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OPERACIONAL FORMAL

 A partir de los 11 o 12 años hasta la adultez


 Coincide con el inicio de la adolescencia y el inicio de la inserción en el mundo de la
adultez.
 A medida que los adolescentes entran en este periodo, adquieren la capacidad de pensar
de manera abstracta manipulando ideas en su mente, sin depender de la manipulación
concreta del objeto
 Esto implica que él o ella pueden realizar cálculos matemáticos, pensar creativamente,
usar el razonamiento abstracto, e imaginar el resultado de acciones particulares.
 Un ejemplo acerca de la distinción entre la etapa operativa concreta y la formal es la
respuesta a la pregunta “Si Ana es más alta que Luisa y Luisa es más alta que Carmen,
¿quién es la más alta?”
 Este es un ejemplo sobre razonamiento inferencial, el cual es la capacidad de pensar sobre
asuntos que el individuo no ha experimentado en la vida real y poder sacar conclusiones a
partir de su pensamiento
 Un niño que necesite realizar un dibujo o emplear objetos se encuentra aún en la etapa
operativa concreta, mientras que los niños que ya son capaces de inferir la respuesta en su
mente están utilizando el pensamiento operacional formal.

Pensamiento Operacional Formal


- Razonamiento Deductivo Hipotético
El razonamiento hipotético deductivo es la capacidad de pensar científicamente a través de
la generación de predicciones, o hipótesis, sobre el mundo para responder preguntas. El
individuo abordará los problemas de una manera sistemática y organizada, más que a
través del ensayo y error.
- Pensamiento abstracto
Las operaciones concretas se llevan a cabo en objetos mientras que las operaciones
formales se desarrollan a partir de ideas. El individuo puede pensar en conceptos
hipotéticos y abstractos sobre los cuales no necesariamente ha experimentado
directamente. El pensamiento abstracto es importante para planificar el futuro.

- ¿Qué evidencia apoya el estadio de las operaciones formales según Piaget?


Piaget (1970) ideó varias pruebas para comprobar el pensamiento abstracto de la
etapa de las operaciones formales, uno de los más simples y conocidos fue el
“problema del tercer ojo”.
A los niños se les preguntó en que parte de su cuerpo pondrían un ojo extra, si
pudieran tener un tercero, y por qué. Según Scheffer (1988), cuando realizó dicha
pregunta, los niños de 9 años aproximadamente, sugirieron que el tercer ojo debería
estar en la frente. Sin embargo, los niños de 11 años de edad, fueron más creativos,
por ejemplo, sugirieron que un tercer ojo en la palma de la mano sería útil para ver al
otro lado de las esquinas. El pensamiento operativo formal también se ha probado
experimentalmente empleando la tarea del péndulo (Inhelder & Piaget, 1958).El
método implicaba usar la longitud de un hilo y un conjunto de pesos. Los participantes
tuvieron que considerar tres factores (variables) la longitud de la cuerda, el peso del
objeto y la fuerza o impulso que se le imprime.
La tarea consistía en averiguar qué factor es más importante para determinar la
velocidad de oscilación del péndulo. Los participantes pueden manipular las diferentes
variables, cambiar la longitud de la cuerda del péndulo, y aumentar o disminuir el
peso. Pueden medir la velocidad del péndulo contando el número de oscilaciones por
minuto. Para encontrar la respuesta correcta, los participantes tienen que comprender
la idea básica del método experimental, es decir, cambiar una variable a la vez (por
ejemplo, intentar diferentes longitudes con el mismo peso). Si un participante intenta
manipular diferentes longitudes con diferentes pesos es probable que llegue a la
conclusión errónea. Los niños que ya han alcanzado la etapa operacional formal
resuelven la tarea de forma sistemática, probando una variable a la vez (como variar la
longitud de la cuerda) para comprobar su efecto. Sin embargo, los niños más pequeños
que aún no han alcanzado este estadio, suelen manipular las variaciones al azar o
cambiar dos variables simultáneamente. Piaget concluyó que el enfoque sistemático
indicaba que los niños pensaban lógicamente, en abstracto, y podían inferir las
relaciones entre los objetos. Estas son las características del estadio de las operaciones
formales.

AUTOCONCEPTO y LA AUTOESTIMA EN LA ADOLESCENCIA

En la actualidad, una de las personas que más ha investigado sobre la consolidación del auto-
concepto y la sensación de estima o desestima del adolescente Susan Harter (2006), quien define
el autoconcepto1 como la representación que el individuo construye de sí mismo tras considerar y
evaluar su competencia en diferentes ámbitos. Parejo a la evolución del auto concepto se
desarrolla en el individuo su sentimiento de autoestima. Harter define la autoestima2 como la
valoración global de todos los atributos incluidos en el auto concepto, lo que, anímicamente se
traduce en un sentimiento general que oscila entre la estima y el desprecio por los rasgos del “Yo”.
Esta valoración global de la personalidad emerge de forma explícita en la segunda infancia entre
los siete y los doce años y, como puede intuirse, tiene mucho en común con los rasgos incluidos y
valorados en el auto concepto.
El auto concepto en la adolescencia El auto concepto es una representación del “Yo” que, en su
forma madura, tiende a asumir la estructura de una teoría. Su elaboración está Íntimamente ligada
al desarrollo de capacidades cognitivas relacionadas con la lógica formal. La habilidad de análisis
que permite a los adolescentes diferenciar los distintos rasgos de su personalidad parece surgir
antes que la habilidad para coordinarlos en una estructura superior, más abstracta y explicativa. De
hecho, y en virtud de estos desequilibrios, en la adolescencia suelen diferenciarse tres etapas
marcadas por cambios cualitativos en la estructura del auto concepto.

DESARROLLO SOCIAL Y DE LA PERSONALIDAD EN LA ADOLESCENCIA


En la llamada adolescencia inicial, entre los 11 y los 13 años, los autoinfomes que refieren los
adolescentes relevan un significativo aumento de abstracciones en la definición del Yo, se inicia un
giro hacia la intimidad, la abstracción, la diferenciación de los roles desempeñados y la mayor
importancia a la opinión de los demás. Fischer, apuntaba que al inicio de la adolescencia el
individuo se encuentra en el nivel de las abstracciones simples, lo que significa que aún no puede
comparar abstracciones entre sí y, por tanto, no puede relacionar los diferentes aspectos de su Yo.

En la llamada adolescencia media, aproximadamente entre los 14 y los 15 años de edad, los
relatos sobre la personalidad revelan un severo conflicto ante las inconsistencias del Yo. No en
vano, este periodo acoge los conceptos de crisis de identidad y moratoria a los que aluden Erikson
y Marcia. Según Fischer, este cambio en la representación del Yo se relaciona con la incipiente
posibilidad de comparar entre sí las abstracciones antes parceladas.

En el último tramo de la adolescencia, entre los 17 y 18 años, e! adolescente comenzará a integrar


los rasgos más contradictorios de su personalidad. Según Fischer, el individuo se sitúa a hora en el
nivel de «los sistemas abstractos», lo que trae consigo la posibilidad de integrar las abstracciones
simples en otras de nivel superior. Por ejemplo, los cambios de humor pueden asumirse en el
marco de un carácter irascible o caprichoso, o sencillamente el adolescente puede definirse como
una persona ambivalente en muchos aspectos de su personalidad. Por otro lado, al final de la
adolescencia el auto concepto tiende a saturarse de atributos que ya no dependen de la
comparación social, por lo que las referencias a cualidades interpersonales (habilidades sociales,
atractivo físico, popularidad) van dando paso a nuevos atributos basados en criterios más
personales, comprometidos con los ideales y valores del propio individuo. Por tanto, al final de la
adolescencia se produce la aceptación natural de los contrastes de la personalidad y una definición
más personal y estable de los rasgos del Yo. De este modo, en la adolescencia final se sientan las
bases adecuadas para el desarrollo de la identidad. Sin embargo, debemos señalar que esta
evolución no siempre sucede, y algunas personas pueden quedar atascadas en una personalidad
hipotecada o en una personalidad fragmentada y patológica, no escasa de sentimientos de
angustia e inadaptación. 3 Información obtenida de la propia persona.

La autoestima en la adolescencia

En la adolescencia Los aspectos más importantes de la autoestima son su carácter personal y


social:

Carácter personal.

Willian James sostuvo que la autoestima no depende de los éxitos obtenidos en los distintos
dominios, sino de la relación que se establece entre dichos éxitos y los niveles de logro esperados
o deseados por la persona. En la actualidad, Harter ha reformulado este planteamiento, para
incidir en la influencia decisiva del éxito alcanzado en aquellos dominios que son especialmente
valorados por el sujeto (una alta competencia en un área muy valorada por el individuo sería un
alto predictor de su autoestima global, mientras que el éxito en un campo poco valorado por él
tendría poco impacto en su autoestima global. Se ha comprobado que el aspecto físico4 y la
aceptación del grupo son los dos campos que más valoran los adolescentes, superando a otros
como el comportamiento o la competencia escolar.
Carácter social.

Las aportaciones de Cooley o Mead. Sus modelos sostienen que la representación del Yo refleja las
actitudes y comportamientos que los demás manifiestan hacia uno mismo. En base a estas
aportaciones, muchos instrumentos destinados a evaluar la autoestima global incluyen medidas
sobre la percepción que tienen las personas acerca de la valía que les atribuyen los “otros
significativos” (padres, profesores, compañeros, etc.). En el caso de los adolescentes, se sabe que
la opinión y aceptación de sus compañeros influirá de manera decisiva en su autoestima, si bien, el
apoyo y reconocimiento de sus padres continúa siendo un importante sustento para este juicio de
valor. Se ha observado que la opinión de los amigos no es muy relevante en la autoestima del
adolescente, su función de apoyo incondicional es incompatible con un juicio de valor objetivo, lo
que relativiza su influencia.
En las primeras etapas de la adolescencia. La proliferación de roles y experiencias que acompaña a
los adolescentes en estos primeros momentos (las primeras relaciones románticas, primeras
responsabilidades, acceso al instituto, etc.) no suele ir acompañada de un alto desempeño, por lo
que es frecuente que la autoestima en su conjunto desciende

En la adolescencia media la búsqueda de la identidad hace al adolescente muy vulnerable a la


opinión de los demás, circunstancia que resulta especialmente peligrosa en una etapa en que
muchos adultos pueden no haber asumido la legitimidad de algunos cambios, ven la que la opinión
del grupo pesa más que los comentarios cálidos y cercanos de los amigos íntimos. El aspecto físico
se ha destacado como principal predictor de la autoestima general también en edades más
avanzadas.

En la adolescencia final, es esperable que la experiencia acumulada en los diferentes roles y una
menor dependencia de los criterios externos favorezcan una recuperación y estabilización de la
autoestima. Se han encontrado diferencias en la evolución de la autoestima de chicos y chicas. La
autoestima de las adolescentes sería menor que la de sus compañeros varones, en especial
durante las primeras etapas de este periodo. Algunos factores educativos podrían hacer a las
adolescentes más vulnerables y dependientes de las valoraciones ajenas.

RELACIONES FAMILIARES Y BÚSQUEDA DE AUTONOMÍA

En el sistema familiar acaecerán una serie de cambios y reestructuraciones que derivarán en una
nueva jerarquía de relaciones, pero la familia continuará siendo la base sobre la que se asienta el
desarrollo socio-emocional de los adolescentes. Ahora bien si durante la niñez son los adultos
quienes poseen el conocimiento sobre los diferentes aspectos de la vida, al final de la adolescencia
y llegada a la adultez se compartirán estas capacidades entre padres e hijos en aquellas cuestiones
que afecten a la vida familiar e, incluso, serán los propios adolescentes tardíos o adultos jóvenes
quienes tomen las decisiones referentes a su vida.

Conflictos y cercanía en las relaciones entre padres, madres, hijos e hijas

La familia es un contexto en el que existe intimidad, interdependencia, proximidad, confianza


mutua y comunicación. Las discusiones son inherentes a estas relaciones, y especialmente
prominentes en el caso de las relaciones familiares en cualquier etapa de la vida (Collins y Laursen
2004). Durante los primeros años de la adolescencia aumenta el número de conflictos en el hogar;
chicos y chicas discuten con frecuencia con sus padres y madres, siendo la relación que más
discusiones provoca la relación madre hija. Sin embargo, tras un periodo de ajuste y renegociación
de roles, el sistema familiar vuelve a encontrar el equilibrio ya en los años de la adolescencia
media (Goossens, 2006). Durante este periodo de mayores dificultades los conflictos familiares
sirven para renegociar los roles que desempeñan los diferentes miembros dentro de la familia
(Collins y Laursen, 2004). Los estudios longitudinales muestran que existe una gran continuidad en
las relaciones familiares (Oliva, 2006).

La forma de resolver los conflictos: cuando las disputas se resuelven de forma positiva, a través de
la comunicación, la expresión de afectos, y la toma de decisiones conjunta, teniendo en cuenta los
diferentes puntos de vista, los conflictos permiten al adolescente aprender a resolverlos de forma
adecuada, y también el mejor conocimiento mutuo de los miembros de la familia. Una
investigación longitudinal mostró que las disputas en el seno de una familia cuando los hijos e hijas
llegan a la adolescencia, si son resueltas en un ambiente de calidez afectiva y buena comunicación,
derivarán en un nivel de ajuste más elevado (Oliva, Jiménez, Parra, Sánchez-Queija, 2005)

Las principales discusiones se producen ante cuestiones cotidianas como la forma de vestir; las
tareas del hogar, o el empleo del dinero. Aspectos más trascendentales como el itinerario
profesional o de estudios a seguir, sexualidad, política o religión generan menos disputas entre
padres e hijos.

Las diferencias de género continúan estando presentes y se dejan ver también en esta temática.
Los chicos de nuestro entorno tienen más discusiones que las chicas en temas académicos, sobre
el uso del tiempo libre o el consumo de tabaco o alcohol. Sin embargo, el único tema en el que
ellas tienen más discusiones que los chicos es en la hora de llegada a casa (Parra y Oliva, 2007). El
tema de los conflictos se considera importante por distintos motivos: por ser una de las cuestiones
que más preocupan en la sociedad, por su implicación en la adquisición de autonomía y por su
relación con el ajuste adolescente. En este último sentido, la relación entre conflictos con los
padres y ajuste de los adolescentes parece funcionar en forma de U invertida. La investigación
sobre toma de decisiones muestra que aquellos adolescentes que toman las decisiones en
conjunto con sus padres/madres son los que muestran un mejor ajuste conductual. Sin embargo,
los chicos y chicas que deciden por sí mismos sin contar con los padres tienen más probabilidades
de acabar implicados en actividades delictivas o desajustadas. Evidentemente, a lo largo de la
adolescencia, los padres deberán dejar en esas discusiones que implican toma de decisiones, cada
vez mayor autonomía a sus hijos e hijas. Durante la adolescencia inicial es más fácil que la disputa
finalice con la claudicación del hijo y la retirada a su habitación mientras que la negociación y la
llegada a acuerdos es mayor según aumenta la edad del adolescente.

A pesar de los cambios en las interacciones inherentes al desarrollo humano, y a los cambios
físicos, cognitivos y sociales, la continuidad prima sobre el cambio. Las familias que son conflictivas
durante la adolescencia ya lo eran previamente. Los sistemas familiares con buen ajuste durante la
infancia y con conflictos importantes en la adolescencia son apenas un 5% (Steinberg, 2001). Los
datos muestran que menos del 10% de las familias tienen dificultades serias durante la etapa de la
adolescencia, mostrando la mayor parte de los adolescentes una baja conflictividad (Parra y Oliva,
2007)

Los estilos educativos y la autonomía

Collins y Laursen (2004) resumen la influencia de los diferentes estilos educativos en los
adolescentes. Los padres con estilo educativo democrático priorizarán las necesidades de sus hijos
en sus actitudes y comportamientos, lo que implica, entre otras cuestiones, realizar demandas de
madurez apropiadas a la edad. Quienes muestran un estilo educativo autoritario exigen obediencia
a sus hijos, y priorizan las necesidades y agendas paternas a la de los chicos y chicas. Castigan la
desobediencia y utilizan métodos autoritarios para conseguir la conformidad de sus hijos. Los
padres con estilo educativo permisivo centran toda la atención en el hijo sin demandarles
madurez, ni compromisos, ni implicación.
Cuando las relaciones entre padres e hijos se rigen por un estilo democrático, estarán
caracterizadas por la reciprocidad y la comunicación bidireccional. En el caso de que se den estilos
no democráticos, la comunicación y la reciprocidad se romperán, debido al dominio de los
intereses de! padre o la madre en el estilo a autoritario, o al dominio del hijo o hija en el estilo
permisivo.

Los progenitores democráticos tienen hijos que son más ajustados, más maduros socialmente,
competentes psicosocialmente, con mejor autoestima y más logros académicos. Por su parte, los
adolescentes con padres autoritarios se implican menos a la hora de explorar las diferentes
alternativas para lograr una identidad, adoptan las normas morales externas sin internalizarlas,
tienen niveles más bajos de autoconfianza, de autoestima, y muestran problemas cuando deben
guiar su comportamiento a partir de sus propias decisiones

Los adolescentes con padres permisivos confían en sí mismos (han recibido alto afecto y
comunicación), pero muestran niveles elevados de consumo de sustancias y dificultades
académicas (no se ha ejercido el control ni la supervisión sobre ellos); los adolescentes con padres
autoritarios son obedientes y disciplinados, pero no son competentes (han recibido control y
supervisión sobre sus actos, pero no han interiorizado las normas ni el porqué de los actos); los
adolescentes con padres indiferentes son los más problemáticos, no son competentes y además
muestran problemas de conducta (no han recibido ni afecto ni supervisión)

Esta descripción que puede resultar clasificadora, también puede simplificar las relaciones
familiares en exceso. En realidad, la relación padres hijos no es unidireccional, chicos y chicas
muestran unas actitudes y comportamientos propios, y el estilo educativo de los padres se adapta
a ello.

Las relaciones familiares: a modo de conclusión

La exposición que acabamos de realizar sobre las relaciones familiares en la adolescencia es corta,
y deja multitud de conocimientos en el tintero: estructurales como la adaptación a la adolescencia
de diferentes tipos de familia o en contextos divergentes; y dimensionales, como pueda ser la
función del afecto en el ajuste emocional y conductual del adolescente.

Aunque los adolescentes digan que están menos satisfechos de sus relaciones familiares y que se
sienten menos aceptados por sus padres que los preadolescentes, los estudios epidemiológicos
muestran que, en general, están satisfechos con su vida familiar y muestran buena comunicación
con padres y madres. El estudio HBSC en España muestra que los adolescentes están satisfechos
con sus relaciones familiares (8.39 sobre 10) y un 79,8% de ellos consideran que la comunicación
con su madre es fácil o muy fácil (Moreno y otros, 2008). Los datos longitudinales muestran
estabilidad relativa en la relación familiar durante la infancia y la adolescencia, y que durante la
adolescencia los padres continúan ocupando el segundo lugar tras los amigos o la pareja en apoyo,
cercanía e interdependencia.

RELACIONES ENTRE IGUALES

Si algo ha constatado claramente sobre las relaciones entre iguales es la importancia que la
amistad cobra durante la adolescencia. Chicos y chicas pasan cada vez más tiempo con sus amigos,
con los que comparten actividades cerca y lejos del hogar, así como sus sentimientos, dudas o
inquietudes. Los amigos se convierten en un apoyo básico durante estos años, con quienes
transitarán por los años de la adolescencia y que se enfrentarán a los cambios sociales, cognitivos y
de personalidad al mismo tiempo que ellos, con los que explorarán las alternativas que la vida les
ofrece, se divertirán, buscarán pareja y, compartirán el tránsito por una etapa de cambio a la vez
que continuidad.

Amistad y grupo de iguales

En los años 90 del pasado siglo, comenzaron a proliferar voces que apuntaban la importante
laguna que quedaba sin analizar en el desarrollo de las personas: la relación con los iguales, tanto
en su vertiente más íntima y cercana, la amistad, como en vertientes más lúdicas o de compañía, el
grupo de iguales. Nos centramos en las conclusiones a las que llegaron Brown y Larson (2009) y
que pasamos a describir:

1. Las relaciones entre iguales se vuelven más importantes en la adolescencia. Algunos


autores consideran que no se puede hablar de auténtica amistad hasta la adolescencia,
cuando las relaciones pasan de estar basadas en el juego a basarse en la comunicación y
en la autorrevelación
2. Las relaciones entre iguales se vuelven más complejas. Aparecen nuevos tipos de
relaciones: el gran grupo o pandilla, el pequeño grupo o cuadrilla (5 o 6 miembros), el
amigo íntimo o la pareja; también aparece toda una cultura de iguales que va a depender
de la pandilla y/o cuadrilla a la que pertenezca el/la adolescente; y finalmente, la
reputación del individuo dentro del grupo cobra una importancia específica.
3. Los amigos y el grupo de amigos están caracterizados por la semejanza entre ellos, fruto
tanto de la selección activa6 como de la influencia mutua (socialización recíproca) y la
deselección
4. Aquellos adolescentes con buenas habilidades sociales aparecen mejor ajustados que los
que no la tienen, tanto en lo referente a las relaciones sociales -algo que parece obvio-
como en la adaptación académica y emocional.
5. La autopercepción de las relaciones entre iguales no es fiable. Los adolescentes
sobreestiman los parecidos con los amigos, en especial si se involucran en actividades
antisociales o consumo de drogas.
6. La afiliación con los iguales y la reputación es sólo moderadamente estable. Es fácil
encontrar a adolescentes que a lo largo del año nombran a personas diferentes como
mejor amigo. Igualmente, cambian los miembros de la cuadrilla, aunque algunos
permanezcan, existen otros que van y que vienen. Incluso la pareja es inestable durante los
años de la adolescencia. Sin embargo, se encuentra mayor estabilidad con los años, y los
amigos, pareja o cuadrilla de la adolescencia final es más estable y duradera que la de la
adolescencia inicial.
7. La influencia de los iguales es un proceso complejo recíproco y no unidireccional. Los
chicos y chicas adolescentes se influencian unos a otros. Además, es importante tener en
consideración variables personales y relacionales que median la relación de influencia
mutua.
8. Mantener buenas relaciones con los iguales es un indicador de ajuste que favorece el
bienestar social y emocional de los adolescentes. Multitud de estudios muestran que
quienes mantienen mejores relaciones con sus compañeros también tienen mejor
bienestar emocional y competencia relacional. menos patologías y conductas delictivas, y
más autoestima; al tiempo que quienes no tienen amigos muestran sentimientos de
soledad, incompetencia, ansiedad y baja autoestima (Bemdt, 1996: Parker y Asher, 1987).

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