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Cambridge, etc) pero, por parte de los partidos comunistas, siempre fueron
mirados con cierta sospecha. Igual suerte corrieron los avances que se estaban
produciendo en la sociología, en la política o en el resto de las ciencias sociales.
Este marxismo era impermeable a la realidad social que no fuera la visión de los
partidos comunistas occidentales, adaptados a la versión esclerótica del es-
talinismo.
Con estos mimbres era muy difícil comprender las características que había
adquirido el capitalismo en la segunda mitad del siglo XX y mucho menos
combatirle. Ernest Mandel le dió un giro a esta situación. En 1962, fecha de
publicación de la primera edición francesa del Tratado de economía marxista[2],
retomó la economía política marxista clásica, desaparecida de la literatura durante
décadas, la enriqueció con las aportaciones posteriores, tanto del campo del
marxismo como de fuera de él, la aplicó al capitalismo que tenía delante y extrajo
enseñanzas políticas de ello. Por el Tratado sólamente, Mandel puede ser
considerado como un teórico clásico del marxismo, que entronca directamente
con los fundadores Marx y Engel, aunque la importancia de esta obra no fue sólo
teórica, pues el Tratado conoció ediciones en muy diferentes idiomas y se convirtió
en el libro de cabecera de luchadores marxistas en muchos rincones del Planeta.
Pero es a partir de El capitalismo tardío[3], cuya primer edición alemana apareció
en 1972, y de los múltiples artículos y libros que le siguieron, cuando Mandel
desarrrolla plenamente y moderniza la economía política marxista y, con ella,
realiza un análisis profundo del capitalismo posterior a la Segunda Guerra
Mundial.
Su marxismo abierto le permitió incorporar no sólo todo el arsenal teórico de la
economía marxista que estuvo a su alcance, sino también lo que podía ser
utilizable del desarrollo que ha tenido la economía convencional. En las páginas
del Tratado de Economía Marxista, de El Capitalismo Tardío y de muchos de sus
artículos y libros, puede encontrarse la exposición exhaustiva de una buena parte
de los debates que han recorrido a la economía académica durante las últimas
décadas, su posición ante los mismos y lo que el marxismo podía obtener de
positivo de ellos. En este sentido, muchos de los profesores de teoría económica de
las universidades occidentales se sorprenden del vigor, riqueza y profundidad con
que aborda muchos de los porblemas que les ocupan cuando se asoman a su obra,
y lo mismo ocurre cuando el tema del debate es la validez de la teoría económica
marxista. Las introducciones a la edición de El Capital de Pengüin[4] muestran
que no hubo discusión alguna sobre la economía marxista, dentro o fuera de la
familia (ricardianos, sraffianos, keynesianos, etc) que le fuera ajena. En particular,
son esclarecedoras sus posiciones sobre la teoría del valor en el debate con los
ricardianos[5]. Sorprende la forma como integró los mayores avances de la
economía convencional en la economía marxista para demostrar la validez de esta
última y, al mismo tiempo, utilizar dichos avances para desarrollarla. Y la teoría
siempre estuvo vinculada a la práctica de la lucha de clases en la que, como
dirigente de la IV Internacional, no dejó nunca de estar presente. Con la teoría del
capitalismo tardío, no trató tanto de realizar un ejercicio académico como de
comprender y desentrañar el sistema para mejor combatirlo. Su internacionalismo
le llevó a no limitarse al horizonte de un sólo país y una sóla cultura, implicándose
en la lucha política de muchos de ellos, pagando un precio personal elevado, pero
las ganacias para el marxismo fueron enormes: vinculó los análisis y la teoria a las
vicisitudes de la lucha de clases, recuperó el papel de la economía política dentro
del materialismo histórico y contribuyó decisivamente al conocimiento del
capitalismo de la segunda mitad del siglo XX.
Sin duda, en la obra de Mandel, con la perspectiva actual, pueden encontrarse
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algunas carencias, en el sentido de que en la síntesis que realizó no llevó hasta las
últimas consecuencias la integracion de algunos fenómenos sociales. Esto es
particularmente cierto en lo que se refiere al análisis detallado de los factores
subjetivos que pueden afectar a la fuerza, organización y combatividad de la clase
obrera, tema en el que siempre tuvo una posición excesivamente optimista, al
feminismo, que trató muy insuficientemente, y al ecologísmo, respecto al que no
pasó de las contradiciones más generales entre capitalismo y bioesfera. Pero ello
no puede ser una crítica, sino más bien un reconocimiento del ingente trabajo
teórico que emprendió, de la complejidad que ha adquirido el sistema social actual
y de las tareas que le quedan por desarrollar al marxismo. Lo importante es que su
método, el marxismo abierto, permite como ningún otro el análisis y la
comprension del capitalismo en la actualidad, tarea a la que tendremos que
dedicar la suficiente atención todos aquellos que nos reclamamos del pensamiento
y la obra política de Ernest Mandel.
1.2. La economía política, eje central del análisis
La comprensión del capitalismo exigía un cambio radical en los enfoques y
objetivos del marxismo hegemónico en su época. Promoverlo con éxito y en
profundidad es, sin duda, una de las principales aportaciones de Mandel.
La economía política desempeña un papel fundamental en el marxismo. En un
principio, Marx abordó el análisis del capitalismo utilizando todos los elementos
de su formación intelectual de que disponía, en los que la filosofía alemana y la
política francesa ocupaban un lugar central y hegemónico. Pero este arsenal no era
suficiente para comprender un sistema económico, en el que son cruciales el
mercado, la formación de los precios, la distribución del producto entre
trabajadores, burguesía y propietarios de la tierra, la evolución económica de la
sociedad, etc, esto es, problemas dificilmente abordables utilizando sólo la
filosofía o la política. Después de los Manuscritos de París, de 1844[6], Marx
comprendió el enorme potencial que tenía la economía política inglesa para
analizar todos estos fenómenos.
El primer producto de la incorporación de la economía política al análisis del
capitalismo fueron los manuscritos elaborados entre 1857 y 1858, publicados en
1939 por el Instituto Marx-Engels-Lenin de Moscú con el nombre de Grundisse
der Kritik der politischen Ökonomie[7]. A los Grundisse, que pueden ser
considerados como un primer borrador de El Capital, le sucedieron una serie de
manuscritos en los que Marx fué analizando los hechos económicos y
construyendo su explicación del capitalismo: los de 1861-1863, de los que Kautsky
extrajo las Teorías de la plusvalía[8]; los de 1864-1865, que contienen los temas
que aparecen en el Libro III de El Capital, y los de 1865-1870, de los que Engels
extrajo el material para el Libro II de El Capital. Finalmente, en 1966-67, se
publicó el Libro I de El Capital.
Así pues, a partir de la década de 1850, Marx concentró su trabajo en la economía
política. En sus manos adquirió una dimensión totalmente distinta a la que había
tenido en los economistas clásicos y, a partir de entonces, pasó a ser el elemento
fundamental de su análisis del capitalismo. Es en torno al eje conductor del
funcionamiento económico del capitalismo en donde se produce la integración de
la filosofía alemana y la política francesa. Se podría decir que los Grundisse y,
sobre todo, El Capital suponen una cierta ruptura con la obra anterior de Marx, en
la que solo se había producido una integración entre filosofía y política. Lo que
hace que el Libro I de El Capital sea el escrito revolucionario más importante de
todos los tiempos no reside en discursos filosóficos o en proclamas políticas, sino
en la forma como desvela el funcionamiento de la económía capitalista, como se
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una correcta comprensión de las sucesivas etapas por las que ha atravesado el
modo de producción capitalista. En parte, ello se ha debido a la parálisis temporal
de la teoría que provocaron el marxismo soviético y el desplazamiento de la
economía a la filosofía. Pero la economía política marxista también tiene su cuota
de responsabilidad, pues se ha desarrollado según con una lógica interna que le ha
impedido formular las teorías adecuadas que le sirvieran para explicar los
fenómenos concretos. En el capítulo primero de El capitalismo tardío y en las
introducciones a la edición de los tres libros de El Capital de Penguin Books[14],
Mandel señala cuales han sido los aspectos específicos de esa lógica interna de la
economía política marxista que, a su juicio, han sido fundamentales para que la
economía marxista fuera incapaz de integrar correctamente teoría e historia. Los
más significativos han sido los siguientes.
Por un lado, la utilización abusiva de los esquemas de reproducción para explicar
las leyes del movimiento del capital. La función de los esquemas de reproducción
es probar que el modo capitalista de producción puede existir. Muestran como un
sistema basado en la anarquía del mercado puede funcionar normalmente, como
se producen los equilibrios periódicos, etc. Pero ni siquiera las crisis pueden
explicarse solamente por la desproporcionalidad del valor entre las diferentes
ramas de la producción, mucho menos pueden inferirse las leyes del desarrollo del
capitalismo de los esquemas de reproducción. Este error ha dominado gran parte
de la literatura marxista desde los primeros momentos. En él cayeron de una u
otra forma Rudolf Hilferding[15], Rosa Luxemburgo[16] o Nicolai Bujarín[17], por
ejemplo. Es un error característico del marxismo soviético. Y los esquemas de
reproducción fueron profusamente utilizados en el marxismo occidental para
determinar las leyes del capital, fundamentalmente por parte de todos aquellos
autores que provenían de las filas del keynesianismo. En suma, durante mucho
tiempo, el Libro II de El Capital opacó completamente a los Libros I y III.
Por otro, el análisis monocausal del desarrollo del modo de producción capitalista.
En demasiadas ocasiones, la dinámica del capitalismo se ha deducido
fundamentalmente de una sola variable, de modo que todas las demás leyes de
Marx serían función de esa única variable. Esa única causa que movía todas las
leyes del desarrollo capitalista ha sido diferente según los autores (por ejemplo, la
superacumulación es el motor fundamental de la dinámica capitalista en Henryk
Grossman, la dificultad de realizar la plusvalía lo es en Rosa Luxemburgo[18] o en
Paul Sweezy[19], la competencia en Rudolf Hilferding[20], etc) pero no hay duda
de que, al contrario de lo que pensaba Marx, la economía marxista ha practicado
un reduccionismo excesivo, producto quizá de la influencia del método de análisis
cartesiano de la teoría económica convencional. Incluso hoy, es corriente reducir
el análisis mandelista del capitalismo tardío a las ondas largas, que estarían
determinadas por una sola variable, la tasa de beneficio. Mandel no se cansó de
repetir que el capitalismo tardío era un fenómeno complejo que no se podía
reducir a las ondas largas, que estas eran fenómenos históricos concretos y, como
tales, también complejos, que la tasa de beneficio no era más que un indicador que
resumía otros muchos fenómenos, etc. Volveremos más adelante a este punto.
Así pues, la economía marxista ha sido incapaz de formular teorías más complejas
adecuadas a la realidad que tenía delante porque ha comprendido mal las leyes de
desarrollo del capital y ha dedicado todos sus esfuerzos a una búsqueda inutil de
una respuesta universal que explicara todo el curso de la historia. Romper con esta
situación exigía un cambio de enfoque radical y esto es lo que hizo Mandel. El
sistema objeto del análisis no es un capitalismo abstracto, sino la forma concreta
que ha adquirido el sistema después de la Segunda Guerra Mundial. La naturaleza
del capitalismo era la misma que la que había descrito Marx, pero se habían
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del capital en cada momento del tiempo, pero también de otros muchos factores
que si bien podían no ser determinantes en el análisis de la tendencia del
capitalismo, podían tener repercusiones muy acusadas en cada periódo histórico.
No era posible, pues, formular una «teoría general de las crisis industriales
periódicas» que sirviera tanto para el capitalismo de la primera mitad del siglo
XIX, por ejemplo, como para el posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, a lo largo de la historia del marxismo, la utilización rígida de los
conceptos y análisis de Marx ha llevado a cometer errores importantes al estudiar
la dinámica del desarrollo del capitalismo.
Por un lado, la ley del descenso tendencial de la tasa de beneficio se ha utilizado
abusivamente para justificar la «teoría del derrumbe del capitalismo», esto es,
para demostrar que el modo de producción socialista sucederá inevitablemente al
capitalista. Pero lo verdaderamente importante para comprender y combatir al
sistema no es esta deduccción general y ahistorica, sino que, como consecuencia
de las causas contrarrestantes de dicha ley, descritas por Marx en el libro I de El
Capital, pueden existir largos periodo en los que la tasa de beneficio se recupera.
Partir de que el capitalismo se derrumbará tarde o temprano, haciendo
abstracción de las características concretas que adquiere el sistema en cada
periodo historico, es totalmente contrario al método de Marx.
Por otro, con los ciclos a corto plazo ha ocurrido algo similar. Se han formulado al
menos tres versiones diferentes de las crisis periódicas según cual fuera la causa
que las determina: la desproporcionalidad entre los sectores I y II (Tugan
Baranovski, Rudolf Hilferding), el subcosumo de las masas (Rosa Luxemburgo,
Paul Sweezy) y la superacumulación. Y en muy escasas ocasiones se ha partido de
que dichas crisis hay que enmarcarlas en cada periódico histórico, que viene
determinado no sólo por la forma que adquieren las leyes del movimiento del
modo de producción capitalista, sino también por otros muchos factores: ideología
dominante, potencia hegemónica, grado de desarrollo de la tecnología, grado de
organización y conciencia de las clases en conflicto, estructura del mercado
mundial capitalista, sistema monetario, etc.
Y es que entre la tendencia y las crisis periódicas hay que intercalar un tercer
movimiento: las ondas largas del desarrollo capitalista. Marx no pudo formular
una teoría de las ondas largas, porque cuando se publicó El Capital solamente se
había producido la onda larga de la primera mitad del siglo XIX, pero no hay
ninguna razón para no ir más allá de sus análisis, a partir de las bases y el método
que había sentado.
Las ondas largas habían despertado interés ya en el siglo pasado, tanto entre
autores marxistas, como neoclásicos. Jevons (1884), Wicksell (1894), Casel (1918)
y von Gelderen (1913), entre otros, aceptaron la existencia de estos ciclos largos.
Pero fue Kondratiev[21] en la década de los años veinte, quien hizo el primer
estudio estadístico con datos de Francia, Inglaterra y Estados Unidos. Dichos
datos, que abarcaban desde finales del siglo XVIII hasta 1920, sugerían la
existencia de "ondas largas" con una extensión media de 50 años. Kondratiev
consideraba las ondas largas como una expresión de las fuerzas internas del
capitalismo, esto es, según sus propias palabras, «surgen de causas inherentes a la
propia esencia de la economía capitalista». Su funcionamiento sería «endogeno» y
no «exógeno», esto es, el comportamiento cíclico de la economía capitalista estaría
determinado por fuerzas internas y no por el concurso de ningún factor externo.
Para Kondratiev, por tanto, no es la innovación tecnológica la que crea las ondas
largas, sino que estas vienen determinadas por fuerzas mas profundas, que
configuran el desarrollo de la economía capitalista. Además, Kondratiev observaba
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sustitución de unos productos por otros: el vidrio y la madera por el plástico, las
fibras naturales por las artificiales, etc. Por otro lado, los aumentos de la
producción permitieron un cierto crecimiento de los salarios reales sin que la tasa
de beneficio se viera afectada, lo que supuso la creación de una demanda para esos
nuevos productos. Los salarios crecían impulsando la demanda y con ella la
producción y, en este contexto, los grandes sectores industriales se articularon en
torno al consumo de masas. La expansión generaba un crecimiento de la renta, el
crecimiento de la renta provocaba una mayor recaudación impositiva y esta
mayores posibilidades de financiar los gastos del Estado que pasó a desempeñar
un papel importante en la satisfacción de las necesidades colectivas y, así, se
extendieron la sanidad y la enseñanza públicas, se instauró un sistema generaliza-
do de pensiones y el seguro de paro pasó a cubrir a todos los desempleados
existentes, es decir, se instaló lo que se conoce como «estado del bienestar». Esta
mayor intervención del Estado en la economía se utilizó para poner en práctica
una política de sostenimiento de la demanda que, al amortiguar las crisis
periódicas, favoreció considerablemente el crecimiento económico. Y como
resultado de todo ello, el pleno empleo, que figuraba como un objetivo
fundamental en los programas de todos los partidos políticos, ya fueran de
izquierda o de derecha, era en la práctica el punto de funcionamiento de todas las
economías capitalistas desarrolladas.
En este contexto expansivo, el keynesianismo pasó a ser la ideología que inspiraba
la política económica y social de los gobiernos de todos los países industriales,
desplazando de los despachos oficiales y de los organismos internacionales a las
ideas de la escuela neoclásica que habían sido el fundamento teórico del liberalis-
mo hegemónico antes de la Gran Depresión. Fue la ideología que se correspondía
con las necesidades de la expansión capitalista y con el hecho de que, por primera
vez para el capitalismo, había aparecido un competidor ideológico y material muy
poderoso en el llamado «socialismo real». Dado que las crisis que periódicamente
golpeaban al capitalismo se debían a una demanda insuficiente, la política
económica se debía dirigir a evitarlas para conseguir, de esta forma, el pleno
empleo. Por un lado, los salarios reales deberían crecer como la productividad, lo
que garantizaría un crecimiento del consumo sin que la tasa de beneficio se viera
afectada. Por otro, el Estado debía intervenir en la economía gestionando la
demanda y que mejor forma de hacerlo que ampliando el estado del bienestar si
esto servía al mismo tiempo para hacer frente al poder de atracción que tenía el
«socialismo real» sobre los trabajadores de los países occidentales. El empleo, por
su parte, no dependía de las características del mercado de trabajo, sino del
funcionamiento de la economía en su conjunto, por lo que era inútil, cuando no
perjudicial, que las leyes del mercado determinaran completamente las relaciones
laborales.
Esta política pasó a ser el fundamento de lo que se ha conocido como «pacto
keynesiano». El estado garantizaba el pleno empleo y un crecimiento de los gastos
sociales para atender a las necesidades colectivas (sanidad, educación, pensiones,
etc), esto es, el llamado «estado del bienestar». La negociación colectiva
conseguiría que los salarios reales crecieran como lo hacía la productividad,
mejorando el nivel de vida de los trabajadores y manteniendo la demanda sin que
los beneficios se vieran afectados. Y las relaciones laborales estarían basadas más
en una regulación de los derechos laborales que en los mecanismos del mercado. A
cambio de todo ello, lo único que tenían que hacer las organizaciones de los
trabajadores, políticas o sindicales, era garantizar la paz social y, sobre todo, no
poner en cuestión el funcionamiento del sistema. Este «pacto keynesiano» fue la
base sobre la que se sustentó la socialdemocracia durante las décadas posteriores
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empleo, etc. La economía de mercado es, pues, un mecanismo casi perfecto que
permite combinar la máxima eficiencia en la satisfacción de las necesidades con la
máxima libertad de los individuos[30].
Por otro, también deberían arrumbarse las ideas keynesianas que habían animado
la política económica durante el período de expansión posterior a la Segunda
Guerra Mundial, porque la recuperación de la tasa de beneficio exigía un retroceso
acusado del estado del bienestar. Para el neoliberalismo, la hegemonía del
keynesianismo durante los años de expansión posteriores a la Segunda Guerra
Mundial ha llevado a que el Estado adquiera un peso en la economía -en la
mayoría de los países industriales el gasto público se sitúa entre el 40% y el 50%
del PIB-, y a una protección social excesiva, que desincentiva a los trabajadores y
que exige impuestos elevados. Si se quiere salir de la crisis económica, es
necesario remover esta situación y devolver al mercado lo que debe ser del
mercado. La política económica debe de dejar de ser intervencionista y limitarse a
garantizar las condiciones para un funcionamiento eficiente del mercado
(mantenimiento de los equilibrios básicos, eliminación de las trabas al fun-
cionamiento eficiente del mercado de trabajo, etc). Es preciso devolverle al
mercado su papel, reduciendo el peso de la actividad estatal en la economía
mediante la privatización de los servicios públicos y las empresas públicas
rentables. Finalmente, el estado del bienestar debe reducirse a niveles mínimos,
pero que garanticen que los conflictos sociales no estallarán[31].
El neoliberalismo y la economía neoclásica no eran la única alternativa y, de
hecho, no lo fueron durante los primeros años de la onda larga recesiva, pero se
impusieron con la elección de Reagan, en 1980, y la llegada al poder de Tatcher en
Gran Bretaña, y hoy anima la política económica y social de todos los gobiernos
cualquiera que sea su etiqueta política. La crisis del llamado «socialismo real»
vino después a reforzar el proyecto neoliberal. El resultado ha sido que la ideología
dominante, la «economía política capitalista» y el papel que se le quiere dar al
Estado después de 25 años de fase recesiva son muy diferentes a los que caracteri-
zaron a la fase expansiva posterior a la Segunda Guerra Mundial. Las consecuen-
cias que esto está teniendo en todos los terrenos son enormes, a escala de los
países y a nivel internacional.
3.3. La globalización
Durante la fase de expansión posterior a la Segunda Guerra Mundial, la búsqueda
de espacios económicos más amplios que los que se corresponden a los mercados
internos de cada país fue incesante[32]. Las sucesivas rondas negociadoras del
GATT, el nacimiento y posterior evolución del Mercado Común y la creación de la
Asociación Europea de Libre Cambio son pruebas de ello. Por un lado, la intensa
expansión de la posguerra puso rápidamente de manifiesto los límites que la
existencia de estados nacionales imponía al desarrollo capitalista. La estrechez de
los mercados internos de cada país impedía la producción a gran escala, al tiempo
que las inversiones necesarias para hacer frente a tal competencia y atender a
unos mercados ampliados requerían de unos desembolsos de capital e implicaban
unos riesgos que escapaban a las posibilidades de los países aislados. Por otro,
esto era lo que convenía a las multinacionales, la forma organizativa hegemónica
del gran capital en el estadio actual del capitalismo. A las multinacionales, cuyo
marco de actuación va mucho mas allá del mercado interno de cada país, les
interesa poder organizar su actividad en el mercado real en el que actúan y esto
requiere derribar las fronteras económicas que dificulten la circulación inter-
nacional de mercancías y capital. Pero este proceso encontraba el límite que
imponía la hegemonía del keynesianismo en todos los gobiernos. A ninguno de
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cantidad de dinero con la monetización de los déficits públicos para cubrir gastos
militares.
Acabada la guerra mundial, el nuevo papel económico y social desempeñado por el
Estado, objetivo de pleno empleo, actuación anticíclica, desarrollo del Estado del
Bienestar, asunción de actividades productivas de baja rentabilidad, largos
períodos de maduración o de interés estratégico, etc.-, dió lugar a una presión
continua para la creación de dinero, en unas condiciones de ruptura con cualquier
criterio o disciplina a la hora de determinar su cantidad por la autoridad
monetaria, fuera de los compromisos impuestos por el sistema monetario
internacional de Bretton Woods de mantener el tipo de cambio fijo con respecto al
dólar. Hasta su bancarrota en 1971, con la declaración de la perdida de la conver-
tibilidad del dólar en oro, este sistema representó a escala internacional lo que el
modelo interno del sistema crediticio: la posibilidad de aumentar la liquidez sin
sujección a las reglas del patrón-oro y de facilitar por tanto la expansión de la
economía y el comercio internacional[33].
La nueva situación y la nueva orientación de la política económica, ajustadas al
keynesianismo dominante, se dejaron sentir profundamente en la fase ascendente
de la onda larga, estimulando el crecimiento, amortiguando las recesiones,
reteniendo la tasa de ganancia y postergando, por tanto, su caída y la aparición del
cambio de tendencia. El impulso de la demanda por parte del Estado y los es-
timulos de la demanda privada por el crecimiento del crédito al sector privado
facilitaron un fuerte ritmo y una larga duración de la expansión y la realización de
la plusvalía. Pero como contrapartida, y este es un punto a favor de los ortodoxos,
perturbaron la función depuradora de las crisis, permitiendo sobrevivir a un
capital que en otras condiciones mas estrictas se habría desvalorizado. El impacto
de la inflación permanente condujo a que la crisis de sobreproducción que originó
el cambio de tendencia de la onda larga fuese mas aguda y traumática, en la
medida en que a lo largo de la expansión no tuvo lugar un «saneamiento» del
capital tan profundo como el que se habría impuesto con una política mas
ortodoxa, lo que es equivalente a afirmar que la crisis posterior se ha visto
agravada por los rasgos inflacionistas del período precedente.
Sin embargo, no puede afirmarse que una vez desatada la crisis, ni incluso una vez
que los neoclásicos se han tomado la revancha frente a Keynes al ser el sosten
teórico del neoliberalismo, se haya recuperado la ortodoxia monetaria reclamada
por los santones como Hayek o Friedman. En primer lugar, la puesta en cuestión
del papel del Estado no implica mas que un intento de rebajar sus cotas de
regulación e intervención, manteniendo unos niveles que no tienen parangón con
los existentes al comienzo de la onda larga, con la diferencia ahora de que se están
registrando unos déficits públicos intensos, lo que hace muy difícil cualquier
intento de aplicar una ortodoxia monetaria estricta. En segundo lugar, la
desregulación de los sistemas financieros internos e internacional, promovida por
el neoliberalismo, facilita de modo extraordinario la multiplicación del crédito y el
dinero y la financiación tanto de los sectores público como privado, lo que vuelve a
chocar con la ansiada disciplina para reforzar la depuración del capital y la
elevación de la productividad del sistema. Ni siquiera existe un sistema monetario
internacional de tipos de cambio fijo al que tener que someterse y ajustar la
evolución monetaria interior, sin perjuicio de que la estabilidad de la moneda sea
un objetivo económico altamente ponderado, por los servicios internos que rinde a
la política reaccionaria y sin perjuicio de los múltiples intentos por recuperar la
estabilidad cambiaria, aunque sea limitada, siendo el mas ambicioso de todos
representado por el proyecto de Maastricht de implantar una moneda única en el
ámbito de la Unión Europea. Por último, hay que reseñar que el afán por
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reducían, pero los salarios siempre crecían. Para Mandel, los partidarios de la
curva de Phillips cometían un error análogo al del mecanicismo marxista. El
crecimiento de los salarios no solo dependía de la tasa de paro, sino también del
grado de organización y conciencia de los contendientes, de modo que la curva de
Phillips no explicaba nada porque se desplazaba continuamente según o avatares
de la lucha de clases.
Esta teoría de los salarios en el capitalismo tardío cumple un papel fundamental
en la explicación de la onda larga. La fase de expansión se inició por el aumento de
la tasa de explotación que supuso la derrota del proletariado antes, durante y
después de la Segunda Guerra Mundial. A lo largo de la expansión, el pleno
empleo, pero también el aumento en el grado de organización de los trabajadores,
bloqueó primero e hizo descender después la tasa de explotación. En la fase
recesiva ha ocurrido lo contrario. La tasa de explotación ha aumentado porque el
paro ha crecido, pero las causas objetivas no pueden explicar por sí solas este
fenómeno. La ofensiva ideológica desencadenada por el neoliberalismo y el
retroceso en el nivel de conciencia y en el grado de organización de los
trabajadores han sido tan decisivos como el aumento del paro y la segmentación
de la clase obrera que se han producido.
La lucha de clases, como un factor externo al mecanismo económico fundamental
del capitalismo, será decisiva en la salida de la fase recesiva, pero ha intervenido
durante toda la onda larga y hay que considerar que fue un dato significativo
cuando se analiza el paso de la fase expansiva a la recesiva, lo que lleva a la
conclusión que este no se produjo exclusivamente por causas endógenas. Hay un
componente subjetivo en el desencadenamiento de la crisis económica actual que
Mandel posiblemente no valoró en toda su importancia, aunque estaba implicito
en su teoría del capitalismo tardío al reconocer la importancia de la lucha de
clases. Los conflictos sociales que estallaron en los últimos años de la década de
1960 tuvieron tal amplitud y profundidad que no se puede descartar que la crisis
económica tenga uno de sus orígenes en la reacción de la burguesía a la situación
social que había acabado generando la expansión.
3.6. La debilidad estructural de la demanda
La política neoliberal ha introducido un componente de demanda a la crisis actual,
pero esto no es nuevo en la historia del capitalismo. Hasta la crisis de los años
treinta, la economía neoclásica, fundamento último del liberalismo económico,
había sido hegemónica en el seno de la burguesía. El mercado era la institución
perfecta por excelencia, pues garantizaba que cualquier aumento de la producción
se traduciría en un aumento equivalente de la demanda que haría frente a la
misma. Como dijeron von Misses y von Hayek en 1929, no podia haber depresión
si la competencia perfecta funcionaba sin trabas.
La estructura neoclásica había sido montada sobre el supuesto de que el pleno
empleo era el nivel al que trabajaba la economía, que todo alejamiento de él sería
coyuntural y que la propia economía generaría los remedios necesarios para volver
a la normalidad. Se producían crisis periódicas, pero cumplían un papel objetivo
de adaptar la capacidad productiva al poder adquisitivo existente. Hacian desapa-
recer a las empresas menos productivas o mas anticuadas, provocaban con ello un
aumento de la productividad del trabajo y, en consecuencia, creaban las condicio-
nes de una nueva recuperación. Solo bastaba con dejar que actuaran las libres
fuerzas del mercado para conseguir que la economía se saneara a largo plazo.
Pero esto no tenía nada que ver con la realidad de los años treinta: el paro
alcanzaba niveles inusitados, una gran capacidad productiva ociosa era la norma y
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nada indicaba que esta situación se fuera a corregir por si sola. Y los peligros de tal
situación se empezaron a considerar superiores al no saneamiento del aparato
productivo y la estabilidad monetaria. Los grupos mas importantes del capital y
los gobiernos de los principales países optaron por un cambio en la política
económica como medio de mitigar los efectos de la crisis. La llamada "revolución
keynesiana" y el cambio del papel que del Estado en la gestión de la economía que
supuso, no fueron sino la expresión ideológica consciente de este cambio de
prioridades por parte de la clase dirigente. Desde entonces, el Estado ha jugado un
papel prominente en el funcionamiento de la economía capitalista, la ideología
keynesiana ha sido dominante y los gobiernos han utilizado sus recetas con el
doble propósito de mantener la demanda efectiva y evitar las crisis, y extender el
gasto público de carácter social para integrar las reivindicaciones de la clase
obrera.
En la actualidad, el capitalismo ha caído en una situación similar a la de la década
de 1930 en lo que respecta a la debilidad de la demanda[34]. La crisis económica
hacía necesario el retroceso de los salarios para que se recuperase la tasa de
beneficio, tanto más intenso cuanto que tambien se ha producido un descenso en
el crecimiento de la productividad. El aumento del paro, el deterioro de las con-
diciones laborales y la segmentación de la clase obrera han deteriorado la
capacidad de resistencia de los trabajadores y la política neoliberal y sus continuas
campañas de culpabilización de los salarios han hecho el resto. El resultado ha
sido que, en los principales países industriales, desde principios de la década de
los ochenta, el poder adquisitivo de los trabajadores ha crecido menos que la
producción, provocando una debilidad relativa del consumo salarial que ha
acabado convirtiéndose en estructural. Con su insistencia en la reducción de los
salarios, el neoliberalismo ha olvidado su papel como motor de la demanda y ha
provocado una debilidad estructural del consumo que ahora está dificultando la
recuperación.
La debilidad del consumo privado no tendría importancia si el gasto público, las
exportaciones, la inversión o varios de estos componentes de la demanda a la vez
crecieran lo suficiente como para desempeñar el papel motor de la demanda
efectiva. Pero los obstáculos que se oponen al crecimiento de los mismos son
considerables.
En el caso del gasto público, el impacto de la crisis en los ingresos y gastos
públicos y la política de reducción de impuestos al capital que ha practicado el
neoliberalismo, junto al crecimiento de los intereses de la deuda, han provocado
un agravamiento acusado del déficit público en todos los países industriales. La
financiación ortodoxa de dichos déficit ha provocado un crecimiento del en-
deudamiento público de tal magnitud que, desde el punto de vista del
funcionamiento del capitalismo, se ha acabado convirtiendo en uno de los
problemas más graves (en el conjunto de los países de la OCDE la deuda pública
ha pasado 20,2% del PIB en 1980 al 42,4% en 1994). Como consecuencia, la
reducción del déficit público es un objetivo prioritario de todos los gobiernos, que
tienden a practicar una política fiscal contractiva.
Los obstáculos que encuentra la inversión no son menos importantes. Al descenso
de la tasa de beneficio y a la reducción de los ritmos de crecimiento de la demanda
agregada, fenómenos característicos de fase recesiva, se les ha unido la subida de
los tipos de interés reales a largo plazo. Dichos tipos, que llegaron a ser muy
elevados durante la década de los ochenta, se han reducido durante los últimos
años, pero en 1994, todavía se situaban en torno a los 4,5 puntos en la Comunidad
Europea y en Estados Unidos en un porcentaje notablemente superior al que se
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registró antes de la crisis económica. Los altos tipos de interés reales son una
consecuencia lógica de la política monetaria que se aplica en la mayoría de los paí-
ses con los objetivos de reducir la inflación y estabilizar los tipos de cambio, pero
también son un producto de la enorme hipertrofia financiera que ha tenido lugar
(como se verá en el partado siugiente). Se ha generado un enorme volumen de
capital financiero que se mueve de un país a otro en busca de los beneficios de la
especulación o de una rentabilidad mayor, lo que unido a la existencia de un
problema de financiación por el alto endeudamiento general, fuerza a unos tipos
de interés reales altos. No es previsible que esta situación cambie en el próximo
futuro, por lo que los tipos de interés reales seguirán siendo elevados. Si a ello se
une la debilidad del consumo y la insuficiente recuperación de la tasa de beneficio,
se concluirá que no es posible esperar que la inversión pase a convertirse en un
motor de la demanda capaz de mantener una recuperación sostenida.
Para el neoliberalismo, el crecimiento de la demanda efectiva debe ser impulsado
fundamentalmente por las exportaciones. La liberalización del comercio mundial,
la búsqueda constante de aumentos en la competitividad, los ataques a los salarios
y a las condiciones laborales, las rigurosas políticas monetarias internas, etc, no
tienen otro objetivo que facilitar la exportación. Si las exportaciones crecen, ya lo
harán después la inversión, el consumo y la renta. En apariencia, el éxito de esta
política ha sido indudable pues, durante la fase recesiva, las exportaciones de
bienes y servicios han crecido por encima del PIB en todos los países industriales
y, como consecuencia, su peso en la demanda total ha aumentado. Pero el
problema es que, con la internacionalización de las economías, las importaciones
también han crecido tan intensamente, mostrando la incoherencia que supone el
que todos los paises traten de superar la crisis a costa de los demás, invadiendo
sus mercados. El modelo de crecimiento que ha tratado de levantar el neolibera-
lismo, ha fracasado. Las políticas depresivas de la demanda interna no han servido
para impulsar la demanda externa. La llamada «aldea global» no ha llevado a más
crecimiento ni a más beneficios en los países imperialistas, por la sencilla razón de
que cada uno de ellos ha intentado ganar la carrera de la competitividad y, en
consecuencia, ninguno de ellos ha conseguido una ventaja decisiva.
El resultado es que ningún otro componente de la demanda ha podido sustituir la
debilidad estructural del consumo privado que han provocado la crisis económica
y la política neoliberal y, en consecuencia, a la «crisis de oferta», que se
desencadenó durante los primeros años de la década de los setenta, se le ha venido
a añadir una «crisis de demanda» con el paso del tiempo. La tasa de beneficio se
ha recuperado en alguna medida, pero ha aparecido un problema nuevo que
también dificulta la salida de la crisis: la insuficiencia de la demanda efectiva.
Superar esta contradicción requiere que aparezca una demanda exterior neta
sostenida en el tiempo, lo que a su vez exige la apertura de nuevos mercados, cuya
aparición no se vislumbra.
3.7. La hipertrofia financiera
El neoliberalismo es el responsable de que el capitalismo haya desarrollado una
esfera financiera, basada en una economía de papel, que sólo guarda una relación
mínima con la economía real. Esto no es un rasgo específico de la onda recesiva
actual, pues ha sido común en la historia del capitalismo el que en las fases de
prolongado estancamiento, ante la dificultad de rentabilizar el capital en la esfera
productiva, se desarrollaran actividades especulativas, que implican un
mecanismo de explotación adicional de los trabajadores. Pero en la actualidad, la
hipertrofia financiera ha adquirido unas dimensiones insólitas.
Durante los últimos años, los elevados déficits públicos y la financiación ortodoxa
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capital, François Masperó, París 1969 (Para leer «El Capital», México, Siglo XXI,
1969.
[12]Roman Rosdolsky, Zur entstehungsgeschichte des marxschen "kapital"
(Génesis y estructura de El Capital de Marx, México, Siglo XXI, 1978).
[13] Se ha convertido en un tópico que el marxismo es una ideología del siglo XIX,
pero esto no es cierto porque el capitalismo que analizó Marx no era tanto el que
tenía delante como el de ahora. En la segunda mitad del siglo XIX, la economía
capitalista se reducía a Europa Occidental hasta el Danubio, América del norte y
algunas ciudades o Estados en el sur de Africa u Oceanía. La mayoría del mundo
conocido no era capitalista y en los países industriales la inmensa mayoría de la
población se dedicaba a la agricultura, de forma que la clase obrera era muy
minoritaria. Las diferencias de riqueza entre los países capitalistas y los no capita-
listas no eran muy grandes (con los parámetros actuales, de 1 a 1,8) y, por ejemplo,
ningún observador inteligente habría considerado a China como una economía y
una civilización inferiores a la europea. El sistema que se analiza en El Capital es
mas parecido al capitalismo de la actualidad que al del siglo XIX. Véase a este
respecto E. J. Hobsbawn, La era del Imperio (1875-1914), Madrid, 1989.
[14]Ernest Mandel, Cien años de controversia en torno a la obra de Karl Marx, op.
citada
[15]Rudolf Hilferding, El capital financiero, México, 1973.
[16]Rosa Luxembrugo, La acumulación de capital, La Habana, 1970
[17]Ver Nicoali Bujarín, El imperialismo y la acumulación de capital, en Rosa
Luxemburgo y Nicolai Bujarin, El imperialismo y la acumulación de capital,
Cuadernos de Pasado y Presente, Cordoba, 1975.
[18]R. Luxembrugo,op citado
[19]Baran, P. y Sweezy, P. Monopoly Capital, Penguin, 1970 (El capital
monopolista, Siglo XXI) y Sweezy, P. The theory of capitalist development,
Dobson (Teoría del desarrollo capitalista, Fondo de Cultura económica)
[20]R. Hilferding, op. citado
[21]Kondratiev, N.D. Long Economics cycles. The Review of Economic Statistics,
noviembre de 1935. (Los ciclos económicos largos», en M. P. Izquierdo editor, Los
ciclos económicos largos. ¿Una explicación de la crisis?, Madrid, 1979) .
[22]Trotsky, La curva del desarrollo capitalista, en M. P. Izquierdo editor, Los
ciclos económicos largos. ¿Una explicación de la crisis?, Madrid, 1979
[23]Joseph Schumpeter, Business Cycles, Nueva York, 1939, y Capitalism,
socialism and democracy, Nueva York, 1962 (Capitalismo, socialismo y
democrácia, Madrid, 1971).
[24]Ernest Mandel, El capitalismo tardío,op. citado y Long waves of capitalist
development. The marxist interpretation, Cambridge, Cambridge University
Press, 1980 (Las ondas largas del desarrollo capitalista. La interpretación
marxista, Madrid,. Siglo XXI, 1986).
[25]La crisis no se debía a que hubiera un problema de demanda insuficiente, sino
a que la tasa de beneficio se había reducido y la producción no era rentable. Pero
no se hizo patente hasta que la OPEP subió el precio del petróleo en 1973. Esto
empujó a la economía capitalista a una recesión que no tenía precedentes desde la
guerra mundial y así, en 1975 la producción industrial descendió el 6,7% en la
Unión Europea, el 10% en Estados Unidos y el 11% en Japón. En la mayoría de los
sectores industriales, comenzaron a aparecer excedentes de producción y pérdidas
voluminosas y el clima de optimismo que había imperado durante décadas se
tornó en pesimismo.
[26]Sobre el análisis de los primeros años de la onda larga recesiva, veasé Mandel,
Ernest. La crise 1974-82. Les faits, leur interpretation marxiste. Flamarion. París,
1982.
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