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23 de septiembre de 1939 moría Sigmund Freud, quien muy a su pesar tuvo la valentía de

explorar las tinieblas del alma humana, cual Edipo rey, ávido de una verdad que ponía en
peligro su integridad y la de la sociedad de su época, avanza a tientas en el laberinto de la
psique humana. En aquel recorrido que constituyo más de la mitad de su vida, y que
necesito de toda la fuerza de su pasión, Freud no vacilo nunca en hacer suya una
deducción que se le revelaba como verdadera aunque ello significará la pérdida de su
reputación, de los logros obtenidos en el trabajo pasado, de las amistades y de los
discípulos. En el tortuoso proceso de la genealogía del concepto de lo inconsciente Freud
vivió la burla, el desprestigio, el señalamiento, la soledad y el desasosiego. Por su
incansable pasión, y su insistencia de llevar hasta las últimas consecuencias una
intuición, por el quiebre epistémico y la instauración de una nuevo concepto de ser
humano memoramos la muerte de aquel gran hombre, que nos dejo el regalo de su
conquista, descubrir la condición de sujeto que a todos nos constituye, nos enreda, nos
singulariza y nos dignifica.

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