia o de alguna estación del tren uno que otro
arbolillo, como nuestro guarango; y volvimos a ver el tipo del antiguo
caballo argentino, que tanto nos recuerda al hermoso caballo santeño; que
bien se tragaría a questa pampa con su paso gateado o su soberbio paso llano
nuestro caballo que recorre los arenales con la gallardía de un nadador. Se
censurará siempre cometer el error profundo en el país permitiendo la
desaparición del caballo criollo, tan valiente, tan noble, tan hermoso; como
se ha cometido un crimen permitiendo la desaparición de las yeguas que se
enviaron de la Argentina.
¡Oh tierra de la desdicha y hombres de la ineptitud comprobada!.
El pasto es una grama especial de esta tierra, fácil para humedecerse: en
muchas estancias se ha segado, raleando a semilla de alfalfa que mejora muy
notablemente los prados y que no crece á mucha altura; y en toda aquella
inmensidad de campo no se ve una sola tapia, todo está dividido por
alambrados; y que aquí se ve una yeguada y más allá, puntas de ganado que
pacen en los prados artificiales; y por doquiera, en pilones, el forraje
ensilado.
Ni el ganado caballar, ni el vacuno, es de lo mejor: se ve razas menesterozas,
caballejos de ciento en carga, y ganado vacuno parecido a nuestro ganado;
pero se ve marcadamente la gran tendencia al cruzamiento, y a cuanto ha
mejorado todo ganado y se vá propendiendo a un tipo de perfeccionamiento:
es el cuidado, la paciencia, la solicitud, la afición que así van transformando
las crías y produciendo sobre todo en ganado vacuno el mejor Durham,
Erefor, etc., que dejan encantado al viajero.
De trecho en trecho; en aquel pampón descomunal, se ve estaciones todas
nuevas, de ladrillo y cemento, que recuerdan la casa de la hacienda Infantas
en el trayecto del ferrocarril de Ancón; y aquí y allá millones de durmientes,
miles de rieles, más miles de ruedas y plataformas y trabajadores con sus
campamentos provisionales, tendiendo líneas en todas direcciones.
Todo es nuevo y todo es grande en este trayecto; todo indica la fermentación
del trabajo. Por supuesto que es mucho cuento tener este biscochuelo de
tierra, en el que un hombre puede manejar un arado de cincuenta rejas, como
un niño puede resbalar un trinche sobre una fuente de manjarblanco: esta es
una mamadera estupenda; esto es hallar la cama hecha; por eso en estos
fundos se vaten los patrones en hermosas victorias, en carretelas, en
automóviles y hasta podrían corretear con zapatos de razo; esta es la más
mullida de las alfombras, el más suave de los mantillos, y aquí caben
algunos millones de hombres y algunos cuatrillones de ganado de toda clase.
Uno se canas de este mar de verdura: de estas leguas de trigo, de sorgo y de
forrajes. Para el pincel, el panorama es matador; pero la escena tiene
infinitos cuadros caprichosos y originales: el abrevadero, las casuchas
alrededor de la estación, la carretela, el arbolito solitario y el campamento,
etc, etc. Aquí también, acabadas las "Vidalitas" muerto el "gato",
desaparecidos los bailes y el canto de los tiempos bravios, han de aparecer
otros cantos y otros bailes, pues las faenas del trabajo, las alegrías del
trabajo, no pueden pasar sin su música; y así como la lengua hablada tiene
su canto, su tonadilla original, que se ha pegado al gringo y que el gringo ha
entremezclado con el canto de su país; así los versos populares y las músicas
populares han de modificarse, han de incrustarse y transformarse con los
versos y músicas de otras naciones.
Volvió a caer la noche, y a la luz de la luna pasaban como fantasmas álamos,
casas, estaciones y pueblecitos cercanos a Buenos Aires. Así pasó Palermo
mismo, y de repente nos halla mos en la estación de la metrópoli a la
avenida Mayo; la espléndida Avenida Mayo, que dicen los que conocen
París que recuerda sus boulevares, y que con su brillante iluminación, nos
recordó al Paseo Colón iluminado a la llegada de Sáenz Peña; casas de tres a
cuatro pisos, almacenes con vidrieras que parecen de pedrerías, anchas
veredas llenas de mesitas para tomar refrescos, miles de gentes, como en
muestras noches buenas, en torno de ellas, una gran extensión de vereda a
vereda, y por ella avanzando carruajes, automóviles y bicicletas unas tras
otras; al fin de la avenida el edificio monumental del nuevo Palacio del
Congreso; y al principio la Plaza de Mayo y el regio Palacio de Gobierno:
todo grande y esplendoroso. Allí no alojamos, en el mejor Hotel de la
avenida, que en breve pasará a ser de tercer orden, pues un millonario
argentino está haciendo construir un hotel de ocho pisos estilo de los de
Nueva York.
Cuando ustedes venga, espero que se alojen en él.
Yo me voy á dormir, soñando en nuestro Perú, tan desgraciado! …
Junto a las tumbas

Como peruanos, al pisar el suelo argentino, ¿cuál debía ser nuestra primer
visita?
A la tumba de San Martín, de aquel que, tremolando el pabellón nacional en
la Plaza de Lima, proclamó la Independencia del Perú: allí debíamos ir,
primero que a ninguna parte, porque si hay algo que vive en nuestro espíritu
como un amor sagrado, es el culto por nuestros próceres. Ojalá en el Perú no
se hubiera tronchado por completo toda la educación nacional, en el hogar,
en el Colegio, y en la vida civil, el amor al bien y el culto a la virtud no
pasarían de fingido convencionalismo. Los grandes hombres de nuestra
independencia nos dieron una lección objetiva y allí quedó. Conforme se
fueron alejando y se fueron muriendo, se fue apagando su luz radiante y
principió a clarear esa luz falsa que ni alumbra ni abriga, ni fecunda: la luz
de la mentira.
La teoría que ha debido seguirse, la que aún se puede seguir, reanimándola,
es sencillísima. La historia nacional está constituida por una complicada
herencia de glorias, de virtudes, de errores, de violencias, sacrificios y
crímenes, de noble desprendimiento y de censurable codicia, de
autoritarismo cruel y bajo servilismo; de libertad y dignidad, de luz y de
sombra. Si en nuestra mano están los destinos de nuestra patria, ¿qué debe-
mos hacer?.
¿Continuaremos rindiendo parias a la crueldad y a la violencia, al fanatismo
y a la opresión, la tiranía que engendra la revuelta, la represión brutal, el
favoritismo y la arbitrariedad?.
Prolongaremos en el presente y para el porvenir la barbarie manifestada por
la intolerancia y el despotismo?. Nos solidarizaremos con las naturalezas
inferiores, para quienes el pensamiento libre es una rebelión y una amenaza
el ejercicio del derecho? ¿ O bien, simpatizaremos con los que han luchado
por la libertad, con los que han difundido la cultura, con los que han
promovido a costa del sacrificio de sus conveniencias, de su tranquilidad y
de su vida, los progresos que permiten a nuestro país llamarse nación
civilizada?.
En cualquier parte que tomemos la Historia patria, hemos de hallarnos con
hombres valerosos y abnegados que han luchado por fundar el orden, por
implantar reformas y promover adelantos, por establecer más libertades, más
igualdad, y más justicia, y hombres bajos, estrechos o egoístas, que,
francamente abominaron todo progreso, y tomaron filas entre los retrógra-
dos, que jamás creen llegado el momento de innovar, y nunca encuentran
preparado al país para las soluciones del progreso.
Hay que elegir entre unos ú otros, tomando la elección desde el momento en
que unos cuantos patriotas esforzados se atrevieron á romper las cadenas del
coloniaje, es así como podemos adoptar una actitud de solidaridad y
colaboración con esos hombres á quienes la razón, la justicia, la libertad y el
derecho dieron fuerza para no esperar que el país estuviera preparado, que es
la disculpa y parapeto de los retrógrados.
"Sólo es digno del nombre de patriota, aquel que está resuelto a
experimentar el vituperio, la ruina, el alejamiento de sus amigos, antes que
traicionar a la verdad, a la justicia, ni a la virtud".
Así pensando, llegamos a la tumba de San Martín.
Entrando por la puerta lateral de la catedral, se ve al frente, en lo que
llamaríamos una capilla de la nave, un monumento, sobre dos bases
cuadradas superpuestas, y de las que la superior lleva en cada lado una
estatua simbólica; trabajada en mármol, sobre esta segunda base se ve
alzarse al sarcófago de bronce, que lleva en su parte superior los arreos
militares del héroe.
Sólo el 25 de Mayo se abre la reja de esta capilla y se puede leer y examinar
de cerca las inscripciones y los bajo-relieves. Por lo que se ve del
monumento, es sencillo y austero, como fue la vida del gran hombre.
La catedral que, por su parte, es también bastante sencilla, no parece sino un
gran templo de mármol destinado a guardar nada más que aquel monumento.
Aquí los templos puede decirse que no se abren sino los domingos, para la
celebración de la misa, así es que cuando fuimos a la catedral, eran las diez
de la mañana, no había en ninguna de sus naves ni una alma, nadie, excepto
el sacristán que sacudía los altares, y el peregrino que, desde las playas del
Rímac, había venido a depositar una siempreviva en la tumba del prócer.
San Martín, después de este monumento, no tiene otro que su estatua
ecuestre, en la que la ni la calidad, ni la escultura del caballo corresponden al
bravo soldado de los Andes. Bolívar es quien está admirablemente bien en
nuestra Plaza de la Inquisición: fáltale a San Martín un monumento que
expresa su índole, que traduzca bien su carácter, que corresponda a su
moderación, su probidad y demás cualidades excepcionales que hicieron de
él una figura única.
Salimos pensando en todo esto, y nos encaminamos al cementerio de la
Recoleta.
Debemos decir que este es el viejo cementerio que no tardarán en clausurar,
porque tienen ya en fabricación un cementerio nuevo, que, como todo lo
nuevo en Buenos Aires, habrá de ser monumental.
Después de visitar la tumba del prócer, quisimos ir también a ver la del
fundador del partido radical argentino, cuyo retrato teníamos en nuestra
casa; queríamos visitar igualmente el sepulcro de una amiga querida, de una
excelente amiga del Perú, de la escritora Juana Manuela Gorriti; y con ese
objeto nos dirigimos al panteón de la Recoleta; el viejo panteón de Buenos
Aires, menos hermoso que el de Lima, nuestro cementerio es algo que hace
honor a Matías Maestre que lo ideó. No tiene el cementerio de Buenos Aires
la capilla con su Cristo de alabastro, ni su administración ocupa el
compartimiento adecuado como en Lima. En el cementerio bonaerense
apenas hay vegetación, y los mausoleos se hallan tan aglomerados que más
bien parece un depósito donde todos ellos estuvieran juntados para ser
después conducidos a otro lugar de mayor espacio y de mejor distribución.
Hay, sin embargo, tumbas monumentales, obras de arte valiosas y de mérito.
Além descansa, bajo la bóveda del mausoleo monumental de bronce y
mármol, elevado a la memoria de los que perecieron en la revolución de
Julio; en que fue derrocado el gobierno proditorio de Juáres Celman, y
puesto en orden este país de tan grandioso porvenir. Aristóbulo del Valle, el
Casos argentino, defendió brillantemente en la tribuna parlamentaria, aquel
movimiento de opinión pública, del cual había sido apóstol y factor Leandro
N. Além.
Dos soldados de bronce, custodian esa tumba; y se destacan sobre el primer
cuerpo del monumento.
Nos detuvimos a pensar, de cuánta abnegación y qué cúmulo de virtudes y
de sacrificios se necesita para hacer fructificar la semilla del bien: toda esta
prosperidad y este florecimiento en Buenos Aires, no hubieran venido sin la
sangre de los que reposan bajo este monumento: las revoluciones, no son
sino el estrago del movimiento evolutivo: el salto de la valla: la erupción del
volcán.
Abandonamos pensativos aquella tumba, sobre la que parecía destacarse la
figura alta y la barba hasta el pecho del tribuno del pueblo, del radical
convencido, del patriota Leandro N. Além.
Pasamos a la tumba de la amiga que duerme en la capilla de la familia Puch,
y cuyos restos se está proyectando trasladar a Salta, su lugar natal.
Juana Manuela Gorriti, fue la fundadora en Lima de las "veladas literarias",
centro de cultura digno de la sociedad más refinada; ella allí, en la
conversación, cuyo arte poseía, ya con sus anécdotas, ya con sus
pensamientos sueltos, difundía lo bueno y lo útil.
Las polémicas odiosas que se suscitaban en la prensa, las envidias, las
sulturaban, "pero si todos cabemos" exclamaba, censurando la odiosidad.
"Cuando algo bueno sepas de alguien, proclámalo, cuéntalo", decía.
Los restos de la escritora de "Sueños y Realidades" descansan en un
sepulcro que tiene forma de capilla, que es lo más común en este
cementerio.
Casi frente al sepulcro de la señora Gorriti se ve un mausoleo muy
significativo: la figura lo dirá todo.
Una estatua de mármol, tamaño natural, en actitud de saltar a tierra: es un
obrero, lleva puesta la blusa garibaldina, la corbata garibaldina, y a través
del cuello de la blusa entreabierta, se ve el pecho desnudo del trabajador; la
cabellera en ligero desorden flota al viento, alta la frente y en la
fisonomomía pintadas la audacia y la juventud, con un pie atrás y otro
adelante, lleva en la mano derecha su gorra de trabajo, que levanta, como si
con ella estuviera saludando a la República Argentina.
Tras él se ve todas las herramientas del albañil, y una gran carretilla, que
lleva grandes letras el título de una de las obras de Smiles:
"Ayúdate".
Es la tumba de un inmigrante, que habiendo llegado a la Argentina, sin más
que su vigor, luchó y murió, dejando unos cuantos millones de soles.... Fue
su voluntad que lo representaran en actitud de pisar este país.
¡Qué grande y qué simbólico!
Multitud de operarios conservan limpios los sepulcros y mantienen el
cementerio en el mejor estado de conservación.
¿Quién cuida de estas cosas?
La Beneficencia, que no es, es aquí el estado mayor de ningún partido
político, que no constituye una mamada, y a donde no se envía a los amigos
a pasar buena vida.
La Beneficencia de Buenos Aires está formada por señoras, y es
perfectamente autónoma: maneja millones y tiene bajo su dependencia todas
las instituciones nobles.
Desde la época de Rivadavia se deja a la mujer el ejercicio de la caridad, y
con este gran paso ha conseguido la Argentina dos cosas: máximun de
pureza en el manejo de la renta, por la calidad de las matronas que forman el
cuerpo directivo y porque en rebusquen no entra la mujer, segundo darle una
ocupación que la aleja por completo de la beatería: aquí existe la mujer
religiosa que se santigua deberás al pasar frente a una Iglesia, la que va á
misa los domingos, pero no se conoce la que entra y sale y corretea, va y
viene con la correa o el breviario para arriba y abajo celebrando fiestas,
haciendo repicar campanas, monigoteando y haciendo vida de confesiones.
Aquí la mujer ocupa su tiempo en obras de Beneficencia, que son las
infinitas, pues se ve juntar cuatro con un propósito de caridad, y esas cuatro
entran a formar parte y depender del gran centro beneficente.
Así los asilos, los, lugares de misericordia son amplios y generosamente
atendidos. Nadie hace lavar su ropa de balde a costillas de infelices reclusas;
a nadie le bordan gratis; ni tiene regalías y buscas a título de beneficente. La
mujer argentina ha comprendido su papel, y lo desempeña con probidad y
grandeza.

La nota triste

La Avenida Mayo es en categoría con relación a las calles de la gran capital,


lo que Mercaderes a las de Lima.
El forastero o el transeúnte, tiene para descansar en ésta, como en todas las
espléndidas avenidas, cómodos y multiplicados asientos.
Sentados estábamos, distraídos con el tráfago de las gentes, que iban y
venían a pie, en coche, bicicleta, tranvías y automóviles; muy
particularmente en estos últimos, que se cruzan bramando como becerros en
retozo.
De pronto una mano se posó cariñosamente en nuestro hombro.
Era un compatriota, recién llegado.
-¿Usted por aquí, querido amigo?, le dijimos poniéndonos de pie.
- Ya lo ve usted, nos contestó.
- Pero ¿qué a venido usted a hacer aquí?. ¡Y desde el Cuzco¡ ¡Tan lejos!.
- Lo mismo que estamos haciendo muchos: emigrar: buscar trabajo.
- Pero ¿aquello no está tan próspero?...
- Tan próspero! Usted lo sabe mejor que yo.
- Yo no sé nada, amigo mío.
Pero no ha visto usted, la semana pasada, llegar también, de una de las
provincias de Puno, una familia entera: padre, madre, niños todos buscando
ambiente más propicio y garantías más efectivas?. ¿ No ha visto usted
regados desde Pisagua a Valparaíso, jóvenes y hombres en busca de trabajo;
no ha constatado usted que hay en Antofagasta "ochocientos" peruanos emi-
grados en la ciudad y "tres mil" en las oficinas?, entonces ¿qué me pregunta
usted?.
- Es que creía que usted viajaba por placer.
- Por el mismo placer que todos los que a pesar de los odios, aumentan día a
día por Guayaquil, la Paz y Chile.
Entre las curiosidades de la época ninguna más saltante que el sinnúmero de
compatriotas que abandonan el país "floreciente"; que dejan "la abundancia"
para venir a saborear el sabroso pan de la proscripción; y lo más curiosos
que a esa tierra que abandonan, "por su prosperidad los propios hijos", no
quieren ir ni a palos los argentinos, por ejemplo; y eso que los bombos
internacionales están en buenas manos y los boletines con figuritas y retratos
se reparten a tutiplén.
Yo le podría asegurar que si a más de cuatro extranjeros se le facilitara el
regreso; y si a la mitad de los peruanos se le brindara facilidad para emigrar,
sólo quedarían allá los destinados
De tan profundo mal, nadie se quiere dar cuenta: los éxodos preocupan en
todo país tan profundamente a los estadistas, que es efecto de esa
preocupación el restringimiento notable de la inmigración Italiana. ¿Cómo
de los Estados Unidos no emigran sino los hombres de negocios?.
De un país "falto de población", "escaso" de brazos, "ordenado" y
"próspero" es un verdadero fenómeno que se salga ¿porqué emigran de
nuestra tierra?. ¿El clima es malo, acaso?.
-No.
- El suelo, ¿es pobre?
- Menos
- La población, ¿exhuberante?
- Tampoco.
- Entonces ¿por qué emigrar?
- Siéntese usted y conversemos.
Nuestro compatriota tomó asiento.
- Veamos, le dijimos, ¿ qué tenemos en el interior?
-Una mayoría de pueblo que es "indio", "pongo", "semanero", "peón",
soldado, todo, más o menos, cortado por la misma tijera, a esa mayoría se le
hace trabajar a palos en los ferrocarriles, en las obras públicas o en las
particulares; sin garantías, estímulo, ni cosa que lo valga, y con el atroz
convencimiento de que el infeliz no reporta utilidad alguna, lo cual es tan
heroico que a la verdad se necesita que el hábito sea naturaleza para trabajar
sin la expectativa del provecho personal, que es el más poderoso acicate de
la actividad humana. Y a pesar de esa condición tan triste, el indio trabaja en
tan vasta escala, que podemos afirmar que todo cuanto poseemos lo
debemos a sus inagotables esfuerzos, desde la casa, hasta el alimento. Con
esa explotación llevada a cabo durante siglos, sin que se haga nada para
atenuarla haya influido el paso del coloniaje a la república, los mestizos
hemos, sido, y continuamos siendo unos desalmados; no podemos vivir sin
oscilar entre dos explotaciones: la explotación de los dineros de la caja
fiscal, y la del trabajo del indio.
Esa es la mayoría, ¿ y la minoría poblana? trabaja de cualquier modo, en un
comercio reducido en artes mecánicas que apenas dan para vivir; después
tenemos uno que otro que hace algo y se llama Fulano de Tal.... fluctuando
una juventud despierta, fuerte y hábil, que mata el tiempo maleándose,
formando, en no poco número, algo así como una vagabundería matona.
Algunos, rompiendo la corriente, abandonan la madriguera y no saben donde
irse a topetear: si es á Lima, necesitan más cartas de recomendación y
empeños que pelos; y si está a las montañas, van propiamente a aventurar. El
resto, la pasa disponiendo de la rentita y bienes de la beneficencia; de las
entraditas municipales, de los que produce el colegio o del hormiguero de la
política: jefatura de zona, visitadurías, recaudadurías y demás haraganerías y
compadrerías habidas y por haber, celebrando la fiesta del pueblo y todos los
santos del vecindario.
Las garantías, échelas usted a la espalda: o es usted de la camanchaca y
puede caminar por las acalles; o no lo es, y entonces tiene que emigrar.
Si pasamos a Lima, ¿qué tenemos? un montón de sociedades anónimas,
muchas de ellas tronadas, sin que resuelle nadie; y otras, viviendo por
milagro, comercio lánguido, incierto, asustadizo, vida cara, casa más cara,
vida amenazada por bubónicas, fiebres, tisis, y Métase usted a buscar
trabajo.
A propósito acabo de dejar en Chile, emigrado, a uno de nuestros mejores
escritores, un joven de talento, que ha hecho todo lo posible por no caer en
el cartabón de la empleomanía. Este joven se propuso trabajar por su cuenta,
y es divertida la odisea de sus ensayos, pues esa es otra: no hay sino dos o
tres salidas para nuestra ocurrencia criolla: "criar gallinas, los huevos son
caros, los traen de la sierra; si se produjeran en Lima, se llenaría usted de
plata", dicen.
"La gallina papujada, pone huevos a manada".
Pues a buscar esas gallinas, nuestro amigo se cabuleo unas doce y se hizo
regalar una pollada americana; reunió cincuenta gallinas, alquiló una casita
huerta en el Cercado y se constituyó en ella; barrió, regó, preparó nidos,
acondicionó bebederos y después de muchas fatigas y esperanzas, comenzó
el moquillo y principió la templadera. Nuestro amigo dejó el negocio, pues a
pensar en otro.
"La leche y la carbonería son las que dejan un platal", pues, a fiar carbón y a
buscar cántaros de lata, candados y llaves para que no se roben la leche;
nuestro amigo, como un fogonero, a vender él mismo el carbón y a esperar
el "líquido elemento" en Viterbo.
La leche siempre salía aguada y el carbón cuando no venía con cisco, traía
unos pedrones como derrumbes de San Cristóbal, la tiendecita le costaba un
platal; el barrio era malo, y el negocio daba apenas para pagar la tienda y
para que el comerciante comiera chafainita en una fonda de chinos.
A otro negocio: "repartir recado a domicilio".
Ni lo piense usted le dijeron, porque desde que aquí hay quienes
"acostumbraban" y muy decentes no pagar casa, menos pagarán el recado.
Vio el amigo que todo negocio pequeño era imposible y fue a buscar la vida
a Chile.
Entre tanto los de la devoción con cuatro, cinco, ocho destinos cada uno; y
familias enteras, de capitán a paje, todos adentro…Y eche usted aumento de
sueldos; y gracias, y pensiones al contrapunteo, dos mil, cinco mil, diez mil,
veinte mil; y allá van extraordinarios y créditos y paseos de diplomáticos; y
si vienen huelguistas fusilados por carniceros; a otra esquina con ellos: Otra
vez a la misma tierra, a buscar el pan del emigrado: y por las calles de Lima,
cada sábado, sartas de limosneros...
- Pero se funda asilos.
- ¡Asilos! pero ¿qué es el asilo? en primer lugar, el peor síntoma, y en
segundo, que no resuelve nada; es un expediente acomodaticio, con el que
creyendo hacer bien a todos, no se hace bien a nadie. La gran masa de
público que vive ignorante de este engaño: creerá que la pobreza ha
desaparecido o se ha amenguado porque no la ve por las calles; y al asilado
se le someterá a la crueldad de una beneficencia reglamentada y fría: no se
pondrá mano en el remedio de la pobreza: se concretará más bien a
sostenerla; a alimentarla hipócritamente, fomentando el morboso estado
abúlico, que la mayor parte de las veces la ha engendrado; no se va a la
defensa del pobre sino a la del pudiente. Hipocresía que coge al desvalido y
le dice: te socorro para que no molestes; te recluyo, no para protegerte sino
para proteger a los otros. Al enfermo en el hospital se le cura para devolverle
la salud, la fuerza, la vida. El miserable es también un enfermo...pero, en fin,
no nos separemos del tema: agregue usted esa vida atingida, falsa, y tendrá
usted la razón clarísima de la creciente emigración de que no se da cuenta
nadie. Y vaya usted a decir allá estas cosas, se lo comen a usted a insulto
limpio, o a vileza pagada por el Gobierno.
- ¡Es verdad! es la nota triste; pero, consuélese usted con el consuelo de mi
abuela.
¡ ¡Cuando se abra el Canal!!!
De ganadería

Habrá llamado la atención que aún de esta tierra no hay dicho palabra de su
ganadería: no se puede soplar y hacer limetas. La cuestión ganadera es aquí
la primera de las cuestiones, y para orientarse, se necesita larga permanencia
en el lugar, y la disposición técnica conveniente. Podemos, sin embargo,
consignar algunas anotaciones, de carácter general, en vista de los resultados
obtenidos en la última exposición. Cada año hay aquí una exposición:
En la actualidad seleccionan mucho, antes de exponer, pues, como se ha
aumentado grandemente la cría de toda clase de animales, hay donde
escoger, y este escogimiento, cada vez más esmerado conduciendo a la
perfección.
En ganado vacuno, el tipo más corriente, el que más se ha generalizado, es el
Durham, después viene el Hereford. Entre estos hay la mar de otras razas; y
sólo mencionamos a éstas, es porque juzgamos que pudiera ser el tipo que
más conviniera en el Perú, como está conviniendo en Chile; no obstante que
los climas de la costa, los valles del interior y las dehesas de la sierra,
puedan aceptar con más preferencia otros tipos.
Esta es cuestión de mucho estudio.
En caballos, tiene mucho aprecio y mucho uso el mestizo, que ha hecho ver
la exigencia que hay de reparar el caballo primitivo, nuestro caballo santeño
y chancayano; el caballo árabe tiene por su puesto gran valía en estas
exposiciones; pero se está generalizando mucho el percherón francés. Y
como hay tantos usos y tantos gustos, demás es decir que el caballo de
carrera, que aquí es el vicio capital, ocupa un lugar muy distinguido,
empleándose para las carretas el caballo belga de tiro pesado.
Si la Argentina acaba de hacer un patriótico llamamiento a sus hacendados
para el cuidado del caballo criollo, que a fin de devolverle su tipo original
aconseja irlo seleccionando, no vemos porque en el Perú se deje perder la
raza de nuestro caballo nacional. Aquí han visto la necesidad de hacer
florecer esa cría.
En cuanto a ganado lanar, existe también la mar de razas; pero como en el
ganado vacuno pueden destacarse así: como lana, el merino, como carne, el
Rambouillet y el Lincoln.
La cría de puercos está llamando mucho la atención y se cree que en un
tiempo no lejano Chicago va a encontrar aquí un rival poderoso: hay gran
novedad por la cría de chanchos. Se ha pagado este año 750 pesos por una
puerca Middle White Yorkshire; 550 por otra Berkshire; 450 por un berraco
de esta misma raza, y 350 por otro Middtle White Yorhhire.
Se cree que tanto como el ganado vacuno, va a ser para la Argentina el
porcino.
En nuestra tierra la gran cuestión es el forraje: el ganado se vate en las
cercanías de Lima en las lomas de San Juan, en las de Amancaes, que crecen
a la buena de Dios, o cuando bajan a la planicie apercollan con el gramalote
o la alfalfita ratapiche. En las punas rapan, por entre los pajonales; y el
vacuno como la paja verde; y en las mismas punas, en los valles y en
multitud de partes, inclusive las lomas, entendemos que se podría mejorar
mucho los forrajes. Tomamos al efecto los siguientes apuntes:
Los métodos más recomendables para favorecer la multiplicación de los
pastos tiernos, varía según las tierras.
Se puede arar fajas de dos metros a distancia de 50 metros. Estas fajas
volteadas se prestan para la germinación de la semilla.
Otro sistema consiste en arar y rastrillar las partes desnudas del campo, y
sembrarlas antes de una lluvia, con semillas que se hayan recogido en la
época en que maduran los mejores pastos de ese campo.
Otro aconseja simplemente recoger la semilla de los pastos que parezcan
mejores y de esparcirlas a mano por el campo, cuando este se halle húmedo
o cuando se prevee una lluvia.
En los prados naturales hay una lucha continua por la vida entre las especies
que lo constituyen; cada una encuentra obstáculo a su multiplicación y
fatalmente son las más fuertes las que llegan a dominar. Pero varias causas
pueden cambiar momentáneamente la composición de un prado, tales son: la
seca, el frío o una temperatura suave prolongada; los prados que se vuelven
húmedos o los que se empobrecen, adquieren una flora especial y la
irrigación de prados secos modifica su composición, como también la
incorporación de abonos. Lo que deseo hacer comprender sobre todo, es la
influencia que el modo de explotación tiene sobre la composición de los
prados, pues lo ignoran muchos estancieros. El mantenimiento y la
multiplicación de una especie vegetal, y la desaparición de otra, son las
consecuencias de las condiciones de vida que cada una de ellas encuentran,
y según el estanciero trate sus prados, favorecerá la multiplicación de tal o
cual especie y la desaparición de tal otra.
Algunos ejemplos harán comprender esta idea. Si se retira el ganado de un
prado en el que durante largo tiempo se ha pastoreado, las plantas más
vigorosas (las que crecen más ligero) dominarán y ahogarán a las demás. Si
en vez de hacer pastorear un prado, se le corta continuamente, las plantas
más precoces, como el alopecurus pratensis, el holcus lanatus, y el dectilis
glomerata, serán las que tendrán mayores probabilidades de desarrollarse y
de dominar porque serán únicas que habrán podido semillar. El pastoreo
continuo tiene otras consecuencias: en un campo que durante todo el año
está cargado de ganado, las plantas de raíces vivaces y rastreras son las que
llegan a dominar, mientras las que se mantienen por siembra natural
disminuirán; por otra parte, las plantas que el ganado rehúsa o que come con
menos avidez, llegarán a madurar sus semillas y multiplicarse; finalmente,
como no todas las especies soportan el mismo grado el pisoteo, las que
sufren mas de él acaban por desaparecer, y de este punto de vista es útil
hacer alternar el corte y el pastoreo, y si no se usan los potreros para el
pastoreo, retirar el ganado periódicamente durante el tiempo sufieciente para
que el prado pueda descansar y restablecerse.
Un campo continúa a veces dando la misma cantidad de pasto bajo una mal
administración pero su calidad cambia y sus propiedades "engordantes" van
declinando. Un prado bien tratado no tiene por qué degenerar, y si está
compuesto de buenas especies nutritivas, su composición se volverá con los
años más estable y hasta podrá ir mejorando.
La invasión de los prados naturales por yuyos, cuyo valor nutritivo es escaso
o nulo, se debe atribuir a dos causas principales, la seca y el
sobrecargamiento. Si el estanciero no puede controlar la seca, está por lo
menos en su poder, con un poco de cuidado, hacer que el pasto la resista
mejor, y en rodo caso, siempre le es posible no sobrecargar su campo.
Los buenos estancieros del Estado de Texas (Estados Unidos), nunca dejan
el ganado más de 60 a 90 días sobre un potrero. Para que tal sistema sea
posible, es necesario tener potreros a propósito sembrados con un pasto
especial o cultivar forrajes a grandes rendimientos, como el maíz, el sorgo
etc.
La composición de los prados se modifica muy desfavorablemente bajo la
influencia de un pastoreo continuado año tras año, pues las especies más
rústicas (generalmente menos nutritivas) toman el lugar de las más débiles.
Entre los yuyos, los anuales crecen con mucho vigor; los perennes más
lentamente, pero son más difíciles de hacer desaparecer. Abandonados así
mismos, los pastos luchan ventajosamente contra los yuyos, pero bajo la
influencia debilitante del pisoteo y del pastoreo, ya no oponen la misma
resistencia y se dejan invadir por plantas que el ganado como con menos
avidez.
Los yuyos se pueden cortar con una segadora cuya cuchilla, fijada algo alta,
no causará daño al pasto; las rastrilladas en la primavera son también muy
beneficiosas para limpiar los prados.
Un buen sistema para renovar los pastos viejos es el siguiente: se pasa una
rastra de discos cargada de pesos de manera que abra bien el suelo; se
esparcen a voleo semillas de pastos tiernos y se cubren con una rastra
ordinaria seguida por un cilindro; ejecutadas estas operaciones, se deja
descansar el prado durante una estación.
En ciertos casos convendría destruir el pasto duro y los pajonales.
El pisoteo del ganado comprime la tierra e impide que el aire la penetre;
también se opone a la filtración del agua, por lo que el pasto sufre
mayormente de la seca; en el suelo comprimido las raíces se multiplican mal
y se nutren con dificultad. La rastra de discos separa las raíces, deja penetrar
hasta ellas el aire y el agua, les da nueva vida y hace que retoñen con vigor;
si se siembra entonces una buena mezcla de los mejores pastos que crecen
en el campo y se retira el ganado para darle tiempo de arraigar bien, se
mejora notablemente y sin mucho gasto la composición del prado. El
procedimiento que acabo de citar, ha dado excelentes resultados en las
regiones de ganadería extensiva del oeste de los Estados Unidos. En efecto,
hay muchos propietarios de campos impropios al cultivo de la alfalfa, a los
que desalientan los gastos de arar y de sembrar una mezcla forrajera; su
conducta se justificará ya sea porque el valor de los campos no permiten
hacer estos gastos; o porque la ignorancia en que se hallan, sobre la mezcla
que deben emplear, les hace temer resultados poco satisfactorios. En tales
condiciones el sistema de renovación que hemos aconsejado, tendrá éxito
seguro; si los pastos naturales no son de buena calidad, se pueden emplear
semillas extanjeras, que poco a poco se irán aclimatando y, bajo la influencia
de un buen tratamiento, irán tomando el lugar de los pastos y de los yuyos.
En campos secos, por ejemplo, es fácil hacer uso de poa pratensis, festuca
ovina, festuca rubra, poa compresa; las festucas tienen particular valor en
tierras arenosas. Si las tierras son bajas y húmedas, se podrá recurrir al
phleum pratense, al agrotis alba vulgaris, al trifolium hybridum; en suelo
fresco pero no húmedo, vendrá muy bien el poa pratensis. Estos pastos,
importados a veces, no duran mas de dos o tres años, al cabo de los cuales se
debe renovar la siembra, pero hasta en estos casos la operación es
económica, pues dan un buen forraje e impiden que los yuyos tomen mucho
predominio. Recomendándose en todo caso recoger las semillas de los
pastos que parezcan de buena calidad y sembrarlas en los espacios vacíos.
El mejoramiento de las razas de animales domésticos ha tenido por
consecuencia inevitable la creación de prados artificiales, cuyo número
aumenta cada día, a medida que la explotación del suelo se extiende y
progresa. Para esta trasformación ninguna planta ha presentado las ventajas
de la alfalfa; y ninguna ha dado sobre una extensión tan grande, resultados
tan satisfactorios. En las regiones en que esta buena leguminosa no da
resultados duraderos, es necesario recurrir a otras plantas.
Como las condiciones locales del suelo y clima influyen sobre el éxito y
rendimiento de los forrajes y sobre la duración de las mezclas forrajeras,
fuerza es que cada uno experimente para determinar con qué plantas podrá
constituir su prado artificial.
En un prado permanente la tierra se queda sin ser volteada, durante largos
años, poniéndose más y más dura y privada de la acción del aire, sobre todo,
el pisoteo del ganado acelera esta comprensión; es, por lo tanto, muy útil que
la primera preparación sea bien honda, sobre todo que el gasto de esta
preparación se repartirá sobre un gran número de años que durará el prado,
es bueno arar de 0.15 a 0.22 mm. y remover el subsuelo a una profundidad
igual. Si no se puede alcanzar el subsuelo, se debe en todo caso arar y
pulverizar la tierra lo más hondo posible.
La tierra se debe arar bien algunos días antes de sembrar y rastrillarla en
seguida hasta que la superficie esté bien fina. Si ésta se halla endurecida y
llena de cascotes, el mejor instrumento para ponerla en buen estado es la
rastra de discos, y se debe usarla lo más pronto posible después de arar, pues
si no, se ponen los cascotes muy duros. La última rastrada se debe hacer con
un instrumento de dientes cortos que deje la superficie tan plana y suave
como sea posible.
Las semillas chicas y pesadas como las de trébol, por ejemplo, se pueden
sembrar con máquina, pero para las más gruesas, como las de sorgo
halepense o las de consistencias vellosas, como las de dactylis glomerata, lo
mejor es sembrarlas a mano. Las semillas de peso desigual se deben siempre
sembrar por separado, pues es casi imposible mantenerlas en mezcla pareja
dentro del cajón de la máquina, y por otro lado, si la siembra se hace a
mano, es preferible hacer la operación en dos veces, la primera en un sentido
y la segunda en cruz.
El mejor instrumento para cubrir la semilla es un cilindro pesado, pues éste
las cubre bien y aprieta la tierra contra las semillas, tan firmemente, que
pocas se pierden por la lluvia o por la seca. Dado el caso que no se posea tal
instrumento, se puede hacer uso de una rastra liviana y de dientes cortos o de
una de ramas pero recomiendo no usar nunca una rastra pesada, a no ser para
semillas muy gruesas. Cuando la tierra está en buena condición, recién
rastreada, suelta y que se pueda sembrar inmediatamente antes de una lluvia,
no es necesario cubrir la semilla. Es mejor dejar de hacer esta operación que
emplear una rastra pesada, pues no hay nada que comprometa tanto a una
sementera de forrajes, como un entierro de sus semillas demasiado hondo.
Cada agricultor deberá observar, por su experiencia, cual es la época más
conveniente para sembrar, pues la más propicia en una región no es en otra.
Diré, sin embargo que cuando se puede, es preferible hacerla a fines del
verano o a principios del otoño, para que las plantas tomen bien posesión del
terreno, antes del inverino, y que cuando venga la primavera, se pongan a
crecer con tal vigor que ahoguen a todos los yuyos que crecen entonces y
que son tan perjudiciales a todas las semillas que se confían a la tierra en esa
época del año. Además, lo que más temen las plantas es la seca; en invierno
hallarán más humedad, y como la transición del invierno al verano es brusca
en este pais, sembrando en otoño resistirán más a la seca del verano que
sigue.
Mientras más rústica es una especie, más tarde, en el otoño, se puede
sembrar; pero para los pastos importados conviene sembrarlos lo mas pronto
posible al acabarse los calores del verano. En el caso en que la tierra esté
ocupada por una cosecha o que no se pueda sembrar en otoño conviene
hacerlo en primavera, lo más temprano posible, para que las plantas puedan
desarrollar sus raíces hondamente antes de los calores del verano. No se
puede aconsejar la siembra con un cereal, pues, por lo general, la economía
realizada de un modo, no compensa el daño que el cereal le causa al pasto.
No hay ninguna planta que se pueda considerar a la vez como la mejor para
heno, pasto y abono. Además, si hay especies que crecen casi todo el año, no
hay ninguna que lo haga con vigor en todas las estaciones. Para obtener los
mejores resultados, es casi siempre necesario usar una mezcla, sobre todo
cuando se trate de una pradera permanente.
Las plantas que se deben escoger para formar las mezclas, varían no sólo
según las condiciones del suelo y clima, sino también según el objeto que
uno se propone. Si el prado está destinado al corte, lo importante es sembrar
plantas que florezcan al mismo tiempo (todo pasto debe cosecharse al
florecer) y que crezcan rápidamente después del corte; es útil también mez-
clar las gramíneas que crecen en matas elevadas a las rastreras y a las chicas,
para que el heno sea bien fornido, e incluir siempre en la mezcla una
leguminosa, pues asi será más nutritivo. Una planta demasiado lozana en su
crecimiento dará un heno grosero y duro; un forraje destinado a ser
convertido en heno, debe tener una gran proporción de hojas que son las
partes más comestibles de la planta debe poderse secar con facilidad; debe
ser nutritiva, fácil de digerir y agradable al paladar y si el prado es
permanente, debe ser perenne. Entre las gramíneas hay algunas que, aunque
se usan en prados de pastoreo, conviene, sobre todo para heno, no tener las
cualidades citadas, tales son por ejemplo: la fieola de los prados, el dáctilo,
la festuca alta, el agrotis blanco, la avena alta, el raygrass de Italia.
Para pastoreo no es útil elegir, como se hace para corte, especies que
maduran todas al mismo tiempo; lo esencial, al contrario, es que las haya
tempranas medianas y tardías, de manera que den pastoreo todo el año.
Mientras más numerosas son las especies que entran en la mezcla, de mejor
calidad será el pasto, pero las que forman matas se deben usar solo en
pequeñas proporción, dando preferencia a las rastreras de tallos
entrecruzados y a flor de tierra, que soportan mejor el pisoteo y son más
vivaces. En las mezclas de prados permanentes de pastoreo, deben, sobre
todo, entrar gramíneas bajo las cuales son menos exigentes y mas rústicas
que las leguminosas y ofrecen más garantía de poblar el campo permanente.
Señalaremos como ejemplo para la mayor parte de las tierras, entre las
primeras, le bermuda grass las poas (poa pratensis, poa compressa); la fleol,
el raygrass inglés, la festuca rubra, la agrotis canina, la grotis stolonífera,
etc. Entre las leguminosas, citaremos el trébol híbrido, la lupulina, la
lespedeza, etc.
La clase de tierra y el clima (es decir, el tiempo durante el cual puede crecer
el pasto), tiene mucha influencia sobre las plantas a elegir. La mayor parte
de las gramíneas son mucho más sensibles a las condiciones higrométricas
del aire y a la frescura del suelo que a otra de sus propiedades. Las
leguminosas sobre todo requieren cal en el suelo, aunque a algunas les es
dañina, como a la serradella y al lupino. Entre las gramíneas también se
hallan plantas a las cuales la aplicación de cal al suelo favorece mucho su
crecimiento, tales son el sorgo, la avena, la cebada, la fleola, el boa de los
prados; otras son indiferentes a la cal, como el maíz, el centeno, el agrotis
blanco y el agrotis canino.
Las leguminosas soportan, el general, menos bien la sombra que las
gramíneas, algunas prefieren la sombra, tales son: el dáctilo y la festuca
rubra. Algunas plantas conviene a tierras secas (dáctilo, bromo inermo,
medicago maculata), otras a tierras húmedas (trébol híbrido, agrostis blanco,
paspelum dilitatum). Las hay para tierras ricas (fleola bermuda), y para
pobres (lepedeza, bromo inerme), para calcáreas (esparceta, melilito). En fin,
lo que precede y lo que hemos dicho a propósito de las causas que modifican
la composición de los prados, basta para hacer ver que no se puede reponder
categóricamente a la cuestión: ¿Qué plantas debo mezclar para mi campo?
Son muchos los factores que entran en juego y que se deben tener en cuenta
para escoger las plantas; además los ensayos que llegan a determinar las
mezclas que más conviene a cada localidad, necesitan un grado mucho
mayor de espíritu de observación y de perspicacia, que aquellos hechos con
forrajes solos; únicamente el trabajo metódico de estaciones agronómicas y
el estudio de los pastos indígenas, llegará a solucionar el problema.
MEZCLA PARA PRADOS DE CORTE
Por hectárea
N° 1.- Arrhenaterum elatus……………………………28 Kilos
Trifolum pratense………………………………10 kilos
N° 2.- Agrostis alba……………………………………13 kilos
Dactylis glomerata………………………………18 kilos
Festuca elatius…………………………………….9 kilos
Trifolium pratense…………………………………4 kilos
N° 3.- Lolium italicum……………………………………8 kilos
Dáctylis glomerata………………………………..10 kilos
Arrhenaterum elaties………………………………8 kilos
Festuca elatior……………………………………10 kilos
N° 4.- Pheleum pratense…………………………………16 kilos
Agrostis alba………………………………………16 kilos
Trifolium pratense…………………………………16 kilos

PARA PRADOS DE PASTOREO

Por hectárea
N° 1.- Poapratensis………………………………………… 8 kilos
Trifolium repens……………………………………4 kilos
Lolium perenne…………………………………… 9 kilos
Festruca rubra………………………………………3 kilos
Agrotis alba…………………………………………8 kilos
N° 2.-Poa compersa…………………………………………2 kilos
Trifolium pratense…………………………………..2 kilos
Dáctylis glomerata…………………………………..3 kilos
Festuca elatior……………………………………….3 kilos
Aynostis alba………………………………………13 kilos
Lolium perenne………………………………………8 kilos

PARA TIERRAS HUMEDAS

N° 3.- Agrostis alba…………………………………………14 kilos


Trifolium hybridum…………………………………..8 kilos
Agrostis stolonífera……………………………………5 kilos
Lolium perenne……………………………...…………2 kilos
PARA TIERRAS LIVIANAS ARENOSAS

N° 4.- Festuca rubra………………………………………20 kilos


Agrostis alba……………………………………...10 kilos
Poa pratensis………………………………………8 kilos
Trifolium repens…………………………………..2 kilos

Tales son los datos tomados.

Un patriarca

Todos los pueblos cultos, todos los pueblos grandes, veneran la ancianidad
ilustre, ya sea ella un hombre sabio; o simplemente bueno; el culto a los
ancianos, cuando éstos han ejercitado su vida en el camino del culto a la
belleza; a la verdad o al bien, es de lo más respetable. ¿Quién no hubiera
sido capaz de querer a ese viejecito que se llamó Francisco de Paula Vigil,
cuya vida íntegra fue consagrada a la verdad? Siempre que uno iba a la
Biblioteca de Lima para consultarle algo, con qué suavidad de maneras,
cuánta dulzura de palabra, aquel verdadero sacerdote de la virtud, se
prestaba a atender.
Luego, ese hombre tan benévolo para el consejo, tan delicado y tan atento,
era modelo de justicia y símbolo de caridad; ese hombre distribuía entre
familias pobres casi el íntegro de su haber como bibliotecario; y desde su
vida privada hasta su vida de hombre público, no había en él más que una
línea recta, una línea continuada.
Debemos estudiar a los hombres más nobles, los más sinceros y los más
humanos, aquellos que han vivido la vida más amplia, más intensa, más
completa, más digna de nuestra admiración y de nuestro amor: debemos
examinar sus maneras de pensar, de sentir y de proceder en su existencia
diaria y en presencia de casos graves y fatales, así aprenderemos a saber
vivir.
Siempre nos había llamado la atención el culto que los argentinos tienen por
sus hombre de valer, culto que en la actualidad se trasparenta en sus paseos
públicos, traducido en decenas de estátuas, culto que se renueva año tras
año, el día del cumpleaños de Guido Spano, que aunque de labor literaria,
menos extensa que la de Tolstoy en Rusia, Ibsen en Noruega y Hugo en
Francia, quien sabe si mas bondadosa, la juventud va en peregrinación a
saludarle.
Guido Spano es un viejecito encantador; es un espíritu juvenil encerrado en
un cuerpo de 90 años.
Fuimos a visitarle a su casita en la tarde, ignorábamos que se recogiera a la
cama temprano.
Guido vive en uno de los barrios más apartados de Buenos Aires, tanto por
la mayor quietud, cuanto por la más módica pensión; es un hombre modesto
al que le vasta su haber de cesantía, como archivero de una de las públicas
reparticiones de la administración: para él, su señora y una criada, tiene
bastante, tanto más cuanto que su despensa se llena año tras año con lo más
exquisitos vinos, las aguas minerales argentinas más renombradas, los
cigarros, el café y cuanta golosina puede necesitar una naturaleza delicada y
una vida que se conserva bien.
Hicimos antesala en la biblioteca del poeta, muy nutrida de obras,
sobresaliendo los clásicos latinos y todo lo mejor de la literatura francesa. La
literatura y el espíritu de este escritor, de este poeta, son eminentemente
franceses.
Tuvo la bondad de hacernos pasar a su dormitorio, una sala amplia con
grandes ventanas al oriente y al occidente.
Estaba entra sábanas, con su camisón de dormir, rodeado de grandes
almohadones, en cuja de madera ancha y cómoda. Allí estaba sentado:
parecía muy delgado, de color encarnado, blanca la lengua barba; blancos
los cabellos, que, a modo de melena, le caían sobre las espaldas; ojos vivos,
movedizos, alegres: fisonomía plácida.
-Me he permitido, caballero, la franqueza de recibirle aquí, porque me habría
sido duro hacerle regresar. Vivo tan retirado... Además, usted es del oficio y
ha de explicarse este revoltijo, - agregó señalando los folletos y diarios que
tenía sobre la cama. No por eso le hubiera hecho entrar a usted a una
catacumba: esta habitación es alegre, por la mañana me permite ver los pri-
meros rayos del sol, y por la tarde gozo de sus melancolías.
-Es un dormitorio de poeta.
-Cuando menos, de un hombre que ama la naturaleza: siéntese cerca de mí,
señor Gamarra; fumará usted un habano de Vuelta Abajo, me los envía
constantemente un viejo amigo: diciendo y haciendo, nos obsequió, en su
papel de plata, un buen cigarro.
Usted viene del Perú, de Lima. Créame usted que si tengo alguna pena, es la
de no haber conocido Lima. He ido cincuenta veces a Europa,
particularmente a Francia: qué expansivos, qué alegres, qué comunicativos,
qué mundiales, como se diría hoy día, son los franceses. A Lima no he
podido ir, y es de advertir que mi padre fue gobernador de Lima.
En casa: con este motivo, cuanto no oía hablar de Lima y el Perú; vea usted
si habré tenido deseo de conocerla. Aquella fue una edad hidalga: los
hombres con desinterés y abnegación batíanse por la gloria y daban, en aras
de la libertad, fortuna, bienestar y cuanto tenían; pero con una grandeza, una
generosidad y desprendimiento admirables: fue la edad caballeresca de la
América.
-Pero, en fin: aquí se ve ya los frutos: esta es ya una florescencia de esa
libertad.
-No todavía; aquí estamos en un hervidero colosal: todo está revuelto, pero
todo tiene el soplo de los que hicieron estas patrias. Esto consuela. Ustedes
también llegarán.
Un amigo mío del Uruguay ha pronunciado hace poco un magnífico
discurso político y en él dice a sus compatriotas que dejen la guitarra y el
baile y sigan el ejemplo argentino: que tomen el arado. Me preguntaba este
amigo que opinaba de su discurso, y yo le he contestado que era muy bueno,
pero menos lo de la guitarra; porque un pueblo que pasa cantando y tocando
la guitarra, es porque está contento y si baila, es porque tiene con qué comer;
que deje, pues, alegrarse al pueblo uruguayo, que ya llegará la época de
empuñar el arado; que siga empuñando la guitarra: si los peruanos se la
llevan también bailando, no sé si se la llevarán así, no hay más que dejarlos
en su parranda, que ya vendrá la hora del trabajo.
-Es que hay alegrías de alegrías: hay alegrías expansivas que nacen de la
abundancia y de la placidez del espíritu; y las hay que nacen de la disipación
y la holgazanería.
-Tomo nota de su observación, y pondré una posdata, porque esta segunda
faz del asunto es una enfermedad, es un mal; quizá convenga quemar las
guitarras.
-Cambiar la solfa de los guitarristas.
-Eso es, cambiar de música, y antes de cambiar nosotros de tema, agregó el
venerable poeta, me va a permitir invitarle una copa de vino generoso, y
conocer a mi señora.
Llamó a la criada y la ordenó sirviera tres copas de vino, y avisara a la
señora que un caballero peruano deseaba conocerla.
Momentos después se presentaba una de esas damas cuya beldad apenas han
amortiguado los años. Dama de distinguido porte y de conservación
esmerada, vestía con sencillez, y su peinado sin cabellera recogida, permitía
ver la forma perfectamente oval de su cabeza. Su mano, suave y pequeña, y
lo bien contorneado de su talle, acusaban a la mujer de distinción y cos-
tumbres pulcras.
Con motivo de la presencia de la señora, que nos fue presentada con toda
cortesania de una persona de talento, cambió el giro de la conversación; hizo
la señora de Guido Spano elogio de la limeña: "no es sino flor más en
aquella primavera", dijo aludiendo al clima de Lima. Se habló de flores y de
frutas, y hubieron de confesar, con grandes elogios, que el Perú aún sólo
visto por este lado era prodigioso. A la Argentina vienen frutas de países
muy distantes, Guido Spano nos habló de la huerta Villacampa, que la creía
como un señorial fundo o la mansión de un millonario, que se había dado el
gusto de tener la mejor fruta del Perú.
- Villacampa fue, en efecto, uno de esos hombres de buen gusto que, sin
fabricar un palacio para su persona, le dijimos, lo fabricó para determinadas
frutas, y aún para determinadas flores; puede decirse que se ha adelantado,
después de él, tanto en flores como se ha perdido en frutas: hoy por hoy
Lima tiene muy poco que envidiar en flores a los mejores centros de pro-
ducción del mundo, pues aún en orquídeas, que es el súmun de la rareza y de
lo bello, un señor Abel, en la Magdalena, que es como un barrio de Lima, es
un cultivador de primera fuerza; y los jardines franceses e italianos de la
ciudad son verdadero prodigio de flores: la manzana antigua, la chirimoya
misma, los peros y la múltiple variedad de melocotones han perdido en ca-
lidad, y en tamaño; es que la generalización en el cultivo de hortalizas ha
causado la destrucción de las huertas: faltan hombres de gusto e
instituciones que despierten una mejora en la producción de frutas; sólo
aquí, en Buenos Aires, que las frecuentes exposiciones van consiguiendo
mucho de lo que nuestra dejadez allá abandona y arruina.
- En un país de primavera eterna, repitió la señora, todo debe ser primaveral.
Nuestro objeto no había sido otro que presentar nuestros respetos al patriarca
de los escritores argentinos, y harto habíamos distraído su atención.
Entre estos dos o tres tópicos de charla, Guido Spano salpicaba anécdotas
ligeras, frases y pensamientos oportunos, reveladores de un espíritu libre de
preocupaciones y mojigaterías: es una alma honrada que ha vivido muy
intensamente dentro de una felicidad siempre cumplida: alegre, a pesar de la
prolongación de sus años, e indiferente al día de su quietud final.
- Sólo una pequeña contrariedad tenemos los dos en los años que ya nos
queda, dijo refiriéndose a su señora; ese edificio grandazo que se les ha
antojado levantar al frente y que nos quita un poco de sol por aquella
ventana; pero se compensa con la felicidad de ver así surgir la patria.
Nos pusimos de pie y estrechamos la mano de aquel noble argentino y de esa
dignísima matrona, que nos recordaron la edad de la hidalguía de esta
simpática nación.
Mientras permanezca usted en Buenos Aires, esta casa es suya, y si nos
honra con venir a almorzar; como usted es criollo, la señora le ofrecerá un
chupe a la limeña, que es algo recomendable. Yo sé por Chateaubriand que
"a donde quiera que se vaya siempre aparece un algo melancólico, apenas se
pierde de vista la chimenea del hogar": vivo placer tendríamos en hacer por
borrar esa melancolía a caballeros tan apreciables y a peruanos como usted.
Agradecimos como debíamos fineza tan cumplida, y nos retiramos
ampliamente satisfechos de haber tratado y de haber conocido a Guido
Spano.

Huarochirí y Famatina

El desenvolvimiento económico de las repúblicas sudamericanas, apenas si


se encuentra esbozado: vinculado como está, tan íntimamente, el adelanto
material, con la mejora institucional de cada uno de estos países, todo
retardo en el afianzamiento de las instituciones políticas implica
estancamiento, cuando no retroceso, en la prosperidad económica.
Doble resistencia, y cuádruples dificultades, tienen que vencer los hombres
de trabajo, cuando hay desquiciamiento, o inseguridades en la
administración pública; y a fin de que no se crea que es nuestra prevención
la que así juzga, vamos a transcribir, literalmente, lo que dice el editorial de
hoy, de "La Prensa" de Buenos Aires, juzgando la mala política de aquí, que
es por supuesto, santa comparada con la de nuestra tierra.
El editorial se titula Las dos producciones, y compara las del trabajo, con las
de la política funesta: "parece imposible, dice, que coexistan, dentro de un
mismo país. Son la luz y la sombra" y agrega:
"En el período que cruzamos, todos los habitantes de esta tierra debieran
sentirse felices, dedicados de lleno a la gestión de la fortuna, provistos de
recursos para triunfar. Las transaciones debieran desenvolverse sin
embarazos, en su máxima amplitud". Pero
"Llegamos en el desarrollo del raciocinio al punto en que se presenta,
chocando reciamente, los dos elementos antes mencionados en que se
fracciona la actividad nacional: el productor de riqueza y el progenitor de
intrigas y de complicaciones políticas. Es la fuerza viva del progreso en
pugna con los profesionales en las artes electorales, que enseñan los métodos
de explotar las posiciones públicas, sin opinión y contra las aspiraciones
populares".
"Los políticos en actividad hacen abstracción completa de lo que concierne
al comercio y a las industrias. Se preocupan tan sólo de su negocio. Las
perturbaciones económicas, las dificultades financieras, el régimen del
crédito personal, no figuran en ningún número de su programa. Van
anhelosamente en pos de la posición oficial codificada; o se aferran con
anhelo no menos intenso a las conquistadas, extremando sus recursos para
conservarlas."
"¿Es concebible, es aceptable que tres o cuatro centenares de profesionales
de esa política tengan poder é influencia para prevalecer sobre el resto del
país, que es todo el país, a término de imponer la ley de sus apetitos a la
comunión nacional? ¿Por qué? La imposición es efectiva. Todos la
sentimos: el gremio de fabricantes de escrutinios fraudulentos, lo puede
todo; los gremios industriales, comerciales, empresarios, propietarios, jor-
naleros, son cero a la izquierda en las deliberaciones del gobierno y del
abuso.
"Es un oprobio para la república que tres o cuatro centenares constituidos en
sindicatos electorales, alzados contra las leyes, absorban y avasallen la vida
pública de la Nación, inmolando a sus apetitos todo lo que hay de respetable,
de grande, de representativo, de cultura y de riquezas dentro de nuestras
fronteras."
Tal es el modo de juzgar del periódico argentino, que tiene más prestigio en
el Perú, y cuyos conceptos nos parece, en efecto, de una veracidad
inconmovible.
Continuando con el tema, diremos que en el Perú existe una provincia, que
en la actualidad comienza a despertar la atención de los industriales y de los
hombres de capital: es Huarochirí, unida a Lima y a su principal puerto por
el ferrocarril trasandino.
En la región de Pumagrande y Pacococha, próximas a las líneas férreas, el
acaudalado minero Lizandro A, Proaño, posee cerca de doscientas
pertenencias y una fundición a veinticinco kilómetros de las minas, con
capacidad de doscientas cincuenta toneladas que, dadas nuevas
instalaciones, pueden subir hasta quinientas. Esas minas son notables por lo
continuado de su mineralización y sus afloramientos son visibles en más de
dos mil metros de largo, con una potencia mínima de un metro cincuenta.
Las cantidades de metal puestas en presendía por los trabajos efectuados
pueden apreciarse en más de un millón quinientas mil toneladas, siendo las
leyes de estos metales, por término medio de 12% de cobre; 14 marcos de
plata; 24% de plomo; y cierta cantidad de oro no despreciable.
Habiendo sabido el señor Proaño que existía un cable-carril en la Argentina,
emprendió viaje, acompañado del joven ingeniero señor Novoa.
Nuestro compatriota y amigo, el notable ingeniero Julio Figueroa, facilitó al
señor Proaño cuanto podía necesitar de la dirección de ferrocarriles
argentinos, y se trasladó así a la Rioja.
El trayecto de treinta y cinco kilómetros que recorre el transportador aéreo y
su inmensa elevación, no podían menos que excitar la curiosidad de la
mayoría de los pobladores de Chilecito, que creían muy expuesta la travesía
de pasajeros, pero el Sr. Proaño tomó la posesión de la primera vagoneta, y
no tardaron en seguirle, con intrepidez, sus compañeros que fueron lanzados
al espacio. En el trayecto de la primera a segunda estación, el terreno sobre
el que corre el cable es lo suficientemente plano, como para que la vagoneta
pueda estar suspendida de seis a diez metros del suelo: la subida se hace de
este modo insensible.
Desde la segunda estación es que se puede notar, admirando, lo atrevido de
la obra: el terreno principia a ascender; se comienza a franquear anchas y
hondas quebradas; y las vagonetas pasan sobre precipicios de quinientos
metros de altura por setecientos cincuenta de largo, tramo máximo de la
línea aérea.
Fue a partir de la segunda estación que sobrevino una tempestad: la vagoneta
suspendida parecía un punto en el espacio; los rayos cruzaban y los truenos
retumbaban en todas direcciones. Este espectáculo, de hombres viajando por
entre nubes negras; duró hasta el paso de un túnel, de ciento cincuenta
metros de largo por cuatro de alto. La impresión que se experimenta a la
salida de ese túnel, es verdaderamente sensacional, porque las vagonetas son
lanzadas a través de un enorme precipicio, y el viajero se hace la ilusión de
volar como sujeto por un hilo.
La fundición Argentina tiene capacidad para ciento cincuenta toneladas
diarias, y está montada a la moderna; se trata allí los minerales empleando la
cal para la fundición piritosa: con objeto de exportar barras de cobre, con
leyes en oro y plata, se está montando una planta de refinación, compuesta
de convertidores apropiados.
La empresa más importante que existe en esa región es The Famatina
Development Corporation, cuyo hábil gerente es Mr. Arthur Tomas. El
transporte de tonelada es de cuatro veinte.
Según el ingeniero Novoa, es enorme la cantidad de mineral de oro, plata y
cobre que encierra Famatina; las leyes en término medio, pueden estimarse
en seis por ciento cobre; veinticinco gramos de oro y quince onzas de plata
por tonelada: la región minera que la empresa posee puede calcularse en
siete kilómetros cuadrados.
El lugar escogido para las usinas dispone de fuerza hidráulica, para su
transformación en energía eléctrica y para los servicios de hornos; pudiendo
agregar, que este lugar es de clima inmejorable.
A fuerza los peruanos no podemos dejar de agradecer las facilidades y
atenciones dispensadas a nuestros compatriotas por los señores Dominico,
Tomas, Velio y el señor jefe de la fundición; así como las atenciones
sociales dispensadas por los señores doctor Gonzáles, Frías, Santillán,
ingeniero Koc. Prudhome y Trellaud.

En la Universidad
UNA NOTA SENSIBLE

Como nuestra llegada a Buenos Aires coincidía con las vacaciones


escolares, no pudimos satisfacer, desde el primer momento, nuestra viva
ansiedad de visitar los planteles y orientarnos de la enseñanza; pero estos se
comenzaban a abrir, y, como es natural, comenzamos por la Universidad,
concurriendo a dos de sus clases que abrían su curso, lo que bastaba para dar
idea del brillante pie de la enseñanza superior.
Se dictaban las clases de Sicología experimental, de 5 a 6 por el doctor
Horacio Piñeiro; y la de Historia Argentina de 6 a 7, por el doctor David
Peña, jóvenes ambos y con las mejores dotes de competencia para dictar una
clase universitaria.
Llamó nuestra atención, desde luego, el gran número de señoritas y
caballeros alumnos de una y otra clase, señoritas de 15, 18 y 20 años,
intercaladas entre una gallarda juventud de igual edad, y en número de
ciento y tantos: todos y todas, elegantes, sencillamente vestidos; pues las
formas de traje poco significan, sino la limpieza, muy esmerada en este país.
Como la tarde era nublada, estaba oscura y los bouquets eléctricos
alumbraban escasamente los pasillos, iban y venían antes de abrir la clase,
en grupos familiares, señoritas y caballeros, con tan delicada cortesía y
compostura, como si hubieran sido hermanos que departían en los
corredores de su casa. No pudo menos que impresionarme gratísimamente
aquel hermoso espectáculo, en que no se oye una sola palabra descompuesta,
ni se ve una manera nada incorrecta, ni mucho menos se escucha lo que se
llama piropos en otros países: esto sólo basta y sobra para dar idea de la
cultura argentina.
El profesor Piñeiro tiene tal facilidad de palabra; tan clara manera de
exponer; y tal penetración de la materia que enseña con tal precisión
matemática, y mediante aparatos eléctricos, finísimos y admirablemente
manejados, como los fenómenos exteriores son percibidos por los sentidos,
recibidos por el cerebro, y como nace la concepción y la idea: en los propios
alumnos, verifica los experimentos; y luego les explica con tal sencillez y
facilidad, que basta un poco de atención para comprenderlo y para adivinar
cómo se va a llegar a ese prodigio de saber que es el alma y cómo funciona
aquello que juzgamos misterioso y sobrenatural.
Quedamos encantados de la lección dada por el doctor Piñeiro y hubiéramos
deseado que se prolongara la clase.
La de Historia nos Fue más grata aún, como que encuadraba en nuestra
teoría política, como que decía tanto en pro de la verdad y de la honradez,
bases fundamentales, sin las cuales no es posible tener patria, en el elevado
concepto de la frase. No dió lección el doctor Peña, expuso el programa de
sus lecciones; pero al exponerlo, puede decirse que dió una lección edu-
cativa, juzgando sin pasión a los hombres, sin excluir a Rosas, ni a Facundo
Quiroga, y enaltenciendo el respeto institucional manifestado por Urquisa,
que al día siguiente en que una minoría parlamentaria le atacaba furiosa, él,
a esa misma minoría, en respeto a la libertad de opiniones, les ofrecía un
banquete, sin coactar en lo menor, ni traer a cuento siquiera en la conversa-
ción, nada de lo que en el parlamento pasaba.
Después ¡cuánto elogio para la abnegación, el desprendimiento, la sencillez
de las costumbres de los primeros hombres argentinos, constitutores de este
país; con qué calor, con qué elocuencia docta y con qué convicción hacía
realzar tales virtudes!
Y nosotros acostumbrados a oír que "eso es nada" y que "eso no vale nada";
que "eso no importa"; que "toda moralidad es ridícula" y más acostumbrados
aún a repetir "ad pedem litere"; como unos papagayos textos de historias
estúpidas, que han bestializado una serie de generaciones, sometidas al
dómine grosero, tosco, malcriado: nosotros bárbaros o "pongos" de una
enseñanza embrutecedora…francamente que escuchábamos abismados a
este profesor joven y de fisonomía intelectual, de palabra convincente y
elevada doctrina, exponer lo que es historia enseñanza, ejemplo, cuadro vivo
puesto a la vista; siempre el mal y los malos con sus tintes sombríos;
siempre el bien y los buenos con sus inmensas proyecciones de luz.
Anécdotas había, conclusiones expresaba, que nos estremecían de júbilo, y
que nos hubieran hecho levantar y aplaudir con ambas manos, exclamando:
ese es nuestro ideal; eso amamos con todo el calor de nuestra vida: ¿dónde
están los políticos de nuestra tierra que no vienen a oír estas verdades de la
nueva generación argentina, tan reveladoras de que alguna vez, como de la
Francia, de aquí van a surgir grandes movimientos benéficos, evolutivos
para el engrandecimiento de estos pueblos…
Así se labra el alma de un mañana; así es como se hace patria: las hoy
señoritas y mañana madres; los hoy alumnos y mañana ciudadanos y
hombres de estado, es imposible que no hagan otra cosa que la felicidad
Argentina.
A las siete de la noche salimos de la Universidad, emocionada el alma,
satisfecho el espíritu, gozosos con el bien de nuestros semejantes para recibir
a la salida el golpe de una pena: la noticia de la muerte de Alberto Quimper ,
nuestro compañero de la Unión Nacional! nuestro correligionario y nuestro
amigo!...
De allí nos dirigimos a la redacción de "El Tiempo", órgano del radicalismo
argentino, cuyas columnas nos habían sido franqueadas, por el caballeresco
y noble espíritu, el de innata benevolencia, Carlos Vega Belgrano, y
escribimos, para su publicación de la mañana, el siguiente artículo.

Alberto Quimper

Honda sensación ha producido entre los peruanos residentes en esta capital,


la noticia cablegráfica del fallecimiento del joven doctor Alberto Quimper.
¡Era tan bueno! y ¡tenía tanto talento!
Ayer, Pedro Carlos Olaechea: hoy Alberto Quimper: como si di jéramos la
flor de su generación.
Alberto fue hijo del notable publicista y jurisconsulto José María Quimper,
uno de los mejores estadistas que ha tenido el Perú.
Heredero de su talento y de su temple, desde recién recibido de abogado, se
hizo notar Alberto por su amor a la libertad y su gran culto a los principios.
La intolerancia religiosa, abrió las puertas de la cárcel para el evangelista
Penzoti: se le acusó de propaganda contra la religión católica, y, en pleno
siglo XIX, se le arrojó a una prisión.
Alberto Quimper tomó la defensa de Penzoti; batalló por la cultura del país:
defendió la libertad de creer y de pensar, pronunció brillantes discursos ante
centenares de gentes que acudían a los tribunales ansiosas de escuchar su
palabra: batió en brecha a los retrógados, y obtuvo la libertad de su
defendido.
Fue aquel su primer triunfo.
Después, cuando la libertad de Cuba fracasaba, cuando el gran Pí y Margall
era el único que veía claro; cuando era necesario que la opinión americana
acompañara al grito de indepen dencia de aquella hermosa y nueva
república, en metín que la autoridad impidiera, Alberto Quimper lanzaba su
palabra de fuego y hacía palpitar todos los corazones, al unísono de los
heroicos defensores de la nueva patria.
Tribuno popular, orador forense de reconocida competencia…Alberto
Quimper…de un salto, ocupó el pedestal de los Casos y los Cisneros.
En el sillón de un gabinete o en la curul parlamentaria, era donde esta
personalidad, de fácil palabra, de rara erudición y talento positivo, hubiera
brillado plenamente; pero, defensor siempre de ideas avanzadas y de causas
contra los poderosos y opresores, a medida que se extendía el radio de su
reputación en el pueblo, se estrechaba todo camino y se le cerraba toda
entrada y ascenso a las alturas.
No eran los gamonales ni los omnímodos los que iban a permitir que un
hombre de la talla de Quimper, hubiera podido llegar al puesto que le
correspondía.
No sabía bajarse ni adular.
¡Y era tan bueno, sin embargo, y era tan tolerante!...
No supo aborrecer.
Supo perdonar, con magnanimidad y grandeza: las miserias de sus
implacables y odiosos adversarios le hacían sonreír.
Formidable en la tribuna o en la prensa, pues hablaba tan bien como
escribía, era afectuosísimo en el trato particular, y tierno como un niño en su
casa.
Esto le hacía más grande y para nosotros más querido, porque no es tanto de
los sabios como de los buenos, de quienes depende la felicidad de estos
pueblos; buenos fueron todos los hombres que constituyeron estas patrias, de
lo cual nos hablaba ayer noche en su brillantísima lección de historia
argentina el elocuente profesor señor David Peña; buenos y hasta humildes,
como lo fue nuestro malogrado compatriota Alberto Quimper.
Esa ha sido la escuela del mérito, que fundaron en el norte Washington y en
el sur San Martín; ese es el molde en que deben volverse a fundir los
hombres de estado, para hacer renacer estas patrias anémicas pobres de
sangre generosa en su elemento directivo.
Nunca lloraremos lo bastante los peruanos la desaparición de Alberto
Quimper, que a los treinta y seis años de edad baja a la tumba, cuando le
comenzaba a sonreír la vida, a lado de una esposa modelo y sus tiernos
niños, que rodeaban su cuello con sus bracitos, y cubrían su frente de besos,
esa frente pensadora y jamás nublada por el crimen.

Comercio peruano - argentino

El quince de abril salió de Buenos Aires la comisión comercial, con


dirección a Chile, presidida por el señor ingeniero Huergo, hombre de
respeto y al parecer de sesenta años. En esa misma fecha regresamos
nosotros al Perú.
Si nosotros los peruanos hubiéramos tenido que mandar una comisión
semejante, habríamos elegido un jovencito muy peripuesto y muy a poncho,
por ser pariente de don Fulano, y después de mil gollerías, le habríamos
enviado, haciendo mucha bulla y aplicándole, a guisa de fiambre, unos doce
banquetes.
La comisión argentina salió sin bulla; pero bien preparada. Esa comisión
atravesó la cordillera como todos los pasajeros, y llegó a Juncal, primera
estación chilena, donde fue recibida por el ingeniero Medina, comisionado
de Chile, con cortesía; pero sin aspavientos.
Nosotros hubiéramos mandado una banda de música, muchos cohetes, y
orden a las autoridades del tránsito para echar la casa por la ventana; es
decir, antes de saber los resultados del tratado, allá van flores y festejos,
porque es necesario declarar que nos hemos vuelto fiesteros, y que ya no son
los habitantes de Pelagatos los únicos que se la llevan en velorios: la
epidemia ha subido a la capital, donde la Juambembada trae tales jolgorios
que hasta en la catedral echamos el resto y palmoteamos, mientras un obispo
nos toma el pelo desde el púlpito, y nos mete la pata para después largarse a
Roma a echamos un corte de man ga desde lo más alto del Vaticano:
estamos batiendo record del ridículo.
Repetimos estas cosas e insistimos en ellas porque fuera se nos va teniendo
ya por los únicos de calilla.
Decimos que la comisión argentina llegó a Juncal, que allí la recibió el
comisionado chileno, que allí almorzó en la mesa común de pasajeros, y que
no hubo champagne ni discursos; el señor Huergo tomó agua de
Manantiales, que es agua mineral chilena, y lo mismo sus dos jóvenes
compañeros, porque a lado de la experiencia se suele colocar en la Argentina
a la juventud inteligente y bien preparada.
A guisa de curiosidad transcribiremos, según comentario chileno, el "menú"
de la comida de Juncal.
Ensaladas: no había.
Sopa: agüita tibia, con pedacitos de papas y carnesita.
Alverjitas saltonas; (es decir, rebeldes al tenedor y a los dientes).
Beafteack: un trocito de carne cuyana, recién toreada, bastante brava,
acompañada con porotitos a la cordillera (es decir eruditos).
Café de buena clase, pero helado.
Vino, de diversas marcas a cuatro pesos botella.
Cigarros: los que llevábamos.
El tratado que va a pactarse nos parece que no será de gran trascendencia;
más lo creemos un paso político que un verdadero eslabón económico,
porque los vinos que es el artículo más noble chileno, no irán, por cierto, a
anonadar la gran producción de Mendoza, que sólo de vinos malogrados de
última cosecha tiene quince mil bordalesas. Después del vino no alcanzamos
a ver que gran artículo chileno pueda tener cabida en la Argentina: será el
salitre; pero son tan fértiles y tan vírgenes todavía las tierras argentinas, que
poco salitre han de necesitar; y si lo necesitan será como uno el beneficio
que Chile reciba y será como ciento el de la Argentina, porque con tierras
facilísimas de labrar y veinte mil brazos por mes para meter arado,
aumentará la exportación, subirá el nivel económico y crecerá el rango
nacional.
Nos parece llegado momento de decir dos palabras acerca de las simpatías
chileno-argentinas.
No hay tales simpatías: es un afecto diplomático: ni los argentinos pasan con
gusto a los chilenos; ni muchísimo menos estos tragan a los argentinos: los
primeros tienen el orgullo de superioridad, y los últimos la ambición y
rencor con tendencias a predominio muy mal disimulado: ¡cuanto les pesa
no haberse ido a las manos en la época en que la Argentina no estaba prepa-
rada! "ese fue nuestro error" repiten sin bozo militares y diplomáticos.
No hay, entre tanto, en la Argentina deseo ninguno de expansión: sus ideales
son otros, otro el fondo de su carácter, otra su alma: la civilización y el
progreso tienen que esperar algo más noble de este pueblo.
Pero vamos ahora al punto que más nos interesa: la posibilidad de algún
comercio entre el Perú y la República Argentina.
¿Puede existir ese comercio? ¿Cuáles son los artículos que lo pueden
constituir?
Nada hay imposible, cuando los hombres se preocupan con sinceridad de
una cosa, respondemos a la primera pregunta: y en cuanto a la segunda, algo
podremos anotar.
¿Por qué no hay nada? Por la sencillísima razón de que "nadie" se ocupa de
estas cosas, nadie se ocupa en la tarea ingrata de investigar de ver y de
informar, proponiendo combinaciones y ensayos que pueden abrir los ojos
de nuestros productores, estimulándolos y ayudándolos.
Las carnes, por ejemplo, pueden venir las congeladas, pero con frigoríficos
en el Callos é instalaciones especiales en Lima; y las reses en pié también
pueden venir, desde que traídas a Iquique por prueba, el éxito ha sido
inmejorable. Podríamos traer igualmente otro género de ganado y otros
productos; pero que se retorna?
Materia es esta de investigación será, encomendada a gente apta.
Nuestro aguardiente ha sido derrotado por el aguardiente chileno, y este
asunto tiene su historia.
El introductor comenzó a expender el pisco con este nombre; pero el
aguardiente chileno se empezó a vender con el mismo; el peruano reclamó
título para él sólo usar el nombre, pero el chileno se opuso a esa concesión
de marca, alegando que "pisco" era título general de aguardiente. La
cuestión fue a los tribunales, y se hizo cargo de la defensa del chileno el
abogado Estanislao Zevallos, hoy ministro de Relaciones: se declaró ge-
nérica la palabra pisco, por más que en la defensa salió a relucir hasta
nuestro tradicionista Palma, defensa que hizo nuestro compatriota industrial
en persona.
No fue la calidad sino la argucia que triunfó y de aquí que Chile expenda sus
malos aguardientes con el nombre de Pisco, y que sea quien adornado con
ese falso título, se haya adueñado de la plaza. Quien sabe sin un poco de
apoyo al buen industrial peruano, hubiera hecho variar el fallo; ¿pero quién
se ocupa de estos asuntos?...
No podríamos precisar las condiciones del café; pero si podemos decir que
él que se vé en Buenos Aires, el común es malazo y que la chicoria es
general. En el Perú tenemos café sobresaliente.
Los sombreros de paja blanca para hombres y señoras es de uso
generalizado, y se venden los finos desde 100 á 200, 400, 500 y 800 pesos
(la libra esterlina vale once pesos) ¿se llevan sombreros del Perú? No lo
sabemos. ¿Qué clase y cuál sombrero sería posible introducir?
Un hombre que ha ido a ver las cosas al vuelo, como nosotros, no lo puede
decir: sólo podemos picar punto.
Ponchos de vicuña, bufandas de vicuña pueden también tener expendio.
Ojalá nos fuera posible enviar nuestra fruta porque la que se come, excepto
la uva, es simplemente mala: la piña, la palta, la chirimoya, la manzana,
hasta el plátano es muy mediocre; para la fruta se necesita ciencia y gusto.
Nuestras conservas las de almíbar, las de caja, las azucaradas y secas
regalarían el paladar argentino, pero en envases pintorescos, provocativos,
elegantes, arreglados con gusto, presentados con arte.
¿Pero quién estudia estas cosas?
A Chile mismo ¿de dónde va plátanos? Del Ecuador.... que está más lejos.
En Chile jamás se teje sombreros de paja blanca y no obstante en el
Amazonas, Manaos, etc., el sombrero de paja peruano se vende con el
nombre de sombrero de Chile, y es el único que se conoce ¡a tanto llega
nuestro descuido!
Un artículo no entra en parte alguna sino es a fuerza de fatigas de
particulares y de gobiernos; así se ha apoderado los chilenos de las plazas de
Centro América, pasando por delante de nuestras barbas.
Lo mismo sucede en la Argentina: somos desconocidos en su comercio,
como somos desconocidos en su sociedad.
Otro de los artículos explotables desde Iquique hasta Buenos Aires sería
nuestras aguas minerales las "legítimas"
La cuestión está en estudiar, calcular y fijarse mucho en lo provocativo de la
presentación. También tendría éxito las aceitunas de Ilo; pero teniendo
presente que el artículo pueda ser llevado sin interrupción, pues en la
Argentina acreditado un producto se arraiga poderosamente y se hace de
consumo incesante; si se lleva un artículo se acredita y se suspende de
pronto se le sustituye.
Quién sabe si volvamos a tocar otra vez este tópico, planteándola bajo otro
aspecto, y buscando para el Perú otra salida, porque allí donde no se nos
odia y donde florece una cultura intensa, es donde debemos acudir como a la
fuente clara, para satisfacer nuestra sed de adelanto; no es posible abandonar
el porvenir de este país, que no tiene por qué permanecer arrinconado,
empequeñecido y decadente, haciéndose acreedor a la indiferencia de los
más, cuando no al ludibrio de todos.
INDICE

El por qué de algunas candidaturas (negocito redondo)…………………7


Como son algunos ministros…………………………………………….13
Las rebuscas de un Subprefecto…………………………………………17
Remedios caseros…………………………………………………………37
La Municipalidad de Pelagatos……………………………………………40
El correo……………………………………………………………………43
Las escuelas………………………………………………………………50
Los panteones………………………………………………………………54
El rocoto……………………………………………………………………56
Un socio de Beneficencia…………………………………………………59
Cocinas y cocineros………………………………………………………63
Pascanas……………………………………………………………………67
Juan Pichón (Poder Judicial)…………………………………………….70
Los hijos de los indios……………………………………………………80
La mujer en el interior……………………………………………………82
Tipos de imprenta…………………………………………………………85
Soplones de pluma………………………………………………………100
Los extranjeros de agua dulce……………………………………………103
Viaje a la Argentina………………………………………………………106
Arica………………………………………………………………………150
El último cumpleaños de Grau……………………………………………120
Pisagua……………………………………………………………………123
Iquique……………………………………………………………………126
Antofagasta………………………………………………………………129
Coquimbo…………………………………………………………………131
Valparaíso………………………………………………………………134
Viña del Mar……………………………………………………………136
De Valparaíso a Buenos Aires……………………………………………139
La tumba de San Martín…………………………………………………147
La nota triste………………………………………………………………153
Ganadería y forrajes………………………………………………………158
El patriarca de los poetas argentinos……………………………………169
Huarochiri y Famatina……………………………………………………175
En la Universidad…………………………………………………………179
Alberto Quimper…………………………………………………………182
Comercio Peruano – Argentino………………………………………..185

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