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E09-LOG1.05
Entre otras cosas interesantes que me planteaba Plá en su carta -que era
respuesta a mis comentarios sobre su libro y promesa de interesantes diálogos
constructivos-, me comentaba que «sus lazos personales con América Latina
le favorecen para entender esto acá. Yo cada día descubro nuevas e
insospechadas aristas. Veo con cierta preocupación que en Europa no siempre
se llega a comprender lo que piensa y lo que siente el hombre americano, y
todo lo que se haga para acercarnos bien vale un esfuerzo». Estas palabras de
Plá, aunque a primera vista pudiesen parecer retóricas, resultan de enorme
importancia filosófica. Me refiero a que desde Europa, o desde los Estados
Unidos de Norteamérica, que representarían la continuación de un modelo
determinado de sociedad y de política, basado en los ideales que se llevaron a
la «otra América» (la del Norte rico y «blanco»), ha sido entendida América
Latina como un ámbito «subdesarrollado», dicho esto en un tono un tanto
despectivo, como si fuesen gentes incapaces de manejarse adecuadamente en
el terreno político, cultural y económico, desde que se separan de la tutela
europea, &c.
Pero las circunstancias actuales han hecho que, por ejemplo, apareciese la
llamada teología de la liberación, que aunque tiene raíces teóricas alemanas,
se ha desarrollado en América Latina como una propuesta surgida desde el
esfuerzo propio.
Hay que señalar que además de la filosofía de la liberación hay otros modos
de plantearse los problemas desde la filosofía, e incluso desde la investigación
específicamente política, donde el marxismo sigue buscando mantener su
propia capacidad explicativa y transformadora de la realidad concreta. En este
momento es interesante la referencia a la obra de Adolfo Sánchez Vázquez,
por citar al más conocido autor hispano-mexicano, que ha formado escuela en
México y a través de su obra en otros países latinoamericanos. Lo que está
bien claro, por otra parte, es la necesidad de revisar muchos de los
planteamientos de Marx, en el sentido de que no todo lo que él estudió el siglo
pasado al criticar el modo de producción capitalista, sea hoy día del mismo
modo.
A esta tesis se añade la que defiende Plá, que se establece en estos términos
por el investigador cubano:
«La posición materialista [ante la concepción de lo universal] parte del
reconocimiento de una situación real de universalidad que propicia la
universalización del pensamiento y los valores».
Estas tesis son, desde el punto de vista del materialismo filosófico, discutibles,
como decía Alvargonzález, no de modo eufemista, sino desde posturas que
resultarán, en un momento dado, «completamente encontradas» y hasta
«completamente irreconciliables».
Estos son, a grandes rasgos, lo que llama Plá los «universales utópicos de la
filosofía de la liberación».
Como bien nos advierte Plá, respecto de los términos subrayados, en ellos se
puede «distinguir mejor la fuerte carga religiosa que le imprime Dussel a su
"lógica"».
Para Dussel, como indica Plá, habría dos clases de utopías: una audaz e irreal,
la otra, que es la suya propia, es la auténtica e histórica. En la auténtica es:
«"el proyecto nuevo que se va constituyendo (fuera del orden dado) desde la
exigencia analéctica del Otro, del pobre, del que siendo oprimido guarda al
mismo tiempo una exterioridad escatológica" (Dussel, op.cit. pág. 99). Este
proyecto [continúa Plá] utópico desde la exigencia del Otro se constituye en
Dussel también como el universal a partir del cual cobra sentido toda su
filosofía. Y aquí las relaciones humanas han sido ya [subrayo] idealizadas al
máximo, ya que no sólo esta posición de servicio es difícil de encontrar a nivel
social en una sociedad desgarrada por los antagonismos, sino además, porque
no será tampoco sobre esa base que se erigirán nuevas relaciones de
cooperación. "Si no tuviéramos más garantías en cuanto a la revolución que se
avecina y que ha de transformar el régimen actual de la distribución de los
productos del trabajo --dijo alguien con cierta autoridad en materia de
revoluciones-- (...) que la conciencia de que ese régimen de distribución es
injusto y de que, tarde o temprano, la justicia acabará por triunfar, nuestra
situación nada tendría de envidiable, y podríamos esperar sentados" (F.
Engels: Anti-Dùhring). No se puede negar que una conciencia así facilitaría
enormemente las cosas, pero cifrar todas las esperanzas en ella --como alerta
Engels en las palabras citadas--, ignorando que en las relaciones económicas
lo que cuenta es el interés y que, por lo tanto, sólo la visión de que un sistema
de producción no está ya en condiciones de satisfacer los intereses de la gran
mayoría de la sociedad es lo que lleva a las puertas de su transformación
revolucionaria, es hacer depender todo un proceso real del despliegue de una
idea; y esto en filosofía lleva el nombre de idealismo (...)»{3}
Me refiero a lo siguiente:
En el libro de Plá, pág. 35, se plantea que «(...) esta libre individualidad no es
una mera quimera [se refiere a la relación universal planteada por Marx en
Fundamentos de la crítica de la economía política, "viciada por la
dependencia de los individuos respecto de las cosas" (del dinero, &c.)], por
mucho que la situación del mundo actual se empeñe en refutarla. Justamente
la tarea más urgente para el pensamiento revolucionario del mundo actual
consiste en hallar las mediaciones, políticas e ideológicas en general, que
conduzcan a completar el proceso de socialización de las condiciones
materiales de existencia de la sociedad. Si ese proceso de socialización no es
suficiente aún en América Latina (cosa que habría que estudiar por medios
muy distintos a los de la filosofía) [este es uno de los problemas que la
metodología ha de esclarecer, y ello se logra, a mi juicio, al proponer criterios
gnoseológicos tales como los aportados por el materialismo filosófico, además
de las propuestas en el campo de la ontología ya esbozados en los diversos
escritos de Gustavo Bueno, expuestos en el campo de las diversas ciencias
(antropología, política, &c., parte de las tesis de la teoría del cierre categorial,
aún en proceso de publicación, como sabemos)] eso no sería pretexto
--continúa Plá-- para traer a colación, como ideal social, modelos de
desarrollo que reproduzcan relaciones de dependencia ya superadas por el
capitalismo o portadoras de deseos utópicos de superación de contradicciones
por vías conciliatorias (...)».
Notas
{2} En el libro De varia utópica (Utopías III), págs. 113-ss., explica Cerutti
que la utopía es necesaria en América Latina, porque para que se de una
pragmática de la liberación ha de darse previamente una «mística». Este
asunto ha sido tratado también, aunque desde otro ámbito político, pero que
mantiene fuertes conexiones internas con los planteamientos utópicos
latinoamericanos (Bloch, Paulo Freire, Bolívar o Martí, por citar algunos
casos relevantes, aunque entre sí diversos en tesis concretas, que losseparan,
aun teniendo puntos en común), por el filósofo marxista Karl Kautsky, en el
libro Orígenes y fundamentos del cristianismo, pág. 182:
«[Se refiere Kautsky a la época del siglo II del Imperio Romano, cuando el
cristianismo pugna con otras religiones por abrirse paso en Roma]. En la
época imperial sólo podrían sostenerse las organizaciones que perseguían un
objetivo social trascendente, un alto ideal. Los esfuerzos por ventajas
prácticas, por salvar los intereses momentáneos, no podían dar vida y vigor a
una organización; esto sólo podía lograrlo el entusiasmo más revolucionario o
idealista. Este idealismo no tenía nada en común con el idealismo filosófico.
El perseguimiento de grandes metas sociales puede ser también el resultado de
una filosofía materialista; en realidad, solamente el método materialista,
basándose en la experiencia, en el estudio de las necesarias relaciones de
causa y efecto, en nuestra experiencia, puede conducir al señalamiento de
grandes metas sociales libres de ilusiones; pero todos los requisitos previos
necesarios para la existencia de tal método faltan en la época imperial. El
individuo podía elevarse por sobre sí mismo únicamente por medio de un
misticismo moralizador, obteniendo así la visión de metas que trascendían al
bienestar personal y temporal; en otras palabras, el individuo sólo podía lograr
esa elevación por medio del pensamiento conocido como pensamiento
religioso. Unicamente las asociaciones religiosas se mantuvieron en el período
imperial. Pero nos formaríamos un concepto erróneo de ellas si su forma
religiosa, su misticismo moralizador, nos hiciese pasar por alto su contenido
social inherente a todas estas organizaciones, que es lo que les daba fuerza: el
deseo del cese de las tristes condiciones existentes, el deseo de formas
sociales superiores, de una más estrecha cooperación y de una ayuda mutua
para aquellos muchos individuos, ahora mentalmente desamparados, que
obtenían nuevos alientos por haberse reunido para el logro de altos ideales».
{3} He citado este texto de Plá, un tanto extenso, dado el espacio tan breve de
que dispongo, porque lo considero de sumo interés en su crítica a Dussel.