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Rounds, J.

(1979) “Lineage, class and power in the Aztec


State”. American Ethnologist 6, 1: 73-86

RESUMEN:
Un análisis procesual de la formación del Estado en la ciudad azteca
de Tenochtitlan muestra que el desarrollo de una estricta
estratificación de clase fue una estrategia para la captación de los
líderes tradicionales de los segmentos de linaje de la formación
política pre-estatal y para su integración en un sistema político
centralizado de carácter estatal. La dinastía que dirigió esta
estructura crecientemente centralizada ejerció el control sobre las
rentas tributarias de las ciudades del imperio para separar a los
líderes tradicionales de sus antiguos componentes y, con una variada
gama de medidas legales y simbólicas, fomentar su identificación como
clase de élite dirigente.

LINAJE, CLASE Y PODER EN EL ESTADO AZTECAi

J. ROUNDS, University of California, Los Angeles

1
Los aztecas de Tenochtitlan ofrecen un caso de estudio
dramático sobre la aparición de una organización política de
nivel estatal. Este artículo se centra en los procesos
políticos de centralización de poder en el estado azteca y
sugiere que el desarrollo de una rígida estratificación de
clases en Tenochtitlan fue el resultado de estrategias
económicas, legales y simbólicas empleadas en la lucha por
el poder entre los dirigentes tradicionales de linaje de la
forma política pre-estatal y una recién creada dinastía
central.1

i
Traducción provisional de Carlos Santamarina, aclaraciones de Cora
Bunster realizadas para la cátedra Historia de América I del
Departamento de Historia, Facultad de Filosofía y Letras, UBA
(diciembre de 2018)
Con este planteamiento sobre los procesos de formación
de estados, espero compensar el excesivo énfasis de muchos
estudios aztecas sobre consideraciones ecológicas que
soslayan el lado humano de la evolución social. En esta
tradición, las necesidades materiales son definidas según
las soluciones culturales que sean necesarias. Se asume que
hay una "óptima solución a un problema ecológico "y que
"una poderosa fuerza selectiva análoga a la selección
natural biológica eventualmente dirigirá al dominio de un
modo apropiado de organización política (Sanders y Price
1968:181).
Mientras Sanders, uno de los principales exponentes de
este enfoque, ha insistido en otro lugar (1974:131) en que
éste es un proceso de interacción entre cultura y medio
biofísico, y en que "no hay nada absoluto en esta relación
interactiva y las respuestas posibles de una cultura ante un
medio ambiente dado son variadas"; en la práctica, muchos
2
estudios ecológicos han tendido a ignorar este principio
fundamental. Los datos y los análisis sobre el lado
medioambiental de la ecuación son a menudo excelentes pero
el lado humano parece curiosamente flojo, habitado por
actores pasivos desprovistos de motivaciones más allá de una
obsesiva urgencia de proliferar hasta alcanzar la fase de
desastre maltusiano.
Un reciente ejemplo de esta tendencia es el "imperio
caníbal" de Harner (1977), artículo en el cual éste se las
arregla para acumular los pecados de un recrudecido
determinismo medioambiental sobre otra de las grandes
debilidades de los estudios aztecas: una desafortunada
fascinación por los sacrificios humanos y el canibalismo
ritual. Harner pretende que el culto sacrificial azteca fue
una elaborada legitimación para un canibalismo a gran
escala, necesario por la deficiencia de proteínas animales
resultante de la superpoblación del centro azteca y la
escasez de productos de caza a nivel local. Al llegar a su
apartado final, Harner se las arregla para incluir una
extraordinaria gama de instituciones políticas y religiosas
aztecas entre las consecuencias de una escasez crónica de
proteínas. Pero no intenta explicar cómo, históricamente, la
gente de Tenochtitlan descubrió e institucionalizó tan
inusual "solución óptima a un problema ecológico".
Sin embargo, los frecuentes excesos del enfoque
ecológico deben en parte excusarse como una reacción a una
tradición más antigua, e igualmente incompleta, que trata
de explicar la sociedad azteca en base a conceptos puramente
ideológicos. Una obra reciente de Brundage (1975) ilustra
esta segunda tendencia. Mientras Harner atribuía demasiado
poder determinista al contexto ecológico, Brundage escribe
como si el medio no impusiera para nada limitaciones ante la
capacidad ideológica de creación del mundo. Plantea que la
devoción religiosa hacia la guerra fue tan poderosa entre
3
los aztecas que constantemente se sobrepuso a sus intereses
políticos y económicos. Su imperio, dice, fue de pequeña
importancia para ellos; fue virtualmente un producto
accidental de su manía bélica.
Así la imagen de Harner es la de una sociedad que
haría casi cualquier cosa por comida, mientras que la de
Brundage es la de una sociedad que no parece preocuparse
mucho del tema. Si alguno de estos extremos fuera apropiado,
los aztecas serían sin duda un caso extraño y único en la
historia humana. Creo que una aproximación político-
procesual puede hacer volver a los aztecas a su sitio dentro
de los estudios sobre la formación de los estados,
examinando cómo actores políticos motivados manipularon
tanto las fuentes económicas de las que disponían, como sus
limitaciones, objetivos y medios, para sus estrategias
políticas. Las explicaciones unicausales, ecológicas o
ideológicas, suelen producir fastuosas teorías de por qué un
sistema social se desarrolló, pero dejan en suspenso el cómo
sucedió exactamente. Los procesos sociales reales son
siempre bastante desordenados y deben ser vistos a gran
distancia para parecer algo más elegantes. Así, para
intentar tratar el proceso de diferenciación de clases y de
emergencia de una organización estatal, este artículo no
presenta una visión tan primorosamente delineada de la
sociedad azteca como aquéllas propuestas por Harner o
Brundage. Yo trato la economía política como un proceso de
interacción entre el hombre y lo material, en el cual los
hombres inmersos tienen complejas motivaciones individuales
y complejas relaciones entre ellos. Con las limitaciones
impuestas por el medio material, estas relaciones
interpersonales son vistas como las fuerzas conductoras
primarias de la historia social. No difiero de los ecólogos
culturales en lo concerniente a la importancia de las
constricciones medioambientales en el análisis de la
4
evolución social. Lo que nos diferencia es que mientras
ellos están preferentemente ocupados en aclarar la
naturaleza de esas constricciones medioambientales, mi
preocupación reside en analizar cómo los hombres tratan con
esas constricciones y las manipulan al servicio de objetivos
que son sólo parcialmente (o no todos) económicos.
A mi entender, la historia política azteca giró en
torno a la lucha de poder entre los líderes tradicionales de
las subunidades locales de la sociedad y una autoridad
central originariamente establecida para organizar la
protección contra enemigos exteriores. Esta dinastía
central, inicialmente débil, con el tiempo fue capaz de
monopolizar la nueva riqueza emanada por la entrada de los
aztecas en conquistas imperiales, como principio de un
proceso de centralización del poder al interior del estado.
Como estrategia para la centralización del poder la dinastía
adoptó medidas, como alentar a los líderes locales
tradicionales para que desarrollaran una nueva auto-
identificación como miembros de una élite dominante. Esta
nueva identidad les proporcionó medios materiales y
simbólicos, para distinguirse a sí mismos de las masas. La
diferenciación de esta clase emergente se vio reforzada por
ciertas innovaciones legales y estructurales, las cuales
sirvieron a las ambiciones de la dinastía central al aislar
a los líderes tradicionales de sus bases locales y al
aumentar su compromiso con el poder dinástico. Así, la
estratificación de clases surgió como resultado de las
estrategias políticas empleadas en dirección hacia un poder
centralizado.

FUNDACIÓN DE LA DINASTÍA TENOCHCA

Al momento en que llegaron al Valle de México en el


siglo XIII, los aztecas eran pobres y -a los ojos de las 5
poderosas ciudades que dominaban virtualmente todas las
mejores tierras- marginalmente civilizados. Su presencia fue
una molestia para las potencias establecidas, y vivieron
siempre temiendo su destrucción. Sobrevivieron a algunos
ataques (aunque sufriendo grandes reducciones numéricas) y
alrededor del año 1345 por fin pudieron asentarse en las
aisladas y pantanosas islas que eventualmente llegarían a
ser la gran ciudad imperial de Tenochtitlan.
La evidencia sobre la organización política azteca en
los tiempos de la fundación de Tenochtitlan es escasa. Las
unidades políticas primarias parecen haber sido los
calpulli, grupos de linaje en los cuales los aztecas habían
estado organizados en su tierra ancestral de procedencia y
durante su larga migración hacia el Valle de México.
Frecuentemente son descriptos como clanes, porque pretendían
al menos una relación de parentesco ficticia uniendo a sus
miembros, y funcionaba como un colectivo detentador de
tierras colectivas, y empleaba, en cierto nivel, una
economía redistributiva operada a través de la casa del
líder del calpulli. Incluso en tiempos tan tardíos como los
de la Conquista cada calpulli ocupaba un barrio aparte en
Tenochtitlan y retenía un grado considerable de autonomía
administrativa. Cuando la ciudad fue fundada por primera
vez, probablemente esta autonomía estaba más fuertemente
marcada (Carrasco 1971:363-368, Monzón 1949).
Un dirigente supremo débil existía en aquellos tiempos
–probablemente el supremo sacerdote del dios patrono- pero
los dirigentes de calpulli aparentemente eran los auténticos
focos de poder. Sus cargos eran hereditarios, y mantenían
tierras privadas para su sustento personal, fuera de la
estructura corporativa del calpulli. Además de su papel
económico en la asignación de tierras del calpulli y de
dirigir un centro redistributivo, cada uno proporcionaba
servicios judiciales para los miembros de su propio calpulli
6
(Rounds n. d.). Como ancianos del linaje, su poder estaba
sin duda circunscrito por aquellos otros poderosos miembros
de sus grupos, y alguna persistencia del carácter
igualitario tribal. Aunque su autoridad estaba limitada, los
jefes de calpulli parecen haber tenido éxito en consolidar
algún grado de ventaja económica sobre sus seguidores.
Aun así todavía no hay evidencias de que los jefes de
calpulli de la temprana Tenochtitlan constituyeran una clase
dirigente consciente de sí misma. Las historias de la
migración azteca reflejan constantes disputas entre los
calpulli, y un episodio de la fundación de Tenochtitlan
(Códice Ramírez, 1944:39-40) da una impresión clara de la
competitividad y el conflicto entre los líderes de calpulli.
Parece que, aunque se reunían como grupo integrado para el
gobierno de la ciudad, los jefes de calpulli no tenían un
sentimiento de solidaridad como clase noble. Cada una se
dedicaba a velar por su poder personal protegiendo los
intereses de su propio calpulli contra los de otros.
Esta tendencia centrífuga de calpulli competidores fue,
en cualquier caso, compensada por la comunión de intereses
en la autodefensa ante los vecinos hostiles de Tenochtitlan.
Todas estas poderosas ciudades eran ejemplos de una forma de
poder político más fuertemente centralizada, a la cual los
tenochca se vieron expuestos durante periódicas alianzas
militares. Esta experiencia aparentemente convenció a los
aztecas de la superioridad militar de una autoridad más
centralizada, porque en 1372 eligieron formalmente un
tlatoani (plural tlatoque, literalmente "orador") como
gobernante central de la ciudad. Pese a la automática
presunción de algunos ecólogos culturales de que la razón
de dicho incremento de centralización de la autoridad
residió en los trabajos de agricultura hidráulica, la
hipótesis militar parece más sostenible. Durante este
7
periodo, la tierra y el agua pura apta para el riego fueron
escasas para los aztecas, de modo que practicaron poca
agricultura. Subsistían sobre todo de pescado y aves
acuáticas, y de vegetales obtenidos mediante el comercio de
los excedentes de esos recursos (Palerm 1966:69-70). La
elaboración del famoso sistema de chinampas de agricultura
intensiva ocurrió algunas décadas más tarde, principalmente
tras la guerra que comenzó la carrera de conquista imperial.
Incluso en años tardíos, su sistema de chinampas no fue
nunca suficiente para atender las demandas de la creciente
población de la ciudad (Calnek 1972). Por otro lado, la
amenaza militar era muy real en aquel tiempo, y fue el
impacto militar del establecimiento de este cargo lo que
finalmente llevó al poder a los tenochca.
Es significativo que el nuevo tlatoani, Acamapichtli de
Culhuacan, fuera extranjero, no uno de los jefes de
calpulli. No hay evidencia de que haya sido forzado en
Tenochtitlan. Más bien, los jefes de calpulli parecen
haberlo invitado voluntariamente para formar la dinastía que
perduró hasta la Conquista española. Acamapichtli pertenecía
a la más distinguida estirpe de la región y probablemente
trajo consigo algunas importantes alianzas, como muchos
autores han señalado. Pero también es probable que el hecho
de recurrir a un noble extranjero reflejara la persistente
competitividad de los calpulli y sus jefes, quienes
aparentemente encontraron sus propios poderes demasiado
rigurosamente equilibrados -y celosamente guardados- como
para permitir elevar a uno de ellos a un estatus superior.
Invitando a un extraño resolvían este problema inmediato,
aunque es improbable que Acamapichtli pudiera resolver
rápidamente las disputas políticas entre los calpulli.
A menudo, los autores ocupados en la historia azteca
han hecho la curiosa suposición de que con la proclamación
de Acamapichtli los jefes de calpulli entregaron
8
virtualmente todo su antiguo poder a la nueva dinastía. Me
sorprendería que éste fuera el caso. Como ha señalado Walter
Goldschimidt (comunicación personal), rara vez alguien ha
deseado deliberadamente sujetarse a un gobierno
autoritario. Más bien, cedieron ciertos y limitados poderes
con propósitos específicos, los cuales fueron entonces
cultivados por sus poseedores hasta hacerse irreconocibles
en alcance y fortaleza. En el caso que nos ocupa, la
amenaza militar externa fue probablemente la razón por la
que los jefes de calpulli cedieron tan sólo algunas de sus
prerrogativas, y el enfrentar esa amenaza militar a través
de una acción coordinada bajo la autoridad de un tlatoani
requirió que los antiguos jefes renunciaran, en alguna
medida, a algo de su control en política interna. En
realidad, las pocas relaciones de los reinados de los
primeros tlatoque se refieren principalmente a política
exterior, y parece cierto que Acamapichtli y sus inmediatos
sucesores tuvieron poco que decir en política interior.
Aparte del hecho de que la incipiente dinastía tenía
poca influencia para contrarrestar el poder de los jefes de
calpulli, los tempranos estados circundantes parecen haber
ofrecido pocas alternativas en cuanto a sistemas políticos.
Aunque estaban más fuertemente centralizados que
Tenochtitlan, difícilmente podríamos considerarlos como
ejemplos de estados burocráticos plenamente desarrollados.
Incluso Azcapotzalco, a menudo considerado el principal
precedente del posterior sistema político tenochca (por
ejemplo, véase Carrasco 1971:372), fue mantenido mucho
tiempo por un dirigente carismático cuyo control comenzó a
resquebrajarse al tiempo que se acercaba su vejez. Se
trataba, en término de Yehudi Cohen (1969), de "estados
incipientes"ii, aún en proceso de sustituir los centros
locales de poder. Ningún estado en el valle había alcanzado
9
todavía la centralización del poder. De este modo, además de
depender del apoyo de los jefes de calpulli para sostener
su posición, Acamapichtli dependía también de ellos como
único mecanismo habilitado para el control social y con
autoridad sobre las masas del pueblo azteca.
Esto, por supuesto, responde a un patrón común.
Service (1975:301-302) ha señalado que en los estados
arcaicos el control de las masas suele continuar siendo
ejercido mediante las formas tradicionales locales, con los
dictados de un mandatario central que lleva a cabo su labor
a través de los antiguos jefes locales. Ronald Cohen
(1977:29) afirma que "el estado emergente usa los
ingredientes de que dispone, y los amolda para apoyar las
más nuevas y complejas estructuras de autoridad".
Webster (1976: 820) mantiene básicamente la misma
opinión y añade que aunque ésta era la forma más eficiente

ii
Traduzco así la expresión original "inchoate states" (N de T.).
para establecer por vez primera una autoridad central, "ello
era una estrategia potencialmente inestable, porque los
jefes locales conservaban su propio síndrome de autoridad, y
eran potenciales competidores". Esto define perfectamente el
caso azteca, porque el tlatoani no sólo era dependiente de
los jefes de calpulli como ejecutores de sus órdenes sino
que también veía limitado su poder por ellos en tanto que
constituían centros independientes de poder. Como hemos
sostenido antes, es poco probable que los jefes de calpulli
cedieran voluntariamente parte de su autoridad adquirida,
excepto lo estrictamente necesario para ganar en seguridad
militar. Por otro lado, el tlatoani necesariamente estaría
inseguro en su propia posición mientras los líderes locales
se mantuvieran tan independientes, y por lo tanto procuraría
socavar dicha estructura descentralizada de poder y
desarrollar mecanismos menos amenazantes para la
administración de su reino.
10
Esta situación ha sido ampliamente reconocida en los
modernos estudios de la vida política azteca, pero continúa
habiendo un persistente malentendido en la literatura en
cuanto a la estrategia de centralización de poder adoptada
por la dinastía de Acamapichtli. Adams (1966:113) habla
desde este punto de vista cuando afirma que los tlatoque
desarrollaron una nueva clase dominante de soldados
superpuesta sobre la "nobleza" tradicional de los calpulli.
Aunque pocos van tan lejos como Brundage (1975) en su
afirmación de que esta clase guerrera dominó incluso al
propio tlatoque, claramente el acuerdo general es que una
nueva clase, constituida bien por muchos parientes de
Acamapichtli o por otros, promocionó al estatus dominante de
clase dirigente principalmente sobre la base de los méritos
militares, hasta llegar a formar un nuevo centro de poder
burocratizado a expensas de la autoridades tradicionales del
calpulli.
Argumentaré luego que los "guerreros", que
constituyeron el grueso de la nueva clase dominante recién
creada, fueron de hecho los jefes tradicionales de calpulli,
quienes fueron incorporados por la dinastía al gobierno
central sin que por ello dejaran de conservar su autoridad
sobre sus viejos calpulli, aunque con numerosas
restricciones. La dinastía no creó una nueva nobleza por
encima de los jefes tradicionales, más bien los subvirtió
hasta hacerlos instrumentos del poder central en vez de que
fueran focos de poder en competencia. Para usar los
términos sugeridos por Richard N. Adams (1975), la
estrategia de la dinastía no fue destruir el poder de los
jefes de calpulli, sino cambiar el carácter de su percepción
del poder, de uno que emanaba de debajo y de sus seguidores
a un poder delegado de arriba por el tlatoani. De este modo,
el control de los jefes sobre sus calpulli habría sido
puesto al servicio del poder central. La creación de una
11
identidad para los líderes -junto al núcleo de la dinastía-
como clase social de élite probó ser una estrategia
adecuada, pues simultáneamente convirtió los intereses
propios de los jefes de calpulli en una lealtad hacia la
dinastía, y colaboró a separarlos los de sus compañeros de
linaje a fin de reducir la fuerza de los viejos lazos.
Si este proceso no hubiera sido interrumpido por la
Conquista, los jefes de calpulli se hubieran convertidos a
la larga en una clase de burócratas colaboracionista. De
hecho, una verdadera clase dominante consciente de sí misma
había sido creada cuando Cortés llegó, aunque los
descendientes de los viejos jefes todavía guardaban lazos
significativos con sus calpulli y continuaban dejando su
cargo como herencia a sus hijos o hermanos (Rounds n. d.).
La mayor parte del control social era todavía ejercido
mediante la vieja estructura de los calpulli, pero la
centralización del poder había dado un amplio paso adelante.
Poco de este proceso se dio durante el reinado de los
tres primeros tlatoque, debido a su falta de fuerza para
romper la lealtad de los jefes para con sus propios
calpulli. La consolidación del poder de la dinastía no se
hizo realidad hasta que tuvo lugar un repentino y audaz
golpe militar que puso un nuevo y vasto poder económico en
manos de Itzcoatl, el cuarto tlatoani. Estos nuevos
ingresos proporcionaron la clave para la creación de la
nueva clase y, por lo tanto, para la centralización del
poder.

IMPERIO EXTERNO Y CONTROL INTERNO

El punto de inflexión de la historia política azteca


fue alrededor de 1430, cuando Tenochtitlan encabezó una
rebelión contra el entonces preponderante centro imperial de
Azcapotzalco. Este hecho dio lugar al imperio azteca
propiamente dicho. Azcapotzalco había dominado la mayor 12

parte del valle durante algunas décadas, y durante mucho


tiempo los aztecas jugaron el papel de leales subordinados.
Pero cuando el gobernante de Azcapotzalco que tuvo una larga
vida finalmente murió, los aztecas y sus aliados fueron
capaces de explotar los conflictos de poder internos para
controlar el antiguo imperio y acabar con su dominio
completamente. Sin embargo, antes de permitir la disolución
total del imperio, los aliados dividieron el patrimonio de
su víctima. El botín significó enormes riquezas, y la parte
del león obtenida por Tenochtitlan trajo un torrente de
abundancia a la ciudad lo que inevitablemente produjo un
tremendo impacto sobre el orden social interno.
La naturaleza de tal impacto vino determinada por un
simple hecho político: todas las nuevas riquezas recayeron,
en principio, sobre el tlatoani más que sobre los
individuos, y el tlatoani pudo (dentro de ciertos límites)
distribuir las nuevas tierras y los tributos de acuerdo con
sus propios fines. La dinastía contaba ahora con el medio
del que antes había carecido para construir su poder
centralizado.
Una narración indudablemente apócrifa (y sin embargo
instructiva) de una crónica temprana (Durán 1951: I, 75)
demuestra cómo esta inyección de nueva riqueza contribuyó a
una definida separación de clases políticas y económicas en
la sociedad azteca. Cuando pareció que la guerra con
Azcapotzalco era inevitable, cundió el pánico en el pueblo
bajo de Tenochtitlan y se le pidió abandonar la ciudad. El
tlatoani, Itzcoatl, intentó consolarlos diciéndoles "No
temáis, hijos míos, que aquí os pondremos en libertad, sin
que se os haga mal ninguno". Pero la gente continuaba
todavía temerosa y preguntó qué sería de ellos en caso de
que perdieran la guerra. El gobernante replicó:

13
"Si no saliéremos con nuestro intento, nos pondremos en vuestras
manos-dijeron ellos- para que nuestras carnes sean mantenimiento
vuestro y allí os venguéis de nosotros y nos comáis en tiestos
quebrados y sucios, para que en todo nosotros y nuestras carnes
sean infamemente tratadas." (Durán 1984 II, cap. IX: 79).

La gente aceptó la oferta y respondió en consecuencia:

"Pues mirad que así lo hemos de hacer y cumplir, pues vosotros


mismos os dáis la sentencia. Y así nosotros nos obligamos, si
salís con vuestro intento, de os servir y tributar y ser
vuestros señores nuestros, y de os dar nuestras hijas y hermanas
y sobrinas, para que os sirváis de ellas. Y cuando fuéredes a la
guerra, de os llevar vuestras cargas y bastimentos y armas a
cuestas y de os servir por todos los caminos por donde fuéredes
y, finalmente, vendemos y sujetamos nuestras personas y bienes
en vuestro servicio para siempre.".iii (Durán 1984 II, cap. IX:
80).

Aunque este inverosímil pacto social debe ser


considerado como mitológico, es sin duda una certera
reflexión sobre los cambios fundamentales que se estaban

iii
La versión en español está tomada del original en L1081b: M147
(N.T.).
dando en la estructura social con esta guerra. El control
ejercido por el trono -y las obligaciones del pueblo para
con el tlatoani- obviamente habían sido restringidas; pero
tras la guerra la dinastía utilizó el nuevo imperio para
comenzar a consolidar su poder. Con sus nuevas riquezas, los
tlatoque por fin tenían una herramienta para atraer a los
jefes de calpulli a una estrecha asociación con la dinastía
central. Al mismo tiempo, tomaron medidas que contribuyeron
a separar a dichos jefes de sus círculos personales. La
combinación de esas dos estrategias dio lugar al
fortalecimiento del sistema de clases en la sociedad azteca
tardía.
Itzcoatl comenzó la distribución del botín, que
consistía principalmente en tierra con vasallos asociados
del recién caído imperio, poco después del fin de la guerra
(Durán 1951: I, 78-79). La mayor parte fue para el propio
Itzcoatl y dos hijos de su hermano, que eran sus consejeros
14
más cercanos y se mantuvieron en la línea de sucesión a su
cargo. También se llevaron a cabo generosas distribuciones
entre los nobles que habían luchado en la rebelión, pero
solo una mísera parte se concedió al patrimonio de cada
calpulli.
Como expresé anteriormente, Robert McC. Adams afirma
que los tlatoque superpusieron una nueva clase dominante
militar sobre los jefes de calpulli. Dice (1966,113) que el
nuevo patrimonio distribuido por Itzcoatl "sirvió para
fortalecer la posición de las órdenes militares en su
esfuerzo por ascender sobre las jefaturas tradicionales de
calpulli y para proporcionar una base económica para la
formación de una clase noble" ¿Quiénes eran los miembros de
esas órdenes militares? Durán (1951, I: 97-98) identifica a
los guerreros receptores de tierras y honores en la
distribución como hermanos, primos y sobrinos de Itzcoatl,
indicando que todos eran descendientes de Acamapichtli. Así,
muchos autores han asumido que los descendientes de
Acamapichtli constituyeron la clase noble, diferenciándola
de los jefes de calpulli. Sin embargo, mi lectura de las
fuentes primarias sugiere que esas dos categorías propuestas
por los modernos investigadores se refieren en realidad a
la misma gente.
De acuerdo con una narración del siglo XVI (Relación
de la Genealogía, 1891:275), poco después de asumir como
primer tlatoani, Acamapichtli se casó con veinte mujeres
aztecas que "eran nobles, hijas de los señores de la tierra,
que eran pues de linaje, cuya parentela era de señores, y
de quienes descendieron casi todos los señores que había en
el territorio". Estos son los descendientes que Adams y
otros reconocen como los iniciadores de la nueva clase noble
que había de reemplazar a los jefes de calpulli. Sin
embargo, dicha interpretación requiere que creamos que los
jefes de calpulli participaron a sabiendas en la propagación
15
de una clase noble que habría de usurpar sus propios
derechos y privilegios. Es más convincente, tanto con las
fuentes específicas de este caso como con nuestro
conocimiento general del comportamiento político,
interpretar estos hechos en el sentido de que los
matrimonios fueron utilizados por los jefes tradicionales de
calpulli para reforzar sus propios linajes. En este periodo,
los "señores de la tierra" solamente pudieron haber sido los
jefes de calpulli y, consecuentemente, las veinte mujeres
fueron sus hijas. Aunque la patrilinearidad liderara el
principio dominante en el sistema de parentesco aztecaiv en
realidad el sistema era ambilateral. La sucesión a través de
la línea femenina se adoptó normalmente allí donde
constituía una ventaja. Zorita (1891:79-80) afirma que era
norma común en el Valle de México que cuando un miembro de
la clase dominante moría sin dejar un hijo competente, el

iv
Así he traducido "Aztec kin reckoning" (N. T.).
hijo de una de sus hijas debía sucederle. Dentro de la
política dinástica de Tenochtitlan, el matrimonio solía ser
utilizado para mantener ramas aisladas del linaje implicadas
en la sucesión a través de la línea femenina (Carrasco,
1971:370). De este modo, seguramente Caso (1963:867) y
Monzón (1949:72-77) están en lo cierto cuando afirman que
los hijos de Acamapichtli heredaron la jefatura de calpulli
de los padres de sus madres.
Como jefes de calpulli, estos hijos de Acamapichtli
habrían sido jefes de guerra ex-officio, porque Durán (1951:
I, 169) explica que los militares lucharon en unidades de
calpulli. Quizá no sea casualidad el hecho de que el número
de nobles especialmente honrados por Itzcoatl tras la caída
de Azcapotzalco fuera de veinte, precisamente el mismo
número de esposas otorgadas a Acamapitchtli por los jefes
de calpulli. En mi opinión, se trataba de los hijos de
Acamapichtli, herederos a los cargos del calpulli y, por lo
16
tanto, los "hermanos, primos y sobrinos" de Itzcoatl. No
hubo lucha por el poder entre las órdenes militares y los
jefes de calpulli, porque éstos eran los oficiales de la
jerarquía militar (véase Rounds n. d. para la exposición de
este punto).
El trono y los cargos tradicionales del calpulli
quedaron pues ligados por estrechos lazos familiares. De
todas maneras, nuestro conocimiento general de la política
dinástica nos debería prevenir de asumir que los cargos del
calpulli fueron llevados a una sumisión completa al trono
simplemente ocupándolos con los hijos de Acamapichtli. Más
bien, la lección de historia humana es que el afecto filial
está subordinado a la ambición de poder. La joven dinastía
aun tenía poco que ofrecer en cuanto a poder o riqueza,
mientras que los lazos familiares maternos les daban a los
hijos de Acamapichtli sus cargos de calpulli, en los cuales
aun descansaba el poder real (y las fuentes de ingresos) en
la temprana Tenochtitlan. Los casamientos de Acamapichtli
conectaron la dinastía y los poderes tradicionales pero
probablemente hicieron poco para cambiar el modo en el que
el poder estaba distribuido, poder central vs. núcleos
locales. No fue hasta la victoriosa rebelión de Itzcoatl
contra Azcapotzalco, sesenta años después de la subida al
trono de Acamapichtli, que el poder comenzó a recaer de
manera decisiva en favor del gobierno central.
Muchos autores han reconocido que las nuevas riquezas
ganadas por Itzcoatl proporcionaron la base económica para
la diferenciación de la clase noble. Sin embargo, la mayoría
ha dejado este aspecto sin una elaboración histórica, como
si la sociedad de clases simplemente "hubiera surgido" al
darse las condiciones necesarias. Nada "surge" simplemente
en una sociedad humana, alguna persona o algún grupo debe
actuar para que suceda. Por supuesto que las consecuencias
últimas de sus acciones pueden no ser captadas por los
17
propios actores, pero sí entenderán sobre sus intereses
propios e inmediatos en el asunto, y tales intereses
proporcionarán una motivación para sus actos que puede ser
estudiada. En el caso que nos ocupa, he mostrado cómo la
difícil distribución del poder entre los núcleos locales y
el central colocó a los primeros tlatoque en una posición
política de vulnerabilidad que sólo pudo ser mitigada
mediante la destrucción -o absorción- de los fuertes lazos
de linaje de sus competidores, los jefes de calpulli. La
nueva riqueza del imperio dio a los tlatoque una nueva
fuerza, pero continuaban estando limitados en cuanto a la
manera en que podían usar esa fuerza. La destrucción de los
jefes de calpulli no era una alternativa viable por dos
razones. Primero, el ejército azteca estaba organizado en
unidades de calpulli, por lo que estaba casi por completo
bajo control directo de los líderes locales. El tlatoani no
tenía una fuerza militar independiente para ponerla en
contra de los calpulli.2 Segundo, el tlatoani no tenía un
mecanismo alternativo de control social sobre las masas si
destruía la organización del calpulli. Incluso en la época
de la Conquista, Tenochtitlan no estaba tan burocratizada
como muchos autores han imaginado, y durante el reinado de
los primeros tlatoque virtualmente no había burocracia en
absoluto. Por lo tanto, Itzcoatl y sus sucesores utilizaron
sus ingresos imperiales para captar a los jefes de la
organización de los calpulli y para absorber sus
prerrogativas tradicionales de control social dentro de una
administración centralizada. Las decisiones tomadas por esos
tlatoque para obtener la lealtad de los jefes de calpulli
sugieren que la creación de una clase alta de elite
consciente de sí misma fue una estrategia deliberada en su
camino hacia el poder.
Durante las primeras décadas posteriores a la
destrucción de Azcapotzalco, la nueva clase estuvo
18
establecida sobre una serie de innovaciones económicas,
simbólicas y legales. Itzcoatl decretó una serie de nuevos
títulos, con insignias especiales para la más alta nobleza
(Durán, 1951, I, 97-98). Su sucesor Motecuhzoma I extendió
este sistema y lo reforzó mediante la promulgación de una
serie de leyes suntuarias estrictas. Las primeras cuatro
establecieron las insignias exclusivas del tlatoani y la
pena de muerte para aquél, noble o del común, que penetrara
en el palacio central estando calzado. Los vestidos de
algodón se reservaron para la nobleza, y la gente del común
debió restringirse a los mantos de fibra de maguey, que no
debían llegarles más abajo de la rodilla. La decoración
autorizada para los mantos de algodón usados por los
distintos rangos de la nobleza fue asimismo determinada por
el tlatoani, así como los tipos de joyas y demás insignias
que podía llevar cada uno. Sólo a los personajes del más
alto rango se les permitió construir casas de dos pisos y
con techos a dos aguas. Por último, Motecuhzoma decretó que
determinadas habitaciones de su palacio quedarían apartadas
como salones para cada rango de la nobleza, y los miembros
de cada uno de estos rangos estaban estrictamente limitados
a los lugares de reunión designados. La muerte era el
castigo para cualquier violación de estas leyes (Durán,
1951: I, 214-217).
En este periodo también se desarrolló una elaborada
jerarquía de rangos militares con sus insignias. Los nobles
ascendían por el escalafón en base al número de cautivos
que hubieran capturado en batalla y eran recompensados con
uniformes más llamativos que expresaban sus proezas
(Sahagún, 1950-1969: IX, 75-77, Códice Mendoza, 1938: folios
64 y 65 recto).
David Webster (1976:819) ha señalado que los
gobernantes de los estados tempranos suelen alentar el deseo
de sus subordinados de favores reales estableciendo "un
19
estándar para todos los demás hombres ambiciosos" con su
consumo conspicuo personal, precisamente porque carecen de
poder para reforzar la lealtad personal. Los gobernantes
aztecas consumieron lujo de manera espectacular y se
aseguraron de que sus subordinados tuvieran amplias
oportunidades para observarlo y desearlo. Cada día, se
solicitaba del grueso de la nobleza que asistiera al palacio
y que dirigiera sus asuntos en los salones del palacio
instaurados por Motecuhzoma I (Sahagún 1950-1969: IV, 41-45;
Durán 1951: II, 162; Las Casas 1967:378). El almuerzo
constituía un ritual extraordinario en el cual el tlatoani
probaba una vasta variedad de alimentos que luego eran
servidos a la masa reunida de nobles (Díaz 1956: 209-211;
Sahagún 1950-1969: IX, 37-40). Se distribuían vestidos,
joyas y otros bienes exóticos entre los nobles en festivales
religiosos regulares y en celebraciones precedidas y
seguidas de campañas militares (Carrasco, 1971: 362-363;
Zorita, 1891: 162). Zorita (1891: 156) dice que el tlatoani
mantenía a muchos señores y cargos en su palacio, "de
acuerdo a la calidad [esto es, al rango] de cada uno".
Finalmente, el tlatoani financió con su tesoro los
espectaculares edificios religiosos y los rituales que tan
vivamente demostraban el favor que su régimen había obtenido
a ojos de los dioses. Mediante todas estas medidas, estaba
creándose una clase noble claramente definida, visiblemente
identificable como aquellos que comen en la mesa del
tlatoani, visten determinados ropajes, y tienen un lugar
prominente en las ceremonias públicas. Más fundamentalmente,
por supuesto, la nobleza estaba constituida por los que
eran receptores directos de tributos. Los viejos jefes de
calpulli estaban incluidos con sus hijos e hijas, pero los
seguidores de linaje no. Este ambiente especial debió
influir poderosamente en sus egos, como se expresa en la
descripción del palacio real ofrecida tras la Conquista por
20
uno de estos nobles aztecas:

Es un lugar pavoroso, un lugar de miedo, de gloria. Allí hay


gloria, allí hay glorias, objetos hechos gloria. Hay jactancia,
hay fanfarronería, hay arrogancias, presunción, orgullo,
soberbia. Hay orgullo propio, hay un estado de ostentación. Hay
mucha arrogancia -un estado de arrogancia. Es un lugar donde uno
se ve embriagado, halagado, pervertido (Sahagún 1950-1969: XII,
270).v

Así la dinastía había cambiado la mayor fuente de


ingresos de los jefes de calpulli, que antes provenía de
sus calpulli y limitadas haciendas privadas al tributo
imperial, recibido directamente de tierras conquistadas y
otorgadas por el tlatoani o mediante constantes "dones" del
propio tesoro del tlatoani. Ya he señalado que los
tlatoque, en sus distribuciones de tierras, tuvieron mucho
cuidado de no enriquecer a los propios calpulli, de modo

v
Esta re-traducción habría que cambiarla por la cita del original en
castellano, en el libro XII de la Historia General de las cosas de la
Nueva España (N.T.).
que la competencia por el favor de los gobernantes fuera la
única vía para que un noble ambicioso pudiera mantener el
ritmo de las nuevas normas de riqueza y ostentación que
marcaba la clase dominante emergente. Poco más podía sacarse
del linaje de lo que había sido posible antes, y una
insistencia demasiado estridente sobre los intereses de su
calpulli era sin duda un modo seguro para el noble de
perder terreno dentro de la jerarquía de palacio.
Aun así, no debemos suponer que los jefes de calpulli
se apresuraron en abandonar sus roles y puestos
tradicionales de autoridad. Sus estrategias personales
debieron encaminarse a obtener los beneficios que comporta
la nobleza, a lograr el favor del tlatoani, mientras
continuaban manteniendo sus circunscripciones locales. Como
en otros sistemas políticos, el peso de la base de poder
privado de los nobles sin duda tuvo mucho peso en su ascenso
exitoso a rangos superiores. Además, aparte de tales
21
maquiavélicas consideraciones, las lealtades tradicionales
aún deben tenerse en cuenta. Los múltiples lazos de los
jefes con sus calpulli seguramente provocaron demandas que
no eran fáciles de desviar. Los símbolos suntuarios y los
rituales pueden crearse de la noche a la mañana, pero una
separación real de los intereses del linaje tradicional en
distintas orientaciones de clase lleva tiempo, y
especialmente, el paso de generaciones. Incluso en la época
de la Conquista, los calpulli permanecieron como importantes
componentes administrativos de la ciudad, en parte debido al
lento desarrollo de alternativas burocráticas, pero también
porque gente de influencia continuaba haciendo valer sus
intereses.

CONTROLES SOBRE EL PODER DE LA NOBLEZA


Los tlatoque intentaron limitar la capacidad de los
nobles para utilizar sus responsabilidades administrativas
como fuente de poder personal. Lo hicieron mediante una
constante insistencia en el principio de que el único poder
detentado por la nobleza era aquel delegado del trono (un
punto repetido una y otra vez en las crónicas tempranas, que
ha provocado la exagerada impresión de una completa
burocratización del estado), así como por otras medidas más
mundanas.
La primera de ellas fue el requerimiento de que los
nobles condujesen todos los asuntos oficiales en sus salones
del palacio central. Esto respondía a diversos propósitos:
ayudaba a reforzar la doctrina de que los nobles estaban
actuando como agentes del tlatoani; separaba a los nobles
físicamente de sus calpulli y los hacía parecer más lejanos
y distantes de sus antiguas circunscripciones; y colocaba a
los nobles bajo la estrecha vigilancia del tlatoani y del
22
círculo interno de su dinastía.
Aunque la mayoría de los puestos importantes de la
nobleza continuaron siendo ocupados por herencia, el
tlatoani mantuvo el derecho de confirmar al sucesor.
Desconocemos cuánta influencia era capaz de ejercer
realmente en la selección original de los parientes
elegibles de un funcionario difunto, pero la doctrina era
que el tlatoani controlaba los ascensos en la jerarquía.
Presumiblemente, al menos podía vetar un cargo a un noble
que no contase con su simpatía, aunque en un caso dado
pudiera involucrar una prueba peligrosa de poder entre el
trono y los poderosos linajes. En cualquier caso, la amenaza
del rechazo real a la confirmación era otro mecanismo para
disciplinar a sus subordinados. Más aún, mediante las leyes
suntuarias referidas anteriormente, su control parcial del
ascenso en la escala jerárquica le dio al tlatoani otro
medio de control sobre el consumo de bienes de lujo.
En otro uso de este poder de confirmación, el tlatoani
vinculó el grueso de las nuevas tierras otorgadas a los
cargos, más que a las personas. Aparentemente, las viejas
propiedades patrimoniales de los jefes eran heredadas
mediante herencia lineal, pero los tlatoque ordenaron que
las nuevas tierras pasaran a los nuevos titulares del cargo.
En la práctica, estas dos formas de herencia casi siempre
coincidían, porque sólo una notoria incompetencia podía
evitar que un hombre de la línea principal de herencia
accediese a su cargo (Carrasco, 1971:359). Así la capacidad
del tlatoani de quebrar la línea normal de sucesión en los
cargos significó que la principal fuente de nuevos ingresos
de la nobleza era vulnerable a los caprichos del trono.
Finalmente, la tierra otorgada a los nobles fue en
parcelas pequeñas y dispersas. Esta práctica aseguraba que
ningún individuo pudiera desarrollar una hegemonía
territorial significativa como para llegar a convertirse en
23
una base de un poder político independiente. Cada tributario
tenía obligaciones para con un desconcertante laberinto de
receptores, lo que impedía la aparición de lealtades
políticas claras (Gibson: 1971:390).
Restricciones adicionales se aplicaron en sus roles de
jueces de sus calpulli, (véase Rounds n. d. para este rol
judicial). Zorita (1981:109) establece que los jefes de
calpulli sólo llevaban a cabo su función en las habitaciones
del palacio central designadas para ello, y Davies (1974:
179) relata la historia de un juez que fue ejecutado en
Tetzcoco por decidir un caso en su propia casa. Es probable
que la misma pena estuviera vigente en Tenochtitlan. Además,
los casos que concerniesen a los nobles debían ser resueltos
en instancias superiores, bajo el control directo del propio
consejo interno del tlatoani (Sahagún 1950-1969: IX, 55; Las
Casas 1967: II, 384; Zorita 1891:111,113; Motolinía
1971:353-355).
Tal sistema legal azteca ha recibido muchos elogios
tanto en las crónicas del siglo XVI (por ejemplo, Sahagún
1950-1969: IX, 42) como en nuestros días (por ejemplo,
Peterson 1959:118). Se lo alaba por el alto grado de
rectitud exigido a los nobles en su función judicial y las
duras penas aplicadas a aquellos que favorecían injustamente
a un colega noble sobre un plebeyo en una decisión. De
alguna manera, se cree ver algún avanzado sentido de la
justicia o algún refinado concepto de igualdad ante la ley
en esto, y en el hecho de que, al menos en cierto tipo de
delitos, los nobles estaban sujetos a penas más duras que la
gente del común (Pomar 1891:31; Alcobiz 1891:308).
Cualquiera que sea la justificación ideológica ofrecida en
las crónicas postconquista, hemos de considerar la manera en
que tales normas contribuían a la causa de la centralización
estatal del poder bajo el tlatoani. El control judicial
ejercido tradicionalmente por los jefes de calpulli sobre
24
sus linajes fue, sin duda, una fuente importante de
autoridad para ellos. Como en otros sistemas semejantes, las
decisiones judiciales habrían sido para los jefes un
importante instrumento de tutela del poder. Al retirar al
noble/jefe de calpulli su flexibilidad en materia judicial,
los tlatoque le arrebataron la principal herramienta, como
jefe, de formar en torno a su persona una facción que le
apoyase. El mayor grado de rectitud exigido a los nobles
refleja no sólo un tema ideológico de buscar asegurar una
mayor pureza de la clase emergente sino también, como indica
Elman Service, que el control de la nobleza es un problema
mayor -y una más alta prioridad- para el soberano de un
estado incipiente que el control de la gente del común, lo
que ya está bien establecido bajo los modos tradicionales de
autoridad (Service 1975:301-302). Yehudi Cohen (1969) ha
demostrado que las leyes que gobiernan el comportamiento
sexual van tornándose más rígidas bajo los problemas
específicos de control social que comporta la transición
hacia un régimen de estado centralizado, y -al menos en el
caso azteca- parece que durante este periodo de transición
algunos procedimientos legales deben haber seguido un patrón
similar por las mismas razones.

ADMINISTRACIÓN DEL IMPERIO

Varios autores han comentado la forma sorprendentemente


poco rígida de administración imperial adoptada por la
dinastía. La mayoría de los territorios conquistados nunca
fue colocada bajo un control administrativo directo de los
aztecas, en cambio se les permitió a los gobernantes
locales mantener su autoridad, tras haber llegado a un
acuerdo en cuanto al pago de un tributo en materias primas o
bienes de lujo que debía realizarse periódicamente (Gibson
1971; Zorita 1891:164). Algunos analistas encuentran extraña
esta limitada jurisdicción, y Brundage (1975:67) ha ido más 25

lejos hasta proclamar que el imperio tenía escasa


importancia para los aztecas, en realidad. Pero tal cosa
parece difícilmente sostenible teniendo en cuenta el impacto
económico del imperio, tanto en términos de una base de
subsistencia para la población general, como en lo relativo
a los efectos de los bienes de lujo en el campo de la
política interna. Dado que la base agrícola de Tenochtitlan
nunca alcanzó la auto-suficiencia, el sistema de tributo
fue claramente esencial para que la economía de la ciudad
resultara viable.
El modo exacto en el que los bienes tributados se
distribuían entre la población de la ciudad aún no es bien
entendido. Recientes estudios de Kurtz (1974) y Berdan
(1977a, 1977b) han mostrado que el grueso del tributo se
quedaba en manos de la nobleza, aunque Kurtz (1974: 694)
supone que entre una cuarta parte y la mitad de las
materias primas acababan siendo para los comunes en el
calpulli. Dada la gran proporción de población del común
ocupada en tareas no agrícolas (Calnek 1972:114),
seguramente gran parte del abasto alimentario dependía, en
última instancia, del sistema tributario, sea que los
alimentos fueran recibidos por los comunes directamente a
cambio de los servicios prestados, o bien adquiridos en el
mercado mediante el trueque de otros bienes. Cualesquiera
que hayan sido los mecanismos exactos de distribución, a
través de la monopolización del grueso del tributo imperial
y la regulación y los impuestos sobre el mercado, la
dinastía fue capaz de ejercer un control considerable sobre
el sistema económico de Tenochtitlan.
Dado que el sistema tributario era tan esencial para la
centralización del poder de la dinastía, es probable que la
forma aparentemente flexible de administración imperial no
refleje una carencia de interés en el imperio, sino la
26
creencia de que un modelo más intensivo podría ser
contraproducente en el constante esfuerzo por contener la
independencia política de los jefes tradicionales de
calpulli. La alternativa hubiera sido colocar amplios
territorios bajo el control administrativo directo de esos
individuos y, por lo tanto, arriesgarse a permitirles
aumentar sus bases de independencia política. Pero un
control intensivo de la producción de los tributarios no
era necesario para controlar el flujo de bienes hacia
Tenochtitlan, lo cual era realmente clave para el poder
dinástico. Como ha indicado Carol Smith (1976), el control
del intercambio es un medio tan eficaz como el control de
la producción para obtener el dominio de un sistema
económico.
En lugar de arriesgarse a poner este poder adicional en
manos de la nobleza, la dinastía dejó la responsabilidad de
la producción de bienes tributados en manos de la nobleza
local de las provincias conquistadas, que en caso de
rebeldía podían ser atacada sin necesidad de apelar a lazos
fraternales en la organización política interna. Al mismo
tiempo, una burocratización como la existente en el estado
azteca se desarrolló precisamente en torno a mecanismos de
recolección, procesamiento y almacenamiento de los tributos
ingresados. Los oficiales encargados de esta responsabilidad
fueron los calpixque, gente del común incapaz de utilizar su
poder administrativo con vistas a formar una base política.
(Hicks n. d.). De este modo, las rentas de la dinastía
evitaron una posible fragmentación en manos de centros de
poder competitivos.

CONCLUSIONES

Este artículo ha presentado un análisis procesual de la


emergencia de una autoridad centralizada estatal y de una
estratificación de clases en la Tenochtitlan azteca. Los 27

jefes de calpulli, los segmentos políticos de la sociedad


azteca pre-estatal, adoptaron un dirigente central como
medio de mejorar su defensa militar contra vecinos hostiles.
Esta dinastía central estuvo en principio muy limitada en
cuanto al control de los problemas internos, los cuales
permanecieron largamente bajo la autoridad de los jefes de
los calpulli. Sin embargo, la entrada de Tenochtitlan en la
carrera de conquista imperial trajo grandes ingresos bajo el
control de la dinastía, la cual fue capaz de usar esta nueva
riqueza para comenzar la consolidación de su poder sobre la
política interna. Las estrategias empleadas por la dinastía
en su camino hacia la centralización de poder crearon una
clase/elite dirigente diferenciada que cooptó a los jefes de
calpulli, que pasaron a ser instrumentos de la autoridad
estatal. Aunque la centralización estaba bien avanzada en el
momento de la Conquista española, buena parte de la antigua
estructura política de los calpulli permanecía intacta
todavía, como nivel inferior de la jerarquía estatal.
Por supuesto que factores ecológicos e ideológicos
jugaron papeles clave en la evolución política. La carrera
imperial azteca fue indudablemente estimulada, en parte, por
la demanda en aumento de una creciente población no
agricultora que buscaba nuevas formas de suministro y por
el militarismo que construyó el imperio, claramente
legitimado por un elaborado aparato ideológico. Pero no
puede afirmarse simplemente que tal o cual ideología o
ecología "causó" el nacimiento del estado azteca. La
influencia de estas herramientas y los factores limitantes
deben trazarse a través de las maneras en que fueron usados
por actores motivados políticamente en su camino por el
poder y la obtención de ventajas materiales. En este caso,
hemos visto cómo el control sobre la solución a un problema
ecológico -la necesidad de una extensa base de suministros
28
agrícolas para Tenochtitlan- permitió resolver un problema
político, la necesidad de la dinastía de asegurar su
continuidad consolidando su poder sobre la dispersa
estructura de poder de la organización política pre-
estatal. Es claro que la ideología militarista que Brundage
pretende fue la fuerza que impulsó a la sociedad azteca,
sirvió en realidad para estos propósitos más mundanos, en
vez de entorpecerlos como piensa Brundage. La implicación de
los propios grupos de poder en conflictos fue el vínculo
entre medio ambiente e ideología, y algo clave para el
proceso social concreto a través del cual la centralización
estatal y la estratificación de clases fueron construidas en
la sociedad azteca.3
Notas
1
Este artículo se ha beneficiado de las críticas sobre versiones
tempranas de Robert B. Edgerton, HughGladwin, Walter Goldschmitdt,
Sally Falk Moore,H.B. Nicholson y Carlos Vélez-I. Ninguno de estos
académicos comparte necesariamente todos los puntos de vista
expresados en esta versión definitiva.
2
R. G. Fox (comunicación personal) ha preguntado si no debió haber
alguna escolta alrededor de los tlatoque que le proporcionara
protección militar y personal, tal como Maine halló en el caso de los
jefes irlandeses y el propio Fox en el de los mandatarios rajput del
norte de la India (Fox 1972). En tales casos, la escolta estaba
formada fuera del sistema de parentesco, y de este modo constituía una
base de poder para el gobernante, libre de las intrigas de las
incipientes estructuras políticas. Los datos aztecas son escasos en
este punto. No hay evidencias ninguna de escolta armada para el
tlatoani, y unos cuantos autores han notado la facilidad con la que
Cortés y pocos hombres más pudieron apresar a Motecuhzoma,
aparentemente sin hallar ninguna resistencia (Davies 1972:218-219);
Gorenstein 1966:60). Parece que no hubo una guardia permanente en
tiempos de paz y las crónicas de Cortés y Díaz del Castillo no
mencionan guardias armadas en el palacio, aunque obviamente, ellos
debían estar muy interesados en tales detalles. Es notable que no
hubiese escolta para el tlatoani pero, en cualquier caso, la completa
ausencia de referencias a ello sugiere que la guardia de palacio no
debía constituir una fuerza política significativa.
3
Después de la presentación de esta artículo, recibí una copia previa
del artículo de próxima aparición de Warwick Bray "Civilizing de
Aztecs" (n.d.), el cual toca muchos de los puntos a los que me he
referido aquí. El trabajo de Bray es excelente y es recomendable su
lectura para los lectores interesados en obtener mayor información 29
sobre la vida económica y religiosa de Tenochtitlán y sobre la
historia temprana de los aztecas. Puede consultarse también un trabajo
anterior de Bray (1970). Desafortunadamente, sin embargo, Bray
perpetúa la noción de que una nueva aristocracia fue impuesta sobre
los jefes de calpulli, y sobre ese punto nuestros análisis divergen
radicalmente.

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Date of Submission: December 12, 1977


Date of Acceptance: January 30, 1978

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