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HOMILÍA BAUTIZO JN 3

Queridos padres, padrinos y quienes acompañan a esta celebración, han venido


hoy aquí, a la casa de Dios, para presentar ante Él a sus hijos y pedirle que los
acoja como hijos suyos en el seno de la Iglesia mediante el bautismo. Pero antes
de que eso suceda me gustaría que nos detuviéramos brevemente a pensar
precisamente en la insólita petición que van a hacer, para ser más conscientes
de la grandeza del regalo que N van a recibir y de la responsabilidad que recae
sobre vosotros, padres y padrinos, como guardianes de ese don.
Cualquier hombre o mujer puede pedirle a Dios que lo adopte como hijo o hija
suya, porque el mismísimo Hijo de Dios se ha hecho hombre en la persona de
Jesucristo.
El bautismo nos introduce en la casa de Dios Padre haciéndonos semejantes al
Hijo unigénito de Dios. Ahora, cuando los niños son pequeños y sus facciones
todavía no están perfectamente definidas, los abuelos, tíos, primos, etc. discutís
sobre el parecido del niño/a a uno u otro miembro de la familia, de la cual ha
recibido una herencia genética. Pues bien, lo que el bautismo hace no es ni más
ni menos que conferir a vuestros hijos la herencia que Cristo nos ha legado, sus
mismos rasgos: les va a dar un ADN divino.
Para ello es necesario, como hemos escuchado en el evangelio, nacer de nuevo
del agua y del Espíritu. Del mismo modo que todos nacemos a esta vida de
entre las aguas del seno materno, nacemos también a la vida divina de entre las
aguas de la pila bautismal, que nos sumergen en el misterio de la muerte y
resurrección de Cristo. El agua, capaz tanto de destruir como de dar vida, es el
símbolo del que Cristo ha querido servirse para hacer eficaz la muerte del
bautizado a una vida marcada por la fragilidad del pecado y el nacimiento a la
condición de hijo de Dios mediante la unión a su muerte y resurrección.
Pero, tal y como Cristo nos ha enseñado, la vida de los hijos de Dios en este
mundo no es un camino de rosas. Por eso, vuestros hijos necesitarán de vosotros
que seáis luz en su camino, punto de referencia para no perder el rumbo;
especialmente en lo que se refiere a la fe. El don del que hacéis partícipes a
vuestros hijos al bautizarlos no dará fruto abundante si vosotros, padres y
padrinos, no lucháis por mantener viva la llama que hoy vais a encender. Ese es
el significado precisamente del cirio que en nombre de los niños encenderéis
vosotros, tomando la luz del cirio pascual, que representa ni más ni menos que ha
Cristo resucitado. Él es la luz del mundo, la esperanza y la vida en medio de la
oscuridad. Quien le siga no caminará jamás en tinieblas.
No privéis de esa luz a vuestros hijos; al contrario, mantener siempre viva en
ellos la llama de la fe en Cristo. Vale la pena.

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