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Amor y paranoia

En la tarea de distinguir los caracteres paranoides de los psicopáticos, cabe


señalar la capacidad de los primeros para experimentar culpa, amor, lealtad o
empatía, sentimientos que apenas se hallan al alcance de los individuos de
estilo psicopático.

Los sentimientos de amor y cercanía resultan, en general, insoportablemente


peligrosos para una personalidad paranoide.

El paranoico no dice no saber, el paranoico fundamentalmente dice saber. El paranoico


sabe, cuando viene a vernos o encuentra un terapeuta, lo que nadie sabe: sobre las
intenciones de Dios hacia él, sobre el funcionamiento del mundo, sobre las finalidades
de la historia, cosas que el psicoanalista no sabe. Por este motivo, por la razón de que un
paranoico es, por lo general, alguien que sabe, puede ser un excelente profesor. No es
buena idea tener a un paranoico como analista, pero hay excelentes docentes paranoicos,
e incluso profesores de toda la humanidad.
Tenemos que pensar en el papel eminente en la cultura de Jean Jacques Rousseau que es
realmente un hito en el pensamiento de los tiempos modernos. No sé si llegó a haber un
pensamiento tan influyente como el de Rousseau.
De igual manera que el paranoico invierte el no saber en saber, la misma inversión se
produce de parte del amor. Es decir que la erotomanía -término empleado en la clínica
clásica especialmente por Clérambault, maestro de Lacan en psiquiatría, y sin nada que
ver con el erotismo maníaco, significa, se refiere a la convicción en el sujeto de que el
Otro le ama, de que el Otro le persigue. Eso es la erotomanía clínicamente, en su
sentido propio. Naturalmente hay gentes que los aman a ustedes, no se trata de
generalizar, se trata de una convicción delirante que tiene coordenadas clínicas muy
precisas.
El amor sigue el mismo camino del saber. El amor de transferencia, como lo llamó Freud,
es en primer lugar un traslado del narcisismo, es decir, amarse en el otro. Freud
pensaba que todo amor era fundamentalmente narcisista y el amor de transferencia
también respondía a esa regla. Para ver que el amor sigue el mismo camino del saber
tenemos el ejemplo, ya trabajado aquí, de la psicosis. Vamos a decir, para ser precisos,
el ejemplo de la paranoia, que siempre ha sido, para todos los clínicos, desde que el
concepto fue inventado y refinado en la clínica del siglo XIX, una enfermedad del saber
en su definición misma.
Por lo tanto, la erotomanía es también amor de transferencia invertido, homólogo a la
inversión del no saber en saber; es decir que el amor sigue el mismo camino del saber y,
en este punto, la propia persecución de la paranoia -el "yo sé que me odia"-, la
persecución misma, es una erotomanía, está conectada con la erotomanía, con el "él me
ama", son dos aspectos de la misma inversión.

Por definición, el deseo nunca puede completarse: no es el deseo por algún objeto (lo
que sería necesidad), ni el deseo de amor o del reconocimiento de uno mismo por otra
persona (que sería demanda), sino el deseo de ser el centro del sistema, el centro de lo
Simbólico, el centro del lenguaje en sí mismo. El centro tiene muchos nombres en la teoría
de Lacan. Es el Otro; también se le llama el falo. Aquí es donde Lacan toma prestada
de nuevo parte de la teoría edípica original de Freud.

1. El concepto de la paranoia
Si en su artículo de 1931, Lacan justificaba parcialmente la noción de constitución
paranoica – caracterizada por la sobreestimación de uno, la desconfianza, la falsedad
de juicio y la inadaptabilidad social -, es a una crítica sin mezcla que la incluye en su
tesis: "La psicosis (...) ¿es ésta determinada por una constitución? Ahí todo esta dicho:
nuestros delirantes son unos paranoicos <innatos>. Nos contentaremos, para convencernos
de algunos rasgos particulares que encontraremos en el carácter manifestado por el sujeto
anteriormente a la psicosis". "La constitución llamada paranoica (...) falta frecuentemente en
el hecho, o es solamente secundaria al delirio". "

El amor puede ser tanto el mejor como el peor de los encuentros para el
sujeto de estructura psicótica.
En la psicosis, el amor está inseparablemente ligado al ideal del yo del
sujeto, que cobra una fuerza tan grande que acaba por sustituir al otro
real, reducido a una figura ideal.
Lacan llegó a decir que el amor es posible en la psicosis, pero es un amor
muerto.
¿Ese carácter mortífero está ligado al hecho de que ama un ideal por el
que sustituye la realidad del partenaire? ¿O será que el sujeto psicótico no
ama sino su delirio, según Freud?
Si bien Freud destacó que la transferencia es un amor idéntico a cualquier
otro, también señaló que ese amor es un desplazamiento del amor filial
hacia otras figuras, lo problemático en la psicosis es esa capacidad de
desplazamiento. En ese punto, la psicosis convoca la capacidad de
invención del analista para posibilitar ese desplazamiento y permitir que el
amor sea “posible”, es decir, ya no amor muerto, sino viable para el
sujeto.
El amor en la psicosis nos enseña sobre el amor en general. No es
simplemente imaginario, es bien real y capaz de mostrarnos lo real
incluido en el amor.
Como la tendencia del psicótico consiste en realizar a la mujer, ser La
mujer, para dar existencia a “no hay relación sexual”, el amor tiene poco
lugar en ello. Así, para Schreber, su relación con Dios no da testimonio de
ninguna palabra amorosa. Al fijar al sujeto en una certeza inquebrantable,
el Otro goza de mí, la erotomanía plantea una objeción al amor, si éste es
una respuesta a lo imposible.
Lacan ya advierte en los escritos de Aimée “una aspiración amorosa...
discordante con la vida y estar más condenada al fracaso.” Sitúa esa
discordancia con la vida en una relación descentrada con el Otro, que, al
convertirse en radicalmente extraño, impide la reciprocidad esperada
entre sujetos en el amor.
“Para el psicótico es posible una relación amorosa que lo suprima como
sujeto, en cuanto ella admite una heterogeneidad radical del Otro.
Pero ese amor es también un amor muerto.” Lacan hace de esa
bancarrota del amor, el origen de su interés por los psicóticos.
No obstante, Lacan también indica que cierta forma de amor puede
preservarse. Schreber es capaz de asegurarnos “haber conservado su
antiguo amor” por la esposa, a la vez que delira acerca de su
transformación en mujer.
El lazo conyugal puede mantenerse, pero en su dimensión de amistad
elevada, posible si la cuestión del goce sexual no se plantea.
La disyunción de lo imaginario y lo simbólico, consecuencia de la
forclusión, hace imposible la simbolización de lo sexual en el falo, y, “por
no poder ser el falo que falta en la madre, [al sujeto psicótico] le queda la
solución de ser la mujer que falta a los hombres”, que anticipa el empuje a
la mujer de Lacan.
Aun cuando la erotomanía sea un fenómeno constante del amor en las
psicosis, es, en ocasiones, un modo de suplencia.
La cuestión del tratamiento por el amor, indica que la erotomanía no dice
todo sobre el tema del amor en la psicosis, y sitúa igualmente el amor
como una suplencia.
Lacan, afirma que “...amar es en el fondo la necesidad de ser amados por
aquel que podría tomarlo a uno como culpable”.
La culpa aparece como lo que ¿posibilitaría amar?, por ser base del lazo
social y el superyo, como el exceso y por tanto lo que ¿limitaría amar?, y el
gran otro, como esta misma instancia, pero desde la visión de Lacan. Y
como no es fácil atemperar o suavizar esta instancia, por la ilusión de
amparo, de protección que aporta.
Se dice que el amor tiene que ver con la idealización, así parece que el
ideal del yo sería un soporte ¿para recuperar el amor y redimir la culpa...?.
¿Puede curar el amor el sentimiento de culpa?
Parece que no se trata de curar como restituir, ni de eliminar ese llamado
al juicio del OTRO, sino de una regularización donde esté la primacía del
deseo. Deseo como admitir que algo falta.
Sería el amor de transferencia, el Sujeto Supuesto Saber, en el análisis el
que permitiría llegar a esa posición, asumir quedarse sin “dios, ni juez, ni
padre”.
Y actualmente, ¿estaría vigente esa afirmación inicial?, de “...amar es en el
fondo la necesidad de ser amados por aquel que podría tomarlo a uno
como culpable”.
Mientras el amor se aleja del saber, el odio – dirá Lacan- "es justo lo que
más se acerca al ser
La conjunción de estima exclusiva y obediencia crédula pertenece, en
general, a los rasgos característicos del amor.
El más grande amor acaba en el odio.
Lacan habló del amor y el odio, como de la ignorancia, diciendo que se trataba de las
pasiones del ser, lo que quiere decir que son afectos efectos de la falta de ser. Ha
desarrollado la idea de que el amor, el odio, la ignorancia, surgen, son afectos generados
por la falta de ser que el sujeto percibe en sí mismo.
Ser sujeto supone, por tanto, vivir en una falta constante. La falta de ser del
sujeto y la falta de ser del Otro.
Lacan definió la paranoia como la “identificación de un goce en el lugar del
otro”.
Lacan es críptico y no se le entiende fácilmente. Digamos simplemente
que su afirmación equivale a la consigna de la paranoia: “El Otro goza de
mí”. Jacques Lacan lo dice literalmente de esta manera: “Él mismo [el
paranoico] se ofrece como soporte para que dios o el Otro goce de su ser
pasivizado”.
Paranoico en psicoanálisis no es solamente una persona desconfiada,
como se acostumbra a pensar en la cultura popular. El afectado por este
problema parte de dos presupuestos: uno, que alguna suerte de
“maldad” o “crueldad” se ha desatado y él sería la víctima de aquella. Y
dos, que lo que ocurre en el mundo de alguna forma tiene que ver con él.
El paranoico interpreta el mundo desde esos dos presupuestos y sobre la
base de un delirio. El delirio es una historia poco razonable. En la
paranoia, esa historia tiene que ver con una forma de maldad que quiere
convertir a la persona en víctima. “Los espíritus perversos se apoderan de
mi mente”, por ejemplo. O los marcianos o el diablo.
En ese estado, una persona interpreta los hechos a partir de la historia a
la que su mente le ha dado vida. Así, perder un objeto, por ejemplo, sería
prueba de que esos espíritus, marcianos o demonios, o lo que sea, están
jugando con él o atormentándolo.
Como lo señala Lacan, aparece la consigna: “El Otro goza de mí”. Y frente a
esto, se siente completamente “pasivizado”. Le atribuye lo que pasa en su
vida: “No fui yo, fue el Otro”. Esta creencia y este delirio abarcan desde
situaciones relativamente simples, como la celotipia, hasta estados que
llevan a consecuencias más graves, como en el caso Aimée.

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