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Defensa de la persona

Artículo 1
La defensa de la persona humana y el respeto de su dignidad son el fin
supremo de la sociedad y del Estado.

1. El enunciado contenido en el artículo 1 de la Constitución peruana de 1993 es el eje sobre el


cual gira la interpretación de las normas de este cuerpo legal, así como de todas aquellas otras
que integran el ordenamiento jurídico del país. La defensa de la persona humana y el respeto a
su dignidad constituyen la razón de ser del Derecho. En realidad, con más precisión, cabe
expresar que la persona humana, considerada en sí misma, es el fin supremo de la sociedad
y del Estado, de donde se deriva la obligación de la sociedad y del Estado de defenderla y
respetarla.
El Derecho fue creado para proteger, en última instancia, la libertad personal, a fin de que cada
ser humano, dentro del bien común, pueda realizarse en forma integral, es decir, pueda cumplir
con su singular «proyecto de vida", el mismo que es el resultante de la conversión de su
libertad ontológica en acto, conducta o comportamiento. El Derecho pretende, a través de su
dimensión normativa eliminar, hasta donde ello sea posible, los obstáculos que pudieran
impedir el libre desarrollo del personal "proyecto de vida", es decir, de lo que la persona desea
ser y hacer en su vida1. El Derecho es, por ello, un instrumento liberador de la persona. De ahí
que es deber genérico de toda persona, que subyace en toda norma jurídica, el de no dañar al
prójimo, ya sea en su unidad psicosomática, en su libertad proyectiva o en su patrimonio. Por lo
expuesto, el axioma jurídico que preside cualquier ordenamiento jurídico prescribe "que toda
conducta intersubjetiva está permitida, salvo que se halle expresamente prohibida por dicho
ordenamiento jurídico o atente contra el orden público o las buenas costumbres". El prius del
Derecho es, pues, la libertad. Lo prohibido, en cuanto se trata de una conducta injusta o ilícita,
es la excepción.
Somos de la opinión que el mencionado axioma jurídico, por su trascendencia, debería
ubicarse en el pórtico de la normativa constitucional a fin de poner en evidencia que la misión
fundamental del Derecho es, como está dicho, proteger la libertad de cada persona a fin de
lograr su realización humana integral en armonía con el interés social. Para ello fue creado el
Derecho, el mismo que posee un sentido liberador. Para conseguir esta finalidad, el Derecho
debe crear aquellas condiciones sociales de justicia, solidaridad, seguridad, igualdad, que
permitan el cumplimiento del "proyecto de vida" de cada cual. La vivencia colectiva de los
valores es condición indispensable para la plena realización de la persona humana en cuanto
ser libertad.

2. Es importante conocer previamente lo que "es" la persona humana para saber, luego, qué es
lo que la sociedad y el Estado están obligados a defender, a proteger. La persona humana o
ser humano es, en síntesis y a la altura de nuestro tiempo, una "unidad psicosomática
constituida y sustentada en su libertad". El ente "persona humana" tiene, así una estructura
dentro de la cual se puede distinguir el soma - cuerpo en sentido estricto- y la psique.

Se trata de una "unidad" por cuanto todo lo que afecta al cuerpo en sentido estricto repercute,
de alguna manera y magnitud, en la psique y, viceversa, todo lo que afecta a la psique
repercute en el soma o cuerpo. La mencionada "unidad psicosomática" se constituye y se
sustenta en su libertad. La libertad es, por ello, el ser de la persona humana.

Es esta la calidad ontológica que distingue a la persona humana de los demás entes del
universo, los mismos que carecen de libertad. Si bien la persona humana es parte de la
naturaleza en cuanto pertenece a la especie de los por ser libertad es, además, un ente
espiritual capaz de conocer y vivenciar valores, presididos por el valor supremo del amor en
todas sus dimensiones y manifestaciones. La vida del ser humano es la vida de su libertad.
La libertad es lo que permite al ser humano constituirse como un ser dotado de una dimensión
espiritual. Ser libre significa tener permanentemente que elegir, que proyectar y para elegir hay
que preferir entre las múltiples opciones con que se cuenta para vivir la vida, es decir, para
determinar el destino personal, para decidir sobre el singular "proyecto de vida". Pero, para
preferir, la persona debe valorar cada una de las opciones con las que cuenta a fin de decidirse
por alguna de ellas para proyectar su vida. El ser humano es el único ente estimativo, es decir,
el que posee la capacidad de vivenciar valores. Los valores son "en" y "para" la vida del
hombre y, como está dicho, a través de ellos se ingresa al mundo del espíritu, que es privativo
del ser humano. El significado preponderante del concepto "persona" que se atribuye al ser
humano es, precisamente, el que se constituye como el único animal mamífero que es
"espiritual" por cuanto es un ser libertad. Es esta calidad ontológica la que lo hace único,
singular, irrepetible, idéntico a sí mismo, estimativa, proyectivo, no estandarizado, responsable.
La descripción de la persona humana, aparte de su constitución como un ser libertad,
comprende tanto su dimensión coexistencial4 o social como su inherente temporalidad.

3. El artículo 1 de la Constitución, al enunciar que la defensa de la persona humana es el fin


supremo de la sociedad y del Estado, lo que prescribe es el deber de todos y cada uno de los
miembros de la sociedad, así como de los diversos órganos del Estado, de proteger de una
manera preventiva, integral y unitaria a la persona.
Esta protección comprende tanto su estructura psicosomática como su libertad proyectiva,
fenoménica, hecha acto, conducta, comportamiento. Es decir, el "proyecto de vida" de cada
persona.

La defensa y protección de la persona humana, en primer lugar, debe ser preventiva. El


ordenamiento jurídico positivo debe contener normas que permitan a la persona obtener pronta
y eficaz protección frente a eventuales amenazas a su integridad psicosomática o a su libertad
proyectiva. En el caso peruano se cuenta con las acciones del hábeas corpus y de la acción de
amparo, recogidas por el artículo 200 de la Constitución de 1993, así como por la acción
inhibitoria que se deduce del texto del artículo 17 del Código Civil de 1984. Pero la defensa de
la persona, aparte de preventiva, debe ser unitaria e integral. Es unitaria en razón de que el ser
humano es un todo inescindible de carácter psicosomático, constituido y sustentado en su
libertad. De esta calidad ontológica se desprende la naturaleza integral de la defensa de la
persona humana. No se debe prescindir, por ello, tanto de la protección de su esfera
psicosomática como de su libertad fenoménica o fáctica, la que se concreta en el "proyecto de
vida" de cada cual.

Por ello, cuando constitucionalmente se enuncia que la defensa de la persona humana es el fin
supremo de la sociedad y del Estado, se debe considerar a la persona humana tal como ella
es, como una unidad psicosomática constituida y sustentada en su libertad, por lo que no se
puede prescindir de la protección de cualquier aspecto de dicha unidad ni del "proyecto de
vida" que es, como se ha apuntado, la concreción fenoménica de su libertad ontológica.
Es de advertir que, tradicionalmente, el Derecho se ha preocupado preponderantemente por la
protección de la unidad psicosomática del ser humano, con ostensible y criticable descuido de
la protección de su libertad fenoménica, de su "proyecto de vida". Ello no obstante que en este
se juega el destino mismo de cada ser humano, el sentido y la razón de su existencia.
Felizmente, en lo que concierne a la protección integral de la persona humana, la doctrina, en
las dos últimas décadas, ha elaborado una nueva teoría que es la del "daño al proyecto de
vida", la misma que, dentro de la genérica referida al "daño a la persona", ha mostrado la
importancia que tiene para el ser humano la protección de su libertad hecha acto o conducta.
Acto o conducta que responde a una decisión personal desde que el ser humano es un ser
libertad. Esta creación doctrinaria tiende a ingresar a los códigos civiles. Ejemplo de ello es el
artículo 1985 del Código Civil peruano de 1984 en el que se hace referencia al "daño a la
persona" y, dentro de él, al denominado "daño al proyecto de vida" .
La jurisprudencia, en cuanto Derecho vivo, ha empezado también a tener en consideración, por
su trascendencia en cuanto a la realización integral de la persona, la reparación del "daño al
proyecto de vida". Se conocen en este sentido, por ejemplo, algunas sentencias emanadas de
los tribunales de Argentina y Perú, las mismas que abren el correcto camino para la defensa y
protección de la esfera espiritual de la persona humana, la misma que se sustenta en su
libertad ontológica. Pero el impulso más vigoroso en lo que atañe a la reparación del "daño al
proyecto de vida" proviene de paradigmáticas sentencias dictadas por la Corte Interamericana
de Derechos Humanos, en especial en los casos peruanos "María Elena Loayza Tamayo" y
''Alberto Cantoral Benavides".

4. El artículo 1 de la Constitución de 1993, al lado del respeto a la persona humana, enuncia


también el deber de la sociedad y del Estado de respetar su dignidad. La "dignidad" es una
calidad inherente a la persona, en cuanto esta es simultáneamente libre e idéntica a sí misma.
La libertad y la identidad sustentan la dignidad del ser humano. El ser humano posee dignidad
porque, siendo libre, es un ser espiritual, y además, por el hecho de que, a pesar de que todos
los seres humanos son iguales, no hay dos idénticos. Es esta dignidad inherente a su ser el
sustento de los derechos fundamentales de la persona humana.

Los derechos fundamentales de la persona tienen como finalidad la protección unitaria e


integral de la persona en cuanto es un ser que posee dignidad. Es esta dignidad la que justifica
y explica los derechos fundamentales de la persona y le sirve de fundamento. De ahí que el
artículo 3 de la Constitución establezca que los derechos de la persona no se circunscriben a
solo aquellos expresamente normados por el ordenamiento jurídico sino que su protección
alcanza a aquellos que, sin encontrarse en esta situación, "se fundan en la dignidad del
hombre".

No obstante lo hasta aquí expresado, preferimos la redacción del articulo 1 de la Constitución


de 1979 en el sentido que: "La persona humana es el fin supremo de la sociedad y del Estado.
Todos tienen la obligación de respetarla y protegerla". En verdad, el fin supremo está
constituido por la persona en sí misma, en base a su inherente dignidad. De ahí que, como
consecuencia de ello y tal como lo señala la segunda frase del citado numeral, todos están
obligados a respetarla y protegerla.

Como se advierte, es más precisa la redacción del articulo 1 de la Constitución de 1979 que la
del mismo numeral de la Constitución de 1993, que al expresar que el fin supremo no es, en
sentido estricto, "la defensa de la persona humana y el respeto a su dignidad" -como lo enuncia
este último numeral- sino la persona humana considerada en sí misma. Este enunciado, como
consecuencia, obliga a la sociedad y al Estado a "respetarla y protegerla". Por lo expuesto,
resultaría aconsejable que, en el Anteproyecto de Ley de Reforma Constitucional que de
conformidad con la Ley N° 27600 viene elaborando el Congreso de la República, se incluya
como articulo 1 el texto de la Constitución de 1979. Lo consideramos imprescindible pues en él
se encuentra la clave para la interpretación de la propia Constitución y del ordenamiento
jurídico en general.
Artículo 45
Origen y ejercicio del poder estatal
El poder del Estado emana del pueblo. Quienes lo ejercen lo hacen con las
limitaciones y responsabilidades que la Constitución y las leyes establecen.
Ninguna persona, organización, Fuerza Armada, Policía Nacional o sector de la
población puede arrogar se el ejercicio de ese poder. Hacerlo constituye
rebelión o sedición.

La primera parte de este artículo ratifica la doctrina política y la forma de gobierno adoptada por
el Estado peruano, consagrada además expresamente en el propio Preámbulo y en el artículo
43 de nuestra Constitución. Dicho precepto enuncia que el poder del Estado deriva del pueblo -
su detentador originario- y que quienes lo ejercen están sometidos a los límites y
responsabilidades que establece el ordenamiento jurídico. Es decir, el artículo 45 corrobora que
el Estado peruano es una República democrática.

Como bien afirma Marcial Rubio, el Perú será una república porque tiene organización basada
en autoridades todas emergentes de la sociedad, sin privilegio alguno de carácter monárquico,
guiado por los principios antedichos; y será democrático porque la manera de asignar el poder
es la de decisión del pueblo a través de elecciones periódicas y con posibilidad de participación
mediante procedimientos de democracia directa.

Nuestra Constitución reconoce expresamente, a través de distintos artículos, la obediencia al


mandato del pueblo ya sus representantes. De la lectura de los principios filosóficos que
inspiran nuestra Constitución, se advierte que nos encontramos dentro de un marco normativo
constitucional que consagra una democracia representativa, a través de la cual el pueblo elige
y los gobernantes elegidos ejercen el poder en representación del pueblo. En resumen, los
representantes no son los titulares del poder y lo ejercen exclusivamente en representación del
pueblo que los elige.

Convierte al Gobierno en el responsable de las decisiones que adopte en nombre de la


ciudadanía. En puridad, es un mecanismo de presencia ciudadana indirecta en los asuntos
concernientes a la estructuración y dirección del sistema político, en virtud del cual una persona
o grupo de personas se encuentran facultadas de asumir la conducción del Estado por encargo
de la comunidad política a la que pertenecen.

En el hecho de que el poder radique en el pueblo está la esencia de la legitimidad republicana,


como en la legitimidad monárquica la esencia está en que el poder radica en una familia
dinástica. En la monarquía hay que cuidar que el heredero sea, indubitablemente, hijo del rey.
En la legitimidad republicana, hay que cuidar que la voluntad del pueblo sea expresada
fielmente. Por eso, las elecciones tienen que ser libres y limpias. Las elecciones fraudulentas -
como la confusión de sangres en la monarquía producen hijos adulterino s cuyo título se
impugna.

Ahora, si bien el poder deriva o proviene del pueblo, dicho poder no es ejercido cotidianamente
de manera directa por todos los ciudadanos926 sino de manera indirecta o por delegación a
través de sus representantes. En épocas pasadas también existieron instituciones de
democracia directa en la realidad peruana. Así, conforme nos ilustra Francisco Miró Quesada,
el camachico era un sistema de asamblea popular, en donde las mujeres y los hombres del
ayllu se reunían para debatir públicamente sus problemas políticos, económicos y sociales,
para elegir al curaca, y para ser consultados. El camachico era la única institución, junto con la
asamblea germana, en donde las mujeres participaban en una elección o en una consulta en
iguales condiciones que los hombres.
En la actualidad, está convencionalmente aceptado y además reconocido por nuestra
Constitución que los representantes del Estado elegidos por el pueblo no tienen prerrogativas
absolutas, ni pueden ejercer sus facultades en forma desmedida.

Antes bien, las ejercen con el margen razonable de autonomía para cumplir a cabalidad su
función, pero dentro de las propias limitaciones que establece el sistema jurídico, y obviamente,
asumiendo la responsabilidad -previamente tipificada en la Constitución y las leyes- por los
actos indebidos que estos cometan.

De otro lado, la segunda parte del artículo 45 de nuestra Constitución condena las acciones
desplegadas por terceros que atenten o pretenden apropiarse ilegítimamente del poder, el cual
solo corresponde al pueblo a través de los representantes que este libremente elige.

Es importante mencionar que todos los ciudadanos en circunstancias de normalidad y equilibrio


político, social y económico, debemos obediencia al gobierno ya sus autoridades elegidas en
forma democrática. El Presidente de la República y las autoridades elegidas en cumplimiento
de los procedimientos establecidos en la Constitución y las leyes son los únicos legitimados
para ejercer la representación del Estado, y ningún civil o militar puede atentar contra el
ejercicio legítimo de ese poder o modificar el régimen constitucional. El pueblo no gobierna sino
por medio de sus representantes y autoridades creadas por la Constitución. Ahora bien,
cuando alguien se levanta en armas y vulnera el principio básico de representatividad del
gobierno -enunciado en la primera parte del artículo 45- comete el delito político de sedición o
rebelión, según corresponda.

Ordinariamente, la Constitución no contiene definiciones sobre los delitos políticos que


condena, sino que nos remite en forma obligatoria a normas de inferior jerarquía a efectos
encontrar su verdadero alcance. De conformidad con lo señalado por Luis A. Bramont Arias928,
la noción de delito político ha sido establecida de conformidad con los criterios que han servido
para distinguidos del delito común: objetivo, subjetivo y mixto. Para el criterio objetivo, el delito
político se determina atendiendo al derecho que lesiona, al bien o interés jurídico lesionado o
puesto en peligro. El criterio subjetivo se basa en el fin que el agente persigue, en su
personalidad y en los motivos de su conducta. El sistema mixto se basa en el bien o interés
atacado y en el móvil del autor o fin que se persigue.

Al respecto, el Código Penal en su Título XVI, denominado Delitos contra los Poderes del
Estado y el Orden Constitucional, Capítulo 1 (Rebelión, sedición y motín), tipifica y reprocha los
delitos políticos de rebelión y sedición. El delito de rebelión se encuentra tipificado en el artículo
346 del Código Penal: "El que se alza en armas para variar la forma de gobierno, deponer al
gobierno legalmente constituido o suprimir o modificar el régimen constitucional, será reprimido
con pena privativa de libertad no menor de diez ni mayor de veinte años y expatriación".

Como se advierte de la simple lectura del artículo antes citado, la rebelión es un delito doloso
que exige el levantamiento en armas para cambiar el régimen constitucional establecido. Este
tipo penal describe tres conductas, el que se alza en armas para: (i) variar la forma de
gobierno; (ii) deponer al gobierno legalmente constituido; Y, (iii) suprimir o modificar el régimen
constitucional.

En el Perú es difícil de olvidar el nombre de Ollanta Humala. Dicho personaje en octubre del
2000, cuando aún poseía el grado de teniente coronel del Ejército Peruano, acompañado de un
grupo de reservistas, se levantó en armas contra el entonces presidente Alberto Fujimori
exigiendo su inmediata renuncia. En aquellos momentos se escucharon críticas y apologías
apasionadas a la conducta desarrollada por Ollanta Humala y los reservistas que lo apoyaron.
Se escucharon voces que consideraban que Ol1anta había hecho ejercicio legítimo de su
derecho de insurgencia en defensa del orden constitucional. Otros, por el contrario, repudiaron
la conducta de Ollanta y calificaron su conducta como una rebelión o sedición. Lo cierto es que
durante el gobierno de transición del presidente Valentín Paniagua, Ollanta y su hermano
Antauro depusieron sus armas y se entregaron, luego de lo cual fueron finalmente amnistiados.

El delito de sedición está tipificado en el artículo 347 del Código Penal: "El que, sin desconocer
al gobierno legalmente constituido, se alza en armas para impedir que la autoridad ejerza
libremente sus funciones o para evitar el cumplimiento de las leyes o resoluciones o impedir las
elecciones generales, parlamentarias, regionales o locales, será reprimido con pena privativa
de libertad no menor de cinco ni mayor de diez años".

En este caso, tal como señala Marcial Rubio, el agravio no está dirigido directamente contra los
poderes del Estado o contra la Constitución sino contra el ejercicio de la autoridad. Es una
desobediencia activa. También ocurre cuando se pretende sabotear las elecciones que, en
realidad, no son sino el procedimiento democrático para determinar quién ejercerá el poder
legítimamente.

Finalmente, es menester recordar, que tanto en los casos de sedición como de rebelión, el tipo
penal exige que el levantamiento del sujeto activo se produzca con armas.
Artículo 54
El territorio nacional
El territorio del Estado es inalienable e inviolable. Comprende el suelo, el subsuelo, el
dominio marítimo, y el espacio aéreo que los cubre. El dominio marítimo del Estado
comprende el mar adyacente a sus costas, así como su lecho y subsuelo, hasta la
distancia de doscientas millas marinas medidas desde las líneas de base que establece
la ley. En su dominio marítimo, el Estado ejerce soberanía y jurisdicción, sin perjuicio de
las libertades de comunicación internacional, de acuerdo con la ley y con los tratados
ratificados por el Estado. El Estado ejerce soberanía y jurisdicción sobre el espacio
aéreo que cubre su territorio y el mar adyacente hasta el límite de las doscientas millas,
sin perjuicio de las libertades de comunicación internacional, de conformidad con la ley
y con los tratados ratificados por el Estado.

1. Introducción
Cuando pasó el ser humano de homo vagus a homo manens, se percató que requería de un
asiento terrestre para mantenerse y conservarse. Este espacio, con el paso del tiempo, se ha
llegado a convertir en la conditio sine qua non para la formación del Estado 983. En su
configuración actual, son tres los factores que han posibilitado definir la naturaleza del territorio
nacional y su delirnitación984, razón que impulsa al intérprete constitucional a concretar qué
elementos lo componen (acápite 3), no sin dejar de observar cómo se ejerce su soberanía y
jurisdicción (acápite 2) y la forma en que esta se salvaguarda (acápite 4).

2. La trascendencia del territorio en el Estado


El Estado, en tanto sujeto y soporte de la convivencia social, aparece como personificación
jurídica de la nación, de aquel grupo de seres humanos con una ascendencia superior a las
voluntades individuales. La autoridad con la que el Estado interviene y con la que se
desenvuelve requiere ser independiente de cualquier influjo superior o concurrente en cuanto a
las relaciones que regula. Este poder es el que se conoce como soberanía, concepto
proveniente del latín superanitas-más exactamente del francés souveraineté- que implica un
poder de mando para definir y reconducir la voluntad de la nación. Para Kelsen, la soberanía
asoma como la capacidad de existencia de un orden supremo que cuenta con un carácter
básico de autodeterminación y cuya vigencia no es derivable de ninguna otra fuerza. Como
consecuencia lógica de lo expresado, al territorio nacional se le debe reconocer como el
substratum material, espacio o área física en la que el Estado despliega su hegemonía, y la
base sobre la cual se asienta una nación. En él, un pueblo se desarrolla y logra su
identificación. Sin territorio no hay Estado; lo requiere para poder ejercer su soberanía.

4. Integridad territorial
En la teoría constitucional y desde un ámbito subjetivo, el Estado puede ser observado como
un ente con una identidad similar a la de persona. Aparte de su contenido físico, el cual se
condice directamente con el territorio, el Estado posee una característica moral propia,
reconociéndosele diversas unidades de mismidad. Y bien se permite su desarrollo y promoción
(ejercicio positivo), también es lógico reconocer que su intangibilidad es componente
característico de su realidad (ejercicio negativo). Solo se estará ejerciendo la soberanía y
jurisdicción sobre el territorio terrestre, marítimo, subterráneo y aéreo si este se exhibe como
inalienable e inviolable. El Perú es independiente y autónomo, libre de cualquier tipo de
autoridad extraña a su potestas. Como condición de la estabilidad de los países, todos los
factores alcanzados por el poder estatal deben ser amparados, al convertirse en trascendentes
para fines de sanidad, recursos, defensa, y fomento de intereses culturales y materiales.
Esta gestión estatal solo será posible con el reconocimiento de la inviolabilidad e inalienabilidad
del territorio. Por más que a partir de una visión no literal, y consistente constitucionalmente, el
primero subsuma con facilidad al segundo, ambos términos han debido ser diferenciados. Que
sea inalienable significa que no es propiedad de Estado foráneo alguno ni que es imposible su
enajenación, según un principio de no- injerencia ni intervención. Que sea inviolable significa
que no puede ser materia de amenaza externa, e involucra todo tipo de control de las fuerzas
de otros países por parte del nuestro, con una consecuente búsqueda de paz.

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