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¡Aquí mando yo!

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29 de abril de
2018

Cada vez que se usan estas palabras es porque hay algún conflicto latente. Puede suceder
que alguien hizo las cosas a su manera ignorando al resto, o que haya saltado una norma o
pretenda imponerse generando inestabilidad y confusión en un grupo o equipo.

Por otro lado, esta expresión también se escucha cuando alguien que está liderando tiene
problemas de personalidad, o está atento a cualquier situación que pueda poner en tela de
juicio su posición, su espacio, o su esfera de poder. En términos de ajedrez, es muy triste
vivir pendiente todo el tiempo sintiéndose en amenaza de jaque.

Ninguno de nosotros dentro y fuera del pastorado está exento de enfrentar conflictos. Es
parte de la vida. El apóstol Pablo termina siendo un experto en estas circunstancias. Él
menciona en 2 Corintios 7:5 “Cuando llegamos a Macedonia, no hubo descanso para
nosotros. Enfrentamos conflictos de todos lados, con batallas por fuera y temores por
dentro”.

Y en la mayoría de estas situaciones está presente el manejo de nuestra autoridad.


Convengamos que todos hemos vivido períodos donde nos cuestionamos nuestro llamado,
la gente que nos acompaña y cuál es la razón por la que estamos en estos líos. Y cuando
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nos ponemos a pensar así, tenemos que ser muy cuidadosos. Nuestra razón grita, el diablo
no se queda atrás y el Espíritu nos susurra como solo él sabe hacerlo. ¿Cómo hacer para
callar las otras voces? Quizás pueda invitarte a una humilde reflexión:

¿Cargo?

Uno de los líderes más sobresalientes en las historias bíblicas es Nehemías. Un oficial del
palacio encargado de la producción del vino real, desde los viñedos hasta la mesa del rey.
Tenía un cargo, muy buen cargo. Pero un día recibió amigos de Jerusalén que le relataron la
situación miserable y desesperante de la ciudad. Desde ese día él sintió una carga. Esa
carga lo llevó a llorar, ayunar, y orar por una oportunidad para ser protagonista y cambiar la
historia. Todo partió de un dolor que le produjo una realidad. Fue como un dardo que se
clavó en su corazón. Los liderazgos más influyentes nacen del dolor por una carga y no por
el deseo de ocupar un cargo. Dios lo sabe, y la gente nota la diferencia enseguida. Lo
importante para nosotros es repasar otra vez qué es lo que nos mueve a hacer lo que
estamos haciendo. Frente a una generación que crece carente de valores, con niños
rodeados de carencias de todo tipo, jóvenes debatiéndose frente a ideologías amenazantes
de la fe, deberemos llorar y orar por una oportunidad.

La verdadera autoridad

Los romanos eran un imperio autoritario. Ellos definían la autoridad con dos términos que
han quedado plasmados en el paso del tiempo. Potestas, era la autoridad que surgía por el
solo hecho de tener un cargo o un título que otorgaba la capacidad legal para hacer cumplir
órdenes y decisiones. Desde el César hasta un soldado del ejército podían ejercer esa
autoridad que les confería su posición, por fuerza o coerción. Pero Auctoritas se refería a la
autoridad reconocida socialmente que era ganada por el conocimiento, habilidades
personales, por el ejemplo, etc. Nadie dudaba de la autoridad de Jesús. Los religiosos le
preguntaban quién se la había dado, de dónde provenía, pero no podían dudar que la tenía
porque aunque nadie jamás lo había nombrado con un título, toda la gente la reconocía.

…porque les enseñaba como quien tenía autoridad, y no como los maestros de la ley.
(Mateo 7.29) Los maestros ejercían potestas, Jesús autorictas.

La cercanía gana corazones

Si nuestro liderazgo pastoral, más allá de nuestras capacidades y carácter, está movido por
una carga (un llamado) y amamos a quienes son los destinatarios de nuestro servicio, no
deberíamos preocuparnos por imponer nuestra autoridad.

Enseñemos porque las nuevas generaciones son enseñables. Mostremos con ejemplos que
respaldamos eso mismo que enseñamos y no perdamos la actitud servicial de empatizar
con quienes con la vida por delante, esperan referentes cercanos. De esa manera
implícitamente ganaremos espacio y respeto entre ellos. El Señor nos ha dado autoridad,
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pero la mejor manera de entenderla para no marearnos, es cuando la gente la reconoce
porque nos la hemos ganado no como un objetivo, sino como una consecuencia natural.
Humildemente creo que esa es la sujeción bíblica.

Cuando sentimos la paz de servir dando todo lo que podemos, y los demás lo saben, nunca
seremos autoritarios. No debemos olvidar que nuestros ministerios son áreas de servicio y
el fin es bendecir, nunca preservar nuestra autoridad. Ocupémonos de nuestra carga, el
respaldo viene del Señor. Aun en medio de los conflictos no está en juego nuestra posición,
sino que el Reino de Dios se establezca.

Que el Señor nos llene de su inigualable paz y que Él (no nosotros) confirme la obra de
nuestras manos. Salmo 90:17

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