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2. Las ideas platónicas, que operan como arquetipos de los fenómenos sensibles que son
representaciones, la objetividad de la voluntad (en diversos grados), son formas
inmutables y eternas que corresponden a todos los cuerpos. Para que el sujeto llegue
al conocimiento de las ideas no puede hacerlo a través de la manifestación fenoménica
individual; ese conocimiento, que opera con el principio de razón, está sometido a la
voluntad. El individuo, por lo tanto, debe de cierta manera dejar de serlo, y trascender
a esta conciencia sensible, y convertirse en un desinteresado sujeto puro del
conocimiento. Conoce sin fines, se pierde en la contemplación y se identifica con el
objeto. Este sujeto deja de considerar el por qué anteriormente mencionado, el del
principio de razón de la conciencia empírica del cual se sirven las ciencias naturales,
y se abalanza sobre el conocimiento puramente intuitivo (ya que no da razones de
esto) de la contemplación esencial. De esta manera se alcanza el conocimiento de la
idea, superando la individualidad concreta y apuntando a la forma inmutable y eterna
que son las ideas generales; “la cosa individual se convierte de golpe en idea de su
especie, y el individuo que intuye, en un puro sujeto de conocimiento”. El sujeto de
conocimiento puro es un estado necesario para llegar al conocimiento de las esencias.
Hay una cautivación tan grande por la cosa individual que se libera de la voluntad,
del querer y esto denota la pureza. No obstante, la dualidad sujeto-objeto de cierta
manera perdura, ya que la voluntad se objetiva en el mundo de la representación, o
sea, no se abandona la conciencia empírica de manera absoluta, esencial. Por otro
lado, el genio es el encargado de realizar de manera efectiva a través de su obra la
reproducción de las ideas eternas, que posteriormente van a ser captadas en la
contemplación de ese objeto; busca transmitir el conocimiento ideal a través de la
contemplación estética. El genio deja atrás sus intereses particulares y se avoca a la
tarea de captar las ideas eternas por medio de la obra artística. Además, el ser del
genio es la mas pura objetividad al desprenderse totalmente de su persona, y
conocimiento intuitivo del grado más alto al separar el conocimiento del servicio de
la voluntad (en oposición al conocimiento de las ciencias); este conocimiento por esa
razón es puro, ya que se desliga del querer y del interés. Además, el genio se sirve de
la fantasía para ampliar su horizonte más allá de la mera experiencia individual, que
es incompleta e inauténtica, para aumentarla al punto de proyectar lo que la esencia
debió haber construido en esa realidad. Por eso la fantasía completa y es condición
de la labor del genio. Pero la particularidad del genio estriba en que el conocimiento
ideal se da en su figura de la manera más perfecta posible (aunque no total, ya que la
contemplación es siempre transitoria), y la duración de tal contemplación es
indeterminada, requiere todo lo que considere. En la contemplación estética, el objeto
se conoce como idea platónica, y la autoconciencia consiguiente del sujeto
contemplador se hace como puro sujeto de conocimiento desinteresado, renegando la
voluntad y el querer. Tanto el sujeto de conocimiento puro como el genio persiguen
el conocimiento genuino de las ideas esenciales, superan el principio de razón
empírico y operan bajo un conocimiento intuitivo de grado sumo (y no conocimiento
por experiencia individual). Ambos buscan descansar la voluntad que es sufrimiento
perenne, a través de un acto contemplativo desinteresado y sin volición. También, por
esto ambos dejan atrás la experiencia individual concreta y apuntan al conocimiento
puro. Pero es el genio el que está en un grado más perfecto de conocimiento puro al
desligarse de cierta manera de la voluntad en un grado superior y contemplar las
esencias tanto como él considere necesario; a través del arte él es el que está mejor
capacitado para logra esto de manera efectiva. Además pone en marcha la facultad de
la fantasía para ampliar y “corregir” la experiencia siempre incompleta de las cosas,
mostrándolas como deberían ser si estuvieran completas.