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ENSEÑANZA BÍBLICA SOBRE LA ORACIÓN

SUMARIO: 1. La oración en la Biblia: 1. El vocabulario de la oración;


2. La oración de Abra-han; 3. La oración de Moisés y el canto de los
liberados; 4. La oración de un profeta; Jeremías; 5. La oración de Job; 6,
La oración de los salmos; 7. La oración de Jesús; 8. El "Padrenuestro".
La catequesis evangélica; 10. La oración de la comunidad; 11. La oración
de Pablo. II. Las estructuras de la oración bíblica: 1. Oración dialógica y
persona!; 2. Nexo con la historia y la vida; 3. El signo del "silencio de
Dios"; 4. Súplica y alabanza.
La Biblia menciona muchas oraciones, habla de hombres que
rezan y enseña a orar. Todo esto es normal y forma parte de la
experiencia religiosa de cada pueblo. La originalidad bíblica no está
en la oración, sino en el cómo y en el porqué.
Se puede decir que toda la Biblia ha nacido de la oración, como
fruto de una escucha de Dios: se responde a Dios, se discute con
Dios, se reflexiona delante de Dios,. Más que hablar de Dios, la Biblia
habla a Dios y reflexiona delante de Dios. Toda la historia de Israel
está recorrida por la oración, que emerge en cada punto de su
narración. Esto vale también para el NT. Por eso se comprende que
seguir el tema de la oración significa recorrer el camino de la Biblia
por entero. Obviamente, ello no es posible.
La primera parte (analítica y fenomenológica) de nuestro estudio
será necesariamente una lectura episódica y apresurada, pero no por
eso superficial; capaz en todo caso de dar un fundamento suficiente
a la segunda parte (sintética), en la cual se intentará establecer las
principales estructuras constantes de la oración.

I. LA ORACIÓN EN LA BIBLIA. Si se quiere descubrir el cauce


dentro del cual discurre la oración bíblica y toma forma, y por consi-
guiente captar su originalidad, hay que fijarse con precisión en el
marco teológico y antropológico que supone, es decir en la relación /
Dios, / hombre, / pueblo y mundo. Es claro que tampoco podemos hacer
esto. Habrá que dar muchas cosas por supuestas. Baste recordar, a
modo de premisa que el hombre bíblico se dirige a un Dios que se ha
hecho él mismo Dios de Israel y que ha hecho dé Israel su pueblo. Al
mismo tiempo, Yhwh no es sólo el Dios de Israel, sino que es el único
verdadero Dios, creador del mundo entero. El elemento particularista y el
universalista se dan la mano: el Señor del mundo es justamente el Dios
de Israel. En el NT este entrelazamiento se profundiza y se universaliza el
Dios del mundo se hace hombre, y la Iglesia no es ya un pueblo entre los
otros pueblos, sino un pueblo proveniente de todas las naciones.
1. 1. EL VOCABULARIO DE LA ORACIÓN. El vocabulario bíblico

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de la oración es amplio y fluido. Además de algunos verbos, por así decir,
técnicos —como 'atar ypalal (de donde el sustantivo tefittah, oración) en
el AT, y proseújomai y déomai en el NT— hay todo un abanico de verbos y
de expresiones que pertenecen en primer lugar a las relaciones entre
hombres y ala vida ordinaría: hablar, gritar, pedir, suplicar, invocar
ayuda, alabar, agradecer, buscar. Ya esto muestra que la oración bíblica
no está exclusivamente ligada a los ritos, sino que brota de la vida y
abarca todo el arco de sus manifestaciones.
2.LA ORACIÓN DE ABRAHÁN. Una primera gran figura de orante es
Abrahán. La suya es ante todo la oración de la obediencia. "Heme aquí"
es su pronta respuesta a cada intervención de Dios. Pero es también la
oración de la petición y del lamento: "Señor Dios, ¿qué me vas a dar? Yo
estoy ya para morir sin hijos, y el heredero de mi casa será ese Eliezer de
Damasco. No me has dado descendencia, y uno de mis criados será mi
heredero" (Gen 15,2-3).
Particularmente reveladora de cómo el hombre bíblico se pone
delante de Dios es la larga oración de intercesión por Sodoma y Gomorra
(Gen 18,23-32). El rasgo que más llama la atención es que Dios y el
hombre están frente a frente como dos personas: hablan y discuten
familiarmente. Un hombre vivo, verdadero encuentra al Dios verdadero;
El polvo está ante la roca, sin embargo, la confianza es más fuerte que el
temor y supera la distancia: "Me atrevo a hablar a mi Señor, yo que soy
polvo y ceniza”. Si nos preguntamos cuál es la raíz de esta insólita
oración, respetuosa a la vez que confidencial, debemos responder que es
la fe. Sólo de una profunda brota una oración atrevida. Además de
familiar, la oración de Abrahán es insistente. Abrahán insiste, cortés
pero firme. No pide para, sí, sino que intercede por los demás. Como
todos los grandes hombres de Dios, Abrahán es un intercesor.
Hay, finalmente, un último rasgo quizá el más original. Abrahán le
plantea a Dios un problema: "¿Vas a destruir al justo con el pecador?"
En otras palabras, ¿se rige Dios por maldad de muchos o por la justicia
de pocos? ¿No podría un corto número de justos tener tanto peso que:
indujera a Dios a perdonar a la ciudad? Ya aquí se entrevé cómo para la
Biblia la oración es el lugar privilegiado de la revelación y de la reflexión
teológica, de la búsqueda y del descubrimiento del misterio de Dios.
3. LA ORACIÓN DE MOISÉS Y EL CANTO DE LOS LIBERADOS.
Otra gran figura orante es Moisés, al que la tradición bíbilca presente
como el mediador entre Dios y la comunidad y como el modelo del
intercesor. Son sus manos alzadas las que obtienen la victoria contra
Amalec (Éx 17,8-13): "Cuando Moisés tenía sus brazos alzados vencía
Israel, y cuando los bajaba vencía Amalec". Muchas veces en el desierto
intercede él por el pecado del pueblo solicitando el perdón (Éx 32,11-

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14.30-34; Núm 14,10-20; 16,22; 21,7). Y se recuerda con complacencia
que Dios le hablaba cara a cara, como a un amigo, como a un hombre de
confianza (Núm 12,6-8; Éx 33,11; Dt 34,10). Más significativa que
ninguna otra es la oración de intercesión de Éx 32. Estamos en el
corazón de la oración bíblica. Es una oración dramática; casi una lucha
entre Moisés y Dios; y sus argumentos siguen el esquema clásico de la
súplica: se apela al amor de Dios (esta nación es tu pueblo), a su
fidelidad (acuérdate de las promesas), a su gloria (¿qué dirán las
naciones si abandonas al pueblo que te pertenece?). La conclusión es la
victoria de la oración: "Y el Señor se retractó del mal que había dicho que
iba a hacer a su pueblo" (Éx 32, 14). En apariencia es Dios el que ha
cambiado de parecer; Dios el que ha cambiado de parecer, pasando del
Dios de la cólera al Dios del perdón. La oración cambia al hombre, no a
Dios. Al orar, Moisés descubrió el verdadero rostro de Dios, un rostro de
fidelidad y de perdón, y supo leer de modo justo el pecado de su pueblo.
"La oración es estar delante de Dios para descubrir estas fuentes
profundas del amor incluso en situaciones en las cuales, según la lógica
histórica, debería funcionar el esquema del pecado, el castigo y la
maldición" (R. Fabris).
En la historia de Moisés y del éxodo no; encontramos sólo la oración
de súplica y de intercesión; está también la oración de la maravilla y de
la gloria ante el despliega del poder de Dios y de la salvación. Un ejemplo
excelente de ello es el canto de Ex 15, que es al mismo tiempo narración
y oración. Una vez más somos conducidos al centro de la oración bíblica,
que aquí revela algunas de sus características más sugestivas. Mientras
que Éx 14 es una simple narración en prosa del puro hecho "histórico",
el capítulo 15 expresa, en cambio, la reacción del pueblo ante la proeza
de Dios; una reacción tan rica, que no puede expresarse más que en
poesía. La oración prefiere la poesía, que no es simplemente una forma
literaria más refinada, sino una expresión de la totalidad de la persona.
Sentimos vibrar la fe, el entusiasmo, el gozo, la alabanza y la admiración.
Todos los componentes de la persona se tensan en el esfuerzo por exaltar
el gesto de Dios y de responder a él. El canto de Éx 15 es un himno
construido con coros alternos, uno laudatorio (vv. 2-3.6-7.11.18) y el otro
narrativo (vv. 1.4-6.8-10.12-17). El coro que alaba supone las palabras
del que narra. La oración nace de una historia, de una gesta de Dios
acaecida y fijada en la memoria; y, al mismo tiempo, la supera, captando
en el gesto divino singular una constante, que se presenta como clave de
lectura para el presente y como promesa abierta al futuro.
4. LA ORACIÓN DE UN PROFETA: JEREMÍAS. Ciertamente, todos
los profetas fueron hombres de profunda oración, pero los testimonios
que nos han dejado sobre ello no son muy abundantes. En el capítulo 19

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del primer libro de los Reyes se cuenta el encuentro de Elías con Dios en
el monte Horeb. Huyendo de la reina Jezabel y decepcionado por el aban-
dono de todos, el profeta se lamenta: "¡Ya basta, Señor! Quítame la vida,..
He quedado yo solo y me buscan para quitarme la vida..."(19,4.10.14), Y
el Señor: "Anda, vuelve a emprender tu camino..." (19,15). El lamento de
Elías es la oración de un hombre desalentado que siente lo inútil de su
misión. Pero la respuesta de Dios le abre a la confianza y al futuro. En la
oración se abren nuevas posibilidades.
En el libro de Amós leemos una breve oración de intercesión, simple
y conmovedora: "¡Señor Dios, perdona, te ruego! ¿Cómo podrá subsistir
Jacob, siendo tan pequeño?" (7,2). En los libros segundo y tercero de
Isaías encontramos desarrollados diversos géneros de oración: el canto
de alabanza (42,10-17; 45,20-25), su súplica penitencial (59,1-20), la
reflexión sobre la historia del pueblo (63,7- 64,11).
Pero es sobre todo Jeremías el que deja entrever su relación íntima y
personal con Dios. Su oración está estrechamente ligada al desarrollo de
su misión profética y, a la vez, es profundamente personal. Constituye
uno de los vértices de la espiritualidad bíblica.
El libro de Jeremías está sembrado de confesiones/oraciones, en las
cuales el profeta nos abre su ánimo. Constituyen una lectura preciosa,
porque nos dan a conocer los sufrimientos, las decepciones y las crisis de
un auténtico hombre de fe. Se trata de oraciones, no de simples des-
ahogos, porque nacen de la conciencia de que Dios está interesado. Dis-
cuten con Dios y le interpelan. Los pasajes principales son 12,1-6;
15,10-21; 17,14-18; 18,18-23; 20,7-18.
La lectura de estos pasajes muestra que el profeta experimenta la
marginación por parte de los hombres y —lo que resulta aún más
desconcertante— el "silencio" de Dios. Una doble soledad: frente al
pueblo (al que ama profundamente) y frente a Dios (por cuyo servicio lo
ha dejado todo). A causa de las palabras que anuncia, Jeremías se ha
convertido en "hombre de querella y de discordia para todo el país"
(15,10). Y esta soledad le pesa; es injusta. Desearía unas relaciones
serenas y sin tensión y, en cambio, Dios le llama a proclamar una
palabra de juicio, que suscita disputas y divisiones. Nada tiene de
extraño que en esta situación sorprendamos al profeta interrogándose
sobre su vocación y lamentándose con su Dios: "Me has seducido, Señor,
y yo me he dejado seducir… me he convertido en irrisión continua, todos
se burlan de mí..." (20,7ss). No es que el profeta esté arrepentido de la
elección hecha. Sus palabras de abandono no son más que la señal de
un momentáneo extravío. La fidelidad a su vocación y la adhesión a Dios
no le abandonan nunca seriamente. Dicho más sencillamente en los
momentos de mayor abatimiento, el profeta desearía un poco de corrió

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prensión al menos por parte de si Dios. Pero también de ahí viene i(o
parece venir) la soledad. Léase de nuevo con atención 20,7-18. Es
verdaderamente la oración de un hombre que se ha arriesgado todo él,
que paga, que desearía que al menos Dios estuviese de su parte, pero
que al menos Dios estuviese de su parte, pero a veces no parece estar. Es
una oración/discusión: “Mira cómo me dicen: ¿Dónde está la palabra del
Señor? ¡Que se cumpla!” (17, 15). Ante estas burlas, Jeremías está solo e
impotente, desarmado. ¿Por qué no interviene Dios? El profeta ha creído
en la promesa que escuchó en el momento de la vocación: “Yo estoy
contigo para protegerte” (1, 8). Sin embargo, lo que ha ocurrido y sigue
ocurriendo parece desmentir aquella promesa. Dios no parece cumplir su
palabra. A la luz de esta experiencia comprendemos otra fuerte expresión
del profeta, casi blasfema: “¿Vas a ser para mí como un arroyo engañoso,
de aguas turbulentas?” (15, 18b). Para comprender lo que significa un
torrente engañoso, hay que leer Job 6, 15-20: “Me han engañado mis
hermanos igual que un torrente… turbios de agua de hielo, por ellos baja
oculta la nieve derretida; pero al llegar el calor se desvanecen. Las
caravanas se desvían de su ruta..., en ellos esperan los convoyes de
Sabá. Pero se ve frustrada su esperanza". Hay torrentes que en tiempo de
las lluvias invernales rebosan de agua, pero luego en verano se secan. No
es posible fiarse de ellos; en el momento del calor y de la sed te
abandonan. Así se le antoja al profeta la promesa de Dios. Evidente-
mente, Jeremías se había imaginado de modo muy diverso la presencia
de Dios a su lado. Pero es éste justamente el punto, ésta es la
purificación a la que Dios quiere llevarle. La promesa de Dios y su
fidelidad son diversas de como el hombre las imagina y las programa. Es
el gran cambio al que Dios quiere que llegue su profeta. Jeremías es
invitado a convertirse: .una conversión profunda, teológica (en el modo de
pensar de Dios) y antes y más que moral (del comportamiento). A través
de la crisis, la oración conduce al hombre a la conversión.
Pero cuanto hemos dicho es sólo un aspecto de la oración de
Jeremías. En su oración hay también algo más. El profeta experimenta
con igual fuerza el gozo y la seguridad. Discute con su Dios, es cierto, y
le dan ganas de dejarlo todo: "Yo me decía: No pensaré más en él, no
hablaré más en su nombre" (20,9a). Pero luego descubre en el fondo de
su alma una fidelidad que no le permite abandonar, un amor a la
palabra que ningún mentís consigue destruir: "Pero había en mi corazón
como un fuego abrasador...; me he agotado en contenerlo, y no lo he
podido soportar" (20,9b). En la oración de Jeremías hay también, junto al
lamento, las confidencias del gozo, de la fe, de la esperanza
reencontrada: "A mí, en cambio, Señor, me conoces, pruebas del corazón
y ves que está contigo" (12,3); "Cuando recibía tus palabras, yo las

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devoraba; tus palabras eran mi delicia, la alegría de mi corazón" (15,16);
"Porque tú eres mi gloria" (17,14).
Como todos los grandes hombres de Dios, Jeremías experimenta en
la oración, incluso dentro del sufrimiento, el abandono y el rechazo, el
milagro de una esperanza indestructible y de una serenidad inexplicable.
5. LA ORACIÓN DE JOB. Al comienzo del libro, en la sección en prosa,
sorprendemos en los labios de / Job la oración de la fe pura y de la total
resignación: "Desnudo salí del vientre de mi madre, desnudo allá
regresaré. El Señor me lo había dado, el Señor me lo ha quitado; sea ben-
dito el nombre del Señor" (1,21). Job es como una "estatua de fe" (J.
Levecque).
Pero a lo largo del debate en poesía encontramos una oración
diversa, la de la noche oscura y la crisis, una oración que sube de lo
profundo de la amargura y de la angustia (10,1): 7,7-21; 9,28b-31; 10,1-
22; 13,20-14, 22; 30,20-23.
Las preguntas se suceden apasionadas: ¿Por qué el sufrimiento de
un inocente? ¿Cómo puede Dios llamarse todavía justo? ¿Por qué se
ensaña con un hombre? Job siente a Dios casi como un enemigo ("Te has
vuelto cruel para conmigo, con mano desplegada en mí te cebas": 30,21),
y le suplica: "¡Déjame!" (7,16.19; 14,6). Se diría que es una oración al
revés. Habitualmente el que ora le dice a Dios: "Apresúrate". Job dice:
"Déjame". En su oración hay algo más que la angustia; está siempre al
borde de la rebeldía, pero sin llegar nunca a atravesarla (P. Grelot). Job
intenta por todos los modos comprender. ¿Será que Dios le ha
abandonado o se ha cansado de él (7,20)? ¿Será que Dios ha cambiado
(30,21)? Palabras y sentimientos son un alternarse de actitudes
contradictorias. En unos momentos Job parece abandonarse resignado y
cansado (29,4). En otros intenta hacer que Dios razone (10,8). A veces
ironiza con infinita amargura (7,20). Incluso adopta actitudes de desafío
(10,2). Pero el lector atento se percata de que, en el : fondo de todo, hay
un hilo obstinado y constante: la confianza en Dios (16,19-20; 17,3;
19,25): "Tú eres mi garantía ante ti"(17,3). Tal es la fe de Job; una fe a la
que no se le permite refugiarse en construcciones teológicas abstractas y
tranquilizadoras, sino que se ve forzada a aceptar el desafío de los
hechos. Job parte en busca de Dios no desde las fórmulas creadas por la
tradición, sino desde su mundo transido de dolor. Cuando, finalmente,
Dios, reiteradamente invocado, interviene, no responde, sino que inte-
rroga: Dios conduce al hombre por caminos nuevos para librarlo de sus
falsas pretensiones. No es Dios el que debe cambiar, sino el hombre: tal
es la intención profunda de la oración, su puerto final.
La de Job es una oración viva, real, que nace del choque entre la
teología y la experiencia, entre lo que el hombre piensa de Dios y lo que

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él es verdaderamente. En su obstinado debate con Dios y ante Dios, Job
llega a liberar al misterio de Dios de las angostas estrecheces de cierta
teología. Y así, una vez más, la oración se presenta como el lugar
privilegiado de la revelación, es decir, del paso de lo que se piensa de
Dios a lo que él verdaderamente es. En la oración se recupera el misterio
y es representado en toda su desconcertante grandeza.
La conclusión, al final del libro, es también la oración de la fe
desnuda y de la resignación, como al principio; pero ¡cuánto camino
entre los dos momentos! Allí una fe no purificada aún por la crisis; aquí
el silencio ante el misterio, al cual' Job se abandona enteramente: "Pongo
la mano en la boca" (40,4); "Sólo te conocía de oídas; pero ahora, en
cambio, te han visto mis ojos" (42,5).
6. LA ORACIÓN DE LOS SALMOS. Los salmos constituyen un punto
de observación privilegiado para captar el alma profunda de la oración
bíblica. Compuestos a lo largo de toda la historia de Israel, traducen en
oración la historia del pueblo de Dios. Cuentan la reacción de Israel
frente a los gestos del Señor y los sucesos de la vida. Son oraciones que
nacen de la historia y de la vida, leídas a la luz de la fe, es decir, con la
conciencia de que Dios está en acción y de que todo —directa o
indirectamente— remite a él. Nacida de la fe y respuesta a un Dios que
obra en la vida, la oración de los salmistas jamás es una evasión de la
vida.
Los salmos no se han de leer a la manera de confidencias
autobiográficas, sino como oraciones compuestas para la liturgia. Mas
esto no significa que sean formularios impersonales y abstractos. Al
contrario, el acento espontáneo es muy vivo. Son composiciones
profundamente sentidas, "un espejo de los problemas de los dramas, de
las alegrías de todo un pueblo" (G. Ravasi). En la Biblia también la
oración litúrgica es oración vivida, oración que se alimenta de la
existencia en sus diversas situaciones.
No es siempre fácil en los salmos distinguir entre la dimensión
personal y la dimensión comunitaria. Pero precisamente esta oscilación
es significativa de cómo el hombre bíblico se coloca ante las situaciones:
plenamente inserto en la comunidad, las vicisitudes del pueblo resuenan
profundamente en su ánimo y se hacen experiencia personal, las
experiencias personales hasta coincidir con las del pueblo. En cualquier
caso, el problema personal es siempre vivido e interpretado a la luz de la
salvación. Así, el hombre bíblico, en familia o en el templo, ora a Dios en
lo íntimo, pero siempre en relación con la historia de su pueblo.
Son muchos los géneros de los salmos; pero no es éste el lugar para
analizarlos completamente. Después de todo, la diferencia de los géneros
no debe dejar en la sombra su unidad. En sustancia, y para nuestro fin,

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los géneros pueden reducirse a tres, igual que son tres las situaciones
fundamentales de la vida: la alegría, la alabanza y el agradecimiento; el
dolor, el lamento y la súplica; la reflexión sobre los problemas de la
existencia. Tenemos así los himnos de alabanza, los salmos de súplica y
los salmos sapienciales. El salterio es la oración del hombre que alaba,
pide y reflexiona delante de Dios. Himnos y súplicas, gozo y lamentos,
discurren paralelos, porque así es la vida. La estructura normal del
himno es simple: se comienza invitando a alabar a Dios, se expone el
motivo y se concluye invitando de nuevo a la alabanza de Dios. El himno
no es una alabanza que celebra los atributos abstractos de Dios, sino
una celebración de sus gestos históricos: la creación, la liberación y la
providencia. El gesto creador de Dios no es una mera premisa a la
historia de la salvación, sino que es su primer gesto; él fundamental,
modelo de todos los demás. Es un gesto que prosigue: todas las mañanas
Dios se acuerda de hacer salir el sol, y todas las primaveras de enviar la
lluvia. Así el hombre bíblico se encuentra, constantemente y por todas
partes, rodeado del don. Y el recuerdo de las grandes gestas salvíficas del
pasado se transforma no sólo en alabanza y gratitud, sino en esperanza.
El himno esencialmente construido sobre el don y el recuerdo— es una
oración abierta, que mira a la vez hacia atrás y hacia adelante: el pasado
es recordado para abrir el presente a la confianza y al futuro. Los himnos
son una oración optimista; en ellos la fe en el Dios creador, providente y
liberador se expresa sin sombra de reticencias. Manifiestan una fe sólida,
anclada en sus certezas: Dios es el creador, que ha hecho bien al hombre
y todas las cosas (Sal 8 y 104), vela siempre por sus fieles (Sal 33 y 92),
cuida de su rebaño (Sal 23), defiende a su pueblo (Sal 27), retribuye en
justicia (Sal 77) y manifiesta constantemente su amor a los hombres (Sal
103).
Los himnos son esencialmente una oración contemplativa: no piden
nada, sino que cantan el gozo, el abandono en Dios, "la gratitud por el
simple hecho de que exista" (G. Ravasi).
Pero junto a los salmos de alabanza y de la fe intacta están los
salmos del desconsuelo y de la angustia. Los compiladores del Salterio
no vacilaron en colocar estos dos géneros el umo junto al otro, como
están en la vida. La existencia humana presenta estas dos facetas en
contraste, y la oración se hace cargo justamente de ello. La situación
vital de la súplica está bien trazada en el título redaccional puesto al Sal
102: "Oración de un afligido que, en su congoja, derrama su llanto ante
el Señor". También la estructura del salmo de súplica es normalmente
simple: se inicia con una invocación apremiante, se prosigue contando el
caso penoso en que se encuentran el individuo y la comunidad, se
aducen los motivos por los cuales Dios debe intervenir y a menudo,

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finalmente, se concluye con una acción de gracias.
La invocación expone continuamente las preguntas de todo hombre
presa del dolor, no raramente ante un Dios que parece no preocuparse
de ello: ¿Por qué? ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo, Señor, seguirás mi-
rando? (Sal 35,17; 6,4; 13,2-3; 35,17; 42,10; 43,2; 90,13). El abanico de
los casos referidos es amplio y vario, y toca todos los sectores de la vida:
la enfermedad, el peligro de muerte, la calumnia, la derrota, las
calamidades naturales y sociales, el destierro. Lo que más provoca el
lamento no es el sufrimiento en cuanto tal, sino el silencio de Dios que
parece subyacerle. Lo que atormenta al creyente es no sólo la
persecución o el destierro, sino la satisfacción de los malvados, su burla
de Dios. El salmista parece a veces más preocupado de la gloria de Dios
que de su propia suerte. La ayuda de Dios se solicita basándose en
motivaciones que implican sus atributos: bondad, misericordia y
fidelidad. Normalmente la súplica no termina con el grito del enfermo o
del perseguido, sino con el agradecimiento. Se da gracias incluso antes
de haber obtenido (Sal 140,14; 22,25ss). Ello significa que, por encima
de todo, domina la confianza. Por eso la súplica es también una oración
abierta, confiada, orientada a una superación, "diversamente de lo que
acaece en las oraciones orientales antiguas paralelas, donde dominan la
pura protesta, la náusea de la vida, el exceso de desconfianza, el silencio
divino vanamente solicitado" (G. Ravasi).
Todavía judíos y cristianos oran con los salmos, encontrando en
ellos una fuerza de implicación que no es fácil encontrar en otra parte.
Ello se debe sin duda al hecho de que los salmos han sabido tocar las
cuerdas más profundas y constantes del hombre y de la vida, por lo cual
sus palabras, sus símbolos y sus sentimientos hablan a los hombres de
todas las épocas y de todas las culturas. Los creyentes profesan que los
salmos son palabras de Dios al hombre antes que palabras del hombre a
Dios. Dios mismo sugiere cuanto quiere que se le diga. Jesús y los
primeros cristianos oraron con los salmos, releyendo en las antiguas
oraciones de Israel sus propias experiencias. Jesús no sólo oró con los
salmos y se encontró a sí mismo en ellos, sino que, por así decirlo, los
cumplió. A la luz de este cumplimiento hoy el cristiano sigue orando con
los salmos.
7. LA ORACIÓN DE JESÚS. Al describir la oración de Jesús, no nos
preocupa distinguir entre lo que se remonta a Jesús y lo que pertenece a
la redacción de los evangelistas, como tampoco nos importa distinguir
entre los evangelios. Simplemente recogemos los rasgos principales que
se desprenden del conjunto de los testimonios.
La tradición sinóptica recuerda que en el ritmo apremiante de la
jornada de Jesús había sitio para la oración; como observa Marcos (1,35;

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6, 46), Jesús oraba por la mañana temprano o al final de la tarde, una
vez despedida la muchedumbre. Oraba en todos los momentos más
importantes y decisivos de su revelación, y de su misión: en el bautismo
(Lc 3,21): y en la transfiguración (Lc 9,28), en Getsemaní y en la cruz,
antes de elegir a los doce (Lc 6,12), antes de la confesión de Pedro en
Cesárea de Filipo (Lc 9,18), antes de hacer los milagros (Mc 6,41; 7,34;
8,6-7; Jn 11,41-42) en la cena antes de la pasión (Jn 17). Un primer
rasgo que confirman todos los testimonios es que Jesús se dirigía
siempre a Dios invocándolo con el nombre de Padre. La oración de Jesús
es ante todo filial. Marcos (14,36) recuerda que Jesús se dirigía a Dios
llamándolo Abbá (papá), término confidencial usado por los para dirigirse
confidencialmente a su padre, pero no usado nunca en la oración para
invocar a Dios. Al osar llamar a Dios Abbá, Jesús desvela relación
singular y única que le liga a Dios. La oración de Jesús es su condición
de Hijo, que aflora a la conciencia y se traduce en coloquio. Consciente
de su filiación misterio único, irrepetible y no compartible, Jesús se
retira a orar en la soledad, solo delante del Padre. Esta oración en la
soledad expresa su comunión única con el Padre y su nostalgia del
mismo.
Mas, justamente por ser filial —es éste un segundo rasgo constante
—, es obediente. Es a la vez oración del Hijo y del siervo del Señor. Ya en
el término Padre están incluidas ambas dimensiones: la familiaridad y la
sumisión. En la oración de Getsemaní, donde más claramente que en
otras partes expresa su confianza de hijo (Abbá), Jesús expresa con
idéntica fuerza su obediencia: "Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que
quieres tú" (Mc 14,36). Conciencia de su filiación y total dependencia son
los dos polos de la oración de Jesús, y son, incluso antes, las estructuras
esenciales de su persona. La oración de Jesús brota —y no podía ser
diversamente— del fondo de su ser. En la oración se desvela lo que se es.
El hecho de que la oración de Jesús se sitúe en los momentos
cruciales de su misión revela además una tercera dimensión: en la
oración Jesús redescubre su misión y la nitidez de sus Opciones. Escapa,
por ejemplo, a la multitud que lo busca para retenerlo, cuando su misión
le impone ir a otra parte (Mc 1,38; Lc 4,42-43). Después de la
multiplicación de los panes fuerza a los discípulos a alejarse de la
multitud entusiasta y se retira a la soledad a orar (Me 6,46), escapando
al intento de hacerlo rey (Jn 6,15). En Getsemaní supera con la oración
la angustia y el miedo, entregándose totalmente a la voluntad del Padre
(Mc 14,32-42). Especialmente Lucas muestra que la oración no es un
episodio más en la vida del maestro, sino una dimensión constante y
esencial de su misión. Como en otro tiempo para las grandes figuras del
AT, también para Jesús la oración es el lugar privilegiado de la

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revelación, como lo muestran los episodios del bautismo, de la transfigu-
ración y de la confesión mesiánica de Pedro. La oración es la atmósfera
que normalmente acompaña a las revelaciones de Dios.
La oración de Jesús manifiesta además su constante atención a la
palabra, su meditación de las Escrituras. Por tanto, una oración de es-
cucha y de búsqueda. No raramente sus palabras contienen reminiscen-
cias de las Escrituras y se remiten a las experiencias del pasado. En la
cruz, Jesús hace suya la petición del justo sufriente del Sal 22 (Mc
15,34) y el confiado abandono del Sal 31,6 (Lc 23,46). En la experiencia
de los dos justos del pasado lee Jesús la suya propia y la comprende.
No faltan en los evangelios expresiones explícitas de la oración de
Jesús que revelan aún más claramente sus formas, contenidos e
intenciones. En primer lugar, la oración de bendición, alabanza y
contemplación. Sobre los cinco panes y los dos peces que son luego
multiplicados y distribuidos, Jesús "pronuncia la bendición" (Me 6,41), y
lo mismo en la institución de la eucaristía (Me 14,23). La bendición
(berakah, traducida en el NT por eujaristía o eulo-gía) es en el judaísmo la
oración por excelencia: fija el sentido y el contexto de cualquier otra
oración y manifiesta la concepción que tiene el judío del mundo y de los
demás. Expresa reconocimiento, gratitud y admiración. Brota de un
sentimiento vivo del don de Dios y termina en la fraternidad. Al
pronunciar la bendición, el judío renuncia a considerarse propietario de
los bienes que lo rodean y a convertirlos en su posesión exclusiva. El
verdadero propietario es Dios, que los da a todos sus hijos. Y así la
bendición es al mismo tiempo reconocimiento de Dios, visión del mundo
(acogido y disfrutado con alegría en cuanto don continuo del amor de
Dios) y compromiso de fraternidad. La oración de Jesús respiró esta
atmósfera, muy viva en el judaísmo de su tiempo, y los evangelios nos
han conservado sus huellas.
Una bellísima oración de bendición es la referida por Mateo (11,25-
26) y Lucas (10,21): "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos y se las
has manifestado a los sencillos. Sí, Padre, porque así lo has querido". El
verbo griego exotnologein significa reconocimiento, agradecimiento,
alabanza, gozo y admiración. El motivo de esta bendición de Jesús es
que él descubre en la experiencia que está viviendo —el hecho de que los
maestros y las autoridades religiosas lo rechacen, mientras que la gente
sencilla lo acoge— la realización del designio de Dios, que procede con
métodos diversos de los de la sabiduría humana. Jesús se admira de
ello. La oración de alabanza nace en el que sabe ver en su propia historia
la presencia de Dios, que obra maravillas. Oración de bendición es
también la pronunciada por Jesús, en la tumba de Lázaro (Jn 11,41):

11
"Padre, te bendigo porque me has escuchado. Yo sabía bien que siempre
me escuchas". Llama la atención en esta oración el tono de sorprendente
serenidad, de paz y de seguridad incondicional. Es la oración del Hijo
que se sabe amado por el Padre y que sabe que este amor es un don ("te
doy gracias").
Junto a la oración de alabanza y de bendición, la oración de peti-
ción. Se trata las más de las veces de una petición eclesial, apostólica:
Jesús pide para que la fe de. Pedro no desfallezca (Lc 22,32), para que el
Padre envíe el Espíritu (Jn 14,16), por el perdón de los que lo crucifican
(Le 23,34). De más amplio vuelo eclesial es sobre todo la gran oración
sacerdotal de Jn 17. Jesús fija la mirada en la Trinidad, para dirigirla
luego a los discípulos: el trayecto va
de la comunión trinitaria a la unidad de la Iglesia. En el centro de la
oración hay un núcleo yo-tú, o sea la mutua comunión entre el Padre y
el Hijo; núcleo que, sin embargo, se abre en un progresivo movimiento de
expansión: los discípulos (17,11), todos los creyentes (17,20-21) y el
mundo (17,23). Jesús pide para que la participación en el núcleo yo-tú
se extienda a la Iglesia: "Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que tam-
bién ellos sean una sola cosa en nosotros... Yo en ellos y tú en mí, para
que sean perfectos en la unidad... El amor que tú me tienes esté en ellos
y yo también esté con ellos (17, 21.23.26). Jesús pide para que la
comunidad de los creyentes quede inmersa en el diálogo trinitario;
simplemente para que los discípulos estén unidos entre sí, sino para que
su unidad sea la prolongación real, histórica y visible de la comunión de
amor que constituye el misterio de Dios.
La oración de Getsemaní es la más humana y más dramática de las
oraciones de Jesús (Mc 14,32-42; Mt 26,36-46; Lc 22,40-46). Es una
oración de súplica, como las muchas que tenemos en los salmos. Es
típico de Marcos presentar a Jesús con toda la densidad de su
humanidad: los verbos que utiliza indican espanto, angustia, tristeza,
casi una desorientación (14,33-34). "Me muero de tristeza; quedaos aquí
y velad conmigo” (14,34); esta expresión remite al SaI 42,6 (la oración de
un desterrado que se siente lejos del Señor, abandonado) y a Jonás 4,9
(la tristeza del profeta, incapaz de comprender el plan de Dios): Jesús
revive en su humanidad la desorientación del que se siente abandonado
de Dios (en el cual sin embargo, sigue confiando), de quien tropieza con
un plan de acción que parece desmentirse. En esta situación, análoga a
la de Job, Jeremías y tantos salmos, nace la oración de súplica. La
súplica de Jesús expresa, por encima de todo y a pesar de todo,
confianza, conciencia de la propia relación filial: Abba (Mc 14,36), La
invocación inicial ("Padre, todo te es posible") es un pleno reconocimiento
del amor y del poder de Dios y justamente de este reconocimiento brota

12
la imploración: "Aleja de mí este cáliz". Si Dios es bueno y omnipotente,
¿por qué no interviene? Mas, después del forcejeo y del intento de huir
del camino propio, aflora la confianza renovada, el abandono sin re-
servas, la aceptación incondicional: "Pero no sea lo que yo quiero, sino lo
que quieres tú". La súplica nace de la angustia y desemboca en la con-
fianza.
La conclusión de esta rápida panorámica es que Jesús ha utilizado
las diversas formas de la oración bíblica: la alabanza y el agradecimiento,
la búsqueda de la voluntad de Di os, la petición y la súplica; pero no
encontramos nunca en sus labios !a oración de la culpa y del perdón:
"Jesús ora como alguien que no conoce pecado" (K. Adam).
8. EL "PADRENUESTRO". El Padrenuestro nos ha llegado en redacción
de Mateo (6,9-13) y de Lucas (11,2-4); más amplia y estructurada: la
primera, más breve e informal la segunda. No es éste el lugar adecuado
para discutir la mayor o menor antigüedad y originalidad de una y otra
forma. Son diversas la extensión y la forma, pero lo es mucho menos la
sustancia. Probablemente Lucas conservó más el tenor primitivo (es
decir, la amplitud, la forma y el tono), mientras que Mateo explícito su
sentido, imprimiéndole un carácter más litúrgico de acuerdo con las
oraciones judías.
En este comentario damos la preferencia a la formulación de Mateo,
por ser más amplia. Sin embargo, el contexto de Lucas es probablemente
originario, mientras que el de Mateo es artificioso. Según Lucas, los
discípulos están sorprendidos por la relación que adivinan existir entre
Jesús y Dios y desean entrar también ellos en ese circuito de amor
(11,1). La oración que Jesús enseña brota dé su oración personal.
El Padrenuestro de Mateo se abre con una invocación, y se articula
luego en siete peticiones: las tres primeras tienen por objeto el reino, y
las tres últimas el perdón y la victoria sobre el mal, mientras que en el
centro está la petición del pan de cada día. Se ha observado
atinadamente que estas peticiones tienen muchos paralelos en las
oraciones bíblicas y judías. La oración enseñada por Jesús tiene
profundas raíces en las tradiciones de-su pueblo. Pero si las piedras son
antiguas, es nueva la construcción que resulta de ellas. Se puede seguir
la pista de cada una de las peticiones en la piedad bíblica y judía, pero
no agrupadas todas ellas, ni formuladas con tal esencialidad.
Padre es el nombre de Dios. El hombre puede dirigirse a Dios como
un hijo llamándolo familiarmente Padre, como lo hizo Jesús, La fa-
miliaridad de la relación con Dios —que nace en los cristianos del co-
nocimiento de ser hijos en el Hijo— es recordada muchas veces en el NT
(cf, p.ej., Ef 3,11-12), y es considerada una nota nueva y liberadora, don
del Espíritu (Gal 4,6; Rom 8,15). El vocablo que la expresa es parresía,

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que podemos traducir por "familiaridad desenvuelta y confiada". La no-
vedad no está en dirigirse a Dios ton el apelativo de Padre, sino en poder
dirigirse a él con el mismo tono que Jesús, hijos en el Hijo, aspecto este
que: Lucas parece subrayar más claramente con su simple Padre, sin
adiciones: el discípulo se dirige a Dios llamándolo simplemente Padre
(Abbá), como Jesús. El simple vocativo Padre es, en efecto, el modo
constante con que Jesús se dirige a Dios.
La paternidad de Dios se expresa en plural: Padre nuestro. Su
amor es para todos e invita a los hombres a reunirse. No tolera
discriminaciones: hace salir el sol sobre los buenos y sobre los malos
(Mt 5,44-45). Nótese el uso del plural también en la petición del pan,
del perdón y de la prueba. En todas sus peticiones, el discípulo debe
pensar en toda la comunidad. La oración cristiana es una oración
"expropiada".
Mas a Mateo no le basta el nombre de Padre. Añade que estás en
el cielo, recordando así la trascendencia y la alteridad de Dios: Dios
está cercano y lejano, es Padre y Señor. Toda relación religiosa
auténtica es fruto de confianza y temor, de familiaridad y obediencia.
El binomio-padre-creador insta a ver en las criaturas, en cada cosa y
en cada acontecimiento, un don, Y pone de manifiesto que ser su
pueblo es una dignación inmensa y gratuita, lo que impide transformar
la gracia de la elección en espíritu de mezquino sectarismo. Además
lleva a la confianza y a la serenidad, al sentido de la providencia,
consecuencia ésta que Mateo explícita inmediatamente después (6,24-
34).
Es característico el adjetivo posesivo de las tres primeras
peticiones: tu nombre, tu reino, tu voluntad. En la oración el discípulo
pide algo que pertenece ante todo a Dios. Y nótese la pasiva de la
primera y de la tercera petición: santificado sea, hágase,
sobrentendiendo por ti. El protagonista es Dios.
Santificado sea tu nombre: esta expresión debe entenderse a la luz
del AT, en particular de Ez 36,22-29 (pero ver también Lev 22,31-32).
No indica una alabanza de culto y de palabras, sino más bien un
permitir que Dios descubra, en la vida del individuo y de la
comunidad, su poder salvífico. Con esta petición el discípulo suplica
que la comunidad se haga una envoltura transparente, capaz de
mostrar ante el mundo la presencia liberadora de Dios, A la pregunta
de qué modo pueden los hombres santificar el nombre, los rabinos
solían responder: con la palabra, pero sobre todo con la vida.
Venga tu reino: para comprender el concepto de reino hay que
remitirse a toda la predicación de Jesús. El reino está ya presente
aquí, pero es al mismo tiempo futuro. El verbo en aoristo, venga,

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muestra que en esta petición se tiene por mira principalmente el reino
en su último estadio no una venida lenta y progresiva, sino más bien
su irrupción definitiva. Ése era el deseo de las primeras comunidades
cristianas, contenido en la invocación aramea Maran ata (1Cor 16,22):
"Ven, Señor Jesús"(Ap 22, 20).
Hágase tu voluntad: esta tercera invocación repite las dos
primeras, subrayando principalmente su aspecto moral. Téngase
presente que por voluntad de Dios no se entiende simplemente el
conjunto de los mandamientos, sino más bien el designio de salvación.
En la tierra como en el cielo: no se refiere solamente a la tercera
petición, sino también a las dos primeras. Puede significar
simplemente en todas partes. Pero puede tener también un sentido
más pleno: así como en él cielo es santificado el nombre de Dios, su
reino perfectamente cumplido y su voluntad obedecida, así suceda en
la tierra. Se pide que la tierra se convierta en la réplica del cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día: la petición del pan es la más
humilde; pero está en el centro lo cual indica su importancia. En ésta
petición hay un vivo sentido de dependencia: el pan es nuestro, fruto
de nuestro trabajo; sin embargo, lo pedimos como un don. Hay un
sentido de solidaridad: se pide el pan común. Y hay, sobre todo, una
nota de sobriedad: se pide para hoy el pan suficiente, y nada más. El
reino, en el primer puesto; lo demás, en función de él. El pensamiento
vuela al maná (Éx 16,19-21) y a la sobria petición del antiguo sabio
(Prov 30,7-9).
Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los
que nos ofenden: "ofensas" es expresión judía para indicar los pecados,
no vistos en sí mismos, sino en relación a Dios, al cual se debe prestar
adecuada reparación. Esta quinta petición es tan importante que
Mateo siente la necesidad de comentarla: "Porque si vosotros perdonáis
a los hombres sus ofensas, también os perdonará a vosotros vuestro
Padre celestial" (6,14). A Dios se lo experimenta como padre en el
perdón. Y se lo reconoce como padre perdonando a los hermanos; un
perdón sin límites, porque únicamente el perdón sin límites ("No siete
veces, sino setenta veces siete") asemeja a su perdón. La
parábola del siervo perdonado e incapaz de perdonar (Mt 18,23-25) en-
seña que el perdón del Padre es el motivo y la medida del perdón
fraterno. La relación entre el perdón de Dios y el perdón de los
hermanos se encuentra también en la mayoría de los rabinos: "Si
perdonas a tu vecino, el Único te perdonará a ti; si no perdonas al
vecino, nadie tendrá compasión de ti".
Las peticiones sexta y séptima muestran que el Padre no libra del
dramatismo de la existencia. Líbranos del mal se ha de traducir proba-

15
blemente por "líbranos del maligno".
No nos dejes caer en tentación se ha de entender como "no nos
dejes sucumbir a la prueba". Así la oración se abre con el Padre y se
cierra recordando la presencia del maligno. El hombre está en el
medio, disputado y lacerado. Indudablemente, nada de pesimismo: el
amor del Padre es más fuerte que el maligno. Más el drama subsiste.
Dios es padre, pero no libra de la prueba. Incluso la misma paternidad
de Dios —la cual con frecuencia parece permanecer en silencio frente a
las apremiantes peticiones de los hijos— puede constituir a veces una
prueba, como le ocurrió a Jesús en Getsemaní y en la cruz.
9. LA CATEQUESIS EVANGÉLICA. Además de la oración de
Jesús, encontramos en los evangelios también una catequesis amplia y
articulada sobre la necesidad y sobre las modalidades de la oración.
El evangelio de Marcos —que no desarrolla una catequesis
particularmente amplia— afirma que sólo en la oración se encuentra la
posibilidad de librar al hombre del demonio, y no en un poder mágico:
"A esa raza sólo se la puede expulsar con la oración y el ayuno" (9,29).
La oración debe ir acompañada de una gran fe —precisamente ahí está
su eficacia— y ha de abrirse generosamente al perdón (11 ,24-25). El
evangelista denuncia luego el riesgo de la hipocresía, es decir, de
esconder detrás de largas oraciones una avidez insaciable (12,40).
Finalmente, enseña que sólo en la oración se encuentra la fuerza
necesaria para superar la prueba: "Vigilad y orad para no entrar en
tentación" (14,38).
En el sermón de la montaña, tocando por dos veces el tema de la
oración, Mateo subraya la recta intención (6,5-6), la sobriedad de las
palabras (6,7-8) y la certeza de ser escuchado (7,7-11). Particularmente
eficaz es la oración comunitaria, realizada por dos o tres reunidos en
su nombre (18,19). Hay que orar para que el dueño envíe operarios a
su mies (9,37-38; cf. Lc 10,2), e incluso por los mismos enemigos y
perseguidores (5,44; cf Lc 6,27-28). Es sabido que la oración es un
tema particularmente querido de Lucas el cual lo ilustra con tres
parábolas, subrayando la insistencia y la perseverancia, la eficacia y
la humildad de la misma. Como enseñan las dos parábolas del amigo
importuno (11,5-8) y de la viuda y el juez (18,1- 8), hay que "orar sin
desfallecer jamás". Es ésta una idea que Lucas reitera al concluir el
discurso escatológico (21,36): "Estad alerta y orad en todo momento".
La oración es siempre escuchada: "Pedid y se os dará, buscad y
hallaréis"; pero recuérdese que, pidamos lo que pidamos, al final
Dios da siempre lo que más importa: el Espíritu Santo (11,13). La
verdadera oración no es la del fariseo que se vanagloria de sus
méritos y hace de ellos una razón para distinguirse de los pecadores,

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sino la del publicano que se golpea el pecho: "Dios mío, ten
compasión de mí, que soy un pecador"(18,9-14). El único modo
correcto de situarse delante de Dios —en la oración y en la vida—es
sentirse necesitado de su perdón.
En los episodios de la samaritana (4,5ss) y de la multiplicación
de los panes (c. 6), Juan desarrolla con mucha finura un motivo que
le es querido: Dios toma al hombre donde se encuentra, en sus
necesidades más humildes; pero para conducirlo luego a otra parte,
a otra agua y a otro pan. Dios conduce a! hombre más allá de su
misma búsqueda. Éste es el camino de toda oración.
Reiteradamente, en los discursos de adiós (14,13-14; 15,16; 16,24-
26), Juan repite, como los sinópticos, el motivo de la eficacia de la
oración, pero a condición de que se haga en su nombre: "Todo lo que
pidáis en mi nombre al Padre os lo concederá. Hasta ahora no habéis
pedido nada en mi nombre; Pedid y recibiréis" (16,2). La expresión en
mi nombre supone un vínculo real con Jesús; un vínculo no sólo de
sentimientos, sino de vida (corno el sarmiento está inserto en la vid):
una participación en la vida de Jesús que se realiza concretamente
en el amor recíproco (15,16). Se debe orar unidos a Cristo y como
Cristo, sabiendo que somos amados por el Padre como él (16,27).
10. LA ORACIÓN DE LA COMUNIDAD. El relato de los Hechos de
los Apóstoles se abre observando que los discípulos eran "asiduos y
unánimes en la oración" (1,14). Asiduos: indica frecuencia y
perseverancia; pero también esfuerzo; y unánimes : indica no sólo la
unidad de los sentimientos, sino también la fraternidad de la vida. El
fruto de esta oración asidua y unánime es el don del Espíritu (2,1
ss).
La oración es una estructura sustentadora de la vida de la
comunidad junto a la escucha de la "palabra", la comunión fraterna
y la fracción del pan (2,42-48), Como ya en la vida de Jesús, también
los momentos decisivos de la historia de. la comunidad están
marcados por la oración, mostrando con esto que el verdadero
protagonista del camino de la Iglesia es Dios: se ora para la
sustitución de Judas (1,24.26), para la elección de los siete (6,6); los
doce se reservan como tarea primaria el anuncio de la "palabra" y la
oración (6,4); la comunidad ora por la liberación de Pedro y Juan
(4,24-30); Pedro y Juan oran; por los convertidos bautizados por
Felipe en Samaría (8,15); en diversas circunstancias vemos orar a
Pedro (9,40; 10,9) y a Pablo (9,11; 13,3; 14,23; 20,36; 21,5).
Una de las oraciones más significativas es ciertamente la
referida por Hechos 4,24-30 con ocasión de la liberación de Pedro y
Juan. Los apóstoles, que la comunidad cree encarcelados son

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dejados libres. A su llegada explota una oración de gozoso
agradecimiento. Pero no agradecimiento ni sólo petición, sino una
búsqueda —a la luz de las Escrituras— del significado de la persecu-
ción que está perfilándose en el horizonte. En la oración se produce
el encuentro entre la "palabra" y las situaciones que se están
viviendo. La "palabra" se convierte en una clave de lectura y de
interpretación. El Sal 2 es leído a la luz de la vida de Jesús: las
naciones son identificadas con los romanos, los pueblos con el
pueblo judío, los reyes con Herodes, los príncipes con Pilato. En la
oración las Escrituras son actualizadas y se convierten en
significativas aquí y ahora. Se comprende que la persecución que se
va perfilando entra en el plano de Dios, como la pasión de Cristo. Por
consiguiente, la comunidad no pide el castigo de los perseguidores,
ni simplemente que se aleje la persecución, sino que pide el valor de
anunciar abiertamente a Cristo también en la persecución.
11. LA ORACIÓN DE PABLO. Como los evangelios, también Pablo
exhorta a sus comunidades a orar siempre, de noche y de día, en
todas las necesidades y sin desanimarse (2Tes 2,11; Flp 1,4; 4,6; Ef
6,18; Col 1,3). Sin embargo, el principal interés de sus cartas no está
en estas exhortaciones, sino en el hecho de que nos presentan al
mismo Pablo como un hombre de gran oración. Ora
incesantemente(Rom 1,10; Col 1,9; 2Tes1,3; 2,1-3), porque está
convencido de que sin la oración la eficacia de su apostolado se
desvanecería; ora y pide oraciones (2Cor 1,11), no para sí, sino para
su misión. Ora por la salvación de los judíos (Rom 10,1), la difusión
de la "palabra" (2Tes 3,1), el buen éxito de un viaje apostólico (Rom
1, 10).
Pablo inicia siempre sus cartas, excepto Gal y 2Cor con una
oración de agradecimiento y de bendición. Objeto de la bendición es
la acción de Dios en sus comunidades. En la historia cotidiana de
sus comunidades descubre Pablo las maravillas de la salvación que
prosigue. De aquí la oración de bendición. Pero Pablo conoce
también la oración de súplica, que nace dentro de la prueba, cuando
se percibe el sufrimiento y la angustia. Un testimonio ejemplar se
nos da en 2Cor 12,9-10. Pablo ora insistentemente para que Dios lo
libre de "una espina de la carne". No sabemos precisamente de qué
se trata; pero ciertamente debía ser un grave obstáculo que le
impedía el trabajo apostólico, por lo cual pide a Dios que le libre de
él. Pero advierte que se le responde: "Te basta mi gracia, pues mi
poder triunfa en la flaqueza" (12,9). Pablo pide la liberación del
impedimento; a cambio descubre la lógica de la cruz: Dios se hace
presente en la debilidad.

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La oración de Pablo es trinitaria, dirigida al Padre por Cristo y
en el Espíritu. El destinatario último de la oración es siempre el
Padre, excepto, quizá, en 2Cor 13,8 y Ef 5,19. Cristo tiene en la
oración un puesto esencial, pero como mediador. Dar gracias al
Padre "en el nombre del Señor Jesús" (cf, p.ej., Col 3,17 y Ef 5,20) es
mucho más que orar encomendándose a Jesús o invocando su
nombre o haciendo su voluntad; es orar en Jesús, hijos en el Hijo,
amados en el único amado. Luego el Espíritu "viene en ayuda de
nuestra flaqueza" sugiriéndonos lo que es conveniente pedir según
los designios de Dios (Rom 8,26-27). Sobre todo, el Espíritu nos
descubre a nosotros mismos que somos Hijos de Dios, librándonos
de ese modo del miedo y de la angustia, y dándonos la posibilidad de
invocar confidencialmente a Dios con el nombre de Padre, como hizo
Jesús (Gal 4,6; Rom 8, 15).
:

II. LAS ESTRUCTURAS DE LA ORACIÓN BÍBLICA. 1.


ORACIÓN DIALÓGICA Y PERSONAL. De la panorámica que hemos
bosquejado se sigue que la primera característica de la oración
bíblica es la de ser dia-lógica y personal. La oración tiene sus raíces
en la estructura misma de la revelación, que es justamente dia-
lógica. Dios habla, y el hombre escucha y responde; Dios obra y el
hombre colabora. En la medida en que escucha se hace capaz el
hombre de interrogarse, de ver y de comprender. La oración bíblica
es personal en el sentido de que se dirige a una persona e involucra
enteramente a la persona. Dios es experimentado como "el que es
quien"; no como algo quieto, sino en movimiento. El encuentro con
Dios es de tú a tú, de persona a persona. Dios es una persona viva,
en la cólera y en el amor, en el perdón y en el castigo. Por eso la
oración bíblica nunca es un monólogo, sino un descendimiento a lo
profundo del propio yo; es siempre un salir de sí, un coloquio con el
otro. Este coloquio es tan verdadero, tan real, que adopta a veces la
forma de la discusión y de la disputa. El coloquio con Dios se mueve
simultáneamente entre dos polos: trascendencia e inmanencia,
cercanía y distancia, confianza y temor.
Para la Biblia la verdadera oración es la del corazón, o sea la que
sube del centro de la persona y de lo profundo de la vida. La oración
de los labios o de muchas palabras no es auténtica, porque no
asciende de la raíz del hombre. En la oración el hombre está
involucrado en su totalidad, en su inseparable unidad. Las nece-
sidades físicas y espirituales forman cuerpo. La oración bíblica no se
mueve sólo en la esfera de los bienes espirituales, sino en la totalidad
de la vida.

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La oración del Nuevo Testamento es trinitaria. En Jesús la
revelación se ha manifestado como la comunicación de una vida
divina que es un diálogo entre personas. La revelación al hombre es
la traducción al exterior de un diálogo interno. Y así la oración no es
una referencia genérica a un Dios solitario, sino una referencia
precisa y personal al Padre, al Espíritu y al Señor Jesús. El término
último de la oración es siempre el padre, pero por Cristo y en el
Espíritu. La oración bíblica es, pues, profundamente personal;
involucra siempre al orante en su totalidad y en su sinceridad, pero
es al mismo tiempo también comunitaria y eclesial. El individuo no
está nunca separado de la historia de su pueblo y ora siempre como
miembro del pueblo. El paso de lo personal a lo colectivo, delo
individual a lo comunitario se produce sin contraposiciones y sin
violencia. Y esto no sólo a nivel de oración formulada, sino ya antes a
nivel de experiencia vivida.
2. NEXO CON LA HISTORIA Y LA VIDA. Una segunda característica de la
oración bíblica es su estrecho vínculo con la historia y con la vida.
Obsérvese ante todo que la oración asume fisonomías y tonos
diferentes en las diversas etapas de la historia de la salvación: la
oración patriarcal esencialmente ligada a la promesa la tierra y de la
descendencia, la oración del éxodo y del camino del desierto, la
oración de Israel sedentaria en la tierra de Palestina, la oración
cargada de interrogantes del destierro, la oración por Cristo y en el
Espíritu del NT. Dios habla al hombre en la historia, y el hombre
responde a Dios dentro de la historia adoptando su lenguaje, cultura
y sus problemas.
Dos son los puntos de partida de la oración bíblica: la historia
de las gestas de Dios —y aquí el creyente ve, anuncia y canta la
existencia del hombre— y aquí sobre todo pide y se interroga y anda
en busca de un sentido. De ahí la oración de alabanza, de petición y
de búsqueda. Pero las dos líneas se confunden: la existencia en sus
aspectos negativos y positivos es introducida de hecho en la historia
de salvación, y se la lee e interpreta a.su luz. Las grandes gestas de
Dios: creación, éxodo, redención, iluminan la existencia tanto
comunitaria como individual.
La oración es siempre una mirada a la vez vertical y horizontal,
nunca lo uno o lo otro solamente. Se busca el rostro de Dios, y se
nos remite a la creación y a la historia; aquí están sus huellas, los
signos de su amor y de su misericordia. Nos interrogamos sobre la
vida, y se nos remite puntualmente a Dios y a su misterio.
Interrogándose sobre la vida se llega a Dios, y contemplando a Dios
somos remitidos a una nueva visión de la vida. La oración nace de la

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vida y, después de haberse dirigido a Dios, vuelve a la vida, pero con
ojos nuevos y abriendo nuevas posibilidades.
La oración no es una relación verbal con Dios, sino una relación
vital, existencial, de la cual la relación verbal es simplemente su
expresión explícita y parcial. Antes de los actos de oración hay en la
Biblia una constante actitud de "delante de Dios", que podemos
pensar como una oración vital, implícita, que da sentido y verdad a
la oración de palabra. Una de' las desviaciones más graves que la
Biblia reprocha es la separación entre oración y moral, culto y vida
(Is 1; Am5; Jer7).
Jerusalén y el templo son los lugares privilegiados de la oración,
y todavía hoy las sinagogas tienen un ábside dirigido hacia
Jerusalén. Pero la oración no estuvo nunca vinculada al santuario.
Dios está en todas partes, y él espacio de la oración es la vida. El NT
ha ampliado aún más, si es : posible, el espacio al hablar de oración
"en espíritu y en verdad"; el lugar de la oración es el Espíritu, no
Jerusalén ni el Garizín (Jn 4, 21).
La oración nace de la conciencia del don y del conocimiento del
límite, pero siempre en una visión abierta, en el deseo de ir más allá.
Si es verdad que la mirada parte de la experiencia cotidiana, de la
historia en la que se vive, de sus gozos y de sus dramas, es
igualmente verdad que luego ¡a mirada vahada aquel que está más
allá de la historia. Por encima de los bienes de Dios, la oración busca
a Dios, La vena secreta de toda oración bíblica es el deseo de Dios.
La oración expresa así la soledad del hombre, que se siente
desterrado, insatisfecho, peregrino hacia lo absoluto y extranjero
aquí, jamás perfectamente integrado y comprendido, nunca perfec-
tamente expresado. Las cosas del mundo, los mismos dones de Dios,
son imagen de Dios, no Dios. La oración es el signo de que el hombre
está hecho para Dios; expresa el deseo de encontrarlo.
3. EL SIGNO DEL "SILENCIO DE DIOS". Pero la experiencia más des-
concertante, reveladora y purificadera de la oración bíblica es el
silencio de Dios. No raras veces en la oración se encuentra a un Dios
que calla. Acude a la mente la invocación del Sal 22: "Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?" Es la pregunta de un pobre
judío que se siente abandonado por un Dios que tiene por
característica fundamental la debilidad. El lamento del pobre judío
se convirtió en la oración de Cristo en la cruz. Estamos en el corazón
de la fe cristiana. La experiencia del silencio de Dios envuelve la vida
religiosa en su conjunto; sin embargo, es en la oración donde esta
experiencia se hace más aguda, más perceptible, más desarmada. La
Biblia no conoce solamente a un Dios que nos escucha, sino también

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a un Dios que nos desmiente. Incluso conoce un Dios que parece
desmentir sus mismas promesas (Gen 22).
Estas observaciones muestran toda la diversidad que existe
entre el Dios bíblico y el dios pagano, el construido —como dice la
Biblia— por las manos del hombre. El dios pagano es complaciente y
se hace garante de los proyectos del hombre: ¡lo hemos construido
justamente para que apuntalase nuestras construcciones! Escucha,
da la razón; mas precisamente por eso deja al nombre prisionero de
sus proyectos y de sus ilusiones. En cambio, el Dios bíblico, no
construido por el hombre y más grande que el hombre, juzga,
desencanta, fuerza al hombre a superar sus deseos, y justamente
por esto libra y salva. El silencio de Dios es el signo de su amor y de
su fidelidad, la señal de que escucha al hombre profundamente. La
oración es siempre eficaz, pero a su modo: "¿Qué padre de entre
vosotros, si su hijo le pide un pan, le dará una piedra?" (Lc 11,11).
También ante la oración Dios es el amo de los acontecimientos, y su
modo de dirigirlos es un misterio para el hombre. Por consiguiente,
en la oración es el hombre el que es conducido a la conversión, y no
Dios; una conversión teológica, y no solamente moral. La oración no
es el intento de obligar a Dios a entrar en nuestros proyectos, sino la
oferta de una disponibilidad a su libre iniciativa. Todo lo contrario
dé la oración mágica.
4. SUPLICA Y ALABANZA. Las formas más frecuentes y más
significativas de la oración bíblica son la súplica y la alabanza. El
hombre bíblico no sólo alaba a Dios por sus maravillas; no sólo lo
busca, sino que, con más frecuencia aún, le suplica por sus
necesidades y por sus infidelidades. La súplica bíblica es confiada y
abierta. La angustia no conduce a los hombres de la Biblia a una
resignación fatalista y estéril. El que suplica está siempre
convencido, cualquiera que sea la situación en que se encuentre, de
que Dios tiene firmemente en su mano los acontecimientos. La
confianza no desfallece nunca; es una confianza que no asume
jamás la forma de la evasión, sino que empujad siempre a hacer
frente a las circunstancias. La oración de súplica abre nuevas
posibilidades de coraje, de impulso; libera energías nuevas conduce
frecuentemente, a través de un examen de conciencia, a descubrir
las razones profundas del mal, y por tanto a convertirse.
La súplica es una oración verdadera, útil y, en cierto sentido, la
más sincera, capaz de sostener al creyente frente a la distancia entre
el proyecto de Dios y sus mentís históricos, es una oración que
forma parte aun del tiempo irredento que nace en el hombre no
realizado aún. En cambio, la alabanza y la contemplación son el

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punto final y estable. La súplica tiende a la alabanza. Además de la
oración "perfecta", además de mirada a Dios en sí, la alabanza
bíblica también particularmente reveladora de la densidad teológica
y antropológica de la visión bíblica del mundo de la historia. La
alabanza rompe el lazo de posesión entre el hombre y el mundo; las
cosas son don de Dios, no del hombre. Y esto vale también para la
historia: los acontecimientos son gestos de Dios, no obra del
hombre. La alabanza reconoce a Dios como propietario y
protagonista. En esto la alabanza expresa la "profunda
intencionalidad del hombre" (C. di Sante).

B. Maggioni

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