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Libro: Las Morales de Occidente Autor: Rafael Estartús 1

LAS MORALES DE OCCIDENTE


Definiciones
Moral es la ciencia que estudia el comportamiento humano en cuanto bueno o malo en forma absoluta,
es decir, en cuanto mejora o empeora al propio hombre en vistas a su fin último.

Los calificativos de bueno o malo se podrían entender también en forma relativa (o sectorial): así
cuando se dice que alguien es muy buen ladrón, porque roba con mucha eficacia. Bueno se aplica
entonces no al hombre completo, sino sólo a su habilidad para el robo. Por consiguiente, la acepción de
moralmente bueno o malo ha de entenderse en relación al perfeccionamiento de la persona humana en
su totalidad.

Si una moral se basa en la razón humana la llamaremos también Ética o Filosofía Moral. Si se basa en la
revelación cristiana, la llamaremos también Teología Moral.

Morales trascendentes e inmanentes


Morales trascendentes son aquellas que se fundamentan en algo (o Alguien) exterior al ser humano o al
universo material. En cambio, son morales inmanentes las que excluyen toda referencia diferente al
hombre, a la humanidad, y al universo material.

Las morales trascendentes


Se reducen, en la práctica, a la Teología Moral católica (o moral revelada), ya la Ética aristotélico-
Tomista (o moral natural).

La moral revelada se basa en la revelación de Dios, que ha creado al hombre, y le ha hecho libre para
amar y obedecer a su Creador. Si lo hace es premiado con el Cielo. Pero si contraviene las órdenes de
Dios, él mismo se hace incapaz de alcanzar su fin último, y sufre una eterna frustración en el Infierno.

La dignidad humana se fundamenta en que Dios ha hecho al hombre "a su imagen y semejanza"; y en
que Dios ama al hombre, a cada hombre en particular, amor que le ha llevado a morir por cada uno en
una Cruz para librarle del pecado de Adán (pecado original, transmitido a todos sus descendientes); el
hombre goza de la libertad de hacerse eternamente feliz o desdichado, de aceptar a Dios o rechazarlo.

La moral natural se basa en la naturaleza del hombre (que es un ser tan natural como los animales y las
plantas); el hombre es, evidentemente, un proyecto de la naturaleza, algo a medio hacerse que espera
ser terminado: igual que una semilla es un proyecto natural de árbol, aunque puede frustrarse por no
llegar nunca a hacerse un árbol; también el hombre necesita completarse así mismo, desarrollarse, pues
tiene una finalidad natural escrita en todas sus venas y en todos sus tejidos, un ansia de perfección y de
felicidad que espera su cumplimiento.
Libro: Las Morales de Occidente Autor: Rafael Estartús 2

La naturaleza quiere algo del hombre, el cual ha de averiguar qué cosas debe hacer para seguir lo que
ella desea, obedeciendo así un imperativo que le viene de las propias fuentes de su existencia1.

Observemos que las morales trascendentes consideran al hombre como un ser dependiente, ligado a
una tarea que él mismo no se ha impuesto, sino que le viene señalada desde fuera. En el caso de la
moral revelada, la tarea le ha sido propuesta por Dios. En el caso de la moral natural, por la naturaleza,
que viene a ser Dios en forma implícita. El hombre es un ser funcional, un ser del que se espera que
realice una función, por eso puede ser bueno o malo (al igual que un reloj, del que se espera que señale
la hora, puede ser calificado de buen reloj o de mal reloj)2. La tarea cuya ejecución ha de realizar el
hombre, tiene muchas veces un beneficio inmediato para él mismo o para otros (generalmente para
otros).

Para aceptar las morales trascendentes, el hombre debe tener, por tanto, un mínimo de humildad; debe
reconocer que no es autosuficiente, y no rebelarse por ello. Las morales trascendentes tienen pues un
carácter autoritario, normativo, y en cierto modo, represivo: obligan al hombre a dar un sentido a su
vida, aunque respetan su libertad.

Cualquier moral que no sea represiva más bien desmoraliza, pues da ventajas al que la vulnera
inteligentemente. Esa moral sería, paradójicamente, una moral inmoral.

Ahora podemos entender la bondad o maldad de un acto en las morales trascendentes: el valor de un
acto humano referido a la totalidad de la vida, supone, explícita o implícitamente, un espectador
absoluto al que ninguna ilusión pueda engañar3.

Como dice un proverbio griego, "a nadie hay que alabar como feliz antes de su muerte". Para juzgar la
vida, hay que tenerla presente toda entera. Esta afirmación se hace desde el punto de vista del
espectador absoluto, o de otro modo no tiene ningún sentido4.

Leonardo Polo compara las morales trascendentes con el cuento de Caperucita Roja. Caperucita recibe
un encargo de su mamá: llevar una cesta con pan y miel a la abuelita. Esta última es la beneficiaria del
encargo (no la propia Caperucita, quien sin embargo mejorará como persona si cumple ese deber). Hay
que atravesar el bosque donde habita el lobo feroz (el encargo a cumplir es arduo, presenta
dificultades).

"Si no hay quien encargue, no hay tarea para la libertad nativa. Si alguien no acepta el encargo, no hay
sujeto libre. Si no hay adversario, la cosa no tiene gracia, y si no hay beneficiario, no tiene sentido."5.

1
Catcc;ismo ... •• n.1956-1959
2
McIntyrc;Tru ... • .p.83
3
Spaemann, "Felicidad :.p.62
4
Spaemann, "Felicidad •• p 81
5
Polo. "Quim ... •• p.2S8
Libro: Las Morales de Occidente Autor: Rafael Estartús 3

La historia de la moral natural


Aristóteles (siglo IV a.C.) escribió la Ética a Nicómaco y la Ética a Eudemo. Ambas son los primeros
estudios sistemáticos conocidos de moral natural.

La naturaleza ha hecho al hombre un animal social: quiere que viva en sociedad. Pues el hombre tiene el
don de la palabra, y, como la naturaleza no hace nada en vano, el hombre está destinado a ser animal
social. Ello exige la práctica de algunas virtudes, que Aristóteles estudia con penetración y detalle. La
moral aristotélica coincide, en buena parte, con la moral revelada: podríamos decir que es como su
sombra. Pero Aristóteles comete errores: no asigna naturaleza humana a los esclavos, los cuales no son,
según él, sujetos de moral.

La moral natural aristotélica exige que el hombre obre de acuerdo a la recta razón. Por consiguiente, no
debe abandonarse a sus instintos, pues éstos, por su propia constitución, han de subordinarse a la
facultad más noble del hombre que es la inteligencia.

El premio del hombre moralmente bueno es la contemplación de Dios. Aristóteles no detalla si esta
contemplación tiene lugar en esta vida o en la vida después de la muerte. Tiene que haberse planteado
el dilema, pues Sócrates, maestro de su maestro Platón, creía en otra vida, y quería a toda costa salvar
su alma (en un sentido idéntico al que tiene la "salvación del alma" para el cristiano). Pero esta vida
futura, que tanta importancia tenía para Sócrates, choca con la concepción aristotélica de un mundo
sem-piterno, que se repite sin cesar en ciclos temporales idénticos a sí mismos (a esa concepción del
mundo le acomoda más bien la reencarnación de las almas).

El destino puede hacer, sin embargo, que la felicidad del hombre no sea posible, incluso sin ninguna
culpa suya: cuando le asigna la esclavitud, la fealdad, el bajo nacimiento o la falta de progenie. Ninguna
virtud puede hacer frente a esas desgracias6.

La integración de Aristóteles en el medio cristiano no fue una tarea fácil. La llamada "sociedad heroica"
de los pueblos bárbaros cristianizados, cuya moral era semejante a la moral griega anterior a Aristóteles,
repartía deberes y responsabilidades de acuerdo al papel desempeñado: si uno era rey, tenía unos
deberes; si era hombre llano, otros. Cada individuo tenía necesidad de las virtudes apropiadas para
realizar bien su papel; y también habilidades (podríamos decir cualidades técnicas), que no se
diferenciaban, desde su punto de vista, de las virtudes: la valentía, la capacidad para la amistad, la
fidelidad, y también la astucia y la fuerza física. La condición de esclavo y de vencido no se diferenciaban
mucho de la condición de muerto.

Además de no estar sustentada en una teoría coherente, esta moral tenía grandes lagunas (respecto a la
moral cristiana). En la primitiva ley medieval germánica, por ejemplo, el asesinato es un crimen sólo si se
mata en secreto. Cuando una persona conocida mata públicamente a otra persona conocida, la
respuesta apropiada es la venganza a cargo de un pariente. La moralización de la sociedad medieval

6
Mc:lntyre. "Tras ..• •• p. 220
Libro: Las Morales de Occidente Autor: Rafael Estartús 4

descansa en la creación de categorías generales de lo bueno y lo malo -y además un código legal-


capaces de reemplazar los vínculos y fracturas de un paganismo más antiguo7.

Desde su conversión al cristianismo, en la Edad Antigua o primeros siglos de la Edad Media, hasta el siglo
XII, en que la sociedad tenía costumbres mucho más aceptables desde el punto de vista del Evangelio,
los intelectuales (casi todos eclesiásticos) se ocuparon de la organización social y moral. Pero había
muchos obstáculos:

"El paganismo con que lucharon los estudiosos... era parte de ellos mismos y de su propia sociedad"8.

"Vista retrospectivamente, la ordalía (o juicio de Dios) parece superstición a muchos autores modernos;
pero cuando se introdujo por primera vez su función fue precisamente colocar en un contexto público y
cósmico, de una manera completamente nueva, los males de la vida privada y local"9 .

El redescubrimiento de la tradición clásica grecorromana abrió un nuevo filón para la organización de la


sociedad, pues podía suministrar tipos de conceptos y experiencias que el propio cristianismo (dedicado
básicamente a enseñar el camino del cielo y no la estructura de la sociedad en la tierra), no proporciona
ni pretende proporcionar. Pero ciertos cristianos se oponían a la integración con la cultura antigua,
porque pensaban que toda enseñanza pagana era obra del demonio, y buscaban en la Biblia la guía
omnisuficiente (Lutero perteneció a los sucesores de esa tradición medieval).

En el siglo XII, los desafíos de la sociedad derivaban de que estaba en el proceso de creación de una
serie de instituciones sociales nuevas: una administración de justicia equitativa; las universidades y
demás conservatorios de la enseñanza y de la cultura; y la clase de civilidad que es peculiar de la vida
urbana10.

Las virtudes antiguas tenían que ser reinterpretadas y reestructuradas. La caridad no tiene equivalente,
ni siquiera remoto, en Aristóteles. El mal es, en el cristianismo, consecuencia de la mala voluntad
humana, nunca de inevitable jugarreta del destino.

Santo Tomás de Aquino (1225-1274) escribió el Comentario a la' ética a Nicómaco, el mejor comentario
que se ha hecho de esa obra, cuando la animadversión a la cultura grecorromana había amainado. Santo
Tomás aprueba la estructura de Aristóteles, y completa las lagunas que encuentra: los esclavos también
son sujetos morales; la contemplación se realiza principalmente en la vida después de la muerte ...

Santo Tomás muestra que la moral aristotélica, con correcciones de detalle, es muy compatible con la
moral revelada, y se puede integrar fácilmente en ella.

Una labor similar a la de Santo Tomás realizan el judío Maimónides y el mahometano Averroes: la moral
aristotélica es también compatible con el judaísmo y' con el Islam: no en vano esas tres religiones tienen
creencias básicas en parte idénticas.

7
Mclntyje, "Tras ... ". p.209
8
Mcln~, ·Tras .. .", p.209
9
Mclntyre, "Tras ", p.209
10
McIntyre, "Tras ", p.214
Libro: Las Morales de Occidente Autor: Rafael Estartús 5

La moral natural aparece, pues, como una plataforma común para la convivencia social y política de
personas de esas tres religiones, cosa de gran importancia práctica para muchas naciones medievales,
habitadas por cristianos, judíos y musulmanes.

La reforma protestante
Lutero (1483-1546) y Calvino (1509-1564), entre otros de menor importancia, rechazan la autoridad de
la Iglesia Católica, y la Tradición que la acompaña: según ellos, la Sagrada Escritura es suficiente para
conocer la Revelación divina. Cada persona puede encontrar por sí misma la verdad, simplemente
leyendo la Biblia.

No admiten, por tanto, que los libros sagrados tengan valor en un contexto y una tradición, en la que
han sido escritos y de la que reciben su autoridad y su interpretación. La moral cristiana se hace
subjetiva en el protestantismo, se fracciona en interpretaciones múltiples que no tienen la fuerza que
les da, en el catolicismo, el Magisterio del Papa y de la Iglesia.

Además, los reformadores rompen lanzas contra Aristóteles ("Ese bufón que ha confundido a la Iglesia",
dice Lutero). Según ellos, la razón humana está tan pervertida por el pecado original, que la única fuente
válida de verdad religiosa (y moral) es la revelación, la fe; postura que se conoce como "fideísmo". Todo
intento de armonizar razón y revelación es una corruptela.

El proyecto ilustrado
Renato Descartes (1596-1650) es considerado como el iniciador de un enfoque filosófico llamado de la
Ilustración (o del iluminismo).

Su filosofía, que parte del famoso principio "cogito, ergo sum" (pienso, luego existo), no sigue la
metafísica de Aristóteles (ni la de Santo Tomás de Aquino, que completa a Aristóteles).

Para Descartes, no existen las causas finales, no existe por tanto una naturaleza que "desee" un
comportamiento del hombre. Descartes suprime la finalidad incluso en la mente de Dios. La moral
natural, tal y como era conocida, muere en ese contexto filosófico.

Los filósofos siguientes (a excepción de una corriente aristotélico-tomista, que nunca ha desaparecido,
aunque no ha estado de moda), acentúan si cabe esa des-finalización. Para Kant, la causa final (y todas
las demás causas) es una condición subjetiva del conocimiento, sin representar nada real y objetivo,
nada fuera de la mente.

Para Hume, las causas son también un artificio mental para relacionar sensaciones.

Y cosa similar sucede con las restantes corrientes" de avanzada" del pensamiento occidental.

Las morales inmanentes


Eliminada la ética aristotélico-tomista, había que hacer, desde las coordenadas del movimiento
ilustrado, la ética "de la razón". Esta ética era muy deseada, pues se comprendía claramente que, si bien
Libro: Las Morales de Occidente Autor: Rafael Estartús 6

el hombre como individuo podía contentarse con la moral de su propia religión, la sociedad necesitaba
una moral básica compartida, como la que (con mejor o peor aproximación en la práctica) había tenido
antes.

La tarea parecía sencilla. La moral que se esperaba era conocida, o al menos así se suponía: se estaba en
el caso de un alumno que tiene que resolver un problema cuya solución está indicada al final del libro: la
ética racionalista o iluminista sería muy parecida a la moral cristiana; no lo dudaron ni Hume, ni Diderot,
ni Kant, ni Schopenhauer...

Pero la metafísica del iluminismo se reveló totalmente ineficaz para sustentar ninguna ética (al menos
en el sentido antiguo de. "normatividad" o de "obligatoriedad").

En efecto, de premisas que simplemente reflejan hechos, no sale ninguna conclusión normativa: de
premisas "es" no puede salir ninguna conclusión "debe ser".

Si no hay finalidades naturales, si el ojo no ha sido hecho para ver, menos se podía considerar al hombre
como un ser funcional. El hombre no debe hacer nada por obligación: es autónomo, autosuficiente, ya
es maduro y emancipado.

Así no es fácil, mejor, es imposible, definir el bien y el mal en el sentido profundo de las morales
trascendentes.

Los filósofos iluministas han intentado deducir éticas de su propia filosofía, una y otra vez; para caer por
fin en la cuenta de que la única posibilidad que tienen es la de elaborar simulaciones de moral: cambiar
y devaluar el significado de las palabras "bien", "mal", "naturaleza" y "deber".

Las "morales" inmanentistas no son necesariamente perversas; son falsas por incompletas, y lo son
porque carecen de lo específico de una moral, a saber, un encargo a realizar, una vocación, sea de Dios,
sea de la naturaleza como portadora o transmisora de inteligencia y de normatividad.

Podría pensarse que la ética se puede deducir por sentido común, sin pretensiones de alta ciencia. Así se
hace a veces, y se puede resolver más o menos discretamente un problema concreto.

Pero el sentido común, la forma de pensar de la gente sencilla, mejor dicho, el uso espontáneo y sin
recelos del equipo o dotación natural para conocer que se nos ha dado al nacer, también ha sido
desacreditado por la modernidad. "Si hiciéramos caso del sentido común, todavía pensaríamos que la
tierra es plana", se nos dice. Podríamos objetar que, sin sentido común, no podríamos saber tampoco
que es esférica. El sentido común se puede equivocar, porque no es infalible. La refutación de sus
errores se puede hacer sólo usando el mismo sentido común, con más información que la que tuvo
antes. Pero si lo rechazáramos, o redujéramos arbitrariamente su capacidad, nos sería imposible
conocer nada, y caeríamos en el escepticismo.
Libro: Las Morales de Occidente Autor: Rafael Estartús 7

El utilitarismo

Representantes
Bentham (1748-1822) fue el fundador de una de esas "nuevas morales" de la ilustración: el utilitarismo.
El hombre se mueve en busca del placer y alejándose del dolor. Debemos escoger, pues, aquella
conducta que maximice la felicidad, es decir, que haga máxima la diferencia "placer menos dolor".
Bentham cuantifica los placeres y los dolores (la "aritmética de los placeres").

John Stuart Mill (1806-1873) descubrió que la felicidad y el placer eran polimorfos, formados por
entidades heterogéneas y no conmensurables. Sigdwick, (1838-1900) por fin, llegó a la conclusión de
que detrás del utilitarismo no se encontraba sino un caos mental.

Pero el fracaso filosófico no le impidió al utilitarismo tener una gran influencia, que se proyecta hasta
nuestros días.

La moral utilitarista es la más elemental, la más fácil de entender por las gentes sencillas y sin
formación. Es una moral primitiva, aunque se la encuentre en civilizaciones avanzadas. El gran sistema
utilitarista de la antigüedad es el de Epicuro (371-240 a.C.): el mundo se explica solamente por el azar;
el mismo hombre es también fruto del azar; y al morir el hombre, todo se disuelve. El sabio tiene que
buscar el placer, un placer sereno y tranquilo, no turbado por los excesos, ni por el sufrimiento y el
deseo. Es una "moral" de un profundo egoísmo, de un egoísmo calculado; produce una ruina y
decadencia tan profundas que cortan toda posibilidad de ascensión hacia una vida propiamente
humana11.

El utilitarismo moderno se distingue del epicureísmo en dos rasgos cuya explicación arranca del medio
cristiano en 'que se desenvuelve.

El primero es el gusto por la acción. Epicuro ve la acción en sus aspectos más negativos: despierta las
pasiones, turba el alma, quita la paz interior. Pero el cristianismo confirió a la acción un valor soberano,
que se puede asociar a la acción redentora de Cristo; en la sociedad cristiana tienen prestigio todas las
formas de acción buena, incluidas las 1más profanas, como la política.

El segundo rasgo es el amor al prójimo. Epicuro era un parásito social. Pero para los utilitaristas
modernos, la idea de que es necesario hacer el bien a los semejantes no es discutida, se acepta como de
evidencia inmediata. Están impregnados de la tradición moral del cristianismo (y lo exhiben mucho,
pues recae sobre ellos la sospecha de irreligión y de inmoralidad).

El utilitarismo corresponde, como hemos dicho, a una moral mínima, fácil de entender y de practicar, y
que puede dar un barniz -no despreciable- de moralidad. Se le dice al niño: "si mientes, nadie te creerá.
Si pegas a tus compañeros, nadie querrá jugar más contigo". El utilitarismo trata a los adultos como si
fueran niños: "No cometas delitos, porque puedes ir a la cárcel".

11
Leclcrq;Lu grandcs ... ·.P 89
Libro: Las Morales de Occidente Autor: Rafael Estartús 8

"Tengamos palabra, cumplamos lo pactado y seremos todos más felices". No dejan de ser buenas
razones, que buscan el interés propio a corto o mediano plazo.

Pero el utilitarismo no es una teoría filosóficamente bien fundada, y tampoco es capaz de dar ningún
empuje moral, ningún espíritu de sacrificio, ninguna pureza de intención. Produce como mucho
hombres adocenados, conformistas, y aprovechadores de oportunidades delictivas (cuando tengan la
seguridad de poder eludir el castigo social).

En el fondo, los utilitaristas modernos son cristianos descentrados: no hablan, como la moral cristiana,
del amor fundado en Dios mismo (y con la idea de Dios la de la vida futura). Y tratan de mantener los
preceptos de la moral cristiana (o algo bastante parecido a ellos) centrándolos sólo en el hombre y en
este mundo.

"Epicuro era lógico consigo mismo: fría y sistemáticamente egoísta, condena el altruismo. Los
utilitaristas, bajo la presión de la tradición cristiana, han querido integrar el altruismo en el utilitarismo,
pero su tentativa misma muestra que es preciso otro principio para justificar el sacrificio. El interés no
puede fundar sino una higiene moral estrictamente personal. El lugar absorbente del sacrificio en favor
de su semejante o en favor del bien común en la moral moderna viene del cristianismo, que la ha
impuesto al mundo con una exigencia tal que el problema del sacrificio se ha convertido en el problema
central de la moral"12 (12).

El emotivismo
Los ingleses Moore y Stevenson, en los siglos XIX y XX, establecieron que los juicios morales no son más
que expresión de las preferencias personales; al contrario que los juicios fácticos, que expresan hechos
independientes de nuestros gustos13.

Decir "esto es bueno", sería lo mismo que decir "yo apruebo esto, hazlo tú también", o decir "¡viva
esto!".

El significado de un juicio moral sería, pues, diferente de su uso: significa realmente una preferencia, y
se usa como si fuera una obligación (simulando otras morales más antiguas, las de la trascendencia;
simulación que es una tentativa de manipulación del prójimo, por si alguno, poco informado, se
impresiona). El emotivismo es pues, un utilitarismo psicológico.

Su influencia ha sido grande, y conocidos personajes vieron en él una liberación de las presuntas
alucinaciones de Aristóteles, de Jesucristo... y del temor al infierno14. Sin embargo, destrozado por las
críticas, ha sido desechado.

Si estamos dispuestos a aprovechar lo poco o mucho que el emotivismo tenga de aprovechable,


podemos observar que una persona sensata y virtuosa, espontáneamente vibra con el bien: por eso es

12
Leclerq;Las grandes ... ". p.I03)
13
Mclntyr~ "Tras ". p.26 y ss.
14
Mclntyrc; "Tras •• p.31
Libro: Las Morales de Occidente Autor: Rafael Estartús 9

bueno consultar al sentimiento, antes de formar un juicio moral. Pero la última palabra para juzgar un
acto la tiene la conciencia, o sea la razón, a la luz de unos principios que no suministra ni puede
suministrar el emotivismo.

También es verdad, desgraciadamente, que muchas personas usan los juicios morales como un disfraz
de sus preferencias personales (o de sus intereses más rastreros), lo cual ha sucedido siempre y seguirá
sucediendo; pero este abuso no quiere decir que toda la moral sea subjetiva.

Las morales del deber


Emmanuel Kant (1724-1804) es el creador de la primera de una familia de pretendidas morales que se
basan en el deber: el hombre siente la llamada de su razón, que le exige que cumpla el deber. Ese deber
no tiene ningún fundamento en el mundo exterior, es pura "forma a priori" de la inteligencia práctica.

Kant enumera tres máximas básicas que le impone su razón, y que él supone universales, obligatorias
para todo hombre:

1. "Obra de tal manera que la máxima de tu voluntad pueda valer como principio de legislación
universal". O sea, que los demás hombres puedan obrar igual que tú sin que seas discriminado. Ya lo
había dicho Jesucristo: "Haz a los demás lo que quieras que ellos te hagan a ti".

2. "Obra con la idea de tu voluntad como legisladora universal".

3. "Obra de tal manera que trates a los demás como un fin, y no como un medio". Es una manera de
expresar la dignidad de nuestros semejantes: no debemos usarlos como meros medios para conseguir
nuestros fines; siempre debemos pensar en el bien de los demás.

De estas máximas Kant deduce fácilmente toda su teoría moral (15). Los resultados que obtiene (no es
una casualidad, es justamente lo que busca) coinciden con la moral cristiana, en la que Kant ha sido
educado con rigor desde su más tierna infancia.

Kant demuestra que la máxima "cumple tus promesas", es coherente con las tres anteriores, y pasa un
filtro, una prueba lógica kantiana de validez; mientras que la que dice "no cumplas tus promesas a
menos que te convenga", no pasa la prueba.

Sin embargo, según Mclntyre, la máxima (que Kant repudiaría) "Cumple tus promesas, excepto una sola
vez en la vida", también se puede validar igual. Y así sucede con buen número de proposiciones
moralmente repudiables. El razonamiento de Kant en ese punto deja mucho que desear.

La moral del deber de Kant ha sido refutada desde poco tiempo después de su publicación, y
abandonada. Aun así, ha tenido y sigue teniendo una gran influencia. Sus bases son endebles: el deber
que, según él, ordena con imperio a todo hombre (el llamado "imperativo categórico"), procede de las
convicciones religiosas luteranas y puritanas heredadas por Kant, y no es ni universal ni evidente. Y
aunque lo fuera, ¿Por qué hay que obedecerle?
Libro: Las Morales de Occidente Autor: Rafael Estartús 10

Según Kant, un acto no es moral más que cuando se hace por deber. Una limosna dada por amor al
prójimo, no tendría valor moral ninguno, y menos aún si se hace con gusto. Además de sostenerse en el
aire, la moral de Kant es inhumana.

El pragmatismo
Es una filosofía elaborada en Norteamérica por William James (1842-1952) y otros. Pretende extender a
todo conocimiento lo que es admisible -parcialmente- en ciertas hipótesis físicas: que se consideran
verdaderas cuando son útiles para la investigación.

El pragmatismo sostiene que la verdad es la utilidad: una proposición será verdadera en cuanto nos sea
útil. Las variantes del pragmatismo más "duras" son la de James y la de Dewey. Otras, como la de Pierce,
son menos contundentes y más matizadas.

Respecto a la moral, si se pregunta ¿es lícito robar?, en buena ley el pragmatista debería responder: sí,
cuando es útil. Y siempre es útil, al menos para el ladrón, con tal de que no lo descubran. El pragmatista
tratará, en forma no convincente, de mostrar un panorama más amplio: el robo no es útil a la
comunidad.

Pero incluso eso puede tener muchas excepciones. Y ¿Por qué hay que pensar en la comunidad?

No parece que el pragmatismo sea aceptable éticamente (tampoco filosóficamente). Por definición, el
pragmatismo orienta hacia la búsqueda del poder, de la riqueza, por todos los medios... útiles. Es una
corriente muy partidaria de la democracia, porque esa forma de gobierno produce, según ellos, poderío,
fuerza, riqueza...; o sea, es útil. El pragmatismo está íntimamente emparentado con el utilitarismo; su
visión del mundo es materialista, pero con gusto por la acción.

No hay que confundir al pragmatista con el pragmático, que es quien encuentra soluciones oportunas
rápidamente. Ser pragmático es una cualidad deseable, que naturalmente exige, para ser realmente una
cualidad buena, la adhesión a la moral verdadera y, por tanto... no pragmatista.

El relativismo moral
El escepticismo se encuentra en todas las civilizaciones envejecidas (en China, India o Grecia, como en
Occidente actual).

Nace cuando al entusiasmo sucede el desencanto: no se ha logrado lo que se pretendía.

El escepticismo moderno ante el fracaso de las morales de la Ilustración adopta la forma de relativismo:
no existe una sola moral, sino varias, tantas como tipos de sociedad. La enseñanza moral consiste en
que cada uno busque su propia moral, de acuerdo a su medio.

Unas sociedades protegen con ardor la vida de los niños, ancianos y minusválidos. Otras los matan
cuidadosamente. Las dos prácticas tienen en sí el mismo valor moral: el valor real lo crean las
circunstancias, las necesidades del caso concreto. Las buenas costumbres serían las costumbres
Libro: Las Morales de Occidente Autor: Rafael Estartús 11

habituales. Las malas costumbres, las no habituales. Nada de luchar contra corriente: el conformismo es
la regla básica de la moral. La moral se basa en la sociología.

Aunque repudiemos esa forma de pensar, no hay que deducir de ello que la sociología o ciencia de las
costumbres no tenga ningún valor. Lo tiene, y puede ser un valioso auxiliar de la ética... pero no un
substitutivo de la misma.

Contribuyen al relativismo las distintas variantes del cientificismo (no sabemos nada confiable excepto
10 que indican las ciencias experimentales); los científicos y técnicos son los únicos autorizados a hablar
de moral y a dictar reglas, que serán por ejemplo la conservación del medio ambiental, o el control de
población. O los medios para no sufrir..... EI técnico es el verdadero moralista.

El darwinismo y, en general, todos los evolucionismos comprometidos con el materialismo, anulan toda
moral trascendente. La moral "de facto" es, según ellos, una más o menos sabia compilación de reglas y
aptitudes para la supervivencia de la especie frente a los retos del medio y de la competencia. ¿Qué
puede quedar de la dignidad humana, si el hombre no es imagen y semejanza de Dios, sino mero
producto del azar, un mono superado y nada más?

El psicoanálisis de Sigmund Freud considera que los valores morales son, en el fondo, represiones de la
libido o instinto sexual. Esta escuela está muy desacreditada, pero su influencia a nivel de convicciones
diluidas permanece.

El relativismo moral impregna los espíritus de nuestro tiempo, los medios de comunicación, los
espectáculos, el comportamiento de los universitarios y los profesionales. Es más una actitud que una
doctrina coherente. Se expresa constantemente en fórmulas abstractas que se presentan como
absolutas, y sirve de pretexto para todas las concesiones morales15.

La moral del superhombre


Federico Nietzsche (1844-1900) se dio perfecta cuenta de que las éticas en circulación (las que él
conocía; no trata nunca el caso de la moral natural aristotélico-tomista) simulaban un fundamento
objetivo (o trascendente), pero eran en realidad expresiones de la voluntad del sujeto, de su
conveniencia o del azar. En cinco aforismos rápidos, ocurrentes y demoledores, destruye de un plumazo
el proyecto moral de la ilustración16.

"Mi moral sólo puede ser la moral que mi voluntad ha crea- do: no hay sitio para ficciones al estilo de los
derechos humanos, o el mayor bienestar para el mayor número" 17.

Toda moral es el disfraz de una voluntad de poder, excepto la propia moral de Nietzsche, que no oculta
nada, que es simple y llana voluntad de poder sin máscara ninguna.

15
Leclerq, "Las grandes ... ", pp. 52-68
16
Mclntyre, "Tras ... ",p.l46
17
Mclntyre, "Tras " ,p 146
Libro: Las Morales de Occidente Autor: Rafael Estartús 12

El hombre realmente valioso, el superhombre, impone su voluntad creando su propia moral. Los
mediocres no tienen sino que obedecerla.

Para Nietzsche, la humildad y la compasión son vicios abyectos, y el cristianismo, que los predica,
rechazable. Nietzsche es el filósofo moral por excelencia de nuestra época; sus premisas están presentes
tanto en las sociedades burocráticas como en los irracionalismos proféticos de izquierda o derecha
(nazismo, comunismo... )18. Su "moral" está muy arraigada en el medio contemporáneo, y por ello no es
extraño que la manipulación impere en el mundo, no ya como una debilidad, sino como un derecho;
cabe esperar que en la sociedad occidental sigan apareciendo "superhombres" de vez en cuando (al
estilo de Hitler o Stalin); y que en la vida diaria, los grandes dirigentes, los gerentes de la sociedad, los
gobernantes y los burócratas traten de dirigir a su antojo, por medio de la simulación y el engaño,
diciendo la verdad en la medida de lo indispensable, a la masa aborregada. La moral del superhombre es
la moral de la selva, inteligentemente disfrazada.

Nietzsche ganó la batalla filosófica; y la ganó porque los contendores con que disputaba eran sólo los
filósofos de las morales de la inmanencia. Su victoria es la prueba de que esas morales son un fracaso. Y
la propia moral del superhombre es, al fin y al cabo, una moral más como las que Nietzsche, con tanto
acierto, desautoriza. Su mayor lucidez no la redime de ser tan arbitraria, tan vacua y tan sin fundamento
como las demás.

Dice McIntyre: "Después de tres siglos de filosofía moral y uno de sociología, y todavía falta cualquier
enunciado coherente o creíble del punto de vista ilustrado" (20).

Derecho y moral
Para los positivistas jurídicos las leyes definen lo moral y lo inmoral, al menos en la vida pública. Es decir,
si emanan de la autoridad legítima, las leyes humanas no deben subordinarse a nada extraño a ellas.

Para los iusnaturalistas, en cambio, las leyes dictadas por el estado no deben oponerse a la moral
natural, y si lo hicieran, no serían válidas ni deberían ser obedecidas.

La Iglesia Católica es iusnaturalista. Los derechos de la persona humana, la dignidad de la persona, son
anteriores a la sociedad y a sus leyes.

Un caso especial de leyes positivas son 'los códigos deontológicos elaborados para distintas profesiones,
generalmente por los respectivos Colegios profesionales. Un buen código puede ser una gran ayuda,
pero no suple a unas convicciones éticas sólidas: el código siempre es interpretado y adaptado a los
casos particulares, y la selección de reglas que hace quien lo aplica nunca puede ser aséptica, mecánica:
siempre está muy fuertemente influida por sus convicciones (o por su falta de convicciones).

Otro caso interesante es el referente a los derechos huma- nos. Proclamados solemnemente en Francia
durante la Revolución Francesa, y vueltos a proclamar por las Naciones Unidas en 1947, han sido

18
Mclntyre, "Tras ",p.147
Libro: Las Morales de Occidente Autor: Rafael Estartús 13

enunciados como derechos pertenecientes al ser humano en cuanto tal, o sea como derechos naturales
del hombre.

Pero en los dos casos no se ha dado ninguna razón válida para fundamentarlos. Son expuestos en forma
axiomática (pero sabemos que los axiomas no existen por sí mismos, hay que apoyar- los en algo o están
vacíos).

Los derechos humanos o se basan en el cristianismo, o en la moral natural. Pero, a partir de las filosofías
permitidas hoy en el debate público, no tienen ninguna demostración posible. Por consiguiente, o son
residuos de algo que no se quiere mencionar (y no se menciona), o se convierten en simples ficciones
(como los unicornios y las brujas, dice Maclntyre), necesarias para gobernar y para entenderse, sin
ninguna fuerza de convicción y con un gran potencial de manipulación.

Se ha objetado que, del hecho de que una proposición no pueda ser demostrada, no se sigue que sea
falsa. "Lo que es cierto. Pero podría servir igualmente para defender presunciones sobre los unicornios y
las brujas"19.

La ley que dan los gobernantes es "una ordenación de la razón, dirigida al bien común, y promulgada por
quien tiene autoridad"20.

De la razón: no del capricho; dirigida al bien común: no puede dirigirse al bien particular; promulgada:
para que tenga fuerza obligatoria. La ley debe ser también posible de cumplir, honesta o que no se
oponga a la ley natural, justa porque guarde las debidas proporciones (unos impuestos exorbitantes
pueden ser efecto de leyes injustas).

Hay que distinguir, pues, entre legalidad y legitimidad. Una ley ilegítima, por ser injusta, no puede tener
fuerza obligatoria, incluso pueden los súbditos rebelarse para no cumplirla. En otro caso, la ley debe ser
obedecida no sólo por temor al castigo, sino por las exigencias de la moral natural (y la cristiana).

Las seudo-morales violentistas


El comunismo, el anarquismo y los terroristas, comparten una "moral" en la que el fin (la instauración de
una sociedad perfecta en el futuro) justifica cualquier medio (incluido el asesinato fríamente calculado).
¿Cómo ha podido llegarse, en nuestro propio siglo, a una aberración tal?

Según opiniones muy autorizadas (25), la moral de la violencia es una perversión del cristianismo: se ha
perdido la fe en Dios y en la vida eterna, pero se sigue "creyendo" en un paraíso, ya no después de la
muerte y en la vida futura de cada hombre, sino en nuestro mismo mundo, y en un tiempo futuro. Esta
caricatura del Cielo "justifica" cualquier acto que sirva para facilitar el advenimiento de la nueva
sociedad. El fin justifica los medios.

En el fondo, esta lógica no es diferente de la que dice que, para alcanzar "resultados científicos", que
permitan el mundo mejor del mañana, es lícito sacrificar embriones humanos. O de la lógica que

19
Maclntyre, "Tras ... •• p.96
20
Santo Tomás. "Summa Theologiae't.I Il, q.90. a4
Libro: Las Morales de Occidente Autor: Rafael Estartús 14

argumenta que debe dejarse a la mujer la decisión de abortar, pues el niño puede ser un obstáculo para
su "autorrealización".

El terrorismo ha sido marginado en la sociedad occidental desarrollada; pero sus siniestros presupuestos
no han sido, de ninguna manera, derrotados. Por eso hay quien lo considera bueno para los países del
Tercer Mundo (tal vez piensa que es "justo", o sea "útil", en el subdesarrollo; "útil" para quien piensa
eso, claro está).

El caos moral contemporáneo


Analicemos qué significaría, traducido a un lenguaje sencillo y sin sofisticaciones, la expresión: la acción
A es buena, la B es mala, enunciada por:

Un utilitarista: A es correcta, B está errada.


Un emotivista: Me gusta A, B es algo que está feo.
Un kantiano: La razón manda hacer A, y no hacer B, sin damos más explicaciones.
Un pragmatista: A es útil para el desarrollo, B lo perjudica.
Un relativista: A es lo que la gente suele hacer ahora, nadie haría B.
Un darwinista: A tiene éxito para conservar la especie, B la hace menos apta para la lucha por la vida.
Un psicoanalista: A me libera, B me reprime la libido.
Un nietzscheano: A me da poder e importancia, B me los disminuye.

No se trata de un magnífico pluralismo, como a veces se nos dice; se trata de un perfecto caos: no hay ni
puede haber un lenguaje siquiera parcialmente común en que entenderse, cuando, como suele suceder,
en un debate se adoptan los principios de alguna "ética" ilustrada. No hay forma de superar las
discrepancias. Lo que es útil para uno, perjudica a otro, está bonito para un tercero, no está de moda
para un cuarto; y todos dirán que es bueno o malo. Siempre que haya un litigio, lo que favorece a la
parte A justamente perjudica a la B. La primera lo verá como justo y razonable, la segunda lo tomará
como una manifiesta injusticia. Y el juez (o el gobernante) dictará sentencia... según lo más útil (lo más
útil para él, con toda "justicia"). Por eso los debates morales son interminables, y adoptan la forma de
afirmar con fuerza y convicción y de contraafirmar. No hay ninguna plataforma común para el diálogo o
el debate (26).

"Enseñar valores es contar con una imagen del mundo y del hombre" (Juan Gerardo Garza, "Educar con
los valores", Itesm, México, mayo 1993). No hay ética alguna sin metafísica (27). Las nociones de bien,
de justicia, de moralidad, necesitan una visión del mundo que sea compatible con un orden impuesto
desde fuera del mismo: no bastan para ello las filosofías idealistas, empiristas, positivistas, que
simplemente socavan los cimientos de la civilización occidental.

A la vista de este panorama, vienen a la memoria las palabras, atribuidas a Mark Twain: "Las
investigaciones de incontables comentaristas ya han hecho muy obscuro el tema, y es probable que, de
continuar así, pronto no sepamos nada al respecto."
Libro: Las Morales de Occidente Autor: Rafael Estartús 15

Vemos con cierta frecuencia en la TV. a personas que juzgan éticamente ciertos sucesos. y. con seriedad
y solemnidad muy bien estudiadas (son muy buenos actores) consiguen (apoyándose en principios
morales inexistentes). Hacer que los espectadores sientan los escalofríos de terror. La indignación ante
el "mal" y los propósitos de enmienda casi tan bien como pudo haberlo logrado un predicador religioso
de siglos anteriores, hablando de la eternidad de las penas del infierno. Están haciendo el "salto" de la
moral inmanente a la trascendente, simulación que confunde al público y lo impresiona.

Vemos políticos que confiesan que, en su vida moral privada, no siguen las directivas de la Iglesia (ni de
la moral natural), porque no admiten ninguna moral represiva: nadie tiene derecho a imponerles lo que
deben hacer. Pero cuando tienen que actuar como candidatos de un partido político, gritan "iVamos a
moralizar!"; y ya no quieren decir con ello "hagan lo que quieran como personas maduras, nadie les
puede imponer cómo tienen que actuar". Se dan perfecta cuenta de que, si transmitieran ese mensaje,
sus seguidores se entregarían masivamente a la depre- dación en cuanto llegaran al poder. Entonces
recurren a una moral represiva, la única que pueden invocar seriamente para dominar las ansias de
saqueo y conseguir un gobierno que no se cubra de deshonor. La duplicidad de significado consciente o
no el insensible paso del "bien" en sentido inmanente al "bien" en sentido trascendente, está en el
fondo de la mayor parte del lenguaje ético (o pseudoético) de la actualidad.

Para un cristiano lo moral es la voluntad de Dios y me acerca al cielo. Para un aristotélico-tomista, la


naturaleza me pide que haga A y omita B, y así cumplo un proyecto que me ha encargado, sin
consultarme, la misma potencia natural que me ha dado el ser también sin consultarme. Son dos
significados perfectamente coherentes.

La moral no tiene sucedáneos


La civilización occidental está en una grave crisis ética. La esperanza está en la Iglesia Católica, cuyo
Catecismo reciente explica tan bien la moral tradicional puesta al día, y que aparece más claramente
cada día como la única gran reserva espiritual y moral de la humanidad. Y en un regreso a una filosofia
realista, como la de Santo Tomás-Aristóteles, que potencie el sentido común y nos permita superar esta
gigantesca crisis de ideas y de conductas.

Los países desarrollados han conseguido su desarrollo cuando han tenido una moral exigente, unas
virtudes y una disciplina. Siguen disfrutando de un alto nivel, aún cuando esa moral se resquebraje,
porque los usos y costumbres heredados, por inercia, están aún vigentes (si bien se van degradando).
Pero los países del Tercer Mundo necesitan, ahora, no sólo transferencias de dinero, de tecnología o de
educación: necesitan sobre todo un capital de convicciones acertadas, que permitan cimentar las
virtudes personales y colectivas para su despegue hacia el desarrollo.

La señora Corazón Aquino, ex presidenta de Filipinas, ha expresado así sus ideas:

"... es necesario estimular la capacidad de las personas -en el plano espiritual e intelectual- para que
puedan gobernarse a sí mismos, y por sí mismos. Sin un sistema de valores rectos en la gente, una
democracia es una reunión de locos. "
Libro: Las Morales de Occidente Autor: Rafael Estartús 16

"Los principios dan coherencia a la vida del hombre y la estructuran. Sin ellos, el hombre es sólo un
amasijo de anhelos y aversiones. Si se transige en los valores, nada podrá frenar el deslizamiento hacia
un desenfrenado oportunismo. Así sucede también en el cuerpo político. Los valores dan coherencia al
gobierno y son un punto de referencia para las relaciones de los gobernantes con el pueblo. Sin valores,
el armazón ético para la toma de decisiones se desintegra; los actos se salen de cauce, buscando, como
el agua, el nivel más bajo."

(Roma, "UNN-93",5 de abril de 1933).

O sea, no es posible hacer el desarrollo sin una moral teórica consistente y fiable.

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