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RESUMEN:
Un análisis procesual de la formación del Estado en la ciudad azteca
de Tenochtitlan muestra que el desarrollo de una estricta
estratificación de clase fue una estrategia para la captación de los
líderes tradicionales de los segmentos de linaje de la formación
política pre-estatal y para su integración en un sistema político
centralizado de carácter estatal. La dinastía que dirigió esta
estructura crecientemente centralizada ejerció el control sobre las
rentas tributarias de las ciudades del imperio para separar a los
líderes tradicionales de sus antiguos componentes y, con una variada
gama de medidas legales y simbólicas, fomentar su identificación como
clase de élite dirigente.
1
Los aztecas de Tenochtitlan ofrecen un caso de estudio
dramático sobre la aparición de una organización política de
nivel estatal. Este artículo se centra en los procesos
políticos de centralización de poder en el estado azteca y
sugiere que el desarrollo de una rígida estratificación de
clases en Tenochtitlan fue el resultado de estrategias
económicas, legales y simbólicas empleadas en la lucha por
el poder entre los dirigentes tradicionales de linaje de la
forma política pre-estatal y una recién creada dinastía
central.1
i
Traducción provisional de Carlos Santamarina, aclaraciones de Cora
Bunster realizadas para la cátedra Historia de América I del
Departamento de Historia, Facultad de Filosofía y Letras, UBA
(diciembre de 2018)
Con este planteamiento sobre los procesos de formación
de estados, espero compensar el excesivo énfasis de muchos
estudios aztecas sobre consideraciones ecológicas que
soslayan el lado humano de la evolución social. En esta
tradición, las necesidades materiales son definidas según
las soluciones culturales que sean necesarias. Se asume que
hay una "óptima solución a un problema ecológico "y que
"una poderosa fuerza selectiva análoga a la selección
natural biológica eventualmente dirigirá al dominio de un
modo apropiado de organización política (Sanders y Price
1968:181).
Mientras Sanders, uno de los principales exponentes de
este enfoque, ha insistido en otro lugar (1974:131) en que
éste es un proceso de interacción entre cultura y medio
biofísico, y en que "no hay nada absoluto en esta relación
interactiva y las respuestas posibles de una cultura ante un
medio ambiente dado son variadas"; en la práctica, muchos
2
estudios ecológicos han tendido a ignorar este principio
fundamental. Los datos y los análisis sobre el lado
medioambiental de la ecuación son a menudo excelentes pero
el lado humano parece curiosamente flojo, habitado por
actores pasivos desprovistos de motivaciones más allá de una
obsesiva urgencia de proliferar hasta alcanzar la fase de
desastre maltusiano.
Un reciente ejemplo de esta tendencia es el "imperio
caníbal" de Harner (1977), artículo en el cual éste se las
arregla para acumular los pecados de un recrudecido
determinismo medioambiental sobre otra de las grandes
debilidades de los estudios aztecas: una desafortunada
fascinación por los sacrificios humanos y el canibalismo
ritual. Harner pretende que el culto sacrificial azteca fue
una elaborada legitimación para un canibalismo a gran
escala, necesario por la deficiencia de proteínas animales
resultante de la superpoblación del centro azteca y la
escasez de productos de caza a nivel local. Al llegar a su
apartado final, Harner se las arregla para incluir una
extraordinaria gama de instituciones políticas y religiosas
aztecas entre las consecuencias de una escasez crónica de
proteínas. Pero no intenta explicar cómo, históricamente, la
gente de Tenochtitlan descubrió e institucionalizó tan
inusual "solución óptima a un problema ecológico".
Sin embargo, los frecuentes excesos del enfoque
ecológico deben en parte excusarse como una reacción a una
tradición más antigua, e igualmente incompleta, que trata
de explicar la sociedad azteca en base a conceptos puramente
ideológicos. Una obra reciente de Brundage (1975) ilustra
esta segunda tendencia. Mientras Harner atribuía demasiado
poder determinista al contexto ecológico, Brundage escribe
como si el medio no impusiera para nada limitaciones ante la
capacidad ideológica de creación del mundo. Plantea que la
devoción religiosa hacia la guerra fue tan poderosa entre
3
los aztecas que constantemente se sobrepuso a sus intereses
políticos y económicos. Su imperio, dice, fue de pequeña
importancia para ellos; fue virtualmente un producto
accidental de su manía bélica.
Así la imagen de Harner es la de una sociedad que
haría casi cualquier cosa por comida, mientras que la de
Brundage es la de una sociedad que no parece preocuparse
mucho del tema. Si alguno de estos extremos fuera apropiado,
los aztecas serían sin duda un caso extraño y único en la
historia humana. Creo que una aproximación político-
procesual puede hacer volver a los aztecas a su sitio dentro
de los estudios sobre la formación de los estados,
examinando cómo actores políticos motivados manipularon
tanto las fuentes económicas de las que disponían, como sus
limitaciones, objetivos y medios, para sus estrategias
políticas. Las explicaciones unicausales, ecológicas o
ideológicas, suelen producir fastuosas teorías de por qué un
sistema social se desarrolló, pero dejan en suspenso el cómo
sucedió exactamente. Los procesos sociales reales son
siempre bastante desordenados y deben ser vistos a gran
distancia para parecer algo más elegantes. Así, para
intentar tratar el proceso de diferenciación de clases y de
emergencia de una organización estatal, este artículo no
presenta una visión tan primorosamente delineada de la
sociedad azteca como aquéllas propuestas por Harner o
Brundage. Yo trato la economía política como un proceso de
interacción entre el hombre y lo material, en el cual los
hombres inmersos tienen complejas motivaciones individuales
y complejas relaciones entre ellos. Con las limitaciones
impuestas por el medio material, estas relaciones
interpersonales son vistas como las fuerzas conductoras
primarias de la historia social. No difiero de los ecólogos
culturales en lo concerniente a la importancia de las
constricciones medioambientales en el análisis de la
4
evolución social. Lo que nos diferencia es que mientras
ellos están preferentemente ocupados en aclarar la
naturaleza de esas constricciones medioambientales, mi
preocupación reside en analizar cómo los hombres tratan con
esas constricciones y las manipulan al servicio de objetivos
que son sólo parcialmente (o no todos) económicos.
A mi entender, la historia política azteca giró en
torno a la lucha de poder entre los líderes tradicionales de
las subunidades locales de la sociedad y una autoridad
central originariamente establecida para organizar la
protección contra enemigos exteriores. Esta dinastía
central, inicialmente débil, con el tiempo fue capaz de
monopolizar la nueva riqueza emanada por la entrada de los
aztecas en conquistas imperiales, como principio de un
proceso de centralización del poder al interior del estado.
Como estrategia para la centralización del poder la dinastía
adoptó medidas, como alentar a los líderes locales
tradicionales para que desarrollaran una nueva auto-
identificación como miembros de una élite dominante. Esta
nueva identidad les proporcionó medios materiales y
simbólicos, para distinguirse a sí mismos de las masas. La
diferenciación de esta clase emergente se vio reforzada por
ciertas innovaciones legales y estructurales, las cuales
sirvieron a las ambiciones de la dinastía central al aislar
a los líderes tradicionales de sus bases locales y al
aumentar su compromiso con el poder dinástico. Así, la
estratificación de clases surgió como resultado de las
estrategias políticas empleadas en dirección hacia un poder
centralizado.
ii
Traduzco así la expresión original "inchoate states" (N de T.).
para establecer por vez primera una autoridad central, "ello
era una estrategia potencialmente inestable, porque los
jefes locales conservaban su propio síndrome de autoridad, y
eran potenciales competidores". Esto define perfectamente el
caso azteca, porque el tlatoani no sólo era dependiente de
los jefes de calpulli como ejecutores de sus órdenes sino
que también veía limitado su poder por ellos en tanto que
constituían centros independientes de poder. Como hemos
sostenido antes, es poco probable que los jefes de calpulli
cedieran voluntariamente parte de su autoridad adquirida,
excepto lo estrictamente necesario para ganar en seguridad
militar. Por otro lado, el tlatoani necesariamente estaría
inseguro en su propia posición mientras los líderes locales
se mantuvieran tan independientes, y por lo tanto procuraría
socavar dicha estructura descentralizada de poder y
desarrollar mecanismos menos amenazantes para la
administración de su reino.
10
Esta situación ha sido ampliamente reconocida en los
modernos estudios de la vida política azteca, pero continúa
habiendo un persistente malentendido en la literatura en
cuanto a la estrategia de centralización de poder adoptada
por la dinastía de Acamapichtli. Adams (1966:113) habla
desde este punto de vista cuando afirma que los tlatoque
desarrollaron una nueva clase dominante de soldados
superpuesta sobre la "nobleza" tradicional de los calpulli.
Aunque pocos van tan lejos como Brundage (1975) en su
afirmación de que esta clase guerrera dominó incluso al
propio tlatoque, claramente el acuerdo general es que una
nueva clase, constituida bien por muchos parientes de
Acamapichtli o por otros, promocionó al estatus dominante de
clase dirigente principalmente sobre la base de los méritos
militares, hasta llegar a formar un nuevo centro de poder
burocratizado a expensas de la autoridades tradicionales del
calpulli.
Argumentaré luego que los "guerreros", que
constituyeron el grueso de la nueva clase dominante recién
creada, fueron de hecho los jefes tradicionales de calpulli,
quienes fueron incorporados por la dinastía al gobierno
central sin que por ello dejaran de conservar su autoridad
sobre sus viejos calpulli, aunque con numerosas
restricciones. La dinastía no creó una nueva nobleza por
encima de los jefes tradicionales, más bien los subvirtió
hasta hacerlos instrumentos del poder central en vez de que
fueran focos de poder en competencia. Para usar los
términos sugeridos por Richard N. Adams (1975), la
estrategia de la dinastía no fue destruir el poder de los
jefes de calpulli, sino cambiar el carácter de su percepción
del poder, de uno que emanaba de debajo y de sus seguidores
a un poder delegado de arriba por el tlatoani. De este modo,
el control de los jefes sobre sus calpulli habría sido
puesto al servicio del poder central. La creación de una
11
identidad para los líderes -junto al núcleo de la dinastía-
como clase social de élite probó ser una estrategia
adecuada, pues simultáneamente convirtió los intereses
propios de los jefes de calpulli en una lealtad hacia la
dinastía, y colaboró a separarlos los de sus compañeros de
linaje a fin de reducir la fuerza de los viejos lazos.
Si este proceso no hubiera sido interrumpido por la
Conquista, los jefes de calpulli se hubieran convertidos a
la larga en una clase de burócratas colaboracionista. De
hecho, una verdadera clase dominante consciente de sí misma
había sido creada cuando Cortés llegó, aunque los
descendientes de los viejos jefes todavía guardaban lazos
significativos con sus calpulli y continuaban dejando su
cargo como herencia a sus hijos o hermanos (Rounds n. d.).
La mayor parte del control social era todavía ejercido
mediante la vieja estructura de los calpulli, pero la
centralización del poder había dado un amplio paso adelante.
Poco de este proceso se dio durante el reinado de los
tres primeros tlatoque, debido a su falta de fuerza para
romper la lealtad de los jefes para con sus propios
calpulli. La consolidación del poder de la dinastía no se
hizo realidad hasta que tuvo lugar un repentino y audaz
golpe militar que puso un nuevo y vasto poder económico en
manos de Itzcoatl, el cuarto tlatoani. Estos nuevos
ingresos proporcionaron la clave para la creación de la
nueva clase y, por lo tanto, para la centralización del
poder.
13
"Si no saliéremos con nuestro intento, nos pondremos en vuestras
manos-dijeron ellos- para que nuestras carnes sean mantenimiento
vuestro y allí os venguéis de nosotros y nos comáis en tiestos
quebrados y sucios, para que en todo nosotros y nuestras carnes
sean infamemente tratadas." (Durán 1984 II, cap. IX: 79).
iii
La versión en español está tomada del original en L1081b: M147
(N.T.).
dando en la estructura social con esta guerra. El control
ejercido por el trono -y las obligaciones del pueblo para
con el tlatoani- obviamente habían sido restringidas; pero
tras la guerra la dinastía utilizó el nuevo imperio para
comenzar a consolidar su poder. Con sus nuevas riquezas, los
tlatoque por fin tenían una herramienta para atraer a los
jefes de calpulli a una estrecha asociación con la dinastía
central. Al mismo tiempo, tomaron medidas que contribuyeron
a separar a dichos jefes de sus círculos personales. La
combinación de esas dos estrategias dio lugar al
fortalecimiento del sistema de clases en la sociedad azteca
tardía.
Itzcoatl comenzó la distribución del botín, que
consistía principalmente en tierra con vasallos asociados
del recién caído imperio, poco después del fin de la guerra
(Durán 1951: I, 78-79). La mayor parte fue para el propio
Itzcoatl y dos hijos de su hermano, que eran sus consejeros
14
más cercanos y se mantuvieron en la línea de sucesión a su
cargo. También se llevaron a cabo generosas distribuciones
entre los nobles que habían luchado en la rebelión, pero
solo una mísera parte se concedió al patrimonio de cada
calpulli.
Como expresé anteriormente, Robert McC. Adams afirma
que los tlatoque superpusieron una nueva clase dominante
militar sobre los jefes de calpulli. Dice (1966,113) que el
nuevo patrimonio distribuido por Itzcoatl "sirvió para
fortalecer la posición de las órdenes militares en su
esfuerzo por ascender sobre las jefaturas tradicionales de
calpulli y para proporcionar una base económica para la
formación de una clase noble" ¿Quiénes eran los miembros de
esas órdenes militares? Durán (1951, I: 97-98) identifica a
los guerreros receptores de tierras y honores en la
distribución como hermanos, primos y sobrinos de Itzcoatl,
indicando que todos eran descendientes de Acamapichtli. Así,
muchos autores han asumido que los descendientes de
Acamapichtli constituyeron la clase noble, diferenciándola
de los jefes de calpulli. Sin embargo, mi lectura de las
fuentes primarias sugiere que esas dos categorías propuestas
por los modernos investigadores se refieren en realidad a
la misma gente.
De acuerdo con una narración del siglo XVI (Relación
de la Genealogía, 1891:275), poco después de asumir como
primer tlatoani, Acamapichtli se casó con veinte mujeres
aztecas que "eran nobles, hijas de los señores de la tierra,
que eran pues de linaje, cuya parentela era de señores, y
de quienes descendieron casi todos los señores que había en
el territorio". Estos son los descendientes que Adams y
otros reconocen como los iniciadores de la nueva clase noble
que había de reemplazar a los jefes de calpulli. Sin
embargo, dicha interpretación requiere que creamos que los
jefes de calpulli participaron a sabiendas en la propagación
15
de una clase noble que habría de usurpar sus propios
derechos y privilegios. Es más convincente, tanto con las
fuentes específicas de este caso como con nuestro
conocimiento general del comportamiento político,
interpretar estos hechos en el sentido de que los
matrimonios fueron utilizados por los jefes tradicionales de
calpulli para reforzar sus propios linajes. En este periodo,
los "señores de la tierra" solamente pudieron haber sido los
jefes de calpulli y, consecuentemente, las veinte mujeres
fueron sus hijas. Aunque la patrilinearidad liderara el
principio dominante en el sistema de parentesco aztecaiv en
realidad el sistema era ambilateral. La sucesión a través de
la línea femenina se adoptó normalmente allí donde
constituía una ventaja. Zorita (1891:79-80) afirma que era
norma común en el Valle de México que cuando un miembro de
la clase dominante moría sin dejar un hijo competente, el
iv
Así he traducido "Aztec kin reckoning" (N. T.).
hijo de una de sus hijas debía sucederle. Dentro de la
política dinástica de Tenochtitlan, el matrimonio solía ser
utilizado para mantener ramas aisladas del linaje implicadas
en la sucesión a través de la línea femenina (Carrasco,
1971:370). De este modo, seguramente Caso (1963:867) y
Monzón (1949:72-77) están en lo cierto cuando afirman que
los hijos de Acamapichtli heredaron la jefatura de calpulli
de los padres de sus madres.
Como jefes de calpulli, estos hijos de Acamapichtli
habrían sido jefes de guerra ex-officio, porque Durán (1951:
I, 169) explica que los militares lucharon en unidades de
calpulli. Quizá no sea casualidad el hecho de que el número
de nobles especialmente honrados por Itzcoatl tras la caída
de Azcapotzalco fuera de veinte, precisamente el mismo
número de esposas otorgadas a Acamapitchtli por los jefes
de calpulli. En mi opinión, se trataba de los hijos de
Acamapichtli, herederos a los cargos del calpulli y, por lo
16
tanto, los "hermanos, primos y sobrinos" de Itzcoatl. No
hubo lucha por el poder entre las órdenes militares y los
jefes de calpulli, porque éstos eran los oficiales de la
jerarquía militar (véase Rounds n. d. para la exposición de
este punto).
El trono y los cargos tradicionales del calpulli
quedaron pues ligados por estrechos lazos familiares. De
todas maneras, nuestro conocimiento general de la política
dinástica nos debería prevenir de asumir que los cargos del
calpulli fueron llevados a una sumisión completa al trono
simplemente ocupándolos con los hijos de Acamapichtli. Más
bien, la lección de historia humana es que el afecto filial
está subordinado a la ambición de poder. La joven dinastía
aun tenía poco que ofrecer en cuanto a poder o riqueza,
mientras que los lazos familiares maternos les daban a los
hijos de Acamapichtli sus cargos de calpulli, en los cuales
aun descansaba el poder real (y las fuentes de ingresos) en
la temprana Tenochtitlan. Los casamientos de Acamapichtli
conectaron la dinastía y los poderes tradicionales pero
probablemente hicieron poco para cambiar el modo en el que
el poder estaba distribuido, poder central vs. núcleos
locales. No fue hasta la victoriosa rebelión de Itzcoatl
contra Azcapotzalco, sesenta años después de la subida al
trono de Acamapichtli, que el poder comenzó a recaer de
manera decisiva en favor del gobierno central.
Muchos autores han reconocido que las nuevas riquezas
ganadas por Itzcoatl proporcionaron la base económica para
la diferenciación de la clase noble. Sin embargo, la mayoría
ha dejado este aspecto sin una elaboración histórica, como
si la sociedad de clases simplemente "hubiera surgido" al
darse las condiciones necesarias. Nada "surge" simplemente
en una sociedad humana, alguna persona o algún grupo debe
actuar para que suceda. Por supuesto que las consecuencias
últimas de sus acciones pueden no ser captadas por los
17
propios actores, pero sí entenderán sobre sus intereses
propios e inmediatos en el asunto, y tales intereses
proporcionarán una motivación para sus actos que puede ser
estudiada. En el caso que nos ocupa, he mostrado cómo la
difícil distribución del poder entre los núcleos locales y
el central colocó a los primeros tlatoque en una posición
política de vulnerabilidad que sólo pudo ser mitigada
mediante la destrucción -o absorción- de los fuertes lazos
de linaje de sus competidores, los jefes de calpulli. La
nueva riqueza del imperio dio a los tlatoque una nueva
fuerza, pero continuaban estando limitados en cuanto a la
manera en que podían usar esa fuerza. La destrucción de los
jefes de calpulli no era una alternativa viable por dos
razones. Primero, el ejército azteca estaba organizado en
unidades de calpulli, por lo que estaba casi por completo
bajo control directo de los líderes locales. El tlatoani no
tenía una fuerza militar independiente para ponerla en
contra de los calpulli.2 Segundo, el tlatoani no tenía un
mecanismo alternativo de control social sobre las masas si
destruía la organización del calpulli. Incluso en la época
de la Conquista, Tenochtitlan no estaba tan burocratizada
como muchos autores han imaginado, y durante el reinado de
los primeros tlatoque virtualmente no había burocracia en
absoluto. Por lo tanto, Itzcoatl y sus sucesores utilizaron
sus ingresos imperiales para captar a los jefes de la
organización de los calpulli y para absorber sus
prerrogativas tradicionales de control social dentro de una
administración centralizada. Las decisiones tomadas por esos
tlatoque para obtener la lealtad de los jefes de calpulli
sugieren que la creación de una clase alta de elite
consciente de sí misma fue una estrategia deliberada en su
camino hacia el poder.
Durante las primeras décadas posteriores a la
destrucción de Azcapotzalco, la nueva clase estuvo
18
establecida sobre una serie de innovaciones económicas,
simbólicas y legales. Itzcoatl decretó una serie de nuevos
títulos, con insignias especiales para la más alta nobleza
(Durán, 1951, I, 97-98). Su sucesor Motecuhzoma I extendió
este sistema y lo reforzó mediante la promulgación de una
serie de leyes suntuarias estrictas. Las primeras cuatro
establecieron las insignias exclusivas del tlatoani y la
pena de muerte para aquél, noble o del común, que penetrara
en el palacio central estando calzado. Los vestidos de
algodón se reservaron para la nobleza, y la gente del común
debió restringirse a los mantos de fibra de maguey, que no
debían llegarles más abajo de la rodilla. La decoración
autorizada para los mantos de algodón usados por los
distintos rangos de la nobleza fue asimismo determinada por
el tlatoani, así como los tipos de joyas y demás insignias
que podía llevar cada uno. Sólo a los personajes del más
alto rango se les permitió construir casas de dos pisos y
con techos a dos aguas. Por último, Motecuhzoma decretó que
determinadas habitaciones de su palacio quedarían apartadas
como salones para cada rango de la nobleza, y los miembros
de cada uno de estos rangos estaban estrictamente limitados
a los lugares de reunión designados. La muerte era el
castigo para cualquier violación de estas leyes (Durán,
1951: I, 214-217).
En este periodo también se desarrolló una elaborada
jerarquía de rangos militares con sus insignias. Los nobles
ascendían por el escalafón en base al número de cautivos
que hubieran capturado en batalla y eran recompensados con
uniformes más llamativos que expresaban sus proezas
(Sahagún, 1950-1969: IX, 75-77, Códice Mendoza, 1938: folios
64 y 65 recto).
David Webster (1976:819) ha señalado que los
gobernantes de los estados tempranos suelen alentar el deseo
de sus subordinados de favores reales estableciendo "un
19
estándar para todos los demás hombres ambiciosos" con su
consumo conspicuo personal, precisamente porque carecen de
poder para reforzar la lealtad personal. Los gobernantes
aztecas consumieron lujo de manera espectacular y se
aseguraron de que sus subordinados tuvieran amplias
oportunidades para observarlo y desearlo. Cada día, se
solicitaba del grueso de la nobleza que asistiera al palacio
y que dirigiera sus asuntos en los salones del palacio
instaurados por Motecuhzoma I (Sahagún 1950-1969: IV, 41-45;
Durán 1951: II, 162; Las Casas 1967:378). El almuerzo
constituía un ritual extraordinario en el cual el tlatoani
probaba una vasta variedad de alimentos que luego eran
servidos a la masa reunida de nobles (Díaz 1956: 209-211;
Sahagún 1950-1969: IX, 37-40). Se distribuían vestidos,
joyas y otros bienes exóticos entre los nobles en festivales
religiosos regulares y en celebraciones precedidas y
seguidas de campañas militares (Carrasco, 1971: 362-363;
Zorita, 1891: 162). Zorita (1891: 156) dice que el tlatoani
mantenía a muchos señores y cargos en su palacio, "de
acuerdo a la calidad [esto es, al rango] de cada uno".
Finalmente, el tlatoani financió con su tesoro los
espectaculares edificios religiosos y los rituales que tan
vivamente demostraban el favor que su régimen había obtenido
a ojos de los dioses. Mediante todas estas medidas, estaba
creándose una clase noble claramente definida, visiblemente
identificable como aquellos que comen en la mesa del
tlatoani, visten determinados ropajes, y tienen un lugar
prominente en las ceremonias públicas. Más fundamentalmente,
por supuesto, la nobleza estaba constituida por los que
eran receptores directos de tributos. Los viejos jefes de
calpulli estaban incluidos con sus hijos e hijas, pero los
seguidores de linaje no. Este ambiente especial debió
influir poderosamente en sus egos, como se expresa en la
descripción del palacio real ofrecida tras la Conquista por
20
uno de estos nobles aztecas:
v
Esta re-traducción habría que cambiarla por la cita del original en
castellano, en el libro XII de la Historia General de las cosas de la
Nueva España (N.T.).
que la competencia por el favor de los gobernantes fuera la
única vía para que un noble ambicioso pudiera mantener el
ritmo de las nuevas normas de riqueza y ostentación que
marcaba la clase dominante emergente. Poco más podía sacarse
del linaje de lo que había sido posible antes, y una
insistencia demasiado estridente sobre los intereses de su
calpulli era sin duda un modo seguro para el noble de
perder terreno dentro de la jerarquía de palacio.
Aun así, no debemos suponer que los jefes de calpulli
se apresuraron en abandonar sus roles y puestos
tradicionales de autoridad. Sus estrategias personales
debieron encaminarse a obtener los beneficios que comporta
la nobleza, a lograr el favor del tlatoani, mientras
continuaban manteniendo sus circunscripciones locales. Como
en otros sistemas políticos, el peso de la base de poder
privado de los nobles sin duda tuvo mucho peso en su ascenso
exitoso a rangos superiores. Además, aparte de tales
21
maquiavélicas consideraciones, las lealtades tradicionales
aún deben tenerse en cuenta. Los múltiples lazos de los
jefes con sus calpulli seguramente provocaron demandas que
no eran fáciles de desviar. Los símbolos suntuarios y los
rituales pueden crearse de la noche a la mañana, pero una
separación real de los intereses del linaje tradicional en
distintas orientaciones de clase lleva tiempo, y
especialmente, el paso de generaciones. Incluso en la época
de la Conquista, los calpulli permanecieron como importantes
componentes administrativos de la ciudad, en parte debido al
lento desarrollo de alternativas burocráticas, pero también
porque gente de influencia continuaba haciendo valer sus
intereses.
CONCLUSIONES
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