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Capítulo XIX
Sumario:
La propia diligencia de ordenación dando plazo de veinte días para formular tales
escritos de demanda o contestación advierte ya de la necesaria fijación de la cuantía. Se
viene afirmando que la determinación de la cuantía es una materia de orden público
procesal, y, por tanto, susceptible de ser efectuada en cualquier momento, también por
el órgano jurisdiccional ( STS de 12 de diciembre de 2000 (RJ 2001, 99), rec. 6742/1996;
STC 58/1995).
No es el juez o Tribunal quien fija la cuantía del recurso mediante auto, sino que es
atribución del Letrado de la Administración de Justicia, pese a que para los supuestos en
que el demandado no esté de acuerdo con la cuantía señalada por la parte demandante
se puede afirmar que hay una «revisión» de la cuantía fijada por el Letrado de la
Administración de Justicia que resuelve el incidente, ya que es posteriormente el juez o
tribunal quien determina la cuestión definitivamente en sentencia.
La doctrina se ha fijado en especial en el caso en que no se tuviere por preparado el recurso
de casación o no se admitiera el recurso de apelación, por razón de no llegarse a las cuantías
exigidas (actualmente, tras la reforma de la LJCA por LO 7/2005, en material casacional, sin
embargo, la cuantía ya no es un impedimento para recurrir en casación). Pero no se viene
pensando tanto en el caso en que la cuantía fijada por el Letrado de la Administración de
Justicia (o por el juez o tribunal, en su caso) sea tan alta que disuada al justiciable de recurrir
contra la sentencia (tradicionalmente esto afectaba en especial a la casación, hasta que la
LO 7/2015 ha suprimido el requisito de la cuantía para recurrir en casación). O en el caso en
que el demandante considere que el asunto tiene cuantía indeterminada y en cambio el
letrado de la administración de justicia o Tribunal la fija en determinada con tal rigor.
Para fijar el valor económico de la pretensión hay que estar a las especialidades de la
LJCA (artículo 42) y a la LEC (artículos 251 y siguientes). Inevitable también hacer
referencia a la casuística jurisprudencial a efectos de poner algunos ejemplos prácticos.
Toda la doctrina jurisprudencial de los últimos años (hasta la reforma de la LJCA por LO
7/2015) se ha hecho especialmente pensando en la cuantía desde el punto de vista de
recurrir en casación, lo que puede percibirse en algunas de las sentencias que vamos a
citar seguidamente.
Por ejemplo, este trasfondo subyace en muchas sentencias en relación con los
supuestos de acumulación o de ampliación: la cuantía vendrá determinada por la
suma del valor económico de las pretensiones objeto de aquéllas , pero no
comunicará a las de cuantía inferior la posibilidad de casación o apelación ( artículo
41.3 de la LJCA) 2).
En estos casos de acumulación podía por tanto decretarse la admisibilidad parcial del
recurso de casación respecto de la pretensión cuya cuantía supere la cifra indicada (STS
de 22 de julio de 1998; ATS de 21 de abril de 1997).
El artículo 42.1.a) de la LJCA sigue diciendo que para fijar tal contenido económico
del acto «se tendrá en cuenta el débito principal, pero no los recargos , las costas ni
cualquier otra clase de responsabilidad, salvo que cualquiera de éstos fuera de importe
superior a aquél».
Este criterio legal está bien asentado jurisprudencialmente [por seguir el citado artículo
42 el criterio material del artículo 51.1.a) de la LJCA precedente]. Así, «si se trata de
actos tributarios hay que atender única y exclusivamente al débito principal (cuota) y
no a cualquier otro tipo de responsabilidades como recargos, intereses de demora o
sanciones» (AATS de 21 de abril de 1997; de 3 de noviembre de 1997; de 14 de noviembre
de 1997). En este mismo sentido ATS de 17 de septiembre de 1997, en materia de
reclamación de cantidades por obras ejecutadas; o ATS de 22 de diciembre de 1997, en
materia de actas de liquidación de cuotas del Régimen General de la Seguridad Social.
Considérese que, antes de la reforma por Ley 37/2011, en instancia no era tan relevante
la cuantía: al no haber imposición de costas como regla general, la cuantía no era
esencial, al menos en comparación con los momentos posteriores a dicha reforma en
que las costas van a fijarse en función de la cuantía del proceso en instancia.
Así por ejemplo, en caso de que el litigio verse sobre la procedencia de demolición de
unas obras la cuantía viene determinada por el valor de las obras a realizar (AATS de 21
de julio de 1997; de 21 de julio de 1997).
Mediante la Ley 13/2009 se introdujo un segundo párrafo en este apartado 2 del artículo
42 según el cual también se reputarán de cuantía indeterminada los recursos
interpuestos contra actos, en materia de Seguridad Social, que tengan por objeto la
inscripción de empresas, formalización de la protección frente a riesgos profesionales,
tarifación, cobertura de la prestación de incapacidad temporal, afiliación, alta, baja y
variaciones de datos de trabajadores.
A veces, es tal la obsesión por la cuantía indeterminada que se llega a olvidar que puede
interesar más fijar la cuantía conforme a la cuantía real, por poder ser inferiores las
costas, pese a que dé lugar el asunto a su tramitación mediante un procedimiento
abreviado.
En todas estas reflexiones está subyaciendo la visión que tiene el justiciable sobre la
cuantía y en el fondo sobre su pariente cercano (las «costas»). En el fondo, prueba de
que el criterio del «vencimiento» en materia de costas no es (pese a lo que algunos
procesalistas alegan) igualitario para la Administración y para el ciudadano recurrente,
es el hecho de que solo el recurrente, día a día, tenga que estar preguntándose (a veces
de forma atormentada) por las cuantías y por las costas resultantes. Y, además, por pura
estadística: si los contenciosos se ganan mayormente por la Administración, ¿a quién
beneficia pues el criterio del vencimiento ?
A pesar de la alarma social que cundió en su momento, el problema real no era la tasa
judicial, sino las costas procesales 3).
La liberalización de los servicios profesionales ha dejado notar sus efectos con el propio
letrado, pero persiste el problema principal, es decir, el «letrado contrario» y los
posibles aranceles de los procuradores en función de las cuantías de los contenciosos 4).
El Auto de 15 de marzo de 2017 del Tribunal Supremo, Sala Primera, de lo Civil, Rec.
329/2013, aplica por primera vez la doctrina de la sentencia del TJUE sobre el arancel de
los procuradores reduciendo significativamente dichos aranceles. También se reducen
los honorarios de letrado atendiendo a criterios no sólo basados en la cuantía, sino
también en las circunstancias concurrentes en el pleito, el grado de complejidad del
asunto (...).
FOOTNOTES
1
Este criterio, previsto por la LJCA anterior (a salvo de la mención legal expresa que hace la LJCA
de 1998 a la casación) se desarrolló especialmente por el Tribunal Supremo en tiempos
anteriores a la reforma por la LO 7/2015, que es cuando tenía mayor sentido la cuantía: «la
cuantía vendrá determinada por la suma del valor de las pretensiones objeto de aquéllas, pero
no comunicará a las de cuantía inferior la posibilidad de casación o apelación» (SSTS de 27 de
enero de 1996; de 13 de enero de 1996; de 13 de enero de 1996; AATS de 19 de enero de 1998; de
7 de abril de 1997, siguiendo y reafirmando el artículo 50.3 de la LJCA de 1956, ahora 41.3 de la
LJCA de 1998).
Recordemos las quejas de abogados y otros profesionales, lo que finalizó con el artículo 11
del Real Decreto-ley 1/2015, de 27 de febrero, de mecanismo de segunda oportunidad,
reducción de carga financiera y otras medidas de orden social (convalidado mediante Acuerdo
del Congreso de los Diputados de 12 de marzo de 2015 y publicado en el B.O.E. de 18 de marzo)
que suprimió la tasa judicial para las personas físicas. Y la STC 140/2016, de 21 de juliode
2016 (RTC 2016, 140), declaró la inconstitucionalidad y nulidad de las tasas judiciales
correspondientes a los órdenes jurisdiccionales contencioso-administrativo y social y de
determinadas tasas correspondientes a procesos en el orden jurisdiccional civil para las
personas jurídicas. Y, sin embargo, las cantidades por tasas llegan a ser ridículas en relación con
las posibles cantidades que resultan de aplicar, en el mismo asunto, en la tasación de costas, las
tablas de los libros de honorarios, no siendo sino los colegios profesionales quienes las han
elaborado.
De ahí que se estén presentando en los propios tribunales este debate de la posible
desproporción a veces de los derechos arancelarios de los procuradores (STS 108/2013, recurso
de amparo 7128-2011; ATS de 19 de julio de 2011, bajando la cifra de los 106.769,27 euros a
12.500 por ser la mitad de los honorarios del letrado y por poder el Supremo limitar estas
cantidades resultando desproporcionadas; y AAP de Barcelona de 1 de marzo de 2012, CENDOJ
08019370152012200001; e informe de la Comisión Nacional de los Mercados y de la
Competencia 86/13 recomendado la liberalización en este ámbito).
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Cuarta Parte. Procedimiento contencioso-administrativo en primera o única
instancia
Capítulo XX. Diligencias preliminares. Recurso de lesividad (artículo 43 LJCA)
Capítulo XX
Sumario:
A. DOCTRINA GENERAL
La lesividad es, ante todo, expresión de una regla genuinamente jurídica por la que se
impide a la Administración sustituir directamente un acto por acto, ya que esta
pretensión tiene que seguir alguno de los cauces revisorios de actos, dentro de los que se
incardina, pues, la lesividad, cuando además concurren sus presupuestos 2).
Téngase también en cuenta que este régimen procesal ( artículo 43 de la LJCA) viene
tradicionalmente entendiéndose por referencia a la impugnación de actos
administrativos y no de disposiciones de carácter general , presuponiéndose que en
estos supuestos lo que procede no es sino la derogación de la norma, a salvo de cuando
la LPAC prevé la revisión de oficio de las disposiciones generales nulas, «que no opera
en ningún caso, como acción de nulidad» en favor de terceros (decía ya la Exposición de
Motivos de la citada Ley 4/1999, de modificación de la Ley 30/1992, de 26 de noviembre,
en el contexto del derogado artículo 102.2 de la LRJAP-PAC).
B. NATURALEZA JURÍDICA
La lesividad impone a la Administración un iter que puede entenderse bajo esa ratio
característica del Derecho administrativo de pautar el acto y conformar su adecuación a
Derecho, pero también como garantía del posible afectado.
Acabamos de ver, como primer presupuesto, la existencia de una declaración como tal
de lesividad 8).
Y, también, en esta línea igualmente característica de los tribunales de pasar por alto
posibles defectos de la actuación sometida a su revisión, que si el supuesto de referencia
es un acto producido por la Administración General del Estado, si bien es exigible
Informe de los Servicios Jurídicos correspondientes, esta exigencia no es un
verdadero presupuesto de la declaración, sino de una norma de carácter interno, cuyo
incumplimiento por sí solo no da lugar a la invalidez de tal declaración administrativa
(STS de 21 de abril de 1994).
Profundizando en las garantías que pueden interesar al afectado por este proceso de
lesividad, es preciso referirse a la posible caducidad del procedimiento prevista en el
artículo 107.3 de la LPAC (antes, 103.3 de la LRJAP-PAC) : «t ranscurrido el plazo de
tres meses desde la iniciación del procedimiento sin que se hubiera declarado la lesividad
se producirá la caducidad del mismo» .
Otra garantía que puede interesar es el derecho de audiencia . Dentro del «variopinto»,
y a veces contradictorio, panorama existente sobre el derecho de audiencia en las
sentencias al uso de nuestra jurisdicción, puede citarse, en el contexto de la lesividad, la
SAN de 1 de junio de 2004 (JT 2004, 1086), rec. 931/2001. En el presente asunto, tras
exponerse la regulación sobre tal derecho de audiencia en el contexto de la lesividad y
general de la legislación de procedimiento, se relativiza la trascendencia del asunto
acudiendo al manido criterio de que, «aun de haberse producido algún defecto formal
de tramitación, lo que únicamente se acepta a efectos dialécticos, en ningún caso se
habría causado indefensión a la recurrente, que ha tenido trámites posteriores
suficientes para alegar lo conveniente a su derecho», además de citar una sentencia al
caso del TS (en concreto la de 20 de julio de 1992) y terminar derivando la culpa al
particular considerando que éste no ha concretado «cuáles son las razones por las
cuales se habría ocasionado una irreparable indefensión del recurrente».
Por otro lado, es presupuesto de la acción de lesividad de los actos anulables el que se
respete el plazo de cuatro años dentro del cual es permisible dicha lesividad (STSJ
de Aragón núm. 75/2005, de 4 de febrero de 2005 revocando la sentencia impugnada 10)).
Sin que el inicio de este procedimiento paralice o interrumpa el plazo de caducidad de
cuatro años. Y pudiendo empezar de nuevo el procedimiento la Administración si no
agota el plazo de los cuatro años. El acto de lesividad ha de ser motivado.
D. FASE JUDICIAL
Las restantes particularidades, como que el proceso comience con demanda , que con
ella se acompañe el expediente administrativo y se identifique con precisión a la
persona o persona demandadas, así como se incorpore la declaración de lesividad, no
son sino la consecuencia natural y propia derivada de aquella especialidad que afecta a
la naturaleza del acto objeto de la pretensión y, por ende, a la identidad y posición
procesal de los intervinientes (sentencia de la Audiencia Nacional de 1 de junio de 2004,
rec. 931/2001).
Importa aclarar Asimismo, la posición procesal que pueden mantener los «terceros»
en este tipo de procesos de lesividad 12). En este sentido, la STS de 23 de abril de 2004
afirma que «la declaración de lesividad no tiene más efecto que el de permitir a la
Administración instar la impugnación jurisdiccional de un acto dictado por ella misma,
y es dentro del proceso jurisdiccional que así se inicie donde han de ser emplazados
todos los demás interesados en mantener la validez de dicho acto y donde pueden hacer
valer, en beneficio de sus derechos e intereses, todo lo que estimen conveniente en
contra de esa declaración de lesividad y de la nulidad pretendida frente al acto que haya
sido objeto de la declaración de lesividad» 13).
La lesividad tiene auge en la práctica jurídica, y afecta a cualquier ámbito del Derecho
administrativo 15)». Acaso destacaríamos su aplicación creciente en materia contractual
superando obstáculos iniciales a su aplicación, o con interesantes peculiaridades en
materia de expropiación forzosa (en relación con las impugnaciones por el Estado de
los Acuerdos de los Jurados de Expropiación, que precisamente se hacen por el cauce de
la lesividad). En estos casos, la consecuencia de la lesividad podrá ser no solo la
anulación del acto lesivo, por ser ilegal (y preferiblemente perjudicial al interés
público), sino también la afirmación de un criterio distinto del que sostiene el acto
anulado 16).
Asimismo, la lesividad puede llegar a proceder en casos en que han cambiado las
situaciones fácticas que justificaron su dictamen; o si no se tuvieron en cuenta
suficientemente dichos cambios, o se desconocían. En este contexto, la SAN de 30 de
diciembre de 2014 (JUR 2015, 18951), recurso 710/2013, estima el recurso de lesividad
interpuesto en un supuesto en que se había otorgado la nacionalidad a un sujeto, sin
tener en cuenta (por desconocimiento en tal momento de tal otorgamiento) de la
comisión de delitos, hecho que impide la nacionalidad según la legislación aplicable.
Una vez se verifica el hecho, es cuando se interpone la lesividad, que se estima
judicialmente.
En la práctica podrá ocurrir que el perjuicio esté claro, pero que la Administración
descuide argumentar la ilegalidad del acto cuya lesividad se pretende por la
Administración. Interesante es cómo, aunque la SAN de 30 de junio de 2011 (RJCA
2011, 518), rec. 227/2010 desestima la demanda de lesividad considerando que el acto
causa un perjuicio, pero no es ilegal (la rehabilitación de un secretario municipal),
mientras que la STS de 13 de marzo de 2013 (J2013/55451) revoca la sentencia de la
Audiencia Nacional considerando que está acreditada la anulabilidad del acto 19).
En principio, parece claro que el ámbito genuino de la lesividad lo constituyen los actos
anulables favorables a un particular. La lesividad podrá tener un doble carácter: o bien
la devolución de una cantidad indebidamente ingresada por el particular si concurren
los presupuestos de la lesividad (básicamente, ilegalidad y perjuicio), o bien la
correspondiente indemnización a favor del afectado cuando (por ejemplo, en materia de
licencias) se ha otorgado un acto favorable y su anulación conlleva indemnizar por los
perjuicios ocasionados.
Ahora bien, donde queremos llegar, con todo este estudio previo, es a configurar la
lesividad como el mecanismo principal y general en materia de revisión o
revocación de actos.
Por ejemplo, puede haber casos fronteros entre revocación y lesividad 22). Pongamos el
caso de todos esos actos en los que no se advierte en principio un acto favorable de
forma concreta o singularizada, porque el acto administrativo lesivo no tiene ab initio
ese carácter, sino un sentido más objetivo o general (por ejemplo, bases, pliegos, actos
presupuestarios), pese a que se identifica finalmente una persona que defiende el
criterio contrario a la anulación del acto cuya erradicación interesa a la Administración.
En casos interpretables, o de dudas más que razonables, entre revocación y lesividad, o
entre revisión de oficio y lesividad, esta última se impondría como mecanismo general
de revisión. Y es que la lesividad viene a ser la forma jurídicamente más rigurosa (para
la Administración) en el caso concreto. Solo faltaría que, en caso de duda, por situarse la
Administración en el plano más estricto para ella, finalmente unprurito interpretativo
del juzgador llevara a la anulación de lo actuado por ser improcedente la lesividad.
Obviamente, esta situación será fronteriza con esa otra en que la lesividad deba ser
declarada, con todo merecimiento, inadmisible, por no concurrir sus presupuestos 23) o
incluso innecesaria 24). Pero estamos pensando más bien en casos en que podría haber
sido más adecuada, en una posible interpretación distinta, la revisión o la revocación. Se
impondría, en la praxis, antes de declarar la inadmisión de la lesividad, observar si, en
realidad, estamos ante esta situación en que podría haber procedido la nulidad o la
revocación, pero se ha optado por la forma más garantista respecto de ese particular
que puede estar rondando en torno a un acto que a priori no aparece claramente
favorable.
Puede apoyarse esta afirmación en la STS de 13 de febrero de 2013 (RJ 2013, 3512)
(rec. 5788/2006). Los recurrentes llegaban a invocar, como argumento de defensa, la
procedencia de la revocación, y no de la lesividad, para repercutir por la Administración
contra una liquidación tributaria. Esta sentencia entendió, primero, que si el acto es
favorable, procede la lesividad, y, segundo, que «resulta llamativa la tesis de los
recurrentes en el sentido de entender que la liquidación girada por la tasa y declarada
lesiva no es un acto favorable, pues su aceptación supondría que la Administración
podría anular liquidaciones, y sustituirlas por otras más gravosas, sin sujetarse al
procedimiento de lesividad, conclusión que claramente perjudica la posición de los
administrados y también de los recurrentes » 25). Doctrina ésa que nos parece un ejemplo
a seguir 26).
FOOTNOTES
1
En cuanto al caso más común, del ejercicio de las pretensiones de anulación contra actos
expresos y presuntos, el artículo 25 de la LJCA presupone que el recurso contencioso-
administrativo se ejercita contra un acto que ha agotado la vía administrativa, ya sea definitivo
o de trámite. El artículo 46.4 de la LJCA considera que el recurso de reposición tiene carácter
potestativo. Si se opta por el recurso de reposición, no podrá interponerse recurso contencioso-
administrativo hasta que sea resuelto expresamente o se haya producido la desestimación
presunta del recurso interpuesto.
La LRJAP-PAC 30/1992 previó una comunicación previa a la Administración para poner a ésta al
corriente de la interposición de un recurso contencioso-administrativo (artículo 110.3). El
Tribunal Supremo venía matizando y suavizando el rigor de este formalismo, así, la STS de 17
de septiembre de 1996 a cuya lectura es preciso remitirse (igualmente, SSTS de 22 de abril de
1996; y de 3 de febrero de 1998, AA 30 1998 § 575). Por su parte, el Tribunal Constitucional (SSTC
83 y 84/1996) declaró que la formalista y literal interpretación de la comunicación previa a que
se refiere el apartado 3 de la Ley 30/1992 no resulta conforme a las exigencias derivadas del
derecho a la tutela judicial efectiva, debiendo en todo caso configurarse la omisión de la
referida comunicación previa como un defecto subsanable (en este mismo sentido la STS de 22
de julio de 1996: «resulta un defecto procesal subsanable»).
El artículo 103 de la Ley 30/1992 («declaración de lesividad de actos anulables») eliminó esta
potestad revisora de la Administración, con lo que se obliga a ésta a acudir a los órganos
jurisdiccionales si quiere revisarlos, mediante la pertinente declaración de lesividad y posterior
impugnación.
Véase E. GARCÍA DE ENTERRÍA, «La configuración del recurso de lesividad», RA P 15, 1954; V. ESCUÍN
PALOP, «Reflexiones sobre la naturaleza jurídica de la declaración de lesividad », REDA n.º 126
abril-junio 2005, pp. 247-261.
Según el artículo 19.2 de la LJCA, «la Administración autora de un acto está legitimada para
impugnarlo ante este orden jurisdiccional, previa su declaración de lesividad para el interés
público en los términos establecidos por la Ley».
Para la sentencia de la Audiencia Nacional de 1 de junio de 2004 (JT 2004, 1086), rec.
931/2001, sobre la naturaleza jurídica de la declaración de lesividad : este respecto, conviene
recordar que, pese a que la naturaleza jurídica de la declaración de lesividad es polémica, parece
predominar la postura de que constituye un requisito preprocesal, lo que en otras palabras viene
a significar que no es un acto administrativo propiamente dicho, a través del cual se ejercite
una potestad legal de tal carácter ni, por tanto, es susceptible de impugnación, ya que la
vocación de aquél, en tanto que conduce y remite necesariamente al proceso jurisdiccional es
causa suficiente como para que las razones que, de fondo o forma, puedan aducirse frente a la
declaración de lesividad, sean hechas valer en el correspondiente proceso, sin merma alguna
del derecho constitucional a la defensa, toda vez que, por así decirlo, estamos en presencia de
un acto que carece de contenido declarativo propio y definitivo, pues está limitado a la
constatación de un hecho que, sin embargo, carece de validez y de trascendencia por sí mismo,
pues la declaración que se efectúa mediante la declaración de lesividad no constituye una
presunción de invalidez ni modifica la situación jurídica derivada del acto declarativo de
derechos en favor de quien, en este proceso, ha de ser parte demandada, pues es un acto que no
es nada sin el proceso que le sigue, donde ha de definirse el ámbito propio de la impugnación.
En otras palabras, lejos de consistir en una modalidad de los procedimientos de revisión de
oficio, en que la Administración –siempre con el ulterior control jurisdiccional– tiene en sus
manos la potestad de invalidar los actos que adolezcan de determinados vicios particularmente
graves ( artículos 102 de la Ley 30/1992 y 153 y siguientes de la Ley General Tributaria, en
relación con los actos de este género), el complejo formado por la declaración de lesividad y el
proceso jurisdiccional que le sigue no atribuyen a la Administración otra facultad que la de
accionar, impetrando de los Tribunales la nulidad de un acto que ella misma no puede declarar .
STS de 23 de abril de 2004, [RJ 2004, 2649]. Añade la STS de 29 de abril de 2004 que «el
acuerdo que declara la lesividad de un acto administrativo no es susceptible de impugnación
toda vez que la declaración de lesividad es tan sólo un presupuesto procesal o trámite previo
para que la Administración pueda interponer recurso Contencioso-Administrativo»,
confirmando la doctrina de la STS de 23 de abril de 2002, al señalar que «ciertamente, la
declaración de lesividad, regulada anteriormente en el artículo 110 de la Ley de
Procedimiento Administrativo (...), constituye un mero presupuesto procesal para la
interposición del recurso Contencioso-Administrativo por parte de la Administración contra sus
propios actos favorables o declarativos de derechos, siendo en el proceso que se promueva con
base en esa declaración de lesividad donde se dilucidará si efectivamente concurre causa de
anulabilidad en el acto declarado lesivo».
Asimismo, para la STS de 21 de abril de 1994, « no es necesario que el acto agote la vía
administrativa» (es decir, «el requisito exigido en los supuestos generales, por el artículo 37 de
la Ley de la Jurisdicción de 1956, no es aplicable a este proceso especial de lesividad»). Sobre la
irrecurribilidad de las declaraciones de lesividad, J.A. SANTAMARIA PASTOR, «El nuevo régimen de la
revisión de oficio y de los recursos administrativos», RVAP n.º 105 2016 pp. 248.
Este mismo criterio en cuanto al dies a quo se fija por la STS de 2 de noviembre de 2011 (recurso
número 4256/2008), si bien en otro tipo de procedimientos.
10
Interesa seleccionar estos dos párrafos de la sentencia: «Pero sucede que el tiempo transcurrido
desde el otorgamiento de la licencia el 28 de julio de 1992 hasta que a principios de 2001 el actor
solicitó la revisión de la misma, constituye impedimento insalvable para invalidar aquella
licencia, o más propiamente, la resolución municipal que la otorgó. Tropieza con el plazo legal
dentro del cual es permisible la lesividad de los actos anulables: cuatro años desde que se dictó el
acto administrativo en cuestión (artículo 103 de la Ley de procedimiento administrativo común,
precepto modificado por la Ley 4/1999, de 13 de enero ). Límite legal, garante de la seguridad
jurídica a la que se subordinan las cuestiones de legalidad de segundo grado, que es aplicable en
cuanto a la irregularidad que advierte la sentencia apelada en la licencia en cuestión respecto de
las determinaciones del planeamiento aplicable (Normas Subsidiarias) , puesto que la actividad
fue autorizada en un local ubicado en suelo calificado de uso industrial especial cuya definición
no permite, según se dice, actividades que excedan de las propias de servicio,
independientemente de las prescripciones del Plan General municipal, aprobado inicialmente, a
la sazón». (...) «Dicho todo lo anterior, la anunciada estimación de los recursos de apelación en
cuanto a la actividad desplegada por la susodicha empresa en el local sito en la calle Picasso, 12,
no supone para el actor ver definitivamente fenecido su legítimo derecho a conseguir la inocuidad
de la actividad en cuestión desarrollada por la empresa vecina. Porque independientemente de
que tal momentáneo desenlace sólo se debe a la pasividad del interesado quien debió instar en
plazo la citada revisión de acto anulable (artículo 103 antes de su reforma por la antes citada
Ley 4/1999) formalizando documentalmente su oposición verbal al emplazamiento en aquel
lugar de la indicada industria, es cosa que siempre puede hacer demandando al Ayuntamiento la
adopción de las consiguientes medidas correctoras , el cual, obligado a controlar la adecuación
de las mismas durante el funcionamiento de la industria, y exigir la adopción de las pertinentes,
puede llegar, en su caso, a revocar la licencia si todas las posibles resultan insuficientes, no
siendo, “en consecuencia, necesaria la adopción de un acuerdo de lesividad en el caso de las
licencias –procedimiento al que se refería el apelante ante el Tribunal Supremo–, aunque ellas
sean definitivas y, por lo tanto, mucha menos necesidad existe de tal medida legal, cuando se
trata de licencias provisionales” (sentencia del Tribunal Supremo de 13 de noviembre de 1989)».
Como podemos apreciar, se entiende que la pretensión del interesado puede canalizarse a
través de otro tipo de procedimiento distinto al de lesividad. En este caso se trata del
otorgamiento de licencia de apertura de actividad molesta sin cumplimiento del requisito
previo de notificación a los vecinos del lugar donde se va a instalar.
11
12
Más explícita es la sentencia de la Audiencia Nacional de 1 de junio de 2004 (rec. 931/2001): «Por
esa misma razón, existen determinadas dificultades de ajuste para dar cabida en esta particular
modalidad procesal a la intervención de terceros que, lejos de ser destinatarios del acto
combatido y, por tanto, interesados en su mantenimiento, participarían de los mismos intereses
que la Administración demandante, en tanto beneficiarios de la nulidad que ésta postula. La
Ley no prevé otra modalidad de intervención de terceros que la de demandado, no sólo por su
mención explícita, excluyente de cualquier otra solución, sino porque precisamente la
especialidad procesal en que el proceso de lesividad consiste se monta sobre el presupuesto de
que es la Administración la que recurre, y no otra persona natural o jurídica, atendida la
exigencia del requisito sustancial de la declaración de lesividad a los intereses públicos,
inconcebible en un particular». Las únicas posibles soluciones para integrar la, al menos
aparente laguna legal advertida, serían las siguientes: a) de una parte, reducir a la
Administración y al destinatario del acto recurrido la participación en el proceso, excluyendo a
terceros interesados, lo que sustenta algún sector doctrinal, con fundamento en el hecho de que
el principio de dualidad de partes quedaría salvaguardado mediante la llamada al proceso,
como demandados, de los directamente interesados en el mantenimiento del acto que se
impugna, tesis ésta que, en casos como el presente, dada la dependencia o condicionamiento
que el acto debatido representa para la situación de SEPI, podría suponer una vulneración de su
derecho constitucional a la defensa; b) permitir una participación de tales terceros congruente
con la verdadera situación procesal en la que se encuentran, derivada de su relación con el
objeto litigioso, con lo que sólo podrían ser, de hecho, «codemandantes», lo que tropieza con el
inconveniente de que esta figura del tercero interesado en la impugnación del acto ha sido
reiteradamente rechazada en nuestro proceso contencioso-administrativo, además de que
resulta difícil de compaginar con la especialidad procesal que nos ocupa y con el cumplimiento
de los requisitos sustantivos previos; y c) dar cabida a tales terceros en calidad de
codemandados, aun a sabiendas de que no lo son en sentido estricto y que, de facto , mantienen
una posición antagónica con el demandado propiamente dicho a que se refiere el artículo 45.4
de la Ley Jurisdiccional, que es la solución que finalmente se ha adoptado, ante la consideración
del indudable interés de SEPI por comparecer en el presente proceso, por las razones ya expuestas.
Que la entidad SEPI tiene derecho a intervenir en este proceso no tiene discusión posible .
Por su parte, la sentencia del TSJ de Andalucía, sede de Granada, de 26 de junio de 2000 afirma
que quien interviene en la posición de demandado en este tipo de procesos de lesividad no
puede mantener más que la legalidad del acto, recordando Asimismo, la imposibilidad de
reconvención en los contenciosos: «antes de adentrarnos en el examen de la cuestión debatida,
es preciso reseñar que el proceso contencioso-administrativo de lesividad no es un proceso
reconvencional donde el demandado, en este caso, que fue reclamante en vía económico-
administrativa, pueda sostener otra pretensión distinta a la de confirmación del acto
administrativo impugnado».
14
15
Por ejemplo se practica contra una liquidación tributaria ( STS de 13 de febrero de 2013 (RJ
2013, 3512), rec. 5788/2006), un justiprecio (STSJ de Madrid de 3 de noviembre de 2014 rec.
1215/2010), contra un trienio erróneamente reconocido (STSJ de Canarias, Santa Cruz de
Tenerife, de 14 de enero de 2002, rec. 107/2001), contra la adjudicación ilegal de un programa
urbanístico y selección del urbanizador ( STS de 30 de septiembre de 2013 (RJ 2013, 7499),
rec. 5904/2010), contra la autorización de la utilización de unas parcelas (STSJ de Asturias de 16
de febrero de 2011, rec. 119/2010), contra el acto que autoriza la colocación de una tubería en
un camino público (STS de 7 de noviembre de 1985 RJ 358), contra una cláusula de una
concesión demanial relativa a la tasa por ocupación del dominio público (STSJ de Canarias, Las
Palmas, de 17 de enero de 2013, rec. 915/2010), contra una subvención (STS de Murcia de 27 de
noviembre de 2006, rec. 279/2003), contra la resolución por la que indebidamente se devolvían
unos ingresos a un particular por parte de la Administración tributaria (STSJ de Canarias, Santa
Cruz, de 27 de octubre de 2011, rec. 38/2010), la venta por gestión directa (STSJ de Cataluña de
17 de octubre de 2003, rec. 1286/2003), la liquidación de plusvalía practicada por el
Ayuntamiento (STSJ de la Comunidad Valenciana de 15 de enero de 2014, rec. 63/2003,
apoyándose igualmente en la reformatio in peius , ya que la liquidación había agravado la
situación del particular). En cambio, no procede si el acto recurrido es un acto de trámite (
STS de 11 de junio de 2014 (RJ 2014, 3424), rec. 4159/2012).
La lesividad es pertinente cuando se omiten los informes debidos, según la STSJ de Andalucía de
19 de julio de 2017 anulando la declaración de interés turístico de campo de golf al haberse
omitido los informes técnicos necesarios. El Tribunal declara la conformidad a Derecho de la
declaración de lesividad, anulando la declaración de interés turístico, al haber producido la
Administración, por silencio administrativo, un acto que supone un perjuicio para el medio
ambiente o la planificación municipal sin asiento normativo habilitante, contrario a la
normativa aplicable y, por todo ello, llevando implícito un perjuicio para el interés público.
Procede asimismo la lesividad para reclamar a un abogado reembolso por haberle pagado
honorarios de más. Además, “a la anterior argumentación que nos conduce a estimar la
declaración de lesividad, podemos añadir que dicha tramitación supone una mayor garantía
para el administrado que la mera reclamación por pago indebido que pudiera conducir a la
restitución de las cantidades abonadas en concepto de honorarios profesionales” ( STSJ
713/2015, de Asturias de 14 de octubre de 2015 (JUR 2015, 243553)).
16
Por ejemplo, podrá revisarse una liquidación tributaria porque la cifra es incorrecta, siendo
otra cifra la correcta (lo presupone la STS de 13 de febrero de 2013, rec. 5788/2006). Lo mismo
puede decirse de la revocación de actos (STSJ de Extremadura de 25 de marzo de 2010).
17
Para que un «acto administrativo declarativo de derechos» pueda ser declarado lesivo para la
Administración, a efectos de su ulterior impugnación por aquélla ante la jurisdicción
contencioso-administrativa, es menester: a) Que, el acto incurra en alguna forma de infracción
del Ordenamiento Jurídico y, sea posible su anulación. b) Que el acto en cuestión lesione
intereses públicos de carácter económico o de otra naturaleza. c) Que no hayan transcurrido
más de cuatro años desde la fecha en que el acto que se pretende anular fuera dictado» (STS de
21 de abril de 1994).
18
No obstante, estas características que debe reunir un acto administrativo para ser invalidado
previa su declaración de lesividad pueden completarse: a) que el acto sea anulable, esto es, que
incurra en cualquier infracción del ordenamiento jurídico, incluso la desviación de poder; b)
que el acto sea lesivo para los intereses públicos, sin que la ley especifique en qué ha de
consistir la citada lesión; c) que el acto sea favorable para el interesado; d) además, su revisión
no puede entrañar el ejercicio de una potestad contrario a la equidad, a la buena fe, al derecho
de los particulares o a las leyes, lo que sucedería «por prescripción de acciones, por el tiempo
transcurrido o por otras circunstancias» que permanecen innominadas en el precepto de la
legislación procedimental administrativa; y e) ha de recaer sobre actos firmes, toda vez que el
procedimiento que nos ocupa constituye un mecanismo subsidiario de invalidación de actos
que no puede sustituir a los habituales mecanismos impugnatorios normales, sin perjuicio de la
consideración de que, obviamente, los actos favorables suelen ser firmes por irrecurribles,
salvo en aquellos supuestos de relaciones plurilaterales en que un acto es, al mismo tiempo,
favorable para un destinatario y desfavorable o gravoso para otro o para un tercero ajeno a la
relación jurídica contemplada (sentencia de la Audiencia Nacional de 1 de junio de 2004; rec.
931/2001).
19
Razona así esta STS de 13 de marzo de 2013 (RJ 2013, 4422): «lo primero a subrayar a este
respecto es que la rehabilitación funcionarial no es una potestad libre de la Administración,
pues su válido ejercicio requiere inexcusablemente tomar en consideración los criterios
normativamente previstos para dicha rehabilitación (aquí en ese artículo 59.2 del citado
Reglamento) y justificar motivadamente que las circunstancias singulares del interesado no
individualizan, o lo hacen en muy escasa medida, esos criterios que son enunciados como
expresivos de factores o valores que son contraproducentes para el buen desempeño
funcionarial. (...) Y lo tercero a resaltar es que la improcedencia de la rehabilitación así
resultante no solo hace a esta contraria a los intereses públicos, también la hace estar incursa en
infracción del ordenamiento de dicho artículo 59.2 del Reglamento y, por ello, en causa de
anulabilidad».
20
Abogacía General del Estado, Dictámenes de 8 de Mayo y de 19 de Junio de 2003, entre otros.
21
No obstante, la mayor parte de los supuestos, en un plano operativo, se dilucidan a través del
criterio de si el acto es favorable o es de gravamen para practicar respectivamente, bien la
revisión de oficio o la lesividad, bien la revocación ( STS de 5 de febrero de 2014 (RJ 2014,
1306), rec. 2202/2011 FJ 6.º).
22
En todo caso, «la revocación no opera por causas de ilegalidad sino por causas de oportunidad».
Y, por su parte, lo que no sería procedente, obviamente, sería una lesividad por puros motivos
de oportunidad. Puede verse M.A. CORRAL GARCÍA, en Varios autores, Procedimiento administrativo
local, Madrid 2010 p.769.
23
Puede tenerse también en cuenta la reforma hecha sobre el artículo 19.4 de la LJCA por la
Ley 34/2010: «las Administraciones públicas y los particulares podrán interponer recurso
contencioso-administrativo contra las decisiones adoptadas por los órganos administrativos a
los que corresponde resolver los recursos especiales y las reclamaciones en materia de
contratación a que se refiere la legislación de Contratos del Sector Público sin necesidad, en el
primer caso, de declaración de lesividad».
Algo parecido ocurre sentencia del Tribunal de Cuentas 7/2006, de 7 de abril de 2006 (JUR
2007, 37163): «Las pretensiones que las Administraciones públicas ejerzan ante el Tribunal de
Cuentas, mediante los procedimientos judiciales establecidos al efecto, no requieren
previamente declarar lesivos los actos que impugne, según establece el art.47 de la LO
2/82 y 55.1 de la Ley 7/88 de Funcionamiento de este Tribunal».
25
Se destaca, así, en general, el carácter más garantista de la lesividad respecto de otras posibles
soluciones. La STSJ de Castilla y León (Burgos) de 23 de mayo de 2014 (rec. 60/2014) confirma
que, si la Administración quiere proceder al reintegro de una cantidad, la vía adecua es la
lesividad, frente a las pretensiones del Ayuntamiento, en este caso enjuiciado, de no seguir tal
procedimiento. Se afirma, igualmente, que el recurso de reposición posterior no es suficiente
para subsanar la ausencia de este procedimiento de lesividad. «Además tampoco podemos
olvidar que el procedimiento de lesividad es mucho más garantista frente al interesado que el
procedimiento del art.77 de la LGP , amén de que la situación procesal a ocupar por cada
parte es diferente en uno y en otro procedimiento».
26
Así una cosa es que la lesividad pueda ser improcedente en un caso en que falte el presupuesto
de la ampliación del patrimonio del interesado (que ciertas sentencias destacan como
presupuesto de la lesividad, enfatizando el requisito del acto favorable lesivo) y otra que se
utilice este criterio para declarar aquella inadmisible, pese a que podría haber procedido
entonces la revocación del acto. Un ejemplo de tal presupuesto puede ser la STS de 29 de
diciembre de 2003, Rec. 7992/1999, cuando aclara qué debe entenderse por actos declarativos de
derechos o favorables: «aquéllos que amplían el patrimonio jurídico del destinatario,
otorgándole un derecho que antes no existía, o, al menos eliminando algún obstáculo al
ejercicio de un derecho preexistente, o reconociendo una facultad, un plus de titularidad o de
actuación. Y por derecho entiende la doctrina de este Tribunal la situación de poder concreta y
consolidada, jurídicamente protegida, que se integra en el patrimonio jurídico de su titular al
que se encomienda su ejercicio y defensa». Un ejemplo de utilización incorrecta en dicho
sentido, de tal presupuesto, puede ser la sentencia 186/2017 del Juzgado de lo contencioso-
administrativo 7 de Valencia, de 30 de junio de 2017 (se basa en la STSJ 767/2016 de Murcia,
desestimando una lesividad por el hecho de no identificar un acto favorable que enriquezca el
patrimonio de un administrado). Pueden verse también las STS de 23 de abril de 1985 [RJ
1985, 4742], y STS de 8 de noviembre de 1983 [RJ 1983, 5998].
27
El carácter esencial del informe hace que sea determinante para la resolución del
procedimiento, y su omisión constituye causa de nulidad de pleno derecho. No obstante lo
anterior, la Sala entra a resolver sobre si el acto declarado lesivo incide o no negativamente en
el interés público, afectación negativa de la que no duda al ser evidentes las razones
urbanísticas y medioambientales afectadas por dicha declaración. Es decir, el carácter lesivo del
acto para el interés público es intrínseco a las omisiones de la normativa de aguas y ordenación
del territorio. Finalmente, el Decreto 43/2008, que regula las condiciones de implantación y
funcionamiento de campos de golf en Andalucía, dispone imperativamente que el proyecto
debe someterse a informe preceptivo. Por ello, cuando la Administración provoca por silencio
administrativo un acto que supone un perjuicio para el medio ambiente o la planificación
municipal, el acto lleva ínsito el perjuicio para el interés público y procede, sin más, la
declaración de lesividad .
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Cuarta Parte. Procedimiento contencioso-administrativo en primera o única
instancia
Capítulo XXI. Litigios entre administraciones públicas (artículo 44 LJCA)
Capítulo XXI
1. «En los litigios entre Administraciones públicas no cabrá interponer recurso en vía
administrativa. No obstante, cuando una Administración interponga recurso contencioso-
administrativo contra otra, podrá requerirla previamente para que derogue la disposición,
anule o revoque el acto, haga cesar o modifique la actuación material, o inicie la actividad a
que esté obligada.
Esta regulación se completa con la prevista en el artículo 46.6 de la misma LJCA: «En
los litigios entre Administraciones, el plazo para interponer recurso contencioso-
administrativo será de dos meses, salvo que por Ley se establezca otra cosa. Cuando
hubiera precedido el requerimiento regulado en los tres primeros apartados del artículo
44, el plazo se contará desde el día siguiente a aquel en que se reciba la comunicación
del acuerdo expreso o se entienda presuntamente rechazado».
Como puede apreciarse la LJCA afirma que el requerimiento deberá dirigirse al órgano
competente mediante escrito razonado que concretará la disposición, acto, actuación o
inactividad.
El requerimiento, para que sea anulado el acto o acuerdo, deberá ser motivado y
expresará la normativa que se estime vulnerada. Tiene carácter potestativo, conforme al
tenor literal de los citados preceptos («podrá requerirla», «sin necesidad de previo
requerimiento») y a la doctrina (por todos, F. GONZÁLEZ NAVARRO, en S. MUÑOZ MACHADO,
director, Tratado de Derecho Municipal I , Madrid, 1988, p. 486).
Por tanto, el plazo para el requerimiento se computa desde la comunicación formal del
acuerdo, sin que basten otras formas de conocimiento. Así lo declaró la Sentencia del
Tribunal Supremo de 25 de febrero de 2011 y lo reitera la Sentencia del Tribunal
Supremo de 17 de marzo de 2015 (RC 4412/2012). Por otra parte, hay que precisar que
dicha vía del requerimiento contemplada en el art. 44 LJCA solo es aplicable cuando
ambas Administraciones actúan como tal, no si actúan como particulares. Ahora bien,
en el caso de convenios urbanísticos suscritos en virtud de las respectivas competencias,
debe considerarse que ambas Administraciones actúan como tales (salvo, entiendo, que
una de las Administraciones suscribiese un convenio en su estricta condición de
propietario de un terreno), como declara la Sentencia del Tribunal Supremo de 12 de
diciembre de 2014 (RC 3875/2012 FJ 10.º).
Por lo que se refiere al plazo de recurso de dos meses del artículo 46.6 LJCA, los
Tribunales no han condescendido frente a la inobservancia del plazo de recurso y así
la STS de 10 de noviembre de 1997 declara extemporáneo el recurso presentado fuera
del plazo de los dos meses desde el envío del acto o acuerdo, declarando además que, si
se requiere a la Corporación local, dicho requerimiento ha de hacerse dentro del plazo
de los quince días desde la recepción del acuerdo; de hacerse el requerimiento fuera de
plazo, el recurso es extemporáneo si han pasado los dos meses desde el envío del
acuerdo, sin que tampoco prospere la alegación de que el dies a quo comienza con la
publicación del acuerdo en el Boletín Oficial (pueden verse también, en este sentido, las
SSTS de 12 de julio de 1991 y de 12 de noviembre de 1997).
El apartado final del artículo 44 de la LJCA deja «a salvo» lo dispuesto sobre esta
materia en la legislación de régimen local . En este ámbito, conforme al capítulo III del
Título V de la LBRL (artículos 63 y ss.) y otros preceptos del ROF (artículos 214 y
ss.) el nuevo sistema de relaciones de conflicto entre las Entidades Locales y las demás
Administraciones se judicializa, como es bien conocido, y se prevé, junto a la
impugnación de los actos o acuerdos de las Corporaciones locales, la posibilidad de un
requerimiento a las Administraciones locales, siempre en relación con los casos de los
artículos 65 y 66 de la LBRL (infracción del ordenamiento jurídico y menoscabo de las
competencias del Estado o de la Comunidad Autónoma, respectivamente; conforme a la
STS de 30 de junio de 1998 la jurisdicción contencioso-administrativa conoce también
respecto de las impugnaciones sobre condiciones de trabajo del personal laboral).
Conviene decir algo más sobre el ámbito local. En primer lugar, no siendo más que
potestativo el requerimiento, queda abierta la posibilidad de impugnar directamente,
conforme al plazo general de dos meses, los actos o acuerdos de las Corporaciones
locales ( artículo 46.6 de la LJCA; STS de 22 de diciembre de 1997, respecto de la
impugnación de un Acuerdo de la Corporación local en materia de personal).
En estos casos, el dies a quo lo determina la recepción del acuerdo por parte de la otra
Administración territorial, principio o regla que se entiende considerando la obligación
de las Corporaciones locales de remitir al Estado y las Comunidades Autónomas copia o
en su caso extracto comprensivo del acto o acuerdo ( artículo 56.1 de la LBRL) dentro
de los seis días siguientes a su adopción (según precisa el ROF), recayendo la
responsabilidad del envío sobre los Presidentes y Secretarios de la Corporación local.
Este sistema plantea incidencias que tienen repercusión procesal; puede ocurrir que la
Administración requiera a la Corporación local, solicitando la anulación o corrección del
acto o acuerdo, pero también puede ocurrir que la Administración estatal –o
autonómica– solicite mayor información ( artículo 64 de la LBRL). En este último caso,
la información habrá de remitirse en el plazo de veinte días hábiles, si bien, como
parece lógico, el plazo de interposición no podrá empezar a transcurrir hasta que la
Administración local no remita en efecto la información (STS de 16 de junio de 1997).
Este último aspecto diferencia el presente régimen procesal del previsto en el artículo
44.2 de la LJCA: el requerimiento deberá producirse en el plazo de dos meses contados
desde la publicación de la norma o desde que la Administración requirente hubiera
conocido o podido conocer el acto, actuación o inactividad. En su apartado 3 este
artículo 44 prevé: «el requerimiento se entenderá rechazado si, dentro del mes siguiente
a su recepción, el requerido no lo contestara ». Con ello, la LJCA más que declarar «a
salvo» el régimen (a partir de ahora) especial de la LBRL ha venido a generar el
problema jurídico de los tratos diferenciados que conlleva (distintos plazos y diferentes
dies a quo ; posibilidad de determinar el plazo entre el requerimiento y el recurso, en el
caso de la LBRL, por la Administración requirente, y sujeción a un plazo legal en la
LJCA).
A favor de las Entidades Locales es exigible el respeto a los distintos plazos de recurso
por parte del Estado y de las CC AA.
FOOTNOTES
1
Este párrafo concreto se introdujo en la LJCA 29/1998, por la Ley 34/2010, de 5 de agosto.
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Cuarta Parte. Procedimiento contencioso-administrativo en primera o única
instancia
Capítulo XXII. Interposición del Recurso Contencioso-Administrativo y reclamación del
expediente (artículos 45 a 48 LJCA)
Capítulo XXII
Sumario:
Puede afirmarse que siguen rigiendo los principios dispositivo y de aportación de parte,
pese a que rigen de forma un tanto convencional o con matices. Por tanto, en términos
más bien esenciales.
En todo caso, no puede decirse que tras la LJCA 1998 se haya producido algún cambio
que nos lleve a pensar en que ahora rige el principio de investigación de oficio, en vez
del principio de aportación de parte .
La materia que va a ser objeto del procedimiento es definida por la parte procesal,
vinculando el destino del proceso y el enjuiciamiento del Juez o Tribunal. Las propias
partes quedan vinculadas por la definición inicial que han hecho del objeto litigioso, de
forma que tanto el recurso contencioso-administrativo, como posteriores escritos
durante el proceso o incluso los que impugnen la sentencia, son inadmisibles si suponen
una desviación procesal en relación con la primera definición del objeto del litigio. La
típica diferenciación procedimental entre la fase de recurso y la fase de demanda, que
en general se mantiene tras la LJCA de 1998, se entiende bajo esta misma lógica
procedimental: el órgano jurisdiccional se ciñe al enjuiciamiento de las peticiones de la
parte, y ésta ha de poder entonces alegar cuantos motivos sirvan para su mejor defensa,
previo conocimiento del expediente administrativo.
Dicho principio también se presenta con matices. En materia de allanamiento, tal como
razona expresivamente la STS de 21 de abril de 2004, «constatamos, pues, que a
diferencia de lo que acontece en la jurisdicción civil donde rige el principio dispositivo
de las partes, en la jurisdicción contencioso-administrativa el Tribunal ante un
allanamiento no está obligado a dictar sin más razonamiento una sentencia
estimatoria».
Interesa la STS de 12 de junio de 2017 (RJ 2017, 2802) rec. 344/2012: «la tutela de los
intereses generales en juego da pie a una mayor presencia de las facultades de oficio del
Tribunal. Ciertamente, del mismo modo que los artículos 33 y 65 permiten el
planteamiento de la “tesis” a fin de incorporar al debate procesal cuestiones no aducidas
por las partes, el artículo 61 habilita al Tribunal para acordar de oficio la práctica de
cuantas pruebas estime pertinentes, y los artículos 51 y 69 permiten también introducir
de oficio posibles causas de inadmisión del recurso contencioso-administrativo, resulta
plenamente lógico y coherente que también el mismo Tribunal pueda plantear a las
partes la posible concurrencia de una circunstancia determinante de la pérdida de
objeto y consiguiente terminación del proceso; como así se viene entendiendo,
insistimos, por la jurisprudencia reiterada de esta Sala Tercera, que en multitud de
resoluciones, de innecesaria cita por su reiteración, ha hecho uso de sus facultades de
oficio para declarar la terminación del proceso por desaparición de su objeto».
«La legitimidad de los actos y disposiciones que se sometan a su conocimiento se hará por los
Tribunales, no tan sólo a través de los fundamentos aducidos por las partes, sino por otros
que estimen puedan ser tomados en consideración, pero sin que esta amplitud de facultades
pueda significar la eliminación del principio de contradicción y por tanto se ordena que
siempre que hagan uso de esta facultad deben previamente someterse a las partes los motivos
correspondientes ».
"Y procede rechazar tal motivo de casación, pues no se aprecia ninguna de las
infracciones que sobre el principio de igualdad de armas, de defensa y de aportación de
pruebas que el recurrente aduce. Pues en respuesta a las alegaciones vertidas en los
puntos 1º y 2º del apartado A), se ha de significar, que dada la naturaleza del proceso
contencioso administrativo, el Tribunal había de valorar, como hizo tanto las
alegaciones y la prueba practicada en el proceso, como los antecedentes datos e
informes del expediente administrativo, y no hay que olvidar, que en el caso de autos el
recurrente solicitó el recibimiento a prueba y que el Tribunal aceptó y practicó la
prueba solicitada por el recurrente, sin que por tanto se pueda aceptar que se ha
vulnerado el principio de igualdad de armas, ni de defensa ni el de aportación de
pruebas, pues el recurrente en el proceso, ha tenido a su disposición todos los medios de
prueba que el ordenamiento permite, y si a partir de tales presupuestos el Tribunal le da
prioridad a las conclusiones de la Administración por estimar que son más concretas y
seguras, no se puede por ello entender que se le concede ningún privilegio, pues se le
otorga la prioridad no por ser Administración y si por la naturaleza y contenido de sus
informes, y en respuesta a las alegaciones relativas al punto 3º del apartado A), que las
diligencias para mejor proveer no constituyen un derecho de las partes, y el Tribunal
puede acordarlas pero no está a ello obligado, sentencias de 22 de febrero de 1994, 16 de
septiembre de 1995, 13 de octubre de 1999 y 18 de noviembre de 2002, y por tanto,
cuando se practicó la prueba solicitada a instancia del recurrente, la Sala de Instancia
había de resolver la cuestión valorando la tesis y los informes de la Administración
junto con la tesis y prueba practicada a instancia del recurrente y si esta prueba no
había desvirtuado las conclusiones de la Administración podía mantener la tesis de la
Administración, como hizo, otra cosa será el que esa valoración sea o no ajustada a
derecho, pero ello se ha de valorar al amparo del motivo previsto en el nº 4 del artículo
95.1 de la Ley de la Jurisdicción, y dentro de los límites que permite el ordenamiento y la
jurisprudencia, ya que es el Tribunal de Instancia, el que tiene potestad para valorar la
prueba, sentencias de 14 de abril de 1994, 23 de noviembre de 1999 y 16 de abril de
2002, y esa valoración no se puede alterar, más que cuando se alegue y acredite una
vulneración de las normas que rigen la prueba, o la valoración sea arbitraria, errónea,
sentencias de 12 de noviembre de 1993, 26 de enero de 2000, 12 de noviembre de 2001 y
12 de noviembre de 2002”.
Las primeras sentencias del TEDH en las que se trae a colación el principio de “igualdad
de armas” son las de los casos Casos Neumeister contra Austria (Sentencia de 27 de junio
de 1968, TEDH 1968\2) y la del caso Delcourt contra Bélgica (Sentencia de 17 de enero de
1970, TEDH 1970\1). En la primera de estas sentencias se decía que “El Tribunal se
inclina a reconocer que ese hecho se opone al principio de la "igualdad de armas" que,
según ha declarado con razón la Comisión en varios informes y resoluciones, está
incluido en el concepto de proceso equitativo mencionado en el artículo 6-1 [del
convenio]”. En la segunda que “tanto la Comisión como el Gobierno han hecho expresa y
principal mención al principio denominado como de igualdad de armas. El Tribunal, no
obstante, examinará el problema a la luz del contenido total del párrafo 1 del artículo 6.
El principio de igualdad de armas no agota el contenido de dicho párrafo no constituye
sino un aspecto del concepto más amplio de un juicio justo ante un Tribunal
independiente e imparcial (vid. Sentencia Neumeister de 27 de junio de 1968 [TEDH
1968, 2], apartado 22 de los fundamentos)”.
Por otro lado, es debida la colaboración de las partes con el órgano jurisdiccional. Se
trata de un deber de colaboración, no de que las partes sean meros colaboradores del
órgano jurisdiccional, a diferencia del Derecho alemán donde las «partes» se llegan a
definir como «colaboradores» y no partes (Beteiligte). Esta colaboración es
imprescindible para el buen desarrollo de la justicia administrativa. La Administración
tiene que colaborar en la remisión del expediente. La LJCA en su Exposición de Motivos
alude a «prácticas administrativas injustificables y demasiado extendidas,
incompatibles con los deberes que la Administración tiene para con los ciudadanos y
con el de colaboración con la Administración de Justicia», «prácticas que han de quedar
desterradas para siempre» y que además, por cierto, pueden repercutir negativamente
en la fase probatoria (STS de 16 de diciembre de 1996; STS de 23 de enero de 1998).
Igualmente, el artículo 38 de la LJCA prevé un deber de comunicación de la
Administración respecto del Tribunal cuando aquélla remita el expediente
administrativo; concretamente, debe comunicar si tiene conocimiento de la existencia
de otros recursos contencioso-administrativos en los que puedan concurrir los
supuestos de acumulación. Las partes han de colaborar en la ejecución de sentencias.
En definitiva, tal como afirma la misma Exposición de Motivos, «del criterio de los
Jueces y Magistrados y de la colaboración de las partes dependerá que estas medidas
(las modificaciones que introduce la LJCA) alcancen sus fines».
iii) La posibilidad de extender los efectos de una sentencia firme en materia de personal y en
materia tributaria a personas distintas de las partes que se encuentren en situación idéntica,
establecida en el art. 110 de constante referencia y sobre la que indica la Exposición de
Motivos que “Aun regulada con la necesaria cautela, la apertura puede ahorrar la reiteración
de múltiples procesos innecesarios contra los llamados actos en masa”. La inclusión de la
materia tributaria se debió al acogimiento de la enmienda núm. 308, que se justificaba así:
“Con la inclusión en este precepto de la materia tributaria y teniendo en cuenta la sobrecarga
de los Tribunales de este orden jurisdiccional, podrían evitarse la reiteración de múltiples
procesos innecesarios” 2)».
«Es doctrina absolutamente consolidada por esta Sala y por el Tribunal Constitucional en la
interpretación de la normativa procesal, la de que no toda vulneración o irregularidad en la
inteligencia de estas normas afecta a la validez y eficacia del proceso si no produce
indefensión, ya que ésta sólo tiene lugar cuando se priva a alguna parte de alguno de los
instrumentos que el ordenamiento jurídico pone a su alcance para la defensa de sus derechos
o se impide la aplicación efectiva del principio de contradicción, con el consiguiente perjuicio
real y efectivo para los intereses del afectado, puesto que la indefensión (STC 145/1990)
consiste en un impedimento del derecho a alegar y de demostrar en el proceso los propios
derechos, y en su manifestación más trascendente, es la situación en que se impide a una
parte, por el órgano judicial en el curso del proceso, el ejercicio del derecho de defensa,
privándola de ejercitar su potestad de alegar, y en su caso, justificar sus derechos e intereses
para que le sean reconocidos o para replicar dialécticamente las posiciones contrarias en el
ejercicio del indispensable principio de contradicción. La prohibición de la producción de
indefensión –artículo 24 de la Constitución–, constituye una garantía que implica el respeto
del esencial principio de contradicción, de modo que los contendientes, en posición de
igualdad, dispongan de las mismas oportunidades de alegar y probar cuanto estimaren
conveniente, con vistas al reconocimiento judicial de su tesis». Puede verse también la STS de
15 de noviembre de 1996.
Puede citarse también el principio «ut lite pendente nihil innovetur», en conexión
con la seguridad jurídica, que se inspira en el artículo 413 de la LEC («Influencia del
cambio de circunstancias en la sentencia sobre el fondo. Satisfacción extraprocesal.
Pérdida de interés legítimo»): «1. No se tendrán en cuenta en la sentencia las
innovaciones que, después de iniciado el juicio, introduzcan las partes o terceros en el
estado de las cosas o de las personas que hubiere dado origen a la demanda y, en su
caso, a la reconvención, excepto si la innovación privare definitivamente de interés
legítimo las pretensiones que se hubieran deducido en la demanda o en la
reconvención, por haber sido satisfechas extraprocesalmente o por cualquier otra
causa. 2. Cuando, según lo previsto en el apartado anterior, las pretensiones hayan
quedado privadas de interés legítimo, se estará a lo dispuesto en el artículo 22».
Pueden citarse las STS de 5 de noviembre de 2004 (RJ 2004, 6659) (rec. 2969/1998) o
las SSTS de 28 de mayo de 1997 (RJ 1997, 4116) (rec. 1936/1993), 20 de octubre de 1998
o de 21 de mayo de 2002 (RJ 2002, 4455) (rec. 3915/1996) obligando a resolver los
litigios de acuerdo con la situación existente en el momento de interposición de la
demanda... (otras referencias pueden ser la SAP de Cádiz 58/2015, de 17 de marzo de
2015 y la SAP de Madrid 00270/2010 de 3 de diciembre de 2010).
Interesa también la STJUE de 30 de junio de 2016 C-648/13: «130. En relación con las
imputaciones cuarta y quinta, baste recordar la jurisprudencia reiterada de este
Tribunal, que se menciona en el apartado 121 de la presente sentencia, conforme a la
cual la existencia de un incumplimiento debe ser apreciada en función de la
situación del Estado miembro tal como ésta se presentaba al final del plazo fijado
en el dictamen motivado y los cambios ocurridos posteriormente no pueden ser
tomados en cuenta por el Tribunal de Justicia (véase, en particular, la sentencia
Comisión/Polonia, C-313/11, EU:C:2013:481, apartado 45 y jurisprudencia citada). 131
Teniendo en cuenta que de las alegaciones formuladas por la República de Polonia
resulta que los artículos 10, apartado 3, y 11, apartado 5, de la Directiva 2000/60
deberían haberse transpuesto en el proyecto de modificación que comprende, entre
otras leyes, la Ley de Aguas, se ha de declarar que dichas medidas de transposición no se
adoptaron al concluir el plazo fijado en el dictamen motivado».
Estaríamos ante un principio general que se relaciona con todos aquellos casos en que
se incumplen los requisitos en el momento necesario para acreditar su cumplimiento,
pese a que se cumplen después. Así, la sentencia del TJUE de 10 de noviembre de 2016
(C-199/15) declara que el Derecho europeo no se opone a que una normativa nacional
obligue al poder adjudicador a considerar, como motivo de exclusión, la infracción en
materia de pago de cotizaciones a la seguridad social si tal infracción existía en la fecha
de participación en una licitación, aunque ya hubiera cesado en la fecha de la
adjudicación o del control de oficio efectuado por el poder adjudicador.
Además, por «intervinientes» es preciso entender cualquier sujeto que lleva a cabo una
actuación en el proceso civil.
El artículo 247 LEC se refiere a «todos los actos procesales» expresando que «el
proceso en cuanto tal, por estar regulado por la ley ( artículo 1 LEC) lo está por las
reglas de la buena fe, en su sentido de standard o modelo de conducta». Dicho
artículo 247 LEC es aplicable a todas las fases del proceso, incluidas la fase cautelar, las
diligencias preliminares y la fase de ejecución. No es un precepto programático o una
simple declaración de intenciones, por tener eficacia procesal, buscando incluso sanción
frente al incumplimiento en que consiste el no ajustar la actuación a las reglas de la
buena fe. Es una forma de promover a las partes en la asunción seria de las cargas y
responsabilidades inherentes al proceso, cohonestando el principio dispositivo con el
uso responsable del proceso.
Se ha apuntado que «no puede consentirse una utilización abusiva o fraudulenta de las
normas procesales, ni escudarse esa permisión en la autonomía de la voluntad y en el
respeto a la esfera privada de las partes (...). El respeto de las reglas del juego debe
poder imponerse para que el propio recurso al proceso sea eficaz. Se trata de evitar que
el proceso se emplee para fines no amparados en las leyes o para causar daños.
Pensando en ciertos tipos de ilícitos, en todos estos casos el proceso se desvía de su
finalidad y deja de ser vehículo apto para otorgar la tutela judicial efectiva, porque
resulta manipulado por uno de los litigantes ya sea para conseguir una posición de
ventaja que no obtendría de otro modo (...)» (V. GUZMÁN FLUJA, en F. ESCRIBANO MORA
(coordinador), Comentarios a la nueva Ley de Enjuiciamiento Civil , Libro I, Valencia,
2001, p. 1819).
El apartado tercero de este artículo 247 establece multas contra los profesionales que
conculquen la buena fe procesal, posibilidad que viene pues a añadirse a aquella otra de
exigir indemnizaciones por daños.
El abuso de los medios de defensa puede originar sanción para el que incurre en un
abuso en su ejercicio procesal. Se quiere evitar un abuso en la sustanciación de trámites
y litigios innecesarios.
En todo caso, el presupuesto de todo este sistema procesal, básico para acudir a la
justicia, es la existencia de un «conflicto». No puede existir conflicto ni pueden por tanto
utilizarse legítimamente los medios de justicia si una de las partes actúa
unilateralmente, habiendo podido resolver sus controversias de forma menos lesiva.
Interesa completar estas referencias con otras. Primero con una cita del artículo 7.1
del CC donde se señala que los derechos deberán ejercitarse conforme a las exigencias
de la buena fe. Y seguidamente se contempla el abuso de derecho. Para que la hipótesis
especial de abuso de derecho prevista en la norma se produzca, es preciso como
requisito imprescindible que la acción u omisión abusiva cause un daño a un tercero
que ha de sancionarse en forma específica, atendiéndose a las circunstancias del caso
concreto. Por lo demás la sanción es doble. Consiste de una parte en la indemnización
de daños y perjuicios causados por la acción u omisión abusiva, y, de otra, en la
posibilidad de que se adopten, por quien corresponda, las medidas administrativas y
judiciales pertinentes, procediendo declarar la nulidad del acto que ha dado lugar al
abuso.
Por su parte, el artículo 11.2 de la LOPJ tiene una vocación omnicomprensiva para
todo tipo de procedimientos, con una configuración necesariamente general, ya que se
aplica a todos los actos procesales y a todos los que en el proceso intervienen (J. R.
FERRÁNDIZ GABRIEL, en VV AA, Comentarios a la nueva Ley de Enjuiciamiento Civil , tomo I,
Iurgium editores, Barcelona, 2001, p. 991).
6. TIPOS DE PROCEDIMIENTOS
Por otro lado, desde esta perspectiva general sobre el procedimiento interesa destacar
que la LJCA contempla sólo dos tipos de procedimiento, el ordinario y el abreviado .
Pero ha de tenerse en cuenta que la LJCA ha introducido especialidades
procedimentales en función de la pretensión que se ejercita . La instauración de
diferentes acciones procesales, por la LJCA de 1998, no da lugar a la tramitación de
distintos procedimientos (a salvo del artículo 29.2 de la LJCA referido al
procedimiento abreviado respecto de las pretensiones cuyo objeto es la ejecución de un
acto administrativo firme). La Exposición de Motivos de la LJCA de 1998 lo deja bien
claro: ha bastado con establecer «normas especiales para diferentes tipos de recursos,
que no precisan de un procedimiento especial», ya que este procedimiento está «basado
en principios comunes y en un mismo esquema procesal; la Ley arbitra un
procedimiento dúctil, que ofrece respuestas parcialmente distintas para cada supuesto».
Dichas respuestas parcialmente distintas para cada pretensión constituyen una novedad
de la LJCA de 1998.
Pero también existen reglas especiales en cuanto a la admisibilidad del recurso a la luz
del artículo 51 de la LJCA de 1998 3) o en cuanto a la forma misma de interposición del
recurso contencioso-administrativo ( artículo 45 de la LJCA) 4) o en la propia sentencia
o ejecución de sentencias ( artículos 71 y 103 a 113 de la LJCA), ya que los
pronunciamientos de la sentencia dependerían, igualmente, de la pretensión ejercitada.
Es cierto que el interés público que puede estar subyacente en el caso concreto puede
llevar a no actuar con excesivo rigor en contra de la Administración, de producirse una
situación de ese tipo, pero no nos parece inoportuno recordar que si una parte no se
defiende bien, omite una fundamentación debida, o especialmente si elude formular
escritos de defensa en el concreto trámite procesal previsto para ello, en buena lógica
todo esto tiene que repercutir en su contra. En general nos interesa mostrar ejemplos de
preclusión de trámites procesales. Vamos a poner algunos casos de la praxis.
Un primer ejemplo puede ser la STSJ de Cataluña (social) de 30 de junio de 2006, para la
prueba, hay un trámite previsto legalmente, sin que se pueda después hacer uso de él:
«pues bien, lo que el recurso pretende es que se modifique la categoría profesional del
actor, para lo cual se basa en documentos que aporta precisamente unidos al propio
recurso. Se trata de un medio de prueba no practicado en el momento procesal
oportuno . La proposición y práctica de la prueba ha de tener lugar en el acto del juicio
oral y no es posible alterar los términos del debate litigioso mediante la modificación, a
conveniencia de una de las partes, del instante en que se pueden esgrimir líneas de
defensa que resultan inusitadas e imprevistas. La Sala ha de hacer caso omiso de toda la
documentación que se adjunta al escrito de formulación del recurso, que ni siquiera se
acoge a lo previsto en el art. 231 de la Ley de Procedimiento Laboral. El resto del
recurso se concentra en un solo motivo en el que se señala que (sic.) la discrepancia con
la consideración de la conducta del trabajador. De nuevo se basa el recurrente en los
documentos que aporta unidos al recurso. Como ya hemos apuntando, el proceso ha de
seguir los principios de contradicción y concentración que lo rigen».
Pues bien, según esta sentencia de 30 de junio de 2006, «ante tal actitud procesal, el
juzgador de instancia optó por aplicar la regla de la ficta confessio , considerando
acreditados los hechos alegados en la demanda. Recordemos que la prueba de la
realidad de las imputaciones del despido disciplinario constituye una carga de la
empresa y que, no habiendo acudido al juicio, no existen elementos de justificación
de los hechos que se imputaban al trabajador. Todo ello ha de determinar la
desestimación del recurso y la confirmación de la sentencia, con imposición de las
costas del recurso, incluidos los honorarios del letrado impugnante en la suma de 450 €,
condenando asimismo a la empresa a la pérdida del depósito dado para recurrir y a que
se dé a la consignación el destino legal».
«El demandado D. Darío figura, en el listado de cotos de la provincia de Burgos que facilita la
Junta de Castilla y León en su página web, como titular del cotoNUM000 y en base a esta
información, el actor formuló demanda contra aquel, quien no compareció en debida forma
en los autos, esto es, personado con procurador y abogado por ser la cuantía reclamada
superior a 900 € ( artículo 23 y 31 de la LEC), por lo que hubo de ser declarado en rebeldía,
precluyéndole la posibilidad de formular las excepciones procesales y alegaciones materiales
que tuviere por conveniente ( artículo 405 y 442.2 de la LEC).
Como quiera que no hubo contestación a la demanda no pudo oponerse la falta de legitimación
pasiva del demandado, ni se impugnaron los documentos presentados con la demanda que así
lo acreditaban “ab inicio”, por lo que no era necesario practicar prueba complementaria en el
acto del juicio para acreditar la legitimación del demandado. Por lo tanto, no correspondía a
la juzgadora poner en duda que el demandado no era titular del coto de caza, y al estimar de
oficio la falta de legitimación pasiva, ha privado a la parte actora de formular las alegaciones y
pruebas pertinentes para justificar dicha legitimación, contraviniendo su derecho de defensa. En
consecuencia, procede con revocación de la sentencia apelada, la estimación de la demanda al
haber quedado acreditado que el jabalí causante de los daños causados al vehículo del actor
salió del coto del que es titular el demandado, según el atestado policial ratificado por uno de
sus autores en el acto del juicio así como el resto de la documental obrante en autos, y todo ello,
con expresa imposición de las costas procesales de la primera instancia al demandado (artículo
394.1 de la ley de Enjuiciamiento civil)».
«Reiterar, una vez más, que la falta de oposición de la deudora fundada en esa circunstancia ha
impedido que la litis se haya centrado en la determinación del perjuicio patrimonial para el
prestamista que en condiciones normales hubiera de producir el incumplimiento de la
obligación dineraria a cargo de la prestataria» .
TERCERO. Parte la sentencia de la sala de que resulta admisible el examen de esta cuestión,
pese a que «no hubo contestación a la demanda y no se alegó en consecuencia que la cláusula
no hubiese sido negociada individualmente, como exigía el inciso inicial del artículo 10 bis de
la Ley de consumidores. Mas, como la entidad demandante no se ha opuesto por dicha
circunstancia a que se examine este tema de los intereses, coincido con la mayoría en la
procedencia de examinarlo» .
En esta línea, según la STS de 2 de diciembre de 2008 «la carga de probar los hechos en
que se basa la pretensión corresponde al actor ( art. 217.2 LEC); y, por tanto, la mera
pasividad probatoria del demandado, como la acaecida en este caso, no sirve de apoyo a
la pretensión del actor».
Y sin que en todos estos casos pueda aducirse indefensión de contrario, por no haber
hecho uso del derecho a probar (SAP de Valencia de 7 de diciembre de 2004): «la prueba
que no se practicó consistente en el interrogatorio de la recurrente es prueba de la
actora cuya disponibilidad a ella solo afecta sin que legitime a la contraparte a alegar
indefensión sobre la base de su no práctica».
Es decir, una mala defensa (una demanda errónea o incompleta) puede llevar a la
desestimación procesal, como ejemplifica la STS de 11 de junio de 2014 (RJ 2014,
3424) (rec. 4159/2012) cuando desestima una acción de lesividad por el hecho de no
haberse explicado bien por la Administración si el acto de trámite recurrido era un acto
de trámite cualificado para haberse podido entrar en el fondo del asunto, o por una
parquedad de argumentos que lleva a falta de motivación del acto recurrido.
A veces esta pretensión se formulará junto a otra, con apoyo en el art. 76 de la LJCA
29/98 relativo a la pérdida del objeto procesal, en el sentido que le atribuye la
jurisprudencia del orden contencioso-administrativo, cuando el nuevo hecho implique a
juicio de una de las partes el sobreseimiento del proceso.
Según la STS (civil) 564/2015 de 21 de octubre de 2015 (n.º de recurso 2671/2012) «la
naturaleza de los recursos extraordinarios es incompatible con la pretensión de
reformular durante la tramitación de estos recursos la base fáctica y/o jurídica del
asunto, mediante la alegación de hechos nuevos o la aportación de nuevos documentos.
Esta Sala ha declarado de modo reiterado que no es procedente la alegación de hechos
nuevos en los recursos extraordinarios. El art. 286 de la Ley de Enjuiciamiento Civil
no es aplicable a los recursos extraordinarios , que no constituyen una instancia más
y cuya finalidad de control de aplicación de la norma (sea sustantiva, sea procesal,
según el recurso extraordinario de que se trate) exige que lo que se plantee al Tribunal
Supremo sean cuestiones jurídicas en relación a lo decidido por la Audiencia Provincial
en la sentencia que se recurre, pero no permite variar o innovar la base fáctica o la
jurídica mediante nuevas alegaciones o nuevas pruebas».
El plazo general se contempla en el artículo 1965 del Código Civil, previsto para el
ejercicio de acciones personales y que viene a ser una especie de regulación subsidiaria
en defecto de una regulación especial donde se contemplen plazos de prescripción. Este
precepto sigue encontrando aplicación, pero de forma no absoluta, ante el progresivo
arraigo de la regulación de la Ley General Presupuestaria que prevé actualmente un
plazo de cuatro años y que en el ámbito del Derecho administrativo se erige como la
regulación de referencia tanto en materia de pagos contra la Administración (así
también cuando un contratista reclama adeudos de la administración contratante) como
en materia de reclamaciones de ésta frente a los particulares, al margen del supuesto de
la prescripción de la acción de responsabilidad patrimonial de un año.
La importancia de todo esto explica que dediquemos una atención muy especial, a la
prescripción, en distintos momentos de este Tratado de Derecho administrativo, así en
especial en el Tomo 1. Como teoría general procesal puede decirse que se interrumpe la
prescripción si se ejercita contra un mismo sujeto, en jurisdicción no procedente, pero
cuando la situación permita interpretar que la primera acción ejercitada (errónea, como
decimos) no era manifiestamente improcedente (STS, civil, de 26 de mayo de 1998,
recurso de casación 7586/1995; STSJ de Murcia de 18 de marzo de 2003 rec. 255/2000;
STS 623/2016 de 20 de octubre de 2016 (RJ 2016, 4956), etc.).
En este contexto general, puede destacarse que la prescripción es una cuestión de orden
público procesal que debe aplicarse por el tribunal haya sido o no suscitada por las
partes, puesto que está extra muros de la voluntad o poder dispositivo no sólo de las
partes sino del mismo tribunal ( sentencia del TSJ de Madrid de 6 de noviembre de
2013 [RJCA 2014, 56]) 5).
A través de estas exigencias legales, formuladas desde el punto de vista del acto,
inactividad o actuación que se «impugna», es como se adivina, en el modelo de la LJCA,
la pretensión procesal que se interpone, que se deduce –de esta forma– de la
interposición misma del recurso.
Este acto, actuación, vía de hecho, inactividad, marcan en lo procesal las distintas fases
del procedimiento judicial.
En todo caso estamos ante uno de los momentos de la LJCA de 1998 donde mejor se
refleja la posición central y el valor esencial que tiene procesalmente el acto (o lo
que es lo mismo, actuación, inactividad), también en conexión con la teoría de la
desviación procesal que se estudiará más adelante en el capítulo de las causas de
inadmisión pero a la que haremos alguna referencia también en este contexto. La
jurisdicción contencioso-administrativa viene insistiendo especialmente en el requisito
legal de identificar el acto que va a ser objeto del proceso. «El recurso se iniciará por un
escrito reducido a citar el acto y a solicitar que se tenga por interpuesto el recurso» (STS
de 5 de noviembre de 1996; STS de 8 de julio de 1996).
En este contexto, un ejemplo del énfasis judicial en el primer acto puede ser la STS de 5
de noviembre de 1996: «ambas partes, rebasando el ámbito objetivo del recurso, que
viene delimitado por los actos recurridos, vierten todo su esfuerzo dialéctico en
cuestiones que no pueden ser discutidas ni decididas en el presente debate por afectar a
actos administrativos que no han sido impugnados »; puede verse también STS de 20 de
septiembre de 1994 y la STS de 20 de abril de 1996, con matices.
Estamos ante pautas que en la práctica han de tenerse en cuenta, ya que la jurisdicción
contencioso-administrativa las aplica constantemente. Puede así plantearse una
«desviación procesal», cuando en un determinado momento procedimental se
impugnen actos que no fueron impugnados en una fase procedimental anterior,
alterando el fondo del proceso. Dicha desviación procesal podrá producirse por el
recurso contencioso-administrativo respecto del recurso en vía administrativa, o por la
demanda respecto del recurso contencioso-administrativo, o de las contestaciones
respecto de la demanda (STS de 15 de noviembre de 1996) o de lo alegado en casación
respecto del objeto del proceso de instancia. En general, no pueden plantearse
«cuestiones nuevas» no invocadas en vía administrativa, debido al carácter revisor de la
jurisdicción (STS de 22 de febrero de 1996; STS de 26 de abril de 1996; STS de 7 de junio
de 1996; STS de 30 de abril de 1996).
Por tanto, si quiere alterarse el objeto del recurso (impugnando actos diferentes con
posterioridad al recurso contencioso-administrativo) debe hacerse conforme a los
presupuestos legales de la ampliación del recurso , que se refiere a actos que se dicten
o se conozcan con posterioridad al recurso 6).
Importante en cambio, en la praxis, es que las personas jurídicas (ya no sólo las
Corporaciones e Instituciones, artículo 57.2.d de la LJCA de 1956) deben presentar
también el documento o documentos que acrediten el cumplimiento de los requisitos
exigidos para entablar acciones con arreglo a las normas o estatutos que les sean de
aplicación, salvo que se hubieran incorporado o insertado ya dentro del cuerpo del
documento que acredite la representación, tal como se estudia infra con mayor
profundidad.
En cuanto a los plazos, se incidirá infra en este régimen, que tras la nueva LJCA de
1998, es diferente en función de la pretensión ejercitada.
Para el cómputo de los plazos debe estarse al comentario del artículo 128 de la LJCA.
Es preciso cuando menos mencionar la regla de improrrogabilidad de los plazos y que, a
diferencia de la LJCA de 1956, el mes de agosto es inhábil a estos efectos. También es
obligada una remisión, en cuanto al lugar de interposición del recurso, al comentario
del artículo 89.1, a efectos de no reproducir dicho comentario.
Antes de la LJCA de 1998 la práctica judicial general entendía que la exigencia contenida
en el artículo 57.2.d) de la LJCA de 1956 resultaba aplicable solamente a las personas
o entidades de naturaleza corporativa o asociativa y no a las sociedades
mercantiles . Pero La nueva Ley Jurisdiccional de 1998 es clara al respecto de que las
personas jurídicas también han de cumplir dicha exigencia. Así pues, junto al
artículo 18 de la LJCA ha de considerarse el artículo 45.2.d de la misma LJCA de 1998,
que exige a las personas jurídicas (ya no sólo a las Corporaciones e Instituciones,
artículo 57.2.d de la LJCA de 1956) que, junto al escrito de interposición del recurso,
acompañen el documento o documentos que acrediten el cumplimiento de los requisitos
exigidos para entablar acciones con arreglo a las normas o estatutos que les sean de
aplicación (salvo que se hubieran incorporado o insertado en lo pertinente dentro del
documento que acredite la representación del compareciente).
Donde queremos llegar es a demostrar que, si bien algunas sentencias podrían permitir
argumentar la innecesariedad de tal acuerdo, existe un alto riesgo de que los órganos
jurisdiccionales apliquen la doctrina, por otra parte más que consolidada, de entender
necesario el citado acuerdo, con la consecuencia fatal de la inadmisión del recurso en
caso de no haberse hecho así y de no subsanarse tal defecto. Como veremos infra , los
órganos jurisdiccionales podrán aplicar los artículos que distinguen entre que, de oficio,
tal órgano aprecie la falta de requisito de capacidad y otorgue de oficio la posibilidad de
subsanación al actor, o bien que esta causa de inadmisibilidad se invoque por el
demandado, debiendo entonces subsanarse en diez días tras la invocación de tal causa,
provocando la referida inadmisión si no se subsana el defecto en tal plazo.
b) En cuanto a los caracteres del documento que se ha de presentar, la Sala señala que
«la persona jurídica interesada ha solicitado realmente la tutela judicial, lo que a su vez
precisa que tome el correspondiente acuerdo dirigido a tal fin, y que lo tome no cualquiera,
no cualquier órgano de la misma, sino aquel al que la persona jurídica ha atribuido tal
decisión, ya que en otro caso se abre la posibilidad, el riesgo, de iniciación de un litigio no
querido, o que jurídicamente no quepa afirmar como querido, por la entidad que figure
como recurrente» . No basta, por tanto, que el recurso haya sido interpuesto por un
procurador con poder general para pleitos, sino que es precisa una decisión del órgano
competente en cuanto a la interposición del concreto recurso. Es necesario que quede
acreditado: (i) qué órgano es el competente para el ejercicio de acciones; y (ii) que el
órgano competente ha acordado el ejercicio de la acción (Sentencia del Tribunal
Supremo de 23 de diciembre de 2008; STS de 16 de febrero de 2012 –RJ 2012, 4096–).
El problema se plantea para decretar la inadmisión en este segundo caso, cuando tal
defecto se puso de manifiesto por la parte demandada en los escritos de contestación a
la demanda y de conclusiones, y se procedió a subsanar por la parte afectada en el plazo
de 10 días previsto en el artículo 138.1LJCA, pero tal subsanación no fue del todo
correcta. Por ello, en cuanto a ese requerimiento para la subsanación de defectos
procesales deben ser tenidas en consideración las razones dadas en diversos
pronunciamientos del Tribunal Supremo que interpretan lo dispuesto en el artículo
138 de la LJCA y llegan a casar sentencias que declaraban la inadmisión en este caso,
pero no porque la parte recurrente no hubiese incurrido en el defecto que señala la
sentencia sino porque, tratándose de un defecto subsanable, la Sala de instancia declaró
la inadmisibilidad del recurso sin previamente haber requerido a la mercantil o
asociación recurrente para que lo subsanara.
Así, cabe citar, entre otras, las sentencias de 29 de enero de 2008 (RJ 2008, 443)
(casación 62/2004) y 31 de enero de 2007 (RJ 2007, 289) (casación 6157/03) en las que
se explica que « el citado artículo 138 diferencia con toda claridad el supuesto, previsto en
su número 2, de que sea el propio órgano jurisdiccional el que, de oficio, aprecie la
existencia de un defecto subsanable, en cuyo caso, necesariamente, ha de dictar
providencia reseñándolo y otorgando plazo de diez días para la subsanación; de aquel
otro, previsto en su número 1, en el que el defecto se alega por las partes en el curso del
proceso, en cuyo caso –que es el de autos– el litigante que incurrió en el defecto podrá
subsanarlo u oponer lo que estime pertinente dentro de los diez días siguientes al de la
notificación del escrito que contenga la alegación . A partir de esa primera distinción, en
esas mismas sentencias decimos, y ahora lo reiteramos, que una interpretación conforme
con la Constitución de los números 1 y 3 del artículo 138 no impone que, habiéndose
alegado el defecto en el curso del proceso, el órgano jurisdiccional requiera en todo caso
de subsanación antes de dictar sentencia de inadmisión; pero también se indica allí que tal
requerimiento sí resulta necesario en algunos casos, lo que se explica en los siguientes
términos: “(...) alegado el defecto, sólo será exigible el requerimiento previo del órgano
jurisdiccional cuando sin él pueda generarse la situación de indefensión proscrita en el
artículo 24.1 de la Constitución; lo que ocurriría si la alegación no fue clara, o si fue
combatida, bien dentro del plazo de aquellos diez días, bien en cualquier otro momento
posterior; pues si fue combatida y el órgano jurisdiccional no comparte los argumentos
opuestos, surge una situación en la que, como una derivación más del contenido normal
del derecho a la tutela judicial efectiva, es exigible una advertencia implícita, a través del
previo requerimiento, de lo infundado de esos argumentos y de la confianza nacida de ellos
de obtener una sentencia que, como demanda aquel contenido normal, se pronuncie sobre
el fondo de la cuestión litigiosa...”».
Pero no es sólo que la literalidad del precepto diferencie esas dos situaciones y que para
ambas, para una y otra una vez agotada su respectiva descripción, prevea sin necesidad de
más trámite el efecto común que dispone su número 3. Es también la regla lógica que rechaza
toda interpretación que conduzca a hacer inútil o innecesaria la norma, la que abona nuestra
respuesta de que en un caso como el de autos no era obligado que el órgano judicial hiciera
un previo requerimiento de subsanación. Si éste hubiera de hacerse también en la situación
descrita en el número 1 de aquel artículo, la norma en él contenida sobraría en realidad, pues
sin necesidad de construir un precepto cuya estructura es la de separar en números sucesivos
situaciones distintas, le habría bastado al legislador con disponer en uno solo que apreciada
la existencia de algún defecto subsanable, bien de oficio, bien tras la alegación de parte, se
actuara en el modo que dice el número 2 del repetido artículo 138.
Además y por último, una interpretación conforme con la Constitución de los números 1 y 3
de dicho artículo no impone que el órgano jurisdiccional, habiéndose alegado el defecto en el
curso del proceso, requiera en todo caso de subsanación antes de dictar sentencia de
inadmisión. Alegado el defecto, sólo será exigible el requerimiento previo del órgano
jurisdiccional cuando, sin él, pueda generarse la situación de indefensión proscrita en el
artículo 24.1 de la Constitución. Situación que debe ser descartada en un supuesto, como lo es
el de autos, en el que la parte demandada invocó con claridad la causa de inadmisibilidad
que alegaba y en el que la parte actora tuvo ocasión, por brindarla el curso sucesivo del
proceso, de oponer lo que estimara pertinente. Tal es también la conclusión que cabe ver, por
ejemplo, en la sentencia del Tribunal Constitucional 266/1994, de 3 de octubre.
SEXTO. Estas consideraciones son también aplicables al supuesto de autos en el que las
recurrentes han tenido oportunidad de hacer frente a la objeción opuesta, subsanando el
defecto mediante la aportación del documento en que constase la adopción del acuerdo para
recurrir. No habiéndolo hecho así, su recurso debe reputarse inadmisible, sin que haya lugar
a la condena en costas al no concurrir temeridad o mala fe».
Una cosa es que pueda subsanarse (que, en efecto, es posible) y otra que trascurra el
plazo de subsanación sin haberlo hecho, tras denunciar la demandada en sus escritos
procesales que no se ha presentado este acuerdo. En tal caso se inadmitirá la acción por
no haber subsanado en el plazo de diez días (por todas, más recientemente STS n.º
2119/2016, de 30 de septiembre de 2016 (RJ 2016, 4864), recurso de casación núm.
1758/2015). En este sentido, de mediar tal denuncia de parte contraria, tampoco podrá el
órgano jurisdiccional declarar la inadmisibilidad sin haber dejado trascurrir los diez
días desde que aquella se produzca, dando oportunidad de subsanar, ni tampoco si
habiéndose subsanado el defecto por la parte recurrente, tal subsanación no es correcta,
pues para evitar indefensión el órgano jurisdiccional debe otorgar a la parte un nuevo
plazo de subsanación.
Así pues, es preciso conocer esta doctrina. Defender otra postura es moverse en el plano
de los riesgos procesales aun reconociendo que esta cuestión no viene siendo pacífica
existiendo pronunciamientos judiciales dispares entre sí 9). Pero por ello mismo, desde
un punto de vista práctico resulta conveniente cumplir este tipo de requisitos
poniéndose en la opción de la peor interpretación posible, que acaba de ser expuesta,
por lo demás harto aplicada, adjuntando el acuerdo justificativo de la voluntad para
litigar por el órgano societario competente para ello o estando en condiciones de
aportarlo en trámite de subsanación.
Tras haber expuesto dicha doctrina relatamos, no obstante, en este otro plano, posibles
fallos o apoyos de defensa de los Tribunales Superiores de Justicia en casos que los
órganos jurisdiccionales se han mantenido más o menos exigentes, o más o menos
completos en cuanto a las reglas de Derecho en que se basan, en relación con este
requisito de admisibilidad que afecta a las personas jurídicas.
Ya en aplicación de la LJCA de 1998 la STSJ Comunidad de Madrid de 7 de noviembre de 2005
declara inadmisible el recurso, por falta de capacidad procesal de una persona jurídica, ante
la falta de presentación de certificación acreditativa de la adopción de acuerdo de
interposición de recurso por el órgano estatutariamente habilitado. Pero tras verificar que no
se había subsanado esta deficiencia : «El Tribunal Supremo tiene reiteradamente declarado
(sentencias de 25 de junio de 1981, 24 de septiembre de 1991, 4 de febrero de 1992, 18 de
enero de 1993, 10 de julio de 2001, 6 de mayo de 2003 o 5 de junio de 2003, entre otras
muchas) que existe una falta de la debida legitimación (sic.) cuando no consta el acuerdo del
órgano colegiado necesario para la interposición del recurso contencioso-administrativo, ya
que tratándose del ejercicio de acciones de un órgano colectivo es preciso acreditar el
oportuno acuerdo por el órgano que estatutariamente tiene encomendada dicha
competencia, exigiendo las SSTS de 18 de enero de 1993, 9 de marzo y 24 de septiembre de
1991, entre otras, la aportación de los Estatutos y del acuerdo social que legitiman la
interposición del recurso. Por tanto, en los recursos promovidos por personas jurídicas, que
representen intereses institucionales, se ha de acreditar mediante la aportación del
documento correspondiente, es decir, los Estatutos o reglas reguladoras pertinentes, que el
órgano ha adoptado la decisión de recurrir y está facultado para ello; o dicho de otro modo, el
demandante tiene la carga de acreditar su capacidad para ser parte y para la actuación
procesal (entre otras, STS de 24 de septiembre de 1991).
Cuando la parte demandada alega el incumplimiento de este requisito procesal, como ocurre
en el supuesto debatido, la parte actora podrá subsanar el defecto dentro de los diez días
siguientes en que se le notifica el escrito que contenga la alegación de inadmisión sobre la
base de la falta de concurrencia de un presupuesto procesal, ya que es reiterada la
jurisprudencia del Tribunal Constitucional en el sentido que “no debe rechazarse un recurso
defectuosamente preparado o interpuesto sin dar previamente ocasión a la subsanación de
los defectos advertidos, siempre que no tengan su origen en una actitud contumaz o
negligente del interesado” (SSTC 132/1987, 162/1986, entre otras). En el caso debatido, esta
Sala comparte en su integridad los defectos observados por la Abogacía del Estado en la
certificación aportada, lo que conlleva su falta de validez a los efectos pretendidos y, por
tanto, la falta de capacidad procesal de la parte actora al no haber acreditado la toma de
decisión o acuerdo de interponer el presente recurso contencioso-administrativo adoptada
por el órgano al que corresponda dicha competencia, según sus Estatutos. El defecto
observado debió subsanarse por la recurrente dentro de los 10 días siguientes a aquel en que
se le hizo entrega del escrito de contestación a la demanda en el que se planteaba la
inadmisión del recurso, o en cualquier momento posterior, e incluso, al formular sus
conclusiones, sin que ninguna de dichas oportunidades procesales fuera aprovechada por la
parte demandante para subsanar tales deficiencias u omisiones, pese a la facilidad de hacerlo
acreditando adecuadamente la concurrencia de los requisitos que se echan en falta, razón por
la cual obligado resulta acoger la causa de inadmisibilidad del recurso contencioso-
administrativo interpuesto, oportunamente invocada por la Administración demandada, al
omitirse la indispensable justificación para tener por acreditada la capacidad procesal, sin
poder entrar, por ello, en el enjuiciamiento de las cuestiones de fondo planteadas . El Tribunal
Constitucional tiene reiteradamente declarado, entre otras, en sentencias números 69/1984,
100/1986, 55/1987, 57 y 124/1988, 42/1992, 145/1998 y 35/1999, 193/2000, 77/2002, 106/2002 y
172/2002 que el derecho a la tutela judicial efectiva reconocida en el artículo 24.1 de la
Constitución, comprende el derecho a obtener de los Jueces y Tribunales una resolución
razonada y fundada en derecho sobre el fondo de las pretensiones deducidas por las partes
en el proceso, si bien, también se satisface el citado derecho, cuando se obtiene una
resolución que deja imprejuzgada la pretensión ejercitada en el proceso, por falta de algún
requisito o presupuesto procesal legalmente establecido que impide entrar en el fondo del
asunto».
Pueden Asimismo, citarse las SSTSJ de Castilla y León (Valladolid) de 3 de mayo de 2005 y de 5
de noviembre de 2002, declarando la susceptibilidad de subsanación en caso de defecto y la
oportunidad efectiva de corregir la falta denunciada, que no se empleó por causa sólo
imputable al interesado, originando la inadmisión del recurso; y la STSJ de Aragón de 10 de
enero de 2003; o la STSJ de la Comunidad Autónoma del País Vasco de 17 de noviembre de
2001.
En términos similares se pronuncia la STSJ de las Islas Canarias (Sala de Santa Cruz de
Tenerife) de 15 de noviembre de 2005.
Al margen de todas las incidencias expuestas habría que entender que se puede subsanar
este defecto adoptando el Acuerdo tras la interposición del recurso contencioso-
administrativo. Cabe mencionar, por ejemplo, la STSJ de Madrid de 12 de febrero de 2014 rec.
1905/2011, o la STSJ de PV de 27 de febrero de 2008, o la STSJ de Baleares de fecha 9 de enero
de 2004, a cuyo tenor, sí sería posible la subsanación mediante la adopción de acuerdo tras la
interposición del recurso contencioso-administrativo: «Puestas así las cosas, como no puede
deducirse en modo alguno que concurriese circunstancia precisa de urgencia cualquiera para
que la Junta Directiva actuase la facultad que los Estatutos de la Asociación atribuyen a la
Junta General, aun así, cabía subsanación mediante acuerdo que hubiese sido adoptado por
la Asamblea General con posterioridad a la interposición del contencioso, incluso con
posterioridad a que se ofreciese trámite de alegaciones sobre la causa de inadmisibilidad
esgrimida por la Administración demandada, pero tampoco se ha producido» 10).
En definitiva, tras la nueva LJCA y este tipo de exigencias para las personas jurídico-
privadas hay que prestar atención a este tipo de posibles riesgos de inadmisión.
Para la STS de 3 de diciembre de 2014 (RJ 2014, 6499), recurso 3774/2013 (citando
otras) no es exigible que la adopción del acuerdo hubiera tenido lugar con anterioridad
a la interposición del recurso y acepta la subsanación en cualquier momento del
proceso, excluyendo que se aproveche el trámite del recurso de casación para ello.
Por su parte, la STS 2268/2016, de 20 de octubre de 2016 (RJ 2016, 5559) declara que la
Universidad recurrente cumple los requisitos del art. 45.2.d de la LJCA para la
interposición del recurso contencioso-administrativo frente al nombramiento de
Profesor Titular, entendiendo que cuando la parte recurrente es una Administración
Pública ha de acudirse a la normativa rectora de su organización y régimen jurídico a
fin de verificar cuál es el órgano competente para acordar el ejercicio de acciones. Como
con respecto a la Administración General Estado no hay ninguna norma que contenga
una previsión sobre el órgano competente para acordar el ejercicio de acciones, la
competencia no se residencia en un órgano concreto de la propia Administración del
Estado sino que se trata de una competencia implícita en la sustantiva o material que se
actúa en cada caso y en cada proceso. En este supuesto al escrito de interposición del
recurso el Abogado del Estado adjuntó una solicitud de interposición del DG de Costes de
Personal y Pensiones Públicas del Ministerio de Hacienda, centro directivo competente
en materia de costes de personal.
También, en este plano de régimen jurídico, puede comentarse que el TJUE considera
que no se vulnera el derecho a la tutela judicial efectiva (art. 47 de la Carta de los
Derechos Fundamentales de la UE) por el hecho de que los ciudadanos tengan que pagar
tasa pero no la Administración, ya que en definitiva el pago parte del presupuesto
público y a tal presupuesto se destinan.
Conviene en este momento hacer una reflexión sobre la figura de la tasa judicial, que
había sido suprimida por la Ley 25/1986, de 24 de diciembre y fue recuperada para
los órdenes civil y contencioso-administrativo por la Ley 53/2002, de 30 de diciembre, de
Medidas Fiscales, Administrativas y del Orden Social; sin embargo, según el legislador, la
existencia de ciertos desajustes en tal regulación condujo a la adopción de una nueva
normativa que permitiera profundizar en determinados aspectos de las tasas judiciales,
en especial los que el Tribunal Constitucional declaró conformes a la Constitución en su
sentencia 20/2012, de 16 de febrero.
Dicha nueva normativa fue la Ley 10/2012, de 20 de noviembre, por la que se regulan
determinadas tasas en el ámbito de la Administración de Justicia y del Instituto Nacional
de Toxicología y Ciencias Forenses. Según su Exposición de Motivos, el derecho a la
tutela judicial efectiva no debía ser confundido con el derecho a la justicia gratuita,
pues s e trata de dos realidades jurídicas diferentes. Desde el momento en que la
Constitución encomienda al legislador la regulación del alcance de esta última, está
reconociendo que el ciudadano puede pagar por los servicios que recibe de la
Administración de Justicia y solo en aquellos supuestos en los que se acredite
«insuficiencia de recursos para litigar» es la propia Constitución la que consagra la
gratuidad de la justicia.
El sujeto pasivo de la tasa a título de contribuyente según la Ley 20/2012 sería quien
promoviera el ejercicio de la potestad jurisdiccional, lo que constituía el hecho
imponible de la misma, ya fuera persona física o persona jurídica. Este concreto aspecto
de los sujetos pasivos afectados por la tasa fue uno de los más polémicos de la Ley
10/2012 pues se eliminaba la importantísima exención que afectaba a todas las personas
físicas, y es que, con la regulación contenida en la anterior Ley 53/2002 solo abonaban la
tasa judicial las personas jurídicas , existiendo además unos supuestos de exención a
tales entidades privadas en función de unas cifras de negocio netas tan elevadas que, en
la práctica, la exención era la regla general.
La Ley 20/2012 puso todo el cuidado en que la regulación de la «tasa por el ejercicio de
la potestad jurisdiccional en los órdenes civil, contencioso-administrativo y social» no
afectase al derecho a acceder a la justicia como componente básico del derecho
fundamental a la tutela judicial efectiva proclamado por el artículo 24 de la
Constitución, de acuerdo con la jurisprudencia a este respecto del Tribunal
Constitucional, contemplando para ello supuestos de exención objetiva, limitando en
ciertos casos la cuota tributaria o cuantía de la tasa, etc.
En el régimen de la Ley 10/2012, la tasa judicial está constituida por una cuota fija según
el tipo de procedimiento o recurso y una cuota variable en función de la cuantía del
litigio. El Tribunal Constitucional considera que la cuota fija de la tasa judicial se ha
establecido sin la elaboración del preceptivo estudio económico y sin atender a la
realidad económica de la mayoría de sus destinatarios, por lo que resulta excesiva para
los mismos. En consecuencia, se declara la inconstitucionalidad de las siguientes
cuantías fijas: en el orden civil, la cuantía de 800 euros del recurso de apelación y los
1.200 euros del recurso de casación y extraordinario por infracción procesal; en el orden
jurisdiccional contencioso-administrativo la cuantía de 200 euros del procedimiento
abreviado, los 350 euros del procedimiento ordinario, los 800 euros del recurso de
apelación y los 1.200 euros del recurso de casación; en el orden social, 500 euros del
recurso de suplicación y 750 euros del recurso de casación.
El 15 de agosto de 2016 se publicó en el Boletín Oficial del Estado esta STC 140/2016,
de 21 de julio de 2016 (RTC 2016, 140), en la que se declara la inconstitucionalidad y
nulidad de las tasas judiciales correspondientes a los órdenes jurisdiccionales
contencioso-administrativo y social y de determinadas tasas correspondientes a
procesos en el orden jurisdiccional civil. En consecuencia a partir del 15 de agosto de
2016 y respecto a las tasas declaradas nulas no existe obligación de presentar el
modelo de autoliquidación de la tasa.
En sintonía con el artículo 138.2 de la LJCA, el artículo 45.3 de la misma Ley afirma
que si con dicho escrito no se acompañan los documentos que la acrediten o se
presentan los documentos de forma incompleta y en general siempre que el letrado de
la administración de justicia estime que no concurren los requisitos exigidos por esta
Ley para la validez de la comparecencia, requerirá inmediatamente la subsanación de
los mismos, señalando un plazo de diez días para que el recurrente pueda llevarla a
efecto, y si no lo hiciere, el Juez o Tribunal se pronunciará sobre el archivo de las
actuaciones. Esta previsión es acorde con el antiformalismo que ha de presidir la
actuación de los Tribunales y con el principio de subsanabilidad de los defectos
procesales, porque, como ha señalado el Tribunal Constitucional, lo contrario supondría
una interpretación formalista de la legalidad que denegaría el acceso a la jurisdicción
(SSTC 62/1986, 174/1988, 46/1989, 33/1990, 262/1994, 266/1994 y 79/1997, entre otras, y en
la jurisprudencia del Tribunal Supremo, igualmente, la STS de 12 de junio de 1998 y la
STS de 29 de diciembre de 1997 FJ 2).
Ahora bien, el alcance y significado de ese precepto se detiene ahí. De él no cabe derivar
como efecto jurídico uno de presunción de validez de la comparecencia cuando el Juzgado o
la Sala no hacen aquel requerimiento, pues no es eso lo que dice el precepto ni es eso lo que
se deduce de su tenor literal o de su espíritu o finalidad. Ni cabe derivar uno según el cual la
invalidez sólo pudiera ser apreciada tras un acto en contrario del propio Juzgado o Sala que sí
requiriera de subsanación.
La razón de ser del precepto es abrir lo antes posible un cauce que evite la inutilidad de un
proceso iniciado sin los requisitos que son ya precisos en ese mismo momento. No otra.
Fracasada por la razón que sea esa aspiración de la norma, queda abierto con toda amplitud
el debate contradictorio que las partes deseen entablar, al que el Juez o Tribunal habrá de dar
respuesta en los términos en que se entable, evitando, eso sí, toda situación de indefensión.
Y es aquí, para un momento posterior de aquel inicial del proceso, donde entran en juego las
normas del artículo 138 de la Ley de la Jurisdicción, comprendido en un Título de la Ley, el VI,
que contiene las disposiciones comunes a sus Títulos IV y V, y por tanto las que son aplicables
también al procedimiento contencioso-administrativo y a su fase de interposición que regula
precisamente el Título IV».
En cuarto lugar, en los litigios entre Administraciones, el plazo para interponer recurso
contencioso-administrativo será de dos meses, salvo que por Ley se establezca otra cosa.
Cuando hubiera precedido el requerimiento regulado en los tres primeros apartados del
artículo 44, el plazo se contará desde el día siguiente a aquel en que se reciba la
comunicación del acuerdo expreso o se entienda presuntamente rechazado (véase el
capítulo donde se estudian los recursos entre Administraciones).
Por su parte, el plazo para interponer recurso de lesividad será de dos meses a contar
desde el día siguiente a la fecha de la declaración de lesividad.
Pero también admite, la LJCA, que la publicación del anuncio puede acordarse por el letrado
de la administración de justicia de oficio, si lo estima conveniente (artículo 47.1 in fine de la
LJCA; puede verse también el capítulo de «las costas»).
Ya que estos dos casos se basan en una eventualidad («si se solicita o si se estima
conveniente») puede ocurrir que ni el recurrente solicite el anuncio ni el letrado de la
administración de justicia «lo estime conveniente». Consecuentemente, a diferencia de la
LJCA de 1956, el anuncio de la interposición del anuncio deja de producirse ope legis .
Es habitual que el expediente llegue tarde, es decir, más allá de dicho plazo, sin mayores
consecuencias. Otra cosa son las remisiones «extemporáneas» una vez que el proceso
ha avanzado en su tramitación: el expediente «se pondrá de manifiesto a las partes
demandantes y, en su caso, demandadas por plazo común de diez días para que puedan
efectuar las alegaciones complementarias que estimen oportunas» ( artículo 53.2 de la
LJCA). Se pretende que perjudique, por tanto, lo menos posible, la remisión
extemporánea del expediente al recurrente.
Conforme a las SSTS de 9 de junio de 2011 (RJ 2011, 5173), recurso 4945/2007 y de
29 de julio de 2004 (RJ 2004, 5376), recurso 2570/2001, la no estimación de la solicitud del
expediente no es motivo de indefensión cuando los documentos solicitados no tengan
incidencia en el resultado del litigio o cuando no constituyan antecedente de la
resolución impugnada, sino que se refieran a otro acto administrativo diferente, y con
mayor motivo cuando en el proceso se ofreció además la oportunidad de aportarlos
convenientemente en la fase de prueba.
En caso de remisión «defectuosa », las partes podrán solicitar, dentro del plazo para
formular la demanda o la contestación, que se reclamen los antecedentes para
completarlo ( artículo 55 de la LJCA). Esta solicitud da origen a un incidente: se
suspende el curso del plazo correspondiente y el letrado de la administración de justicia
resolverá lo pertinente en el plazo de tres días, debiendo la Administración indicar los
documentos que se han adicionado al remitir de nuevo el expediente. El interés del
actor será tener la documentación que precisa para la demanda o bien a efectos
probatorios.
Otras veces, por contrapartida, se emplea esta facultad como una dilación para tener
más días para formular demanda, incluso aunque pueda presentarse más allá de los
veinte días hasta cuando se produzca la caducidad, es decir, se abusa de este trámite.
En todo caso, tal como proclama la STS de 14 de abril de 2011 (RJ 2011, 3246) si el
expediente está incompleto por faltarle documentos estos defectos son solo relevantes
jurídicamente si producen indefensión . Y tal indefensión no se produce si el recurrente
no contradice haber conocido tales documentos. Siendo siempre exigible haberlo
invocado dentro del plazo para formular demanda.
Hay en general para las partes un deber de custodia del expediente. El expediente es un
tema que requiere una actitud responsable por parte del letrado demandante, a la hora
de guardarlo y devolverlo.
«En otras palabras, no es una información de carácter auxiliar o de apoyo, ni tampoco puede
reducirse a las notas, borradores, opiniones, resúmenes, comunicaciones e informes internos,
o entre órganos o entidades administrativos ni a “juicios de valor emitidos por las
Administraciones Públicas”, a que se refiere el artículo 70.4 de la Ley 39/2015, de 1 de
octubre, del Procedimiento Administrativo Común . Es, por el contrario, según se deduce del
folio 37 del expediente, una primera redacción de la Orden. En consecuencia, procede
requerir a la Administración por medio de su representante para que, sin más demora, y, en
todo caso, en el plazo de cinco días, aporte el documento mencionado».
Por otro lado téngase en cuenta que no solo la Administración debe cumplimentarlo
cuando el particular lo pide, sino que si este no lo pide a tiempo , luego no podrá
reiterar eficazmente la petición de que se complete en la fase probatoria. Sobre esto
último, puede citarse la STS de 19 de mayo de 2016 (RJ 2016, 1978) (Rec. 1028/2015)
que viene a recordar un criterio sobre el momento de solicitar que se complete el
expediente y cuya inobservancia trae funestas consecuencias para el demandante, ya
que si no se completa el expediente en el momento procesal idóneo, no cabe solicitarlo
como prueba ni pedirlo como diligencia final 12).
Dicha doctrina además juega en doble dirección, porque tampoco podría la abogacía del
Estado o los letrados públicos pretender en una vista oral, aportar o completar el
expediente remitido en su día, tal y como sentó el propio Tribunal Constitucional en la
STC 186/2004 cuando estableció que: «no puede aducirse indefensión cuando el órgano
judicial, en aras de la protección de los derechos procesales de la contraparte, niega a la
Administración la posibilidad de completar extemporáneamente el expediente» (en el
caso juzgado, la Administración intentó aportar la resolución sancionadora impugnada
en el trámite concedido al amparo del art.65.2 LJCA).
De ahí que si bien ahora cabe en demanda pedir e identificar los medios de prueba
además de invocar los hechos controvertidos, ello no exonera de la carga procesal de
canalizar la petición de complemento de expediente al amparo del art.55 LJCA en vez
de ampararlo erróneamente como prueba.
No obstante, es preciso matizar que, sin perjuicio de casos criticables, es algo exagerada
esta crítica general, si bien es cierto que recibir un expediente administrativo en malas
condiciones es siempre un motivo de indignación.
El artículo 48.4 de la LJCA, que regula esta cuestión del expediente, añade un inciso
final, que tampoco puede pasar desapercibido: «Y si el expediente fuera reclamado por
diversos Juzgados o Tribunales, la Administración enviará copias autentificadas del
original o de la copia que conserve», precepto aplicable a casos de impugnaciones de
actos, licencias, adjudicaciones de contrato, etc., por varias personas.
Contra los autos en los que se acuerde la imposición de multas a las que se refiere el
apartado anterior podrá interponerse recurso de súplica (recurso de reposición, según
la disp. adic. 8.ª LJCA introducida por la Ley 13/2009) en los términos previstos en el
artículo 79.
Impuestas las tres primeras multas coercitivas sin lograr que se remita el expediente
completo, el Juez o Tribunal pondrá los hechos en conocimiento del Ministerio Fiscal,
sin perjuicio de seguir imponiendo nuevas multas. El requerimiento cuya desatención
pueda dar lugar a la tercera multa coercitiva contendrá el oportuno apercibimiento.
Pero ahora importa destacar cómo la LJCA condiciona el ejercicio de los derechos de defensa
de la Administración a una previa remisión del expediente. Así, la no remisión del expediente
se sanciona por la LJCA con la pérdida del trámite de alegaciones previas, por parte de la
Administración demandada (artículo 58.2).
En la doctrina, sobre el factor tiempo en los procedimientos en general, M. BULLINGER, REDA , 69,
1991, p. 5 y R. CABALLERO SÁNCHEZ, RAP , 147, 1998, p. 423.
Cuando se impugne una actuación material constitutiva de vía de hecho, el Juzgado o Sala
podrá inadmitir el recurso si fuera evidente que la actuación administrativa se ha producido
dentro de la competencia y de conformidad con las reglas del procedimiento legalmente
establecido . Si se impugna la no realización por la Administración de las obligaciones a que se
refiere el artículo 29, el recurso se inadmitirá si fuera evidente la ausencia de obligación concreta
de la Administración respecto de los recurrentes . Para la pretensión de anulación regiría el
criterio general del artículo 51.2 de la LJCA según el cual el Juzgado o Sala podrá inadmitir el
recurso cuando se hubieran desestimado en el fondo otros recursos sustancialmente iguales por
sentencia firme, mencionando, en este último caso, la resolución o resoluciones desestimatorias
(STS de 11 de diciembre de 2007).
Así, para la STS de 11 de diciembre de 2009 (citando otras) no es exigible este requisito: «De la
doctrina expuesta en los pronunciamientos reseñados se desprende que en el supuesto de
interposición de recursos contencioso-administrativos por entidades mercantiles, únicamente
es exigible el requisito previsto en la letra a) del art. 45.2 de la Jurisdicción, es decir, que se
acompañe el documento acreditativo de la representación del procurador compareciente en
nombre de la sociedad, sin que sea necesario el documento en el que conste la decisión del
órgano competente de la Sociedad de interponer el correspondiente recurso, por tratarse éste
de un requisito previsto en la norma únicamente para aquellos entes o instituciones cuyos
estatutos imponen la obligación de obtener o lograr una autorización específica para
emprender acciones judiciales».
Puede verse también M. CUNILLERA BUSQUETS, Última Instancia , n.º 114, mayo, 2010.
10
11
Cuando el recurso contra la Administración se inicia mediante demanda (en el supuesto del
artículo 45.5: recurso contra la Administración en el que no existan terceros interesados), se
procede a la publicación del anuncio de interposición del recurso a efectos de la personación de
quienes tengan un interés legítimo y ulterior contestación de la demanda. En todos estos casos
no se reclamará el expediente ( artículos 48.2 y 47.2 de la LJCA), aunque esta afirmación
debe matizarse cuando el recurso se inicia mediante demanda y se dirige contra la
Administración impugnando una disposición . En estos casos el Tribunal podrá recabar de oficio
o a petición del actor el expediente de elaboración . Recibido el expediente, el letrado de la
administración de justicia lo pondrá de manifiesto a las partes por cinco días para que formulen
alegaciones ( artículo 48.5 de la LJCA).
12
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Cuarta Parte. Procedimiento contencioso-administrativo en primera o única
instancia
Capítulo XXIII. Envío del expediente, emplazamiento y personación de los demandados
(artículos 49 y 50 LJCA)
Capítulo XXIII
Sumario:
La cuestión tratada guarda evidente relación con una muy consabida regulación del
derecho al acceso al proceso que ha sido innumerables veces tratada por la
jurisprudencia del Tribunal Constitucional.
- Por las razones expuestas, recae sobre el órgano judicial no sólo el deber de
velar por la correcta ejecución de los actos de comunicación, sino también el de
asegurarse de que dichos actos sirven a su propósito de garantizar que la parte
sea oída en el proceso.
Igualmente la STC 102/2003, de 2 junio (RTC 2003, 102) (FJ 2) apunta que «En relación
con el deber de emplazamiento, este Tribunal ha afirmado reiteradamente que la
efectividad de la comunicación de los actos procesales a quienes ostenten algún derecho
o interés en la existencia misma del proceso resulta trascendental en orden a la debida
garantía del derecho reconocido en el art. 24.1 CE (por todas, SSTC 186/1997, de 10
de noviembre (RTC 1997, 186), FJ 3; y 34/2001, de 12 de febrero (RTC 2001, 34), FJ 2).
Por esta razón pesa sobre los órganos judiciales la responsabilidad de velar por la
correcta constitución de la relación jurídico-procesal sin que, claro está, ello signifique
exigir al Juez o Tribunal correspondiente el despliegue de una desmedida labor
investigadora , lo que llevaría más bien a la indebida restricción de los derechos de
defensa de los personados en el proceso (STC 268/2000, de 13 de noviembre, FJ 4). Este
Tribunal ha ido acuñando, desde la STC 9/1981, de 31 de marzo (RTC 1981, 9), una
doctrina detallada en relación con la falta de emplazamiento personal a terceros
interesados en el procedimiento contencioso-administrativo».
Según esta doctrina (por todas, SSTC 72/1999, de 26 de abril (RTC 1999, 72), FJ 2, y
18/2002, de 28 de enero (RTC 2002, 18), FJ 6), para que la falta de emplazamiento tenga
relevancia constitucional, y pueda dar lugar al otorgamiento del amparo, es preciso el
cumplimiento de tres requisitos :
c) Por último, que se haya ocasionado al recurrente una situación de indefensión real y
efectiva. No hay indefensión real y efectiva cuando el interesado tiene conocimiento
extraprocesal del asunto y, por su propia falta de diligencia, no se persona en la causa. A
la conclusión del conocimiento extraprocesal de un proceso se debe llegar mediante una
prueba suficiente (entre otras, SSTC 117/1983, de 12 de diciembre (RTC 1983, 117), FJ
3; y 229/1997, de 16 de diciembre, FJ 3), lo que no excluye las reglas del criterio humano
que rigen la prueba de presunciones ( SSTC 151/1988, de 15 de julio (RTC 1988, 151), FJ
4; y 26/1999, de 8 de marzo (RTC 1999, 26), FJ 5) 2).
Este régimen afecta por tanto a los legitimados pasivamente como parte demandada en
un proceso contencioso-administrativo, que deben ser emplazados directa y
personalmente siempre que sean conocidos o identificables a partir de los datos que
figuren en el escrito de interposición del recurso, en el expediente administrativo o en la
demanda.
De esta forma la STSJ Castilla y León de 11 de enero de 2006, Valladolid, en la que nos
basamos, estima el recurso de apelación y ordena que se confiera a la representación
procesal correspondiente la oportunidad de oponerse a la demanda y se remita oficio
por el Juzgado a la Universidad de Salamanca a fin de que por ella se practiquen las
notificaciones para emplazamiento necesarias para asegurar la defensa de los
interesados que sean identificables y se siga el proceso por todos sus trámites:
En las actuaciones no consta que la universidad cumpliese con su carga de emplazar a los
interesados, quienes serían, en principio, todas las personas vinculadas como profesores
asociadas a ella, pero tampoco que el Juzgado corrigiese dicho error; quizá los términos del
escrito de interposición pudieran hacer pensar al Juzgador a quo que era innecesario algún
llamamiento más y que la propia mecánica procesal se encargó de propagar el error más allá
de ese momento inicial, pero lo cierto es que el propio contenido de la demanda, donde se
citaban nominativamente casos de profesores directamente afectados por la reclamación del
actor, hubieran debido hacer posible corregir ese error inicial comprensible.
Como puede apreciarse, esta regulación aborda un tema al que parece connatural el
posible conflicto, sin excluir tampoco un posible abuso del interesado alegando
indefensión por no haberse practicado el emplazamiento. Esto ha conducido a que el
Tribunal Supremo observe concretamente si quien alega este motivo pudo defenderse
adecuadamente en el proceso (STS de 25 de julio de 1996), bastando con que el conjunto
de las pruebas practicadas se refiera a las alegaciones u oposiciones de los
demandados (STS 14 de junio de 1996). En esta línea, según la STS de 28 de noviembre
de 1996:
Así pues, si se produce una falta del emplazamiento debido cabe intentar promover un
incidente de nulidad de actuaciones (véase infra el comentario a los artículos 137 y
138 de la LJCA), o bien alegar la vulneración del derecho fundamental recurriendo la
sentencia (STC 26/1999, recordando los requisitos del emplazamiento válido y que el
argumento de que el recurrente en instancia tuviera noticia del litigio ha de apoyarse en
algún dato objetivo del que pueda inferirse la consistencia de dicha alegación; y
ordenando retrotraer las actuaciones al momento en que en el proceso contencioso-
administrativo se debió emplazar personalmente al recurrente en amparo).
En los casos en los que se puede iniciar el recurso mediante demanda (véase el
artículo 45.5 de la LJCA) la publicación del anuncio de interposición de aquél es
obligatoria a efectos del emplazamiento a quienes tengan interés legítimo en sostener la
conformidad a Derecho de la disposición, acto o conducta impugnados ( artículo 49.5
de la LJCA).
2. PERSONACIÓN
Los emplazados por edictos podrán personarse hasta el momento en que hubiera de
dárseles traslado para contestar a la demanda (artículo 49.4 in fine ).
Cuando el recurso se inicie por demanda, en los supuestos del artículo 45.5, se conceden
quince días para que se personen quienes tengan interés legítimo en sostener la
conformidad a derecho de la disposición, acto o conducta impugnados (artículos 49.5 y
47.2).
Ello supone que el archivo de las actuaciones no deriva del mero incumplimiento del plazo o
retraso en la personación, sino de la voluntad del interesado de no continuarlas ante dicho
órgano jurisdiccional, que puede plasmarse de distintas maneras, incluida la falta de
personación, confirmada con la aceptación de la resolución judicial que, como la que ahora
se impugna, deja constancia de ello, sin embargo, si la voluntad de personación se plasma en
la realización de la misma (es decir, en la efectiva personación), aunque sea fuera del plazo
concedido, o impugnando la resolución judicial dictada por el transcurso del mismo, la
garantía del derecho a la tutela judicial efectiva, en su modalidad de acceso a la Jurisdicción,
ha de llevar, necesariamente, a admitir tal personación y continuar las actuaciones como
indica la Ley, pues, en otro caso, se estaría impidiendo tal acceso al proceso, en virtud de una
causa o motivo que no se encuentra, específicamente, prevista en la Ley procesal, y en contra
de la voluntad manifestada en el proceso por el interesado, lo que resulta contrario a las
exigencias del art. 24 de la Constitución, como ha declarado en diversas ocasiones el Tribunal
Constitucional, por encontrarse ausente de previsión legal y de motivación jurídica y resultar
desproporcionada con la actitud procesal de la parte».
FOOTNOTES
1
La STC 242/2012 de 17 de diciembre (RTC 2012, 242) (recurso de amparo 7585/2010) examina
si la naturaleza normativa de la resolución o acto que se recurre exonera a la Administración y
al órgano judicial de la obligación de poner en conocimiento de las demandantes –mediante el
oportuno emplazamiento– la existencia del recurso contencioso-administrativo formulado,
entendiendo que de existir interesados identificados o susceptibles de serlo, que tengan un
singular posición con el objeto del proceso, lo procedente será, obviamente, el emplazamiento
personal de los mismos, para permitir su personación a fin de sostener la conformidad a
Derecho de la disposición impugnada: «indudablemente, la interposición de un recurso
contencioso-administrativo obliga a dar a conocer su existencia a quienes pudieran resultar
afectados en sus derechos o intereses legítimos por el resultado del proceso –a fin de que
puedan comparecer en el mismo para sostener la legalidad de la actuación administrativa
impugnada– ya sea por medio de su emplazamiento personal [art. 49.1 de la Ley reguladora de
la jurisdicción contencioso-administrativa ( LJCA)] o, subsidiariamente, a través del
emplazamiento edictal ( art. 49.4 LJCA). Ciertamente, el deber de emplazamiento personal
puede quedar excluido cuando el recurso contencioso-administrativo se dirija contra una
disposición de carácter general ( STC 61/1985, de 8 de mayo (RTC 1985, 61), FJ 3) o contra “un
acto general no normativo” o “un acto dirigido a una pluralidad indeterminada de sujetos” (
STC 82/1985, de 5 de julio (RTC 1985, 82), FJ 3) si esa misma indeterminación de los posibles
afectados impide su emplazamiento personal (en el mismo sentido, STC 133/1986, de 29 de
octubre (RTC 1986, 133), FJ 4; y ATC 875/1987, de 8 de julio (RTC 1987, 875), FJ único). Pero de
existir interesados identificados o susceptibles de serlo, que tengan una singular posición con el
objeto del proceso, lo procedente será, obviamente, el emplazamiento personal de los mismos,
para permitir su personación a fin de sostener la conformidad a Derecho de la disposición
impugnada».
Conviene aclarar que este Auto se dicta en el marco de una declaración de incompetencia de la
Sala de lo contencioso-administrativo del TSJ de Madrid (mediante Auto, de fecha 17 de enero
de 2005 se declaró este órgano incompetente para conocer de un recurso contencioso-
administrativo, contra la resolución de 24 de marzo de 2004 del General del Ejercito JEME) y
remisión del asunto litigioso a los Juzgados Centrales de lo Contencioso-administrativo. El
Juzgado Central de lo Contencioso-Administrativo núm. 8 acordó por diligencia de ordenación
de 14 de febrero de 2005 el emplazamiento de las partes para que se personaran ante el Juzgado
Decano de los Centrales de lo Contencioso-Administrativo en el término de diez días,
notificándose dicha diligencia de ordenación a la parte apelante, pero no compareciendo ésta
en el plazo señalado, acordándose en consecuencia el archivo de las actuaciones.
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Cuarta Parte. Procedimiento contencioso-administrativo en primera o única
instancia
Capítulo XXIV. Causas de inadmisión del recurso contencioso-administrativo (artículo 51
LJCA)
Capítulo XXIV
Sumario:
1. Doctrina procesal
A. Las causas de inadmisión del artículo 51 de la LJCA y la inadmisión más allá DE
este precepto
B. El principio «pro actione»
C. La admisión como requisito de procedibilidad
D. Inadmisión y cosa juzgada
E. Momento procesal para la inadmisión
F. Casuística y debates procesales: falta de aportación del poder, del acto recurrido.
Subsanación, archivo de actuaciones, errores de la parte. Errores del juzgador
G. Recurso de amparo e inadmisiones de la jurisdicción contencioso-administrativa
H. Consecuencias procedimentales de la constatación de una causa de
inadmisibilidad
2. Falta de jurisdicción o la incompetencia del juzgado o tribunal
3. La inadmisión por recurrir actuación no impugnable. la inadmisión y el acto como
elemento definidor del proceso. la creación de actos y la inadmisión
A. Problemática
B. La inadmisión por impugnar un «acto no impugnable» cuando es la propia
administración la que causa o provoca la causa de inadmisión, por no contestar
con un acto
C. La creación forzada de actos. el fenómeno admisible de la creación de actos y los
límites de la inadmisión del recurso
D. ¿Vence siempre la inimpugnabilidad del acto tras los dos meses de recurso; o
puede acudirse al fenómeno de la «creación de actos» por solicitudes?
E. Problemas de inadmisión del recurso contencioso-administrativo indirecto en
casos en que el interesado recurrente «crea un acto» para la impugnación de una
norma
F. El intento de recurrir el planeamiento a través de la impugnación del acto de
reparcelación
G. La «creación» –vía petición– de un segundo acto en la vía administrativa.
Inadmisión por ser reproducción de otro anterior
H. El contencioso y el acto: inadmisión de plantear cuestiones no referidas al acto
recurrido
I. Actividad inimpugnable
J. En relación con el artículo 28 de la LJCA: inadmisibilidad del recurso que tiene
por objeto un acto que es reproducción de otro que es firme o un acto que es
confirmatorio de otro consentido
K. Régimen general de inadmisión en caso de impugnación de «actos de trámite»
L. Casos problemáticos de actos (de trámite) «por sorpresa»
LL. Impugnación de actos que ponen inicio al procedimiento
M. Desviación procesal. improcedencia de referirse a actos «nuevos» o de plantear
cuestiones nuevas. La flexibilidad de la desviación en la lógica del propio acto
N. Admisión del recurso contencioso-administrativo indirecto si el escrito de
interposición no identifica la disposición general que se considera ilegal
Ñ. ¿Inadmisión si no se amplía el recurso contencioso-administrativo al acto que
desestima expresamente la petición del sujeto tras la interposición de tal recurso
contra el acto presunto?
O. El caso de los recursos contra aprobaciones de planes, en el contexto de la
impugnación de actividad no susceptible de recurso. «Inadmisibilidad» de la
acción contra la aprobación provisional del plan, «admisión» en caso de que la
aprobación quede sujeta a subsanación, «inadmisión» si la aprobación se
condiciona al cumplimiento de otros requisitos y sólo se recurre el acto inicial de
aprobación
4. Interposición extemporánea o prematura del recurso
A. Caducidad
B. Inadmisión si se planteó fuera de plazo el recurso en vía administrativa
C. Admisión si, no obstante plantearse reposición, el recurso contencioso-
administrativo respeta el plazo de dos meses
D. Los casos de desestimaciones presuntas o formalmente deficientes
E. Inalterabilidad de los plazos en caso de nulidad
F. En cuanto a la interposición prematura del recurso
G. Inadmisibilidad del recurso contencioso-administrativo directo contra una
norma más allá del plazo de impugnación. inadmisibilidad de la acción de
nulidad para que la administración revise de oficio un plan o reglamento
5. La inadmisión por falta de legitimación
A. Sentido procesal de la legitimación
B. Falta de legitimación sobrevenida
C. Inadmisiones de la acción popular urbanística (así, impugnaciones de
reparcelaciones)
D. Límites de las acciones populares por motivos procesales (desviación procesal)
E. Sentencias que han excepcionado la acción popular en casos de abuso en el
ejercicio de la acción
F. Acciones populares «limitadas» por razón de sujeto o de objeto
G. Momento procesal para alegar la falta de legitimación
Nota bibliográfica
1. DOCTRINA PROCESAL
En este sentido, se expondrá seguidamente la doctrina aplicable y casos que ilustran del
posible debate que puede procesalmente plantearse en aplicación de las causas de
inadmisión que pueden decretarse de oficio por el órgano jurisdiccional tras recibir y
examinar el expediente administrativo ex artículo 51 de la Ley Reguladora de la
Jurisdicción Contencioso-Administrativa 29/1998, de 13 de julio, causas que no coinciden
exactamente con las del artículo 69 LJCA que se refiere a la declaración de inadmisión
en la propia sentencia.
Este precepto se refiere al Juzgado o la Sala para decretar la inadmisión, por unas
causas allí previstas, que han de constar de modo inequívoco.
En la práctica no es muy común el recurso por parte del Juzgado o Sala a este artículo
51. Ello es así, no solo porque, como decimos, ha de constar de modo inequívoco y
manifiesto alguna de esas causas de inadmisibilidad. Se advierte que se prefiere esperar
al momento de la sentencia para tener una constancia y conocimiento global de
circunstancias, hechos, fundamentos de derecho y pruebas, pese a que puede haberse
tramitado inútilmente un proceso. O bien declarar la inadmisión por iniciativa de la
parte demandada. Además, en algunas causas –como sucede en el caso de legitimación–
el decidir sobre la inadmisión o no conlleva entrar a conocer del fondo del asunto.
Si estas causas se comparan con las causas de inadmisibilidad en fase de sentencia del
artículo 69 LJCA, se aprecia que, si bien la inadmisión en esta fase inicial es más
restrictiva (no se recoge la causa de litispendencia o cosa juzgada y no se recoge
tampoco la causa de incapacidad del recurrente o ausencia de representación ), se
contempla en este momento como causa de inadmisibilidad la incompetencia , la cual
no se contempla sin embargo entre las causas de inadmisibilidad de la fase de la
sentencia del artículo 69 de la actual LJCA (aunque sí se contemplaba en el artículo 82 de
la LJCA anterior de 1956, desapareciendo de la nueva LJCA dando cumplimiento a las
SSTC 22/1985; 55/1986 y 90/1991, entre otras, y en consonancia con el artículo 7.3 LJCA
que no permite que la sentencia declare la inadmisibilidad del recurso por causas de
incompetencia).
Rige una actitud general, claramente apreciable en los procesos, a favor de admitir la
acción interpuesta, tendencia positiva y que arraiga en un sentir doctrinal mayoritario y
firmemente asentado en el antiformalismo y el principio «pro actione», el cual despliega
su máxima eficacia en el acceso a la jurisdicción y exige de los órganos judiciales, al
interpretar los requisitos procesales legalmente previstos, que tengan presente la
«ratio» de la norma, con el fin de evitar que los meros formalismos impidan un
enjuiciamiento del fondo del asunto, vulnerando las exigencias del principio de
proporcionalidad.
Por ejemplo, también se ha aplicado judicialmente, el principio pro actione , para salvar
problemas de inadmisión rigorista de la acción en casos de equívocos en el ejercicio de
acciones de inactividad ( SAN de 25 de mayo de 2005 [RJCA 2005, 1027], hablando de
la interpretación razonable de la legislación procesal y citando numerosas sentencias
del TS) o de interposiciones prematuras del recurso, como pone de manifiesto la
sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Castilla-La Mancha de 11 de junio de 2003,
rec. 176/2002 [JUR 2003, 247391] cuando aplica el principio pro accione tomando como
referencia la fecha de una primera petición en vía administrativa y no de otra segunda
petición, a efectos de computar el plazo de tres meses de espera necesario para acudir a
la jurisdicción tras la presentación de tal solicitud en vía administrativa, rechazando el
argumento de la interposición prematura del recurso, a efectos de realizar la
interpretación más favorable al recurso, sin perjuicio de descartar también que la
interposición prematura conduce a la inadmisión.
En términos de aportar doctrina, la STC 59/2003 habla de la mayor intensidad con que se
proyecta el principio « pro actione» cuando lo que está en juego es la obtención de una
primera decisión judicial (citando las SSTC 37/1995, de 7 de febrero, FJ 5; 36/1997, de 25
de febrero, FJ 3; 119/1998, de 4 de junio, FJ 1; y 122/1999, de 28 de junio, FJ 2, por todas).
Aunque parezca baladí, todo esto es muy importante: si el Derecho al final es sobre todo
interpretación, no es irrelevante interpretar con espíritu abierto o interpretar con
espíritu cerrado. Aumentan, gracias a los principios, las opciones. Nadie tiene plena
certeza, pero se puede tener mayores posibilidades.
Dicho esto, nos permitimos dudar del planteamiento doctrinal que siempre considera la
admisión como un elemento de progreso. Se parte, para justificar esta posición, de una
posición sensible al «particular». Sin embargo, tan «particular» es el recurrente como lo
es el codemandado, que ve impugnada su plaza de funcionario, por ejemplo.
En otro orden de cosas, interesa recordar que los órganos jurisdiccionales y el Tribunal
Constitucional han señalado, así éste en su STC 291/2005, que el derecho a obtener del
órgano judicial una resolución sobre el fondo de las pretensiones también se satisface
con una decisión de inadmisión que impide entrar en el fondo de la cuestión planteada,
cuando se fundamente en la existencia de una causa legal que resulte aplicada
razonablemente.
Esta exigencia (apunta esta misma STS de 29 de septiembre de 1980) nada tiene que ver
con la naturaleza del acto que se trata de anular, ni con el instituto de la prescripción, y
sí con el carácter de la resolución a efectos de ganar o no firmeza. «Por lo tanto, y ante la
extemporaneidad del recurso de reposición, hemos de estimar infringido el citado art.
52 de la Ley que acarrea la inadmisibilidad postulada, conforme reiterada
jurisprudencia –sentencias del TS de 27 mayo 1964, 21 octubre 1965, etc.–»).
No está claro el tema de si, decretada una inadmisión, y por el hecho de no haberse
entrado en el fondo, se puede volver a introducir un proceso.
Puede interesar por tanto indagar en doctrinas favorables a esta opción que
planteamos.
Comparto la posición de González Pérez cuando afirma que «la inadmisibilidad del
recurso contencioso-administrativo, al no contener pronunciamiento sobre el fondo del
asunto, no produce efecto alguno, ni jurídicos procesales ni declarativos (no tiene los
efectos propios de la cosa juzgada, según la jurisprudencia antes citada) ni ejecutivos, ni
jurídico materiales. El acto o disposición objeto de impugnación subsistirán y
producirán plenos efectos sin que la sentencia añada nada nuevo a la realidad jurídico-
material existente antes del proceso». (Código de la justicia administrativa , vol. 2,
segunda edición, 2008, p. 3000).
Las sentencias en las que se recoge una causa de inadmisibilidad «carecen del valor de
cosa juzgada material como ha declarado el TS en multitud de sentencias, de las que
pueden servir de ejemplo las de 19 de enero de 1970 y 12 de mayo de 1977» (STS de 7 de
octubre de 1986 ponente S. Gutiérrez de Juana, aceptando los considerandos de la
sentencia apelada de la Audiencia Territorial de Valladolid de 3 de julio de 1984, y
rechazando la causa de inadmisibilidad del abogado del Estado invocando cosa
juzgada).
También interesa la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de las Islas Canarias
(Las Palmas de Gran Canaria) 24 de febrero de 2005 (JUR 2005, 109152): «TERCERO.
Como es obvio la existencia de un proceso contencioso-administrativo seguido ante esta
Sala con el número 726/92 dejó sin prejuzgar la cuestión de fondo toda vez que fue
inadmitido por extemporáneo, esto es, no produjo otros efectos que los derivados de la
inadmisibilidad y por tanto no constituyó obstáculo alguno a otro proceso sobre el
mismo objeto al tratarse de una sentencia que carece de valor de cosa juzgada material
(Sentencia del Tribunal Supremo de 12 de mayo de 1977) al no haber producido efecto
alguno en las relaciones jurídicas materiales».
Según esto, los límites vendrían de la mano de los propios plazos de recurso,
prescripción o demás presupuestos formales. Es decir, que si una resolución judicial
inadmite una acción, ésta sería planteable si el plazo no ha trascurrido.
Por otra parte, obviamente, si el acto recurrido es diferente no se puede oponer cosa
juzgada, ya que el segundo acto es diferente pese a que el segundo pronunciamiento «ha
de atenerse al contenido de la primera sentencia en el caso de que formen parte de su
thema decidendi cuestiones ya decididas en la sentencia firme anterior sin contradecir lo
dispuesto en ella, sino tomándola como punto de partida» (STS de 2 de diciembre de
2013 recurso 397/2010).
Con todos estos posibles elementos inciertos es preciso defenderse en el caso concreto.
(...) b) Los dos Autos del Juez de lo Contencioso-Administrativo núm. 19 de Madrid, no sólo
contienen los errores patentes indicados, sino que, además, incurren en manifiesta
arbitrariedad en la interpretación y aplicación del art. 45.2 c) y 45.3 LJCA. En efecto, el
primero de estos artículos prevé que se aporte “copia o traslado de la disposición o del acto
expreso” que se impugnen en el escrito de interposición, pero también, de manera alternativa (el
texto legal emplea la conjunción disyuntiva “o”), bastaría, en defecto de aportación de copia de
los actos o disposiciones recurridas, con la “indicación del expediente en que haya recaído el
acto o el periódico oficial en que la disposición se haya publicado”. Por ello, incluso si la parte
recurrente no hubiese aportado copia de los actos impugnados (cosa que, como ya hemos
reseñado, sí hizo), al estar el expediente administrativo perfectamente identificado en el escrito
de interposición del recurso, el órgano judicial no podía haber acordado el archivo de las
actuaciones sin contradecir el art. 24.1 CE, pues la parte recurrente habría respetado de
manera escrupulosa las exigencias procesales contenidas en el referido art. 45.2 c) LJCA ».
«Como quiera que la letrada actuante no contaba con poder de representación, mediante
Providencia de 15 de diciembre de 2005 fue requerida mediante fax –debidamente
recepcionado según consta en autos– a fin de que aportara el poder de representación y la
resolución administrativa objeto de impugnación, en el plazo de 10 días, con apercibimiento
de archivo.
Notificado el auto referido, el día 5 de diciembre de 2005, ese mismo día, la demandante
aportó el poder que le había sido requerido, e interpuso recurso de apelación en los términos
ya indicados, poniendo de manifiesto que no sólo había presentado el poder sino que además
había interesado la ampliación de plazo el día 1 de diciembre de 2005, y que el fax
mencionado en el auto apelado no fue recibido debido a un problema técnico.
SEGUNDO. El precepto contempla la rehabilitación del plazo una vez declarado caducado
cuando el escrito que proceda se presenta dentro del día en que se notifica el auto (TS, Sala
Tercera, de lo Contencioso-administrativo, Sección 4.ª, S. 26 de Septiembre de 2005, recurso:
220/2004)».
Y finalmente la sentencia proyecta esta doctrina sobre el caso planteado para llegar a la
conclusión de la debida admisión del escrito:
La doctrina se contiene en la STC 59/2003: «(...) Aunque con carácter general la decisión
sobre la admisión o no de una pretensión, así como la verificación de la concurrencia de
los presupuestos y requisitos materiales y procesales de ésta, son cuestiones de
legalidad ordinaria , puede, no obstante, verse conculcado el derecho a la tutela
judicial efectiva en aquellos casos en los que la interpretación efectuada por el
órgano judicial de esta normativa sea arbitraria , manifiestamente irrazonable o
fruto de un error patente, y, asimismo, cuando del acceso a la jurisdicción se trata, en los
casos en que dicha normativa se interprete de forma rigorista, excesivamente formalista
o desproporcionada en relación con los fines que preserva y los intereses que se
sacrifican (STC 231/2001, de 26 de noviembre, FJ 2, por todas)».
Es decir, la base ya la tenemos para recurrir. El resto remite al factor suerte para que se
admita el recurso de amparo. Pero una primera doctrina de referencia puede ser esta en
principio, cuando alude a que «el análisis de estos errores pone de manifiesto que en
ellos concurren todos los requisitos necesarios para concluir que constituyen errores
patentes que provocan la vulneración del derecho a la tutela judicial efectiva en su
vertiente de derecho de acceso a la jurisdicción».
El Juzgado o la Sala, antes de pronunciarse sobre la inadmisión del recurso, hará saber a
las partes el motivo en que pudiera fundarse, para que, en el plazo común de diez días,
aleguen lo que estimen procedente y acompañen los documentos a que hubiera lugar.
Por otra parte, contra el auto que declare la inadmisión «podrán interponerse los
recursos previstos en esta Ley» (véanse los artículos 80 y 87).
Tal como ya nos consta, los órganos del orden jurisdiccional contencioso-administrativo
apreciarán de oficio la falta de jurisdicción y resolverán sobre la misma, previa
audiencia de las partes y del Ministerio Fiscal por plazo común de diez días.
Esta regulación es mejorable, ya que deja en vilo al letrado, al no marcar la pauta de qué
ha de hacer este, o en qué plazo promover en su caso algún escrito, una vez se produce
la declaración de incompetencia, siendo recomendable estar al tanto de las incidencias
procesales a pie de juzgado.
A. PROBLEMÁTICA
En el contencioso español, ya que el acto marca la lógica procesal, es lógico que se fije
como causa de inadmisión la de «haberse interpuesto el recurso contra actividad no
susceptible de impugnación». El acto marca la pauta para la admisión y pone los límites.
Esto se presenta a veces como una de las ventajas de nuestro contencioso-
administrativo, la de la flexibilidad en el ejercicio de la acción procesal a fin de no poner
trabas en el acceso a la jurisdicción.
Surge entonces la duda de si este mecanismo de la creación de actos vale siempre o, por
contrapartida, tiene límites jurídicos, es decir, si siempre es admisible el recurso con tal
de «crear» espontáneamente un acto de tal forma para ser impugnado. Por otra parte,
este modelo, de aplicación práctica, plantea el riesgo de la posibilidad de que la
Administración alegue «acto inimpugnable» en algunas de las situaciones que pueden
plantearse en este contexto.
No voy a estudiar todas las posibles incidencias, pero sí plantear algunas situaciones
prácticas (y, por lo tanto, también teóricas, ya que no hay mejor teoría que la que enseña
la práctica procesal).
Es preciso poner en evidencia estas situaciones en que, sobre la base de un puro dogma
(no se impugnan informes por no ser actos impugnables), puede haber situaciones
injustas. Si la Administración contesta con un informe, ello podrá no ser defecto del
recurrente.
Un ejemplo de aquello que no debería ser, es la sentencia del TSJ de la Región de Murcia
954/13 (procedimiento ordinario 479/11), de 20 de diciembre de 2013. En este supuesto,
la recurrente presenta una solicitud ante la Administración invocando numerosas
irregularidades en cuanto a fondo (en la gestión de un Parque Natural) pidiendo una
respuesta expresa que recurrir para no sufrir indefensión.
En este caso, bien cabía entender, ora que no ha habido respuesta, pudiendo accederse a
un pronunciamiento de fondo por la vía del silencio, o bien que el informe, al dar
respuesta a la solicitud es un acto o actuación que ha de permitir tal examen de fondo
que precisa la recurrente.
Sin embargo, la Sala considera que el acto es irrecurrible, declarando la inadmisión del
recurso, pese a lo fundamentado de la demanda y de las conclusiones. Dice esta
sentencia de 20 de diciembre de 2013: «la Sala entiende en el acto que se impugna tiene
únicamente un carácter informativo sobre la ejecución, aplicación y cumplimiento de
una norma concreta».
Es decir, a partir de esta «doctrina», la Administración puede tomar nota de que vale
más responder mal, con informes o evasivas, que responder bien, porque se garantiza
ganar el proceso sin discusión.
Del lado correcto puede citarse la STS de 14 marzo de 2014 (JUR 2014, 88045) por la
que se detecta un fraude de ley de este tipo, consistente en que la Administración
precisamente es la que provoca la causa de inadmisión, que después invoca,
reaccionando los órganos jurisdiccionales.
Interesa también la STSJ 300 de Cataluña de 3 de abril de 2014 (recurso 291/2013), por la
que se inadmite el recurso contencioso-administrativo porque lo que se recurre es una
manifestación o declaración política. Pero dejando claro que en estos casos siempre
habrá de poderse recurrir el acto «de verdadero contenido legal».
Se observa que estos casos de entidades de Derecho civil pueden terminar en sede
jurisdiccional contencioso-administrativa cuando el particular consigue «crear» un acto
administrativo de alguna Administración interviniente. En teoría, basta con dirigirse a
ella y ya tenemos un acto, en coherencia con los flexibles (más bien, a veces inciertos)
postulados del Derecho administrativo procesal.
Existen casos, incluso, en que claramente el motivo de impugnación surge años después
al trascurso de los dos meses de rigor de impugnación. Por ejemplo, consta una licencia
no necesariamente nula (por tanto, sin posible opción de revisión de oficio) dictada años
atrás pero planteando una problemática nueva que afecta a un vecino a quien puede
decirse que pudo haber recurrido en su momento la licencia.
En estos casos, se crearía un acto, vía petición ante la Administración, para impugnar
después el reglamento en los dos meses tras la contestación a la petición, recurriendo
indirectamente entonces el reglamento.
Ahora bien, no está claro en la práctica procesal cuándo procede este recurso
contencioso-administrativo indirecto en el caso en que el particular procede a la
formulación de una solicitud invocando alegaciones contra la norma en cuestión,
solicitud que «crea» un acto, pretendiendo utilizar esta vía contra el acto expreso o
presunto «creado», alegando la ilegalidad del reglamento o plan de referencia.
Y este tema tiene el mayor interés práctico y teórico para los contenciosos. Nos
enfrentamos nuevamente con el problema del Derecho administrativo de la posible
pérdida de opciones de defensa una vez ha trascurrido el plazo de impugnación.
Esta opción puede verse como un remedio que atenúe el rigor de la firmeza de los
reglamentos una vez pasa el plazo de impugnación.
Pero es que también se impugna por los actores, indirectamente, el contenido de los Reales
Decretos que regulan precisamente esas nuevas asignaturas de educación para la ciudadanía,
tal y como claramente se desprende del escrito de demanda, la cual se fundamenta en que tales
disposiciones generales no son conformes a derecho, siendo esto (la dicha fundamentación)
precisamente lo que prevé el artículo 26 de la Ley reguladora de la jurisdicción Contencioso-
Administrativa cuando regula la denominada impugnación indirecta de reglamentos . Y según
esta norma legal no es necesario formular en el suplico de la demanda la pretensión de
nulidad respecto de dichos reglamentos, pues la Ley regula la impugnación indirecta
diciendo que también es admisible la impugnación de los actos que se produzcan en
aplicación de disposiciones de carácter general, “fundada” en que tales disposiciones no son
conformes a derecho. Y es que tratándose de disposiciones generales aprobadas mediante
Reales Decretos, este tribunal carece de competencia para resolver una hipotética
impugnación directa y decretar en el fallo la nulidad de tales disposiciones generales
acordadas por el Consejo de Ministros. Pero tratándose, como se trata aquí, de una
impugnación indirecta, en el caso de que este tribunal dictase sentencia estimatoria por
considerar ilegal el contenido de tales disposiciones generales, no sólo podría, sino que
debería plantear cuestión de ilegalidad según lo previsto en el artículo 27 de la misma ley.
Así es, sencillamente, como ha tenido lugar la presente impugnación indirecta, que se ajusta
plenamente al artículo 26 de la Ley Jurisdiccional, por haberse dirigido la acción contra un acto
administrativo de aplicación de dichas disposiciones generales fundada en que éstas no son
conformes a derecho.
Así las cosas, por las razones expuestas, debe admitirse el recurso, entrar a examinar el fondo
del asunto y otorgar o no tal amparo, según la actuación administrativa objeto del recurso
haya desconocido o no tales derechos y libertades, considerando y examinando al efecto la
Sala los motivos del acto administrativo recurrido que denegó la objeción de conciencia
planteada, así como también los motivos y la normativa reglamentaria que los recurrentes
detalladamente analizan para intentar fundamentar por qué objetan y por qué solicitan la
anulación del acto administrativo que recurren y por qué formulan pretensiones de
reconocimiento de una situación jurídica individualizada. Y todo ello sobre la base de que los
derechos y libertades reconocidos en el capítulo segundo del título primero vinculan a todos
los poderes públicos –artículo 53.1 de la Constitución–, incluida la Administración
autonómica demandada, a la que también vincula lo dispuesto en el artículo 9.2 de la misma
Constitución».
En esta línea, es interesante la STS de 29 de febrero de 2012 (RJ 2012, 4747) cuando
afirma esta posibilidad, evitando interpretaciones rigoristas como la que había
sostenido la Sala de instancia (revocando su sentencia), admitiendo el recurso indirecto
contra acto creado por petición del particular instando la modificación de un Plan
General (si bien con motivo de una reforma normativa posterior a tal PGOU) que
amparaba tal petición.
Considerando las limitaciones que acaban de exponerse, interesa observar vías para
recurrir normas, una vez ha pasado el plazo de recurso de dos meses tras su
publicación, para salvar el problema de la inadmisión del recurso.
Así, la Sentencia n.º 298/2006 de fecha 13 de marzo de 2006, del Tribunal Superior de
Justicia de la Comunidad Valenciana, aunque puede llegar a afirmar la posible revisión
de un Programa para desarrollo de actuación integrada (PAI) o Plan de Reforma Interior
(PRI) a través de un acto indirecto reparcelatorio, presupone que la materia procesal ha
de referirse a temas de ordenación:
«Cuestión distinta es la derivada de la segunda razón esgrimida por el Ayuntamiento; las
razones por las que la actora impugna indirectamente el PAI, no son otras que la
pretendidamente incorrecta delimitación que éste hace de las Unidades de Ejecución, al
remitirse, sin ninguna concreción ni precisión adicional, a la configuración que de ellas hace
el plan –éste incluye una determinada superficie de zona verde en cada UE, procedente de la
manzana 588, sin localizarla, por lo que los distintos propietarios de terrenos calificados
como zona verde no pueden saber a qué concreta UE son adscritos–; se trata, en definitiva, de
la impugnación de la delimitación de las UE realizada por el PAI. Es doctrina pacífica, y
reiteradamente aplicada por este Tribunal, la de permitir impugnar indirectamente un PAI,
en cuanto instrumento de ordenación urbanística [art. 12.G) LRAU], a través de la
impugnación de los Proyectos de Reparcelación (art. 26.1 LJCA) pero, en cualquier caso tal
posibilidad de impugnación indirecta deriva precisamente de su condición de instrumentos de
ordenación y, por tanto, aparece vinculada a su contenido normativo, pero no a los que
constituyen propiamente actos de gestión ; y efectivamente, como advierte la Corporación
demandada, el TS ha afirmado que “como con acierto se dice el recurrente, al tratarse de una
delimitación en suelo urbano de una Unidad de Actuación para su ejecución, las
determinaciones que efectúa el plan carecen de los elementos necesarios que permitan
calificar a la delimitación como una verdadera norma o disposición administrativa de
carácter general sino más bien, sino concretos y determinados destinatarios y su vigencia no
indefinida sino referida a un período concreto de ejecución, la calificación adecuada debe ser
la de acto administrativo singular. De ahí que consentida por el transcurso de los plazos de
recurso la delimitación del polígono o Unidad de Actuación, no parece posible volver a plantear
la legalidad de la misma”. (S. 22 noviembre 1994); en S. de 27 mayo 1999, con relación a la
posibilidad de impugnación indirecta, ha señalado que “El acierto o desacierto de esta
argumentación depende de la naturaleza que tenga en el Derecho Urbanístico la fijación del
sistema de actuación para un polígono o unidad de actuación, pues, en efecto, si tiene la
naturaleza de disposición de carácter general (como los mismos Planes), será posible su
impugnación indirecta, al amparo de lo dispuesto en el artículo 39-2 y 4 de la Ley
Jurisdiccional, aprovechando la impugnación de un acto o disposición derivados: por el
contrario, si tiene la condición de mero acto administrativo que aplica el Plan General o las
Normas Subsidiarias, no será posible su impugnación indirecta y la inadmisibilidad estaría bien
declarada” , añadiendo que “la opinión de este Tribunal es que la fijación del sistema de
ejecución (se encuentre previsto en el propio Plan o se señale después por el procedimiento
legalmente establecido) es sólo el señalamiento de qué normativa –cooperación,
compensación, expropiación– debe ser aplicada para la gestión urbanística de un polígono o
unidad de actuación, es decir, es sólo la concreción de las normas aplicables, concreción que,
referida a un determinado espacio físico, se agota una vez que la gestión ha concluido. Se
trata, por lo tanto, de un acto que no se encuadra en el ordenamiento jurídico para su
aplicación sucesiva y reiterada (como las normas), sino que surte sus efectos una vez sola y
exclusiva (...); doctrina que se reitera en S. de 23 julio 1999; finalmente, en S. de 21 junio 2000,
se remite a las anteriores para concluir que la delimitación de una Unidad de Actuación no es
una norma jurídica, por lo que no cabe su impugnación indirecta. En definitiva, si como la
recurrente afirma en su demanda, el PAI ‘Madrigal I’ no delimitó correctamente el ámbito de
ninguna de las UE que lo integraban, no es sostenible que, como afirma en trámite de
conclusiones, confiara en que ‘con ocasión de la tramitación de los Proyectos de Reparcelación
se arbitraría una solución justa y equitativa para todos los propietarios afectados’, y por ello
dirige su pretensión frente al primero de los Proyectos de Reparcelación aprobados con relación
a dicho PAI. Debe acogerse, por tanto, la tesis municipal, y declarar inadmisible la impugnación
indirecta del PAI como argumento de su recurso contra el Proyecto de Reparcelación, por lo
que, no cuestionándose éste por otros motivos, no cabe sino la desestimación del presente
recurso...”».
Con mayor motivo no cabrá la impugnación indirecta del propio acto de reparcelación o
del proyecto de urbanización, como afirma la sentencia del TSJ de la Comunidad
Valenciana, de fecha 3 septiembre 2008, n.º 1303/2008, rec. 1106/2007, FJ 4.º:
«De una parte, es sabido que el Proyecto de urbanización es un acto administrativo (un mero
Proyecto de obras), como dicen entre otras la STS de 27 de septiembre de 1989; y STS de 30 de
octubre de 2001, así como también es un acto administrativo el Proyecto de reparcelación,
por lo que ni uno ni otro pueden impugnarse indirectamente dado que no tienen naturaleza
normativa, como siempre ha dicho esta Sala (STSJCV de 10 de mayo de 2005, entre otras). En
suma, pues, al tratarse de actos administrativos no impugnados en tiempo y forma,
devinieron firmes. Así, en cuanto al Proyecto de reparcelación, fue aprobado en fecha 23 de
mayo de 2003 y siendo un acto administrativo no consta su impugnación en tiempo y forma
por el apelante hoy o los titulares antiguos de la finca (por entonces legitimados) extremo por
el que ya ganó firmeza en vía administrativa y contencioso-administrativa, deviniendo
inimpugnable. Y en cuanto al Proyecto de urbanización sólo pudo ser impugnado por los
antiguos propietarios como el Proyecto de urbanización que se aprueba el 14 de enero de
2003, por lo que Asimismo, ha devenido firme y consentido, como con buen criterio alegaron
los demandados en instancia, por lo que no ya ante esta Sala, que evidentemente sólo en
apelación los podría enjuiciar, sino tampoco ante el Juzgado de lo Contencioso-Administrativo
que es el órgano competente para analizar su adecuación a Derecho, con arreglo a lo
señalado en el art. 28 LJCA.
CUARTO. Por lo demás, y en cuanto a los reproches de legalidad que se hacen a la aprobación
definitiva del PAI y los vicios de procedimiento (entre ellos que la falta de cédula de
urbanización del Plan Parcial de referencia), se debe decir que se ligan a una impugnación
indirecta del mismo PAI (así, como se dice, los reproches se basan en una alegada, por los
actores, ausencia de cédula de urbanización) durante el procedimiento de aprobación
pretendiendo hacer valer aquel derecho de opción de pago de los costes del programa para
impugnar el mismo PAI indirectamente. Pero no existiendo derecho para exigir dicho pago,
como ahora pretende los recurrentes, o no siendo disconforme a Derecho la denegación
hecha por el Ayuntamiento de ..., no concurren los presupuestos de la impugnación indirecta
que exige el art. 26.1 LJCA, pues esa opción de pago es conforme a derecho con arreglo al art.
71.3 LRAU; y Asimismo, fue conforme a derecho la opción del PAI de retribuir al urbanizador
en terrenos. Con todo, lo alegado es a lo sumo de un vicio de procedimiento o formal que,
como se sabe no puede alegarse para fundar un recurso indirecto contra una disposición de
carácter general (por todas STSJCV 407/2007, de 17 de marzo de 2008), como era en este caso
el PAI controvertido y por relación con este al mismo Plan Parcial.
En suma, se desestima (o mejor, sería inadmisible) la pretensión referida a la impugnación
indirecta del PAI; lo que alcanza asimismo, pues el argumento es el mismo, en cuanto a la
pretensión del actor contra los actos de inscripción practicados en el Registro de la Propiedad,
derivados de la programación citada».
A veces esta vía de la creación del acto puede ser no obstante algo forzada , porque por
la vía de la petición y el consiguiente acto presunto en ocasiones se llega a una especie
de «contencioso universal» que podría en el caso concreto discutirse, por si puede estar
eludiendo alguna vía de impugnación ya fenecida. Por eso si se presentan límites,
inciertos por lo general, como el de la inadmisión en caso de impugnación de acto no
impugnable, o en caso de que el segundo acto sea reproducción o confirmación de otro
previo.
Asimismo, puede haber actos que se descubren por ejemplo, leyendo el expediente
administrativo, respecto de los que el interesado toma conocimiento, con el riesgo de
que pueden devenir firmes si no se impugnan en dos meses. Es aconsejable siempre
situarse en la opción procesalmente más cautelosa para evitar riesgos.
Como estamos viendo, en lo procesal, y sin perjuicio del principio de congruencia con
las pretensiones, el acto administrativo marca las pautas del proceso de principio a fin.
Lo más importante viene a ser en la práctica procesal fijarse bien en el acto que se
recurre, no cometer errores en su identificación, no extender después las pretensiones o
el recurso a otros actos si previamente éstos no se han llevado al proceso (mediante la
pertinente acumulación o extensión del recurso a nuevos actos).
Si se quieren evitar riesgos procesales, la cuestión empieza por llevar al proceso el acto
en cuestión (al que después van a referirse las pretensiones), observando qué cauce
procesal ha de emplearse a tal fin. Sin tales actuaciones el recurso se inadmitirá, en
tanto en cuanto afecte a un acto que no se ha conseguido llevar al proceso.
Por todas, la STSJ de Cantabria de 30 de enero de 2014 n.º de recurso 242/2013 inadmite
el recurso porque el particular pretendió en la demanda cuestiones no referidas al
acto inicialmente seleccionado en el recurso contencioso-administrativo . Se
trataba de una pretensión enfocada inicialmente contra el incumplimiento de un
contrato administrativo por falta de formalización (que era inadmisible, por ser
competente la jurisdicción civil) pese a que en la demanda el recurrente, para evitar la
inadmisión, relacionó sus pretensiones con los actos de adjudicación que no habían sido
seleccionados en el recurso contencioso-administrativo. Demasiado tarde la reacción,
conduciendo a la inadmisión del recurso.
I. ACTIVIDAD INIMPUGNABLE
En esa otra línea que consideramos más acertada, la STS de 25 de julio de 2014 (rec.
casación 3923/13), casando la sentencia recurrida del TSJ de Madrid, llega a la
conclusión de que no estamos, en el caso enjuiciado, ante un supuesto en que se resuelve
una mera consulta , «ni se reitera lo anteriormente dicho, sino que va más allá y se
indican por primera vez las razones jurídicas de la decisión de la Administración» (por
lo que, además, tampoco el acto era reiteración de otros anteriores consentidos y
firmes).
Estamos ante medidas administrativas ad intra sin que se derive un reflejo jurídico
subjetivo a favor de tercero.
Otro ejemplo de no menor interés, sobre todo teórico, es la STSJ Comunidad de Madrid
núm. 845/2004 (Sala de lo Contencioso-Administrativo, Sección 9.ª), de 18 de octubre de
2004, declarando como actos inimpugnables una «comunicación» de actuaciones de
carácter informativo, ya que concurre ausencia de voluntad creadora de situaciones
jurídicas. No existe acto administrativo y la inadmisibilidad es procedente. Pero es
discutible si está doctrina no debería revisarse a la luz del artículo 1 de la LJCA 1998 que
habla de «actuaciones» y no de actos. ¿Para qué sirve el artículo 1?
Los requisitos para que un acto sea recurrible, por contraposición con un acto que no
tiene contenido declarativo, se explican en la STS de 14 de octubre de 1980 (RJ 1980,
3906), sin perjuicio de su posible acierto o desacierto en cuanto al fondo, desestimando
el recurso y conteniendo estas afirmaciones, que elaboramos:
–«Para que el acto administrativo pueda ser objeto de impugnación en esta vía
jurisdiccional, es preciso que la Administración actúe con un propósito finalista de
determinación».
–«Y son esos actos los únicos susceptibles de ser combatidos en esta vía judicial, en
armonía con el art. 58 de esa normativa jurídica indicada – sentencias de la Sala 3.ª,
de 31 mayo 1968 (RJ 1968, 2866) y 13 junio 1969 (RJ 1969, 3410) y de la Sala 4.ª de
14 febrero 1973 (RJ 1973, 718) y 11 marzo 1974 (RJ 1974, 1343)».
Dicho esto, esta sentencia de 14 de octubre de 1980 aclara ante qué situación se
encuentra el caso enjuiciado exponiendo sus antecedentes fácticos:
En suma, todo esto «pone de manifiesto que no existió por parte del Ayuntamiento acto,
disposición o comportamiento que significara resolución declarativa de derecho, y en
consecuencia manifiesta declaración de voluntad de la Corporación de ejercitar como se
pretende la competencia, por entender que era el único que podía suspender su acuerdo
concediendo licencias; por tanto no existiendo acto administrativo definidor de
presuntos derechos, ni negativos de ellos, los actos recurridos no reúnen la condición
legal necesaria para poder ser objeto de impugnación contencioso-administrativa».
En cambio, el acto en cuanto tal por el que se hace pública una convocatoria para la
licitación de un contrato de servicios dando Asimismo, publicidad a los Pliegos, es un
acto recurrible, por no ser un mero acto de otorgamiento de publicidad, sino que al dar
publicidad a la convocatoria y los pliegos, está poniendo en conocimiento del público en
general el contenido de la convocatoria y de los pliegos, contenidos que en dicho
momento (que es cuando son conocidos) pueden y deben ser impugnados por quienes
están legitimados para ello (ATSJ de Madrid de 11 de septiembre de 2013, recurso
787/2013).
De este modo, no es admisible el recurso que impugna «actos que son mera ejecución de
otro» (STS 25 de abril de 1996).
De lo que se trata esta vez es de evitar que cuando haya pasado el plazo de impugnación
de los actos firmes y consentidos aquél pueda abrirse ficticiamente (STS de 17 de julio de
1996; STSJ de Cataluña de 16 de septiembre de 2008).
Para que pueda hablarse de acto consentido han de reunirse una serie de condiciones
generales y otras más particulares. En relación con lo primero, se precisa que se trate de
un acto administrativo (STS de 29 de julio de 1994), que sea expreso, que sea válido o
anulable, pero no nulo de pleno derecho (SSTS de 4 de diciembre de 1983 y 26 de
marzo de 1997), pues el acto nulo no deviene válido por el transcurso del tiempo y, por
tanto, no lo convierte en válido e impugnable; y que haya sido notificado cumpliendo
todas las previsiones legales (SSTS de 5 de marzo y 28 de mayo de 1986, entre otras), ya
que, si el acto no ha sido notificado o lo ha sido de forma defectuosa, no puede
considerase firme o consentido al no haber comenzado el plazo para su impugnación. Y
que el acto no haya sido recurrido dentro de plazo (STS de 28 de marzo de 2000 y ATC
de 24 de julio de 2000: «consta acreditado que la recurrente no impugnó ante la
jurisdicción contencioso-administrativa la resolución del Rector de 21 de mayo de 1997
[...] por lo que esa resolución devino firme [...]»).
En cuanto al otro tipo de requisitos, para que nos encontremos ante un acto
reproductorio o confirmatorio de otro anterior –definitivo o consentido– y, por tanto, no
proceda la admisión del recurso contencioso-administrativo frente al mismo, es
necesaria además la concurrencia de una triple identidad subjetiva, objetiva y de
fundamentación entre ambos ( SSTS de 22 de julio y 26 de octubre de 1985, 3 de
octubre de 1989, 20 de diciembre de 1989 –RJ 1989, 9220–).
La identidad subjetiva alude a que debe tratarse del mismo administrado o destinatario
del acto (SSTS de 6 de julio de 1977 y 24 de septiembre de 1984) y de la misma
Administración autora de los mismos. Es claro que esto no es predicable de actos
procedentes de distintas Administraciones o cuando son diferentes los particulares en
relación con sendos actos de referencia (STS de 23 de junio de 1980).
Además, se requiere una identidad objetiva o material entre la petición del particular en
uno y otro acto (STS de 12 de febrero de 1962).
Finalmente, es necesaria una identidad entre los fines, fundamentos o motivaciones del
acto consentido y el confirmatorio (STS de 22 de julio de 1985).
Asimismo, puede haber error en el consentimiento, con lo cual no hay tal «acto
consentido», siendo ilustrativas las SSTS de 22 de noviembre de 2002 y de 15 de
septiembre de 2004 y otras citadas, al respecto de esta cuestión, en el voto particular de
la STSJ de la Comunidad Valenciana de 13 de noviembre de 2012 (JUR 2013, 21811).
Según dispone el art. 28 LJCA (...). Para comprender el sentido de esta regulación debe
tenerse en cuenta que los actos confirmatorios –al igual que ocurre con los reproductorios a
los que se refiere también el precepto legal que estamos examinando– no son en realidad
actos nuevos, sino que se limitan a reiterar lo ya declarado en otra resolución anterior que es
firme, por lo que, si se permitiera la impugnación de este tipo de actos, se estarían
recurriendo en realidad actos que no son susceptibles de recurso, lo que supondría defraudar
las normas que establecen estos plazos. De ahí que, para evitar esta consecuencia, el art. 28
LJCA establezca –como antes establecía el art. 40 a) LJCA de 1956– que no es admisible el
recurso Contencioso-Administrativo respecto de este tipo de actos. En definitiva, las mismas
razones de seguridad jurídica que justifican la preclusividad de los plazos procesales son las
que justifican que dichos plazos no puedan reabrirse forzando la producción de un acto cuyo
contenido es el mismo que otro anterior que es firme por no haber sido recurrido en tiempo
o forma. Así lo ha señalado este Tribunal refiriéndose al art. 40 a) LJCA de 1956, que regulaba
esta causa de inadmisión en los mismos términos que lo regula el art. 28 LJCA de 1998, al
afirmar que el referido precepto “tiene el sentido, con carácter general, de evitar que el
administrado pueda impugnar actos a los que ha dejado ganar firmeza por no haber
interpuesto los correspondientes recursos, a través de la impugnación de otros que no gozan
de autonomía, o que no son independientes, respecto de los primeros” (SSTC 126/1984, de 26
de diciembre, FJ 3; 48/1998, de 2 de marzo, FJ 4; y 143/2002, de 17 de junio, FJ 2).
De este modo la finalidad que persigue este requisito procesal respeta el contenido esencial
del derecho fundamental a la tutela judicial efectiva, pues concilia las exigencias que se
derivan del principio de seguridad jurídica –que es, además, un principio constitucional (art.
9.3 CE)– sin restringir el derecho a la tutela judicial efectiva de los posibles interesados en el
acto, pues dicho acto, como se ha indicado, no es un acto nuevo, sino que se limita a reiterar
el contenido de otro anterior que, en su momento, pudo ser impugnado. Todo ello, sin
perjuicio, de que, al encontrarnos ante una causa de inadmisibilidad, que, como tal, excluye
el contenido normal del derecho, debe interpretarse en sentido restrictivo (SSTC 126/1984, de
26 de diciembre, FJ 3.c; 48/1998, de 2 de marzo, FJ 4; y 143/2002, de 17 junio, FJ 2), lo que
impide su aplicación a supuestos distintos de aquellos que justifican la existencia de esta
causa de inadmisibilidad».
A veces no será del todo fácil dilucidar si estamos ante el caso del artículo 28 de la LJCA
o ante el supuesto del artículo 25 de la LJCA 29/1998. Así por ejemplo, si una vez que
tenemos un acto firme y consentido, el particular intenta inútilmente provocar un acto
modificando en parte la petición que originó el acto expreso no impugnado, y la
Administración responde que el acto ya es firme y consentido, podemos estar tanto ante
el supuesto del artículo 28, como ante el caso del artículo 25, o incluso ante un simple
caso de extemporaneidad, en el sentido de no haber acto impugnable ya que el
«segundo acto» en realidad es una información de que se ha pasado el plazo de recurso.
El Tribunal Supremo mantiene que « la decisión en la que se deja para más adelante
la decisión del asunto » «es inimpugnable por ser un acto de trámite que no decide ni
directa ni indirectamente el fondo del asunto» (STS de 12 de diciembre de 1996).
En este contexto, la STS de 20 de julio de 2012 (rec. 4914/2010) pone de manifiesto que,
pese a que el acto de trámite incita al recurso, se declara la inadmisión del recurso. Es
decir, que prevalece el hecho de que estemos ante un acto de trámite, es decir, el
carácter de orden público procesal de las normas que regulan la concreción de las
actuaciones administrativas impugnables ante la jurisdicción contencioso-
administrativa. «El carácter de acto-trámite no pierde su condición por el hecho de que,
de forma evidentemente equivocada, el referido Ayuntamiento, al resolver aquellas
alegaciones formuladas frente a la aprobación provisional de las normas de
planeamiento urbanístico, ofreciera la vía de impugnación (...)».
Pero en general puede simplemente ocurrir que el acto de trámite no se tenga por tal
acto de trámite, por la Administración misma, en la vía administrativa, pese a que
después pueda triunfar su alegato en sede judicial de que procede la inadmisión por
estar recurriéndose un acto de trámite.
«En fecha 8 de febrero de 2011, por la representación procesal de la actora se interpuso ante
el Juzgado de lo Contencioso-Administrativo de Guadalajara recurso contencioso
administrativo contra la resolución de la Consejería de Educación, Ciencia y Cultura de la
Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha de fecha 24 de noviembre de 2010 que
desestima el recurso de alzada interpuesto por la actora contra la resolución de la misma
Consejería de fecha 29 de julio de 2010 que resuelve que el proyecto presentado de
demolición y construcción no resulta viable.
(...) Se dio traslado al Letrado de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha para que
contestara en el plazo de veinte días, lo que realizó mediante el pertinente escrito presentado
en fecha 5 de junio de 2011, alegando los hechos y fundamentos jurídicos que estimó
pertinentes y suplicando que se dicte sentencia por la que se estime alguna de las causas de
inadmisibilidad planteadas; la falta de competencia objetiva para conocer del recurso, al ser
competente la Sala de lo Contencioso-Administrativo del TSJ, y la inadmisión del recurso al
tratarse de un acto no susceptible de impugnación autónoma, o se desestime el recurso
confirmado la resolución impugnada por ser conforme a derecho.
(...). Pues bien, tal y como señala la Administración demandada, dicho acto de trámite no es
susceptible de impugnación independiente o autónoma, al no tener contenido decisorio
alguno, pues informa que el proyecto presentado no es viable, indicando en que debe
consistir el proyecto que en su caso se lleve a cabo, no impedir continuar el procedimiento,
pues es el Ayuntamiento el órgano competente para otorgar o denegar las licencias
solicitadas, no producir indefensión alguna, al poder la actora rebatir el informe en el
procedimiento que se siga en su caso frente a la resolución del Ayuntamiento concediendo o
denegando la licencia solicitada, ni constar que se cause perjuicio irreparable a los derechos
e intereses legítimos, debiendo por tanto impugnarse conjuntamente con la resolución que
ponga fin al procedimiento, en el presente caso con la resolución del Ayuntamiento de
Humanes que resuelva sobre la licencia interesada.
Por ser un acto de trámite, es inadmisible el recurso cuando «lo que se impugna es la
apertura de un procedimiento» (STS de 4 de junio de 1996).
Estos actos son impugnables cuando dejan de poder ser considerados meros actos
de trámite por afectar de forma cualificada al destinatario del mismo , tal como
ejemplarmente afirma la STS (Sala de lo Contencioso-Administrativo, Sección 5) de 16 de
marzo de 2007, revocando la sentencia de instancia y declarando admisible el recurso
contra un acto de iniciación de un procedimiento sancionador de expulsión del
territorio nacional con una medida cautelar de internamiento :
Al igual que en los casos resueltos en ambas sentencias, en este caso el acto administrativo
recurrido inicia un procedimiento sancionador, y, en ese aspecto, es sin duda un acto de
trámite. Pero hace algo más, a saber, pone una condición imprescindible para que el Juez de
Instrucción adopte la medida cautelar de internamiento . En efecto, se decide en el acto
recurrido “proponer, en atención a las circunstancias personales del interesado, al Juez de
Instrucción que disponga su ingreso en centro de internamiento, en tanto se sustancia el
expediente, en aplicación de lo dispuesto en el artículo 62 de la Ley Orgánica 4/2000,
reformada por la Ley Orgánica 8/2000”.
No cabe duda de que esta determinación (que no es condición suficiente para el posterior e
hipotético internamiento, pero que es condición necesaria, pues sin ella no puede darse), afecta
a la situación personal del interesado y no es, por lo tanto, un mero acto que inicia el
procedimiento o lo impulsa, sino una decisión actual de la que depende aquélla.
En esta línea puede citarse la STS de 6 de febrero de 2009 (RJ 2009, 950) cuando
revocando la sentencia de instancia considera que el recurso contra el acto de inicio del
procedimiento no puede considerarse inadmisible, ya que se refiere al inicio del
procedimiento de la expulsión del territorio nacional con ingreso en centro de
internamiento (Asimismo, STS de 17 de octubre de 2008 [RJ 2008, 5743]).
Por lo que respecta a la desviación procesal, tiene razón la parte demandada cuando indica
que el recurso contencioso-administrativo se admitió respecto de las tres primeras
resoluciones identificadas por la recurrente, pero no en relación a la resolución de la Alcaldía
de 2 de noviembre de 2004, que aun en una interpretación extensiva del principio “pro
accione” no cabría incluir en el objeto del presente recurso contencioso-administrativo pues
la parte recurrente en el escrito inicial de interposición del recurso contencioso-
administrativo concretó el mismo a los actos administrativos concretamente especificados al
interponer el recurso (el acuerdo del Pleno del Ayuntamiento de ... de 7 de julio de 2004, por
el que se aprobó definitivamente el Presupuesto General y la plantilla de personal
funcionario y laboral para el ejercicio 2004 [BOPA de 16 de julio de 2004], la resolución de la
Alcaldía de dicho Ayuntamiento de 9 de agosto de 2004, por la que se aprueba la oferta de
empleo público correspondiente al ejercicio 2004 y las bases generales que han de regir la
convocatoria de plazas incluidas en la oferta de empleo público 2004 [BOPA de 21 de agosto
de 2004], y la resolución de la Alcaldía de dicho Ayuntamiento de 30 de septiembre de 2004,
por la que se aprueban las bases para la selección temporal de un técnico de administración
especial para prestar servicios como responsable del servicio de atención al ciudadano del
Ayuntamiento de...), añadiendo “así como cuantos actos se deriven de los anteriores y se
hubieran ya dictado”, esto es, aquellos con fecha anterior al 18 de octubre de 2004, momento
en el que se interpone el presente recurso contencioso-administrativo, de tal manera que la
resolución últimamente impugnada, de 2 de noviembre de 2004, no estaría dentro de la
acotación temporal realizada por la propia parte demandante, por lo que concurre la
desviación procesal denunciada por la parte demandada, y con ello la inadmisibilidad parcial
del recurso por esta causa».
Todo esto se puede relacionar obviamente con el contencioso al acto y por lo tanto con
el especial énfasis que se pone en la «necesidad de citar el acto en el recurso» . «El
recurso se iniciará por un escrito reducido a citar el acto y a solicitar que se tenga por
interpuesto el recurso» (STS de 5 de noviembre de 1996; STS de 8 de julio de 1996; STS de
20 de septiembre de 1994; artículo 45.1 de la LJCA de 1998).
Si la sentencia entra a conocer del fondo del asunto a pesar de que es una «cuestión
nueva» incurre en «incongruencia» (STS de 31 de mayo de 1996; STS de 8 de noviembre
de 1996). En efecto, este régimen es consecuencia del famoso carácter revisor de la
jurisdicción contencioso-administrativa. Sus efectos pueden también beneficiar al
particular frente a la Administración ya que ésta no puede alegar ante la jurisdicción
contencioso-administrativa una excepción que no tuvo en cuenta a la hora de resolver el
recurso administrativo (STS de 26 de abril de 1996; STS de 26 abril de 1996).
Esto afecta a la vía judicial respecto de la administrativa o a las fases posteriores del
proceso respecto de las fases anteriores: no se pueden plantear cuestiones nuevas.
Por otra parte, «la fase de alegaciones se cierra para el actor con el escrito de demanda ,
precluyendo con éste la posibilidad de introducir en el proceso nuevas pretensiones »
(STS de 20 de septiembre de 1994).
Según la justicia europea , igualmente, «pues bien, del artículo 127, apartado 1, del
Reglamento de Procedimiento del Tribunal de Justicia, aplicable al procedimiento de
recurso de casación con arreglo al artículo 190 del mismo Reglamento, se desprende
que, en el curso del proceso no podrán invocarse motivos nuevos a menos que se
funden en razones de hecho y de Derecho que hayan aparecido durante el
procedimiento» («motivos nuevos» ha de entenderse como cuestiones nuevas: STJUE de
22 de junio de 2016, DK Recycling und Roheisen/Comisión, Asunto C-540/14 P).
El principio revisor (del que deriva esta doctrina que estamos comentando 5)) no se
extiende a los errores puramente fácticos ( v. gr. la fecha) a la hora de citar o
identificar el acto; en este sentido puede que ni siquiera decrete el Tribunal la
subsanación y entre directamente en el fondo del asunto corrigiendo el dato y
advirtiendo del error (STS de 5 de noviembre de 1996).
En este mismo sentido, se llegan a buscar «puntos de conexión» entre el recurso en vía
administrativa y la demanda, a efectos de no considerar desviación procesal lo que son
«alegaciones diferentes» (STS de 23 de abril de 1996).
Por su parte, la STS de 30 de enero de 2007, tras verificar que, en efecto, se produce
desviación procesal, «que tiene lugar cuando existe divergencia entre el suplico de la
demanda y el escrito de interposición en el supuesto en que se altere el acto o resolución
objeto de procedimiento», afirma que, lógicamente, dicha desviación no tiene mayor
relevancia procesal cuando se trate de acumulación de pretensiones frente al
mismo acto .
Además, se ha podido llegar a flexibilizar la aplicación de este principio, cuando la
desviación no aparece del todo clara : «por ello, y aunque realmente los escritos de
interposición de la reclamación puedan ser algo confusos, la Sala, teniendo en cuenta el
principio antiformalista , considera a la vista del suplico de dichos escritos que lo
impugnado eran, no sólo las providencias de apremio, sino también las restantes
actuaciones ejecutivas. No existe pues la denunciada desviación procesal ni falta de
agotamiento de la vía económico administrativa en relación con dichas actuaciones; ni
por tanto concurre la causa de inadmisibilidad alegada» (STSJ de la Comunidad
Valenciana núm. 675/2006 de 15 de septiembre de 2006).
Hecho este inciso, mención aparte nos merecen los casos en que la Administración se
resiste al pago de una indemnización en contenciosos principalmente anulatorios por el
hecho de que el particular no alegó en vía administrativa la pretensión
indemnizatoria , o casos en los que dicha Administración se defiende (mediante la
invocación de la improcedencia de plantear cuestión nueva) frente a la reclamación de
intereses por igual motivo. En mi opinión cuando estamos ante pretensiones que se
derivan (o son simple consecuencia) del propio fondo de la controversia no se debería
actuar con automatismo inadmitiendo estas pretensiones, tal como permite razonar la
STS de 7 de marzo de 1995): «En relación con la causa de inadmisibilidad apuntada,
debe señalarse que los intereses de demora tienen por finalidad compensar al acreedor
de los perjuicios que le ocasiona la morosidad del deudor en el cumplimiento de los
pagos a que viene obligado, siendo los mismos fijados libremente por las partes o
impuestos, en otro caso, por disposición legal –artículos 47 de la Ley de Contratos del
Estado, 144 del Reglamento de Contratos del Estado y 94.2 del Reglamento de
Contratación de las Corporaciones Locales–». En el presente caso, los intereses fueron no
obstante en cierto modo reclamados en vía administrativa.
Como ya nos consta las reglas procesales dominadas por la lógica del acto a veces son
duras y otras veces más flexibles. En principio se inadmite el recurso contencioso-
administrativo si no se identifica el acto.
«CUARTO. Antes de entrar a resolver sobre las cuestiones de fondo suscitadas en el presente
recurso procede entrar a resolver la alegada, por el Club Atlético de Madrid S.A.D. y la de la
mercantil Mahou SA, desviación procesal en relación con la impugnación indirecta de la
Modificación Puntual del PGOU Madrid de 1997, en el ámbito “Mahou-Vicente Calderón” que
se concreta en el último motivo de impugnación de la demanda. La respuesta ha de ser
negativa y basta para ello traer a colación la reiterada doctrina del Tribunal Supremo
contenida en la Sentencias de 12 de junio de 2015 (casación 2919/2013) Y 19 de octubre de
2011 (casación 5795/2007) que nos recuerdan que “no es preciso identificar en el escrito de
interposición del recurso contencioso administrativo la disposición general que se considere
ilegal cuando la demanda vaya a fundarse en ese motivo de anulación del acto dictado en
ejecución de aquélla. Incluso la LRJCA, que impone la declaración de nulidad de la
disposición general aplicada en el acto administrativo impugnado, cuando se estime el
recurso (artículo 27.2 y 3 LRJCA ) no exige en el escrito de interposición del mismo otro
requisito que el de citar el acto impugnado (artículo 45.1 LRJCA ) pues la nulidad de la
disposición general de cobertura no es el objeto inmediato de la impugnación sino el
fundamento de la misma, que ha de reservarse al escrito de demanda”. La sentencia de 22 de
septiembre de 2010 (casación 1985/2009) añade que la ausencia de indicación en el escrito de
interposición del recurso contencioso-administrativo de la norma reglamentaria o
disposición general, luego expresamente mencionada en la demanda, no es obstáculo
procesal para la articulación de un recurso indirecto respecto de la misma. La misma
doctrina se contiene, entre otras, en las sentencias de 17 de octubre 2002 (Casación en interés
de Ley 3458/2001), 9 de abril 2003 (Casación 3565/2000) y 27 de diciembre de 2007 (Casación
344/2004), que invoca correctamente la parte recurrente en su motivo de casación».
En la lógica del proceso al acto, cabe perfectamente que si, iniciado un proceso
contencioso-administrativo frente a la desestimación presunta de una solicitud de un
particular, se dicta posteriormente por la Administración un acto expreso confirmatorio
del silencio (es decir, desestimatorio de la solicitud), pudiera inadmitirse el recurso
contra el nuevo acto por el hecho de no haber ampliado el recurso al nuevo acto
expreso.
Y, en la misma lógica del proceso al acto, se puede excepcionar esta regla, por el hecho
de poder causar indefensión.
Esto último ha prevalecido finalmente, con lo cual no hay inadmisión por el hecho de no
ampliar el recurso al nuevo acto (por todas, puede citarse la STSJ de la Comunidad
Valenciana n.º 531/2009 de 4 mayo, [JUR 2009, 332179]). No obstante, puede
recomendarse realizar dicha ampliación (véase supra comentario al artículo 36 LJCA).
Es sabido que la oposición a los actos de trámite «deberá alegarse por los interesados
para su consideración en la resolución que ponga fin al procedimiento» (SSTS de 11 de
mayo de 1999, de 25 de septiembre de 1995, de 5 de mayo de 1998; STS de 24 de octubre
de 1990: es un acto de trámite la aprobación inicial del cambio de sistema de actuación
por no ser ese acto la resolución definitiva; Auto del TSJ de la Comunidad Valenciana de
8 de febrero de 2007, Auto de 24 de noviembre de 2006).
La aprobación no final es acto inimpugnable, por ser de trámite. Una aprobación tal
tiene entonces carácter instrumental o medial respecto del acto autorizatorio final . Su
funcionalidad es la de integrarse en el procedimiento sustantivo como parte de él, como
es propio de este tipo de situaciones. Aun cuando es un trámite de cumplimiento
obligado, no pone término al procedimiento ni por tanto puede hacer imposible su
continuación (STSJ de Canarias de 24 de diciembre de 1996; STSJ de Cantabria de 2 de
febrero de 2000.
Así pues, pueden plantearse problemas de admisión cuando existen dos actos
relacionados entre sí en supuestos en que el interesado se limita a recurrir el acto inicial
obviando la ampliación del recurso al dictado con posterioridad .
«CUARTO. La simple lectura del acuerdo municipal impugnado permite apreciar cómo, al
tratarse de la aprobación provisional de un Plan Parcial, su naturaleza de acto de mero
trámite en el seno del procedimiento bifásico –local y autonómico– por la Ley –Decreto
Legislativo 1990, por el que se aprueba el Texto Refundido de las disposiciones legales
vigentes en Cataluña en materia de urbanismo– previsto para la aprobación de tales
instrumentos de planeamiento aparece clara.
Más aún en el supuesto analizado, en el cual, a su vez, tal aprobación provisional aparece
condicionada a la presentación de un Texto Refundido en el que se cumplen determinados
extremos, los cuales, basta su enumeración, no pueden ser considerados baladís: “1. Que
s’axanfranin les cantonades del carrer A. 2. Que es retiri el plànol existent en el projecte de la
xarxa de pajanes. 3. Que es presenti un estudi tècnic que resolgui els desguassos, incloent les
aigües recol.lectades per la pròpia urbanització”.
Tan sólo una vez presentado un texto refundido que incorporara tales extremos, sería cuando
aquel acuerdo de aprobación provisional alcanzaría efectividad, y, aún, ésta de mero trámite
procedimental: la remisión del expediente a la Comisión de Urbanismo de Girona para la
aprobación definitiva por ésta, si procediera, del Plan Parcial en cuestión.
QUINTO. Conforme a lo expuesto procede, pues, concluir la inadmisibilidad del presente recurso
contencioso-administrativo por la causa contemplada en el artículo 69 a), en relación con el
artículo 25.1 de la Ley 29/1998, de 13 de julio , reguladora de la Jurisdicción Contencioso-
Administrativa, y aplicable por razones de temporalidad (disposición transitoria segunda.2),
al ser el acto impugnado de trámite y no decisorio, ni directa, ni indirectamente, del fondo del
asunto, ni productor de indefensión o de perjuicio irreparable a derechos o intereses
legítimos. Sin que el hecho de que fuera el propio Ayuntamiento de ..., productor del acuerdo,
el que le atribuyera la posibilidad de recurso jurisdiccional –“contra aquest acord, que esgota
la vía administrativa, es pot presentar recurs contenciós-administratiu davant el Tribunal
Superior de Justícia de Catalunya”– pueda cambiar su naturaleza meramente de trámite, ni
consiguientemente, su irrecurribilidad en sede jurisdiccional» (Sentencia STSJ de Cataluña
núm. 46/1999 de 22 de enero de 1999).
Y dichos actos intermedios no son residenciables en esta instancia judicial cuando los
presupuestos sobre los que se asientan son susceptibles de ser modificados o alterados por el
acto administrativo final que concluye el procedimiento, pues en tales casos se vendría a
resolver judicialmente sobre situaciones jurídicas en grado de dependencia administrativa y
claudicantes con infracción de los artículos 82.c) en relación con el 37 de la Ley de esta
Jurisdicción, que configuran la vía judicial como una revisión que requiere la presencia de actos
administrativos firmes y definitivos y por tanto no susceptible de ser promovida frente a
actuaciones que, por ser simples antecedentes en el proceso de formación de la voluntad
administrativa, no se conoce si van a ser integradas en ésta, haciendo con ello imposible, aun
dentro del más amplio de los criterios espiritualistas, el pronunciamiento judicial sobre una
cuestión de fondo que se fundamenta en presupuestos no consolidados en la vía
administrativa y, en su consecuencia, contingentes.
Que dicha doctrina es de clara aplicación al caso de autos, como así ha entendido con todo
acierto la sentencia apelada al declarar la inadmisibilidad del recurso, en cuanto que éste se
interpone contra el acuerdo de la Comisión Provincial de Urbanismo de 28 de octubre de
1977, que ordena al Ayuntamiento la redacción de un nuevo estudio sobre esenciales
determinaciones urbanísticas con la obligación de someterlo a nueva consideración de dicha
Comisión y el Ayuntamiento, en cumplimiento del mismo, acuerda el 1 de diciembre siguiente
proceder a la redacción de dicho estudio, aprobar inicialmente una nueva vía de servicio,
modificar el polígono y redactar una nueva Ordenanza complementaria , concediendo trámite
de exposición pública, y tales actuaciones provincial y municipal ponen de manifiesto que el
acuerdo recurrido constituye, en la antigua terminología, una aprobación condicionada y, en la
moderna, una suspensión de la aprobación, ambas para subsanación de deficiencias
sustanciales y nueva elevación del expediente para aprobación definitiva, siendo por ello un
acto administrativo carente de esa eficacia definitiva que es necesaria para que los interesados
planteen ante esta jurisdicción , y ésta resuelva, cuestiones litigiosas cuya virtualidad y
vigencia sólo se alcanzan frente al acuerdo administrativo posterior que resuelve finalmente
sobre la corrección de deficiencias ordenada, es decir, el que adoptó la Comisión el 17 de
febrero de 1978, único válido, en el supuesto contemplado, para determinar la apertura de la
revisión contenciosa, sin que en contra de ello pueda admitirse de que el acuerdo recurrido
incide en nulidad por ser incompatible la corrección de errores que en el mismo se ordena
con el calificativo de “aprobación definitiva” que le asigna la Comisión, pues la legalidad de
los actos administrativos depende del contenido de su decisión y no de la calificación que se
atribuya a ésta y es incuestionable que lo acordado en la Resolución de 28 de octubre de 1977
entra de lleno en la competencia de la Comisión Provincial de Urbanismo según lo dispuesto
en los artículos 41.3 de la Ley del Suelo y 132.3.b) de su Reglamento de Planeamiento, aunque
incida en el error nominal de emplear la superada terminología de “aprobación definitiva”
condicionada a corrección de errores sustanciales en vez de la más actual de “suspensión de
la aprobación” pendiente de igual actividad correctiva».
Por último, debemos señalar que la Sentencia de esta Sala y Sección n° 588/2003, de 16 de
mayo, recaída en el recurso 668/1999, donde se recurría igualmente contra el Acuerdo del
Ayuntamiento de ... de 22 febrero 1999 relativo a la aprobación del Programa de Actuación
Integrada para el desarrollo del sector del suelo urbanizable n° 3 de “La Merced”, acordó
inadmitir el recurso interpuesto al considerar que se trataba de un acto de trámite».
Como ya hemos dicho en nuestra sentencia de 15 de noviembre de 2011 (RJ 2012, 2216)
(recurso de casación n.º 6638/2010), la impugnación jurisdiccional promovida por el Abogado
del Estado contra el acuerdo de «aprobación supeditada» de 31 de julio de 2006 gira en todo
momento en torno a una cuestión puntual y específica, como es la controvertida suficiencia
de recursos hídricos para el desarrollo urbanístico, no siendo objeto de discusión los demás
extremos del plan; y ocurre que cuando la Comisión Territorial de Urbanismo aprobó el 31 de
julio de 2006, aunque «de forma supeditada», el instrumento de planeamiento impugnado en
el proceso, las condiciones que se fijaron a tal efecto versaban sobre otros extremos, pero no
sobre ese tema de la suficiencia de agua, que quedó, así, ya resuelto y aprobado en aquella
fecha.
Por otra parte, en las aludidas sentencias, el Tribunal Supremo ha declarado que la falta
de publicación de un planeamiento urbanístico no convierte el acto definitivo de
aprobación del mismo en acto de trámite, sino que se estaría ante un acto o una
disposición válido pero ineficaz, «como se deduce de lo establecido en los artículos 52.1
y 57.2 de la Ley 30/1992, sobre Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y del
Procedimiento Administrativo Común».
«La inadmisiblidad del recurso planteada se basa sustancialmente en que los actos
impugnados son de mero trámite y no causan indefensión pues en ambos casos son actos
provisionales, que aprobados definitivamente con posterioridad, no han sido impugnados
por la actora, ni tampoco ha ampliado el recurso a tales aprobaciones definitivas . (...) Respecto
de la impugnación de las aprobaciones provisionales de Programa de Actuación Integrada
condicionados a la aprobación definitiva de instrumentos de ordenación, esta Sala ha venido
manteniendo reiteradamente, en consonancia con la doctrina del Tribunal Supremo y en
aplicación de la misma, la inadmisibilidad de los recursos planteados contra los actos de
aprobación provisional de los distintos instrumentos de ordenación urbanística, con base a
que el acuerdo de aprobación provisional de los instrumentos urbanísticos, al insertarse
dentro de un procedimiento preparando la resolución final mediante la remisión del
expediente al órgano competente para la aprobación definitiva, constituye “in genere” un acto
de trámite que no resulta susceptible de recurso, dado que no hace imposible, ni suspende la
continuación del procedimiento, y pueden ser impugnados al aprobarse definitivamente, lo que
excluye la indefensión y un eventual perjuicio irreparable, todo ello al amparo de lo establecido
en el artículo 25.1 en relación con lo establecido en el artículo 69.1.c) de la Ley 29/1998, de 13
de julio, Reguladora de la Jurisdicción Contencioso Administrativa, así entre otras y entre las
más recientes, en sentencias n.º 558/2003, de 15 de mayo de 2003 (recurso n.º 2/668/1999), n.º
852/2003, de 17 de junio de 2003 (recurso n.º 2/644/1999), n.º 1132/2003, de 17 de julio de 2003
(recurso n.º 748/2001), n.º 1098/2003, de 21 de julio de 2003 (recurso n.º 2/1551/2001), n.º
105/2002, de 19 de enero de 2005 (recurso n.º 2/553/2002), n.º 830/2005, de 25 de junio de 2005
(recurso n.º 2/112/2002), n.º 884/2005, de 8 de julio de 2005 (recurso n.º 2/1369/2003), n.º
85/2006, de 24 de enero de 2006 (recurso n.º 2/375/2002) y 882/2006, de 31 de julio (recurso n.º
2/1302/2002).
Tal como declara la sentencia núm. 431/2008 de 5 de mayo de 2008 del STSJ de la
Comunidad Valenciana, si se impugna el acto definitivo no puede alegarse de contrario
inadmisibilidad:
A. CADUCIDAD
Sobre el cómputo de tal plazo de mes a mes puede considerarse aplicable el artículo
133.1 de la LEC.
Según la STS de 8 de abril de 2009 «es reiteradísima la doctrina de esta Sala sobre los
plazos señalados por meses que se computan de fecha a fecha, iniciándose el cómputo
del plazo al día siguiente de la notificación o publicación del acto, pero siendo la del
vencimiento la del día correlativo mensual al de la notificación [...]».
Por otro lado téngase en cuenta (tal como se explica en este Tomo al comentar el artículo
128 de la LJCA de 1998, relativo a los plazos) que el recurso contencioso-administrativo
(en virtud del artículo 135.2 de la LEC) puede presentarse el día hábil siguiente (hasta
las 15 horas) en la oficina judicial correspondiente.
Otra incidencia puede ser, finalmente, la que se plantea cuando el recurrente intenta
trasladar un criterio material de ausencia de plazo cuando el acto es nulo, a un plano
procesal, de la interposición del recurso contencioso-administrativo; pero no triunfa
esta alegación, ni contra la impugnación de actos ni contra la impugnación de
disposiciones generales, ya que en todo caso el recurso debe sujetarse a los plazos
establecidos en el artículo 46 de la LJCA (STS de 28 de noviembre de 1995).
No obstante, cuando han pasado pues los plazos y el acto es firme, está abierta la opción
de ejercitar acción de nulidad por revisión de oficio, o bien –dado el caso– plantear
recurso extraordinario de revisión. O probar suerte creando un acto.
A ello debemos añadir que tal criterio no se ha aplicado por el Tribunal Supremo (tal y
como refleja la mencionada sentencia de 24 de octubre de 1.994) sólo en el caso de
nulidad radical de los actos administrativos impugnados, sobrevenida por la declaración
de nulidad de pleno derecho de la norma o normas en base a las cuales se hubieran
dictado aquellos, precisamente porque en ese supuesto debe prevalecer el principio
general de ineficacia insubsanable de los actos nulos de pleno derecho al quedar
desprovistos de cobertura los actos administrativos dictados a su amparo; si bien, en la
sentencia de fecha 16 de diciembre de 1997, parece obviarse tal distinción, al aludir a los
casos de nulidad radical, cualquiera que fuere la causa determinante de ella, lo que
obliga a la Sala, de igual forma que se ha expuesto al tratar la primera de las causas de
inadmisibilidad, a preguntarse si el motivo de nulidad aducido por la parte recurrente,
como base de la impugnación del acuerdo de aprobación de las Modificaciones
Puntuales aludidas y consistente en el vicio de incompetencia del órgano que la ha
aprobado, encuadrable en uno de los supuestos de nulidad radical del artículo 62 de la
Ley 30/92 de RJAP y PAC, efectivamente concurre, con la consecuencia de enervar la
aducida causa de inadmisibilidad, conforme a la doctrina jurisprudencial últimamente
aceptada.
En principio este hecho no debe suponer obstáculo para su tramitación (sentencia del
Tribunal Supremo de 14 de marzo de 2007, rec. 7757/2003).
En este mismo sentido puede citarse la STS de 22 de diciembre de 2005: «en el supuesto
de autos cabe afirmar esa clara desproporción y, por tanto, la improcedencia de la
declaración de inadmisibilidad a que llegó la Sala de instancia, en una situación como la
descrita, en la que la Administración ha adoptado su postura definitiva, pues en el
momento de confirmarse en súplica el auto de fecha 24 de marzo de 2003 (por el que se
acordaba la inadmisibilidad del recurso Contencioso-Administrativo) ya había
transcurrido el plazo de los tres meses para que operara el silencio y podía entenderse
abierta la vía jurisdiccional, y por ello podía entablarse y discurrir sin merma alguna el
debate procesal; así que ha de entenderse satisfecho el fin que la causa de
inadmisibilidad en cuestión pretende preservar y, por tanto, carente de toda proporción
sacrificar el contenido propio o normal del derecho a la obtención de tutela judicial
(cual es la resolución sobre el fondo de las pretensiones deducidas en el proceso), a lo
que no es ya más que un mero rigor formal, constituido por la exigencia de que aquella
postura definitiva fuera previa a la interposición del recurso jurisdiccional».
Una sentencia muy ilustrativa porque explica tales cambios y la evolución normativa es
la STS de 22 de diciembre de 1999 a cuya lectura nos remitimos. Y donde se concluye la
desestimación de la acción de nulidad de tercero para la revisión de oficio de un
reglamento: «la doctrina que aquí sostenemos, que viene avalada, además, por el
trámite parlamentario, en que fueron rechazadas las enmiendas en las que se pretendía
que el artículo 102 mencionase expresamente a las disposiciones generales, es la que
justifica que desestimamos el recurso, teniendo en cuenta que la petición de revisión de
oficio fue formulada por el actor cuando estaba vigente la Ley 30/1992».
Ello significa que se inadmite el recurso que insta la revisión de oficio de una
disposición. Es decir, contra las disposiciones de carácter general se impone seguir la
regla general del recurso directo en el plazo de rigor de dos meses tras su publicación.
Esta regla nos parece algo extrema en el caso concreto. Existen supuestos en que la
lesión jurídico-subjetiva se identifica tras años de aplicación de la norma. Incluso casos
de inactividad que ponen en tela de juicio la legalidad misma de la disposición general.
En estos supuestos ha de terminar accediendo a los tribunales la pretensión de los
afectados.
Frente a este régimen de inadmisión comentado, sólo queda intentar la vía del recurso
contencioso-administrativo indirecto.
Como ya nos consta, es necesario invocar un interés legítimo, no hipotético o futuro (STS
de 9 de junio de 1979, señalando que los «derechos futuros o expectantes no tienen
ámbito de cabida en esta jurisdicción» y por ello en el caso de autos declara la
inadmisibilidad del recurso, sin entrar en el fondo de la cuestión planteada; o la más
reciente STS de 17 de noviembre de 2009 afirma que la «mera expectativa de futuro es
ajena al concepto jurisprudencial de interés personal, directo y actual»).
En lo procesal, que ahora nos interesa, tal como expone la STSJ de la Comunidad
Valenciana de 12 de noviembre de 2008, en relación con la legitimación activa esta Sala
se ha pronunciado en reiteradas ocasiones pudiendo referirnos a la Sentencia 488/2006,
de 3 de mayo de 2006, en la cual se establece lo siguiente: «En este sentido, ha indicado
el Tribunal Supremo que: “... La legitimación es presupuesto inexcusable del proceso
, que implica en el proceso Contencioso-Administrativo, como hemos señalado en la
doctrina de esta Sala, así como en la jurisprudencia constitucional (por todas, la STC
65/1994), una relación material unívoca entre el sujeto y el objeto de la pretensión (acto
o disposición impugnados), de tal forma que su anulación produzca automáticamente
un efecto positivo (beneficio) o negativo (perjuicio), actual o futuro, pero cierto” (como
subraya esta última jurisprudencia en TCSS 105/1995, de 3 julio, FJ 2; 122/1998, de 15
junio, FJ 4 y 1/2000, de 17 enero, FJ 4)».
«A todo lo anterior debe adicionarse, respecto el caso concreto cuyas vicisitudes están
reflejadas en el fundamento precedente, lo manifestado en la STS de 20 de septiembre de
2004, recurso de casación 2874/2001, con cita de otras anteriores (sentencias de 21 de enero y
3 de julio de 1991 y 18 de junio de 1998) recordando que es doctrina jurisprudencial reiterada
la de que la Administración no puede desconocer en vía contenciosa la personalidad reconocida
en vía administrativa, aunque no sean coincidentes los términos de la legitimación en vía
administrativa con los propios de la vía jurisdiccional» .
Ejemplifica esta situación la STS de 16 de diciembre de 2004 (RJ 2004, 814) cuando
considera que un licitador no tiene legitimación para discutir la decisión sobre
adjudicación contractual una vez que retira la fianza.
A la vista de dicha alegación se dio traslado a D. Luis para que pudiera efectuar las
manifestaciones que a su derecho interesara, presentado escrito donde mantiene que la
existencia de un derecho o interés legítimo determinante de la legitimación del actor debe
apreciarse en el momento de constituirse la relación jurídico procesal en el ejercicio de la
acción mediante la interposición del recurso. En segundo lugar destaca que no es cierto que la
declaración de incapacidad permanente determine el apartamiento definitivo del
funcionario recurrente de la plaza que venía ocupando, por lo que sigue teniendo interés en
este proceso.
(...) A la vista de la doctrina jurisprudencial de esta Sala no basta un simple interés por la
legalidad y por muy amplio que fuera el sentido que quisiera darse al art. 19 de la Ley 29/1998
reconociendo que existe interés legítimo y por tanto legitimación, sólo se produciría cuando el
éxito de la pretensión reporta al que la fórmula beneficio, utilidad, ganancia o provecho; o dicho
en sentido negativo, le evitaría un perjuicio repercutiendo de manera efectiva en el ámbito de su
actividad y en el conjunto de sus atribuciones».
Esta acción encuentra anclaje en los artículos 125 de la CE y 19 de la LOPJ y 5.c y 62 del
RD Legislativo 7/2015, de 30 de octubre, por el que se aprueba el texto refundido de la
Ley de Suelo y Rehabilitación Urbana, sin perjuicio de legislación autonómica 7).
Es claro, pues, que estas acciones populares se reconocen en multitud de sentencias. Así,
la sentencia del TSJ de la Comunidad Valenciana de 28 octubre 2002, «anulando los
Acuerdos impugnados en cuanto a las licencias de obras concedidas» (igualmente, STS
de 29 de enero de 2002).
Pero esta acción tiene límites. Deberá respetar el art. 7 del Código Civil y el art. 11 de la
Ley Orgánica del Poder judicial, que obligan a ejercer los derechos según las reglas de la
buena fe y que prohíben el abuso de derecho. Ahora bien, esa circunstancia debe ser
demostrada por quien alega esta excepción (STS de 4 de mayo de 2016, Casación núm.
13/2015).
En general, es claro que, pese al carácter abierto de la acción pública o popular, a veces
la parte demandante va más allá de las posibilidades que ofrece la acción popular.
Según la STS de 5 de julio de 1999, FJ 5 «esta legitimación (la acción pública), que se
concede al margen de toda condición subjetiva, no puede implicar, sin embargo, que
quien acuda al proceso contencioso-administrativo, legitimado al amparo de la acción
pública, resulte dispensado de cumplir todos los requisitos procesales necesarios para
que se pueda examinar en cuanto al fondo la pretensión que formula».
Es decir, puede tener problemas de admisión del recurso la parte actora que no actúa de
tal forma en vía administrativa.
Los tribunales han puesto límites al ejercicio de la acción popular tras examinar la
posibilidad de que exista un abuso de derecho, o un ejercicio de la acción con ánimo de
causación de daño más que con ánimo de aplicación de la legalidad.
Es más, lo normal es que el abuso de derecho se produzca «por no tener más intención
(el recurrente) que la perturbación o daño a tercero, sobrepasando los límites dentro de
los cuales es lícito el ejercicio de la acción pública conferida para exigir la observancia
del ordenamiento urbanístico».
Precisamente, tal como se ha destacado (M. D. REGO BLANCO, Los límites del ejercicio de la
acción popular: La acción popular en el Derecho administrativo y en especial en el
urbanístico , Sevilla, IAAP, 2005, pp. 337 y ss.), las acciones populares no proceden si se
manifiesta abuso de derecho, constando reiterados pronunciamientos en los que los
tribunales inadmiten la acción popular por «ejercicio abusivo de los derechos» (página
370, con citas jurisprudenciales de inadmisión de acciones populares; J. C. CABAÑAS
GARCÍA, «El recurso contencioso-administrativo», serie Estudios procesales, Madrid 1999).
En efecto, los tribunales han considerado que «el ejercicio de la acción pública en el
ámbito urbanístico está sujeto a los límites generales o comunes que nuestro
ordenamiento jurídico impone al ejercicio de cualquier derecho, cuales son,
básicamente, las exigencias de la buena fe y la proscripción del abuso del derecho», ya
que «lógicamente, el ejercicio de esta acción pública está sujeto a las exigencias del
artículo 7.1 y 7.2 del Código Civil, sobre las exigencias de la buena fe y de la interdicción
del abuso del derecho y el ejercicio antisocial del mismo» (STS de 26 de julio de 2006).
Se abusa asimismo de la acción popular cuando, aprovechando que puede ser ejercitada
por cualquier persona, aquella no se interpone por la persona respecto de la que podría
apreciarse la mala fe procesal. En estos casos podrá ser oportuno exigir procesalmente
la identificación del recurrente y los fines que realmente representa.
Finalmente, estos supuestos pueden relacionarse con los casos de abuso de jurisdicción,
cuando de manera forzada se procura la satisfacción en vía contenciosa de intereses
jurídicos de naturaleza privada. No tiene legitimación por ejemplo, un urbanizador que
recurre en vía administrativa la adjudicación de su programa urbanístico a fin de
provocar el cumplimiento de una cláusula resolutoria en un contrato civil con un
tercero 10).
«Se observa sin dificultad que esta acción popular no es la acción pública que admiten
algunos sectores de nuestro ordenamiento jurídico. Como hemos dicho en sentencia de 7 de
junio de 2013 (rec. cas. núm. 1542/2010), “[l]a acción pública que reconoce la Ley 27/2006, de
18 de julio, por la que se regulan los derechos de acceso a la información, de participación
pública y de acceso a la justicia en materia de medio ambiente, que incorpora las Directivas
2003/4/CE y 2003/35/CE, es una acción pública peculiar, porque tiene unos límites hasta ahora
desconocidos en el ejercicio de la acción pública. Baste señalar que su ejercicio depende de la
concurrencia de una serie de requisitos, entre los que destaca, por lo que hace al caso, que la
acción habrá de ejercitarse, en todo caso, por asociaciones dedicadas a la defensa del medio
ambiente, sin que el ejercicio de esta acción se reconozca a las personas físicas. (...)”.
Pues bien, no cuestionado que la Asociación Plataforma Oro No cumple los requisitos del art.
23 de la Ley 27/2006, lo que procede examinar es si esa declaración de titularidad de interés
que reconoció la sentencia de instancia con base en la citada ley, es conforme a los requisitos
del art. 22 de la misma. Y el art. 22 tan sólo reconoce la acción pública respecto a “[l]os actos
y, en su caso, las omisiones imputables a las autoridades públicas que vulneren las normas
relacionadas con el medio ambiente enumeradas en el artículo 18.1”, que son los que versen
sobre las siguientes materias (...). Existen materias como la de legislación minera que no
están comprendidas en la enumeración bajo este criterio (...)».
NOTA BIBLIOGRÁFICA
«De lo antedicho se desprende que la liquidación de 1991 fue incorrectamente recurrida por la
actora, rechazando su recurso jurisdiccional el Tribunal Supremo por motivos de índole
procesal (desviación procesal), sin entrar a valorar su conformidad o disconformidad al
ordenamiento jurídico, lo que generó las siguientes consecuencias en el ámbito jurídico-
tributario: a) Habiendo estado interrumpido el plazo prescriptorio y de caducidad por la
interposición de los recursos administrativos y contencioso-administrativos, la finalización del
procedimiento por Sentencia del Tribunal Supremo de 28 febrero 1994 volvió a reabrir dichos
plazos, lo que implicó que la liquidación núm. LU 91 15 00005240 6 deviniera firme por el
transcurso del plazo que sobrevivía para su impugnación. Tras la sentencia del Tribunal
Supremo, la actora consintió y permitió que dicha liquidación alcanzara firmeza». Como afirma
el ATS de 30 de octubre de 1984 de la Sala de lo contencioso-administrativo, en estos casos «la
actuación se puede suplir merced precisamente a la inadmisión declarada por la Sala
Territorial, ya que la absolución en la instancia a que la inadmisibilidad da lugar no conlleva
efecto de cosa juzgada para el fondo de la pretensión de haberes aquí deducida, lo que es
compatible y congruente con la correcta aplicación hecha al caso por la Audiencia del artículo
82-c), conectado con el 71, ambos de la Ley Jurisdiccional».
Sobre los hechos: «el auto impugnado en apelación acordó el archivo de las actuaciones con
fundamento en el artículo 45.3 de la LJCA, dado que la demandante no aportó el acto
administrativo impugnado ni el poder de representación que le había sido requerido por medio
de Providencia de 15 de noviembre de 2005, en la que se le concedía un plazo de 10 días para la
subsanación del defecto, con apercibimiento de archivo en caso de no aportarlo. El examen de
las actuaciones evidencia que Don Jesús interpuso recurso contencioso-administrativo con
fecha 15 de noviembre de 2005, frente a la resolución del Ministro del Interior de 14 de
noviembre de 2005, en la que desestimaba su petición de reexamen (que había hecho extensiva
a su esposa e hijos). Adjuntaba al escrito de demanda copia de la resolución ministerial de 11 de
noviembre de 2005, recaída en el seno del expediente 052811090002/0/1/2, a la que siguió la
decisión del reexamen objeto del contencioso».
Señala E. NARBÓN LAÍNEZ, en la obra colectiva Curso práctico de derecho urbanístico valenciano ,
Valencia, 2006: «Había preocupado a la Sala de Valencia el análisis de la naturaleza jurídica de
los “programas de actuación integrada” por dos motivos fundamentales: De su
pronunciamiento sobre el carácter o no de “instrumentos de planeamiento” y, por tanto, de su
naturaleza normativa dependía la competencia, en primera instancia, de los Juzgados de lo
Contencioso-Administrativo de la Comunidad Valenciana o de la Sala de lo Contencioso-
Administrativo del TSJ de la Comunidad Valenciana. Consecuentemente con el punto anterior,
caso de negar total o parcialmente el carácter de instrumento normativo a los PAI, cabrá o no
cabrá recurso indirecto frente a los mismos...». «Como principio básico podemos afirmar que los
PAI tanto en la Ley 6/1994, de 15 de noviembre, Reguladora de la Actividad Urbanística, como en
la nueva Ley 16/2005, de 30 de diciembre, de la Generalitat Urbanística Valenciana, vienen
regulados como “instrumentos para la ordenación de la gestión” y, desde ese prisma, podemos
afirmar que no participan de la naturaleza de disposiciones de carácter general . Así, la LRAU a
pesar de regularlos dentro del Capítulo II del Título I “Planes Urbanísticos” cuando regula su
contenido en los arts. 29 y 30 se observa que el objetivo primario de los mismos es el desarrollo
de las determinaciones del Plan General, es decir, un instrumento de ordenación
pormenorizada, por tanto, carente de contenido normativo propio de los Planes de Ordenación .
En el mismo sentido pero con mejor sistemática, la Ley 16/2005. Sin embargo, como excepción
al principio de jerarquía normativa de la legislación valenciana, tanto la LRAU a través de los
denominados “Planes de mejora” (art. 21.2) permitía a los PAI modificar elementos
estructurales... En los puntos anteriores se ha concluido que a la vista de la legislación valenciana
los Programas de Actuación Integrada (PAI) son de forma primaria “instrumentos que ordenan la
gestión urbanística”, por tanto, no son asimilables a los instrumentos de planeamiento urbanístico
y la competencia para su conocimiento correspondería a los Juzgados de lo Contencioso-
Administrativo. Por el contrario, en el caso de que los Programas de Actuación Integrada (PAI)
modifiquen la ordenación estructural al suponer una modificación de la ordenación estructural
preexistente son asimilables a “instrumento de planeamiento” y la competencia para su
enjuiciamiento en primera instancia le corresponde a la Sala de lo Contencioso-Administrativo del
Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana ».
«Por lo que respecta a la primera de las cuestiones debatidas, ha de considerarse que existe una
absoluta identidad entre las peticiones que la entidad actora dirigió al Ayuntamiento de ... con
fechas 17 de mayo de 2001 y 28 de junio de 2002, habida cuenta de la total coincidencia entre las
partes, el objeto y la pretensión deducida ante el Ayuntamiento en ambos casos».
Art. 12 del Decreto Legislativo 1/2010, de 3 de agosto por el que se aprueba el texto refundido de
la Ley de urbanismo de Cataluña o el art. 150 de la Ley 5/1999, de 8 de abril de Urbanismo de
Castilla y León.
D. GÓMEZ FERNÁNDEZ, «La acción pública en Urbanismo en la jurisprudencia» Diario La Ley , N.º
8998, 12 de Junio de 2017.
«Consagrada la acción pública en el artículo 235 del TRLS, la especial relación entre el titular de
la acción y el objeto del proceso en que la legitimación consiste viene automáticamente
reconocida, sin necesidad de que concurra otro requisito. Las motivaciones de los demandantes
pasan a segundo plano, ante los intereses públicos que se pretenden salvaguardar mediante el
reconocimiento del carácter público de la acción para exigir el cumplimiento de las normas y
planes urbanísticos. Otra cosa sería si los actores ejercitasen pretensiones indemnizatorias,
pues éstas al ser independientes de las urbanísticas requerirían la legitimación general exigida
en la Ley Jurisdiccional».
10
En estos casos, incluso civilmente, la acción resolutoria puede plantear problemas a la luz del
artículo 1119 del CC (SAN de 23 de noviembre de 2005; STS de 3 de noviembre de 2004; STSJ de
Cantabria de 6 de junio de 2007; STS de 6 de marzo de 1989; STS de 27 de diciembre de 2010; STS
de 8 de abril de 1983). Es un hecho que actualmente proliferan este tipo de procesos civiles que
dependen del cumplimiento de una condición jurídico-administrativa. Para la STS de 476/2010,
de 12 de julio de 2010, recurso de casación núm. 1314/2006, el incremento del valor del solar
objeto de venta como consecuencia de la aprobación de un nuevo instrumento de
planeamiento, no permite revisar el precio pactado por su venta por no haberse cumplido la
condición revisoria contractualmente establecida. La Sala confirma la sentencia recurrida en
casación, que declaró la improcedencia de revisar el precio pactado por el solar vendido, pues
la condición establecida en la cláusula de revisión contenida en el contrato, no se había
producido; consistente en que tuviera lugar, en un plazo máximo de tres años, una
recalificación del terreno que incrementara su valor generando una plusvalía. El TS comparte
con la resolución impugnada que el mero hecho de que se apruebe un nuevo instrumento de
planeamiento no supone el cumplimiento de la condición, ya que el Plan Especial de Reforma
Interior aprobado no cambia ni modifica los usos o edificabilidad asignada a la parcela, que
continúa siendo suelo industrial no edificable, por lo que el eventual incremento del valor del
solar no se debe al cumplimiento de la condición prevista para la revisión, sino a oscilaciones
del mercado inmobiliario.
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Cuarta Parte. Procedimiento contencioso-administrativo en primera o única
instancia
Capítulo XXV. Demanda y contestación a la demanda (artículos 52 a 57 LJCA)
Capítulo XXV
Sumario:
A. FORMA Y PLAZO
2. Los puntos sobre los que va a versar la prueba. De forma ordenada. A veces se presentan
cláusulas genéricas sobre que la prueba versará sobre los hechos alegados en la demanda,
que no son acordes con lo que la LJCA dice. No suele haber un examen judicial exhaustivo
sobre este tipo de circunstancias. No obstante, además de que la ley requiere esta expresión
de los hechos sobre los que ha de versar la prueba, se evitan así riesgos de que se deniegue la
solicitud de recibimiento a prueba ( STS de 1 de febrero de 1991, [RJ 1991, 1165]).
6. Y tras la reforma de la LJCA por Ley 37/2011 también los medios de prueba.
Por influjo de los procesos civiles a veces se expresa una máxima de disposición a
subsanar cualquier deficiencia que se observare, conforme a la ley de ritos, pero no es
necesario en los contenciosos.
Si son varios los recurrentes, y aunque no actuasen bajo una misma dirección, la
demanda se formulará simultáneamente por todos ellos y la entrega del expediente se
efectuará en original o copia ( artículo 52.1 de la LJCA). Si no hubiera recibido el
expediente (en el plazo a su vez de veinte días desde la comunicación judicial,
artículo 48.3 de la LJCA) la parte recurrente podrá pedir, por sí o a iniciativa del letrado
de la administración de justicia, que se le conceda plazo para formalizar la demanda
(artículo 53.1). ¿Y si después de que la parte demandante hubiera usado del derecho
establecido en el apartado anterior se recibiera el expediente? Según la LJCA, en estos
casos, aquél se pondrá de manifiesto a las partes demandantes y, en su caso,
demandadas por plazo común de diez días para que puedan efectuar las alegaciones
complementarias que estimen oportunas (artículo 53.2). El derecho a formular
alegaciones complementarias se ciñe en estos casos a la parte o partes que no hayan
podido fundamentar sus derechos conociendo el expediente administrativo. Según el
artículo 60.1 de la LJCA 1998 se puede pedir el recibimiento del proceso a prueba en el
escrito de alegaciones complementarias, una vez es conocido dicho expediente.
Con la demanda las partes acompañarán los documentos en que directamente funden
su derecho, y si no obraren en su poder, designarán el archivo, oficina, protocolo o
persona en cuyo poder se encuentren ( artículo 56.3 de la LJCA). Estos documentos se
refieren a la prueba procesal y no, lógicamente, a la admisibilidad de la demanda.
Es importante en todo caso adjuntar los documentos a la demanda para evitar que se
inadmitan en caso de querer presentarlos después, ya que de ordinario (y salvo casos
concretos que prevé la propia LJCA y la LEC) los documentos se aportarán junto a la
demanda y no después. Siguiendo la ratio de la LEC, según el artículo 56.4 de la LJCA,
si bien no se admitirán a las partes más documentos que los que se hallen en alguno de
los casos previstos para el proceso civil (artículos 270 y ss. de la LEC), el demandante
podrá aportar, además, los documentos que tengan por objeto desvirtuar alegaciones
contenidas en las contestaciones a la demanda y que pongan de manifiesto
disconformidad en los hechos, antes de la citación de vista o conclusiones.
Es importante tener en cuenta, sobre esta materia, los artículos siguientes de la LEC:
Puede ocurrir que la demanda no se haya presentado en debida forma. En principio rige
una interpretación antiformalista proclive a la admisión de la demanda (STS de 31 de
octubre de 2007) que recoge también el artículo 424 de la LEC 3).
En este mismo sentido, el ATS de 5 de marzo de 1998 ( AA , 34, 1998, § 657) declara la
inadmisibilidad del recurso contencioso-administrativo, estimando la alegación previa
de la parte demandada, ya que «no se trata de la inobservancia de meras formalidades,
sino de defectos legales esenciales en el modo de proponer la demanda, pues no pueden
encontrarse en la supuesta demanda ni base fáctica, ni base jurídica, ni pretensión
correctamente formulada».
En aplicación de la LJCA de 1998, la STSJ las Islas Canarias (Las Palmas) núm. 159/2004
de 27 de febrero de 2004 primero nos explica (con referencias a la doctrina del TS) el
antiformalismo que impera en la materia 4) para afirmar acto seguido el porqué de la
debida corrección en la formulación de la demanda y la necesidad de cumplir los
requisitos debidos para que la demanda no sea rechazada:
«La demanda no cumple con los requisitos exigidos por el artículo 69 de dicha Ley, de tal
modo que el recurso es desestimado formalmente, pero sustancialmente equivale a una
declaración de inadmisibilidad puesto que no se examinan cuestiones de fondo en contra
del acto impugnado, toda vez que el defecto denunciado consiste en la falta de indicación en
el escrito de demanda de los fundamentos jurídicos de la pretensión de nulidad ejercitada
por el recurrente» (STS de 4 febrero 1999). «En efecto, el artículo 99.1 de la Ley Jurisdiccional
exige que en el escrito se exprese “azonadamente el motivo o motivos en que se ampare,
citando las normas o la jurisprudencia que considere infringidos”». Se trata, en consecuencia,
de una carga procesal específicamente impuesta al recurrente, para cuyo cumplimiento no
sirve (como aquí ocurre) que se achaquen vicios a la sentencia para después alegar escueta y
separadamente unos fundamentos de Derecho cuya relación con aquéllos no se aclara, como
si fuera la Sala la que tiene que averiguar, dentro del conjunto irrazonado de lo expuesto,
cuáles son los preceptos que por aplicación a lo alegado deben de considerarse infringidos
(STS de 10 junio 1999). «Siendo conveniente recordar que la interposición del recurso, es el
instrumento mediante el que se exterioriza la pretensión impugnatoria» (STS de 24 julio
2000).
«QUINTO. En el supuesto de autos se postula por la recurrente que: “se dicte sentencia en
cuya virtud se decrete dar por válidas las liquidaciones giradas en los años 1990, 1991, 1992 y
1993, dejando sin efecto, por no ser ajustadas a derecho, las liquidaciones giradas por la
Administración derivadas de las inspecciones correspondientes a los años antes
mencionados, todo ello con los pronunciamientos favorables inherentes a dicha resolución”.
Mas en las resoluciones objeto de recurso que se detallan en los Antecedentes de Hecho
Primero, Segundo, Tercero y Cuarto, el Tribunal Económico-Administrativo Regional de
Canarias, se acuerda: “ESTIMAR PARCIALMENTE la reclamación y anular la liquidación
impugnada debiendo practicarse una nueva según lo expuesto en los Fundamentos de
Derecho”. Y si bien se observa, la demanda, cuyo relato de Hechos, se reproduce en el
Fundamento Jurídico Primero, su fundamentación jurídica se limita a una simple referencia
a las Leyes 44/1978 y 18/1991, así como a una sentencia del Tribunal Supremo y otra del
Tribunal Superior de Justicia de Castilla-La Mancha; por lo que si bien no es posible estimar
la causa de inadmisibilidad invocada por la representación procesal de la Administración
demandada, al suprimirse en la Ley Jurisdiccional vigente, la causa de defecto legal en el
modo de formular la demanda, es claro, que la misma carece de fundamentación, pues en ella,
no se expresa “razonadamente el motivo o motivos en que se ampare, citando las normas o la
jurisprudencia que considere infringidos ”, “carga procesal específicamente impuesta al
recurrente”, “como si fuera la Sala la que tiene que averiguar, dentro del conjunto irrazonado
de lo expuesto, cuáles son los preceptos que por aplicación a lo alegado deben de
considerarse infringidos”, siendo el escrito de demanda esencial en el proceso contencioso-
administrativo. Es el acto de parte en que el actor formula y fundamenta su pretensión o
pretensiones en relación con el acto o la disposición que se impugna en sede jurisdiccional,
individualizado en el escrito de interposición, y solicita la aplicación del Derecho a su favor.
Por eso –el artículo 56 de la Ley 29/1998, de 13 de julio, Reguladora de la Jurisdicción
Contencioso-Administrativa (LJCA)– exigen que se consignen en la misma con la debida
separación los hechos, fundamentos de Derecho y las pretensiones que se deduzcan en el
proceso y que se acompañen a ella los documentos en que directamente se funde (
artículos 69.2 y 56.3 LJCA). Esta Sala ha interpretado tradicionalmente los requisitos en la
formulación de la demanda con un espíritu antiformalista, pero también ha exigido siempre un
mínimo en la delimitación de la pretensión y en su fundamentación de hecho y de Derecho.
Dichos requisitos no se han cumplido en el caso que enjuiciamos, lo que determina la
desestimación del recurso ».
Salvados estos posibles límites, de aplicación muy infrecuente, la demanda se rige, pues,
por el típico antiformalismo del que hace gala la jurisdicción contencioso-
administrativa:
«En relación con la causa de inadmisibilidad prevista en el apartado 9) del artículo 82,
aunque no exento el Abogado del Estado de razón, sobre la amalgama de hechos y
fundamentos de derecho que se procede bajo la rúbrica “Hechos”, y de la falta de precisión
de los Fundamentos de Derecho de la demanda, el principio de tutela judicial efectiva,
consagrado en el artículo 24 de la Constitución, desaconseja un rechazo de la demanda, por
razones exclusivamente formales, cuando resulta posible dar respuesta, aunque en términos
desestimatorios, a las concretas pretensiones deducidas en la demanda» (STS de 17 de mayo
de 1996).
El criterio legal del artículo 56.2 LJCA consiste en que el letrado de la administración
de justicia examine de oficio la demanda y requiera que se subsanen las faltas de que
adolezca en plazo no superior a diez días, de modo que, realizada la subsanación, se
admitirá la demanda. Si la subsanación no se efectuara en tiempo, se dará cuenta al Juez
para que resuelva lo que proceda sobre su inadmisión. En este contexto pueden también
valorarse los defectos de la consignación de la pretensión procesal evitando un excesivo
formalismo al respecto, dando por tanto oportunidad a la parte para que subsane el
defecto en la consignación de la pretensión.
Si finalmente se estima la demanda pero se reconoce una cantidad inferior proceden los
intereses moratorios siempre que se hubieren pedido (SAP de Salamanca 509/2001, de
29 de octubre de 2001).
En virtud del primero de los citados (artículo 33.2) «si el Juez o Tribunal, al dictar sentencia,
estimare que la cuestión sometida a su conocimiento pudiera no haber sido apreciada
debidamente por las partes, por existir en apariencia otros motivos susceptibles de fundar el
recurso o la oposición, lo someterá a aquéllas mediante providencia en que, advirtiendo que
no se prejuzga el fallo definitivo, los expondrá y concederá a los interesados un plazo común
de diez días para que formulen las alegaciones que estimen oportunas, con suspensión del
plazo para pronunciar el fallo». Y en virtud del segundo ( artículo 65.2 de la LJCA),
«cuando el Juez o Tribunal juzgue oportuno que en el acto de la vista o en las conclusiones se
traten motivos relevantes para el fallo y distintos de los alegados, lo pondrá en conocimiento
de las partes mediante providencia, dándoles plazo de diez días para ser oídas sobre ello».
«SEGUNDO. Pues bien, lo que importa para resolver este recurso de casación es que la Sala de
instancia no hizo uso de la facultad que le confiere el artículo 33.2 de la actual Ley de la
Jurisdicción y que, con igual contenido, le confería el artículo 43.2 de la Ley anterior.
Infringió, así, las exigencias derivadas del principio de contradicción, menoscabando el
derecho de defensa de las demandadas, pues ante la suma dificultad, si no imposibilidad, de
que éstas identificaran como motivo de impugnación el vicio de procedimiento en que
aquella Sala sustenta su fallo, y ante el hecho de que no se habían referido a tal hipotético
vicio en sus escritos de contestación a la demanda, ni en los de conclusiones, sólo mediante la
apertura del trámite previsto en aquellos artículos habrían quedado satisfechas aquellas
exigencias y preservado aquel derecho».
Esta doctrina jurisprudencial se entiende ante el hecho de que «la Sala de instancia (...)
resuelve, en cambio, apreciando un vicio de procedimiento que no había sido alegado, o
que, cuando menos, muy difícilmente hubiera podido ser identificado como motivo de
impugnación antes de que la sentencia se fijara en él».
En el artículo 33.3 de al LJCA se afirma que «esto mismo se observará si, impugnados
directamente determinados preceptos de una disposición general, el Tribunal
entendiera necesario extender el enjuiciamiento a otros de la misma disposición por
razones de conexión o consecuencia con los preceptos recurridos». Según la STS de 2
diciembre 2010 (RJ 2010, 8783): «ciertamente en el suplico del escrito de demanda la
asociación recurrente no menciona expresamente a las Ordenes de 26 de marzo de 2003
como objeto de su pretensión. Sin embargo, en el escrito de interposición del recurso
contencioso administrativo sí las indica como actos impugnados y en el punto IV de los
Hechos del escrito de demanda se alude a ellas como simple materialización de lo
dispuesto en el Decreto impugnado. En estas condiciones, y siendo efectivamente dichas
Ordenes simple desarrollo del artículo 17.3 del Decreto, como ellas mismas ponen de
manifiesto, si el Tribunal consideraba que el artículo 33.3 LJ le autorizaba para declarar
su nulidad como normas derivadas de un precepto del Decreto también anulado,
hubiera debido, tal como impone dicho precepto, dar previamente audiencia a las
partes para que formularen las alegaciones que estimaren pertinentes sobre esa
cuestión. Al no haberlo hecho así ha incurrido más que en incongruencia en infracción
de la garantía procesal que establece el artículo 33.3 LJ y procede, en consecuencia,
casar la sentencia y reponer las actuaciones al momento anterior a dictar sentencia por
la Sala de instancia para que ésta conceda a las partes la audiencia que regula dicho
precepto».
Puede ocurrir que la demanda se hubiera presentado fuera de plazo. En este caso, venía
estimándose que el Juzgado o Sala, de oficio, declarará por auto la caducidad del recurso
(ATS de 27 de noviembre de 1997).
En vigencia del artículo 67.2 de la LJCA 1956, se llegaba a decir que el plazo es en
estos casos «fatal, improrrogable e insubsanable» sin que procedan las previsiones
sobre rehabilitación de trámites procesales (STS de 29 de mayo de 1997, apoyándose en
que la demanda no es un mero trámite sino la formulación del propio recurso). La
caducidad operaba por tanto ope legis ya que su declaración por el Tribunal es actividad
de mera constatación (ATS de 10 de junio de 1996; ATS de 25 de junio de 1996; STS de 20
marzo de 1996).
Sin embargo, y en contra de dicho criterio legal y jurisprudencial, la nueva LJCA deja
bien claro que se admitirá el escrito de demanda, y producirá sus efectos legales, si se
presenta dentro del día en que se notifique el auto de caducidad. Esta regla en cuanto a
los plazos, se extiende a otros muchos casos por mor del artículo 128.1 in fine de la LJCA,
salvo a los plazos para preparar o interponer recursos. Incluso, en la práctica, se admite
el escrito de demanda si éste se presenta después de terminado el plazo de veinte días
pero antes de que se declare la caducidad, situación que no está prevista en la letra de la
LJCA, pero que se asemeja a la situación que prevé el artículo 73.3 de la LPAC («se
admitirá la actuación del interesado y producirá sus efectos legales, si se produjera
antes o dentro del día que se notifique la resolución en la que se tenga por transcurrido
el plazo»). Sobre el plazo de la demanda resulta imprescindible tener en cuenta el
artículo 128 (véase infra comentario a este precepto).
A. TRASLADO DE LA DEMANDA
B. LA RECONVENCIÓN
Por ello, para mayor seguridad, puede ser (en el caso concreto) conveniente formular
(siguiendo el ejemplo) una petición pretendiendo al menos las cantidades
correspondientes por la liquidación del contrato y que la Administración intenta evitar
al haber tomado la iniciativa forzando la resolución culpable del contratista.
Una reflexión no del todo diferente se impone respecto de las excepciones procesales
que, en la práctica procesal no operan como tales, pese a que se descubren en cierto
modo si se presta atención.
Lo que el recurso de casación viene a plantear en esos dos primeros motivos es que existían
incumplimientos por parte de la concesionaria que facultaban al Ayuntamiento para oponer,
como así hizo, frente a la reclamación de la obligación que le incumbía de abonar el valor de las
instalaciones al fin del contrato, la llamada excepción de contrato no cumplido (exceptio non
adimpleti contractus) que acompaña a las obligaciones sinalagmáticas; y lo que se reprocha a
la sentencia recurrida es que, al no amparar esa excepción ejercitada por el Ayuntamiento a
través de su negativa al pago reclamado, incurrió en las infracciones denunciadas en esos
motivos de casación primero y segundo (sin embargo, el TS en este caso no estima que haya
habido incumplimientos esenciales, al ser éste un posible presupuesto para que la excepción
pueda aplicarse, según ejemplificaremos después)».
De esta forma, puede en Derecho formularse «oposición», a la acción ejercitada,
alegando incumplimiento de contrario, para justificar el no cumplimiento propio e
intentar hacer recaer en la contraparte las consecuencias jurídicas negativas de los
hechos existentes 5). O para pretender directamente la cesación de una obligación que
deviene por tal motivo injustificada . Cuando esto ocurre (incumplimiento) se carece de
legitimidad y legitimación material para exigir el cumplimiento de contrario 6).
Pese a que en la práctica procesal hemos observado algún resultado no coincidente con
la doctrina principal en la materia, hoy día está consolidado que el codemandado solo
puede defender la legalidad del acto, conforme a su posición de parte demandada, no
las pretensiones del recurrente. Sobre estas cuestiones puede citarse la STS de 22 de
febrero de 2006 8):
«Es decir, que como denuncia la también codemandada y personada en los autos, Sociedad
Española de Cirugía Oral y maxilofacial al contestar la demanda, quien comparece como
codemandada, y que bien pudo recurrir el Real Decreto impugnado si lo consideró contrario a
sus intereses, al no hacerlo así, pretende ahora desde esa posición procesal en la que
únicamente podría apoyar la desestimación del recurso, exactamente lo contrario, es decir, su
estimación y la nulidad de la disposición general combatida en el aspecto en que lo refuta la
Corporación recurrente. De ahí que la Sociedad Española de Cirugía Oral y maxilofacial
solicite de la Sala que ante la falta de legitimación de la Sociedad Española de Cirugía Bucal
para defender desde su posición procesal la estimación del recurso se inadmitan sus
pretensiones, y se le condene en costas por lo que considera una postura procesal temeraria.
El art. 21.1.b) de la Ley de la Jurisdicción vigente considera parte demandada a “las personas
o entidades cuyos derechos o intereses legítimos pudieran quedar afectados por la estimación
de las pretensiones del demandante”.
En consecuencia nadie que no se halle en esa posición puede comparecer en el proceso como
parte demandada o codemandada como ha ocurrido en este caso. La Sociedad Española de
Cirugía Bucal compareció en el proceso invocando su condición de demandada y
manifestando que la estimación de la pretensión de la parte recurrente podría afectar los
derechos e intereses legítimos de la entidad que representaba y de sus miembros. Partiendo
de esa afirmación la Sala aceptó su personación y le tuvo por parte demandada, si bien al
contestar la demanda se aparta de esa posición y solicita la anulación del Real Decreto,
convirtiéndose de ese modo en parte recurrente y no demandada.
Ese cambio de posición procesal es contrario a la Ley, de modo que si bien la Sala no puede
inadmitir el proceso en relación con quien no es demandante en el mismo, sí puede
desconocer la posición de la demandada que no postula el rechazo del recurso sino que por el
contrario pretende su estimación.
Por último, debe indicarse que no se lesiona el derecho a la tutela judicial efectiva
proclamada en el artículo 24 de la Constitución porque no pueda personarse en un proceso
Contencioso-Administrativo ya iniciado con pretensiones contrarias al acto o disposición
recurridos por cuanto en tanto que titular de un derecho o interés legítimo ha tenido
oportunidad de recurrirlo directamente como demandante dentro de los plazos establecidos
por la Ley para recurrir”.
Los tribunales y el propio ordenamiento limitan esta vía de defensa por motivos de
seguridad jurídica, al igual que lo hacen en estos casos en que un interesado se persona
en el proceso e intenta defender la posición del demandante, saliendo al paso la
jurisprudencia (STS de 14 mayo 2001) de que, en estos casos, o bien se recurre en plazo,
o bien no cabe personarse después para defender el interés del recurrente:
«Es consolidada y uniforme la jurisprudencia que declara que por mucha amplitud que
constitucionalmente se haya reconocido al concepto de interesado, es lo cierto que a tenor de
lo dispuesto en el artículo 30 de la Ley de la Jurisdicción de 1956 , la figura del coadyuvante
solamente está prevista en nuestro ordenamiento en defensa de la Administración que actúa
como demandada o como demandante en el proceso de lesividad. Consiguientemente, el
interés legítimo que pueda tenerse en la revocación de un acto administrativo solamente
puede canalizarse procesalmente a través de la demanda, por lo que es conforme a derecho
el pronunciamiento de la resolución judicial recurrida, cuando advirtió que la recurrente en
casación debía haber interpuesto recurso contencioso-administrativo y solicitado
posteriormente, si a su derecho conviniere, la acumulación. No es obstáculo para alcanzar
esta conclusión que el Ayuntamiento demandado no le hubiera notificado el expediente de
resolución del contrato, pese a su condición de interesada en el mismo, pues en tal caso
habría podido interponer recurso contencioso-administrativo contra la resolución municipal
cuando hubiera tenido conocimiento de ella, conforme a la doctrina de las llamadas
“notificaciones defectuosas”, solicitando posteriormente la acumulación al proceso
preexistente.
La recurrente en casación alega en apoyo de su tesis que solicitó la ampliación del recurso
contencioso-administrativo a la resolución administrativa del Ayuntamiento de... por la que
se denegó su petición de declaración de nulidad del expediente de resolución contractual, por
no habérsele tenido como parte en el mismo. No hay constancia en los autos de instancia de
tal solicitud de ampliación, pero en cualquier caso es evidente que semejante dato, lejos de
fundamentar la estimación del presente recurso, abunda en la procedencia de su desestimación,
porque contra este acuerdo consistorial pudo haber promovido el correspondiente recurso
contencioso-administrativo, lo que no hizo, sino que, contraviniendo la legislación procesal,
trató de incorporarse como demandante a un proceso promovido por otra entidad» .
Finalmente, una observación de la praxis. Y es llamar la atención sobre un fenómeno
algo extraño, que es el valor mayor que en los procesos suele otorgarse a la defensa de
la Administración, frente a las alegaciones del codemandado , lo que a veces no tiene
ninguna justificación. Se observan casos en que incluso el juzgado o sala se apoya
directamente, para la desestimación del recurso, en los escritos del codemandado, pese
a que la sentencia alude a que lo dice la Administración . Es habitual una mayor calidad
de los escritos del codemandado, que es quien realmente puede sufrir de forma más
inmediata las consecuencias del proceso y posible sentencia (el dueño del hotel cuya
licencia se ha recurrido, el funcionario cuya plaza se ha impugnado, el contratista cuya
adjudicación se ha recurrido). Esta actitud judicial es una nueva reminiscencia del
contencioso objetivo, dando más valor a quien originó el acto administrativo,
presuponiendo que el contencioso tiene como función controlar su legalidad. En un
contencioso subjetivo basado en la tutela de los derechos de las partes estos hechos no
tienen sentido. Sin embargo, es cierto que en todos los países de nuestro entorno la
presencia de la Administración tiene mayor peso.
F. LA FORMA DE LA CONTESTACIÓN
El apartado final del artículo 54 se refiere específicamente a las Entidades Locales: «si la
Administración demandada fuere una Entidad Local y no se hubiere personado en el
proceso pese a haber sido emplazada, se le dará no obstante traslado de la demanda
para que, en el plazo de veinte días, pueda designar representante en juicio o comunicar
al Juez o Tribunal, por escrito, los fundamentos por los que estimare improcedente la
pretensión del actor» 10).
FOOTNOTES
1
Sobre esta cuestión de la demanda y la pretensión ejercitada, desde un punto de vista práctico
se entiende que la pretensión viene refiriéndose a la «petición en el suplico de la demanda»
(STS de 25 de noviembre de 1996; STS de 15 de noviembre de 1996). Basta pues con una
presentación clara de las «peticiones» de las partes. En este sentido, viene entendiéndose que la
pretensión ha de «concretar con claridad a favor de quién se pretende» (STS de 18 de julio de
1996).
En este sentido, la STS de 27 de julio de 2017 (RJ 2017, 3981) (rec. 956/2015) apuesta por el
criterio antiformalista y pro actione en relación con demandas deficientes.
«Conforme con la doctrina de las SSTS de 20 junio 1960 y 9 marzo 1974, si bien es cierto que
aquellos fundamentos no han sido articulados de forma separada e independiente de las
cuestiones fácticas también lo es que la justificación legal de la pretensión ejercitada se deduce
del escrito de demanda en la que se hace referencia a determinados preceptos legales lo que
impide aceptar que de forma absoluta se hayan omitido los fundamentos jurídicos del recurso
sino que más bien se incurrió en un defecto de redacción no impeditivo de la identificación del
objeto y de la causa de este proceso». (Sentencia Tribunal Supremo [Sala de lo Contencioso-
Administrativo], de 21 septiembre 1985).
Tal como plantea la STSJ de Extremadura de 26 de julio de 2007 cuyo enjuiciamiento se enfrenta
plenamente con esta excepción. En este caso, un contratista encargado de desarrollar funciones
de cobro de valores y sanciones en el «servicio de recaudación de la Corporación municipal»
reclamaba distintas cantidades en concepto de compensaciones por trabajos, daños y perjuicios
y reequilibrio económico financiero, pero resultaba que «sí consideramos aplicable la
excepción que ha sido apreciada por el Juzgador de Instancia, pues conforme a reiterada
doctrina jurisprudencial, el recurrente carece de legitimación para instar el cumplimiento de un
contrato que él no cumple voluntaria y deliberadamente. Y ello por cuanto, según sentencia del
Tribunal Supremo de 3 diciembre 1992, “ no tiene derecho a pedir el cumplimiento el contratante
que incumple sus obligaciones , y es necesario que quien reclama haya cumplido lo que le
incumba”. Es evidente, según resulta de la lectura de las sentencias del Tribunal de Cuentas que
obran en el expediente (tanto la de 30 de diciembre de 2003, dictada en primera instancia, como
la de 16 de diciembre de 2004, dictada en el recurso de apelación), el perjuicio causado por el
recurrente al Ayuntamiento de... por importe de 416.681,72 euros, subsumible en el concepto de
alcance y en consecuencia en el ilícito establecido en el art. 72.1 de la Ley de
Funcionamiento del Tribunal de Cuentas, y ello derivado de las funciones del recurrente como
recaudador municipal durante los ejercicios de 1986 a 1999. Ello sin duda determina un
incumplimiento de sus obligaciones básicas, lo que conlleva que entendamos aplicable la
excepción articulada por el Juzgador de Instancia. Pero además de todo ello, hemos de decir que
no advertimos los incumplimientos aludidos por parte de la apelante, huérfanos de toda
acreditación».
«No se necesita la previa reclamación judicial bastándole con defenderse cuando sea
demandada por quien no cumplió lo convenido» y, sin necesidad de formular reconvención ,
cuya doctrina es de sustancial aplicación a todos aquellos supuestos en que una parte
contratante, en el caso de obligaciones contractuales recíprocas, cual es el que ahora nos ocupa,
pretende la rescisión de un contrato, protestado el incumplimiento de sus obligaciones por la otra
parte contratante , cuando ella a su vez no ha cumplido con las obligaciones que contrajo en el
mismo contrato. En definitiva la «exceptio non adimpleti contractus» debe ser apreciada, pues la
jurisprudencia lo admite también para los contratos de arrendamiento, que es de carácter
bilateral o sinalagmático, en el que ambas partes se obligaron recíprocamente una respecto de
otra, lo que supone que si alguna de las partes reclama a la otra el cumplimiento de su
obligación sin haber realizado la suya propia o sin ofrecer su realización, podrá la parte
demandada oponer la excepción de contrato no cumplido o cumplimiento irregular, excepción
que si bien nuestro Código Civil no contempla explícitamente, se desprende del principio que
inspira su artículo 1124 y de otros preceptos como el artículo 1100, apartado último, y, como se
ha visto, está reconocida por la Jurisprudencia del Tribunal Supremo, sin que sea precisa la
previa petición, ya que basta con defenderse.
8
Igualmente, STSJ de Murcia de 20 de mayo de 2005; F.J. MARCOS MUÑOZ, «Los codemandados en el
orden jurisdiccional contencioso-administrativo. Su intervención en el proceso y en el
procedimiento administrativo. Referencia obligada a la responsabilidad patrimonial de la
Administración», Noticias Jurídicas, agosto 2017.
10
Se ha llegado a valorar positivamente este precepto ya que permite a las Entidades Locales la
«posibilidad de hacer llegar al órgano jurisdiccional las razones que justifican el acto o
disposición recurrida, sin necesidad de comparecer debidamente representados. Esta solución
para Entidades Locales de presupuestos reducidos y asuntos de pequeña cuantía puede resultar
útil, a la vez que simplifica el proceso» (J. M. ÁLVAREZ-CIENFUEGOS SUÁREZ/J. GONZÁLEZ RIVAS, Análisis
teórico y jurisprudencial de la Ley de la jurisdicción contencioso-administrativa , Pamplona, 1998,
p. 167). Esta regulación parece inspirarse en el artículo 68.5 de la LJCA de 1956; en este sentido,
se ha afirmado que si bien la justificación de este último era clara (abrir un plazo para
suministrar antecedentes al Abogado del Estado para la mejor defensa en juicio) esta
justificación o presupuesto ha dejado de existir desde el momento en que el artículo 447 de
la LOPJ no prevé la representación de las Entidades Locales a través del Abogado del Estado
(por todos, J. GONZÁLEZ PÉREZ, Comentarios § 54; otras veces, como ya nos consta, la LJCA
contiene regulaciones que afectan a la Administración local, no tan favorables como las
previstas para otras Administraciones: artículo 19.1.e en comparación con el del artículo
19.1.c de la LJCA, artículo 44.2 de la LJCA en relación con los artículos 65 y 66 de la
LBRL).
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Cuarta Parte. Procedimiento contencioso-administrativo en primera o única
instancia
Capítulo XXVI. Alegaciones previas (artículos 58 y 59 LJCA)
Capítulo XXVI
Sumario:
El sentido de este trámite está en hacer posible una verificación de la admisibilidad (no
de la estimación o del «fondo») del recurso una vez se ha presentado la demanda, a
efectos de evitar la tramitación de un proceso improcedente.
Las alegaciones previas se configuran como un derecho del demandado que le permite
la satisfacción de sus pretensiones (STS de 22 de noviembre de 1996).
En el escrito de alegaciones previas las partes demandadas alegarán los motivos que
pudieran determinar la incompetencia del órgano jurisdiccional o la inadmisibilidad del
recurso con arreglo a lo dispuesto en el artículo 69 (donde se regula el pronunciamiento
de inadmisibilidad en la fase de sentencia; STSJ del País Vasco de 17 de noviembre de
2005).
Como tal «derecho del demandado» las alegaciones tienen carácter potestativo, ya que
las «alegaciones» de inadmisión pueden hacerse también en la contestación de la
demanda.
Si los motivos –que se invocan en este trámite de las alegaciones previas– han sido
desestimados como alegación previa pueden ser nuevamente alegados en la
contestación de la demanda.
La LJCA de 1998 lo admite en el inciso final del artículo 58.1 terciando en la polémica
jurisprudencial de los años precedentes en torno a la admisión o no de esta posibilidad
de reiteración de dichas causas en la contestación; «lo admite», salvo respecto del
motivo de incompetencia del órgano jurisdiccional, ya que en virtud del artículo 69,
regulador de las causas de inadmisibilidad del recurso, no es posible este
pronunciamiento de incompetencia en dicha sentencia. Es decir, no siendo posible que
la sentencia declare la inadmisibilidad del recurso por causas de incompetencia, es
evidente que carece de sentido mantener este motivo en el trámite de contestación de la
demanda (y véase el propio tenor literal del artículo 58.1).
Se trata de un trámite del que se hace a veces uso en la práctica procesal. Si el juzgador
comparte el criterio de las alegaciones previas el proceso termina fulminantemente, sin
perjuicio de la apelación contra la resolución que pone fin al contencioso de instancia.
Otras veces se observa, no obstante, una actitud judicial que elude un enjuiciamiento a
fondo de la causa de inadmisión planteada remitiendo su estudio al momento de la
sentencia, así la causa de legitimación.
El escrito de alegaciones previas se presenta dentro de los cinco primeros días del plazo
para contestar la demanda, que es de veinte días. Como ya nos consta, para hacer uso de
este trámite la Administración demandada habrá de acompañar el expediente
administrativo si no lo hubiera remitido antes.
Si, por el contrario, el auto estima las alegaciones previas declarará la inadmisibilidad
del recurso, siendo dicho auto estimatorio recurrible conforme con los artículos 79, 80 y
87.
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Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Cuarta Parte. Procedimiento contencioso-administrativo en primera o única
instancia
Capítulo XXVII. La prueba (artículos 60 y 61 LJCA)
Capítulo XXVII
Sumario:
Por otra parte, y como ya nos consta, la LJCA prevé asimismo la posibilidad de que el
recurso se falle sin necesidad de recibimiento a prueba (artículo 57 de la LJCA; así por
ejemplo, Auto de 13 de diciembre de 2011 del Juzgado de lo contencioso-administrativo
de Alicante PO 220/2011 no habiendo solicitado prueba ninguna de las partes).
Las partes pedirán el recibimiento del proceso a prueba por medio de otrosí, en los
escritos de demanda y contestación y en los de alegaciones complementarias (STS de 7
de octubre de 1997), indicando en dichos escritos en forma ordenada los puntos de
hecho sobre los que haya de versar la prueba (artículo 60.1 de la LJCA y STS de 22 de
noviembre de 1996) y, desde la Ley de medidas de agilización procesal de 2011,
Asimismo, los medios de prueba que se propongan.
Según el artículo 56 LJCA, los documentos que se vayan a aportar como prueba han de
presentarse con los escritos de demanda y contestación, y si no obran en poder de las
partes, ha de designarse el archivo, oficina, protocolo o persona en cuyo poder se
encuentren. De hecho, después de la demanda y contestación no se admitirán a las
partes más documentos que los que se hallen en alguno de los casos previstos para el
proceso civil (artículos 269 y ss. LEC) y lo previsto en el artículo 56.4 LJCA.
Pero si de la contestación a la demanda resultaran nuevos hechos de trascendencia
para la resolución del pleito, el recurrente podrá pedir el recibimiento a prueba y, desde
la Ley de medidas de agilización procesal de 2011, asimismo, deberá expresar los
medios de prueba dentro de los cinco días siguientes a aquel en que se haya dado
traslado de la misma y en tal caso, antes de la citación de vista o conclusiones, puede
hacer uso de su derecho a aportar documentos que tengan por objeto desvirtuar
alegaciones contenidas en las contestaciones a la demanda y que pongan de manifiesto
disconformidad en los hechos 3).
En la proposición de prueba de las partes las más comunes en este ámbito contencioso-
administrativo son las documentales y las periciales. Suele pedirse en primer lugar
como prueba documental pública el expediente administrativo, aunque no son pocos los
juzgados o tribunales que deniegan dicha prueba por entenderla innecesaria, puesto
que al remitirse el expediente éste se incorpora a los autos por imperativo legal 4). Y se
propondrán como documental los documentos adjuntos a la demanda o a la
contestación (materia ésta en la que debe tenerse presente la LEC, así en cuanto a la
impugnación de documentos).
En este sentido, la SAP 203/2002 de Cuenca de 25 de julio de 2002 detecta un caso en que
la prueba pretendidamente documental propuesta por la entidad apelante para su
realización en la alzada no se trataba propiamente de tal clase de prueba, sino de una
testifical que quiso enmascararse bajo la apariencia de certificaciones a expedir por las
empresas (...) y, sin que contra este rechazo fuera interpuesto recurso.
Una vez que termina el período de práctica probatoria, se declara conclusa la fase
probatoria y se ordena unir las pruebas a los autos. Pero si las partes no estuvieran de
acuerdo en la declaración de concluso del período probatorio, por ejemplo, porque se
hubiera omitido la práctica de alguna prueba admitida y declarada pertinente, han de
hacerlo valer recurriendo el proveído de declaración de finalización de la fase
probatoria y si no se estimara dicho recurso, han de ponerlo de manifiesto de nuevo en
la fase de conclusiones escritas o vista, todo ello a los efectos de poder alegar este motivo
de falta de práctica de la prueba admitida en el posterior recurso de apelación o de
casación.
3. ¿PERICIAL O DOCUMENTAL?
En esta línea argumental, cuándo basta con una documental o cuándo se precisa una
pericial remite al puro olfato o intuición del letrado; en caso de duda la tendencia es
asegurar optando por la segunda aun cuando pudiera bastar la primera. Nuevamente,
un asunto así, remite al «case law», observando algunas posibles referencias, pese a que
sería deseable llegar a un planteamiento de mayor certeza. Por ejemplo, la SAP de
Pontevedra 190/2009, de 23 de abril de 2009, es un caso ilustrativo de cómo la parte tiene
suerte y la Sala (revocando la sentencia de instancia que consideró que el recurrente no
había probado la ruina del edificio) considera que las documentales permiten apreciar
dicho estado de ruina aun cuando es verdad que habría sido mejor una pericial.
Por contrapartida, la SAP de Córdoba de 30 de septiembre de 1999 (AC 1999, 1840) 7))
es un ejemplo de la insuficiencia de la prueba cuando la parte presenta una documental
y a juicio del órgano jurisdiccional tuvo que haberse practicado la pericial en debida
forma («no es dable justificar hechos por medio de documentos cuando su apreciación
requiere conocimientos expertos»), «careciendo de valor como tal cuando se aporta
como prueba documental», sin bastar tampoco siquiera informes presentados a modo
de documentos adjuntos a la demanda o contestación 8).
La STS de 14 de junio de 2001 (rec. 7089/1996) es un ejemplo del intento del recurrente
en casación de hacer valer que su prueba pericial no se tuvo en cuenta, ya que el
tribunal de instancia se basó en el conjunto de la prueba documental para llegar a una
determinada conclusión. Lo que se confirma por el TS, es decir, que tal documental
puede llegar a decidir el supuesto planteado pese a la existencia de pericial.
Una sentencia por la que el juzgador concluye que vale un informe como documental y
sin necesidad de ratificación de su autor (perito), es la SAP 279/2012 de Murcia de 24 de
julio de 2012, a la que nos remitimos.
En fin que como dice el Supremo, «las reglas de la sana crítica no están codificadas»
(citas de STS que tomo de la SAP 279/2012 de Murcia de 24 de julio de 2012). Desde
luego.
Frente a los numerosos recursos que se plantean contra las sentencias de los Tribunales
de la jurisdicción contencioso-administrativa alegando la indefensión que produjo el
hecho del no recibimiento a prueba, el Tribunal Supremo insiste en que « no es
necesario recibir el pleito a prueba cuando los hechos relevantes para la resolución
del pleito estuviesen debidamente esclarecidos en el expediente administrativo, porque
éste, el expediente, se incorpora íntegramente al proceso y la prueba en aquél
practicada es valorada por el Tribunal de instancia (...), lo que es expresión de que el
Tribunal disponía de todos los elementos indispensables para dictar sentencia» (STS de
31 de enero de 1996; STS de 25 de abril de 1996; SSTS de 30 de octubre de 1996; y de 4 de
noviembre de 1996. Según la STS de 28 de junio de 1996, este hecho se explica en virtud
del carácter revisor de la jurisdicción contencioso-administrativa).
Es doctrina consolidada que «cualquier reflexión que se haga sobre la prueba en el
ámbito del Derecho procesal administrativo requiere, por una parte tener en cuenta el
carácter revisor de la jurisdicción contencioso-administrativa; (...) tener en cuenta el
carácter revisor de la jurisdicción contencioso-administrativa es necesario porque,
como regla general en la vía administrativa se cuestionan y debaten los hechos y se
practica la prueba y todo lo actuado en el expediente se incorpora al proceso
administrativo, de suerte que su contenido no puede ser desconocido por el órgano
jurisdiccional» (STS de 4 de mayo de 1992; STS de 20 de noviembre de 1996; STS de 27 de
febrero de 1997; sobre el tema, véase I. BORRAJO INIESTA, REDA , 61, 1989, pp. 127 y ss.).
En este sentido, se entiende que «no es necesario recibir el pleito a prueba cuando los
hechos relevantes para la resolución del pleito estuviesen debidamente esclarecidos en
el expediente administrativo , porque éste, el expediente, se incorpora íntegramente al
proceso y la prueba en aquél practicada es valorada por el Tribunal de instancia» (STS
de 31 de enero de 1996; STS de 25 de abril de 1996; etc.).
Se vulnera esta regla cuando la decisión de fondo habría sido alterada de practicarse la
prueba denegada y si se ha producido indefensión por no haberse practicado dicha
prueba. La STS de 25 de marzo de 1996 dice que «es doctrina de esta Sala y Sección que
el tema de la prueba se integra dentro de los aspectos esenciales del proceso cuando el
resultado de ella pueda afectar decididamente al sentido de la sentencia , de modo que el
no recibimiento a prueba del procedimiento puede generar indefensión». En este
sentido también la STS de 22 de noviembre de 1996; STS de 19 de julio de 1996; STS de 25
de marzo de 1998 AA , 36, 1998, § 698; ATS de 19 de mayo de 1998.
Si la prueba que es objeto de conflicto por haberse denegado no fue determinante para
la sentencia, no prospera el recurso contra la sentencia (STS de 12 de diciembre de 1996;
STS de 16 de diciembre de 1996: «téngase en cuenta que era una prueba que no era
decisiva»).
La LJCA ha previsto una regla especial para cuando el objeto del recurso fuera una
sanción administrativa o disciplinaria. En estos casos, el proceso se recibirá siempre a
prueba cuando exista disconformidad en los hechos, independientemente de su
«trascendencia» (artículo 60.3 in fine de la LJCA).
A. MEDIOS DE PRUEBA
Así pues, por lo que respecta a la remisión a la LEC interesa la regulación de los medios
de prueba (mencionados en el artículo 299 y cuya reproducción aquí resultaría ociosa).
No puede por tanto extrañar que la regulación especial de la LJCA en materia de los
medios de prueba se haya referido a dicha prueba pericial en su artículo 60.6: «en el
acto de emisión de la prueba pericial el Juez otorgará, a petición de cualquiera de las
partes, un plazo no superior a cinco días para que las partes puedan solicitar
aclaraciones al dictamen emitido» (por ley 13/2009).
Si bien lo normal y más seguro es que la prueba pericial de parte requiera ratificación y
aclaraciones del perito, a partir de la LEC 1/2000 esto ya no es preciso; con relación al
valor que se le ha de dar a los informes técnicos de parte ratificados o no, el Tribunal
Supremo, en sentencia de 18 de octubre de 2012, trata la cuestión de si tienen la
consideración de prueba pericial o de prueba documental 11).
Según esto, durante la vigencia de la LEC de 1881, solo los dictámenes elaborados por
peritos designados por el órgano jurisdiccional tenían la consideración de verdadera
prueba pericial, dictamen que debía ser ratificado, en todo caso, por el perito autor del
mismo. Lo que antes de la Ley 1/2000 no tenía la consideración de prueba pericial (los
dictámenes aportados por las partes al proceso), ahora se convierte en una verdadera
prueba pericial.
A partir del artículo 335 de la LEC se regulan los «dictámenes de peritos». El juramento o
promesa de actuar con objetividad (artículo 335 LEC), su aportación a la demanda y a la
contestación (artículo 336), el anuncio de los dictámenes cuando no se puedan aportar con
la demanda y con la contestación (artículo 337), la pericial judicial (artículo 339), las
tachas de los peritos (artículo 343).
En cuanto al “al valor probatorio de los correos electrónicos que han sido impugnados
por la demandante (documentos nº 2 y 4 de la contestación a la demanda) hay que tener
en cuenta que el art. 326-3 de la LEC remite a lo establecido en el art. 3 de la Ley de
Firma Electrónica para los supuestos en que se impugne la autenticidad de un
documento electrónico” (SAP de Lérida 51/2014, de 30 de enero de 2014, añadiendo: “por
tanto, aunque en el presente caso se han impugnado los documentos nº 2 y 4 de la
contestación y la parte demandada no ha propuesto prueba pericial para acreditar la
autenticidad de esos correos electrónicos, conforme a la doctrina expuesta ello no
excluye que el juzgador de instancia pueda valorar tales documentos conforme a las
reglas de la sana crítica, pudiendo otorgarles relevancia siempre que existan en el
proceso otros elementos de juicio susceptibles de ser valorados con aquél, conjugando
así su contenido. En similar sentido se pronuncian ante la impugnación de correos
electrónicos las sentencias de la Audiencia Provincial de La Rioja, sec. 1ª de 10-5-2013 ,
SAP de Madrid, sec. 28ª, de 13-1-2012 y SAP de Granada, sec,. 3ª, de 10-5-2013 , esta
última con cita de otras resoluciones de la jurisprudencia menor que siguen el mismo
criterio”). Puede citarse también la STS 300/2015, penal, de 19 de mayo de 2015 en
relación con la fuerza probatoria de las pantallas o “pantallazos” del teléfono móvil en
los que se refleja el contenido de conversaciones mantenidas entre víctima y acusado.
Es decir, por muy importante que sea una documental o en especial un informe pericial,
el valor de este queda este diluido por el compuesto del conjunto de las pruebas.
En este sentido es llamativo que una prueba documental contundente puede llegar a
servir para llegar a enervar la presunción de acierto de determinados actos
realizados por funcionarios públicos , como pueden ser las valoraciones realizadas
por los Jurados Provinciales de Expropiación; así por todas la STS de 2 de diciembre de
2013 (con cita a otras sentencias) razona que «si bien la prueba pericial judicial aparece
como prueba idónea para combatir las resoluciones de los Jurados de Expropiación, ni es
la única prueba que viabiliza atacarlos con éxito, siendo de significar al respecto la
relevancia de una prueba documental contundente o la de una pericia de parte
practicada con las garantías con que la nueva Ley de Enjuiciamiento Civil la regula. Por
tanto, la sentencia de instancia ha justificado el desacierto del acuerdo del Jurado, al
apartarse de los criterios legales determinados para la valoración del suelo rústico, y ha
razonado debidamente, mediante el empleo de las reglas de la sana crítica, su
preferencia por la valoración efectuada en el informe pericial acompañado a la
demanda, frente a las valoraciones del perito de designación judicial y del vocal
Ingeniero Agrónomo».
Con mayor razón podrá desvirtuar el criterio del jurado un dictamen , como afirma la
STS de 2 de diciembre de 2013 (si bien se trataba de un informe aportado por la
beneficiaria): «y tampoco puede discutirse la eficacia de este dictamen pericial de parte
para enervar la presunción de acierto del Jurado, de acuerdo con el criterio
jurisprudencial, recogido en sentencias de 6 de febrero de 2012 (RJ 2012, 3326), 8
de mayo de 2012 (RJ 2012, 6600) y 25 de febrero de 2013 (RJ 2013, 2225)».
Una regla bien conocida en la práctica es la no vinculación del juzgador por la prueba
. Así, en el contexto de un recurso de casación la STS de 29 de abril de 2013 (Rec.
casación 3711/2011) afirma que «como hemos dicho ya en reiteradas ocasiones (por
todas nuestras sentencias de 7 de octubre de 2011, rec. n.º 978/2008), que “...el órgano
judicial, como se afirma entre otras en Sentencia de 12 de febrero de 1996, no está
vinculado por el resultado de la prueba pericial como tampoco lo está por los
acuerdos de los Jurados , siempre que razone debidamente la discrepancia y
apartamiento de la pericia, bien por indebida aplicación de elementos de hecho o por
incoherencia o falta del necesario razonamiento o por contradicción con otras pruebas,
dado el principio de valoración conjunta de la prueba”.
La STS de 29 de abril de 2013 (Rec. casación 3711/2011) afirma que «en cuanto a la
pretendida vulneración de los preceptos relativos a la valoración de la prueba de
documentos públicos, no es ocioso recordar, que “...no se infringe el principio de prueba
tasada cuando el contenido de los documentos públicos u oficiales es ponderado en
unión de otros medios probatorios producidos en el juicio. Pretender lo contrario
supondría tanto como burlar la soberanía indudable del Tribunal que dictó la sentencia
para apreciar la prueba”».
Así, la STS de 2 de octubre de 2000 recoge que «un documento público no tiene
prevalencia sobre otras pruebas y por sí solo no basta para enervar una valoración
probatoria conjunta , vinculando al órgano judicial sólo respecto del hecho del
otorgamiento y su fecha, de tal manera que el resto de su contenido puede ser sometido a
apreciación con otras pruebas » (igualmente, SSTS de 21 de noviembre de 2001, de 17 de
octubre de 2011 en rec. n.º 1193/2008, y en el mismo sentido y similares términos, la
sentencia de 16 de marzo de 2010 dictada en rec. N.º 2243/06, fundamento de derecho
sexto, párrafo segundo).
En este sentido la Sentencia de 19 de marzo 2013, [RJ 2013, 278], afirma que «la
prueba pericial es de libre apreciación por la Sala de instancia según las reglas de
la sana crítica (artículo 348 Ley de Enjuiciamiento civil) y, además, los informes
certificados tomados en consideración para fundamentar la decisión no hacen prueba
plena de las apreciaciones en ellos contenidas, a lo que todavía cabe agregar que el
problema no se situaría tanto en la valoración de los hechos, como estado de
verificación de la realidad, como en su dimensión jurídica; esto es, si la posibilidad de
conexión con los servicios de la parcela inmediata edificada permitía reconocer a los
terrenos la disponibilidad de servicios urbanísticos a los efectos de establecer la
servidumbre de protección reducida».
Por tanto, lo que el Tribunal debe valorar es la fuerza de convicción que contengan los
razonamientos del dictamen, puesto que un informe que no se ajuste a ese modelo
constituiría una mera opinión carente de fuerza probatoria.
Valorar conforme a las reglas de la sana crítica implica que el legislador deja la
valoración de la prueba pericial a la apreciación del juzgador, conforme a la lógica y
ponderada reflexión sobre la misma, ya que a través de ella el Juez conoce los datos
precisos para determinar hechos y circunstancias que sólo un experto en una
determinada técnica puede conocer. El hecho de que la sana crítica desvincule al
juzgador de criterios valorativos tasados no implica una decisión arbitraria por su
parte , sino que ha de juzgar en conciencia, ponderando todas las circunstancias
fácticas tras la recta valoración de la prueba y en armonía con el resto de los medios
probatorios, por el principio de apreciación conjunta.
C. PRÁCTICA DE LA PRUEBA
Pese a las reglas expuestas, cuando la entidad del caso lo requiera, es aconsejable la
pericial de parte; y con ratificación, tras valorar que el perito se expone también a las
preguntas de los letrados de las partes contrarias. Y siempre es más objetiva una pericial
judicial.
En primer lugar, el artículo 347 nos informa del desarrollo de la «posible actuación de
los peritos en el juicio o en la vista». En principio, «los peritos tendrán en el juicio o en la
vista la intervención solicitada por las partes, que el tribunal admita». El tribunal sólo
denegará las solicitudes de intervención que, por su finalidad y contenido, hayan de
estimarse impertinentes o inútiles. En especial, las partes y sus defensores podrán pedir:
1. Exposición completa del dictamen, cuando esa exposición requiera la realización de otras
operaciones, complementarias del escrito aportado, mediante el empleo de los documentos,
materiales y otros elementos a que se refiere el apartado 2 del artículo 336.
4. Respuestas a solicitudes de ampliación del dictamen a otros puntos conexos, por si pudiera
llevarse a cabo en el mismo acto y a efectos, en cualquier caso, de conocer la opinión del
perito sobre la posibilidad y utilidad de la ampliación, así como del plazo necesario para
llevarla a cabo.
Asimismo, el artículo 60.5 de la LJCA prevé que las Salas podrán delegar en uno de sus
Magistrados o en un Juzgado de lo Contencioso-administrativo la práctica de todas o
algunas de las diligencias probatorias; por su parte, el representante en autos de la
Administración podrá delegar en un funcionario público de la misma la facultad de
intervenir en la práctica de pruebas.
Puede ocurrir que alguna de las partes entendiera que en la obtención u origen de
alguna prueba admitida se han vulnerado derechos fundamentales . El artículo 287 de
la LEC («ilicitud de la prueba») afirma que tal parte «habrá de alegarlo de inmediato,
con traslado, en su caso, a las demás partes». «Sobre esta cuestión, que también podrá
ser suscitada de oficio por el tribunal, se resolverá en el acto del juicio o, si se tratase de
juicios verbales, al comienzo de la vista, antes de que dé comienzo la práctica de la
prueba. A tal efecto, se oirá a las partes y, en su caso, se practicarán las pruebas
pertinentes y útiles que se propongan en el acto sobre el concreto extremo de la referida
ilicitud. Contra la resolución a que se refiere el apartado anterior sólo cabrá recurso de
reposición, que se interpondrá, sustanciará y resolverá en el mismo acto del juicio o
vista, quedando a salvo el derecho de las partes a reproducir la impugnación de la
prueba ilícita en la apelación contra la sentencia definitiva».
En este sentido, la Sala penal del Tribunal Supremo ha rechazado aceptar como prueba
lícita los informes de unos detectives privados contratados por un concejal de la
oposición del Ayuntamiento de M. para investigar si un condenado a servicios a la
comunidad estaba realizando dichos trabajos durante los días y horarios establecidos
(STS 908/2016, de 30 de noviembre de 2016).
Esta doctrina está especialmente desarrollada por el Tribunal Supremo y por el Tribunal
Constitucional, a consecuencia de numerosos recursos de casación y de amparo
presentados por la parte contra la sentencia de instancia alegando indefensión.
La doctrina (así, SENTÍS MELENDO) afirma que solo dejaría de haber una carga cuando se
identificara un deber claro que evitara el ejercicio del derecho, pero se trata de algo
excepcional. Para que tal deber hiciera desaparecer la carga debe tratarse de un deber
jurídico absolutamente exigible y cuyo incumplimiento resulte sancionable y no solo de
un deber moral. Este debate se plantea por ejemplo, en la carga de la prueba en el
sentido de si puede ser un límite, a la existencia de la carga formal de la prueba, el
hecho de que pueda existir un deber del juez de aportar la prueba. Para SENTÍS MELENDO
en esta materia no se infiere tal deber indubitado y de hecho no hay un sentido único
sino que habrá jueces más o menos proclives a tomarse iniciativas en la materia
probatoria. El tema que hay que observar es si, pese a la posible existencia de un deber,
subsiste un interés propio de la parte a instar aquello que le interesa 16).
En todo caso, se anula el acto administrativo recurrido cuando se entiende que, por
estar el expediente incompleto, la Administración no ha motivado y considerando la
carga de la prueba que recae sobre aquella. Así, la sentencia del TSJ de la CV de 22 de
mayo de 2012 (recurso 1030/2009) lo cierto es que no consta en las actuaciones
testimonio del acuerdo sancionador. Esta circunstancia impropia no ha sido suplida por
la parte procesal a quien incumbe la carga de hacerlo, la Administración demandada,
aunque podía haberlo hecho, bien solicitando la completación del expediente
administrativo, bien adjuntando el susodicho acuerdo en el escrito de contestación a la
demanda. A la Administración demandada le incumbe acreditar pudiendo hacerlo a
través del expediente administrativo los hechos que dotan de legitimidad a su actuación,
y en este sentido y en lo que ahora interesa, es un hecho legitimador que haya una
motivación sobre la culpabilidad de la persona sancionada. De ahí que tenga que
asumir consecuencias procesales negativas porque no aporta al proceso el expediente
administrativo, ello por efecto de la carga de la prueba. Desde luego la falta de remisión
del expediente en ningún caso puede imponer al justiciable la carga de acreditar
aquellos extremos que deberían constar en aquel, primando irrazonablemente la
pasividad de la administración. La anterior conclusión no varía si la parte actora no
ejerció la posibilidad procesal de solicitar que se complete el expediente administrativo.
Tal posibilidad no altera ni matiza la carga que tiene la administración de acreditar los
hechos que legitiman su actuación, dado que la facultad de pedir que se complete el
expediente ha de concebirse como un medio para favorecer la defensa del
administrado, por ejemplo, alegando, a la vista de actuaciones administrativas
completas, motivos de impugnación que no artículo en la vía administrativa. Así pues la
sola circunstancia de que la Administración demandada no ha acreditado una
motivación sobre la culpabilidad de la parte recurrente es causa bastante para
considerar contrario a derecho el acuerdo sancionador impugnado.
«Al respecto, debe señalarse, en primer lugar, que las disposiciones del artículo 11,
apartado 3, de la Directiva 92/50, que autorizan excepciones a las normas que pretenden
garantizar la efectividad de los derechos reconocidos por el Tratado en el sector de los
contratos públicos de servicios, deben ser objeto de una interpretación estricta, y que la
carga de la prueba de que existen realmente las circunstancias excepcionales que
justifican la excepción incumben a quien quiera beneficiarse de ellas (véase, en lo que
atañe a los contratos públicos de obras, la sentencia de 28 de marzo de 1996, [TJCE
1996, 64], Comisión/Alemania, C-318/94, Rec. p. I-1949, apartado 13)».
Podríamos aportar dos pautas, al menos desde el punto de vista de lo que se percibe en
la práctica procesal:
La primera es que generalmente cada parte tiene que probar lo que le corresponde, en
función de los contenidos de la norma en cuestión, y que, por tanto, los jueces se
reservan la decisión de valorar todo esto de una forma un tanto libre.
La segunda es que, pese a lo anterior, o sin perjuicio de lo anterior, la regla general, es
que la carga de la prueba parece recaer por regla general sobre el actor.
Puede citarse la STS de 5 de junio de 1991 (RJ 1991, 4865): «(...) resulta de todo punto
necesario que el mismo (es decir, el interesado) y no la Administración tenga que
acreditarlos, demostrando que la total terminación de las obras tuvo lugar antes de un
año, o de cuatro, de la reacción del Ayuntamiento, independientemente de que pruebe
que las obras se patentizasen antes de tales tiempos, ya que en este aspecto no rigen los
artículos 230 y 92 invocados, sino el 185 que hemos examinado, desarrollado en los
artículos 31 y 32 del Reglamento de Disciplina Urbanística. Por ello, afirmado por el
ahora apelante que la construcción de la nave acordada demoler por el Ayuntamiento
de Valladolid en sus acuerdos de 27 de diciembre de 1983 y 6 de marzo de 1984 se
terminó a primeros de 1981 o dentro de 1980, tiempos en que evidentemente, y no se
cuestiona, habría sido tardía la reacción municipal, no acreditados estos extremos ni
por las pruebas practicadas en la primera instancia correctamente apreciadas por la
Sala de Valladolid, ni por la realizadas en esta alzada, reducidas a una documental que
por inconcreción no lo demuestra, al referirse a un funcionamiento de la nave y a un
dato aproximado, se impone la desestimación de la apelación y la confirmación de la
sentencia recurrida en cuanto a su desestimación del recurso formulado contra los
expresados acuerdos».
Lo propio es que en la fase de prueba se aprecie cuál de las partes procesales tiene la
razón en virtud de las pruebas practicadas. Si son periciales habrá que poner de
manifiesto la mayor virtualidad del informe pericial propio.
–En el caso de los Tribunales médicos militares, «dada la garantía que ofrecen sus
conocimientos científicos, unidos a la objetividad e imparcialidad, que se deriva de su
nombramiento y de su específica función» (STS de 23 de mayo de 1996, citando otras
muchas).
–Si se trata de informes emitidos por los técnicos municipales de urbanismo, porque «es
presumible una lógica imparcialidad al deber tener como esencial finalidad de su pericia el
mantenimiento de la legalidad urbanística» (STS de 10 de abril de 1996).
–También en cuanto a la valoración de las exenciones por los Tribunales médicos militares
del Servicio Militar (STS de 23 de mayo de 1996). O en materia de tributos (STS de 14 de junio
de 1996) o de expropiación forzosa, ya que las decisiones de los Jurados de expropiación
también gozan de la presunción de legalidad, veracidad y acierto (STS de 13 de mayo de 1996;
STS de 4 de noviembre de 1996). En efecto, el Tribunal Supremo viene atribuyendo a los
Acuerdos dictados por los Jurados Provinciales de Expropiación, dada su especial
composición técnica e imparcialidad, no sólo una presunción de legalidad, sino también de
acierto, frente a la que puede hacerse prevalecer el resultado de otras pruebas siempre que
se hayan practicado con las debidas garantías y se sustenten, en cuanto a los criterios
valorativos, en lo establecido en la Ley (cfr., por todas, la STS de 7 de febrero de 2011
(recurso de casación n.º 5922/2006 [RJ 2011, 613]). No obstante, esta presunción de acierto no
puede predicarse sin más de los Jurados autonómicos, ya que si no concurren las especiales
características en la experiencia y especial composición en el Jurado autonómico que
permitan destruir eficazmente aquella presunción, sencillamente decae el elemento de la
certeza en la presunción ( STS de 23 de septiembre de 2008, recurso contencioso-
administrativo n.º 12/2004 [JUR 2009, 28404]); SSTS de 8 de septiembre de 2011 (recurso de
casación n.º 5943/2008 [JUR 2011, 359828]) y 25 de octubre de 2011 (recurso de casación
n.º 1298/2008 [JUR 2011, 373350]).
Asimismo, obsérvese cuál puede ser el criterio que va a seguirse cuando, a efectos de
valorar la decisión administrativa sobre la catalogación de un edificio, es preciso
decantarse por el informe en el que se ha basado la Administración o el informe que
aporta el particular: «es decir, en cuanto a la catalogación de los edificios de los
recurrentes como protegidos, se le ha pedido al perito una opinión que no es
suficiente, ni mucho menos, para desvirtuar los criterios del Departamento del
Archivo Histórico del Colegio de Arquitectos de Alicante» (STS de 5 de febrero de 1991;
en este mismo sentido, STS de 18 de noviembre de 1996, STS de 6 de junio de 1996 en
relación con un BIC; STS de 18 de julio de 1993 en relación con un Bien catalogado, al
igual que la STS de 14 de noviembre de 1986; STS de 20 de enero de 1995, STS de 8 de
noviembre de 1995; o STS de 29 de enero de 1985 sobre el valor de los informes técnicos
en materia de estética).
Por ejemplo, en un deslinde de costas no es infrecuente que los informes técnicos en que
se basa la Administración estatal para la delimitación del deslinde provisional tengan
errores, con lo cual es factible demostrar tales errores mediante informe técnico
contrastado de la parte interesada en contradecir la línea del deslinde o de las
servidumbres de tránsito y protección en virtud de los criterios de la legislación de
costas.
«En relación a dicha cuestión, es preciso recordar ahora la doctrina de este Tribunal
Supremo, que por reiterada y constante hace innecesaria su cita, en virtud de la cual las
resoluciones de los Jurados de Expropiación gozan de una presunción de acierto que
está basada en la competencia, especialización y presumible objetividad de sus
componentes, presunción que por su naturaleza puede y debe ser revisada en vía
jurisdiccional, correspondiendo a la jurisdicción contencioso-administrativa decidir
sobre el acierto de la resolución impugnada, sin que pueda legalmente mantenerse la
tesis de que sólo pueden reformarse las valoraciones de los Jurados en los dos únicos
supuestos de que incurran en un notorio error material o de preceptos legales, ya que
las facultades revisoras se extienden, además a los casos en los que se acredite una
desajustada apreciación de los datos materiales o cuando la valoración no esté en
consonancia con la resultancia fáctica del expediente o represente un desequilibrado
justiprecio en atención a datos, referencias o circunstancias que acrediten la falta o
exceso de compensación material para el expropiado que el instituto jurídico de la
expropiación debe necesariamente comportar para él, resultando un medio eficaz para
desvirtuar tal presunción el dictamen pericial emitido en la vía jurisdiccional con las
garantías procesales establecidas en los arts. 610 y siguientes de la Ley de
Enjuiciamiento Civil, por tener las mismas características de imparcialidad y objetividad
que el acuerdo del Jurado de Expropiación, por el que, si existen discordancias entre las
valoraciones a que llega el órgano tasador administrativo y el dictamen pericial, el
Tribunal puede fijar justiprecio siguiendo el dictamen emitido en autos, valorando
conforme a las reglas de la sana crítica, tal como queda explicitado en el Fundamento de
Derecho Sexto de la sentencia apelada».
Pero lo más común es que los Informes que constan en el expediente obliguen al
recurrente a solicitar sus propios Informes de parte y celebrar la consiguiente prueba
pericial .
El juego de las presunciones, en todo caso, coloca al recurrente en una situación difícil a
la hora de probar sus razones contra lo que la Administración alega. Concretamente, la
gráfica STS de 12 de julio de 1996 afirma que «las valoraciones de mercado y los precios
normales de venta de los terrenos enclavados en la zona en la que está ubicada la finca
objeto de gravamen gozan de una presunción “iuris tantum” que la recurrente no ha
logrado desvirtuar mediante una prueba plena, idónea y contundente».
Interesante por eso resulta la SAN de 27 de octubre de 2004 (JUR 2005, 222313) el
Tribunal entiende que, siendo contradictorias las dos versiones de los hechos, la
resolución sancionadora recurrida debía haber explicado por qué razón se decanta por
una de ellas (que coincide en lo sustancial con la del funcionario y denunciante) ni
cuáles son los elementos de prueba que han servido de respaldo a esta conclusión, sin
que dé explicación alguna sobre las pruebas en las que sustenta la relación de hechos
que declara acreditados, ni se detiene a explicar o exponer los datos y elementos de
convicción que le sirven de sustento. Por ello anula la resolución sancionadora
recurrida.
Las certificaciones que alega la parte podrán ser consideradas en el proceso como
«parcialistas» frente a la «objetividad» de los informes o certificaciones de la
Administración, que representan el interés general.
Podrá ocurrir que sea el Juzgado o Tribunal quien acuerde la práctica de la prueba para
mejor proveer (diligencia final), como ocurre en la STS de 23 de mayo de 1996, en la que
«un informe pericial médico forense» estuvo a punto de conseguir desvirtuar la
veracidad de los dictámenes de los Tribunales médicos militares.
«En estas circunstancias se plantea el presente recurso de casación, en cuyo primer motivo,
formulado al amparo del art. 88.1.c) de la Ley de la Jurisdicción, se alega que la
sentencia no analizó debidamente la prueba pericial (...) Se cuestiona en este motivo de
casación la valoración de prueba pericial efectuada en la instancia , entendiendo que no se
ajusta a las reglas de la sana crítica ni responde a una valoración racional, incurriendo en
errores y confusiones, determinando su falta de claridad y motivación (...).
Pues bien, en el presente caso, a pesar de que la Sala de instancia se refiere a la amplia y
rigurosa motivación de los informes periciales realizados por Arquitecto Superior y Agente
de la Propiedad Inmobiliaria que, según indica, contrasta con la posición de la resolución
recurrida que se acoge a criterios standard que no resisten el mínimo contraste con la
observación de la realidad al querer valorar la finca por un precio inferior al que se fija como
media del de cualquier vivienda en la zona, lo cierto es que no deja constancia de la
valoración concreta de los datos tomados en consideración por el perito (...) que
(procede) mezclando datos de distinta procedencia y aplicados sobre los correspondientes a
una situación y momento posterior en varios años a la fecha que debe efectuarse la
valoración (...), de manera que la falta de justificación de cualquiera de los dos datos, valor en
venta o de construcción, afecta a la certeza y fundamentación del informe, circunstancia que
no ha sido valorada ni contrastada por la Sala de instancia, por lo que debe acogerse la
alegación de la parte en cuanto falta la necesaria motivación que justifique la aceptación del
referido informe pericial. Por otra parte (...)».
Las ahora denominadas diligencias finales (antes diligencias para mejor proveer) son
una facultad del juzgador y no un derecho procesal de las partes, sin poder condicionar
la decisión del Tribunal en orden a estimar pertinente su proveído (STS de 30 de octubre
de 1996; STS de 26 de junio de 1996; STS de 27 de junio de 1996).
Por eso no tiene éxito el recurso de casación alegando que el Juez debió haber decretado
ciertas pruebas como diligencia para mejor proveer; tampoco si «no se habían
sustanciado las pruebas que solicitó» (STS de 30 de septiembre de 1996).
Y es que las diligencias para mejor proveer no pueden suplir, en principio, las omisiones
de diligencia procesal en que haya incurrido la parte interesada –a cuyo cargo esté la
proposición de la prueba de sus pretensiones– (STS de 12 de julio de 1996, FJ 2).
En general, no puede debatirse por las partes si el Tribunal disponía o no de todos los
elementos indispensables para dictar sentencia (STS de 2 de julio de 1996).
Por contrapartida, las partes tendrán intervención en las pruebas que se practiquen
como diligencias (artículo 61.3 de la LJCA; STS de 6 de julio de 1996, FJ 3; STS de 29 de
marzo de 1996 F.4).
Es preciso señalar en este punto que son plenamente aplicables al orden contencioso-
administrativo los artículos 434 y 435 de la Ley 1/2000 de Enjuiciamiento civil, que
regulan la práctica y celebración de diligencias finales una vez iniciado el plazo para
dictar sentencia, bien sea a petición de parte, bien sea de oficio por el órgano
jurisdiccional (en ambos casos según las reglas y bajo las condiciones referidas en los
citados artículos de la LEC, a los cuales nos remitimos), suspendiéndose en dicho caso el
plazo para dictar sentencia y volviéndose a computar una vez finalizado el trámite de
alegaciones de las partes respecto de las pruebas finales celebradas.
Otro ejemplo de ello es la STS de 3 de mayo de 2012 recurso 2030/2009 sosteniendo que
basar el fallo de la sentencia en pruebas periciales provenientes de procesos distintos y
haberlo hecho sin incorporarlos al procedimiento deja al recurrente en situación de
indefensión, ya que este no tuvo ocasión de conocer y alegar lo que a su derecho
conviniera sobre dichas pericias y con su adecuación a las circunstancias del caso. Ello
supone una infracción del mencionado artículo 61.5 LJCA, así como una violación del
derecho fundamental a no padecer indefensión proclamado por el artículo 24 CE.
«Como consecuencia de esta doctrina, era obligado en el caso enjuiciado no, como parece
pretender la parte recurrente, aplicar sin más el justiprecio reconocido en un proceso
anterior que se toma como término de comparación relevante –puesto que ello hubiera
sustraído a las partes la posibilidad de alegar en relación con el dictamen emitido en el
mismo que fue en su día aceptado–, sino disponer que fueran traídos a los autos y se oyera a
las partes sobre los otros dictámenes. Sólo hubiera podido admitirse como justificado el
prescindir de traer el dictamen o dictámenes periciales en cuestión a los autos en el supuesto
de que, dada la pasividad de la parte recurrente en materia de prueba, dicha iniciativa del
tribunal apareciese como fuera de las facultades que el mismo ostenta para la práctica de
pruebas de oficio al amparo del artículo 75 de la Constitución. Mediante el ejercicio de dichas
facultades, en efecto, no puede suplirse la total omisión de la parte, por exigirlo así el
principio de aportación de parte por el que el proceso se rige, pero sí completarse el material
alegatorio y probatorio ofrecido por ésta, para evitar su indefensión (v. gr., sentencias de esta
Sala de 31 de octubre de 1995 y 28 de noviembre de 1996, las cuales aprecian indefensión por
la omisión del ejercicio de las facultades que otorga el artículo 75 de la Ley de la Jurisdicción
para la práctica de oficio de la prueba pericial). En el supuesto enjuiciado se observa cómo,
aun cuando la parte solicitó incorrectamente que la prueba pericial se practicara para
obtener el valor real de los bienes, en definitiva se practicó por impulso de la Sala con arreglo
a un método residual adecuado a Derecho, por lo que la Sala de instancia, al reconocer el
valor de dicha prueba pericial, como admitió en la sentencia, no podía desconocer que en
otros dictámenes correspondientes a otros procesos ya sustanciados se había partido de un
valor superior para la aplicación de idéntico método, por lo que resultaba obligada su
incorporación con el fin de tenerlos en cuenta, bien para aceptarlos, bien para justificar como
más adecuada la valoración realizada por el perito que opinó con posterioridad, motivando
así el cambio de criterio y evitando con ello lesionar el principio de igualdad en la aplicación
de la ley».
La misma STS 2110/2000 de 16 de marzo de 2000 señala que para la aplicación del
artículo 61.5 LJCA esas sentencias de procedimientos conexos del mismo órgano
jurisdiccional de los que se toman los efectos de las pruebas periciales no sólo pueden
ser anteriores, sino también con las coetáneas, es decir, con escasa diferencia de fechas
en procesos cuya tramitación ha sido simultánea (siguiendo la doctrina de la sentencia
del Tribunal Constitucional 2/1983).
La STS 2110/2000 de 16 de marzo de 2000 señala asimismo que para la aplicación del
artículo 61.5 LJCA esas sentencias de procedimientos conexos del mismo órgano
jurisdiccional de los que se toman los efectos de las pruebas periciales pueden haber
sido recurridas en casación, pues la doctrina constitucional sobre el principio de
igualdad en la aplicación de la ley no exige que las sentencias dictadas en los casos
idénticos sean firmes, sin perjuicio de que por razones evidentes de lógica procesal y del
valor de la jurisprudencia como fuente complementaria del ordenamiento jurídico, la
Sala de instancia deba tener en cuenta las sentencias en casación que puedan dictarse
en cuanto puedan afectar a la resolución del caso enjuiciado.
Por último, el precepto recoge un criterio para la distribución del coste de las pruebas
periciales, prorrateándolo entre todas las partes de ambos procesos respecto de las
cuales exista la obligación al pago de las costas. Se trata de una norma de dudosa
eficacia dentro del propio proceso, pues su aplicación dependerá de que el
procedimiento en el que se ha practicado la prueba no haya finalizado, ni se haya
satisfecho su importe y, además, de que exista pronunciamiento expreso de condena en
costas.
FOOTNOTES
1
Por ejemplo, deben recurrirse de esta forma oral (y «en el acto») las inadmisiones (o admisiones
de contrario) de las pruebas (artículos 285 y 446 de la LEC).
Puede verse I. BORRAJO INIESTA, «Prueba y jurisdicción revisora», REDA , 61, 1989, pp. 127 y ss.; J.
CANO GARCÍA, «La actividad probatoria en el procedimiento económico-administrativo», Crónica
Tributaria , 79, 1996, pp. 23 y ss.; M. P. CALDERÓN CUADRADO, «Proceso administrativo-prueba», RGD ,
633, 1997, pp. 7041 y ss.; N. GONZÁLEZ-CUÉLLAR SERRANO, La prueba en el proceso administrativo:
objeto, carga y valoración , Madrid, 1992; P. MORENILLA ALLARD, La prueba en el proceso
contencioso-administrativo , Zaragoza, 1997; S. MUÑOZ MACHADO, «La carga de la prueba en el
contencioso-administrativo. Su problemática en materia de sanciones administrativas», REDA ,
11, 1976, pp. 734 y ss.; P. PERIS GARCÍA, La prueba en la reclamación económico-administrativa en el
recurso contencioso , Pamplona, 1997; F. SAINZ MORENO, «El pago de un décimo extraviado de la
Lotería Nacional. Una Sentencia innovadora sobre la eficacia de la prueba en materia de títulos
al portador», REDA , 59, 1988, pp. 445 y ss.; J. SEOANE PARDO, «La pericial de los arquitectos», La
Ley , 4223, 1997.
Sin embargo, esta regla o sistema de doble período en la fase probatoria va a quebrar con la
regulación introducida por la Ley de Medidas de Agilización Procesal, en el sentido de que los
medios de prueba han de señalarse en los propios escritos de demanda o de contestación a la
demanda y por tanto, la fase probatoria propiamente dicha sólo se referirá a partir de ahora a
la práctica de la prueba por plazo común de treinta días. El motivo de este cambio tan
significativo es la reducción de trámites y la consecución de una mayor agilidad en esta fase del
proceso.
La praxis confirma estos planteamientos legales, así el ATS de 2 marzo 2001 afirmando que «el
momento de pedirse el recibimiento a prueba es por medio de otrosí en los escritos de demanda
y contestación y en los de alegaciones complementarias», «debiendo expresarse en forma
ordenada los puntos de hecho sobre los que haya de versar la prueba». Las pruebas han de
admitirse en aras de la tutela judicial efectiva y en aplicación del art. 24.2 CE, es decir, las
pruebas relevantes y pertinentes a los fines del proceso: «PRIMERO. En los términos del artículo
60.1 de la Ley 29/1998 en el escrito de demanda, deberá expresarse en forma ordenada los
puntos de hecho sobre los que haya de versar la prueba, planteándose en la cuestión
examinada por dicha parte, de forma genérica, las pruebas propuestas y no admitidas en el
expediente administrativo, sin concretar cuáles eran, pues, genéricamente, se referían a las
relaciones entre el Ilmo. Sr. Presidente de la Audiencia y el recurrente, documentos
complementarios, causas de recusación, resoluciones de expedientes anexos y daños y
perjuicios causados, no ajustándose tal petición a las prescripciones legales (de conformidad
con las SSTS de 22 de abril de 1981 y 23 de julio de 1981, entre otras). Tal inconcreción, por sí,
hubiera determinado la denegación en el proceso del recibimiento a prueba, pero en aras de la
efectividad del contenido constitucional del artículo 24.1 de la CE, para no causar indefensión a
la parte recurrente, y, en aplicación del artículo 24.2 de la CE sobre la práctica de pruebas
relevantes y pertinentes a los fines del proceso, se procedió, concretando en la providencia de
24 de julio de 2000, a realizar una valoración de la pertinencia de la prueba propuesta, sobre la
base de la aplicación de la doctrina jurisprudencial del Tribunal Constitucional (desde la STC n.º
160/1983 de 13 de abril), que reconoce a las Salas de lo Contencioso-Administrativo el derecho a
recibir a prueba el pleito cuando los hechos sobre los que versen sean influyentes a los fines del
juicio y tengan carácter dudoso, no teniendo obligación de recibirse a prueba cuando los hechos
que se presentan no son sino medios probatorios que constan en el expediente administrativo».
Puede verse C. TOLOSA TRIBIÑO, «El valor probatorio del expediente administrativo», Revista
Jurídica de Castilla y León , 23, 2011 pp.205 y ss.
«Que las pruebas testificales o las que hayan de recibir dicho tratamiento por tratarse, pese al
formato con que se presentan, de pruebas testificales “encubiertas” o impropias, no son, y
siquiera, susceptibles de ser valoradas por la Sala a estos efectos. Y tampoco lo será el informe
elaborado por detective al que también remite el recurrente que resulta igualmente ineficaz a
efectos revisores pues, y como se ha indicado reiteradamente, pese a su apariencia documental
ha de reconocérsele su naturaleza testifical (v., entre otras, STSJ Madrid 5/11/96 [AS 1996,
4355] o STSJCat 7/4/97 [AS 1997, 1415]). También el Tribunal Supremo ha sentado como
doctrina uniforme la de negar valor documental a efectos de revisión de hechos en un recurso
de casación a los informes de detectives privados aportados al proceso, exponiendo que se trata
de una prueba testifical impropia, que adquiere todo su valor procesal como tal prueba
testifical cuando el informe ha sido ratificado en juicio por su firmante (así en STS 28/6/83 [RJ
1983, 3060], 12/9/86 [RJ 1986, 4961], 12/2/87 [RJ 1987, 846] y 24/2/92 [RJ 1992, 1055]). Y
en consecuencia a lo expuesto, y no siendo los medios probatorios citados por el recurrente
útiles y eficaces a los efectos de la revisión fáctica que se pretende, no podemos sino descartar
la procedencia de la petición revisora de la relación de hechos examinada y desestimar la
misma».
«La revisión de los hechos probados en el recurso de suplicación», Revista de derecho UNED ,
núm. 1, 2006:
«Con carácter previo y en relación al valor de todos estos informes aportados con la demanda y
contestación, aquél debe entenderse como muy relativo al no podérseles atribuir el carácter de
pericia, sino de prueba documental, aun cuando haya sido ratificado, declarando su autor como
testigo . Así se ha pronunciado la jurisprudencia al declarar que la naturaleza de la prueba ha
de calificarse por su contenido y, por tanto, no es dable justificar hechos por medio de
documentos cuando su apreciación requiere conocimientos expertos y la prueba pericial
ha de proponerse y practicarse en el modo y forma que la ley determina, careciendo de valor
como tal cuando se aporta como prueba documental.
Igualmentela S. 11-12-1985 (RJ 1985, 6524) señala en este sentido que la prueba pericial ha de
practicarse ajustándose a lo dispuesto en la LECiv para ella, lo que no es viable cuando, como en
los documentos citados ocurre, la intervención del perito es anterior al juicio y se refleja en un
documento que luego es ratificado a presencia judicial, al cual sólo se puede reconocer el
carácter de prueba documental preconstituida.
A igual solución de negarle el carácter de prueba pericial llega la S. 12-12-1988 (RJ 1988,
9435) si bien considera a la misma testifical en lugar de documental preconstituida, y la de 8-
3-1989 (RJ 1989, 2026) que declara al respecto que para que un dictamen pericial genere
actividad probatoria ha de prestarse por las normas procedimentales que exigen a la prueba
pericial de LECiv, o sea, con constatación ante la autoridad judicial y con intervención de las
partes. Por ello la S. 18-5-1993 (RJ 1993, 3561) destaca que es frecuente que las partes aporten
con los escritos rectores del procedimiento informes o dictámenes elaborados por los peritos a
su instancia exclusiva, en la creencia de que con ello está acreditada suficientemente su
pretensión, pero tales informes deben ser acogidos con mucha cautela, pues no debe olvidarse
que la prueba procesal y concretamente la pericial, es la que tiene lugar dentro del proceso, al
ser la única que ha sido obtenida gozando de efectiva contradicción».
Tradicionalmente viene siendo complicado que prospere un recurso contra la sentencia del
Tribunal de instancia alegando error en el recibimiento a prueba (STS de 30 de septiembre de
1996; ATS de 17 de diciembre de 1996). No vence tampoco el argumento o alegación del
principio pro actione a efectos de que el Juez disponga necesariamente el recibimiento a prueba
(STS de 15 de noviembre de 1996). En el contexto casacional esto ha devenido una utopía tras la
reforma por Ley 7/2015.
10
«[...] Los informes técnicos elaborados fuera del proceso y traídos a este por alguna de las
partes, a los que la jurisprudencia venía negando el carácter de prueba pericial al no haber sido
emitido el informe con las garantías procesales exigidas para la prueba de esa naturaleza
(artículos 612, 614, 617, 619, 626 y 628 de la Ley de Enjuiciamiento Civil de 1881). Venía
admitiéndose, no obstante, su carácter de prueba documental, o testifical, una vez ratificado el
informe a través de una prueba testifical; y en el caso examinado el auto de admisión de las
pruebas, seguramente por inercia con dicha doctrina, admitió esos elementos de juicio con el
carácter de prueba documental. [...] con la nueva regulación que la Ley de Enjuiciamiento Civil
de 2000 da a la prueba pericial, queda fuera de toda duda que los dictámenes elaborados por
peritos designados por las partes tienen la naturaleza de prueba pericial , con independencia
de su ratificación en autos, trámite este, el de la ratificación, no exigido en la Ley procesal, y
por ello innecesario para la valoración de los expresados dictámenes como prueba pericial. A
diferencia de una constante jurisprudencia que en aplicación de la Ley de Enjuiciamiento Civil
anterior negaba la naturaleza de prueba pericial a los informes periciales de parte aportados a
los autos sin posterior ratificación en juicio, considerándola como prueba documental, con la
ley del 2000, ninguna duda puede ofrecer su carácter de prueba pericial [...]».
12
El citado artículo 144 de la LEC no aclara qué ha de entenderse por traducción privada u oficial.
Es preciso acudir al artículo 6.1 del RD 2555/1977, de 27 de agosto, por el que se aprueba el
reglamento de la Oficina de interpretación de lenguas del Ministerio de Asuntos Exteriores
(modificado por RD 2002/2009, de 23 de diciembre), donde se afirma que la traducción oficial es
la que se realiza por traductor o intérprete jurado, por tanto persona acreditada por el citado
Ministerio. Es lógico entender que en esta materia haya interferido la Unión Europea dictando
la directiva 2010/64/CE del PE y el Consejo de 20 de octubre de 2010 sobre el derecho a la
traducción e interpretación en los procesos penales (puede verse el artículo 5.2 donde se prevén
los registros de traductores o intérpretes jurados, si bien en España éstos ya se regulan por el
RD 2555/1977), pero materialmente trasladable a otros ámbitos jurisdiccionales.
En este contexto, téngase en cuenta que los intérpretes jurados asisten a cualquier persona que
tenga que declarar ante un juzgado o tribunal, siendo aconsejable que tal intérprete conozca la
técnica de toma de notas de la interpretación consecutiva.
13
14
Sobre todo esto, hay mucha doctrina. Así la citada STS de 19 de marzo 2013, [RJ 2013, 278] lo
deja claro cuando afirma: «en todo caso, no cabe revisar en casación la valoración de la prueba
realizada en el proceso de instancia salvo en los casos que se acredite que la apreciación de la
prueba por el Tribunal de instancia ha sido ilógica o arbitraria, contraria a los principios
generales del derecho o a las reglas sobre la prueba tasada» (igualmente, STS de 17 de
febrero de 2012, [RJ 2012, 4106]). Es ilustrativa a estos efectos la STS de 20 de septiembre de
2013, [RJ 2013, 6836] a cuya lectura nos remitimos).
15
F. CARNELUTTI, Instituciones del proceso civil 5.ª edición 1963. P. CALAMANDREI, Estudios sobre el
proceso civil volumen 3 Buenos Aires 1973. Otras referencias doctrinales obligadas pueden
consultarse en J. ABEL LLUCH/J. PICÓ JUNOY, Objeto y carga de la prueba civil, Barcelona 2007 p.133.
16
S. SENTÍS MELENDO, La carga de la prueba. Teoría y práctica del proceso. Volumen III, Buenos Aires
1959.
17
También puede citarse la STS (civil) de 9 de septiembre de 2012 (rec.536/2010) reacciona contra
prácticas de «soslayar los hechos probados para, a partir de un supuesto en el que se contienen
elementos de hecho aportados por la propia parte, construir el recurso, todo ello sin haber
desvirtuado en unos casos y completado en otros, previamente, la base fáctica de la sentencia
recurrida por el cauce legalmente establecido para ello, ya que la casación no es la vía para
revisar el soporte fáctico, sino la correcta aplicación del ordenamiento jurídico a los hechos que
la instancia ha tenido por probados (en este sentido, entre otras muchas, sentencias 433/2009,
de 15 de junio, 501/2009, de 29 de junio, 656/2010, de 4 de noviembre, y 46/2011, de 21 de
febrero)».
18
19
«Descartada, pues, cualquier duda formal con relación a dicha hoja de alegaciones aneja al
boletín de denuncia, en dichas alegaciones, como hemos visto, se negaban rotundamente los
hechos por los que el actor ha sido sancionado, pues el conductor del vehículo afirmaba que
éste se encontraba vacío y sin carga alguna, afirmándose, en cambio, en la denuncia la
existencia de carga, áridos, que incluso se cuantificaba en su peso por el agente denunciante.
Esta radical discrepancia fáctica entre denunciante y denunciado obligaba, por exigirlo así de
forma expresa el art. 211 ROTT, en la redacción dada al mismo por el RD 1772/1994, de 5 de
agosto, a que se hubiera solicitado la ratificación del agente denunciante. Y así, dispone el
citado precepto reglamentario que “Si el denunciado formulara alegaciones en oposición se
trasladarán al denunciante, salvo que la disconformidad del denunciado se fundamente
únicamente en la ilegalidad de la disposición que ampara la calificación de los hechos, para que
en el plazo de quince días se manifieste sobre dichas alegaciones, con apercibimiento de que, de
no hacerlo así, podrán proseguirse las actuaciones como corresponda”. En el presente caso, este
trámite ha sido incumplido, a pesar de encontrarse expresamente previsto en la norma
reguladora del procedimiento en estos casos de discrepancia fáctica entre denunciante y
denunciado. Por ello, no podemos entender que despliegue su eficacia la presunción de
veracidad establecida en el art. 137.3 LRJ-PAC, ya que dicha presunción sólo afecta, según el
tenor literal del precepto a “los hechos constatados por funcionarios a los que se reconoce la
condición de autoridad, y que se formalicen en documento público observando los requisitos
legales pertinentes”, únicos que, según el precepto, “tendrán valor probatorio sin perjuicio de
las pruebas que en defensa de los respectivos derechos o intereses puedan señalar o aportar los
propios administrados”. Y en el caso de autos no podemos entender que los hechos constatados
por el agente de la autoridad denunciante hayan sido formalizados en documento público
“observando los requisitos legales pertinentes”, pues se ha omitido un trámite expresamente
previsto respecto del denunciante en la norma reguladora del procedimiento, cual es el de su
ratificación cuando se ha opuesto por el denunciado alguna discrepancia fáctica. La presunción
de veracidad no pude desplegar, por esta razón, la eficacia que la atribuye el precepto citado.
En consecuencia, no pudiendo otorgar presunción de veracidad a la denuncia formulada por la
Guardia Civil de Tráfico y siendo ésta la única prueba de cargo de la infracción por la que ha
sido sancionado el demandante, no cabe sino la anulación de las resoluciones impugnadas».
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Cuarta Parte. Procedimiento contencioso-administrativo en primera o única
instancia
Capítulo XXVIII. Vista y conclusiones (artículos 62 a 66 LJCA)
Capítulo XXVIII
Sumario:
La elección de vista o conclusiones será vinculante para el Tribunal cuando las partes
estén de acuerdo, ya que prevé la LJCA de 1998 que el letrado de la administración de
justicia «proveerá según lo que coincidentemente hayan solicitado las partes » (
artículo 62.3 y artículo 57.1 LJCA). En otro caso (es decir, cuando «no se haya
solicitado algo coincidentemente por las partes»), se acordará la celebración de vista o la
formulación de conclusiones escritas sólo cuando lo solicite el demandante o cuando,
habiéndose practicado prueba, lo solicite cualquiera de las partes . Sin que
necesariamente produzca indefensión la no celebración del trámite de conclusiones
(STS de 10 de diciembre de 1993).
Otra posibilidad es que las partes no hubieran formulado solicitud alguna . En estos
casos, la celebración de vista o la presentación de conclusiones podrá acordarse por
iniciativa judicial, excepcionalmente, y atendida la índole del asunto ( artículo 62.4 de
la LJCA y 57.2 LJCA).
Algún Juzgado decreta un trámite de «conclusiones orales» pese a que nos parece
impertinente porque no la vemos refrendo en la LJCA.
Al igual que la LJCA de 1956, la LJCA vigente apenas regula el trámite de la vista, siendo
necesario acudir a la LEC (artículos 182 y ss.). Se comenta seguidamente la regulación
de la LJCA.
En todo caso, estas dos excepciones tienen lugar sólo cuando no se hubiera hecho aún el
señalamiento de los asuntos a los cuales se antepongan (artículo 63.1 in fine ).
1. El orden en que los procedimientos lleguen a estado en que deba celebrarse vista o juicio,
salvo las excepciones legalmente establecidas o los casos en que el órgano jurisdiccional
excepcionalmente establezca que deben tener preferencia. En tales casos serán antepuestos a
los demás cuyo señalamiento no se haya hecho.
4. El tiempo que fuera preciso para las citaciones y comparecencias de los peritos y testigos.
5. La coordinación con el Ministerio Fiscal en los procedimientos en que las Leyes prevean su
intervención.
En el acto de la vista, se dará la palabra a las partes por su orden para que de forma
sucinta expongan sus alegaciones (artículo 63.2).
Es destacable la mención que sigue, en este artículo 63.2, cuando apunta que el Juez o el
Presidente de la Sala, por sí o a través del Magistrado ponente, podrá invitar a los
defensores de las partes, antes o después de los informes orales, a que concreten los
hechos y puntualicen, aclaren o rectifiquen cuanto sea preciso para delimitar el objeto
del debate (puede verse también el 16.3 de la LJCA). La facultad prevista en este artículo
tiene un carácter limitado por esencia (se trata de una simple precisión del objeto del
litigio), debiéndose entender que el órgano jurisdiccional no puede hacer uso de este
precepto para introducir nuevos motivos relevantes para el fallo. En estos casos tiene
que acudirse al artículo 65.2, con la consiguiente audiencia de las partes.
Téngase en cuenta que «los defectos de audición y visionado de la grabación del juicio
no siempre conllevan la infracción de las normas esenciales del procedimiento ni
causan indefensión» (STS –civil– a 8 de mayo de 2014, recurso 801/2012).
En este sentido, lo normal será que el desarrollo de la vista se registre en soporte apto
para la grabación y reproducción del sonido y de la imagen, del cual las partes podrán
pedir copia, siendo el letrado de la administración de justicia quien custodie el
documento electrónico que sirva de soporte a la grabación. Pero si los medios de
registro no se pudiesen utilizar por cualquier causa, el letrado de la administración de
justicia extenderá acta de cada sesión, recogiendo en ella, con la extensión y detalle
necesarios, las alegaciones de las partes, las incidencias y reclamaciones producidas y
las resoluciones adoptadas.
En realidad, los dos elementos referidos pueden enmarcarse, uno en el ámbito propio de
los hechos y, el otro, en el de la dialéctica, la lógica y el derecho, circunstancia que
explica la inalterabilidad que debe existir en el planteamiento y fijación de lo
perteneciente al primer campo (supuestos de hecho), sobre todo y especialmente en los
escritos de conclusiones, y la elasticidad y ductilidad permitida en el campo de lo
segundo (fundamentos o razonamientos jurídicos).
Por tanto, queda libre de reproche el caso en que tanto en la demanda como en el
escrito de conclusiones se pida, «en esencia» , lo mismo (por ejemplo, la anulación tanto
del acuerdo de la Corporación como la liquidación del Impuesto objeto de controversia),
aunque los puntos de vista justificativos o criterios sustentados sean sólo semejantes , o
en algún aspecto complementarios (STS de 12 de enero de 1996).
Para la STS de 16 de marzo de 2012: «en efecto, el art. 31.2 de la Ley Jurisdiccional
29/1998 no habilita la articulación procesal de pretensiones indemnizatorias no ligadas
a la anulación del acto administrativo impugnado, y planteadas, por ende, de forma
independiente de la anulatoria esgrimida con carácter principal en la misma demanda.
Al contrario, la pretensión indemnizatoria que ese precepto contempla es la de carácter
accesorio, que se anuda a la principal ». Y en la STS de 30 de octubre de 2009: «más
concretamente, respecto de las pretensiones de indemnización de daños y perjuicios,
este Tribunal Supremo tiene dicho que cuando se articulan sin vinculación directa con
la actuación impugnada, deben ser previamente formuladas en vía administrativa».
Siguiendo la STS de 18 de abril de 2017 (RJ 2017, 1824) (rec. 3209/2015) el trámite de
conclusiones no es momento procesal para la aportación de ninguna prueba (informe
del técnico municipal, en este caso), lo que debería haber conducido, de entrada, a su
rechazo por la Sala de instancia.
Por otra parte, cuando el Juez o Tribunal juzgue oportuno que en el acto de la vista o en
las conclusiones se traten motivos relevantes para el fallo y distintos de los alegados, lo
pondrá en conocimiento de las partes mediante providencia, dándoles plazo de diez días
para ser oídas sobre ello, sin que contra esta providencia quepa recurso alguno (
artículo 65.2 de la LJCA).
NOTA BIBLIOGRÁFICA
El artículo 62.1 de la LJCA de 1998 afirma que «las partes podrán solicitar que el pleito sea
declarado concluso, sin más trámites, para sentencia». Este precepto puede entenderse junto al
artículo 57 de la misma LJCA, que atribuye a las partes la facultad de prescindir de los
trámites de prueba, vista y conclusiones cuando lo pide el actor en la demanda y no se opone el
demandado o cuando ninguna de las dos partes diga nada al respecto y no acuerde el Juez de
oficio la celebración de vista o conclusiones.
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Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Cuarta Parte. Procedimiento contencioso-administrativo en primera o única
instancia
Capítulo XXIX. La sentencia (Título IV. Capítulo I. Sección 8.ª Artículos 67 a 73 LJCA)
Capítulo XXIX
Sumario:
La LJCA de 13 de julio de 1998 ha matizado la regulación del plazo para dictar sentencia.
Si bien se mantiene el plazo de diez días desde que el pleito haya sido declarado
concluso, se introduce una regla, en el mismo artículo 67 (apartado segundo) en virtud
de la cual «cuando el Juez o Tribunal apreciase que la sentencia no podrá dictarse
dentro del plazo indicado, lo razonará debidamente y señalará una fecha posterior
concreta en la que se dictará la misma, notificándolo a las partes».
Esta regulación de la LJCA puede relacionarse con lo previsto en los artículos 211 de la
LEC, que establece que «las providencias, los autos y las sentencias serán pronunciadas
necesariamente dentro del término que para cada una de ellas establezca la ley. La
inobservancia del plazo dará lugar a corrección disciplinaria, a no mediar justa causa,
que se hará constar en la resolución».
«El incumplimiento de las normas legales en cuanto al plazo para dictar sentencia podrá
determinar la responsabilidad de los componentes del órgano jurisdiccional, pero en
ningún caso invalidarán la resolución así proferida ni las actuaciones subsiguientes» 1).
2. FORMA DE LA SENTENCIA
La sentencia, según la LEC, debe ser clara, precisa y congruente con las demandas y con
las demás pretensiones deducidas oportunamente en el pleito (artículo 218; véase en
nuestro ámbito administrativo, la STS de 26 de septiembre de 1996).
En este contexto, para valorar dicha coherencia interna (dicho sea para letrados
puntillosos), ha de interpretarse dicha sentencia mediante una valoración unitaria y
global, de todo lo que constituye la sentencia de forma armónica entre el fallo y el
resto de sus argumentos (STS de 1 de marzo de 1999, rec. casación 444/1993; SSTC
148/1989 (FJ 4), 125/1987 (FJ 2) y 92/1988 (FJ 2), entre otras muchas).
Para ello hay que tener en cuenta que los pronunciamientos de una sentencia,
«plasmados en el fallo o parte dispositiva, son consecuencia de la fundamentación
jurídica de dicha resolución judicial, en una línea secuencial que une las alegaciones y
pretensiones de la parte actora con la fundamentación jurídica y argumentación que
funda la Sentencia, para desembocar en el fallo y concretos pronunciamientos
contenidos en éste. La función jurisdiccional de decir el Derecho, presupuesto necesario
de la ejecución, no permite una consideración aislada de cada uno de dichos momentos y
actos procesales , sino que requiere su valoración unitaria o global, pues ésta es la que
permite extraer, con mayor grado de certeza, el genuino alcance y significación de las
determinaciones del órgano jurisdiccional y de los efectos jurídicos, de naturaleza
formal o material, que deben producir aquéllas» (STC 89/2004, de 19 de mayo de 2004, FJ
3, entre otras muchas).
Pero se espera además también una coherencia de la sentencia con fallos anteriores .
Diríamos que la sentencia llega a ser coherente en si misma cuando además consigue
ser coherente con otros fallos que han resuelto situaciones semejantes en todo o parte.
Si existe un fallo anterior, ha de considerarse este para que la sentencia sea coherente.
Así, la STS de 15 de junio de 2010 (RJ 2010, 5686) cuando inadmite un recurso de
casación contra la STSJ de Andalucía (Sevilla) de 14 de abril de 2008 (RJCA 2009, 325)
razona que «la identidad apreciada entre el objeto de impugnación del actual litigio
respecto del que lo constituye en el recurso contencioso-administrativo 727/2005,
tramitado ante este mismo Tribunal, y así mismo entre las pretensiones anulatorias de
la parte actora y las alegaciones de oposición de la Administración demandada
determina que mantengamos en éste los mismos pronunciamientos que hemos
manifestado en la sentencia dictada en el otro citado, por coherencia y respeto al
principio de seguridad jurídica».
Pero acaso lo más interesante de esta cuestión, de la vinculación de los fallos a otros
posteriores, esté en los efectos de la cosa juzgada (observando cómo lo juzgado en unos
fallos repercuten en otros incluso de distinta jurisdicción) o en la llamada
prejudicialidad resuelta, temas ambos que examinamos en otro lugar de este mismo
trabajo.
Importa más bien ahora el tema de los posibles cambios jurisprudenciales. Los
cambios de criterio jurisprudenciales son legítimos cuando son razonados y razonables
(STC 29/2005).
El quid podrá estar en examinar cuándo un cambio de tal tipo puede tener significación
jurídica.
Asimismo, hay que tener en cuenta que una resolución judicial que incorpora un
cambio de criterio jurisprudencial y cuya eficacia fuese meramente prospectiva sería un
mero obiter dictum , amén de que se frustraría la finalidad del proceso porque la
resolución no afectaría a las partes. El único límite temporal a que se limitan los
cambios de criterio jurisprudenciales, de conformidad con la doctrina del Tribunal
Constitucional, es a las situaciones jurídicas que gozan de la protección de la cosa
juzgada.
La STC de 22 de enero de 2015 cita en este contexto (entre otras) la STC 134/1990: «este
Tribunal, en jurisprudencia tan reiterada que excusa su cita concreta, se ha
pronunciado ya acerca de los presupuestos esenciales que han de concurrir para dotar
de relevancia constitucional a toda pretensión de amparo que se fundamente en la
desigual aplicación de la Ley por los órganos de la jurisdicción ordinaria. Estos
requisitos fundamentales pueden resumirse en dos: La necesaria aportación de un
término hábil de comparación que acredite la igualdad de supuestos de hecho decididos,
y la constatación de una modificación arbitraria o injustificada por el mismo órgano
judicial respecto de sus decisiones anteriores, y todo ello, con independencia de que la
variación de criterio respecto de la doctrina anterior puede efectuarse sin lesión del
derecho fundamental que se examina, siempre que el cambio de criterio se motive y
fundamente de forma oportuna por el órgano judicial, como también se ha señalado,
entre otras, en las SSTC 125/1986, 48/1987, 63/1988, y 100/1988.»
5. MOTIVACIÓN
No puede tampoco pasarse por alto que la exigencia de motivación es un medio para
arbitrar el control judicial por los órganos judiciales competentes para conocer en vía de
recurso, operando como garantía cualificada frente a la arbitrariedad, en conexión con
el artículo 9.3 del Texto constitucional.
Se entiende que no es fácil el éxito de los recursos alegando una insuficiente motivación
en las sentencias de los Tribunales de instancia (STS de 15 de noviembre de 1996
basándose en la STC 122/1994; SSTS de 30 de noviembre de 1996; de 1 de febrero de
1996; de 28 de noviembre de 1996). Pero actualmente es más difícil aún desde el
momento en que el recurso de casación ha dejado de ser (tras la reforma de la LJCA
1998 por LO 7/2015) un cauce para recurrir una sentencia con tal vicio.
Dicho esto, puede entenderse sin mayor dificultad el último inciso del artículo 87.1 de la
LJCA: «la sentencia decidirá todas las cuestiones controvertidas en el proceso».
a) “El derecho a la tutela judicial efectiva no exige que la resolución judicial ofrezca una
exhaustiva descripción del proceso intelectual llevado a cabo por el juzgador para resolver,
ni una pormenorizada respuesta a todas las alegaciones de las partes, ni siquiera la
corrección jurídica interna de la fundamentación empleada, bastando con que la
argumentación vertida exteriorice el motivo de la decisión –la ratio decidendi– en orden a un
eventual control jurisdiccional, pues se cumple la exigencia constitucional cuando la
resolución no es fruto de un mero voluntarismo selectivo o de la pura arbitrariedad, como ha
reconocido esta Sala y la jurisprudencia constitucional (por todas, SSTC 184/1998, de 28 de
septiembre, FJ 2, 100/1999, de 31 de mayo, FJ 2, 165/1999, de 27 de septiembre, FJ 3, 80/2000,
de 27 de marzo, FJ 4, 210/2000, de 18 de septiembre, FJ 2, 220/2000, de 18 de septiembre, FJ 2 y
32/2001, de 12 de febrero, FJ 5).
c) No toda ausencia de pronunciamiento expreso a las cuestiones planteadas por las partes
produce una vulneración del derecho a la tutela judicial efectiva, pudiendo admitirse,
excepcionalmente, su desestimación tácita, siempre que del conjunto de los razonamientos
incluidos en la resolución y de las circunstancias concurrentes en el caso pueda inferirse
razonablemente que el órgano judicial tuvo en cuenta la pretensión y, examinándola, tomó la
decisión de desestimarla, omitiendo sólo el pronunciamiento expreso, pero no la decisión
desestimatoria (entre otras muchas, SSTC 29/1987, de 6 de marzo, FJ 3; 175/1990, de 11 de
noviembre, FJ 2; 3/1991, de 11 de marzo, FJ 2; 88/1992, de 8 de junio, FJ 2; 161/1993, de 17 de
mayo, FJ 3; 4/1994, de 17 de enero, FJ 2; 91/1995, de 19 de junio, FJ 4; 56/1996, de 15 de abril, FJ
4; 26/1997, de 11 de febrero, FJ 4; 16/1998, de 26 de enero, FJ 4; 1/1999, de 25 de enero, FJ 1;
215/1999, de 29 de noviembre, FJ 3; y 86/2000, de 27 de marzo, FJ 4)”».
Así pues, la sentencia ha de conseguir responder las cuestiones planteadas por las partes
procesales, pero, como podemos apreciar, esta regla cuenta con límites lógicos. Es
interesante, la STSJ de la Comunidad Valenciana de 28 de febrero de 2006 porque es un
ejemplo de aplicación de estas doctrinas a un caso sobre discrecionalidad de los poderes
adjudicadores e Informes técnicos:
«SEGUNDO. Tratando de la motivación de los actos administrativos, es sabido que conforme
con un reiterado criterio jurisprudencial: “La motivación de cualquier resolución
administrativa constituye el cauce esencial para la expresión de la voluntad de la
Administración que a su vez constituye garantía básica del administrado que así puede
impugnar, en su caso, el acto administrativo con plenitud de posibilidades críticas del mismo,
porque el papel representado por la motivación del acto es que no prive al interesado del
conocimiento de los datos fácticos y jurídicos necesarios para articular su defensa. El déficit
de motivación productor de la anulabilidad del acto, radica en definitiva en la producción de
indefensión en el administrado” (STS 29 de septiembre de 1992). Tesis ésta que ha sido
defendida igualmente por el Tribunal Constitucional, y así “... es claro que el interesado o
parte ha de conocer las razones decisivas, el fundamento de las decisiones que le afecten, en
tanto que instrumentos necesarios para su posible impugnación y utilización de los recursos”
(STC 232/92, de 14 de diciembre) (...).
Y con ello debe entenderse cumplida la exigencia de motivación impuesta por los artículos 47
LRAU y 54 LRJAP-PAC pues, conforme a reiterada doctrina del Tribunal Supremo (Sentencias,
entre otras, de 27 y 28 de febrero de 1990) y del Tribunal Constitucional (Sentencias, entre otras,
de 36/1982 de 16 y 128/1992 de 28 septiembre) dicha exigencia únicamente supone, para evitar
la indefensión, que se analicen, aunque no sea exhaustiva y pormenorizadamente, las cuestiones
planteadas y se refieran las razones o circunstancias tenidas en cuenta para dictar el acto
administrativo de que se trate a fin de que el afectado pueda conocer esas razones o motivos y
con ello pueda articular adecuadamente sus medios de defensa; y toda esa exigencia aparece
cumplida en el Acuerdo impugnado que señala la causas concretas por las que se adopta, lo que
determina que no se haya generado para la actora –que, por otro lado, no se limite a aducir
como fundamento de su pretensión anulatoria dicha falta de motivación– la indefensión que
justificaría su anulación» (...) .
c) La identidad de órgano judicial, entendiendo por tal, no sólo la identidad de Sala, sino
también la de la Sección, al considerarse cada una de éstas como órganos
jurisdiccionales con entidad diferenciada suficiente para desvirtuar una supuesta
desigualdad en la aplicación de la Ley (SSTC 134/1991, de 17 de junio, FJ 2; 245/1994, de
15 de septiembre, FJ; 32/1999, de 22 de abril, FJ 4; 102/2000, de 10 de abril, FJ 2; 122/2001,
de 4 de junio, FJ 5, entre otras).
En definitiva, pues, cada órgano jurisdiccional sólo puede compararse consigo mismo : la
identidad del órgano jurisdiccional es presupuesto para realizar la comparación que
toda discriminación en la aplicación judicial de la ley lleva consigo (STC 168/1989)».
Y ello pese a que, como elemento de refuerzo de toda demanda, siempre se invocarán
los criterios de otras sentencias. Y que en vía de recurso puede invocarse la infracción
de jurisprudencia.
A. EL FALLO DE LA SENTENCIA
Tal como viene siendo tradicional, los fallos de la sentencia pueden ser (conforme al
artículo 68) ora la inadmisibilidad del recurso contencioso-administrativo ora la
estimación o desestimación del recurso contencioso-administrativo; este último fallo
presupone evidentemente la admisibilidad del recurso. La sentencia contendrá además
el pronunciamiento que corresponda respecto de las costas.
Es interesante, por tanto, hacer ver que «el ejercicio de la potestad jurisdiccional no
añade nada a la legalidad de la actuación administrativa impugnada. Era legal y así se
mantiene».
Me baso en la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de las Islas Canarias –Las
Palmas de Gran Canaria– de 10 de enero de 2013 (RJCA 2013, 642), la que a su vez se
apoya en la STS, Sala Tercera, Sección 5.ª, de 18 de julio de 1996 (RJ 1996, 6198) y en la
STS de la misma Sala y Sección, de 22 de septiembre 1999 (RJ 1999, 6590), (rec.
6211/1997. Pte: Yagüe Gil, Pedro José).
Es precisa una remisión al capítulo que hemos dedicado expresamente a las causas de
inadmisión, pero podemos completarlo con algunas referencias añadidas.
Este tipo de doctrinas, cuyo quid es ser más o menos abiertos en la aplicación de un
determinado criterio jurídico, siempre nos han llamado la atención: hay que aplicar con
rigor, o en cambio con flexibilidad, una determinada regla... Es muy habitual este tipo
de declaraciones en las sentencias y escritos procesales (por ejemplo, en materia de
admisiones o de legitimación hemos de ser favorables a su prosperabilidad, etc.). Decir
esto es aparentemente decir bien poco. Se está confirmando la ambigüedad como
criterio, en temas tan importantes como los que son objeto de enjuiciamiento. Y, sin
embargo, si, en definitiva, prima el factor interpretación, ¿cómo no va a ser importante
a la postre interpretar de forma abierta o lo contrario...? ¡Es lo único que realmente
importa, litigar con mayor opciones o posibilidades!
Tras la LJCA de 1998 las causas de inadmisibilidad del recurso o de alguna de las
pretensiones son concretamente las siguientes:
e) Que se hubiera presentado el escrito inicial del recurso fuera del plazo establecido
(artículo 135.1 de la LEC y 51 y 128 LJCA).
La mayor parte de estas causas son conocidas a estas alturas (y nos remitimos al
comentario al artículo 51 de la LEC), a salvo de la litispendencia y la cosa juzgada, y la
capacidad debida, que se estudian seguidamente.
8. COSA JUZGADA
Para que se produzca el efecto de cosa juzgada es necesario que concurran las tres
identidades procesales, que constituyen el elemento de contraste necesario para
determinar cuándo existe cosa juzgada: identidad de sujetos, objeto y causa de pedir.
Con esto se alude a que la sentencia que se invoca ha de «afectar a los mismos sujetos
contendientes, ha de versar sobre el mismo objeto, y en fin, ha de pronunciarse
únicamente por la causa que se alegó para deducir las pretensiones, por lo que sólo
cuando el proceso futuro es idéntico en razón de estos tres elementos el proceso fallado
produce la cosa juzgada» (STS de 26 de julio de 1996; STS de 5 de octubre de 1995; STS
de 12 de diciembre de 2012 [RJ 2013, 1032] FJ 5.º, con otras citas de sentencias; artículos
1251 y 1252 del CC).
Por tanto, no puede estimarse cosa juzgada si «las peticiones son distintas por estar
basadas en causas de pedir también diferentes: derecho a devolución de fianza y
posterior discusión sobre indemnización por devolución tardía de la fianza» (STS de 22
de abril de 1996).
Y además, claro está, la apreciación de la excepción de cosa juzgada exige que se trate
no sólo del mismo acto, disposición o actuación material sino también de la misma
pretensión u otra sustancialmente idéntica a la que fue objeto del proceso anterior (STS,
Sala 4.ª, de 22 de mayo de 1980).
Por tanto, para que haya cosa juzgada cabe destacar la existencia de un específico
elemento identificador de la cosa juzgada que es el acto o disposición objeto de la
resolución firme (se rechaza la existencia de cosa juzgada por faltar la identidad del
acuerdo recurrido, bastando que se trate de acuerdos diferentes para denegarla: STS 20
de noviembre de 1979, de 5 de marzo 1980 y 5 de noviembre de 1999). Puede citarse la
STS de 16 de junio de 2017 (RC 890/2016 FJ 3.º):
«El principio o eficacia de cosa juzgada material (...) se produce, según la jurisprudencia de
esta Sala, cuando la cuestión o asunto suscitado en un proceso ha sido definitivamente
enjuiciado y resuelto en otro anterior por la resolución judicial en él recaída. Tal
manifestación de la cosa juzgada, que consagra el artículo 222 de la LEC/2000, atiende de
manera especial a la seguridad jurídica, evitando que la discusión jurídica se prolongue
indefinidamente mediante la iniciación de nuevos procesos sobre lo que ha sido ya definido o
determinado por la Jurisdicción, y, al mismo tiempo, que se produzcan resoluciones o
sentencias contradictorias.
Así esta Sala ha señalado: la cosa juzgada tiene matices muy específicos en el proceso
Contencioso-Administrativo donde basta que el acto impugnado sea histórica y formalmente
distinto que el revisado en el proceso anterior para que deba desecharse la existencia de la
cosa juzgada, pues en el segundo proceso se trata de revisar la legalidad o ilegalidad de un
acto administrativo nunca examinado antes, sin perjuicio de que entrando en el fondo del
asunto, es decir, ya no por razones de cosa juzgada, se haya de llegar a la misma solución
antecedente». Y además, claro está, la apreciación de la excepción de cosa juzgada exige que
se trate no sólo del mismo acto, disposición o actuación material sino también de la misma
pretensión u otra sustancialmente idéntica a la que fue objeto del proceso anterior (STS, Sala
4.ª, de 22 mayo 1980). Si en el proceso posterior sobre el mismo acto, disposición o actuación
cambian la causa petendi o el petitum de la pretensión examinada y decidida en la resolución
judicial firme anterior tampoco operará en su función negativa la cosa juzgada».
Como sostiene la recurrida, nos encontramos ante actos diferentes en el tiempo, con
fundamentaciones diferentes para llegar a una conclusión diferente, en cada uno de ellos;
procesos complejos, donde la práctica de la prueba resulta esencial para que el Juzgador
pueda llegar a tener la plena convicción para fundamentar su fallo. Por consiguiente, aplicar
a este caso la excepción que plantea la recurrente, no puede sino llevar a una situación
difícilmente aceptable jurídicamente, ya que impediría cuestionar a futuro cualquier revisión
tarifaria en el ámbito del litigio que nos ocupa, lo que cercenaría el derecho a la tutela
judicial efectiva, dando por válido cualquier presupuesto que la entidad concesionaria del
servicio en litigio plantease en sus correspondientes estudios económicos. Se trata de rebatir
incrementos tarifarios, plasmados por medio de modificaciones sucesivas de una Ordenanza
Municipal, al amparo de estudios económicos diferentes, con datos diferentes y conclusiones
diferentes. Simplemente no se dan los presupuestos del art. 222 de la LEC, por lo que tampoco
es posible apreciar la concurrencia de la expresada excepción».
Otra cosa es el posible efecto positivo de la cosa juzgada, al que se refiere el art. 222.4 LEC, a
cuyo tenor: «lo resuelto con fuerza de cosa juzgada en la sentencia firme que haya puesto fin
a un proceso vinculará al tribunal de un proceso posterior cuando en éste aparezca como
antecedente lógico de lo que sea su objeto, siempre que los litigantes de ambos procesos sean
los mismos o la cosa juzgada se extienda a ellos por disposición legal».
El efecto de cosa juzgada constituye una garantía esencial de la seguridad jurídica, que
se configura como la vinculación que produce el fallo de una sentencia firme en otro
proceso ulterior, como consecuencia de un mandato imperativo de naturaleza jurídico-
pública dirigido al Juzgador con la finalidad de evitar resoluciones judiciales
contradictorias o, incluso, nuevas decisiones sobre lo ya juzgado.
También se relaciona con la posibilidad de extender ultra partes los efectos de una
sentencia, por tanto a favor de terceros que no fueron parte en el proceso, pero que se
encuentren en idéntica situación que el sujeto que obtiene judicialmente una
determinada prestación administrativa (por razones sistemáticas concentramos el
estudio al tratar la ejecución de sentencias y el artículo 110 de la LJCA de 1998).
En general hay que tener en cuenta que la sentencia anulatoria producirá efectos para
todas las personas afectadas y, por tanto, no sólo a favor de quienes hayan sido parte en
el proceso.
A juicio de esta sentencia de 18 de julio de 2012, no se trata de una cuestión que afecte
a la libertad interpretativa de los órganos jurisdiccionales, sino de salvaguardar la
eficacia de una resolución judicial que, habiendo ganado firmeza, ha conformado la
realidad jurídica de una forma cualificada que no puede desconocerse por otros
órganos juzgadores ni reducir a la nada la propia eficacia de aquélla.
Igualmente, la STS de 21 de enero de 1986 (RJ 1986, 1568) también afirma que al
haberse resuelto por la jurisdicción civil la cuestión de la titularidad dominical del bien,
la jurisdicción contencioso-administrativa queda vinculada por este pronunciamiento
previo y no conoce del asunto.
En este mismo sentido, la STS de 17 de julio de 1990 [RJ 1990, 6640] se considera
vinculada por un previo pronunciamiento de la jurisdicción civil (declarando que no
hubo sobreprecio) de modo que «desde luego» procede dejar sin efecto el acto
administrativo. Puede verse Asimismo, la STSJ de Madrid de 23 de enero de 2007
(RJCA 2007, 533).
9. LITISPENDENCIA
Por otra parte, los efectos procesales no se despliegan cuando aquélla se pretende de
actuaciones administrativas , no judiciales. La STS de 9 de julio de 2001 afirma: «la
alegada excepción de litispendencia se funda en la pendencia de un recurso
Contencioso-Administrativo ante la Audiencia Nacional interpuesto por los actores
contra la Orden Ministerial que aprobó el deslinde. Dice la sentencia de esta Sala de 7 de
abril de 1994, citada en la de 6 de febrero de 1998, que “en cuanto a la excepción de
litispendencia (art. 533.5 de la Ley de Enjuiciamiento Civil), es claro que la misma fue
correctamente desestimada, pues la misma sólo opera en el caso de coexistencia de otro
proceso del que esté conociendo el mismo u otro Juzgado o Tribunal del mismo orden
jurisdiccional, pero no cuando, como aquí sucede, se trata de actuaciones
administrativas, todo ello conforme a la doctrina jurisprudencial (así, sentencia de 3 de
diciembre de 1992)”».
Se ha entendido que, en los casos en que litispende en la jurisdicción civil una cuestión
de propiedad que afecta al juicio contencioso-administrativo, procederá en principio el
enjuiciamiento de la jurisdicción contencioso-administrativa, declarando por ejemplo,
los deberes de cesiones inherentes a un proceso urbanizador, a salvo o sin perjuicio de
los derechos de propiedad (sentencia del TSJ de la Comunidad de Madrid de 24 de julio
de 2002 y STSJ de Madrid de 30 de abril de 2002).
Pese a que pueda ser común en la práctica procesal esta situación de procesos civiles
litispendentes que se relacionan con el proceso judicial contencioso-administrativo a
veces, ni siquiera coinciden sus objetos o sus partes y la alegación es interesada. No
habrá motivo para plantear siquiera la prejudicialidad heterogénea.
Pero se advierte confusión, ya que el Tribunal Supremo –por todas, Sentencia de la Sala
Primera de 28 abril 1981–, ha aceptado incluir en el ámbito de la litispendencia casos de
prejudicialidad en la medida que se condiciona el resultado de un proceso ulterior.
No obstante, lo más común es que (cuando hay dos procesos que se relacionan entre sí)
estemos ante casos de prejudicialidad, que no implica inadmisión del proceso, sino
suspensión. Recuérdese que el artículo 43 de la LEC afirma que «cuando para resolver
sobre el objeto litigioso sea necesario decidir acerca de alguna cuestión que, a su vez,
constituya el objeto principal de otro proceso pendiente ante el mismo o distinto
tribunal civil, si no fuere posible la acumulación de autos, el tribunal, a petición de
ambas partes o de una de ellas, oída la contraria, podrá mediante auto decretar la
suspensión del curso de las actuaciones, en el estado en que se hallen, hasta que finalice
el proceso que tenga por objeto la cuestión prejudicial».
Es decir, puede haber casos en que el proceso civil no pueda desconsiderar la existencia
de un proceso contencioso-administrativo que se relaciona directamente con aquel otro.
No obstante, la práctica procesal supera este criterio, ya que se enjuician por completo
las pretensiones de las partes.
En un plano teórico, el criterio legal del artículo 70 puede llegar a casar con las
pretensiones de anulación, por existir entonces un acto que se impugna y de cuya
legalidad depende decisivamente la estimación del recurso. Pero existen (o deberían
existir) otras pretensiones cuya estimación dependería de la procedencia del derecho
ejercitado, a la luz de la norma aplicable. En estos casos, podrá no existir una actuación,
o ésta podrá estar vacía de contenido regulativo (esto último, concretamente, cuando la
actuación sea una simple denegación formal de una solicitud o petición del sujeto o sea
presunta).
Una posible solución sería prescindir del artículo 70 y, en el artículo 71, regular los
pronunciamientos de las sentencias por referencia a las pretensiones procesales haciendo
alusión matizada al criterio general que acaba de transcribirse. Si se ejercita una pretensión
de anulación la sentencia estimaría el recurso si el particular ha hecho valer un derecho
subjetivo, reaccional en estos casos. Este derecho presupone la existencia de un perjuicio o
injerencia ilegítima en la esfera jurídica del recurrente y, también, la ilegalidad de la medida
administrativa. Y si se ejercita una pretensión a una prestación no parece lógico que el
criterio de estimación del recurso sea el de la ilegalidad de dicho acto . Mejor sería basar la
estimación del recurso en la existencia de un derecho subjetivo de cuyo ejercicio se
desprenda la obligación de la Administración de dictar un acto administrativo o actuación. La
denegación que se impugna tiene efectos procesales pero no jurídico-materiales.
En este sentido, la STS de 26 de junio de 1996 afirma que si se tienen dudas sobre la
inconstitucionalidad de la ley lo que procede es solicitar que la Sala plantee una
cuestión de inconstitucionalidad ante el Tribunal Constitucional, ya que no puede
pretenderse subrepticiamente la anulación de la ley por la jurisdicción contencioso-
administrativa, a través de la impugnación de un reglamento, porque en estos casos se
desestima la pretensión.
Y finalmente estima el recurso la sentencia diciendo: «(...) tras este resumen de las
alegaciones de la recurrente, en el que resultan suficientemente probadas aquellas que
tienen justificación documental, la Sala llega al convencimiento moral de que es
cierta la desviación de poder en la actuación de la administración, por lo que hay que
aplicar lo dispuesto en el artículo 70.2 de la ley reguladora de esta jurisdicción (La
sentencia estimará el recurso contencioso-administrativo cuando la disposición, la
actuación o el acto incurrieran en cualquier infracción del ordenamiento jurídico,
incluso la desviación de poder), que coincide con la regla del 63.1 de la ley 30/1992».
Tome nota el letrado: lo que tiene que hacer es muy fácil... conseguir que la Sala llegue
al convencimiento moral de que hay desviación de poder.
La sentencia referida en último lugar es, no obstante, expresiva de que los contenciosos
son pura interpretación.
La STS de 27 de febrero de 2017 (rec. 148/2016) sale al paso de que una posición arbitral
de la Administración ante un conflicto urbanístico de particulares y que le lleva a
ejercer la potestad de modificación de planeamiento para solventarlo, no es prueba de
tal desviación de poder 5).
De otro lado, la STS de 13 de febrero de 2017 (rec. 874/2016) c alifica como desviación de
poder el intento de burlar una sentencia mediante actos de ejecución.
Por otra parte, hay que entender que si se ejercita una pretensión contra la inactividad
de los artículos 29 y 32 la sentencia decretará «la práctica de una actuación
jurídicamente obligatoria» (artículo 71.1.c de la LJCA de 1998).
Tal como venimos advirtiendo desde la primera edición de esta obra, la LJCA pretende
innovar pero consigue al final mantener la praxis de la LJCA de 1956.
Este caso puede merecer, en este momento, una mayor explicación. La LJCA prevé,
primeramente, que el órgano jurisdiccional puede fijar la cuantía directamente. Un
ejemplo jurisprudencial puede ser la STS de 15 de enero de 1996 que afirma:
«revocando la sentencia en cuanto a la suma total de la indemnización que debe abonar
el Ayuntamiento que deberá reducirse en las cantidades que se expresan en la sentencia
(...)». Según la LJCA, los presupuestos para que pueda fijarse en la sentencia la cuantía
son: que «lo pida expresamente el demandante» y que «consten probados en autos
elementos suficientes para ello».
Pero dicha Ley establece, en segundo lugar, que, en otro caso, las sentencias
establecerán las bases para la determinación de la cuantía, cuya definitiva concreción
quedará diferida al período de ejecución de sentencia (en este sentido, STS de 11 de
febrero de 1998; STS de 17 de julio de 1984, etc.).
Los órganos jurisdiccionales vienen admitiendo que también cabrá determinar los
marcos dentro de los cuales tiene que producirse la decisión administrativa. La STS de
12 de enero de 1996 dispone que:
Lo que no cabe remitir a ejecución es la determinación del daño mismo, tal como prevé
la STS de 24 de octubre de 2007 (ROJ 7503/2007): «...el derecho a ser indemnizado
requiere concretar y detallar el resultado lesivo y demostrarlo y lo que permite el
artículo 71.1.d) de la Ley de la Jurisdicción es posponer únicamente la cuantificación de la
indemnización correspondiente a los daños que hayan sido previamente alegados y
probados en la fase declarativa del proceso jurisdiccional ; doctrina ésta reiterada más
recientemente en sentencia de 19 de diciembre de 2006. En definitiva, el Tribunal de
instancia ha infringido la doctrina de esta Sala que se deja mencionada y con ello lo
dispuesto en el artículo 71.1.d) de la Ley de la Jurisdicción, remitiendo a ejecución de
sentencia no solamente la cuantificación del lucro cesante sino la determinación y
acreditación de la existencia del perjuicio, lo que impone la estimación del recurso de
casación».
«Por otra parte, y como señaló la Sentencia de la Sala 3.ª de 22 de septiembre de 2003, la
solicitud de indemnización de los daños y perjuicios constituye una pretensión singularizada
en la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa, por un régimen especial, conforme al
cual puede interesarse, desde el principio, en vía administrativa, o puede también
acumularse en la vía jurisdiccional, tanto a una pretensión de anulación de un acto
administrativo como a una pretensión de cese de una actuación administrativa material
constitutiva de vía de hecho. Y ello no sólo en la demanda, como medida adecuada para el
restablecimiento de una situación jurídica individualizada, conforme a los artículos 41, 42 y
44 de la Ley de la Jurisdicción de 1956 y 31.2 y 34 la Ley de 1998, hoy vigentes, sino incluso
incorporando la petición en el momento de la vista o de las conclusiones, según el artículo
79.3 LJ de 1956 y. 65.3 de la actual. Posibilidad esta que responde a la concepción que tiene la
Ley de la petición de indemnización de daños y perjuicios como a la pretensión de anulación
del acto o de cese de la actuación constitutiva de vía de hecho, siempre claro está que los
daños consten probados en autos».
Otro ejemplo en este contexto puede ser la SAN de 18 de febrero de 2015 (JUR 2015,
90181) a efectos de desestimar un recurso que pretendía se incluyera el título de master
como un título posible para participar en un concurso selectivo de personal. Y ello ya
que, según razona dicha sentencia, la pretensión del recurrente solo se justificaría si la
exclusión de ese título fuera contraria a un precepto legal o inequívocamente arbitraria,
citando la STS de 21 de noviembre de 2011, rec. 130/2010. De lo contrario prima la
discrecionalidad administrativa, invocando esa regulación citada entre comillas.
La sentencia afirmó que «el principio de igualdad requiere no sólo una identidad
absoluta de presupuestos fácticos sino principalmente que el derecho que se invoque
resulte amparado por la legalidad y no venga a infringirla, puesto que los precedentes
en modo alguno pueden legitimar la reiteración de nuevas infracciones urbanísticas».
Otro supuesto puede ser la sentencia del TSJ Cataluña n.º 462/1999, de 19 de mayo de
1999:
«TERCERO. Por lo que respecta a la primera de las peticiones interesadas, esto es, la nulidad
de la liquidación girada a la recurrente, por parte del Ayuntamiento recurrido, por el
concepto de Impuesto sobre Actividades Económicas, es doctrina mantenida por esta Sala
(Sentencia 818/1997, número de recurso 247/1994) que, en el supuesto de clasificación de
calles y aplicación del artículo 89 de la Ley 39/1988, reguladora de las Haciendas Locales, el
control jurisdiccional no ha de alcanzar únicamente a los aspectos procedimentales y al respeto
de los elementos legales reglados, sino que comprende también la atribución concreta a cada
calle o tramo de ella de una determinada categoría, pues aunque para ello exista un amplio
margen de discrecionalidad técnica en el Ayuntamiento, nunca cabe confundir tal
discrecionalidad con la soberanía política, por lo que el ejercicio de potestades discrecionales de
carácter técnico podrá ser controlado jurisdiccionalmente cuando no se trate de meras
opiniones o criterios del recurrente, sino que exista una prueba adecuada y suficiente que ponga
de manifiesto que la Corporación Local ha incurrido en error al llevar a cabo la clasificación o
ha prescindido de los necesarios estudios o informes al respecto . Yendo más allá, la Sentencia
del Tribunal Supremo de 6 de marzo de 1987 afirmó incluso que la concreta clasificación de
una calle de esta capital correspondía en principio a las Ordenanzas Municipales, aun cuando
ello no implique el ejercicio de potestad discrecional alguna, pues tal calificación
jerarquizada ha de ser adecuada a las características de cada vía pública y guardar una
interrelación proporcionada y razonable, por lo cual la inclusión en una u otra categoría es,
por tanto, enjuiciable judicialmente en virtud de las circunstancias de hecho determinantes
de la norma en cuestión.
En este contexto, pueden distinguirse las sentencias anulatorias de actos, las sentencias
anulatorias de disposiciones, las sentencias que reconocen una situación jurídica
individualizada.
En principio, las sentencias anulatorias de actos tienen un alcance general sobre todas
las personas afectadas del que no gozan las sentencias que reconocen una situación
jurídica individualizada. Como regla general, estas últimas producen efectos sólo entre
las partes, si bien respecto de las materias tributaria y de personal la LJCA arbitró un
procedimiento específico de carácter incidental en la fase de ejecución de sentencia que
plantea la discusión de los efectos ultra partem del fallo judicial (artículo 72.3 en directa
conexión con los artículos 110 y 111) 10).
Si se anula una disposición , el artículo 72.2 reafirma los efectos generales del fallo
desde el día en que sea publicado el fallo y preceptos anulados en el mismo periódico
oficial en que lo hubiera sido la disposición anulada; y también se publicarán «las
sentencias firmes que anulen un acto administrativo que afecte a una pluralidad
indeterminada de personas».
Puede citarse la STS 1733/2014, de 24 de abril de 2014 (n.º de recurso 3941/2011) cuando
recoge la doctrina jurisprudencial sobre los efectos de la anulación de una disposición
general (expulsión del ordenamiento jurídico) considerándola extensible, conforme al
artículo 72.2 de la LJCA, a los actos que afecten a una pluralidad indeterminada de
personas , como puede verse a continuación:
De esta forma, la LJCA de 1998 contiene un criterio sobre el día a partir del cual
empiezan a desplegarse los efectos generales (el día en que fue publicado el fallo,
siguiendo la doctrina de la STC 160/1997), hecho relevante a efectos de computar el
plazo dentro del cual los terceros que no fueron parte en el proceso pueden solicitar la
extensión de los efectos de la sentencia a su favor (por ejemplo, solicitando la
indemnización que les beneficia, como consecuencia de la anulación de la disposición
de carácter general; artículo 110.1.c de la LJCA de 1998, donde se concreta dicho plazo;
SSTC 42/1997 y 160/1997; SSTS de 4 de julio de 1987 y de 26 de enero de 1994 y de 12 de
enero de 1995).
B. EL PROBLEMA DE LOS EFECTOS EX TUNC O EX NUNC DE LA ANULACIÓN DE UNA
DISPOSICIÓN GENERAL
Los efectos de la sentencia han de estudiarse también desde una dimensión temporal,
concretamente la posibilidad de que la sentencia afecte a los actos que hayan aplicado la
disposición de carácter general declarada ilegal.
Nos lleva este tema irremediablemente al artículo 73, donde termina la regulación de
los efectos de la sentencia y donde se prevé que las sentencias firmes que anulen un
precepto de una disposición general no afectarán por sí mismas a la eficacia de las
sentencias o actos administrativos firmes que lo hayan aplicado antes de que la
anulación alcanzara efectos generales, salvo en el caso de que la anulación del precepto
supusiera la exclusión o la reducción de las sanciones aún no ejecutadas completamente
(sobre este supuesto, STS de 1 de febrero de 1985, con apoyo en el efecto expansivo
afavor de terceros de las sentencias anulatorias; SSTC 42/1987 y 26/1994).
Este criterio no resulta pues afectado esencialmente por el nuevo artículo 73 (a salvo de
su último inciso referido a la exclusión o la reducción de las sanciones aún no
ejecutadas completamente, donde se permiten los efectos ex tunc ).
La STS de 8 de octubre de 2001 (RC 1535/2009) viene a señalar que, en aras del principio
de la seguridad jurídica, solo los actos firmes y consentidos dictados en aplicación de un
reglamento declarado ilegal quedan excluidos del alcance de la declaración de nulidad
del reglamento, de tal manera que –a falta de alguna otra cobertura normativa
específica– dicha nulidad se propaga a los demás actos dictados en su aplicación
carentes de la virtualidad antes indicada.
Los propios órganos jurisdiccionales llegan a reconocer que estamos ante un ámbito de
confrontación entre lo que se defiende en la jurisprudencia y lo que propugna la
doctrina mayoritaria, contraria a dicha equiparación especialmente por lo que de esta
equiparación se obtiene en cuanto a los efectos de la anulación de la disposición general,
es decir, los efectos simplemente ex nunc de la anulación 11).
Los tribunales llegan a referirse «al punto de vista doctrinal y teórico» para decir: «sin
embargo, este sistema de la eficacia ex tunc y de la imprescriptibilidad de las
posibilidades de impugnación, no es el legal», ya que el principio de seguridad jurídica
implica que deben declararse no susceptibles de revisión las situaciones derivadas de
actuaciones administrativas que hubieren ganado firmeza (SSTS de 9 de diciembre de
1996 y de 11 de julio de 1990).
Puede decirse que los recursos directos contra una disposición de carácter general, caso
de prosperar, suponen la eliminación de la disposición administrativa impugnada, con
efectos ex tunc , por consiguiente con pérdida de virtualidad legitimadora de cualquier
acto que en ella pretenda ampararse, pero con subsistencia de los actos firmes dictados
en su aplicación tal como exige el principio de seguridad jurídica reconocido por la
doctrina constitucional .
Aunque para llegar a la misma conclusión, otras veces el Tribunal Supremo sostiene que
los efectos de la sentencia estimatoria de un recurso directo son efectos ex nunc , ya que
dicha estimación conduce a la eliminación de la disposición administrativa del
ordenamiento jurídico «respetando los efectos producidos hasta entonces» (STS de 31 de
octubre de 1996).
Buena parte de las resoluciones judiciales sigue una curiosa argumentación en materia
de anulación de una disposición de carácter general. La sentencia que anula la
disposición general tiene, en cuanto efecto declarativo un efecto declarativo erga omnes
y ex tunc , pero que finalmente en el terreno práctico (por razones de seguridad jurídica)
se convierte en un «efecto ex nunc »:
Habría que distinguir por una parte el planteamiento teórico o ideal, según el cual la
anulación tiene efectos ex tunc , y el plano «práctico» o real, donde los efectos ex tunc se
convierten en efectos ex nunc , «por razones de seguridad jurídica» (STS de 18 de marzo
de 1996; STS de 23 de febrero de 1998; STS de 18 de marzo de 1998). El régimen jurídico-
material de los efectos ex tunc no se ve confirmado, pues, con el régimen jurídico-
procesal, que conlleva la realización efectiva de aquellos otros efectos (efectos ex nunc ).
Y como recuerda la STS de 30 de enero de 2014 (Recurso: 3045/2011) una vez declarada
la nulidad de un Reglamento, y habiéndose planteado recurso contra la sentencia que
declaró la nulidad, la Administración puede seguir aplicando el Reglamento (a menos
claro está que proceda dar el curso correspondiente a la ejecución provisional de la
sentencia). Caso de confirmarse la sentencia dictada en instancia, entonces sí tiene
forzosamente la Administración que dejar de aplicar esa norma declarada nula.
Acorde con la doctrina anterior de los efectos ex tunc y ex nunc de las sentencias es la
contraposición entre el criterio teórico de imprescriptibilidad y el práctico de la
prescriptibilidad: «ciertamente, las disposiciones administrativas o son válidas o son
nulas de pleno derecho. No les resulta aplicable el instituto de la anulabilidad, como a
los actos administrativos (SSTS de 29 de enero de 2014 –rec. 2419/2011–, de 1 de marzo
de 2013 –rec. 2878/2010–, de 25 de octubre de 2012 –rec. 2872/2010–, de 12 de julio de
2012 –rec. 4314/2009–).
Pero el hecho de que se predique de ellas la nulidad de pleno derecho no significa que
les sea aplicable la doctrina jurisprudencial de la imprescriptibilidad de la acción para
pedir la nulidad de los actos nulos de pleno derecho. Por tanto, se considera que el plazo
(exigible) de los dos meses es garantía del principio de la seguridad jurídica que
proclama la Constitución» (STS de 26 de septiembre de 1996; STS de 11 de octubre de
1994; STS de 26 de septiembre de 1997).
Por eso, en todo caso, la doctrina a retener es que los efectos del pronunciamiento de
nulidad son aplicables a dicha situación pendiente de resolución judicial, «al tratarse de
una reclamación pendiente y no de una resolución firme» (STC 145/1996).
En el caso del recurso directo hay actos que siguen desplegando efectos pese a haberse
dictado en virtud de una disposición que se entendió nula: los anteriores a la sentencia
anulatoria que hubieran alcanzado firmeza. En el recurso indirecto siguen siendo
válidos todos excepto el específicamente anulado. En este sentido, se mantiene que los
efectos de las sentencias anulatorias de dichos actos aplicativos no pueden trasladarse a
otros actos (por ejemplo, otras liquidaciones) no impugnadas en tiempo y forma (STS de
30 de noviembre de 1996; en este mismo sentido la STS de 9 de diciembre de 1996; STS
de 31 de octubre de 1996; STS de 1 de junio de 1991; SSTS de 24 de febrero, 20 de junio y
27 de julio de 1995) 13).
Además, tras la LJCA de 1998 todo esto ha de ponerse en relación con la «cuestión de
ilegalidad» que ha de plantear el órgano jurisdiccional que conoció del recurso indirecto
al Tribunal competente para conocer del recurso directo contra la norma impugnada,
una vez la sentencia alcanza firmeza (artículos 27, 123 y ss. de la LJCA de 1998).
a. Reglas 15)
La anulación de una disposición de carácter general tiene efectos generales desde el día
en que sea publicado el fallo en el mismo periódico oficial en que lo hubiera sido la
disposición anulada. Ahora bien, esto significa que la regla de que el fallo produce
efectos solo tras la publicación opera respecto de terceros, ya que por lo que respecta a
la Administración esta se ve obligada a no aplicar el plan anulado desde que se le
notifica la sentencia. Por tanto, los terceros pueden invocar la firmeza de actos
aplicativos del plan respecto del período que va entre la fecha de la sentencia anulatoria
y su publicación ( STS de 2 de marzo de 2015 [RJ 2015, 1782])
La anulación del PGOU provoca la reviviscencia del Plan anterior (STS de 21 de
diciembre de 2016, 29 de abril de 2011 rec. 3625; de 30 de junio de 2011 rec. 5831/2007;
23 de febrero de 1998 rec. 834/1992; STS de 11 de noviembre de 2015 [RJ 2015, 6228])
17).
Pero más bien lo común es que haya que debatir las consecuencias del fallo y qué
hacer 18).
Puede citarse también la STS de 6 de abril de 2011 (recurso n.º 1602/2007), abordando
una doble problemática informando de los medios procesales a disposición del
interesado cuando observa éste que se elude una sentencia 21) (igualmente es obligada la
consulta a las SSTS de 6 de septiembre de 2016 –EDJ 2016/150724–, –EDJ 2016/150727;
STS de 5 de julio de 2012 RC 2922/2010; STS de 7 de noviembre de 2016 –EDJ
2016/208944–).
Sin embargo, subsisten los actos firmes dictados en aplicación de la norma declarada
nula ( artículo 73 de la LJCA; STS de 11 de abril de 2002 [RJ 2002, 3856]),
Ahora bien, si el edificio construido con esa licencia firme es incompatible con el nuevo
plan que por reviviscencia pasa a ser el vigente, el inmueble pasa a fuera de ordenación,
no procediendo la demolición (SSTS de 17 de junio de 2009 rec. 5491/2007; de 27 de
marzo de 2007, rec. 8370/2003). Y los usos habrán de ser admisibles con arreglo al plan
vigente ya sea el revivido ya sea el que pueda aprobarse en sustitución del declarado
nulo (STS de 3 de mayo de 1990 y STSJ de Galicia de 22 de diciembre de 2011).
Por si fuera poco, siempre cabe el riesgo de que se inste la revisión de oficio contra acto
nulo por haberse anulado el plan (STS de 23 de septiembre de 2003 Roj 5651/2003; STS
de 4 de enero de 2008 Roj 915/2008; STS de 26 de junio de 2007 Roj 5477/2007; STS de 14
de mayo de 2002 Roj 3375/2002 23)). Interesante es poder oponer cosa juzgada a tal
revisión de oficio (SSTS de 28 de enero de 2014 Roj 139/2014, de 25 de noviembre de
2015 Roj 5288/2015 y las allí citadas).
Por contrapartida, si la licencia no fuese firme (por estar recurrida) cuando se declara la
nulidad del plan, aquella se ve afectada por la nulidad declarada del plan ( STS de 15
de marzo de 2013, [RJ 2013, 3405]; STS de 30 de enero de 2014, [RJ 2014, 802]). No
obstante, se excepciona el caso en que esta licencia tiene cobertura suficiente en la
normativa urbanística vigente ( SSTS de 26 de abril de 2005 [RJ 2005, 5975]; 20 de
diciembre de 1994, [RJ 1994, 10705]).
Sobre las edificaciones sin haber obtenido la preceptiva licencia (disciplina urbanística)
habrá que observar la posible prescripción a la luz de los plazos previstos en la
legislación urbanística autonómica y la posible legalización en relación con el plan que
revive.
Otra cuestión se refiere a los efectos de las sentencias no firmes que declaran la nulidad
de planes generales, en el sentido de que la Administración no parece poder invocar los
dos efectos propios del recurso de casación o apelación para intentar convencer de que
el plan anulado por sentencia no firme sigue desplegando efectos, ya que se impondría
una regla que a mi juicio podría considerarse (por su propia naturaleza) como de
ejecución provisional automática de la sentencia recurrida, lo que implicaría que en
estos casos la Administración no podría aprobar planes parciales u otorgar efectos al
plan general por el hecho de que la sentencia no sea firme (sobre el tema, poco claro,
STS 17 de septiembre de 2008 ponente Pilar Teso; STS de 26 de junio de 2009
rec.1253/2005; STS de 28 de febrero de 2013 ponente J.M. CHAMORRO; STS de 30 de enero
de 2014 STS de 13 de junio de 2014 ponente J. SUAY).
Lo primero, lege ferenda se intenta un cambio de criterio del TS, más flexible,
considerando demasiado extrema la regla de nulidad que provoca ausencia de posible
subsanación, convalidación o conservación de trámites o retroacción del procedimiento.
En este contexto se ha hablado de que existe una «doble vara de medir», ya que esta
rigidez de la anulación de los planes urbanísticos no se manifiesta en otros ámbitos de
Derecho. Es decir, que «lo que se aplica a las nulidades de los planes no se exige en otros
casos de nulidad por defectos de tramitación» 24), ofreciendo como ejemplo la STS de 22
de abril de 2014 (recurso 73/2013) y la STC 13/2015, de 5 de febrero.
Llega a hacerse un esfuerzo por defender que, anulado un PGOU, hay elementos de
carácter reglado (así el suelo urbano y rústico) que se mantienen por encima de la
anulación del plan sin que la discrecionalidad de este pueda cuestionar aquellos. Igual
que también los sistemas generales y locales ejecutados conforme al plan anulado. Y
aconsejando como vía de solución lege ferenda el efecto prospectivo y conformador de
las sentencias anulatorias de planes, es decir afirmar efecto ex nunc y no ex tunc (por
todos, GONZÁLEZ SANFIEL, op. cit).
La solución final al problema parece pasar por un sistema procesal que logre
residenciar el peso del enjuiciamiento en el momento de dictarse el acto o plan (puede
verse el final de este tomo).
El artículo 267 de la LOPJ y los artículos 214 y 215 de la LEC regulan la aclaración y
rectificación de errores materiales de sentencias, autos (y decretos del Letrado de la
Administración de Justicia), así como otras posibilidades de alteración de tales
resoluciones para suplir omisiones permitiendo integrarlas por parte del órgano
juzgador y evitar incurrir en incongruencia omisiva, sin perjuicio de que tales artículos
comienzan afirmando que las resoluciones judiciales son invariables.
Los supuestos de alteración de sentencias y autos (artículos 267.4, 5 y 6 LOPJ y 215 LEC)
fueron introducidos mediante la reforma operada por la LO 19/2003, 23 de diciembre.
Las aclaraciones se habrán de solicitar o realizar de oficio en el plazo de dos días desde
la notificación o publicación de la resolución; la rectificación de errores materiales y
aritméticos no tiene plazo para instar su rectificación; y el complemento de sentencias,
autos y decretos por omisión de pronunciamientos relativos a pretensiones
oportunamente deducidas se ha de solicitar o realizar de oficio en plazo de cinco días
desde la notificación o publicación de la resolución.
Por aplicación de los artículos 215.5 in fine y 448 de la LEC y 267.9 de la LOPJ, la
interposición de un recurso de aclaración, rectificación, subsanación o complemento de
sentencias y autos prolongará de facto el plazo para interponer recursos contra la citada
sentencia o auto (el recurso de apelación o el recurso de casación), ya que el plazo se
interrumpirá desde que se solicite la aclaración, rectificación, subsanación o
complemento de la sentencia, y se reiniciará desde el día siguiente a la notificación de la
resolución que resuelva el recurso interpuesto de aclaración, rectificación, subsanación
o complemento de la sentencia o auto.
Según el ATS de 4 de octubre de 2011: «La cuestión que debe ser objeto de examen es si
pedida una aclaración, rectificación o complemento de sentencia o auto, el plazo para
interponer recurso contra la misma que haya transcurrido hasta la petición se ha de
entender definitivamente perdido o se computa nuevamente todo el plazo desde la
notificación del auto o decreto que recaiga. Pues bien, en el presente caso la cuestión ha
de resolverse a favor de entender que el plazo debe empezar a computar de nuevo
desde la notificación del auto o decreto que acuerde o deniegue la aclaración o
rectificación, de conformidad con la doctrina mantenida por el Tribunal Constitucional,
recogida en la STC 90/2010 , de 15 de noviembre, al tenerse en cuenta que las
resoluciones aclarada y aclaratoria se integran formando una unidad lógico-jurídica que
no puede ser impugnada sino en su conjunto a través de los recursos que pudieran
interponerse contra la resolución aclarada, por lo que “se ha entendido
tradicionalmente que en la determinación del dies a quo para el cómputo del plazo de
un recurso contra una resolución que ha sido objeto de aclaración se debe tomar
necesariamente en consideración la fecha de la notificación aclaratoria”, lo que se
compadece con el tenor literal de los arts. 448.2 de la LEC y el art. 267.9 de la LOPJ,
habiendo sido éste último objeto de reforma mediante Ley Orgánica 1/2009, de 3 de
noviembre, en la que se mantiene el criterio de iniciar el cómputo del plazo para el
recurso desde la notificación del auto o decreto que acuerde o deniegue la aclaración,
rectificación o complemento».
«Ciertamente las sentencias han de declarar la inadmisibilidad (1), estimar (2) o desestimar
(3) el recurso contencioso administrativo, según dispone el artículo 68 de nuestra Ley
Jurisdiccional. Clasificación elemental que naturalmente atiende al contenido del fallo. De
modo que no podemos considerar de las denominadas sentencias interpretativas sean una
nueva clase de sentencias añadida a esa tipología legalmente establecida, pues su fallo es
desestimatorio en la medida que establecen la interpretación que ha de hacerse de la norma
reglamentaria para que no sea considerada disconforme con el ordenamiento jurídico, ni, en
consecuencia, declarada nula.
Con carácter general, las sentencias que resuelven los recursos directos interpuestos contra
una disposición de carácter general, ex artículo 25.1 de la LJCA, como es el caso, normalmente
realizan e incorporan, al aplicar el ordenamiento jurídico, una determinada interpretación
normativa y en este sentido podrían ser consideradas, en un sentido amplio, como
interpretativas. Lo que sucede es que en este caso la sentencia que se impugna considera que
determinadas normas del Decreto autonómico impugnado en la instancia, para ser conformes
con la Constitución y el resto del ordenamiento jurídico, han de ser interpretadas en una forma
que establece la sentencia, que es lo que caracteriza a las sentencias interpretativas en sentido
estricto. De modo que la actuación administrativa habrá de ajustarse, si no quiere incurrir en
vicio de invalidez, a la interpretación que la sentencia establece al respecto.
Esta sentencia en vez de optar por la decisión de la invalidez reglamentaria, opta por
declarar la validez pero condicionada a una específica interpretación, una especie de
«sentencias en interés de reglamento» . De esta forma se superan las reticencias de la STS
de 4 de junio de 2008 (rec. 59/2006) sobre las sentencias interpretativas (tomo estas
referencias del blog del juez Chaves, internet).
Pero también puede relacionarse, dicha Disposición Adicional tercera, con el artículo
107.10 de la LOPJ, donde se prevé que el Consejo General del Poder Judicial tiene
competencia para la publicación oficial de la colección de jurisprudencia del Tribunal
Supremo.
Las conexiones no terminan con esto. Además pueden tenerse en cuenta ciertos
Acuerdos del Consejo General del Poder Judicial, así el de 7 de mayo de 1997, de
creación del Centro de Documentación Judicial con competencias de recopilación
jurisprudencial y el de 18 de junio de 1997, donde se regula la remisión de dicha
jurisprudencia al CGPJ.
19. LA PUBLICACIÓN DE LA RESOLUCIÓN JUDICIAL EN MEDIOS DE
COMUNICACIÓN A COSTA DEL INFRACTOR
En la legislación encontramos casos (así, el artículo 138 de la LPI) donde se dispone que
podrá instarse la publicación o difusión, total o parcial, de la resolución judicial o
arbitral en medios de comunicación a costa del infractor (en términos similares se
pronuncia por ejemplo, también el artículo 103 de la LPI alemana). Y nos consta que
esta ley de propiedad intelectual es aplicada de forma frecuente por la jurisdicción
contencioso-administrativa (véase comentario al artículo 3 supra ).
A. EL «QUID» ES LA «INTERPRETACIÓN»
El factor aleatoriedad es un hecho con el que hay que contar, pues, en los procesos
contencioso-administrativos. Más bien, el «factor interpretación» es inherente al
Derecho. Los fallos podrán tener una coherencia interna, ya que no habrá (por lo
general) una contradicción entre el principio o regulación que se escoge y el
pronunciamiento final. El quid estará más bien por qué la mente de un juzgador
enfatiza o se basa en un determinado principio llegando a una conclusión mientras que
otro podrá razonar o concluir de forma diferente y hasta opuesta.
El valor social que se otorga a las sentencias es por ello acaso excesivo, si se contempla
la justicia de esta forma realista. La sociedad ha pasado a confiar sobremanera en el
Derecho, pero siempre hubo, hay y habrá, una realidad metajurídica con que contar.
Siempre hubo un complemento del Derecho, necesario ante la posible frustración del
justiciable, recurrente o recurrido (el mito, la religión, la filosofía, la autoridad,
recientemente parece que la psicología, etc.). Se relativiza, según estas reflexiones, el
significado excesivo que se otorga socialmente a las sentencias. De hecho, éstas se
apelan y el criterio es otro. Sin embargo, socialmente (sobre todo a través de los medios)
se parte del valor del juicio emitido por la sentencia, del que se llega a desprender
incluso una versión ética de los ajusticiados. Las sentencias, sin embargo, no expresan
verdad alguna. Más bien, habría que atribuir en todo caso sentido de verdad a lo que es
sentencia firme . La firmeza, y no la sentencia, por convención social, es lo cierto. Una
ficción, pues.
Todo ello es fruto de una confianza igualmente excesiva en lo racional que es correcto
como punto de partida, pero que finalmente muestra día a día sus limitaciones. Todas
estas reflexiones las he desarrollado con especial detalle en un ensayo con rasgos
novelados y filosóficos, titulado « Juicio a un abogado incrédulo, la aleatoriedad de la
justicia como aleatoriedad de la vida misma. Consuelos para los que un día perdieron un
proceso (Editorial Civitas, Madrid febrero 2016).
En dicho libro 30) busco (pero no encuentro) explicaciones de diverso tipo (psicológicas, o
filosóficas) sobre el fenómeno de la toma de decisiones (acaso en el «arte» en cambio
podría estar la nueva ratio). Explicaciones, por ejemplo, por referencia a Huizinga
(quien llamó la atención sobre la relación etimológica entre administrar justicia y
probar suerte) o al principio de incertidumbre de Heisenberg. O los estudios de
Kahneman, Tversky, Gerd Gigerenzer, a fin de poder encontrar alguna explicación a este
fenómeno. O los experimentos de W. KÖHLER (...), los sesgos, las falacias , que son
argumentos con apariencia de corrección pero que no lo son, la apariencia de engaño, la
sobresimplificación, las sensaciones que igualmente son un elemento que juega un
papel a la hora de decidir. Haciéndose mención especial a la aleatoriedad y las teorías
de la «probabilidad». Relativizando el valor que de costumbre se otorga al principio de
presunción de inocencia al primar finalmente las decisiones de los jueces, basadas en
nobles corazonadas. Para llegar finalmente a observar posiciones sobre la
discrecionalidad judicial.
Viene a ser ésta la libertad que el juzgador tiene para decidir sin infringir el Derecho,
considerando los márgenes de apreciación que este deja. Toda discrecionalidad es algo
inherente a la noción de poder. La discrecionalidad se asociará a un poder público, un poder
establecido. Se relaciona con la noción de poder y por tanto con las ideas de legitimidad y de
competencia de actuar y decidir (I. LIFANTE VIDAL, «Dos conceptos de discrecionalidad jurídica»,
Cuadernos de Filosofía del Derecho, 25 1989).
No han faltado quienes han negado la discrecionalidad judicial, así el formalismo ingenuo del
siglo XIX propio de la escuela de la exégesis en Francia o la jurisprudencia de conceptos en
Alemania, así como más recientemente el formalismo sofisticado o el neoconstitucionalismo
de fines del siglo XX. Para Dworkin, por ejemplo, no hay lugar para discrecionalidad alguna,
ya que el juez no opta entre las soluciones que le parezcan compatibles con la ley, sino que
averigua cuál es, en puridad, exactamente, la solución única que el sistema jurídico reserva
para cada caso. Según todas estas posiciones siempre existe algún método que correctamente
entendido permite al juez aplicar a cada caso que resuelve una única solución correcta, ya
que el juez es mero aplicador del Derecho, nunca su creador y sin que la ideología de un juez
condicione o mediatice nada, ya que más bien el juez se caracteriza por su racionalidad pura.
El sistema jurídico es completo de forma que no hay lagunas; y sin que el juez tenga que
inventar para un caso la solución que ninguna norma preestablecida contempla (J.A. GARCÍA
AMADO, «¿Existe discrecionalidad en la decisión judicial?», Isegoría 35, 2006 páginas 151 y
siguientes).
El problema es el de hasta qué punto ambas partes procesales pudieran tener razón en
el proceso en cuestión. Téngase en cuenta que si el asunto no fuera interpretable, y si la
parte no cree que tiene razón, no invertiría tantos recursos en costas, honorarios etc. –
antes de someterse al contencioso en cuestión, accediendo generalmente a las
pretensiones del contrario; por contrapartida, si el asunto llega a los juzgados es porque
tal asunto es debatible, porque cada parte cree en su verdad, porque existen dos
verdades y razones diversas. Si no fuera así habría además abuso de jurisdicción. En
términos filosóficos, se conoce la epojé, que sirve para definir esta situación en que, al
existir dos proposiciones igualmente defendibles, pero opuestas o contradictorias entre
sí, se impone no hacer nada.
Me remito a la bibliografía citada infra . En este contexto: G. CALVO DÍAZ, AA , 30, 1991; R.
FERNÁNDEZ MONTALVO, «Los límites subjetivos de la eficacia de las sentencias contencioso-
administrativas», Estudios de jurisprudencia , 4, 1993, pp. 83 y ss.; E. GARCÍA DE ENTERRÍA,
«Un paso importante para el desarrollo de nuestra jurisprudencia constitucional: la
doctrina prospectiva en la declaración de ineficacia de las leyes inconstitucionales»,
REDA , 61, 1989, p. 6; A. B. GÓMEZ DÍAZ, RAP , 144, 1997; P. GONZÁLEZ SALINAS, «La eficacia
jurídica de las sentencias», REDA , 46, 1985, p. 257; DE LA OLIVA, Sobre la cosa juzgada
civil, contencioso-administrativa y penal, con examen de la jurisprudencia del Tribunal
Constitucional , Madrid, 1991; RIFÁ SOLER, La cosa juzgada en lo contencioso-
administrativo , Barcelona, 1980; V. R. VÁZQUEZ DE PRADA, «Publicación versus notificación
personal de las resoluciones judiciales: a vueltas con los titulares de intereses legítimos
o de derechos derivados del acto recurrido», REDA , 56, 1987, pp. 581 y ss.
Sobre el tema de los efectos ex nunc de las sentencias, con un planteamiento moderado o
restrictivo J. LEGUINA VILLA, La nueva Ley de Régimen Jurídico de las Administraciones
Públicas y del Procedimiento Administrativo Común , Madrid, 1993, pp. 414 y ss.; F. RUBIO
LLORENTE, REDC , 22, 1988, p. 9; una postura tendente a favorecer los efectos ex tunc , con
apoyo en el artículo 39.1 de la LOTC, se encuentra en ALONSO GONZÁLEZ, REDF , 87, 1995,
pp. 570 y ss.; GARCÍA NOVOA, La devolución de ingresos tributarios indebidos , Madrid, 1993,
p. 139; LÓPEZ MARTÍNEZ/GÓMEZ CABRERA, Jurisprudencia Tributaria , 78, 1996, pp. 23 y ss.
FOOTNOTES
1
«23. La Cour observe que l’ Audiencia Provincial ne rejeta pas l’appel du requérant sur la base
des motifs du jugement de première instance. Au contraire, elle ne se prononça pas sur le fond
des questions soulevées par le requérant, parce qu’elle considéra que le contrat en cause ne
figurait pas dans le dossier de la procédure. Saisie à nouveau dans le cadre de l’action en
nullité, elle paraît avoir voulu corriger cette erreur, sans toutefois expliquer les motifs de cette
contradiction. 24. La Cour relève par ailleurs, que l’Audiencia Provincial ne justifia même pas
par renvoi aux considérations du jugement de première instance, les raisons par lesquelles elle
estima que le contrat objet du litige était un contrat d’arrhes et non un contrat de vente. Elle n’a
pas non plus expliqué les motifs par lesquels un contrat d’arrhes ne pouvait pas faire droit aux
prétentions du requérant. 25. Au demeurant, la Cour note que d’autres questions soulevées par
le requérant sont restées sans réponse, notamment le fait de savoir si la partie défenderesse
avait ou non respecté les obligations dérivées du contrat en ce qui concerne les caractéristiques
de la villa. 26. A la lumière de ces considérations, la Cour estime que l’ Audiencia Provincial n’a
pas dûment motivé le rejet du recours d’appel interjeté par le requérant. Il y a donc eu violation
de l’article 6 § 1 de la Convention».
Y cita esta sentencia de 18 de julio de 2012, «entre otras» –dice– sus sentencias de fechas 10
de junio de 2000 (RJ 2000, 7154) (recurso de casación 919/1996, fundamento jurídico quinto),
29 de junio de 2002 (RJ 2002, 7981) (recurso de casación 1635/1998, fundamento jurídico
segundo), 2 de diciembre de 2003 (recursos de casación 7365/1999 (RJ 2004, 307),
fundamento jurídico segundo y 8074/1999 (RJ 2004, 308), fundamento jurídico segundo), y
17 de mayo de 2006 (RJ 2006, 6967) (recurso de casación 1530/2003, fundamento jurídico
tercero). Y Sentencias del Tribunal Constitucional 182/1994 (RTC 1994, 182), 171/1991 (RTC
1991, 171), 207/1989 (RTC 1989, 207) o 58/1988 (RTC 1988, 58).
5
«Es cierto que podemos observar en las actuaciones la deriva del conflicto hacia otros ámbitos –
incluido el de la jurisdicción penal– como consecuencia de la enemistad que se ha generado
entre los dos vecinos de los números 5 y 7 de la calle Murallas Altas, y de la vías de hechos
utilizadas, pero de ello no podemos deducir la desviación de poder denunciada pues la
actuación municipal que se revisa, al margen de las finalidades urbanísticas expresada ha ido,
en todo momento, encaminada a resolver, de raíz, las lamentable relaciones vecinales, mas ello
se ha realizado desde una posición de equilibrio, ponderación y neutralidad, basada, siempre,
en los informes técnicos tomados en consideración».
J. R. FERNÁNDEZ TORRES, Jurisdicción administrativa revisora y tutela judicial efectiva , Madrid, 1998,
pp. 155 y ss.; F. GARCÍA GÓMEZ DE MERCADO, Problemas procesales de la impugnación de los acuerdos
de los jurados de expropiación , Madrid, 1997.
Continúa diciendo: «Según el artículo 89 de la Ley 39/1988 (no modificado en este particular por
las sucesivas reformas), se trata de “una escala de índices que pondere la situación física del
establecimiento dentro de cada término municipal, atendiendo a la categoría de la calle en que
radique”. La propia expresión que se utiliza evidencia su relación directa con la anterior
regulación relativa al Impuesto sobre la Radicación, tratándose de tomar en cuenta la ubicación
o localización del establecimiento o local dentro del Municipio o término municipal, medida por
la categoría de la calle o vía pública donde esté situado. El artículo 323.1 del Texto Refundido de
18 de abril de 1986 (que reproducía el artículo 67.1 del Real Decreto 3250/1976, de 30 de
diciembre) se refería al señalamiento de un índice “en función de la categoría de la vía pública
en que se encuentre ubicado el local”. A su vez, el artículo 75.2 de la Ley Especial para el
Municipio de Barcelona (Decreto 1166/1960, de 23 de mayo) delegaba en la Ordenanza el
señalamiento de “la clasificación en categorías de las distintas vías o calles, según la
importancia de éstas”, remisión reiterada en el artículo 37.2 del Reglamento de la Hacienda
Municipal de Barcelona, aprobado por Decreto 2086/1961, de 9 de noviembre. Por fin, si bien la
Ley Especial para el Municipio de Madrid (Decreto 1674/1963, de 11 de julio) obvió la cuestión
en su artículo 103, el Reglamento de Hacienda Municipal de Madrid aprobado por el Decreto
4108/1964, de 17 de diciembre, lo mencionó en el artículo 88.2, remitiéndose al establecimiento,
en la correspondiente Ordenanza, de la clasificación de las calles por categorías».
Véase, con ejemplos, J. DELGADO BARRIO, en Estudios Homenaje al Prof. Jesús González Pérez , vol.
II, p. 1213; un ejemplo jurisprudencial de la doctrina del citado artículo 71 puede ser la STS de
30 de marzo de 1998, AA , 41, 1998, § 791; véase también, M. BACIGALUPO, La discrecionalidad
administrativa , Madrid, 1997.
10
11
En la doctrina puede verse J. M. BOQUERA OLIVER, Estudios sobre el acto administrativo , Madrid, 6.ª
Ed., p. 160; R. GÓMEZ-FERRER MORANT, REDA , 14, 1977, p. 394; CALONGE VELÁZQUEZ/GARCÍA DE COCA, REDA
, 73, 1992, p. 89. Más recientemente «Los efectos de la anulación de una ordenanza fiscal no se
extienden necesariamente a los actos dictados al amparo de dicha disposición, salvo que la
sentencia así lo declare expresamente», El Consultor 13, julio 2016, p.1516; L. GÓMEZ MERLO DE LA
FUENTE, «Efectos de la nulidad de una ordenanza fiscal sobre actos de liquidación», Cuadernos de
Derecho Local 32, junio de 2013, pp. 156-166, Fundación Democracia y Gobierno Local; M.
BASSOLS COMA, G. MARTÍN, SORIA MARTÍNEZ, Los efectos de la nulidad de los instrumentos de
planeamiento urbanístico , Pamplona 2017; M. PLAZA GONZALEZ, «La nulidad de los instrumentos de
planeamiento general y la preservación de los actos firmes dictados a su amparo», Revista de
Derecho Urbanístico n. 312 2017.
12
STC 45/1989; véase sobre la cuestión A. BLASCO ESTEVE, REALA , 273, 1997, pp. 13 y ss.; C. CHECA
GONZÁLEZ, Reclamaciones y recursos tributarios , Pamplona, 1997, p. 59 con algunos testimonios
jurisprudenciales que han afirmado efectos ex tunc ; E. GARCÍA DE ENTERRÍA, REDA , 61, 1989, p. 6,
para un estudio de la excepcional STC 45/1989.
13
Véase S. GONZÁLEZ-VARAS IBÁÑEZ, «Los efectos de las sentencias anulatorias de los Tribunales
Constitucionales», RAP , 178, 2009.
14
Puede verse J. CLIMENT BARBERÁ, «La inconstitucionalidad e ineficacia de las leyes y sus
consecuencias», Estudios Homenaje al profesor DIEGO SEVILLA ANDRÉS, Valencia 1984 pp.221 y ss.; J.
TORNOS MAS, «De nuevo sobre el control de los decretos legislativos», REDA 32 1982, J.A.
CALONGE/GARCÍA DE COCA, «Nulidad de pleno derecho y derogación de las normas; reciente doctrina
sobre el artículo 120 de la LPA del Tribunal Supremo», REDA 73, 1992.
15
Las referencias jurisprudenciales las tomo de estos trabajos: Actualidad jurídica (Uría
Menéndez), «Efectos de las sentencias de anulación de instrumentos de planeamiento
urbanístico», internet; J. ÁLVAREZ GONZÁLEZ, «Los efectos de la declaración judicial de nulidad de
los planes generales de ordenación urbana», internet; F. DE COMINGES CÁCERES, «Los efectos de la
anulación judicial de un plan general. La necesaria modulación de la equiparación de planes
urbanísticos y disposiciones reglamentarias. Propuestas de mejora del sistema», RDU 314/2017;
P. CORVINOS LASECA, «La difícil ejecución de sentencias que anulan instrumentos de planeamiento»,
internet; D. GÓMEZ FERNÁNDEZ, «La anulación de un Plan urbanístico ¿deja a la ciudad sin
ordenación?», internet; T.R. FERNÁNDEZ, «El contencioso urbanístico y su necesaria reforma», RAP
203 2017; F. RENAU FAUBELL, «La nulidad radioactiva de los planes urbanísticos por defectos en el
procedimiento de aprobación», internet. Puede verse también J.P. QUINTANA CARRETERO/A. JIMÉNEZ
BUESO/G. RUIZ ARNAIZ (TS, Gabinete técnico), «Doctrina jurisprudencial sobre urbanismo 2010-
2012». Mayor entidad tendrían los estudios de A. GONZÁLEZ SANFIEL, «Límites a la declaración de
nulidad del planeamiento», XII congreso de AEDPA, 2017 o C. TOLOSA TRIBIÑO, «El control judicial
de las alteraciones de los planes urbanísticos: alcance y consecuencias», El Derecho , 10 de mayo
2017.
16
SSTS de 10 de mayo de 2011 (recurso casación 2072/2007), 31 de mayo de 2011 (recurso casación
1221/2009), 1 de junio de 2011 (recurso casación 1854/2009), de 18 de noviembre de 2011
(recurso casación 5883/2008), de 28 de septiembre de 2012 (recurso casación 1009/2011), 18 de
octubre de 2013 (recurso casación 4016/2012), 12 de mayo de 2015 (recurso casación 1920/2013),
25 de mayo de 2015 (recurso casación), 6 de junio de 2015 (recurso casación 1710/2013) y 27 de
noviembre de 2015 (recurso casación 831/2014).
Puede verse C. AGOUES MENDIZABAL, «La modulación de los efectos de la nulidad de los
reglamentos», 2017, poniendo de manifiesto cómo unas veces la omisión de trámites en la
elaboración de un reglamento no ha conllevado los efectos propios de la nulidad (en relación
con la ausencia del dictamen del Consejo de Estado, por todas las sentencias del Tribunal
Supremo de 25 de junio de 2009 [RJ 2009, 6818]).
17
No siempre se produce la reviviscencia (se evita por la vía de la nulidad parcial del reglamento,
por todas STS de 28 de noviembre de 2011 [RJ 2012, 248]; C. AGOUES MENDIZABAL, «La
modulación de los efectos de la nulidad de los reglamentos» 2017.
18
19
20
G. GEIS CARRERAS, «La ejecución de las sentencias urbanísticas», 2.ª ed., Barcelona, Atellier, 436 pp.
(2014); de la misma autora «Cuestiones específicas de la ejecución de sentencias urbanísticas
que inciden en la protección del medio ambiente. Especial referencia al principio de no
regresión del suelo verde urbano», Revista Vasca de Administración Pública, núm. especial 99-
100 Homenaje a Demetrio Loperena y Ramón Martín Mateo, pp. 1525-1545.
21
C. TOLOSA TRIBIÑO, «El control judicial de las alteraciones de los planes urbanísticos: alcance y
consecuencias», El Derecho, 10 de mayo 2017
22
STS de 7 de febrero de 2011 (Roj: 347/2011) y las que ésta cita; F.L. HERNÁNDEZ GONZÁLEZ «Eficacia y
vigencia del planeamiento», en Derecho Urbanístico de Canarias dirigido por Francisco J. VILLAR
ROJAS, 2.ª ed., Madrid pp. 223-278, citas que tomo de A. GONZÁLEZ SANFIEL, «Límites a la declaración
de nulidad del planeamiento», XII congreso de AEDPA, 2017.
23
J.M. DOMÍNGUEZ BLANCO, «Los límites a la acción de nulidad de títulos habilitantes», en Revista de
Derecho Urbanístico y Medioambiente , 2016 305, pp. 17-77.
24
F. RENAU FAUBELL, «La nulidad radioactiva de los planes urbanísticos por defectos en el
procedimiento de aprobación», internet; B. SORO MATEO, «Sobre el alcance de la anulación de
planes urbanísticos por defecto de forma, la anulación de la revisión del PGOU de Cartagena»,
RDU 315 2017.
25
«(...) la declaración de nulidad de este último Real Decreto, debida al motivo formal ya expuesto,
ha de ir acompañada de una limitación temporal –y excepcional– de la eficacia de nuestra
sentencia, limitación que imponen razones imperiosas ligadas precisamente a la seguridad de
la navegación aérea». «Mantener, excepcional y provisionalmente, la eficacia de las
servidumbres aeronáuticas establecidas en el Real Decreto 1422/2012, así como de las medidas
de control impuestas respecto de ellas por aplicación del artículo 29 del Decreto 584/1972, en
tanto en cuanto no se apruebe un nuevo Real Decreto que sustituya al ahora anulado.»
26
«La nulidad inmediata que, como regla y de acuerdo con el artículo 39.1 de la Ley Orgánica del
Tribunal Constitucional, sigue a un pronunciamiento de inconstitucionalidad, debe ser
matizada en este caso concreto ya que todas estas disposiciones se refieren al régimen de
transferencias hídricas a través del Acueducto Tajo-Segura, cuya trascendencia está fuera de
toda duda de suerte que la anulación de las normas antes mencionadas es susceptible de
generar graves perjuicios a los intereses generales. Por tanto, para cohonestar por un lado la
exigencia procedimental del informe previo de la Comunidad Autónoma de Aragón, y, por otro,
los propios intereses de las restantes Comunidades Autónomas afectadas por el trasvase y del
resto de los destinatarios de la norma que podrían experimentar un perjuicio derivado de
vacíos normativos, la nulidad derivada de la declaración de inconstitucionalidad debe quedar
diferida por el plazo de un año, a partir de la publicación de esta sentencia, periodo de tiempo
en el que se deberá proceder a sustituir las normas declaradas nulas una vez observado el
procedimiento del informe previo emitido por la Comunidad Autónoma de Aragón (en el mismo
sentido, STC 164/2013, de 26 de septiembre, FJ 7, y 164/2014, de 7 de octubre, FJ 3, en ambos
casos por referencia a la participación del Parlamento de Canarias)».
27
28
29
Primero, se refiere la sentencia a las pretensiones de parte: «Con fundamento en el art. 138.1
LPI, que dispone que “El titular de los derechos reconocidos en esta Ley... también podrá instar
la publicación o difusión, total o parcial, de la resolución judicial o arbitral en medios de
comunicación a costa del infractor”, reclama el actor la publicación en dos diarios de la máxima
difusión nacional, otros dos en el País Vasco y dos revistas especializadas en arte, nacional e
internacional. La justificación de tal pretensión es la relevancia mediática que ha tenido la
controversia entre autor y consistorio. Para acreditarlo se aporta como doc. nos. 9 de la
demanda, folios 67 y ss. del Tomo I, una serie de noticias publicadas en diversos medios de
comunicación. Estos son la revista de ámbito local HZ, HILERO ZORNOTZAN (folios 68 a 70), y El
Diario Vasco (folios 71 a 74). Este último es una entrevista del propio demandante a tal medio.
También se acompañan como doc. n.º 11 de la demanda, folios 84 y ss. del Tomo I, otras noticias
en Gara (folios 85 a 87), EL PAIS edición nacional (folios 88 y 89), Berria (folio 90), de nuevo El
Diario Vasco (folio 91), EL PAIS edición País Vasco (folio 92), y Noticias de Gipuzkoa (folio 93). En
todos estos casos la noticia tiene como protagonista al demandante u otros autores. Lo que se
percibe, en consecuencia, es que la relevancia de la cuestión queda circunscrita a la Comunidad
Autónoma Vasca y además se ha propiciado por el demandante, que es quien ha dado a conocer
su pretensión de que se respeten los derechos que entiende afectados». Acto seguido, esta
sentencia expresa la finalidad del artículo 138.1 de la LPI (que interesa conocer) y declara
improcedente esta pretensión: «Como parece que la finalidad del art. 138.1 LPI es evitar el
desconocimiento de la actividad infractora y el perjuicio de terceros que la desconocen, se
considera innecesario proceder como se pide y en la extensión que se hace. La controversia
entre las partes no tiene la relevancia pretendida, aunque sin duda las propias partes se la
puedan dar, como consta que han hecho. En todo caso no se ha constatado vulneración de la
Ley de Propiedad Intelectual, sino del contrato suscrito por las partes, en el que no hay
previsión semejante a la del art. 138.1 LPI. Para lo que aquí interesa, salvaguardar el derecho
moral del autor y los términos del contrato, la petición planteada es inútil, bastando con la
publicidad que han propiciado las partes, como se tuvo ocasión de constatar en la celebración
del juicio oral. En consecuencia esta pretensión y la subsidiaria, consistente en la publicación de
un resumen de la sentencia, han de ser desestimadas».
30
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Cuarta Parte. Procedimiento contencioso-administrativo en primera o única
instancia
Capítulo XXX. Otros modos de terminación del procedimiento (artículos 74 a 77 LJCA)
Capítulo XXX
Sumario:
En este sentido, la LJCA de 1956 consiguió, de forma significativa, una regulación del
desistimiento, adecuada además a las particularidades propias del proceso
administrativo, a diferencia de lo que ocurría y ocurre en la Ley de Enjuiciamiento Civil.
Las STS de 21 de febrero de 2006 y la STS de 5 de abril de 2004 –RJ 2004, 2413–
señalan la diferente configuración de esta forma de terminar el procedimiento tras la
entrada en vigor de la vigente; LJCA y sirven para explicar el régimen jurídico de la LJCA
1998:
Se viene admitiendo con toda normalidad que la regulación del desistimiento de la LJCA
se corresponde perfectamente con el «principio dispositivo» (STS de 8 de febrero de
1997): «en los dos ordenamientos (civil y administrativo) hay, por otra parte, una
absoluta conexión entre este instrumento procesal y el principio dispositivo». Es
discutible que esta afirmación pueda defenderse tras los matices que ha introducido el
artículo 74 de la LJCA de 1998, en sus apartados 3 y 4. Más bien, esta regulación
otorga al órgano jurisdiccional facultades desconocidas anteriormente.
En esta línea la STS de 12 de julio de 2006 (RJ 2006, 5907) (recurso 464/2003), tras
afirmar que «el desistimiento no depende de la mera voluntad del recurrente, ya que
una vez solicitado el tribunal oirá a las demás partes y puede rechazarlo
motivadamente», nos informa de un supuesto interesante. El recurrente había iniciado
un proceso para solicitar la extensión de los efectos de otra sentencia que había
reconocido un determinado período vacacional a otro funcionario. Pero además de este
incidente había planteado un recurso contencioso-administrativo. La sentencia
recurrida del TSJ extendió los efectos de la sentencia, estimando el recurso,
presuponiendo que el recurrente desistiría del recurso contencioso-administrativo
interpuesto. En cambio el TS estimó el recurso de casación del abogado del Estado,
alegando litispendencia, entendiendo del modo que acabamos de exponer la aplicación
del desistimiento.
Todo lo anterior significa que, como no podía ser de otra forma, en el proceso
administrativo se manifiesta su carácter espontáneo de proceso público. El proceso
administrativo se aproximaría, más que al civil, al constitucional ( artículos 80 y
86 de la LOTC; STC 2/1995 y los AATC 993/1987, 1093/1987, 33/1993 y 34/1993).
No obsta todo ello para que, en el concreto caso del desistimiento del recurso de
apelación o de casación , el letrado de la administración de justicia sin más trámites
dicte auto en el que declare terminado el procedimiento, ordenando el archivo de los
autos y la devolución de las actuaciones recibidas al órgano jurisdiccional de
procedencia (artículo 74.8).
Por otra parte, la LJCA ha introducido un trámite necesario de audiencia , por parte del
letrado de la administración de justicia, a favor de las demás partes, y en los supuestos
de acción popular a favor del Ministerio Fiscal, por plazo común de cinco días (artículo
74.3).
Una regla tan característica como tradicional del desistimiento (artículo 74.2; antes,
88.2) es la de que «para que el desistimiento del representante en juicio produzca
efectos será necesario que lo ratifique el recurrente o que esté autorizado para ello». Y
si desistiera la Administración Pública, habrá de presentarse testimonio del acuerdo
adoptado por el órgano competente con arreglo a los requisitos exigidos por las leyes o
reglamentos respectivos (ATS de 9 de julio de 1998; artículo 7 de la Ley 52/1997, de
27 de noviembre respecto del Estado).
“El desistimiento, que para ser eficaz debe hacerse pura y simplemente, no consume la
acción, ya que a diferencia de la renuncia a ésta, el único efecto que produce es dar por
terminado el proceso. Lo que ocurre es que en este orden jurisdiccional en que el ejercicio de la
acción está sujeto a plazos de caducidad, generalmente breves, el desistimiento suele llevar
aparejado la extinción de la acción y consiguientemente la firmeza, por consentimiento, del acto
o disposición recurridos, pero no como un efecto propio y directo de este modo anormal de
terminación del proceso, sino porque producido el desistimiento es frecuente que se encuentre
agotado el plazo legalmente previsto para ejercitar de nuevo la acción .
Sin embargo, en este caso, concurren circunstancias, singulares, como a continuación se verá,
que revelan además una voluntad constante del actor dirigida a impugnar las dos
resoluciones a que se ha hecho relación”.
“La doctrina de los autores, la experiencia forense diaria, y también el derecho positivo
permiten distinguir, dentro del concepto genérico del desistimiento como modo anormal de
terminar un proceso, una modalidad específica de tal figura procesal que hace en un
momento posterior al desistimiento propiamente dicho y que es el apartamiento. Cuando un
demandante, o recurrente en esta vía jurisdiccional, se separa del proceso por él entablado
en cualquier momento antes de dictarse sentencia, estamos en presencia del desistimiento
‘stricto sensu’ con los efectos fundamentales de que la acción queda imprejuzgada .
Cuando ya se ha dictado sentencia en primera instancia, y ese demandante o recurrente, la
apelan y posteriormente se separan de la apelación, la cuestión de fondo ha quedado resuelta
con producción de los efectos de cosa juzgada formal y de cosa juzgada material si pretendiera
entablarse un nuevo proceso sobre lo mismo. Esta es la figura del apartamiento” . (...) El
motivo, pues, como hemos anticipado, debe rechazarse.».
Por su parte, la STS de 12 de julio de 2012 (RJ 2012, 8483) considera inadmisible la
acción de nulidad de revisión de oficio en un supuesto en que previamente se había
ejercitado aquella por otra empresa, con posterior desistimiento deviniendo por tanto el
acto firme
A. INCIDENCIAS PROCESALES
La LJCA de 1998 regula de forma original los efectos que se producen cuando el Juez o
Tribunal constaten una infracción manifiesta del ordenamiento jurídico. El nuevo
artículo 75 dispone que en estos casos el órgano jurisdiccional comunicará a las partes
los motivos que pudieran oponerse a la estimación de las pretensiones y las oirá por
plazo común de diez días, dictando luego la sentencia que estime ajustada a Derecho
(STS de 6 de febrero de 1980).
A su vez, esto no quiere significar, sin embargo, que el Tribunal pueda pretender suplir
la omitida actividad probatoria de la Administración, impidiendo la prosperidad de las
justas pretensiones de los administrados, estimando por tanto acreditadas cualesquiera
circunstancias fácticas, no alegadas o demostradas (STS de 28 de enero de 1998).
Téngase en cuenta además que «si fueren varios los demandados, el procedimiento
seguirá respecto de aquellos que no se hubiesen allanado» (artículo 75 in fine de la LJCA
de 1998; SSTC 95 y 96/1998).
Esta regla plantea asimismo problemas jurídicos; en estos casos deberá garantizarse la
presencia en el proceso de los demandados. Esto es importante porque si a éstos no se
les da traslado del escrito de allanamiento, a fin de exponer la oposición al
allanamiento, se vulnera el derecho a la tutela judicial efectiva (SSTC 95 y 96/1998).
B. REQUISITOS FORMALES
El allanamiento exige además ciertos requisitos formales que pueden tener especial
relevancia procesal. En principio, los demandados podrán allanarse cumpliendo los
mismos requisitos que acabamos de estudiar para el desistimiento ( artículo 75.1 de la
LJCA). Nos referimos concretamente al requisito de ratificación o autorización para
allanarse por parte del representante de la Administración Pública. Así, la STS de 19 de
julio de 1997 FJ 1, estima que el allanamiento de la Entidad demandada no tiene
virtualidad suficiente para decidir el presente recurso, por cuanto en los autos no consta
la ratificación por la Entidad municipal del escrito en que la Letrada de los Servicios
Jurídicos lo participó al Tribunal. Añade el Tribunal que, aunque así se hubiera
acreditado, tampoco consta que el Decreto de la Alcaldía acordando el allanamiento
tuviera autorización previa del Pleno Municipal, o hubiera sido ratificado por éste
expresamente.
Este supuesto sirve para recordar ciertos preceptos de la legislación local, cuya cita no
es inoportuna en este contexto. Debe concretamente recordarse que el artículo 21.1.i
de la Ley de Bases de Régimen Local de 2 abril 1985 sólo permite al Alcalde «ejercitar
acciones judiciales y administrativas en caso de urgencia», no estando por tanto el
allanamiento permitido al Presidente de la Corporación Local. Por su parte, el
artículo 24 del Real Decreto Legislativo 781/1986, de 18 abril, como es lógico, no
comprende disposición alguna sobre este tema y el artículo 41 del Real Decreto
2568/1986, de 28 noviembre (Reglamento de Organización, Funcionamiento y Régimen
Jurídico de las Entidades Locales) se limita a reproducir el artículo 21.1.i de la LBRL.
A lo largo de este trabajo estamos mostrando una cierta preocupación por la posición
procesal del codemandado, ante prácticas que ponen en entredicho la corrección del
sistema. Así, al estudiar la admisión del recurso del particular recurrente opinábamos
que la flexibilidad con que se entiende la admisibilidad del recurso contencioso-
administrativo (y la interpretación pro actione y pro administrado) tiene sentido cuando
más cuando en el proceso litiga un particular contra la Administración, pero no se siente
esta necesidad de tal forma cuando existe un tercero, codemandado, que puede sufrir la
tramitación de un proceso en su contra (recursos contra nombramientos de
funcionarios, por ejemplo).
Pues bien, en materia de allanamiento, no es descartable que esta misma actitud (de
pensar, del lado de la parte recurrida, solo en el acto administrativo, y su autora la
Administración) se refleje o manifieste.
Así, la sentencia del TSJ de Andalucía, sede de Málaga, de 17 de diciembre de 2008 llega
a afirmar (en el FJ 4.º) que «la postura procesal adoptada en las presentes actuaciones
por el Ayuntamiento de..., allanándose a las pretensiones de las partes recurrentes, trae
aparejado el expreso reconocimiento de la ilegalidad de la licencia impugnada con las
consecuencias anulatorias pretendidas» .
En este contexto de una cierta confusión, la dirección correcta se fija en las siguientes
resoluciones judiciales:
La STS de 21 de abril de 2004 afirma la necesidad de que, cuando se allana una parte
demandada, se otorgue una oportunidad no sólo en sentido formal sino también en
sentido material de defenderse en el proceso a las demás partes codemandadas. Esta
sentencia ordena, en consecuencia, la retroacción de actuaciones para que la sentencia
considere materialmente las alegaciones de la contestación de la demanda de la parte
codemandada a la que sólo se le otorgó una posibilidad formal y no material de
defenderse porque la sentencia hizo caso omiso de sus consideraciones:
«E incluso se adiciona en el apartado tercero del art. 89 LJCA 1956 “que si fueren varios
los demandados el procedimiento seguirá respecto de aquellos que no se hubieran allanado”.
Constatamos, pues, que a diferencia de lo que acontece en la jurisdicción civil donde rige el
principio dispositivo de las partes, en la jurisdicción contencioso-administrativa el Tribunal
ante un allanamiento no está obligado a dictar sin más razonamiento una sentencia
estimatoria. Regulación similar se encuentra en la vigente LJCA 29/1998, de 13 de julio, en su
artículo 75.2.
Reiterada resulta la doctrina del Tribunal Constitucional (entre otras muchas las STC
55/1987, de 13 de mayo (RTC 1987, 55), 184/1995, de 12 de diciembre (RTC 1995, 184),
47/1998, de 2 de marzo (RTC 1998, 47), etc.) acerca de que la exigencia de motivación que
hemos de engarzar con la tutela judicial efectiva ofrece una doble función. Por una parte,
exterioriza las reflexiones que han conducido al fallo, como factor de racionalidad en el
ejercicio del poder y, a la vez facilita su control mediante los recursos que procedan, sin que
sea exigible un pormenorizado análisis de todas y cada una de las cuestiones planteadas por
las partes.
Bajo tales criterios debe aceptarse el alegato de la recurrente de que la sentencia no cumple con
la citada exigencia constitucional ya que ni entró a valorar ni tan siquiera para rebatir los
alegatos de la parte codemandada ni tampoco optó por seguir el procedimiento respecto a ella.
Se incumplió así el contenido del art. 89 de la LJCA 1956 lo que determina que deba casarse
la sentencia recurrida ordenando retrotraer las actuaciones al momento de dictarse
sentencia en que la Sala de instancia deberá pronunciarse con plenitud de jurisdicción acerca
del Decreto impugnado en cuyo examen no puede entrar este Tribunal Supremo por razón de
las normas sustantivas en que se fundamenta el recurso».
Esta sentencia dio origen a la posterior STS de 17 de junio de 2009 donde el Supremo
considera, sin embargo, que una vez que se tramitó en instancia el proceso el
Ayuntamiento fue oído sobre sus alegaciones, con lo que procede desestimar el recurso
de casación y confirmar la sentencia del TSJ: «Tampoco lleva razón el Ayuntamiento
recurrente al sostener que la sentencia carece de motivación suficiente y que el tribunal
de instancia no ha respetado lo dispuesto en la; sentencia de esta Sala de 21 de abril de
2004, alegaciones que analizamos de modo conjunto». La razón de ser de nuestro fallo
precedente fue el automatismo en la aceptación del allanamiento por parte de la Sala de
Valencia que no prestó en su sentencia de 13 de febrero de 1998 la atención debida a los
reparos u objeciones opuestos por el Ayuntamiento codemandado. Consideramos, por el
contrario, que en la sentencia ahora sujeta a nuestro enjuiciamiento el tribunal de
instancia da una respuesta suficiente –quizá en exceso sucinta, pero bastante– a
aquellas objeciones. Subraya la Sala territorial el cumplimiento de los elementos
reglados del acto (destaca de modo especial la competencia para adoptarlo del Gobierno
autonómico y la validez de la autorización concedida a su representante en juicio) y
considera que al aceptar el allanamiento no debe «sustituir a la Generalidad
Valenciana» en la apreciación de las razones de oportunidad que inspiran su decisión.
Y merecen ser igualmente citadas las SSTC 95 y 96/1998 cuando recuerdan que debe
cumplirse el principio de contradicción. Según la primera de ellas «es de reiterar que la
personación de aquél en los correspondientes procesos había tenido lugar en calidad de
codemandado, y no meramente de coadyuvante, de donde se infiere que el modo
concreto de terminación de los procesos de que trae causa este proceso desconoció el
terminante mandato del art. 89.3 LJCA, y, por ende, vulneró el derecho del
comparecido como codemandado a efectuar, en defensa de su derecho, cuantas
manifestaciones y alegaciones tuviere por conveniente, a cuyo efecto resultaba
inexcusable que el mismo hubiera tenido la oportunidad de exponer su oposición al
allanamiento de la Administración demandada, así como, obviamente, a las razones en
que se fundaban las pretensiones de los demandantes, permitiendo así al órgano
judicial verificar si, efectivamente, los actos impugnados eran disconformes o no con el
ordenamiento jurídico. En consecuencia, debe estimarse que el fallo dictado por el
órgano a quo ; sin haber dado oportunidad al codemandado de expresar su postura ha
vulnerado su derecho a un proceso con todas las garantías, en cuanto componente
esencialísimo de la tutela judicial efectiva (por todas, STC 64/1995)».
Considerando los cambios de gobierno que pueden ocasionarse, por ejemplo, tras unas
elecciones municipales, o anticipadamente, se plantean en ocasiones situaciones
rocambolescas relativas a recursos planteados por concejales de la oposición que
pueden después convertirse en Alcaldes, situándose de facto en la doble posición de
parte demandada y de parte recurrente.
Estamos ante situaciones sin respuesta legal, más allá de lo que se impone por sentido
común. Consideramos que en estos casos un allanamiento debe observarse con reservas
por el órgano jurisdiccional. Asimismo, en estos casos, especialmente, habrá que evitar
indefensión de la parte codemandada (así, por ejemplo, en materia de personal o de
urbanismo o de adjudicaciones contractuales).
La satisfacción procesal a veces podrá verse nítida en la práctica, pero otras veces puede
requerir un proceso de interpretación y hasta persuasión sobre el órgano jurisdiccional
a efectos de hacerlo ver que se ha producido una situación tal, que lleva al éxito o
estimación del recurso interpuesto. De ahí que no sea baladí esta cuestión.
A veces la satisfacción procesal se confunde o relaciona más o menos con la pérdida del
objeto del proceso.
El Tribunal Supremo, en auto de 28 de mayo de 2007 (JUR 2007, 241180), rec. 47/2006
(caso de «Opa de Gas Natural sobre Endesa») archivó el caso por pérdida sobrevenida
del objeto del recurso contencioso-administrativo interpuesto contra el acuerdo del
Consejo de Ministros de 3 de febrero de 2006, por el que se subordinó la operación de
concentración económica consistente en la toma de control de Endesa por parte de Gas
Natural al cumplimiento de determinadas condiciones. El fallo analiza el presupuesto de
la pérdida del objeto procesal como causa de terminación del proceso: «no puede
descartarse esta causa de terminación del proceso en atención a una eventual
posibilidad de que una sentencia estimatoria pueda producir efectos ventajosos para
una de las partes para posibles procesos similares en un futuro». Por otra parte, «la
hipotética reclamación por daños derivados de la suspensión cautelar no es suficiente
para fundamentar la continuidad del proceso. No procede la indemnización solicitada
por Endesa de los gastos consistentes en honorarios y comisiones abonadas a los
asesores en relación con la OPA de Gas Natural» (puede verse el voto particular).
Para las diferencias entre pérdida del objeto procesal y satisfacción extraprocesal de la
pretensión puede citarse la STS de 3 de diciembre de 2013 (RJ 2013, 7974) (rec.
2120/2011), incidiendo en que en la primera la razón de la desaparición del proceso
es ajena a la voluntad de las partes . Otra cosa es que toda satisfacción extraprocesal
propiamente dicha pueda llevar asimismo a que el proceso pierda objeto o sentido; o
que cuando el proceso pierde objeto (porque por ejemplo incide un hecho externo de tal
tipo) se produzca al mismo tiempo una satisfacción de las pretensiones de la parte.
Puede verse también la STC 102/2009.
Otro ejemplo puede ser el de todos aquellos casos en los que el acto o disposición objeto
del litigio es anulado en otro proceso, dejando sin contenido el pleito pendiente. Así, la
STS de 1 de febrero de 1985 concluye que «la sentencia anulatoria del Decreto
3632/1974 deja sin contenido el presente pleito», ya que para resolverlo sería obligado
entrar a examinar y valorar preceptos legales inexistentes por haber sido invalidados en
vía jurisdiccional. Consecuentemente, la «primera» anulación deja sin objeto el pleito en
trámite, debiéndose extender los efectos de aquella sentencia a favor de los actuales
recurrentes (STS de 24 de marzo de 1984; STS de 1 de marzo de 1983; STS de 4 de marzo
de 1994, con otras referencias jurisprudenciales; STS de 4 de marzo de 1995; STS de 24
de noviembre de 1983; STS de 3 de marzo de 1983; STS de 15 de febrero de 1983).
Unas veces la apreciación de esta causa será clara; en otras ocasiones habrá que
interpretar o incluso descubrir las intenciones reales de la parte que alega tal pérdida
del objeto del proceso. Tanto demandante como demandado podrán hacerla valer
durante el proceso.
SEGUNDO. Durante la larga tramitación del proceso, motivada por haberse suspendido el
recurso contencioso-administrativo al promoverse conflicto de competencia por la Junta de
Galicia ante el Tribunal Constitucional, y que más tarde desistió del mismo, se ha producido la
derogación expresa del Reglamento impugnado , por el Real Decreto 1211/1990, de 28
septiembre, por el que se aprueba el Reglamento de la Ley 16/1987, de 30 julio, de
Ordenación de los Transportes Terrestres.
Tratándose el presente, de un recurso directo contra aquel Real Decreto, y no contra actos de
aplicación singular del mismo, y pretendiéndose la expulsión del ordenamiento jurídico de
normas, que a juicio del recurrente son ilegales, la derogación sobrevenida priva a la
controversia de cualquier interés o utilidad real al haber desaparecido su objeto ;
debiendo traerse a colación, a este respecto, la doctrina del Tribunal Constitucional, en
relación con los recursos de inconstitucionalidad, pero que es perfectamente aplicable a los
recursos directos contra reglamentos, como es el del caso presente, según la cual –Sentencias
111/1983, 199/1987 y 385/1993 (esta última referida precisamente al Real Decreto Legislativo
que se recurre en el proceso)– “cuando a lo largo de la tramitación de un recurso de
inconstitucionalidad –recurso abstracto y orientado a la depuración objetiva del
ordenamiento– pierda su vigencia el precepto legal controvertido, tal circunstancia
sobrevenida habrá de ser tenida en cuenta por este Tribunal para apreciar si la misma
conlleva la exclusión de toda aplicabilidad de la Ley”, y añade, “si así fuera no habrá sino
reconocer que desapareció, al acabar su vigencia, el objeto de este proceso constitucional
que, por sus notas de abstracción y objetividad, no puede hallar su exclusivo sentido en la
eventual remoción de las situaciones jurídicas creadas en aplicación de la Ley, acaso
inconstitucional”.
En aplicación de esta doctrina, hay que desestimar el recurso por falta de objeto , como el
propio recurrente reconoce en su escrito de conclusiones, sin perjuicio de los recursos contra
actos no firmes de aplicación singular de la disposición recurrida.
Sobre la derogación de una norma, como motivo de pérdida del objeto procesal de otros
procesos, puede verse también la STS de 2 de junio de 2009 (RJ 2009, 6430) rec.5/2007
y la STS de 24 de septiembre de 2013 (RJ 2013, 7495) (rec.4676/2010).
Esta doctrina no se refiere sólo a casos de pérdida del objeto del proceso por motivos de
derogación de una norma. Pero lo más habitual es que la pérdida del objeto del proceso
se refiera a actuaciones o actos de la Administración que provocan la ausencia
sobrevenida de interés del proceso judicial. En este ámbito, la pérdida de objeto del
proceso por actuaciones podrá llevar simplemente a observar si fácticamente el nuevo
acto o circunstancia provoca la pérdida del objeto del proceso. Lo corrobora
primeramente la sentencia del TSJ del País Vasco de 31 de octubre de 2000:
«TERCERO. Con posterioridad a la resolución impugnada se han producido otras actuaciones
(...). Al haberse atendido la petición del demandante de ejecutar por sí mismo las operaciones
a que se contraía la orden de ejecución, revocando la adjudicación de las operaciones y
dejando sin efecto la expedición del recibo para la exacción cautelar del importe de los
trabajos, ello tiene como consecuencia que el recurso ha sido privado de objeto, pues implica
dejar sin efecto la ejecución subsidiaria que, por esa razón, carece de eficacia y
consecuencias. En efecto, con independencia del reconocimiento de la satisfacción
extraprocesal de las pretensiones, cuando un acto administrativo posterior modifica
la situación en litigio hasta el punto de determinar la desaparición real de la
controversia se produce la pérdida del objeto del proceso (STS 8 de mayo de 1997) , lo cual
conduce a la desestimación del recurso».
Por su parte la STSJ del País Vasco de 28 de mayo de 2001 relaciona la pérdida del objeto
del proceso con la pertinente declaración de inadmisibilidad del recurso:
« CUARTO . Sentado lo anterior, debemos analizar la causa de inadmisibilidad opuesta por el
Ayuntamiento de... y por el codemandado, por pérdida del objeto del proceso al haber sido
satisfechas en vía administrativa las pretensiones deducidas por el actor en su escrito de 13
de mayo de 1997. La causa de inadmisibilidad debe ser estimada , en la medida en que no
cabe ninguna duda de que las pretensiones oportunamente deducidas ante la Administración
por el actor fueron satisfechas en vía administrativa mediante los Decretos nos 211 y 212 de
1997, en los que el Ayuntamiento ordenó incoar expediente sancionador por las obras que
inquietan al recurrente y Asimismo, la incoación de expediente administrativo dirigido a la
restauración de la legalidad urbanística».
Puede citarse también la sentencia del TSJ de Castilla y León (Valladolid) de 15 de marzo
de 2007:
Como antes advertía, la pérdida del objeto del proceso ha sido matizada por los
tribunales en casos de derogación de normas, cuando «dicho objeto de la actividad
jurisdiccional es no sólo la decisión sobre la vigencia de la disposición cuestionada,
“sino también sobre la adecuación a Derecho de ésta desde su nacimiento”, sin que
dicha última parte del objeto del proceso esté supeditada, en todo caso, a la
circunstancia de que aquella vigencia permanezca cuando se resuelva el asunto, pues
tal limitación no existe en el texto del artículo 39 de la Ley de la Jurisdicción
Contencioso-Administrativa, ni puede deducirse con carácter general y absoluto de su
interpretación finalista y conjunta con el resto de la Ley de la que forma parte» (por
todas, STS de 22 de octubre de 1998).
Podrá ser el litigante quien intente persuadir al juzgador de que se ha producido esta
circunstancia, presentando un escrito al efecto, en el cual posiblemente haya que añadir
que se está ante un hecho nuevo , con apoyo en la LEC (artículo 286). Tal escrito se
apoyaría, jurídicamente, en sentencias como las que relatamos seguidamente y en la
LEC donde se afirma la posibilidad de formular escrito de ampliación de hechos
(téngase en cuenta dicha LEC cuyo articulado da opciones para poder proponer pruebas
en caso en que la parte contraria no reconozca el hecho nuevo, así como una posible
vista: artículos 286.3 y 393.4 de la LEC; principio de contradicción y artículo
24.2 CE, sin perjuicio en su caso de las facultades de la Sala en el contexto de las
diligencias finales, artículos 435 y 271 de la misma LEC).
Es cierto que la antigua sentencia de 12 diciembre 1934, que como precedente se invoca por
la Diputación (...), habla de pérdida de objeto, pero en otro sentido, ya que, por un lado, no se
refiere a la impugnación directa de Disposiciones Generales, sino de un acto administrativo
concreto de concesión de un ferrocarril por el Ministerio de Fomento, discutiéndose la
competencia, que reclamaba el Ayuntamiento de..., y por otro lado la Sala consideró sin
objeto dicha pretensión al haberse producido la renuncia del solicitante a la referida
concesión, a lo que se sumaba –para fundar la apreciación de temeridad y no la pérdida de
objeto– el haber “quedado sin vigencia la legislación que pudo dar vida a esa acción”.Es decir,
lo que la sentencia citada vino a declarar fue que la derogación de las Normas invocadas para
sostener una competencia es causa de condena en costas. Cierto es también que las
Sentencias de esta Sala de 3 febrero y 23 junio 1997, admiten la de pérdida del objeto del
proceso , en el caso de derogación de la norma impugnada, poniéndolo en relación con la
doctrina al respecto del Tribunal Constitucional, en cuanto a las Leyes (en Sentencias
111/1983, 199/1987, y 365/1993), que, a su vez, la condiciona a que dicha derogación conlleve
“la exclusión de toda aplicabilidad”.También la sentencia de esta Sala de 27 mayo 1997
admite que pueda producirse la pérdida de objeto sobrevenida por derogación de las
disposiciones impugnadas, pero lo hace en un supuesto de fijación de la estructura orgánica,
dependencias y competencias internas del desaparecido Ministerio de Justicia e Interior, que
no solamente ya no pueden tener efectividad alguna, sino que –como la referida sentencia
reconoce– la pretensión ejercitada “ya ha sido satisfecha por el propio Gobierno”».
Seguidamente, esta STS nos expone la procedencia de la pérdida del objeto del proceso,
reafirmando no obstante el razonamiento del párrafo anterior:
«En conclusión, en los supuestos de impugnación directa de disposiciones generales, cabría
hablar de pérdida de objeto únicamente en los casos en que, por mor de la naturaleza
intrínsecamente transitoria de la disposición combatida o de la fórmula empleada en su
derogación expresa, quedara privada de cualquier clase de efectos directos o indirectos,
operándose una verdadera abrogación, o se viniese a reconocer por la Administración
demandada la improcedencia y antijuridicidad de su promulgación, circunstancias que no
concurren en el presente caso, pues es evidente que no se ha producido lo segundo y en
cuanto a los posibles efectos posteriores de la disposición derogada, están expresamente
previstos en la disposición transitoria primera de la Norma Foral 5/1993, de 24 de
junio, que vino a sustituirla, como ha puesto de manifiesto el Abogado del Estado al formular
alegaciones en el presente incidente.
CUARTO. Hasta aquí ha quedado aclarado que, en la apelación de que dimana el presente
incidente, esta Sala no venía obligada a abstenerse de dictar sentencia y en su lugar concluir
anormalmente el proceso mediante auto declaratorio de su pérdida de objeto, por haberse
producido en el “ínterin” la derogación de la Norma Foral impugnada, al no concurrir las
extraordinarias circunstancias, antes referidas, que podrían hacer viable tal
pronunciamiento.
Pero es que, aunque así fuera, es decir, en el supuesto de que realmente la posterior
derogación de la Norma impugnada hubiera producido la efectiva de pérdida del objeto del
proceso y habiendo sido más procedente no hacerlo, la Sala hubiera dictado una sentencia
carente de efectos prácticos (aparte de que –paradójicamente– la inutilidad del fallo podría
arrastrar la ausencia de interés y por lo tanto de acción de los promotores del incidente),
además no por ello hubiera incurrido en incongruencia y menos en la productora de la
nulidad que permite el excepcional y específico incidente que regula el artículo 240 de la
Ley Orgánica del Poder Judicial, según la reforma operada por la Ley Orgánica 5/1997 3)
».
«SEGUNDO. Por lo que a las inadmisibilidades se refiere no puede hablarse de pérdida del
objeto del proceso , pues si bien es cierto la Orden de 10 de junio de 1999, inicialmente
objeto del presente recurso, fuera derogada por la Orden de la misma Conselleria de fecha 4
de octubre de 2000, también lo es que el recurso fue posteriormente extendido a esta segunda
Orden».
Otro caso de pérdida del objeto procesal puede ser el aludido en el FD 3 de la STS de
22 de marzo de 2012 (RJ 2012, 5094) (rec. Casación 1656/2008): «en consecuencia, resulta
indudable que el recurso que ahora decidimos ha perdido su objeto, en la medida en que la
Ponencia de Valores combatida por el Ayuntamiento recurrente ya ha sido anulada por
una sentencia firme, lo que produce los efectos previstos en el art. 72.2 de la LJCA para
todos los interesados» .
Puede citarse también la STS de 23 de octubre de 2013 (RJ 2013, 7010) (rec.
2316/2011): la anulación judicial del deslinde en otro proceso comporta la anulación del
acto impugnado en el proceso de tal sentencia de 23 de octubre de 2013, alegando
motivos de seguridad jurídica y el artículo 72.2 de la LJCA («efectos para todas las
personas afectadas»).
O la STS del 22 de noviembre del 2013 (RJ 2014, 464) (rec.3720/2011) que declara que
”La anulación de la liquidación – por sentencia sobrevenida- comporta la consiguiente
anulación de la sanción, lo que determina la necesidad de desestimar el recurso de
casación interpuesto por el Abogado del Estado, por pérdida de objeto” .
Lo curioso es que a veces el Tribunal Supremo aprecia la falta de objeto la mayor parte
de las veces por sentencia, aunque no faltan casos en que termina por Auto ( Auto de
25 de noviembre de 2013 (JUR 2013, 373979) , rec. 605/2013).
Señala el magistrado J.R. CHAVES que el problema de fondo de este instituto críptico de
la “pérdida de objeto” radica en que incluso en los supuestos en que la pérdida material
de objeto determina la fulminante terminación (p.ej. recurso sobre declaración de ruina
y la casa de desploma; o pretensión sobre jubilación y el interesado fallece durante el
litigio) el mundo contencioso-administrativo presenta la singularidad de que el ejercicio
de acciones de responsabilidad o indemnizatorias (pretensión de condena) puede
ejercerse simultáneamente con la acción de impugnación de la actuación
supuestamente ilegal (pretensión de anulación) o bien sucesivamente, esto es, tras
obtener la sentencia declarando la ilegalidad de una actuación administrativa, caso en
que el interesado dispondría de un año para ejercer reclamaciones de indemnización
por responsabilidad patrimonial derivada de tal acto de ilegalidad probada.
Y así se evidencia que si existe pérdida de objeto del litigio en casos similares al
expuesto, si se archiva al existir un pronunciamiento judicial paralelo sobrevenido y
declarativo de la ilegalidad de la actuación, se cierran las puertas a las acciones de
responsabilidad. O sea, el interesado que no sabía que existía un pleito paralelo ni que
el mismo se zanjaría primero por sentencia estimatoria, puede tropezarse con un Auto o
Sentencia que no invalida actuación alguna, sino que da por terminado su asunto por
aquélla circunstancia, y para mas inri, en algunas ocasiones, con las costas, pese a que
como ha declarado con sentido común el propio Tribunal Supremo ”no procede
imponer las costas procesales a la parte recurrente en casación, de conformidad con los
previsto en el art.139.2 LJCA, dado que las razones que determinan la pérdida
sobrevenida de objeto son ajenas a la actuación procesal desplegada por esa parte en las
presentes actuaciones”(STS 23/10/13).
4. EL ARTÍCULO 77 DE LA LJCA
Este precepto conduce a la observancia de si se cumplen los requisitos para que pueda
de esta forma darse por válido un acuerdo transaccional poniendo fin al proceso. Un
buen ejemplo, en sentido positivo, es la STSJ de La Rioja de 30 de enero de 2002 (JUR
2002, 75157):
«Se cumplen los requisitos del artículo 77 LJCA: 1) Se establece en la fase de ejecución de
sentencia (la doctrina la admite) 2) se dan los requisitos subjetivos porque han intervenido la
parte ejecutante (solicitante de ejecución) y la Administración , ya que no es necesario la
intervención de la persona codemandada, al no ser titular de ningún derecho en la ejecución
derivado del fallo de la sentencia que se ejecuta y 3) se ha realizado sobre materia sometida a
transacción, al reclamarse una cantidad por imposibilidad de ejecución de la sentencia en sus
propios términos (retroacción de las actuaciones al momento de constituirse la comisión de
revisión) y es la propia Administración la que ha reconocido que la contratación para el curso
académico 1995-1996 debió realizarse a favor del hoy ejecutante y como consecuencia de que
dicho contrato fue prorrogado en cursos sucesivos, entiende que dicha prorroga se deriva del
contrato inicial y por tales cursos ha de ser indemnizado ».
Pero también pueden considerarse otras normas en este mismo sentido (la Ley
31/2007, de 30 de octubre, sobre procedimientos de contratación en los sectores del
agua, la energía, los transportes y los servicios postales donde se regula un trámite de
conciliación; SAN de 13 de marzo de 1995 AA , 34, 1998, § 662). En este contexto, y sin
salir de la LJCA puede, igualmente, citarse el artículo 29.1 in fine , cuando prevé que la
acción procesal allí regulada sólo puede ejercitarse de «no haberse llegado a un acuerdo
entre los interesados y la Administración».
Por otra parte, la transacción del artículo 77 de la LJCA tiene un carácter plenamente
judicial que hace que se diferencie también de la satisfacción extrajudicial de la
pretensión.
NOTA BIBLIOGRÁFICA
Sobre la conciliación , M. F.CLAVERO ARÉVALO, REVL , 74, 1954, pp. 161 y ss.; P.CHACÓN
VILLAR/A.DESDENTADO BONETE, Reforma y crisis del proceso social , Pamplona, 1996, pp. 233 y
ss.; M.CORTADA ESTEVE, «El arbitraje: un medio alternativo en la justicia administrativa»,
RVAP , 51, 1998; F.DELGADO PIQUERAS, La terminación convencional del procedimiento
expropiatorio , Pamplona, 1995; R.ESCOBAR GIL, en Estudios en homenaje al Profesor JESÚS
GONZÁLEZ PÉREZ, Madrid, 1993, pp. 2445 y ss.; G.GARCÍA ÁLVAREZ, en RAAP , 6-7, 1995, pp. 695
y ss.; J. A.GARCÍA-TREVIJANO FOS, Los convenios expropiatorios , Madrid, 1979; N.GONZÁLEZ-
CUÉLLAR SERRANO, Los procedimientos tributarios: su terminación transaccional , Madrid,
1998; J.GONZÁLEZ PÉREZ, RAP , 145, 1998, pp. 7 y ss.; J.HORTALA Y VALLVE, «El arbitraje en
materia tributaria», Crónica tributaria , 79, 1996, pp. 55 y ss.; A.HUERGO LORA, Contratos
sobre los actos y potestades administrativas , Madrid, 1998; del mismo autor, Los
convenios urbanísticos , Madrid, 1998; J. M.TRAYTER JIMÉNEZ, RAP , 143, 1997, pp. 93 y ss.
En función del caso planteado podría valorarse la posibilidad de enfocar el escrito con apoyo
del «incidente de nulidad de actuaciones» (ATS de 2 de julio de 1998: «Incidente de nulidad de
actuaciones», art. 240 LOPJ), pudiendo los órganos jurisdiccionales incluso de oficio
observar la circunstancia de pérdida del objeto del proceso o la causa de nulidad de los actos
judiciales para deducir la imposibilidad de proseguir el proceso judicial. «De oficio o a instancia
de parte» afirma el artículo 240.2 de la LOPJ 6/1985, de 1 de julio, sin perjuicio de poder
Asimismo, afirmar esta petición en conclusiones. Este interés deberá atender a los artículos
240 y 241 de la LOPJ.
3
Añade la sentencia. «En efecto, no puede negarse la congruencia del fallo porque, según el
artículo 43.1 de la Ley de la Jurisdicción en relación con el artículo 69.1 de la misma y los
artículos 524 y 359 de la Ley de Enjuiciamiento Civil, ha de medirse por su adecuación a
las pretensiones de las partes, concretadas en sus escritos de demanda y contestación y en el
caso de autos es patente que fueron: por la parte actora que se anulara la Norma Foral
impugnada, y por las partes demandadas que se mantuviera su validez y si se resolvió lo
primero, lo mismo que si se hubiera resuelto lo segundo, no puede hablarse de incongruencia
alguna, cualquiera que fuera el reflejo en la realidad del pronunciamiento judicial. Por otra
parte la nulidad cuya declaración permite la nueva redacción dada al artículo 240 LOPJ, está
estrechamente relacionada con los derechos fundamentales, así lo anuncia expresamente la
exposición de motivos de la Ley Orgánica 5/1997 cuando dice que con la reforma “queda
planteada en términos más razonables la cuestión del desarrollo legal del apartado 2 del
artículo 53 de la Constitución, acerca de la tutela judicial ordinaria, por cauces preferentes y
sumarios de los derechos fundamentales”. Por lo tanto, lo mismo que los defectos formales
capaces de generar la anulación de una sentencia no susceptible de otro recurso, han de estar
directamente relacionadas con la indefensión, la incongruencia no puede ser cualquier
diferencia entre lo pedido y lo resuelto, sino que a la que se refiere el número 3 del artículo
240 LOPJ es únicamente a aquella que se produce cuando, apartándose el fallo de las
pretensiones de las partes, sitúa a alguna de ellas en indefensión, al resolver sobre extremos en
los que no tuvo ocasión de alegar y probar o con vulneración de algún otro derecho
fundamental, imposible de restaurar al tratarse de una resolución firme; circunstancias –las
descritas– que permiten instar la anulación de una sentencia irrecurrible, por tan graves
razones de incongruencia que hacen primar la tutela judicial de aquellos derechos sobre el
principio de seguridad jurídica en que se asienta la santidad de la cosa juzgada. Entender lo
contrario conduciría al resultado, no querido por la ley (...)».
© 2018 [Thomson Reuters (Legal) Limited /Santiago González-Varas Ibáñez]© Portada: Thomson Reuters (Legal) Limited
2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Cuarta Parte. Procedimiento contencioso-administrativo en primera o única
instancia
Capítulo XXXI. El procedimiento abreviado (Título IV. Capítulo II. Artículo 78 LJCA)
Capítulo XXXI
Sumario:
Nota bibliográfica
A raíz de la reforma hecha por la Disposición Final 2.2 de Ley Orgánica 7/2006, de
21 noviembre en el artículo 78.1, se ampliaron los supuestos objeto del procedimiento
abreviado y se aumentó la cuantía considerablemente, pasando a ser el tenor del
precepto el siguiente: «1. Los Juzgados de lo Contencioso-Administrativo y, en su caso,
los Juzgados Centrales de lo Contencioso-Administrativo de este Orden Jurisdiccional
conocen, por el procedimiento abreviado, de los asuntos de su competencia que se
susciten sobre cuestiones de personal al servicio de las administraciones públicas, sobre
extranjería y sobre inadmisión de peticiones de asilo político, asuntos de disciplina
deportiva en materia de dopaje, así como todas aquéllas cuya cuantía no supere los
13.000 euros».
Por otra parte, es preciso desprender de esta regulación que el procedimiento abreviado
no procede respecto de los asuntos de cuantía indeterminada, como confirma por otra
parte la práctica diaria.
A los supuestos que acaban de ser referidos habría que añadir el caso previsto en el
artículo 29.2 de la LJCA: «cuando la Administración no ejecute sus actos firmes podrán
los afectados solicitar su ejecución, y si ésta no se produce en el plazo de un mes desde
tal petición, podrán los solicitantes formular recurso contencioso-administrativo, que se
tramitará por el procedimiento abreviado regulado en el artículo 78 » (por tanto,
independientemente de que sean competentes los Juzgados de lo contencioso-
administrativo) 1).
Tras varios años de funcionamiento de la LJCA de 1998 es bien sabido que estos
procedimientos se introducen por demanda. La vista se configura como el trámite
procedimental a través del cual se canaliza la defensa de las partes, celebrándose las
distintas actuaciones fundamentales del proceso. Se consagra la unidad de acto
concentrando todas las actuaciones procesales en una sola audiencia, juicio o vista oral,
en la que se efectúan las alegaciones, la prueba y las conclusiones.
Nos dice el artículo 78.5 que «si las partes no comparecieren (al acto de la vista) o lo
hiciere sólo el demandado, el Juez o Tribunal tendrá al actor por desistido del recurso y
le condenará en costas, y si compareciere sólo el actor, acordará que prosiga la vista en
ausencia del demandado». Medida ésta que parece algo rigurosa considerando que el
juez cuenta con la demanda, pero que se aplica lógicamente en la práctica en el sentido
expuesto (un ejemplo de aplicación de tal regla es la sentencia del Juzgado de lo
contencioso-administrativo n.º 4 de Valencia 393/2011 de 16 de septiembre de 2011).
Sobre el desarrollo de la vista basta con consultar el articulado legal, aunque sí cabe
señalar que, precisamente por esa lenta tramitación de los procedimientos abreviados
en la práctica a la que ya hemos hecho mención, se introduce mediante la Ley 37/2011
de Medidas de Agilización Procesal un nuevo párrafo en el apartado 3 que prevé la
posibilidad de evitar la celebración de vista en aquellos recursos en los que el actor pide
por otrosí en su demanda que el recurso se falle sin necesidad recibimiento a prueba ni
tampoco de vista y la Administración demandada no solicita la celebración de la vista en
los primeros días tras darle el traslado de la demanda para que proceda a contestarla.
Por lo que respecta a la fase de prueba del procedimiento abreviado, la anterior LPL
1995 y la vigente Ley 36/2011 reguladora de la jurisdicción social parecen más
cercanas al procedimiento abreviado que la propia regulación de esta fase en el
procedimiento ordinario de la LJCA. No obstante, señala el apartado 12 del artículo 78
que «los medios de prueba se practicarán en los juicios abreviados, en cuanto no sea
incompatible con sus trámites, del modo previsto para el juicio ordinario » y en el
apartado 23 de este artículo 78 de la LJCA concluye diciendo que «el procedimiento
abreviado, en lo no dispuesto en este artículo se regirá por las normas generales de la
presente ley». Pero en la realidad práctica, como decimos, la configuración de este
procedimiento abreviado no hace nada fácil la aplicación del marco general probatorio
de la LJCA ni tampoco de los artículos 299 y ss. de la LEC.
Pero también sería importante el artículo 90.3 de la Ley 36/2011 (antiguo 90.2 de la
LPL 1995) según el cual las partes pueden solicitar al Juzgado antes del juicio las
pruebas que hayan de practicarse en la vista, lo que puede evitar inconvenientes tales
como tener que redactar una pericial que después no se admitiera o tener que librar
oficios que, por pura lógica, no pueden librarse en el acto de la vista y valorarse en tal
momento. O hacer acudir a testigos inútilmente al día de la vista. En la práctica no hay
la claridad suficiente sobre este extremo.
Sobre la problemática prueba pericial la LJCA se limita a decir que «en la práctica de la
prueba pericial no serán de aplicación las reglas generales sobre insaculación de
peritos» ( artículo 78.16 de la LJCA; véase el art. 93.1 de la anterior LPL 1995, no
llevado ya a la nueva Ley 36/2011 de lo social) 5). Según esto la parte, o bien acudiría al
juicio o vista con el perito y propone en dicha vista la prueba pericial, o bien presenta el
informe escrito del perito, procediéndose luego a su ratificación por aquél y a la
contestación de preguntas por parte de éste, en el juicio. Y si la pericial es judicial habrá
que respetar el principio de unidad de acto y, a tal efecto, podrá proponerse en la
demanda o contestación. El artículo 87.3 de la Ley 36/2011 reguladora del orden
social y el anterior TRLPL afirman que «el órgano judicial podrá hacer, tanto a las partes
como a los peritos y testigos, las preguntas que estime necesarias para el
esclarecimiento de los hechos». En la legislación procesal social se prevé unas
conclusiones complementarias (tras el juicio) de tres días para los casos en que la
prueba pericial sea compleja o voluminosa ( sentencia del TS, Sala de lo social, de 2 de
diciembre de 2014, [RJ 2014, 6870]; art.87.6 de la LRJS).
Respecto de la prueba de interrogatorio de parte , la LJCA dice que «las preguntas para la
prueba de interrogatorio de parte se propondrán verbalmente, sin admisión de pliegos»
( artículo 78.13 de la LJCA; artículos 301 y ss. de la LEC 6)).
NOTA BIBLIOGRÁFICA
FOOTNOTES
1
En efecto, algunos tribunales (así SSTSJ del País Vasco de 7 de octubre de 2010, recurso
apelación 441/08, o de 30 de octubre de 2009) afirman que si el juzgado no resuelve en la vista
oral sobre las causas de inadmisión han de reponerse las actuaciones a tal momento para que
resuelva sobre las causas de inadmisibilidad y sobre el fondo del asunto. En cambio, la STSJ de
Castilla y León (Valladolid) de 21 de diciembre de 2010 rec.480/2010 se manifiesta en contra de
reponer las actuaciones a tal momento para decidir sobre la inadmisibilidad y a favor de la
reposición para resolver sobre el fondo, en caso de que el juzgado no resuelva en el juicio las
causas de inadmisibilidad (J.Q. MARAÑA SÁNCHEZ, en El Consultor de los Ayuntamientos, 16 de
mayo de 2012)...
También críticamente M. LÓPEZ-MUÑIZ GOÑI, p. 430; F. PERA VERDAGUER, p. 587, etc.; C. LESMES SERRANO,
p. 860; véase también L. MARTÍN REBOLLO, Código , nota preliminar al capítulo II del Título IV de
la LJCA.
En este contexto J. CABRERA BAZÁN, «La prueba en el proceso de trabajo», Revista de Política social ,
82, 1969, p. 66; B. RODRÍGUEZ SANTOS/F. J. CEBRIÁN BADÍA/M. ÁVILA ROMERO, Comentarios a la Ley de
Procedimiento Laboral, Valladolid, 1991, p. 395.
F. SANZ TOMÉ, La prueba en el proceso laboral. Comentarios y sentencias , Valladolid, 1990, Tomo
II, p. 463; del mismo autor, su trabajo en la Revista de Política Social , 114, 1977, pp. 67 y ss.
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Cuarta Parte. Procedimiento contencioso-administrativo en primera o única
instancia
Capítulo XXXII. Recursos contra providencias y autos. Recurso de reposición (artículo 79
LJCA)
Capítulo XXXII
Sumario:
1. Regulaciones
2. Recursos de reposición contra providencias y autos (artículo 79 de la LJCA)
1. REGULACIONES
Haciendo historia, podría decirse que los cambios estuvieron motivados por la creación
de los Juzgados de lo Contencioso-administrativo y de los Juzgados Centrales y los
consiguientes recursos de apelación, así como por la necesidad de descargar de trabajo
al Tribunal Supremo. Por su parte, la Ley 13/2009, de 3 de noviembre , de reforma
de la legislación procesal para la implantación de la nueva Oficina judicial vino a
unificar la terminología procesal en los distintos órdenes y adaptarla a las nuevas
competencias del letrado de la administración de justicia. Así, utilizó la expresión
«resoluciones procesales» para englobar tanto las resoluciones judiciales (providencias,
autos y sentencias) como las del letrado de la administración de justicia que con la
nueva redacción pasaron a ser: diligencias de ordenación (cuando la resolución tenga
por objeto dar a los autos el curso que la Ley establezca), decretos (cuando con la
resolución se admita la demanda o se ponga término al procedimiento del que el letrado
de la administración de justicia letrados de la administración de justicia tuviera
atribuida competencia exclusiva, o cuando fuera preciso o conveniente razonar lo
resuelto), y diligencias de constancia, comunicación o ejecución (a los efectos de reflejar
en autos hechos o actos con trascendencia procesal). Y, siguiendo esta misma idea de
unicidad terminológica, la Ley 13/2009 unificó la denominación de los recursos
interpuestos contra providencias y autos no definitivos en las jurisdicciones civil, social
y contenciosa, desapareciendo la referencia al recurso de súplica en las dos últimas, a
favor del término recurso de reposición, al tiempo que se unificó la regulación de los
recursos devolutivos, atribuyendo competencias similares al letrado de la
administración de justicia en la preparación e interposición de los mismos. Además, se
incluyó en los emplazamientos ante el órgano ad quem el apercibimiento de que, en caso
de no realizarse en el plazo concedido, se declararán desiertos los recursos, por
entender que se trató de una omisión del legislador anterior. La disp. adic. 8.ª de la
LJCA introducida con la Ley 13/2009 previó que las referencias en el articulado de la Ley
al recurso de súplica se entenderán hechas al recurso de reposición, pues hay algunos
artículos en lo que se mantiene la antigua denominación, como por ejemplo, sin ir más
lejos, el propio artículo 79.1.
Por otra parte, este recurso de reposición no procede contra todo tipo de auto o
providencia, ya que el artículo 79 de la LJCA establece algunas excepciones.
Concretamente, no procede contra los autos que resuelven los recursos de reposición y
los de aclaración y contra las resoluciones expresamente exceptuadas del mismo en la
LJCA. Este último inciso se refiere a los casos, tampoco infrecuentes, en los que la LJCA
afirma que no «se dará recurso alguno», como por ejemplo, ocurre con los supuestos
previstos en los artículos 40.4 (auto de fijación de la cuantía), 48.8 (auto de resolución de
audiencia a la autoridad o empleado sancionado por no remitir el expediente), artículo
51.5 (admisión del recurso contencioso-administrativo), 59.3 (auto desestimatorio de las
alegaciones previas) y 135 (auto en materia de medidas cautelarísimas en los términos
allí establecidos). Por lo que respecta a las providencias véanse los artículos 33.2, 65.2,
85.2 y 90.3.
Para recurrir en reposición es preciso constituir el depósito para recurrir por parte de
las personas obligadas a ello (véase el capítulo del recurso de apelación).
«En este sentido, hemos declarado, mediante Auto de 6 de mayo de 2015 (recurso
contencioso administrativo nº 590/2014), que la solución contraria que postula la
recurrente coloca a la parte recurrida en una situación de verse obligada a contestar a
la demanda sin dato alguno de los que legalmente es exigible que tuviera conocimiento
al redactar su contestación, en torno a los hechos, los documentos y los medios de
prueba sobre los que la actora pretende justificar el éxito de su pretensión, lo que hace
inviable, por tanto, una subsanación que consolidaría la parcial indefensión que ya ha
sido consumada en contra de la parte demandada».
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Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Cuarta Parte. Procedimiento contencioso-administrativo en primera o única
instancia
Capítulo XXXIII. Recursos de apelación contra autos (artículo 80 LJCA)
Capítulo XXXIII
Sumario:
1. Resoluciones recurribles
2. Tramitación
1. RESOLUCIONES RECURRIBLES
Procede el recurso de apelación, en un solo efecto, contra los autos dictados por los
Juzgados de lo contencioso-administrativo y los Juzgados Centrales de lo contencioso-
administrativo, en procesos de los que conozcan en primera instancia, en los siguientes
casos:
Asimismo, cuando hayan recaído sobre las autorizaciones previstas en el artículo 8.6
(autorizaciones de entrada en domicilios) y en los artículos 9.2 y 122 bis .
En último lugar, cuando hayan recaído en aplicación de los artículos 83 y 84, es decir, en
materia de medidas cautelares para asegurar la ejecución de la sentencia y de ejecución
provisional de la sentencia, respectivamente.
La disp. adic. 14.7 de Ley Orgánica 19/2003, de 23 diciembre ha venido a matizar (en
su inciso final) el régimen de apelación de los autos dictados por los Juzgados de lo
Contencioso-Administrativo y los Juzgados Centrales de lo Contencioso-Administrativo
en los supuestos de los artículos 110 y 111, diciendo o añadiendo que «se regirá por el
mismo régimen de admisión de la apelación que corresponda a la sentencia cuya
extensión se pretende».
Son apelables en todo caso, en ambos efectos , los autos de los Juzgados de lo
Contencioso-administrativo y los de los Juzgados Centrales de lo Contencioso-
administrativo, en los supuestos a los que se refieren los artículos 110 y 111
(procedimientos en masa).
Una lectura sensu contrario del artículo 80 lleva a excluir del recurso de apelación
contra determinados autos, los de acumulación, ampliación y tramitación preferente
(conforme al artículo 39), la fijación de la cuantía (artículo 40.4), el auto en materia de
multas contra el funcionario que no remite el expediente (artículo 48.8 in fine ), el auto
desestimatorio de las alegaciones previas ( artículo 59.3 de la LJCA).
Este régimen jurídico puede llevar a la conclusión de que el recurso de apelación contra
autos tiene un carácter general. No obstante, puede discutirse su carácter más o menos
general . Por un lado se ha subrayado que a diferencia de los recursos contra las
sentencias no se establece una limitación por razón de la cuantía a efectos de la
interposición del recurso de apelación contra autos (J. M. ÁLVAREZ-CIENFUEGOS SUÁREZ, AJA ,
333, 1998, pp. 1 y ss.) 1).
Ello es así porque sería incongruente que la sentencia que pusiera fin al pleito principal no
fuera susceptible de apelación por no ser la cuantía superior a 30.000 euros conforme ahora
exige el artículo 81-1 a) de la misma ley, y en cambio sí lo fuera el auto dictado en la pieza
separada de medidas cautelares.
Además hay que tener en cuenta que el propio artículo 80.3 de la ley Jurisdiccional nos
remite para la tramitación de los recursos de apelación de los autos, a la Sección 2.ª de ese
Capítulo, esto es, a los artículos 81 y siguientes, en donde específicamente se indica que la
cuantía para la apelación ha de ser superior a 30.000 euros. Al tratarse la cuantía del
procedimiento de una suma de 6.335'76 euros es claro que no supera la cuantía mínima
exigible para poder interponerse recurso de apelación y por ende el procedimiento instado es
de única instancia ante el Juzgado de lo Contencioso motivo por el cual la apelación contra el
auto que puso fin a la pieza separada de medidas cautelares no es tampoco susceptible de
apelación».
Asimismo, puede citarse la STSJ de Murcia 419/2013 de 24 de mayo de 2013 (JUR 2013,
214439): «Procede resolver en primer término si el auto apelado es susceptible de
recurso de apelación. Según establece el artículo 80.1 de la Ley Jurisdiccional son
apelables en un solo efecto los autos dictados por los Juzgados de lo Contencioso
Administrativo en procesos de los que conozcan en primera instancia, cuando pongan
término a la pieza separada de medidas cautelares (apartado a). Y de conformidad con
el artículo 81.1 a) de la Ley Jurisdiccional las sentencias de los Juzgados de lo Contencioso
Administrativo serán susceptibles de recurso de apelación salvo que se hubieran dictado
en asuntos cuya cuantía no exceda de 30.000 euros. En el presente caso la sanción
impuesta no excede de la señalada cuantía. Por tanto, se trata de un proceso del que
conoce el Juzgado en única instancia, por lo que el auto apelado no es susceptible de tal
recurso, lo que da lugar a la inadmisión de la presente apelación que en este trámite
procesal se convierte en desestimación ».
2. TRAMITACIÓN
La tramitación de los recursos de apelación interpuestos contra los autos de los Juzgados
de lo Contencioso-administrativo y los Juzgados Centrales de lo Contencioso-
administrativo se ajustará a lo establecido para los recursos ordinarios de apelación.
Como tendremos ocasión de comprobar, dicha tramitación consiste, básicamente, en
una primera fase ante el Juzgado (formalización de los escritos de interposición y
oposición) y una segunda fase ante las Salas.
FOOTNOTES
1
Por otro lado se ha mantenido, sin embargo, que «la Ley ha limitado la apelación de los autos a
los expresamente enumerados en el artículo 80 siempre que, además, recaigan en litigios cuya
sentencia sea, asimismo, apelable según el artículo 81 . Con ello se evita la situación paradójica a
que se llegaría si la decisión más importante del proceso (la sentencia) no fuera susceptible de
apelación, mientras que resoluciones de carácter instrumental o interlocutorio, en todo caso de
menor importancia que aquélla, sí tuvieran acceso a la segunda instancia».
Sin faltar un ápice de razón a esta última postura lo cierto es que, haciéndose posible (por no
ser interpretación contra legem ) la primera de las posiciones apuntadas, lege ferenda cabría
interpretar las normas en el sentido más favorable a la posibilidad de recurso (principio pro
actione) permitiendo éste aun cuando no proceda plantear recurso de apelación contra la
sentencia, haciendo posible dicho recurso sobre materias que pueden llegar a determinar la
resolución final del pleito de instancia, como los autos que declaren la inadmisión del recurso
contencioso-administrativo o hagan imposible su continuación o los que pongan término a la
pieza separada de medidas cautelares.
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Cuarta Parte. Procedimiento contencioso-administrativo en primera o única
instancia
Capítulo XXXIV. El recurso ordinario de apelación contra sentencias (artículos 81 a 85
LJCA)
Capítulo XXXIV
Sumario:
La Sala está vinculada por las pretensiones que concretamente presente el escrito
de apelación , ya que «no puede revisar de oficio los razonamientos de la sentencia
apelada, al margen de los motivos esgrimidos por el apelante como fundamento de su
pretensión, que requiere, la individualización de los motivos opuestos, a fin de que
puedan examinarse dentro de los límites y en congruencia con los términos en que esta
venga ejercitada, sin que baste con que se reproduzcan los fundamentos utilizados en la
primera instancia, puesto que en el recurso de apelación lo que ha de ponerse de
manifiesto es la improcedencia de que se dictara la sentencia en el sentido en que se
produjo» ( STSJ de Madrid de 13 de octubre de 2005, [JUR 2005, 203873], con citas de
sentencias del TS).
En esta línea, se argumenta que el recurrente, si quiere que se revoque una sentencia,
tiene que recurrir los distintos puntos que sirven a la sentencia para fundamentar el
fallo. De no hacerlo así, dejando extremos sin contradecir o impugnar, el «fallo de la
resolución recurrida permanecerá incólume», al «no haber motivo alguno que venga a
oponerse a la estimación apreciada por la Sala de instancia (STS de 16 de enero de 2015,
rec. 711/2013, si bien referida a un recurso de casación).
En virtud de la SAN de 2 de julio de 2014 rec. 44/2014: «Como es sabido, y basta a tales
efectos citar la STS de 17 de marzo de 1999 EDJ 1999/1587, los recursos de apelación
deben contener una argumentación dirigida a combatir los razonamientos jurídicos en
los que se basa la sentencia de instancia».
En ese mismo sentido profundiza la STS de 14 de junio de 1991 EDJ 1991/6340, al afirmar
que el recurso de apelación no tiene por objeto reabrir el debate sobre la adecuación
jurídica del acto administrativo, sino revisar la sentencia que se pronunció sobre ello, es
decir, «la depuración de un resultado procesal obtenido con anterioridad, por lo que el
escrito de alegaciones del apelante ha de ser, precisamente, una crítica de la sentencia
impugnada con la que se fundamente la pretensión revocatoria que integra el proceso
de apelación, de suerte que, si esa crítica se omite, se priva al Tribunal ad quem del
necesario conocimiento de los motivos por los que dicha parte considera a la decisión
judicial jurídicamente vulnerable, sin que se pueda suplir tal omisión ni eludir la
obligada confirmación de la sentencia por otro procedimiento, ya que la revisión de ésta
no puede hacerse de oficio por el Tribunal competente para conocer del recurso
(Sentencia de 19 de abril de 1991)».
El recurso de apelación procede tanto contra autos como contra sentencias. En esta
última modalidad, el recurso ordinario de apelación se prevé contra sentencias de los
Juzgados de lo Contencioso-administrativo y de los Juzgados Centrales de lo
Contencioso-administrativo (artículo 81 de la LJCA).
Y es un recurso que no tiene carácter universal (véase, por todas, la STSJ de Andalucía,
Granada, de 21 de abril de 2008), afirmación ésta que no puede obviar la problemática y
discusión que afectan a este recurso; por una parte, puede argumentarse que el carácter
unipersonal de los Juzgados de lo Contencioso-administrativo lleva consigo la necesidad
de revisar sus pronunciamientos, aunque es claro que la doble instancia no es una
exigencia constitucional. Pero por otra parte no puede olvidarse el argumento de la
sobrecarga de trabajo de los Tribunales Superiores de Justicia y la correlativa necesidad
de recortar de algún modo el acceso a estos Tribunales (es decir, dejando fuera de la
segunda instancia los asuntos de menor entidad), considerando la idea que acabamos de
señalar de que, como el Tribunal Constitucional ha señalado reiteradamente, el derecho
a los recursos es un derecho susceptible de ser configurado por el Legislador.
No tiene «carácter universal» pese a que la LJCA de 1998 configura el recurso ordinario
de apelación con un carácter general . El artículo 81.1 de la LJCA parte de la posibilidad
de recurrir, con carácter general, las sentencias de los Juzgados, estableciendo
concretamente dos excepciones: las que se hubieran dictado en asuntos cuya cuantía no
exceda de la establecida legalmente (desde octubre de 2011 dicha cuantía son 30.000
euros) 2) y los relativos a materia electoral comprendidos en el artículo 8.4 de la LJCA
(debe decir 8.5: «impugnaciones contra actos de las Juntas Electorales de Zona y de las
formuladas en materia de proclamación de candidaturas y candidatos efectuada por
cualquiera de las Juntas Electorales»; pueden verse también los artículos 21.1 y 49.3 de
la Ley Orgánica 5/1985, de 19 de junio, de Régimen Electoral General). En los casos de
acumulación de pretensiones con distinta cuantía no se comunica la posibilidad de
recurrir en casación y apelación de unas a otras: así, es posible que la Sala conozca de la
apelación de una de las pretensiones pero no de la otra cuando una de ellas tiene, por
ejemplo, cuantía indeterminada y la otra cuantía determinada pero inferior a la cifra de
30.000 euros: STSJ de Castilla y León (Valladolid) de 19 de marzo de 2015 (recurso
489/2014) y STSJ de Madrid de 11 de junio de 2014 (recurso 552/2014).
En segundo lugar, procede siempre este recurso de apelación contra las sentencias
dictadas en el procedimiento para la protección de los derechos fundamentales
(asimismo, procede en estos casos el recurso de casación, artículo 86.2.d de la LJCA;
véase la STC 125/1997).
En tercer lugar, contra las sentencias que resuelvan litigios entre Administraciones
(puede verse el artículo 19.1 letras c, d y e de la LJCA donde se reconoce legitimación a la
Administración en estos casos).
«Comencemos, por razones de orden lógico procesal, por rechazar la alegada por el Abogado
del Estado indebida admisión de la presente apelación, ya que, amén de haber existido
conformidad entre las partes en considerar el recurso como de cuantía indeterminada y
habiendo quedado de ese modo fijada la cuantía por el Juzgador de instancia y, por
tanto, no operaría la exclusión del recurso de apelación previsto en el artículo 81.1 a),
ha de tenerse en cuenta que el proceso se siguió en relación con una sanción de
suspensión de funciones que, al margen de perjuicios económicos derivados de la
privación de los haberes correspondientes, no cabe duda que conlleva otros perjuicios
profesionales y morales, tal y como se alega por la parte apelante, no susceptibles de
valoración económica. De ahí que, con arreglo al artículo 42.2 de la LJCA (“Se reputarán de
cuantía indeterminada los recursos dirigidos a impugnar directamente las disposiciones
generales..., los que se refieran a los funcionarios públicos cuando no versen sobre derechos
o sanciones susceptibles de valoración económica, así como aquellos en los que junto a
pretensiones evaluables económicamente se acumulen otras no susceptibles de tal
valoración”), por lo que, en definitiva, ha de entenderse procedente la admisión de la
apelación».
Además, podría aducirse la sobrecarga de trabajo para los tribunales como problema
resultante de la generalización de la cuantía indeterminada por culpa de las elevadas
costas.
Todo esto, tan sumamente absurdo, y que denunciamos desde hace años, se resolvería
bien limitando las costas el órgano jurisdiccional (como hace el TS) o bien buscando
soluciones distintas a un protagonismo más que discutible de los colegios profesionales,
o sustituyendo la pasividad de los letrados de la administración de justicia en esta
materia. La «penalización» ha de ser «razonable» si se pierde un recurso de apelación,
pero no impedir el acceso a la apelación. Ya tiene bastante el damnificado por la
Administración, para que, por ejemplo, por culpa de que falle un criterio de imputación
del daño, o haya prescripción..., tenga (además de sufrir el daño) que pagar unas costas
desproporcionadas a la Administración.
Por tanto, sobre los efectos de una sentencia apelada J. L. CARRO FERNÁNDEZ-VALMAYOR nos
recuerda que «el efecto suspensivo del recurso de apelación supone que la sentencia del
Juez a quo se ve privada de firmeza, produciéndose, en principio, la suspensión de su
ejecución y evitándose así la producción de cosa juzgada». «Si la sentencia de primera
instancia ha sido estimatoria y se ha producido la anulación del acto recurrido el efecto
suspensivo despliega toda su eficacia» 4).
Por otra parte, surge la reflexión de hasta qué punto, cuando existen –por
contrapartida– las debidas referencias legales en la LJCA distintas de la LEC, es
pertinente procurar una aplicación final lo más acorde posible a dicha ley de ritos.
Habrá, por tanto, que distinguir entre posibles enseñanzas, del marco general civil, o
formas de integrar lagunas, o posibles debates lege ferenda que se suscitan, o bien
particularidades del proceso administrativo.
Distinto es que la ejecución provisional no sea procedente porque aquello que pretende
el interesado es impropio de dicha ejecución provisional, por ser un caso de simple
ejecución que se intenta anticipar interesadamente 6).
Por otro lado, la ejecución provisional pertenece al ámbito del juez de ejecución y no al
de la Administración, y desplaza en su caso la medida cautelar adoptada en el proceso
originario (sentencia del TSJ de Andalucía 2754/2003, Málaga, de 25 septiembre de
2003) 7).
Pero es interesante desplazar el quid de la ejecución provisional desde el factor del libre
enjuiciamiento judicial sobre las circunstancias existentes (y si la ejecución provisional
causa o no perjuicios irreparables) a ese otro elemento de la pura acción de la parte
procesal, quien pasa a tener mayor dominio decisorio en la materia; sin obviar,
entonces, las consecuencias que para él mismo puede tener la revocación de la
sentencia recurrida, hecho este que alcanza incluso mayor significación en la vía
contencioso-administrativa, considerando que las apelaciones duran mucho más que en
la jurisdicción civil.
Interesante es que esta resolución termina citando la LEC en el punto a que antes
aludíamos: «en la actualidad, una manifestación de esta restricción a la oposición
respecto a la ejecución provisional en caso de condenas dinerarias se encuentra
plasmada en la disposición del art. 528.2.3.º de la Ley 1/2000, de 7 de enero, de
Enjuiciamiento Civil (“Si la sentencia fuese de condena dineraria, el ejecutado no podrá
oponerse a la ejecución provisional, sino únicamente a actuaciones ejecutivas concretas
del procedimiento de apremio, cuando entienda que dichas actuaciones causarán una
situación absolutamente imposible de restaurar o de compensar económicamente
mediante el resarcimiento de daños y perjuicios”»).
Todo esto contrasta con el ámbito civil, más proclive a la simple ejecución provisional,
pese a que la LJCA ha avanzado en la ejecución provisional de las sentencias. Y sin que
se prevean, en aquel, tales cauciones.
Más allá de este extremo de las cauciones, lo que interesa destacar (sin perjuicio de que
el dato de su exención en la LEC también lo corrobora) es la mayor configuración como
una «acción de ejecución provisional» en la LEC. Y es que uno de los extremos
destacables de la reforma de la LEC 2000 el de reforzar la ejecución provisional de la
sentencia, que pasa a configurarse como un derecho de la parte que vence en juicio sin
que la parte contraria pueda oponerse (con los matices del artículo 528 de la LEC) o sin
que exista discrecionalidad judicial sobre el sí o el no de la ejecución provisional (y todo
ello en virtud del artículo 528.3 de la LEC) 16).
El AAP de Madrid n.º 254/2010 de 1 de octubre de 2010 informa de que «la idea es que en
la ejecución provisional el deudor debe cumplir necesariamente el deber impuesto,
aunque ello le cause perjuicios, que el legislador reputa necesarios» 17). Por su parte, el
Auto de Juzgado de 1.ª Instancia de Madrid (s/n) de 13 de octubre de 2011 (ejecución
provisional 907/2011) tras incidir en que la LEC establece un derecho a la ejecución
provisional («la prioridad para el legislador es que el ejecutante cobre la cantidad objeto
de condena...») y tras incidir igualmente en que la ejecutada ni siquiera puede oponer
que el abono de la cantidad «provocaría el cierre de su negocio originando su quiebra
económica (...)», sin embargo, accede a que, como la ejecutante presenta grandes riesgos
de insolvencia y de declararse en concurso, pueda prestarse un aval por la ejecutada
suspendiendo por tanto los efectos de la ejecución.
En un plano más técnico, cuando se pide la ejecución provisional hay que prestar
especial atención primeramente a los conceptos que pueden incluirse en el escrito de
ejecución provisional.
Por tanto, los intereses procesales vienen establecidos ope legis mientras que los
moratorios solo proceden si se reclaman de parte (STS de 18 de marzo de 1993 y 18 de
noviembre de 1996, respectivamente; igualmente TSJ del País Vasco 386/2016 de 19 de
septiembre de 2016). Y si el reclamado paga durante el proceso los intereses moratorios
se producen por la diferencia (STS civil 453/2011 de 28 de junio de 2011).
Finalmente, en el escrito de ejecución provisional cabe exponer (si fuera el caso, ya que
en vía contencioso-administrativa no será lo normal) que, desconociendo (en tal caso, o
dicho por cautela) posibles bienes a embargar de titularidad del demandado en cuantía
suficiente para cubrir la cantidad por la que se solicita despacho de ejecución se realice
consulta telemática en las bases de las que dispone el órgano jurisdiccional 23).
Es obvio que, en estos casos, el ejecutante tendrá que devolver la cantidad en cuestión.
También está claro que el ejecutado podrá invocar posibles daños y perjuicios; pero no
queda del todo claro si la cantidad a devolver ha de ser con intereses , y si computan
desde que se produjo la consignación del abono por parte del ejecutado (o desde el
momento en que el ejecutante en su caso lo recibe), en todo caso hasta el momento en
que devuelve la cantidad el ejecutante; toda vez que la sentencia de apelación revoca el
fallo recurrido y deja sin base la ejecución provisional.
La LJCA nuevamente no prevé una respuesta a las posibles incidencias de este tipo que
se plantean en el proceso contencioso-administrativo, con lo cual es preciso acudir al
artículo 533 de la LEC 24), pese a que tampoco queda del todo claro el asunto a la luz de
este precepto, debiéndose indagar en la praxis existente.
En definitiva, no sino este tipo de gravámenes lógicos son los que en definitiva
condicionan el derecho de la parte a la ejecución provisional. Nos interesa destacar el
dato aludido, igualmente, de la «elección libre del ejecutante», como ratio de la
ejecución provisional según estamos propugnando.
Así pues, la parte ejecutada puede pedir que se le indemnice por los perjuicios sufridos
como consecuencia de la ejecución provisional de la sentencia de primera instancia, si
esa resolución es revocada en apelación.
La norma en principio aplicable, la contenida en el artículo 533 LEC, no nos ofrece una
respuesta. De ese modo, no se establecen limitaciones temporales señalando un
momento concreto para iniciar el cálculo, como sí hace, por el contrario, en el ordinal
segundo al regular el supuesto de la revocación parcial, que limita el momento inicial
del cómputo a aquél en que se hubiera producido la percepción del dinero por el
ejecutante provisional («si la revocación de la sentencia fuese parcial, sólo se devolverá
la diferencia entre la cantidad percibida por el ejecutante y la que resulte de la
confirmación parcial, con el incremento que resulte de aplicar a dicha diferencia,
anualmente, desde el momento de la percepción, el tipo del interés legal del dinero»).
Este hecho lleva al AAP de Madrid 51/2005 de 17 de marzo de 2005 (JUR 2005, 107709)
a afirmar que «los perjuicios para el ejecutado se producen desde la fecha en que
perdió la posesión del dinero consignado , no cuando el ejecutante los percibe, de
modo que el cálculo del interés ha de realizarse sobre la totalidad de la cantidad que se
deposita y computándolo a partir de ese momento». Recordemos que tal consignación se
refiere al principal, los intereses y las costas.
5. LAS COSTAS
Así parece desprenderse también implícitamente del art. 531 de la LEC, que contempla
la suspensión de la ejecución provisional de condenas dinerarias cuando el ejecutado
pusiere a disposición del Juzgado, para su entrega al ejecutante, la cantidad a la que
hubiere sido condenado más los intereses correspondientes y «las costas por las que se
despachó ejecución» ( sentencia de la AP de La Coruña 270/2011 de 24 de junio de
2011, [JUR 2011, 277933]; SAP de las Islas Balares 422/2010, de 4 de noviembre de 2010).
Se trata, aquella, de una regla que encuentra apoyo indirecto en la regulación general de
las ejecuciones de sentencias, del artículo 548 de la LEC («plazo de espera de la ejecución
de resoluciones procesales o arbitrales o de acuerdos de mediación»): «no se despachará
ejecución de resoluciones procesales o arbitrales o de acuerdos de mediación, dentro de
los veinte días posteriores a aquel en que la resolución de condena sea firme, o la
resolución de aprobación del convenio o de firma del acuerdo haya sido notificada al
ejecutado».
Por tanto, si consigna en ese plazo de 20 días el ejecutado evitaría las costas, no así en
caso contrario (igualmente, SAP de Albacete 229/2004, de 2 de noviembre de 2004; SAP
de Burgos 346/2006 de 31 de julio de 2006).
Sería, a mi juicio, en estos casos cuestión de consignar la cantidad del principal, más los
intereses moratorios si fueron reconocidos en sentencia y reclamados por la demanda,
más los procesales hasta el día del pago, y siempre pendiente de la liquidación final.
A nuestro juicio, puede ser esta una posible referencia para los procesos contencioso-
administrativos, en aplicación supletoria de la LEC, o bien ha de reflexionarse de alguna
manera, suficientemente, sobre estos problemas que no son baladí, llegando el juzgador
al menos a una solución justa y no fruto del azar.
A mi juicio, al menos lo que es claro es que el ejecutante tiene todo su derecho para
pedir un pago fraccionado, si eso le interesa (por tomarse de este modo cautelas frente a
la posible revocación en apelación de la sentencia de instancia), pese a que consta algún
testimonio que deniega tal derecho (haciendo primar el juicio de las «circunstancias»
sobre el del derecho del ejecutante), es decir, el Auto 213/16, de 1 de diciembre de 2016
del Juzgado de lo contencioso-administrativo n.º 1 de Valencia, que deniega la petición
de un Ayuntamiento (en el marco de una ejecución provisional tras ganar aquel un
proceso de lesividad) a cobrar de forma fraccionada (en atención a la cantidad elevada
objeto de la sentencia), para hacer menos gravosa la ejecución provisional al ejecutado
(haciendo ver entonces la especial procedencia de esta petición de ejecución
provisional). Se denegó ésta porque el juzgador consideró los posibles perjuicios
alegados por la ejecutada.
Una duda que se plantea es si, tras rechazarse una solicitud de ejecución provisional, se
puede presentar otra. El debate lleva a la cosa juzgada. A mi juicio, estamos ante una
situación con matices propios, estamos hablando por un lado de la posibilidad de repetir
un escrito sin sujeción a plazos, en materia de inadmisión (no con resolución e fondo) y
con un referente en la regulación de la LJCA de las cautelares (con las que la ejecución
provisional presenta claras similitudes) que permite presentar (por cambio de
circunstancias) un nuevo escrito (artículo 132 LJCA). El problema, más bien, es
encontrar el debido fundamento en que basar estas posibles pretensiones de parte.
Podemos plantear tres situaciones :
La segunda situación sería cuando se presentó una primera solicitud referida a ciertas
cuestiones o fallos de la sentencia, pero no a otros que se plantean en la segunda
petición. Debiendo ser favorable, nuevamente, el criterio de admisión. Así, en el caso del
Auto de la AP de Madrid n.º 80/2012 de 12 de mayo de 2012, la parte procesal había
instado la ejecución provisional en dos ocasiones anteriores a la que es objeto de
enjuiciamiento, de modo que el Juzgado inadmitió de plano la ejecución provisional por
considerarla «mera reproducción de otras dos previas, ya rechazadas por el Juzgado con
el aval de la AP en resoluciones que son firmes». El auto revoca este criterio en
apelación y establece que no hay cosa juzgada, ni puede inadmitirse la solicitud de
ejecución provisional. En este caso, pesó que «la solicitud de ejecución provisional (fue)
por algo distinto ». Es decir, «sobre esta circunstancia no se había producido antes
ninguna solicitud de ejecución ni se había pronunciado antes el Juzgado, ni por lo tanto
tampoco esta Audiencia Provincial, luego no podía ser este el motivo para denegar la
pretensión del apelante. Estamos ante una petición distinta y como tal debió de ser
tratada».
Ahora bien, pese a que este Auto n.º 80/2012 accede a la nueva ejecución provisional por
el hecho de tratarse de una cuestión distinta, sin embargo, se da a entender que hay un
derecho a instar la ejecución provisional con posterioridad a la primera solicitud: porque
«la parte apelante dispone de un título que le confiere el derecho a instar una ejecución
provisional, como lo es una sentencia de segunda instancia que todavía no es firme
(pues se halla en trámite de recurso de casación) y que no está incursa en ninguna de las
prohibiciones del artículo 525 de la LEC».
Este criterio nos lleva a la tercera situación, de mayor interés: el planteamiento de una
nueva solicitud por circunstancias nuevas . A mi juicio, tampoco la cosa juzgada en
esta situación puede suponer un impedimento para ello. Una referencia es el artículo
132 de la LJCA en materia cautelar cuando se permite plantear un cambio de criterio
por cambio de circunstancias. Parece, esta ratio, ajustada al hecho provisional de estos
asuntos. Si, además, concurre un interés público, por plantearse la petición por la
Administración, la cuestión parecería aún más clara. Otro refrendo es la propia lógica
de la ejecución forzosa de una resolución judicial, ya no provisionalmente.
La mayor parte de los Comentarios al artículo 82 de la LJCA (V. GIMENO SENDRA/V. MORENO
CATENA/J. GARBERÍ LLOBREGAT/N. GONZALEZ-CUELLAR, 1999; VVAA, AYALA MUÑOZ Y OTROS, 2007,
etc.) no se plantea dudas a la hora de afirmar que pueden apelar quienes no habiendo
sido parte se hallen legitimados como parte demandante o demandada. E. ARNALDO
ALCUBILLA/R FERNANDEZ VALVERDE (en sus Comentarios a la LJCA, 2007) afirman que esta
opción es «solo es aplicable a los demandados, no a la parte demandante, pues esta
última solo se constituye como tal mediante la personación en autos inherente a la
interposición del recurso. Por el contrario, la parte demandada lo es con independencia
de que se persone en autos o no». Un ejemplo de este supuesto se manifiesta en la STSJ
de Castilla y León (Burgos) de 24 de julio de 2009.
En todo caso, como ya hemos avanzado, en los recursos de apelación ante la jurisdicción
contencioso-administrativa no se produce un anuncio del recurso y una interposición
posterior del mismo, como ocurre con el recurso de casación. Por contrapartida,
directamente se interpone el recurso de apelación ante el Juzgado que hubiere dictado
la sentencia que se apele, mediante escrito razonado que deberá contener las
alegaciones en que se fundamente el recurso. El plazo para la interposición del recurso
es de quince días (computados desde el día siguiente a la notificación de la sentencia).
Transcurrido dicho plazo sin haberse interpuesto el recurso de apelación, el letrado de
la administración de justicia declarará la firmeza de la sentencia.
Pero la referida celeridad es pura teoría, considerando que los recursos de apelación
sufren una especial demora o lentitud hasta que se dicta la sentencia. Hasta cinco años
en algunos TSJ.
Lo habitual en la práctica es que sea todo muy rápido en la fase de interposición del
recurso de apelación y personación en el TSJ. Y que, entonces, haya que quedar a la
espera de la sentencia de apelación, sin mayores actuaciones, durante años.
En algunos casos es claro que esta lentitud favorece al justiciable, por ejemplo, los
afectados por una demolición, al no ser habituales las ejecuciones provisiones de los
fallos recurridos.
No obstante, en los escritos de interposición del recurso y de oposición al mismo las
partes podrán pedir el recibimiento a prueba para la práctica de las que hubieran sido
denegadas o no hubieran sido debidamente practicadas en primera instancia por causas
que no les sean imputables. Esta opción no se plantea con mucha frecuencia, pero se
dan también casos de vez en cuando de este tipo 34).
En dichos escritos, los funcionarios públicos, en los procesos a que se refiere el artículo
23.3 designarán un domicilio para notificaciones en la sede de la Sala de lo Contencioso-
administrativo competente (artículo 85.3).
Una remisión resulta obligada a los apartados siguientes de este artículo 85, que regulan
el procedimiento de tramitación de la apelación, así como la celebración de la prueba,
vista o conclusiones:
5. Transcurridos los plazos a que se refieren los apartados 2 y 4 anteriores, el Juzgado elevará
los autos y el expediente administrativo, en unión de los escritos presentados, ordenándose el
emplazamiento de las partes para su comparecencia en el plazo de treinta días ante la Sala de
lo Contencioso-administrativo competente, que resolverá, en su caso, lo que proceda sobre la
discutida admisión del recurso o sobre el recibimiento a prueba.
6. Cuando la Sala estime procedente la prueba solicitada, su práctica tendrá lugar con
citación de las partes.
La Sala dictará sentencia en el plazo de diez días desde la declaración de que el pleito está
concluso para sentencia.
Sobre las facultades de la Sala en apelación ilustran los extensos argumentos contenidos
en el FJ 5.º de la STSJ 1074/2010 de Cataluña, de 5 de octubre de 2010; en esencia, en
principio el artículo 85 afirma que si se revoca la sentencia en apelación que hubiera
declarado inadmisibilidad, la Sala resolverá el fondo del asunto. Ahora bien, en función
del caso concreto, podría llegar a imponerse como mejor solución para el
enjuiciamiento debido y la tutela del justiciable, la propia devolución de los autos al
Juzgado, tal como explica dicha sentencia.
5. ADHESIÓN A LA APELACIÓN
Una situación compleja y no resuelta se produce cuando una parte procesal tras apelar
quiere desistir del recurso de apelación interpuesto; pero una vez que la otra parte ha
formulado su recurso de oposición y de adhesión a la apelación. Es claro que la
adhesión no se habría presentado de no haber mediado recurso de apelación. Por ello
parecería lógico entender que el desistimiento debe afectar también a la adhesión, a
efectos de que ésta no prosiga. Pero se trata de una opinión fundada en la lógica
procesal, que no vemos refrendada por jurisprudencia alguna. Por tanto, habrán de
valorarse los posibles riesgos procesales de pretender desistir, además de que ante la
inseguridad existente pueda ser inconveniente dar este paso, estratégicamente, de cara
a la resolución final por la Sala del recurso de apelación, al haber dado muestras de
posible debilidad en la creencia del derecho ejercitado.
De acuerdo con lo previsto en el artículo 85.4 de la LJCA, en relación con la disp. adic.
15.ª de la LOPJ cabe entender que la apelación es indebidamente admitida si no se ha
realizado el depósito previo para recurrir exigido por la disp. adic. 15.ª de la LOPJ o si
tal depósito se ha efectuado con posterioridad a la interposición del recurso de
apelación y excediendo el plazo de 15 días para interponer el recurso de apelación, lo
que se pondrá de manifiesto a los efectos del artículo 85.4 de la Ley 29/1998.
En estos casos la sentencia será notificada a las partes con la expresa mención a que
contra la misma cabía recurso de apelación en el plazo de quince días, mediante escrito
razonado, y con la reseña de la obligación de constituir depósito previo para recurrir,
para la interposición del recurso e indicando que se inadmitirá a trámite cualquier
recurso cuyo depósito no esté constituido. El recurso de apelación podrá haberse
interpuesto en plazo.
La previsión del punto 7.º de la disp. adic. 15.ª de la LOPJ indica que se otorgará un
plazo de dos días para subsanar el defecto. En definitiva, lo normal será la posibilidad
de subsanar incluso con abono en el momento en que se otorga la subsanación.
Aunque es preciso señalar que existen resoluciones judiciales que admiten y defienden
la subsanación incluso fuera de dicho plazo de dos días.
En nuestra opinión, ante los posibles riesgos de inadmisión que puedan derivarse de
una consignación extemporánea del depósito para recurrir, recomendamos, por cautela,
el abono en el momento mismo de interponer el recurso o, en su caso, dentro del plazo
de los dos días de la LOPJ.
En idéntico sentido, la AP de Badajoz, con sede en Mérida, sección 3.ª, en auto n.º
63/2010, de fecha 21 de abril de 2010, recurso n.º 175/2010, indica que la posibilidad de
subsanación del defecto en que hubiese incurrido el recurrente en la constitución del
depósito se circunscribe a la anomalía producida al constituirse el depósito, no a la
representada por su omisión misma.
Igualmente, AP Pontevedra, sección 1.ª, sentencia n.º 202/2010, de 15 abril 2010, recurso
n.º 192/2010; AP Cuenca, sección 1.ª, auto n.º 21/2010, de 9 abril 2010, recurso n.º
12/2010; AP Barcelona, sección 16.ª, sentencia n.º 115/2010, de 26 febrero 2010, recurso
n.º 60/2010.
Con los Consorcios de Compensación de Seguros aunque se plantea especial debate (el
AAP de Asturias 120/2002, de 17 de diciembre de 2002, recoge sentencias con uno u otro
criterio), al ser entidades públicas empresariales quedarían exentas de caución (STS,
civil, 618/2011, de 5 de septiembre de 2011).
A. BOTO ÁLVAREZ 35) afirma que las sociedades mercantiles públicas «a diferencia de los
organismos públicos, sí están obligadas a prestar cauciones puesto que adoptan formas
mercantiles de limitación de responsabilidad, lo que formalmente ya no garantizaría la
solvencia. Todo esto en teoría, porque lo cierto es que en la realidad judicial no faltan
ejemplos de pronunciamientos extravagantes que estiman la solvencia suficiente de
ciertas sociedades anónimas por el simple hecho de estar vinculadas a la
Administración General del Estado (citando la STSJ de Extremadura de 5 de julio de
2001, [JT 2001, 1388], en relación con la entidad “Paradores de Turismo de España,
S.A.”)».
En esta línea según STSJ n.º 555/2000 de Castilla y León (Burgos) de 15 de diciembre de
2000 una sociedad mercantil, en concreto, una sociedad estatal que toma las formas de
sociedad anónima (Paradores de España S.A.) no puede alegar la exención de caución.
Para interponer el recurso de apelación las personas jurídicas tenían que acompañar el
modelo 696 de la AEAT. Sin embargo, desde el 15 de agosto de 2016 fecha de publicación
en el Boletín Oficial del Estado de la STC 140/2016, de 21 de julio de 2016, en la que se
declara la inconstitucionalidad y nulidad en relación con las personas jurídicas de las
tasas judiciales correspondientes a los órdenes jurisdiccionales contencioso-
administrativo y social y de determinadas tasas correspondientes a procesos en el orden
jurisdiccional civil ya no existe obligación de presentar el modelo 696 de
autoliquidación de la tasa (véase supra el capítulo de interposición del recurso
contencioso-administrativo). En relación con las personas físicas, el artículo 11 del Real
Decreto-ley 1/2015, de 27 de febrero, de mecanismo de segunda oportunidad, reducción
de carga financiera y otras medidas de orden social (convalidado mediante Acuerdo del
Congreso de los Diputados de 12 de marzo de 2015 y publicado en el B.O.E. de 18 de
marzo) ya había suprimido la tasa judicial para ellas, de modo que en la actualidad
tampoco las personas físicas han de acompañar el modelo 696.
(...) Se interpone el presente recurso de apelación al estimar los actores que el Juzgador a quo
carecía de competencia funcional para resolver la medida cautelar, pues considera que al
haber interpuesto recurso de apelación frente a la Sentencia, el órgano Judicial competente
para resolver la solicitud de medidas cautelares es el órgano que deberá conocer de la
apelación contra el proceso principal. (...)
SEGUNDO. Establece el artículo 83 de la LJCA, Ley 29/1998, que (...). Habida cuenta de ello, la
Sala no comparte el criterio de los apelantes, y la confusión con que se expone el motivo en el
recurso. Pues como recoge el precepto, corresponde al Juzgador que conoce del asunto principal
resolver las solicitudes que se le presenten en materia de medidas cautelares, sin perjuicio de
que la revisión de la resolución Judicial adoptada sea competencia de la Sala del Tribunal para
vía recurso de apelación revocar el sentido del Auto adoptado y en su caso apelado .
TERCERO. Procede la imposición de costas a la parte apelante de acuerdo con el artículo 139.2
de la Ley 29/1998 de 13 de julio, reguladora de esta Jurisdicción.
En base a los anteriores hechos, fundamentos jurídicos y vistos los artículos citados y demás
de general aplicación».
La facultad prevista en el art. 83.2 transcrito guarda, pues, relación con el aseguramiento del
fallo adoptado, e incluso del que eventualmente pueda dictarse en segunda instancia».
Estas medidas cautelares del artículo 83 serían, pues, una realidad diferente de la
ejecución provisional y puede tener la ventaja de la no exigencia, dado el caso, de
fianzas que difícilmente se evitan en el caso de la ejecución provisional. Pero el
desconocimiento de esta opción procesal parece generalizado en la práctica procesal.
Finalmente, ya hemos hecho alusión supra a la utilidad adicional que puede tener el
recurso de aclaración y demás supuestos de alteración de sentencias y autos: en este
contexto la interposición de tales recursos lleva consigo la prolongación de facto del
plazo procesal de impugnación en apelación, ya que se interrumpe el plazo de
interposición, el cual comienza a computarse de nuevo tras la resolución de tales
recursos de alteración de resoluciones (nos remitimos a las referencias que hemos
realizado en el comentario a los artículos 67 a 73 de la LJCA 29/1998, si bien esta
cuestión se regula en la LEC y LOPJ).
NOTA BIBLIOGRÁFICA
FOOTNOTES
1
En el recurso de apelación, como es lógico, y recuerda la STSJ del País Vasco n.º 980/2002, de 20
diciembre, no es de recibo reproducir los motivos ya alegados en instancia, ya que se requiere
efectuar una crítica suficiente del razonamiento seguido en primera instancia. De ahí que dicha
sentencia desestime el recurso interpuesto: «si bien como es sabido mediante el recurso de
apelación un órgano jurisdiccional diferente revisa, a instancia de parte, la sentencia dictada
por el juez a quo , extendiendo su función revisora tanto a los aspectos de hecho como de
derecho, no teniendo, a diferencia del de casación, tasados los motivos en que pueda fundarse»,
sin embargo «el Ayuntamiento apelante, esgrime en esta segunda instancia la batería de
argumentos ya debatidos en el primer escalón procesal, a saber , error administrativo al
acumular los expedientes seguidos, ilegalidad en la denegación de la apertura del periodo
probatorio, errores apreciables en los expedientes, inexistencia de causa sancionadora, entre
otros motivos». Por lo que «ha de desestimarse la apelación» .
2
De ahí que se inadmita el recurso de apelación si la cuantía no llega a los «tres millones de
pesetas» (STSJ Región de Murcia n.º 272/2000, de 15 marzo; STSJ de Navarra n.º 32/2006, de 26 de
enero; STSJ Castilla y León, Valladolid, n.º 1313/2006, de 30 junio, etc.).
Este y no otro sería el contexto en que situar la sentencia del Tribunal Superior de Justicia del
País Vasco, de 16 de octubre de 2006, rec. 758/2003, informando de estos otros posibles límites
lógicos o materiales de la ejecución provisional en torno a la posible irreversibilidad : «la
medida de ejecución» provisional que pretenden los recurrentes es únicamente la publicación
de la sentencia en diario oficial, haciendo expresa mención al art. 107 LJCA; el fin de su petición
es dar eficacia actual a la sentencia, hacer desaparecer la norma del panorama jurídico, y ante
ese vacío de norma que las Administraciones competentes resuelvan dictar o no nueva norma
sobre el canon. Imposible encaje tiene la pretensión interesada en un incidente de ejecución
provisional. La publicación de una sentencia estimatoria es condición de eficacia «erga
omnes» , que sólo puede obtenerse cuando el pronunciamiento es firme , y en este caso no
lo es; por otra parte, la publicación y los efectos que produce son irreversibles pues ante la
certeza jurídica de la desaparición de una norma no existe posibilidad de retorno. Lo que los
recurrentes interesan, en definitiva, es una ejecución plena de la sentencia, pero anticipada ,
algo muy distinto a la ejecución provisional asociada al desencadenamiento controlado y bajo
condición de reversibilidad de los efectos propios que la sentencia origina en la esfera de
actuación del demandado, por lo que no puede prosperar la ejecución provisional solicitada».
En coherencia con lo expuesto, los autos por los que se resuelven los incidentes de ejecución
provisional son recurribles en casación o apelación (en función del órgano jurisdiccional que
lo dicta), rechazándose tales recursos si se confirma la denegación de la ejecución provisional
por el hecho de que la parte beneficiada por la sentencia está pidiendo, mediante la ejecución
provisional, cuestiones que no son realmente las resueltas por la sentencia recurrida y llamada
a ser provisionalmente ejecutada (STS de 30 de octubre de 1999, rec. 8374/1997; STS de 20 de
septiembre de 2010, rec. 4752/2009).
Igualmente, J. HUELIN MARTÍNEZ DE VELASCO, «La ejecución anticipada de las sentencias contencioso-
administrativas condenatorias de la Administración», Revista Jurídica de Navarra 1997 p.63.
10
11
12
Afirma: «Sólo en aquellos supuestos –prosigue el TC– en que la ejecución de lo acordado acarrea
perjuicios patrimoniales difícilmente reparables por su entidad, por la imposibilidad de
repercutir su costo o por la irreversibilidad de las situaciones jurídicas que puedan producirse,
como ocurre en los casos en que por la ejecución de lo acordado se produce la transmisión
irrecuperable del dominio sobre un bien determinado (AATC 565/1986 y 52/1989, entre otros),
hemos accedido a la suspensión».
13
«Aplicando este principio al supuesto de autos, hemos de concluir que no se ha acreditado que
concurra ninguno de los supuestos que permitiría no acceder a la ejecución provisional de una
sentencia de condena dineraria, pues como señala el Auto de primera instancia la alegación de
la Administración no va acompañada de ninguna corroboración adicional. El hecho de que los
ejecutantes provisionales alegaran en favor de la no exigencia de caución o fianza, apelando a
su situación económica, no puede asimilarse a una situación acreditada de insolvencia que
convierta en imposible la recuperación de las cantidades o en irreversible la transferencia
patrimonial realizada a su favor».
14
Razona esta sentencia que «el perjuicio de cualquier naturaleza a que supedita la prestación de
caución o garantía el art. 84.1, segundo párrafo, de la Ley 29/1998, de 13 de julio, reguladora de
la Jurisdicción Contencioso-Administrativa, sí concurre en el presente caso, pues ciertamente
existe un riesgo de que las cantidades a que se contrae la ejecución provisional resulten de
difícil recuperación, en el supuesto de revocación de la sentencia de primera instancia, con el
consiguiente quebranto al erario público. En este sentido, tanto por la cuantía de la condena
dineraria como por esa situación económica a que aluden los aquí apelados en su escrito de
fecha 4 de junio de 2013, se hace necesario exigir la prestación de caución o garantía, en
cualquiera de las formas admitidas en Derecho (arts. 84.2 y 133.2 de la Ley 29/1998, de 13 de
julio, reguladora de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa) por importe de 40.000 euros
más un 10% en concepto de intereses. Por tanto, en conclusión, la situación patrimonial de los
ejecutantes no es suficiente para impedir la ejecución provisional despachada pero sí para
asegurar los eventuales perjuicios derivados de ésta. En el presente caso, la ejecución
provisional ya ha sido acordada, por lo que la caución o garantía deberá constituirse en el plazo
de veinte días a contar desde el siguiente a la notificación de la presente resolución».
15
16
Por todos, J. DAMIÁN MORENO, «La ejecución provisional de sentencias en el proceso civil», RJUAM ,
n.º 19, 2009-I, pp. 113-128: «una de las mayores innovaciones de la LEC de 7 de enero de 2000
consiste en haber modificado el sistema de ejecución de sentencias a fin de intentar afianzar la
posición procesal de quien ha obtenido una sentencia a su favor en la instancia, procurando
con ello aspirar al ideal, no siempre alcanzable, de la inmediata ejecutabilidad de la sentencia
dictada en el primer grado jurisdiccional. Así pues, y frente al principio que hasta ahora venía
rigiendo, la ley ha concedido al litigante vencedor, el derecho a «pedir y obtener» de manera
provisional la ejecución de la resolución dictada en la instancia sin tener que adelantar
cantidad alguna por este concepto (art. 536 LEC)» (F. CORDÓN MORENO, El proceso de ejecución.
Pamplona 2002; V. MAGRO SERVET: «La ejecución provisional de sentencias civiles. Respuesta de los
tribunales», en Revista de Jurisprudencia El Derecho , n.º 3, enero de 2008; V.M. MORENO VELASCO.:
«Las costas en ejecución provisional» en Revista de Jurisprudencia El Derecho , n.º 3, marzo de
2007; R. SORIA DE QUINTANA, «La ejecución provisional de sentencias civiles: un problema, una
reflexión y una posible solución», en www.ialmenara.com.
17
18
19
G. PÉREZ DEL BLANCO, «La reversibilidad de las prestaciones como presupuesto de la ejecución
provisional en el proceso contencioso-administrativo español», Revista Internacional de Estudios
sobre Derecho procesal y arbitraje, 1, 2009.
20
MORENO CATENA, Derecho procesal civil. Parte general , Valencia 2008 p. 455.
21
G. PÉREZ DEL BLANCO, «La reversibilidad de las prestaciones como presupuesto de la ejecución
provisional en el proceso contencioso-administrativo español», Revista Internacional de Estudios
sobre Derecho procesal y arbitraje n.º 1, 2009.
22
23
24
25
26
E. FERNÁNDEZ RUÍZ, «Concepto y regulación de los intereses procesales», La Ley N.º 8154 (2013)
27
Puede verse en esta línea el AAP 104/2001, de Jaén de 22 de noviembre de 2001, a cuya lectura
nos remitimos o el AAP de Cuenca 4/2017 de 31 de enero de 2017.
28
Apunta el auto: «es evidente que el art. 385 LECiv prevé expresamente tal obligación cuando
impone el afianzamiento no sólo de la devolución de lo que se perciba, sino también de los
daños y perjuicios que puedan producirse, y es también palmario que cuando en virtud de esa
ejecución provisional se percibe una cantidad líquida, el ejecutado al dejar de poseerla deja
también de percibir sus frutos, que no son otros que los intereses de la misma, obteniéndolos al
contrario quien recibe la suma, de lo que se sigue que la entrega de la cantidad causa un
perjuicio al ejecutado valorable en esos intereses que dejó de percibir».
29
Afirma: «ahora bien, es también claro que esa ejecución no viene determinada sino por la
existencia de una resolución jurisdiccional que, con fundamento legal, a ello faculta al
ejecutante con lo que podría argumentarse que aunque se ha causado un daño no existe
fundamento para la imputación del mismo a una conducta del beneficiado con esa ejecución,
con lo que no habría base para obligar a éste a abonar intereses puesto que la suma principal
no fue indebidamente percibida»
30
31
32
Se añade: «no está de más subrayar que la querellada no ha sido la primera que ha admitido, en
el mismo procedimiento del que dimanan las resoluciones tachadas de prevaricadoras, la
posibilidad de despachar ejecución después de que mediante auto se hubiese acordado la
suspensión de la misma. En efecto, su antecesor en la titularidad del Juzgado, el Magistrado Juez
Don Francisco Ramírez Peinado, que había acordado dicha suspensión por auto de 28 de junio
de 2002, admitió a trámite una segunda demanda de ejecución y acordó, mediante auto de 11 de
febrero de 2003 (una vez que la Audiencia Provincial desestimó el recurso de apelación contra
la sentencia de cuya ejecución se trata), la ejecución provisional. Cierto que después atendió la
nuevamente formulada oposición a dicho despacho de ejecución, pero los argumentos que se
cruzaron entonces no fueron que resultase imposible alzar la suspensión ya acordada, sino
justamente que no existió un cambio de circunstancias que lo hiciera posibl e. De hecho, la hoy
querellante, en su escrito de 21 de febrero de 2003, al formular escrito de oposición a la
ejecución, razonó del siguiente modo: “Desde el 28 de junio de 2002 (fecha del auto que acuerda
la suspensión) al 11 de febrero de 2003 (fecha del presente auto [se refiere al auto que por
segunda vez acordó despachar la ejecución provisional]) han transcurrido apenas siete meses, y
la situación es exactamente la misma, tal y como veremos a continuación. Dado que la situación
es la misma y que el ejecutante no ha variado un ápice sus argumentaciones respecto de la
primera ejecución provisional solicitada ni ha aportado, no ya prueba alguna de que la
situación haya cambiado, sino que ni siquiera ha aportado la existencia del más mínimo indicio
en el sentido indicado, es por ello ser de justicia el que se suspenda la ejecución provisional
solicitada”. Parece claro que, al menos de forma tácita, con razón o sin ella, la querellante
consideraba entonces que un cambio en la situación contemplada por la primera resolución
autorizaría a replantear la cuestión y justificaría un ulterior despacho de la ejecución
inicialmente suspendida. Sea o no ello correcto, lo cierto es que no puede calificarse como
interpretación completamente arbitraria o irrazonable, ni, por lo tanto, expresión de un criterio
caprichoso formado al margen por completo del Derecho». Y finalmente el Auto aún más claro
expresa esta posibilidad: «no corresponde a la Sala examinar la entidad del cambio de las
circunstancias invocado por la ejecutante y apreciado por la juzgadora contra quien se ha
interpuesto la querella causante de estas Diligencias. Basta con señalar que en el escrito de 29
de abril de 2004, de impugnación de la oposición a la ejecución provisional, la ejecutante
ofrece argumentos justamente dirigidos a justificar la posibilidad de interposición de una
ulterior demanda de ejecución provisional “en base a hechos y circunstancias nuevas
acaecidas con posterioridad a la última denegación”, y a partir de su folio octavo
enumera, con acreditación documental, los “nuevos hechos y circunstancias que han
alterado in substancia los aducidos anteriormente ”. Tal argumentación fue atendida por la
juzgadora ahora querellada, pues en su auto de 7 de junio de 2004 desestimatorio de la
oposición a la ejecución provisional se hace eco de alguna de las alegadas circunstancias
sobrevenidas, muy particularmente que “el estado del local es de un deterioro estructural y
funcional que se va acrecentando día a día, conforme documental que aporta”».
33
J. M. ÁLVAREZ-CIENFUEGOS SUÁREZ, AJA , 333, 1998, pp. 1 y ss.; puede verse también A. RODRÍGUEZ GARCÍA,
en J. GONZÁLEZ PÉREZ, director, Tribuna sobre la reforma de la jurisdicción contencioso-
administrativa , Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, Madrid, 1997, p. 119.
34
Sobre la prueba en apelación puede seleccionarse la sentencia del TSJ de Madrid de 16 de mayo
de 2000: «Previamente al conocimiento del fondo del asunto se ha de resolver acerca de la
petición de recibimiento a prueba formulado por el recurrente. El artículo 85 de la Ley de la
Jurisdicción Contencioso-Administrativa establece que en los escritos de interposición del
recurso y de oposición al mismo las partes podrán pedir el recibimiento a prueba pero sólo para
la práctica de las que hubieran sido denegadas o no hubieran sido debidamente practicadas en
primera instancia por causas que no les sean imputables. No concurriendo ninguno de dichos
dos requisitos, toda vez que la parte recurrente ni siquiera solicitó el recibimiento del pleito a
prueba en primera instancia es patente que no procede recibir el incidente a prueba en esta
segunda instancia. Por otra parte el número 8 del citado artículo 85 establece que la Sala
acordará la celebración de vista o la presentación de conclusiones si lo hubieren solicitado
todas las partes o si se hubiere practicado prueba, así como cuando lo estimare necesario,
atendida la índole del asunto, en el caso presente, no se ha practicado prueba, la parte recurrida
no sólo no solicita trámite de conclusiones sino que se opone al mismo y el Tribunal no lo
estima necesario por lo que no es procedente dicho trámite».
35
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Cuarta Parte. Procedimiento contencioso-administrativo en primera o única
instancia
Capítulo XXXV. Recurso de casación (artículos 86 y ss. LJCA) tras la Ley Orgánica 7/2015,
de 21 de julio, por la que se modifica la Ley Orgánica 6/1985, de 1 de julio, del Poder
Judicial
Capítulo XXXV
Sumario:
Primero, tal como expresa el propio Preámbulo de la LO 7/2015, «la ley opta por reforzar
el recurso de casación como instrumento por excelencia para asegurar la
uniformidad en la aplicación judicial del Derecho» .
En segundo lugar, «de esta forma, el recurso de casación podrá ser admitido a trámite
cuando, invocada una concreta infracción del ordenamiento jurídico, tanto
procesal como sustantiva, o de la jurisprudencia , la Sala de lo Contencioso-
administrativo del Tribunal Supremo estime que el recurso presenta interés casacional
objetivo para la formación de jurisprudencia».
Asimismo, la reforma tiene como finalidad «que la casación no se convierta en una
tercera instancia», «sino que cumpla estrictamente su función nomofiláctica »,
explicándose así que se diseñe «un mecanismo de admisión de los recursos basado en la
descripción de los supuestos en los que un asunto podrá acceder al Tribunal Supremo
por concurrir un interés casacional ». «Así, la Sala de casación podrá apreciar que en
determinados casos existe interés casacional objetivo, motivándolo expresamente en el
auto de admisión. El recurso deberá ser admitido en determinados supuestos, en los que
existe la presunción de que existe interés casacional objetivo».
No obstante, se nos dice igualmente que esta reforma de la Ley Orgánica 7/2015
persigue «la finalidad de intensificar las garantías en la protección de los derechos de
los ciudadanos». Esta observación puede entenderse en principio reconociendo que se
generaliza la posibilidad de recurrir (desde el punto de vista de las sentencias
recurribles) considerando que, con el sistema precedente, no accedían asuntos por el
hecho de no llegar a la cuantía de 600.000 euros; pero es una «observación» que no
puede llevar a equívocos, ya que el nuevo sistema casacional gravita sobre la idea
(discrecional además) del interés casacional objetivo (esto es, la función de asegurar la
uniformidad en la aplicación judicial del Derecho) más que sobre la idea de la
satisfacción de intereses subjetivos de las partes.
Desde esta perspectiva elemental, las soluciones en pura lógica serían, o bien rebajar las
exigencias (ya que la suerte tiene un especial protagonismo; que sería el modelo
conforme a la «justicia» del TEDH, es decir, un modelo igualmente «singular» y
«aleatorio» pero al menos no tan exigente en los presupuestos formales); o bien
aumentar la certeza en la admisión.
No nos parece correcto buscar la justificación, frente a tal posible objeción, en el hecho
de que la nueva casación exige una labor más responsable al letrado, examinando este
mayormente las opciones de éxito del recurso. Ya que tales opciones serán siempre
inciertas. Y además el letrado tampoco tiene un poder de adivinación.
Se nos dirá también que este modelo (de la Ley Orgánica 7/2015) procede del sistema
judicial norteamericano («una ponderada importación del certiorari del TS
norteamericano» 3)), pero eso tampoco es decir mucho.
Cierto que, además de los motivos del nuevo recurso de casación (la idea de
uniformidad en la aplicación judicial del derecho, la referida función nomofiláctica...),
la reforma hecha por Ley Orgánica 7/2015 puede a mi juicio también explicarse por el
fracaso del eje seguramente central (en la determinación del acceso a la casación) de la
versión anterior de la LJCA 1998, que fue la cuantía. En general la cuantía (y lo que se
relaciona con ella: las costas procesales) funciona de forma anómala en el sistema
procesal administrativo, produciendo continuos problemas. El caso es que, por un lado,
la cuantía de 600.000 euros dejaba casos sin opción de casación (lo que no parecía muy
correcto, sobrando mayores comentarios) pero, por otro lado, curiosamente se abría
después la vía del recurso de casación por la cuantía indeterminada que llevaba a que
posiblemente muchos casos accedieran al Supremo con menor merecimiento que
aquellos otros que quedaban fuera. ¿No será posible un criterio, algún día, de acceso al
TS, que no sea aleatorio, sino mínimamente certero?
Por mucho que se quiera enfatizar la idea del interés casacional objetivo, es claro que es
el justiciable quien pone en marcha el mecanismo del recurso de casación, y no una
instancia pública, y, desde esta perspectiva, no encuentra siquiera acomodo (en el nuevo
articulado) la situación normal, que va a interesar al recurrente, relativa a cómo atacar
ahora una sentencia arbitraria o incongruente o con defectos in procedendo. No
encuentra acomodo, porque de eso se trata, conforme a los nuevos pilares del recurso
de casación
LOPJ y 215 de la
Al margen de esto, podrían aportarse estas posibles pautas a efectos de rastrear dónde
están ahora las referencias :
1. Por un lado, hay que empezar por leer las exigencias impuestas, por el artículo 89.2 de
la LJCA en cuanto a la preparación del recurso de casación .
2. Pero por otro lado hay que tener la mente puesta en la propia regulación del recurso de
casación observando qué va a exigirse después ( artículo 92.3 de la LJCA).
3. Sin embargo, también hay que estar mirando las regulaciones que nos informan de los
criterios en que puede apoyarse la Sala de instancia o el TS para inadmitir el recurso,
destacando obviamente la regulación del interés casacional objetivo (artículo 89.2) pero otras
posibles regulaciones (así, artículo 90.4). La propia idea clave, del interés objetivo en la
uniformidad de la aplicación judicial del derecho, estaba obviamente presente no solo en la
legislación y praxis anteriores tanto en torno a la casación común como en la unificación
para la doctrina o en el recurso de casación en interés de la ley (en este último a través del
presupuesto de la fijación de doctrina legal).
4. Asimismo, hay conceptos cuyo conocimiento parece presuponerse, siendo útil o necesario o
conveniente al menos, conocer su origen y el desarrollo jurisprudencial que han tenido
durante los últimos años, como posibles pautas de referencia, al menos por el momento. Eso
se debe en parte a la afirmación de un único recurso de casación, en vez de los tres que
contemplaba la legislación precedente. A veces parece presuponerse el conocimiento del
antecedente de la regulación en cuestión. Esto es así considerando otra clave de la reforma
por LO 7/2015, que es el hecho de la «refundición» (en la actual normativa) de la regulación
de tres recursos de casación precedentes (ordinario, de unificación de la doctrina, y en
interés de la ley). Al derogarse el articulado sobre los recursos de casación para la unificación
de doctrina y en interés de la ley 4) el nuevo sistema casacional incorpora criterios de aquellos
otros recursos, resultando a veces conveniente tener en cuenta la regulación precedente,
como posible orientación. Es útil, del recurso de casación para la unificación de doctrina, la
función uniformadora que caracterizaba este recurso, por ser su finalidad la reconducción a
la unidad de criterios judiciales dispersos y contradictorios, así como la corrección de
infracciones legales 5). Ratio o «función uniformadora» de tal recurso en la configuración
precedente, que se refleja en el nuevo artículo 88.2.a, junto a la finalidad de hacer efectivos
los principios constitucionales de seguridad jurídica y de igualdad, corrigiendo tratamientos
desiguales en el momento de dispensarse la tutela judicial (STS de 10 de febrero de 1997) 6).
FOOTNOTES
1
Como idea general de esta LO 7/2015: «como complemento al articulado se introducen seis
disposiciones adicionales, nueve transitorias y diez finales. Entre las disposiciones finales,
destacan la disposición final cuarta, que modifica la Ley 1/2000, de 7 de enero, de
Enjuiciamiento Civil para adaptarla a las nuevas disposiciones de la Ley Orgánica del Poder
Judicial en relación con la información sobre el estado de las actuaciones judiciales, la
publicidad de las sentencias y la ejecución de sentencias del Tribunal Europeo de Derechos
Humanos, y la disposición final tercera, que modifica la Ley 29/1998, de 13 de julio,
reguladora de la Jurisdicción Contencioso-administrativa, en lo relativo al recurso de casación
en este orden jurisdiccional».
Críticamente, DIEZ-PICAZO GIMÉNEZ, «La admisión discrecional de asuntos por el TS», El Derecho, 22
de junio de 2015; A. MUÑOZ ARANGUREN, «La curiosidad del jurista persa y la reforma del recurso
de casación contencioso-administrativo», La Ley núm. 8634, 28 de octubre de 2015. Otros
trabajos sobre el recurso de casación son: T. CALVO SALES, «El nuevo recurso de casación se abre a
la Administración Local», El Consultor de los Ayuntamientos , La Ley 5889/2016; I. COLOMER
HERNÁNDEZ, «De cuando la times new roman se pudo imponer sobre el derecho de defensa en la
casación contencioso-administrativa», Diario La Ley , N.º 8919, 10 de Febrero de 2017; J.R.
RODRÍGUEZ CARBAJO, «La entrada en vigor del nuevo recurso de casación contencioso: problemas de
derecho transitorio», Diario La Ley, N.º 8809, 22 de Julio de 2016, La Ley 5887/2016; J.R. RODRÍGUEZ
CARBAJO, «Las 10 claves de los nuevos recursos de casación contencioso-administrativos (Ley
Orgánica 7/2015, de 21 de julio, por la que se modifica la Ley Orgánica 6/1985, de 1 de julio, del
Poder Judicial. BOE de 22 de julio de 2015)», La ley 5825/2016; F. J. SOSPEDRA NAVAS, «El
controvertido ámbito de las resoluciones recurribles en el recurso de casación contencioso-
administrativo», Revista Aranzadi Doctrinal, 3 (2017); R. VÁZQUEZ DEL REY VILLANUEVA, «Las
novedades introducidas en el recurso de casación contencioso-administrativo: análisis crítico»,
Diario La Ley , N.º 8800, 11 de Julio de 2016, , LA LEY 4794/2016
Derogación en toda regla y, con ello, de las dos modalidades de recurso de casación para la
unificación de doctrina (estatal y autonómica), que persisten solo en tanto en cuanto puedan
compararse los nuevos artículos 88.2.a y 86.3párrafo segundo de la LJCA; desaparición del
carácter excluyente de la interposición del recurso de casación para la unificación de doctrina
por haberse interpuesto el de casación ordinario o proceder este, sin perjuicio de la posibilidad
(del sistema anterior) de que una parte interpusiera un recurso de casación ordinario mientras
que la otra parte (casos por ejemplo, de impugnaciones de justiprecios) no podía hacerlo, por
razón de la cuantía, planteando en cambio un recurso para casación de unificación de doctrina
(ATS 5815/2008 n.º rec. 3470/2007; y Autos de TS de 7 de febrero de 2005 (JUR 2005, 136949),
recurso de queja 322/04, 15 de diciembre de 2005 (JUR 2006, 62890), recurso de queja 753/05
y 6 de marzo de 2008, recurso de casación 4081/07»; y ATS de 26 de junio de 2014 (JUR 2014,
206142) recurso 2/2014). La STS de 19 de octubre de 2015 (RJ 2015, 4462) rec. Casación
918/2014 y STS de 19 de octubre de 2015 (rec. Casación para la unificación de doctrina 284/2015)
resuelven el mismo día la casación por una parte y la casación para la unificación de doctrina
por la otra.
5
«La finalidad primaria de esta modalidad singular del recurso de casación es esencialmente no
tanto corregir la eventual infracción legal en que pueda haber incurrido la sentencia
impugnada, cuanto reducir a la unidad criterios judiciales dispersos y contradictorios ,
fijando la doctrina legal al hilo de la cuestión» (STS de 10 de febrero de 1997); «el objeto o
finalidad de este recurso es reconducir a la unidad las eventuales decisiones contradictorias, es
decir, la unificación de doctrina ante la existencia de fallos incompatibles» (por todas, ATS de 28
de julio de 1997).
Este aspecto de la seguridad jurídica y de la igualdad entre los litigantes es propio de este
recurso de casación para la unificación de doctrina, evitando que aquéllos puedan verse
sorprendidos por respuestas judiciales dispares e incluso contradictorias (STS de 8 de octubre
de 1990).
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Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Cuarta Parte. Procedimiento contencioso-administrativo en primera o única
instancia
Capítulo XXXVI. Recurso de casación contra sentencias
Capítulo XXXVI
Sumario:
Según el nuevo artículo 86.1: «las sentencias dictadas en única instancia por los
Juzgados de lo Contencioso-administrativo y las dictadas en única instancia o en
apelación por la Sala de lo Contencioso-administrativo de la Audiencia Nacional y por
las Salas de lo Contencioso-administrativo de los Tribunales Superiores de Justicia serán
susceptibles de recurso de casación ante la Sala de lo Contencioso-administrativo del
Tribunal Supremo. En el caso de las sentencias dictadas en única instancia por los
Juzgados de lo Contencioso-administrativo, únicamente serán susceptibles de recurso
las sentencias que contengan doctrina que se reputa gravemente dañosa para los
intereses generales y sean susceptibles de extensión de efectos».
También se pueden recurrir en única instancia o en apelación las dictadas por la Sala de
lo Contencioso-administrativo de la Audiencia Nacional y por las Salas de lo
Contencioso-administrativo de los Tribunales Superiores de Justicia.
Este criterio, apuntado en último lugar, diríamos que es técnica procesal general de
recurso, ya que también, por ejemplo, se sigue en la justicia europea (por todas, STJUE
de 20 de septiembre de 2016, Konstantinos Mallis y otros, Asuntos C-105/15 P a C-109/15
P) 1). Ahora bien, esta doctrina es matizable en sentido favorable al recurrente: «no
obstante, cuando un recurrente impugna la interpretación o la aplicación del Derecho
de la Unión efectuada por el Tribunal General, las cuestiones de Derecho examinadas en
primera instancia pueden volver a discutirse en el marco de un recurso de casación. En
efecto, si un recurrente no pudiera basar su recurso de casación en motivos y
alegaciones ya invocados ante el Tribunal General, se privaría al recurso de casación de
una parte de su sentido (véase la sentencia de 4 de septiembre de 2014,
España/Comisión, C-192/13)».
Si la nueva Ley no dice nada más, parece posible entender que cabe el recurso por
ambas partes procesales, siempre que se haga valer ese presupuesto, pero es claro que
el sentido viene estando en que el recurrente sea la Administración.
Se ha venido criticando (a veces con acritud 2)) el hecho de las reservas de legitimación a
favor de la Administración y no de los particulares para interponer el recurso de casación en
interés de la ley. Es conveniente, en este extremo, tener en cuenta los posibles precedentes de
esta regulación. Ya desde el artículo 101.1 de la LJCA de 1956, cuando éste establecía un
recurso extraordinario de apelación en interés de la ley, podía éste ser interpuesto por «los
Abogados del Estado», sin que por tanto su finalidad fuese la protección de la potestad
normativa de quienes la ostentan (el Parlamento, pues; L. M. COSCULLUELA MONTANER, RAP , 100-
102, 1983, p. 1251) 3).
En este contexto, la LJCA de 1998 dejó de referirse al Abogado del Estado, para hablar en su
lugar de «Administración Pública territorial que tenga interés legítimo», con acierto, ya que la
posición del Abogado del Estado no puede aludir a la legitimación, sino a la representación,
que es cosa diferente.
Por otra parte, se reconoció también a las Entidades o Corporaciones –que ostentaran la
representación y defensa de intereses de carácter general o corporativo y tuviesen interés
legítimo en el asunto– la posibilidad de interponer tal recurso (STS de 16 de febrero de 1996).
Esta última previsión se contenía ya en la LJCA a raíz de la reforma de la trascendental Ley
10/1992 y así puede entenderse la jurisprudencia actual que admite la posibilidad de
interponerlo no sólo a los Ayuntamientos sino también a sus Federaciones (STS de 21 de
noviembre de 1997).
Merece también la pena insistir en que la jurisprudencia disipó las dudas iniciales acerca de
la legitimación de las Universidades (STS de 28 de diciembre de 1996; STS de 31 de octubre de
1997; STS de 22 de diciembre de 1997; STS de 3 de febrero de 1998). Sin embargo, no se
admitió este recurso si lo interponían sindicatos u organizaciones empresariales (STS de 5 de
diciembre de 1997).
En conclusión, la LJCA de 1998 no habría pretendido retornar a una concepción, tan pura
como imposible, de este recurso de casación como tutelante exclusivamente del interés de la
ley en abstracto, pero consideraba los intereses de la Administración, los intereses
corporativos, así como el interés público y el interés en la legalidad (a través del recurso que
interponga la Administración o el Ministerio Fiscal).
Se mantuvo este recurso en el articulado legal de la LJCA 1998 después de que en los
primeros borradores de la LJCA aquél no apareciera. Se entiende así la escueta pero
expresiva alusión de la Exposición de Motivos de la LJCA de 1998 a este recurso de casación: «
se ha considerado oportuno mantener el recurso de casación en interés de la Ley».
Antes (LJCA 1998, versión original) se exceptuaban otros supuestos por razón de la
cuantía (asuntos de cuantía inferior a 600.000 euros) o de la materia. La LJCA partía de
la posibilidad de recurrir todas las sentencias dictadas en única instancia por la Sala de
lo Contencioso-administrativo de la Audiencia Nacional y por las Salas de lo
Contencioso-administrativo de los Tribunales Superiores de Justicia ( artículo 86.1 de
la LJCA). Y la regla general declarada en el artículo 86.1 llegaba a ser en realidad la
excepción si se considera la amplitud de los supuestos que excepcionaban el acceso al
recurso de casación (artículo 86.2), es decir, los casos de las sentencias que se refiriesen
a cuestiones de personal (salvo que afecten al nacimiento o extinción de la relación de
servicio de funcionarios de carrera, en cuyo caso sí son recurribles en casación) y
especialmente las recaídas, cualquiera que fuera la materia, en asuntos cuya cuantía no
exceda de 600.000 euros (salvo que se trate del procedimiento especial para la defensa
de los derechos fundamentales, en cuyo caso sí son recurribles en casación).
Tampoco eran susceptibles de recurso de casación otros dos casos: primero las
sentencias dictadas en el procedimiento para la protección del derecho fundamental de
reunión y segundo las dictadas en materia electoral (artículo 86.2.C y D, regulación por
cierto acorde con el artículo 93.2.c de la LJCA precedente).
Pues bien, solo perduran estos supuestos relacionados en último lugar. No son
recurribles en casación las sentencias dictadas en el procedimiento para la protección
del derecho fundamental de reunión; se ha argumentado a veces que ello es por puras
razones lógicas de incompatibilidad entre el régimen procesal de este concreto derecho
y la inevitable dilación del recurso de casación; una remisión es preciso hacer,
finalmente, a la Ley Orgánica 9/1983, de 15 de julio, reguladora del derecho de
reunión. Tampoco son susceptibles de recurso de casación las sentencias dictadas en
materia electoral, siendo obligada una remisión a la Ley Orgánica 5/1985, de 19 de
junio, del Régimen Electoral General, donde se regulan los recursos procedentes en esta
materia y cuya reproducción sería aquí ociosa.
Según el nuevo artículo 86.3, «las sentencias que, siendo susceptibles de casación, hayan
sido dictadas por las Salas de lo Contencioso-administrativo de los Tribunales Superiores
de Justicia sólo serán recurribles ante la Sala de lo Contencioso-administrativo del
Tribunal Supremo si el recurso pretende fundarse en infracción de normas de Derecho
estatal o de la Unión Europea que sea relevante y determinante del fallo impugnado,
siempre que hubieran sido invocadas oportunamente en el proceso o consideradas por
la Sala sentenciadora».
Ya que este precepto sigue la idea del artículo anterior 86.4 de la LJCA de 1998, podemos
mantener la doctrina jurisprudencial del Supremo desarrollada los años precedentes.
–«Existe una clara prevalencia del aspecto objetivo del precepto (el ordenamiento jurídico
aplicado) sobre el aspecto subjetivo, es decir, la Administración de la que proceda el acto
administrativo» (ATS de 19 de diciembre de 1997; ATS de 21 de noviembre de 1997; ATS de 17
de noviembre de 1997, etc.) 4).
–Lo determinante es que, en el pleito que se sustancia ante el Tribunal Superior de Justicia, la
« ratio decidendi» haya sido el Derecho estatal. Lo decisivo es «el ordenamiento jurídico
aplicado y aplicable en cuanto a la regulación de la materia, su interpretación e inteligencia»
(STS de 30 de abril de 1994; STS de 9 de julio de 1997; STS de 24 de enero de 1996; STS de 29 de
enero de 1998).
Por tanto, según esta doctrina jurisprudencial, se cierra la vía de acceso al Tribunal
Supremo a través de la simple alegación de haberse infringido normas estatales: «no es
suficiente con la invocación de leyes estatales para acordar la admisibilidad de un
recurso de casación contra la sentencia del Tribunal Superior de Justicia». «Sostener lo
contrario equivaldría a vaciar de contenido el artículo 93.4 de la citada ley
procedimental e incluso atentar contra el legítimo ámbito de autonomía otorgado». «La
simple circunstancia de que los preceptos que se dicen o no vulnerados de la legislación
catalana puedan constituir una reproducción de otras normas estatales no significa que
haya de considerarse infringida la normativa de este último carácter» (ATS de 25 de
noviembre de 1997; en esta línea ATS de 6 de octubre de 1997; ATS de 3 de octubre de
1997).
Por otra parte, no basta con la invocación de una supuesta infracción por la norma
reglamentaria autonómica de la ley también autonómica y, por ello, del principio de
jerarquía normativa que consagra el artículo 9.3 de la Constitución (STS de 15 de mayo de
1998, AA , 41, 1998, § 795).
Interesa también afirmar que el típico rigor formal del recurso de casación se
manifiesta cuando el Tribunal Supremo exige que en el mismo momento de la
interposición del recurso de casación se haga valer por el recurrente que la ratio
decidendi del litigio lo constituye la infracción de la norma estatal o comunitaria (STS de
24 de enero de 1996), justificando por tanto «que la infracción de una norma estatal o
comunitaria europea ha sido relevante y determinante del fallo de la sentencia» (
artículo 89.2 de la LJCA de 1998).
Según estas sentencias citadas del Tribunal Supremo [y otras muchas sentencias de la
Sala de lo contencioso-administrativo, como las de 30 de enero de 2008 (rec. cas. núm.
6555/2004); de 4 de marzo de 2009 (rec. cas. núm. 117/2007); de 9 de marzo de 2009 (rec.
cas. núm. 5254/2006); de 3 de julio de 2009 (rec. cas. núm. 1589/2006); de 26 de
noviembre de 2009 (rec. cas. núm. 3130/2004); y de 17 de diciembre de 2009 (rec. cas.
núms. 3127/2004, 2166/2004 y 2725/2004)], pueden distinguirse dos situaciones en las
que el recurso de casación contra una sentencia de un Tribunal Superior de Justicia
fundado esencialmente en la infracción del Derecho autonómico será viable:
«En primer lugar, cuando el Derecho autonómico reproduzca Derecho estatal de carácter
básico. Así se desprende del FD Segundo del Auto de la Sección Primera de esta Sala de 8 de
julio de 2004, en el que se señala que “aunque esta Sala ha declarado (Sentencias de 10 de
febrero y 27 de junio de 2001, entre otras) que el ejercicio por una Comunidad Autónoma de
sus potestades legislativas en materias sobre las que le han sido transferidas las
correspondientes competencias determina que el derecho resultante haya de imputarse a esa
Comunidad, sin que pierda su naturaleza de Derecho autonómico porque el contenido
material de algún precepto coincida con el Derecho estatal, con la consecuencia de que, en
virtud de lo dispuesto en el artículo 86.4 LJ, no quepa invocar ese derecho en un motivo de
casación, sin embargo, como también se señala en la Sentencia de esta Sala de 19 de julio de
2002, la solución no puede ser la misma cuando el contenido del Derecho autonómico
coincide con el del Derecho estatal, pero éste tiene naturaleza de legislación básica, como
sucede con el artículo 251.1 del Decreto legislativo de Cataluña 1/1990, que corresponde al
artículo 245.1 del Texto refundido de la Ley del Suelo de 26 de junio de 1992 (LS/92) y al
artículo 181 LS/76. En estos casos, la asunción por una Comunidad Autónoma como propio del
derecho estatal no priva a éste de su naturaleza de legislación básica que puede ser invocada en
un recurso de casación ” (rec. de queja núm.15/2004). El mismo pronunciamiento se reitera en
el Auto de 22 de marzo de 2007 (JUR 2007, 131562) (rec. cas. núm. 2215/2006), FD Cuarto.
La tesis expuesta no es incompatible con la contenida en la Sentencia de 5 de febrero de 2007
(rec.cas. núm. 6336/2001), en cuyo FD Quinto se dice que “no resulta aceptable que mediante
una determinada interpretación de una norma autonómica, que no es, desde luego, la única
posible, se llegue a una conclusión que resulta incompatible con el contenido de una norma
estatal de carácter básico”; pronunciamiento que reitera la Sentencia de 22 de enero de
2008 (RJ 2008, 908) (rec. cas. núm. 10391/2003), FD Sexto.
Estos mismos criterios (carácter casuístico del examen, posibilidad de casación cuando
la norma sea autonómica, pero reproduzca ley estatal) se siguen por la STS de 2 de
febrero de 2015 (RJ 2015, 489) (recurso 2062/2013). Puede citarse igualmente la STS de
14 de octubre de 2013 (RJ 2013, 6947) (recurso 3929/2012), admitiendo el recurso de
casación considerando que el precepto autonómico reproducía legislación básica
estatal. Para la STS de 17 de septiembre de 2015 (RJ 2015, 4513) (recurso 3900/2013)
ha de admitirse el recurso de casación en dos casos: cuando el precepto autonómico
reproduzca legislación básica estatal, ya que la asunción por una Comunidad Autónoma
como Derecho propio del Derecho estatal no priva a este de su naturaleza de legislación
básica; o cuando se invoque vulneración de jurisprudencia recaída sobre un precepto de
Derecho estatal, aunque no tenga carácter básico, cuyo contenido sea idéntico al del
Derecho autonómico, puesto que el valor de complementar el ordenamiento jurídico
que el artículo 1.6 CC otorga a la jurisprudencia no desparece por la existencia de
Derecho autonómico.
Se ha entendido que esta limitación para recurrir en casación rige en relación con los
recursos contra sentencias, pero no contra Autos ( STS de 24 de mayo de 2011, [RJ
2011, 4679] FJ 3).
Esta regulación recuerda al artículo 99, derogado, de la LJCA, es decir, cuando declaraba
susceptibles de recurso de casación para la unificación de doctrina las sentencias de las
Salas de lo Contencioso-administrativo de los Tribunales Superiores de Justicia, si
existen varias de estas Salas (como ocurre en Andalucía, Canarias y Castilla y León) o la
Sala o Salas tienen varias Secciones cuando, respecto a los mismos litigantes u otros
diferentes en idéntica situación y, en mérito a hechos, fundamentos y pretensiones
sustancialmente iguales se hubiera llegado a pronunciamientos distintos. Este recurso
sólo podrá fundarse en infracción de normas emanadas de la Comunidad Autónoma.
Esta regulación de la LJCA (artículos 12.2.b y 86.5) exige una consulta del artículo 81 de
la ley de Funcionamiento del Tribunal de Cuentas, Ley 7/1988, de 5 de abril:
1. Las sentencias definitivas pronunciadas por las Salas del Tribunal en apelación o en única
instancia cuando la cuantía del procedimiento exceda de 3.000.000 de pesetas.
Esta cuantía se entenderá, en su caso, elevada o disminuida, sin necesidad de precepto legal
que así lo exprese, en la medida en que lo sea para el recurso de casación en el proceso civil.
2. Los autos dictados por las Salas del Tribunal de Cuentas, en asuntos de que conozcan en
única instancia, por virtud de los cuales no se dé lugar a la incoación del procedimiento
jurisdiccional correspondiente.
3. Los autos dictados por las mismas Salas en apelación, confirmatorios de los pronunciados
en primera instancia por los Consejeros de Cuentas, no dando lugar a la incoación del
procedimiento jurisdiccional que corresponda.
4. El recurso de casación podrá interponerse por el Ministerio Fiscal, o por quienes, siendo
actores o figurando como demandados en el procedimiento jurisdiccional de que traigan
causa puedan resultar perjudicados por la sentencia o resolución recurrida, siempre que no
hubieren consentido otra previamente recaída sobre igual objeto y en el mismo proceso.
FOOTNOTES
1
G. DOMENECH PASCUAL, «Creación del Derecho a través del recurso de casación en interés de la ley»,
Dret , enero 2013.
Por las mismas razones tampoco fue perceptible el «interés de ley» tras la Ley de Medidas
Urgentes de Reforma Procesal (artículo 102.b), que mantuvo la mención al Abogado del Estado,
consiguiendo también extender la posibilidad de interponer este recurso a las Entidades y
Corporaciones que ostentaran la representación y defensa de los intereses de carácter general o
corporativo y tuviesen interés legítimo en el asunto; por otra parte, cierta jurisprudencia afirmó
la legitimación de las Comunidades Autónomas.
En principio parece que bajo tales coordenadas este recurso tiende no a otro fin que a la
protección del interés público (S. MARTÍN-RETORTILLO BAQUER, La defensa del Estado , Madrid, 1986,
p. 280). Pero la equiparación entre interés público e interés de la Administración tampoco es
siempre perfecta . En realidad, este recurso de casación no parece sino tutelar el interés de la
Administración frente a los perjuicios que puede suponer la aplicación de una determinada
solución jurídica (STS de 26 de marzo de 1992, comentada por D. V. BLANQUER, RAP , 130, 1993, p.
223).
Como dice la STS de 12 de febrero de 1997: «el recurso de casación en interés de la ley tiene
como finalidad poner en manos de la Administración Pública un cauce singular que le permita
acudir al Tribunal Supremo como supremo intérprete de la legalidad infraconstitucional (...)».
La LJCA de 1956 (artículo 93.4, tras la decisiva reforma de 1992) ceñía el presente supuesto a los
recursos frente a sentencias dictadas en única instancia por los Tribunales Superiores de Justicia
respecto a «actos o disposiciones de las CCAA » y hacía depender el recurso de la infracción de
normas no emanadas de las CCAA siempre que dicha infracción hubiera sido relevante y
determinante para el fallo (siendo todo ello conforme con el artículo 58.4 de la LOPJ).
Primeramente, la referencia a las sentencias de los Tribunales Superiores de Justicia dictadas en
«única instancia» venía planteando el problema de si las sentencias dictadas por los Tribunales
Superiores de Justicia asumiendo las competencias de los Juzgados de lo Contencioso-
administrativo (hasta que éstos se instaurasen definitivamente) podían ser o no recurridas en
casación (sobre esta cuestión Disposición Transitoria primera, apartado segundo, de la LJCA de
1998, que aporta un criterio de solución excluyendo dicha posibilidad).
Dicho esto, interesa destacar, en primer lugar, cómo la jurisprudencia del Tribunal Supremo
había vencido el tenor literal de la LJCA precedente en cuanto a la ilógica limitación de «actos
de las CCAA», para llegar a incluir también los actos de las Entidades Locales (ATS de 21 de
noviembre de 1997; y el ejemplar ATS de 19 de diciembre de 1997, que reconoce los cambios de
criterio que tuvo que desarrollar el Tribunal Supremo para superar el tenor literal de la LJCA de
1956). Para ello, la jurisprudencia del Tribunal Supremo insistió en que lo realmente decisivo
era «la normativa que se aplica en la sentencia con relevancia para el fallo y no la
Administración autora del acto o disposición impugnada» (ATS de 19 de diciembre de 1997). En
este sentido, es también significativo que los Proyectos de LJCA precedentes optaran como
primera solución por la de mencionar expresamente los actos, actuaciones y disposiciones de
las Entidades Locales junto a los de las Administraciones autonómicas.
Este fallo tiene tres votos particulares. El primero considera que, haya o no planteado el
Tribunal de instancia cuestión de inconstitucionalidad, si en el proceso y en el recurso de
casación se ha puesto en duda la constitucionalidad de la ley, la interpretación que de la
Constitución ha hecho el Legislador autonómico se encuentra implicada en el proceso y el
Tribunal Supremo no puede sustraerse a su conocimiento. En otros términos, el Tribunal
Supremo puede intervenir cuando a las normas autonómicas se impute la infracción de un
precepto constitucional. El segundo Voto particular se basa en el «principio de unidad y
armonía del ordenamiento jurídico y en la función constitucional de este Tribunal Supremo en
el Estado de las Autonomías, lo que conlleva superar cualquier interpretación restrictiva», entre
otros argumentos. El tercer Voto particular contiene una sólida argumentación en favor de la
admisión del recurso de casación, basándose en la doctrina del Tribunal Constitucional sobre el
«juicio de relevancia» cuyo significado en el presente proceso es la obligación del Tribunal
Supremo de examinar si la sentencia impugnada aplicó debidamente el bloque de
constitucionalidad y fue congruente con las partes, porque el examen de este tipo de cuestiones
propias del recurso de casación no puede quedar «extramuros» de dicho recurso.
El FJ 8.º de la STS de 12 de mayo de 2011 (RJ 2011, 4163) (rec. cas. núm. 2330/2008) afirma
que «no cabe inferir una doctrina que, en términos absolutos y omnicomprensivos, impida a
esta Sala Tercera del Tribunal Supremo, órgano jurisdiccional superior en todos los órdenes,
salvo lo dispuesto en materia de garantías constitucionales ( art. 123.1 CE), conocer,
interpretar y aplicar el Derecho autonómico. Siempre será preciso examinar los supuestos de
cada caso y, en contemplación de ellos, decidir lo procedente. La ponderación de las específicas
circunstancias será especialmente exigible en aquellos supuestos en los que se produzcan
entrecruzamientos ordinamentales, lo que obligará a discriminar si la controversia está o no
sometida a preceptos no sólo autonómicos y cuál sea el grado de incidencia que en la resolución
del supuesto tengan preceptos de procedencia no autonómica, que no sean manifiestamente
invocados con la exclusiva voluntad de frustrar el propósito que inspira la exigencia de
justificación contenida en el art. 89.2 de la L.J., en cuanto dirigida al fin de que desde el mismo
momento de la preparación del recurso de casación quede claro que el juicio casacional no se
va a referir a normas autonómicas, comprometiendo y haciendo a los Tribunales Superiores de
Justicia, ya desde esa fase procesal, protagonistas activos de la preservación de su función
interpretadora del Derecho autonómico, como venimos diciendo desde las SSTS de 26 de
septiembre y 11 de diciembre de 2000». Se recomienda Asimismo, la lectura de los FFJJ noveno
y décimo de la citada sentencia.
En la STS de 27 junio 2008 (RJ 2008, 4306) recurso 10986/2004 se lee : «c onviene observar
que, al entrar a conocer del recurso Contencioso-Administrativo, esta Sala puede aplicar la
legislación foral de Navarra, pues no rige aquí la limitación del art. 86.4 LJCA. Lo que este
precepto excluye es que el recurso de casación pueda fundarse en infracción del derecho
autonómico; no que, una vez casada y anulada una sentencia dictada por un Tribunal Superior
de Justicia, esta Sala no pueda y deba resolver el fondo del debate acudiendo a las normas que
sean aplicables al mismo, sean de derecho estatal o de derecho autonómico».
Y, como apunta la STS de 5 de febrero de 2007 (RJ 2007, 618) (Recurso núm. 6336/2001) en su
FJ Quinto, «no resulta aceptable que mediante una determinada interpretación de la norma
autonómica –que no es, desde luego, la única interpretación posible– se llegue a una conclusión
que resulta incompatible con el contenido de la norma estatal de carácter básico».
Puede verse J. CUDERO BLAS, «El recurso de casación por infracción de normas autonómicas», El
Derecho 10 de agosto 2016; E. RODRÍGUEZ, «La imprecisa regulación del recurso de casación
autonómico», Actualidad Jurídica Aranzadi, n.º 926/2017 (27 enero).
9
En este sentido, otro ejemplo de esto último, en la variante del recurso de casación de interés de
ley a nivel autonómico, es el que resuelve la sentencia 4/2013 del TSJ de la Comunidad
Valenciana, de 8 de enero de 2013 fijando la doctrina legal que procede al caso concreto : un
Juzgado de lo contencioso-administrativo de Valencia dicta sentencia por la que estima el
recurso contencioso-administrativo considerando improcedente la orden de reparación del
daño causado por que la infracción había prescrito, siendo ilegal la sanción. La Comunidad
Autónoma recurre por recurso de casación en interés de la ley (en atención a la cuantía no era
procedente la apelación) y se estima dicho recurso revocándose la sentencia del Juzgado (se
apoyaba el recurso en la sentencia del TSJ de la CV de 30 de octubre de 208, recurso 986/2006).
Se concluye por la Sala que la prescripción de la infracción no implica la improcedencia de la
reparación de daños. Se fija como doctrina legal y con respeto de la situación jurídica
particular derivada de la sentencia recurrida que «es ajustado a Derecho el que la reparación
del daño medioambiental causado y la reposición de las cosas a su estado original prevista en el
artículo 55 de la Ley 11/94 de la Generalidad Valenciana, de Espacios Naturales protegidos,
podrá exigirse aun cuando haya prescrito la infracción de la que derivan estas obligaciones». La
sentencia, como es habitual, no deja muy claras sus consecuencias, pero en todo caso parece
sentar como doctrina legal la ejecutoriedad de la reparación de daños y debió haber dejado
claro que tal posibilidad deja en todo caso a salvo un examen de los presupuestos de fondo de la
reparación misma (imputación del daño, etc.). Otro ejemplo puede ser la STSJ Castilla y León,
Burgos, n.º 373/2003, de 29 de diciembre de 2003, exigiendo para que prospere el recurso en
interés de la legislación autonómica la existencia de una doctrina gravemente dañosa para el
interés general.
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Cuarta Parte. Procedimiento contencioso-administrativo en primera o única
instancia
Capítulo XXXVII. Artículo 87. Recurso de casación contra autos
Capítulo XXXVII
Sumario:
1. Regulación
2. Autos que declaren la inadmisión del recurso contencioso-administrativo o que hagan
imposible su continuación
3. Autos que pongan término a la pieza separada de suspensión o de otras medidas
cautelares
4. Autos recaídos en ejecución de sentencia y otros supuestos
1. REGULACIÓN
b) Los que pongan término a la pieza separada de suspensión o de otras medidas cautelares.
2. Para que pueda prepararse el recurso de casación en los casos previstos en el apartado
anterior, es requisito necesario interponer previamente el recurso de súplica.
La denominación de «súplica» del 87.2 habrá que entender referida a «reposición» (Ley
13/2009, antes disp. adic. 8.ª LJCA, artículo 87.3 de la LJCA) pero puede dar lugar a
problemas si el interesado invoca errónea calificación del recurso (STC 256/2006; ATS de
31 de marzo de 2011).
Se viene entendiendo que los supuestos a los que se refiere el recurso de casación frente
a autos son los mismos, ratione materiae , que los previstos para la casación frente a
sentencias 1), si bien en esto la redacción del antiguo artículo 87.1 no es exactamente la
misma que la del nuevo artículo tras la reforma de la Ley Orgánica 7/2015, amén de que
ahora la cuestión afectaría tan solo a los casos de sentencias no recurribles (solamente
derecho de reunión y materia electoral).
El recurso de casación contra autos sólo procede en los supuestos que van a
mencionarse seguidamente y previstos expresamente en la LJCA, que son casos
especialmente relevantes desde el punto de vista de la tutela judicial efectiva. El artículo
de la LJCA contiene una lista tasada de los autos susceptibles de recurso de casación y el
Tribunal Supremo entiende que carece de apoyo en norma alguna la alegación de que el
recurso es posible cuando no está prohibido. A juicio del Alto Tribunal esta tesis privaría
de todo significado al mencionado artículo, pues supondría que además de los autos allí
taxativamente relacionados serían recurribles también todos los dictados en procesos
cuyas sentencias fueran impugnables en casación. No se admite por tanto una
impugnación ad libitum .
Los autos que son susceptibles de recurso de casación son concretamente los autos que
se estudian seguidamente.
Este supuesto obliga a recordar el artículo 51 de la LJCA (autos que declaran la falta
de jurisdicción o de competencia, en los términos allí previstos), así como el artículo 25
de la misma ley (actos de trámite que no lleven consigo la imposibilidad de continuar el
procedimiento).
Por otra parte, el Tribunal Supremo ha procurado encajar dentro de este supuesto todo
tipo de resolución judicial que impida materialmente la continuación del recurso
contencioso-administrativo. Razona el Tribunal Supremo que lo importante es observar
si se impide o no la continuación del proceso. Esta interpretación, que ha conducido a la
posibilidad de plantear este tipo de recurso contra providencias, se refuerza cuando se
constate que la resolución judicial debió haberse razonado judicialmente o cuando
puede entenderse que la providencia dictada se completa mediante auto que resuelve el
recurso de súplica –reposición– interpuesto por la parte contra dicha «providencia» (STS
de 24 de marzo de 1997 FJ 2.º; puede verse no obstante el ATS de 17 de diciembre de
1997).
Mediante este recurso de casación contra autos no puede pretenderse que el Tribunal
Supremo entre a conocer y resolver cuestiones ajenas al contenido específico de la pieza
de suspensión (cuestiones de «fondo»). Lo contrario sería «desnaturalizar el recurso»
(STS de 24 de junio de 1997). Esta doctrina es conforme con los presupuestos propios de
las medidas cautelares. Después de la LJCA de 1998 el supuesto deberá referirse tanto a
la suspensión del acto como a cualquier otra medida cautelar (STS de 9 de diciembre de
2002).
Son recurribles estos autos siempre que resuelvan cuestiones no decididas, directa o
indirectamente, en la sentencia o que contradigan los términos del fallo que se ejecuta
(ATS de 11 de febrero de 1997; ATS de 16 de febrero de 1998; STS de 25 de mayo de 1999).
Así, según la STS de 15 de junio de 2004:
¿Hay que seguir los presupuestos procesales generales de la casación en estos casos? En
vigencia de la LJCA 1998 (versión original del artículo 87) en la práctica se cometía con
frecuencia el error de fundamentar este recurso de casación contra autos sobre la base
de los motivos de la casación (del antiguo artículo 88). En estos casos, pese a que había
riesgos de inadmisión, si el recurso estaba en general bien fundado se dictaba
Providencia de la Sala de lo contencioso-administrativo del Tribunal Supremo por la que
se ponía de manifiesto, para alegaciones por plazo de diez días, la causa de inadmisión
consistente en que los motivos invocados en los escritos de interposición no están
comprendidos en ninguno de los dos supuestos específicos a que se refiere el artículo
87.1.c LJCA para la impugnación de los autos recaídos en ejecución de sentencia (STS de
8 de julio de 2004; ATS de 16 de diciembre de 2010 (JUR 2011, 39253) recurso n.º
6407/2009). En estos casos del anterior artículo 87.1.c de la LJCA, por tanto, la
admisión dependía de si el recurso inicial satisfacía o no materialmente las exigencias
de tal artículo 87.1.c de la LJCA 29/1998. Es decir, la vía argumentativa debía ser
exclusivamente esta del artículo 87.1.c y no cualquier otra; pero la interpretación hecha
es sobre la base de la jurisprudencia de la legislación precedente.
Téngase también en cuenta que son recurribles en casación los autos dictados en caso
de ejecución provisional (artículo 91 conforme al presente artículo 87.d), tal como viene
admitiéndose (STS de 19 de junio de 1997; artículos 91 y 87.1.d de la LJCA).
Asimismo, son susceptibles de recurso de casación, en todo caso, los autos dictados en
aplicación de los artículos 110 y 111.
FOOTNOTES
1
Así la STS de 10 de julio de 1997: «El auto recurrido ha declarado inadmisible el recurso
contencioso-administrativo». «Se trata de una cuestión de personal que determina la
irrecurribilidad del auto impugnado» por estar excluidas «de la casación las sentencias que se
refieran a cuestiones de personal al servicio de las Administraciones Públicas (salvo que...)».
Igualmente, ATS de 16 de junio de 1997; y ATS de 17 de septiembre de 1997.
Desde otro punto de vista, y confirmando el mismo criterio, la STS de 5 de julio de 1997
inadmite el recurso de casación contra el auto ya que se refiere a un recurso cuya cuantía no
excede de 6.000.000 de pesetas (en la actualidad, como ya nos consta, son 600.000 euros; véase
igualmente, el ATS de 27 de octubre de 1997).
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2018 - 02 - 25
Tratado de Derecho Administrativo. Tomo II [Comentarios a
la Ley de Jurisdicción Contencioso Administrativa
(actualizados también a la reforma del recurso de
casación)]. 3ª ed., enero 2018
Cuarta Parte. Procedimiento contencioso-administrativo en primera o única
instancia
Capítulo XXXVIII. Artículo 87 bis. Características del recurso de casación
Capítulo XXXVIII
Sumario:
Este carácter extraordinario del recurso de casación explica que «el recurso de casación
no puede fundarse en el error de hecho en que hubiera podido incurrir el Tribunal de
instancia al apreciar las pruebas» (ATS de 23 de junio de 1997). No pueden por tanto
revisarse cuestiones de hecho. Lo que el Tribunal Supremo llegó a admitir (en
aplicación de la versión original de la LJCA 1998) es la posibilidad de analizar la
posible infracción, por el Tribunal a quo , de los preceptos que regulan la valoración de
la prueba en los supuestos de prueba tasada (ATS de 20 de mayo de 1997; STS de 24 de
junio de 1997; STS de 28 de septiembre de 1995, AA , 9, 1996, § 164; STS de 7 de octubre
de 1995, AA , 10, 1996, § 187).
Es decir, toda esta doctrina se refuerza y lleva a sus límites con la reforma de la LO
7/2015.
Se ha llegado a admitir que, si bien la técnica del recurso de casación no permite revisar
la valoración de los hechos realizada por el Tribunal de instancia, no veda sin embargo ,
en aras de un principio contrario al excesivo formalismo, interpretar o incluso integrar
las afirmaciones fácticas contenidas en la resolución recurrida, acudiendo, si es
menester, al examen de las actuaciones remitidas (STS de 30 de septiembre de 1996, AA ,
8, 1997, § 154).
En este contexto, recordar asimismo (tal como corrobora la STS de 10 julio 2001) que si
se presenta el recurso con defectos formales se asume el riesgo de inadmisión del
recurso de casación (así, si el recurso se ciñe a una síntesis de alegaciones de instancia o
existe una carencia manifiesta de fundamento, es decir, el motivo en que se articula el
recurso no combate la resolución impugnada, sino el acto administrativo originario). La
tutela judicial efectiva será el último resquicio para intentar en tales casos la admisión
que interesa.
Afirma este precepto: «las pretensiones del recurso de casación deberán tener por
objeto la anulación, total o parcial, de la sentencia o auto impugnado y, en su caso, la
devolución de los autos al Tribunal de instancia o la resolución del litigio por la Sala de
lo Contencioso-administrativo del Tribunal Supremo dentro de los términos en que
apareciese planteado el debate».
Este precepto se relaciona con el artículo 93 al que nos remitimos. Entre pretensiones y
sentencia debe haber la debida coherencia
Afirma este precepto: «la Sala de Gobierno del Tribunal Supremo podrá determinar,
mediante acuerdo que se publicará en el “Boletín Oficial del Estado”, la extensión
máxima y otras condiciones extrínsecas, incluidas las relativas a su presentación por
medios telemáticos, de los escritos de interposición y de oposición de los recursos de
casación».
Es claro que el legislador está pensando en las experiencias del TEDH de Estrasburgo o
en modelos jurídico-comparados. Este tipo de limitaciones sobre la extensión máxima se
acompasan mal con el resto del articulado legal, cuando no escatima en exigencias
múltiples al letrado, para formular un recurso de casación.
Por contrapartida, este artículo 87bis.3 es coherente con un modelo de casación en que,
al depender de la discrecionalidad judicial, se justifica ese recorte en la posible
argumentación del letrado.
Sin perjuicio de lo que todo ello significa respecto de la calidad de la justicia, podríamos
estar (con el artículo 87.bis.3) ante una regulación en la que profundizar para dar
mayor coherencia al sistema, evitando posiblemente las excesivas exigencias al letrado
en tanto en cuanto la admisión no depende ni siquiera de su acierto sino de la
discrecionalidad de la Sala.
En definitiva, visto así, este precepto es adecuado a la ratio legis del resto del articulado.
En este sentido, la Sala de Gobierno del Tribunal Supremo ha aprobado unas normas que
limitan a «50.000 caracteres con espacio» –el equivalente a 25 folios– la extensión de los
recursos que desde el próximo 22 de julio deberán presentar los abogados que recurran ante
la Sala de lo Contencioso-Administrativo de este órgano. Las pautas, aprobadas por
unanimidad el pasado 20 de abril de 2016, se enmarcan en las novedades que se introducen
en la casación tras la última reforma de la Ley Orgánica del Poder Judicial (LOPJ), en cuyo
artículo 87 se faculta al alto tribunal determinar «la extensión máxima y otras condiciones
extrínsecas, incluidas las relativas a su presentación por medios telemáticos, de los escritos
de interposición y de oposición a los recursos de casación». La extensión aprobada, según el
acuerdo de la Sala de Gobierno, incluye las notas a pie de página, esquemas o gráficos que
pudieran incorporarse, y obliga a utilizar como fuente «times new roman» con un tamaño de
12 puntos de texto y de 10 puntos en las notas de pie de página. También fijan los espacios de
interlineado y márgenes de los escritos, así como la forma de numerar los papeles. Fuentes
del alto tribunal han explicado este jueves que el contenido del acuerdo se adoptó tras
celebrarse diversas reuniones con representantes del Consejo General de la Abogacía
Española (CGAE) cuya presidenta, Victoria Ortega, mostró su conformidad con el contenido.
El acuerdo de la Sala de Gobierno del Supremo señala que el establecimiento de estas
instrucciones constituye una novedad en nuestro ordenamiento, si bien no es desconocida en
otros tribunales de nuestro entorno como es el Tribunal de Justicia de la Unión Europea
(TJUE) o el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH), que disponen de normas que
regulan de forma muy detallada la extensión máxima, el formativo y estructura de los
escritos que se presentan ante los mismos. Aunque la Ley únicamente menciona los escritos
de interposición y oposición al recurso de casación, el acuerdo incluye también, «a modo de
recomendación», otras pautas referidas a otros escritos que pueden presentarse, como es el
de preparación que los abogados deben anunciar ante el tribunal que impuso la sentencia
que quieren impugnar. Estos no deberán sobrepasar los 15 folios. Lo justifica en el
«previsible aumento del número de recursos que se presentarán por esta vía» ante la Sala
Tercera, que a juicio de los magistrados de la Sala de Gobierno «exigirá un notable esfuerzo
por su parte y la imprescindible colaboración de los profesionales que acudan a este
tribunal». Durante el debate de este asunto, algunos magistrados como Margarita Robles
presentaron algunos «peros» al acuerdo, tras recordar que la reforma legal señala al
Supremo la posibilidad de imponer estas normas, pero en ningún caso la impone como
obligación. Robles las considera prematuras sin antes comprobar el desarrollo del nuevo
marco de la casación. Tampoco considera esta magistrada que la nueva regulación de la
casación vaya a exigir un notable esfuerzo por parte del Supremo, y que en todo caso la
reforma no debe comportar una posible restricción de las alegaciones de los abogados. Se
pregunta también cuál serán las consecuencias del incumplimiento de estas normas. Para la
magistrada, que puso sus discrepancias por escrito, si a consecuencia de la nueva norma el
legislador ha querido que se incremente el trabajo de los magistrados del supremo
«deberemos estar a la altura de las circunstancias, sin imponer limitaciones que ni aun desde
una apariencia meramente objetiva, puedan considerarse limitaciones al derecho de
defensa».
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