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“JESUCRISTO PADECIÓ BAJO EL PODER DE PONCIO PILATO,

FUE CRUCIFICADO, MUERTO Y SEPULTADO”

1-Pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo

En lo que respecta a los culpables de la muerte de cruz de Nuestro Señor


Jesucristo, el Concilio Vaticano II nos trae una conveniente explicación sobre
la “responsabilidad judía”, en pleno auge del ecumenismo religioso,
intentando relativizar la responsabilidad de un pueblo que, elegido por Dios,
termina dándole la espalda, por la dureza de corazón, aterrados ante la idea de
cambiar su cómoda posición de doctores de la ley, al tiempo que hacían que el
resto del pueblo cargase con sus pecados.

La iglesia y la política nunca se llevaron bien (al César lo que es del César…),
y lo que hoy padecemos como Pueblo de Dios es por culpa de haber querido
ocultar nuestras propias miserias y no excomulgar cuando resultaba necesario.

Que los pecadores son los que realmente crucificaron a Jesús, y lo siguen
haciendo, es verdad, pero también es verdad que el pecado no distingue raza
ni religión, ni posición política ni jerarquía. Son tan pecadores Caifás, Poncio
Pilato, Gean Luc Godart, Marcelo Tinelli, yo mismo y el propio Papa actual,
si por cualquier razón cometimos algún acto de omisión, o que, expresamente
a sabiendas de ir en contra de “lo bueno”, o el mandato de Jesús, no
cumplimos con lo que Él espera de nosotros; y a cada uno de acuerdo a lo que
le fue dado (Lc 12, 47-48).

2-La muerte redentora de Cristo en el designio divino de salvación

En lo que respecta a la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, debemos


convencernos que no hubo “predestinación”, lo que disolvería la
responsabilidad sobre los actores de su muerte, sino designio Divino, es decir
que Dios, conociendo desde siempre la humanidad y el corazón de cada uno
de ellos, estableció el momento histórico para poner de manifiesto su
misericordia a través de su último acto de amor, su última y verdadera alianza
con los hombres, inmolando a su propio Hijo, al cordero de Dios, que quita
los pecados del mundo. Tal es el amor de Jesús, tal es su grandeza, que siendo
en todo parecido a nosotros, menos en el pecado, suplica, con la súplica del
Justo perseguido, que ha tocado el límite del sufrimiento físico y moral, sobre
todo, el de sentirse abandonado por Dios, pero al mismo tiempo, manifiesta su
inquebrantable confianza en Él y un amor indecible por la humanidad
presente y futura.

3- Sepultura de Jesucristo
En su designio de Salvación, Dios dispuso que su Hijo no sólo muriese por
sus pecados, sino que “gustase la muerte”, es decir que experimentase la
separación del alma del cuerpo, y permaneciese en ese estado de reposo
sabático durante tres días a fin de afirmar, para la comprensión espacio
temporal de los hombres, el necesario descanso, el momento de reposo del
alma que reflexiona los hechos acontecidos, antes de firmar la definitiva
alianza de remisión de los pecados de toda la humanidad. Un vínculo real
entre el estado pasible de Cristo antes de Pascua y su actual estado glorioso de
resucitado.

Más, siendo su alma y su cuerpo la misma expresión del Verbo, aunque


separadas por la muerte, ella no tuvo poder sobre ninguna de sus partes, ni de
su alma, que descendió hasta los infiernos para prevalecer sobre ella, ni por su
cuerpo que se preservó de toda corrupción, aún después de tres días de
confiada espera. A partir de la Resurrección, Cristo culmina su misión como
ser humano, ya no es un desterrado hijo de Eva, sino el nuevo Adán, el
Hombre Celestial.

"JESUCRISTO DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS,


AL TERCER DÍA RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS"

4- Cristo descendió a los infiernos

Con el descenso a los infiernos, la iglesia hace referencia a que Cristo había
venido no sólo a aplicar una ley que tendría vigencia desde el momento de su
llegada, sino que al referirse Jesús a todos los hombres, hace referencia a
todas las almas que agradaron a Dios y que esperaban en él hasta el momento
en que su Hijo vendría para liberarlos del infierno, resguardados en el seno de
Abraham. Por lo tanto es hasta a los muertos que ha sido anunciada la Nueva
Buena.

5- Resurrección de Jesús

En el misterio de la Resurrección está concretada la misión salvífica de Dios y


la razón de nuestra fe.

“Si Cristo no hubiese resucitado, vana sería nuestra fe”; por lo tanto la cruz,
símbolo cristiano por excelencia no predica la muerte, sino la vida, la vida
como hermanos de Cristo y partícipes de su Vida Eterna.

Por otra parte, la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo es la culminación


de las Sagradas Escrituras, el cumplimiento de las promesas del Antiguo
Testamento. En su tardía comprensión de los anuncios de la venida del
Cordero de Dios los que esperaban su venida no lo reconocen y lo condenan a
muerte, y es a través de su muerte y resurrección que se confirma la Divinidad
de Jesús.

Junto a esta confirmación se rebelan dos aspectos del misterio pascual: por su
muerte nos libera del pecado, por su Resurrección nos abre el acceso a una
nueva vida. Esta es, en primer lugar, la justificación que nos devuelve a la
gracia de Dios (cf. Rm 4, 25) "a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado
de entre los muertos [...] así también nosotros vivamos una nueva vida" (Rm 6,
4). Consiste en la victoria sobre la muerte y el pecado y en la nueva
participación en la gracia.

Finalmente, la Resurrección de Cristo —y el propio Cristo resucitado— es


principio y fuente de nuestra resurrección futura.

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