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CURSO 2012/13
SOCIOLOGÍA DEL TRABAJO.
TEMA 1.
LA EDUCACIÓN PROFESIONAL PARA EL EMPLEO.
1º INTRODUCCIÓN.
Una de las ventajas del capital humano como culpable, consiste en que la
responsabilidad de su inadecuación siempre corresponde a épocas pasadas.
Las modificaciones que se produzcan hoy en la formación tardan un tiempo en
producir cambios de cualificación y sus efectos necesitan de un tiempo aún
mayor para ser percibidos socialmente. Los errores que se cometen en la
actualidad es improbable que recaigan sobre quienes lo cometieron.
Características:
Causas del bloqueo del mercado de trabajo que se produce durante la crisis:
1) Abandono de la agricultura.
2) La caída del empleo en la construcción.
3) La inversión de los flujos migratorios.
4) Descenso del empleo en la industria.
5) Débil crecimiento de empleo en el sector servicios.
Estos cambios hacen que mientras sigue aumentando los egresados del
sistema educativo, los puestos de trabajos se ralentizan acercándose al
estancamiento relativo. La oferta de titulados crece a mayor velocidad que la
demanda, se produce una inflación y una devaluación de las credenciales
educativas. Se achaca el desempleo a la inadecuación de los estudios
profesionales.
Consideraciones:
• Los trabajos intelectuales, son más sencillos de simular puesto que una
de las habilidades genéricas que es necesaria para su desempeño
consiste en trabajar sobre supuestos que se transmiten simbólicamente
mediante información.
• Los trabajos técnicos, es necesario una mayor competencia inicial para
evitar los costes derivados de los errores por ignorancia. Posición de
dependencia.
• Los trabajos en los que es necesario el conocimiento directo de las
condiciones ambientales, para proceder en consecuencia de forma
apropiada, son difíciles de simular por el coste de la localización de los
estudiantes en esas condiciones.
• Aquellos puestos de tipo manual en los que se utilizan máquinas de alto
coste, materiales caros o grandes espacios no es posible simularlos de
modo que se puedan incorporar de forma eficiente las habilidades y los
conocimientos prácticos que constituirán la capacitación profesional de
los futuros trabajadores.
La mejora del nivel medio de los puestos de trabajo viene a resultar otra
dificultad añadida respecto a integración laboral inicial. Los jóvenes no
encuentren posiciones de bajo nivel dificulta su primera inserción. La
cualificación sigue siendo un activo importante para conseguir y mantener el
trabajo.
I. El concepto de juventud
Este recuento da una idea sobre la confusión del uso de este término en el
marco de las acepciones que afectan al estudio de lo social. La cuestión
termina de desbaratarse si se observan los factores de relatividad que
influyen en la determinación empírica de lo joven;
1. Las diferentes culturas definen distintos segmentos de ocupación de los
lugares sociales en función de la edad.
2. El momento histórico en cuanto definitorio del estado de la evolución
temporal de lo humano.
3. Las clases sociales.
4. El sexo.
5. La ordenación jurídica.
6. Los campos de actividad. Leyes específicas respecto a los efectos de la
edad.
7. La situación de cada individuo como acoplamiento entre su desarrollo
psicológico y el entorno humano y físico en el que se inserta.
La utilización del término “adolescencia” tendría las siguientes ventajas:
1. Estar menos contaminado connotativamente
2. No depender del campo de actividad, no usarse como comparativo.
3. Contener un elemento etimológico (adolescente=crecer)
4. Por 2 y 3 tiene una relación más acotada y sustantiva respecto al
proceso de maduración en el tiempo.
Introducción.
Este modelo se retroalimenta haciendo que el paro sea nuestro mayor problema.
Se propone una estrategia de análisis que consiste en asignar a los individuos las
características de los colectivos de los que forman parte, tomando como fuente de
datos la EPA del 2º trimestre de 1998 y limitándolo a un tipo de familia y sus
componentes.
Así población activa sería la suma de la realidad (la ocupación) y el deseo (paro),
reflejando una contradicción semántica ya que los parados se consideran activos
porque ofrecen su fuerza de trabajo al sistema productivo, al igual que los ocupados,
aunque si lo que buscan no coincide con lo que se oferta, están fuera del mercado y
mas que parado se puede calificar de inempleable
Que con el paso del tiempo cambie el perfil de la demanda depende de muchas
variables personales (grado de necesidad, capacidad de cambio...) y según las cifras,
estas son a veces muy rígidas ya que 1 de cada 5 parados (entre personas
principales de cada hogar) lleva parado mas de 3 años.
De esta forma, la oferta de trabajo que hacen los desempleados se cuestiona por:
1.2.- La ocupabilidad.
La ocupabilidad no puede atribuirse sólo a los parados ya que los empleados entran
en competencia por acceder, mantener o ascender en sus puestos, y al igual que los
parados, los empleados también tienen grados de ocupabilidad.
Desde el punto de vista teórico sería necesario situar a cada persona en su medio
vital y laboral específico y calcular la probabilidad de trabajar.
Uno de los problemas al adjudicarle un grupo ocupacional es que no se pregunte a
los parados que tipo de trabajo y sector buscan porque se supone que aceptaran
cualquiera o que se relacionara con los trabajos anteriores, por lo que los que buscan
su primer empleo no pueden ser encuadrados en ningún grupo.
Queremos observar las relaciones de trabajo como ajuste temporal concreto entre la
actividad productiva de un individuo y el puesto de trabajo como lugar social en el que
se realiza y no como na confluencia de voluntades.
Otro índice será la esperanza de vida laboral o suma de las ocupabilidades de cada
grupo a lo largo de todas las edades sin límite porque en las edades no ocupables la
ocupabilidad sería cero.
Las posiciones pueden deberse a las relaciones (madre, marido...) o a las funciones
que cumplen en el interior y hacia el exterior que a pesar de los cambios, las cifras
demuestran que las mujeres entre 16 y 44 años tienen un 44% de ocupación, el 18%
no ha trabajado nunca y el 23% dejaron hace mas de 3 años.
Para ello separamos esposas, maridos, hijos/as que estudian y no estudian y vemos
en los resultados que hay numerosas variables con diferentes efectos para cada
posición y que además estas son bastantes diferentes en cada modelo.
Por ejemplo si el número de hijos aumenta, desciende la probabilidad de trabajar de
la madre y aumenta la del padre.
Los modelos logit separan los efectos de diferentes variables independientes sobre
otras dicotomías.
Como la variable dependiente sólo tiene dos valores (si y no) da lugar a modelos de
elección discreta y modelos de decisión.
Aunque aquí, en la determinación de trabajar, las elecciones no son personales sino
de determinación exterior.
El modelo logit es muy simple limitándose a ajustar un coeficiente Beta único para
cada variable independiente para aproximarla a la distribución de la variable
dependiente generando, si se consigue un ajuste total, una gran tabla de contingencia
con tantas dimensiones como variables tiene el modelo.
Para que el concepto de ocupabilidad tenga una aplicación eficaz y su sentido sea
realmente el de probabilidad, necesita que todos los miembros del grupo sean
ocupados potenciales, es decir buscan y están disponibles independientemente de
sus posibilidades concretas de lograrlo, según el concepto de población activa
derivado del concepto de paro.
Pero realmente un ocupado potencial debe contar con las condiciones personales,
sociales, económicas y materiales necesarias.
Inicialmente son ocupados potenciales todos los que están en edad de trabajar, es
decir entre los 16 y 64 años.
Los hijos que viven con sus padres y están en edad laboral tienen una escasa presión
laboral sobretodo en edades jóvenes.
Para representar esto se ha construido una variable denominada distancia temporal el
normal acabamiento de los estudios que es tan importante para trabajar o no como la
edad de esos estudiantes.
Alguien se definirá como parado, aunque no esté dispuesto a trabajar, si entiende que
su situación de inactividad no es socialmente aceptable.
La jornada estudiantil también tiene mas influencia que la edad y cuenta con el apoyo
de los padres.
1.- los que se encuentran virtualmente fuera del mercado de trabajo, son las 3/4
partes, con estudios reglados, jornada estudiantil completa y el 1,1% que trabaja, lo
hace con contrato temporal.
Las nuevas españolas con edades entre 32 y 47 tienen una tasa de actividad del
89%, entre la cuales, el 91% son universitarias y anteponen los estudios
profesionales y la consolidación laboral, a la vida familiar.
Las tradicionales que han antepuesto su trabajo doméstico, con estudios primarios
la mitad y analfabetas, con una edad media de 54,8 años, de las que el 47% nunca
ha trabajado fuera del hogar.
Por comunidad de residencia, las del sudoeste tienen un 44% de ocupabilidad mas
baja las del nordeste un 9%.
También existen diferencias en el número de hijos con una asociación directa entre
el nivel de estudios y la edad en el nacimiento de su primer hijo, las de menos
estudios, tienen mas hijos, los han tenido antes y estos se han emancipado antes.
En las hijas, es mayor la ocupabilidad de las que no tienen pareja y hay una
tendencia creciente a mantener el empleo al casarse que es mayor cuanto mas alto
es el nivel de estudios.
Las esposas jóvenes, sin experiencia laboral proceden de hijas que conviven con sus
padres y no estudian ya que las que se han emancipado sin casarse lo han hecho
trabajando.
Las mujeres paradas que han trabajado antes, están mas lejos de la ocupación que
los hombres.
Las mujeres que buscan el primer empleo están mas cerca de la inactividad que los
varones, lo cual favorecerá el paso a la inactividad de éstas cuando contraigan
matrimonio.
Las importantes diferencias por niveles de estudios entre los sexos, se reflejan en que
los estudios universitarios acercan a las mujeres al empleo y las alejan del
matrimonio, mientras en los varones por el contrario tener empleo les acerca al
matrimonio, sino, permanecen en casa de los padres.
3.1.4.- Los maridos.
El nivel de paro se expresa con la tasa de paro, proporción de los que no encuentran
trabajo, del conjunto de los activos, pero no se trata de una proporción
conceptualmente homogénea.
Para que la ocupabilidad permanezca constante, es decir, sea igual para los parados
ocupados, el mercado tendría que ser tan permeable para encontrar empleo como
para perderlo.
Otra será el ajuste perfecto entre el modelo y la realidad, cosa inalcanzable por
mecanismos de cierre, cambios locales repentinos... por lo que la ocupabilidad de los
desocupados tendrá como límite superior la del colectivo al que pertenecen.
Expresaremos el paro con el cociente de paro de los desocupados que es igual a los
parados que buscan empleo entre el total de los desocupados.
Presión laboral sería el % entre el paro de los desocupados la ocupabilidad, que
mide la proporción entre la intensidad de la búsqueda y la probabilidad de
encontrarse trabajando en cada colectivo.
Lo primero que se observa es que la presión laboral en cada posición familiar tiene
una distribución propia.
En las esposas es relativamente constante.
En hijos/as que no estudian hay un orden decreciente.
Los maridos presentan un tramo de presión creciente que luego se estabiliza.
En los estudiantes aparece progresivamente ajustada a sus oportunidades de empleo
por lo que buscan un trabajo en unas condiciones donde sus posibilidades de
encontrarlo son prácticamente nulas, intentando mejorar sus posición en las colas de
acceso.
4.- Conclusiones
Aquí se ha utilizado la ocupabilidad estática calculada por un modelo logit con una
vertiente dinámica que supere sus limitaciones.
Se ha acotado el estudio a los hogares con los dos miembros de la pareja en edad de
trabajar y a sus hijos.
Por posiciones familiares los extremos los ocupan los maridos, cercanos al 100% y
los hijos estudiantes fuera del mercado.
Entre las esposas hay una minoría con ocupabilidad alta, formada por universitarias
que posponen o reducen su maternidad y con maridos con ocupabilidad superior a la
media.
Entre los hijos que no estudian, se detectan importantes diferencia por sexo, de 9
varones por cada 6 mujeres, permaneciendo la disimetría en los efectos laborales del
matrimonio ya que los varones están mas cerca de la ocupación y mas lejos de la
inactividad.
El mercado de trabajo español ha vuelto a recaer en una de sus profundas crisis de empleo. Destacamos varios aspectos:
1. Ante la disyuntiva entre mayor paro o mayor desigualdad entre los ocupados, en España se suele optar por la 1ª
opción. Así, el desempleo acaba afectando más a varones con menor nivel de estudios (produciendo así otra
forma de desigualdad, que se plasma por ejemplo en largos periodos de desocupación). El caso del desempleo
femenino responde a otra dinámica, que hay que poner en relación con la prevalencia masculina en el sector
primario y de la construcción.
2. Impacto de la crisis en la rotación laboral: En el sector público, crece el número de ocupados, y también su
temporalidad. En el sector privado resulta especialmente interesante la peculiar dinámica de pérdida y
recuperación del trabajo.
3. Respecto a la diferencia de la ocupación con la afiliación a la seguridad social, responde a una “reforma laboral
encubierta” del mercado laboral español, debido principalmente al flujo continuo de inmigrantes irregulares
desde el periodo de expansión anterior a la presente crisis.
Estos asuntos no están de forma preferente en la agenda de la reforma del mercado de trabajo porque no es fácil su
presentación de modo electoralmente rentable y porque los más desfavorecidos no tienen voz en el espacio público ni
representación eficiente.
Las sucesivas crisis económicas que ha sufrido España durante la democracia(1976-85, 1991-95 y la actual) han estado
caracterizadas por importantes pérdidas de empleo y por el mantenimiento durante largos periodos de tasas de paro que
doblan a las de los países de nuestro entorno. La disyuntiva clásica ante este deterioro de la actividad económica es:
a) Adaptarse en costes: que los trabajadores acepten empleos en peores condiciones (salarios, horarios, derechos)
b) Fijar unos mínimos infranqueables (umbrales mínimos) de modo que desaparezcan los puestos de trabajo que no
puedan superar esos umbrales debido a la crisis . Cuanto más productiva sea una sociedad será más factible mantener
esos umbrales, pero si se pierde competitividad y no se puede devaluar la moneda (caso de los países dentro de €) si no
se rebajan esos umbrales:
1. Se expulsará del espacio laboral a los que no tengan capacidad productiva suficiente para cumplir con ellos,
tanto trabajadores, como empresas que no sean capaces de adaptar costes.
2. A la vez que se destruyen puestos de trabajo, se bloqueará la entrada a nuevos trabajadores de cualquier nivel:
Desplaza a puestos peores a los trabajadores más formados, de modo que en muchas ocasiones se convierten en
puestos inaceptables para los que han terminado su formación (así, preferirán seguir acumulando niveles de
estudios) y se expulsa mayoritariamente a los menos formados.
3. Ésto, produce la ilusión de que no se pierden derechos laborales y sociales, y que mejora la igualdad entre los
trabajadores, sin embargo, el subsidio de desempleo palía la desigualdad económica, pero no el deterioro
psicológico y social del parado, ni tampoco se puede considerar positivo desde una perspectiva económica
colectiva.
- Se puede deducir (partiendo del hecho cierto del mayor rendimiento) que un mayor nivel educativo conllevaría
mayores tasas de ocupación, sin embargo ésto sólo desplazaría a puestos peores a los mejor formados en caso de que la
estructura de ocupaciones del sistema productivo no cambie. La oferta de un mayor número de puestos cualificados
depende de la productividad de un país y de cómo se ponen en acción sus recursos productivos. Para ello hace falta la
formación, pero no es suficiente: por un lado, debe ser de calidad, y por otro la organización institucional debe sacarle el
máximo partido promoviendo la producción de riqueza y los incentivos comparativos, para que el aumento de formación
se aproveche en dichos proyectos, y poder elevar el bienestar colectivo aumentando el margen de redistribución.
- Una cuestión claramente relacionada con dicha productividad es el nivel formativo de los empresarios. En el caso de
España la proporción de universitarios es del 20'6% (menos de la mitad de los asalariados públicos). Aunque el nivel de
estudios mínimos ha ido mejorando, el porcentaje sigue siendo bajo. Así, en lugar de que el conocimiento sea el motor
de la empresa, éste debe suplir esta carencia de capital humano con capital físico y esfuerzo, lo que convierte las jornadas
en la empresa privada en considerablemente más largas que en la empresa pública.
a) La 1º acompañó los primeros años de la instauración de la democracia, del 77 al 85 y acabó con la entrada en la CEE.
En ellos se consolida los elementos básicos del Estado de bienestar, por lo que gracias al apoyo de la seguridad social no
se resolvió con el secular recurso a la emigración. Durante este periodo la caída del empleo para los que han estudiado
hasta primaria es 4 veces mayor (del 96% al 83%) que la de los universitarios (pierden 3 puntos sobre el pleno)
b) La 2º crisis entre 1991 y 1995 fue más corta y aguda tras la expansión derivada de la entrada en Europa culminada con
la Expo de Sevilla y los JJ.OO. de Barcelona. Se van acentuando las diferencias de la tasa de empleo entre los 2 niveles
educativos. La situación de los universitarios se estabiliza y parece independizarse de la marcha general de la economía.
Los de primaria en cambio, recuperan en la expansión 4 puntos de los 12 que pierden en la crisis anterior, para volver a
perder 9 en ésta.
c) Tras estas crisis se produce la fase de expansión más larga de nuestra historia reciente (jalonada con la entrada del € en
el 2000). Entonces, los desequilibrios acumulados por nuestra economía se han unido a una crisis internacional dando
lugar a una caída del empleo más abrupta en un mercado de trabajo ya caracterizado por su comportamiento convulso.
Durante la expansión la tasa de empleo de los de primaria se situó en las mismas tasas que en lo peor de la crisis del
petróleo, y aún pierden 2 puntos más con la llegada masiva de inmigrantes. Cuando llega la crisis caen 16 puntos más,
situándose en un 33% en su cima de la carrera laboral y hasta un 56%. A pesar de que este colectivo sigue menguando, el
mercado laboral español deja fuera de la ocupación a cerca de la mitad de un colectivo de más de 2 millones de personas
durante el 2009.
En los varones españoles con la primaria como mayor nivel formativo se pueden observar tres grandes trazos entre las
distintas cohortes:
1. La dureza de la crisis actual ha afectado en alguna medida a todas las cohortes, y que su descenso de ocupación
ha sido mayor cuanto más jóvenes eran los afectados. Si se observan las trayectorias en la crisis de 1976 a 1985
se puede constatar que entonces ocurrió lo contrario: las cohortes de más edad perdieron más ocupación que las
de los jóvenes.
2. El segundo es que las últimas cuatro cohortes que han entrado en el mercado de trabajo (nacidos entre 1971 y
1990) no han superado en ningún año el 81% de tasa de empleo, y no tienen visos de hacerlo nunca si no se
cambian las condiciones de empleo.
3. Se puede estudiar la trayectoria con la que la crisis ha impactado sobre el empleo de los varones con estudios
primarios de la cohorte de los nacidos entre 1981 y 1985, llegando a la conclusión: en 2001 estaban ocupados el
53% con 16 a 20 años de edad, seis años más tarde habían alcanzado el 77%, pero, en 2009 con 24 a 28 años
habían descendido al 50%, perdiendo todo lo ganado en los ocho años anteriores.
Las trayectorias de los universitarios superiores tienen menos que comentar. Prácticamente todas las cohortes se
mantienen entre un 95% y un 98% en el amplio margen que va de los 33 a los 58 años de edad:
1. Las cohortes más afectadas por las crisis anteriores son las de los nacidos entre 1961 y 1975.
2. La cohorte de nacidos entre 1981 y 1985, entre 2004 y 2005 les ocurre algo semejante a los de primaria, tienen
las mayores tasas de empleo.
3. Mantienen la tasa más alta de todo el periodo, y en 2009 siguen integrándose mejor que todas las cohortes
anteriores (excepto la de 1951-55 en el año 1979).
Una consecuencia de estos procesos ha sido la ruptura con la pauta de incremento generalizado del nivel formativo de los
jóvenes que se venía produciendo durante el último medio siglo.
Son muy conocidas las ventajas de la estabilidad laboral. Las administraciones públicas tienen en su legislación una
amplia proporción de puestos (sobre todo los de más cualificación) cuyos contratos tienen carácter vitalicio. Para acceder
a estos puestos, hay que superar procesos selectivos que, planteados en igualdad de oportunidades deben primar el mérito
y la capacidad. La estabilidad empírica de los Estados permiten cumplir estos compromisos.
En nuestro país, en la década de 2000 a 2010 se ha producido en este ámbito un notable incremento de la proporción de
contratos temporales en las administraciones públicas, paralelamente al enorme crecimiento del personal contratado por
las comunidades autónomas (de unos 700.000 a 1.700.000) efecto de las transferencias de la seguridad social a las
autonomías.
− Durante la expansión, la cantidad de puestos temporales de la administración central son 1/3 de los del sector
privado y de los de la administración municipal. Los de la autonómica se hallan en un punto intermedio entre ambos.
− Al llegar la crisis y la consecuente expulsión de los temporales en el sector privado, éste sector disminuye su
temporalidad, situando a un nivel prácticamente igual la totalidad del sector público, el sector privado y las
autonomías. Este dato no concuerda con las grandes diferencias en la dinámica de la ocupación y desocupación de
esos puestos, por lo que se puede deducir que en las administraciones autonómica y municipal hay mucho más
encadenamiento de contratos que en el sector privado. Sería interesante analizar en qué tipo de puestos se produce
este fenómeno, ya que si fuese apreciable entre los puestos cualificados, se podría pensar en un incumplimiento del
espíritu de la ley de dar estabilidad a los empleados públicos en oposiciones abiertas en lugar de optar por encadenar
contratos al arbitrio de los directivos de esas administraciones.
En el sector privado, la diferencia de estabilidad se establece entre contratos de duración determinada y de duración
indeterminada, o indefinidos. Éstos consisten en que van acumulando un seguro contra el despido que pagan los
empleadores y que crece a medida que aumenta la antigüedad en el puesto. Tanto la procedencia del cobro, como la
cuantía se dirime mediante la tutela judicial. Uno de los núcleos de debate se centra en la cuantía de ese seguro y en la
forma y eficacia de esa tutela judicial. El hecho de la alta temporalidad incluso durante la expansión, la pone en cuestión
por no cumplir una de las condiciones básicas de una legislación justa: la igualdad ante la ley.
Se podría argumentar que esa desigualdad se debe a las diferentes características básicas de los distintos puestos, pero la
dinámica de contratación pone en entredicho ese argumento: de los cerca de 20 millones de finalizaciones de contratos
anuales en el 2004-2005, aproximadamente la mitad antes o después vuelven a su empresa anterior. Esta enorme
cantidad de finalizaciones no puede justificarse por las características del puesto de trabajo, sino más bien por una
perversa forma de adaptación a un a reglamentación que se mantiene gracias a que la situación de la otra mitad
contratada de un modo indefinido, es difícil alcanzar el consenso.
Los que padecen esta situación han ido adaptando su comportamiento para poder convivir con ella sin que los daños sean
insoportables. Sin embargo, ésto ni siquiera es así en muchos casos individuales y aún es peor si se considera la
situación en su conjunto: estas condiciones vitales sobre todo en la época de incorporación y consolidación en el
mercado de trabajo, les impide planificar el resto de componentes fundamentales de su biografía, a la vez que les
desmotiva para mejorar en lo que hacen, para identificarse con la empresa (no ayuda estar esperando un despido no
relacionado con su rendimiento) lo que impide el nivel general un aumento de la productividad en términos de costes,
calidades e innovación.
Dada la dinámica de multiplicación de finalizaciones que no tienen efecto sobre el mantenimiento en el puesto de
trabajo, para captar la rotación real es necesario medir las situaciones de no-empleo, estudiando la distribución y la
dinámica de la desocupación.
− Por un lado se mide la desocupación simultánea o anual: los que habiendo trabajado el año anterior actualmente no
trabajan a pesar de estar en edades activas.
− Por otro lado se mide la desocupación trimestral o colectivo que ha dejado de trabajar hace 3 meses o menos.
Para hacer una medida relativa de la desocupación, se elaboran los porcentajes de esos 2 colectivos respecto a la
ocupación actual. Con esta perspectiva no se considera especialmente relevante la declaración de la situación alternativa
(inactividad, estudios, tareas domésticas...) simplemente la salida del trabajo como hecho relevante de la dinámica del
mercado de trabajo.
Así observamos que a pesar de tener España una desocupación trimestral y anual durante la expansión de las mayores en
comparación con el resto de países europeos (sólo superado por los varones de Finlandia) es máxima la proporción de los
que recuperan el trabajo al llegar al 4º trimestre, por lo que hay una mayor rotación con desocupación incluso en la fase
en la que el paro se reducía de forma apreciable.
Comparamos aquí la evolución de la desocupación simultánea por posiciones respecto a la producción (situación
profesional según la EPA) . Por desocupación simultánea se entiende el conjunto de trabajadores que dejaron su trabajo
durante el último año y que siguen sin encontrar trabajo (que a su vez sólo representa una parte de los que han tenido
algún episodio de desocupación durante ese año). Separamos las estimaciones por género ya que llevan una dinámica
diferente. Además dada la configuración de la crisis actual separaremos a los asalariados del sector privado en 2 grupos:
Primario y construcción, y por otro lado industria y servicios.
− La desocupación de las mujeres supone el doble que la de los varones durante la expansión. A partir del 3º trimestre
de 2007 con la crisis :
* En el sector primario/construcción, los hombres llegan hasta a triplicar su tasa de la fase de expansión, en cambio
la de las mujeres incluso disminuye (aunque parte de unas tasas muy altas, y es un colectivo muy reducido y con una
fuerte estacionalidad)
* Entre las asalariadas públicas también se produce menos desocupación con respecto a los hombres.
* Las empleadas que son mayoría (4 millones) trabajan en la industria y los servicios privados. Son las que ven
aumentar su desocupación en un 23%, cambio limitado en comparación con los varones que ven duplicarse su
desocupación.
* La desocupación entre los autónomos tiene una forma semejante entre varones y mujeres, aunque la desocupación
previa de las mujeres doblaba la de los varones con los que estos no llegan a alcanzar la desocupación de las mujeres
en la expansión.
* Entre los empleadores, las mujeres también sufren una menor desocupación.
* Podríamos decir que las mujeres no ven cambiar notablemente la proporción de desocupadas
* Hay una marcada diferencia entre sexos y entre las posiciones del sistema productivo: los que trabajan por cuenta
propia es mucho mayor que entre los asalariados.
Observamos la evolución de la misma durante la última década. La diferencia entre los sexos en la desocupación
trimestral y anual es muy importante:
La crisis reduce drásticamente la ventaja de los varones sobre las mujeres en términos de desocupación anual y
trimestral:
1. Las mujeres no sufren un aumento significativo de su desocupación trimestral mientras que los hombres casi la
duplican.
2. En cuanto a la probabilidad de recuperar la ocupación, los hombres pierden la ventaja hasta el extremo de que
las mujeres recuperan el empleo con una ligera ventaja.
Para comprobar si esta atribución es correcta, analizamos a los asalariados españoles (nacidos en España) del sector
privado que trabajan en los sectores de la industria y de los servicios. Una vez apartados inmigrantes y los sectores más
variables (primario y construcción) observamos un comportamiento que se asemeja sobremanera a la media.
• La desocupación de las mujeres inmigrantes (fuera de la UE) tiene unas pautas muy semejantes a las de las
españolas.
• Las de los varones son semejantes a las de los españoles durante la expansión, la diferencia es que los inmigrantes se
recolocan mucho más rápida y completamente que los españoles. La crisis los desocupa cada trimestre el doble que a
los españoles y las pautas de recuperación empeoran hasta hacerse semejantes a las de los españoles.
Por otro lado, si observamos los resultados de estudio de la desocupación mediante la estadística de flujos de la EPA
(encuesta de panel rotante, pregunta la situación laboral de los entrevistados durante 6 trimestres seguidos (cada trimestre
se renueva 1/6 de la muestra) se muestran unos resultados sobre la dinámica del mercado de trabajo tanto en la
dimensión de la desocupación y la dinámica de la recuperación del trabajo) consistentes con el método utilizado en este
estudio.
En términos de fiscalidad general, es probable que la crisis conlleve serias dificultades a los contribuyentes para cumplir
con puntualidad sus obligaciones tributarias. Sin embargo, el estudio de la comparación entre la disminución del empleo
que estima la EPA y la caída que se ha producido en el conjunto de las afiliaciones a la seguridad social da una
impresión contradictoria.
1. Desde el año 2005, se mantiene la diferencia absoluta y disminuye el porcentaje de irregulares.
2. A partir del cuarto trimestre de 2008, sigue cayendo la diferencia relativa y disminuye en mayor medida el
empleo EPA que el número de afiliaciones en alta a la seguridad social.
1. desde 2000 hasta 2004 fue creciendo la diferencia entre los trabajadores extranjeros ocupados en la EPA y las
afiliaciones a la seguridad social de los extranjeros.
2. La regularización de 2005 consigue una importante disminución inicial de esa diferencia en términos absolutos
y relativos.
3. Pero a partir de 2006 se estabiliza la proporción de extranjeros laboralmente irregulares, con una media del 29%,
que es la que se mantiene el primer trimestre de 2010.
Esta presencia de forma continuada de un contingente tan numeroso de trabajadores radicalmente fuera del sistema fiscal
español ha supuesto una especie de “reforma laboral” en el margen de las ocupaciones de menor nivel en nuestro sistema
productivo que no encontrarían demanda solvente si cumplieran con sus obligaciones institucionales y fiscales vigentes.
Este contingente es la diferencia entre el ritmo de entrada de la inmigración económica y el ritmo de regularización de
los que estaban residiendo y trabajando. Ésto ha supuesto una especie de coste por la regularización que los nuevos
inmigrantes han tenido que pagar. Si se ralentiza el ritmo de entrada de nuevos inmigrantes, la regularización de la
totalidad de los que residan en España hará desaparecer esos puestos por la ausencia de demanda solvente. El hecho de
que la proporción de irregulares respecto a la seguridad social se ha mantenido durante la crisis, implica que se han
perdido en la misma proporción puestos regulares e irregulares. Si les hubiese sucedido lo mismo que a los españoles,
habrían perdido una mayor proporción de puestos irregulares. Los grandes números que ésto implica supone un
problema que merece más atención de la que se le dispensa: la masiva importación de desigualdad que ha supuesto la
inmigración, ha supuesto una reforma laboral parcial y encubierta de hecho, que no de derecho.
VII. CONCLUSIONES
1. Las sucesivas crisis de empleo que han tenido lugar en España en las tres últimas décadas han ido expulsando de
las ocupaciones a los trabajadores varones con menor nivel formativo. Por el contrario, desde 1985, los que
tienen estudios universitarios superiores han mantenido su alto nivel de ocupación, sin que éste sufriese
variaciones en función de la fase del ciclo económico.
2. El caso de los que tienen estudios primarios es especialmente preocupante porque en las edades que son la cima
de su carrera sólo tienen una tasa de ocupación del 66.7%. El tamaño de este colectivo disminuye rápidamente
por lo escaso de su reposición. El problema en el futuro inmediato es la importante caída de los que tienen como
máximo la ESO y que son un colectivo estable de más de 3 millones de varones, y que probablemente ocupen su
posición.
3. La cronificación de la situación de no-empleo de una parte creciente de los que tienen un menor nivel formativo
plantea una posible carencia de demanda solvente para contratar a los menos cualificados a los costes mínimos
existentes. La reducción del coste laboral de los trabajos que requieren escasa cualificación es especialmente
problemática.
a. Por lo ajustado de la relación entre los salarios y el coste de algunos gastos fijos como la vivienda
b. Porque una posible bonificación de las cotizaciones para esos empleos podría generar adaptaciones
espurias a esa solución.
4. No sólo hay una mayor desocupación en España que en el resto de países europeos de similar tamaño, sino que
la observación de las tasas de desocupación trimestral nos muestran que también hay una rotación mucho
mayor.
5. La comparación intersexual de las dos medidas de la desocupación (anual y trimestral) a lo largo de la última
década, junto con el estudio del ritmo de recuperación del empleo, da resultados muy diferentes para cada
sexo.Durante los años de expansión los varones tenían la mitad de desocupación que las mujeres y un ritmo de
recuperación del empleo algo más rápido y más completo. La llegada de la crisis ha igualado en gran medida la
situación de ambos sexos, ya que los varones han visto empeorar su situación. Este proceso de igualación de las
dinámicas de pérdidda y recuperación del empleo entre ambos sexos por empeoramiento de la situación de los
varones se produce de manera muy semejante cuando se estudian únicamente los asalariados del sector privado
de la industria y los servicios.
6. Si se considera lo perjudicial que resulta pasar periodos de no ocupación, y se constata el enorme contingente
que sufre esa situación cada año, esta forma de adaptación a las reglas de nuestro mercado de trabajo no parece
aceptable.
7. El crecimiento del empleo público durante la última década ha venido acompañado de un incremento de la
temporalidad de los contratos. La temporalidad en el sector público ha llegado hasta el extremo de coincidir con
la del sector privado cuando la crisis ha provocado el descenso de esta última.
8. Frente a una importante disminución de la irregularidad entre los españoles, los extranjeros desde 2007 han
mantenido estable su proporción de irregulares. El gran número (una media de 715.000 irregulares durante los
últimos 6 años) se puede interpretar como una reforma laboral espuria y encubierta.
Todo lo dicho sugiere la necesidad de una profunda reforma del mercado de trabajo con 2 objetivos prioritarios:
9. Evitar la cronificación de la progresiva caída de la tasa de empleo de los descualificados. Se entiende la gran
dificultad que encierra encontrar el equilibrio entre unos costes que posibilitasen la aparición de una demanda
solvente para unos trabajos de reducida productividad y las motivaciones para aceptarlos por parte de unos
potenciales trabajadores que pueden encontrar otras soluciones para el mantenimiento de su desocupación. Ya
que cuanto más cercanos estén los rendimientos del trabajo y del no-trabajo, mayor será la rotación entre ambas
situaciones. A este respecto, convendría buscar soluciones eficientes para hacer accesible a los empleadores el
coste total de estos contratos, sin perder su aceptabilidad.
10. Reducir de forma eficiente la desmesurada dinámica de la desocupación, en la medida en que depende de la
regulación de la contratación: sería recomendable la creación de una sola forma de contrato, siempre con
duración indeterminada, con una progresión tan continua de la cuantía por año trabajado de la indemnización
por despido que eliminase la funcionalidad económica de los constantes vencimiento, y con ella, las
finalizaciones de la relación laboral sin otra causa que las actuales ventajas (directas o indirectas) asociadas al
final del plazo del contrato.
Tema 5. Elementos de contexto para el análisis
5.1. La presencia del pasado
Cuando nacían los españoles en 1936, se producía una guerra civil que
generaba un decisivo retraso en el sistema productivo. Se produjo una brecha
demográfica profunda, la ruralización de la sociedad, una fractura económica,
una parálisis política, una desconexión internacional y un empobrecimiento
cultural y formativo difícil de restañar. La estructura sectorial anterior no se
recuperaría hasta 1964.
A partir de esta fecha aquella generación disfrutó en su juventud del desarrollo
económico, se casó más y le sobrevivieron más hijos que nunca y protagonizó
la transición democrática antes de alcanzar la madurez. Tras la integración
europea se están beneficiando de la jubilación más temprana, más protegida y
más segura de la historia de España.
Se puede afirmar que el comportamiento laboral global de los españoles con
importantes diferencias de edad ha sido, es y será notablemente diferente. Sin
lugar a dudas las edades a las que se jubilarán los jóvenes de hoy será
diferente (posterior) a las edades en las que se han jubilando y se están
jubilando actualmente.
Los muy distintos niveles educativos de las sucesivas generaciones son la
base en la que se fundan esas diferencias.
Se parte de que la mayoría de las reconversiones del empleo de las dos
recesiones del último cuarto del siglo anterior (1976-1985 y 1991-1994) son
fenómenos transitorios. Su carácter convulso está asociado a una cierta forma
de arreglo de cuentas en relación al atraso previo y a las importantes
diferencias sociales y económicas respecto a Europa de la España autárquica
de la dictadura.
La incorporación a la Unión Europea, la equiparación educativa y el proceso
general de integración de la sociedad española permite prever una mayor
estabilidad y un acercamiento a las estructuras productivas de nuestro entorno
europeo.
5.2. El vuelco formativo de los españoles
Es un tópico científico consolidado que, en España, la participación en el
trabajo extradoméstico está fuertemente asociada a la estructura de la
formación por varios factores. El más decisivo es la influencia del nivel de
cualificación en la oferta de trabajo femenino.
Por otra parte, en el último cuarto de siglo las sucesivas reconversiones del
empleo han afectado en mucha mayor medida a los varones cuanto menor
fuese su nivel formativo. Hay una asociación entre bajos niveles de estudios y
salida anticipada del empleo tanto en varones como en mujeres.
En función de sus efectos sobre el trabajo, los diferentes niveles formativos se
pueden agrupar en tres colectivos diferentes:
1.- Los que no han terminado el primer nivel de la formación reglada. Este
grupo se puede denominar “sin estudios”.
2.- Los que han realizado estudios reglados básicos de carácter general
(Enseñanza Primaria, ESO, EGB2 y Bachillerato Elemental). Este grupo se
puede denominar de “estudios básicos”.
3.- Los que han obtenido el título correspondiente a una formación aceptada
para las tareas que se llevan a cabo en los puestos de trabajo (Bachillerato
Superior, Formación Profesional y Estudios Universitarios). Este grupo se
puede denominar de formación “laboral”.
Las tres características que tienen la formación laboral son la cualificación
aplicada al trabajo, la especialización y la orientación terminal.
Si bien el bachillerato superior y los cursos de preparación para la universidad
no reunían estos tres rasgos, se han considerado como estudios laborales
porque el alto nivel relativo de quienes los habían cursado facilitaba su
inserción laboral, especialmente para la gestión administrativa.
La tabla de los niveles de estudios por cohortes en la EPA del tercer trimestre
de 2004 muestra las proporciones de cada nivel de estudios en cada cohorte
desde la nacida en 1916-20 hasta 1981-85. Aparecen destacados dos
cohortes, la de 1936-40, caracterizada porque la mayoría se jubilaron en 2004
y la de 1966-70, cuya proyección es la jubilación en 1930.
Para estudiar la ocupación en función de los estudios, se puede considerar
consolidada la nacida en 1971-75 porque ya ha estabilizado las proporciones
de sus niveles formativos.
Del total de la población que han terminado los estudios, la mitad son los que
tienen formación básica. Y mientras decrecen los que no tienen estudios, en
proporción semejante aumentan los que los tienen de carácter laboral,
mostrándose con claridad un vuelco formativo.
La cohorte nacida en 1936-40 fue la que marcó la primera frontera del cambio
de niveles formativos. Primero fueron los analfabetos los que llegaron a
proporciones residuales, y a continuación se produjo la progresiva desaparición
del resto del grupo.
La formación básica va teniendo una mayor variación entre las mujeres que
entre los varones. Se pasa de un 45% en las mujeres nacidas entre 1916-20 a
un 66% en las nacidas entre 1946-50. A partir de esa cohorte el incremento
formativo de las mujeres cobra una apariencia imparable. La proporción de las
que no tienen estudios se reduce entre las más jóvenes por debajo del 1%,
mientras que la formación básica pierde (entre las de 1976-80) su característica
de contener a la mitad de la población para aproximarse a una cuarta parte.
Los varones, partiendo de niveles formativos superiores, se encuentran
actualmente en niveles sensiblemente inferiores a las mujeres.
El centro de la evolución educativa se muestra fundamentalmente en los
estudios laborales. Los varones nacidos a principio de siglo conseguían títulos
“laborales” en más de un 10%. Por entonces las mujeres sólo terminaban estos
estudios en un 3%. En la cohorte de 1976-80, los varones han obtenido títulos
laborales en un 61% mientras que sus compañeras ya han terminado ese tipo
de estudios en un 73%.
Si se atiende a su composición, conviene como mínimo observar la cohorte de
1971-75 la mayoría de cuyos componentes ya ha terminado de estudiar. En
ella los varones han concluido los estudios universitarios en un 23% y las
mujeres en un 32%. Aunque en todos los niveles de estudios laborales la
ventaja de las mujeres sobre los varones se incrementa en cada cohorte, entre
los universitarios el margen a favor de la smujeres es mayor y crece más
deprisa.
Esta realidad genera una transformación tanto en el mercado de trabajo como
en la constitución y consolidación de las parejas. Su efecto sobre la fecundidad
marcará la pauta reproductiva del próximo futuro. Sin embargo, en el terreno de
la jubilación, estas cohortes tardarán más de cuarenta años en jubilarse, y por
lo tanto quedan relativamente fuera del espacio analítico que aquí se plantea.
Es importante constatar que el 85% de los varones que se jubilaron el último
cuarto del siglo XX no tenían estudios de mayor nivel que los primarios. Esa
jubilación tiene una clara dimensión de mejora de la cualificación de los
ocupados ya que esos jubilados con escasa o nula formación han sido
sustituidos por jóvenes con un nivel educativo muy superior.
5.3. El factor decisivo: la tasa de ocupación
Es sabido que el equilibrio del sistema de pensiones reposa sobre tres factores
fundamentales:
a.- La relación entre el número de pensionistas y la población en edad de
trabajar.
b.- La tasa absoluta de ocupación de la población en edad de trabajar.
c.- La cuantía de la pensión media respecto a la productividad media.
El primer factor se ha solido estudiar haciendo demografía poblacional, sin
tomar en cuenta que la edad de trabajar no es un dato fijo, sino una realidad
profundamente cambiante. Consecuentemente, los cálculos no han recogido
variaciones y resultados de carácter decisivo.
Lo importante no es cuánta población hay en cada momento sino cuántos
ocupados, y para ser más exactos, lo decisivo es la cantidad de afiliados en
alta que cotizan a la Seguridad Social.
El crecimiento de la afiliación a la Seguridad Social es otro elemento que ha
sorprendido a los analistas. Al margen de otras explicaciones sociológicas a
este crecimiento, hay un elemento obvio y es que la economía sumergida ha
disminuido considerablemente. Parece claro que el que se generalice el pago
de las cotizaciones a todos los ocupados es otro de los factores básicos para
que el sistema sea sostenible.
A pesar de las medidas tomadas a finales de la década de los noventa para
facilitar la anticipación de la jubilación, la fuerza del proceso social prevaleció
respecto a estos incentivos.
Es importante este proceso ya que cada año que un grabajador sigue
cotizando es un año que se resta de gasto en pensiones y un año en el que
sigue aportando su producción. Como consecuencia de las jubilaciones
anticipadas se dan importantes exenciones de cotización a las empresas y a
los trabajadores.
Por ello, en lugar de utilizar el concepto de jubilación como paso de la
ocupación a la desocupación con cobro de pensión, es mejor usar el de
abandono empírico de la ocupación, que incluye. Paro temporal o definitivo,
baja indefinida, incapacidad laboral, etc. Aplicando este criterio, la edad media
de “jubilación efectiva” en 2002 es sensiblemente más joven que la de 62,5
años que proporciona el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales (MTAS). Que
se refiere únicamente al paso administrativo a la jubilación.
A pesar de la reconocida relevancia del concepto de la tasa absoluta de
ocupación, salvo el trabajo del MTAS de 1994, no se han realizado estudios
que hagan prospectiva de las tasas previsibles de ocupación.
La ausencia de estos estudios se debe a varias razones:
La primera reside en la no disponibilidad de datos fiables de los que deducir de
forma directa estas biografías formativas y ocupacionales. La Tesorería de la
Seguridad social tiene importantes datos pero carece de variables individuales
básicas (ejemplo: nivel de estudios).
La segunda razón estriba en que se parte del supuesto de que lo que define la
oferta de trabajo es la delimitación legal de las edades potencialmente activas,
condicionadas por las declaraciones de los interesados sobre su disponibilidad
para el trabajo. Esto es la denominada Población Activa. Sin embargo, las
edades nominales hace tiempo que no concuerdan con las empíricas y las
declaraciones de disponibilidad no coinciden con la ocupabilidad objetiva.
La tercera razón se basa en el sobreentendido de que la ocupación es un
elemento no directamente sensible a las políticas y que, si resulta necesario
realizar ajustes, es más sencillo hacerlo sobre las reglas económicas que rigen
el acceso y las cuantías de los derechos de pensión.
Apoyar estos estudios en la demografía de las edades sin entrar en un análisis
más riguroso no sería grave en una economía estable, pero la evolución
convulsa que ha sufrido el mercado de trabajo español desde el último cuarto
de siglo y la transformación del nivel formativo de los futuros trabajadores hace
que ignorar sus efectos laborales y productivos desvíe drásticamente cualquier
proyección.
Otro elemento que aconseja considerar de forma separada a los parados de los
ocupados es además de la cotización, la decisiva diferencia entre la producción
de los efectivamente ocupados, de un lado, y el coste económico de los
cubiertos por el seguro de desempleo y el coste individual y social de los que
no lo está, de otro.
De este modo, la proyección de la ocupación dará como producto
complementario una estimación de la dependencia económica entre ocupados
y no ocupados.
5.4. La dimensión generacional del trabajo de los varones
En el año 1964 la mitad de los varones ya trabajaban a la edad de 15
años. Para que la mitad de los mayores hubiesen dejado el empleo tenían que
alcanzar los 67 años de edad. Desde esta perspectiva, la vida laboral media
duraba 52 años. En 1994 las edades correspondientes eran 24 y 59 años.
Los 52 años de tres décadas atrás se habían reducido a 35. Respecto a esta
última duración transversal, los 17 años de disminución suponen la mitad de la
vida laboral actual.
Del mismo modo, la cohorte de los nacidos en 1984, que en 2004 alcanza –a
la edad de 20 años– el 50 por ciento de ocupación, es más que previsible que
no llegue a la mitad de su ocupación a los 59 años, como la que lo hacía en
1994, ni siquiera a la de 62 años, como lo hacen los de esa edad en 2004,
sino, muy probablemente, más tarde. Además su nutrida formación
profesional y universitaria les permitirá una flexibilidad laboral
incomparablemente mayor que la que poseían sus antecesores.
3.- La masiva expulsión del mercado de trabajo que sufrieron los varones
durante las crisis de empleo, en los años 1977-1985 y 1991-1994, les afectó
de manera que los licenciados universitarios no perdieron el empleo y los
menos cualificados fueron expulsados del trabajo de manera más intensa
y definitiva cuanto menor era su nivel formativo. Resulta evidente que la
educación protege de la expulsión del mercado de trabajo.
El
profesor
Luis
Garrido
analiza
la
temporalidad
en
el
mercado
laboral
español
desde
la
perspectiva
del
año
1995.
Un
mercado
laboral
cuyas
características
vienen
condicionadas
principalmente
por
cuatro
hechos:
la
inercia
heredada
del
régimen
franquista,
la
transición
política
a
la
democracia,
la
reconversión
estructural
impuesta
por
la
crisis
de
1976-‐85,
y
la
crisis
de
1992-‐94.
La
estructura
del
sistema
productivo
español
durante
el
franquismo
se
caracteriza
tanto
por
la
descualificación
de
los
trabajadores
como
de
gran
parte
de
las
empresas.
Los
trabajadores
no
disponían,
en
su
mayoría,
de
una
formación
profesional
adecuada,
y
las
empresas
carecían
del
capital
organizativo
para
generar
una
tecnología
propia,
lo
cual
significaba
una
notable
impotencia
para
competir
en
el
mercado
internacional.
La
supervivencia
de
las
empresas
se
lograba
mediante
el
aislamiento
comercial
y
un
pacto
social
implícito
que
aseguraba
la
estabilidad
en
el
empleo
a
cambio
de
la
renuncia
a
derechos
laborales
básicos.
La
falta
de
productividad
se
compensaba
con
una
organización
de
la
producción
intensiva
en
mano
de
obra.
A
la
apertura
exterior
de
la
economía
española
le
siguió
una
crisis
internacional,
y
la
reconversión
sectorial,
social
y
organizativa
que
confluyó
con
la
transición
a
la
democracia,
golpeó
duramente
a
la
ya
de
por
sí
poco
preparada
población
ocupada.
Las
respuestas
a
la
crisis
tuvieron
que
esperar
hasta
los
Pactos
de
la
Moncloa
de
1977,
y
cuando
en
1979
se
produjo
una
segunda
convulsión
en
los
precios
relativos
de
la
energía,
la
caída
del
número
de
asalariados
y
de
empleadores
puso
en
evidencia
las
debilidades
del
tejido
productivo
y
las
insuficiencias
en
el
cumplimiento
de
las
reformas
propugnadas
en
los
pactos.
Los
trabajadores
que
perdieron
su
puesto
se
vieron
compensados
por
las
altas
indemnizaciones
de
los
despidos,
aunque
esto
no
era
suficiente
para
mitigar
el
daño
objetivo
y
la
frustración
del
desempleo.
Los
empresarios,
por
su
parte,
aprendieron
a
temer
los
costes
del
despido
como
uno
de
los
enemigos
de
su
propia
supervivencia.
Los
sindicatos
dedujeron
que
la
protección
de
los
trabajadores
era
irrenunciable
pues
en
muchos
casos,
ante
la
incapacidad
para
emigrar
o
reconvertirse,
el
desempleo
significaba
la
“muerte
laboral”
de
muchos
trabajadores.
Nos
encontramos
pues,
ante
una
mortalidad
de
los
puestos
de
trabajo
y
de
las
empresas
en
el
marco
de
un
espacio
productivo
notablemente
rígido.
Las
respuestas
que
la
sociedad
y
el
Estado
han
dado
a
la
regulación
del
mercado
de
trabajo
parecen
altamente
condicionadas
por
la
experiencia
de
la
reconversión
estructural
que
impuso
la
crisis
de
1976-‐85.
En
las
sucesivas
legislaciones
se
ha
actuado
fundamentalmente
sobre
la
entrada
en
el
trabajo
multiplicando
las
formas
de
contratación,
pero
no
sobre
las
condiciones
del
despido
que
en
las
nuevas
contrataciones
indefinidas
no
han
sufrido
apenas
modificación.
Se
ha
mantenido
la
alternativa
entre
contratos
temporales
con
muy
escasos
derechos
y
unos
contratos
indefinidos
que
se
blindan
progresivamente
con
la
antigüedad.
La
política
del
paro
y
de
gestión
de
la
jubilación
ha
tenido
más
un
carácter
de
adaptación
económica
y
política
a
las
convulsiones
laborales
y
a
la
inercia
de
la
mortalidad
de
puestos
y
empresas,
que
a
una
dirección
ejecutiva
sobre
la
estructura
social
y
el
sistema
productivo.
En 1995 la extensión de la contratación temporal en España es notoria.
Durante
la
aguda
crisis
de
empleo
de
1976-‐85
el
paro
juvenil
y,
sobre
todo,
el
del
colectivo
que
buscaba
su
primer
empleo
creció
de
forma
vertiginosa
en
el
sector
privado,
y
esto
generaba
una
imagen
de
bloqueo
en
la
inserción
laboral
de
los
jóvenes.
Sin
embargo,
la
expulsión
de
los
mayores
de
la
ocupación
era
anterior
y
más
continuada,
aunque
no
hubo
una
percepción
coherente
de
la
magnitud
del
problema.
Solo
parecía
preocupar
su
reflejo
en
el
crecimiento
del
número
de
pensionistas.
Con
la
recuperación
económica
de
1986-‐91
los
jóvenes
recobran
parte
del
terreno
perdido
mientras
los
mayores
siguen
descendiendo
su
proporción
de
ocupación,
y
la
llegada
de
la
crisis
de
1992-‐94
agrava
aún
más
la
situación
de
los
mayores
de
54
años.
Hoy
en
día
(1995)
la
desocupación
del
grupo
de
edad
de
53
a
64
años
ha
alcanzado
el
47,1%
de
la
que
7,5
puntos
pertenecen
al
paro,
mientras
que
el
39,6%
ha
pasado
a
la
inactividad.
Pero
dicho
47%
de
no-‐ocupación
no
se
distribuye
de
forma
homogénea
entre
todos
los
varones
en
función
de
su
edad;
los
menos
cualificados
pierden
antes
su
trabajo
y
lo
recuperan
con
mayor
dificultad.
Quienes
no
cursaron
estudios
están
fuera
de
la
ocupación
en
un
61%
(72%
en
el
caso
de
los
analfabetos)
mientras
que
los
universitarios
de
dicha
horquilla
de
edad
(53-‐64
años)
el
78%
mantiene
su
ocupación;
la
expulsión
de
los
mayores
se
ha
producido
asociada
a
su
escasa
cualificación.
Cuando
se
comparan
las
ocupaciones
que
tenían
los
que
han
dejado
de
trabajar
con
los
que
siguen
haciéndolo,
dentro
del
mismo
grupo
de
edad,
se
constata
que
los
puestos
de
trabajo
también
requerían
menor
cualificación.
Cuando
la
transformación
social
y
tecnológica
hace
desaparecer
los
puestos
de
menor
cualificación,
los
conocimientos
y
hábitos
adquiridos
no
sirven
de
base
para
las
nuevas
cualificaciones
necesarias.
Existen
dos
tipos
de
estabilidades
en
el
puesto
de
trabajo
que
no
son
iguales
y
no
tienen
por
qué
ir
unidas.
Por
una
parte
está
la
estabilidad
contractual,
que
se
define
por
la
división
entre
los
contratos
indefinidos
y
todos
los
demás.
Por
otra,
la
estabilidad
conjunta
de
los
puestos
y
las
personas
que
los
ocupan,
la
estabilidad
empírica,
que
se
define
por
la
antigüedad
en
el
puesto
de
los
trabajadores,
ya
que
esta
permanencia
en
el
mismo
puesto
implica
a
la
vez
continuidad
del
puesto
y
del
trabajador,
y
consecuentemente
la
estabilidad
de
ese
empleo.
La
estabilidad
contractual
y
la
empírica
entre
los
varones
asalariados
del
sector
privado
ha
tenido
dos
fases
diferenciadas:
la
primera
desde
1986
a
1991,
y
la
segunda
de
1992
a
1995.
En
la
primera
fase
la
proporción
de
contratos
temporales
se
duplica
y
la
temporalidad
empírica
se
distancia
progresivamente
de
la
contractual
hasta
el
cuarto
trimestre
de
1991.
A
partir
del
tercer
trimestre
de
1991
la
contractual
se
estabiliza
en
torno
al
38%
hasta
el
primer
trimestre
de
1994,
período
en
el
que
la
temporalidad
empírica
presenta
un
comportamiento
cíclico
en
respuesta
a
la
estacionalidad
de
la
variación
del
empleo.
Pero
el
saldo
total,
sobre
todo
a
partir
del
segundo
trimestre
de
1993
es
de
un
notable
crecimiento
de
la
temporalidad
empírica,
lo
que
unido
al
relativo
estancamiento
de
la
temporalidad
contractual
compensa
la
progresiva
separación
de
la
fase
anterior.
Si
observamos
otro
planteamiento
de
la
temporalidad
que
no
atiende
a
la
antigüedad,
como
es
la
proporción
de
asalariados
que
estando
contratados
temporalmente
en
la
fecha
inicial
continúan
trabajando
(en
esos
puestos
o
en
otros)
y
cuyo
porcentaje
se
sitúa
en
torno
al
80%
durante
todo
el
período,
y
lo
combinamos
con
la
extraordinaria
variación
de
la
temporalidad,
podemos
apuntar
que
el
crecimiento
de
la
rotación
lo
es
de
los
mismos
trabajadores.
A
partir
del
decreto
de
1992
se
estabiliza
la
proporción
de
la
contratación
temporal
alrededor
del
40%.
Pero
la
proporción
de
asalariados
del
sector
privado
que
tiene
una
antigüedad
menor
de
un
año
pasa
del
27%
al
41%
en
1995.
A
partir
de
otoño
de
1991,
durante
una
profunda
crisis
de
empleo,
el
empleo
con
contrato
fijo
disminuye
durante
un
semestre
en
320
mil
asalariados
mientras
que
el
número
de
temporales
permanece
estable.
Y
cuando
en
1992
cambian
las
condiciones
de
acceso
al
seguro
de
desempleo,
los
empresarios
tienen
sobre
sí
el
creciente
coste
de
los
despidos
que
sigue
siendo
de
trabajadores
con
contrato
indefinido
y
largas
antigüedades.
La
constante
legislación
laboral
desde
1992
y
las
expectativas
de
un
posible
cambio
de
gobierno
desde
1993,
impulsan
a
los
empresarios
a
invertir
en
capital
fijo
y
a
posponer
la
contratación
de
personal
o
efectuarla
en
condiciones
de
mayor
temporalidad
empírica
en
espera
de
mejores
oportunidades
para
el
despido;
los
empresarios
huyen
de
la
antigüedad
como
de
una
grave
enfermedad.
Se
supone
que
un
empleador
no
despide
a
un
trabajador
que
cumpla
con
sus
tareas
salvo
que
la
empresa
vaya
mal,
pero
como
los
empresarios
temen
una
acumulación
de
derechos
por
parte
del
trabajador,
la
solución
drástica
pasa
por
despedir
cada
seis
meses
desplazando
los
costes
a
las
situaciones
fáciles
para
la
empresa.
Es
por
esta
razón
que
se
puede
observar
en
el
mercado
de
trabajo
español
de
1995
una
creciente
temporalidad
empírica
que
no
parece
razonable
atribuir
a
la
estructura
productiva.
En
relación
con
el
aumento
de
la
rotación
se
pueden
nombrar
varios
componentes
institucionales.
El
primero
es
la
estructuración
de
la
reforma
laboral,
que
para
favorecer
la
contratación
indefinida
prohíbe
las
prórrogas
de
las
contrataciones
temporales,
lo
cual
puede
hacer
preferible
el
despido
del
trabajador
antes
de
hacerlo
indefinido.
Otro
factor
son
las
erráticas
respuestas
judiciales
a
la
ambigüedad
de
la
legislación
sobre
despido
por
causas
económicas.
Por
último,
y
no
menos
importante,
se
podría
citar
las
posturas
de
las
asesorías
laborales,
en
las
cuales
delegan
muchos
empleadores
dado
la
complejidad
de
la
legislación
laboral.
Dichas
asesorías
tenderían
a
priorizar
el
cumplimiento
de
la
ley
sin
considerar
los
costes
que
genera
despedir
a
trabajadores
productivos.
Las
importantes
disminuciones
de
la
ocupación
de
los
jóvenes
y
los
mayores
(junto
con
la
desaparición
del
trabajo
infantil
y
del
empleo
asalariado
de
los
ancianos)
se
han
visto
cubiertas
por
el
estado
a
través
de
la
enseñanza
y
las
pensiones.
Las
prestaciones
por
desempleo
las
disfrutan
ambos
colectivos
pero
favorecen
en
mayor
medida
a
los
que
tienen
más
edad.
Es
indicativo
que
la
primera
huelga
general
se
convocase
en
relación
a
la
reforma
de
las
pensiones,
y
la
segunda
como
protesta
por
el
plan
de
empleo
juvenil,
cuyo
contenido
exacto
no
se
hizo
público.
Aunque
la
reforma
de
las
pensiones
limitó
la
vía
de
acceso
y
las
cuantías,
su
aplicación
hizo
crecer
el
número
de
pensionistas
y
el
gasto
público,
por
lo
cual
se
han
convertido
en
un
arma
electoral
letal.
Sin
embargo
las
condiciones
de
estabilidad
y
calidad
del
empleo
juvenil
no
mejoraron
aunque
se
consiguiese
la
extensión
a
los
jóvenes
de
la
cobertura
por
desempleo.
No
obstante,
cuando
se
planteó
el
plan
de
empleo
juvenil,
la
inserción
de
los
jóvenes
se
había
desbloqueado
por
la
acción
de
la
recuperación
económica
y
el
crecimiento
de
la
contratación
temporal.
A
pesar
de
la
alta
rotación,
los
despidos
crecen
en
relación
con
las
finalizaciones
de
contratos,
y
la
nueva
normativa
de
las
prestaciones
por
desempleo
que
favorece
a
los
mayores
los
coloca
como
más
probables
candidatos
al
despido.
Entre
1991
y
1993
se
duplicó
la
proporción
de
aquellos
que
se
acogen
a
la
cobertura
por
desempleo
provenientes
de
los
expedientes
de
regulación
de
empleo
(ERE).
Este
hecho
muestra
que
la
gran
diferencia
entre
la
productividad
de
ambos
colectivos
compensa
a
los
empresarios
de
los
costes
de
rescisión.
Son
numerosos
los
efectos
no
deseables
de
la
rotación
con
estancias
breves
en
los
puestos.
En
primer
lugar
están
los
efectos
adversos
en
la
eficiencia,
tanto
del
sistema
productivo
como
de
la
alteración
del
mercado
de
trabajo,
pues
la
rotación
solo
es
indiferente
en
los
puestos
de
baja
cualificación,
en
el
resto
conlleva
disminuciones
de
la
productividad
e
interferencias
en
la
fijación
de
los
salarios.
Entre
los
individuales
se
puede
destacar
la
incertidumbre
y
el
desánimo
de
los
trabajadores
que
se
ven
imposibilitados
para
identificarse
con
sus
tareas
y
planificar
sus
vidas.
Otro
efecto
es
la
dilapidación
de
las
capacidades
genéricas
obtenidas
en
la
formación
de
base
y
de
las
específicas
de
la
experiencia
laboral
concreta.
Menor
rendimiento
del
capital
humano,
aumento
de
la
rigidez
del
mercado
laboral
(que
se
acomoda
a
situaciones
de
paro
masivo)
y
creciente
segmentación
de
los
ocupados
parecen
causas
suficientes
para
generar
una
respuesta
social
amplia.
Pero
al
parecer
la
sociedad
consiente
que
se
produzca
tal
desigualdad
entre
unos
y
otros
trabajadores.
Una
posible
respuesta
la
encontramos
en
la
interpretación
generacional
del
fenómeno.
Los
jóvenes
gozan
de
una
mejor
formación
y
mayor
flexibilidad
que
los
mayores,
así
para
equilibrar
las
diferencias
se
reducen
los
derechos
de
estabilidad
de
los
nuevos
empleados
y
se
protege
a
los
trabajadores
más
desfavorecidos
en
proporción
a
la
diferencia
entre
ambos
grupos.
Si
con
estas
condiciones
de
empleados
jóvenes
rotando
en
los
puestos
de
trabajo
y
trabajadores
mayores
sobreprotegidos
se
ha
producido
un
desplazamiento
mayor
de
estos
últimos
¿qué
hubiera
sido
de
ellos
sin
la
sobreprotección
de
su
seguro
de
antigüedad?
Por
lo
tanto,
se
puede
hablar
de
un
pacto
entre
las
generaciones
que
mantiene
los
derechos
de
estabilidad
de
los
trabajadores
mayores
mientras
se
les
niega
a
los
jóvenes
para
aminorar
el
ritmo
de
desplazamiento
de
sus
antecesores.
También
se
puede
formular
esta
idea
mediante
el
concepto
de
“preferencia
revelada”
sobre
la
distribución
de
los
derechos
en
que
la
sociedad
admitiría
dicha
desigualdad:
a
la
mala
fortuna
de
haberse
incorporado
al
mercado
laboral
en
momentos
especialmente
difíciles,
le
corresponde
la
ventaja
de
vivir
en
un
país
con
unas
condiciones
políticas,
económicas
y
culturales
mucho
mejores
que
los
que
ahora
gozan
de
una
mejor
posición
laboral.
Aunque
esta
clase
de
formulaciones
son
ambiguas
y
etéreas,
habría
que
definir
los
actores
de
este
fenómeno
o
comportamiento.
En
principio
el
escenario
en
el
que
actúan
cuenta
con
tres
ámbitos
diferentes:
el
político,
el
de
los
agentes
sociales
y
el
familiar.
En
el
ámbito
político
el
campo
preferente
es
el
electoral,
en
el
que
no
es
imprescindible
una
organización
concreta
para
defender
los
intereses,
y
los
jubilados
pueden
hacer
valer
sus
preferencias
contando
con
el
pragmatismo
que
imprime
la
edad.
Entre
los
jóvenes
se
da
un
menor
pragmatismo
y
una
mayor
indefinición
de
sus
intereses,
y
en
este
sentido
la
abstención
o
el
voto
contra
el
gobierno
no
son
armas
electorales
eficientes.
Entre
los
empresarios
es
minoritaria
la
presencia
de
jóvenes,
y
en
los
sindicatos
tienen
mayor
peso
el
sector
público,
los
trabajadores
fijos,
las
grandes
empresas
y
los
adultos.
En
estas
condiciones
es
difícil
que
los
jóvenes
tengan
una
representación
eficiente
y
tras
la
huelga
de
1988,
gobierno,
empresarios
y
sindicatos
fueron
agentes
de
un
pacto
que
respondía
a
los
intereses
de
los
negociadores.
Entonces
¿por
qué
toleran
los
jóvenes
semejante
pacto?
La
respuesta
seguramente
haya
que
buscarla
en
el
ámbito
familiar.
La
aceptación
social
de
las
decisiones
públicas
se
produce
en
el
seno
de
las
familias;
es
el
ámbito
donde
se
dirimen
la
organización
y
la
distribución
de
las
dedicaciones
vitales
como
la
prolongación
de
los
estudios
de
los
hijos
mayores,
la
necesidad
de
sueldos
complementarios
etc.
La
coexistencia
familiar
es
la
condición
de
posibilidad
de
la
consolidación
de
esos
pactos
que
se
producen
en
el
espacio
público.
Se
puede
decir
que
los
jóvenes
aceptan
o
intercambian
unas
condiciones
laborales
desfavorables
o
aplazadas
por
la
tolerancia
de
la
familia
y
su
preparación
mediante
los
estudios
para
una
vida
laboral
adulta.
Se
produce
una
relativa
digestión
familiar
de
la
imposición
de
los
pactos
exteriores;
el
grueso
de
los
recursos
en
forma
de
rentas
va
a
parar
a
los
mayores,
mientras
los
menores
reciben
servicios
familiares
y
formación
estatal.
La
competencia
laboral
se
equilibra
por
sexo
y
se
desequilibra
por
edad.
Estudios
efectuados
y
regresiones
logísticas
muestran
cómo
el
componente
generacional
es
un
determinante
primordial
en
las
diferentes
probabilidades
de
tener
un
contrato
temporal.
En
estas
condiciones
se
puede
concluir
que
el
pacto
impuesto
por
el
espacio
público
se
resuelve
en
el
ámbito
familiar
con
un
reparto
desigual
de
la
temporalidad
cuya
componente
básica
es
la
generacional.
Tema 7 – BIOGRAFÍAS LABORALES POR SEXO Y NIVEL DE ESTUDIOS.
El estudio de Luis Garrido Medina se basa en la posibilidad de que las trayectorias longitudinales
de la ocupación presenten unas configuraciones con regularidades que permitan su utilización
como instrumentos de pronóstico del futuro comportamiento laboral de las cohortes.
Lo que define que el sistema productivo pueda mantener las formas básicas del Sistema de
1
Seguridad Social es la proporción de población que está ocupada en dicho sistema productivo.
(La variable fundamental es la tasa absoluta de ocupación (TAO), también denominada por
algunos autores “tasa de empleo”, que es la cantidad de ocupados dividida por la población. Si
hablamos de grupos de sexo y edad, será en cada caso la proporción de los ocupados de cada
grupo de sexo y edad, respecto a la totalidad de los miembros de ese grupo.).
Cuantas más necesidades cubra la SS, mayor tendrá que ser la proporción, intensidad y la
productividad de los que trabajan. Además de trabajar más, hay que hacerlo en el mercado (y no
en la familia).
El periodo estudiado consta de 113 ciclos trimestrales de la Encuesta de Población Activa (EPA) y
va desde el 3º trimestre de 1976 al 3º de 2004. Eso significa que estamos hablando del orden de
17 millones de entrevistas diferentes a personas con 16 o más años de edad.
La EPA es una fuente estadística de primer orden, por su tamaño, continuidad y calidad de la
información. Dos aspectos positivos para los fines aquí perseguidos:
Dado que no se tienen todos los datos retrospectivos, se recurre al método de las cohortes
“ficticias”. De esta forma es posible el estudio de las generaciones de ocupados atendiendo a las
características estables.
Este método consiste en observar los cambios (por ejemplo anuales) de los colectivos que son
delimitables por variables que permanecen invariables para cada individuo a lo largo del tiempo.
El año de nacimiento es una característica estable para cada persona. Si queremos observar la
tasa de ocupación de los nacidos en 1950, desde 1976 a 2004 no nos queda otro remedio que
utilizar cohortes ficticias, puesto que los entrevistados a lo largo de el periodo indicado no son las
mismas personas, pero son personas que representan al colectivo ya que nacieron en 1950. Este
método es más fiable que utilizar encuestas retrospectivas puesto que la memoria de las
personas tiene poca precisión.
Este estudio hace previsiones hasta 2030 respondiendo a las alarmas demográficas pero aclara
que no es razonable hacer previsiones lejanas manteniendo estable la tasa de salarización. (este
estudio es de 2005 y no sabían la que se nos venía encima)
Este estudio utiliza la definición de jubilación objetiva del colectivo y no la jubilación convencional.
Aquélla computa la desocupación como equivalente a la jubilación a partir de edades avanzadas.
Las formas de desocupación de los varones en edades próximas a la jubilación son
prácticamente equivalentes, tanto desde la perspectiva del gasto (seguro de paro, pensiones por
incapacidad laboral y otras), como de la merma de ingresos de la SS. 2
(Gráfico 4.1)
En este tipo de representación la superposición de las trayectorias implica estabilidad ya que las
cohortes superpuestas han seguido una trayectoria igual en el margen de las edades en el que
sus curvas coinciden. En otras palabras, los valores de la tasa de ocupación de la cohorte
siguiente coinciden con los del anterior. Éste es el caso de la época anterior a 1976 en que las
trayectorias son estables, son rectas de tramos de 5 años superpuestas en todo el margen de
edades que va de los 30 a los 50. Además la ocupación es prácticamente total. Esto se explica
debido a que en este periodo los estudios apenas tenían incidencia directa sobre el nivel de
ocupación. No cabía otra opción para los varones adultos que trabajar o emigrar.
Por el contrario, la presencia distintiva de las cohortes indica que su participación laboral a esa
edad ha sido diferente que la de las demás. El mundo uniforme del cual se hablaba en el
apartado anterior se quiebra con la crisis del 73 y se agrava en el 79 con la segunda explosión de
precios de la energía. A partir de 1980 las trayectorias se entrecruzan mostrando que las
convulsiones del mercado de trabajo golpean a cada cohorte a diferentes edades.
A destacar:
Yendo al otro extremo de la biografía laboral, a medida que las edades jóvenes se dedican de un 3
modo más general a los estudios, los que abandonan antes son más vulnerables a las dificultades
de incorporación al trabajo. Cuanto más alta sea la proporción de jóvenes que permanecen en el
sistema educativo, serán peores las condiciones personales y sociales de los que lo dejan en
comparación con los que siguen. La temporalidad interviene aumentando el espacio laboral
sometido a la competencia directa, y la abundancia de titulaciones perjudica a los que han dejado
antes sus estudios.
Otro elemento que refuerza este proceso es la disminución de los puestos de baja cualificación.
La cohorte que capta los efectos de las dos crisis del empleo en la España del último cuarto de
siglo, es la de los nacidos en 1946-50. Al observar las oscilaciones de las Tasas de Ocupación
(TAO) desde 1977 se comprueba que los crecimientos de la ocupación masculina en las fases
favorables del ciclo nunca han conseguido recuperar totalmente los descensos de las crisis.
Siguiendo con la cohorte 1946-50, se observa otra conclusión y es la expulsión del mercado de
una parte importante de la citada cohorte en las edades centrales de la biografía laboral
masculina.
La reversibilidad de la anticipación.
El tema central del análisis es la salida definitiva de la ocupación. La cohorte nacida de 1926-30
es la primera que sigue la pauta que posteriormente se convierte en relativamente estable para
todo el tramo vital que va de los 51-55 años de edad hasta la jubilación completa a los 70-74.
La reversibilidad de este proceso de anticipación pasa a ser, de este modo, uno de las cuestiones
claves de la prospectiva de la ocupación. ¿Son recuperables las tasas de ocupación superiores al
95% que eran típicas de la práctica totalidad de la fase central (25-59 años) de la carrera laboral
de los varones hace un cuarto de siglo?
- La disminución del tamaño de las cohortes fomenta el crecimiento de las tasas de
ocupación de los varones españoles. Si la demanda de trabajadores se mantiene o crece y
la oferta disminuye, significa que aumenta el nivel de ocupación. Ello repercute en una
disminución del paro, sobre todo el juvenil. La masiva inmigración que se registra desde la
segunda mitad de los 90 cubre la carencia de jóvenes sobre todo con bajo nivel formativo.
- La elevación de la ocupación y la disminución del paro fomentan la incorporación de
nuevos miembros a la población activa.
- Las cohortes que se incorporan al mercado de trabajo lo hacen más temprano, se casan
4
antes, tienen más hijos y su consolidación laboral es más estable.
- Las generaciones mayores se ven menos presionadas para abandonar el trabajo.
A la hora de explicar la evolución del empleo suele priorizarse la influencia del sistema productivo
sobre la estructura formativa. Las crisis de empleo consistían básicamente en la eliminación de
los puestos de trabajo de baja productividad e ineficaces y eran asediados por la presión social,
sindical y política. Esas presiones son las que expulsaban del espacio a las edades avanzadas en
las que predominaba una formación insuficiente con la consecuente rigidez para la recualificación.
El nivel de ocupación depende de un modo básico del nivel educativo. Esta dependencia contiene
de forma implícita un cierto grado de desplazamiento de los menos formados por parte de los más
cualificados.
La división por estudios permite entender esa combinación de factores que han intervenido en la
configuración de la salida de la ocupación.
La evolución longitudinal de la ocupación del grupo de los analfabetos es significativa por dos
motivos:
- Su presencia en las cohortes que ya se han jubilado es superior a la que suman los
jubilados de todas las enseñanzas laborales juntas.
- Efecto que tiene la carencia de conocimientos en un mundo productivo en transformación.
La cohorte de 1936-40 o antes contiene una importante presencia de varones que no saben leer.
La TAO en la parte central de la trayectoria laboral en los años 70 está por encima del 70%. Tanto
si en ese grupo se han contabilizado otras limitaciones, básicamente deficiencias mentales, como
si tenemos en cuenta de que en los años de los que estamos hablando hay una tasa media de
ocupación del 95%, se puede afirmar que en los últimos años 70 la participación laboral de los
analfabetos era más que mayoritaria.
Se puede observar en las 6 cohortes entre 1911 y 1940 (escogidas por ser las que contiene más
analfabetos) que cuanto más mayores son sus miembros al empezar la crisis en 1976, menor es
su resistencia a la salida del empleo. Cuando el descenso empieza, todo lo que consiguen las
fases favorables del ciclo es frenarlo. Prácticamente no se detectan recuperaciones. Las
expulsiones del trabajo se convierten en definitivas para la mayoría.
Mieentras que la media de todos los ocupados perdía el 11% en el embate de la crisis 1976-85,
antes de acercarse a la edad de jubilación, el colectivo que nos ocupa pierden entre el 20 y el
30%. De forma más clara que el resto del colectivo, esa pérdida no la recuperan, lo que se puede
interpretar como una jubilación más que anticipada. Podríamos hablar de una incapacidad laboral
formativa.
5
LOS QUE SABEN LEER, PERO NO TERMINARON LA PRIMARIA.
En 2004 el contingente de varones que no acabaron la primaria son 500.000 respecto a los más
de 12 millones en total entre 16 y 64 años.
Al preguntarnos si la situación del mercado tratará a este colectivo del mismo modo en el que las
crisis de 1976-85 y de 1990-94 trataron a los analfabetos, la respuesta es alentadora si
observamos la trayectoria de la cohorte de 1951-55. En la fase alcista 1995-2002 ha recuperado
la ocupación a pesar de ser sólo el 7%. En las cohortes anteriores los márgenes de integración
han ido en disminución confirmando la progresiva desaparición de puestos para los que no tenían
estudios.
Efecto de la competencia sobre los varones de menos estudios: si los estudios miden el valor
relativo de los trabajadores, el mercado responderá con precios relativos. Al jubilarse las
generaciones con niveles inferiores de estudios, los que pasan a ser los “últimos” es probable que
sufran una expulsión semejante a la que les tocó a sus predecesores.
La observación conjunta de los tres niveles de estudios analizados y los dos siguientes evidencia
que a medida que se avanza hacia niveles más altos, disminuyen a la vez la sensibilidad a las
crisis y la proporción de no-ocupados.
Si tomamos la cohorte 1966-70, la que sufrió en la juventud la crisis de mediados de los 80, están
sin empleo el 90% de los analfabetos, el 60% de los que no tenían estudios, el 40% los que sólo
tenían estudios primarios, el 30% de los bachilleres. Cuando llega el 2000 los bachilleres tienen
un 90% de ocupación, los que tienen estudios primarios un 80% y los que no tienen estudios no
llegan a un 70%.
Parece claro que los cambios en la estructura ocupacional que se han resuelto como crisis de
empleo han constituido una verdadera “reconversión de las ocupaciones” expulsando a los
trabajadores en proporción inversa a su cualificación.
Se observa una anticipación de la integración laboral de los jóvenes en la primera mitad del 2000
de los niveles bajos en formación.
LA FORMACIÓN LABORAL MASCULINA
La trayectoria de los varones con estudios superiores es relativamente independiente de los que
no los tienen. A pesar del comportamiento cíclico de la ocupación, los efectos son tan claramente
decrecientes al aumentar el nivel de estudios, que en los universitarios superiores son
inapreciables para todas las cohortes en el tramo central de la trayectoria laboral (34-55).
A partir del 87 se pueden observar las trayectorias de los que cursaron FP1(se considera
obligatoria) y los que cursaron BUP o equivalente. Pues bien, la integración de los que hicieron
6
FP1 es superior a los de BUP. Esta tendencia parece indicar que la formación profesional apunta
a liberarse de su dimensión de estudios “de segunda”, y que la especialización permite una
inserción mas temprana y eficiente.
Hasta 1977, el comportamiento de la ocupación tanto en varones como en mujeres sigue una
pauta biográfica estable. Es decir, lo que determina la situación de cada cohorte es la edad
porque cada una sigue la pauta de la que la precedió. Después de este momento, ninguna
cohorte posterior seguiría ya una trayectoria con esa configuración.
Gracias a otras fuentes consultadas se comprueba que las cohortes más antiguas de analfabetas
trabajaron en mayor medida en su juventud que las que están representadas en este tema.
Durante los 28 años aquí analizados (1976-2004) la participación de las analfabetas ha sido muy
escasa.
Este colectivo es importante (24% de las mujeres) en la cohorte de la guerra (nacidas en 1936-40.
Sólo 4 cohortes después, para las nacidas en 1956-60, no llega a un 4%. La ocupación de la
cohorte de la guerra tiene una salida del trabajo acelerada a partir de la edad de 47-51 años que
no se recupera con la bonanza económica de finales de los 90 en adelante. De aquí que se
deduce que la estabilidad laboral no favorece a las mujeres sin estudios. Esto mismo se puede
aplicar a la cohortes sin estudios más jóvenes. Las mujeres sin estudios no son las protagonistas
del crecimiento de la ocupación de la mitad femenina.
Lo que se entiende por aprendizaje reglado básico se ha ido desplazando con el tiempo. Los
efectos sociales y laborales que se daban con la enseñanza primaria se han ido trasladando
primero a la EGB y luego a la ESO.
Las mujeres con estudios primarios que pertenecen a cohortes anteriores a la de 1946-50 tienen
una biografía laboral típica siguiendo la trayectoria de sus madres. Pero es a partir de 1985 y
desde la cohorte de las nacidas en 1946-50 hacia las posteriores que estas mujeres empiezan a
innovar. El cambio de comportamiento se da en toda la población y en ellas también aunque en
menor medida. De hecho en el quinquenio 1986-90 todavía se observan las últimas trazas de los
comportamientos tradicionales, por ejemplo en la cohorte 1961-65, que baja la ocupación en las
edades de la primera maternidad.
Los 8 años que van de 1997 a 2004 son los que presencian una mayor ocupación. Es posible que
la inmigración haya colaborado.
El aumento del nivel educativo general de la población ha dado lugar a que este nivel formativo
haya relevado a la primaria. La trayectoria de las mujeres es semejante al de las que fueron a la
escuela primaria como nivel máximo.
LA FORMACIÓN PROFESIONAL DE LAS MUJERES
En la cohorte de la guerra sólo un 1,4 tenían FP1 y sólo un 0,7% tenían el FP2..
Si comparamos el número de mujeres que cursaron FP2 en la cohorte de la guerra y las que
tenían ese nivel de estudios en 2004 se observa que ha crecido un 3.900%.
Problemas: 8
- La muestra de las generaciones más antiguas es tan pequeña que no se puede seguir con
la misma estabilidad que en el resto de cohortes más próximas. Pero aunque se pudieran
seguir no sería muy útil puesto que es tan evidente el cambio en la utilización laboral de
estos estudios por parte de las mujeres que la trayectoria de las cohortes anteriores a la de
1946-50, no resulta indicativa de lo que vayan a hacer las más actuales.
- En la EPA, la FP1 no se diferenció del bachillerato superior hasta el año 1987. Una opción
sería unir FP1 y FP2 con el bachillerato superior. Pero hay dos razones que lo
desaconsejan: - el diferente comportamiento frente a la maternidad entre las mujeres que
cursan FP1 y las de FP2 , - la diferencia entre las bachilleres cuyo comportamiento laboral
tiende a la estabilización, frente a la tendencia creciente en la ocupación de las que cursan
FP2, que se asemeja a las mujeres que cursan estudios universitarios.
Como resumen de las trayectorias de la formación profesional se puede decir que en el pasado
parecen haber sido más sensibles a las crisis que el resto de niveles educativos, probablemente
por estar más asociados sus puestos a los sectores más cíclicos; que sus tasas de ocupación son
sensiblemente más altas que las de los estudios básicos; y que las cohortes en el centro de la
vida laboral tienden a mantenerlas. Para las de FP1, oscilan alrededor de un nivel próximo al 55%
en un margen de 5 cohortes, mientras que las de FP2 tienen un resultado actual (hablamos de
2004) de un porcentaje cercano al 70%.
Se refiere a enseñanzas que tienen como destino directo o indirecto la obtención de títulos
universitarios.
Se analiza a partir de tres grupos: 1. Las mujeres que han completado los diferentes bachilleratos
superiores y los cursos preparatorios para la universidad. 2. Las que tienen estudios universitarios
medios (magisterio y enfermería hace elevar mucho el porcentaje). 3. Las que concluyen
licenciaturas, masters y doctorados. En los tres se observa un comportamiento biográfico
semejante.
Este nivel de estudios tiene un alto nivel de inserción en la administración pública con lo que la
influencia de los ciclos no es apreciable. El incremento del nivel de participación de las mujeres se
lleva a cabo de forma paralela por aumentos intracohortes (en cada cohorte crece la ocupación) e
intercohortes (cada cohorte alcanza mayor ocupación que la anterior al cumplir las mismas
edades).
Bachilleres: Las cohortes anteriores a la de 1941-45 sufren un descenso ante la crisis del
petróleo y siguen con una evolución descendente tanto intra como intercohortes. La cohorte de
1941-45 es de transición. Se distingue de las anteriores por un aumento de ocupación entre 1987
y primeros de los 90, para luego volver a la trayectoria de las antecesoras. Las siguientes
cohortes, con alguna excepción ya no bajan del 50% llegando la cohorte de 1976-80 a un 75,6%,
que es el máximo del periodo estudiado.
Tituladas de grado medio: Semejante al caso anterior. Aunque mientras las bachilleres subían
del 30 al 65%, las diplomadas lo hacen del 60 al 80%. La estabilidad y el alto nivel del de 1951-55 9
representa el techo (86,6% en el momento del estudio, 2004) de la ocupación de este nivel de
estudios, superando en la mayor parte de su trayectoria el 80% y siendo prácticamente insensible
a las crisis cíclicas.
Teniendo en cuenta que las cohortes han ido disminuyendo de tamaño, se puede observar que
cada 10 años se ha ido triplicando el número de universitarias superiores.
De la integración laboral de las mujeres tituladas indica una mejora de la situación del mercado
laboral y un cambio en la estructura de las ocupaciones. Hablamos claro desde la visión que se
tenía en el 2004.
Capítulo 8 Situación laboral de la inmigración en España
1.-Introducción
España pasó de ser uno de los países europeos con menor porcentaje de
inmigrantes, a tener una de las proporciones más altas, Esto ha supuesto el
cambio social más importante de la primer década del siglo en España. El
verdadero inicio del fenómeno migratorio masivo en España se da en el año
2000, coincidiendo con una regularización extraordinaria y con la concesión de
los derechos a los servicios del Estado de bienestar a partir de la inscripción
padronal. El flujo migratorio se ha mantenido muy alto hasta bien entrado 2008.
Sobre el impacto sobre la situación laboral de los españoles, parece que las
oportunidades de empleo de los trabajadores nacionales no se ven afectadas
de forma significativa por la inmigración. Las diferencias salariales entre
inmigrantes y los nativos responden, casi en su totalidad, a diferencias en sus
características productivas. No hay efecto significativo de la inmigración sobre
las tasas de empleo de los trabajadores nacionales. Los varones españoles
(nacidos en España) con bajos niveles de cualificación, a partir de 2000, no
siguieron la senda de recuperación de sus tasas de ocupación en coincidencia
temporal con la incorporación laboral masiva de residentes procedentes de
países de fuera de la UE-15.
El escenario de esta crisis, cuenta con unos protagonistas nuevos, que habían
llegado atraídos por la expansión y abundancia de oferta de trabajo poco
cualificado y la garantía de unas condiciones de vida significativamente
mejores que las de sus países de origen. Se ha puesto de relieve el reducido
acceso de los inmigrantes extracomunitarios a las ocupaciones cualificadas.
Los inmigrantes afrontan barreras específicas para acceder al mercado de
trabajo cualificado, como la necesidad de convalidación de los títulos o el cierre
de la función pública a los extranjeros de fuera de la UE. Se ha mostrado cómo
el parco dominio del español puede frenar el acceso a mejores ocupaciones y
salarios.
Entre los varones la evolución hasta 2007 se caracteriza por un aumento en las
categorías más cualificadas. El mayor incremento se produce entre los
directivos en el sector público y en el privado (categoría 16) y entre los técnicos
de ciencias, maestros y profesionales diplomados (categoría 14). Se aprecian
aumentos de peso en las categorías 8 (mecánicos, talleres y apoyo a la
producción y transporte) y 6 (oficios cualificados de la construcción). Son las
ocupaciones peor cualificadas las que más peso pierden hasta 2007,
especialmente los peones de la construcción y rural (categoría 1). El auge de la
construcción durante los años previos a la crisis propició un aumento del peso
de las ocupaciones más cualificadas dentro del sector, pero se redujeron los
menos cualificados, empleos que fueron ocupados por la población inmigrante.
A partir de la crisis, la mayoría de las ocupaciones medias permanecen
estables, mientras que las superiores continúan aumentando su peso y las
menores reduciéndolo. La crisis incrementa de forma apreciable el ritmo anual
de la tendencia experimentada durante los años previos.
Entre las mujeres se observa cómo son las ocupaciones bajas y las medias
altas las que caen durante todo el período, mientras que las medias bajas y las
altas crecen también, pero más de forma continuada durante todo el período,
pero más intensamente a partir de 2007. Entre los varones la evolución de la
estructura ocupacional también apunta hacia un incremento del peso de las
mejores ocupaciones y una disminución de las peores. En este caso, las
ocupaciones bajas y las medias bajas disminuyen su presencia durante todo el
período, aunque en el caso de las bajas, de una forma más rápida a partir de
2007. Por otro lado, las medias altas pierden peso hasta 2004, pero a partir de
ese momento inician una senda de crecimiento hasta 2010. Por último, las altas
crecen de forma continuada y al igual que en otras magnitudes, este rasgo se
pronuncia a partir de 2007.
7.- Conclusiones
En esta década los cambios en la realidad social y económica han sido rápidos,
intensos y muy relevantes: