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La noción que hoy tenemos del humor es relativamente nueva. Desde Aristóteles
hasta el presente, el campo de la filosofía ha considerado este tema dentro de unos
niveles de abstracción sobre su acción y significado al nivel social. Dentro del
contexto del Renacimiento hasta el siglo XVII, el humor como temática central en
producciones artísticas o como objeto de estudio no llegó a significar un tema cuya
polémica o importancia fuera señalada de forma contundente. El humor y sus
posibles ramificaciones representativas (lo escatológico, la ironía, el sarcasmo, etc.)
constituía la “capa de azúcar” textual y servía como un dispositivo que atraía
audiencias (Eisenberg 3).
Las teorías sobre lo cómico rescataban ciertos conceptos griegos pertinentes a la
doctrina del ethos y el efecto del arte sobre el espíritu humano. La risa que el arte
cómico podía despertar era calificada como una acción de eficacia terapéutica,
disipando humores melancólicos y restableciendo el “buen equilibrio temperamental’
(Trueblood 19). Como consecuencia de esta acepción del humor como elemento
armonizador, se deduce que quizás el mayor problema al cual se enfrentó Cervantes
no haya sido su presencia sino la problemática levantada por la crítica aristotélica que
comúnmente pensaba en lo cómico con respecto a la poesía y al teatro. Cervantes, en
1605, no había sido capaz de desarrollar una praxis de la comedia en prosa, la cual
abarcaba el tipo de libro cómico que había escrito. La recepción del Quijote como un
libro cómico, digno de figurar entre el conjunto de obras “lícitas” - me refiero aquí al
acentuado debate sobre la licitud de la literatura en la época [1] - no necesariamente
cualificó la obra como un producto intelectual genéticamente inferior por el simple
hecho de no poseer características abiertamente serias. El carácter burlesco de la obra
maestra cervantina no representó, en su contexto histórico, la negación de su retórica
artística. Según observa Russell, la teoría crítica renacentista no asignaba a lo cómico
un lugar “ínfimo” en la escala de valores literarios (413).
Los géneros cómicos, por ser expresiones de una mentalidad colectiva, comparten
con la sociedad una intra-subjetividad intelectual visible a través de conceptos,
valores y deducciones intuitivas. Como en otras sociedades preindustriales, los
grupos sociales españoles de la Temprana Modernidad poseían una vivencia comunal
en un sentido de colectividad representado a través de un calendario desarrollado de
festividades y rituales [2]. La burla, tan presente en el Quijote bien como en
festividades de carácter popular, carga en sí connotaciones referentes a la naturaleza,
los límites y las ocasiones de lo risible (Close 183). Podemos concluir entonces que,
el acto de burlar puede inserirse distintamente en esferas sociales diversas,
adquiriendo así una función crítica tácitamente disfrazada. Cuando observada dentro
del marco temporal de la Temprana Modernidad, la risa quijotesca denota una
intención autorial que aporta a una pensamiento calificador sin abstenerse de su
carácter entretenedor.
Dentro de este contexto histórico, observamos una conexión existente entre locura
y risa que se traduce en permisividad. Las acciones inverosímiles y absurdas pasan a
ser justificadas por la acción cómica de una enfermedad que, en su esencia, se
consideraba socialmente “aceptable.” La asociación entre la locura y la inocencia
durante la Edad Media posibilitó un retorno a la Edad de Oro, época
característicamente marcada por un sentimentalismo armónico que surgió de la falta
de conocimiento en su sentido banal. La locura, como describe Erasmo, “suele
manifestarse con un cierto gozoso desvarío que libra al espíritu de preocupaciones
angustiosas y lo perfuman con variados placeres” (citado en Iffland, 153). Tal
desvarío y sus consecuencias negativas pasan a ser permisibles dentro de un estigma
de enfermedad.
Dentro del juego que elabora, don Quijote no constituye un personaje concebido
como una pieza desde el principio de su creación; es un personaje que se desarrolla
como tal a lo largo de la obra (Ballester 121). Cervantes incrementa gradualmente los
dados y complica la estructura interna del personaje a medida que situaciones hasta
entonces no vistas lo exigen o permiten. El juego perspectivo en el cual el
protagonista se enfrenta con la realidad objetiva hace que la acción del humor
adquiera una función primordialmente restauradora de la tensión conflictiva entre la
realidad común y la realidad quijotesca.
En un primer instante, el narrador deja claro que lo que ve don Quijote es una
venta. Sin embargo, al aproximarse al lugar descrito como una venta, el narrador
añade una segunda propiedad perspectiva, la cual desarrolla una configuración
somatizada que describe el encuentro del personaje en un proceso de deformación:
“luego que vio la venta se le representó que era un castillo con sus cuatro torres y
chapiteles de luciente plata...” (107). Mientras se encontraba lejos de la venta, el
narrador utiliza el término “venta,” pero cuando don Quijote se confronta con la
materialidad circunstancial, o sea, cuando de hecho entra en contacto con la realidad
objetiva de la acción, la operación perspectiva se traslada al campo de la realidad
quijotesca subjetiva. Este principio de inversión operacional mantiene una lógica
dentro del ajuste necesario ejecutado por don Quijote para auto-convencerse de su
estatus de caballero andante.
Dentro del Quijote, la instabilidad entre las relaciones de los diversos tipos de
discursos proferidos por la acción conflictiva del protagonista con los demás
personajes denota una estructuración que desfavorece la lógica. Sin embargo, este
aspecto ilógico del mensaje textual no se encuentra desprovisto de una carga crítica,
estabilizada constantemente por la presencia de la comicidad.
El humor como fuerza motriz
Notas:
[2] Varios autores se han ocupado del estudio del Quijote desde una óptica
carnavalesca, teniendo como punto de partida las observaciones de Mikhail
Bajtín sobre la literatura rabelaisiana. No es nuestra intención aquí desarrollar
sobre este tema; sin embargo, es necesario señalar el carácter liberador y la
influencia de esta estirpe de celebración social sobre la escritura cervantina,
que indiscutiblemente presenta trazos marcadamente carnavalescos. Aunque
festivo, el Carnaval y otras tradiciones semejantes no llevan consigo,
necesariamente, un mensaje humorístico.
Bibliografía
Baker, Edward. “Patronage, the Parody of an Institution in Don Quijote.”
Culture and the State of Spain. New York: Garland Publishing Inc., 1999.
Bergsson, Henri. Laughter. New York: The The Macmillan Company, 1928.
Close, Anthony. Cervantes and the Comic Mind of his Age. Oxford: OUP,
2000.
Murillo, Luis. “Cervantic Irony in Don Quijote: The Problem for Literary
Criticism.” Critical Essays on Cervantes. Boston: G.K.Hall & Co., 1986.
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