En su estudio más reciente, el filósofo político francés afirma que la vida
democrática depende cada vez menos de las elecciones y más de la vigilancia y la presión ciudadana, que nacen de la desconfianza en funcionarios e instituciones. Critica el populismo de América latina y explica por qué la Argentina es uno de los casos "más interesantes" de esta contra democracia.
«Què es la democracia es algo que se responde casi
inmediatamente: la forma de gobierno donde los ciudadanos eligen periódicamente a sus representantes en elecciones libres. Pero cuando la sociedad desconfía de sus representantes y de las instituciones políticas la democracia y la política entran en crisis. Muchos recordarán el "voto bronca" de la Argentina de 2001 como manifestación de esa crisis. Al contrario, para el filósofo e historiador Pierre Rosanvallon, la desconfianza muestra otra cara de la democracia que las solas elecciones e instituciones representativas no permiten vislumbrar: "El buen ciudadano no es sólo quien vota de vez en cuando sino también quien vigila permanentemente, quien interpela a los poderes, los critica y los juzga". Además de la democracia electoral, dice, hay una "contra democracia", que es "la expresión directa de las expectativas y decepciones de la sociedad". Luego de su trilogía sobre la historia intelectual de la ciudadanía, de la representación y de la soberanía en Francia, Rosanvallon propone en su último libro La contre- démocratie analizar la desconfianza ciudadana como una nueva forma de comprender las transformaciones de hoy.
«p—Hoy, dice, el ideal democrático es indiscutido pero en la
práctica los regímenes democráticos son cada vez más criticados. ¿Cómo entender entonces el concepto de democracia?
«r—No hay un modelo de democracia. Entender qué son las
democracias no significa ver si un caso particular entra en las definiciones conceptuales que se dan. Desde mi punto de vista, la democracia es una historia y un campo activo de experiencias. Si queremos comprenderla, debemos analizar cómo en cada caso histórico esas experiencias forman un conjunto de contradicciones y tensiones que la estructuran y que pueden encontrarse en todos los países. En mi trabajo me ha interesado deducir el sistema general de contradicciones que subyacen a las experiencias democráticas; relacionadas con las figuras de la comunidad política y del individuo, a las definiciones de la soberanía y de la representación, a la temporalidad de lo político. La historia de la democracia puede verse entonces como la historia de las respuestas que se han intentado dar a esas contradicciones. Como horizonte regulador, la democracia es un régimen de la confianza, de la participación, de la implicación y una sociedad de la redistribución. Pero la democracia no es una forma política acabada y engendra una decepción que nace de la indeterminación del ideal democrático y de la dinámica de sus tensiones estructurantes.
«p—¿Esa decepción provoca lo que llama "contra democracia"?
«r—Hay dos momentos fundamentales de la actividad democrática.
Por un lado, la vida electoral, la confrontación de programas; lo que llamamos la escena política, cuyo objetivo es instituir la confianza entre ciudadanos y gobernantes. Pero hay un segundo momento constituido por las in tervenciones ciudadanas que buscan corregir los olvidos, las relajaciones y las desviaciones del poder. Los ciudadanos sancionan a los representantes no sólo en las urnas: los sondeos, la presión de los medios, las manifestaciones, los recursos ante la justicia son prácticas que se traducen en la institución de la desconfianza y que representan lo que yo llamo la contra democracia. Hay una democracia de la legitimación del poder y una de la vigilancia y del control del poder. Contra democracia no es lo opuesto a la democracia sino la democracia no institucionalizada, reactiva: la democracia de poderes indirectos diseminados en el cuerpo social. Y cada vez hay menos elección de candidatos y más descarte de personas que rechazamos porque han sido incompetentes o nos han decepcionado. En Francia es evidente que el resultado de las próximas elecciones presidenciales dependerá más de una dinámica de rechazo que de una lógica de proyecto. Los ciudadanos siempre ejercieron su desconfianza pero la rebelión y la disidencia contra los poderes se inscribían en una visión global de la sociedad. En cambio hoy la crítica no construye nada, se reduce a una expresión de descontento que no designa ninguna ambición sino una decepción que puede transformarse en demisión e inmovilismo.
«p—¿Pero la desconfianza provoca la pasividad de los ciudadanos
o sirve para la vida democrática?
«r—El problema de la contra democracia es su ambivalencia.
Detrás de la desconfianza hay una dimensión positiva relacionada con la vigilancia, que consiste en poner a prueba los poderes, en obligarlos a explicarse, a hacer públicos sus argumentos, a responder las demandas de la sociedad. Pero también puede degradarse en una visión puramente negativa, de sospecha permanente, que hace del populismo un problema central; y creo que esta última dimensión está creciendo cada vez más. El populismo es una máscara caricatural y odiosa de estas actividades de vigilancia, de control y de juzgamiento que ejerce la desconfianza. La desconfianza puede destruir la democracia si está separada de la participación política y si se da sin una organización de la legitimidad. Pero en sí misma es positiva porque la democracia no consiste sólo en la organización de poderes sino también de contra poderes. Los canales y objetivos de la expresión política se diversificaron; las grandes instituciones de representación y de negociación han disminuido sus roles mientras hay una multiplicación de otras organizaciones específicas que obtienen resultados tangibles e inmediatos. Conviene hablar de una mutación y no de un declive de la participación ciudadana: estoy en contra de los argumentos usuales de despolitización y repliegue del individuo en la esfera privada. Hay que romper con el mito del ciudadano pasivo.
«p—¿Piensa en América latina cuando se refiere al populismo?
«r—Creo que la idea de una comunidad política no definida por un
principio de pluralidad sino por un principio de unanimidad es más fuerte en América latina que en Europa. Y esto explica la fuerza del populismo durante los años 60, 70 y aun hoy, en relación a lo que ocurrió en Europa. Es un populismo que está fundado en la idea de una unidad posible y consustancial del pueblo y no en la idea de que la política es la organización de la ciudad dividida. Soy muy crítico de este populismo porque implica una visión imaginaria de la política: la realidad de las sociedades latinoamericanas es que son sociedades muy divididas, mucho más que las europeas: ¿qué es la democracia sino la evidencia de que cuanto más grande es la división en la sociedad, más es necesario un debate público sobre esta división para encontrar las instituciones que permitan tratar el desacuerdo, las desigualdades y las injusticias? Uno de los aspectos característicos en América latina es justamente la disyunción que hay entre el discurso de la democracia política y el discurso de la redistribución social. Se puede decir que la idea moderna de nación consiste en relacionar comunidad de participación política y comunidad de redistribución social. Pero en las sociedades latinoamericanas se separó —mucho más que en las europeas— la ciudadanía política de la construcción del Estado providencia.
«p—Dice que la Argentina es un laboratorio de experimentación
política ¿La crisis de 2001 fue un caso de contra democracia?
«r—Creo que la crisis de 2001 tuvo dos facetas. Por un lado la
faceta de un modelo imaginario de comunidad política que se funda. Pero al mismo tiempo el modelo de 2001 muestra claramente el declive de las democracias de participación y el crecimiento de una democracia de desafección y de desconfianza. Mi estudio sobre la contra democracia está fundado en experiencias de largo plazo pero la Argentina es uno de los ejemplos más evidentes y más interesantes de la fuerza que ha adquirido la democracia de desconfianza en la actualidad y de que la actividad democrática no puede limitarse a la simple actividad electoral.
«p—Si las elecciones no son suficientes para mantener una
actividad democrática y la desconfianza puede llevar a un desastre, ¿cómo se puede consolidar la democracia?
«r—El verdadero problema no es la voluntad de actuar sino la falta
de política y la ausencia de debates: la democracia no sólo consiste en manifestarse y votar sino también en la capacidad a la lucidez colectiva para arbitrar, decidir y construir un futuro común en el largo plazo. La actividad democrática significa escribir y vivir una historia común. La falta de organización institucional de debates, los pocos canales de expresión de la sociedad y una cierta pereza de los medios generan un riesgo de lo que llamo una democracia impolítica: una sociedad en la cual los ciudadanos son bastante activos pero ya no construyen juntos un proyecto positivo. La política de hoy se expresa en forma negativa y la responsabilidad no está sólo en los partidos sino también en los medios, intelectuales, asociaciones. Hay que estimular la producción de ideas y de análisis en la sociedad. Necesitamos una democracia de implicación y no hay recetas mágicas para ello. Hay que crearlas a través de la actividad ciudadana. Se trata de volver a una ciudadanía práctica y no sólo institucional, que debata continuamente la cuestión del interés general.
«p—La revolución inglesa del siglo XVII y las estadounidense y
francesa de fines del XVIII son procesos clave en su historia intelectual. ¿Qué lugar ocupan las revoluciones latinoamericanas del XIX en su análisis de la modernidad política? «r—Todas las experiencias tienen la misma dignidad e interés histórico y teórico, si bien hay algunas de referencia, como las revoluciones inglesa, americana y francesa. El mundo occidental no se debe olvidar un cuarto campo: las revoluciones iberoamericanas. En la teoría política se deja de lado el caso iberoamericano pero, precisamente, este caso permite comprender algunos elementos que no entendemos muy bien de las otras revoluciones.
«p—¿Qué elementos?
«r—En primer lugar, lo que significa la constitución de un espacio
político: una característica de América latina a fines del siglo XVIII y principios del XIX es haber sido un continente poco poblado. En esa época Francia tenía 25 millones de habitantes mientras que las ciudades más importantes de lo que ahora es la Argentina tenían apenas decenas de miles. El nacimiento de la experiencia liberal democrática en este contexto abre el camino a un conjunto de nuevos problemas: el tamaño y la división de las naciones, la relación entre lo viejo y lo nuevo, la relación entre ciudadano y comunidad, las dificultades de constitución de la ciudad. Pienso que los dos modelos más extremos de las democracias modernas son la revolución francesa y las revoluciones latinoamericanas.