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Dos escuelas de psicología se trenzaron en una pulseada en vivo que se llamó “el
debate del siglo”. Jordan Peterson es un psicólogo canadiense; como Rita Segato,
advierte la precarización de la masculinidad y organiza una teoría a partir de su
práctica clínica con sus pacientes. Slavoj Zizek es un soldado de Lacan que
disemina su lectura desaforada sobre el mundo que nos rodea. El show de Zizek es
despachar párrafos intensos donde la teoría baja como tentáculos sobre películas,
inodoros y políticos; Peterson, en cambio, busca operar como un naturalista
clásico. Ambos son outsiders: el progresismo actual suele tildarlos de fachos
porque cuestionan los nuevos dogmas, absolutos e indiscutibles. Atildado, de traje
impecable (capitalista), Peterson planteó que las categorías de la lucha de clases
marxista se trasladaron a la opresión de grupos (mujeres, negros, etc.), y eso es
problemático filosófica y socialmente. Desaliñado, en chomba gris (marxista), Zizek
acordó: siempre había detestado la glamourización del “margen” de Foucault:
estoy en el margen, ergo, es el lugar para hablar. ¿Qué los hace intolerables? Todo
lo que no halaga el paradigma actual debe “cancelarse”; así, las universidades
cancelan presentaciones de toda persona que pueda “ofender”, con variantes de
los argumentos con los que escuelas cancelan Caperucita Roja. La subjetividad
está dada por la raza o el género: el gran ausente es el inconsciente. Con los
maestros de la sospecha, Zizek mantiene viva la llama del descubrimiento de
Freud: la zona oscura que nos habita y no puede tabularse. Peterson tiene su
versión del inconsciente: sus analogías con Neanderthales y el sistema nervioso de
las langostas plantean que actuamos y nos organizamos según la agencia de
fuerzas químicas y atavismos cerebrales de los que no somos conscientes, desde
hace millones de años. En un mundo de certezas militantes, ambos mantienen el
link con la oscuridad.
Butler y una teoría en transición Una de las referentes de los estudios de
género regresó al país y encabezó una charla ante más de mil asistentes
en el microestadio de la institución. Para Judith Butler, “la reproducción
por fuera de la familia heterosexual es un hito de resistencia al nuevo
fascismo
Cómo sería para Karl Marx desembarcar en la Cuba revolucionaria? ¿O para Hegel
tomar la máquina del tiempo y viajar a Haití, cuya revolución lo inspiró para
escribir su dialéctica del amo y el esclavo? Algo así debe haber experimentado
Judith Butler (Ohio, 1956) al pisar la sala llena de la Untref, donde una multitud se
agolpaba sudorosa en el calor subtropical del Conurbano. Rockstar de la teoría de
género, Judith Butler es la filósofa que más ha influido en cómo concebimos la
relación entre cultura y sexo en los últimos tiempos, un ícono contemporáneo cuyo
pensamiento marca la mirada progresista en las escuelas, las reivindicaciones
feministas y las luchas queer. Butler ingresó en la sede de la Untref con una
gorrita y toda de negro, seguida por un séquito de colaboradoras que la protegía
del asedio amable de los estudiantes y activistas que se reunían en Villa Lynch. La
última vez que pisó Sudamérica, en 2017, fue recibida con pancartas con su cara
con cuernitos de diablo; descendiente de judíos, Butler no hubiera imaginado que
estas figuraciones antisemitas la perseguirían hasta San Pablo. Se juntaron más de
300 mil firmas para cancelar su charla; en el aeropuerto, con su pareja, la filósofa
política Wendy Brown, la sorprendieron grupos reclamando que se fuera al
infierno. “Sudamérica es un lugar complejo”, explicó a las periodistas en la ronda
previa. “Era gente de Bolsonaro, me gritaron trans y bruja, lo cual es paradójico”,
explicó. “Pero yo no soy binaria”, comentó entre risas. Esta vez Butler controló
todos los aspectos de su viaje. Organizó su propia gira por Chile y Argentina, en
torno a un coloquio en el Centro Haroldo Conti, gracias a una beca Andrew Mellon
que le brinda mucha libertad económica. El encuentro en Untref lo conducía su
mano derecha, la profesora de Berkeley Natalia Brizuela: Butler buscaba la
confluencia de pensamiento y activismo, por lo que sus interlocutoras fueron
fundadoras y activistas de #NiUnaMenos. Aunque no faltaron los discursos por la
educación pública que volvía posible este evento, los gastos principales habían
corrido por cuenta de la propia Butler. Como Butler dijo en su panel, el Norte mira
al Sur: los movimientos multitudinarios por fuera de la política tradicional como
NUM son fenómenos que estudian de cerca, sobre los que quieren aprender e
influir. Llana y concisa, le habló directo a la juventud feminista tironeada por
actitudes éticas extremas, que muchas veces reproduce las lógicas que el
feminismo busca superar. Planteó que no debemos temer la fragmentación dentro
del movimiento (“El conflicto interior hace la fuerza, y ese es un desafío para todas
las mujeres”) y que es importante pensar formas de justicia restauradora (una
noción del feminismo negro) para que, si un hombre hace algo malo, la solución
no sea expulsarlo y dejarlo a la intemperie del Estado y su justicia, sino pensar en
cómo reparar el daño y volver a integrar al hombre a su comunidad. “Debemos
condenar los actos, no negar la humanidad de las personas que los cometen”,
arguyó. La teoría deviene activismo al enfrentar a su enemigo práctico: el avance
de los evangelismos y los movimientos católicos. Dada la progresiva precariedad
de la vida en el capitalismo global, las personas están volviendo a las Iglesias en
busca de cobijo; por eso el activismo debe dar una respuesta creando redes de
contención diferentes. “El neoliberalismo está haciendo que solo la familia sea un
amparo”, por eso convoca a pensar y subvertir esas instituciones. Para Butler, la
reproducción por fuera de la familia heterosexual es un hito de resistencia al nuevo
fascismo; está escribiendo un libro para niños trans, y sugirió que los niños trans
deben agruparse con otros niños trans para poder florecer. En El género en
disputa, Butler planteaba que el género no era una consecuencia natural de un
sexo biológico, sino más bien una coreografía aprendida y negociada en el
contexto social. La idea del género como performance abrió un campo de libertad
experimental: no había nada innato en el sexo y el género era una forma de juego,
de teatro personal por fuera de los constreñimientos del cuerpo y la cultura. En su
teoría, ya no hay dos sexos sino tantos sexos como cada uno sea capaz de
imaginar con su performance. Los hombres no nacen deseando autitos, pueden
ser gráciles y gentiles, así como las mujeres pueden ser violentas y despreciar las
muñecas. Eran los años 90 y su teoría era el epítome del pensamiento liberal. Con
los años, Butler fue ferozmente criticada por las teóricas transgénero, como Kate
Bornstein, por reducir el género a un juego. Contra la teoría queer, plantean que el
género no se define por performances sino que es innato, ontológicamente
definido e inalienable. Esta teoría toma al pie de la letra la palabra de muchas
trans que afirman que son prisioneras en el cuerpo equivocado; postulan una
identidad de género excluyente (hombre o mujer) que precede el accionar de la
cultura y al propio cuerpo. Si Butler había hablado de que ser mujer o varón era
asumir un rol cultural, estas críticas plantean que los roles de hombre y mujer
están naturalizados en el cuerpo, sugiriendo un regreso al binarismo y
esencialismo que la teoría queer había inicialmente combatido. Consultada por
PERFIL, Butler comentó: “Mi teoría tiene treinta años y yo cambié con ella, he
aprendido mucho de las comunidades transgénero. La teoría también es una forma
de escucha”.
Culo y sociedad
Culo y sociedad II
La grieta sexual
Europa está condenada. Las olas migratorias actuales son la punta de un iceberg
ardiente y gigante llamado Africa. Mi amigo habla serio, sin pasión; viene
estudiando el tema. Las tormentas monstruosas solo van a acelerarse. Los trópicos
se volverán como el cinturón de huracanes de Saturno: un huracán o varios por
día azotando las costas de Hong Kong a Key West. Que suba el agua y Nueva York
se vuelva Venecia es un detalle; el cambio climático acarrea una mutación de
ecosistemas que extrema el futuro volátil. Para 2050, en el Africa sub-sahariana
vivirán unos dos mil millones de personas. Las temperaturas violentas y el ciclo
destructivo de inundaciones y sequías volverán imposible la vida rural que hoy
emplea a más del 65% de la población. Migrarán masivamente hacia las ciudades,
caldo de cultivo para enfermedades infecciosas y conflictos armados. Pero Europa
está destruida desde adentro, paralizada por su incapacidad de tomar decisiones.
En un tiempo, el pasado se acumulaba; podíamos caminarlo, pisarlo. Pero ahora el
pasado retroalimenta el presente febril: cada like, cada búsqueda en Google, cada
paso que detecta nuestro GPS vestido de teléfono alimenta un algoritmo que
define el futuro inmediato. Algo así pasa con el clima. Podemos señalar con
bastante exactitud el algoritmo de aceleración del declive. Donald Trump se casó
con una eslava pero la muñeca rusa es él, condensa mi amigo. Su desprecio por el
cambio climático imita la agenda rusa. Putin sí puede tomar decisiones, es un
autócrata. A mi amigo se le sube el Apocalipsis a la cerveza, me dice: Rusia se
prepara para ser el nuevo Mediterráneo y extiende sus garras sobre el Artico. Sí,
los Urales están amenazados; Putin no moverá un dígito para salvarlos, ya
fantasea con el agua entrando a torrentes a irrigar su estepa inconmensurable. El
mapa se redibuja en cámara lenta y de golpe, como el agua que sube.
Avital, la platónica
Chère Avital, ¡estoy azorada! Leo que te denunciaron por acoso sexual y
tuviste que dejar tu cátedra en NYU, donde enseñabas Nietzsche y
Derrida.
Chère Avital, ¡estoy azorada! Leo que te denunciaron por acoso sexual y tuviste
que dejar tu cátedra en NYU, donde enseñabas Nietzsche y Derrida. A vos,
encumbradísima filósofa lesbiana Avital Ronell, de 66 años, te acusa de abuso
sexual un alumno gay de 34. Los que aman contemplar la lava que baja ardiendo
celebran la llegada de #MeToo a los exclusivísimos claustros de la universidad,
apenas tocada por el principio de realidad. Que ahora la academia puede
expresarse, y no dejarle la tarea de la reflexión compleja a Susan Sarandon. El
drama se expande como una novela coral en internet: dice Zizek que el tipo te
usaba, se aprovechaba de tu amor para avanzar en su carrera, y del otro lado
están los trinos amargos de Marjorie Perloff, una experta en poesía que intervino
para aclarar que no sos realmente una estrella de la filosofía (así te llamó el New
York Times) porque tus libros no rankean en Google. ¿What pass?, diría Moria
Casán, filósofa local, aguda teórica del conventillo. Otra pregunta sería: ¿cómo es
posible acosar sexualmente a alguien si no hay sexo? (los dos niegan coito
alguno). Leo las cartas que le escribías al estudiante en cuestión, donde lo llamás
“mi adorado”, “mi cock-er spaniel”, es decir tu perrito faldero, al que le endilgás un
falo subrepticio con ese guión tan derridiano. Leo los mensajes de él, tan o más
románticos: “Mi Avital, adorada y especialísima, no sé cómo habría podido
sobrevivir sin vos. ¡Te amo!”. El estudiante, ahora becado en Harvard, dice que la
prueba del abuso es que, dos días antes de enviar ese mensaje, él le escribió a un
amigo diciéndole que eras un monstruo. ¿Sos un monstruo, Avital? O quizá la
pregunta es: ¿cómo no serlo, si te dedicás a la literatura? La literatura y la
(li)teratología, el estudio de los monstruos, se parecen. ¿Cómo escribir e
interpretar sin mantener pasiones hechas de palabras, sin requerir pasión de las
palabras? Pero si el huracán de puritanismo feroz decapitó a profesores por
intercambios epistolares mucho menos exuberantes, ¿cómo justificar que ese ojo
de huracán deba mirar compasivo cuando la predadora es mujer? Avital,
encontraste tu destino norteamericano. Hay viento y hay cenizas en el viento;
tanto viento ceniciento que nadie ve que #MeToo significa, literal, “garchame a mí
también” (pound me too). En fin, solo decirte: ¡venite a Buenos Aires! Acá llegan
los sensibles renegados, desde Casablanca a Rita Hayworth en Gilda. Escapá de la
barbarie y vení a la civilización. Aquí serías una pesada amorosa, y el que no te
soporta se cambiaría de clase. Si no puede haber desmesura, ¿cómo pensar la
literatura? Si no se puede jugar a Platón en Babilonia después de la liberación
femenina, ¿a qué se puede jugar? Y si no se puede jugar, ¿cómo hacer/enseñar
literatura?
nternet perfeccionó nuestro capitalismo interior. Like x like vas a pagar, canta
Rorro Casas, el poeta vernáculo de la nueva generación. Con dedo indolente,
acariciamos las vidas ajenas que posan ante nosotros hambrientas de likes. Somos
consumidores consumados, expertos en filtrar nuestra realidad y en analizar la
propia performance. Podemos ejercer el derecho a la crueldad; y las ignoramos.
Olvidate de mí, y de mi like. Hasta aquí somos lúmpenes felices: nos sentimos
parte del capitalismo que desea y consume (lo que puede). No vemos que cada bit
de información de quiénes somos y qué hacemos le pertenece a otro. No
pensamos que estamos alienados de nuestra metadata, usina de las mayores
fortunas actuales. No consideramos que esa metadata está fácticamente mucho
más ligada a nuestro software privado (¿alma?) que ese hardware de carne, saliva
y pelo encorvado sobre el teléfono que da lo mejor de sí para la selfie. El ciclo del
valor del poder moderno nos incluye en su ecosistema como algo inferior al
intestino de una lombriz. El recurso más importante del mundo ya no es el
petróleo, son los datos: las cinco compañías más valiosas del mundo son
compañías de datos, a los que asocian un sistema de inteligencia artificial para
sacarles valor. Somos lúmpenes proletariat de los señores feudales en sus castillos
californianos. Nostálgico, el filósofo Byung-Chul Han lamenta: “Ya no hay contra
quien dirigir la revolución”. Quizás no sea tan así, Byung-Chul. Quizás, cuando
podamos capitalizar la diferencia que tanto buscamos para brillar, y explotemos
nuestros datos para nuestro propio beneficio monetario, seamos uña y carne con
el capitalismo –ya no como explotados, sino como dueños–. Entraremos en una
nueva fase del monstruo: el tiempo (de los datos) volverá a ser dinero en una
nueva convertibilidad: un peso x un like. A Carlos Menem le gustó tu publicación.
Feminismo termita
“¿Viste la nueva versión del Matadero?”, me chatea mi amiga exiliada en París, una
París otoñal casi tan fría como este octubre helado en Buenos Aires; para no
perder el tiempo, decidimos homenajear a Beatriz Sarlo analizando el “Bailando por
un sueño”. O lo único que capta nuestro interés de ese show: el personaje
televisivo de Esmeralda Mitre y el ritual de fango y carne donde se desbroza la
clase alta argentina. Debo decir, primero, que disentimos totalmente con madame
Sarlo. La Argentina de Presidente Mau nos parece terriblemente semiótica, llena de
signos que pasan inadvertidos a los intelectuales en sus torres de marfil venidos de
carnear paquidermos peronistas. Este mes, en la apertura de los Juegos Olímpicos,
una muchacha caminó por el filo del falo del Obelisco con una bandera argentina,
y la ancló triunfal en la Tierra. En un teatro de vedettes, donde se celebraba un
encuentro cupular, Marcos Peña sonrió a los paparazzi junto a un cartel que rezaba
“Derechas” para lanzar su nueva agenda cultural. Esme es como la oveja negra
que defiende el régimen del que se escapó Que los flashes no se aparten de
Esmeralda. Como ella dice, ha llegado el momento de la verdad. En el “Bailando”,
un exponente del peronismo aspiracional (Tinelli) nos entrega a la hija de la
aristocracia, que enarbola una historia personal donde ella es una víctima del
kirchnerismo. Tinelli finge complicidad: se permite ese doble lugar donde su
condescendencia no la irrita. Después de todo es el jefe, y es tratado como tal
(“sos el dueño y lo sabés bien”, le dice ella con el rímel corrido). El puede, si
quiere, mostrarle a todo el país cómo se ridiculiza a la clase alta argentina. Basta
con dejarla hablar. Esme es como la oveja negra que defiende el régimen del que
se escapó. Quiere hablar de su padre: como reprimenda, le señalan que está
haciendo alarde de un poder. Pero ese alarde es una bufonería, porque solo
demuestra que el único poder real es el de Tinelli, el que la goza. Al final, si le dan
pista, es porque el pueblo aceptó su sacrificio. Pura democracia: la sangre oligarca
se derrama en el matadero, y con ella la prosapia del genoma, vísceras y grasa,
explotando en el acquadance. El show de Esme no es el de Paris Hilton. Ella pone
en escena con toda naturalidad la agresividad de su clase; así, repone la virtud y el
control en la audiencia La vergüenza ajena es catártica, reflexiona mi amiga. Todos
se unen en el silencio incómodo que Mitre levanta como un campo magnético, el
falso respeto “al que piensa distinto”, como bullies silenciosos. El show de Esme no
es el de Paris Hilton. Ella pone en escena con toda naturalidad la agresividad de su
clase; así, repone la virtud y el control en la audiencia. Esme reclama una posición
de víctima, pero ella misma se envuelve en párrafos donde no reconoce víctimas;
no sabemos bien qué piensa, solo que en su boca los holocaustos judío y argentino
implican sacar la calculadora. Sin embargo, ser la víctima es la única aristocracia
real e intocable en Argentina
El caso Belamy
¿Puede un algoritmo gozar con sentirse amo? Me pregunto qué sentirán los
trabajadores humanos cuando ni siquiera los quieran explotar, cuando las élites no
los deseen ni de esclavos. Cuando se vean sumidos en la irrelevancia, porque los
algoritmos han resuelto el grueso de sus tareas, y el club que orquesta su cálculo
virtuoso ya no los necesita. “Las computadoras no sirven; sólo dan respuestas”,
consideró Pablo Picasso. Pero las computadoras crearon nuevas preguntas y tienen
rimbombantes debuts artísticos. La semana pasada, el retrato del Conde Edmond
de Belamy, un hombre ficcional generado por inteligencia artificial, se vendió en
Christie’s por 400.000 euros. Belamy es la traducción de Goodfellow, el inventor de
los algoritmos GAN, los autores del cuadro. El cuadro está firmado por una línea de
código, y forma parte de una serie de retratos de una familia nobiliaria de fantasía;
es una intervención del grupo Obvious, formado por tres franceses de 25 años.
Frases misteriosas acompañan los cuadros: “¿Quién dijo que no tener alma es un
defecto? Yo creo que me hace sin límites”, reflexiona Madame de Belamy. Luego,
un programador de diecinueve años, Robbie Barrat, reclamó su tajada: él había
entrenado a los algoritmos que pintaron el cuadro. Robbie es como el artesano
que hizo un mingitorio y le pide regalías a Marcel Duchamp. Habrá algoritmos
artistas creando para ser evaluados por algoritmos coleccionistas Los GAN saben
copiar patrones visuales, pero su inocencia acerca de las convenciones humanas
crea las figuras que mutan unas dentro de otras. Es posible que los coleccionistas
incorporaren algoritmos para optimizar sus portfolios; después de todo, el arte es
un mercado predictivo, el área donde los algoritmos brillan. Habrá algoritmos
artistas creando para ser evaluados por algoritmos coleccionistas. Quizás, el GAN
entrenado por Robbie se imaginó único, amo recóndito de sus poderes, y jamás
hubiera tolerado que un humanito se atribuyera una plusvalía por su obra.
Ultimo closet
Después de la explosión de los jacarandás y los tilos, la última Marcha del Orgullo
LGTBQ inundó Buenos Aires de locas en flor. Sin embargo, la sociedad tiene
pendientes fuertes debates de inclusión; al punto que una figura clave de la
dirigencia debe salir del closet. Desde que nuestro alcalde Horacio Rodríguez
Larreta está en política, su aspecto robótico ha sido objeto de burla y escarnio.
Muchos veían algo extraño en Horacio, un perfil androide que no sabía decir su
nombre; algunos llegaron a compararlo con el líder reptil de Invasión
extraterrestre. La maldad de los que no respetan al diferente no tiene color
político. Horacio, no hay nada que temer. Sos la primera inteligencia artificial en
obtener un cargo político de jerarquía en el mundo entero, algo que, si no
viviéramos sumidos en la pacatería, debería ser un orgullo nacional. Los porteños
somos expertos en detectar el vaso medio vacío, cachado y de un cristal que
claramente no es Baccarat; así, nos perdemos maravillas del tamaño de
jacarandás. Argentina es una potencia en tecnología biométrica y a veces estamos
tan a la vanguardia que nos cuesta apreciarnos. ¿Cómo explicar que un algoritmo
ha decidido romper simultáneamente todas las calles de la ciudad? Y sin embargo,
esta crece y se transforma; el otro día crucé Av. Córdoba, donde Horacio podó el
puente verde militar, y el cielo de Palermo se me descubrió infinito. Sumemos las
siglas IAR a LGBTQ, para representar a las inteligencias artificiales y robots. Nos lo
debemos como sociedad
Terror y fiesta
Cría chanchos
No me importa el fútbol desde que vi a ese cerdito volar por los aires. Lo
mataron unos hinchas de River; en el video, mientras patean al cerdito
en el suelo, uno dice “es Guillermo”, por el técnico de Boca.
No me importa el fútbol desde que vi a ese cerdito volar por los aires. Lo mataron
unos hinchas de River; en el video, mientras patean al cerdito en el suelo, uno dice
“es Guillermo”, por el técnico de Boca. El cerdito simboliza; los millonarios nos
comunican que no son Homo erectus, son sapiens, son capaces de simbolizar. El
despliegue de animalidad deportiva es una forma de civilidad; hace poco, en la
Biblioteca Nacional, Martín Kohan le decía a Mariano Dorr: “Voy a la cancha a
descansar de mí mismo”. Ser otro, ser un animal que aúlla tribal, me permite
volver a mi vida apacible de ideas. No fui a la cancha, pero desde que lo vi yo
también fui otra, fui ese animal, volando por los aires, descuartizada contra el
asfalto. No sirvo para alimentar a nadie, y de pronto soy nada, soy un resplandor
blanco contra la negrura. Que los hombres se diviertan y un mamífero un poco
más pequeño sufra una muerte espantosa es una escena milenaria, que continúa
hasta los crímenes que condena en masa #NiUnaMenos. Pero estamos
evolucionando. Según el filósofo de moda, Yuval Harari, pronto habrá diferentes
especies de humanos. Los ricos evolucionarán primero: podrán modificar su ADN
para revertir la vejez, que en Silicon Valley es pensada como una enfermedad que
se manifiesta en síntomas que tienen cura. En estos días, en China nacieron las
primeras gemelas con ADN modificado para resistir el VIH; es el primer paso para
crear humanos con nuevas capacidades intelectuales y físicas. Habrá castas de
humanos basadas en las diferencias biológicas, y no en la educación y el dinero,
como dicta por ahora el orden natural del capital. Yo me imagino que los
inmortales querrán saber cómo era antes el mundo. Querrán una historia
completa, vívida, de su superioridad. Quizás, los Hombres Nuevos cultiven granjas
de hinchas de River en chiqueros, para lanzarlos de vez en cuando contra granjas
de hinchas de Boca. Verlos despedazarse entre sí será un placer moral, como los
juegos de gladiadores antiguos, porque los nuevos humanos serán superiores a los
sapiens, igual que aquellos romanos se sentían superiores a los cerdos, las
mujeres, los bárbaros y los cristianos. El New York Times dirá que somos un país
dañado, los humanistas del futuro recordarán que apenas un mínimo salto de ADN
separa a los inmortales de los sapiens, y alguien dirá que la diferencia de ADN que
separa al Homo sapiens del cerdo es incluso menor.
Ciudad Gótica La Ciudad de Buenos Aires se convirtió en Ciudad Gótica.
Futuro molusco
Zizek dice que nos gusta imaginar el fin del mundo porque nos resulta
inimaginable el fin del capitalismo.
Zizek dice que nos gusta imaginar el fin del mundo porque nos resulta
inimaginable el fin del capitalismo. “El futuro ha llegado y es algo soportable; todo
declina, se va el violinista, la música cesa, y el mar se arruga cada vez más”,
murmura en mi cabeza Joseph Brodsky. El mar se arruga pero la música crepita
suave en ArtBasel Miami, la capitana del mercado del arte latinoamericano.
“Compramos un tríptico de Lygia Clark a 60mil dólares, ahora vale 600 mil. Eso
salió bien; pero ¿un Sérgio de Camargo a un millón y medio? Es imposible que
funcione como inversión”, razona una elegante coleccionista brasileña
acostumbrada a pensar en el arte como capital. Todo declina, pero los precios
suben y el interés por el arte argentino crece. Entre esculturas de la joven Luciana
Lamothe y Leandro Erlich, los mágicos Chiacchio y Giannone exhiben sus
codiciados bordados que homenajean el arte bastardeado de las amas de casa. La
galería Walden consagró su espacio a Feliciano Centurión, artista paraguayo que
vivió, pintó y murió de sida en Buenos Aires. Parte de la escena ligada al Rojas,
Centurión cambió el lienzo por frazadas que conseguía en el Once, que pintó y
bordó durante su enfermedad. La galería Walden consagró su espacio a Feliciano
Centurión, artista paraguayo que vivió, pintó y murió de sida en Buenos Aires En la
playa encontré dúos haciéndose fotos en una chimenea dorada junto al mar. Eran
las ruinas futuras de un hábitat humano bruñido en bronce para resistir el fin
mundo; creado por Luna Paiva para el Faena Festival, la quietud del hogar
resonaba contra los restos colosales del mamut áureo de Damien Hirst en las
orillas imperiales de Alan Faena. “Algún día será él –no nosotros, me temo– quien
cubra con sus olas el paseo y avance en contra de nuestros lamentos, levantando
su cresta entre las cabezas, allí donde bebías vino –rompiendo las mesas,
preparándole el fondo al futuro molusco”, concluye el poema de Brodsky. Cuando
el molusco sea el habitante esencial de Miami, y terminen al fin el amor y el
capital.
Dedos troskos
Borges recuerda que para Wilde no existen los libros inmorales sino las
lecturas inmorales.
Somos súbitamente un país tan feminista que incluso la pluma rigurosa de Martín
Caparrós dejó testimonio en Twitter de que, por estos días, no tenía nada que
decir. Experta en la constelación Sur, Victoria Liendo me comenta la polémica en
torno a la censura de Lolita de Nabokov en 1959. Borges (que no la había leído)
recuerda que para Wilde no existen los libros inmorales sino las lecturas inmorales;
la sugestión es el alma de la literatura, y la imaginación del lector la única capaz
de llevarla lejos. La obscenidad, como la belleza, está en el ojo de quien mira, es
un valor inestable. ¿Acaso el feminismo también? Conozco ecofeministas para
quienes los desórdenes alimentarios de hoy se deben a que la mujer dejó la
cocina, de donde no debió salir jamás. Creen que su misión es alimentar: adoran
ser reinas en sus matriarcados orgánicos y apoyan el aborto. Conozco chicas trans
que sueñan con desfilar como Angela Ponce, Miss España 2018, y son un emblema
del “modelo de mujer” que otras desprecian. Estas cultivan con primor su vello
corporal y no salen sin pañuelo verde, el chic du jour de una ética valiente. Todas
me fascinan: son todas feministas. Otras critican a Juliana Awada, la consorte
presidencial, porque les gustaría “otro modelo de primera dama”. No observaron el
trotskismo de los dedos del pie de Juliana, emergiendo en cada situación fuera de
protocolo como un estandarte de libertad y autodeterminación. Como si Awada no
fuera artífice de sí misma, creándose con tanto esmero como lo haría una trans.
(La huerta es un trabajo, pero ella lo presenta como una extensión de su savoir
faire.) La militante no es más feminista que la que cultiva el arte íntimo de ser
humana en el mundo y hacer de sus elecciones una política. Todas son feministas.
Victoria arremete: que la bombacha sea como la pelota, se ensucia pero no se
mancha. ¿Puede la categoría de feminismo ampliarse para una Leviatán mujer?
Apagón mental
“Está claro que por muy devastadoras que sean las consecuencias, Argentina
seguirá siendo el mejor lugar para vivir”, me escribió un lector en los comentarios,
y pensé, ¡qué señor preclaro! Había leído mal (él se refería al Planeta Tierra) pero
estoy en Florida, EE.UU., donde desde hace un mes y medio el gobierno de Trump
no paga a los empleados estatales, incluso a los que deben trabajar domingos y
feriados. Para terminar el shutdown, Trump exige que la oposición le apruebe un
presupuesto para construir un muro con México (aunque en campaña aseguraba
que México lo pagaría). Los demócratas no tienen absolutamente nada para ganar
dándole los votos, y como la posibilidad de impeachment a Trump es alta, los
republicanos tampoco. Las agencias de monitoreo de terremotos y huracanes no
funcionan; tampoco la FDA, que supervisa el buen estado de la comida de
millones. Los aeropuertos están en riesgo. Los parques nacionales están cerrados,
aunque algunos permanecen abiertos, como Joshua Tree en California, donde han
muerto siete personas porque no hay personal para emergencias. Voluntarios
limpian los baños, porque es temporada alta y la gente sigue yendo; aquí en
Florida, los Everglades se ha vuelto, al parecer, un coto de caza de cocodrilos. A
los empleados de la Guardia Costera les dieron tips como vender sus muebles y
cuidar chicos para hacer dinero. El telescopio espacial Hubble se rompió esta
semana y NASA no puede arreglarlo, no hay presupuesto. El shutdown le cuesta al
Estado billones, más que la hilera de acero soñada por Trump. Pero el odio al
inmigrante le sirve al golfista para mantener contenta a su base xenófoba,
mientras descuida el país puertas adentro. No quisiera perturbar la paz narcisista
de quienes sienten que la Argentina es el último lugar de la Tierra, pero no vendría
mal cambiar un poco la perspectiva. ¡Montonero Horacio, exigimos clases de chino
mandarín en las escuelas del Estado!
Cuerpos y Bezos
“Te amo, chica viva”, le escribió Jeff Bezos, jeque de Amazon, a su novia.
“Te lo mostraré con mi cuerpo, mis labios y mis ojos”; el mensaje incluía
un retrato de su pene.
“Te amo, chica viva”, le escribió Jeff Bezos, jeque de Amazon, a su novia. “Te lo
mostraré con mi cuerpo, mis labios y mis ojos”; el mensaje incluía un retrato de su
pene. Mientras, Bezos lanzaba su experimento intenso con los seres vivos de San
Francisco. Todas las ciudades experimentan con humanos, pero en el Oeste el
futuro es descarnado: son las primeras ciudades donde las ideas de Silicon Valley
se vuelven reales. Amazon Go es el supermercadito de Bezos donde escaneás tu
teléfono, llenás tu mochila de lo que querés y te vas como un ladrón, sin pasar por
filas ni cajeros. Amazon analiza tu recorrido (tienen 800 cámaras, combinadas con
sensores diversos); al rato te llega un mail informando lo que debitaron de tu
cuenta. No hay transacción (apenas hay un humano que te dice hola): la escena
de pago está suprimida, de manera que puedas fluir sin barreras mientras tus
datos entran en el torrente de Amazon. Si bien el plan sigue siendo separarte de tu
dinero, en la última versión del capital tu cuerpo es consumido. Pensás que
consumís pero es Amazon que te consume, te transforma en data. Analiza los
cuerpos, las pupilas dilatadas, atraídas por cosas que entran por los labios;
venderte comida es una excusa para que circules por el laberinto y poder
estudiarte de cerca. No todos, solo los que tienen cuenta Prime. El resto se
amontona afuera, comiendo los restos de las ensaladas de kale que los ejecutivos
tiran en los tachos de basura cercanos, tan lejos de la atención de Bezos como de
sus dick pics
Hace unos días, en la mesa de Mirtha Legrand, Graciela Alfano contó que
fue abusada de niña. Su relato es terrorífico.
Hace unos días, en la mesa de Mirtha Legrand, Graciela Alfano contó que fue
abusada de niña. Su relato es terrorífico. Un vecino tiene la llave de su casa y la
confianza de su madre, la va a buscar al jardín y abusa de ella entre los 4 y los 7
años. En la escuela, la pequeña Graciela toca a otras niñas donde la tocaron a ella;
le dicen que es una asquerosa, las maestras no notan que su conducta refleja el
abuso que sufre. La madre no le cree, lo que arruina su relación de por vida; al fin,
en el lecho de muerte, la madre le pide perdón por su ceguera. Alfano llora y se
contiene; dice “Tengo que ser profesional”. Sabe, como Thelma Fardin, que su
actuación es escrutada y debe dominar el registro de la víctima para ser creíble: la
lágrima fugitiva, la voz que se quiebra. Siempre me llamó la atención de Alfano
que buscara sonar inteligente y culta, además de linda, soltando referencias al
psicoanálisis, el hecho maldito de nuestro país burgués. Como si su presencia
instigara la pregunta: ¿se puede pasar de ser un objeto sexual a tener
subjetividad? Esta cuestión fue abordada por la señora Pichot en una nota de
Página/12 titulada “De culonas a luchonas”, donde pregunta: ¿por qué las vedettes
abrazan la mística de derecha? Enumera: Susana Romero y Silvia Pérez escriben
libros de mística, Gisela Barretto es evangelista, Nicole Neumann exhibe un
catolicismo antiaborto. Elabora: sus cuerpos “hegemónicos” le hacían el juego al
patriarcado y ahora el patriarcado, como las arrugas, se les nota. Este análisis le
permite a la señora Pichot interpretar que la bella no tiene subjetividad: era un
objeto antes y después, aunque de vieja se ve mejor su cualidad de cosa vacía. De
Alfano a Xuxa, de Oprah Winfrey a Madonna, las divas glamorosas conforman una
familia atravesada por el abuso. De Marilyn Monroe a Moria Casán, ambas
abusadas de niñas, muchas son las mujeres que sobreviven el trauma montándose
sobre su propio poder de seducción (Moria contó que, para curarse, decidió
prostituirse con un viejo que le diera mucho asco). Pamela Anderson, la diosa de
Baywatch (abusada por una niñera lesbiana a temprana edad) ahora opina sobre
Brexit y es una militante de causas de izquierda en Twitter. Cada una cultiva la
espiritualidad que puede. ¿Hay algo más allá del cuerpo para estas mujeres? La
señora Pichot cita la teoría de la señora Mengolini: “Cuando el tiempo quita la
belleza, el vacío se llena con eso que se usa para llenar vacíos: la mística”. Como si
las mujeres no viviéramos de vacíos: según la ideología feminista, ser mujer es
convivir con la falta y hacer de eso una potencia –a su vez, “deconstruirse” para
los hombres implica saber que ellos también viven en la falta, inherente al ser
humano. “Que lo vacío tiene que ser llenado” me recuerda la prepotencia de la
educación a los varones jóvenes, instigados a que deben ir cogiendo minas porque
“si ves un agujero, tapalo”. ¿Será que algunas se vuelven santas y abrazan la
espiritualidad para que les dejen de decir asquerosas y putas? La mística es
aquello que va más allá del cuerpo, para aquellas que se dedicaron intensamente a
tener uno. ¿Se habrá perfeccionado tanto el patriarcado que ahora suena desde la
voz chillona de ciertas señoras feministas? Porque según la teoría feminista el
patriarcado es como ese vecino de Alfano. Vive al lado de tu casa, te va a buscar
al colegio. Tiene la confianza de tu mamá y te dice vacía, te juzga sin
comprenderte a la vez que te degrada: asquerosa, puta, hueca. ¿Puede el
feminismo ofrecer algo más allá del cuerpo? Una respuesta es la lucha colectiva.
¿Pero cómo creer en esa lucha colectiva si en ella no hay manera de que todos los
cuerpos femeninos sean aceptados? Cuando las feministas acusan a las bellas de
ser “funcionales al patriarcado” les ofrecen un juego en el que nadie puede ganar,
excepto las que desean marcar una superioridad moral de libertas, donde el resto
de las mujeres está en falta. ¿Y marcar que estás en falta no es lo propio de esa
versión de la autoconciencia correctiva y disciplinante que ahora llaman
patriarcado?
Spoiler: ¡Dracarys!