Sunteți pe pagina 1din 6

Antecedentes: La época precolombina de El Salvador

8000 a. de C.-2000 a. de C.
Representa una laguna en el conocimiento de la historia indígena temprana de
El Salvador. Sin embargo, se ha sugerido que los petrograbados de la Cueva del
Espíritu Santo, en Corinto, Morazán, pertenecen al Arcaico, pero la datación es
poco precisa, por lo que queda por confirmarse.
Con respecto a las figuras humanas que existen en la cueva del Espíritu Santo
la mayoría están representadas de frente, y algunas de perfil. Varias llevan
grandes penachos, de diferentes estilos. Algunas parecen llevar una vestimenta.
Los rasgos faciales aparecen en algunos casos y en otros los personajes
parecen llevar máscaras. Aparecen numerosas manos, casi todas son manos
positivas (aplicación de la mano con pintura) de colores amarillo, anaranjado y
en un caso, negro. Todas las manos negativas (la pintura se sopla alrededor de
la mano) parecen haber sido pintadas de color rojo.
También se encuentran petrograbados en la cueva del Toro donde solo una
figura humana podría ser asociada a una representación de ave, o más
exactamente de un ser mitad humano, mitad pájaro. Varios personajes portan
penachos.
En este último lugar, se han encontrados petrograbados que representan un sol,
una doble voluta que podría representar una mariposa, una flor y posibles
mamíferos. El simbolismo de estas figuras tiene tal vez algo que ver con la
fertilidad de la tierra, aunque seguramente haya un significado ritual. En ciertos
casos, los sitios con manifestaciones rupestres están aislados con respecto a los
asentamientos. Las funciones no eran las mismas. Podían existir ceremonias de
todo tipo.
2000 a. de C.-250 d. de C.
Los primeros habitantes permanentes del territorio actual de El Salvador
colonizaron la planicie costera del Pacífico durante el Arcaico. Allí podrían haber
aprovechado la abundancia de animales y plantas silvestres en las montañas y
los recursos marinos en la franja litoral. La planicie es suficientemente estrecha
como para que los habitantes de un asentamiento ubicado en esta zona
aprovecharan la variedad amplia de alimentos sin tener que pasar largos
periodos en campamentos estacionales, alejados del asentamiento principal.
La organización social de los primeros agricultores no debió haber sido muy
distinta de las bandas de cazadores-recolectores que les precedieron. En esa
etapa inicial del desarrollo de las comunidades agrícolas, la unidad básica de
producción habría sido la familia nuclear: la pareja con sus hijos solteros, y solo
ocasionalmente la familia extendida integrada, adicionalmente, por parientes
afines (nueras y yernos, mayormente).
Las aldeas que se formaron en esta primera etapa fueron de tamaño muy
pequeño. A medida que se producían excedentes, aumentó el intercambio de
bienes, se reforzó el comercio a larga distancia y aparecieron los mercados. Una
que otra de las pequeñas aldeas creció en población y se convirtió entonces en
el centro de su región, donde se estableció el binomio mercado-templo. De esa
forma se creó el espacio único donde se satisfacían las necesidades impuestas
por una economía cada vez más especializada y se desarrollaba un ceremonial
asociado a la vida religiosa.
También emergió una élite que asumió y monopolizó funciones claves para el
desarrollo de estas comunidades: la redistribución de los productos que se
intercambiaban con regiones vecinas y el ritual religioso y todo el conocimiento
asociado con él. Se pasó de esta manera del nivel de la integración social de
tribu a la de cacicazgo.
Cambió de una sociedad que operaba con una división muy elemental del
trabajo, basada en la edad y el sexo, a otra en que los artesanos se desligaron
completamente de la producción de alimentos; de una sociedad básicamente
igualitaria a otra basada en el rango social, en la cual un grupo poderoso
organizaba y administraba y se distanciaba cada vez más de la base social que
le daba sustento. Fue precisamente el cacicazgo la forma política que caracterizó
las sociedades más desarrolladas del Preclásico.
El asentamiento más antiguo que se conoce en El Salvador se encuentra en la
Hacienda El Carmen, en el departamento de Ahuachapán, en el valle del río Cara
Sucia, donde la planicie costera se reduce a ocho kilómetros de ancho. En esta
faja angosta hay un gran número de montículos que, al parecer, se ubican desde
1400 a. de C. hasta 250 d. de C. Las excavaciones del montículo descubrieron
una serie de pisos de ocupación estratificados, catorce pozos de almacenaje,
tres fogones, varios basureros y fragmentos pequeños de mazorcas de maíz.
El crecimiento de la población de agricultores fue notorio a partir del año 900 a.
de C. Nuevos asentamientos aparecieron en el occidente y en la parte central
del país: San Nicolás, Jayaque, Barranco Tovar, El Perical y Antiguo Cuscatlán.
Chalchuapa contaba entonces con una importante estructura de función
ceremonial localizada en la zona del sitio conocido como El Trapiche; parece
haber tenido forma cónica y una altura de 20 metros. Para esa época, fue uno
de los edificios más grandes de Mesoamérica. En su interior se encontró el
entierro de un niño de alrededor de 10 años, posiblemente parte de una
ceremonia propiciatoria en el momento de la construcción o de la inauguración
del edificio.
La pirámide y el entierro de El Trapiche son indicadores de una complejidad
social y una diferenciación interna diversas de las que existieron en las primeras
aldeas del preclásico. La división del trabajo indudablemente se había
profundizado: a quienes se dedicaban a tiempo completo a organizar la vida
religiosa se sumaron los especialistas en la producción y el comercio de bienes
suntuarios (para satisfacer la demanda de la élite) y la fabricación de artefactos
de obsidiana. Se cree que El Trapiche fue una necrópilos prehispánica, debido
a la cantidad de cuerpos y ofrendas votivas encontradas en el sitio.
A partir del año 500 a. de C., se produjo en El Salvador una fuerte expansión
demográfica, en especial en las tierras por debajo de los 1,000 metros de altura.
En el occidente, además de Chalchuapa, se desarrollaron las poblaciones de
Santa Leticia, Cara Sucia, Tacuscalco, Atiquizaya y Acajutla; en la región central,
Los Flores, Río Grande, El Campanario (en el valle del Paraíso), El Cambio (en
el valle de Zapotitán) y Cerro del Zapote y Loma del Tacuazín (en el valle de
Cuscatlán).
En el oriente se desarrolló Quelepa. Aparejado a este crecimiento poblacional se
dio un importante desarrollo cultural al tiempo que se ampliaban los contactos
entre comunidades, estableciéndose, de esta manera, complejos sistemas o
esferas culturales. Uno de estos sistemas habría estado integrado por
Chalchuapa, Santa Leticia y Atiquizaya.
En el oriente de El Salvador operó otro sistema o esfera cultural, a la cual
perteneció Quelepa. Este sitio se encuentra en el valle del Río Grande de San
Miguel y ocupa un área de medio kilómetro cuadrado. En la época prehispánica
el área debió de haber sido muy fértil y con condiciones que favorecían, además
del maíz y el frijol, el cultivo del cacao y el algodón, los cuales demandan agua
en abundancia. La ocupación más antigua en Quelepa data igualmente de
alrededor de 500 a. de C.
Durante el Preclásico la población de Quelepa mantuvo relaciones con el
occidente de El Salvador: un altar con la cabeza de jaguar encontrado en el sitio
es muy parecida a otro hallado en Cara Sucia en el occidente. También se
encontró en Quelepa cerámica del tipo Usulután, seguramente proveniente de la
región de Chalchuapa. Pero la mayor cantidad de rasgos culturales son
semejantes a las que se encuentran en diversos sitios hondureños, situación que
por cierto ha inducido a pensar que Quelepa fue poblada por lencas que pudieron
haber ocupado el sur de Honduras y el oriente de El Salvador desde fechas muy
tempranas.
El desarrollo de estas sociedades del occidente y centro del país se vio
seriamente afectado por la erupción del volcán de Ilopango alrededor del año
250, que depositó grandes cantidades de ceniza volcánica sobre un área de
10,000 kilómetros cuadrados, obligando a la población en esa área a reubicarse.
Solo la zona oriental no se vio afectada por la erupción. Muchos centros grandes
y pequeños quedaron abandonados. Sin embargo, es probable que la mayoría
de la población del área impactada solamente se trasladara a terrenos cercanos
más altos para evitar las inundaciones causadas por la gran cantidad de ceniza
que atoraba los cauces de los ríos.
250-900 d. de C.
Durante los más de 600 años que duró el llamado Periodo Clásico, toda
Mesoamérica experimentó una explosión demográfica que dio lugar al desarrollo
de importantes ciudades y a la formación de estados bajo élites gobernantes que
ejercían su dominio sobre extensos territorios. Fue en estos tiempos cuando se
organizaron las civilizaciones mesoamericanas y se dieron los grandes avances
en diversas ramas de la ciencia, el arte y la artesanía.
En el territorio de lo que es hoy El Salvador, el Periodo Clásico comenzó
dificultosamente en los siglos posteriores a la erupción del volcán Ilopango.
Como respuesta al desastre ecológico que produjo la erupción, los habitantes de
Chalchuapa se reorganizaron en pequeñas comunidades sobre las laderas y las
alturas de la sierra de Apaneca. Con el tiempo, Chalchuapa se volvió a poblar,
concretamente en las localidades de Casa Blanca y Tazumal, pero jamás
recuperó el poder que tenía en el Preclásico.
El sitio arqueológico de Joya de Cerén tipifica lo que debió haber sido, en esa
época, una de las aldeas pequeñas del valle de Zapotitán que pagaban tributo a
San Andrés. En el año 600, el área donde se encontraba el pueblo quedó
cubierta por la ceniza de un volcán cercano. La ceniza de la erupción conservó
buena parte de las construcciones del pueblo, por lo que ha sido posible
recuperar de este sitio una gran cantidad de información sobre la vida de los
habitantes. Una amplia variedad de fauna fue preservada, incluyendo un diente
de perro, dos especies de hormigas comiendo granos dentro de las vasijas de
cerámica, un pato, caracoles y algunos huesos, probablemente de un ciervo,
convertidos en Estructura 4 del sitio arqueológico Joya de Cerén, una casa de
residencia. Tomado de: FOWLER Jr., William R. op.cit.1995. pp.108-109. 28
instrumentos similares a espátulas. La flora incluye una palmera de unos 12
metros, semillas de ujushte, chiles, frijoles y numerosos artículos diversos. En
Joya de Cerén se encontraron troncos de yuca, lo que permite suponer que los
mayas del periodo clásico la cultivaron obteniendo de ella muchas más calorías
en cada metro cuadrado de cultivo que el maíz o los frijoles.
La arquitectura muestra el uso sofisticado de adobe reforzado y macizo. Los
constructores pudieron edificar paredes verticales de adobe sólido, de más de 3
metros de altura y plataformas de hasta 5x8 metros. Usualmente se decoraban
las paredes con cornisas bastantes grandes e incluso decoraban algunas bancas
internas y paredes de bahareque con las mismas cornisas. Estas paredes fueron
bien hechas, con los postes verticales continuados hacia arriba para ayudar a
soportar los techos.
A partir del año 800, se dio un proceso de desestabilización en el área maya,
durante el cual los grandes centros fueron abandonados. Este fenómeno,
conocido como el colapso de la civilización clásica maya, terminó alrededor del
año 1000, habiéndose producido una reorganización de la sociedad. Nuevas
comunidades aparecieron, ahora más pequeñas, más aisladas y autónomas. El
proceso debió haber producido un fuerte impacto en los grupos localizados en el
occidente y el centro de El Salvador, los cuales estaban integrados a la cultura
maya. Al igual que en la región de los grandes ríos del Petén y posteriormente
en Chichén Itzá en Yucatán, a partir del año 900 se observa en El Salvador una
presencia creciente de rasgos culturales asociados a los grupos nahuas. Aquí
sobresale la llegada de los toltecas los cuales probablemente eran
nahuaparlantes.
En las islas del Golfo de Fonseca se han descubierto nueve sitios arqueológicos.
De los ocho tipos, los más comunes identificados eran aldeas grandes y
pequeñas y dos aldeas grandes con construcción ritual. La mayoría de los sitios
eran simples, consistiendo de artefactos cerámicos y líticos, sin rasgos
arquitectónicos.
En la punta Chiquirín se han encontrado “concheros” o montículos hechos a base
de conchas, lo que permite decir que la dieta alimenticia de los antiguos
pobladores de los diferentes grupos culturales que habitaron en las riberas del
golfo y en el complejo de islas estaba basada, en un alto porcentaje, en el
consumo de moluscos.
El Periodo Postclásico 900-1524
La cultura del hoy territorio salvadoreño durante el periodo Postclásico destaca
un gran número de rasgos nahuas que debe su presencia a las migraciones
procedente del centro y el sur de México. La evidencia arqueológica sugiere que
las primeras migraciones pipiles a El Salvador se dieron entre 900-1200, durante
lo que se ha llamado el periodo postclásico temprano. El valle Chalchuapa, la
porción central del país, parte baja del río Lempa, la parte superior de la cuenca
del río Acelhuate, la región MetapánLago de Güija, el valle de Sonsonate, la
planicie costera alrededor de Acajutla y la Costa del Bálsamo, presentan sin
excepción fuerte evidencia de ocupación de grupos nahuas identificados en El
Salvador como pipiles.
Los asentamientos más importantes que se conocen hasta ahora del Postclásico
Temprano son Cihuatán, cerca de Aguilares, y Santa María, un sitio más
pequeño en el valle del Paraíso (en la zona del Cerrón Grande), los cuales han
sido reconocidos como centros de claro origen mexicano por sus arreglos
arquitectónicos tipo acrópolis, edificios con talud-tablero y juegos de pelota en
forma de I.
La arquitectura de los sitios, así como las formas y técnicas decorativas de la
cerámica y las representaciones de los dioses (como Tlaloc, dios de la lluvia, y
Mictlanteuctli, señor del inframundo) tienen su origen en el centro de México y
en la zona de la costa del Golfo de México. Ambos Cihuatán y Santa María
presentan evidencia de ocupación exclusivamente nahua y no hay evidencia de
que fueron habitados antes del Postclásico Temprano.
Durante los siglos XIII y XIV se realizaron las últimas migraciones de los grupos
nahuas a territorio salvadoreño. Estos, entre los cuales estaban los grupos
nonoalcos (que llegaron alrededor de 1200 a 1350), indudablemente
representaron un pelig
Sea como sea, para la época de la conquista española los asentamientos pipiles
se encontraban distribuidos por todo el occidente y centro de El Salvador,
llegando hasta el río Lempa. Más allá del Lempa, la zona del oriente fue ocupada
mayormente por los lencas. Se cree que los lencas son descendientes de los
mayas.
En general, los estudiosos coinciden en caracterizar el Periodo Postclásico
mesoamericano como una etapa de cambios importantes en diversos aspectos,
entre ellos el religioso, con enorme énfasis en una suerte de “militarismo”,
cayendo de hecho en una glorificación de la guerra en todos sus aspectos. Estos
cambios políticos y religiosos son muy notables en el registro epigráfico y
monumental de las deidades preponderantes en este periodo.
Los códices mayas de esta época nos revelan retratos divinos antropomorfos
provenientes de los sistemas de creencias del México antiguo. Es muy probable
entonces que el politeísmo que refleja la ideología maya posclásica sea más una
expresión de la incorporación de creencias foráneas y no tanto conceptos
ideológicos autóctonos. De igual manera, Kukulcán tuvo especial preeminencia
en el Postclásico maya yucateco, acorde con su estrecha vinculación a la
ideología mexica.
En el Postclásico mesoamericano se evidencia un desquiciamiento en la
cosmovisión y cosmogonía Ttzompantli del templo mayor de la ciudad de México.
32 de las culturas mesoamericanas, producto de la represión político-militar-
religiosa de una potencia foránea aniquiladora. Las posibles atribuciones de este
desquiciamiento se pueden explicar de la siguiente manera: las culturas
indígenas mesoamericanas, en estado de shock frente a la represión
aniquiladora de la conquista, sienten la necesidad de multiplicar sus prácticas
rituales para mayor acercamiento a sus dioses invocando su protección. Las
culturas mesoamericanas sometidas a una pujante y brutal represión religiosa
multiplican sus prácticas autóctonas como un mecanismo de resistencia frente a
nuevos dioses y una nueva religión que amenaza con desplazar su propia
cosmogonía, sus propias creencias religiosas y cosmovisión. Las culturas
mesoamericanas, golpeadas por la represión militar y religiosa, reaccionan con
un exacerbamiento en el derramamiento de sangre que conllevan las prácticas
de sacrificio humano, como un mecanismo defensivo-ofensivo frente a sus
invasores y agresores extranjeros, o como un mecanismo colectivo de
autodestrucción ante su sometimiento y derrota frente al poder arrollador
extranjero.

S-ar putea să vă placă și