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Resumen de algunas ideas básicas de la Obra de Donald Winnicott, en

especial de aquellas referidas al Desarrollo Psíquico Temprano y la


Constitución del Sí Mismo.

(Preparado especialmente para profesionales no especialistas en Psic o-


logía)

Lic. Domingo Nanni

“Es la madre quien echa las bases de la salud mental a partir de la


concepción, a través del cuidado corriente que presta a su hijo dada
su especial orientación para esta tarea. La mala salud mental de
naturaleza psicótica tiene su origen en los retrasos y las deformacio-
nes, las regresiones y confusiones de las primeras fases del creci-
miento de la organización medio - individuo. La mala salud mental
surge imperceptiblemente de las dificultades ordinarias inherentes a
la naturaleza humana y que dan relieve a la tarea del cuidado in-
fantil, esté a cargo de los padres, de una niñera o del maestro. Así,
pues, la profilaxis contra la psicosis es responsabilidad de los pedia-
tras; ¡ojalá lo supieran!”
D. Winnicott

D. Winnicott nació en Plymouth (Inglaterra) en el año 1896 y murió en


Londres en el año 1971. Recibido de médico se dedicó a la Pediatría, activi-
dad que nunca abandonó, aunque se dedicara con posterioridad al psicoanáli-
sis.
La teoría por él elaborada tiene el sello de ambas prácticas.
Aprendió mucho de A. Freud y de M. Klein, que en aquellos años se
disputaban el centro del movimiento psicoanalítico londinense, en particular, el
relacionado con la clínica de niños.
Winnicott no se enroló en ninguna de esas dos líneas; junto a otros pres-
tigiosos colegas, participó del llamado “grupo del medio” o independiente.

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La lectura de sus textos no resulta fácil. Tiene, entre otros, el inconve-
niente de “parecer fácil”. Muchas veces ocurre que la primera lectura crea la
impresión de “algo que nos resulta desde siempre conocido”.
Lo cierto es que, en parte por la complejidad propia de su teoría, como
también por su escritura poco sistemática (nada aficionado a esquematismos)
las dudas pueden surgir en algunas de sus páginas hasta el punto algunas ve-
ces de crear desorientación y hasta confusión.
A Winnicott, a diferencia de muchos otros psicoanalistas, le interesaban
muchísimo los procesos propios de la salud. Su “teoría del Desarrollo
psíquico temprano” es, fundamentalmente, un modo de concebir la constitu-
ción del psiquismo (sí - mismo) desde la perspectiva de un desarrollo “nor-
mal”.
Su idea es que los procesos de maduración están determinados por ten-
dencias innatas. Postula una “tendencia hacia el crecimiento y el desarrollo”
que es heredada, que forma parte del bagaje constitucional del individuo. Al
mismo tiempo postula la participación necesaria (en calidad de “conditio sine
qua non”) de los factores ambientales.
Dicho en otros términos: el desarrollo es posible gracias a la concurrencia
de las tendencias heredadas al desarrollo, por una parte, en condiciones am-
bientales que resulten adecuadas a las necesidades del bebé.
Postula en el bebé necesidades que habrán de ser satisfechas por quien
define como “madre medio ambiente”(Winnicott piensa que esas “funciones”
de asistencia del bebé conviene que las realice la madre biológica). Es llamada
“madre medio ambiente”, para diferenciarla de la madre que es objeto de las
tendencias pulsionales del bebé que describe el Psicoanálisis freudiano (madre
objeto de las pulsiones del bebé).
Winnicott, en su teorización, no descarta a la “madre - objeto”, pero no
es a ella a quien nos referimos en este resumen.
La madre (medio ambiente) que es capaz de lograr una adaptación “sufi-
cientemente buena” (promedio) a las necesidades del bebé, es definida como
“madre devota”. Esa capacidad estaría dada en la madre biológica por el natu-
ral estado en el cual se encontraría, sobre todo, en los primeros meses de vida
del bebé; ese estado es definido como “preocupación maternal primaria”, e
implica un estado de gran sensibilidad característico de los períodos de emb a-
razo y lactancia. La madre en estado “regresivo” (ella misma necesita y de-

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pende de cuidados especiales por parte de otros adultos) estaría en condicio-
nes de “identificarse” (una especie de poder “ponerse en el lugar” del bebé y
“sentir como siente el bebé”) de un modo sutil con el bebé, lo que le permitiría
responder a las necesidades de su hijo.

“El lazo que unía la madre al hijo era aún tan íntimo que ella ad i-
vinaba las necesidades de su hijo antes de haber oído su vigoroso
grito de impaciencia”.
L. Tolstoi - Ana Karenina

En consonancia complementaria con las necesidades del bebé, Winnicott


postula tres funciones maternantes:
 de “sostén”,
 “manipulación” y
 “mostración” o “presentación del objeto”.
El sostén es, en primer lugar, el modo como la madre sostiene físicamen-
te a su bebé, pero no sólo eso. Debemos incluir todos aquellos cuidados c o-
munes que es capaz de prodigar una madre corriente: condiciones de tempera-
tura, iluminación, atemperación de sonidos, etc.
La manipulación es el modo de contacto físico que incluye la presión
global (todo el cuerpo) o localizada (una parte del cuerpo). Si bien es posible
hacer la distinción entre lo que llamamos sostén y lo que llamamos manipula-
ción, es bien difícil saber en qué detalle concreto nos referimos a una u otra
operación, y de hecho, ambas coexisten simultáneamente en la experiencia.
La presentación del objeto es la forma como la madre pone en contac-
to (o en relación) a su bebé con todo aquello que le rodea, incluso con ella
misma. Una adecuada presentación objetal implica generalmente una aproxi-
mación dosificada y gradual. En este sentido, la experiencia de la alimentación
es paradigmática. La madre promueve el contacto del pecho con su bebé en el
momento que resulta apropiado, a saber, cuando percibe los signos de
búsqueda en su hijo. Desde esta perspectiva, la madre realiza un acto de ad e-
cuación - acomodación a las necesidades de la criatura.
En relación a las necesidades del bebé y a cada forma de operación ma-
ternante (sostén, manipulación, mostración) Winnicott describe tres efectos de
constitución del sí mismo:

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*la integración,
* la integración psicosomática o personalización y
* el juicio de realidad o acceso a la objetivación de los objetos objeti-
vamente percibidos de la realidad compartida.

Integración

El bebé al nacer carece de una firme y constante captación de su propia


existencia. Carece también de un sentido de unidad de ser.
En su “rudimentario psiquismo” (que podemos postular como un efecto
inmediato elemental del hecho de contar con sustancia neuronal complejamen-
te organizada) el bebé es capaz de captar “algo” del orden del “estar vivo”,
del “estar siendo”, de “ser algo”. Pero esas impresiones al comienzo, son fu-
gaces.
Si haciendo uso de un artificio gráfico trazáramos una línea punteada que
representara el transcurso del tiempo, deberíamos admitir que sólo en algunos
puntos de la sucesión, resulta posible concebir la experiencia subjetiva del
existir. Dicho en otros términos: si el bebé pudiese hablar, desde su subjetivi-
dad, en unos pocos puntos de la línea se reconocería un ser vivo diciendo
“aquí soy”, o “yo soy”. El bebé pasa la mayor parte del tiempo durmiendo, en
estado de no conciencia de existir. Hay momentos privilegiados en los cuales,
despierto, su necesidad encuentra satisfacción, producto de la asistencia física
por parte de la madre (supongamos, la experiencia alimentaria de ser alzado y
sostenido en contacto con el pecho). En esos momentos, el bebé estaría en-
tonces en condiciones de expresar “existo” o bien, “soy”, en esa experiencia
que es “parcial”: “soy el que estoy mamando”, “soy el que estoy orinando”,
“soy el que siente frío”, etc.
Reitero: ese momento es puntual, es fugaz. El bebé pierde casi inmedia-
tamente esa “conciencia de ser”.
En sí mismo y por sí mismo, carece de la impresión subjetiva de “ser
una unidad” y en el tiempo, de continuidad existencial. El bebé experimenta
que “es” sólo en esos momentos puntuales, discontinuos, que carecen entre sí
de relación y en el tiempo : “este que soy ahora, nada tiene que ver (al comien-

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zo) con esa impresión de ser que experimenté hace dos o tres horas, como
nada tendrá que ver con la impresión de ser que experimentaré unas horas
después”.
Este estado hipotético así descripto se define como estado “no integra-
do”: no existe conciencia de “unidad de ser” ni de existencia (identidad) a
través del tiempo. Aquí cabe aclarar que esta descripción (punto de vista del
bebé) contrasta con el punto de vista de la madre: para ella sí su hijo es una
unidad, y en el transcurso del tiempo. Tomando en cuenta entonces el punto
de vista de la madre, podemos decir que ella prefigura el estado integrado de
su hijo.
También en ese sentido decimos que la madre sostiene a su bebé: sostie-
ne - en la intersubjetividad con su hijo - el estado de integración aportando, al
mismo tiempo, continuidad existencial a la experiencia.
Con el tiempo (5,6,... meses de vida del infante) el estado no integrado
del bebé ha evolucionado hacia un estado de integración.
Lentamente, con progresos y retrocesos, que pueden considerarse “nor-
males”, las experiencias de existir “en un punto”, en “un instante” del transcur-
so temporal, esos estado puntuales comienzan a vincularse entre si : retoman-
do el artificio de hacer hablar al bebé, este podría llegar a expresar “este que
soy ahora, que experimento esta impresión de ser en el momento de alimen-
tarme, soy el mismo que hace dos o tres horas cuando fui levantado y soste-
nido en brazos, o en la experiencia de defecar u orinar, etc.”
Así considerado, el estado de integración aparece entonces como resul-
tado, en la subjetividad del bebé, de la conciencia de existir (“yo soy”), ser
una unidad (“soy el mismo que se alimenta, que orina, defeca, etc.”) y ser en
el tiempo, continuidad existencial (“soy el mismo que fui en la alimentación de
hace dos horas, y ahora...”).

Integración Psicosomática

De igual modo que, al nacer el bebé se halla en estado “no integrado” (sin
experimentarse una unidad en el tiempo), en un comienzo el bebé carece (salvo
ocasionalmente) de lo que Winnicott ha denominado “integración psiqueso-
ma” (o psicosomática). Para entender a qué se refiere, recordaremos lo dicho

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más arriba: algo del orden de la sensación corporal (hambre, frío, micción)
encuentra una rudimentaria expresión en el nivel del psiquismo (rudimentario
también). Esta expresión en el nivel del psiquismo (que resulta posible por el
mero hecho de poseer una sustancia nerviosa compleja) a modo de proceso
imaginario (aquello que se “imagina” el bebé) respecto de las funciones corpo-
rales ( aquello que sucede o tiene lugar en el cuerpo), Winnicott ha definido
como “elaboración imaginativa de la función somática” (o sea, el modo rudi-
mentario como el bebé se imagina que ocurre o se lleva a cabo tal o cual fun-
ción que tiene lugar en el cuerpo, por ejemplo comer, orinar, defecar).
No obstante, el hecho que pueda reconocerse un doble registro (sens a-
ción somática - “expresión” rudimentaria de lo que ocurre en el cuerpo) no
implica que el bebé posea una correspondencia firme entre ambos. Esta sólida
correspondencia, al igual que los demás logros evolutivos, dependerá siempre
por un lado del bagaje constitucional (incluidas las tendencias heredadas hacia
el crecimiento y el desarrollo) y por otro, de una adecuación casi perfecta en la
“manipulación” (aunque sea “corriente”) por parte de la madre que denomi-
namos “devota”.
Como “integración psicosomática” denominamos entonces al logro que
permite - en primer lugar - vincular las sensaciones propias de los procesos
del cuerpo con las impresiones subjetivas que se corresponden. En algún
momento, el bebé “sabe” que esa impresión psíquica de orinar corresponde
efectivamente al acto de estar orinando, y no, por ejemplo, al estar defecando.
Mencionamos mas arriba como equivalentes el concepto “integración
psicosomática” y el de personalización. Esta denominación proviene de la
Psiquiatría, específicamente de algunos síntomas graves que se observan en
algunas personas que son denominados “despersonalización”. La ausencia de
correspondencia entre la función somática y la impresión psíquica, nos mues-
tra en esos casos fenómenos tales como por ejemplo tener la impresión de
“mirar a través del agujero de los ojos”, o la ausencia del control de esfí nteres
en niños mayores, adolescentes o adultos, etc.
En los casos más comunes (no menos graves) suelen experimentarse fal-
tas de sensaciones en el cuerpo (por ejemplo no sentir las piernas, incoord ina-
ciones motrices, etc.). Lo contrario y como resultado exitoso de la integración
psicosomática, radica en la impresión subjetiva de “vivir en el cuerpo”, “ser un
cuerpo”, “experimentar el cuerpo”.

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Winnicott ha planteado que tanto en el logro de la integración como en el
de la integración psicosomática, interviene de un modo favorable la intensidad
de la sensación corporal (a modo de “materia prima”). Así, ha pensado que
las sensaciones que emanan del mero hecho de ser sostenido en brazos (sen-
saciones de presión, por ejemplo) aparecerían como más difusas y por lo tan-
to como menos evidentes en el registro imaginario. De ahí que algunas veces
haya afirmado que una contribución fundamental emana sí de las “agudas ex-
periencias instintivas”, a saber, el hambre, el impulso a alcanzar el pecho.

Relación con “objetos” (personas)

El desarrollo de este tema incluye - seguramente - al aporte más original y


más rico en consecuencias teóricas y clínicas de toda la obra de Winnicott.
Al igual que otros teóricos, Winnicott comparte la idea (hipótesis) según
la cual, al inicio, el bebé no es capaz de distinguir entre lo que forma parte de
sí y lo que no forma parte de sí; lo que es propio, de lo que no es propio.
Esta posición tiene un basamento empírico convincente: antes de la cons-
titución de un sí mismo más o menos estable el bebé no tiene “con qué” ex-
perimentar las categorías de yo - no yo, externo - interno ( “adentro” del yo).
Casualmente es este desarrollo psíquico (temprano) el que sentará las ba-
ses para la organización de esa capacidad que denominamos “juicio de reali-
dad”, que implica un criterio que posibilita la discriminación entre, por ejem-
plo, lo que percibimos como “objeto objetivos” (propios de la “realidad mate-
rial”, “compartida”) y aquellos que pertenecen a nuestra propia subjetividad
(“realidad subjetiva”, no compartida). Esto que a un adulto puede parecer tan
obvio, no lo es para el bebé en un comienzo (es decir, antes de la constitución
del sí mismo y del juicio de realidad) como que también aparece como pro-
blemático en patologías de distinta gravedad. Para un bebé no resulta fácil por
ejemplo localizar la procedencia de un dolor (¿ese dolor, me viene de “afuera”
o de “adentro”?). Cuando se trata de fenómenos subjetivos la situación puede
inclusive volverse problemática para los adultos: ¿cómo saber que tal persona
está realmente enojada, o triste, y que esa impresión por ejemplo no precede
de nuestra propia subjetividad? ¿Cuántas veces atribuimos a otras personas
nuestros propios estados anímicos? Y todo esto sin llegar al caso extremo de

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trastornos severos en patologías graves, cuando el estado alucinatorio deter-
mina en una persona la consideración de un sonido o de una imagen como
provenientes del mundo exterior (“escuché que me decían tal cosa”, “observé
que me hacían tal señal”).
Así, en las etapas iniciales de vida, en la que no existe una firme concien-
cia de “ser” (la vivencia de existir es limitada en el tiempo) la experiencia de
“existir” parecería englobar lo ajeno, lo que no es propio al ser, aunque sin
conciencia de ello. Dicho en otros términos: en los momentos puntuales de
“existencia despierta”, la “conciencia” de ser no parece acompañada de la
conciencia de “estar relacionado con”, o “estar asistido por”. Esta etapa ini-
cial, en la que el bebé no distingue su propio ser de los cuidados que recibe ya
que estos son experimentados como propios (no proviniendo de otra perso-
na) es denominada por Winnicott etapa de “doble dependencia” (o “depen-
dencia absoluta”). A esta etapa sobrevendrá otra en la cual sí, gracias a los lo-
gros de constitución obtenidos, la criatura habrá de reconocer la participación
en los cuidados que recibe de otra persona de la cual depende. Esta etapa es
denominada de “dependencia relativa”, la que progresivamente irá dando lugar
a una tercera etapa que se define por su tendencia (no por su realización defi-
nitiva), que se prolonga indefinidamente hasta el final de la vida y que Winni-
cott denomina “hacia la independencia”.
Las tres etapas se conciben en una línea cuya dirección define, en un sen-
tido, un “progreso” (de la dependencia hacia la independencia del individuo).
Adoptando este criterio, desde este punto de vista, Winnicott define como
“regresión” el movimiento inverso al sentido del “progreso”. La Regresión es
posible cada vez que algún factor ambiental (o una enfermedad) afecta a la
persona y actualiza sus necesidades (necesidad de dependencia) de recibir al-
gunas atenciones y cuidados especiales (piénsese por ejemplo en algunos ca-
sos cuando nace un hermanito a un niño pequeño).
Decimos entonces que en esta primera etapa (doble dependencia) cuando
el bebé es asistido de algún modo especial, no reconoce el cuidado que se le
brinda como proviniendo desde algo que pudiera ser considerado “externo” a
él. Si tomamos como ejemplo paradigmático el acto del amamantamiento, di-
remos que siendo adecuada la respuesta de la madre en tiempo y en forma a la
necesidad de su hijo, éste experimentará el contacto con el pecho con una
cualidad casi “alucinatoria”: el bebé se apodera del pecho “justo” en el mo-

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mento que lo estaba esperando (necesitando). Este fenómeno es denominado
“ilusión”. Desde el punto de vista del bebé, el pecho ha sido “creado” por él
mismo, adecuado a su necesidad. (Desde al punto de vista del observador al
pecho es “hallado”, “encontrado”). La ilusión es propia del bebé: él está pre-
parado para que así suceda; pero es posibilitada por la adecuación de la asis-
tencia procurada por la madre.
La “ilusión” es ilusión de crear sin reconocimiento del aporte externo.
Es entonces un crear casi mágico, un crear “de la nada”, partiendo de la
propia necesidad (“necesito un pecho, lo produzco”). Esta creatividad es de-
nominada “creatividad primaria”, para diferenciarla de la creatividad en la que
posteriormente sí es reconocido el componente que proviene de un mundo
exterior. Este acto de creación (creatividad primaria) es capaz de promover
una impresión subjetiva de enorme capacidad, de enorme poder, que Winni-
cott ha denominado “experiencia de omnipotencia”.
Me interesa hacer notar que esas experiencias (ilusión, omnipotencia) no
son para el bebé experiencias inadecuadas. Por el contrario: son las experien-
cias adecuadas a la fase, a la etapa evolutiva. Son las experiencias neces arias
en las que habrá de basarse el desarrollo normal. Dicho en otros términos: en
un comienzo el bebé debe poder experimentar la omnipotencia que supone
experimentar la ilusión de concebir (desde su punto de vista) el objeto (pecho)
como algo creado por él aunque desde el punto de vista del observador el o b-
jeto es un objeto hallado gracias a la adecuada asistencia de la madre (madre
devota en función de “presentación del objeto”). Reitero: la importancia de la
experiencia radica en que la presencia ajustada de la madre no es “percibida”
(su intervención no debe ser percibida) salvo en su resultado exitoso (expe-
riencia de ilusión). En todo caso, el ajuste de la asistencia materna (cuidado) es
percibido no como algo ajeno, que proviene de “afuera”, sino como algo que
forma parte de sí (“así como los pulmones son míos y me sirven para respi-
rar... dicho sea de paso, el aire que mientras lo aspiro y expiro también puedo
considerarlo propio”).
Esta experiencia con un objeto no discriminado de sí, que forma parte de
sí, es lo que denominamos “objeto subjetivo”. Al comienzo, la madre, para el
bebé, es un objeto subjetivo; pero no sólo en su materialidad física: lo es tam-
bién en sus comportamientos, en las pautas de asistencia a su hijo, los modos,
los ritmos, entonaciones, etc.

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Es en este sentido que decimos que en un principio el bebé no distingue
de sí los cuidados que recibe, que esos cuidados deben ser tales (en su ade-
cuación) que no interrumpan la impresión subjetiva de ser cuidados incluidos
en el propio ser englobante.
Esto también puede enunciarse de otro modo: en un comienzo el sí mis-
mo de la madre es el sí mismo del bebé (o participa del sí mismo del bebé).
En realidad, desde un punto de vista psicológico, resulta impensable (en una
evolución considerada típica) el bebé aislado, discriminado de su ambiente.
Winnicott llegó alguna vez a expresar - un poco humorísticamente - que
“el bebé no existe”, queriendo decir, obviamente que resulta un artificio con-
cebir un bebé si al mismo tiempo no incluimos en la descripción (en esa pri-
mera etapa de doble dependencia y que reiteramos como “en un comienzo”) a
los adultos que practican las funciones maternantes y los cuidados que prodi-
gan.
Dicho sea de paso, así también lo experimenta la madre, si se quiere ex-
presarlo así, al considerar a su hijo como “una parte” o una “prolongación” de
sí misma.
De ese modo, en esa etapa de crianza de su hijo, al no discriminarlo de s í
misma prematuramente, es como posibilita la experiencia de ilusión. Y visto
esto desde el punto de vista del aporte que realiza en calidad de sostén, al
considerarlo parte de sí, le procura la impresión de estar “integrado” en una
fase en que no lo está (“no integrado”). O, en otros términos: la madre “en su
cabeza” (en su subjetividad), concibe a su hijo de un modo que se adelanta a
su desarrollo, prefigurando un estado “integrado” (una unidad), y una “identi-
dad” (el bebé es el mismo) en el tiempo.
Con el transcurso del tiempo, “si todo marcha bien”, las reiteradas expe-
riencias adecuadas, habrán sentado las bases que harán posible ahora sí la ne-
cesaria experiencia de la “desilusión”. Nos referimos a la desilusión que impli-
ca para el bebé la no experiencia omnipotente de creación mágica como tam-
bién el reconocimiento de no englobar el objeto y los cuidados que rec ibe1.
Convendría detenerse a reflexionar un momento no sólo en el avance
evolutivo que esto puede significar para el bebé, sino también en los efectos
emocionales que suponen los atisbos reiterados de percepciones “objetivas”
(de percepciones de objeto que no forman parte de uno mismo). Parece ind u-
dable que saberse (aunque este conocimiento sea rudimentario en un principio)

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dependiente de los cuidados de otro ser, en el mismo momento (período) que
por idénticos fundamentos comienza a entreverse la posibilidad de la presencia
y la ausencia del objeto, no puede dejar de tener consecuencias importantes en
el orden emocional. Es un momento de fuerte disminución de la impresión
subjetiva de poder. Comienza a irrumpir, en un mismo período, la conciencia
de “ser uno mismo”, de la existencia de un “mundo exterior” distinto de “uno
mismo”, de la posibilidad de “estar” (presencia) o “no estar” (ausencia) de los
objetos necesitados. (Son variadas las observaciones directas realizadas al
respecto, en las que se han inferido estados de tristeza, preocupación, inquie-
tud).
Parecería ser que al verse reducidas, por un lado, las impresiones de p o-
der y de control (mágico, omnipotente) - ampliadas las capacidades desde un
punto de vista evolutivo, por otro - un intento de solución posible estaría dado
por la conservación disminuida, limitada, del dominio sobre algunos objetos
particulares. La criatura parecería reclamar - con derechos - la conservación
de una especie de dominio y control similar a las ejercitadas alguna vez.
En los hechos, lo que observamos es que los bebés comienzan a aficio-
narse a ciertos objetos “no - yo” (que no coinciden con sí mismos), los que
vendrían a ser entonces las primeras posesiones “no - yo”. Esos objetos ma-
teriales deben tener al menos una característica particular: deben ser manipula-
bles por el bebé; el bebé debe poder al menos ejercer un dominio físico, mus-
cular. (Un objeto grande y pesado no resulta útil a los fines que estamos des-
cribiendo). Otra cualidad conveniente la constituye la textura suave (género,
por ejemplo, de lana, de felpa, algodón).
Lo importante de la descripción estriba en el hecho siguiente :
* el poder (omnipotente) inicial, se ha visto reducido y concentrado en un
poder físico,
* el poder omniabarcativo (englobante), se ve reducido y concentrado a
un (o algunos) objeto material.
El objeto material, “controlable”, evoca o representa a la “madre medio
ambiente”. El bebé ha conseguido crear un objeto que le permite experimentar
“algo” de la posición anterior perdida. Digamos entonces que ese objeto opera
como un “apoyo” para el bebé, posibilitándole tolerar así el reconoc imiento
(juicio) de esa realidad que, poco a poco, ha comenzado a entrever: la persona
(madre) de la que depende, es algo distinto de sí (del bebé), y, por idénticas

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razones, puede “estar” (presencia) o “no estar” (ausencia). (Es por eso que a
veces, de un modo muy resumido, se habla de “soportar la realidad”).
El objeto que estamos describiendo es los que Winnicott ha denominado
“objeto transicional”. Debemos reconocer que los padres, al igual que en todo
avance evolutivo, pueden contribuir inmensamente (la falta de contribución la
trabajaremos más adelante al ocuparnos del desarrollo psicopatológico) : ellos
suelen aproximar algún objeto blando “acompañante” con la esperanza que la
criatura se aficione ; suelen ponerlo a disposición del bebé cada vez que este
llora o queda solo por un rato, o se va a dormir 2.
Si nos aproximamos entonces a esa zona de experiencia, no resultará
difícil reconocer en ella algunos de los primeros atisbos de lo que llamamos
juego. Es una zona en la que tienen lugar fenómenos “como sí”. El clásico os i-
to de felpa es “como si fuera el amiguito que acompaña”, a la vez que “es
como si mamá se quedara (presencia) con el nene”. Y nadie discute la pos e-
sión de la criatura: “el osito es del nene”. Tan es así y tan bien dispuestos apa-
recen los padres a reconocer sus derechos (los del hijo) sobre el objeto, que
alientan, aún sin proponérselo de manera deliberada, a que su hijo cons idere a
su objeto una creación propia, aunque de hecho le haya sido procurado.
Describimos así a un objeto y a una zona de experiencia en la que tienen
lugar los fenómenos transicionales: el objeto transicional es un objeto “a mitad
de camino” ; no es un “objeto subjetivo”, ya que implica una posesión “no -
yo”, pero tampoco alcanza a ser un “objeto objetivo” ; antes bien el objeto
transicional hace posible el reconocimiento de la zona correspondiente a los
objetos objetivos, de la “realidad compartida”.
Hemos considerado tres funciones propias del objeto transicional:
* la de operar en calidad de “sedante”,
* “re-presentar” (función simbólica) un objeto ausente y
* sustentar el reconocimiento de “la realidad”.
Conviene ahora enunciar un factor decisivo en la generación y manteni-
miento del objeto transicional: el “objeto interno” (bueno).
Hasta ahora hemos tenido en cuenta solamente al bebé y su madre. De-
bemos incluir un resultado que es “universal” (se da en todos) y que de un
modo u otro, todos los teóricos tienen en cuenta; dicho sencilla y esquemáti-
camente: cómo “algo” que es externo “pasa” a ser un “ contenido interno”.

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En este caso concreto nos referimos a la persona de la madre (objeto
madre medio ambiente) como el conjunto de los cuidados efectivos que el
bebé ha venido experimentando por lo menos, desde el momento del nac i-
miento. Digamos que la experiencia reiterada se ha “registrado” como algo que
ahora sí puede vivenciarse formando parte de “uno mismo”, aún en el caso
que el objeto externo (real) pueda no hallarse presente. Para su sustento, el ob-
jeto transicional depende del objeto interno. Pero en estas primeras etapas es
notable (es un observable clínico) que el objeto interno depende a su vez del
objeto externo real. Dicho en otros términos empírica y sencillamente: el osito
(o lo que fuera) cumple con las funciones propias de objeto transicional no
sólo si se sustenta en el objeto interno, sino sobre todo si la mad re (real) no
permanece ausente por un tiempo mayor que el que la criatura es capaz de to-
lerar. Este tiempo, al principio, como es posible comprobarlo, es breve, y sólo
con el paso del tiempo y el desarrollo, puede ampliarse en forma progresiva.
Hemos avanzado considerablemente en el desarrollo. Partimos de una
posición en la que suponemos al bebé en relación con “objetos subjetivos”
(objetos que se experimentan formando parte de uno mismo) para llegar a otra
posición en la que la criatura ha comenzado a relacionarse con objetos que
considera no formando parte de sí, o sea, de la “realidad compartida” (exter-
na). Entre los factores que han intervenido para que esto sea posible, hemos
mencionado las tendencias innatas al crecimiento y desarrollo, el aporte ajus-
tado de la “madre medio ambiente”, y de modo especial a modo de ejemplo,
la experiencia del amamantamiento (que mencionamos también en términos de
“aguda experiencia instintiva”). Destacaremos ahora, en forma particular, esta
experiencia.
Winnicott sugiere que al momento de nacer, el bebé se halla dotado de un
vigor o fuerza vital cuya expresión es observable en los movimientos y tam-
bién, particularmente, en el acto de succión.
Winnicott postula en esas etapas iniciales la coincidencia (fusión) de dos
tendencias que actuarían de consuno: la tendencia libidinal (amor) y la tenden-
cia agresiva.
Se refiere así a la necesidad de garantizar el apoderamiento del objeto
con la finalidad de asegurar la supervivencia (amor primitivo).
En esta acción, en una etapa inicial, el pecho (y todo lo que él implica en
términos de cuidado) es un objeto subjetivo, englobado en las primeras exp e-

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riencias de ser (sí - mismo). Si el bebé pudiese imaginar de algún modo esta
experiencia, podría referirla verbalmente diciendo “me alimento de un pecho
que soy yo mismo, o bien, que forma parte de mí”. (Anteriormente dijimos
que es fundamental que así suceda). Esto, en términos de una acción vigorosa
(agresión) de apoderamiento, puede ser descripto como el “asalto” a un obje-
to (pecho) que es propio y que por lo tanto no es necesario (ni se plantea en
esta etapa) que sea tratado con alguna consideración. Reitero: la acción de
mamar puede ser considerada “normal” en la medida en que el bebé, en esta
etapa, pueda acceder al pecho “sin miramientos”, es decir, sin importarle las
consecuencias. Una madre sana puede experimentar con placer y orgullo esa
acción “amorosa - agresiva” (agresión como vigor), ese trato “desconsidera-
do” que recibe de su hijo, aún cuando, efectivamente, pueda en algún momen-
to sentir dolor físico. Una madre así “acepta” a su hijo: “refleja” o “esp eja” a
su hijo, en el sentido de “devolverle” una impresión “adecuada” de lo que él
es: un bebé que se comporta así porque es sano y vigoroso 3. Podemos incluir
aquí - brevemente - un comentario acerca de lo contrario: la madre que no “re-
fleja” a su hijo: la madre que lo concibe dotado no de vigor sino de una fuerza
cargada de “maldad”. En efecto: la madre puede suponer que su hijo “quiere”
provocar dolor. En un caso así, la madre no refleja el gesto del bebé sino que
ubica allí un significado que por inadecuado discrimina al bebé prematuramen-
te: lo condiciona a tener que vivir una experiencia para la que todavía no está
preparado.
Llamamos la atención de un “desacierto”: la madre atribuye al bebé una
“intencionalidad destructiva” en una etapa en la cual no hay constitución
psíquica (sí mismo) con la cual sustentar una intencionalidad (cualquiera sea).
Winnicott postula entonces una moción (impulso) “agresiva” desde un
comienzo, pero no dotada de intencionalidad destructiva. Esto no quiere decir
que en los hechos no existan consecuencias (el bebé puede producir molestia,
dolor y, eventualmente, puede lastimar) pero son consecuencias incidentales,
no intencionales. Winnicott ha llamado a esta etapa ateniéndose a la experien-
cia “agresiva”, etapa de “pre - crueldad”. La “crueldad” atribuida al bebé en
esta etapa implica una posición ajena al punto de vista del bebé. El bebé sí
podrá ser cruel psicológicamente hablando cuando esté en condiciones de
sustentar una intención (“un propósito”) de producir dolor o lastimar, etc.

- 14 -
Retomemos la experiencia del amamantamiento. Decimos que el bebé se
apodera del pecho vigorosamente, “agresivamente”, sin consideración. Con el
tiempo esta experiencia reiterada habrá de ser incluida en un contexto general
de integración. O sea que si bien en un comienzo cada experiencia alimentaria
no se relaciona con la anterior ni con la posterior (el bebé carece de exp erien-
cia de ser en el tiempo, o continuidad existencial) como que tampoco la expe-
riencia incluye una diferenciación entre “lo que soy” y el “objeto que no soy
yo”, con el tiempo y el desarrollo, reitero, estas experiencias de integración (al
comienzo rudimentarias) se irán tornando habituales. El bebé, poco a poco,
progresivamente, podrá gestar una rudimentaria conciencia de ser el mismo
que en algún momento anterior se abalanzó voraz hacia el pecho, al tiempo
que también comienza a entrever que ese “pecho” no forma parte de sí ; que
ese “pecho” presta ese beneficio, ese “cuidado”, que elimina la tensión aguda
del hambre. (Winnicott supone que una vez instalada la posibilidad de esta
concepción de la experiencia, en lo imaginario del bebé sería dable observar la
fantasía de un “agujero” en el pecho, el mismo que previamente al amamanta-
miento se habría experimentado en el propio interior). Volviendo un paso
atrás, si nos instalamos en la experiencia alimentaria, supondremos lo siguiente:
el bebé, “en medio” de su hambre, se apodera excitado del pecho y succiona.
El bebé se comporta como un “predador”. Lo acompaña la impresión de
“destruir” al objeto. Su hambre desaparece, y “en medio” de su calma, apare-
ce el objeto. El objeto que se supuso destruido, ahora está ahí. (Este punto de
la teoría es difícil de captar). Esto, esquemáticamente expresado, implica con-
trastar “lo que se supone”, “lo que se imagina” (fantasía) con la llamada “rea-
lidad objetiva” o “material”. Dicho en otros términos: el bebé, en su experien-
cia alimentaria, en un período del desarrollo, supone que destruye al “pecho”,
con la consecuencia psicológica de objetivarlo. O en términos más técnicos: el
bebé, en la experiencia instintiva de la alimentación, en su fantasía, “destruye”
al objeto subjetivo, haciendo posible así (o contribuyendo así) a la construc-
ción del objeto objetivo de la realidad llamada “exterior” (compartida).
Describimos así una vertiente del fenómeno “amoroso - agresivo” de la
experiencia alimentaria. Brevemente enunciaré otra vertiente posible de ser te-
nida en cuenta: la que Winnicott postula en términos de “construcción de una
moral” a partir de estos fenómenos “naturales”. (Este es un capítulo que me-
rece un apartado)

- 15 -
Dijimos que en una etapa inicial el bebé no tiene (no debe tener, por dis-
tintas razones) consideración por el objeto. Aquí surge nuestro interrogante:
¿Cuándo y cómo se gesta entonces la consideración (el trato considerado) por
objeto? ¿Cuándo y cómo se gesta en el bebé el estado emocional que Winni-
cott ha denominado de “inquietud”? (en el sentido de que le inquietan los re-
sultados, las consecuencias). La respuesta breve y esquemáticamente expre-
sada es la siguiente: la consideración por el objeto (que no soy yo) surge pau-
latinamente de experimentar una y otra vez la “sobrevida” o “supervivencia”
del objeto exterior sobre el trasfondo (imaginario) de haberlo destruido. En es-
ta experiencia el elemento esencial que aporta la persona de la madre es el de la
“continuidad” en el tiempo. Dicho en otros términos: después que el bebé ha
terminado de mamar, en esta etapa, parece fundamental que la madre perma-
nezca ahí “esperando” el saludo de asombro y regocijo (sonrisa) que festeja
su presencia (la de la madre)4. Este gesto ha sido descripto y definido como
“reparador” (reparador del daño que se supone haber causado al objeto) y
constituye la base de los procesos propios del “dar” y del “enmendar”, de los
procesos constructivos.
A esta altura del desarrollo (integración del sí mismo, integración psico-
somática, acceso a fenómenos de la transicionalidad e inicio del juicio de rea-
lidad), el bebé se halla en condiciones de realizar una proeza psicológica : el
destete.
El destete, fenomenológicamente hablando, es - según Winnicott - el
momento en el cual el bebé está capacitado para “dejar caer” a los objetos. Se
refiere obviamente a la capacidad psicológica de la “renuncia”, concomitante a
las posibilidades de tolerar y “metabolizar” (elaborar) la pérdida del objeto.
Desde este punto de vista, el destete constituye una capacidad adquirida
en un momento del desarrollo (no el mero retiro del pecho) capacidad que im-
plica ubicar al bebé en el medio de la escena no como un ser pasivo al que se
lo somete a una cierta prueba, sino como un agente en el ejercicio de una acti-
vidad significativa (que posee un significado para el bebé). Desde es ta pers-
pectiva, el retiro del pecho por parte de la madre, llega en el momento adecua-
do: aquél en el que el bebé, por iniciativa propia, está preparado para dejarlo.

Mente y Psique - soma

- 16 -
Nos hemos ocupado del desarrollo psíquico normal basado en el buen
estado de salud del cuerpo y una satisfactoria adecuación de los cuidados
(funciones maternantes) que prodiga una madre corriente “suficientemente
buena”. Ampliaremos brevemente este último punto.
Llamamos adecuación suficientemente buena a aquellas acciones (cuida-
dos) que implican una adaptación “casi perfecta” a las necesidades del bebé.
Decir “casi perfecta” supone admitir un fallo modulado (adaptativo) o sea un
fallo que es tolerable para el bebé, un fallo “aceptable”, en contrapos ición a un
“fallo grosero”, no adaptativo, que supera la tolerancia o capacidad que natu-
ralmente posee una criatura. Cuando decimos que “el bebé tolera”, nos esta-
mos refiriendo a una capacidad que no es meramente pasiva, sino que incluye
también la idea de una “corrección” del fallo materno. Así, podemos decir que
el “fallo modulado” de la madre puede ser convertido en un acierto del ciento
por ciento por la “intervención” activa del bebé.
Para Winnicott esa acción emana “del núcleo” del sí mismo en formación
y forma parte de la dotación innata (bagaje constitucional hacia el desarrollo y
el crecimiento).
El hecho de responder el bebé con esa “acción” tiene su consecuencia :
es la acción “mínima” que al corregir la dosis tolerable de fallo materno, se re-
gistra como la “propia acción” el “propio quehacer” que tiene lugar para susti-
tuir aquella “porción de acción materna” que debería haber estado ahí para ser
idealmente perfecta en tanto acción adaptativa.
La “acción correctiva” del bebé es entonces la “respuesta” que se pone
en marcha con la finalidad de atemperar o anular la “tensión” que provoca el
déficit adaptativo de la madre.
Esa “respuesta” (“acción adaptativa”) es progresivamente registrada en-
tonces como acción auto - reguladora del “sustento adaptativo” necesitado
por el bebé. Dicho más esquemáticamente: es una forma de “auto - sustento”.
Ese registro constituye progresivamente lo que denominamos “Mente”.
Constituye la raíz ontológica del pensar, de esa “acción psíquica” que intenta
resolver en el registro de los procesos psicológicos (como distinto a la “ac-
ción corporal”) las tensiones que se experimentan en la vida anímica 5. Dicho
en otros términos : la Mente es para Winnicott el resultado óptimo del registro

- 17 -
de las acciones correctivas del bebé a los fallos adaptativos de la madre, y en
tanto tal, constituye una función “natural” propia del psique - soma.
Algo muy distinto es lo que observamos cuando los fallos no son modu-
lados sino “groseros”. En estos casos los intentos de corrección resultan ins u-
ficientes y los fallos no se registran como “aciertos” sino reacciones (del
bebé) que pretenden desplazar y sustituir el medio ambiente que falla. O sea:
las reacciones son intentos de establecer el control a través de una acción de
“auto - sustento”; es decir : llevando a cabo la acción que debería haber pro-
curado un medio ambiente adaptativo.
El resultado es una “hipertrofia” de la función mental, al mismo tiempo
que una separación (disociación) de la función con el psique - soma (en lugar
de formar parte del psique - soma, como una función especial).

Psicopatología de la relación Madre - Bebé

Hasta aquí hemos descripto algunos procesos formativos que Winnicott


destaca en el desarrollo psíquico temprano en la constitución del sí mismo
que podemos considerar “normales”.
Nos referimos ahora brevemente a algunos de los efectos de “mala sa-
lud” (como los denomina) propios de (o generados en) una relación madre -
hijo que incluya alguna clase de perturbación relativa a la vida emocional. (No
incluimos la posibilidad de alguna complicación neurológica, déficit heredita-
rio, malformación, etc.)
En una crianza “saludable” damos por supuesta una asistencia (cuidados)
adaptativa propia de lo que denominamos “madre devota” en particular estado
de “preocupación maternal primario”.
Hicimos referencia, entonces, a los que llamamos “fallos modulados”, en
contraposición a los “fallos groseros” no adaptativos.
En toda la primera etapa (6, 8, 10... meses del bebé) al tener en cuenta los
procesos de constitución, dimos por sentado que tales proceso s son el modo
(o un modo) de “registro” pertinente a esa etapa6. Dicho de otra manera: no
existiendo todavía una “formación psicológica” que permita registrar, por
ejemplo, al modo de lo que denominamos “memoria” (poder de “almacenar” y

- 18 -
de evocar algo del pasado en el presente) consideramos el modo de registrar
las experiencias el particular resultado (o producto - sí mismo -) de organiza-
ción de la vida anímica.
Esto equivale a afirmar que en esa tempranas etapas lo que se plasma en
calidad de organización psicológica son los modos de conexión del bebé con
su medio ambiente (modos a los que puede aludirse en términos de “pautas” o
“patrones” de crianza o cuidados por el lado de la madre).
De lo anterior se desprende:
 que el bebé parece “captar” sobre todo (o en primer lugar) la acción
de “asistencia” y su calidad, más que la persona particular que brinda
dicha asistencia (por ejemplo, sea la madre o el padre, lo que el bebé
parece tener sobre todo en cuenta es la calidad de la función maternan-
te) ;
 que, por lo tanto, en esta etapa, el padre no se registra con una función
específica (tal como sí ocurrirá más adelante) salvo en su función ma-
ternante, o bien, indirectamente, como sustento de la persona de la
madre (o sea en la función maternante que cumple la madre) ;
 que, en la medida que el bebé no se experimenta a sí mismo como una
unidad como tampoco experimenta otro sí mismo distinto de sí, la an-
siedad correspondiente a la etapa no consiste en el “temor a la pérdida
del objeto de amor” (o de abandono) sino en una vivencia de “aniqui-
lación” por simple y puro fallo (“grosero”) de la función maternante.
Desde la perspectiva de la psicopatología en relación a esta etapa, lo que
Winnicott plantea es entonces la consecuencia que tienen los fallos “gros eros”
(no adaptativos) reiterados en la constitución del sí mismo.
Atendiendo a los procesos formativos del lado de la criatura, asistimos a
lo que podemos denominar una deficiente o “mala integración” o “mala inte-
gración psicosomática”. Lo de “mala” alude no sólo a la “falta” o “déficit” de
los procesos formativos de integración, sino también a las formas o “recur-
sos” que la criatura debe emplear con la finalidad de procurarse a sí misma
aquello que esperaba (necesita) del ambiente y que no recibió.
Esto último implica una distorsión o “deformación” del sí mismo a modo
de resultado de las sucesivas “reacciones” a las que se ha visto forzado por
los fallos maternos no adaptativos.

- 19 -
Esta “deformación” es denominada por Winnicott “falso sí mismo”. Lo
de “falso” puede inducir a error y cabe entonces la aclaración que es conside-
rado “falso” como equivalente a una forma e intención de procurar el bebé
conseguir aquello que en principio no resultó posible lograr de un modo que
debemos considerar propio de los procesos saludables de integración, a saber
la formación llamada “sí mismo verdadero”7.
Lo propio de un “sí mismo verdadero” es la plena “existencia psic o-
somática” que enraíza naturalmente en lo vivo de los tejidos del cuerpo, y que
se experimenta en el orden de lo anímico en el amplio espectro de sensaciones
que se resumen con la idea de “sentirse vivo”.
Así como lo propio de los estados de integración consiste en sensacio-
nes tales como “existir”, “estar vivo”, “sentirse real”, lo propio de un déficit y
deformación del sí mismo son los estados de “extrañeza”, “futilidad”, “no ser
real”, “no sentirse vivo”.
Y, análogamente, así como lo propio de los estados de integración ps i-
cosomática consiste en sensaciones tales como “estar o vivir en el cuerpo”,
“ser un cuerpo”, una deficiente integración condiciona vivencias de “desper-
sonalización”, “no habitar el cuerpo propio”, “no sentir el cuerpo”.
Utilizando un lenguaje metafórico Winnicott describe el proceso de “de-
formación” del sí mismo (falso sí mismo) en términos de un “ocultamiento”
del sí mismo verdadero. Ciertos procesos potenciales de constitución quedan
“congelados” a la espera de una “nueva oportunidad ambiental” que haga po-
sible el desarrollo 8.
La idea de “ocultamiento” del sí mismo verdadero remite al papel “encu-
bridor” del falso sí mismo. Se trata, en realidad, de unos modos
de “funcionamiento” que tienen por finalidad hacer posible experimentar las
sensaciones (sentirse vivo, sentirse real) que, por “buena salud”, correspo n-
den naturalmente a la vida del sí mismo verdadero. Lo de “ocultamiento” nos
sugiere la idea de una forma de autoprotección basada en el intento de “poner-
se a salvo” de los actos de “privación” de buenos cuidados (fallos gros eros) a
los que se ve sometido el sí mismo en formación en esas primeras etapas 9.
Tales fallos son experimentados por el bebé como “ataques” del medio. En
este punto es importante captar la enorme diferencia que implica desde el pun-
to de vista del bebé entre lo que experimenta cuando el medio ambiente “res-
ponde” a su “gesto espontáneo” (la acción propia, original, del bebé) y lo que

- 20 -
experimenta cuando el medio ambiente al no responder adaptativamente a sus
necesidades lo obliga a “reaccionar”, o sea intentar su “sustento” a partir de
su propia acción.
El problema, cuando los fallos son reiterados, es que la criatura comienza
a experimentar las impresiones de “ser”, de “existir”, por el lado de sus reac-
ciones. Dicho en otros términos: son esas reacciones las que le procuran las
sensaciones de “ser real” y de “existir” que, del lado de la “buena salud”, son
procuradas por los fallos adaptativos de un ambiente responsivo.
Uno de los problemas es que al instalarse del lado de los “ataques” (am-
bientales) y de las “reacciones” (del bebé) las impresiones de “ser real” y de
“existir”, los ataques deben continuar. Esta clase de organización del sí mismo
dependerá de la continuidad de los “ataques”, lo que lleva - con el tiempo - a
que el niño deba buscar intencionalmente (y eventualmente, aprenda a procu-
rarse del medio ambiente) los “choques”, “golpes”, “oposiciones”, que le
permitan experimentarse “vivo”.
Estas experiencias habrán de incluir tanto al cuerpo como a la mente en
sentido estricto.
Por el lado del cuerpo, el niño recurrirá, probablemente, a la hiperactivi-
dad y al esfuerzo físico como modos de intentar procurarse impresiones de
vigor y vitalidad, al mismo tiempo que pueden permitirle sentirse “más real”,
en contraposición a los estados subjetivos de vacío emocional, futilidad, no
sentirse real, desvitalización, por los que suelen sentirse crónicamente amena-
zados 10.
Por el lado de la mente ocurre algo análogo: al describir los procesos
formativos de lo que Winnicott denomina “mente”, dijimos que la mente es el
resultado de las acciones correctoras (que forman parte del bagaje constitu-
cional) de los fallos maternos modulados. Pero en presencia de fallos gros e-
ros, la corrección “no alcanza” y la criatura se ve empujada a desplazar el d e-
ficiente cuidado ambiental y sustituirlo por un “autocuidado”. De la reiteración
de esta acción resulta una mente “hipertrófica” que no aparece formando parte
de la organización psicosomática como una función especial, sino como una
función no enraizada en el organismo. Esto puede crear la impresión de una
especial “vivacidad”, que con el tiempo podrá convertirse en un intelecto muy
activo y dedicado permanentemente a las “explicaciones”. El problema - entre
otros - es que “no hay descanso” de la vida anímica. Lo cierto es que se da

- 21 -
una hiperactividad de los procesos del “intelectualizar” que no necesariamente
coinciden con el pensar. Son procesos que al no estar “enraizados” en el o r-
ganismo psicosomático, no se los experimenta formando parte y emanando
del sí mismo: “se” piensa, o “no se puede dejar de pensar”.
Otra característica, si la situación resulta complicada por un trastorno del
juicio de realidad, es que tales “pensamientos” suelen carecer del rasgo “anti-
cipatorio” que los provee de un carácter adecuado y realista. Parecen tener (o
tienen) un fin en sí mismos, desajustados de los hechos de la realidad aunq ue
puedan aludir a ella (en sueños diurnos de auto-resarcimiento, por ejemplo).
Formando parte de toda esta problemática propia de las perturbaciones
crónicas y severas (fallos groseros reiterados) de la relación de crianza en es-
tas primeras etapas, hallamos las condiciones de las llamadas patologías psi-
cosomáticas.
Más allá de los desacuerdos y de las incertidumbres que incluye esta área
del conocimiento de la psicopatología, parece posible hacer mención de por
lo menos dos factores sobre los que existe un consenso más o menos genera-
lizado:
 la presencia de un déficit en la función simbólica (mencionada en el
ítem dedicado a los fenómenos y objetos transicionales) ;
 la presencia de un déficit en los procesos de integración psicosomáti-
ca.
En relación a este último punto, Winnicott ha señalado lo que podemos
llamar el valor positivo de la enfermedad. La presencia del trastorno psic o-
somático parecería cumplir - desde este punto de vista - el papel de un “re-
clamo de atención”, un modo de expresar la acuciante necesidad de recibir
cuidados especiales 11.
Quizá convenga incluir aquí a modo de ejemplo el caso de algún trastor-
no de la piel.
La piel, por su ubicación periférica, se acomoda perfectamente para
cumplir el papel de modelo somático de “envoltura” en una representación
metafórica del sí mismo. Pero para que la piel pueda cumplir con ese papel de
envoltura”, no bastan su posición ni su función biológica de “envoltura del
cuerpo”.
Tal como lo expresamos anteriormente, es en las experiencias regulares
de contacto “piel a piel” (manipulación, sostén) que la superficie del cuerpo

- 22 -
podrá tornarse apta para la representación psíquica. Dichos en otros términos:
la piel adquiere su función psicológica de “continente” del sí mismo en los
adecuados contactos con el objeto maternante en sus funciones de sostén.
Cuando estos contactos (manipulación, sostén) se ven reiteradamente al-
terados, el déficit puede instalarse a modo de una forma de “reacción” que se
adecue a los requerimientos de la etapa. En estos casos, la organizac ión de
una “segunda piel” (eczema por ejemplo), tiene por finalidad sustituir la rela-
ción de dependencia con el objeto maternante creando así una pseudo inde-
pendencia basada en el autosustento.
Los trastornos en el área de constitución de los fenómenos transiciona-
les, tienen consecuencias en los déficit de simbolización como en el dominio
del juicio de realidad.
En relación a este último punto, recordaremos que una función funda-
mental correspondiente al dominio de los fenómenos transicionales, lo consti-
tuye aquello que llamamos esquemáticamente la capacidad de “soportar la rea-
lidad”, o sea, “soportar” el hecho de no englobar el objeto maternante, tolerar
el reconocimiento de la propia dependencia (relativa), renuncia (en cierta me-
dida) de la impresión subjetiva de omnipotencia y creación mágica del objeto
(creatividad primaria).
Cuando los procesos que describimos como “normales” se ven interferi-
dos crónicamente, asistimos a un déficit que condiciona un sector que pod e-
mos llamar psicopatología de los fenómenos propios de la transicionalidad.
Para tomar un solo ejemplo - que consideramos de importancia funda-
mental - podemos referirnos a la "degradación" de los objetos transicionales 12.
Puede ocurrir, por ejemplo, que la criatura “conserve” en el objeto (y en
la relación con el objeto) el atributo de omnipotencia que, normalmente, en un
desarrollo saludable, debería disminuir. El objeto entonces, en lugar de posib i-
litar el reconocimiento de “la realidad”, se conforma para hacer posible lo co n-
trario, a saber, “repudiarla”, no reconocerla.
La consecuencia - paradójica - es la de un niño cuyo comportamiento
parece llamativamente “independiente” de sus cuidadores adultos, pero que en
realidad hace crónica su dependencia; de hecho, dependerá de niño, de ad o-
lescente y de adulto (cronológicamente hablando) del cuidado de otras perso-
nas.

- 23 -
El objeto, en estos casos, se ha conformado como “consolador” o feti-
che, y la relación de afición deviene adicción (base de las patologías adictivas
en general cualquiera sea el objeto): el resultado no es la atemperación de los
estados de ansiedad correspondientes a las situaciones de pérdidas, sino el in-
tento de eliminación a partir de la “negación” de pérdidas.
Hemos apelado reiteradamente a los conceptos “fallos adaptativos” y
“fallos groseros”.
Debimos apelar también a la idea de “reiteración” y “cronicidad”. Es que
cabe la aclaración que cuando postulamos procesos etiopatogénicos, no nos
referimos por lo común, a fallos o desajustes perturbadores de carácter “acc i-
dentales”.
Si debemos pensar en un sencillo esquema (limitadísimo) distinguiremos
entre los fallos groseros
1. aquellos de carácter “accidental” y limitados en el tiempo (el cuidador adul-
to demora su atención alguna vez por razones fortuitas);
2. fallos determinados por circunstancias que alteran de manera temporaria el
estado anímico del (o los) cuidador adulto, de tal modo que la asistencia
del bebé se ve perturbada durante algún tiempo (pérdida de un ser querido,
por ejemplo);
3. fallos groseros de carácter crónico determinados no por motivos circuns-
tanciales sino por la psicopatología de los cuidadores adultos y que, en
consecuencia, incluyen crónicos desajustes o perturbaciones en las relacio-
nes de crianza.
En relación a este último punto, y expresado de manera harto esquemáti-
ca, debe tenerse en cuenta también la diferente incidencia en las modalidades
de crianza de las distintas patologías tanto individuales como las correspo n-
dientes a las de la relación de los padres o de todos los miembros de la familia
entre sí y con el bebé.

Paraná, Abril de 1998.

- 24 -
Notas

1
En este punto debemos hacer también mención de los cambios que sobrevienen en la
persona de la madre. El estado inicial de “Preocupación maternal primaria” (que defi-
nimos como un estado de una sensibilidad especial en relación a la captación de las
necesidades del bebé) se sostiene durante el tiempo que resulta adecuado (adaptativo)
a las necesidades del bebé de recibir atenciones casi perfectas (“fallos modulados”).
El desarrollo del bebé tiene como consecuencias - entre otras - una mayor tolerancia
a la demora, mayor tolerancia a la introducción de modificaciones en los modos de
contacto físico, etc. Todo esto admite - correlativamente - un “ir fallando” gradual-
mente por parte de la madre, lo que consiste en resumen, en una nueva modalidad
adaptativa adecuada a la nueva etapa de constitución del bebé.
Por el contrario: una perseveración en el modo adaptativo inicial, tendría el significa-
do de un no reconocimiento de los cambios que han sobrevenido en la criatura.
2
Nótese que hemos incluido el plural. Es que, esquemáticamente, hasta aquí hemos
considerado exclusivamente - un tanto artificiosamente - a la persona de la madre en
tanto que prodiga “cuidados” que reconocemos propios y correspondientes a lo que
denominamos “funciones” maternantes. Es que sabemos que tales “funciones” pueden
ser realizadas por otras personas que intervengan en el cuidado del bebé (por ejemplo,
el padre). Pero en este punto del desarrollo es posible incluir un cambio correlativo al
avance experimentado en la constitución del bebé: la diferenciación en tanto “perso-
nas” (el bebé comienza a captar la presencia de otros Sí - mismos) y no solamente de
pautas específicas de cuidados y otros elementos (olor, sonido).
3
La idea de “espejamiento” es tomada de la metáfora que alude a la reflexión de la
imagen en el espejo. Winnicott desarrolló este tema en su trabajo “Papel de espejo de
la madre y la familia en el desarrollo del niño”. (1.967)
4
No decimos que la sonrisa “aparece” en esta etapa: señalamos aquí un significado
posible de la sonrisa.
5
Dicho sea de paso, el Psicoanálisis tradicional considera que el pensamiento, aún
cuando reemplaza a la acción física, “no deja de ser por eso una partícula de acción.
Las inervaciones que corresponden a los actos en que se piensa no dejan de efectuarse
al pensar, sólo que se producen en un grado menor”. (O. Fenichel)

- 25 -
6
Winnicott refiere otra forma de registro, “catalogar”, que no podemos incluir aquí.
Remito a su trabajo “La mente y su relación con el psiquesoma”. (1.949)
7
Aquí, “falso” remite a una acción que resulta excesiva por parte de la criatura. Una
cosa es la acción de corrección del fallo materno modulado para el cual el bebé sí
está preparado (constitucionalmente) en esta etapa ; la acción del bebé no suplanta la
acción de la madre. Otra cosa es, en este punto que tratamos, la acción del bebé que
tiene como finalidad ya no “corregir” un fallo adaptativo para transformarlo en un
acierto de un ciento por ciento, sino “desplazar” el fallo grosero para “sustituirlo” por
una acción propia (autosustento).
8
El uso de esta terminología en la descripción y explicación tiene, a mi criterio, el
inconveniente de sugerir una cierta antropomorfización de los fenómenos, que pare-
cen a veces estar dotados de una voluntad e intencionalidad conscientes.
9
Otro modo de exponer la idea de “ocultamiento” es decir que asistimos a una “diso-
ciación” estable en el psiquismo. En un caso extremo (auto - encapsulamiento) y de
una complejidad que no podemos abordar aquí, asistimos al trastorno psicótico de Au-
tismo.
10
Son chicos que parecen llenos de vitalidad aunque lo cierto es que “no pueden estar
quietos”. Sus movimientos son determinados por ansiedad y por ese motivo parecen
“no cansarse nunca”. Aquí conviene distinguir la actividad del niño que juega de la ac-
tividad del niño excitado que “aplica” su ansiedad en lo que hace. El cuadro puede ir
asociado a trastornos del sueño. La respuesta de los adultos suele ser de molestia y
agotamiento.
11
Aquí “cuidados especiales” debe ser entendido no sólo en términos médicos sino,
especialmente, psicológicos (humanos). Se trata de brindar al enfermo la oportunidad
de experimentar la satisfacción de sus necesidades de dependencia en un estado que
puede ser definido como “regresivo”.
12
El déficit de constitución del objeto transicional que atribuimos a “fallos gros eros”
de la función maternante, puede generarse en distintos momentos evolutivos, y esto
supondrá también diferencias notables en la función y el modo de empleo de los obje-
tos por parte de las personas. Si la falta se instala en las primeras etapas, o sea si la
madre fracasa crónicamente en ilusionar a su hijo, no se constituye objeto trans icio-
nal alguno. El objeto no se discrimina como objeto “no yo” ; se lo experimenta como
una parte del propio cuerpo (que de hecho puede serlo : la lengua, la mano) y conserva
la función “cruda” de promover (auto-procuración) sensaciones corporales intensas
que cumplen el papel de impresiones subjetivas de confirmación de la conciencia de

- 26 -
existir, de estar vivo, en reiteradas “experiencias de omnnipotencia” que reafirman las
impresiones de “no dependencia”. Uno de los inconvenientes de esas prácticas (entre
otros) es la incapacidad que tienen de posibilitar rectificaciones perdurables, es de-
cir, carecen de efectos de constitución. Esto determina que la persona deba apelar a
ellas en forma permanente y exclusiva lo que les otorga el carácter de actividades
adictivas.
El juego no resulta posible; son actividades que no comparten ni las motivaciones, ni
la función, ni las consecuencias del jugar, aunque para un observador inadvertido pue-
dan - a veces - parecer lo mismo.
Cuando el déficit se instala en los procesos de “desilusión” distinguimos los efectos
de los fallos por imposibilidad de acompañar el progreso de la criatura
 por persistencia en el trato adecuado a una fase anterior pero inadecuada para la ac-
tual ;
 por retiro masivo de cuidados adaptativos.
En ambos casos, lo que se describe son los efectos de dos actitudes opuestas (modos
de defensa) de la madre por intolerancia al desarrollo del bebé, que en ese momento
resulta especialmente notable desde el punto de vista del “desprendimiento”.
Contrariamente, lo que parece determinar un resultado saludable es, por un lado, la
capacidad de la madre de “festejar” y regocijarse con el crecimiento del hijo (re s-
puestas de la madre que pueden ser deficitarias o estar ausentes) y, por el otro, la c a-
pacidad de la madre de tolerar las “ansiedades de separación” que las invaden en rela-
ción a los esfuerzos de individuación de su hijo.
Dicho sea de paso, estos esfuerzos de individuación están dirigidos a establecer una
nueva forma de unión (de contacto). Si este sentido no es captado y en su lugar la ma-
dre ubica un sentido propio (por ejemplo: “el bebé es demasiado pequeño todavía”, o
bien “el bebé ya no me necesita” o “no me quiere”) la experiencia se ve contrariada.
El déficit de los procesos de desilusión tiene consecuencias que son específicas. Da-
do que el proceso requiere de la presencia de la madre no solo durante sino también y
especialmente con posterioridad a la experiencia de alimentación (para tomar este
ejemplo paradigmático) la ansiedad específica del bebé se centrará en la posibilidad
de su pérdida, de su ausencia. Los objetos, en consecuencia, con el tiempo, podrán
adoptar las formas de objetos “ligaduras” (cordeles, piolines) que garanticen un co n-
tacto que se ve amenazado.
Lo característico de la relación puede entonces no ser la unión sino el “anudamie nto”
(relaciones de tiranía, coerción), a saber, el designio de sometimiento de un sí mismo
por otro sí mismo. Se pone así en evidencia el objetivo (pervertido) de “el iminar” el
estado de ansiedad de separación, así como en la fase anterior, las prácticas corpora-
les (frotamientos, introducción de objetos en boca y/o ano, por ejemplo) tenían por
finalidad los intentos de dominar la ansiedad de aniquilación que generan los estados
de desintegración.

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Bibliografía
Textos básicos de Donald Winnicott

1. Escritos de Pediatría y Psicoanálisis - Editorial LAIA


2. El Proceso de maduración en el niño - Editorial LAIA
3. Realidad y Juego - Editorial GEDISA
4. Deprivación y Delincuencia - Editorial PAIDOS
5. Exploraciones Psicoanalíticas I - Editorial PAIDOS

PARANA, ABRIL DE 1.998.

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