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La iglesia y la política nunca se llevaron bien (al César lo que es del César…),
y lo que hoy padecemos como Pueblo de Dios es por culpa de haber querido
ocultar nuestras propias miserias y no excomulgar cuando resultaba necesario.
Que los pecadores son los que realmente crucificaron a Jesús, y lo siguen
haciendo, es verdad, pero también es verdad que el pecado no distingue raza
ni religión, ni posición política ni jerarquía. Son tan pecadores Caifás, Poncio
Pilato, Gean Luc Godart, Marcelo Tinelli, yo mismo y el propio Papa actual,
si por cualquier razón cometimos algún acto de omisión, o que, expresamente
a sabiendas de ir en contra de “lo bueno”, o el mandato de Jesús, no
cumplimos con lo que Él espera de nosotros; y a cada uno de acuerdo a lo que
le fue dado (Lc 12, 47-48).
3- Sepultura de Jesucristo
En su designio de Salvación, Dios dispuso que su Hijo no sólo muriese por
sus pecados, sino que “gustase la muerte”, es decir que experimentase la
separación del alma del cuerpo, y permaneciese en ese estado de reposo
sabático durante tres días a fin de afirmar, para la comprensión espacio
temporal de los hombres, el necesario descanso, el momento de reposo del
alma que reflexiona los hechos acontecidos, antes de firmar la definitiva
alianza de remisión de los pecados de toda la humanidad. Un vínculo real
entre el estado pasible de Cristo antes de Pascua y su actual estado glorioso de
resucitado.
Con el descenso a los infiernos, la iglesia hace referencia a que Cristo había
venido no sólo a aplicar una ley que tendría vigencia desde el momento de su
llegada, sino que al referirse Jesús a todos los hombres, hace referencia a
todas las almas que agradaron a Dios y que esperaban en él hasta el momento
en que su Hijo vendría para liberarlos del infierno, resguardados en el seno de
Abraham. Por lo tanto es hasta a los muertos que ha sido anunciada la Nueva
Buena.
5- Resurrección de Jesús
“Si Cristo no hubiese resucitado, vana sería nuestra fe”; por lo tanto la cruz,
símbolo cristiano por excelencia no predica la muerte, sino la vida, la vida
como hermanos de Cristo y partícipes de su Vida Eterna.
Junto a esta confirmación se rebelan dos aspectos del misterio pascual: por su
muerte nos libera del pecado, por su Resurrección nos abre el acceso a una
nueva vida. Esta es, en primer lugar, la justificación que nos devuelve a la
gracia de Dios (cf. Rm 4, 25) "a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado
de entre los muertos [...] así también nosotros vivamos una nueva vida" (Rm 6,
4). Consiste en la victoria sobre la muerte y el pecado y en la nueva
participación en la gracia.