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En la actualidad, una de las personas que más ha investigado sobre la consolidación del auto-
concepto y la sensación de estima o desestima del adolescente Susan Harter (2006), quien define
el autoconcepto1 como la representación que el individuo construye de sí mismo tras considerar y
evaluar su competencia en diferentes ámbitos. Parejo a la evolución del auto concepto se
desarrolla en el individuo su sentimiento de autoestima. Harter define la autoestima2 como la
valoración global de todos los atributos incluidos en el auto concepto, lo que, anímicamente se
traduce en un sentimiento general que oscila entre la estima y el desprecio por los rasgos del “Yo”.
Esta valoración global de la personalidad emerge de forma explícita en la segunda infancia entre
los siete y los doce años y, como puede intuirse, tiene mucho en común con los rasgos incluidos y
valorados en el auto concepto.
El auto concepto en la adolescencia El auto concepto es una representación del “Yo” que, en su
forma madura, tiende a asumir la estructura de una teoría. Su elaboración está Íntimamente ligada
al desarrollo de capacidades cognitivas relacionadas con la lógica formal. La habilidad de análisis
que permite a los adolescentes diferenciar los distintos rasgos de su personalidad parece surgir
antes que la habilidad para coordinarlos en una estructura superior, más abstracta y explicativa. De
hecho, y en virtud de estos desequilibrios, en la adolescencia suelen diferenciarse tres etapas
marcadas por cambios cualitativos en la estructura del auto concepto.
En la llamada adolescencia media, aproximadamente entre los 14 y los 15 años de edad, los
relatos sobre la personalidad revelan un severo conflicto ante las inconsistencias del Yo. No en
vano, este periodo acoge los conceptos de crisis de identidad y moratoria a los que aluden Erikson
y Marcia. Según Fischer, este cambio en la representación del Yo se relaciona con la incipiente
posibilidad de comparar entre sí las abstracciones antes parceladas.
La autoestima en la adolescencia
Carácter personal.
Willian James sostuvo que la autoestima no depende de los éxitos obtenidos en los distintos
dominios, sino de la relación que se establece entre dichos éxitos y los niveles de logro esperados
o deseados por la persona. En la actualidad, Harter ha reformulado este planteamiento, para
incidir en la influencia decisiva del éxito alcanzado en aquellos dominios que son especialmente
valorados por el sujeto (una alta competencia en un área muy valorada por el individuo sería un
alto predictor de su autoestima global, mientras que el éxito en un campo poco valorado por él
tendría poco impacto en su autoestima global. Se ha comprobado que el aspecto físico4 y la
aceptación del grupo son los dos campos que más valoran los adolescentes, superando a otros
como el comportamiento o la competencia escolar.
Carácter social.
Las aportaciones de Cooley o Mead. Sus modelos sostienen que la representación del Yo refleja las
actitudes y comportamientos que los demás manifiestan hacia uno mismo. En base a estas
aportaciones, muchos instrumentos destinados a evaluar la autoestima global incluyen medidas
sobre la percepción que tienen las personas acerca de la valía que les atribuyen los “otros
significativos” (padres, profesores, compañeros, etc.). En el caso de los adolescentes, se sabe que
la opinión y aceptación de sus compañeros influirá de manera decisiva en su autoestima, si bien, el
apoyo y reconocimiento de sus padres continúa siendo un importante sustento para este juicio de
valor. Se ha observado que la opinión de los amigos no es muy relevante en la autoestima del
adolescente, su función de apoyo incondicional es incompatible con un juicio de valor objetivo, lo
que relativiza su influencia.
En las primeras etapas de la adolescencia. La proliferación de roles y experiencias que acompaña a
los adolescentes en estos primeros momentos (las primeras relaciones románticas, primeras
responsabilidades, acceso al instituto, etc.) no suele ir acompañada de un alto desempeño, por lo
que es frecuente que la autoestima en su conjunto desciende
En la adolescencia final, es esperable que la experiencia acumulada en los diferentes roles y una
menor dependencia de los criterios externos favorezcan una recuperación y estabilización de la
autoestima. Se han encontrado diferencias en la evolución de la autoestima de chicos y chicas. La
autoestima de las adolescentes sería menor que la de sus compañeros varones, en especial
durante las primeras etapas de este periodo. Algunos factores educativos podrían hacer a las
adolescentes más vulnerables y dependientes de las valoraciones ajenas.
En el sistema familiar acaecerán una serie de cambios y reestructuraciones que derivarán en una
nueva jerarquía de relaciones, pero la familia continuará siendo la base sobre la que se asienta el
desarrollo socio-emocional de los adolescentes. Ahora bien si durante la niñez son los adultos
quienes poseen el conocimiento sobre los diferentes aspectos de la vida, al final de la adolescencia
y llegada a la adultez se compartirán estas capacidades entre padres e hijos en aquellas cuestiones
que afecten a la vida familiar e, incluso, serán los propios adolescentes tardíos o adultos jóvenes
quienes tomen las decisiones referentes a su vida.
La forma de resolver los conflictos: cuando las disputas se resuelven de forma positiva, a través de
la comunicación, la expresión de afectos, y la toma de decisiones conjunta, teniendo en cuenta los
diferentes puntos de vista, los conflictos permiten al adolescente aprender a resolverlos de forma
adecuada, y también el mejor conocimiento mutuo de los miembros de la familia. Una
investigación longitudinal mostró que las disputas en el seno de una familia cuando los hijos e hijas
llegan a la adolescencia, si son resueltas en un ambiente de calidez afectiva y buena comunicación,
derivarán en un nivel de ajuste más elevado (Oliva, Jiménez, Parra, Sánchez-Queija, 2005)
Las principales discusiones se producen ante cuestiones cotidianas como la forma de vestir; las
tareas del hogar, o el empleo del dinero. Aspectos más trascendentales como el itinerario
profesional o de estudios a seguir, sexualidad, política o religión generan menos disputas entre
padres e hijos.
Las diferencias de género continúan estando presentes y se dejan ver también en esta temática.
Los chicos de nuestro entorno tienen más discusiones que las chicas en temas académicos, sobre
el uso del tiempo libre o el consumo de tabaco o alcohol. Sin embargo, el único tema en el que
ellas tienen más discusiones que los chicos es en la hora de llegada a casa (Parra y Oliva, 2007). El
tema de los conflictos se considera importante por distintos motivos: por ser una de las cuestiones
que más preocupan en la sociedad, por su implicación en la adquisición de autonomía y por su
relación con el ajuste adolescente. En este último sentido, la relación entre conflictos con los
padres y ajuste de los adolescentes parece funcionar en forma de U invertida. La investigación
sobre toma de decisiones muestra que aquellos adolescentes que toman las decisiones en
conjunto con sus padres/madres son los que muestran un mejor ajuste conductual. Sin embargo,
los chicos y chicas que deciden por sí mismos sin contar con los padres tienen más probabilidades
de acabar implicados en actividades delictivas o desajustadas. Evidentemente, a lo largo de la
adolescencia, los padres deberán dejar en esas discusiones que implican toma de decisiones, cada
vez mayor autonomía a sus hijos e hijas. Durante la adolescencia inicial es más fácil que la disputa
finalice con la claudicación del hijo y la retirada a su habitación mientras que la negociación y la
llegada a acuerdos es mayor según aumenta la edad del adolescente.
A pesar de los cambios en las interacciones inherentes al desarrollo humano, y a los cambios
físicos, cognitivos y sociales, la continuidad prima sobre el cambio. Las familias que son conflictivas
durante la adolescencia ya lo eran previamente. Los sistemas familiares con buen ajuste durante la
infancia y con conflictos importantes en la adolescencia son apenas un 5% (Steinberg, 2001). Los
datos muestran que menos del 10% de las familias tienen dificultades serias durante la etapa de la
adolescencia, mostrando la mayor parte de los adolescentes una baja conflictividad (Parra y Oliva,
2007)
Collins y Laursen (2004) resumen la influencia de los diferentes estilos educativos en los
adolescentes. Los padres con estilo educativo democrático priorizarán las necesidades de sus hijos
en sus actitudes y comportamientos, lo que implica, entre otras cuestiones, realizar demandas de
madurez apropiadas a la edad. Quienes muestran un estilo educativo autoritario exigen obediencia
a sus hijos, y priorizan las necesidades y agendas paternas a la de los chicos y chicas. Castigan la
desobediencia y utilizan métodos autoritarios para conseguir la conformidad de sus hijos. Los
padres con estilo educativo permisivo centran toda la atención en el hijo sin demandarles
madurez, ni compromisos, ni implicación.
Cuando las relaciones entre padres e hijos se rigen por un estilo democrático, estarán
caracterizadas por la reciprocidad y la comunicación bidireccional. En el caso de que se den estilos
no democráticos, la comunicación y la reciprocidad se romperán, debido al dominio de los
intereses de! padre o la madre en el estilo a autoritario, o al dominio del hijo o hija en el estilo
permisivo.
Los progenitores democráticos tienen hijos que son más ajustados, más maduros socialmente,
competentes psicosocialmente, con mejor autoestima y más logros académicos. Por su parte, los
adolescentes con padres autoritarios se implican menos a la hora de explorar las diferentes
alternativas para lograr una identidad, adoptan las normas morales externas sin internalizarlas,
tienen niveles más bajos de autoconfianza, de autoestima, y muestran problemas cuando deben
guiar su comportamiento a partir de sus propias decisiones
Los adolescentes con padres permisivos confían en sí mismos (han recibido alto afecto y
comunicación), pero muestran niveles elevados de consumo de sustancias y dificultades
académicas (no se ha ejercido el control ni la supervisión sobre ellos); los adolescentes con padres
autoritarios son obedientes y disciplinados, pero no son competentes (han recibido control y
supervisión sobre sus actos, pero no han interiorizado las normas ni el porqué de los actos); los
adolescentes con padres indiferentes son los más problemáticos, no son competentes y además
muestran problemas de conducta (no han recibido ni afecto ni supervisión)
Esta descripción que puede resultar clasificadora, también puede simplificar las relaciones
familiares en exceso. En realidad, la relación padres hijos no es unidireccional, chicos y chicas
muestran unas actitudes y comportamientos propios, y el estilo educativo de los padres se adapta
a ello.
La exposición que acabamos de realizar sobre las relaciones familiares en la adolescencia es corta,
y deja multitud de conocimientos en el tintero: estructurales como la adaptación a la adolescencia
de diferentes tipos de familia o en contextos divergentes; y dimensionales, como pueda ser la
función del afecto en el ajuste emocional y conductual del adolescente.
Aunque los adolescentes digan que están menos satisfechos de sus relaciones familiares y que se
sienten menos aceptados por sus padres que los preadolescentes, los estudios epidemiológicos
muestran que, en general, están satisfechos con su vida familiar y muestran buena comunicación
con padres y madres. El estudio HBSC en España muestra que los adolescentes están satisfechos
con sus relaciones familiares (8.39 sobre 10) y un 79,8% de ellos consideran que la comunicación
con su madre es fácil o muy fácil (Moreno y otros, 2008). Los datos longitudinales muestran
estabilidad relativa en la relación familiar durante la infancia y la adolescencia, y que durante la
adolescencia los padres continúan ocupando el segundo lugar tras los amigos o la pareja en apoyo,
cercanía e interdependencia.
Si algo ha constatado claramente sobre las relaciones entre iguales es la importancia que la
amistad cobra durante la adolescencia. Chicos y chicas pasan cada vez más tiempo con sus amigos,
con los que comparten actividades cerca y lejos del hogar, así como sus sentimientos, dudas o
inquietudes. Los amigos se convierten en un apoyo básico durante estos años, con quienes
transitarán por los años de la adolescencia y que se enfrentarán a los cambios sociales, cognitivos y
de personalidad al mismo tiempo que ellos, con los que explorarán las alternativas que la vida les
ofrece, se divertirán, buscarán pareja y, compartirán el tránsito por una etapa de cambio a la vez
que continuidad.
En los años 90 del pasado siglo, comenzaron a proliferar voces que apuntaban la importante
laguna que quedaba sin analizar en el desarrollo de las personas: la relación con los iguales, tanto
en su vertiente más íntima y cercana, la amistad, como en vertientes más lúdicas o de compañía, el
grupo de iguales. Nos centramos en las conclusiones a las que llegaron Brown y Larson (2009) y
que pasamos a describir: