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Segunda edición
Municipalidad Distrital de Sarín
Ediciones Santiago Aguilar
Setiembre de 1997
SIN PREÁMBULOS
EL AUTOR
ABELARDO GAMARRA RONDÓ
"EL TUNANTE"
BIOGRAFÍA:
Nació en Sarín el 05 de septiembre de 1852. Realizó
sus estudios primarios en el Colegio Nacional de San
Nicolás de Huamachuco y secundaria en el Colegio
Nacional de Nuestra Señora de Guadalupe (Lima).
Ingresó a San Marcos para estudiar Derecho, pero lo
ganó el Periodismo, actividad que la ejerció desde su
adolescencia (El Guadalupano) hasta días antes de su
muerte. Como tal escribió en “El Nacional”, “El
Correo del Perú”, etc. Fundó su periódico “Integridad”
(1883), que lo mantuvo por más de 30 años.
Perteneció a la generación de Gonzales Prada:
Realista en literatura y radical en política.
Y a su devoción peruanista se debe el bautizo de nuestro baile nacional con el
nombre de Marinera (1879).
Gamarra, quien popularizo el seudónimo de El Tunante, fue, al decir de Jorge
Basadre, “un escritor periodista y un periodista escritor”. Narrador nato, cultivó el
relato costumbrista presentado, con cáustica crítica y personal humorismo, escenas,
sucesos, lugares, paisajes y tipos característicos de todo el país dando así dimensión
nacional al costumbrismo localista de Segura y de Pardo y Aliaga.
En el ambiente musical es recordado, pues él quien bautizó con el nombre de
“MARINERA” a ese baile que antes de la guerra de pacifico era llamado en el Perú
“ZAMACUECA”, que fue a chile y volvió con el nombre de “CHILENA” o
simplemente “LA CUECA”.
Abelardo Gamarra, “EL Tunante”, falleció en la ciudad de Lima el 9 de julio de
1924.
PRODUCCIÓN LITERARIA:
A. NARRATIVA
- Artículos de Costumbres (1997)
NOVELA:
- Detrás De La Cruz, El Diablo (1877)
- Rasgos de pluma (1899)
- La herejía (1902)
B. ENSAYO:
- El Tunante en camisa de once varas (1887)
- Novenario del tunante (1885)
- Algo del Perú y mucho de pelagatos (1905)
- Educación a la memoria de mi madre
- Cien años de vida perdularia (1921)
C. TEATRO:
- Escenas del carnaval de lima (1879)
- El cuarto numero tantos
- Escenas en la campiña
- Escenas del carnaval de Lima (1879 – Comedia)
- Ya vienen los chilenos (1886 – Juguete cómico)
- Ña Codeo (1887 –Comedia)
- Ir por lana y salir trasquilado (1892 – Juguete cómico)
Negocito Redondo
II
IV
Querida chola:
Pedro Mangansuervas".
Como hay tipos de individuos, hay tipos de familias, que se generan de igual
manera, se desenvuelven y viven con hábitos idénticos, formando lo que se
pudiera llamar familias veteranas, pues se mantienen en perpetua campaña.
Supongamos una abuelita y una nieta, pobre vieja que tiene historia, y más
pobre nieta que no pudo conocer madre, porque la dejó pequeñita; ni padre
porque fue un calavera al que desnucó un caballo en un día de carnaval.
La abuelita teniendo casa y comida, gracias a un pequeño socorro que le
envían del extranjero, recoge a la nieta y la cría con toda la ternura de que
son capaces las abuelas: le consiente todas sus travesuras; le fomenta todos
sus caprichos y, cuando la chiquita pasa a llevar traje de cola, la pobre
abuelita cabrestea a las procesiones, las noches buenas, las tertulias caseras y
a cuanta parte quiere la muchacha.
La pobre vieja cabecea en algún rincón, mientras la niña se divierte, y a
fuerza de tanta diversión le sale por allí como caído del techo, un novio: el
más pelado de los que con ella tienen amistad; pero eso sí, el que mejor baila
y tiene más esperanzas de subir.
Este pichón de nada, es el que con el tiempo viene a ser el Sargento Mayor y
Subprefecto de que nos hemos ocupado.
Casados el hambre con la necesidad; muerta la abuela; terminada la
mesadita y dádose principio a los partos; de la campaña de buscar novio,
pasa la infeliz joven a la de soportar necesidades.
Que ya se destino el marido y hubo con que pagar un mes de casa; que ya se
quedo en media calle y hubo que deber año y medio; que ya lo volvieron a
destinar y se pudo vivir en ventana de reja y comprar muebles, que ya perdió
el destino y hubo que empeñar hasta la camisa.
Unas veces con manta de vapor y botas caladas; y otras con manta de merino
y chancletas; y entre que se les muere un hijo, y hay que hacer suscrición
para enterrarlo, y les nace otro y es padrino el primer Ministro que se
encuentra a la mano, o algún Excelencia de esos que necesitan compadres,
por aquello de do’ut apoies, el hecho es que las muchachas crecen; que las
muchachas son bonitas; que la mujer del Subprefecto, que casó jovencita,
aún tiene buenas barbas; y que la familia está montada al sistema de
peripecias; es decir, al de comer cuando hay, y al de santiguarse cuando nó.
Conocen todas las aplicaciones de la tarsana y saben que con medio de
pescado, no sólo un gato se puede mantener.
La familia se compone del Sargento Mayor en disponibilidad y con
despachos extraviados de la señora de buenas barbas; cuatro muchachas
buenas mozas y un par de mataperros, que hacen el servicio de ir a la calle
por lo que se necesita en casa, muchachos insolentes con las hermanas,
refunfuñadores con la madre y sólo obedientes a los coscorrones del
Sargento Mayor.
Hay también un gato, que cuando faltan pericotes en casa va á buscarlos en
la vecina; un perrito lanudo, que unas veces está arrellenado sobre la falda
de una de las niñas, y otras en la cocinería del barrio, sentadito mirando con
tamaños ojos a los cargadores cuando se desayunan, perrito lleno de cintas y
cascabeles; pero que, con cintas y todo, a las diez de la noche se escapa y va
a olfatear los montones de basura de media calle.
Otra de las niñas tiene un canario, que se parece a la reina mora que a veces
canta y a veces llora - finalmente los mataperros tienen un par de gallos,
gallos con los que ejecutan multitud de combinaciones: unas veces los
cambian por palomas, otras por conejos, después nuevamente por gallos; de
repente los venden y se arman a las cuchillas finas, las carteritas, los relojes
de nickel.
- De dónde has sacado esto, muchacho? exclama la madre encontrando
algún prendedor.
- De dónde? de mis gallos
- De dónde sacaste, tu, para ir a toros y al teatro?
- De dónde he de sacar? responde el otro: mi ajiseco que lo vendí.
- Así es que ya no hay gallos?, interrumpe alguna de las hermanas.
- Tan bonitos! agrega otra.
- Tenemos otros mejores, contestan a dúo los mataperros.
- Cómo otros?
- Por supuesto.
Y en efecto, al día siguiente cantan y aletean entrabados en un rincón de la
cocina dos gallos hermosísimos.
Los muchachos hacen con los gallos, lo que algunos con las plazas
supuestas; varita mágica de embuche; y tan acostumbrada está la familia a
ver las transformaciones de los gallos, que hay ocasiones en que sirven hasta
para las necesidades de casa.
La madre los vende a escondidas de los muchachos, estos refunfuñan, patean
y arman gresca; pero nuevos gallos, con distinta pluma, traen el día menos
pensado.
Otras veces las hermanas ofrecen compra, regalan algo a los mataperros y
echan mano de los gallos para un día santo.
A los dos días, nuevos gallos cantan en la cocina.
Es un cambalacheo interminable, una prestijitación mágica, fruto de ciertos
malos hábitos, que la madre disimula, que las hermanas callan y de que el
padre no se da por notificado.
Qué angustias las que frecuentemente soporta esta familia!
Todos le fían, hasta que se destine el jefe.
A veces el jefe se va fuera de Lima en busca de algo, y entonces se
presentan los visitantes de esos jóvenes, buenos unos, lanzas los más, que
andan a caza de chicas buenas mozas; y da principio la batalla del corte y
tanteo: las muchachas a querer amar y entregarse en brazos de los
enamorados, y la vieja a capearlos y a colocarlos en el disparadero.
Paseo aquí, paseo allá, invitaciones, almuercitos en huertas; comidas en el
campo; copas por mayor y menor y regalitos.
Así en estas alzas y bajas de fortuna y en estos cambiantes, llega, como
hemos visto, nuestro Sargento Mayor a Subprefecto, practica la visita y
remite los mil y pico de morlacos, fruto de su buena administración.
Llegan las letras y el orito, una semana antes del carnaval.
El lunes reciben dos de los enamorados de las muchachas la siguiente
cartita:
"Cholito, no sabes cuánto te quiero; ayer, después que te fuiste, no pude salir
a la ventana, porque llegó don Federico y ya sabes que no puedo
descuidarme con mi hermana; pero mañana saldré, no dejes de venir, porque
tengo que hablarte: creo que vamos a pasar un carnaval á nuestro gusto.
Tengo muchas ganas de mojarte".
Tu dije.
Otra:
"Negrito, cuanto me haces sufrir! ay! eres muy ingrato: ay! no estás contento
con tu negra ay!; pero yo te probaré cuanto te amo el domingo ay! Arregla
con tus amigos eso y no dejes hoy de escribirme largo, largo muy largo. Ay
1.
Tulla, sólo tulla. A.
Municipalidad
¡Qué antojo, qué ansiedad, qué desesperación, qué angurria de las gentes de
este lugar por ser municipales! Sería menester que hubiera tantos puestos en
el Concejo, como habitantes tiene Pelagatos, para dejar satisfecha la
aspiración de todos.
En el diluvio de calamidades que afligen a este país, la casa consistorial es
como el arca en que tratan de salvarse los gamonales de Pelagatos, son sus
mujeres, sus hijos, y las mujeres de sus hijos; embarcando a todos los
animales puros é impuros de la familia; no ciertamente por que hayan
estudiado las necesidades públicas y el clamoroso estado decadente de la lo-
calidad, sino porque tienen perfectamente deletreadas las necesidades
particulares de cada uno, y no hallan para ellas otro remedio que embarcase
para apechugar con la tajada.
Dos son, en la actualidad, los móviles que empujan a las gentes a la ranfuña
de los puestos municipales: el primero, disponer de influencia para tener
como dar algo a los que sean sus correligionarios políticos; y antes que éste,
el poder agregar al modo de vivir de cada uno, todas las buscas y rebuscas
que proporciona el cargo de miembro de esta corporación de lanzas, en que
se pierden de vista hasta los alguaciles.
En Pelagatos no se come sino carne de chivo y el vigilador de este camal,
que suele ser el más camote de la cofradía, desde que se hace cargo del
puestecillo, tiene gratis los riñoncitos de todos los cabritos, y comen seco
diario él y su parentela, sin desembolsar un cuartillo, amén de los riñoncitos
redondos y lucientes, que por tales ó cuales mamadas suelen aflojar los
matanseros para mejor sazón del seco del señor municipal.
No hay puesto en la municipalidad de Pelagatos que no tenga más salidas de
escape que Palacio, no hay uno sólo sin doscientas mamadas: hasta el
inspector de corrales donde se suele sembrar flores, tiene para su casa y las
de sus amigos, ramilletes, ramos y coronas, cruces y liras y canastillos y
canastas, de las mejores, sin gastar un centavo.
Nada decimos, por supuesto, del que vigila fiestas, que, amén de mil regalos,
tiene privilegio de soplarse en cuanto fandango hay grande ó pequeño él y su
quinta generación.
Después de estos rebuscadores a la minuta, tenemos a los galifardos de las
contratas; a los encargados de obras públicas, los cuales se llevan a casa la
mitad de los materiales, como adobes, ladrillos, maderas de construcción,
pinturas, hasta clavos. Dividen el importe de los trabajos con sus ahijados
los negociantes del Concejo y se constituyen una entradita extra de 4, 8, 10,
15 ó más miles de soles, según el adefesio que proyectan para el vecindario.
Estos viven como Penélope, tejiendo y destejiendo, componiendo y
descomponiendo la población.
El tesorero, como el gusano metido en su capullo, compra sueldos por
segunda mano, y usa un tira y afloja con los dineros del común, y se da tales
trazas, que, sin que lo huela nadie, de la noche á la mañana, apercolla capital
y amarra en la punta de su pañuelo las libras esterlinas, como quien no es
capaz de quebrar un plato.
Todo es gansería y corrupción tan artísticamente combinadas, que más se
diría que es un Concejo de prestidigitadores que de representantes del
pueblo.
El que cuida de las casas de empeño, después del usurero, es el mimado de
la fortuna, porque escoge como un barbecho las mejores alhajas, las más
bonitas prendas, que adquiere a huevo y sin más que hacer un poco de la
vista gorda con los abusos de los que exprimen a los necesitados.
El maestro de higiene y los señores químicos ¡uf¡ ... el mejor vinito, las
conservas más delicadas, el coñac fino, etc., etc., etc.; mientras el diablo se
lleva al vecindario envenenado por 1.000,000 y 400,000 brebajes y por
200.000,000 de causas de insalubridad.
Pasadas de navaja mocha, pases de bandola, fórmulas, apariencias, mucho
de notas, circulares y palanganadas escritas; y en el fondo la abominación
más inconcebible, el descuido más craso, la ignorancia más absoluta.
Eso así, gravamen hasta el aire que se respira; y multa por quita allá esas
pajas, al chino, al pordiosero, a todo aquel que no tiene padrinos y el
favoritismo entronizado y hecho rey; nadie en su puesto; pero todos
colgados de la caja: sueldos a manos llenas para una cáfila de ociosos que no
salen del rutinarismo sempiterno, cada cual procurando llenar el expediente
de la mejor manera posible, sin cuidar para nada de avanzar una línea en el
camino del progreso.
El Correo
I
II
En un lugar templado, cerca de una casita cuyo techo de paja los años han
dejado como cabeza de negro motilón, frente por frente de su pequeño
corredor, y como adorno del patiecito rústico, crece la mata de rocoto,
sembrada por la más vieja de la casa: sus largas ramas, dobladas en arco,
forman un vasto pabellón; penden de cada una de ellas dos o tres frutos
amarillentos unos, verdes otros, rojos los más.
De entre el ramaje del rocoto se alza un carrizo, que lleva en su parte
superior amarrados algunos trapos viejos, que el viento agita sin cesar, como
la manga desgarrada de un pordiosero, cuya mano se extendiera para pedir
misericordia: es el espantajo, que aleja a los pájaros llamados rocoteros, los
cuales, desde los alisos vecinos, miran de soslayo el apetitoso manjar.
Debajo del rocoto, en la tierra hecha polvo por las patas de las gallinas, se
revuelca, acostada de lado, la clueca, haciendo saltar piedecillas que picotea
la bulliciosa manada de polluelos, que hacen ruido como de manojo de
cascabeles; y el señor gallo, crestonazo y barbudo, toma sombra,
descansando sobre una pata.
A dos pasos del rocoto corre la acequia cristalina, y cerca de ella, el hermoso
andaimarco, entre cuyas ramas se entralaza el purpuro, confundido con los
bejucos.
A la sombra de ese árbol, escarmena la cabeza de la nietecita, la vieja que
sembró el rocoto, mientras su hija golpea los pañales del recién nacido, al
pie de un chorrito que ha formado con una penca.
El 'viejo, marido de la abuela, con el cotón desabrochado, remangadas las
mangas, labra pausadamente con la azuela el tongo en que debe sentarse; y
su yerno, en el patio, arrojado el poncho aun lado y levantada el ala del
sombrero de jipe sobre la frente, hecho un mar de sudor, volteando en el
carrillo la bola de coca y el hacha manejada a dos manos, raja un inmenso
tronco, haciendo retumbar los cerros vecinos a cada golpe de hacha.
Mas o menos, son las dos de la tarde.
- Tengo mucha sed, dice el fatigado leñador, limpiándose la frente con el
poncho, y dejándose caer sentado sobre una piedra.
- María? dice el viejo.
- Taytay?
- Llama a tu mama, agrega: grita a los cholitos, dale la voz a Juancho, que
está en el barbecho, y ven a echar un poco de chicha.
Minutos después cada cual ha puesto su asiento formando corralito: el uno
sobre un tronco: el otro sobre una piedra; el viejo en su tongo nuevo y las
mujeres sobre blancos pellejos se colocan al rededor de la schuschuna
tendida sobre el suelo.
María arranca de la mata tres o cuatro rocotos, trae la schicra de sal y
amontona las papas que estaban hirviendo en la cocina.
El viejo, sin ningún preámbulo, muerde el más hermoso rocoto y lo pasa a su
mujer, embarrándolo en sal; las mujeres pelan las papas, y el rocoto circula
dando cada cual su caschcada. Antes que termine la vuelta. María presenta el
más grande poto de chicha, que, no obstante su gran tamaño, no alcanza para
la sed de dos personas.
Beben hasta que se hartan, y en seguida diciendo todos; Dios se lo pague, se
levantan para continuar sus tareas.
Algunas veces, en las fiestas, vienen partidas de danzantes o pallas a beber a
chicha de esta familia, y antes y después de bebería danzan en el pequeño
patio, llenando de polvo al rocoto, y espantando con los maichiles y
quiyayas a las gallinas que vuelan al corral y van a refugiarse bajo las
angusachas y los chinaques.
La planta del rocoto se parece a la del capulí y el fruto es semejante al
pimiento: es el más jugoso, de mejor olor y más picante de los ajíes: su color
es amarillo caña, rojo subido o verde alfalfa, suave, suavísimo, como el seno
de la mujer amada.
Un Socio de Beneficencia
De vez en cuando el ama cascarrabias le arrima con tamaña raja de leña una
paliza como quien apaleara a un almofrez, y la desgraciada, como los burros
de los aguadores, se frunce y jipa, arrojando sus lagrimones en silencio.
Un guischlazo, un tisonazo, son el pan cuotidiano de tan infeliz ser, el más
digno de compasión en una casa.
La manteca y la leña se prodiga en las cocinas de la sierra.
En la costa no anda, mejor la cosa. Aquí no hay horno ni fogón en el suelo;
la cocina económica y la elevada chimenea ocupan la habitación mas
reducida, no hay angarillas, ni estrado de adobes, pero si multitud de tablitas
y sobre ellas, cajas mugrientas con papelitos llenos de especerías, algún tarro
viejo destinado a la sal, y cacerolas y ollas muy limpias por dentro, pero
renegridas por fuera.
El macaco o la zamba fumadora de puchos, sustituyen a la sonsa de marras:
el chino juega y la zamba se emborracha: sancochado y bistek por la
mañana; y sopa y asado por la tarde; mondonguito, carbonada, patitas,
torrejas de pigricias de plátano y pare usted de contar.
El chino, la zamba o el negro hechos como cochambres: fumando y
aderesando, cantando y echando verbos, sin escrúpulo alguno.
En la casa del extranjero la cosa es muy distinta; desde la puerta de la
cocina, se nota el cambio de costumbres: todo albea, a pesar del humo; las
cacerolas parecen sacadas de la vidriería del almacén, dentro y fuera brillan
sin una mancha; todo en su lugar; nada destapado ni sucio. La sal en tarro de
cristal transparente; cada especería en su cajita de porcelana, ni una mosca
parada sobre nada, como que el bruñido es perfecto.
El cocinero con su gorra blanca, su delantal idem, limpia y albeando la
camisa, sujetos los puños con jebes, como los contadores de oro en los
bancos, irreprochable en todo su traje, vestido de exprofeso para la cocina,
como un novio para la ceremonia nupcial, listas sus bandejas y cada cosa
con su cosa, procede a la operación con tanta finura, como los diestros
prestidigitadores al manejo de sus cuviletes, y ve usted las salsas como
cremas provocativas y los ramitos y las narigadas de esto o aquello arrojadas
aquí y allá con la punta de los cuchillos; todo con la herramienta y nada con
las manos.
El fuego graduado con tino, y el aderezo frito con cálculo preciso, esparce el
perfume tentador y hace abrir la apetencia a la sola aproximación: nada
negro, nada chorreado. Es la cocina del extranjero como un laboratorio en
que un sabio se ocupa de hacer sus ensayos: el agua no salpica, el humo no
se ve, luz y objetos brillan y esparcen alegría.
Y si esto es a la hora de preparar: a la hora de servir es un encanto: cada
costillita va envuelta en elegante papel picado, cada camarón puesto sobre
ramillete de yerbas aromáticas.
Aquí se ve arte, combinación, esmero, inspiración, diríamos para
confeccionar la cosa mas insignificante; y desfilan las fuentes a la mesa
como caprichos culinarios, renovados todos los dias y acondicionados
siempre bien. Es que el extranjero ha comprendido, por los años de cultura
que tiene, que el hombre no vive para comer, pero que necesita comer para
vivir; sabe que comer no es encostalar, sino nutrirse, y que la higiene debe
comenzar por la cocina.
La Pascana
Juan Pichón
EN LA PROVINCIA
Mi querida mamá:
Han transcurrido diez años desde que Juan Pichón se hizo cargo de su
judicatura: el barniz de Lima ha desaparecido y se ve en cambio en él la lana
de Pelagatos.
El señor Juez es un hombre de anchas espaldas, pulmones poderosos, buen
estómago y mejor vejiga; lleva los ojos inyectados de sangre, la voz ronca,
la nariz colorada, el pelo largo y mal recortado, la barba desgreñada y
aspecto de jarana.
Sus pantalones con dificultad se le sujetan a la cintura; entre el chaleco y
ellos, con frecuencia, asoma la indiscreta camisa, formando un rebujón;
completa su traje un ancho saco, en cuyos bolsillos jamás falta algo para el
estómago, y un sombrero de panza de burro colocado a lo mozo malo.
El señor Juez se levanta a las seis de mañana, hora en que suelen venir a
visitarlo el Cura y algunos compadres, con los que, en mangas de camisa, sin
dejar el cuarto de dormir, despachan los tres cuartos de botella que siempre
queda sobre la me- sita de noche; a esto llaman "el corte"
A las ocho sale a dar una vueltecita por la plaza, y hace estación en la tienda
del bodeguero más acreditado, donde en charla amigable, entre él y otros de
su devoción, se toma el biter y se juegan diez o doce copitas, lo que el señor
Juez llama "La sumilla del expediente".
A las diez va a almorzar en casa de su compadre Tal, uno de los poderosos
del pueblo, por supuesto, y lo primero que se pone en la mesa es la jarra de
chicha para S.S.; "el compadre no puede estar sin su chichita" dice la señora
de casa, que cuida de tener botija permanente.
A las doce al despacho.
Bien enchichado, visa los expedientes, dejando que el escribano disponga
como de cosa suya.
El fuerte del Juez son los juicios criminales y los deslindes: cada deslinde es
como una visita de Subprefecto; S.S. barre con lo que puede, amén de fijar
los linderos más ventajosamente para aquel que le paga más. Cada juicio
criminal es una veta en la que corta a cincel y sin misericordia; el asesino
más famoso, el ladrón de caminos mas conocido, el criminal más digno del
Panóptico, con dar al escribano 200, 400 500 o más soles divisibles entre
S.S. y él, es absuelto inmediatamente.
Con esto y con nombrar jueces de paz a los que son de su camanchaca, para
lo que suele decir también: "no hay nombramiento, no habiendo vénganos" y
se rasca la palma de la mano, con esto, decimos, y con nombrar a los de su
círculo, el señor Juez tiene una renta de 500 y mil soles mensuales, fuera de
obsequios y de fragilidades.
En cometer todo género de venalidades, de la manera más descarada y
temeraria, pasa en el despacho hasta la cuatro. A esta hora deja al escribano
haciendo de las suyas y el se va a picantear, acompañando de lo más perdido
del pueblo.
Así anda este Heliógabalo, padre de la lujuria, primo hermano de Baco y
sobrino de Caco, a nombre y representación de la ley, agobiando a los
infelices, favoreciendo picaros, dando alas a los que medran con el pueblo y
sacrificando a cuantos tienen la desgracia de caer en sus manos.
Le temen y le odian.
Tiene chacras, propiedades en la ciudad y minas, es Juez y defiende muchas
veces a las dos partes; cuenta con el apoyo de los de cabeza colorada, que lo
hartan a regalos y se pasa la vida de un sibarita.
A su lado, crecen y se multiplican los escribas y fariseos; es decir los
papelistas y los agentes de pleitos de peor calidad; es como el jefe de
numerosa cuadrilla de bandoleros; no tiene más ideal que sus vicios y
personifica en la provincia todas las corrupciones.
No le importa el clamor de los desgraciados, ni hace caso de lo que dicen.
Cuenta con altos personajes, cuyos intereses políticos secunda y alardea de
su influencia.
Los Cholitos
Para el niño indio, no ha llegado la misericordia del movimiento general en
favor de las criaturas: nace con el signo de desgracia y está destinado a ser
esclavo: se le emplea en servicio de las casas de los patrones en el pueblo,
donde por lo general en cambio del plato de comida y de la ropa, con que
cubren su desnudez, se les trata con una dureza inquebrantable: palo, látigo,
coscorrones, son el pan nuestro de cada día.
La ira de las niñas mujeres de la familia "decente" que los tiene; el mal
genio de la patrona, desfogan en las costillas de los cholitos o de las chinitas,
de los cholos o de las chinas del servicio, cuyos cuerpos acardenalados más
de una vez podrían servir para un reconocimiento de juicio criminal.
Los apodos más denigrantes; las injurias más soeces; son el vocabulario en
la intimidad del trato que se suele emplear con los pequeños indios de
servicio.
Cuando no sirven en los pueblos, los envían de regalo a la costa, y en la
costa son muy contadas las familias que dan trato racional a los criados; se
les tilda de brutos, de ladrones, de hambrientos y haraganes; quieren que sin
que nadie les hubiera enseñado, sepan hacer cuanto se les manda, se les trata
con menosprecio y siempre con dureza.
Entre tan general miseria, se destaca por su infortunio el hijo del pastor y los
infelices cuidadores de chanchos en las haciendas.
El hijo del pastor, que nace, más ni menos que los hijos de las ovejas, a la
intemperie, que crece sujeto a la escasez más espantosa y al mayor de los
desamparos, cuando llega a los 7, 9 o 10 años, sale tras la majada a vigilarla
con los perros escuálidos, en medio de las tempestades.
Los pastores de chanchos son aún más infortunados; hechos pedazos, sin
ropas entre los zarzales, lastimadas sus carnes, llenos los pies de piques,
hasta no poder caminar sino defectuosamente, van tras la manada de cerdos
famélicos, que por buscar que comer serían capaces de saltar sobre púas
ardientes, y sujetos a la misma intemperie de los pastores de ovejas, tienen
además de los guijarros para sus pies desnudos, las púas de las pencas y los
garfios de los tantales, que, como la corona de espigas en la cabeza de
Cristo, se clavan en sus carnes curtidas por el sol y apenas cubiertas con
harapos.
La Mujer en el Interior
Tipos de Imprenta
EL DIRECTOR A LA VOLASTICA
LOS SUELDOS
LA SUBVENCION
SOPLONES DE PLUMA
Han nacido aquí, viven aquí, tienen sus mujeres aquí, sus hijos son de aquí,
y es más que probable que los entierren aquí, sin embargo no son de aquí.
"Este país"; "en este país", "las cosas de este país", dicen, muy sueltos de
huesos, como si dijeran; esta Luna, en esta Luna; las cosas de la Luna.
Los extranjeros de agua dulce tienen su modo de pasar, como los
chimbadores de los ríos tienen su modo de vadearlos.
Crujan, todas las instituciones de la República, vénganse abajo todas las
garantías; llévese el diablo a la Nación, con tal que la cosa no los ajuste
directamente (en cuyo caso a lo más refunfuñarán) no les importa.
Mascar, esta es su gran filosofía.
En el silencio de la noche, cuando uno viaja y se detiene a la orilla de los
grandes charcos, se oye únicamente el castañeteo de los picos de los patos
silvestres, que atrapan entre el agua lo que pueden: así, en el profundo
silencio de la Libertad, y en este gran charco nacional, se oye sólo el mascar
de los extranjeros de agua dulce.
Ejercer sus derechos de ciudadano, para mantener la soberanía de la Nación,
llaman ellos meterse en política, dicen que es ensuciarse; no entienden por
política sino las porquerías que ven o que oyen referir.
Pregúnteles usted qué clase de política quieren, déjelos usted florear hasta
que suden; qué le digan qué clase de hombres necesitamos, que expresen sus
ideales, y cuando concluyan invíteles Ud. a realizar esa política, a buscar a
esos hombres, los extranjeros de agua dulce, que de puro sabidos se pierden,
comprendiendo que para implantar esa política y encumbrar a esos hombres
hay que luchar más, mucho más que para dejar correr la bola y seguir con lo
que vivimos acostumbrados, se escurrirán por la tangente y le saldrán con
las antífonas más originales, por no decir con claridad, yo quiero patria; pero
que no me cueste; patria por la que otros derramen su sangre y su dinero y
en la que yo y los míos continuemos mascando sin molestia, le dirán que
"todo es inútil"; que "nada se puede" y como el enfermo que se voltea a la
pared y avienta el traspontín para que le apliquen las lavativas,
resignadamente, se conforman con cualquier bitocazo.
Los extranjeros de agua dulce, hombres positivistas si los hay, adiestran, no
educan, a sus hijos o para la abstención resabiosa, matrera, solapada y
profundamente egoísta; o si los muchachos tienen inclinaciones por la
cuerda los dejan enfilarse, porque convencidos de que los picaros prosperan,
han buscado una palabra acomodaticia; prefieren que sus hijos "no sean cán-
didos"; es decir, que prefieren que sean picaros.
Los países que reciben corrientes poderosas de inmigración; los países que
reciben por centenares gente fuerte, inteligente, emprendedora van por su
puesto a pasos de gigante a las grandes e inmortales conquistas del progreso.
Los países a los que llega como varado un extranjero útil, cada cinco o seis
años y del cual salen, huyendo como de un hospital, familias enteras; y en
los cuales sólo se multiplican cruzan y se propagan, como las angusachas,
los extranjeros de agua dulce a donde irán?
"Yo no me meto", "Ud, no se meta" "Nosotros no nos metamos", "Que ellos
se metan".
Conjugación de los extranjeros de agua dulce.
Un pueblo que vive, sin cohesión, sin ideales, sin dirección, sin hacienda, sin
garantías de ningún género, sin poder ni voluntad para cumplir sus
compromisos, en completa ignorancia y en absoluto fanatismo intransigente,
no podrá esperar de la acción combinada de tantos elementos nocivos, sino
resultados contraproducentes: el descrédito, el menosprecio, la pérdida del
territorio, la intervención extranjera, en una palabra; la muerte nacional e
internacional.
No es Gobierno digno de tal nombre el que se concreta al mantenimiento del
orden de cosas alcanzado; sino el que lo mejora, el que amplia los limpios
canales por donde la riqueza pública circula; el que ensancha los horizontes
de las aspiraciones legítimas, el que robustece los organismos sociales; el
que procura, por todos los medios posibles, aumentar la vitalidad y las
energías. Ni tampoco merece el nombre de pueblo el que no trabaja
activamente, el que no crea el que no acumula, el que no estudia, el que no
aspira, el que no contribuye con poderoso esfuerzo y ánimo firme a hacer un
buen Gobierno; es decir, el que no contribuye individual y colectivamente al
engrandecimiento de la patria.
Pinceladas de Viaje
Salgo de mi patria, y me parece que saliera de una prisión: qué vida tan
estrecha; cuán poca amplitud; cuánto egoísmo y mezquindad!
"Qué hay de nuevo?" He aquí la pregunta sempiterna, en la casa y en las
calles de Lima.
"Qué hay de nuevo?" y no salimos de allí
Que llegaron los americanos, (2) pues a preguntar por los americanos.
Que emborracharon a un burro, que compraron un mono; que se pegaron
varias monas; que hubieran querido ver ensartar en la plaza de Acho a
Bonarillo y a todos los toreros y monos sabios; ¡qué gracia! ¡ay, que gracia!
Y con esto tenemos comidilla para nueve días; y a los nueve días, pasan los
americanos, como pasaron Sáenz Peña, y Pidal, y Root, y volvemos a la
preguntita de marras.
"Qué hay de nuevo?"
Y no salimos de allí; como las gaviotas que a saltitos vagan sobre la playa
aguaitando lo que la mar arroja, así los habitantes de Lima, los habitantes del
Perú, vivimos con nuestro. ¿Qué hay de nuevo? a caza de noticias, no para
enmendarnos, no para corregirnos, no para mejorar nuestra vida, ni nuestra
condición, sino para satisfacer una curiosidad banal y entretener el tiempo,
matándolo en los portales o en nuestras reuniones caseras.
Cansado de ese "que hay de nuevo?", que me llevaba muerto aquí, voy a ver
que hay de nuevo fuera, no tanto en ese Chile, tan limítrofe de nosotros,
cuanto en aquella República Argentina, de que tantas lenguas se hacen
cuantos la visitan.
Desde luego, puede decirse, por regla general; que todo el que se embarca es
un tipo; el cambio de hábitos; las necesidades y exigencias del viaje; el traje
mismo hace de los más un verdadero mamarracho, y de los menos, una cosa
elegante y simpática. La gorrita aplastada y cursi, que no a todos les sienta
bien; los tules de sombrero y los envoltorios de las señoras para resguardar
la garganta y el cutis, que a las viejas las hace monas y a las jóvenes les da
cara de mala noche, todo hace de la gente de a bordo una colección de
tipería.
Salvo el agua y los cascarones, se puede decir que uno viaja de carnaval.
Si fuéramos a describir uno por uno nuestros tipos de a bordo, haríamos
sonreir a más de cuatro; un viajero, comprendemos, que necesita una cartera
verde para leerla en "petit comité", de sobremesa y entre hombres.
Y después ¡las rarezas de los viajeros!
Viajaba con nosotros, vg. una gringa flaca como un "estoquefiche", con un
marido gordo como un rinoceronte.
- Ves esa mujer sable? nos preguntó un amigo, que desde Europa viajaba
con ella.
- Y qué?
- En qué crees que se ocupa tal escopeta?
Pues, en comer: fíjate
En efecto, la gringa mascaba
- Pero qué come, día y noche
- Tutifruti.
- Se me ocurre una cosa; los muchachos, después que mascan bien el
tutifruti, el rezago lo pegan en los pelos de algún amigo. ¿Dónde pegará el
tutifruti este arco de violín?
Pero, vamos a nuestros tipos.
Queremos comenzar por un ser noble, por un hombre modesto, pero digno
de una medalla el 28 de julio; por el Cojito del Callao, por ese pobre, casi
doblado en dos, que con un gran paquete de periódicos bajo un brazo, y
saltando con la muleta, como pájaro, con un sólo pie, no hay vapor que salga
para el Sur o Norte que no le vea escaleras arriba o guarda abajo, pregonan-
do su mercadería; LA PRENSA, "El Comercio"… y el Cojito por entre las
piernas de los cargadores, y entre el barullo de los fleteros se cuela, va y
viene, entra y sale, y circula desde las primeras horas de la tarde, hasta que
se toca la señal de partida. El vapor ya va a andar; ya parece que ha
levantado anclas; todos los que vuelven a tierra saltan y se acumulan en los
botes, y el Cojito, como si tal cosa, sigue con su pregón de venta: LA
PRENSA, "El Comercio"
De pronto se lo tragan las sombras; y, si a través de ellas se le busca, no es
difícil ver un montoncito de gente, y a manera de asta de bandera
gallardamente levantada, la muleta del Cojito, como una bandera de trabajo
Los que conocen la reventazón del salto del Fraile, ya pueden darse cuenta
de lo que es el desembarcadero de Moliendo: columnas de lavasa que se
levantan por toda la ribera y que se estrellan con más fuerza en el
embarcadero, cerca del cual, a la distancia, se ve una roca como la cabeza de
la esfinge egipcia, o mejor dicho, como la de un gigantesco león agonizante,
cuyas fauces se llenarán de espuma.
En cuanto a la población: aquí los baños, un poco retirados del pueblo, a la
derecha, luego la ciudad, con sus casas amontonadas; más lejos el lazareto, y
mucho más allá, como en Lomas,, el cementerio, sin murallas y desolado,
como todo cementerio fuera de Lima. A rigor del ardiente sol deben
momificarse pronto todos los sepultados en verano. Un hombre y una mujer
bajaban la pendiente en aquella mañana triste; eran padres sin duda, que
acababan de dejar bajo la tierra al único hijo de sus entrañas.
Por este puerto han salido, desde que fueron descubiertas las minas de Santo
Domingo, 32.000,000 de soles, de los que si han quedado en el país dos
millones, no han quedado más. Es así como nos trabajan los amigos
americanos, que gozan de todas las franquicias y de todas las gollerías que
quieren. Ni siquiera va todo el oro de Santo Domingo a la casa de moneda
de Lima, y que oro aquel! Casi nativo.
No fue mucho el movimiento de embarque y desembarque del "México" en
Moliendo, un pasajero de primera que iba hasta Arequipa y algunos de
cubierta, de los cuales al descender la escala se fue al agua uno, salvándose
milagrosamente, y unas cuantas toneladas de carbón. Pare usted de contar,
amén de unas cuantas latas de alcohol: todo combustible.
Los que bajaron en Moliendo nos refirieron que el rompeolas continuaba
trabajándose; que había cuatro trenes de carga que salían diariamente de ida
y cuatro de vuelta, hasta Arequipa, y que había unos pasajeros, tanto de ida
como el regreso; que la carga permanecía amontonada, gran parte a la
intemperie, entre ella 50,000 quintales de harina que, probablemente se
malogrará; que necesitaron estampillas y que tuvieron que irlas a buscar en
los quintos apurados, porque a sólo a nuestras gentes puede ocurrírseles que
el correo esté en la luna y las estampillas en las estrellas. Este mal se deja
sentir a dos pasos fuera de Lima.
Por fin regresaron nuestros compañeros a bordo, algunos de ellos bien
mojados, como que las olas rompen sobre le muelle y lo anega.
En la noche continuanos a lio, a cuyo puerto llegamos a las cinco de la
mañana.
Nos hallamos a la entrada del departamento de Moquegua, uno de los que
más sufrieron durante la guerra; que fue victima de las inundaciones el 90 y
que después ha sufrido sequía permanente.
La ruina de Moquegua ha sido grande: hasta sus olivares han sido
aniquilados en más de la mitad y pasarán seis años hasta que vuelvan a
producir.
Ilo es una bahía lindísima: figurémonos un arco perfecto cuya cuerda tuviera
6 kilómetros; a lo largo de esta cuerda coloquemos caprichosamente, en
grupos, o unos en seguida de otros, pequeños amontonamientos de roca,
parecidos a los cerritos de escoria que se levantan artificialmente en los
jardines, y hagamos que un batallón de niños con sus paletitas de juego
arrojen olas alrededor de esos maceteros, que en lugar de contener geranios,
alhucemas o margaritas, lucen sus crestas blanquesinas, como los higos
azucarados sus blancas confituras; en vez de mar figurémonos un gigantesco
estanque, pues esa es la bahía de lio. Ahora ese mar no tiene sus riberas sólo
de arena, las tiene también de roca viva, que forma grandes tasas, pequeños
puentes, canales de diverso tamaño, y tinas de pequeñísima profundidad, en
las que criaturas y ancianos pueden bañarse a su sabor; esos son los baños de
Ilo. Ponga usted en esas tinas unas cuantas lindas moqueguanas en traje de
baño, y turba de muchachos zabuidores, y he allí lo pintoresco.
De al arco, que hemos supuesto de seis kilómetros en la parte central, una
cuerda de kilómetro y medio, de terreno arenisco, pero duro, y ligeramente
inclinado, resguarde usted esa llanura por una colina suave y poco elevada, y
dígame qué hermosísima población la que allí se puede formar, la que allí se
formará algún día…
Por ahora, no hay sino unas cuantas casas de madera, al estilo de las de
Ancón, pero con techos en tijera; todos color caoba, y en esas casas viven
900 o a lo más 1000 habitantes: toda la población es nueva y limpia, tiene
agua, que viene del río y pueden tenerla en cantidad, cuidando de formar
estanques y de abrir pozos artesianos.
Tiene un hotel medianamente servido y una buena agencia acreditada.
La placita de mercado de lio, es como para el pueblo: con una mesa para
carnicería y algunas para la venta de verduras y fruta.
Conocimos también la iglesia, pues bajó con nosotros el señor Lastarría ,
que no podía dejar de oír misa, como que pertenece a lo selecto del partido
conservador chileno.
Mientras el señor Lastarría oía misa, veíamos nosotros jugar carnestolendas.
Una morena llevaba en gran canasta al brazo, para la venta: papeles
encarrujados, formando pequeñas mariposas, abaniquitos japoneses, colas de
pato, flores, hojas, etc.; cada juguete de estos llevaba al reverso, en el centro,
una pegapega, adherida al juguete de goma, pues, por la pegapega se le
arroja a una niña una mariposa, una flor, una hoja de colores y queda
prendida sin ensuciar ni lastimar la ropa, y es mejor que chisguetes y
serpentinas.
Ilo está llamado a un gran porvenir: tiene hasta construido por la Naturaleza
un hermoso dique, que es cuanto más se puede decir.
Pasamos todo el día anclados en este puerto excelente, viendo su mar
cubierto a manchas de infinidad de ostiones, oyendo el bullicio de sus
pájaros tan gritones como las bandadas de loros en los maizales de las
quebradas, y cerca del "México", a una manera de zambos braceadores,
partidas de bufeos y lobos que correteaban como disputándose una presa.
Supimos que se han descubierto cerca de lio poderosos yacimientos de sal,
que se han remitido a Australia, por vía de prueba. También existe cerca un
criadero de ostras.
No llueve maná en el Perú, sólo por la perversidad de sus hombres.
Arica
Estamos frente al Morro: al pie del peñón las aguas rompen sus espumas
como en collar de perlas; y a partir de la casa de Bolognesi, que está en la
falda, en lo más alto de la falda, se extiende la ciudad hacia la izquierda, con
sus casas pintorescas y el verdor de sus alamedas, como una guirnalda de
flores.
Subió a bordo el médico chileno, barbón y fuerte como un chápiro de
Gascuña, hizo aplicar la desinfección azufrada a las bodegas y, atorados por
el humo, los infelices de cubierta subieron hasta la toldilla con sus niños. Era
la gente de trabajo que volvía a Iquique, la pobre gente de la huelga
escapada a la matanza de Renard.
Pobres!
Y tantísimo mendrugo ahito de buscas e hinchado de dinero mal adquirido...
Esta no puede ser la vida.
Nuestro amigo Proaño fue el primero en insinuarnos a bajar a tierra, quería
hacer una peregrinación patriótica.
Pronto ascendíamos aquella misma cuesta, que vio trepar silencioso y
meditabundo a Bolognesi, antes de la última jornada.
Aquí hubiéramos deseado traer a toda esa turba de leprosos de espíritu, que
han explotado unos, y que otros no han sabido o no han querido comprender,
el único medio de lavar tantísima sangre derramada, para volver al suelo
patrio este peñón, sobre el que vemos flamear el pabellón chileno…
La moralidad pública.
Sin esta, la bandera chilena se alzará cada vez más alta, y no serán Tacna y
Arica las únicas cautivas; pero así se tome de los pelos a nuestros dirigentes
y se les estrelle contra el peñón de Bolognesi, de la tortilla de sus cráneos no
saldrá sino podredumbre…
Qué de recuerdos cruzan por nuestra mente! y cuántos nombres y personajes
pasan en el cinematógrafo de nuestros infortunios!...
Han pasado tantísimos años y todavía nuestra reconstitución es un sueño…
Arica es una población bonita; sus casas recuerdan algunos ranchos del
Barranco; la iglesia por fuera, se parece a la de la Recoleta de Lima; se sube
a ella por una pequeña gradería y tiene en sus atrios laterales dos jardines.
En la parte interior está limpia como un espejo, y hay a la entrada un
sarcófago que guarda los huesos de los chilenos. La parte de fuera está
pintada de rojo y blanco, y las torres de negro, como si duelo la cubriera.
En la casa que fue de Bolognesi funciona la beneficencia peruana.
Fuimos a la Recova y al Correo. El mercado, cuyo edificio es de antes de la
guerra, es bien ventilado y regularmente surtido; entre la fruta, los
melocotones son exquisitos y las peras.
El correo es una calamidad: un patio de empedrado viejísimo, luego un salón
dividido en dos compartimentos; parte para el público, y el resto para la
oficina. Supongamos un mostrador, y sobre él unos casilleros, color ají
manteca.
En la parte central del mostrador un buzón lastimoso.
En el patio, algunos tableros para las listas de cartas rezagadas, y en la pared
de enfrente, pintado de azul oscurísimo un aviso de "El Mercurio" y el "Zig
Zag" y algunos papeles viejos pegados a la pared. Esta pared cuarteada y
enseñando su rajadura enorme y todas las demás cacarañadas y mugrientas.
Vaya un correo!
Pasamos después al Club Arica, que tiene su salón de recibo, su idem de
lectura, y en el traspatio, un juego de bochas. En el salón de recibo hay un
piano y allí, una vez reunidos, el presidente del Club señor Cornejo, y gran
número de jóvenes y artesanos de Arica, fuimos agasajados con un vaso de
champagne, y se pronunciaron algunos brindis, y se ajecutó al piano el him-
no patrio.
Es necesario estar al pie del Morro, ver al pueblo ariqueño agolpado a la reja
del salón del Club, y observar el recogimiento con que se oía nuestro himno,
para comprender toda la hermosura que encierra.
Volvimos a recorrer la población, y al pasar por una tenducha, en la que
había reunidos varios trabajadores, les vimos ponerse de pie, y levantando
sus sombreros, lanzar un ¡viva el Perú! tan estremecedor como entusiasta.
El pueblo!
Siempre el pueblo generoso y altivo.
- "Aquí, señor Tunante, nos dijo uno de ellos saliendo del grupo, no somos
nosotros los más patriotas, son nuestros hijos: esos que comienzan a hablar."
Nos limitamos a abrazar a nuestro compatriota, envolviendo en esa
demostración de cariño y respeto a Arica y Tacna.
El vapor no nos daba tiempo.
Nos limitamos a saludar con el pensamiento el suelo de Vigil, al pie de cuya
estatua hubiéramos querido depositar algunas flores.
En varias de las calles de Arica hay viejos sauces, que dan vista a la
población, y en su plaza un jardín que es un pequeño parque.
El tipo general de los pobladores es peruano.
Desde Arica comenzamos a ver el billete que nos recordó los peores tiempos
del Perú.
A las dos de la tarde abandonábamos el puerto y lentamente nos alejábamos
del Morro, de aquel Morro que debido venir a ver Querol, para hacernos un
monumento más sencillo, más severo y grandioso, coronado por la figura de
un héroe y no por la de un infeliz que se desploma.
Un Recuerdo
ÚLTIMO CUMPLEAÑOS DE GRAU
Llegamos a Pisagua de noche, y era mejor que así llegáramos, pues de día el
puerto es poco pintoresco. Pisagua es una población levantada sobre peñas,
y resguardada por un cerro empinado y feo; sus calles de altos y bajos,
recuerdan las de las ciudades de nuestra Sierra. Esas circunstanacias, unidas
al poco aseo, han traído desgracias a Pisagua: el incendio y la bubónica, han
quintado la población.
Nos alegró llegar en la noche, porque la ciudad ofrecía el aspecto de un
nacimiento, con el alumbrado vacilante de sus calles escalonadas. El tren
entra a la ciuda haciendo un zig zag, simulando una cinta de luz que se
desenvuelve en el cerro.
A bordo llegaban los ecos de una banda de músicos que hacían retreta.
El "México" debía hacer carbón y concluir su carguío a las 9 p.m. A las 11
la oscuridad era profunda, no se veía sino las luce- citas lejanas de la ciudad,
y detrás del cerro, de vez en cuando, golpes de luz rápida e instantánea,
efecto de alguna tempestad en la cordillera. Allá la majada de ovejas apiñada
en la quincha sintiendo caer sobre sus lomos el agua en inmensa catarata; y
cerca de la majada la choza, y bajo ella la india con sus hijos y los perros
canschules todos flacos y hambrientos. Todos en aquel inmenso desamparo,
sin la misericordia de nadie; y, aquí unos cuantos pasajeros sentados en la
cubierta de un vapor, envueltos en tinieblas de la noche oyendo a los
trabajadores del carbón entonar una "arequipeña", que no era ya ni el triste
yaraví de Melgar, ni la dulce cancioneta española, sino algo intermedio.
Pasó la noche y al amanecer pudimos ver Pisagua con un mar tranquilo y en
él a los cúreles, que saltaban perseguidos por parvadas de gaviotas.
Subió a bordo el señor Justo P. Cusicanqui C. teniente coronel del ejército
boliviano, que iba a Chile llevando dos niños al colegio.
Con gran sagacidad nos manifestó que llevaba a sus niños a Chile, porque el
clima de Lima no les era muy favorable. No creimos que era el clima, sino la
calidad de los planteles: su relajación disciplinaria, por un lado; y su
deficiencia puesta de manifiesto por los jurados del año escolar que ha
terminado.
Sin ir muy lejos, para nadie es un secreto el desorden que reina en
Guadalupe, cuyo crédito que ha ido en progresión decrecente, día a día,
como tampoco ignoran muchos la inconveniencia en otros planteles, de
profesores que se ganan más de lo necesario, o que andan ocupados sólo en
atrapar a los niños de buena paga, cuidando más del negocio, que de la
enseñanza.
Y si en Lima el desastre es palpable, fuera de Lima las cosas andan un poco
peor, salvo honrosas excepciones; más tomando en conjunto el desarrollo
intelectual de la República, puede decirse que es desastroso, Relajación,
rutinarismo é incapacidad.
Algo hablamos sobre política boliviana, y nos fue grato oír los buenos
anuncios de la administración pública próxima a inaugurarse por el doctor
Guachada, y del paso firme y certero de la que concluye.
No es la paz en Bolivia fruto de un convencionalismo mantenido por el
poder y soportado por el pueblo: es la paz que descansa en el
convencimiento de los hombres, es la conciencia ciudadana, arraigada en
ella por las obras; como no es el candidato, próximo a subir al poder, una
personalidad impuesta, un hombre de "me da la gana " del Gobierno,
agresivo e intemperante, metido en centenares de negocios, ávido de
riqueza; sino un estadista sereno y preparado en la tolerancia y el
alejamiento de las pasiones banderizas: su programa está sintetizado en esta
frase "probidad en todo, y justicia para todos" basta para hacerlo querido,
además, que departamento por departamento ha anotado las necesidades
principales de cada uno, no a su antojo, queriendo hacer ferrocarriles por
donde le apunte las narices, sino por donde sabe son factibles; y además ha
ofrecido modificar ese programa según y cómo, lo quieran los pueblos
interesados en su propio progreso: es, pues, un programa esencialmente
democrático, sagazmente formulado y juiciosamente escrito.
Da en el papel preferente a la oposición y a la libertad de la prensa: cifra el
acierto de su gobierno en el control que ejerza aquella; y en las advertencias
que ésta le sugiera, así sea apasionada y aún virulenta. Quiere decir que
Bolivia, va a tener pues, un mandatario, como lo necesitan estas repúblicas,
cuya vida depende tanto de los gobiernos: este candidato recuerda algo de
los mejores tiempos de una república, algo que no encamina a un
materialismo grosero, sino que cifra la existencia en la dignidad. (1)
(1) Fue una inmensa pérdida para Bolivia, la muerte del estadista a que nos referirnos.
Iquique
Más que un puerto de mar, parece Iquique una ciudad situada en la vega de
un río caudaloso.
Cuando llegamos había más de veinte buques de vela, una nave de guerra y
dos vapores; el que pasaba al Sur y el que venía para el Norte.
Iquique tiene 42,000 habitantes, según el censo último: posee una buen
colegio americano, varios otros de hombres y de mujeres, y uno de Padres
Salesianos; dos teatros, un hipódromo, un velódromo, un magnífico cuartel
militar y casas como las mejores del Callao. Su calle principal "Baquedano,
recuerda la gran calle "Lima". Grandes almacenes de todo género de artí-
culos y mucho movimiento comercial.
Bajamos y fuimos al Correo, muy inferior al del Callao como edificio,
aunque muy bien servido por mujeres jóvenes y corteses.
Del Correo quisimos ir a visitar al señor Billinghurst, que ocupa una casa
pequeña pero confortablemente arreglada. Le encontramos aventajado,
aunque lleno de vigor y en la plenitud de su carácter. Nos hizo pasar a su
escritorio, que es un vasto salón cuyas cuatro paredes se hallan cubiertas por
grandes anaqueles de libros y sobre multitud de mesas y mesitas de diverso
tamaño, se ve rimeros de folletos y periódicos en ese desorden natural para
los hombres de estudio: un retrato de cuerpo entero de don Guillermo, y
algunos de menor tamaño, entre ellos el del doctor Quimper.
Nuestra conversación fue corta y reducida, toda a recuerdos de la guerra y a
los despilfarras económicos de la nación. Don Guillermo conserva aquel
defecto capital de la franqueza, tan estimada por los que vivimos
acostumbrados a decir la verdad sin ambajes, y tan inconveniente para la
generalidad de nuestras gentes, tan gazmoñas como dadas a vivir de la
solapería y la mentira.
Hablaba con calor, se exaltaba con patriotismo, se ponía de pié y disertaba
como si hombres y cosas estuviera ante nosotros.
Cree en la reconstitución del Perú, pero encaminado y alentado por un ideal,
manejado con orden; piensa que en Lima y fuera de Lima no falta elemento
bueno, que se retrae y que puede ser útil en una actuación nacional clara y
honrada, y confía en un porvenir grande y próspero.
La mañana avanzaba y aún teníamos que hacer algunas visitas. Nos
despedimos del señor Billinghurst y continuamos paseando Iquique.
Fuimos al "Club Peruano”, en el que encontramos al señor Ossío, que nos
hizo pasear el local, magníficamente, situado y espléndidamente instalado.
Este club tiene 200 miembros.
De allí pasamos a "Cavancha", que es como si dijéramos La Punta, en el
Callao. En Cavancha hay un Recreo, que recuerda al "Estrasburgo" de Lima,
y en ese recreo hay una plataforma que se interna en el mar y en la que se
halla el comedor.
Allí nos sentamos con un buen grupo de tarapaqueños y extranjeros;
tarapaqueños como el joven Ernesto Devéscovi que sabe ser regio anfitrión,
y extranjeros como el jefe de casa Welch, alemán, que recuerda a Lima
como a un primer amor.
Entre los que comían en Cavancha, no faltaba algunos que estuvieron
todavía con la chaya encima.
Desde Arica al Sur el carnaval se llama chaya y cuando se juega,
particularmente, cuando se pasa polvos por la cara, se acompaña el acto con
la palabra chaya. La chaya es, pues, sinónimo de carnaval.
El martes, jóvenes y señoritas de familias conocidas van al Parque; ellas
disfrazadas y ellos al descubierto y se anima la chaya a chisguetazo limpio y
serpentina suelta. Se juega desde las 8 hasta las once de la noche, mientras
una banda da retreta. A las 11 las parejas se dirigen a la casa Capella, que es
el Klein de Iquique, y allí permanecen hasta las doce cenando ó tomando
refrescos. A las 12 sapac ucucha urcachami, sapac oveja pareschante. La
parte femenina y los hombres serios van a casita y la juventud que se levanta
a las 4 p.m., como decía Juan de Arona, va al teatro municipal, donde se
forma la juerga, el baile de máscaras de la gente de buen palmito. Es un
baile que podemos llamar desaforado. Describamos el traje de una bailarina:
zapatitos de razo y media de seda color carne, sujeta con ligas anchas y
negras, que señalan el comienzo de la pantorrilla; calzones que parecen
truzas de baño, que dejan ver las purezas de las formas, pollerita equitadora,
sobre fustanes de seda; y de la cintura arriba un monillo endiablado, abierto
por detrás desde la cintura y dejando por delante un escote desmesurado.
Esta bacante que se hace su entrada saludando la chaya con champagne, a
las 2 de la madrugada está completamente ebria y cueca y echa verbos,
brama y cae a tierra. Aquello, a fuerza de ser alegre llega a ser repugnante;
pero tal es la maldad humana.
No todas las bailarinas del teatro son bacantes, desde luego, pero no faltan
horizontales refinadas que son el escándalo del cuadro. Hemos tratado de
describir lo más notable
Mientras las de la cuerda se desguazan así, el pueblo baila la cueca,
apurando la chicha baya.
El almuerzo concluyó a las once, y a las dos regresábamos a nuestra jaula
flotante por aquella bahía como un remanso.
Desde aquí comienza el verdadero tráfico del sur. Se embarcaron muchos
niños y niñas que volvían a sus colegios de Santiago.
Antofagasta
Coquimbo
A tres ó cuatro kilómetros de Valparaíso, está Viña del Mar; pero no hay que
suponer que se necesite caminar esos tantos kilómetros en despoblado para
darse con aquel balneario; no, desde Valparaíso arranca el tranvía eléctrico,
que va por un ancho camino a cuya izquierda se halla la lonja ribereña, que
se estrecha o se ensancha y que va serpenteando; y a la derecha una serie de
cerros de poca elevación, de diversas alturas y formas; cerros separados por
hendiduras que simulan quebrados caprichosas de poca anchura y de menos
profundidad. En la lonja se ve muros altos de piedra, sobre cuyo lomo pasa
el ferrocarril de Lima a Santiago, y casas de toda forma y construcción; se
ve, también en partes, levantado el suelo como en largas lomas cubiertas de
flores silvestres amarillas y anaranjadas en abundantes y coposos manojos, y
en partes alamedas que van orillando el camino.
La avenida es ancha y da paso al tranvía y a los carruajes, carretas y
automóviles. A la derecha hemos dicho que los pequeños cerros se suceden
terrosos o graníticos, cubiertos en parte por cactus, pencas y ramajes
silvestres, por entre los que serpentean caminos o ascienden escaleras de
madera, con multiplicados descansos, y entre jardines que parecen colgantes,
o entre bosquecillos artificiales, casas de caprichosa construcción.
Así es todo el camino hasta que se llega a Viña del Mar: se recorre sucesión
de lomadas, que van a morir en la playa, y sobre las cuales, entre jardines,
como los rosales de Herouard, en el Barranco, la Margarita de Solari o los
parques de Hereen, en Lima, se alzan verdaderos palacios y edificios
suntuosos y elegantes, como el rancho de Letona, el de Sousa y los de los
Godoy, de la calle de Lima, en Chorrillos, o bien de piedra monumental,
como la casa de Dubois, de la calle de Baquíjano. Más aún; en lo alto de las
colinas, rasgando el azul del cielo con sus esfinges de alabastro, se ve
verdaderos castillos feudales, desde los que se contempla el mar.
El tranvía se detiene en una plataforma delante del Gran Hotel; allí se apea
uno y toma coche para descender por otra avenida pintoresca hasta el lugar
de baños, antes del cual existe una laguna, en la que vivimos bebiendo agua
a unas cuantas vacas.
Por aquella avenida van y vienen carruajes particulares de todas clases y
tamaños, grandes y pequeños automóviles, que conducen a lo más elegante
de Valparaíso y Santiago; se ve también numerosos caballeros en magníficos
caballos de trote y uno por otro paseante a pie.
Hay también en cortas calles, entre parque y parque y entre palacet y
palacet, chalet y regio alcázar, sucursales de ricos almacenes y escritorios, lo
que da más brillo y animación y hace más pintoresca aquella magnífica
morada de la gente pudiente. En los baños hay un techo cubierto de plantas,
una rumada un esqueleto, bajo la cual, en bancas, se sientan los paseantes,
mientras los niños juegan en la playa, a lo largo de la que (y esta moda
puede establecerse en Ancón) se ve toldos en forma de gorras de criatura, a
listas blancas y rojas, bajo los cuales sombrean las familias sobre la fresca
arena.
Del baño regresamos al Gran Hotel, vasto edificio de los pisos, con grandes
patios, comedores muy espaciosos, escaleras anchas cómodas, un magnífico
parque a la sombra de corpulentos frenos y otros árboles que los años han
agigantado, con glorieta para festivales, comedor interior, sala de billar,
biblioteca con pequeñas mesas de lectura y mesitas para familia en uno de
sus más anchos comedores. Trepan al techo, en abanicos, unas cuantas
enredaderas, y a través de ellas se ve en el patio brillar todos los verdes en
anchas hojas limpias y relucientes, como si fueran de esmalte.
Tienen razón los chilenos de estar orgullosos de su Viña del Mar, que sólo
necesita una conservación más prolija: cambiar algunas barracas del camino
por casitas de campo para el pueblo; vigilar uno que otro rezago de basura y
mejorar sus arboledas. Algo viejo y descuidado y se nota, revelando la
indolencia de nuestra raza: mayor vegetación, limpieza perfecta, árboles que
en la estación de verano, si se deshojan, no muestren sus rezagos, y tendrán
los porteños una cosa completa y digna de mostrar al extranjero como
población modelo.
Si no hay peligro en mantener aquella laguna, falta bordear bien sus riberas
y fomentar en ella la cría de aves, como cines y patos españoles, garsas
rosadas y otros animales adecuados.
Si las aguas son malsanas, petróleo con ellas y a secarlas.
En invierno, cuando se visten las lomas, y se cubren los cerros, y se limpian
las quebraditas, entre la esmeralda de la vegetación y el plomo de la roca,
¡qué hermosos se deben destacar esos edificios, llenos de mármoles y
bronces, con sus bloques relucientes sobre sus columnatas y sus labraduras
como encajes. Y el mar. el inmenso mar, como un espejo, al pie de esos
espléndidos tremau.
Así se busca el pan de la vida, pero ¡quién sabe si más tarde serán dueños de
algún palacio en Buenos Aires.
Los coches son carruajes cerrados completamente del lado de los caballos y
de los costados y sólo abiertos totalmente en su tercera cara; los pasajeros se
sientan frente a frente, de modo que van de costado no con la cara mirando
de frente al camino, como el cochero o como el que vá en el pescante: algún
viajero que no tiene mas puesto que elegir y ese recibe todo el aire de frente
y vá envuelto en la polvareda infernal que se levanta desde que se parte
hasta que se llega a la otra estación.
Cada carruaje es jalado por cuatro caballos y aquí conviene aplicar unas
cuantos cocachos a nuestros infelices paisanos, que han dejado
criminalmente desaparecer la raza de nuestro caballo criollo.
Estos caballos valientes y animosos que se tragan la cuesta y puna de la
cordillera llevando a las volandas los coches, no son ningunos caballos
normandos: son, ni más ni menos que, el valiente caballo andaluz, el hijo del
árabe, el padre de nuestro caballo criollo, de aquel cuyo tipo admiramos, sin
entenderlo, en el bronce bajo la figura elegante de Bolívar, ese caballo es el
mismo que recorre estas cuestas abriendo tamañas narices y bañando en
sudor hasta mojarse los cascos: caballo de gran alzada, como los antiguos
santeños y los Galpón de Chancay. ¡Infelices!. íbamos pensando en los que
han dejado perder esas raza en el Perú!. Ah infelices! y pensamos también al
ver estos valientes animales que trepan por una gradiente de 12 o más por
ciento al vuelo, resoplando los aires y batiendo sus crines como las
banderolas negras, en aquel otro crimen de llevarlos escuálidos, indefensos y
viejos a la pica! ¡Oh bárbara Lima!!.
Nada tenemos que decir de las muías, que son fuertes y grandes.
Caminaba en un coche una española, tipo de aquella mujer declarada por
Balzac la primera del mundo; era del pueblo y viajaba en el pescante; dentro
del coche iban cuatro españoles, y el más joven llevaba guitarra: ver a la
paisana y principiar a camelarla todo fue uno ¡vaya si era linda!
Tomamos el coche delantero y pudimos seguir la escena: el galán comenzó
por las peteneras ¡olé! y el español echaba versos que daba fiebre y la
española fruncía el entrecejo y se ponía cada vez más indignada: llegó él
hasta sacar la mano por entre la tela del coche pretendiendo tocar el vestido
de la viajera. Así, fue la cosa hasta el primer descanso; allí intercambiaban
caballos, bajó la mujer de su pescante y llamó a su marido.
-Mira, le dijo, búscame otro pescante, que aquí viene en er coche un
marciado, eh?: ese, y señaló al galán.
-Yo mal educado?, oígaste, yo tengo la educación por arrobas, lo sabe?.
-Se conoce.
-Yo le puedo enseñar a usté, oye?
-Que ha de enseñar a naides, hombre. Quiere U. que le diga una cosa?,
replicó la mujer poniéndose en jarras.
-Dígala.
-Pues, señor don educao, lo menos que le puedo isir es que cuando alguno
diga estropajo U. debe contestar presente, eh?
Lo dijo con tanta zandunga, que todos echamos a reír: el mozo se sonrió y
ella también: había que seguir el camino.
La marcha por el desfiladero era de lo más pintoresco, porque se veía por el
zig-zag serpenteando carruajes y muías, el grito de los mayorales y el de los
arrieros, que dirigían la piara que conducía el equipaje, repercutido entre los
cerros y multiplicado por el eco, daba al cuadro un aspecto digno del lienzo.
Abajo los abismos: aquí el camino ancho y pendiente; más allá el cerro
desprovisto de vegetación; y en las cumbres, los picos negros con sus
grandes trozos de nieve, algunos caídos sobre la columnatas de roca, blancas
garzas inmóviles, el cielo azul, de un azul transparente, y en él alguna nube
solitaria, como guedeja de algodón suspendida sobre el pico más alto.
A las doce llegamos a la cumbre, trasmomtamos la cordillera y rodando al
escape llegamos a la una de la tarde a la primera estación del ferrocarril
argentino.
Allí hay un hotel, en el que pasamos a almorzar y desde donde comenzamos
a comer un pan riquísimo. Mucha mosca en el tal hotel, casi tantas como en
Coquimbo. Pedimos el vino de Mendoza, el mejor vino blanco de Mendoza,
muy inferior a los de la campiña de Lima y sólo comparable a algunos de los
blancos de Chincha.
Después de almorzar, otra vez al tren, para seguir por una hondonada árida y
que a trechos nos recuerda el camino de Chosica, en su parte cercana al
pueblo; llegamos á una pequeña estación, en la que aparece que hay baños
termales, allí existía un campamento de ingleses ingenieros y trabajadores de
la línea de la cordillera, uno de ellos con la nariz comida, acompañado de su
esposa, argentina, tipo hermoso, un poco pequeña, gordita, y de cuerpo
hecho a torno. Acabábamos de dejar el país de la ñatas, en Chile abundan las
ñatas, para entrar en el de las narices borbónicas, las perfiladas y las de
caballete; es notable el cambio de narices, pues si hay ñatitas en la Argentina
corresponden sus narices a las alevosas naricitas de Sevilla, tentadoras,
graciosas, pasionales, que inflan sus ventanas a impulso de las emociones y
que un tantico levantadas encierran el secreto del deleite: eso dicen los
entendidos.
Pasamos también del roto de fisonomía alevosa a la del gaucho bonachón,
alegre, desprendido, un poco rudo; pero atrayente y comunicativo.
Continuamos la marcha y llegamos a Mendoza de noche y seguimos de
noche, cambiando de tren, dejamos el de vía angosta, molestoso en extremo,
para pasar al de vía ancha, con camarotes para dormir, como a bordo, con
gran coche comedor, coche de descanso para fumar y coche de descanso
para señoras; todo muy limpio y bien tenido; pudimos, desde que pisamos la
Argentina oír en la estación de Mendoza pregonar los periódicos
bonaerenses con toda claridad como en Lima; notamos así mismo cierta
similitud de tipos; no nos parecían tan extrañas las fisonomías aquí como en
Chile, y quien sabe si los defectos mismos nos son igualmente comunes.
Nada podemos decir de Mendoza, que para nosotros pasó como una ciudad
encantada. Ni aún puede abandonar el coche para bajar a la estación, porque
el tiempo era muy corto. Nos metimos al camarote, tan atorados de polvo
como un bif teck apañado en harina de galleta, pues todo el trayecto de
Juncal á Mendoza se pasa envuelto en una nube. Creíamos libertarnos en el
tren pero el mozo nos dió la nueva que el polvo seguiría hasta llegar a
Buenos Aires, sin cesar día y noche, en el trayecto de muchos más de mil; y
tantos kilómetros. Hágame Ud. patria. !
Cuando despertamos nos hallábamos en plena pampa Argentina, el
espectáculo es de grandiosidad monótona; ni el asomo de una colina, ni
rastros de una piedra, ni una ave, ni otra cosa que el inmenso pastal y alguna
vez cerca de alguna estancia o de alguna estación del tren uno que otro
arbolillo, como nuestro guarango; y volvimos a ver el tipo del antiguo
caballo argentino, que tanto nos recuerda al hermoso caballo santeño; que
bien se tragaría a questa pampa con su paso gateado o su soberbio paso llano
nuestro caballo que recorre los arenales con la gallardía de un nadador. Se
censurará siempre cometer el error profundo en el país permitiendo la
desaparición del caballo criollo, tan valiente, tan noble, tan hermoso; como
se ha cometido un crimen permitiendo la desaparición de las yeguas que se
enviaron de la Argentina.
¡Oh tierra de la desdicha y hombres de la ineptitud comprobada!.
El pasto es una grama especial de esta tierra, fácil para humedecerse: en
muchas estancias se ha segado, raleando a semilla de alfalfa que mejora muy
notablemente los prados y que no crece á mucha altura; y en toda aquella
inmensidad de campo no se ve una sola tapia, todo está dividido por
alambrados; y que aquí se ve una yeguada y más allá, puntas de ganado que
pacen en los prados artificiales; y por doquiera, en pilones, el forraje
ensilado.
Ni el ganado caballar, ni el vacuno, es de lo mejor: se ve razas menesterozas,
caballejos de ciento en carga, y ganado vacuno parecido a nuestro ganado;
pero se ve marcadamente la gran tendencia al cruzamiento, y a cuanto ha
mejorado todo ganado y se vá propendiendo a un tipo de perfeccionamiento:
es el cuidado, la paciencia, la solicitud, la afición que así van transformando
las crías y produciendo sobre todo en ganado vacuno el mejor Durham,
Erefor, etc., que dejan encantado al viajero.
De trecho en trecho; en aquel pampón descomunal, se ve estaciones todas
nuevas, de ladrillo y cemento, que recuerdan la casa de la hacienda Infantas
en el trayecto del ferrocarril de Ancón; y aquí y allá millones de durmientes,
miles de rieles, más miles de ruedas y plataformas y trabajadores con sus
campamentos provisionales, tendiendo líneas en todas direcciones.
Todo es nuevo y todo es grande en este trayecto; todo indica la fermentación
del trabajo. Por supuesto que es mucho cuento tener este biscochuelo de
tierra, en el que un hombre puede manejar un arado de cincuenta rejas, como
un niño puede resbalar un trinche sobre una fuente de manjarblanco: esta es
una mamadera estupenda; esto es hallar la cama hecha; por eso en estos
fundos se vaten los patrones en hermosas victorias, en carretelas, en
automóviles y hasta podrían corretear con zapatos de razo; esta es la más
mullida de las alfombras, el más suave de los mantillos, y aquí caben
algunos millones de hombres y algunos cuatrillones de ganado de toda clase.
Uno se canas de este mar de verdura: de estas leguas de trigo, de sorgo y de
forrajes. Para el pincel, el panorama es matador; pero la escena tiene
infinitos cuadros caprichosos y originales: el abrevadero, las casuchas
alrededor de la estación, la carretela, el arbolito solitario y el campamento,
etc, etc. Aquí también, acabadas las "Vidalitas" muerto el "gato",
desaparecidos los bailes y el canto de los tiempos bravios, han de aparecer
otros cantos y otros bailes, pues las faenas del trabajo, las alegrías del
trabajo, no pueden pasar sin su música; y así como la lengua hablada tiene
su canto, su tonadilla original, que se ha pegado al gringo y que el gringo ha
entremezclado con el canto de su país; así los versos populares y las músicas
populares han de modificarse, han de incrustarse y transformarse con los
versos y músicas de otras naciones.
Volvió a caer la noche, y a la luz de la luna pasaban como fantasmas álamos,
casas, estaciones y pueblecitos cercanos a Buenos Aires. Así pasó Palermo
mismo, y de repente nos halla mos en la estación de la metrópoli a la
avenida Mayo; la espléndida Avenida Mayo, que dicen los que conocen
París que recuerda sus boulevares, y que con su brillante iluminación, nos
recordó al Paseo Colón iluminado a la llegada de Sáenz Peña; casas de tres a
cuatro pisos, almacenes con vidrieras que parecen de pedrerías, anchas
veredas llenas de mesitas para tomar refrescos, miles de gentes, como en
muestras noches buenas, en torno de ellas, una gran extensión de vereda a
vereda, y por ella avanzando carruajes, automóviles y bicicletas unas tras
otras; al fin de la avenida el edificio monumental del nuevo Palacio del
Congreso; y al principio la Plaza de Mayo y el regio Palacio de Gobierno:
todo grande y esplendoroso. Allí no alojamos, en el mejor Hotel de la
avenida, que en breve pasará a ser de tercer orden, pues un millonario
argentino está haciendo construir un hotel de ocho pisos estilo de los de
Nueva York.
Cuando ustedes venga, espero que se alojen en él.
Yo me voy á dormir, soñando en nuestro Perú, tan desgraciado! …
Junto a las tumbas
Como peruanos, al pisar el suelo argentino, ¿cuál debía ser nuestra primer
visita?
A la tumba de San Martín, de aquel que, tremolando el pabellón nacional en
la Plaza de Lima, proclamó la Independencia del Perú: allí debíamos ir,
primero que a ninguna parte, porque si hay algo que vive en nuestro espíritu
como un amor sagrado, es el culto por nuestros próceres. Ojalá en el Perú no
se hubiera tronchado por completo toda la educación nacional, en el hogar,
en el Colegio, y en la vida civil, el amor al bien y el culto a la virtud no
pasarían de fingido convencionalismo. Los grandes hombres de nuestra
independencia nos dieron una lección objetiva y allí quedó. Conforme se
fueron alejando y se fueron muriendo, se fue apagando su luz radiante y
principió a clarear esa luz falsa que ni alumbra ni abriga, ni fecunda: la luz
de la mentira.
La teoría que ha debido seguirse, la que aún se puede seguir, reanimándola,
es sencillísima. La historia nacional está constituida por una complicada
herencia de glorias, de virtudes, de errores, de violencias, sacrificios y
crímenes, de noble desprendimiento y de censurable codicia, de
autoritarismo cruel y bajo servilismo; de libertad y dignidad, de luz y de
sombra. Si en nuestra mano están los destinos de nuestra patria, ¿qué debe-
mos hacer?.
¿Continuaremos rindiendo parias a la crueldad y a la violencia, al fanatismo
y a la opresión, la tiranía que engendra la revuelta, la represión brutal, el
favoritismo y la arbitrariedad?.
Prolongaremos en el presente y para el porvenir la barbarie manifestada por
la intolerancia y el despotismo?. Nos solidarizaremos con las naturalezas
inferiores, para quienes el pensamiento libre es una rebelión y una amenaza
el ejercicio del derecho? ¿ O bien, simpatizaremos con los que han luchado
por la libertad, con los que han difundido la cultura, con los que han
promovido a costa del sacrificio de sus conveniencias, de su tranquilidad y
de su vida, los progresos que permiten a nuestro país llamarse nación
civilizada?.
En cualquier parte que tomemos la Historia patria, hemos de hallarnos con
hombres valerosos y abnegados que han luchado por fundar el orden, por
implantar reformas y promover adelantos, por establecer más libertades, más
igualdad, y más justicia, y hombres bajos, estrechos o egoístas, que,
francamente abominaron todo progreso, y tomaron filas entre los retrógra-
dos, que jamás creen llegado el momento de innovar, y nunca encuentran
preparado al país para las soluciones del progreso.
Hay que elegir entre unos ú otros, tomando la elección desde el momento en
que unos cuantos patriotas esforzados se atrevieron á romper las cadenas del
coloniaje, es así como podemos adoptar una actitud de solidaridad y
colaboración con esos hombres á quienes la razón, la justicia, la libertad y el
derecho dieron fuerza para no esperar que el país estuviera preparado, que es
la disculpa y parapeto de los retrógrados.
"Sólo es digno del nombre de patriota, aquel que está resuelto a
experimentar el vituperio, la ruina, el alejamiento de sus amigos, antes que
traicionar a la verdad, a la justicia, ni a la virtud".
Así pensando, llegamos a la tumba de San Martín.
Entrando por la puerta lateral de la catedral, se ve al frente, en lo que
llamaríamos una capilla de la nave, un monumento, sobre dos bases
cuadradas superpuestas, y de las que la superior lleva en cada lado una
estatua simbólica; trabajada en mármol, sobre esta segunda base se ve
alzarse al sarcófago de bronce, que lleva en su parte superior los arreos
militares del héroe.
Sólo el 25 de Mayo se abre la reja de esta capilla y se puede leer y examinar
de cerca las inscripciones y los bajo-relieves. Por lo que se ve del
monumento, es sencillo y austero, como fue la vida del gran hombre.
La catedral que, por su parte, es también bastante sencilla, no parece sino un
gran templo de mármol destinado a guardar nada más que aquel monumento.
Aquí los templos puede decirse que no se abren sino los domingos, para la
celebración de la misa, así es que cuando fuimos a la catedral, eran las diez
de la mañana, no había en ninguna de sus naves ni una alma, nadie, excepto
el sacristán que sacudía los altares, y el peregrino que, desde las playas del
Rímac, había venido a depositar una siempreviva en la tumba del prócer.
San Martín, después de este monumento, no tiene otro que su estatua
ecuestre, en la que la ni la calidad, ni la escultura del caballo corresponden al
bravo soldado de los Andes. Bolívar es quien está admirablemente bien en
nuestra Plaza de la Inquisición: fáltale a San Martín un monumento que
expresa su índole, que traduzca bien su carácter, que corresponda a su
moderación, su probidad y demás cualidades excepcionales que hicieron de
él una figura única.
Salimos pensando en todo esto, y nos encaminamos al cementerio de la
Recoleta.
Debemos decir que este es el viejo cementerio que no tardarán en clausurar,
porque tienen ya en fabricación un cementerio nuevo, que, como todo lo
nuevo en Buenos Aires, habrá de ser monumental.
Después de visitar la tumba del prócer, quisimos ir también a ver la del
fundador del partido radical argentino, cuyo retrato teníamos en nuestra
casa; queríamos visitar igualmente el sepulcro de una amiga querida, de una
excelente amiga del Perú, de la escritora Juana Manuela Gorriti; y con ese
objeto nos dirigimos al panteón de la Recoleta; el viejo panteón de Buenos
Aires, menos hermoso que el de Lima, nuestro cementerio es algo que hace
honor a Matías Maestre que lo ideó. No tiene el cementerio de Buenos Aires
la capilla con su Cristo de alabastro, ni su administración ocupa el
compartimiento adecuado como en Lima. En el cementerio bonaerense
apenas hay vegetación, y los mausoleos se hallan tan aglomerados que más
bien parece un depósito donde todos ellos estuvieran juntados para ser
después conducidos a otro lugar de mayor espacio y de mejor distribución.
Hay, sin embargo, tumbas monumentales, obras de arte valiosas y de mérito.
Além descansa, bajo la bóveda del mausoleo monumental de bronce y
mármol, elevado a la memoria de los que perecieron en la revolución de
Julio; en que fue derrocado el gobierno proditorio de Juáres Celman, y
puesto en orden este país de tan grandioso porvenir. Aristóbulo del Valle, el
Casos argentino, defendió brillantemente en la tribuna parlamentaria, aquel
movimiento de opinión pública, del cual había sido apóstol y factor Leandro
N. Além.
Dos soldados de bronce, custodian esa tumba; y se destacan sobre el primer
cuerpo del monumento.
Nos detuvimos a pensar, de cuánta abnegación y qué cúmulo de virtudes y
de sacrificios se necesita para hacer fructificar la semilla del bien: toda esta
prosperidad y este florecimiento en Buenos Aires, no hubieran venido sin la
sangre de los que reposan bajo este monumento: las revoluciones, no son
sino el estrago del movimiento evolutivo: el salto de la valla: la erupción del
volcán.
Abandonamos pensativos aquella tumba, sobre la que parecía destacarse la
figura alta y la barba hasta el pecho del tribuno del pueblo, del radical
convencido, del patriota Leandro N. Além.
Pasamos a la tumba de la amiga que duerme en la capilla de la familia Puch,
y cuyos restos se está proyectando trasladar a Salta, su lugar natal.
Juana Manuela Gorriti, fue la fundadora en Lima de las "veladas literarias",
centro de cultura digno de la sociedad más refinada; ella allí, en la
conversación, cuyo arte poseía, ya con sus anécdotas, ya con sus
pensamientos sueltos, difundía lo bueno y lo útil.
Las polémicas odiosas que se suscitaban en la prensa, las envidias, las
sulturaban, "pero si todos cabemos" exclamaba, censurando la odiosidad.
"Cuando algo bueno sepas de alguien, proclámalo, cuéntalo", decía.
Los restos de la escritora de "Sueños y Realidades" descansan en un
sepulcro que tiene forma de capilla, que es lo más común en este
cementerio.
Casi frente al sepulcro de la señora Gorriti se ve un mausoleo muy
significativo: la figura lo dirá todo.
Una estatua de mármol, tamaño natural, en actitud de saltar a tierra: es un
obrero, lleva puesta la blusa garibaldina, la corbata garibaldina, y a través
del cuello de la blusa entreabierta, se ve el pecho desnudo del trabajador; la
cabellera en ligero desorden flota al viento, alta la frente y en la
fisonomomía pintadas la audacia y la juventud, con un pie atrás y otro
adelante, lleva en la mano derecha su gorra de trabajo, que levanta, como si
con ella estuviera saludando a la República Argentina.
Tras él se ve todas las herramientas del albañil, y una gran carretilla, que
lleva grandes letras el título de una de las obras de Smiles:
"Ayúdate".
Es la tumba de un inmigrante, que habiendo llegado a la Argentina, sin más
que su vigor, luchó y murió, dejando unos cuantos millones de soles.... Fue
su voluntad que lo representaran en actitud de pisar este país.
¡Qué grande y qué simbólico!
Multitud de operarios conservan limpios los sepulcros y mantienen el
cementerio en el mejor estado de conservación.
¿Quién cuida de estas cosas?
La Beneficencia, que no es, es aquí el estado mayor de ningún partido
político, que no constituye una mamada, y a donde no se envía a los amigos
a pasar buena vida.
La Beneficencia de Buenos Aires está formada por señoras, y es
perfectamente autónoma: maneja millones y tiene bajo su dependencia todas
las instituciones nobles.
Desde la época de Rivadavia se deja a la mujer el ejercicio de la caridad, y
con este gran paso ha conseguido la Argentina dos cosas: máximun de
pureza en el manejo de la renta, por la calidad de las matronas que forman el
cuerpo directivo y porque en rebusquen no entra la mujer, segundo darle una
ocupación que la aleja por completo de la beatería: aquí existe la mujer
religiosa que se santigua deberás al pasar frente a una Iglesia, la que va á
misa los domingos, pero no se conoce la que entra y sale y corretea, va y
viene con la correa o el breviario para arriba y abajo celebrando fiestas,
haciendo repicar campanas, monigoteando y haciendo vida de confesiones.
Aquí la mujer ocupa su tiempo en obras de Beneficencia, que son las
infinitas, pues se ve juntar cuatro con un propósito de caridad, y esas cuatro
entran a formar parte y depender del gran centro beneficente.
Así los asilos, los, lugares de misericordia son amplios y generosamente
atendidos. Nadie hace lavar su ropa de balde a costillas de infelices reclusas;
a nadie le bordan gratis; ni tiene regalías y buscas a título de beneficente. La
mujer argentina ha comprendido su papel, y lo desempeña con probidad y
grandeza.
La nota triste
Habrá llamado la atención que aún de esta tierra no hay dicho palabra de su
ganadería: no se puede soplar y hacer limetas. La cuestión ganadera es aquí
la primera de las cuestiones, y para orientarse, se necesita larga permanencia
en el lugar, y la disposición técnica conveniente. Podemos, sin embargo,
consignar algunas anotaciones, de carácter general, en vista de los resultados
obtenidos en la última exposición. Cada año hay aquí una exposición:
En la actualidad seleccionan mucho, antes de exponer, pues, como se ha
aumentado grandemente la cría de toda clase de animales, hay donde
escoger, y este escogimiento, cada vez más esmerado conduciendo a la
perfección.
En ganado vacuno, el tipo más corriente, el que más se ha generalizado, es el
Durham, después viene el Hereford. Entre estos hay la mar de otras razas; y
sólo mencionamos a éstas, es porque juzgamos que pudiera ser el tipo que
más conviniera en el Perú, como está conviniendo en Chile; no obstante que
los climas de la costa, los valles del interior y las dehesas de la sierra,
puedan aceptar con más preferencia otros tipos.
Esta es cuestión de mucho estudio.
En caballos, tiene mucho aprecio y mucho uso el mestizo, que ha hecho ver
la exigencia que hay de reparar el caballo primitivo, nuestro caballo santeño
y chancayano; el caballo árabe tiene por su puesto gran valía en estas
exposiciones; pero se está generalizando mucho el percherón francés. Y
como hay tantos usos y tantos gustos, demás es decir que el caballo de
carrera, que aquí es el vicio capital, ocupa un lugar muy distinguido,
empleándose para las carretas el caballo belga de tiro pesado.
Si la Argentina acaba de hacer un patriótico llamamiento a sus hacendados
para el cuidado del caballo criollo, que a fin de devolverle su tipo original
aconseja irlo seleccionando, no vemos porque en el Perú se deje perder la
raza de nuestro caballo nacional. Aquí han visto la necesidad de hacer
florecer esa cría.
En cuanto a ganado lanar, existe también la mar de razas; pero como en el
ganado vacuno pueden destacarse así: como lana, el merino, como carne, el
Rambouillet y el Lincoln.
La cría de puercos está llamando mucho la atención y se cree que en un
tiempo no lejano Chicago va a encontrar aquí un rival poderoso: hay gran
novedad por la cría de chanchos. Se ha pagado este año 750 pesos por una
puerca Middle White Yorkshire; 550 por otra Berkshire; 450 por un berraco
de esta misma raza, y 350 por otro Middtle White Yorhhire.
Se cree que tanto como el ganado vacuno, va a ser para la Argentina el
porcino.
En nuestra tierra la gran cuestión es el forraje: el ganado se vate en las
cercanías de Lima en las lomas de San Juan, en las de Amancaes, que crecen
a la buena de Dios, o cuando bajan a la planicie apercollan con el gramalote
o la alfalfita ratapiche. En las punas rapan, por entre los pajonales; y el
vacuno como la paja verde; y en las mismas punas, en los valles y en
multitud de partes, inclusive las lomas, entendemos que se podría mejorar
mucho los forrajes. Tomamos al efecto los siguientes apuntes:
Los métodos más recomendables para favorecer la multiplicación de los
pastos tiernos, varía según las tierras.
Se puede arar fajas de dos metros a distancia de 50 metros. Estas fajas
volteadas se prestan para la germinación de la semilla.
Otro sistema consiste en arar y rastrillar las partes desnudas del campo, y
sembrarlas antes de una lluvia, con semillas que se hayan recogido en la
época en que maduran los mejores pastos de ese campo.
Otro aconseja simplemente recoger la semilla de los pastos que parezcan
mejores y de esparcirlas a mano por el campo, cuando este se halle húmedo
o cuando se prevee una lluvia.
En los prados naturales hay una lucha continua por la vida entre las especies
que lo constituyen; cada una encuentra obstáculo a su multiplicación y
fatalmente son las más fuertes las que llegan a dominar. Pero varias causas
pueden cambiar momentáneamente la composición de un prado, tales son: la
seca, el frío o una temperatura suave prolongada; los prados que se vuelven
húmedos o los que se empobrecen, adquieren una flora especial y la
irrigación de prados secos modifica su composición, como también la
incorporación de abonos. Lo que deseo hacer comprender sobre todo, es la
influencia que el modo de explotación tiene sobre la composición de los
prados, pues lo ignoran muchos estancieros. El mantenimiento y la
multiplicación de una especie vegetal, y la desaparición de otra, son las
consecuencias de las condiciones de vida que cada una de ellas encuentran,
y según el estanciero trate sus prados, favorecerá la multiplicación de tal o
cual especie y la desaparición de tal otra.
Algunos ejemplos harán comprender esta idea. Si se retira el ganado de un
prado en el que durante largo tiempo se ha pastoreado, las plantas más
vigorosas (las que crecen más ligero) dominarán y ahogarán a las demás. Si
en vez de hacer pastorear un prado, se le corta continuamente, las plantas
más precoces, como el alopecurus pratensis, el holcus lanatus, y el dectilis
glomerata, serán las que tendrán mayores probabilidades de desarrollarse y
de dominar porque serán únicas que habrán podido semillar. El pastoreo
continuo tiene otras consecuencias: en un campo que durante todo el año
está cargado de ganado, las plantas de raíces vivaces y rastreras son las que
llegan a dominar, mientras las que se mantienen por siembra natural
disminuirán; por otra parte, las plantas que el ganado rehúsa o que come con
menos avidez, llegarán a madurar sus semillas y multiplicarse; finalmente,
como no todas las especies soportan el mismo grado el pisoteo, las que
sufren mas de él acaban por desaparecer, y de este punto de vista es útil
hacer alternar el corte y el pastoreo, y si no se usan los potreros para el
pastoreo, retirar el ganado periódicamente durante el tiempo sufieciente para
que el prado pueda descansar y restablecerse.
Un campo continúa a veces dando la misma cantidad de pasto bajo una mal
administración pero su calidad cambia y sus propiedades "engordantes" van
declinando. Un prado bien tratado no tiene por qué degenerar, y si está
compuesto de buenas especies nutritivas, su composición se volverá con los
años más estable y hasta podrá ir mejorando.
La invasión de los prados naturales por yuyos, cuyo valor nutritivo es escaso
o nulo, se debe atribuir a dos causas principales, la seca y el
sobrecargamiento. Si el estanciero no puede controlar la seca, está por lo
menos en su poder, con un poco de cuidado, hacer que el pasto la resista
mejor, y en rodo caso, siempre le es posible no sobrecargar su campo.
Los buenos estancieros del Estado de Texas (Estados Unidos), nunca dejan
el ganado más de 60 a 90 días sobre un potrero. Para que tal sistema sea
posible, es necesario tener potreros a propósito sembrados con un pasto
especial o cultivar forrajes a grandes rendimientos, como el maíz, el sorgo
etc.
La composición de los prados se modifica muy desfavorablemente bajo la
influencia de un pastoreo continuado año tras año, pues las especies más
rústicas (generalmente menos nutritivas) toman el lugar de las más débiles.
Entre los yuyos, los anuales crecen con mucho vigor; los perennes más
lentamente, pero son más difíciles de hacer desaparecer. Abandonados así
mismos, los pastos luchan ventajosamente contra los yuyos, pero bajo la
influencia debilitante del pisoteo y del pastoreo, ya no oponen la misma
resistencia y se dejan invadir por plantas que el ganado como con menos
avidez.
Los yuyos se pueden cortar con una segadora cuya cuchilla, fijada algo alta,
no causará daño al pasto; las rastrilladas en la primavera son también muy
beneficiosas para limpiar los prados.
Un buen sistema para renovar los pastos viejos es el siguiente: se pasa una
rastra de discos cargada de pesos de manera que abra bien el suelo; se
esparcen a voleo semillas de pastos tiernos y se cubren con una rastra
ordinaria seguida por un cilindro; ejecutadas estas operaciones, se deja
descansar el prado durante una estación.
En ciertos casos convendría destruir el pasto duro y los pajonales.
El pisoteo del ganado comprime la tierra e impide que el aire la penetre;
también se opone a la filtración del agua, por lo que el pasto sufre
mayormente de la seca; en el suelo comprimido las raíces se multiplican mal
y se nutren con dificultad. La rastra de discos separa las raíces, deja penetrar
hasta ellas el aire y el agua, les da nueva vida y hace que retoñen con vigor;
si se siembra entonces una buena mezcla de los mejores pastos que crecen
en el campo y se retira el ganado para darle tiempo de arraigar bien, se
mejora notablemente y sin mucho gasto la composición del prado. El
procedimiento que acabo de citar, ha dado excelentes resultados en las
regiones de ganadería extensiva del oeste de los Estados Unidos. En efecto,
hay muchos propietarios de campos impropios al cultivo de la alfalfa, a los
que desalientan los gastos de arar y de sembrar una mezcla forrajera; su
conducta se justificará ya sea porque el valor de los campos no permiten
hacer estos gastos; o porque la ignorancia en que se hallan, sobre la mezcla
que deben emplear, les hace temer resultados poco satisfactorios. En tales
condiciones el sistema de renovación que hemos aconsejado, tendrá éxito
seguro; si los pastos naturales no son de buena calidad, se pueden emplear
semillas extanjeras, que poco a poco se irán aclimatando y, bajo la influencia
de un buen tratamiento, irán tomando el lugar de los pastos y de los yuyos.
En campos secos, por ejemplo, es fácil hacer uso de poa pratensis, festuca
ovina, festuca rubra, poa compresa; las festucas tienen particular valor en
tierras arenosas. Si las tierras son bajas y húmedas, se podrá recurrir al
phleum pratense, al agrotis alba vulgaris, al trifolium hybridum; en suelo
fresco pero no húmedo, vendrá muy bien el poa pratensis. Estos pastos,
importados a veces, no duran mas de dos o tres años, al cabo de los cuales se
debe renovar la siembra, pero hasta en estos casos la operación es
económica, pues dan un buen forraje e impiden que los yuyos tomen mucho
predominio. Recomendándose en todo caso recoger las semillas de los
pastos que parezcan de buena calidad y sembrarlas en los espacios vacíos.
El mejoramiento de las razas de animales domésticos ha tenido por
consecuencia inevitable la creación de prados artificiales, cuyo número
aumenta cada día, a medida que la explotación del suelo se extiende y
progresa. Para esta trasformación ninguna planta ha presentado las ventajas
de la alfalfa; y ninguna ha dado sobre una extensión tan grande, resultados
tan satisfactorios. En las regiones en que esta buena leguminosa no da
resultados duraderos, es necesario recurrir a otras plantas.
Como las condiciones locales del suelo y clima influyen sobre el éxito y
rendimiento de los forrajes y sobre la duración de las mezclas forrajeras,
fuerza es que cada uno experimente para determinar con qué plantas podrá
constituir su prado artificial.
En un prado permanente la tierra se queda sin ser volteada, durante largos
años, poniéndose más y más dura y privada de la acción del aire, sobre todo,
el pisoteo del ganado acelera esta comprensión; es, por lo tanto, muy útil que
la primera preparación sea bien honda, sobre todo que el gasto de esta
preparación se repartirá sobre un gran número de años que durará el prado,
es bueno arar de 0.15 a 0.22 mm. y remover el subsuelo a una profundidad
igual. Si no se puede alcanzar el subsuelo, se debe en todo caso arar y
pulverizar la tierra lo más hondo posible.
La tierra se debe arar bien algunos días antes de sembrar y rastrillarla en
seguida hasta que la superficie esté bien fina. Si ésta se halla endurecida y
llena de cascotes, el mejor instrumento para ponerla en buen estado es la
rastra de discos, y se debe usarla lo más pronto posible después de arar, pues
si no, se ponen los cascotes muy duros. La última rastrada se debe hacer con
un instrumento de dientes cortos que deje la superficie tan plana y suave
como sea posible.
Las semillas chicas y pesadas como las de trébol, por ejemplo, se pueden
sembrar con máquina, pero para las más gruesas, como las de sorgo
halepense o las de consistencias vellosas, como las de dactylis glomerata, lo
mejor es sembrarlas a mano. Las semillas de peso desigual se deben siempre
sembrar por separado, pues es casi imposible mantenerlas en mezcla pareja
dentro del cajón de la máquina, y por otro lado, si la siembra se hace a
mano, es preferible hacer la operación en dos veces, la primera en un sentido
y la segunda en cruz.
El mejor instrumento para cubrir la semilla es un cilindro pesado, pues éste
las cubre bien y aprieta la tierra contra las semillas, tan firmemente, que
pocas se pierden por la lluvia o por la seca. Dado el caso que no se posea tal
instrumento, se puede hacer uso de una rastra liviana y de dientes cortos o de
una de ramas pero recomiendo no usar nunca una rastra pesada, a no ser para
semillas muy gruesas. Cuando la tierra está en buena condición, recién
rastreada, suelta y que se pueda sembrar inmediatamente antes de una lluvia,
no es necesario cubrir la semilla. Es mejor dejar de hacer esta operación que
emplear una rastra pesada, pues no hay nada que comprometa tanto a una
sementera de forrajes, como un entierro de sus semillas demasiado hondo.
Cada agricultor deberá observar, por su experiencia, cual es la época más
conveniente para sembrar, pues la más propicia en una región no es en otra.
Diré, sin embargo que cuando se puede, es preferible hacerla a fines del
verano o a principios del otoño, para que las plantas tomen bien posesión del
terreno, antes del inverino, y que cuando venga la primavera, se pongan a
crecer con tal vigor que ahoguen a todos los yuyos que crecen entonces y
que son tan perjudiciales a todas las semillas que se confían a la tierra en esa
época del año. Además, lo que más temen las plantas es la seca; en invierno
hallarán más humedad, y como la transición del invierno al verano es brusca
en este pais, sembrando en otoño resistirán más a la seca del verano que
sigue.
Mientras más rústica es una especie, más tarde, en el otoño, se puede
sembrar; pero para los pastos importados conviene sembrarlos lo mas pronto
posible al acabarse los calores del verano. En el caso en que la tierra esté
ocupada por una cosecha o que no se pueda sembrar en otoño conviene
hacerlo en primavera, lo más temprano posible, para que las plantas puedan
desarrollar sus raíces hondamente antes de los calores del verano. No se
puede aconsejar la siembra con un cereal, pues, por lo general, la economía
realizada de un modo, no compensa el daño que el cereal le causa al pasto.
No hay ninguna planta que se pueda considerar a la vez como la mejor para
heno, pasto y abono. Además, si hay especies que crecen casi todo el año, no
hay ninguna que lo haga con vigor en todas las estaciones. Para obtener los
mejores resultados, es casi siempre necesario usar una mezcla, sobre todo
cuando se trate de una pradera permanente.
Las plantas que se deben escoger para formar las mezclas, varían no sólo
según las condiciones del suelo y clima, sino también según el objeto que
uno se propone. Si el prado está destinado al corte, lo importante es sembrar
plantas que florezcan al mismo tiempo (todo pasto debe cosecharse al
florecer) y que crezcan rápidamente después del corte; es útil también mez-
clar las gramíneas que crecen en matas elevadas a las rastreras y a las chicas,
para que el heno sea bien fornido, e incluir siempre en la mezcla una
leguminosa, pues asi será más nutritivo. Una planta demasiado lozana en su
crecimiento dará un heno grosero y duro; un forraje destinado a ser
convertido en heno, debe tener una gran proporción de hojas que son las
partes más comestibles de la planta debe poderse secar con facilidad; debe
ser nutritiva, fácil de digerir y agradable al paladar y si el prado es
permanente, debe ser perenne. Entre las gramíneas hay algunas que, aunque
se usan en prados de pastoreo, conviene, sobre todo para heno, no tener las
cualidades citadas, tales son por ejemplo: la fieola de los prados, el dáctilo,
la festuca alta, el agrotis blanco, la avena alta, el raygrass de Italia.
Para pastoreo no es útil elegir, como se hace para corte, especies que
maduran todas al mismo tiempo; lo esencial, al contrario, es que las haya
tempranas medianas y tardías, de manera que den pastoreo todo el año.
Mientras más numerosas son las especies que entran en la mezcla, de mejor
calidad será el pasto, pero las que forman matas se deben usar solo en
pequeñas proporción, dando preferencia a las rastreras de tallos
entrecruzados y a flor de tierra, que soportan mejor el pisoteo y son más
vivaces. En las mezclas de prados permanentes de pastoreo, deben, sobre
todo, entrar gramíneas bajo las cuales son menos exigentes y mas rústicas
que las leguminosas y ofrecen más garantía de poblar el campo permanente.
Señalaremos como ejemplo para la mayor parte de las tierras, entre las
primeras, le bermuda grass las poas (poa pratensis, poa compressa); la fleol,
el raygrass inglés, la festuca rubra, la agrotis canina, la grotis stolonífera,
etc. Entre las leguminosas, citaremos el trébol híbrido, la lupulina, la
lespedeza, etc.
La clase de tierra y el clima (es decir, el tiempo durante el cual puede crecer
el pasto), tiene mucha influencia sobre las plantas a elegir. La mayor parte
de las gramíneas son mucho más sensibles a las condiciones higrométricas
del aire y a la frescura del suelo que a otra de sus propiedades. Las
leguminosas sobre todo requieren cal en el suelo, aunque a algunas les es
dañina, como a la serradella y al lupino. Entre las gramíneas también se
hallan plantas a las cuales la aplicación de cal al suelo favorece mucho su
crecimiento, tales son el sorgo, la avena, la cebada, la fleola, el boa de los
prados; otras son indiferentes a la cal, como el maíz, el centeno, el agrotis
blanco y el agrotis canino.
Las leguminosas soportan, el general, menos bien la sombra que las
gramíneas, algunas prefieren la sombra, tales son: el dáctilo y la festuca
rubra. Algunas plantas conviene a tierras secas (dáctilo, bromo inermo,
medicago maculata), otras a tierras húmedas (trébol híbrido, agrostis blanco,
paspelum dilitatum). Las hay para tierras ricas (fleola bermuda), y para
pobres (lepedeza, bromo inerme), para calcáreas (esparceta, melilito). En fin,
lo que precede y lo que hemos dicho a propósito de las causas que modifican
la composición de los prados, basta para hacer ver que no se puede reponder
categóricamente a la cuestión: ¿Qué plantas debo mezclar para mi campo?
Son muchos los factores que entran en juego y que se deben tener en cuenta
para escoger las plantas; además los ensayos que llegan a determinar las
mezclas que más conviene a cada localidad, necesitan un grado mucho
mayor de espíritu de observación y de perspicacia, que aquellos hechos con
forrajes solos; únicamente el trabajo metódico de estaciones agronómicas y
el estudio de los pastos indígenas, llegará a solucionar el problema.
MEZCLA PARA PRADOS DE CORTE
Por hectárea
N° 1.- Arrhenaterum elatus……………………………28 Kilos
Trifolum pratense………………………………10 kilos
N° 2.- Agrostis alba……………………………………13 kilos
Dactylis glomerata………………………………18 kilos
Festuca elatius…………………………………….9 kilos
Trifolium pratense…………………………………4 kilos
N° 3.- Lolium italicum……………………………………8 kilos
Dáctylis glomerata………………………………..10 kilos
Arrhenaterum elaties………………………………8 kilos
Festuca elatior……………………………………10 kilos
N° 4.- Pheleum pratense…………………………………16 kilos
Agrostis alba………………………………………16 kilos
Trifolium pratense…………………………………16 kilos
Por hectárea
N° 1.- Poapratensis………………………………………… 8 kilos
Trifolium repens……………………………………4 kilos
Lolium perenne…………………………………… 9 kilos
Festruca rubra………………………………………3 kilos
Agrotis alba…………………………………………8 kilos
N° 2.-Poa compersa…………………………………………2 kilos
Trifolium pratense…………………………………..2 kilos
Dáctylis glomerata…………………………………..3 kilos
Festuca elatior……………………………………….3 kilos
Aynostis alba………………………………………13 kilos
Lolium perenne………………………………………8 kilos
Un patriarca
Todos los pueblos cultos, todos los pueblos grandes, veneran la ancianidad
ilustre, ya sea ella un hombre sabio; o simplemente bueno; el culto a los
ancianos, cuando éstos han ejercitado su vida en el camino del culto a la
belleza; a la verdad o al bien, es de lo más respetable. ¿Quién no hubiera
sido capaz de querer a ese viejecito que se llamó Francisco de Paula Vigil,
cuya vida íntegra fue consagrada a la verdad? Siempre que uno iba a la
Biblioteca de Lima para consultarle algo, con qué suavidad de maneras,
cuánta dulzura de palabra, aquel verdadero sacerdote de la virtud, se
prestaba a atender.
Luego, ese hombre tan benévolo para el consejo, tan delicado y tan atento,
era modelo de justicia y símbolo de caridad; ese hombre distribuía entre
familias pobres casi el íntegro de su haber como bibliotecario; y desde su
vida privada hasta su vida de hombre público, no había en él más que una
línea recta, una línea continuada.
Debemos estudiar a los hombres más nobles, los más sinceros y los más
humanos, aquellos que han vivido la vida más amplia, más intensa, más
completa, más digna de nuestra admiración y de nuestro amor: debemos
examinar sus maneras de pensar, de sentir y de proceder en su existencia
diaria y en presencia de casos graves y fatales, así aprenderemos a saber
vivir.
Siempre nos había llamado la atención el culto que los argentinos tienen por
sus hombre de valer, culto que en la actualidad se trasparenta en sus paseos
públicos, traducido en decenas de estátuas, culto que se renueva año tras
año, el día del cumpleaños de Guido Spano, que aunque de labor literaria,
menos extensa que la de Tolstoy en Rusia, Ibsen en Noruega y Hugo en
Francia, quien sabe si mas bondadosa, la juventud va en peregrinación a
saludarle.
Guido Spano es un viejecito encantador; es un espíritu juvenil encerrado en
un cuerpo de 90 años.
Fuimos a visitarle a su casita en la tarde, ignorábamos que se recogiera a la
cama temprano.
Guido vive en uno de los barrios más apartados de Buenos Aires, tanto por
la mayor quietud, cuanto por la más módica pensión; es un hombre modesto
al que le vasta su haber de cesantía, como archivero de una de las públicas
reparticiones de la administración: para él, su señora y una criada, tiene
bastante, tanto más cuanto que su despensa se llena año tras año con lo más
exquisitos vinos, las aguas minerales argentinas más renombradas, los
cigarros, el café y cuanta golosina puede necesitar una naturaleza delicada y
una vida que se conserva bien.
Hicimos antesala en la biblioteca del poeta, muy nutrida de obras,
sobresaliendo los clásicos latinos y todo lo mejor de la literatura francesa. La
literatura y el espíritu de este escritor, de este poeta, son eminentemente
franceses.
Tuvo la bondad de hacernos pasar a su dormitorio, una sala amplia con
grandes ventanas al oriente y al occidente.
Estaba entra sábanas, con su camisón de dormir, rodeado de grandes
almohadones, en cuja de madera ancha y cómoda. Allí estaba sentado:
parecía muy delgado, de color encarnado, blanca la lengua barba; blancos
los cabellos, que, a modo de melena, le caían sobre las espaldas; ojos vivos,
movedizos, alegres: fisonomía plácida.
-Me he permitido, caballero, la franqueza de recibirle aquí, porque me habría
sido duro hacerle regresar. Vivo tan retirado... Además, usted es del oficio y
ha de explicarse este revoltijo, - agregó señalando los folletos y diarios que
tenía sobre la cama. No por eso le hubiera hecho entrar a usted a una
catacumba: esta habitación es alegre, por la mañana me permite ver los pri-
meros rayos del sol, y por la tarde gozo de sus melancolías.
-Es un dormitorio de poeta.
-Cuando menos, de un hombre que ama la naturaleza: siéntese cerca de mí,
señor Gamarra; fumará usted un habano de Vuelta Abajo, me los envía
constantemente un viejo amigo: diciendo y haciendo, nos obsequió, en su
papel de plata, un buen cigarro.
Usted viene del Perú, de Lima. Créame usted que si tengo alguna pena, es la
de no haber conocido Lima. He ido cincuenta veces a Europa,
particularmente a Francia: qué expansivos, qué alegres, qué comunicativos,
qué mundiales, como se diría hoy día, son los franceses. A Lima no he
podido ir, y es de advertir que mi padre fue gobernador de Lima.
En casa: con este motivo, cuanto no oía hablar de Lima y el Perú; vea usted
si habré tenido deseo de conocerla. Aquella fue una edad hidalga: los
hombres con desinterés y abnegación batíanse por la gloria y daban, en aras
de la libertad, fortuna, bienestar y cuanto tenían; pero con una grandeza, una
generosidad y desprendimiento admirables: fue la edad caballeresca de la
América.
-Pero, en fin: aquí se ve ya los frutos: esta es ya una florescencia de esa
libertad.
-No todavía; aquí estamos en un hervidero colosal: todo está revuelto, pero
todo tiene el soplo de los que hicieron estas patrias. Esto consuela. Ustedes
también llegarán.
Un amigo mío del Uruguay ha pronunciado hace poco un magnífico
discurso político y en él dice a sus compatriotas que dejen la guitarra y el
baile y sigan el ejemplo argentino: que tomen el arado. Me preguntaba este
amigo que opinaba de su discurso, y yo le he contestado que era muy bueno,
pero menos lo de la guitarra; porque un pueblo que pasa cantando y tocando
la guitarra, es porque está contento y si baila, es porque tiene con qué comer;
que deje, pues, alegrarse al pueblo uruguayo, que ya llegará la época de
empuñar el arado; que siga empuñando la guitarra: si los peruanos se la
llevan también bailando, no sé si se la llevarán así, no hay más que dejarlos
en su parranda, que ya vendrá la hora del trabajo.
-Es que hay alegrías de alegrías: hay alegrías expansivas que nacen de la
abundancia y de la placidez del espíritu; y las hay que nacen de la disipación
y la holgazanería.
-Tomo nota de su observación, y pondré una posdata, porque esta segunda
faz del asunto es una enfermedad, es un mal; quizá convenga quemar las
guitarras.
-Cambiar la solfa de los guitarristas.
-Eso es, cambiar de música, y antes de cambiar nosotros de tema, agregó el
venerable poeta, me va a permitir invitarle una copa de vino generoso, y
conocer a mi señora.
Llamó a la criada y la ordenó sirviera tres copas de vino, y avisara a la
señora que un caballero peruano deseaba conocerla.
Momentos después se presentaba una de esas damas cuya beldad apenas han
amortiguado los años. Dama de distinguido porte y de conservación
esmerada, vestía con sencillez, y su peinado sin cabellera recogida, permitía
ver la forma perfectamente oval de su cabeza. Su mano, suave y pequeña, y
lo bien contorneado de su talle, acusaban a la mujer de distinción y cos-
tumbres pulcras.
Con motivo de la presencia de la señora, que nos fue presentada con toda
cortesania de una persona de talento, cambió el giro de la conversación; hizo
la señora de Guido Spano elogio de la limeña: "no es sino flor más en
aquella primavera", dijo aludiendo al clima de Lima. Se habló de flores y de
frutas, y hubieron de confesar, con grandes elogios, que el Perú aún sólo
visto por este lado era prodigioso. A la Argentina vienen frutas de países
muy distantes, Guido Spano nos habló de la huerta Villacampa, que la creía
como un señorial fundo o la mansión de un millonario, que se había dado el
gusto de tener la mejor fruta del Perú.
- Villacampa fue, en efecto, uno de esos hombres de buen gusto que, sin
fabricar un palacio para su persona, le dijimos, lo fabricó para determinadas
frutas, y aún para determinadas flores; puede decirse que se ha adelantado,
después de él, tanto en flores como se ha perdido en frutas: hoy por hoy
Lima tiene muy poco que envidiar en flores a los mejores centros de pro-
ducción del mundo, pues aún en orquídeas, que es el súmun de la rareza y de
lo bello, un señor Abel, en la Magdalena, que es como un barrio de Lima, es
un cultivador de primera fuerza; y los jardines franceses e italianos de la
ciudad son verdadero prodigio de flores: la manzana antigua, la chirimoya
misma, los peros y la múltiple variedad de melocotones han perdido en ca-
lidad, y en tamaño; es que la generalización en el cultivo de hortalizas ha
causado la destrucción de las huertas: faltan hombres de gusto e
instituciones que despierten una mejora en la producción de frutas; sólo
aquí, en Buenos Aires, que las frecuentes exposiciones van consiguiendo
mucho de lo que nuestra dejadez allá abandona y arruina.
- En un país de primavera eterna, repitió la señora, todo debe ser primaveral.
Nuestro objeto no había sido otro que presentar nuestros respetos al patriarca
de los escritores argentinos, y harto habíamos distraído su atención.
Entre estos dos o tres tópicos de charla, Guido Spano salpicaba anécdotas
ligeras, frases y pensamientos oportunos, reveladores de un espíritu libre de
preocupaciones y mojigaterías: es una alma honrada que ha vivido muy
intensamente dentro de una felicidad siempre cumplida: alegre, a pesar de la
prolongación de sus años, e indiferente al día de su quietud final.
- Sólo una pequeña contrariedad tenemos los dos en los años que ya nos
queda, dijo refiriéndose a su señora; ese edificio grandazo que se les ha
antojado levantar al frente y que nos quita un poco de sol por aquella
ventana; pero se compensa con la felicidad de ver así surgir la patria.
Nos pusimos de pie y estrechamos la mano de aquel noble argentino y de esa
dignísima matrona, que nos recordaron la edad de la hidalguía de esta
simpática nación.
Mientras permanezca usted en Buenos Aires, esta casa es suya, y si nos
honra con venir a almorzar; como usted es criollo, la señora le ofrecerá un
chupe a la limeña, que es algo recomendable. Yo sé por Chateaubriand que
"a donde quiera que se vaya siempre aparece un algo melancólico, apenas se
pierde de vista la chimenea del hogar": vivo placer tendríamos en hacer por
borrar esa melancolía a caballeros tan apreciables y a peruanos como usted.
Agradecimos como debíamos fineza tan cumplida, y nos retiramos
ampliamente satisfechos de haber tratado y de haber conocido a Guido
Spano.
Huarochirí y Famatina
En la Universidad
UNA NOTA SENSIBLE
Alberto Quimper