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"Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su propio afán...

Más bien, buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas."

Jesús de Nazaret

¿Victoria o derrota?

Todo en aquella escena parecía proyectar derrota, tristeza, desesperanza...

El sol se ocultaba en el horizonte derramando sus rayos de luz roja. Sobre el


monte, sus siluetas delineadas por la luz, tres cruces salpicadas de sangre. De la
cruz central el cadáver de un convicto era bajado por manos amigas deseosas de
tributarle un último adiós. Era el 15 del mes Nisán judío, año 29 de nuestra era. El
lugar, Jerusalén; el monte, el Gólgota; el ajusticiado: Jesús de Nazaret.

Pocas personas que conozcan la historia de la humanidad negarán que este Jesús
es su figura central. Lo que a primera vista parece desconcertante es el final trágico
de una breve vida tan productiva, digna y santa.

Tres comentarios al respecto. Primero, la cruz no sorprendió a Dios. La muerte de


Su Hijo no fue un accidente inesperado. Tampoco un plan alternativo. La cruz era El
Plan. Por su muerte en la cruz Jesús dio satisfacción a la justicia de Dios y a
nosotros una oportunidad de reconciliación con el Padre. Su muerte inocente es el
pago sustitorio por los pecados de nosotros, los culpables. En la cruz se encuentran
la Justicia y el Amor de Dios. Y ambos son satisfechos.

Segundo, la cruz no es el final de la historia. Jesucristo resucitó de entre los


muertos. Este evento dramático e histórico sirvió no sólo de sello a la autenticidad
de los reclamos de Jesús, sino también de Su victoria sobre el pecado y sobre la
muerte. La Resurrección de Jesús confirmó fuera de toda duda sus reclamos de
divinidad. También es la más lógica explicación a los eventos que siguieron: el
cambio operado en los apóstoles, la conversión de Saulo (el perseguidor) y el
nacimiento de la Iglesia Cristiana.

Finalmente, la cruz, y la muerte de Jesús en ella, nos confronta y nos invita. Nos
confronta con la gravedad de nuestro problema; se requirió una medida drástica
para su solución. Nos confronta con el amor de Dios; sólo el puro y verdadero amor
de Dios es capaz de tan grande sacrificio. Nos confronta con la decisión que
tenemos que tomar sobre ese "ajusticiado": Si es quien dijo ser... la vida depende
de nuestra relación con Él.

La cruz nos invita a acercarnos a Dios quien, con sus abrazos abiertos (como en la
cruz), nos recibe tal cual somos y nos transforma en lo que debemos (y queremos)
ser.

No deja de ser curioso que el mayor evento de la Historia surge de la más grande
de sus paradojas y que, lo que pareció un final, nos ofrece la mejor de las
oportunidades para encontrarnos con un nuevo comienzo.

Abril, 2000.
© Dr. José R. Martínez Villamil
Mente Abierta (www.menteabierta.org)

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