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Nikolas Rose
Problematizaciones
Cabe preguntarse dónde, cómo y quiénes problematizan los
aspectos del ser humano, en virtud de cuál sistema de juicio y en
relación con qué intereses lo hacen. Para tomar algunos ejemplos
pertinentes, se podrían considerar los modos en que el lenguaje de la
constitución y el carácter llegan a operar en la temática de la caída y
degeneración urbana articulada por psiquiatras, reformistas urbanos
y políticos en las últimas décadas del siglo XIX, o bien los modos en
que el vocabulario de la adaptación y la inadaptación llegan a
utilizarse para problematizar la conducta en ámbitos tan diversos
como el lugar de trabajo, el tribunal y la escuela en las décadas de
1920 y 1930. Plantear el tema de esta forma significa poner énfasis
en la primacía de lo patológico sobre lo normal en la genealogía de la
subjetivación: nuestros vocabularios y técnicas de la persona en
general no han surgido de un campo de reflexión sobre el individuo
normal, el carácter normal, la personalidad normal, la inteligencia
normal, sino que la noción misma de normalidad surgió a partir del
interés por las formas de conducta, pensamiento y expresión
consideradas problemáticas o peligrosas. (Véase Rose, 1985a). Este
es un punto a la vez metodológico y epistemológico: en la genealogía
de la subjetivación, el sitio de honor no lo ocupan los filósofos y sus
reflexiones acerca de la naturaleza de la persona, la voluntad, la
conciencia, la moralidad y temas por el estilo, sino más bien las
prácticas cotidianas donde la conducta se volvió problemática para
los demás y para uno mismo, junto con los textos y programas
mundanos (sobre administración del hospicio, tratamiento médico de
la mujer, regímenes aconsejables para la crianza de los niños,
nuevas ideas en la administración del lugar de trabajo, mejoramiento
de la autoestima) que buscan tornar estos problemas intelegibles y,
al mismo tiempo, manejables.(4)
Tecnologías
Preguntémonos qué medios se inventaron para gobernar al
ser humano, para moldear o adaptar su conducta en las direcciones
deseadas y cómo hubo programas que buscaron concretar esto en
determinadas formas técnicas. La noción de tecnología puede parecer
antitética a la esfera de lo humano, en la medida que más de una
crítica se funda en el argumento de la indebida tecnologización de la
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Autoridades
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Teleologías
Cabe preguntarse por las formas de vida que constituyen las
metas, los ideales o los modelos de las distintas prácticas de trabajo
sobre las personas: el profesional que ejerce su vocación con
sabiduría y desapasionamiento; el viril guerrero que persigue una
vida de honor arriesgando calculadamente su cuerpo; el padre
responsable que lleva una vida de prudencia y moderación; el
trabajador que acepta su parte con una docilidad fundada en la
creencia en la inviolabilidad de la autoridad o en una recompensa en
otra vida; la buena esposa que cumple con sus quehaceres
domésticos con callada y modesta eficiencia; el empresario que se
esfuerza por obtener mejoras a largo plazo en su “calidad de vida”;
el amante apasionado y diestro en las artes del placer. ¿Cuáles son
los códigos de conocimiento que fundan estos ideales y a qué
valoraciones éticas están ligados? Contra quienes sugieren que en
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Estrategias
Ahora pasemos a inquirir sobre cómo los procedimientos que
regulan las capacidades de las personas se vinculan a objetivos
morales, sociales o políticos más amplios respecto de las
características deseables y no deseables para la población, la mano
de obra, la familia y la sociedad. Resultan de especial importancia en
este estudio las divisiones y relaciones que se establecen entre las
modalidades del gobierno de la conducta que se consideran políticas
y aquellas que se ejercen por medio de formas de autoridad y de
aparatos que se consideran no políticas, ya sea el conocimiento
técnico de expertos, el conocimiento jurídico de los tribunales, el
conocimiento organizacional de los ejecutivos o el conocimiento
“natural” de la madre y la familia. Un rasgo típico de las
racionalidades de gobierno que se consideran “liberales” es la
simultánea delimitación de la esfera de lo político por referencia al
derecho de otros ámbitos (siendo el mercado, la sociedad civil y la
familia los tres más comunmente desplegados) y la invención de una
variedad de técnicas que intentarían actuar sobre los sucesos de
estos ámbitos sin quebrar su autonomía. Es por esta razón que los
conocimientos y formas de pericia sobre las características internas
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Conclusión
Nuestro regímen del yo actual se caracteriza por reflexionar y
actuar en la totalidad de dominios, prácticas y ensamblamientos
diversos en función de una “personalidad” unificada, una “identidad”
a revelar, descubrir o trabajar en cada uno. Esta "maquinación" del
yo en términos de identidad debe ser reconocida como un régimen
de subjetivación de origen reciente. En los ensayos que siguen,
sostengo que las disciplinas psi han tenido un papel central en
nuestro régimen de subjetivación contemporáneo y su unificación
bajo el signo del yo. Así es que una historia crítica de lo psi tomaría
como objeto nuestro régimen contemporáneo del yo y de la
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identidad, junto con todos los juicios y jueces que lo han poblado.
Esta historia describiría el rol que tuvieron las ciencias psicológicas
en la genealogía de dicho régimen y las relaciones que éste
construye entre lo uno y lo múltiple, lo interno y lo externo, el todo y
la parte, en las clasificaciones delineadas en esta obra. Una
genealogía de la contribución de la psicología a nuestro régimen del
yo se conecta lateralmente con todos los movimientos políticos
contemporáneos que han desafiado la categoría de identidad: la
identidad de la mujer, la identidad de raza, la identidad de clase.
(Véase especialmente Haraway, 1991 y Riley, 1988). Si se dejan de
lado las banales celebraciones "posmodernas" de la alegría de la
“diferencia”, esos desafíos están motivados en parte por la creencia
de que los valores del yo y de la identidad funcionan más como
obstáculos que como recursos del pensamiento crítico. La política de
la identidad aún cuando no esté asociada a proyectos bárbaros para
“limpiar” las diferencias, está minada por fragmentaciones internas
en las que los sujetos que se suponen unificados (en tanto mujeres,
negros, discapacitados, locos) se rehúsan a reconocerse con el
nombre que se les da. En esta fragmentación y en estos rechazos,
nos vimos forzados a reconocer que las identidades, nacional, racial,
sexual, de género o de clase, típicamente fueron creada
históricamente por aquellos que iban a identificarnos con el fin de
problematizar, regular, vigilar, reformar, mejorar, desarrollar o aún
eliminar a los identificados de ese modo. Cierto es que con frecuencia
estas identidades fueron abrazadas por los que fueron identificados
por esa vía para después volverlas contra los regímenes que las
crearon. Pero declarar “yo soy tal nombre”: mujer, homosexual,
proletario, afroamericano (o inclusive hombre, blanco, civilizado,
responsable, masculino) no es una representación externa de un
estado interno y espiritual sino una respuesta a la historia de esa
identificación y sus ambiguos dones y legados.
Es verdad que no podemos analizar el presente en función de
los pecados que puedan yacer en su genealogía. Los vocabularios
que utilizamos para pensarnos surgen de nuestra historia pero no
siempre conservan las marcas de su nacimiento: la historicidad de
los conceptos es demasiado contingente, demasiado móvil,
oportunista e innovadora para ello. Las estrategias políticas
motivadas por los ideales de la identidad sin duda fueron imbuidas
tan frecuentemente por los nobles valores del humanismo y su
compromiso con la libertad individual como lo fueron por la voluntad
de dominar o purificar en nombre de la identidad. Pero con el fin de
siglo quizás sea momento de intentar contabilizar los costos y no sólo
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Notas
1.- Para evitar confusiones permítaseme señalar que al término
subjetivación no se lo utiliza aquí para implicar dominación por parte
de otros ni subordinación a un régimen de poder extraño. Funciona
aquí no como un término al servicio de la “crítica” sino como un
dispositivo de pensamiento crítico: simplemente para designar
procesos de configuración de cierto tipo de sujeto. A lo largo de este
capítulo se tornará evidente que mi argumentación se apoya en el
análisis de la subjetivación que hace Michel Foucault.
2.- Aquí hago alusión a la frase de Michel Maffesoli: “en el corazón de
lo real existe entonces un “irreal” que es irreductible y cuya acción
lejos está de ser desdeñable” (Maffesoli, 1991, p.12).
3.- Es importante comprender esta referencia en su forma reflexiva
antes que sustantiva. En lo que sigue, la frase designa en todo
momento esta relación y no implica ningún “yo” sustantivo como
objeto de la relación.
4.- Se trata desde ya de una sobreargumentación. Por otra parte,
sería necesario estudiar los modos en que la reflexión filosófica se
organizó alrededor de los problemas de la patología (recuérdese el
funcionamiento de la imagen de la estatua con las entradas
sensoriales escotomizadas en un filósofo sensualista como Condillac)
así como los modos en que la filosofía se inspira y se articula con los
problemas del gobierno de la conducta (en Condillac, ver Rose,
1985a; en Locke, ver Tully, 1993; en Kant, ver Hunter, 1994).
5.- Recientemente se han esgrimido, en diversos ámbitos,
argumentos similares respecto de la necesidad de analizar al “yo”
como tecnológico. Ver especialmente la discusión en el libro de
aparición reciente de Elspeth Probyn (1993). Justamente, lo que se
quiere significar por “tecnológico” a menudo resulta poco claro. Más
adelante en el Capítulo 8, sugiero que es necesario que el análisis de
las formas tecnológicas del gobierno de la subjetividad se desarrolle
en términos de la relación entre las tecnologías del gobierno de la
conducta y las técnicas intelectuales, corporales y éticas que
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