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LA EDUCACIÓN EN LA

ANTIGUA ROMA
LA EDUCACIÓN EN LA ANTIGUA ROMA

Introducción

La Antigua Roma fue una civilización que perduró más de un milenio y sus
costumbres y tradiciones fueron evolucionando a lo largo de todo ese tiempo.

La educación en la Antigua Roma era diferente a la de hoy en d ía. Solo la élite


social se podía permitir el lujo de educarse, ya que la educaci ón no era gratis.

Hasta el siglo II a.C., la educación de los muchachos se basaba en la prepara-


ción que podía darle su padre. Era básicamente una educación de campesinos, apo-
yada principalmente en el respeto a las costumbres de sus antepasados. Desde sus
primeros años, se les enseñaba que la familia formaba una auténtica unidad fami-
liar y religiosa. Se les inculcaba que todos eran miembros importantes de la familia
y que todos los poderes estaban concentrados en el pater familias, es decir, en el ca-
beza de familia, que era el padre, sobre el que reca ía todo el poder, incluído el dere-
cho de vida y muerte sobre todos lo s miembros de la familia.

No obstante, hasta los siete años, la madre se encargaba de la educaci ón de


los hijos. Su papel no solo se limitaba a dar a luz al hijo, sino que también continua-
ba su tarea cuidándolo física y moralmente.

A partir de los siete años, el padre era el responsable de educar a los hijos.
Enseñaba a su hijo a leer, escribir, usar las armas y
cultivar la tierra, al mismo tiempo que le impart ía los
fundamentos de las buenas maneras, la moral, la reli-
gión y el conocimiento de la ley.

La niña -puella-, al contrario, seguía bajo la di-


rección y el cuidado de su madre, que la instruía en el
telar y en las labores domésticas.

El definitivo perfeccionamiento a la formaci ón de los niños lo daba el ejército,


en el que se ingresaba a la edad de 16 o 17 años. La fuerza del ejército romano resi-
día en su disciplina.

En ese sentido, podemos hablar de una educaci ón sexista, pues el niño apren-
día sobre agricultura, el manejo de las armas y ritos religiosos mientras que las ni-
ñas se dedicaban a formarse en tareas domésticas.

Tras los siglos III y II a. C., Roma al conquistar Grecia, entra en contacto con
la cultura griega y la superioridad cultural helenista marcar á la cultura y la educa-
ción romana.
La educación familiar ya no es suficiente y copian gran parte de los métodos
de enseñanza y actividades del sistema griego. Desde entonces, Roma se llena de
preceptores griegos y filósofos. Las familias con más recursos económicos contrata-
ban un preceptor privado para sus hijos, mientras que para las familias m ás pobres
y para los esclavos, apareció la figura del maestro de escuela.

La implantación del sistema educativo griego avanza r ápidamente, aunque no


fue inmediato dado que hubo ciertas resistencias, por ejemplo a la enseñanza de
disciplinas como la gramática. No obstante, pronto la Roma rústica se va a conver-
tir en portadora y transmisora del caudal human ístico griego. Gran número de pe-
dagogos, gramáticos, retóricos y filósofos invaden las calles de Roma, y los romanos
aceptan sus enseñanzas. De tal forma, que Roma llega a ser un estado donde se ha-
blan las dos lenguas, latín y griego. Es más, llegó a pensarse que ningún romano po-
día ser considerado culto si no había ningún maestro que le enseñara la lengua
griega.

CARACTERÍSTICAS DE LA EDUCACIÓN ROMANA

 Los romanos se caracterizan por una educación práctica, a diferencia de los


griegos

 Creación del primer tipo de educación estatal

 La conciencia de la necesidad de una compresión individual y psicológica del


alumno

 Afán de dominio, de poderío, debido a su pol ítica imperialista de expansión y


nuevas conquistas.

 Intervención del hogar en la educación, siendo dicha intervención mayor en


los primeros tiempos

ETAPAS EDUCATIVAS

I. Educación elemental: ludus literarius

II. Educación media: ludus grammaticus

III. Educación superior: ludus rhetoricus


LUDUS LITERARIUS O EDUCACIÓN ELEMENTAL

Esta etapa del sistema educativo comprendía desde los 7 hasta los 11 años.

Con la influencia de la cultura griega, la figura del padre como educador fue
perdiendo importancia y ganándola el pedagogus, que era el que llevaba el niño a la
escuela, y el litterator, que enseñaba a leer, a escribir y a contar.

A las escuelas se las llamaba ludi (de ludus, que significa juego, diversión),
nombre que hace referencia a su actividad como complementaria a la educación
doméstica.

Al maestro en esta etapa educativa se le conocía como ludi magister, maestro


de escuela. Como se dedicaba a los más pequeños en el aprendizaje más elemental
no se le valoraba y estaba mal remunerado. Tanto es así que, debía re unir un grupo
de al menos 30 alumnos para que su salario le permitiera vivir y se equiparase al de
un artesano cualificado, como por ejemplo un albañil o un carpintero.

No obstante, en los últimos años del Imperio la asistencia a las escuelas au-
mentó de tal manera que hubo que hacer divisiones dentro de las clases, atendiendo
a la capacidad de los alumnos, su ritmo de trabajo, sus progresos, los temperamen-
tos y su atención y aplicación.

El edificio de la escuela era un local alquilado, abierto y preferente mente ubi-


cado en los pórticos del foro; una espesa cortina lo aislaba del bullicio. En cuanto al
mobiliario, había un asiento con respaldo (cathedra, cátedra), situado encima de
una tarima que era para el maestro; para los alumnos sus asientos eran sin res paldo
y escribían sobre sus rodillas.

Las clases comenzaban al alba, y el curso tenía una duración de unos ocho
meses, desde octubre hasta julio. La jornada escolar era doble, y por las tardes los
niños iban a las termas para un baño, sin otra actividad fí sica.

Para el aprendizaje de la lec-


tura, se comenzaba con el reconoci-
miento de las letras, seguía el de las
sílabas y todas sus combinaciones y
terminaba con el reconocimiento de
palabras aisladas. Para ello utiliza-
ban el método de la memorización.

A los alumnos que dominaban


las letras, se les llamaba abecedarii,
a quienes conocían las sílabas, sylla-
barii y a los que dominaban bien las
palabras, nominarii.
Antes de entrar en la lectura directa de los textos literarios, los niños practi-
caban lo aprendido leyendo los preceptos contenidos en la Ley de las Doce Tablas,
que era una instrucción jurídica y religiosa considerada imprescindible para la for-
mación del ciudadano. En tiempos de Cicerón fueron reemplazados por máximas
morales de uno o dos versos, encaminadas a infundir el amor a la virtud. Esta cos-
tumbre se mantuvo hasta la aparición de las lenguas romances en la Edad Media.

La escritura se enseñaba simultáneamente y se usaba la tablilla de cera o de


alfarería. A veces el maestro guiaba el trazo de l alumno con su mano (método to-
mado de los griegos); otras veces las letras estaban grabadas como hendiduras en la
tablilla, y el niño debía seguir el surco grabado en la cera (método propio de la es-
cuela romana). Los ejercicios se repetían una y otra vez y eran corregidos por el
maestro o por otro alumno mayor y más adelantado.

Los textos leídos y reproducidos por la escritura eran también memorizados,


de tal forma que a los niños se les ejercitaba en esa facultad y al mismo tiempo se
les iba proporcionando un conjunto de conocimientos, una cultura.

En cuanto al cálculo, debían aprender principalmente el vocabulario numeral,


pero era complicado porque el sistema era duodecimal. L os números se aprendían
con la ayuda de piedritas (calculi), o con la mímica simbólica de los dedos.

Los niños, ante una enseñanza difícil y aburrida, planteaban problemas de


disciplina, que generalmente eran solucionados con castigos y reprimendas fuertes.
No obstante, desde los primeros tiempos del Imperio, los romanos rechazaban t ales
métodos y conducidos por Quintiliano, apelaban cada vez más al estímulo y la imi-
tación. Es por ello que a los más pequeños, les daban letras hechas de hueso o marfil
para jugar y así comenzaran a reconocerlas. O también los premiaban con tortas
con la forma de la letra que acababan de aprender.

LUDUS GRAMMATICUS O EDUCACIÓN MEDIA

Los niños que concurrían al ciclo medio


de la enseñanza tenían una edad comprendi-
da entre doce y diecisiete años aproximada-
mente. Estos solían pertencer a la aristocra-
cia o eran hijos de comerciantes pudientes ya
que no todos los que habían pasado por la
escuela elemental continuaban sus estudios.

El maestro, conocido como gramma-


ticus, enseñaba a los alumnos la lengua y la
literatura griega y latina a través del estudio de los poetas, junto con nociones ge-
nerales de historia, geografía, física o astronomía.
El salario mensual del grammaticus era superior al del maestro de la escuela
elemental, pero aún así era escaso y los padres l e pagaban , a veces, de manera irre-
gular.

El edificio donde se enseñaba, aunque era similar al de la escuela elemental,


solía estar decorado con bustos de grandes escritores, como Virgilio, Horacio, etc.
También podía tener mapas geográficos colgados de la pared.

El programa de la enseñanza comprendía el estudio teórico de la lengua y la


explicación de los autores. El maestro dictaba los textos que después los jóvenes de-
bían leer en voz alta, aprender de memoria y recitarlos. Luego venía la explicación
del texto, referida a la forma (las palabras) y el contenido (la historia). El estudio
de las palabras era largo y engorroso y la historia del texto abarcaba la referencia
a lugares, personajes, mitología, etc.

LUDUS RHETORICUS O EDUCACIÓN SUPERIOR

La enseñanza superior estaba dirigida por el rethor, que se ocupaba de for-


mar a los jóvenes en el arte de la Dialéctica y de la Retórica.

El maestro de retórica se encontraba en una posición social más elevada que


el ludi magister y el grammaticus, incluso alguno de ellos, como Quintiliano, llegó a
conseguir honores y fortuna, ocupando puestos importantes en el Estado y en el
trono.

Los lugares donde se impartían las clases de retórica se encontraban, sobre


todo, en los pórticos del foro. No obstante, el Estado, sobre todo durante el periodo
de Adriano y el Bajo Imperio, prestaba a los educadores salas en forma de exedras,
a modo de las salas de conferencia griegas.

Los alumnos que accedían a esta educación pertenecían a la clase alta y a


través de ella se preparaban para la actividad política (las familias acomodadas
eran las únicas que en Roma podían aspirar a los cargos públicos), además de con-
vertirse en buenos ciudadanos.

El programa educativo proporcionaba al alumno el dominio del arte de la


oratoria, mediante la comunicación de re glas, técnicas y procedimientos. Después de
una serie de ejercicios preparatorios, el alumno se ejercitaba en la declamación, en
la que se distinguían dos géneros:

1. Suasoriae, discursos sobre temas históricos. Eran monólog os en los que persona-
jes famosos de la historia valoran el pro y el contra antes de tomar una decisión.

2. Controversiae, discusiones entre dos escolares que defendían puntos de vista con-
trarios sobre temas judiciales muy variados.

Este tipo de ejercicios permitían al alumno poder conformar argumentos sóli-


dos a la hora de realizar un discurso. Sin embargo, a partir del periodo de Augusto,
la declamatio dejó de ser considerada utilitaria y se abandonó su práctica, con lo
cual empezó a darse más énfasis a la forma en la que se presentaba el discurso que
al contenido del mismo.

Los contenidos y la metodología de educación impartidos en la Roma antigua


fueron principalmente de influencia griega, pero una rama sí fue auténtica, el Dere-
cho. En ella cabía distinguir entre el abogado propiamente dicho (era quien presen-
taba el caso y lo manipulaba gracias a la elocuencia) y el jurista (quien conocía
bien las leyes, estudiaba los casos y preparaba la línea argumental).

No obstante, también aprendieron otras materias, como la geografía, la músi-


ca, la mitología y la geometría.

DOS EDUCADORES Y PEDAGOGOS IMPORTANTES

Entre los educadores y pedagogos más destacados de la época encontramos a


Quintiliano y a Sénca.

Quintiliano, en su obra “Instituciones oratorias” recopila todo lo que con-


cierne a la educación, desde la infancia hasta lograr el buen orador, que debe ser el
hombre perfecto en moralidad y sabiduría.

El valor de la pedagogía de Quintiliano radica en:


1º Su reconocimiento del estudio psicológico del al umno
2º Su acentuación del valor humanista, espiritual de la educación
3º Su finura con respecto a la enseñanza de las letras
4º Su reconocimiento del valor de la persona del educador.

Consideramos interesantes estos párrafos extra ídos de su obra porque pueden


apliccarse en cualquier época y tiempo. .
LOS PROFESORES

“Asuma ante todo un espíritu de padre con respecto a sus alumnos, y piense que está
en el lugar de aquellos que le han confiado a sus hijos. No tenga él vicios, ni los tole-
re. No sea desagradable su actitud austera, no sea excesiva su familiaridad; no vaya
a ser que nazca de la una odio y de la otra desprecio. Hable mucho de honestidad y
bondad, pues cuantos más avisos dé, menos castigará. No se deje llevar nunca por la
ira, pero tampoco deje pasar lo que debe corregirse. Sea sencillo en su enseñanza,
sufridor del trabajo, esté siempre cercano, pero no en exceso. Responda gustoso a
los que le preguntan, a los que no le preguntan, pregúnteles de repente. En las ala-
banzas de las exposiciones de sus alumnos no sea tacaño, pero tampoco exagerado,
porque lo uno provoca disgusto con respecto al trabajo, lo otro autosuficiencia. Al
corregir lo que debe, no sea duro, y mucho menos, amenazador, pues a muchos les
aleja del propósito de estudiar el que algunos les repriman como si les odiasen. Diga
alguna vez, es más, muchas, y diariamente, constantes ejemplos sacados de la lec-
ción para su imitación, sin embargo, según se dice, la viva voz alimenta mucho más
y, sobre todo, la del maestro al que sus discípulos, si están bien educados, aman tan-
to vomo veneran. No se puede decir cuánto más gustosamente imitamos a quienes
apreciamos”.

Quintiliano, Instituciones oratorias.

LOS ALUMNOS.

“Después de hablar bastante de los deberes de los maestros, a los d iscípulos, entre-
tanto, sólo les recomiendo esto: que amen a sus maestros no menos que a los mismos
estudios, y crean que son sus padres, no físicamente hablando, sino en el plano inte-
lectual. Este deber hacia el maestro ayudará mucho al estudio, pues los e scucharán
mejor y creerán en sus palabras, y desearán vivamente parecerse a ellos. Finalmente
vendrán contentos y entusiasmados a las reuniones de las escuelas, no se enfadarán
cuando se les corrija, se alegrarán cuando se les alabe, y se dedicarán al est udio
para ser los más queridos. Pues así como el deber de aquéllos es enseñar, el deber
de éstos es mostrarse dóciles. De lo contrario, una cosa no sirve sin la otra. Y así
como el hombre nace de la unión de uno y otro progenitor, y en vano se esparce l a
semilla si no la calienta el surco bien mullido, de la misma manera, la elocuencia no
puede desarrollarse si no existe la concordia asociada del que transmite y del que
recibe”.

Quintiliano, Instituciones oratorias.


Séneca, fue un filósofo, político, orador y escritor romano, que nació en Cor-
duba, en la provincia romana de la Bética (actualmente, en Córdoba, España). Su
padre fue un retórico de prestigio y cuidó que la educación de su hijo en Roma in-
cluyera una sólida formación en las artes retóricas .

Algunas citas importantes de Séneca, que fue muy conocido por sus obras de
marcado carácter moralista:

- La vida es como una leyenda: no importa que sea larga, sino que esté bien narrada .

- Hace falta una vida para aprender a vivir .

- Enseñando aprendemos.

- Vive de tal manera que no hagas nada que no puedas decir a tus propios amigos .

- No es la dificultad la que impide atreverse, pues de no atreverse viene toda la


dificultad.

- Si deseas ser amado, ama.

- Ligera es la pesadumbre que puede admitir con sejo.

- Desconfiar vale menos todavía que ser engañado .

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