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Hace cien años dejó de latir uno de los corazones más valientes que la humanidad haya

podido conocer. Era el de Rosa Luxemburgo, una de las dirigentes históricas del socialismo
que, junto con Karl Liebknecht, el 15 de enero de 1919, eran vilmente asesinados. Crímenes
que se hicieron con la complicidad del partido en el que Rosa había militado por años bajo las
banderas del marxismo, el SDP (Partido Socialdemócrata Alemán).
Por su carácter indomable, por su incorruptible sentido de la justicia y su ardiente defensa de
la revolución, Rosa Luxemburgo se convirtió en una de las enemigas más incómodas de los
esbirros del poder, tanto de la izquierda como de la derecha. Estuvo siempre atenta para
criticar con contundencia los desvíos que la socialdemocracia alemana iba teniendo con su
reformismo, su revisionismo y al abdicar del internacionalismo proletario cuando apoyaron la
intervención de Alemania en la primera guerra mundial.
Pero ese mismo corazón que palpitaba justicia y revolución, también se insuflaba con los más
elevados sentimientos. La Rosa roja, era también vibrante en el amor, su correspondencia con
Leo Jogiches, Kostia Zetkin, Paul Levi y Hans Diefenbach son testimonio de la hondura con
que se entregaba a la pasión amorosa. Y en su estadía en la cárcel como en sus estudios de
arte, da cuenta también de esa mirada poética con la que esta revolucionaria veía la vida y la
dotaba de significación con todo aquello que experimentaba; sus alegrías, sus tristezas y
hasta la más mínima preocupación se volvían el detonante de su palabra reflexiva.
A esta mujer queremos rendirle un sincero homenaje, resaltando en ella, la revolucionaria, esa
capacidad que tuvo para enhebrar en su vida pasiones como el arte y el amor.

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