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Razones y pasiones

de Néstor Kirchner
POLÍTICAMENTE
INCORRECTO
Razones y pasiones de Néstor Kirchner
POLÍTICAMENTE
INCORRECTO
Razones y pasiones de Néstor Kirchner

. AL.BERTO FERNÁND~EZ

~~~
tu'{,~ie.rte
Donde A\oS .
Calle 2 N° 911 Esq. 36
Tel.: (02246) 52-8870
SANTA TERESITA ,

Barcelona. Bogotá. BucnosAires.Caracas.Madrid .México D.F. • Mon[evideo .Miami .Santiago de Chile


Fernández , Alberto
Primer Kirchnerista. - 1a ed. - Buenos Aires : Ediciones B, 2011.
304 p. ; 15x23 cm.

ISBN 978-987-627-268-1

l. Ensayo Polftico. J. Título


CDD 320

Diseño de portada e interior: Donagh 1Matulich

Políticamente inco~rectÓ
Alberto Fernándcz
1" edición
© Alberto Fernándcz, 20 11
©Ediciones B Argentina SA., 2011
Av. Paseo Colón 221, piso 6- Ciudad Autónoma
de Buenos Aires, Argentina
www.edicionesb.com.ar

ISBN: 978-987-627-268-1

Impreso por Printing Books, Mário Bravo 835, Avellaneda,


en el mes de diciembre de 2011.
Queda hecho el depósito que establece la Ley -11.723.
Libro de edición argentina.
No se permite la reproducción total o pascial, el almacenamiento,
el alquiler, la transmisión o la rransfonríación de este libro,
en cualquier forma o por cualquier rJ:~edio, sea electrónico '
o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos,
sin el permiso previo "y escrito del editor. Su infracción está
penada por las leyes 11.723 y 25.446.
A Néstor Kirchner.
In memoriam.
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PRÓLOGO
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Este no es para mi tan solo un libro. Encierra un enorme signifi-
cado en tanto supone el cierre de una etapa en mi propia vida. Como
toda fase que concluye conlleva reflexiones y desafíos. Reflexiones
que ayudan a acumular críticamente la experiencia y desafíos que aso-
man ante un futuro siempre impredecible.
Por las circunstancias que se viven en nuestro país, no ha sido sen-
cillo para mí determinar la fecha de su publicación. Si bien concebí la
idea de escribirlo a los pocos días de dejar mi cargo en el gobierno
nacional, la decisión de contar algunos episodios que involucran
hechos recientes, me exigió explayarme respetando ciertas premisas
que me autoimpuse. Así, quise que nada de lo aquí relatado pudiera.
ser utilizado con el objeto de poner en crisis un proceso político del
que fui uno de sus fundadores y al que aún hoy, marcando mis dife-
rencias, sigo perteneciendo para el pesar de algunos.
Es cierto que la historia se reescribe continuamente. En ese juego
dinámico siempre asoman voces especuladoras que se apropian de
los hechos como si hubieran sido sus protagonistas. En contraparti-
da, hay otros que sintiéndose responsables por haber estado en el
centro de la escena, manipulan el pasado para poder adaptarlos a sus
necesidades políticas del presente. Unos y otros acaban siempre por
tergiversar la realidad.
He cuidado que nada de eso ocurra en este trabajo. Haber dejado
que el tiempo transcurra, ha servido finalmente para atemperar las
pasiones. Con la máxima prudencia he intentado recorrer un período
de nuestra historia del que he sido un actor central. He cuidado ser
rico en detalles y anécdotas tratando de ilustrar mejor las circunstan-
cias que rodearon los hechos de esta historia y he buscado no perder

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de vista el análisis reflexivo preservando el absoluto apego a los suce-
sos tal como verdaderamente acaecieron.
Yo he sido protagonista privilegiado de un maravilloso período
del cual quiero dejar testimonio. Hay en él muchísimas enseñanzas
y experiencias de las que no puedo adueñarme. Pretendo mostr~r un
lado del poder que muy pocos atienden y en el que transitan seres
humanos que deciden sin lograr escapar a sus fortalezas y debilida-
des; a sus dudas y a sus convicciones. He puesto en este trabajo la
mayor honestidad intelectual evitando que los ardores del presente
me hicieran perder la necesaria objetividad que la labor reclama.
Con todo el dolór que lleva consigo decir estas palabras, hoy
Néstor Kirchner ya no está entre nosotros. Fue mi amigo y mi jefe
político, y cuando fue Presidente tuvo la generosidad de elegirme
para ocupar el cargo público de más responsabilidad y más próximo
a él durante todo su gobierno. Cada palabra y cada acción suya, se
impregnaron en mi para que pudiera entender mejor el arte de la
construcción política y la complejidad que conlleva la administra-
ción de la cosa pública.
Cuando este libro sea publicado, Cristina estará finalizando su
primer mandato como Presidenta y se aprontará a asumir su segun-
da presidencia por decisión de los argentinos. Durante los primeros
siete meses y medio de esa gestión que estará concluyendo, fui su
Jefe de Gabinete de Ministros. Ella ha debido afrontar situaciones
muy difíciles a lo largo de ese tiempo que la obligaron a reorganizar
s~ gobierno y a elegir nuevos colaboradores para trabajar en su más
estrecha confianza. A pesar de las diferencias que nos han distancia-
do y que han sido públicas, tengo por ella respeto por su condición
política. También le reservo el afecto que uno guarda para aquél con
quien alguna vez protagonizó una etapa' importante de la vida.
Este trabajo que hoy concluye no hubiera sido p.osible sin el
aporte de muchos que me ayudaron a hacerlo o me dieron ánimo
cuando la ingratitud de algunos me desalentaban. No lo hubiera ini-
ciado sin el impulso leal que siempre me brindaron Claudio Ferre-
ño, Carlos Lorges, Cristian Asinelli y muchos otros compañeros de
militancia. No hubiera logrado el exacto equilibrio sin el aporte
siempre reflexivo de Vilma. No hubiera podido terminarlo de otro
modo que no hubiera sido sustrayéndole tiempo que Estanislao
merecía. No hubiera tenido la calidad gramatical que tiene, si Ana
Galán no hubiera hecho su aporte con una paciencia casi infinita.

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Un nuevo gobierno se inicia y también una nueva etapa· para la
Argentina. Este libro habla de lo que ya pasó. Lo que viene es parte
del desafío que enfrentamos los argentinos. Como militante que soy,
esos tiempos que vienen me encontrarán en el debate público y en la
construcción política. Pondré en ello la pasión, dedicación y esfuerzo
que Kirchner supo inyectar en mi alma.

Buenos Aires, octubre de 2011

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INTRODUCCIÓN

1883
No dormí bien aquella noche. Un malestar persistente perturbó
mi sueño. Hoy sé que ese desasosiego se debía a la sensación, todavía
no consciente pero claramente instalada en mi ánimo, de que estaba
cerrando un capítulo de mi vida sin tener certezas aún de lo que se
avecinaba. En esa mezcla penumbrosa y alerta de la vigilia pude repa-
sar lo ocurrido en cinco días interminables. O, tal vez, en cuatro meses
interminables, no estoy seguro. En cualquier caso, sentía que durante
mucho tiempo había estado atrapado en un debate perpetuo, casi infi-
nito. Días o meses -da igual- en los que todos los argumentos y
todas las acciones habían quedado enredados en una madeja que, al
desenrollada, exhibía con crudeza que aún el más sólido de los funda-
mentos de las decisiones adoptadas por el gobierno había sido devo-
rado por la confrontación y la incomprensión.
La noche del 23 de julio de 2008 se cumplía el día mil ochocientos
ochenta y tres de mis funciones como Jefe de Gabinete de Ministros de
la N ación. Había llegado al cargo con cuarenta y cuatro años, menos
kilos y menos canas, y había logrado el ínfimo récord de ser el único que
en esa función acompañó a un Presidente durante todo su mandato.
También, el de haber sido el Jefe de Gabinete de dos presidentes.
Asumí las tareas cargado de ilusiones por cambiar la realidad ago-
biante que se vivía. Creí tener fuerza, vocación e ideas para colaborar
con Néstor Kirchner en la construcción de una Argentina doblegada
por una crisis política, económica y social que no reconocía parangón
en la historia nacional. Fueron días en los que el grito "que se vayan
todos" resonaba aún en los pueblos más alejados de nuestro país. La
desconfianza hacia la política y los políticos era constante. El descrei-
miento en el sistema judicial, fundado en la existencia de una Corte

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Suprema con "mayoría automática" que invariablemente acompañaba
al poder, minaba toda decisión institucional. Peor aún: los jerarcas
militares culpables del terrorismo de Estado que tUvQ lugar entre 1976
y 1983 estaban cerca de materializar un plan que les garantizaba la
impunidad por sus crímenes aberrantes.
En aquel mayo de 2003, cuando asumimos nuestras funciones, casi
seis de cada diez argentinos eran pobres. Uno de cada cuatro compa-
triotas no tenía un trabajo que le proporcionara el sustento para él y
su familia. Argentina, en default, 'había dejado de cumplir sus obliga-
ciones financieras con el mundo. Las reservas monetarias solo repre-
sentaban ocho mil millones de dólares. Nuestra deuda externa era
equivalente al150 por ciento de nuestro Producto Bruto Interno (PBI).
Mil ochocientos ochenta y tres días después, la Argentina era dis-
tinta. Habían disminuido sensiblemente la pobreza y la desocupación.
Nuestra deuda externa estaba regularizada y se había vuelto sosteni-
ble económicamente. Durante cinco años logramos que nuestra eco-
nomía creciera a un promedio del orden del ocho por ciento anual.
Renovamos la Corte Suprema de Justicia integrando; en un proceso
participativo y plural, a juristas de calidades técnicas y mor~les inta-
chables. Y, además; pudimos romper el cerco de impunidad que los
genocidas establecieron en torno a ellos. Había, claro está, muchas
deudas pendientes, pero el balance era claramente positivo.
A pesar de los logros, a pesar de los gigantescos cambios realiza-
dos, esa noche no podía dormir. Sentía que estábamos dilapidando una
parte de lo mucho y valioso que habíamos construido durante ese
tiempo. El miércoles anterior, el16 de julio de 2008, se había desarro-
llado un extenuante debate en el Senado Nacional. Fue la última jor-
nada de una larga discusión parlamentaria que, en su conclusión, echó
por tierra nuestra propuesta de aplicar derechos de exportación móvi-
les sobre los gtanos. El voto "no positivo" del vicepresidente de la
Nación, Julio Cobos, le infligió al gobierno una herida profunda y lo
dejó sumido en una enorme confusión.
Muchos sentimos que esa nueva y difícil realidad política nos seña-
laba un punto de inflexión, exigiéndonos otra mirada hacia el futuro,
que diera cuenta de las demandas, los reclamos y los enojos que nos
transmitía una parte importante de la sociedad, y que, en alguna por-
ción no despreciable, se correspondía con nuestros votantes. Otros,
muy confundidos por la coyuntura; creían que la realidad había pues-
to un punto final a nuestro proyecto. Finalmente, también asomaron
quienes sostenían que, a partir de la crisis, los enfrentamientos debían

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profundizarse hasta la contradicción extrema, para capitalizar más
voluntades, en un escenario cuya polarización debíamos forzar.
Revisé una y otra vez lo sucedido y me convencí más aún de la
necesidad de introducir cambios y atender la demanda social respecto
de la forma de encarar nuestro gobierno. En ese repaso hacia atrás pude
ver cómo se habían construido héroes entre un conjunto de opacos
dirigentes rurales devenidos, repentinamente, paladines de la lucha
popular; cómo, mientras cruzaba el país de este a oeste, un vicepresi-
dente era vitoreado en cada pueblo por haber votado en contra del pro-
yecto de la Presidenta a la que había acompañado en la fórmula presi-
dencial nueve meses antes; vi opinadores interesados proclamando el
triunfo de la República porque se había frustrado la posibilidad de apli-
car mayores tributos a la renta extraordinaria provocada por el alza
excepcional de los precios internacionales de los granos. Y vi cómo una
gran parte de la dirigencia autodefinida como progresista, en unión con
los sectores más reaccionarios de la sociedad argentina, celebraba el
daño asestado al gobierno. También pude ver el enojo genuino y pro-
fundo de muchísima gente, incluso de quienes nos habían votado. Era
gente que reclamaba el fin de la disputa entre el gobierno y la dirigen-
cía rural porque deseaba la pronta recuperación de la tranquilidad alte-
rada en los días del conflicto; gente común que llamaba la atención,
entre otras cosas, sobre la suba de los precios y la credibilidad del
INDEC y que cuestionaba, al mismo tiempo, las formas que el gobierno
utilizaba para realizar su labor y su construcción política.
Entendí que ese malestar de un sector importante de la sociedad
explicaba en parte la algarabía de muchos ante la derrota oficialista en
el debate sobre las retenciones móviles. No se trataba solo de una dis-
cusión sobre la imposición de derechos de exportación; eso solo no
podía explicar la dura caída de la imagen del gobierno y de la Presi-
denta enfrentada a los sectores de más altos ingresos del país por una
cuestión tributaria. Tampoco explicaba que quienes no eran alcanza-
dos por esos tributos estuvieran en las calles golpeando las cacerolas.
Había, en mi opinión, un fuerte reclamo al gobierno, que excedía la
coyuntura, y nosotros debíamos dar cuenta de ello.
Néstor y Cristina tenían una mirada y una interpretación distintas
y los enojaba mi vocación de revisar lo hecho y de hacer autocrítica,
así como mi insistencia en introducir modificaciones en el elenco del
gobierno y en la forma de afrontar el debate público.
Siempre creí que en la actividad política uno debe permanecer en un
alto cargo en tanto comparta, con los máximos responsables políticos,

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los objetivos buscados y los métodos de esa búsqueda. De otro modo
se les quita legitimidad a los roles que se ejercen y se vulnera ética y
moralmente a quien acepta esas condiciones. Con conciencia plena de
nuestras diferentes miradas sobre el momento que estábamos vivien-
do, no creí conveniente seguir adelante como Jefe de Gabinete. Por un
lado, yo hacía una lectura distinta de la de la Presidenta y, al mismo
tiempo, tenía la convicción de que era necesario transitar un camino
diferente del que se estaba tran·sitando.
Esa noche tomé la decisión de renunciar. Supe que ya no existiría mi
día mil ochocientos ochenta y cuatro como Jefe de Gabinete de Minis-
tros y este libro, aunque entonces no pudiera ni siquiera imaginarlo,
nació en aquella madrugada de inquietud insomne. Alberga instantes de
mi vida que se han vuelto imborrables en mi memoria. No tiene otra
aspiración que convertirse en un testimonio de un tiempo de nuestra
historia reciente contado de un modo personal, aunque objetivo.
En el poder solo hay gente. Hombres y mujeres. Con sus fortale-
zas, debilidades y miserias. Este libro no juzga. Solo cuenta cómo ocu-
rrieron los hechos y cómo fueron las reacciones humanas ante los
múltiples dilemas que los hOmbres y las mujeres enfrentan cuando
acceden al lugar donde se toman las decisiones públicas.
Tengo la certeza de haber participado, acompañando a N éstor
Kirchner, en la construcción de un país que en mucho se parecía al de
nuestros sueños jóvenes. Sé que logramos gran parte de aquello que
nos propusimos alcanzar, y que, si no hicimos más, no fue por falta de
ideales o de esfuerzo. Pusimos todo, sin escatimar ni el cuerpo ni el
alma: compromiso, ideas, convicción, coraje y pasión. Cometimos
también errores y no es mi intención disimularlos. Estas páginas
intentan la escritura de ese relato, que no es una crónica, sino la narra-
ción de mi propia experiencia, la de un protagonista de aquella etapa.
Inicio este recorrido con la mayor sinceridad intelectual, buscan-
do ser fiel a lo vivido y a lo pensado, no solo porque los años trans-
curridos junto a Kirchner se constituyen en un periodo importante de
mi vida, también porque fue un tiempo trascendente y excepcional
para la vida de nuestro país.

Buenos Aires, octubre de 2011

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I
"-Ahí tiene a un hombre que ha con-
seguido lo que pocos. N o solo ha for-
mado una orquesta sino un público.
¿No es admirable?"

"Las Ménades"
Julio Cortázar
1

HAZ TU ME'NTE
AL INVIERN.O DEL SUR
EN LA MISMA SINTONÍA POLÍTICA

En 1996 conocí a N éstor Kirchner. Fue en Buenos Aires, en una


cena convocada por Eduardo Valdés, un amigo que estaba empeñado
en que Kirchner y yo nos conociéramos.
Kirchner viajaba casi todas las semanas a Buenos Aires por sus
propias obligaciones de gobernador. Cristina era senadora nacional
por Santa Cruz y pasaba varios días de la semana en la Capital. Yo no
había tenido aún ocasión de cruzarme con ellos.
Sabía muy poco del pensamiento de Kirchner; por entonces habí-
an trascendido sus opiniones sobre el estado general del país, sus crí-
ticas al menemismo y también su apego a las políticas económicas de
promoción que aplicaba en su provincia. A mi juicio, todo ello lo con-
vertía en un personaje políticamente atractivo.
En ese primer encuentro, ya había madurado su distanciamiento de
Carlos Menem. Lo consideraba una falsa expresión del peronismo, más
atento a las políticas conservadoras de Reagan y Thatcher que a las lógi-
cas desarrollistas que Perón tanto había promovido. Comenzaba a
advertir la insuficiencia de la convertibilidad para resolver las asimetrí-
as de la economía y temía que semejante cuadro abriera paso a un pro-
yecto político que solo profundizara la crisis. Aunque ya se hablaba de
un fin de ciclo del menemismo, Kirchner no creía que De la Rúa fuera
el hombre indicado para proponer un modelo alternativo. Pensaba que
Duhalde, que por esos días ya tomaba distancia del gobierno menemis-
ta, estaba en condiciones de encarar un proyecto de cambio.
Kirchner sabía lo que yo había hecho como Superintendente de Segu-
ros, cargo que asumí en 1989, a comienzos de la primera presidencia de

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Menem, y al que llegué de la mano de Guido Di Tella y de Rodolfo Fri-
geri, dos economistas de la mayor confianza de Antonio Cafiero, vincu-
lados a la Renovación Peronista. Y estaba al tanto de que, en el momen-
to de la apertura del mercado, yo había sido muy cuidadoso en preser-
var a las empresas nacionales. También conocía mi tarea en el desarrollo
de las empresas del Grupo Bapro (Banco de la Provincia de Buenos
Aires), en favor de la transparencia de las organizaciones públicas y pri-
vadas, y, por supuesto, mis críticas a la administración de Menem.
En aquella ocasión nos reunimos en Teatriz, ubicado en Riobamba
casi esquina Arenales, un restaurante que, con el tiempo, se convirtió en
parte de nuestros hábitos. Aunque nos presentamos y hablamos un poco
de nuestros asuntos personales solo para iniciar la charla, dedicamos casi
toda la noche a la política y la economía. Desde el inicio, los dos adver-
timos que teníamos muchos puntos en común. Compartíamos la idea
que, aunque los mercados debían desarrollarse en un marco de razona-
ble libertad, el Estado necesitaba arbitrar allí donde la misma libertad
generaba desequilibrios. También, la necesidad de implementar con cier-
ta urgencia diversas políticas activas ante una recesión que, aún incipien-
te, terminaría generando años más tarde una enorme crisis.
Durante toda la cena, Kirchner se esmeró por dejarme en claro su
pensamiento, profundamente racional. Yo también hice un esfuerzo por
transmitirle lo que pensaba. A medida que la charla transcurría, era visi-
ble que los dos encontrábamos mutuas razones para vincularnos.
Me impresionó lo que estaba haciendo en Santa Cruz, una pro-
vincia escasamente atendida por el interés porteño. Me contó que la
había recibido con más de mil millones de dólares de déficit y con una
huelga generalizada de los empleados estatales, y que sus primeras
medidas habían apuntado a reducir los salarios, ajustar los gastos y
promover las fortalezas de la provincia: hidrocarburos, turismo y
desarrollo lanar. Sin embargo, no quería aparecer ante mí como un fis-
calista impiadoso. Se ocupó de remarcar que, en cuanto pudo equili-
brar las cuentas provinciales, reintegró a cada sueldo el importe que se
le había quitado con sus respectivos intereses. Ahí advertí un sello que
lo caracterizaba: no soportaba la idea de convivir con déficit fiscal.
Kirchner se presentó aquella noche como un defensor de los dere-
chos humanos, un crítico de los indultos y de las leyes de Obediencia
Debida y Punto Final. Se reía porque el mensaje que aparecía en el
contestador automático de mi teléfono concluía diciendo: "Si usted ha
sido indultado, corte ya, nos sentimos más tranquilos pensando que
usted sigue preso".

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Lo escuché con toda atención. Me impresionaba su convicción
acerca de lo que debía hacerse. Le confesé mi desilusión con el mene-
mismo, mi malestar con la corrupción que traslucía ese gobierno y la
frivolidad con que su dirigencia se exhibía en un tiempo en que
muchos argentinos atravesaban una situación crítica. Coincidimos en
nuestra preocupación por el desempleo y por cuestiones instituciona-
les y por la corrupción imperante. Aun cuando creía que en esa admi-
nistración se había avanzado en algunos aspectos importantes, como
la contención inflacionaria, se habían postergado otras discusiones
trascendentes del ámbito económico.
Ya entonces la continuidad de la convertibilidad era incierta; se
trataba de un plan que solo tenía el propósito de derrotar a la hiperin-
flación pero que, como modelo económico, era insuficiente, porque
renunciaba a un elemento importante: la política monetaria. Estaba
seguro de que todo sería más difícil en el futuro si no se implementa-
ban acciones precisas para recuperar la moneda como herrami~nta de
la economía y, así, devolverle la competitividad al sistema productivo.
Recuerdo que hablamos sobre la postergación de las economías
regionales mientras se concentraba la expectativa en muy pocos opera-
dores o se fomentaban formas de cartelización en áreas trascendentes
como la de sal~d y destacamos que la "desregulación" había conducido
a una ausencia total de reglas y por lo tanto el Estado había dejado de
arbitrar en la economía. Por eso coincidimos promover las llamadas
"reformas de segunda generación", es decir, innovaciones en el Estado
que permitieran colocarlo en el rol de árbitro con reglas claras para los
operadores. Ello derivaría en un mejor funcionamiento de la economía.
Kirchner escuchó con atención mis ideas y yo las de él. Encontrá-
bamos fuertes coincidencias, en especial cuando destacamos la insufi-
ciencia que evidenciaba el plan ideado por Cavallo.
La sobremesa se prolongó con varios cafés de mi parte, y otras
tantas tazas de té para Néstor, que siempre prefirió esa infusión. Bien
pasada la medianoche, al dejar el restaurante, subí al auto de Eduardo
Valdés, que no soportaba demorar un minuto más para saber cuál era
la impresión que me había causado Kirchner.
En realidad, no solo me había sentido cómodo en el encuentro.
Había conocido a un gobernador que planteaba dos cuestiones que yo
consideraba muy importantes: una posición crítica y bien diferencia-
da de Menem y la idea de que Duhalde podía ser una alternativa de
cambio en el proceso electoral que se avecinaba. Sobre esos dos acuer-
dos, empezamos a amalgamar una relación estrecha, de gran confianza

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política y personal, que aunó esfuerzos y logró llevar finalmente a
Kirchner hasta la misma presidencia de la Argentina.

LAS ELECCIONES DE 1999

En 1998, Duhalde me convocó para colaborar con su campaña


presidencial; quería que organizara un sistema genuino de recepción
de aportes. Estaba al tanto de mi trabajo en el programa ejecutado en
las empresas del Grupo Bapro y ese dato reforzaba su confianza en mi
desempeño. Yo lo conocía poco, hasta ese momento había tenido un
trato escaso con él. El punto clave de acercamiento era su actitud crí-
tica hacia el menemismo.
La prensa de entonces trataba bien mi trayectoria. En 1991 había
sido premiado como uno de los Diez Jóvenes Sobresalientes de la
Argentina. Mi inserción en el empresariado era muy buena, tanto que
alguna vez hasta me premiaron como el mejor empresario del año en
el sector asegurador.
Duhalde creía que la incorporación de nuevas caras lo ayudaría a
oxigenar su campaña. Además de mostrarse como el opositor más firme
de Menem, contaba con la fuerza SJ.Ificiente para enfrentarlo. Era, al fin
y al cabo, quien gobernaba la poderosa provincia de Buenos Aires.
A pesar de ello, la ciudadanía no tenía una buena percepción de
Duhalde. Los injustos cuestionamientos que recibió, imputándole
vínculos con el negocio de la droga, dañaron seriamente su imagen
pública. Todo ello hacía que nadie lo viera como el gran rival de
Menem. No evaluaban su postura crítica respecto de su ex compañe-
ro de fórmula presidencial, ni que había sido él quien había enterrado
definitivamente las pretensiones reeleccionistas del riojano.
Por otro lado, Duhalde había sido el primero en cuestionar el Plan
de Convertibilidad y dejar al descubierto sus debilidades. Contradi-
ciendo la conocida expresión de Menem, "estamos mal pero vamos
bien", Duhalde solía decir "estamos bien pero vamos mal". Por esa
vía, buscaba reflexionar sobre el agotamiento del modelo económico.
Sin embargo, a aquellos cargos que pesaban sobre él se sumaba su
rol de ex socio de Menem. Muchas voces "autorizadas" repetían,
como una suerte de verdad revelada, que sus críticas eran una ficción
con el solo propósito de garantizar la continuidad del peronismo.
Duhalde era el candidato opositor más claro de Menem pero, a su vez,
tenía Li desventaja de integrar la misma estructura partidaria. En el

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imaginario público se generaban muchas dudas sobre su decisión de
contribuir en una genuina transformación.
En ese contexto y a instancias de Alberto Iribarne, Duhalde me
citó una mañana en sus oficinas de Corrientes y Junín. Luego de elo-
giar mi trayectoria, me reclamó colaboración para su campaña presi-
dencial. A partir de entonces, me ocupé de hacerlo y con ello terminé
vinculado políticamente con Duhalde.
En mayo de 1998, Duhalde nos convocó a Alberto Iribarne -por
entonces su jefe de campaña-, a Julio Bárbaro y a mí.
-Estamos perdiendo mucha gente que originalmente nos votaba
-nos dijo-. Muchos peronistas se están yendo detrás de "Chacha"
Álvarez. Tenemos que hacer algo para parar ese drenaje de gente.
Ustedes cuentan con muchos amigos cercanos al progresismo. Tienen
que ayudarme a reunir a los peronistas progresistas para demostrar
que también nos acompañan.
La idea nos pareció razonable. Más aún: era una iniciativa que nos
entusiasmaba. A muchos de nosotros nos inquietaban algunos perso-
najes que rondaban a Duhalde, quien, además, operaba desde la forta-
leza del peronismo bonaerense, una estructura anquilosada y corpora-
tiva poco interesada en los conceptos más progresistas de la política.
Tanto se trasuntaba ese malestar, que varios dirigentes duhaldistas
de la provincia nos miraban como a ''sapos de otro pozo" y se encar-
gaban de hacernos sentir como los forasteros del pueblo. No entendí-
an que el mismo Duhalde advertía la necesidad electoral de adoptar las
formas propias del progresismo, en un momento social en el que
todos lo reclamaban, y que el drenaje de votos a favor de "Chacha"
Álvarez era una evidencia innegable.
Casi inmediatamente comenzamos a reunirnos, en mis oficinas del
Grupo Bapro, Alberto Iribarne, Julio Bárbaro y yo. Enseguida se
sumó Jorge Argüello, un amigo con quien siempre militamos en el
peronismo porteño. De allí en adelante, convocamos a los que serían
parte del grupo.
Cuando empezamos a trabajar, se sumaron varios compañeros que, a
la condición de peronistas, le añadían el carácter de progresistas y una pro-
cedencia variada.liiguel'falento y Norberto Ivancich eran hombres del
campo académico; Ignacio Chojo Ortiz y Juan Carlos Sánchez Arnaud
provenían de las ciencias económicas; Mario Cámpora y Juan Pablo
"Poli" Lohlé se desenvolvían con solvencia en las relaciones exteriores.
Esteban Righi, un penalista de nota, se sumaba con su extraordinaria capa-
cidad como un referente de la primavera camporista. Osear Valdovinos y

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Carlos Tomada ofrecían su visión desde el derecho del trabajo y Mario
Oporto y Jorge Coscia, en su condición de cineasta, desde la cultural .
Cuando Kirchner se enteró, me pidió que incorporara a\cristin~
al grupo. Para entonces, Cristina era una legisladora más conocida por
su crítica al menemismo que por su vínculo conyugal con el goberna-
dor santacruceño. Así fue que un día, conversando con Duhalde, le
planteé la idea de invitar a una diputada nacional por Santa Cruz que
se acercaba al perfil buscado y que sería de gran ayuda no solo por su
discurso sino también porque acreditaba una excelente exposición
mediática. Además, se trataba de la esposa del único gobernador que
explícitamente apoyaba la candidatura presidencial de Duhalde. .
La propuesta fue rápidamente aceptada.
-La flaca es muy buena para eso -dijo Duhalde.
Como Cristina residía en Buenos Aires por sus funciones de dipu-
tada nacional, mi relación con ella era entonces más próxima que con
N éstor. Cuando se sumó a lo que sería finalmente el Grupo Calafate,
comenzamos a vernos y a trabajar con frecuencia. Ya era fácil enton-
ces advertir en Cristina a una mujer con carácter e inteligencia.
Empezamos a organizar un encuentro de debate de política e ideas.
Necesitábamos que trascendiera y llegara a la gente. Además de las
definiciones políticas que buscábamos, debíamos encontrarle repercu-
sión mediática; instrumentar nuestra tarea de tal modo que Duhalde
pudiera exhibir que tenía tras de sí a ese grupo de dirigentes para otor-
garle a la política el sentido diferencial que la sociedad demandaba.
Partiendo de esa premisa, decidimos organizarnos para debatir
durante dos días en presencia de un grupo de periodistas. Algo pare-
cido a un retiro de reflexión donde todos presentarían sus ideas y los
periodistas podrían escuchar los diálogos y el debate. Redactamos un
temario en el que expresábamos nuestras expectativas de crecimiento
de la Argentina, cuáles eran nuestros sueños no realizados y cómo
pensábamos que el peronismo debía asumir semejante desafío tras
diez años de régimen menemista.
Cuando presenté el diseño que imaginaba para la reunión, bus-
caba promover una discusión de cara a la gente. Para ello, el núme-
ro de asistentes debía ser necesariamente reducido, no más de 25 o
30 personas. También propuse que se hiciera durante dos días y en
un lugar alejado, para articular un vínculo definido entre los asisten-
tes. Todos estuvieron de acuerdo; la cuestión era encontrar ese lugar
apartado y distinto.
Fue entonces que Cristina hizo su ofrecimiento:

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-Podemos ir a Calafate. Es un lugar muy bonito y bastante ale-
jado que está cerca de los hielos continentales. Podemos hacerlo allí
-nos confirmó.
Aunque no era fácil llegar hasta El Calafate, rápidamente acepta-
mos la invitación. Además de tratarse de un lugar de un enorme
atractivo, era la única oferta con la que contábamos. Finalmente, ese
sitio recóndito, escasamente conocido por nosotros, fue el que le dio
el nombre al grupo.

jUNTO AL LAGO ARGENTINO

Duhalde aprobó inmediatamente la iniciativa de trasladarnos al


sur. Le sugerimos que cerrara el debate con un discurso y empezamos
a preparar la reunión para que generara muchas expectativas en la
sociedad, tanto por los asistentes como por la organización que exhi-
bía. La selección de los invitados fue cuidadosa. Todos aportamos
nombres y así la lista fue creciendo hasta consolidarse.
No resultó fácil llegar hasta ese pequeño pueblo situado a orillas
del Lago Argentino, convertido entonces en un exclusivo lugar turís-
tico. Como no había vuelos directos, volamos primero hasta Río
Gallegos y desde allí hasta El Calafate en unos aviones muy pequeños
que, por efecto de los fuertes vientos, convirtieron el viaje en una tra-
vesía definitivamente inolvidable.
Cada asistente tenía asignada su habitación; habíamos contratado
tres hoteles y los encuentros se realizaban exclusivamente en uno de
ellos: Los Álamos. María y Viviana Cantero, mis secretarias de siem-
pre, trabajaron arduamente para que no hubiera contratiempos. Juan
Pablo Luque, un amigo de toda la vida, se ocupó de que el debate se
desplazara por los más aceitados andariveles.
Fue un encuentro al que concurrieron figuras muy reconocidas.
Alejandro Dolina, especialmente invitado, no viajó aduciendo su poca
simpatía por los aviones. Aun así, envió un video grabado con su
ponencia en el que rescataba la necesidad de construir l!!l<LArg.~.!.HLQ.ª-.
con un mqdelo comp.r..Q..met~do ética!ll~~con la gt;:..n~.
Tras esta exhibición, hubo dos intervenciones que siempre recor-
daré: la primera fue la de Elvio Vitali. Citando a Jauretche, puso de
relieve la condición provocadora y transformadora del peronismo,
con la inteligencia de quien, habiendo soportado el exilio y la perse-
cución, proponía terminar con un conformismo pragmático que por
entonces pregonaba de modo implícito la Alianza.

-31-
El gran debate se centró en temas esenciales para el momento:
derechos humanos, política militar, política internacional, economía,
cultura. El encuentro comenzó un viernes a la mañana y concluyó la
tarde del sábado. Hubo definiciones interesantes, sobre todo en lo que
concernía a economía y corrupción, si se quiere, dos puntos de extre-
ma debilidad de la gestión menemista.
Hablamos mucho de la corrupción que el gobierno menemista
exhibía casi sin pudor. Pero por encima de ello rescatamos la trascen-
dencia de la ética en la política. En esa primera reunión, las palabras de
Esteban "Bebe" Righi operaron como un punto disparador del debate:
-Nosotros vivimos en un estado de cosas donde los presidentes
sostienen que si ellos dicen la verdad pierden las elecciones. Y tenemos
un Presidente que dice que ganó porque no contó lo que .iba a hacer,
porque si lo contaba, no lo votaba nadie. Eso, en términos éticos, es
infinitamente más perverso que todo lo que se está hablando -dijo,
con la solvencia moral que siempre lo ha caracterizado.
Recuerdo ese instante con nitidez, porque ésa fue la idea con la que
asumí por primera vez como Jefe de Gabinete de Ministros. Debíamos
hacer aquello que habíamos prometido. El día de mi jura, un periodista
me atrapó en el tumulto y me preguntó que haría de ahí en más. "Solo
resta mejorar todos los días la vida de la gente y cumplir con nuestro
compromiso. Si eso no ocurre, la culpa será nuestra", fue la respuesta.
{'Cristina, por su parte, sostuvo un concepto que le oí decir hasta en
sus días de Presidenta:
-Lo que hay que tener en claro es a quién se representa cuando
uno ejerce la política. Porque el mayor problema ocurre cuando bus-
camos el voto de alguien que luego, cuando se tiene el poder, se deja
de representar -dijo.1
El debate en torno a los intereses que la política representa no ocu-
paba el centro de la escena en la sociedad de entonces. No estaba ins-
talado porque la política de los 90 se había desarrollado con un crite-
rio extremadamente utilitarista. Sin embargo, con el Grupo Calafate
empezamos a pensar en cuestiones que habían sido, inmerecidamente,
dejadas de lado.
En aquella reunión profundicé mi relación con Kirchner; a pesar
de que él asistió al encuentro solo esporádicamente. Algunos partici-
pantes del Grupo -como <;;&r,!~,~~j- conocían a Kirchner por-
que habían militado juntos en sus años de juventud en La Plata. Esta- ·
han además quienes lo conocían de sus años de gobernador. Final-
mente, la mayoría estaba conociéndolo en esos días.

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La fuerte presencia de los porteños causó malestar en el establish-
ment duhaldista. Ello derivó en que el propio Duhalde, para evitar
problemas, prohibiera participar del evento a los peronista~ bonaeren-
ses. Así quedó afuera, entre otros, Mario Oporto, quien había traba-
jado intensamente en el arranque del Grupo pero a quien Duhalde le
pidió que se abstuviera de asistir al encuentro.
Por supuesto, no faltaron los dirigentes que nos definieron como
una intromisión de sectores porteños y progresistas en la campaña de
Duhalde. José María Díaz Bancalari nos llamaba, irónicamente, el
Grupo Cachivache.
En realidad, no se podía negar que estaba mayoritariamente com-
puesto por porteños, tanto al inicio como con el correr del tiempo.
Pero la causa determinante de esa realidad fue que en la Capital la
política tenía formas muy distintas de las del interior del país. Allí, los
dirigentes operan como auténticos caudilllos y el expandido cliente-
lismo no favorece las mejores prácticas. Lo cierto es que la aparición
del Grupo Cal~fate fue un éxito mediático. Todos lo consideraron un
equipo de reflexión que estaba detrás de Duhalde y que pensaba al
país desde otro enfoque. Así lo expresaba el documento final del
encuentro, titulado "Hay una Argentina que espera".

TANTI Y DESPUÉS ...

Tras aquel primer encuentro, hubo otro en agosto de 1999 en la


ciudad cordobesa de Tanti. La reunión se llevó a cabo en la Colonia de
los Empleados del Banco Provincia. Era un lugar también alejado, en
medio de las sierras, adecuado para reflexionar en un momento en que
la campaña presidencial anticipaba enormes dificultades.
Como Calafate había sido un rotundo éxito mediático, en la
segunda reunión contamos con una cantidad de asistentes aún mayor.
Todos querían ser parte de la experiencia pues veían que el grupo era
competente en la organización del evento y había mostrado la capaci-
dad imprescindible para transmitir sus posiciones.
A pesar del éxito de la convocatoria, sabíamos que las posibili-
dades de un triunfo electoral de Duhalde eran mínimas ya que, des-
pués de una década de menemismo, la sociedad argentina buscaba
candidatos de otro estilo y de distinto signo político. Además,
Duhalde tomaba decisiones un tanto confusas; por ejemplo, había
desplazado a Alberto Iribarne de la jefatura de campaña para ubicar

-33-
en ese rol a Julio César Aráoz, un dirigente menemista con un pasa-
do bastante cuestionado.
El objetivo de Duhalde seguía siendo la integración de un grupo que
pudiera confrontar con el ya avanzado "chachismo". Eso era lo que cen-
tralmente lo preocupaba. Nunca supe cuánto valoró lo que nosotros
hacíamos, más allá de que al principio solía escucharnos con atención.
Inicialmente, nosotros pensábamos que Duhalde se había planta-
do frente al menemismo como un contestatario dispuesto a revisar sus
aspectos sustanciales. Sin embargo, a esa alrura de la campaña, su dis-
curso electoral mostraba alguna ambigüedad y una débil relación con
nuestros planteos; Para nuestro asombro, veía en Ramón "Palito"
Ortega a su mejor candidato a vicepresidente.
Aquella vez Duhalde llegó a Tanti para cerrar el encuentro. Lo
hizo acompañado por Chiche Aráoz, una presencia casi provocadora
para nosotros. Kirchner, al verlo, lo recibió con mucha frialdad. Es
más: hizo lo necesario para que todos se percataran de su actitud.
Ya en el salón donde se desarrollaba el encuentro, Duhalde se sen-
tó entre Cristina y yo, en la cabecera de una gran mesa rectangular.
Frente a él, en la cabecera opuesta, se sentó Kirchner, cargado de furia.
Casi de inmediato, Duhalde empezó su discurso, que transitó el
mismo terreno de siempre, pero era evidente que esta vez Kirchner no
tenía ánimo como para detectar algo bu'eno en sus palabras.
Cuando promediaba la intervención de Duhalde, noté que, repen-
tinamente, Kirchner se había levantado y se iba del lugar. Salí a bus-
carlo, intentando detenerlo. Me daba cu_enta de que toda la prensa
estaba mirando con asombro su proceder. Al darle alcance, me aclaró
que no regresaría al salón. Tratando de sobrellevar tanto malestar, me
propuso caminar por el inmenso parque del hotel. Mientras marchá-
bamos, me explicó el porqué de su reacción:
-No me voy a quedar escuchándolo, es una vergüenza.
De inmediato empezó a detallar cada uno de los te~as que 1~ ale-
jaban de Duhalde y me confirmó que la pr'esencia de "Chiche" Aráoz
al frente de la campaña era para él el peor de los síntomas de esa cues-
tionada realidad.
-Algún día tenemos que dejar de ser un apéndice de los otros.
Siempre somos el "ala progresista" dentro de un peronismo que se
torna menemista o duhaldista. ¿Y ahora, de quién vamos a ser el ala?
¿Por qué no nos dejamos de s~r el ala y nos hacemos el cuerpo? -me
dijo lleno de indignación mientras atravesábamos un sendero bordea-
do de inmensos árboles.

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Parecía más que razonable lo que decía. Era absolutamente cieno
que el peronismo había postergado sistemáticamente un debate profun-
do sobre su ideología y sus prácticas políticas. Aunque entendía su eno-
jo y participaba de su idea, estimé oportuno marcarle que no parecía ser
ese el mejor momento -las vísperas de una elección- para expresarlo.
---1{\..lberto, si no nos animamos vamos a seguir siendo siempre el
ala de los otros. Llegó la hora de ponernos a trabajar por nosotros.
Mirá todo el esfuerzo que hicimos buscando compañeros, jmpulsán-
dolos, inyectándoles ganas de creer otra vez en el peronismoj para ter-
minar con Ruckauf en la gobernación, con "Chiche" Araóz como jefe
de campaña y con "Palito" Ortega para vicepresidente -sentenció.
Despreocupados de la reunión en la que todos habrían advertido
nuestras ausencias, caminamos tres o cuatro kilómetros sin detener-
nos. Aunque entonces no lo hubiese podido conjeturar, esa camina-
ta marcaría mi vida y mis años por venir. Cuando regresamos a la
sala, Duhalde ya había terminado. Al día siguiente los diarios dieron
cuenta de lo ocurrido. El grupo tomó distancia de Duhalde, pero la
mayoría quedó trabajando con él. Algunos, muy pocos, empezamos
a trabajar con Kirchner, a quien considerábamos más genuino y cla-
ro en su conducta política.
Finalmente, llegaron las elecciones de octubre de 1999, que
Duhalde perdió sin remedio. Con Fernando de la Rúa como presi-
dente electo, Kirchner empezó a verse como el referente de una alter-
nativa del peronismo para las elecciones de 2003.
(El Grupo Calafate no volvió a reunirse como tal. De ahí en más,
los encuentros se redujeron al núcleo integrado por Tomada, Val-
dovinos, Righi, Ivancich, Talento, Argüello, Bárbaro y yo. Algunas
veces, se sumaba Cristina.'")
A pesar de todo, mi relación con Duhalde se mantuvo y, de hecho,
nos apoyó en la elección de la ciudad de Buenos Aires del año 2000.
Hizo campaña junto a quienes representábamos al duhaldismo en la
ciudad, entre otros, Argüello, Iribarne, Digón y yo.
En ese tiempo, mantuve el vínculo político tanto con Kirchner
como con Duhalde, porque no existían contradicciones insalvables en
sus asptracwnes.
Aunque la experiencia fallida de la candidatura presidencial de
Duhalde fue una gran desilusión, no resultó menor la frustración que
generó, a poco de haber asumido, el gobierno de la Alianza.
Durante la campaña a jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos
Aires, Jorge Telerman -seguidor por entonces de Aníbal Ibarra- me

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había tentado con sumarme a la Alianza. Por esos días, Telerman esta-
ba activamente involucrado en ese proyecto, en general, y en la can-
didatura de Aníbal !barra, en particular. Recuerdo que me citó en el
Café Bidou, ~n la calle Perú, frente a la Manzana de las Luces. Hizo
un enorme esfuerzo por convencerme de las bondades que la Alian-
za ofrecía ante un escenario absolutamente sombrío para el peronis-
mo. Aunque le agradecí el tiempo que me dedicaba; no compartí su
visión. Es más, le recordé aquella frase de Julio Bárbaro que sinteti-
zaba irónicamente nuestro sentimiento ante esa posibilidad: "dejar al
peronismo para irse con De la Rúa es como divorciarse de la mujer
para casarse con la suegra".
Nunca pensé que la Alianza lograra una construcción política
positiva y eficiente, porque a ese espacio progresista le pasaba algo
que vi muchas veces en otras fuerzas similares de América Latina:
. nacen y llegan al gobierno como contestatarios y, ante el desafío de
gobernar, copian y se valen de las mismas formas políticas que se ·
proponían combatir.
Ésa era la percepción que teníamos desde nuestro lugar. No creí-
mos que De la Rúa fuera progresista. Y, aunque apreciábamos la cali-
dad política de "Chacho" Álvarez, presentíamos que poco iba a: poder
hacer ante los conservadores que ocupaban los lugares centrales.
Muchos de nosotros habíamos militado cerca de él, le profesábamos
respeto y cariño, pero no pudimos convencernos de que· su sociedad .
con De La Rúa arribara a buen puerto.

-36-
2

EL ARRIBO .DE KIRCHNER


A LA ESCENA NACIONAL
UN PERONISMO CONFUNDIDO

Llegado el año 2000 y, en la pelea electoral por la ciudad de Bue-


nos Aires, Domingo Cavallo y Gustavo Béliz asomaban como los
nombres principales para enfrentar a Aníbal Ibarra, candidato de la
Alianza.
Dada la amplia aceptación de la candidatura de Ibarra, surgió la
posibilidad de unir a Cavallo y Béliz para sumar mayor cantidad de
votos. "En las listas que se compongan, nos dijo Duhalde, ustedes
deben involucrar a un número importante de dirigentes propios".
Aquel Cavallo, aun con las críticas que hacíamos a sus políticas y
la mala reputación que cosechó después, se había ido del gobierno de
Menem denunciando a Alfredo Yabrán y a varias de sus corporacio-
nes, y había presentado denuncias judiciales por corrupción, en el
mismo sentido que lo habían hecho "Chacha" Álvarez y Graciela
Fernández Meijide. En cualquier caso, esa construcción política era la
mejor herramienta con la que contábamos en la ciudad para terminar
definitivamente con el menemismo, colocar cinco o seis diputados en
la Legislatura local y comenzar a reformular una alternativa.
Quienes en la ciudad reportábamos a Duhalde seguimos su conse-
jo de buscar puntos de acuerdo con Ca vallo y desde. allí construir un
frente opositor. El objetivo era muy simple: concentrar la mayor can-
tidad de votos que no adhirieran a la Alianza.
Parte del Grupo Calafate nos hizo conocer sus críticas. Algunos,
mal predispuestos con Cavallo, creían ver en Béliz a un representante
del peronismo progresista sol~ por su fama -bien ganada, además-
de hombre honesto.

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Aunque las discusiones entre nosotros fueron intensas, el debate
devino inútil en el mismo instante en que Cavallo y Béliz sellaron un
acuerdo electoral. Repentinamente, del enfrentamiento pasamos a ser
socios. Todos quedamos cubiertos bajo el "paraguas" que brindaba el
"Encuentro por la Ciudad", tal el nombre de la agrupación que los
incluyó a ambos.
En el Grupo Calafate, yo era el único que conocía a Cavallo.
Había trabajado en su ministerio en los días que estuve a cargo de la
Superintendencia de Seguros. A partir de ese dato real, en el imagina-
rio público se construyó la falsa idea de que Cavallo y yo teníamos
una relación muy fluida, una apreciación por demás errónea.
Cuando cerramos nuestro acuerdo por la ciudad, Cavallo registra-
ba una imagen positiva que superaba el 75 por ciento de aceptación.
Aun así, Cristina y Néstor mantenían una postura crítica respecto de su
figura. Kirchner, particularmente, estaba muy quejoso con ese acuerdo.
-Vos no podés ir en esa lista -me decía.
-Néstor, si no logramos presencia legislativa, el peronismo desa-
parece del mapa de la ciudad -le respondí, tratando de convencerlo.
Yo le aseguraba que, aun perdiendo, íbamos a hacer una buena
elección, que nos p~rmitiría ocupar seis o siete escaños de la Legisla-
tura porteña. Pero Kirchner no quería conocer mis argumentos, a,un-
que tuviesen asidero. Ante mi definición de seguir adelante con el
acuerdo Cavallo-Béliz, Kirchner adoptó una posición equilibrada:
-Yo no voy a hacer nada en tu contra, no voy a decir nada públi-
camente. Pero quiero que sepas que no estoy de acuerdo. Después de
que pase la elección, hablamos -me dijo.
Mientras se desarrolló la campaña, Kirchner no vino a Buenos Aires.
En el mismo momento en que Cavallo decidió participar del
gobierno de la Alianza, abandoné "Encuentro por la Ciudad" para
formar el bloque "11 de marzo" junto con mi colega, Julio Vito bello .
. La exclusiva razón que nos había movilizado para trabajar con él era
enfrentar al gobierno, por lo cual, si Cavallo se sumaba a esa adminis-
tración, se desvanecía el único motivo de unión que reconocíamos.
La alianza con Cavallo fue el resultado de una búsqueda riesgosa
en un distrito electoral que siempre nos fue adverso. Visto desde este
presente, luego del desempeño de Domingo Cavallo como ministro de
Fernando de la Rúa y de las medidas económicas que adoptó, es una
experiencia que no repetiría.
Los costos que debí pagar por aquella decisión, siendo ya Jefe de
Gabinete, fueron indudablemente importantes. Los medios, con el

-40-
único propósito de lesionar mi credibilidad, se encargaron de crear en
la opinión pública la idea de que yo integraba el partido de Cavallo.
Sin embargo, nunca fue así. Tampoco fue Cavallo quien me designó al
frente de la Superintendencia de Seguros, aun cuando mantuve con él
un trato cordial pero absolutamente formal y esporádico.
!barra ganó la jefatura de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires
por primera vez el 6 de agosto de 2000, en una elección por la que se
impuso, en primera vuelta, con una cifra cercana al SO por ciento de
los votos. La noche de la derrota Cavallo se mostró iracundo ante
todos los micrófonos denunciando un manejo espurio de los resulta-
dos del comicio por parte de los "partisanos del FREPAso", tal fue el
epíteto que utilizó. Le costó asimilar la derrota. Su actitud fue dura-
mente criticada por la ciudadanía, por los medios y también por la
propia fuerza política que lo había acompai).ado.
A pesar del resultado de las elecciones, quedé consagrado como
legislador de la ciudad. En la noche del martes siguiente a los comi-
cios, recibí el llamado telefónico de Kirchner. Muy circunspecto, rom-
pió el silencio de los treinta días anteriores.
-Bueno, ya te diste el gusto, ahora quisiera ver qué hacemos hacia
delante. ¿Desayunamos
, mañana en Ópera Prima? -me propuso. .
-Claro que sí -respondí sin dudar.

EL PUNTAPIÉ INICIAL

En la mañana del miércoles 9 de agosto de 2000, N éstor Kirchner


y yo nos encontramos en Ópera Prima, un bar ubicado frente a la Pla-
za Vicente López.
Muchas veces lo elegíamos para desayunar. Cuando no era allí,
nuestro punto de encuentro era Moliere, en Juncal, entre Talcahuano
y Libertad, muy cerca de las Cinco Esquinas. Y si queríamos almor-
zar o cenar, nos decidíamos por El Plata (uno de los restaurantes .pre-
feridos de Raúl Alfonsín), ubicado en Rodríguez Peña y Santa Fe, o
por el ya mencionado Teatriz.
En cada uno de esos lugares siempre había una mesa que era nues-
tra. En eso Kirchner era muy conservador. Adoptaba un sitio para
desayunar o comer y lo hacía propio. Invariablemente iba allí. Las
innovaciones, en esa materia, no le gustaban. En eso siempre nos pare-
cimos. Aún hoy, cuando voy a Teatriz, sigo ocupando la misma mesa
que supe compartir con él.

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Aquel miércoles, al Iiegar a Ópera Prima, él me estaba esperando.
En una mesa cercana, Daniel Muñoz y Pepe Salvini, asistentes perso-
nales de Néstor, tomaban café mientras bromeaban.
Nos saludamos y enseguida tomó la iniciativa.
-Lo primero que te voy a decir es que han hecho una elección
bastante buena y han logrado un número importante de legisladores.
En ese análisis tenías razón. Pero aún así, no sé cuál es el costo que va
a pagar Ca vallo al dejar en evidencia su locura tras la derrota ... Y tam-
poco sé cuánto de eso cargarán a tu cuenta -dijo, mezclando severi-
dad y cariño.
Hizo una pausa, tal vez para darme tiempo para procesar lo escu-
chado, y retomó la conversación.
-Ahora quiero hablarte de otra cosa. Creo que terminó la hora de
las aventuras. Necesito que me acompañes porque eri el 2003 quiero
ser presidente. Al primero que le hablo es a vos, porque necesito tu
ayuda en la ciudad de Buenos Aires: Si estás convencido, nos ponemos
a trabajar hoy. Si no estás convencido, discutámoslo y veamos qué
podemos hacer. Lo que no podemos repetir es vivir de aventura en
aventura para ver cómo llegamos a lugares que no conocemos. Noso-
tros debemos ser el progresismo. Estoy cansado de ser el ala progre-
sista de los duhaldistas, de los menemistas o de los peronistas inmos-
trables. Y es hora de que lo que haya que hacer lo hagamos nosotros.
Quiero saber si vos me podés ayudar y si me vas a acompañar.
De nuevo, guardé un breve silencio. ¿Había imaginado ese
momento? ¿Esperaba, desde Tanti, que me propusiera ese lugar casi
central del armado político, esa voluntad de impulsar lo que podía ser
una nueva utopía?
No sabía cómo expresarle mi acuerdo y mi entusiasmo.
-A partir de este instante hay un diputado kirchnerista en la ciudad
de Buenos Aires -dije sonriendo-. Ya me pongo a trabajar en lo que
vos digas. Entiendo que lo que estás planteando es más que interesante
y me entusiasma muchísimo. Yo también quiero que esta elección por-
teña haya sido mi última aventura. Avancemos -le respondí, lo confie-
so, más motivado en el plano de las emociones que en el de la razón. Era
la primera vez que desde el peronismo alguien me invitaba a construir
una epopeya. No había ventajas para aprovechar ni oportunismo alguno
en sus conceptos. La propuesta se fundaba solo en las convicciones y en .
nuestra capacidad de hacer. Nuestras ideas, nuestra inteligencia y nues~
tro esfuerzo eran las únicas armas con que contábamos.
Tranquilo por mi respuesta, Néstor terminó de afinar su invitación.

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-Si vos mé acompañás, me pongo al frente. Necesito a alguien que
me ayude en Buenos Aires, porque Santa Cruz está a dos mil kilómetros,
y a la distancia es difícil seguir lo que pasa en el centro del país.
Así empezamos. Nos quedamos hasta tarde conversando sobre el
proceso eleccionario en la ciudad y sobre el pobre desarrollo del
gobierno de la Alianza, asumido hacía casi un año. Por esos días, toda-
vía no se podía anticipar lo que finalmente sucedió a fines de 2001.
Al llegar el mediodía, entusiasmados con la conversación, decidí-
mos seguir la charla durante el almuerzo en El Plata.
Siempre sentí que ese encuentro fue decisivo. Lo percibí casi como
un instante fundacional. En mi fuero más íntimo resultó, además, muy
conmovedor. Confirmé algo que hasta allí solo presentía: que, por
encima de las diferencias generadas por la elección metropolitana,
Kirchner confiaba en mí y me demostraba su generosidad. Experi-
menté un entusiasmo súbito, casi épico, propio de quien se siente
actor en la construcción del futuro.
Sin embargo, no perdí de vista que había llegado a la diputación
porteña representando al duhaldismo e integrando una lista de legisla-
dores de acuerdo con las instrucciones políticas recibidas del jefe del
peronismo bonaerense. Precisamente por eso, me sentí obligado a
contarle a Duhalde la conversación mantenida con Kirchner.
En ese tiempo, Duhalde estaba· encantado con Ruckauf. Solía
decirnos que con él los peronistas porteños habíamos encontrado un
candidato que sabía interpretar a la clase media urbana. Esa construc-
ción de Duhalde partía, prácticamente, de una única premisa: ante la
preocupación por la inseguridad, Ruckauf era, con su "mano dura" y
su "meta bala", quien mejor respondía.a la demanda ciudadana de
entonces. Nunca participé de semejante visión y de la misma manera ·
se lo transmitía.
Fui a ver a Duhalde en las oficinas que ocupaba en un edificio
pegado al mítico Café Tortoni. Al llegar, lo encontré acompañado por
muy poca gente, solo su grupo más cercano. Me recibió con la calidez
que siempre me prodigó y cambiamos opiniones sobre la situación
general del país. Pero a poco de hablar, fui directamente al grano. Le
conté que había tenido una larga charla con Kirchner y que yo creía
que había llegado el momento de ayudarlo a conformar un espacio
propio que lo tuviera como referente.
-No quiero que se lo cuente otra persona, quiero ser yo quien se
lo transmita. A partir de este momento, voy a trabajar con Néstor
Kirchner -le informé; procurando que lo dicho no sonara rupturista.

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Con cierta prevención, esperaba que Duhalde se sorprendiera con
tni comentario. Me equivoqué. Tal vez, después de su derrota electo-
ral, estaba dispuesto a restarle importancia al alejamiento de un com-
pañero de ruta.
-Está muy bien, metele con el Flaco ... Es un loco, pero es un
amigo. Ayudalo -me respondió de muy buen modo.
En realidad, presentí que me estaba respondiendo con ligereza,
que pensaba que todo era parte de nuestra locura y que, finalmente,
creía que no llegaríamos demasiado lejos. Con el tiempo confirmé mi
presentimiento. En charlas posteriores me di cuenta de que Duhalde
daba por sentado que no nos estábamos yendo a ningún lado, sino que
nos habíamos embarcado en una aventura, algo así como el sueño de
una noche de verano, y que al chocamos con la realidad, volveríamos
indefectiblemente a su lado.
Me impresionó esa respuesta de parte de un hombre al que siempre
le he guardado consideración y respeto. A pesar de sus gestos afectuo-
sos, descubrí que, a su manera, me había tratado como a un loco román-
tico a quien no iba a contradecir. Nunca tuve ocasión de contarle mi
impresión, pero estoy seguro de que, si él recordara ese encuentro,
reflexionaría sobre la liviandad con la que analizó el asunto.
Al margen de mis sensaciones, mi relación personal con Duhalde se
prolongó en el tiempo. Siempre· nos respetamos y nos tratamos con
afecto. Pero, aun cuando permanentemente nos dispensamos una rela-
ción amable, nunca me sentí parte plena de su intimidad política. Creo
que ello obedeció, en alguna medida, a que su grupo más cercano me
observó en todo momento con reticencia. Ese peronismo bonaerense,
tan verticalista y con poca vocación por el debate, siempre ha rechaza-
do a quienes proponemos revisar conceptos y descreer de los dogmas.
La misma noche de mi encuentro con Duhalde, le conté a Kirch-
ner cómo se había desarrollado la conversación. Seriamente convenci-
do de que podíamos lograr nuestros objetivos, quise evitar especula-
ciones, dobleces o dudas.
Kirchner me escuchó con atención. Valoró mi sinceridad y mi
compromiso. Solo le vi cierto gesto de malestar cuando le conté la
reacción de Duhalde. Sintió que no lo creía capaz de semejante empre-
sa y que, en alguna medida, lo "ninguneaba".
A partir de ese momento nunca hice en política algo que no lo
supiera Kirchner. Él empezó a viajar desde Santa Cruz a Buenos
Aires, se quedaba dos o tres días y en ese tiempo nos dedicábamos
a trabajar juntos.

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De Kirchner sabían poco en la ciudad. Quienes lo conocían tení-
an de él la imagen de un hombre intelectualmente honesto, buen
administrador y políticamente combativo. De todos modos, a él le lla-
maba la atención que para el porteño común fuera prácticamente un
desconocido. Solía preguntarse cómo era posible que, después de tres
mandatos como gobernador de Santa Cruz, supieran tan poco de él.
En parte, comprobar esa realidad lo predisponía mal hacia quienes
vivíamos en la ciudad.
U na tarde, en mi casa, le mostré unas encuestas. Apenas dos de cada
diez personas del área metropolitana -Capital y Gran Buenos Aires-
lo reconocían. Observé un inusual gesto de frustración que poco a poco
devino en desazón, a medida que avanzaba sobre el estudio.
-Así son los porteños -me dijo malhumorado-. En la Patago-
nia me conoce el noventa por ciento de la gente y aquí me ignoran.
-Aquí todos somos anónimos y es más difícil que nos registren
-expliqué, a modo de disculpa-, pero no podés ignorar que en las
cuatro manzanas que rodean este departamento vive tanta gente como
en Río Gallegos.
La comparación terminó por profundizar su disgusto, pero le per-
mitió entender de otro modo no solo esa realidad, sino, lo que era más
importante, el enorme desafío que nos proponíamos enfrentar.
Lo cierto es que, por entonces, éramos muy pocos los que est·ába-
mos involucrados en la aventura. Solo Néstor y yo. Cristina, por
supuesto, sabía de la empresa, pero desconfiaba de su éxito.
Muchos santacruceños estaban concentrados en la gestión del
gobierno. Era el caso de Héctor Icazuriaga, Julio De Vida y Carlos
Zannini. Otros, que residían durante más tiempo eri"'Buenos Aires,
como Sergio Acevedo, Daniel Varizat o Dante Dovena, solían conver-
sar con Kirchner algunos asuntos puntuales.
Como todo comienzo, no fue un lecho de rosas. Todos se encar-
gaban de hacerme notar que. era una locura que Kirchner pudiera,
·algún día, presidir la Argentina. Cristina misma solía preocuparme
diciéndome que, impulsándolo a Néstor en esa aventura, ponía en
riesgo el gobierno santacruceño. .
Pero yo no escuchaba. Estaba convencido de lo que hacíamos.
Veía que en la Argentina se estaba viviendo un momento único, abso-
lutamente crítico para la política establecida y favorable para el surgi-
miento de una dirigencia alternativa. Kirchner era un político diferen-
te, al que había que mostrar tal cual era. No se trataba de un político
·hecho a la medida de la demanda mediática y social. Era mucho más

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que eso. En él anidaba un dirigente sin pasado cuestionable, que ofre-
cía, como garantía, una buena gestión al frente de una gobernación, y
cuyo discurso confrontativo desnudaba la decadencia política que
atravesábamos. Aunque su oratoria no era de las mejores, la lógica que
exponía con sus palabras terminaba por seducir a quien lo oía.
Así, con todas esas dificultades y con todos esos sueños, afronta-
mos la tarea de marchar hacia la Presidencia de la Nación.

EL JUEGO·DE LAS DIFERENCIAS

Los contrastes que la política ofrecía eran inmensos y cada vez me


convencía más de que Kirchner podía ubicarse en el resquicio forma-
do por un peronismo en proceso de atomización y una Alianza que ya
estaba defraudando las expectativas sociales. Algunos hechos me
hicieron sentir que nuestro proyecto era posible.
El primero de ellos ocurrió a comienzos del año 2001. Duhalde
convocó a una cena a sus seguidores en la Capital. El personaje cen-
tral era Ruckauf. Le informé a Néstor que participaría junto con todo
el duhaldismo porteño: Jorge Argüello, Alberto Iribarne, Roberto
Digón, Julio Vitobello y unos pocos más.
Con su habitual estilo pausado, Duhalde, mientras saboreábamos
unos exquisitos mariscos servidos en Oviedo, repentinamente nos
hizo una incomprensible invitación:
-Miren, tenemos el candidato a presidente de la Argentina: es
Ruckauf. Ha ganado la provincia de Buenos Aires cómodamente y
está muy bien visto en la Capital. Los invité para que ustedes se pon-
gan a trabajar con él con miras a 2003 -dijo.
Inmediatamente después, Ruckauf ensayó un breve discurso en el
que expresó su vocación de ser candidato presidencial y, para sorpre-
sa de unos cuantos, reivindicó su política de "mano dura" como meca-
nismo útil de combate a la inseguridad.
Estaba azorado. No entendía bien qué hacía yo, como algunos otros,
. en ese lugar. Y menos comprendía el discurso de "oportunismo repre-
sor" pronunciado por Ruckauf. Mi cara ya estaría mostrando mi males-
tar con Duhalde cuando, entre atónito e indignado, tomé la palabra:
-Todos saben que estoy trabajando con Kirchner y cómo pienso
respecto de las cosas que se están diciendo. Confieso sentirme bastan-
te confundido. Es más, creo que se equivocaron al invitarme. Carlos
-dije mirándolo a Ruckauf-, pensando de ese modo no creo que

-46-
seas el candidato que la Argentina necesita y, menos aún, el candidato
ideal para los porteños -le advertí.
-'-¿Por qué decís éso? -me dijo, asombrado.
-En la Capital, el discurso "mano dura" no gusta. No es que sue-
ne mal al oído: nos parece que carece de sentido técnico y filosófico.
-No, nene -me dijo, mientras me daba un abrazo casi paternal-,
los porteños quieren que les saques a los delincuentes del medio, lo que
te piden es que no les cuentes cómo lo hacés --concluyó.
-Si es así, no cuentes conmigo -respondí rápido, para no dar
margen a dudas.
El enojo me había ganado y la tensión se hizo notoria. Duhalde
intentó superar el clima, clausuró el tema y dijo que eran visiones dis-
tintas, que se imponía un debate más profundo. La cena continuó y la
conversación se fue por otras ramas mucho menos tensas.
Casi todos ellos pensaban, y así me lo transmitieron, que la idea de
que Kirchner pudiera ser presidente era lisa y llanamente una locura.
Agregaban, entre sonrisas, que solo yo podía sostenerla. Lejos de
desalentarme, escucharlo a Ruckauf me confirmó que estaba en el
camino correcto.
Concluida la cena, lo llamé a Kirchner,
-Más que nunca hagamos algo, porque si éste es el candidato que
nos van a proponer en reemplazo de De la Rúa, estamos muertos -le
dije esa noche.
Kirchner se reconfortó con mis dichos. Solo lo preocupó que
Duhalde estuviera involucrado en semejante proyecto. De todos
modos, los dos sentimos que la marcha iniciada tenía, más que nunca,
razón de ser.
En ese escenario, el 6 de octubre de 2001, el progresismo debió
enfrentar su momento
t
más crítico. Carlos "Chacho" Álvarez renun-
ció a la vicepresidencia de la República, a raíz de la denuncias de coi-
mas en el Senado para la aprobación de la ley de flexibilización labo-
ral. Aunque institucionalmente la decisión era problemática, porque
muchos vieron allí el comienzo del fin de De la Rúa, para nosotros
esa renuncia podía ser un punto de inflexión, una oportunidad para
que la política recuperara cierta esencia ética perdida. Aun así,
aumentaba la incertidumbre porque con el alejamiento de Álvarez
también se consolidaba en el poder una estructura viciada a la que él
mismo aparecía combatiendo.
Una semana después, escribí un artículo en Clarín en el que anali-
cé el contexto creado y planteé lo que a mi juicio era el verdadero

-47-
desafío que esa renuncia encerraba. Se titulaba "Una nueva política
empieza por la ética", en cuyas últimas líneas expresaba:

"Se ha abierto una nueva instancia en la política argenti-


na y su causa eficiente ha sido la decisión personal de Carlos
Álvarez. Hoy, todos los límites partidarios se han relativiza-
do y, en sintonía con el reclamo general, somos muchos los
decididos a acompañarlo en la fundación de otra política en
la que el logro de objetivos solo sea el resultado de consen-
sos transparentes y no de dádivas obscenas. Una semana des-
pués, entre tantas declaraciones altisonantes, una renuncia
parece haberse convertido en la génesis de una nueva políti-
ca, más atenta a la gente y a sus carencias que a las miserias
de quienes ejercen el poder. A Carlos Álvarez le cabe el méri-
to de ser el abanderado de ese tiempo que todávía es' una
expectativa y la responsabilidad de no convertirlo en el sue-
ño de una noche de verano".

En la nota delineé por primera vez mi idea de la transversalidad, la


relativización de los límites partidarios y la necesidad de refundar un
nuevo modo de hacer política, donde podíamos encontrarnos militan-
tes y dirigentes de distintos orígenes. Creía que en los grandes parti-
dos aparecían elementos claramente antagónicos: espacios más pro-
gresistas junto a otros definitivamente conservadores, amparados bajo
el manto del radicalismo o del peronismo. Advertía la necesidad de
construir nuevos espacios fundados en ideologías y valores comunes
antes que en la búsqueda partidaria del poder. ·
La renuncia de Chacho no logró impulsar la consolidación de esa
revolución ética reclamada por millones de argentinos. Aunque siem-
pre reconocí en él a un hombre de conducta, después de la renuncia su
propia fuerza política lo llenó. de culpa y lo obligó a privilegiar la per-
manencia en el poder antes que a profundizar las diferencias de las que
podía emerger un nuevo tiempo político. Sin embargo, Chacho tuvo
un gesto digno que merece ser reivindicado. Dejó sus funciones cuan-
do entendió que sus ideas y su conducta no le interesaban al gobierno
que integraba. Cuando observó que sus convicciones lo convertían en
un obstáculo, abandonó el poder y volvió a la vida austera de siempre.
Su proceder fue tan distinto del cruel sentido especulativo demostra-
do por Ruckauf en aquella cena, tan dignamente despojado, que siem-
pre destacaré su valor político.

-48-
Años más tarde, cuando Kirchner llegó al gobierno, le propuse
reinsertar a Chacho en la política argentina, porque todavía tenía
mucho para ofrecerle al progresismo. Chacho aceptó y yo creí perci-
bir que sentía sobre sus espaldas -y tal vez aún la sienta-la carga de
aquella decisión que lo alejó de la vicepresidencia.
Cuando la crisis aumentó, Kirchner empezó a destacarse del resto
de los gobernadores por sus posiciones cada vez más confrontativas.
La tensión alcanzó su máxima expresión cuando el gobierno nacional,
como producto del plan económico de Machinea, reclamó la firma de
nuevos pactos fiscales con las provincias. Kirchner entendía que esos
pactos vulneraban el federalismo, que el Estado nacional concentraba
todos los recursos en desmedro de las provincias. Además, existía una
amenaza constante de quitarle a las provincias patagónicas los subsi-
dios al gas y a la electricidad y eso lo inquietaba particularmente.
Después de que Machinea llevara adelante su reforma al impuesto
a las ganancias y concentrara con ello el enojo de toda la clase media
argentina, el inicio de su fin fue fácil de vislumbrar. Cuando llegó en
su reemplazo Ricardo López Murphy, la suerte del gobierno de la
Alianza parecía sellada. El nuevo ministro tardó quince días en elabo-
rar su plan económico y cuando lo presentó, generó tal revuelo polí-
tico y social que debió renunciar. Así de efímera y patética fue esa ges-
tión, de la que participaron Daniel Artana y Manuel Solanet, habitua-
les analistas de la realidad nacional.
En ese momento comenzó a circular la versión de que Cavallo
asumiría como presidente del Banco Central. Al enterarme, fui a ver-
lo junto a Iribarne y le anticipé que no iba a seguir acompañando su
bloque de legisladores, porque, inexplicablemente, se convertiría en
funcionario de una gestión a la que, junto con nosotros, se había
opuesto poco tiempo antes.
Cavallo nos pidió "entender lo que estaba pasando". Nos presen-
tó un panorama que lo colocaba a él en el sitio de un salvador de la
Patria. Disfrutaba con la idea de sentirse un luchador heroico ante la
adversidad. Sostenía que, si se hacía cargo de la economía, su nombre
bastaría para que la Argentina recuperara el crédito internacional.
Cuando concluyó ese encuentro, Alberto Iribarne y yo camina-
mos varios metros en silencio reflexionando sobre lo que habíamos
oído. Era obvio que la designación de Cavallo no tenía vuelta atrás.
-La primera cosa que tengo en claro es que me voy del bloque, y
la segunda, que si la que ha dado Cavallo es la visión predominante en
el gobierno, estamos defintivamente muy mal-le comenté a Alberto.

/
-49-
En poco tiempo vivencié tres realidades muy distintas de la políti-
ca: el oportunismo amoral de Ruckauf, la honestidad sin destino polí-
tico de Chacho Álvarez y el voluntarismo narcisista de Cavallo. Todo
ello me ayudó a entender mejor hacia dónde quería encáminarme.

KIRCHNER Y CAVALLO

Cavallo y Kirchner siempre se dispensaron un respeto distante. A


Kirchner le llamaba la atención la actitud innovadora y desafiante de
Cavallo. Pensaba que con su convertibilidad había puesto fin -a un alto
costo- a muchos años de inflación galopante en el país y lo veía como
un representante inteligente de la derecha argentina, que le había otorga-
do contenido intelectual a la aventura conservadora del menemismo.
Para Ca vallo, Kirchner era, por sobre todas las cosas, un buen admi-
nistrador. En la Argentina de fines del siglo XX, signada por el descon-
trol fiscal, un gobernador que ahorraba recursos, que preservaba el
equilibrio de las cuentas públicas y que no enfrentaba problemas serios
de desocupación merecía el respeto de un técnico de la economía.
Para comprender estos conceptos, retrocederé unos años. En
1999, y sin comulgar con su pensamiento, Kirchner-llegó a considerar
a Cavallo un buen compañero de fórmula de Eduardo Duhalde para
aquellas elecciones nacionales en las que finalmente lo acompañó Pali-
to Ortega. Explicaba su razonamiento desde una óptica absolutamen-
te pragmática. Decía que si el progresismo y la centroizquierda habí-
an encontrado en la Alianza un proyecto confiable, el peronismo
debía proponerse como una alternativa para el resto de los ciudada-
nos, definitivamente más conservadores.
-Al fin y al cabo, es preferible Cavallo a Palito Ortega -solía
decir justificando su pensamiento.
Convencido, llegó a plantearle su parecer al mismo Duhalde y
hasta se ocupó de organizar una reunión con Cavallo para que los tres
analizaran su propuesta. Aunque la idea no prosperó, Cavallo se com-
prometió a retirar a sus candidatos de la contienda bonaerense, lo cual
fue útil para que Ruckauf se alzara con la victoria en el distrito más
populoso del país. Irónicamente, ese resultado, que para nada alegra-
ba a Kirchner, parecía darle la razón a su criterio.
De ahí que, cuando Cristina cuestionó la postulación de Cavallo
como jefe de gobierno porteño, me permití recordarle la historia que
acabo de contar.

-50-
-No te entiendo -le dije entonces-. Resulta que Cavallo no
puede gobernar la ciudad y ustedes querían hacerlo vicepresidente de
la República -le reproché con ironía.
El día anterior a su asunción como ministro de Economía de De la
Rúa, Cavallo me llamó para pedirme que organizara una reunión con
Kirchner y Ramón Puerta. No estábamos en nuestro mejor momento.
Él sabía bien cuánto le objetaba su ingreso al gobierno de ti Alianza. Sin
embargo, Cavallo no tuvo en cuenta esa situación. Le interesaba reor-
ganizar la economía y hablar con los gobernadores peronistas; quería
acordar con ellos lo que él llamaba celas bases de la gobernabilidad". Le
prometí transmitirle a Kirchner su inquietud, pero 1e anticipé su dis-
gusto con la propuesta de López Murphy de quitar los subsidios al gas
y a la electricidad a las provincias del sur. Solo después de que Cavallo
me aseguró que él daría marcha atrás con esas medidas, me ocupé de
hablar con Néstor y de organizar el encuentro.
El mismo día en que Cavallo juraba por segunda vez como minis-
tro de Economía, nos reunimos al mediodía en mi departamento de la
Avenida Callao. Allí llegaron Kirchner, Puerta, Carlos Bastos y Cava-
llo. Fue una charla singular. Todos advertimos una enorme ansiedad
en Cavallo. La cara de Kirchner denotaba incredulidad ante todo lo
que Cavallo decía. Tanto era así que hasta el propio Cavallo lo advir-
tió y trató de tranquilizarlo.
-¿No me creés? No te preocupes, ahora estoy más keynesiano
que vos -le dijo a Kirchner dibujando una sonrisa en su rostro.
-¿Y por qué debo creerte? -preguntó Kirchner lleno de des-
confianza.
-Vamos a cambiar todo lo que haga falta. Debimos abandonar la
convertibilidad hace ya mucho tiempo. El piloto automático de
Menem fue mortal. Ahora hay que salir de ella impulsando una canas-
ta de monedas para favorecer nuestras exportaciones. Estoy seguro de
que podremos salir adelante -cerró Cavallo.
Lo escuchamos con atención. Cuando advirtió nuestro interés,
lanzó una batería de ideas sobre el futuro, con el mismo tono exalta-
do y optimista que había gobernado hasta allí todo el encuentro.
-Tienen que estar tranquilos. Está todo el mundo pendiente de
que nosotros podamos salir de esta crisis. Mañana, cuando digan que
yo soy el nuevo Ministro de Economía, todos los capitales americanos
van a mirar a la Argentina y van a venir -repitió, sin reparos, para
nuestro asombro.

-51-
Quedamos absolutamente desorientados. Era tal su convicc10n
que hasta lograba hacernos dudar. Las encuestas de esos días decían
que Cavallo contaba con una imagen positiva superior al 75 por cien-
to. Muchos pensaban que el creador de la convertibilidad era el único
capaz de desmontarla; la inoperancia del gobierno de la Alianza pro-
fundizaba esa sensación de confianza en él.
Ya en funciones, fue evidente que los objetivos de Cavallo eran
difíciles de alcanzar. Su canasta de monedas denotó su decisión de
ponerle fin a la convertibilidad y ello generó una sangría de divisas que
en poco menos de nueve meses permitió que emigraran más de vein-
titrés mil millones de dólares. El colapso financiero determinó la con-
creción del megacanje, del corralito y, finalmente, de la crisis terminal
de diciembre de 2001.
Cuando el clima ya se había enrarecido porque era evidente que
Cavallo no lograba dar en la tecla con sus decisiones, un día fui llama-
do de urgencia desde el Consejo Federal de Inversiones. Cavallo y los
gobernadores estaban compartiendo una reunión muy tensa. Daniel
Muñoz, secretario de Kirchner, me lo advirtió y agregó que Kirchner
se estaba poniendo nervioso, de ahí el llamado.
El debate se centraba en la participación de las provincias en los
ingresos fiscales. Cavallo buscaba un nuevo Pacto Fiscal que dejara
más recursos en la N ación y Kirchner cargó duro contra esa posición.
El debate fue adquiriendo una temperatura peligrosa.
-Vos no entendés nada de los que estamos hablando -le dijo en
un momento Cavallo a Kirchner, subestimándolo.
Kirchner perdió la paciencia y la compostura y casi se lanzó a una
pelea cuerpo a cuerpo.
-¡Me cansaste, no me trates más como un chico! ¡Sé muy bien de
lo que te estoy hablando! El que no entiende sos vos y yo voy a hacer-
te entender -le gritaba, mientras se acercaba amenazante a Cavallo.
Lo frenó Rubén Marín, que lo tomó del brazo y logró calmarlo.
La reunión quedó allí mientras Cavallo trataba de disculparse sin
suerte. Atribuía la trifulca a su habitual intemperancia.
Con todo, nada parecía frenarlo. Reiteró su pedido de intermedia-
ción con Kirchner antes de la presentación de un nuevo paquete de
medidas: pedía la sanción de una ley para reformular el Estado, que le
diera facultades extraordinarias como Ministro de Economía para
disolver entidades, crear y aumentar impuestos y hasta privatizar
empresas públicas sin intervención del Congreso-, mientras prevenía
que la suerte del gobierno del que era parte estaba seriamente minada.

-52-
Para convencerme, me propuso algo aún más insólito: me pidió
que el gobierno de Santa Cruz retornara sus ahorros a la Argentina
para financiar el déficit de las provincias. A su juicio, la gestión finan-
ciera de Kirchner era deficiente, porque estaba obteniendo el 1,5 o 2
por ciento de interés cuando en la Argentina podían darle el 30 o el 40
por ciento. Prestándole el dinero a las provincias argentinas a esa tasa,
obtendría mejores resultados y acabaría por condicionarlas.
-¿Qué es lo que me está planteando? -pregunté, perplejo.
-Kirchner tiene que traer la plata que la provincia de Santa Cruz
resguardó en el exterior y hacer un fondo para prestarle a las demás pro-
vincias -me explicó, como si estuviera exponiendo una idea brillante.
-¿Cómo le voy a plantear una cosa semejante a Kirchner? -sos-
tuve, azorado.
-Si Kirchner no condiciona a los gobernadores, nunca va a ser Pre-
sidente-, remató Cavallo, ya en un tono que denotaba poca tolerancia.
-Una cosa es condicionar políticas y otra es tirar la plata en un
pozo ciego -alcancé a argumentar defintivamente espantado por lo
que estaba oyendo.
-Entonces vos no tenés confianza -gritó.
-El problema no es mi falta de confianza, es la falta de confianza
de los que a diario sacan sus recursos del país -respondí, ya molesto.
Inmediatamente después volvió a despotricar contra todos y, en
primer lugar, contra el radicalismo, con el que estaba muy fastidiado
porque no lo apoyaban en el Congreso Nacional.
Me rogó que hiciera la consulta con N éstor. Solo me comprometí
a transmitirla pero le anticipé la casi segura negativa. Imaginaba de
antemano la respuesta ante lo insostenible del planteo.
Al día siguiente llamé por teléfono a Kirchner y le comenté lo suce-
dido. Obviamente, reaccionó como yo pensaba y compartió mi análisis.
Yo sabía que cuando él había comprado bonos de la Reserva Federal
Norteamericana había resignado puntos de tasa de interés a cambio de
seguridad. Muchas veces habíamos hablado del tema. En una época en
la que los bancos argentinqs prestaban dinero a las provincias a una tasa
superior al30 por ciento y con la garantía de la cuota de coparticipación,
Kirchner había preferido no arriesgar los ahorros provinciales. Estaba
convencido de que era preferible ganar poco con seguridad que preten-
der ganar altos intereses con dinero prestado a insolventes.
No le trasmití a Cavallo la rotunda negativa de Kirchner y nunca
más llamó para conocer la respuesta a lo que había propuesto.

-53-
LA DEBACLE

Aquella fue la última vez que Kirchner se cruzó con Cavallo.


Cuando sobrevino el fin de la Alianza, en la noche del 19 de diciem-
bre de 2001, Kirchner estaba en su casa de Juncal y Uruguay. Lo escu-
ché ansioso cuando me llamó.
-Acá abajo hay unos tipos peleándose -me dijo.
-¿Cómo peleándose? -pregunté.
-Sí, hay un ruido enorme. No sé que pasa. La gente está saliendo
a la vereda.
Cuando corté, me asomé a la calle y escuché un alboroto crecien-
te. Recuerdo que estaba en el balcón y empecé a ver una multitud cada
vez más compacta gritando, golpeando sus cacerolas. Lo llamé desde
el teléfono inalámbrico.
-No es gente aislada peleándose; estalló la crisis, Néstor.
A los pocos minutos, me llamó nuevamente. En todas partes
había manifestaciones, gente decidida a marchar hacia la Plaza de
Mayo. Me pidió que fuera a su casa. Cuando salí, la marea humana
era incontenible. Me llamó la atención la composición social de la
protesta en los barrios que atravesé: eran ciudadanos de clase media
y alta que habían votado a De la Rúa. Ese gobierno acababa de des-
pojarlos de sus ahorros.
Caminé hasta la casa de Kirchner y desde allí fuimos hasta Molie-
re. Analizamos lo que sucedía, sin parar de tomar té y café. Pasada la
medianoche,_ regresamos caminando a su casa. Encontramos hombres
y mujeres que volvían de Plaza de Mayo. Algunos, al reconocerlo, lo
impulsaban a que tomara distancia de los políticos.
Lo dejé a Néstor en su departamento y seguí hasta el mío. Ambos
nos fuimos a dormir sin saber aún que Cavallo había renunciado, una
decisión con la que se intentaba descomprimir el estallido. Tampoco
previmos que ·al día siguiente comenzaría la debacle con la represión y
la renuncia de De la Rúa.
Finalmente, De la Rúa se fue. Kirchner estaba ganando un prota-
gonismo más sólido; era uno de los gobernadores peronistas del inte-
rior con mayor presencia nacional. En ese momento existía lo que
algunos llamaban la "liga de los gobernadores", una suerte de ·canal
común promovido por todos los gobernadores peronistas, en el que
Kirchner asumía cierta posición de liderazgo. Esa "liga" había traba-
jado tenazmente para impulsar a Ramón Puerta como Presidente Pro-
visional del Senado, previendo la inestabilidad del gobierno aliancista.

-54-
A De la Rúa lo reemplazaron, sucesivamente, Ramón Puerta y
Eduardo Camaño. Ninguno de los dos permaneció más de cuarenta y
ocho horas en el cargo. En medio de la crisis, la asamblea legislativa eli-
gió a Adolfo Rodríguez Saá para ejercer la presidencia, quien, cuando
se hizo cargo del poder, le propuso a Kirchner la Jefatura de Gabinete.
Por supuesto, la negativa fue rotunda. Ya entonces Kirchner pen-
saba que el puntano tenía cierta personalidad impredecible.
El mismo día en que Rodríguez Saá asumió la presidencia -el 23
de diciembre de 2001- y dio su discurso ante el Congreso, nosotros
habíamos convocado una reunión de La Corriente, el nombre con el
que bautizamos nuestro espacio político. Nos reunimos en un local
alquilado de la calle Alberti, entre Rivadavia e Hipólito Yrigoyen. Allí
estábamos muchos de los que inicialmente habíamos conformado el
Grupo Calafate; entre ellos, Talento, Vitali e Ivancich.
Recuerdo que antes de ir a la reunión, mientras esperábamos la lle-
gada de Kirchner, escuchamos en un bar el discurso de Rodríguez Saá.
Allí oímos, para nuestro asombro, la insólita declaración de default y
el extraño plan de gobierno que pensaba llevar adelante alguien que se
hacía cargo de una gestión provisional.
Poco después de que Rodríguez Saa concluyera su discurso,
Kirchner llegó desolado a nuestro punto de encuentro.
-Esto es un desastre y va a terminar muy mal. Este hombre está
haciendo locuras -nos dijo.
Casi desanimados, comenzamos nuestra asamblea. Éramos alrede-
dor de 200 militantes. Hice un análisis de la situación, planteé la nece-
sidad de prepararnos para las próximas elecciones que, esperábamos,
fueran convocadas para los noventa días subsiguientes. Advertí a
todos que debíamos prepararnos para impulsar una propuesta genui-
na, que representara nuestras convicciones y expectativas.
Luego habló Kirchner. Su discurso fue crítico hacia la situación
política, tanto por el rol cumplido por la Alianza como por las distin-
tas salidas que los gobernadores peronistas proponían frente a la cri-
sis. Acordamos, entonces, que Kirchner fuera nuestro candidato a
Presidente y que, para lograrlo, había que comenzar a trabajar de
inmediato en la conformación de nuestro propio partido político.
Aunque nada de lo que se vislumbraba era simple, todos sentimos
un gran alivio porque habíamos dado un paso muy importante: com-
prometernos en la pelea por la próxima elección presidencial.
Un día después de que Rodríguez Saá asumiera la Presidencia,
Kirchner lo visitó en la Casa Rosada. En las calles ya se hablaba del

-55-
llamado a elecciones y se comentaba que Kirchner podía ser uno de
los candidatos.
En ese tiempo, en el hall de ingreso a la Casa Rosada solía haber
un micrófono de pie. Allí se detenían a hacer declaraciones ante la
prensa quienes visitaban al Presidente. Como esa costumbre se había
consolidado, le anticipé a Kirchner que se preparara para el interroga-
torio periodístico. ·
-Te van a preguntar si vas a ser candidato, ¿qué vas a contestar?
-le dije apurando una definición.
-No lo sé -respondió, haciéndose el distraído.
-Deberías prepararte porque te lo van a preguntar -insistí..
-¿Y por qué me' lo van a preguntar? -retrucó con un dejo de
malestar.
-Porque es lo único que puede interesarles saber de vos. Ahora,
si no estás convencido, decímelo porque tal vez estoy poniendo mi
esfuerzo en el lugar equivocado -rematé, buscando azuzarlo.
Sin darme respuesta, marchó a la reunión. Lo esperé en un bar de
la esquina de Bolívar e Hipólito Yrigoyen. Allí vi cuando los perio-
distas lo abordaban y, obviamente, le formularon la pregunta que
Kirchner no hubiera querido escuchar en ese momento.
-¿Va a presentarse como candidato? -preguntó un periodista
acreditado en Casa de Gobierno.
-Sí -contestó Kirchner, lacónico. Dejó pasar un instante y agre-
gó que lo haría para representar a quienes nadie defendía.
Así, por primera vez, hizo público su deseo de competir en las
urnas por la Presidencia.
Llegó al bar exultante. Parecía un alumno que acababa de dar su
última materia. Se acercó a la mesa en la que saboreaba mi café y, son-
riente, me preguntó si lo había visto por televisión.
-Te vi. Ahora no hay posibilidades de dar marcha atrás, vas a ser
presidente! -le dije, lleno de alegría. Yo creo que en ese momento, en
el medio de la enorme crisis que vivía la Argentina, de verdad creía-
mos que lo íbamos a lograr.
Brevemente me contó la reunión con Rodríguez Saá, pero ese
encuentro había pasado a un segundo plano. Kirchner sentía que aca-
baba de ocurrir algo mucho más importante: había hecho pública su
vocación por ser candidato y sabía que, de allí en más, la marcha hacia
la presidencia se volvería inexorable.
Hablaba rápido, sin parar. Tanto que sus palabras por momentos se
superponían. Quería sacar de ad(;!ntro todos los proyectos que se cruzaban

-56-
por su cabeza; me daba indicaciones desordenadas tratando de insuflar-
me la sensación de que empezábamos nuestra gesta tan soñada.
En ese instante, la pantalla de Crónica TV mostraba su clásico
anuncio de fondo rojo y un texto con "letras catástrofe" que decía:
"KIRCHNER SERÁ CANDIDATO".
-¿Viste? Era lo único que les interesaba -dije, tratando de pro-
bar el acierto de mi análisis.
Estábamos contentos, y así emprendimos viaje hasta su depar-
tamento.
Al vernos llegar, Cristina lo encaró sin darle respiro.
-Te vi, ¿cómo dijiste eso? -preguntó mientras fruncía el ceño.
-Dije la verdad, voy a ser candidato -contestó con cierta displi-
cencia.
-Vos sabés que del ridículo no se vuelve -sentenció Cristina,
tratando de preservar el buen tono-. No sé cómo vas a salir de esto.
Yo guardaba silencio ante el diálogo. Solo dibujaba una sonrisa
buscando la indulgencia de Cristina. Pero cuando Néstor fue a dejar
su saco a su habitación, me encaró dejando de lado el buen tono.
-¿No te das cuenta de lo que están haciendo? Están poniendo en
riesgo la gobernación de Santa Cruz -me recriminó sin vueltas.
-Vamos a poder, no tengas miedo- respondí con una suficiencia
que, en verdad, dejaba al descubierto que teníamos mucha más voca-
ción que argumentos fácticos de acumulación de poder.
Yo no compartía los reparos de Cristina, por eso no oculté mi ale-
gría por la actitqd tomada por Kirchner minutos antes; era imposible
ayudar a ser presidente a alguien que no estaba persuadido de sus
posibilidades. Intenté convencerla señalándole que, si hacíamos bien
las alianzas electorales, por las características del contexto social y
político que se vivía, la victoria no sería un sueño inalcanzable.
Yo hablaba y Cristina solo me miraba con descreimiento. Llegó a
recomendarme que tratara con un analista mi excesivo voluntarismo.
Años más tarde, nos reiríamos juntos al recordar esos momentos.
Cuando Néstor regresó al office, nos sentamos a almorzar y no
volvió a tocarse el tema.

BARAJAR Y DAR DE NUEVO

Transcurridos los siete días de presidencia, Rodríguez Saá aban-


donó el cargo y Duhalde fue elegido en asamblea legislativa. El día de

-57-
su asunción, convocó a Kirchner a una reunión en el Senado. Al lle-
gar, nos encontramos con Jorge Remes Lenicov, luego, su ministro de
Economía. Le preguntamos qué iban a hacer en materia económica.
-La convertibilidad no se puede tocar, debemos ser cuidadosos
-nos respondió Remes sin dejar espacio a duda.
En ese momento, Kirchner pasó a un despacho para entrevistarse
con Duhalde. Recuerdo que Graciela Camaño y Ruckauf entraban y
salían de la oficina en la que estaban reunidos, ocupados en los reto-
ques de lo que sería el discurso de asunción de Duhalde. Al rato,
Kirchner salió de la oficina y mientras nos retirábamos me transmitió
su preocupación.
-¿Viste que Remes Lenicov nos avisó que no iban a tocar la con-
vertibilidad? Bueno, Duhalde dice que ahora va a anunciar que sali-
mos de la convertibilidad ... Vámonos que aquí están enloqueciendo.
Kirchner visualizaba un serio deterioro económico si se abandona-
ba la convertibilidad de un modo insuficientemente delineado. Nadie
entendía cómo haría el gobierno para garantizar, simultáneamente, que
iba a devolver sus ahorros en la misma moneda depositada.
Este tema se transformó en un serio problema que enturbió la
relación entre Kirchner y Duhalde. Muchas veces Kirchner cuestionó
la improvisación en la salida de la convertibilidad. Y, si se tiene en
cuenta que la devaluación desató una recesión mayor y una ~celera­
ción enorme de la inflación, habría sido justo darle la razón.
El 2 de enero, Duhalde juró como Presidente y tomo posesión del
gobierno. Después de la jura, se reunió nuevamente con Kirchner y le
propuso que fuera su Jefe de Gabinete. Ante la oferta tuvimos un lar-
go debate entre nosotros.
Cristina se oponía tenazmente a que Kirchner se convirtiera en fun-
cionario de Duhalde. Creía que eso perjudicaría su imagen social. Pero,
por encima de ello, temía que el gobierno de Duhalde no tuviera un
buen final, impresión fundada esencialmente en lo que había sido su
modo de construcción política en la provincia de Buenos Aires.
Contrariamente a su opinión, yo pensaba que era una gran oportu-
nidad. Si uno de los mayores problemas que Kirchner enfrentaba era su
bajo nivel de conocimiento público, en un cargo como el de Jefe de Gabi-
nete del gobierno nacional rápidamente alcanzaría notoriedad. Otros
compañeros compartieron esta postura. Recuerdo a Eduardo Luis
Duhalde, Dante Dovena y hasta al mismo Julio Bárbaro, a quien, además,
lo enojaba la idea de que Kirchner rechazara la propuesta de Duhalde.
Esa misma noche Néstor, Cristina y yo fuimos a cenar.

-58-
-¿Cómo voy a ser Jefe de Gabinete después de todo lo que hemos
vivido en los últimos dos días? -fundamentó Kirchner-. Por un lado,
Remes Lenicov me anuncia que va para un lado. Entro al despacho del
Presidente y me dice que va a tomar el rumbo contrario. ¿Cómo puedo
hacerme cargo de esa responsabilidad ante semejante cuadro?
-Nosotros tenemos un problema central-le contesté, pensando
solo en la elección nacional-. Tenemos que lograr que te conozcan.
Si vos accedés a la Jefatura de Gabinete, vas a tener una exposición
pública que nos permitirá llegar más fácilmente a la elección.
-Tenés que entender algo -retrucó-. Yo no me·voy a hacer
conocer a cualquier precio porque para eso mato a mi madre y me van
a conocer todos mañana. ¿De qué sirve que me conozcan en el medio
de esta hecatombe?
Al término de esa noche no se tomó decisión alguna. Al día siguien-
te volvimos a encontrarnos en el café Moliere. Cuando Kirchner llegó,
me llevó a una mesa aparte y me dijo que había decidido no aceptar el
cargo. Entendí entonces que el parecer de Cristina había prevalecido.
Concluido el desayuno, lo acompañé a la Casa Rosada, para
comunicarle su decisión a Duhalde. No me equivoco si digo que
Duhalde quedó desubicado; esperaba que todos los gobernadores lo
acompañaran en el gobierno nacional con funciones ejecutivas. Par-
tiendo de esa premisa, ya que Kirchner era el único gobernador que lo
había apoyado desde el primer momento en su candidatura a presi-
dente en 1999, que aceptara estar al frente de la Jefatura de Gabinete
debía parecerle un hecho indiscutible.
Cuando Kirchner le dijo que no, Duhalde no se sintió bien trata-
do. A partir de allí, la relación entre ambos se volvió tensa. Duhalde
comenzó a cuestionar algunas actitudes de Kirchner. Como parte de
esos cuestionamientos, en algún momento Duhalde le comentó a un
periodista que Kirchner era un empleado de los petroleros cuyos inte-
reses protegía. Cuando Kirchner se enteró, no dejó de expresar su
enojo a todo aquel que quisiera escucharlo. Siempre entendió, con
bastante razón, que una imputación de esa naturaleza era tan injusta
que solo conducía a un enfrentamiento ineludible.
Un día, Duhalde convocó a los gobernadores a_ una reunión en
Olivos. Kirchner llegó tan tarde que ya se había iniciado el encuentro
de trabajo. Apenas entró, se acomodó en su lugar en la extensa mesa
de reuniones. Y, sin demasiados rodeos, lo increpó a Duhalde:
-Vos andás diciendo que yo trabajo para los petroleros y eso no
te lo voy a permitir. Vos no estás gobernando bien y cuando te das

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cuenta de que estás haciendo las cosas mal, descargás tus errores en
otro -dijo, gritando.
Duhalde lo escuchó, desde la cabecera de la mesa, sin quitarle la
mirada. Era evidente que hacía un enorme esfuerzo por mantener la
calma. Con tono pausado, le pidió a Kirchner que dejara esa discusión
para otro momento. A partir de ese día, la relación entre ambos se
quebró y Kirchner, que estaba convencido de las afirmaciones de
Duhalde sobre su ética, empezó a maltratarlo públicamente.

LENTA PERO DECIDIDAMENTE

Llegó junio de 2002. Una protesta piquetera derivó en los terri-


bles asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán en el
Puente Pueyrredón, un duro embate para el gobierno de Duhalde,
ya que esas muertes fueron la consecuencia de la feroz represalia
policial. El hecho determinó el fin del gobierno de 'emergencia ins-
tituido a fines de 2001.
Aún seguía muy presente el eslogan "que se vayan todos" y se evi-
denciaba el masivo rechazo de la sociedad a las viejas estructuras polí-
ticas. Los porcentajes de las encuestas electorales eran, cuanto menos,
representativos de esa ofuscación general y denotaban la falta de lide-
razgos. Menem, el candidato mejor posicionado, apenas alcanzaba 15
puntos de intención de voto. K'irchner aparecía como un desconocido
en la sociedad, y acumulaba poco menos de 3 puntos. Adolfo Rodrí-
guez Saá era el tercer candidato. Junto a ellos, el peronismo veía dan-
zar a otros candidatos posibles: Carlos Ruckauf, qu{en virtualmente
había escapado de la gobernación bonaerense para convertirse en can-
ciller del gobierno duhaldista, y Carlos Reutemann y José Manuel de
la Sota, gobernadores de Santa Fe y Córdoba respectivamente.
Pero emergieron nuevas figuras: Elisa Carrió, una radical crítica
del gobierno de la Alianza, y Ricardo López Murphy, también radical
pero del ala profundamente liberal, que buscaba convocar a los secto-
res más conservadores de la sociedad.
Con Néstor nos dimos entonces una estrategia: avanzar lenta-
mente, pero fijando a cada paso po~iciones claras frente a los aconte-
cimientos. Recuerdo que en cuantoldecidimos trabajar para la instala-
ción de Kirchner, convoqué a dos amigos profesionales: Adrián
Kochen y Artemio Lópe~ De ellos requería ayuda en las cuestiones
de prensa y seguimiento de la opinión pública.

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Una tarde, los cité en mis oficinas para que conocieran personal-
mente a Kirchner. Ninguno de los dos mostraba demasiado entusias-
mo por la empresa a la que habían sido convocados, teniendo en cuen-
ta los resultados exiguos de la encuesta inicial preparada por Artemio.
Ambos marcaban las dificultades para imponer, en tan poco tiempo, a
alguien públicamente desconocido. Yo solo les pedí que no hiciéramos
análisis, que en el encuentro con Kirchner procuraran individualizar
todos los aspectos a resaltar como virtudes y nos pusiéramos a traba-
jar inmediatamente en su instalación como candidato.
En ese momento, Kirchner entró en mi despacho. Los presenté y
conversaron sin salirse de las formas que la circunstancia exigía. Cuan-
do Kirchner se fue, los dos se quedaron conmigo. Los miré, pero se
mantenían en silencio. Ansioso por conocer lo que pensaban, les recla-
mé una opinión.
-No se le entiende mucho lo que dice -afirmó López.
-Alberto, ¡tiene un ojo desviado! No se sabe dónde mira -agre-
gó riendo Kochen.
-Kirchner es exactamente lo que se ve -dije, en cuanto me repu-
se de esas .observaciones. Puede gustar o no, pero no es nada más que
lo que se ve. Ese va a ser nuestro concepto: votá lo que ves.
A partir de allí, comenzamos el derrotero. Los dos fueron una
ayuda importante para alcanzar el éxito.
Kirchner renegaba de lo que expresaba el peronismo en esos días. Lo
veía como un partido antiguo, fuertemente corporativo, que no atendía
los reclamos de una sociedad absolutamente disconforme con la política.
Una mañana de los últimos días de junio de 2002, quiso hacerse car-
go de esa demanda ciudadana: tomó la decisión de impulsar la revoca-
ción de todos los mandatos vigentes de legisladores, gobernadores e
intendentes. Pensaba que lo ideal era impulsar la convocatoria desde un
espacio claramente progresista, pararse con más énfasis en ese lugar y
confrontar con un peronismo enteramente aburguesado y sostenedor de
un sistema que, aunque instituido, era cuestionado por la sociedad.
En esa búsqueda, decidimos formalizar el reclamo en compañía de
Aníbal !barra, por entonces Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos
Aires, y de Elisa Carrió, ya escindida del radicalismo y jefa de un ARI
incipiente. La tarea quedó en mis manos.
Con !barra fue más simple. Teníamos un buen trato a partir de mi
condición de legislador porteño y en cuanto le propuse la idea, inme-
diatamente se mostró dispuesto a participar de la iniciativa. Con Carrió
fue más difícil. Para interesada, llamé a Rafael "Balito" Romá, por

-61-
entonces su mano derecha, y con quien había logrado una buena rela-
ción personal cuando se desempeñaba como vicegobernador de Duhal-
de en la provincia de Buenos Aires Hablé con él, le propuse la idea y le
gustó. Me pidió un día para hablarlo con Carrió, me dijo luego que le
costó convencerla pero que finalmente le había dado el visto bueno para
avanzar. Un día más tarde, pusimos en marcha la propuesta.
A la semana siguiente, el viernes 12 de julio de 2002, Kirchner, !ba-
rra y Carrió firmaron un documento en el que reclamaron la caducidad
de todos los cargos electivos ante los comicios que ya habían sido con-
vocados. Luego dieron una conferencia de prensa en la Casa de Santa
Cruz. Tanto !barra como Carrió miraban con desconfianza que la con-
ferencia se llevara a cabo en las oficinas de la provincia, ubicadas en la
ciudad de Buenos Aires. Sin embargo, a ambos los convenció el hecho
de que allí contábamos con la méjor infraestructura necesaria.
Cuando concluyó la conferencia, Kirchner y yo percibimos que
habíamos avanzado y colocado otro mojón: un peronista se hacía eco de
un reclamo de los sectores progresistas de la Argentina. Carrió, por su
parte, advertida del paso dado, salió rápidamente a presentarse como
líder del progresismo mientras negaba enfáticamente un probable acuer-
do electoral con Kirchner. !barra, sin embargo, no cerró esa posibilidad.
Nosotros estábamos satisfechos con la acción emprendida, ubica-
dos en un lugar en el que nos sentíamos cómodos y que era, exacta-
mente, el espacio que la gente exploraba para avanzar en el cambio.
Además, nos mostrábamos como el primer atisbo de un peronismo
progresista que, interviniendo en su vida partidaria, no participaba de
sus malos hábitos políticos ni aceptaba la impunidad de los genocidas.
Algo definitivamente inimaginable en los días que transcurrían.

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3

EL CANDIDATO
PRIMERAS INTENCIONES

La figura de Kirchner sumaba adhesiones pero no las necesarias como


para pensar en el éxito de la misión. Y las elecciones estaban demasiado
cercanas para confiar solo en que el tiempo completaría el trabajo. Allí
nos percatamos de que su postulación necesitaba algún tipo de alianza.
Del conjunto de los candidatos, Menem y López Murphy queda-
ban excluidos. Rodríguez Saá también, porque los votantes de Kirch-
ner no se sentían cómodos con un candidato conservador que solo
exaltaba la liturgia del peronismo más ortodoxo. Con Carrió, Kirch-
ner ya había tenido un acercamiento en el reclamo por la caducidad de
los mandatos, pero una alianza entre ambos difería en sus resultados
según quién encabezara la fórmula. Cuando se indagaba sobre una
fórmula Kirchner-Carrió, se sumaban prácticamente todo's los votan-
tes de ambos candidatos. Pero si la fórmula era Carrió-Kirchner, nos
abandonaba un número i~portante de nuestros votantes identificados
como peronistas.
-Carrió nunca va a querer secundarme ¿Cómo le vamos a plan-
tear esto? -preguntó Kirchner.
-Yo puedo tantear el tema para ver qué posibilidades hay -res-
pondí-, pero existe otra alternativa que no estamos evaluando.
-¿Cuál? -indagó Kirchner.
-Lograr el apoyo de Duhalde. Todas las encuestas muestran que
hay un número importante de personas que no se definen por ningu-
no de los candidatos que compiten. En ese número no olvides que hay
muchos bonaerenses que están sin su candidato. Y además De la Sota
está estancado, no crece.

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Varios encuestadores me habían comentado el nivel de reconoci-
miento social de Duhalde en la provincia de Buenos Aires. Si el análi-
sis era correcto, debíamos captar esos votos duhaldistas logrando su
acompañamiento. Pero había dos problemas que parecían insalvables:
el mal momento que atravesaba la relación entre Kirchner y Duhalde
y la insistencia de este por lograr la candidatura de Reutemann, sobre
la cual insistía una y otra vez. Como segunda alternativa, Duhalde tra-
taba de impulsar el ascenso del cordobés José Manuel de la Sota quien
no lograba posicionarse en las preferencias de los argentinos.
-¿Cómo se te ocurre que Duhalde va a acompañarnos si nuestra
relación es un desastre? -reconoció Kirchner-. Será mejor hablar
con Carrió para ver si juntos podemos hacer algo.
-Yo me ocupo de ver lo de Carrió. Pero pensá en un acerca-
miento con Duhalde. Tal vez podamos avanzar en alguna de esas alter-
nativas -le respondí, tratando de moderar su apreciación.
Lo vi preocupado y dudoso.
Comencé la tarea tratando de informarme sobre la vocación de
Carrió de conformar una alianza. Nuevamente apelé a Rafael "Balito"
Romá para conversar sobre el tema. Conociendo el egocentrismo des-
medido de Carrió, lo hice con escasas expectativas. Aun así, le conté
nuestra voluntad de acuerdo con las prevenciones que surgían de los
estudios de opinión pública con que contábamos.
-Carrió no va a aceptar ser la vicepresidenta de Kirchner ni por
casualidad -me advirtió-. Igual, dejame que lo hable con Graciela
Ocaña y con ella para ver cómo nos va.
Por entonces yo no conocía a Graciela Ocaña, aunque sabía que se
trataba de una persona a quien Carrió escuchaba. Su presencia en esa
discusión podía ser ventajosa. Dos días más tarde, Romá me llamó. Lo
escuché desalentado. Me confirmó que era imposible lograr un acuer-
do porque Carrió quería dar testimonio en el proceso electoral sin
aspiración a_victoria alguna. Era el inicio de su época mística.
La primera alternativa quedó rápidamente desechada. Antes de
seguir con mi gestión, le pregunté a Kirchner si seguía decidido a avan-
zar en un acuerdo con Duhalde. Sabía que para él ésa no era una idea
prometedora, tampocopara Cristina. Ella tenía muchos reparos. Pensa-
ba que era un retroceso en nuestro proyecto ya que representaba, en su
lógica, lo mismo que aquel peronismo que nosotros queríamos superar.
Cuando nos pusimos de acuerdo, Kirchner me avaló en el plan
Duhalde, aunque en su gobierno sumábamos pocas adhesiones. Es más,
muchos de sus miembros acompañaban otros proyectos presidenciales.

-66-
Aníbal Fernández adhería a la postulación presidencial de De la Sota;
Juan Carlos Mazzón impulsaba a Reutemann. Solo contábamos con José
Pampuro, por entonces Secretario General de la Presidencia. Cuando lo
consulté, me expresó que no veía simple lograr que Duhalde, después de
las discusiones que había tenido con Kirchner, quisiera acompañarlo.
Como noté escéptico a Pampuro, opté por llamar directamente a Duhal-
de. Me comuniqué con Fito Bujía, su secretarío privado. Al rato, Bujía
me informó que Duhalde me recibiría al día siguiente, a la tarde.
Comenzaba el día D de nuestra batalla por el gobierno.

DUHALDE ALLANA EL CAMINO

-Eduardo, necesitaba verlo para ver cómo nos ayuda -le dije sin
rodeos.
Duhalde estaba sentado en la mesa principal de su despacho presi-
dencial. Unos minutos antes, tomando café, habíamos hablado generali-
dades sobre la realidad del país, hasta que pude ir al meollo de mi visita.
Cuando llegamos al tema, no hizo nada por ocultar su incomodi-
dad por lo que consideraba un discurso agresivo de Kirchner hacia su
gobierno. Recordaba perfectamente el incidente de Olivos. Además,
decía no entender el esfuerzo de Cristina en el Senado por evitar que la
Ley de Subversión Económica fuera derogada. Esa ley había sido san-
cionada en 1974 y utilizada por la dictadura para penalizar o perseguir
a empresarios nacionales opuestos al régimen militar. Pero en 2002,
después de la crisis financiera, los jueces se valían de ella para investi-
gar la responsabilidad de los banqueros en causas vinculadas a la fuga
de divisas. Que esa ley fuera derogada era una de las condiciones que
había puesto el FMI al gobierno de Duhalde para lograr la asistencia
del organismo en aquellos días en que la Argentina estaba en default.
Cristina se opuso tenazmente y con mucha exposición pública, porque
-merced a una gestión de Vilma Ibarra- llegó a poner el avión de la
gobernación de Santa Cruz a dispo~ición de un senador correntino,
para que llegara a votar a tiempo contra la derogación. N o triunfó por
muy poco. Finalmente, la ley fue derogada el 30 de mayo de 2002.
Intenté explicarle a Duhalde que ya era hora de dejar de lado esas
desavenencias. Al fin y al cabo, Kirchner había sido el único goberna-
dor que lo había acompañado en su campaña presidencial. La dureza
inicial de Duhalde fue cediendo poco a poco y empezó a mostrarse más
permeable. Finalmente, accedió a encontrarse con Kirchner para limar
asperezas y buscar puntos de acuerdo. Creí que mi tarea empezaba a

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rendir frutos. Sin embargo, cuando todo parecía encaminarse, apare-
ció un nuevo problema: ¿en qué lugar se encontrarían?
Duhalde pretendía conversar en la Casa Rosada. "Soy el Presiden-
te", me dijo. Aunque era razonable su pedido, le comenté que Kirch-
ner no quería que los medios reflejaran su visita a Duhalde cuando
todos sabían la tensión que mediaba entre ambos. Lo que no me ani-
mé a contarle a Duhalde era que Kirchner insistía en que fuera a ver-
lo a su departamento de la calle Uruguay. Creo que adivinó mi inten-
ción, porque avanzó increpándome.
-¿Vos esperás qué yo lo vaya· a ver a él a su departamento? -pre-
guntó Duhalde sin ocultar el tono enojoso.
-Bueno -respondí dubitativo y negociador- yo, en esencia,
espero que me ayude, porque es importante que usted y Néstor hablen
para ver si podemos encontrar una salida común. Si no lo logramos le
estaremos allanando el camino a Menem o a Rodríguez Saá.
Este comentario sirvió para que Duhalde saliera de su terquedad.
Yo sabía que ésas eran las dos preocupaciones centrales del entonces
Presidente. En silencio repensó mis palabras.
-Yo siempre quise acompañarlo, pero es el Flaco quien no se deja
acompañar. Son sus modales, sus enojos, los que nunca me dejan ayu-
darlo -agregó con tono de reproche.
-Eso ya es casi secundario. Importa poco. Los dos tenemos el
mismo objetivo de salir adelante en esta elección. Estamos en el mis-
mo barco. Necesitamos su ayuda -insistí.
-Mirá, yo estoy dispuesto a conversar y a ayudar -dijo-, pero
si empezás mandándome a hablar con Kirchner en su departamento
debo decirte que no me parece un buen comienzo ..
Entendí rápidamente. Le propuse que el encuentro se organizara
de otro modo. Me pidió que lo llamara al día siguiente para encontrar
una solución.
Ese día vi a un Duhalde dolido, cargando la salida del gobierno
como una pesada mochila. Era un político que había alcanzado el
poder en momentos de emergencia, que trabajaba duro y se esforza-
ba pero que, al mismo tiempo, sentía que las cosas no le salían del
todo bien. Ese Duhalde me decía que Kirchner lo estaba maltratan-
do. Aun así, cuando me iba, le pregunté con quién debía hablar si no
podía encOntrarlo.
-Solo hablás conmigo ... Si hablás con otro esto termina en los
diarios -contestó tajante y eliminando la ocasión para cualquier
intermediario.

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A Kirchner no le conté exactamente los términos de la reunión.
Temí que tomara mallas prevenciones de Duhalde y fracasara el úni-
co camino que nos podía llevar a la Presidencia. Dos días después de
ese encuentro, Duhalde me convocó para seguir nuestra charla. Tenía
previsto firmar un acuerdo de obras públicas en Olivos con todos los
municipios patagónicos. En ese acto estarían presentes los intendentes
y gobernadores de las provincias del Sur.
-Hagamos lo necesario pa:ra que a ese acto vayan Kirchner y los
gobernadores patagónicos -dijo Duhalde-, y después te vas disimu-
ladamente con él a las oficinas de la Jefatura de Gabinete de Olivos y
allí nos reunimos.
Me encontré con Kirchner en las oficinas de la Casa de Santa
Cruz. Le conté la propuesta de Duhalde y la importancia de empezar
a construir el acuerdo.
-¿Y de qué vamos a hablar? -dijo Kirchner con un tono que
mezclaba enojo con preocupación.
-Vos hablá de lo que tengas que hablar. Pero no te olvides de que
nuestro problema ahora es que él se sume a nuestra campaña. Saldá las
diferencias que existan entre ustedes para que nos acompañe, porque
si no todo será más difícil -le recomendé.
La principal preocupación de Kirchner era que esa reunión se
difundiera y él apareciera "yendo al pie" de Duhalde. Inmediatamen-
te lo interrumpí y le advertí que la reunión no se iba a conocer.
-Hemos hecho todo esto para que nadie interprete que vos fuis-
te a pedirle auxilio a Duhalde -expliqué-. Vas a participar de un acto
institucional. Cuando el acto termine, te quedás hablando con Duhal-
de sin que nadie se entere.
Y Kirchner aceptó.

UNA SEÑAL POSITIVA

El viernes 13 de septiembre de 2002 todo ocurrió como se había


acordado. Se hizo el acto e inmediatamente después los dos se fue-
ron a la Jefatura de Gabinete~ Logramos así que el encuentro se con-
cretara sin testigos. Conversaron durante casi una hora mientras yo
esperaba en los jardines de la Quinta Presidencial. Al concluir, subí
junto a Kirchner al auto que nos sacaría de Olivos. Apenas cruzamos
el portón de salida, le pregunté cómo le había ido. Estaba con gesto
adusto y en silencio.

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-No sé -me dijo mientras fruncía el ceño-. Dice Duhalde que
te va a llamar para poner en marcha el acuerdo. Me pidió que deje de
cuestionarlo públicamente porque piensa que es injusto lo que digo ...
No sé si está hablando en serio, dudo de que te llame.
No parecía muy convencido del encuentro. Me daba la impresión
de que esperaba una definición más clara sobre la adhesión de Duhalde
a su candidatura. Y eso no ocurrió porque Duhalde insistía en el mal-
trato público que Kirchner le dedicaba. Además, en ese momento,
Duhalde no estaba seguro de cómo garantizar el triunfo del peronismo.
Cuando cruzábamos la puerta de salida de la residencia de Olivos,
sonó mi celular. Era Fito Bujía, secretario privado de Duhalde. Me
avisó que Duhalde me invitaba a desayunar al día siguiente.
Kirchner escuchaba sorprendido. Pensaba que la convocatoria de
Duhalde nunca llegaría.
-Mirá -le dije a Kirchner-, no debe haber estado mal el
encuentro porque ya me llamaron para que mañana desayune con él.
Terco como era, no admitió que se había equivocado en el pro-
nóstico. Hasta se animó a hacer un gesto de incredulidad ante lo que
acababa de ocurrir.
Esta vez, el viernes 13 había sido un día de suerte.
El sábado por la mañana llegué a la Quinta de Olivos manejando
mi auto. Duhalde me esperaba en el chalet, el lugar donde vive el Pre-
sidente. En su planta baja hay un enorme living en el que se distribu-
yen dos sillones blancos de cuatro cuerpos, dos sillones .individuales
franceses dorados a la hoja muy importantes, ubicados a' cada lado del
hogar a leña, y dos sillones individuales más pequeños.
Cuando ingresé al living, Duhalde me esperaba sentado en uno de
esos sillones de cuatro cuerpos. Recostaba su espalda en uno de los
brazos del sillón y tenía sus pies apoyados en los almohadones. Esta- .
ha en mangas de camisa y una corbata azul colgaba de su cuello sin
anudar. Al verme ingresar se incorporó y me dio un abrazo.
-Hola Eduardo, ¿cómo va todo? -pregunté como para iniciar la
charla.
-Aquí me ves -me respondió con tono cómplice, mientras cru-
zaba sus manos detrás de la nuca-, estoy en el peor de los mundos.
Fruncí mi ceño tratando de entender a qué se refería. Entonces
siguió explicando:
-Hay cinco candidatos peronistas que pretenden alcanzar la Pre-
sidencia de la N ación. Dos de ellos, si ganan, van a querer terminar
conmigo porque me echan la culpa de todo lo que les pasó. El que a

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mí me gusta no quiere candidatearse. El que quiere ser no mueve el
amperímetro. Y el candidato restante, el único que queda, no para de
maltratarme -reseñó con un formidable poder de síntesis.
Era muy claro de qué hablaba. Los dos primeros eran Menem y
Rodríguez Saá. Le atribuían haberles boicoteado sus planes presiden-
ciales. Su candidato preferido era Reutemann, pero nadie lograba con-
vencerlo. De la Sota quería ser el candidato, pero, por encima de cual-
quier esfuerzo publicitario, no lograba crecer. El restante era Kirchner.
-Entonces ha dado con la persona indicada -dije sonriendo-.
Justamente, para empezar a resolver sus dilemas es que estoy aquí.
Creo que puedo ayudarlo -le dije.
Aunque se rió de mi ocurrencia, Duhalde dudaba. Seguramente
pensaba que lo mío era puro voluntarismo y que no sería posible
avanzar en un acuerdo.
-¿Vos estás seguro de que podemos resolverlo? -me inquirió
· con gesto cómplice.
-Si usted nos ayuda, Kirchner será presidente. Necesitamos pro-
poner a alguien diferente para que llegue a la Presidencia de la Nación
y Néstor, por su historia y porque gobierna a dos mil kilómetros de
esta ciudad, se ha mantenido distanciado, en los últimos años, de los
problemas políticos del centro del país. Usted -continué argumen-
tando- tiene que ayudarlo porque él fue el único que Jo apoyó en su
campaña presidencial. Cuando usted quiso ser presidente ni Reute-
mann ni De la Sota le dieron su apoyo. Fue Kirchner quien estuvo a
su lado, y ahora es su turrio y debe ayudarlo -concluí fundamentan-
do con las razones más sólidas con que contaba.
Guardó silencio un instante y de inmediato manifestó su deseo de
ayudar.
-Yo estoy dispuesto a hacerlo porque en lo que decís del Flaco
tenés razón. Por encima de las diferencias, siempre me ha acompaña-
do lealmente. Pero necesito tener la tranquilidad de que va a dejar de
maltratarme. Es muy injusto en eso -remató, con tono de reproche.
-Para Kirchner fue muy dura la acusación que lo vinculaba con los
intereses de las petroleras. Ese es, para él, el peor de los agravios. Por si
fuera poco, su relación con las petroleras es desastrosa -señalé.
-Yo nunca dije eso. No sé quién lo habrá dicho -negó, a modo
de justificación.
-Eso ya no importa. No tiene sentido ahondar en el tema porque
si lo hacemos solo profundizaremos el problema. Hablemos de lo que
nos.importa, ¿cómo avanzamos? -dije, apurando una respuesta.

-71-
-Para poder avanzar, hay que resolver el problema del peronis-
mo. Tenemos que procurar que una elección interna en la que debe-
mos debatir con Rodríguez Saá y con Menem no nos aleje de la socie-
dad -me explicó.
En ese momento estiró su brazo y tomó una carpeta del sillón en
el que estaba recostado.
-La idea es ésta -dijo al tiempo que me alcanzaba la carpeta-.
Debemos hacer que alguien presente en la justicia electoral nacional el
planteo que está en esta carpeta. Si aceptan ese criterio, resolvemos el
primer problema, que es el de evitar la interna cerrada.
Allí por primera vez habló de los "neolemas".
-Nosotros debemos permitir que vayan a la elección todos los
candidatos peronistas que quieran ir. De ese modo, evitamos la elec-
ción interna y convertimos las internas cerradas en abiertas. Cada uno
deberá constituir un frente con otros partidos y el peronismo será par-
te de todos esos frentes.
-¿Eso es posible? -pregunté lleno de dudas.
-Leelo -me recomendó-, pero ya está todo analizado. Haga-
mos el planteo y empecemos el trabajo -contestó seguro y confiado.
-Y a Néstor, ¿qué le digo?
-Decile que vamos a trabajar juntos, pero antes debemos resol-
ver esto, porque de lo contrario mi ayuda no va a servir.
Al salir de Olivos, me detuve en un bar a tomar un café y a leer
la presentación de la que hablaba Duhalde. El planteo era franca-
mente innovador. Deparaba una consecuencia valiosa: la disputa
interna quedaba sometida a la consulta de todos los ciudadanos en el
mismo instante en que se desarrollaba la elección general. Allí, los
aparatos no valían de nada.
Esa misma tarde hablé con Kirchner. Le dije que Duhalde pedía que
dejara de agredirlo públicamente y que, en 1_11i opinión, la disputa entre
ellos razonablemente podía ceder pues no se había instalado en la opi-
nión pública. No tenía sentido prolongarla. Kirchner pareció compartir
· la idea. Después le expliqué el funda111ento de los "neolemas".
Durante la semana siguiente preparamos la presentación judicial
de acuerdo con los antecedentes que Duhalde me había entregado.
Cuando estuvo lista, les entregué copias a Duhalde y a Kirchner, y
cuando todos expresaron su conformidad, hicimos la presentación
ante la justicia electoral. Así comenzó la ruta del acuerdo. Nunca supe
por qué Duhalde los llamaba "neolemas". En verdad, el sistema.elec-
toral de los lemas establece que los votos que cada candidato obtiene

-72-
en las internas de un mismo partido se suman a favor de aquel que
resulte más votado. En este caso no ocurría, porque cada candidato
solo acumulaba los votos que le eran propios. Lo llamativo era que el
Partido Justicialista liberaba a sus afiliados para que constituyeran
diversos frentes electorales invocando su presencia. De ese modo, el
justicialismo era parte de tres frentes que competían entre sí.
La justicia convalidó el planteo y tiempo más tarde Menem fue
candidato del Frente por la Esperanza, Kirchner del Frente para la
Victoria, y Rodríguez Saá del Frente Justicia y Libertad.
En la intimidad, Duhalde dudaba de que Kirchner pudiera llegar.
Todos sabíamos que Menem sería el candidato más votado en la pri-
mera vuelta. El secreto era entrar segundo. Quien lo lograra doblega-
ría a Menem en el balotaje debido al alto rechazo expresado por la
sociedad hacia él. Pero Duhalde no estaba seguro de que pudiera ser
Kirchner y seguía creyendo que Carlos Reutemann podría llegar más
cerca del objetivo. En algún lugar de su conciencia, albergaba la espe-
ranza de que finalmente Reutemann aceptara la candidatura.
Durante tres meses Duhalde mantuvo la incertidumbre. Nada
decía públicamente de su preferencia por Kirchner. Eso nos inquieta-
ba. Varias veces hablé con él y traté de descubrir su verdadero juego.
Y aunque siempre expresó su voluntad de acompañar a Kirchner, no
obtuve una definición tajante.

ACUERDO CON ALTIBAJOS

La vacilación se mantuvo hasta diciembre. Teníamos que acordar


con Duhalde un viaje a Santa Cruz para visitar la mina carbonífera
de Río Turbio. Era ésa una buena ocasión para tantear su apoyo y
lograr una definición. Organizamos el viaje y me invitó a viajar con
él en el Tango 01.
Llegamos a Santa Cruz el sábado 14 de diciembre de 2002, partici-
pamos de los actos en la mina e inmediatamente después volamos a El
Calafate. Allí pasamos la noche. Tanto durante el viaje como al arribar
al aeropuerto, Duhalde siguió expresándose de modo ambiguo. Dijo
ver en Kirchner "un gran candidato" pero, al mismo tiempo, dijo que
"el gobierno no apoyaba a nadie". Esas expresiones solo confundían y
malhumoraban a un Kirchner que no lograba comprender el juego..
En la mañana del domingo 15, Duhalde y Kirchner emprendieron
una larga caminata por El Calafate. Allí, Duhalde le propuso de un modo

-73-
más claro seguir juntos para ver cómo evolucionaba su candidatura, pero
no le dio indicios de que su apoyo estuviera decidido. La zona gris de .
indefinición consistía en que él acompañaba mientras medía la tempera-
tura de adhesiones que Kirchner sumaba. Ante la incenidumbre, Kirch-
ner me pidió que en el viaje de regreso a Buenos Aires lo abordara y tra-
tara de sacarle alguna respuesta de mayor contundencia.
En el avión, los acompañantes expresaban opiniones diferentes.
Pampuro seguía recomendando acordar pronto para empezar más rápi-
do la campaña. Pero otros, como Jorge Matzkin o Eduardo Camaño, se
mostraban escépticos ante la idea de que Kirchner fuera presidente.
En cuanto estuvimos solos y apareció la oportunidad, le pregunté
a Duhalde cómo había visto todo.
-Estamos bien, pero vayamos despacio. Sigamos trabajando -con-
testó lacónicamente, como para cerrar todo comentario.
Llegué a Buenos Aires y le conté a Kirchner. No logré despejarle las
dudas que lo tensionaban, al contrario. H~cia fines de 2002, las conver-
saciones con Duhalde continuaron en el orden de los titubeos. Cristina,
por su parte, descreía absolutamente de la posibilidad de ese acuerdo.
No dejaba de recriminarnos ciena inocencia por confiar en Duhalde.
No obstante, y aunque no se definía, yo presentía que Duhalde
finalmente iba a acompañarnos. Tal vez, en esa certeza personal pesa-
ba el hecho de que -en mi análisis- Néstor se iba quedando, poco a
poco, sin candidatos competitivos. Esto sucedía más por un efecto de
las circunstancias que por propia voluntad o convicción; yo creía que
el apoyo de Duhalde llegaría inexorablemente.
Sin embargo, cuando concluía el año 2002, y a medida que crecía
nuestra incertidumbre, apareció una noticia en los diarios que daba
cuenta de cierto pacto entre duhaldistas y menemistas para impulsar
una ley de lemas aplicable en las elecciones programadas. Aunque en
ese momento un acuerdo entre Duhalde y Menem resultaba inverosí-
-mil desde todo punto de vista, los gestos eran tan elocuentes que des-
moronaban mi análisis. Cristina pareció encontrar las razones para
insistir en lo que ya venía pensando desde hacía un tiempo.
Cuando la noticia apareció en la primera plana de los diarios, nos
desconcertamos. I)esde El Calafate, Cristina me llamaba por teléfono
· y nos recriminaba a Kirchner y a mí haber sido dos tontos por creer
en Duhalde. ·
-Actuaron como tontos y han perdido un tiempo precioso tra-
tando de alcanzar ese apoyo -nos dijo con la acidez que muestra en
sus momentos de enojo.

-74-
Con algunas dudas, Kirchner empezó a aceptar la tesis de Cristi-
na y a sentir que, efectivamente, nos habían tendido una trampa. A
favor de su razonamiento pesaba el silencio inexplicable en el que se
habían encerrado Duhalde y sus principales colaboradores.
Estábamos a menos de cuatro meses de las elecciones y repentina-
mente Duhalde había desaparecido de la escena. A Pampuro y Mazzón
se los había tragado la tierra. La única noticia del accionar del duhal-
dismo provenía del diario Clarín, que refería el acuerdo con el mene-
mismo. Ese fin de semana fue espantoso. No solo por las dudas y la
incomprensión en las que habíamos quedado atrapados, sino también
por el reproche persistente e implacable de Cristina, absolutamente
justo si uno se atenía a los anuncios periodísticos. Aunque con Kirch-
ner nos costaba resignarnos, las evidencias parecían incontrastables.
-¿Pueden habernos hecho semejante cosa? Cristina tenía razón
-empezaba a declinar un desorientado Kirchner.
-No es posible. No es razonable que lo hagan. No puede ser que
favorezcan de ese modo a Menem -le decía yo, tratando de hallar una
respuesta.
Kirchner me reclamaba que lo buscara a Pampuro o al propio
Duhalde. Lo hacía. Pero nadie contestaba. ¿Era posible que Duhalde
no pensara con nuestra lógica y predominara en él la vocación de
reverdecer su viejo pacto con Menem? ¿No estaba, entonces, en la
meta de Duhalde, reestructurar las viejas dinámicas partidarias contra
· las que millones de argentinos se expresaban en esos días? ¿Habría
revivido el Duhalde encerrado en su fortaleza -rodeado de sus leales,
los barones bonaerenses-, su preferencia por la seguridad de su terri-
torio antes que por la prosperidad de todo el país? Solo si todo eso
había ocurrido, era posible admitir el pensamiento de Cristina.
El miércoles 1o de enero de 2003, al atardecer, me llamó Kirchner.
Se lo escuchaba ansioso. Se reía mientras hablaba.
-Alberto, ¿a que no sabés quién me llamó?
-No sé -respondí desconcertado.
Volví a escuchar su risa nerviosa.
-Me llamó Duhalde -confesó lleno de alegría.
-¿ Duhalde? ¿Y qué te dijo?
-Me dijo que estaba en Chapadmalal con Solá y que largamos.
Que ya está todo listo para empezar. Que en la semana nos vemos en
Olivos y largamos -me resumió desbordando alegría.
-¿Cómo que largamos ya?¿ Y todo lo que salió en los diarios?¿ Y
el acuerdo entre Eduardo Camaño y Eduardo Menem? -pregunté,
aludiendo a los dos operadores de ese mentado acuerdo.

-75-
-Preferí no averiguar porque la charla fue tan buena que temí
poner una piedra con la pregunta ... Es más: me pasó con Felipe Solá
que estaba a su lado y Solá me felicitó diciéndome que iba a ser el futu-
ro presidente. ¿Qué querés que le pregunte? -se excusó Kirchner y
agregó de inmediato-: Llamalo vos a Duhalde y preguntale qué pasó.
Lo hice. Cuando me atendió le expresé mi alegría por la noticia y,
en cuanto la ocasión me lo permitió, le pregunté cómo se entendía el
anuncio de Clarín.
-Eso es cosa de Eduardo Camaño y corre por su cuenta. Nunca
le dije que hiciera algo así. Vos conocés bien lo que yo pienso y vamos
a hacer lo que te dije que íbamos a hacer. No lo dudes -me respon-
dió con contundencia.
Cristina callaba abrumada por la realidad. Igual seguía poco con-
vencida. Con Kirchner recuperamos oxígeno y seguimos firmes en
nuestra idea de trabajar con Duhalde como paso previo para lograr
nuevas adhesiones en el peronismo de todo el país.
Ya iniciado el año 2003, Duhalde nos citó a Kirchner y a mí, en
Olivos. Fue el viernes 3 de enero a las cuatro de la tarde. Nos recibió
con un té servido en el balcón vidriado del primero piso del chalet pre-
sidencial. Nos abrazó, con la cordialidad de siempre.
-Hora de trabajar, Flaco -le dijo a Kirchner.
De inmediato comenzó a esbozar tácticas electorales y recomen-
daciones sobre la campaña. Lo preocupaba que vieran en la candida-
tura de Kirchner un acto de imposición de su parte. Creía que debía
darse como un movimiento de dirigentes jóvenes que impulsaban a
Kirchner presidente.
~ -Anotá -me ordenó mientras empezaba a dar nombres-. Tenés
que estar vos, Daniel Scioli, Jorge Capitanich, Cristina Alvarez Rodrí-
guez ... Vos ponete al frente de esa organización. Ocupate de armar el
encuentro, tiene que salir muy bien. Como cuando armaste el Grupo
Calafate -concluyó.
Le propuse sumar algunos nombres más, como el de Gustavo Béliz.
Duhalde sugería que se acercaran a Kirchner los dirigentes de alre-
dedor de cuarenta años. Calculaba que detrás de esa propuesta él mismo
iba a aparecer con un acompañamiento. Aunque la idea parecía intere-
sante, Kirchner se mostraba intranquilo porque seguía ausente el apoyo
explícito de la provincia de Buenos Aires. Cuando lo planteó, Duhalde
lo tranquilizó y tuvo un gesto que francamente me impresionó.
-¡Fito! -llamó Duhalde a su secretario-. Comunícate con los
intendentes y andá pasándome los llamados.

-76-
De inmediato desfilaron en el teléfono todos los intendentes. A
todos ellos, les "informaba" que había que "ponerse a trabajar junto
con Kirchner". Del otro lado del teléfono no hubo objeciones. Todos
acataron, aun cuando reservadamente algunos "pataleaban".
Si bien muchos de ellos nos hicieron sentir como advenedizos a un
poder que genuinamente le correspondía a Duhalde, de todos los que
y
lo rodeaban expresaban por lo bajo su disconformidad, quien más
nos preocupaba era su esposa, Hilda "Chiche" Duhalde. Ella mani-
festaba grandes diferencias tanto con Néstor como con Cristina. Y lo
cierto es que, interiormente, uno siempre tenía esa prevención de
cuánto pesaba en Duhalde la opinión de su mujer. El tiempo nos
demostraría que esa prevención era válida.
En todos los casos, quienes nos objetaban creían que Duhalde
debía ser el candidato. Si así no era, pensaban que su esposa debía
secundar a Kirchner en la fórmula presidencial.
En realidad, Duhalde había desistido de la idea de ser candidato
convencido de que la gente lo veía como alguien capaz de apagar el
incendio pero no como un constructor del futuro. Él mismo se había
encargado de que la gente lo juzgara de ese modo. Sin ir más lejos,
había dicho hasta el cansancio que era parte de una generación políti-
ca a la que calificaba como "mierda". Pero además, en su sobreactua-
ción, inauguró un ridículo registro de políticos que firmaban actas
protocolares jurando retirarse de la política después del acto electoral
que se avecinaba. Todo ello sin contar cuánto lo habían afectado las
muertes de Kosteki y Santillán.
Para ese momento, solo ambicionaba alejarse de la presidencia con
el menor costo posible.

UN COMPAÑERO DE FÓRMULA

A fines de enero comenzamos a preocuparnos por determinar


quién sería el candidato a vicepresidente de Kirchner.
Duhalde ambicionaba que fuera su esposa "Chiche". Nunca nos lo
dijo expresamente, pero algunas veces nos llegaba a través de los
medios y otras, lo inferíamos de algunos vetos a bonaerenses que podí-

---
an ser los candidatos. Así, se opuso tenazmente a Alberto Balestrini,
en!onc.es_intende_n__!_e de La Matañza:-Balestrini había-sido el-primer
dirigent_e_per~:mista i-;_pooar1.te eñ- aco~pañar a Kirchner en la carrera
presidencial. Pese a ello, Duhalde se opuso, ya que le molestaba su
: .... ~

-77-
autonomía. J-._<unismo_ocurrió_con Julio Alak, en esos días intendente
.... de La~ Es que Duhalde pensaba en su mujer com-~ ~icep~eside;}~
te porque le permitía poner un pie en el armado del Ejecutivo y cus-
todiar, en alguna medida, el poder de Kirchner.
Cuando la versión comenzó a tomar cuerpo, Kirchner se ocupó de
poner en claro su posición sobre ese tema.
-No podés pretender que lleve a tu mujer en la fórmula porque
eso sería como si me colocaras un comisario político en el gobierno.
No puedo permitirlo porque no voy a ser el títere de nadie -le dijo
telefónicamente una tarde en que habló desde su despacho de la Casa
de Santa Cruz.
Duhalde lo escuchó y negó que hubiera pensado en su mujer para
la fórmula presidencial. Al mismo tiempo, le juraba a Kirchner un
apoyo incondicional. Descartados esos nombres, aparecieron los de
Roberto Lavagna y Daniel Scioli.
Lavagna era visto como un hombre que aportaría experiencia y
racionalidad. Era el ministro más importante del gabinete de Duhalde.
Desde allí, se lo veía prestigioso y serio, y contaba a su vez con la sim-
patía de Cristina y también con la mía. Ambos pensábamos que le
sumaría seriedad y confianza a la fórmula.
Duhalde no estaba tan seguro de la conveniencia de que Lavagna
fuera el compañero de fórmula de Kirchner, pero sí de la necesidad de
asimilarlo a la futura tarea de gobierno.
Kirchner tuvo una primera reunión con Lavagna. Desde un pri-
mer momento vio en él a una persona impredecible que le despertaba
enorme desconfianza. No dudaba de su capacidad sino de su lealtad.
Cómo no le había caído bien en la primera reunión, me encomendó
que volviera a conversar con él.
Cuando lo hice, no compartí su impresión. Lavagna prometía expe-
riencia y conocimiento. Sin embargo, cierta autosuficiencia en sus pala-
bras volvía atendible el rasgo de individualismo que Kirchner le atribuía.
En febrero de 2003 me reuní con Lavagna nuevamente. Allí sostu-
vo que, según su consideración, no podía aportar mucho desde la vice-
presidencia. Cuando le pregunté cómo veía él mismo su permanencia
en un eventual gobierno de Kirchner, se mostró dispuesto a continuar .
pero no como ministro de Economía sino como Canciller, para mane-
jar desde allí la solución final del problema de la deuda externa. La
charla fue cordial; se lo notaba optimista y transmitía ese optimismo a
quien lo escuchaba. Y, si bien Cristina y yo seguíamos creyendo que
Lavagna podía ser un buen candidato a vicepresidente, él solo aceptó

-78-
quedarse en Economía al menos uno o dos años más. Descartó cual-
quier hipótesis de compartir la fórmula con Kirchner.
Así, y a pesar de que Daniel Scioli se había comprometido con la
formas políticas del menemismo, poco a poco Kirchner empezó a sen-
tir simpatía por él y a percatarse de que era un político popular, dos
razones importantes para invitarlo a integrar la fórmula.
~~~a~e~deci~i~~ cua~d~n_9s.e~~mos.4_~q~-~ _R_ucl_<auf
~,e-r:e1Jnirí;¡_e!)._l~t~de de~sjbado 22 d~-f~b_t:.erg, _en_Pina_par, con
Lavagna y con Duhalde,-y que desde allí harían circular: la versión de
Lav~gna cou";o c:~~didato a vicepr~""Sidente de Kirchner. .
---Sjñ_duda,~stábam_o~istiendo a uqª tremenda maniobra política\
y_mediática, Claudio Escrib~nces secretario de redacción del
diario- era el redactor de la o.ieración, y La Nación, su difusor. La
'idea---¡;~~ hacer ;parecer a Lavagna impulsado por varios sectores del
oficialismo, como el compañero de fórmula ideal para Kirchner. Pero )
la operación se concretaría, a la vez, cuando Lavagna rechazara la ofer-
ta infligiendo, con ello, un enorme daño al candidato presidencial. .. -: ·
Ese sábado La Nación publicó la operación en su misma tapa bajo
el título: "Duhalde le pide hoy a Lavagna que acompañe a Kirchner".
La nota, firmada por el propio Escribano, anunciaba que esa tarde
iban a tomar un té, en la casa de Ruckauf, en Pinamar, Lavagna y
Duhalde. Y agregaba que había muchas dudas sobre las ventajas de lle-
var a Kirchner como candidato presidencial. Hablaba no solo de la
oportunidad de que Lavagna lo acompañara en la fórmula sino que
insinuaba a su vez la conveniencia de que directamente lo reemplaza-
ra como candidato presidencial.
El artículo, además, hacía referencia a las dificultades que enfren-
tábamos para conseguir un compañero de fórmula de Kirchner, y
contaba que el ofrecimiento había llegado a Juan José Alvarez pero
que él había puesto condiciones para aceptar. Finalmente, aseguraba
que le ofreceríamos la candidatura a vicepresidente a Lavagna pero
que él no aceptaría.
En realidad, la estrategia clave en la operación no era llevar a
Lavagna de vicepresidente sino que reemplazara a Kirchner en la can-
-didatura presidencial. Se buscaba que Lavagna apareciera rechazando
la propuesta de acompañar a Kirchner para desgastarlo y sustituirlo,
convirtiéndose así en el candidato a presidente de otros grupos del
peronismo que a~n_a_la_c_aída de la postulación_de ~irchner,
entre ellos los llamados Gordos, gremialistas como Carlos. West. _
OCaiñfü y Armando Cavalieri. Como parte del;-"operación~g~ste",
..........,;.___ r - - - - -

-79-
la nota de La Nación contenía una declaración del Ministro de Justi-
cia de Duhalde, Juan José Álvarez, en la que afirmaba que si Kirch-
ner le proponía acompañarlo en la fórmula lo pensaría, ya que sus
ideas le provocaban serias dudas.
Aquel sábado de febrero de 2003, Kirchner me llamó a primera
hora de la mañana y me preguntó si había leído La Nación. Inmedia-
tamente, salí hacia su departamento.
-Nos están haciendo trampa y La Nación es claramente la pro-
motora de la acción. Debemos tomar una decisión ya para abortar este
plan que quiere presentarnos como descalificados por el duhaldismo
-dijo Kirchner, sin dar lugar a reflexión alguna.
-¿Y cuál es la decisión? -pregunté.
-Resolvamos hoy quién va a ser nuestro vicepresidente -me res-
pondió sin vueltas.
Llegamos a la conclusión de que teníamos que decidirnos por
Scioli ese mismo día y trabajar con toda premura para que Escribano
y La Nación no finiquitaran la operación periodística que buscaba
_si~jarnos descolocados.
De inmediato, invitamos a Scioli a almorzar en el departamento
de Néstor. El pedido que íbamos a hacerle no era fácil de atender
porque al día siguiente Scioli participaría de la elección interna en el
¡_, peronismo porteño para ser el candidato a Jefe de Gobierno de la
'-.Ciudad de Buenos Aires.
Tras hablar con él, le dije a Kirchner que para salir airosos debía-
mos hacer el anuncio y frustrar el intento mediático de La Nación.
Kirchner me pidió entonces que buscara que Clarín publicara al día
siguiente que Scioli sería el candidato avicepresidente. Para eso debí-
amos concederle la primicia.
Siguiendo el plan delineado, me comuniqué con Eduardo van der
~oqy. Estaba en su auto camino al Lawn Tennis para pre-senciar un
pa-rtido. Le pedí que viniera con urgencia a mi casa. Me preguntó de
qué se trataba y cuál era el motivo de mi apuro, porque no estaba deci-
dido a resignar un partido que le interesaba por algún tema menor.
-Es importante -sinteticé.
Una vez en mi casa, lo enteramos sin rodeos.
-Eduardo -le dijo Kirchner-, después del almuerzo, a primera
hora de la tarde, Alberto te va a llamar. Vamos a darte el dato de quién
va a ser mi compañero de fórmula. Te damos la primicia pero solo si
le brirtdan la atención que merece. Ahora, si no me lo pueden garanti-
zar, si el asunto no te interesa, esta charla nunca existió.

-80-
Van der Kooy consultó con la dirección del diario y de inmedia-
to aceptó. Nos dijo que si le dábamos la primicia tendría un desplie-
gue importante ese domingo. Solo le pe<:ií que no hiciera nada hasta
la noche. Quería que la tapa y la nota cerraran el diario para que La
Nación consumara su operación. La idea era ganarle la partida con
Scioli y que La Nación se quedara "patinando" con el rechazo de
Lavagna.
Nos despedimos de van der Kooy y volvimos al departamento de
Kirchner. Allí nos esperaba Scioli para almorzar. En cuanto nos senta-
mos a la mesa, Kirchner le propuso ser su vicepresidente. Scioli se mos-
tró perturbado e inquieto. Casi angustiado, dijo que él quería apoyar,
que estaba comprometido con la candidatura de Néstor y que por
supuesto lo iba a acompañar. Pero de inmediato sinceró la causa de su
gran preocupación: ¿qué iban a decir lo? porteños, que al día siguiente
irían a votar a una interna por un candidato que ya no existiría como tal?
Kirchner lo tranquilizó. "Los porteños van a festejar porque van
a poner a un vicepresidente", le decía insuflándole confianza.
Antes de irse, Daniel reafirmó una vez más su compromiso con la
candidatura y la campaña y se mostró agradecido hacia Kirchner, pero
sin abandonar el gesto de preocupación que lo había acompañado en
todo el almuerzo. Lo acompañé hasta la salida y allí dejó al descubier-
to su angustia.
-Alberto, ¿me querés decir cómo les explico esto a los compañeros?
-Olvídate, vas a ser vicepresidente y todos van a entender lo que
has hecho -respondí, en un intento por darle ánimos y repitiendo la
lógica de N éstor.
Hay que reconocerle a Scioli que en esa ocasión -como en otras,
posteriores- tuvo un comportamiento transparente y leal. Hasta ese
momento, había experimentado cierto resquemor hacia él, esencial-
mente por su simpatía menemista. Pero desde ese día y hasta hoy veo
en él a una persona sana y consecuente. Y esa condición la mantuvo
siempre, a pesar de los momentos difíciles que debió atravesar como
vicepresidente.
A las cuatro de la tarde le comuniqué la primicia a Eduardo van
der Kooy. En el diario, nadie se enteró hasta bastante avanzada la
noche. Era lo pactado.
Para evitar cualquier fuga informativa, Kirchner le transmitió su
decisión a Duhalde cerca de la medianoche, cuando ya no había modo
ni tiempo de interferir en la tapa del diario dirigido por Escribano ni
en la tapa de Clarín.

-81-
El objetivo se cumplió. Las dos tapas salieron de acuerdo con lo
que habíamos preparado. Así, mientras La Nación afirmaba: "Lavag-
na rechazó ser el segundo de Kirchner", Clarín tituló: "Scioli irá como
candidato a vice de Kirchner".

OPERACIÓN LA NACIÓN

U na vez resueltas las candidaturas, nos abocamos al diseño de la


campaña. ~~a, que participó activamente, repetía a quien quisiera
escucharla que el_mensaje_político debía predominar _por _sobre el
mensaje publicitario. - - -- - - ---
~endÓ.de esa premisa, nos reunimos una tarde con ella y con
Kirchner en su departamento y discutimos sobre el núcleo del recla-
mo de los argentinos. Lo_~sondeos de opiniói2_daban~uenta de que
mayoritariamente los argentinos deseábamos vivir en unpaís donde
h1ili.i~trabajo. ---- -- -
A modo de síntesis del sentimiento y de los reclamos del argenti-
no medio, Cristina hizo la pregunta exacta y se respondió a sí misma:
-¿Qué es lo que quiere la gente? Quiere levantarse a la mañana para
ir a trabajar y poder darles un beso a sus hijos cuando se van al colegio y
quedarse tranquilos de que, si sus abuelos necesitan atención de salud, la
l tendrán, y que al cabo de un mes de trabajo les pagarán un sueldo. En
\. rigor de verdad, lo que la gente quiere es vivir en un país en serio.
Así..surgió nuestro eslogan: "Argentina, un país en serio".
El segundo pun-;-e~a-cómo-;=;se;wu:-~-Kirchne~-;;; i~agen._P.epe
Albistur tomó las riendas del desafío. Sabíamos que Kirchner era poco
fotogénico y, consecuentemente, muy reacio a posar. Nos costó sobre-
llevar la primera sesión de fotos para la campaña gráfica de afiches
callejeros y publicidad en diarios y revistas.
El tema no era menor. Yo vivía obsesionado por descubrir el modo
de imponer a Kirchner en el conocimiento público. Cuando empeza-
mos la campaña solo tenía 2,7 por ciento de intención de voto y ape-
nas lo conocía el23 por ciento de la gente. En enero de 2003, registra-
ba el 9 por ciento de la intención de voto y lo conocía el 35 por cien-
to de las personas. Nuestro mayor problema era que solo faltaban
unos pocos meses para la elección. Quería encontrar un símbolo que
entrara fácilmente en el imaginario de la gente, como el "RA" de Raúl
- -- ----
Alfonsín. Así.fue gue Fernando Braga Menéndez, siguiendo mi idea,
--
~nvirtió el mapa de Arg~~JétraJ~.
- ~-- ._____:.--- -

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Hubo un solo momento de zozobra a lo largo de toda la campaña.
Cuando faltaban apenas diez días para la jornada electoral, en plena
Semana Santa de 2003, el diario La Nación difundió una serie de encues-
tas que revelaban un crecimiento singular de Ricardo López Murphy, el
candidato de origen radical que había ocupado los ministerios de
Defensa y de Economía durante la gestión de Fernando de la Rúa.
Esas encuestas, realizadas por Julio Aurelio, demostraban una
progresión exponencial de López Murphy. Tan enorme era ese creci-
miento que las radios y los restantes medios señalaron la posibilidad
de que alcanzara la segunda posición en la ronda inicial de la elección,
desplazando de ese lugar a Néstor Kirchner.
Duhalde, que creía mucho en Julio Aurelio, nos remarcó su impre-
sión de que efectivamente López Murphy estaba creciendo de un modo
asombroso y que se nos iba a hacer muy difícil remontar la situación.
Durante aquella Semana Santa el diario La Nación publicó diver-
sas encuestas de Julio Aurelio y de Eduardo Fidanza, todas ellas con
idénticos números, que revelaban la sorpresa que representaría López
Murphy en los próximos comicios.
Como no contábamos con datos que avalaran lo afirmado por el
diario, decidimos lanzar una serie de encuestas específicas para inte-
riorizarnos de la cuestión. Purag~ e_sos días hablamos en varias oca-
,siones con Duhalde. También con_nuestros "equipos .encuestadores.
(\:rtemio López y Analía del Franco desarrollaron un campo preciso
para ver la situación en diversosliigares "testigos" del país. En todos
los casos, las encuestas daban el segundo lugar de Ja~lección a Kirch-
~,s.inco-puntos arriba de Lóp~z. Murphy. .
Aunque esas cifras nos tranquilizaban, La Nación no cesaba de
escribir números que privilegiaban la posición de López Murphy. En su
edición del21 de abril de 2003, publicó un enormetítulo que decía: "A
seis días de las elecciones cambia el eje de la campaña el avance de López
Murphy. El ascenso del candidato del Movimiento Federal Recrear
(MFR) causó especial impacto en el gobierno de Eduardo Duhalde,
donde existe el temor de que el oficialista Néstor Kirchner quede fuera
del balotaje, según reconocieron fuentes de la Casa Rosada".
A pesar de ello, no entendíamos en qué se fundaba La Nación para
hacer lo que hacía. Cuando nos dispusimos a investigar lo ocurrido,
tres versiones llegaron a nuestros oídos. Alguien nos dijo que se había
montado una operación de prensa con la intención de desarticular las
posibilidades de Kirchner en la elección. En esas acciones habrían esta-
do involucrados, además del mismo López Murphy, los ei1cuestadores

-83-
Julio Aurelio y Eduardo Fidanza, el entonces director del diario La
Nación, Claudia Escribano, y el radical cordobés Ricardo Yofre. De
haber sido así, lo que se pretendía era inducir al electorado a la idea de
que López Murphy podía crecer, y evitar que la elección se dirimiera
entre dos peronistas.
Otra versión aseguraba que se trataba de una maniobra de Duhal-
de para generar temor en los sectores de izquierda a partir del hecho
de que dos candidatos de derecha pudieran llegar a la segunda vuelta.
Si eso ocurría, solo podría elegirse entre dos caras de una misma
moneda y no entre proyectos alternativos.
Finalmente, una tercera versión daba cuenta de que la Embajada
norteamericana en la Argentina buscaba encumbrar en las encuestas a
López Murphy para ubicarlo en el segundo lugar del resultado final.
En esa componenda, se habría contado con la anuencia de Escribano.
Nunca supimos qué pasó. Solo sentimos la operación en contra.
Kirchner tuvo, desde un inicio, una relación muy difícil con el dia-
rio La Nación. Sentía que apostaba claramente a su derrota presentán-
dolo como un hombre de izquierda, autoritario y desatento a las cues-
tiones institucionales de su provincia.
Tan difícil era esa relación que, cuando la primera vuelta había con-
cluido y faltaban pocos días para el balotaje, me comuniqué telefónica-
mente con José Claudia Escribano, para invitarlo a compartir un desa-
yuno con Kirchner. No teníamos otro objetivo que morigerar el destra-
to al que el periódico nos sometía. Una mañana, en torno a la mesa de mi
comedor nos sentamos Kirchner y yo, ambos enfrentando a Escribano.
Vi a Escribano como a un hombre de otro tiempo. Modales cui-
dados, un trato distinguido y un lenguaje que por momentos rayaba
con lo florido. Apenas se inició la charla, tomó distancia de nosotros.
Casi para que no nos confundiéramos, ocupó su lugar y desde allí
comenzó a hablarnos.
Nos advirtió que descreía de nuestro futuro como gobierno si no
accedíamos a revisar diversas cuestiones que se planteaban en la Argen-
tina. Contó que acababa de llegar de los Estados Unidos y que allí
todos le daban un año de vida al gobierno que resultara electo si no se
consideraban los aspectos que inquietaban al mundo central. Siguien-
do con esa lógica de pensamiento, para finalizar el mandato constitu-
cional, nos impuso los deberes que, a su juicio, debíamos hacer. Ten-
dríamos que garantiZar que la Corte Suprema de Justicia declarara la
constitucionalidad de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida y
debía descartarse la revisión de los indultos. En el mismo sentido,

-84-
sugería que se llevara adelante una política de claro acercamiento con
las Fuerzas Armadas y se terminara con los reclamos vinculados con
las violaciones de los derechos humanos durante la dictadura. Hubo
también recomendaciones en materia económica: lograr un rápido
acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y un alineamiento cla-
ro con las políticas impulsadas por el gobierno de los Estados Unidos.
Fue francamente asombroso el tenor de su discurso. Lo escucha-
ba y me parecía estar hablando con uno de los dueños de la Argenti-
na. Kirchner, con su espontánea irreverencia, fue descartando, una a
una, las increíbles propuestas que acababa de oír.
-Mire usted -dijo Kirchner a modo de conclusión-; si eso es lo
que debo hacer para durar más de un año, entonces voy a durar solo
-un año porque no pienso hacer nada de eso. Pero no se preocupe, que
haciendo todo lo contrario la gente va a acompañarnos y· vamos a
poder gobernar.
Escribano escuchó con atención y sonrió ante el colofón que le
había puesto Kirchner a la charla. No hizo ningún tipo de retruque.
Minutos después, tomó su impermeable y su paraguas y, dándole rigor
de ceremonia al encuentro, se despidió de nosotros.
Dos veces más conversé con Claudio Escribano: me anticipó la
decisión de Menem sobre el balotaje y, la segunda, cuando yo estába-
mos en el gobierno. Esa vez, trató de minimizar sus expresiones con-
trarias a nuestra gestión. Recuerdo haberle reclamado ácidamente su
nota sobre el discurso de Kirchner el día en que se proclamó ganador.
La última vez que lo vi, él ya no estaba en el diario La N ación y
yo ya había renunciado a mi cargo en el gobierno.

(;j) LA ELECCIÓN Y EL TRJUNFO

~los argentinos concurrimos a las urnas para


eleg1r a nuestro nuevo Presidente y todo salió de acuerdo con lo que
habíamos planeado. Desde las once de la mañana las bocas de urna de
todo el país nos iban anunciando que Menem no superaba el25 por cien-
to de los sufragios y que Kirchner alcanzaba el segundo lugar a poco
menos de tres puntos del riojano. Confirmábamos también que Ricardo
López Murphy, pese al fenomenal esfuerzo de La Nación, había queda-
do relegado al tercer lugar, cinco puntos por debajo de Kirchner.
Mi departamento se había convertido en el centro de información
desde el que todos los encuestadores enviaban los datos. N éstor estaba

-85-
en Río Gallegos. Estuvimos en contacto permanentemente, intercam-
biando información. A las cinco de la tarde de aquel domingo ya
conocíamos el resultado. Fue entonces que marché h~l_Hotel
...l!J.tercontin.entaLen.eLque.habiamos.montado_el comando.
Al llegar, los periodistas me abordaron. No quise hacer declara-
ciones. Así había quedado con N éstor. Solo atiné a fundirme en un
abrazo desbordante de alegría con Miguel Núñez, para que todos
..._._ . - - . J i
"'--..._.~

entendieran que estábamos logrando el objetivo.


Al caer la tarde, hice unas breves declaraciones que transmitían
nuestra confianza. Más tarde, cuando los resultados ya se conocían
y la noche había avanzado, Kirchner habló desde Santa Cruz y agra-
deció a todos por la votación.
En ese momento, la Presidencia de la Nación parecía estar al
alcance de la mano de Kirchner. Solo nos quedaba dar un paso: la
segunda vuelta electoral. Retomé mi tarea de Jefe de Campaña enco-
mendando una serie de encuestas que nos permitieran evaluar cómo
se perfilaba el balotaje. Cuando tuve los resultados, advertí que
todas daban cuenta de que J<.ir¡:::_hner-obtendrí~ntre un· 70 y un 80. ~
por ciento-de.los-votos,.En ningún caso Menem obtenía más votos
aéÍos logrados·en-la prim~ra vuelta. - -- -
Caminábamos confiados -¡;cia el triunfo, cuando empezó a
difundirse la noticia de que Menem no se presentaría. Nos costaba
creer que eso pudiera ocurrir y seguimos trabajando haciendo caso
omiso a las versiones.
U na semana antes de la segunda vuelta electoral, Kirchner había
sido invitado a una reunión convocada por la Asociación de Entida-
des Periodísticas Argentinas. Aceptó concurrir a regañadientes, por-
que estaba muy molesto con el entredicho mantenido con Escriba-
no. Era él, precisamente, quien invitaba a Kirchner, como presiden-
te de esa asociación de empresarios de prensa.
En la mañana del 14 de mayo de 2003, salí temprano de casa para
empezar la tarea. Quedaban solo cuatro días para el balotaje. Cami-
naba por Arenales, acababa de cruzar las Cinco Esquinas, cuando
frente a un viejo mercado, oí sonar mi celular.
-Alberto, levantemos la cena de esta noche -dijo del otro lado
de la línea Claudia Escribano, después de saludarme con su cortesía
extrema. Solo pude balbucear algunas palabras, tratando de elucu-
braralguna razón para lo que acababa de oír. Escribano lo advirtió y
retomó la palabra.

-86-
-Alberto, tenemos que suspender nuestro encuentro en ADEPA
porque ustedes no van a poder venir. Acabo de enterarme de que no
va a haber segunda vuelta. Menem va a anunciar su decisión de no pre-
sentarse. Así me lo transmitió Eduardo Menem. Así que prepárense
para asumir el gobierno, me dijo en tono cordial, antes de felicitarme ..
Quedé desorientado. Si su información era cierta, Kirchner era ya
el Presidente electo. Ratifiqué la noticia con un allegado a Menem.
Estaba paralizado. Tomé aire tratando de reponerme durante unos
segundos. Entonces lo llamé a Kirchner para comunicarle la novedad.
-Acaba de llamarme Escribano y me dijo que no va a haber segun-
da vuelta porque Menem se baja. Sos el nuevo Presidente -le dije.
Me preguntó si estaba seguro de lo que decía. Cuando le advertí
que lo había confirmado, se quedó mudo. Al cabo de un segundo vol-
vió a hablar. No transmitía alegría sino enojo, un profundo enojo.
-Menem no puede hacer eso. Más daño que el que hizo le quiere
hacer al país ... Venite a casa por favor.
Mis pasos adquirieron una velocidad única. Llegué muy rápido.
Presiento que mis p,ies volaban.
Al llegar al departamento de la calle Uruguay, no se respiraba un
buen clima. N éstor y Cristina estaban molestos. Se daban cuenta de que
la renuncia de Menem nos condenaba a llegar a la Presidencia con un
voto intuido del SO por ciento, pero con un voto real de apenas el22 por
ciento. Les pedí que no nos detuviéramos ahí y que empezáramos a
·pensar en nuestros próximos pasos porque todo. se había precipitado.
Ellos estaban demudados. Indignados con el proceder de Menem.
Entendían, con razón, que en esa acción había un profundo desprecio
· hacia la institucionalidad ya muy resquebrajada de la Argentina.
Nerviosos, almorzamos rápidamente. Apenas terminamos, le enco-
mendé a Albistur que preparara el escenario desde donde Kirchner
hablaría. Cristina y yo fuimos a mis oficinas de la calle Callao a escribir
el primer discurso que Kirchner pronunciaría como presidente electo.
Cerca de las cinco de la tarde, después de escuchar el discurso ver-
gonzoso de Menem, márchamos los tres hacia el Hotel Panamericano.
Kirchner estaba inquieto y yo trataba de levantarle el ánimo dicién-
dole que habíamos alcanzado nuestro objetivo. Pero me daba la sen-
sación de que él no me oía. Al llegar al hotel, nos condujeron hacia una
suite en el último piso, preparada para alojar al nuevo presidente.
Kirchner bajó pocos minutos después y le habló al pueblo argen-
tino. Sus palabras castigaron con enorme severidad la decisión de
Menem. Cerca de trescientas personas se habían agolpado en el mayor

-87-.
salón del hotel para escucharlo y vitorearlo. Medios locales e interna-
cionales pujaban por alcanzar la mejor imagen del nuevo presidente de
los argentinos.
-Estuviste muy bien, Presidente -le dije al oído cuando nos
abrazamos.
Volvimos a la suite para tomar algo y recuperarnos. Allí estaban
Daniel Scioli, Felipe Solá, Ginés González García y José Pampuro.
Todo era festejo, aunque Kirchner seguía preocupado.
Fue en ese momento cuando Kirchner, Cristina y yo recibimos la
invitación de Daniel Scioli para cenar esa noche en su casa. Era la pri:
mera cena de Kirchner como Presidente.
Al llegar a la casa de Scioli, estaban todos sus amigos. Se mezcla-
ban artistas, modelos y deportistas que rodearon a Kirchner y Cristi-
na con cierto gesto de admiración. Noté cuánto les costaba a ambos
disfrutar de esa situación. Cuando llegó la hora de la cena, los tres nos
sentamos en un ángulo de la mesa, como auténticos ermitaños. Allí
empecé a entender que los dos mundos, el de Scioli y el de los Kirch-
ner, no serían fáciles de contemporizar.
Al día siguiente, el diario La Nación publicó en tapa un enorme
título que decía: "Kirchner es el nuevo Presidente porque se bajó
Menem". Claudio Escribano, por su parte, había escritO una nota eno-
josa y durísima contra Kirchner. Allí dijo lo que nos había anticipado
en aquel desgraciado desayuno. Además, criticando el tono del primer
discurso después del reconocimiento del triunfo, opinó que debía
echar como asesores a quienes lo hubieran escrito, sin saber la res-
ponsabilidad que en eso teníamos Cristina y yo.
Pero a esa altura poco importaban las palabras de Claudio Escri-
bano. Ya habíamos entendido que eran las de alguien ideológicamen- ·
te posicionado muy lejos de nuestras convicciones.

-88-
..........~~~-")...,

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"VENGO
A PROPONERLES

UN ~-UEÑ~~/
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SE HACE CAMINO AL ANDAR

Después de su consagración como Presidente, acampane a


Kirchner a Río Gallegos, donde trabajamos en la formación del
equipo de gobierno. ·
Al llegar, me hospedé en el hotel Santa Cruz, ubicado a pocas
cuadras de la residencia del gobernador. En su bar, nos reuníamos
durante las paus'as de nuestro trabajo. En los escasos metros que
separaban al hotel de la residencia oficial, conocí la inclemencia del
viento y del frío del sur.
Iniciamos nuestra tarea en la mañana del lunes 19 de mayo de '
2003. Kirchner ya había tomado la decisión de que algunos ministros
del gabinete de Duhalde continuaran en sus cargos. Ellos eran Ginés
González García, al frente del Ministerio de Salud, y Roberto
Lavagna, en el de Economía.
Había decidido organizar un ministerio de Planificación Federal
q11e impulsara la infraestructura vial, 4abitacional y energética. Que-
ría que al frente estuviera Julio de Vida, un viejo colaborador de toda
su administración provincial. Kirchner veía que allí, en ese ministe-
rio, debía funcionar el centro neurálgico del plan "neokeynesiano'~
,. que reivindicaba.
Después decidió que ·su hermana Alicia condujera las políticas
sociales del gobierno. En esas mismas funciones lo había acompaña-
do eficazmente en la gobernación santacruceña, por lo que valoraba
su enorme capacidad de trabajo, que confirmé cuando la vi cumplir
con su tarea en la N ación.

-91-
r--- --
, \
En ese viaje conocí ~~los Zannini, por entonces miembro del
Superior Tribunal de Santa Cruz. Kirchner confiaba en sus conoci-
mientos jurídicos y en su criterio político, por eso lo invitó a hacerse
cargg_ del asesoramiento legal y técnico del Presidente. ~Q~car Parri -.
__lli,~un dirigente del peronismo neuquino que siempre nos había acom-
pañado, le encomendó la _SecretafÍ_!l General de la Presig¡;;p.cia y, a ins-
tancias de Cristina, le confió a Sergi~ Ace~do el manejo de la Secre-
taría de Inteligencia del Estado.
Existían dos personas a las que Kirchner quería incorporar al equi-
po ministerial pero le costaba definir sus destinos: uno era José Pam-
pun~, por q~ien sentíamos una enorme gratitud. Habí~ _si.Qo el único·
-hombre del g-obierno de Eduardo Duhalde (ocupaba la Secretaría
G,eneral de la Presidencia) que había tomado partido por nosotros s[n
especulaciones. Conversamos largamente sobre su perfil y recién allí
Kirchner me ;ncomendó que lo llamara y le propusiera el ministerio de
Defensa, un área clave en un gobierno decidido a revisar la responsabi--
lidad de los miembros de las Fuerzas Armadas comprometidos en la
sistemática violación de los derechos humanos entre 1976 y 1983.
La segunda duda de Kirchner era A.~n;indez. Sabíamos
muy poco de él pues se había acercado a nosotros solo después de que
Duhalde nos expresara claramente su apoyo. Hasta entonces, había
promovido sin restricciones la candidatura presidencial de José
Manuel de la Sota. Kirchner veía en Aníbal (por entonces Ministro de
la Producción de Eduardo Duhalde) a un político hábil y le divertía
cierta picardía que transmitía al hablar. Al conocer su opinión, le pro-
puse a Kirchner encomendarle la cartera política por excelencia: el
Ministerio del Interior. Me pareció que allí podría hacer su mayor
-;:porte-en unaetapa en la que no contábamos con estructuras partida-
rias propias y dependíamos del acompañamiento del peronismo bona-
erense. Kirchner estuvo de acuerdo.
Hice los dos llamados. Aníbal Fernández aceptó en el acto y agra-
deció la propuesta. Al oírlo tan contento, le pasé el teléfono a Kirch-
ner para que lo saludara.
Pepe Pampuro dudó al escucharme. Su deseo era, precisamente,
ser Ministro del Interior. Me pidió un tiempo para pensarlo que,
obviamente, le concedí. Diez minutos después llamó a mi celular y
confirmó que podíamos contar con él.
-Para los demás cargos vacantes, propuse que Gustavo Béliz,.fuera
al Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos H-tim~n-;;,-y Carlos-
Tomada al de Trabajo. _Después, a Rafae~_Bielsa como CanciÜer a- y-
-92-
Daniel Filmus en Educación. Kirchner había tratado poco a Bielsa y
no sabía quién era Filmus.
Respecto de Bielsa, le dije que creía conveniente que la Argentina
tuviera al frente de sus relaciones exteriores a un intelectual progresista.
Le recordé que México había confiado su diplomacia a Jorge Castañeda,
un hombre brillante, autor de una de las más extraordinarias biografías
del Che Guevara. A Cristina le pareció bien mi argumentación.
Con Daniel Filmus fue más difícil. Kirchner no lo conocía y Cris-
tina solo sabía de él por la prensa. Y yo, como legislador porteño,
había visto la tarea de Filmus en la ciudad. Estaba seguro de su soli-
dez, de su reputación académica y de que podía aportar una visión
innovadora a un ministerio de tanta relevancia.
El elenco ministerial estaba virtualmente armado. Solo restaba
determinar quién sería el Jefe de Gabinete.
-¿Y vos, adónde vas a ir? -me preguntó Kirchner mezclando
sonrisa y complicidad.
-Yo ya llegué a la meta el día que te eligieron Presidente -respon-
dí, siguiendo su broma-. ¿Adónde querés que vaya ahora? -pregunté.
-Quisiera que seas el Jefe de Gabinete, aunque no sé si te ani-
más ... -me dijo, desafiante.
-¿Animarme? ¡Cómo no me voy a animar! Deciles que vengan
de a uno -respondí riendo.
Recién entonces conocí cuál sería mi destino en el gobierno.
Espontáneamente, Kirchner y yo nos confundimos en un abrazo lle-
no de emoción.
Ya en Buenos Aires, me encontré con paniel Filwus en Tolón, un
bar tradicional ubicado en el cruce de la Avenida Santa Fe con Coro-
nel Díaz. Por esos días se habja anunciado que acompañaría a Aníbal
lb<lrr'ª en la fórmula que competiría con Mauricio Macri en la jefatu-,
r; de gobierno porteiís> y se lo veía involucrado en ese proyecto.
Cuando le comenté nuestra intención, lo noté inquieto, confundido y
por momentos incómodo. Repetía que ningún gobierno estaba intere-
sado en cambiar el sistema educativo y dotarlo de recursos para llevar
adelante un cambio, por lo que temía sumar un fracaso en su vida. Al
verlo dudar, traté de darle coraje:
-Daniel, sentite seguro de que vas a poder cumplir tus planes -le
dije-. Para Kirchner es central mejorar el tema educativo.
-Pero Alberto -planteó lleno de dudas-, ¿conocés algún
ministro de Educación que haya salido bien parado de la función?

-93-
-¡Claro que sí! Sarmiento ... Y solo era Jefe del Departamento de
Escuelas -respondí presuroso, para impedir que siguiera elucubran-
do argumentaciones.
-¡Pero eso fue en el siglo XIX -me retrucó mientras sonreía por
lo tozudo de mi argumento-, en este tiempo no hay ninguno.
-Es que el ministro de Educación exitoso de este tiempo vas a ser
vos -le aseguré entre risas.
Ante mi insistencia, me pidió que intermediara con Aníbal !barra.
Él no se animaba a decirle que no lo acompañaría en la elección. Vil-
ma !barra, la hermana de Aníbal, me ayudó para que su hermano
moderara su resistencia al abandono de Filmus. Esa misma noche supe
gue Filmus sería el nuevo ministro de Educación de la Argentina.
También me enteré, por los dichos de !barra, de que su vacante en la
fórmula de la Ciudad sería cu~ie~ta por Jorge Telerman.
A Rafael Bielsa lo cité en mi casa. Vino acompañado por Eduardo
Valdés. Cuando se enteró del motivo, no pudo ocultar su decepción.
Su deseo no era ser canciller sino ministro de Justicia. Eduardo Valdés
y yo nos miramos desconcertados. No entendíamos su reacción, ya
que le ofrecíamos un cargo de mayor relevancia. Preferí ir en busca de
unos cafés y dejarlo pensar. Al regresar, cinco minutos después, Val-
dés hr~ hecho su parte. Bielsa tocaba una de mis guitarras y mien-
tras punteába sus cuerdas dijo exultante:
-Todo bien, Alberto. Agradecele a Néstor la confianza. ¡Voy a la
Cancillería!

r,
?:)SABEMOS ADÓNDE VAMOS Y ADÓNDE NO QUEREMOS IR

Cuando llegó el momento de asumir la Presidencia, el 25 de Mayo
de 2003, Kirchner quiso ser contundente en su mensaje. Tenía la inten-
ción de dejar en claro lo que pensaba hacer en el mismo instante en
que el pueblo escuchara sus primeras palabras. Nuestra legitimación
política -dada la imposibilidad inicial de lograr mayor apoyo en una
segunda vuelta electoral- provendría de una buena gestión, correcta-
mente transmitida a la gente. Verificaríamos el acompañamiento ciu-
dadano dos años después, en ocasión de las elecciones parlamentarias.
Consciente de esas carencias, le adjudicó un valor supremo a su
discurso inicial. Sentía que con él dejaba por escrito su compromiso
público con la transformación que la Argentina reclamaba.
Su.!l!g~lpoder_r._epresentaba un caiT1bj~~n, la dj_rigencia políti-

- -~-- -·---. ~ - ·- - -
ca· de nuestro país, y la derrota electoral de Carlos Menem, el fin de
----- ~

-94-
. una etapa política. Recuerdo que ya en la Casa de Gobierno, sentados
en mi despacho, una vez concluidas las ceremonias de rigor, le comen-
té a Kirchner la trascendencia que yo le asignaba a su llegada. Le con-
té por qué creía que con él asumía una nueva generación política.
-Pensá en el25 de Mayo de 1973 -le dije-. En aquel año, mien-.
tras Cámpora llegaba a la presidencia, Menem ya era gobernador de
La Rioja, Duhalde era intendente de Lomas de Zamora, Alfonsín le
disputaba a Balbín la candidatura presidencial por el radicalismo y De
la Rúa era senador de los porteños. De todos ellos, actores de la polí-
tica argentina en las últimas tres décadas, el único que estaba aquel 25
de Mayo de 1973 en la Plaza de Mayo con la gente eras vos ... Y hoy
sos vos el que está en el balcón de la Casa Rosada. Ese .es el cambio.
Kirchner me escuchó con atención. Ocultaba su emoción hurgan-
do con sus dedos la venda que cubría la herida causada minutos antes
por una cámara de televisión, al registrar las imágenes de sus abrazos
con la gente.
-Tal vez sea como vos decís -me concedió perdiendo su mirada
más allá de las ventanas.
Beatriz Sarlo, en su libro sobre Néstor Kirchner, ha cuestionado la
existencia de ese instante fundacional que tuvo la llegada de Kirchner
al poder. Ella interpreta que en los primeros años de gestión solo fui-
mos la continuidad del proceso de ordenamiento que Duhalde había
iniciado en enero de 2002. Para fundar su posición, explica la conti-
nuidad de algunos ministros -Lavagna, por ejemplo- y la prosecu-
ción de ciertas políticas -los planes de Jefes y Jefas de Hogar.
Sin embargo, desatiende que Duhalde no resolvió los problemas
centrales del país. Lo dicho no conlleva un reproche a su gestión, por-
que nadie sensatamente puede olvidar la magnitud de la emergencia
que le tocó enfrentar. Pero lo cierto es que, cuando Kirchner llegó al
poder, el país estaba en default, carecía de acuerdos de asistencia con
)()s organismos internacionales de crédito, atesoraba en el Banco Cen-
tral solo 8 mil millones de dólares de reservas, registraba una desocu-
pación del25 por ciento y uno de cada dos argentinos e~·taba en situa~
cci()nde pobreza.Además, el máximo tribunal del país se aprestaba a
declarar la constitucionalidad de las leyes que garantizaban la impuni-
dad de los militares genocidas.
Lo verdaderamente fundacional de Kirchner consistió en evitar la
prolongación de ese estado de excepción. Tampoco pensó en preser-
var las formas políticas que hasta allí regían. Contradicie.ndo lo "polí-
ticamente correcto", enfrentó los problemas con la definitiva decisión

-95-
de resolverlos. Los identificó, señaló sin prevenciones las causas que
los determinaban y avanzó buscando un acompañamiento popular
que condicionara a esa generación política hasta entonces establecida
en los lugares de decisión. h.l cabo de los dos primeros años de gobier-
no, Kirchner resolvió el default de la deuda y reordenó la relación con
.el Fondo Monetario Internacional. y los demás organismos de asisten-

'---
cia financiera (BID y Banco Mundial),.multiplicó pou-res·las-reserv;s
monetªria~..y_.t:_edujo.sensiblement~ desocup-aci~n- yj_a pobr~. En
ese.mis_p9 lapso, .los ,ge_nocid~~n-ia·r-on a rendir cuent;¡s__ante lós
diferentes_tribunales-del país.
En la fundación de ese nuevo tiempo que quería protagonizar,
Kirchner se valió de sus primeras palabras ante el Congreso Nacional
para comenzar a construir confianza, consolidar apoyo social y forta-
lecer su poder. Pronunció un discurso antológico en el que trabajó
intensamente junto a Cristina y Carlos Zánnini.
No presentó un Plan de Gobierno. Prefirió hablar sobre una serie de
temas sustanciales que, de ser atendidos, harían de la Argentina un país
mejor. No quiso anticipar medidas. Le importaba que la gente supiera
que él conocía cabalmente las cuestiones que aquejaban a los argentinos.
Kirchner sabía que las grandes transformaciones sociales a lo lar-
go de la historia no habían sido el resultado de la vocación individual
de un político o de un dirigente, sino de decisiones colectivas.
En aquel discurso, claramente, convocó al pueblo a protagonizar
un cambio sustancial.

( "Nos planteamos construir prácticas colectivas de coope-


ración que superen los discursos individuales de oposición. En
los países civilizados, con democracias de fuerte intensidad,
los adversarios discuten y disienten cooperando. Por eso los
convocamos a inventar el futuro.
"[... ]Venimos desde el Sur del mundo y queremos fijar, jun-
1
' to a ustedes, los argentinos, prioridades nacionales y construir
políticas de.Estado a largo plazo para, de esa manera, crear futu-

<
1
1
1
ro y generar tranquilidad. Sabe~~s adónde vamos y sabemos
adónde no queremos ir o volver. El 27 de abril, las ciudadanas y
los ciudadanos de nuestra Patria, en ejercicio de la soberanía
popular, se decidieron por el avance decidido hacia lo nuevo, dar
\ vuelta una página de la historia. No ha sido mérito de uno o
varios dirigentes, ha sido, ante todo, una decisión consciente y
\
colectiva de la ciudadanía argentina. El pueblo ha marcado una
\\
' -96-
fuerte opción por el futuro y el cambio. En el nivel de participa-
ción de aquella jornada se advierte que, pensando diferente y res-
petando las diversidades, la inmensa y absoluta mayoría de los
argentinos queremos lo mismo aunque pensemos distinto.
"[ ... ] Concluye en la Argentina una forma de hacer políti-
ca y un modo de cuestionar al Estado. Colapsó el ciclo de
anuncios grandilocuentes, grandes planes seguidos de la frus-
tración por la ausencia de resultados y sus consecuencias: la
desilusión constante, la desesperanza permanente."

Las grandes definiciones en materia económica también forma~on


parte de aquel discurso. Kirchner quería profundizar un capitalismo
nácional en un marco fiscal de acumulación de reservas, superávit y
menor endeudamiento. Dentro de ese esquema, dejó planteado que,el •
--: . - -
1!!1 su¡eto a~. -
~ - - ~- - ··- -- ·--- -------
Estado_ dejaría de ser un espectador de la economía para convertirse en
-- ~- -

ccEl resultado debe ser la duplicación de la riqueza cada


quince años, y una distribución tal que asegure una mayor dis-
t.!ib~ción del i~-greso y, muy especialmente, -q~~ fortalezca
nuestra clase media y que saque de la pobreza extrema a todos
los compatriotas.
"Para alcanzar tales objetivos respetaremos principios
fundamentales que ayuden a consolidar lo alcanzado y permi-
tan los avances necesarios. La¿bia regla de no g~~E:ás de
lo.que.entra debe.ob.§~se. Elequilibriofiscal debe cuiaar..:
se. Eso implica más y mejor recaudación y eficiencia y cuida-
do en el gasto. El equilibrio de las cuentas públicas, tanto de la
Nación como de las provincias, es fundamental."

Dedicó varios párrafos a la imperiosa necesidad de justicia. Siem-


pre repetía que era imprescindible borrar de la Argentina los ámbitos
de impunidad que desalentaran el cumplimiento de la ley. Allí, por
primera vez, anticipó lo que luego sería su política de enjuiciamiento
a las violaciones a los derechos humanos.

ceNo habrá cambio confiable si permitimos la subsistencia


de ámbitos de impunidad. Una garantía de que la lucha contra
la corrupción y la impunidad será implacable fortalecerá las
instituciones sobre la base de eliminar toda posible sospecha
sobre ellas."

-97-
Al término de la exposición sobre el futuro que nos esperaba,
Kirchner hizo una convocatoria a los argentinos a convertirse en pro-
tagonistas de una epopeya. ·

,/""' "Vengo a proponerles un sueño: quiero una Argentina


)'\.,··
"~ ~YI)iQ~~q~íeró Úna Argentina nonnaJ, qyiero que seamos un
2aís serio; pero, además, quiero un país más justo.
. "Anhelo que por estos caminos se levante de la faz de la
Tierra una nueva y gloriosa N ación: la nuestra.
~ "Muchas gracias. ¡Viva la patria!"

Concluida su lectura, una increíble ovación se oyó en el Congre-


so. Todos sentimos que otra historia comenzaba a vivirse. El discurso,
inmensamente conmovedor para nosotros, cosechó elogios desde
todos los sectores. Tan emblemático me pareció, que durante toda mi
gestión mantuve sobre mi escritorio una copia del texto como un per-
manente recordatorio de aquello a lo que nos habíamos comprometi-
do ante todo el pueblo argentino.

¡A TRABAJAR!

El primer decreto que Kirchner firmó fue el de mi designación; así


debía ser porque lo indica el protocolo: yo refrendé las designaciones
de los demás ministros.
Después de que me tomara juramento, recuerdo que lo abracé:
-Llegamos, Néstor. Gracias por tu confianza.
-Gracias a vos ... Y a trabajar -respondió con afecto.
Ese día estaba exultante. Teníamos plena conciencia de que solo en
las condiciones políticas que la Argentina había afrontado después de
la crisis de 2001 era posible que un gobernador santacruceño pudiera
acceder a la primera magistratura.
Cuando concluimos las ceremonias en el Congreso Nacional, cruzó
a la Plaza de Mayo para estrecharse en abrazos con quienes festejaban su
asunción. Muchos de ellos eran parte de la generación diezmada de los
70 que se sentían representados en la cumbre del poder de la República.
En medio de las muestras de afecto de la gente, un camarógrafo lo
golpeó con su cámara en la cabeza infligiéndole una herida en sufren-
te. Rápidamente, los médicos cerraron la herida y la cubrieron con una
gasa. Al ingresar a la Casa de Gobierno para tomar juramento a su

-98-
gabinete, Kirchner no había perdido el buen humor, pese a ese episo-
dio_que tomó como un anticipo de lo que vendría.
· :.._¡Mirá como me tratan los medios y todavía no empecé! -decía
entre carcajadas.
A partir de entonces comprendí, sin vacilar, que me concernía el
desafío de ayudar a construir el apoyo del que nos había privado la fal-
ta de la segunda vuelta. Todo debía ser hecho a gran velocidad, pues
en dos años debíamos preguntarle a la ciudadanía si continuaba depo-
sitándonos su confianza.
La tarea no era fácil, pero eso no me asustaba. Toda mi vida había
soñado con la posibilidad de ocupar un lugar de protagonismo que
me permitiera trabajar para mejorar la vida de la gente. Sentí que
estaba precisamente en ese sitio. También confiaba en que Kirchner
iba a motorizar una transformación enorme en la Argentina. La vida
me daba una oportunidad única que, de ningún modo, estaba dis-
puesto a desaprovechar.
Pero el mismo día de la asunción, en un momento en que quedamos
solos en su despacho, Kirchner me hizo notar lo débiles que éramos.
-Qué ciaño que ha hecho Menem -me dijo-. En la calle tene-
mos miles de argentinos reclamando plan~s sociales. La política nos
mira d_e }"eojo. El poder económico desconfía de nosotros. Solo tene-
mos esta banda y este bastón. V,amos a tener que trabajar mucho.
En el mundo del poder económico, los empresarios nos veían
como "izquierdistas advenedizos" a los que les retaceaban toda con-
fianza. El poder sindical, que en la elección había acompañado a otros
candidatos -:t;l\lgo Moyano, por ejemplo, acompañó a Adolfo
RQdrígue~ Saá-, nos miraba con recelo, porque temían que avanzá-
ra~~s·~~bre sus posiciones. Además de todas esas dificultades, debía-
mos gobernar con un Parlamento que no nos era afín. Lo único que
estaba en nuestras manos era demostrar que nuestras políticas respon-
dían a las demandas ciudadanas.
Comprendí su inquietud. A los pocos días de asumir mis funcio-
nes, el diario La Nación me hizo un reportaje. Me preguntaron cuál
iba a ser mi tarea central en el gobierno. "Mi función primordial es
construir poder para que este proyecto pueda autosustentarse", res-
pondí sin dudar. Ésa era mi mayor obsesión.
La necesidad de afianzar el poder en acciones concretas es lo que
explica el vértigo de los primeros meses de gestión, caracterizados
por ese aluvión de medidas cuyo arco comprendía desde la pelea con
el Fondo Monetario Internacional hasta el reemplazo de algunos

-99-
miembros de la Corte Suprema de Justicia de la Nación y el fin de las
leyes de impunidad.
Fue ese caudal de decisiones firmes lo que le hizo sentir a la gente
que algo estaba cambiando en la política argentina.
En ese tiempo, la debacle de los partidos políticos imponía la nece-
sidad de buscar mecanismos de vinculación entre el gobierno y la gen-
te. Creíamos que esa relación, ante las crisis partidarias, debía mate-
rializarse ligando la gestión con los ciudadanos de modo directo, sin
intermediaciones.
' - - -
Además, la base de sustentación política debía ser ampliada al
máximo. Por eso fuimos a buscar políticos ajenos al peronismo; era un
modo claro de expresar nuestra vocación de amplitud y de compro-
meter a todos los sectores en la labor transformadora.
Kirchner insistía con la percepción de fragilidad que experimentá-
bamos desde el gobierno. Solía decir que debíamos trabajar solucio-
nando problemas minuto a minuto. "Algún día será día a día y alguna
vez podremos proyectar en el tiempo nuestras políticas", se ilusiona-
ba. Ello suponía admitir la debilidad y la precariedad sobre las que
estábamos instalados. La construcción del poder se apoyaba en el vín-
culo directo entre el gobierno y la sociedad. Y gran parte del diseño de
esa tarea estaba en mis manos.
El gobierno de Duhalde había preservado el orden institucional
del país y sofocado los incendios económicos. Pero había postergado
otros aspectos. En materia de política económica, por ejemplo, no
podíamos mantener la precariedad heredada. Aun cuando eran ciertos
algunos logros_anteriores, esa precariedad se volvía evidente en la fal-
ta de un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional o de una solu-
ción eficaz para salir del default.
Nos asistía la certeza de que representábamos los intereses de
quienes nos habían votado. La preservación de esos intereses segaran-
tizaba cumpliendo los cinco puntos basales del gobierno. ~1 primero,
que ninguna ac,fión podía favorecer la impunidad de quie~es habían
'violado los Derechos Humanos durante la dictadura militar. El segun-
do,_nosobligabaa_!_1,9_obstaculiiar la independencia del Pod<::.J~tdi~
Era imperig~Q _d~y9lverle credibilidad a la Justicia. En_ ter:~.!: _lugir; no
queríamo~_q~~ ningl!_n~_acción de_gobierno p_rovocara m~y_or_ endeuda-
mie11to, lo que suponía reducir drásticamente los niveles de deuda ya
~~tes y superar la corid!cióp. de de{¡d~re~ moros(;"s.-.El c_u~rto pun-
to estaba dirigido a promoveul superávit fiscal y comercial;-lo cual
sup~nía.estimular.eltrabaj·o· y la producción -con ~n sentido expo!tador,

-100-
.:valiéndonos de una moneda competmva. Finalmente, el gobierno
debía eludir las acciones que perpetuaran el sometimiento internacio-
nal que Argentina padecía por entonces. En ese punto, precisamente,
inscribimos la integración regional y la relación con el Fondo Mone-
tario Internacional y demás organismos de crédito .

. ,DE LOS DÍAS DE CRISIS AL TIEMPO DEL DESARROLLO


-~>

A mediados de 2003, cuando asumimos, la situación económica


era particularmente difícil. En la gestión de Eduardo Duhalde,
muchos aspectos habían mejorado como efecto de ciertas condiciones
internacionales favorables y de los propios esfuerzos de su gobierno,
pero la economía seguía mostrando síntomas preocupantes.
Por esos días, en la Argentina circulaban 17 monedas. Se trataba
de bonos que los estados provinciales habían emitido para hacer fren-
te a sus obligaciones con sus empleados y proveedores. Aunque las
señales recesivas comenzaban a caer, en la Argentina de 2003 uno de
~~da cuatro habitantes activos no tenía trabajo, el ingreso per cápita
había caído de 7000 a 2200 dólares, el índice de pobreza era cercano al
.57 por ciento y el de indigencia oscilaba en los 30 puntos.
Financieramente, el país reflejaba una situación crítica. Nuestra
deuda externa representaba un 150 por ciento de nuestro PBI. Ade-
más, la Argentina no solo persistía en el default que Adolfo Rodríguez
Saá había declarado un año antes, sino que, aún peor, no había logra-
do un acuerdo extendido con el Fondo Monetario Internacional, lo
cual condicionaba notablemente nuestras posibilidades de acción.
Duhalde solo había obtenido -tal vez era mucho para el momen-
to que le tocó vivir- que durante doce meses ese organismo interna-
cional no reclamara el pago de la deuda.
El mundo nos miraba con recelo por el incumplimiento de los
contratos. Y por si ello fuera poco, España, el único país que nos había
ayudado en la crisis aportándonos un préstamo de 1000 millones de
dólares, expresaba enormes dificultades para poder cobrarlos en vir-
tud del default en que había caído nuestra deuda con el Club de París.
El cuadro era por·demás desalentador.
Al llegar al gobierno, Kirchner se había fijado el objetivo de
impulsar una acción en materia de política económica que consistía en
preservar inalterables una serie de pautas. A modo de común denomi-
nador, toda medida de contenido económico debía tender a favorecer

-101-
~pwducción-y.el.trabajo. Afirmaba que si auxiliábamos con políticas
----- -- -
activas del Estado la actividad__:prifa(Ja, ;mmen-taríamosla prodlieción·-
~--- ~.., ..---
y,.consecuerite!n-ente, la 4ema!lda de trabajo. Sabía que debía profun-
dizar las acciones que Lavagna había tomado en ese sentido durante la
gestión de Duhalde.
En segundo lugar, esas. políticas activas del Estado también debían-
~Ca!Jlinarse.a.promQ._':_~~Lconsu~o interno, lo que implicaba no-solo
<;iarle trabajo a quienes no lo tenían, sino también recomp_one!:._l_9s
i~r~g_s de.las.~las_es med~~s y_bajas para que accedieran abiene~y E:
¿icios-que-hasta.ese.momento les e_§_ta_b~edados.
El tercer basamento era eminentemente-fiscal. Ya como goberna-
dor pensaba que resultaba primordial que las cuentas del Estado estu-
vieran en orden. Con.s~ntido_común.solía_decír que~e debía gas-
taL!!l_;Ís_cti.nero gue el que entraba. De ahí que, desde -~n-primer
momento, haya promoviClola iCleacte trabajar con un nivel de superá-
vit fiscal que garantizara tanto el desarrollo de la obra~pública·~vital
para volver a movilizar una economía estancaCl~omo el cumpli-
miento de nuestros compromisos externos.
En cuarto lugar, debíamos_d~~endeudar a la Arg~ina. En mayo de
..20Q.l, nuestro país registraba una deuda en situación de default que
sobrepasabaJo~__ci~n.miLmj.Jl_Q_g~s~c!._e dólat:es. Había, además, ochenta
mil millones de dólares de deuda pública contraída como consecuencia
de las medidas adoptadas a partir de la salida de la convertibilidad y del
"corralito bancario". Ello implicaba que nuestra deuda estatal represen-
taba más de 150% de nuestro PBI y que más de la mitad, contraída con
anterioridad al31 de diciembre de 2001, estaba en condición de default.
Finalmente, la Argentina debía incrementar su capacidad de aho-
rro y llevar adelante un proceso de acumulación de reservas. Si lo
lográbamos, íbamos a estar en condiciones de negociar mejor nuestra
deuda y de enfrentar con comodidad eventuales crisis globales.
Sobre estos cinco postulados se desarrolló la acción de gobierno en
materia económica. Kirchner nunca permitió que una medida pusiera
en riesgo esas premisas. Seguía obsesivamente, día a día, la evolución de
los distintos indicadores económicos: las reservas acumuladas en el Ban-
co Central, el crecimiento de la recaudación impositiva y el desarrollo
del superávit fiscal y comercial. Gracias a esa conducta, pudo concluir
su mandato exhibiendo excelentes resultados económicos.

-102-
5

"PROCEDA"
EL FIN DE DOS LEYES OPROBIOSAS

Ya habíamos alcanzado la altura de crucero y esperábamos que, de


un momento a otro, comenzaran a servir la cena en la pequeña ofici-
na que el Tango 01 tiene reservada para el Presidente. Era la noche del
. 24 de julio de 2003. Habíamos despegado del aeropuerto John Fitzge-
rald Kennedy y empezábamos el regreso de aquel viaje en el que
Kirchner y Bush se habían visto la cara por primera vez.
En ese pequeño despacho, formado por dos butacas de avión y un
escritorio que las separa del sillón presidencial, Kirchner y yo hojeá-
bamos las noticias publicadas en la Argentina. Los dos leíamos los
comentarios que dejaban al descubierto la sorpresa causada eh el
periodismo por un gesto inusual que él había tenido hacia su par nor-
teamericano: p~ear~ la pierna mientr3:s le r:ecordaba s_u c~~ndic:i~n
de peronista, ante la preocupaci6ñaeB~sh por su filiación política. -
-Mientr;s reíamos y bromeábamos por la reacción mediática, la
repentina aparición de un asistente de la tripulación nos interrumpió.
-Perdón, Presidente -dijo, disculpándose-, hay un llamado del
ministro Pampuro en el teléfono de la cabina.
Kirchner frunció el ceño y dibujó en su rostro cierta perplejidad.
Durante unos segundos indagó en su memoria tratando de descubrir
la causa del llamado. Pero no la encontró.
-Fijate qué pasa -me pidió, mientras su mano dibujaba círculos
cerca de su oreja en un gesto que simulaba atender un teléfono.
Acompañado por el tripulante, me enca~iné hacia la cabina de la
aeronave cruzando el pasillo que formaban las dos hileras de asientos

-105-
ocupadas por los ministros y los secretarios que integraban la comiti-
va. En el trayecto, Rafael Bielsa atrapó mi brazo y me preguntó qué
pasaba, con un tono de voz preocupado.
-No lo sé -alcancé a responder sin detener mi marcha.
Al llegar a la cabina, alguien me alcanzó el teléfono con toda premura.
-Hola, Pepe, ¿qué anda pasando? -dije, sabiendo que estaría
Pampuro del otro lado de la línea.
-Estamos mal, en el fondo del mar -respondió, con ese lacóni-
co pesimismo que lo vuelve_divertido-. Canicoba Corral ordenó la
detención de 46 oficiales de las tres fuerzas. Baltazar Garzón es el que
pide la medida. Están todos. Desde Videla a Bussi -concluyó.
Escuché con atención sus palabras. Hablaba del "Juicio de
Madrid", que el magistrado español impulsaba desde l999. Entendí
rápidamente que los hombres de las tres armas temían el avance de la
justicia española en la investigación de los crímenes de lesa humani-
dad y que ello generaba un clima de mucha inquietud.
La voz de Pampuro trasuntaba preocupación. A pesar de todo, me
dejó tranquilo saber que los mismos jefes del Ejército, de la,Armada y
de la Aeronáutica se habían mostrado dispuestos a cumplir con el
mandato judicial.
Antes de cortar, acordamos con Pampuro que al aterrizar el avión
en Ezeiza todos los militares requeridos por el Juez Federal se encon-
trarían ya detenidos.
Colgué el teléfono visiblemente preocupado. De regreso al despa-
cho presidencial, Bielsa volvió a pararme, pero esta vez para pregun-
tarme si Pampuro me había hablado del "exhorto español". Cuando
oyó mi respuesta afirmativa, solo atinó a advertirme, con un gesto,
que estábamos en problemas.
Al regresar a mi asiento, le conté en detalle a Kirchner la conversa-
ción y lo tranquilicé señalándole que, a nuestro arribo, los requeridos
quedarían privados de su libertad mientras se tramitaba el exhorto.
Casi sin pensarlo, Kirchner opinó que debíamos mandar a los
militares a España. Después quedó a la espera de mis comentarios
sabiendo que en materia de Derecho Penal algo podía aportarle des-
pués de tantos años de enseñarlo. Desde luego, habría que afrontar
dificultades legales. En principio, le recordé que por una regla general
de nuestra legislación la Argentina no cede ciudadanos nacionales para
su juzgamiento en el exterior. Además, debíamos considerar la vigen-
cia de un decreto, dictado durante la presidencia de Fernando de la
Rúa, que prohibía las extradiciones de ex militares acusados en otras

-106-
naciones por crímenes de lesa humanidad consumados durante la dic-
tadura que había gobernado el país desde 1976 a 1983. ·
-Deroguémoslo -me replicó de inmediato.
-Aunque lo hiciéramos, no resolveríamos la impunidad de la que
gozan. Nos enfrentaríamos con las leyes de Obediencia Debida y de
Punto Final. Si bien fueron derogadas por el Congreso, mientras
tuvieron vigencia, generaron los efectos derivados de la aplicación de
la ley más benigna -me apuré a señalarle.
Por esos días, la Corte Suprema estudiaba la solicitud de inconsti-
tucionalidad de ambas normas, aunque había pocas expectativas res-
pecto de que se acogiera el pedido teniendo en cuenta la integración
del Tribunal, pero aun en ese supuesto, quedaban dudas sobre el"
alcance que podría alcanzar ese veredicto. ¿Esa inconstitucionalidad
podría hacer fenecer la invocación de una norma más benigna que los
militares invocarían?
Kirchner entendió entonces que la solución pasaba por anular
ambas leyes; una medida que, en principio, debía ser objeto de debate
judicial.
Entonces, la conversación se detuvo. Kirchner volcó su cara
sobre la ventanilla del avión y pareció perder su mirada en la oscuri-
dad de la noche. Guardó silencio durante unos pocos segundos y
volvió a mirarme.
-Hay que pedirle al Congreso que las anule -me dijo.
Su propuesta era de una enorme osadía. Siempre había naufragado
todo intento por anular las leyes de impunidad en el Congreso. Las
mayorías necesarias para lograr semejante objetivo nunca se habían
juntado para acompañar esa iniciativa.
-¿Estás proponiendo que el Congreso advierta hoy que ambas
leyes reconocían vicios de fondo y que en función de esos vicios se
han vuelto susceptibles de ser anuladas?
-No lo sé. No me preguntes cómo hacerlo. Pero es eso lo que
debemos hacer. Los argumentos para anularlas deben ser muchos.
Vamos a decirle a Zannini que prepare la derogación del decreto de De
la Rúa. Vos ocupate de hablar con los presidentes de nuestros bloques
de senadores y diputados y comunicales nuestra intención de que
ambas leyes sean anuladas -concluyó.
Nos quedamos callados. Cada uno reflexionó sin hablar. El ruido
provocado por el camarero que acomodaba cop~s, platos y cubiertos
para nuestra cena y el zumbido monótono de las turbinas se convir-
tieron en la extraña música de fondo de ese instante eterno.

-107-
-Alberto, la Argentina probó con el olvido de Alfonsín y con el
perdón de Menem y no ha podido resolver la injusticia que supone ver
a los genocidas disfrutando de la libertad y a los familiares de las víc-
timas reclamando justicia por los pasillos de los Tribunales. ¿No vini-
mos al gobierno para poner las cosas en orden? Si no vamos a hacer-
lo, mejor volvamos a casa -sentenció.
Solo podía darle la razón. La tenía. Sentí entonces una profunda
admiración por el hombre que tenía frente a mí.
Inmediatamente pensé las posibles estrategias para evitar cuestio-
namientos de la corporación militar y sus históricos socios civiles
cuando conocieran la decisión.
-No te preocupes por eso -me dijo-. Van a entender que es
mejor que los juzguemos en la Argentina. Para ellos, España siempre
será la peor alternativa.
Los dos sonreímos. Por esos días, la Justicia española investigaba
a Alfredo Scilingo y a Ricardo Cavallo, dos represores que esperaban
durísimas condenas de cientos de años de prisión en la jurisdicción
madrileña.
Al llegar a Buenos Aires cité a mi despacho a Miguel Pichetto y a
José María Díaz Bancalari, presidentes de los bloques de senadores y
diputados, respectivamente. Sentados los tres en torno a la mesa de
reuniones, les relaté la novedad.
Con la mejor disposición, sin oponer reparos, ambos aceptaron
avanzar en el tratamiento del tema. Cuando la reunión estaba a punto
de concluir, Kirchner ingresó por la puerta que unía nuestros despa-
chos y se sumó unos instantes al encuentro.
-Muchachos, pongamos las cosas en orden de una vez por todas.
No dejemos que la historia nos recrimine por lo que no hicimos -dijo
Kirchner en un tono que transmitía cordialidad y aliento.
Allí comenzó la acción. Ya existían proyectos de ley al respecto'
impulsados por opositores como Patricia Walsh y Elisa Carrió. Tam-
bién, proyectos propios de las bancadas oficialistas. Un mes después,
el 20 de agosto de 2003, el Congreso Nacional sancionaba la ley que
declaraba nulas las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. El
reconocimiento judicial de la inconstitucionalidad de ambas normas
llegaría dos años después, el14 de junio de 2005, con un fallo unáni-
me e histórico de la Corte Suprema de Justicia.
Así comenzó a transitarse el camino judicial para conocer la ver-
dad sobre lo ocurrido y responsabilizar a los autores de las violacio-
nes masivas a los derechos humanos cometidas entre 1976 y 1983.

-108-
Kirchner siempre le adjudicó particular importancia al tema. Esta-
ba tan seguro de que era imposible avanzar en el desarrollo social de
la Argentina sin encontrar una solución definitiva al problema, como
de que el olvido y el perdón no era~ el camino que nos conduciría a la
calma social. Solía repetir que el sendero a recorrer pasaba por el reco-
nocimiento de lo sucedido para que después los tribunales actuaran
juzgando a los responsables.
También quería que el juzgamiento no escapara de las manos de
los jueces naturales y que el respeto al debido proceso no se viera vul-
nerado. Tanto fue así que, en las postrimerías de su gobierno, Cristina
comentó la existencia de un proyecto de ley escrito por Ricardo Gil
Lavedra y Andrés D' Alessio en el que se proponía darle otra agilidad
a los procesos seguidos contra los militares. Kirchner se negó enfáti-
camente a tratarlo. "Si cualquier ladrón debe soportar años de proce-
so judicial, cómo los acusados de un genocidio van a beneficiarse con
juicios más ágiles", aducía.

UNA FUERZA RENOVADA

Antes de que Carlos Menem defeccionara en la segunda vuelta


electoral, Kirchner me encomendó entrevistarme con dos enviados del
Ejército por pedido del entonces Presidente Eduardo Duhalde.
Me visitaron en mis oficinas de la Avenida Callao. Una vez cum-
plidos los saludos de rigor, me transmitieron el deseo del Ejército· de
que la Corte Suprema reconociera la constitucionalidad de las leyes de
Obediencia Debida y Punto Final. A ello le añadieron cierta inquie-
tud antes la posibilidad de que eso no sucediera.
Cumplí al pie de la letra las órdenes impartidas por Kirchner. Los
escuché con atención sin darles señales precisas sobre cuál sería nues-
tro proceder. Les advertí que de ningún modo podíamos influir sobre
el máximo tribunal para que dictara sentencias en un sentido o en
otro. "No nos interesa perseguir injustamente a nadie, solo queremos
que la Justicia resuelva", concluí con cierta parquedad.
Kirchner también pensaba por entonces en promover un profun-
do cambio en las Fuerzas Armadas. Buscaba que los jefes de las tres
fuerzas no estuvieran involucrados en hechos emparentados con la
represión de la segunda mitad de los años 70, para evitar los obstácu-
los a la revisión judicial de ese tiempo.
En lá semana previa a su asunción, en mayo de 2003, cuando via-
jamos a Río Gallegos para conformar el gabinete, Kirchner me había

-109-
sugerido conversar con Roberto Bendini. Fue entonces que conocí, en
la casa de Julio de Vido, a un militar agradable, de tono calmo y respe-
tuoso, que permanentemente destacaba la necesidad de integrar las
Fuerzas Armadas al proceso democrático. Se ocupó de informarme que
en los años de plomo había cumplido funciones en los Estados U n~dos
y así, indirectamente, intentaba remarcar que nada había tenido que ver
con la acción represiva del Ejército. Bendini fue cuidadoso en sus pala-
bras y muy cordial en su trato, una particularidad que mantuvo cuando
debí frecuentarlo por razones funcionales en los años ulteriores.
A la mañana siguiente le transmití a Kirchner esa buena impresión.
De inmediato me comeató su deseo de colocar a Bendini al frente de
la jefatura del Ejército y me informó los tres nombres que tenía para
encabezar las jefaturas de la Armada, la Aeronáutica y el Estado
Mayor Conjunto. Entonces me enteré que pretendía ubicar al Briga-
dier Jorge Alberto Chevallier como Jefe del Estado Mayor Conjunto;
al Almirante Jorge Ornar Godoy al frente de la Armada, y al Brigadier
Carlos Alberto Rodhe, en Aeronáutica. Todos ellos, sumados a
Roberto Bendini, eran los hombres a los que Kirchner les confiaría la
conducción de las Fuerzas Armadas.
Asimismo, me encomendó ordenar estas designaciones. Sabía, de
antemano, que provocarían cierto "ruido" en tanto obligaban a pasar
·a retiro a un número importante de oficiales; una docena de oficiales
de la Armada, algunos pocos en la Fuerza Aérea, y, estimaba, algunos
más en el Ejército.
De regreso a Buenos Aires, le pedí a José Pampuro una reunión para
resolver esta cuestión. Aunque me pidió que le adelantara algo telefóni-
. camente, no le anticipé ninguna de las decisiones que el Presidente ya
había tomado, porque sabía que el tema requería particular cuidado.
En la noche del 23 de máyo, solo dos días antes de que N éstor
Kirchner asumiera la Presidencia, me reuní con Pampuro. Me recibió
en la Casa Rosada, en el despacho que ocupaba como Secretario
General de la Presidencia de Duhalde, si bien ya era, virtualmente,
nuestro· ministro de Defensa.
Allí conversamos largamente, en una maravillosa oficina que algu-
na vez fue dormitorio de presidentes, cubierta de boisserie ornamen-
tada y con ventanas adornadas con vitraux.
-Pepe, tengo los nombres de los jefes de las Fuerza. Veámoslos
-le dije con tono amigable, sabiendo que lo que vendría no sería fácil.
Suponía que el nombre de Chevallier sería bienvenido. Se trataba
de un aviador prestigioso, héroe en la Guerra de Ma~yinas. También,

-110-
que las designaciones de Rodhes y Godoy no conllevarían el pase a
retiro de más de doce oficiales en cada arma. U na decisión razonable.
El caso de Bendini era diferente. Por eso preferí dejarlo para el final.
Pampuro contaba con un listado de oficiales de cada arma que le
había entregado Horacio Jaunarena, entonces Ministro de Defensa.
Rápidamente, cotejaba los nombres que yo le daba con esas listas para
verificar cuántos oficiales debían pasar a retiro para despejar la jefatu-
ra. Tal como lo suponía, Chevallier, Rodhes y Godoy no generaron
mayores sobresaltos.
Cuando finalmente pronuncié el nombre de Roberto Bendini,
Pampuro indagó la nómina de oficiales del Ejército. Leyó dos veces y
el nombre no aparecía.
-Debe de estar mal ese nombre, aquí no aparece -me dijo,
pidiendo que revisara el dato.
-No, Pepe ... Está bien, buscá mejor -le dije con cierto cuidado
para no herir su susceptibilidad.
La lista de Pampuro contenía los nombres de los primeros veinte ofi-
ciales del Ejército. Allí, efectivamente, el nombre de Bendini no aparecía.
Cansado de buscar, y cuando sus nervios parecían colmarse, Pampuro
optó por comunicarse con J aunarena confiando en que era yo el equivo-
cado. Pero su incertidumbre terminó cuando el mismo Ministro de
Defensa le confirmó que Roberto Bendini era un general que estaba a
cargo de la Brigada Mecanizada XI con asiento en Río Gallegos. Recién
entonces entendió que Bendini efectivamente existía y que su designa-
ción suponía el pase a retiro de veintisiete altos oficiales del Ejército.
-Me están matando antes de entrar. ¿Cómo voy a conducir a
estos tipos si llego guillotinando a veintisiete de sus jefes? -gritaba
molesto Pampuro. ·
No pude contener una sonrisa. Aunque esa escena la había imagi-
nado, no dudaba de que la tensión inicial no pasaría a mayores por el
compromiso y la lealtad que Pampuro reservaba hacia Kirchner. Pero
a pesar de ello, nuestro futuro Ministro de Defensa se mostraba muy
nervioso. Para calmarlo le expliqué que había conocido a Bendini y
que me había dejado una excelente impresión. Además, estaba seguro
de que Kirchner sabía por qué confiar en ese general de cuya vocación
democrática no dudaba.
Poco a poco, Pampuro fue recobrando la calma y la charla se recom-
puso. Cinco días después Bendini era el nuevo jefe del Ejército Argentino.
~irchner procuró, como parte de su política de derechos huma-
nos, que ningún militar en actividad estuvi~ra et} c~naicionesae tener
que responder por crímenes de lesa-humanidad. . ·- - - --

-111-
Dos RETRATOS MENOS EN EL COLEGIO MILITAR
También buscó terminar con la simbología que vinculaba el pre-
sente democrático de las Fuerzas Armadas con aquellas que asaltaron
el poder en 1976 y terminaron con la vida de miles de argentinos.
Mantuvo en este tema una ajustada visión del problema y un coraje
para enfrentarlo que lo hizo merecedor de grandes elogios.
( ' En esa dirección, convirtió a la Escuela de Mecánica de la Armada
_.)y a otros edificios que en su momento habían sido utilizados como
· \ centros clandestinos de detención, en lugares destinados a la memoria.
T De la multitud de símbolos que contrariaban el espíritu democrá-
/ tico y de justicia ya instalado entonces, los que más lo inquietaban
eran los cuadros de Jorge Rafael Videla y Reynaldo Benito Bignone
7 que, a modo de "patronos de aula", colgaban de las paredes del Salón
'-..,.\._Principal del Colegio Militar.
Kirchner esperó que se cumpliera el primer ~24: de marczo en el
gobierno para ejecutar un deseo largamente añorado. Así, al conme-
morarse 28 años de aquel fatídico golpe de Estado que dio origen al
autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, ordenó recor-
darlo en el Colegio Militar de la Nación.
Ese día llegamos al lugar en helicóptero. Pampuro y Bendini reci-
bieron al Presidente en los jardines del Colegio. Tras los saludos pro-
tocolares, ingresamos al edificio y nos dirigimos a un salón en el que
los ministros departían tomando bebidas junto a otros invitados. De
inmediato, Kirchner se perdió entre los concurrentes mientras que
Pampuro y Bendini me abordaban tratando de dilucidar un tema que
los inquietaba: ¿quién sería el encargado de descolgar los cuadros?
Bendini proponía que lo hiciera el Director del Colegio o uno de
sus edecanes. Pampuro escuchaba en silencio esperando una respues-
ta de mi parte que se demoraba en llegar simplemente porque yo no
compartía el motivo de tanta preocupación. Al fin y al cabo, estaban
descolgando la imagen de dos genocidas. Kirchner intuyó que algo
pasaba y se acercó hasta donde los tres conversábamos.
-¿Que pasa, Alberto? -me increpó con toda la autoridad que su
presencia Imponía.
-Me preguntaban quién sería el encargado de retirar los cuadros
-respondí.
Kirchner me miró como si no entendiera cuál era el problema y
dirigiéndose a Bendini le dijo:

-112-
-Retírelos usted, General. Va a pasar a la Historia cuando lo haga.
No le tema a sus camaradas. Piense en los millones de argentinos que se
lo van a reconocer -lo invitó, con tono tan firme como simpático.
Palmeó el hombro de Bendini y volvió a compartir el momento
con los concurrentes, restándole importancia a lo ocurrido.
-¿Vieron qué fácil era? -atiné a decirles a Pampuro y a Bendini,
tratando de descomprimir una situación difícil. Todos reímos nerviosos.
Unos minutos después marchamos hacia el salón principal del
Colegio Militar en donde los cadetes esperaban formados.
Kirchner pronunció un discurso de enorme valor. Les dijo a esos
futuros oficiales que se mezclaban con viejos generales que estaba allí
para recordarles que nunca más debía subvertirse el orden institucio-
nal y para rescatar el espíritu sanmartiniano del Ejército, invitándolos
a reconstruir "el país con democracia, pluralidad y justicia social".
-:-El terrorismo de Estado es una de las cosas más sangrientas que
le pueden pasar a una sociedad. No hay nada que lo habilite y menos
la utilización de las Fuerzas Armadas -concluyó.
Al cerrar su discurso, Kirchner buscó a Bendini para que lo acom-
pañara hasta el lugar en el que los cuadros estaban colgados. Subió un
piso por las escaleras y se detuvo ante los retratos.
El silencio era sepulcral. Mientras él señalaba los cuadros con su
mano derecha en alto, le ordenó al Jefe del Ejército que los retirara.
Solo dijo "proceda". Y todos entendieron que en esa palabra había
mucho más que una orden.
Indudablemente, era otro tiempo el que empezaba a escribirse en
la Argentina. ·

-113-
LA RELACIÓN
CON EL FMI
IDEOLOGÍA POLÍTICA Y POLÍTICA ECONÓMICA

Kirchner siempre fue un crítico del Fondo Monetario Internacio-


nal. Con mucha razón, veía en ese organismo a uno de los principales
causantes de la crisis argentina. Solía recordar los días en que Michel
Camdessus elogiaba la política económica impulsada en nuestro país
durante la década de 1990, exhibiendo como ejemplo ante el mundo el
gobierno de Carlos Menem.
No se reservaba dudas. Kirchner creía que el FMI había sido el
gendarme responsable de garantizar la implementación en nuestro
país de las medidas económicas aprobadas en lo que dio en llamarse el
Consenso de Washington, una lista de diez políticas originalmente
pensadas para América Latina (disciplina fiscal, reordenamiento del
gasto público, reforma impositiva, liberación de los tipos de interés,
tipo de cambio competitivo, liberalización del comercio internacional,
liberalización de la entrada de inversiones extranjeras directas, priva-
tizaciones, desregulación de mercados y preservación de los derechos
de propiedad) pero que posteriormente trascendieron a todo el mun-
do como un programa general.
Tenía razón cuando afirmaba que esas políticas neoliberales se
habían desarrollado en todo el mundo y habían dejado en nuestro con-
tinente consecuencias muy negativas. En los años 90, el aumento .real
.del-PBI en la región fue solo-del-1" por ciento· durante toda la década.
E~~contexto_ de_Il}[l!~ _cr~ci_~ie~to, el desempleo y la pob~eza
au_!llentaron. Latinoamérica ingresó en el tercer milenio con un tercio
de su población viviendo en condiciones de pobreza con ingresos infe-
riores a los 2 dólares diarios y con.casi 80 millones de indigentes que
debieron resignarse a subsistir con ingresos inferiores a 1 dólar diario.

-117-
Cuando Kirchner renegaba de aquellas premisas, yo solía decirle
que no habían sido íntegramente acatadas en la Argentina por quienes
se autoproclamaban liberales respetuosos de los mercados. Así, fueron
paladines en la liberaliz_acj.Qp_<:om_e~l que favoreció ~a j_estrucción
de nuestra industria, en la admisión_i!ldiscriminada de imp9~
y en la privatización de los servicios públicos. Sin embargo, desobe-
decieron los mandatos que recomendaban el equilibrio fiscal y un tipo
de cambio competitivo para favorecer el superávit. comercial, aspectos
centrales de nuestra propuesta económica.
Yo participaba de las críticas que el Consenso de Barcelona (un espa-
cio del que participaba.n algunos amigos economistas cercanos al socia-
lismo español como Miguel Sebastián o Guillermo de la Deheza) había
formulado al Consenso de Washington. Siempre he creído que a la hora
de instrumentar políticas económicas uno debe moverse con absoluto
pragmatismo y así actué cuando debí opinar ante la toma de decisiones
en el gobierno. En algunas ocasiones, uno debe moverse ortodoxamen-
te, por ejemplo, respetando la disciplina que permite alcanzar el supera-
vit fiscal. En otras, la heterodoxia es la solución, como cuando debimos
formular la oferta para escapar al default de la deuda externa.
A esta altura de los acontecimientos, aniquilado el comunismo y con
el capitalismo en grave estado, se deben revisar todos los dogmas que
· rigieron este tiempo en materia económica. Concebir la economía como
un mecanismo que equilibra el desarrollo social y actuar con la raciona-
lidad que la búsqueda de ese objetivo impone es el secreto del presente.
Por eso, un Estado que gasta más de lo que sus ingresos le permi-
ten camina inexorablemente al endeudamiento desmedido que condi-
cionará el desarrollo social de quienes lo habitan. De igual modo, pos-
tergar la inversión social para hacer frente a los intereses usurarios de
una deuda es inmoral porque empuja a la marginalidad a muchos sec-
tores sociales y privilegia la deuda ante los acreedores económicos en
desmedro de la deuda social.
A Kirchner le cabía toda la razón en ese punto: los Consensos de
Washington solo sirvieron para patentizar un modelo de centraliza-
ción del poder mundial. De ahí que su planteo político encontrara eco
en muchos sectores.
Por encima de todas estas disquisiciones, siempre creyó que era
necesario confrontar con el Fondo Monetario Internacional, cargán-
dole la responsabilidad de haber apoyado el modelo económico que
provocó en la Argentina la explosión de diciembre de 200.1.

-118-
Los PRIMEROS ADELANTADOS DEL FMI
Eduardo Duhalde había logrado un acuerdo muy precario con el
FMI. El compromiso, que se extendía durante doce meses y vencía a
mediados de 2003, preveía que en ese lapso el gobierno nacional
debía ordenar la economía sin auxilio externo de ningún tipo. Por su
parte, el organismo no demandaría a lo largo de ese año el pago de
deuda vencida.
Durante la campaña presidencial, Anoop Singh visitó la Argenti-
na para conocer el parecer de los distintos candidatos. El Fondo bus-
caba obtener una idea aproximada sobre qué iba a ocurrir en el país en
materia económica a partir de entonces. Además, estaba entre sus pre-
tensiones reordenar el caso argentino, ya que el acuerdo de transición
cerrado por el gobierno de Eduardo Duhalde, si bien le había permi-
tido a la Argentina postergar sus obligaciones con los organismos de
crédito, también había dejado sin resolver cuestiones de trascendental
importancia para el reordenamiento financiero del país.
En la tarde del martes 6 de marzo de 2003, a poco más de un mes
de las elecciones presidenciales, Osear Tangelson, Julio De Vido, José
María Las Heras y yo nos reunimos con Singh en el Hotel Sheraton
de Retiro. Ese día Singh no cesó de hacer preguntas puntuales mien-
tras tomaba nota de todas las respuestas.
A dif_e_rencia de lo que había ocurrido en Brasil, e11 do11de el FMI
haºía conseguido elcompromiso de todos l~s candidatos presj~_egcia­
~~ brasileños- -incluido el de Lula da Silva-:- de avalar el acuerdo
.cerrado con Fernando Henrique Cardo~o por una a~istencia fi~nci~-
ra de unos treinta mil millones de dólares, Singh debió escuchar en la
Argentina un sinfín de críticas al rol del organismo en las causas que
h~_í~n determinado la crisis.
Su-may9r pre¿cupación residía en conocer si los planes de gobier-.
no preveían una suba escalonada del superávit fiscal primario, un
componente esencial para que el país comenzara a cumplir con sus
compromisos externos.
Fuera de eso, Singh se ocupó de hacernos conocer la conveniencia
de mejorar el diálogo con el FMI, tal como en su momento lo habían
hecho los entonces candidatos a presidentes de Ecuador y Brasil,
Lucio Gutiérrez y Lula da Silva, respectivamente.
Aunque compartimos con Singh la necesidad de construir una eco-
nomía sana b~sada en el equilibrio fiscal, dejamos en claro nuestro pare-
cer sobre la responsabilidad del Fondo Monetario Internacional en la

-119-
crisis recientemente vivida. Ese era exactamente el mensaje que Kirch-
ner quería que les· transmitiéramos a los funcionarios del organismo.
Había pedido puntualmente que fijáramos nuestra idea de que la hete-
rodoxia en materia económica no necesariamente debía ser vista como
irracionalidad. Para explicarla, me recomendó usar los resultados eco-
nómicos alcanzados en Santa Cruz durante su gestión, que demostra-
ban cómo un Estado muy activo en la economía podía preservar un
equilibrio fiscal envidiable en las cuentas públicas. Así lo hicimos.
'-{. Cuando observó que sus recomendaciones tenían un eco limitado,
Singh buscó congraciarse detallándonos los "procesos de cambio de
mano en el poder" que se experimentaban en Latinoamérica. Y fue
más allá: nos aseguró que, según las encuestas que conocía, Kirchner
"encabezaba las preferencias del electorado".
A aquel encuentro no solo faltó Kirchner. Tampoco asistió Adol-
fo Rodríguez Saá. Concurrieron Menem y López Murphy. Ellos asig-
naban particular relevancia a la relación d.e la Argentina con el orga-
nismo. Elisa Carrió no estuvo ni envió emisarios. Sabía que los argen-
tinos nunca le encomendarían la tarea de presidir el país.

KIRCHNER VS. KóHELER

A poco de asumir el gobierno nacional, el acuerdo firmado por


Duhalde estaba próximo a su fin. Con la mala predisposición que
Kirchner evidenciaba hacia el Fondo, Roberto Lavagna debió hacerse
cargo de llevar adelante el diálogo.
Kirchner nos había instruido respecto de su propósito central:
lograr un acuerdo extendido de tres años que nos permitiera desarro-
llar el plan de activación de la economía y hacer una oferta para salir
del default sin interferencias del Fondo.
Aunque Roberto Lavagna fue quien debió cargar el peso de la
negociación del convenio, yo me sumé a la tarea solo cuando el acuer-
do parecía estancarse debido a algunas diferencias surgidas a raíz de
ciertas demandas del FMI.
La primera de esas discrepancias ·se originaba en las exigencias del
organismo de someter a la banca pública a un proceso de privatización
como paso previo a la reorganización del sistema financiero. En ese
mismo orden de ideas, pretendía que los bancos fueran compensados
por los desfasajes generados con la pesificación. Lavagna se mantu-
vo firme en ese punto y rápidamente le hizo comprender a nuestra

-120-
contraparte la imposibilidad de tal pretensión, ya que Kirchner inten-
taba valerse de la banca oficial para favorecer el acceso al crédito de la
pequeña y mediana empresa con fines productivos. Por otra parte,
respecto de los bancos que acababan de quedarse con el ahorro de sus
clientes, les expresó la inconveniencia política de acceder a compensa-
ciones como las que reclamaban.
La segunda diferencia residía en los precios de los servicios públi-
cos. Durante el gobierno de Duhalde se había dispuesto un aumento de
las tarifas que no prosperó por distintas decisiones judiciales que impi-
dieron la aplicación de la medida. Lavagna era propenso a ajustarlas,
coherente con aquella decisión del gobierno al que había pertenecido.
Sin embargo, Kirchner se mostró contrario a esa idea. Creía que duran-
te los años 90 las empresas de servicios públicos habían logrado excesi-
vas utilidades y que ello era consecuencia de que habían tenido sus tari-
fas dolarizadas y postergado inversiones necesarias escudándose en la
recesión que sumergió al país a partir de 1997. Después de muchas dis-
cusiones, los técnicos del Fondo accedieron a quitar ese reclamo.
Finalmente, el tercer punto que nos enfrentaba con el FMI estaba en
el superávit fiscal. Los negociadores del organismo querían que el país
se comprometiera a alcanzar un superávit fiscal primario consolidado
del orden del 4 por ciento del PBI. Para nosotros, que observábamos
que con mucho esfuerzo el superávit podría ser del orden del3 por cien-
to, admitir aquella exigencia implicaba restringir el gasto social y pos-
tergar la inversión pública en un momento en que el país demandaba
políticas sociales y obras que sostuvieran el incipiente crecimiento.
Para nuestro pesar, Brasil acababa de comprometerse a obtener un
superávit fiscal semejante al que nos reclamaba el Fondo Monetario
Internacional. Kirchner me pidió que indagara cómo era posible que
hubiera ocurrido y fue entonces cuando le pedí telefónicamente a Mar-
co Aurelio García -un gran amigo y principal asesor de Lula en cues-
tiones internacionales- que me explicara las causas de esa decisión.
Allí nos enteramos de que, en el cálculo del superávit, Brasil
incluía los ingresos provenientes de la recaudación previsional y que
esos mismos recursos eran los que financiaban la inversión de las
empresas brasileñas a través del Banco Nacional de Desarrollo Social
(BNDS). Cuando Kirchner conoció ese cuadro, empezó a alimentar la
· idea de estatizar nuevamente el sistema previsional argentino.
A partir de ese dato, en la negociación, empezamos a usar a nuestro
favor el argumento de que no contábamos con los recursos previsionales.
Así, como Argentina carecía de esos ingresos porque el sistema estaba en

-121-
manos de la administradoras de fondos de jubilaciones y pensiones
(AFJPS), era impropia la exigencia que se nos petendía imponer.
En el momento en que los técnicos del organismo abandonaron la
Argentina, no habíamos acordado el alcance del superávit fiscal a com-
prometer. Tres días después de concluida aquella misión negociadora en
la Argentina y de que el FMI dispusiera la liberación de un crédito
puente de 320 millones de dólares, llegó al país Horst Koheler, el ale-
mán que revestía la condición de Director Ejecutivo del organismo.
En la noche del 23 de junio de 2003, Kirchner invitó a Koheler a
cenar en la residencia presidencial de Olivos. De esa cena participamos
también Lavagna, Zannini y yo.
Koheler pudo conocer esa noche el malhumor que Kirchner arras-
traba con el FMI. Apenas ingresó en el living de la residencia y mien-
tras todos éramos invitados a compartir un aperitivo, Kirchner
comenzó a desplegar su artillería.
-Yo sé que usted esperaba encontrarse hoy con otro presidente
de la Argentina. Pero los argentinos han decidido que sea yo quien
presida el país. Quiero que sepa que nada será como fue y que perso-
nalmente considero al FMI particularmente responsable de lo que le
pasó a mi país -dijo Kirchner en tono firme.
~ Koheler quedó en silencio escuchando cómo Kirchner, una a una,
iba desgranando las responsabilidades que le atribuía al organismo.
Cuando concluyó, con mucha diplomacia, Koheler reconoció, con
una sonrisa que reclamaba piedad, que venía preparado para escuchar
esas críticas. Inmediatamente después dijo haber entendido muy bien
todo lo que había escuchado y, para distender el clima, propuso un
brindis y seguir conversando sentados a la mesa servida en su honor.
Ya en la cena, Koheler se comprometió a ayudar al país después de
dejar en claro su parecer sobre gran parte de los planteas de Kirchner.
-Presidente, yo ya me acostumbré a andar por el mundo y que se
diga que el FMI es el culpable de todos los males. Pero no creo que sea
bueno para Argentina echarle toda la culpa al FMI, porque muchos
de los problemas que existen radican en el país -remarcó, ponién-
dole un límite a los dichos de Kirchner-. Seguramente el FMI tuvo
fallas -prosiguió- pero los argentinos deben revisar su propia con-
ducta. Yo le aseguro que el Fondo no le dirá al Gobierno lo que tiene
que hacer. Solo intentaremos negociar con ustedes un acuerdo para los
próximos tres años en el que se comprometan, junto con las provincias,
a una rígida disciplina fiscal que garantice superávit suficiente para cum-
plir con el repago de la deuda. También queremos una estrategia para

-122-
definir las compensaciones a los bancos, necesarias para paliar los efec-
tos de la pesificación de los depósitos. Finalmente, queremos que entien-
dan que es necesario reconstruir un clima de confianza para los inverso-
res y en ello la revisión de las tarifas tiene mucho que ver -concluyó.
Al día siguiente, en conferencia de prensa, Koheler le dedicó elo-
gios a Kirchner, a quien calificó como un presidente que demostraba
una correcta visión de la situación del país. De regreso a Washington,
emitió un informe muy favorable sobre la situación de la Argentina
reconociendo, implícitamente, cómo el FMI había subestimado el
estado en que se hallaba el país.
Horst Koheler fue un hombre que ayudó m~cho al diálogo con
la Argentina, y era perfectamente consciente de la incidencia negati-
va del FMI durante la década del 90, pero aun así nos advertía sobre
cómo nuestro país repetía errores que de modo indefectible lo con-
denaban a su postergación. Su compromiso fue evidente cada vez
que debió requerir al directorio del organismo que apoyara el plan
de acción suscripto por la Argentina.
Pese a todo, la negociación seguía generando complicaciones. El
FMI había admitido la inconveniencia tanto de producir cambios en
la banca pública como de compensar a la banca privada, en los tér-
minos pedidos y hasta había aceptado a regañadientes que el Estado
no asumiera compromisos en materia de revisiones tarifarías. Que-
daba aún sin resolver cuál sería el porcentaje de superávit admisible.
Kirchner no quería comprometerse con un superávit que poster-
gara la obra pública y la atención social. Aunque no le quitaba razón
a sus argumentos, Lavagna se mostraba preocupado. Temía que por
ese aspecto no llegáramos a un acuerdo en un momento en que el
país lo necesitaba.
Cuando la negociación pareció caer en un pantano, Kirchner se
comunicó telefónicamente con Koheler para reafirmarle nuestra posi_:
ción y buscar la comprensión del alemán.
-Quiero un acuerdo con el FMI -comenzó diciéndole- pero
no voy a comprometer más de 3 puntos de superávit. Eso es lo que
la Argentina puede cumplir sin postergar su crecimiento. Espero que
me entiendan, pues de lo contrario caeremos en default también con
ustedes y deberán seguir pagando los costos de condenar a la Argen-
tina -sentenció.
Koheler, que estaba de gira por el mundo, le pidió tiempo. Tenía
enormes problemas para convencer a un directorio del organismo en
el que japoneses, italianos y holandeses se mostraban contrarios a la

-123-
pretensión argentina. Mientras Koheler usó .ese tiempo, la Argentina
corrió el riesgo de caer en default con el FMI, al demorar el pago de.
2.900 millones de dólares.
Ese lapso fue de mucha tensión ya que Kirchner había dado la
orden de no seguir las negociaciones después de su conversación con
Koheler. Estaba tensando la negociación al límite pero no quería dar
señales concesivas hacia quienes eran, para él, los responsables de la
calamitosa situación del país.
Pero Koheler logró finalmente que el directorio aceptara el recla-
mo argentino y así, ellO de septiembre de 2003, logramos suscribir los
acuerdos.

~ UNA CONFRONTACIÓN QUE NO CESA

Hubo un segundo momento de tensión con el FMI. Fue cuando lle-


gó el momento de aprobar la segunda revisión de aquel acuerdo suscrip-
to en septiembre de 2003. En esa ocasión, las negociaciones entre Bue-
nos Aires y Washington se intensificaron. Kirchner permaneció recluido
en su despacho de la Casa de Gobierno y Lavagna y yo lo acompañamos
al tiempo que lo manteníamos informado sobre lo que ocurría.
En ese momento la Argentina debía desembolsar al FMI 3100
millones de dólares, pero Kirchner había dado la orden de no hacerlo
hasta que el organismo aprobara la segunda revisión del acuerdo
vigente. Pensaba que, habiendo cumplido con el compromiso asumi-
do, era necesario que el FMI hiciera su parte de no interferir en nues-
tra política económica.
La noche d~llunes 8 de marzo de 2004, el gobierno envió una pro-
puesta sobre el cumplimiento futuro del acuerdo firmado en septiem-
bre de 2003. Antes, el FMI había planteado nuevas exigencias para la
renegociación de la deuda argentina con acreedores privados morosos
por unos 100 mil millones de dólares. Nuestra oferta reclamaba que
no se condicionara la negociación, aunque se enfatizaba la vocación
por resolver el problema.
Para ordenar el pago de los 3100 millones de dólares al FMI,
Kirchner esperaba una clara señal de que el organismo aprobaría la
segunda revisión de las metas establecidas en el acuerdo que nos per-
mitía diferir pagos.
Esa señal ocurrió el ·martes 9 de marzo de 2004, cuando Anne
Krueger le informó telefónicamente que la segunda revisión sería
aprobada. El riesgo del incumplimiento había sido eludido.

-124-
A la semana siguiente, el15 de marzo, Kirchner viajó a Brasil y se
entrevistó con Lula, para establecer entre ambos países una estrategia
de negociación común ante el organismo de crédito.
Tanto antes del viaje como durante el vuelo, Kirchner me comen-
tó su deseo de buscar un acuerdo con Brasil para impulsar una nego-
ciación regional conjunta ante los acuerdos con el FMI. Era tal su pre-
ocupación que me encomendó que me involucrara de lleno en las
negociaciones porque temía que la diplomacia no operara con sufi-
ciente convicción. Estaba muy molesto por la presión ejercida desde
el organismo. Confiaba en que, si Brasil nos acompañaba, se facilita-
ría nuestra posición negociadora.
En el gobierno de Brasil, la situación estaba dividida. Antonio
Palocci, Ministro de Hacienda, entendía que las negociaciones con el
FMI no debían reconocer elementos comunes pues las realidades de
ambos países eran distintas. Contrariamente, Marco Aurelio García
veía con simpatía la idea de desarrollar una negociación partiendo de
parámetros comunes. La cancillería brasileña, finalmente, había toma-
do una posición ambivalente.
Objetivamente, las situaciones de Brasil y Argentina eran diferen-
tes. Mientras que en 2003 el PBI de la Argentina había crecido más del
8 por ciento, el de Brasil había caído cerca del 0,2 por ciento. La oposi-
ción, los· sectores empresariales y sindicales y el mismo Partido de la
Trabajadores que presidía Lula lo atribuían al fuerte ajuste fiscal pro-
movido por el gobierno para alc~nzar un superávit del 4,25 por ciento.
En la misma noche del día de nuestro arribo a la ciudad de Río de
Janeiro, cenamos con Lula da Silva en uno de los salones del Hotel
Copacabana. Aunque la conversación transcurrió por los canales pro-
pios de lo social, Kirchner encontró un hueco para poner de relieve nues-
tras preocupaciones y nuestro deseo de concluir el encuentro con una
manifestación conjunta que expresara la vocación no solo de establecer
pautas negociadoras ante el FMI, sino también de limitar públicamente
las cuestiones discutibles, en especial las relacionadas con los gastos com-
putables, con el fin de determinar el superávit y su alcance final.
Al día siguiente, durante un desayuno del que participamos Kirch-
ner, Lula, Marco Aurelio García y yo, el presidente brasileño escuchó
las observaciones de su par argentino y comenzó a variar su posición.
Sin vueltas, expresó su apoyo al parecer de Kirchner.
No obstante, cuando me sumé a la reunión de trabajo observé que
allí imperaba otro espíritu. Palocci parecía decidido a no hacer nada
conjuntamente con la Argentina. Para él, Brasil debía ser un alumno

-125-
disciplinado del sistema financiero internacional mientras que la
Argentina había optado por ser, cuanto menos, un "díscolo" miembro
de ese sistema. ¿Por qué Brasil debía hacerse cargo de la indisciplina
argentina? ¿Por qué Brasil debía negociar conjuntamente con la
Argentina, si tenía en orden su relación con el FMI y su deuda no esta-
ba en default? La cancillería brasileña se mostraba distante del debate
y la nuestra no creía oportuno forzar posiciones. Solo Marco Aurelio
García acordaba con nuestra postura.
Sin embargo, en privado, Kirchner me comentó que el acuerdo
con Lula era un hecho, y me pidió que diseñara un documento que
expresara, entre otras consideraciones, una posición conjunta para
negociar ante los organismos de crédito.
Las cancillerías habían redactado un documento que proponía
mejorar la relación bilateral y la relación comercial entre el MERCOSUR
y la Unión Europea, y en el que se abordaba superficialmente la idea
de una posición común frente a las negociaciones con los organismos
internacionales. Pero ese documento inicial incluyó, finalmente, algu-
nos párrafos en los que se reclamaba una revisión conceptual para
redefinir los modos de medición del superávit fiscal primario, de
manera que no se computaran como gasto ni las inversiones destina-
das a obras de infraestructura ni el gasto social. Así nació el Consen-
áO_d_e Río, d~que_slJ:rgió_la "Declaración sobre lac~peración paia":el
creci~i~~t~ económico con equidad".
U na vez firmada la declaración, Kirchner me encomendó convo-
car a una conferencia de prensa junto a Celso Amorim para comuni-
car la posición argentina. Busqué por todos los medios dejar en claro
nuestro punto de vista: de ningún modo íbamos a comprometernos a
obtener más de un 3 por ciento de superávit pues ello significaba pos-
tergar el crecimiento argentino.
En Brasil, el acuerdo le permitió a Lula recuperar banderas pro-
gresistas después de haber desarrollado una política económica criti-
cada por ortodoxa que, en alguna medida, lo había enfrentado a diver-
sos miembros de su propio partido.

EL DÍA QUE EL FMI DEJÓ DE SER UN PROBLEMA


PARA LOS ARGENTINOS

Kirchner estaba convencido de que cualquier política económica


sería imposible si el FMI mantenía su poder de interferencia en los

-126-
planes del país. Comenzó así a fomentar la idea de desembarazarse del
organismo saldando la deuda pendiente, para que, quitándole a la
Argentina la condición de país deudor, el poder auditor del Fondo
quedara minimizado.
El pago total de la deuda al FMI insumió meses de debates y dis-
cusiones. Lavagna dudaba del momento. Temía que la decisión de la
liberación de la deuda por parte de la Argentina se viera en el mundo
como un gesto hostil hacia el sistema financiero internacional. Ade-
más, cuestionaba la decisión de valernos de reservas del Banco Central
para hacer frente a ese pasivo.
Cristina compartía las prevenciones de Lavagna aun cuando acor-
daba con Kirchner en la necesidad de hallar mecanismos que favore-
cieran nuestra desvinculación del FMI.
De cualquier modo, Kirchner no dejaba de analizar esa posibili-
dad. Periódicamente revisaba el cuadro de situación de deuda con el
FMI. Tenía la obsesión de desligarse del organismo acreedor para
impulsar una política económica alejada de los reparos y las observa-
ciones de los funcionarios de esa entidad.
Cuando Lavagna dejó el gobierno, el Presidente presintió que a
su idea se le había allanado el camino. Entonces me encomendó que
viajara a Europa para solicitar el apoyo del gobierno español para
hacer frente al pago total de la deuda con el FMI. De ese viaje parti-
cipó también Felisa Micceli, designada pocos días antes al frente del
ministerio de Economía.
Para la prensa argentina, el motivo central de nuestro viaje era
ordenar la cuestión tarifaría con las empresas españolas prestadoras de
· servicios públicos en la Argentina. Pero no era así.
En Madrid, mantuvimos una primera reunión con Miguel Sebas-
tián, por entonces al frente del gabinete económico de Rodríguez
Zapatero. Le adelantamos nuestro deseo de hacer frente al pago inte-
gral de la deuda existente con el FMI y le pedimos que analizara el tipo
de ayuda que podían brindarnos.
Mientras esa reunión transcurría, recibí el llamado telefónico de
Kirchner. Allí me anticipó que teriía noticias de que Brasil pagaría su deu-
da y me pidió que verificara esa información con Marco Aurelio García.
Me comuniqué de inmediato con Marco Aurelio García, quien me
confirmó la decisión de Brasil de cubrir la deuda que mantenían con
el FMI. Cuando lo enteré a Kirchner, me pidió que le planteara a Mar-
co Aurelio presentar conjuntamente la decisión de ambos países. Bra-
sil debía esperarnos 24 horas.

-127-
Así lo hice. Después de consultarlo a Lula, Marco Aurelio García
me transmitió la conformidad del gobierno de Brasil de encarar una
presentación conjunta.
Enterado Kirchner y a su pedido, regresamos de inmediato a Bue-
nos Aires. Esa misma noche tomamos el vuelo desde Madrid. A las once
de la mañana del día siguiente, recién arribado, llegué a la Casa de
Gobierno y puse en marcha la presentación pública de la medida. En el
despacho de Kirchner, nos reunimos con Zannini, Miceli y Redrado,
quienes quedaron encargados de redactar las normas pertinentes.
A las siete de la tarde de ese día, Kirchner hizo el anuncio en el
Saló~ Blanco de la Casa de Gobierno. AlUiñf;rmó, en un extenso dis-
curso, que la Argentina cancelaría en un";oJo !>ago, antes de_conCiui-
doéÍ año 2oo5, la- deuda de 9.810 millones de dólares q~ mantenía
con el Fondo Monetario Internacional.
El desendeudamiento con el Fondo fue una de las marcas de la
política económica del gobierno. En aquel discurso, Kirchner no per-
dió la oportunidad de volver a apuntar con dureza contra el organis-
mo internacional. Lo acusó de haber presionado a la Argentina para
que se aplicaran "políticas que perjudicaban el crecimiento" y que
provocaban "dolor e injusticia" en el país.
El pago resuelto representó cerca del 9 por ciento del total de la
deuda pública argentina -que por entonces era de 120 mil millones
de dólares- y significó comprometer poco más del 35 por ciento del
total de las reservas que el país acumulaba en el Banco Central, que
por entonces alcanzaban los 27 mil millones de dólares. Con el pago
adelantado a_!_ fMJ, el país log~ó ahorrar casi mil millones de dólares
.encol?cepto de intereses. --1
·,--.-Kirchner será recordado como el hombre que más hizo para dejar ,
/ al descubierto las falencias de criterio y los abusos políticos que el/
-L._fondo Monetario Internacional desarrolló en sus años de apogeo. /
Muchos vieron en esa posición el accionar de un aventurero irres-
ponsable. Pero cuando la crisis internacional arrasó con los dogmas
liberales que imperaban en la economía global a partir de la "revolu-
ción conservadora" iniciada por Reagan y Thatcher, los mismos críti-
cos debieron aceptar el acierto de sus afirmaciones.
Kirchner lo vio antes. Luego, el mundo ya era distinto.

-128-
7

HACIA UNA
JUSTICIA MÁS JUSTA
Cuando en mayo de 2003 Kirchner asumió la presidencia, la Justi-
cia enfrentaba un cuadro de creciente deterioro. Era muy preocupante
ver el nivel de descalificación social que la magistratura enfrentaba. Tan-
to era así, que en todas las encuestas que entonces circulaban, eJ. ¡>oder
Jy~dicial asomaba como una de las instituciones con menor prestigio.
Era razonable que así fuera. Durante la presidencia de Carlos
Menem, una serie de designaciones -promovidas en la Justicia Fede-
ral y en la Corte Suprema de Justicia- justificaban absolutamente ese
malestar ciudadano. Una sucesión de casos que afectaban a funciona-
rios públicos y que en los tribunales federales se ventilaban en dilata-
dos trámites, promovían la convicción de que la impunidad del poder
estaba garantizada por los mismos a los que se les había encomenda-
do el juzgamiento de tales procederes.
En el máximo tribunal del país, la situación no era mejor. En 1990,
a poco de asumir su presidencia, Carlos Menem había ampliado de
cinco a nueve el número de sus miembros y así, a los tres ministros
sobrevivientes de la corte plural designada por Raúl Alfonsín (Enri-
que Petracchi, Augusto Belluscio y Carlos Fayt), se sumaron dos jue-
ces reconocidos por sus lealtades menemistas: Julio Nazareno y
Eduardo Moliné O'Connor. El primero de ellos había sido socio del
entonces presidente y de su hermano Eduardo en un estudio jurídico
en La Rioja. Moliné O'Connor, por su parte, registraba un extraño
antecedente curricular para acceder a semejante cargo: era un alto fun-
cionario de la Asociación Argentina de Tenis.
Un año después Menem sumó a la Corte Suprema a Antonio Bog-
giano, un jurista que, a diferencia de los nombrados en el párrafo pre-
cedente, era académicamente reconocido en el ámbito del derecho

-131-
internacional privado. A pesar de ello, su prestigio se vio salpicado
cuando en 1993 fue acusado por sus colegas de robar una sentencia
desfavorable para el gobierno. Así, pasó a la historia como el creador
del "recurso de arrancatoria".
En 1994, como resultado del Pacto de Olivos, se sumaron al máxi-
mo tribunal Guillermo López y Gustavo Bossert. López, especialista en
derecho laboral, se integró sin problemas a· la mayoría automática,
mientras que Bossert, un reconocido académico del derecho de familia,
había llegado hasta allí de la mano de Alfonsín. De esa manera, para
hacerle lugar a un hombre del radicalismo, la "mayoría ~utomática"
perdió un miembro, pero a pesar de ello su eficacia no se vio alterada.
Tiempo después se sumaría Adolfo Vázquez, un juez laboral ·
devenido en ministro de la Corte Suprema solo por su amistad con
Carlos Menem.
Con todos esos cambios, el menemismo consolidó la idea de que
la Corte debía servir com~ herramienta de gobernabilidad y dar legi-
timidad a las decisiones del Poder Ejecutivo. Con esa prédica, obtuvo
el aval jurídico para todas sus decisiones políticas y económicas.
A nuestro arribo al gobierno, el tribunal estaba integrado por
Petracchi, Belluscio, Fayt, Nazareno, Moliné O'Connor, Boggiano,
López, Vázquez y Juan Carlos Maqueda (un reconocido constitucio-
nalista cordobés que había accedido al cargo en reemplazo de Gusta-
vo Bossert tras haber ocupado la Presidencia Provisional del Senado
durante la presidencia de Eduardo Duhalde).
En esos días, la Corte Suprema tenía bajo análisis una serie de
temas que indudablemente incidían en nuestra gestión. Las cuestiones
derivadas de la pesificación asimétrica, la devolución de los depósitos
afectados por el corralito y el riesgo de una nueva dolarización ponían
en jaque nuestra política económica. Además, la posible declaración
de constitucionalidad de las leyes de obediencia debida y punto final
podía consolidar la impunidad de los genocidas.
La información con la que contábamos decía que los miembros de
aquella "mayoría automática" trabajaban afanosamente para condi-
cionar al nuevo gobierno, amenazando con reponer la dolarización de
la economía y convalidar las leyes de impunidad. Temerosos de ser
desplazados de sus funciones, hacían circular todo tipo de versiones
tratando de abrir una puerta de "negociación" con el gobierno que les
permitiera permanecer en sus cargos.
Aunque todo eso nos preocupaba, Kirchner nos había encomenda-
do especialmente que no atendiéramos ni las llamadas ni los emisarios

-132-
que enviaran esos jueces. Temía que haciéndolo abriéramos las puertas
a esa extorsión que, estaba seguro, ellos querían poner en marcha.
Además, ya en el gobierno, conocíamos una serie de fallos escan-
dalosos que preanunciaban momentos difíciles para algunos miembros
de la Corte Suprema de entonces. El más llamativo había sido dictado
en un caso en el que la empresa Meller, ex editora de Páginas Amarillas
durante la etapa de ENTel, había demandado al Estado -aparente-
mente fuera de término- un resarcimiento millonario por presuntos
incumplimientos contractuales.
María Julia Alsogaray, como interventora en ENTel, había admi-
tido el reclamo y ordenado indemnizar a Meller con treinta millones
de dólares. Aunque posteriormente la Procuración del Tesoro había
declarado nula esa decisión y ordenado su revocación, la ex interven-
tora de ENTel llevó el caso al Tribunal Arbitral de Obras Públicas,
siguiendo la recomendación jurídica de Rodolfo Barra (ex ministro de
justicia de Carlos Menem). Allí, los dos representantes del gobierno
también fallaron a favor del pago. Tardíamente, ENTel, en liquida-
ción, promovió un recurso de queja ante la Corte y fue entonces cuan-
do la denominada "mayoría automática" dictaminó que los fallos de
los tribunales arbitrales son inapelables y rechazó el recurso con un
argumento formal, negándose a revisar un proceso administrativo cla-
ramente fraudulento. Así quedaba consolidada la orden de pago a
favor de Meller que -actualizaciones, modos de liquidación impro-
pios y costas mediante- hacía trepar la cifra indemnizatoria hasta los
400 millones de pesos ya pesificados. Un verdadero escándalo.
El "Caso Meller" lo teníamos en carpeta. Era muy demostrativo
del modo como operaba la "mayoría automática" en coincidencia con
espurios intereses del menemismo. Junto a ese antecedente, se acumu-
laban otros fallos del tribunal igualmente vergonzosos.
En ese contexto, una mañana, repentina e inesperadamente, Julio
Nazareno -entonces presidente de la Corte Suprema- negó su
renuncia ante una requisitoria periodística. Confesó sentirse tan
"cuestionado como los legisladores" y el resto de los funcionarios, y
señaló desafiante que los argentinos habían votado para elegir un pre-
sidente y no "para elegir representantes para la Justicia". Nazareno
concluyó sus declaraciones lanzando un dardo contra la misma hono-
rabilidad del gobierno: "Si ahora sacan a esta Corte, ¿qué cree usted
que van a poner? ¿A jueces enemigos?".
Cuando Kirchner conoció las declaraciones de N azaren o entendió
que ese era el momento de iniciar la embestida contra los miembros de

-133-
la "mayoría automática". Llevábamos poco más de una semana de
gobierno y era notoria la demanda ciudadana reclamando una justicia
independiente.
En el mañana del 4 junio de 2003, mientras desayunábamos en
Olivos, conversamos con Kirchner el caminó a seguir. Escuchando la
opinión de Cristina, rápidamente resolvió requerirle al Congreso
Nacional que iniciara el enjuiciamiento político de los miembros cues-
tionados del máximo tribunal del país. Entendió que su reclamo, dada
la gravedad institucional que suponía, debía preservar formas acordes
a lo delicado del tema que trataba. Entonces, decidió grabar un dis-
curso cuya redacción encomendó a Cristina y a Carlos Zannini para
que fuera emitido en cadena nacional esa misma tarde.
La jugada pensada por Kirchner era realmente audaz. Muy poco
tiempo antes, la Cámara de Diputados había rechazado el pedido de
juicio político a los mismos jueces cuya remoción ahora él reclamaba.
Sin embargo, confiaba en que podía ponerse al frente de la demanda
popular y desde allí condicionar a la "corporación política" lo sufi-
ciente para que reviera su anterior decisión.
"Pedimos con toda humildad, pero con coraje y firmeza, que los
señores legisladores, que el Congreso de la Nación marque un hito
hacia la nueva Argentina preservando a las instituciones de los hom-
bres que no están a la altura de las circunstancias", dijo Kirchner en lo
que, finalmente, sería el único discurso que leería por cadena oficial
fuera del protocolo presidencial.
Kirchner no quiso salirse en ningún momento de las formas insti-
tucionales para promover su reclamo sabiendo que separar a uno, o
varios miembros de la Corte Suprema, no era tarea que pudiera concre-
tar el Poder Ejecutivo. "No queremos nada fuera de la ley. Es la puesta
en marcha de los mecanismos que permitan cuidar a la Corte Suprema
como institución de la Nación, de alguno o algunos de los miembros de
la tristemente célebre 'mayoría automática"', dijo entonces.
Finalmente, en obvia alusión a Nazareno, aclaró que no era nues-
tro deseo "contar con una corte adicta", sino con '..lna "Cot:te-Supr:e:..
..ma~capª"z de sumar calidad institucional".

1
"Es escandaloso y constituye el más grande agravio a la seguridad
Ól jurídica el ~olo hecho de que algunos especulen con tomar de rehén a
la gobernabilidad para la obtención de ventajas o garantías personales
o institucionales", dijo Kirchner. .
Desde la oposición algunas voces se alzaron poniendo en tela de
juicio la sinceridad de las palabras de Kirchner. Otros creyeron que el
objetivo último era garantizarse una nueva mayoría automática.

-134-
Nazareno, apremiado por la cantidad de cargos que pesaban en su
contra ante la comisión de juicio político de la Cámara de Diputados,
decidió renunciar cuando aquel mes de junio culminaba. Luego llega-
ron las renuncias de Adolfo Vázquez y Guillermo López y tiempo
después las destituciones de Moliné O'Connor y Antonio Boggiano.
Cuando el proceso de renovación de los miembros de la Corte se \
inició, Kirchner_Eivo la firll!e VQCación ~e dotar al_país de un tribunal L'
_c~yo_s n:i~mbr_9sJueran éticament~ insuestionables y t.§_s:ni_camente muy_.1
_s_ól~dos. E;_st~ba ~onv_encido ~e que Argentina no podía prosperar si no
.¿~_le.garantizaba a su máximo tribunal de justicia absoluta independen-
Gia en la función jurisdiccional. Quería desalentar categóricamente
aquello que había insinuado Na:l.areno, y que muchos medios le endil-
gaban haber hecho en Santa Cruz: designar jueces que le fueran afines.
Su idea contaba con un apoyo social muy alto. Además, quien era
entonces nuestro ministro de justicia, Gustavo Béliz, venía también
reclamando lo mismo que entonces se estaba proponiendo. Contaba, en
ese sentido, con muchas propuestas que tenían su mismo propósito.
Una de ellas, por la cual había batallado Cristina sin éxito en la
Cámara de Senadores el año anterior, fue la de cambiar el sistema de
selección y designación de los miembros de la Corte Suprema. Esa
idea había sido inicialmente propuesta en un documento titulado
"Una Corte para la Democracia", impulsada por diversas ONGs:
ADC, CELS, Poder Ciudadano, Fundación Ambiente y Recursos
Naturales y Unión de Usuarios y Consumidores, a las que luego se
sumó INECIP (Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Pena-
les y Sociales); allí, estos organismos cuestionaban que las designacio-
nes de los ministros de la Corte se llevaran a cabo prácticamente sin
control ciudadano y proponían la implementación de un mecanismo
de audiencias pública;5 con "amplio debate y participación"; sostenían
también que el Senado podía implementarlo a través de una resolución
interna, o el propio Poder Ejecutivo, a través de un decreto, cada uno
dentro _de su ámbito de competencia. La iniciativa había sido recogida
en el Senado en un proyecto de resolución presentado en el año 2002
por la entonces Senadora por la Capital Federal, Vilma Ibarra, y fue
incorporado por Cristina en el dictamen emitido por la comisión de
Asuntos Constitucionales que ella presidía, para realizar diversas
modificaciones al Reglamento Interno de esa Cámara. Este ha sido un
caso singular, porque esas modificaciones reglamentarias, sancionadas
durante el gobierno de Eduardo Duhalde, fueron todas votadas afir-
mativamente y a libro cerrado, con la sola excepción del artículo que

-135-
contemplaba, precisamente, el mecanismo de audiencias públicas para
la aprobación de los pliegos de los ministros de la Corte. Ese artículo
23 debió votarse por separado por pedido del Bloque del Partido Jus-
ticialista, y fue rechazado en la votación, con una expresa oposición
del senador Eduardo Menem .
. -·~Cuando N éstor asumió la presidencia, decidió impulsar esta mis-
ma propuesta e implementarla en el ámbito del Poder Ejecutivo, para
abrir las puertas a la participación ciudadana y a la publicidad de los
criterios y procedimientos en la selección de pliegos de los ministros
de la Corte. Esta medida suponía un recorte de las atribuciones del
Presidente de la Nación que hasta allí proponía sus candidatos al Sena-
do para lograr su acuerdo, sin que mediara ningún mecanismo de con-
trol social efectivo.
Kin;hner tomó la idea y la convirtió en el decr~to_ Nro. 222/03,
co11 el que regl?-!E~ntó el IE~c~nismo de desig~ació!l de los iritegrantes-
~e la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Desde entonces, todos .
lo-s candidatos a integrar el máximo tribunal del país debieron superar .
~una etapa de exposición pública y subsiguiente debate y control. Los
a
antecedentes curriculares de los nominados empezaron "ser aifúndi-
dos en diarios y en Internet para que pudieran ser analizados y discu-
tidos en el ámbito de la sociedad civil. Solo después de tres meses, el
Presidente, sopesando los apoyos y rechazos a la candidatura que pro-
pusiera, podía quedar habilitado para presentar la nominación al Sena-
do, a efectos de su eventual aprobación.
Apenas 15 días después del dictado del decreto presidencial, el
Senado de la Nación, que pocos meses antes había votado negativa-
mente esta iniciativa, volvió a considerarla y esta vez la aprobó, con-·
sagrando también en el ámbito parlamentario la participación y el
control ciudadano en el procedimiento de aprobación de pliegos. Esto
nos demostraba, una vez más, que la decisión y la iniciativa política
eran parte central en la construcción del poder, y que el secreto resi-
día en conectar esas iniciativas con la demanda social.
El primer nombre que barajó Kirchner para ser designado en la
nueva Corte Suprema fue el de Eugenio Raúl Zaffaroni,- sin duda uno
dé-lo~ penalistas de habla hispana más reconocidos en el mundo entero. _
Aún recuerdo el instante en que Kirchner, aprovechando la presencia de
Béliz en mi despacho, ingresó sonriente para informarnos su decisión.
-Acaba de aceptar mi propuesta la persona que voy a proponer como
juez de la Corte en reemplazo de Nazareno ... es Zaffaroni, nos dijo.

-136-
Los dos guardamos silencio. Debe haber sido tan singular nuestro ges-
to de asombro, que Kirchner, molesto, rompió nuestro silencioso asom-
bro preguntándonos de mal modo: "¿qué pasa? ¿no les gusta la idea?".
Lejos de disgustarnos, estábamos absortos. Nos parecía increíble
que un presidente argentino pensara en un hombre con la personali-
dad de Zaffaroni para ocupar un cargo de tal envergadura. Yo, parti-
cularmente, guardaba por él una inmensa admiración desde mi juven-
tud, cuando yo comentaba libros y revistas en "Doctrina Penal", una
publicación especializada en la que Zaffaroni habitualmente escribía .
._.Pero había algo más que me atraía de la propuesta: Zaffaroni había
. sido un muy duro crítico de Kirchner en los años en que había gober-
_nado Santa Cruz. Siendo así, era evidente que en su ánimo no estaba pri-
vilegiar la "obediencia judicial", sino construir una magistratura incues-
tionable. Ello se condecía con un concepto que siempre le recordaba a
Kirchner cuando aparecía alguien insinuando la necesidad de-contar con
u~ )~sticia afín a nosotros: "_es mejor contar con jueces;robo~, porque
.
1os JUeces • manana
que hoy compremos - se ven deran
, a otros
\( ,./
- - '.fli_desigl!aciqn_de Za#ar_<?n!,~<?bre~inieronE_s_~Ca~~_en_Argi-
-bay, Elena Higb~oq_de Nolass:_o y Ricardo Loren~ti. En todos los
casos, Kirchner consultó mi opinión antes de proponerles el cargo.
Suponía que, por mi profesión y por mi actividad docente en la Uni-
versidad de Buenos Aires, podía ofrecerle más información sobre esos
nombres y así, ayudarlo a forjar un mejor criterio sobre todos ellos.
En cualquier caso, se trataba de nombres tan sólidos que en mi
caso poco y nada podía agregar.
A Carmen Argibay la había conocido cuando ella litigaba y yo era
empleado judicial. Le recordé a Kirchner lo que le había tocado pasar
tras el golpe militar de marzo de 1976 cuando, después de haber sido des-
tituida de su cargo de Secretaria de Sala en la Cámara Nacional del Cri-
men, terminó varios meses detenida a disposición del Poder Ejecutivo.
A Elena Highton de Nolasco solo la conocía por su trayectoria
pública. Marcela Los ardo, que en esos años era mi Jefa de Asesores en
la Jefatura de Gabinete, solía hablarme de ella con evidente admira-
ción. En mis días de estudiante, había cursado y aprobado Derechos
Reales en su cátedra de la Universidad de Buenos Aires. Sabía, ade-
más, de su impecable trayectoria judicial en donde había desarrollado
criterios francamente innovadores .. Entre ellos, la formulación de la
"Teoría del esfuerzo compartido" que se había impuesto para equili-
brar las obligaciones derivadas de los contratos dolarizados tras la
pesificación asimétrica.

-137-
De Ricardo Lorenzetti, conocía menos, tal vez por su procedencia
santafesina. Aún así, había podido leer algunos de los muchos traba-
jos que había publicado en materia de derecho civil. Sin dudas, su
nombre no solo jerarquizaba al Tribunal, sino que también le otorga-
ba un tinte más federal.
Esos cuatro nombres, sumados a los de Petracchi, Belluscio, Fayt
y Maqueda terminaron conformando una magistratura de singular
calidad técnica y de absoluta confianza ética.
Acompañé a Kirchner en algunas de las reuniones en las que les
propuso a sus candidatos integrar la Corte Suprema. En todos los
casos, destacó la importancia que él le asignaba a la independencia de
criterio del tribunal. Ante ellos se comprometió .a no interferir en sus
decisiones, pero se encargó de dejar en claro su preocupación por la
cuestión económica y por los temas vinculados a derechos humanos.
Pretendía transmitirles la trascendencia que esos temas tenían en el
contexto político y social de Argentina.
Con su nueva integración, Kirchner aportó una dosis de revulsión
notable para modernizar los criterios imperantes en la justicia, conso-
lidando un tribunal superior equilibrado, tanto ideológicamente como
en materia de género. Así no solo facilitó la presencia en la máxima
magistratura judicial de un jurista de conocidas ideas progresistas,
catalogado políticamente como de centroizquierda y cultor de lo que
la derecha argentina despectivamente ha dado en llamar "garantismo",
sino que también_posibilitó.la-irrupción_de_mujer<;~ en un ámbito.
reservado hasta.entonces solo a varones, a católicos y: a conservadores.
- )~,-;_mis.años. deJ efe d~_Gabinete, jamás.se.m~.~~qui~ió-int~rceder
ante alguno_de s~S_Jl1iei!_1bros b_uss;~ngo influir~q_sus.deci$iones. Tam-
poco conocí el sentido de alguno de sus fallos antes de que ellos adqui-
rieran trascendencia pública. Nadie en el gobierno estaba autorizado a
llevar adelante una conducta semejante.
Con su nueva integración, la Corte Suprema de Justicia ha dicta-
do incontables fallos que no respondieron a las expectativas del
gobierno. Algunos afectaron el manejo de los recursos fiscales, como
aquellos que reconocieron el derecho a la actualización de los haberes
jubilatorios. Otros pusieron en crisis sistemas indemnizatorios fijados
por ley, como ha sido el caso de las reparaciones por accidentes del
trabajo. Finalmente, ha habido sentencias que contradijeron el interés
político del gobierno, como ocurrió con aquella que hizo lugar al
reclamo del estado chileno para extraditar a Sergio Apablaza y que
obligó al gobierno argentino a darle refugio impidiendo que se lo
sometiera a la jurisdicción del país trasandino.

-138-
Tras la destitución de Boggiano y la renuncia de Belluscio (uno de
los tres jueces que la conformaban desde la restauración democrática
de 1983), se generaron dos nuevas vacantes en la Corte Suprema. Ello
impulsó a la oposición política, y a muchas organizaciones de la socie-
dad civil, a demandar del gobierno la promoción de dos candidatos
que permitieran la completa integración del tribunal.
_ Sin embargo, Kirchner, preocupado por no dar señales equí-
vocas a la sociedad, prefirió reducir el número de miembros de la Cor-
te Suprema de Justicia a su número original de 5 integrantes. De ese
modo, no solo no cubrió aquellas vacantes, sino que además se com-
prometió a no ocupar las futuras vocalías que quedasen libres, en el
momento en que dos de los entonces miembros abandonasen sus fun-
ciones. Esa decisión, propuesta por Cristina, tuvo la enorme cualidad
de insuflar confianza social respecto de la plena autonomía judicial.
La reformulación de la Corte Suprema tal vez haya sido la única
decisión de Néstor Kirchner que ha merecido un reconocimiento
definitivamente unánime.
Con preocupación, en los últimos tiempos, se observaron desde el
Poder Ejecutivo, actitudes de confrontación para con !aJusticia. En el
fragor de la disputa entre el gobierno de Cristina y el Grupo Clarín,
hubo severos cuestionamientos del oficialismo a fallos judiciales que
eran adversos a sus intereses. Inclusive, muchas voces cercanas al ofi-
cialismo llegaron a poner en tela de juicio la labor de la Corte Supre-
ma en la solución de esa disputa.
La enorme reforma efectivizada en el más alto tribunal del país, no
estuvo acompañada de una mejora en las designaciones de los juzga-
dos de instancias inferiores. Aunque no es razonable generalizar -en
la Justicia Federal se han conocido sentencias de enorme trascenden-
cia, fundamentalmente en procesos vinculados con violaciones a los
derechos humanos que han evidenciado la calidad de los jueces-, en
ese terreno se ha observado un evidente deterioro en el cual el funcio-
namiento corporativo del Consejo de la Magistratura tiene una enor-
me responsabilidad.
Tal vez lo actuado respecto de la Corte Suprema de Justicia debería
servir como modelo, tanto en lo que hace a la firme decisión política
adoptada, como al contenido de las reformas, para lo que aún resta
hacer en proc~ra de contar con una mejor administración de justicia.

-139-
8

DE LAVAGNA
A MORENO

.,.,
LA SALIDA DEL DEFAULT

. L_3 de1Jdf. externa argentina creció exponencialmente desde 1976


~n adelante. Cuando los militares asaltaron el poder constitucional, el
24.d~_!llarzo de ese año, nuestro país reconocía una deuda externa de
4.000 millones de pesos. Restaurada la democracia, en diciembre de
1983~ -el monto había crecido diez veces. De allí en más, nuestro
endeudamiento nos~ detuvo.- ;En el m~me~to .en que Fernando de la-
R~aabandonó el pqder, la deuda era inmanejable y, cuando la crisis de
~r_:asó con la convertibilidad y la economía se derrumbó, llegó a
representar_ ellSO por ciento de nuestro 1~..1~!.:.
- "Aras~mir el gobierno, debimos enfrentar una situación adicional
ya conocida: la declaración unilateral de default de la deuda externa en
la semana en que Adolfo Rodríguez Saá ejerció la presidencia. Ese
default nos había dejado sin crédito y las demandas en contra del país
florecieron en los distintos tribunales internacionales del mundo.
Kirchner era partidario de hallar una salida inmediata para esa
deuda y, a la vez, pretendía que los compromisos que asumiera para
saldarla no condicionaran el desarrollo que el país reclamaba. Tan
rotundo era ese peso para nuestra economía, que si el país hubiera
tenido que atender en el año 2003 los compromisos que ella generaba,
habría necesitado un superávit fiscal primario de casi el 9 por ciento.
Kirchner veía una sola salida: que la Argentina les propusiera a sus
acreedores una quita sustancial sobre el monto adeudado. Esa quita no
debía ser inferior al 75 por ciento. Confiaba en que los reclamantes
aceptarían la oferta porque las posibilidades de cobrar la totalidad
eran definitivamente imposibles.

-143-
Roberto Lavagna había aceptado continuar en la cartera de Eco-
nomía y su gestión fue de mucha importancia en los primeros años de
gobierno kirchnerista. Aun en su condición de ministro aparentemen-
te "heredado" del ciclo provisional de Duhalde, y de los reparos de
Kirchner a los que haré referencia, coincidía casi enteramente con
nuestros enfoques.
Durante su campaña presidencial, Kirchner se manifestó en favor
de su continuidad y en ningún momento evaluó otro nombre. Me
había encomen~ado la tarea de proponerle continuar, pedido que
cumplí un día que invité a Lavagna a desayunar en mi casa. En esa oca-
sión, y para mi sorpresa, me comentó su deseo de ser canciller, para
gestionar mejor desde ese cargo la solución de la deuda externa. Le
sugerí dejarlo para más adelante, porque su aporte sería más positivo
al frente del ministerio de Economía. Y lo aceptó de buen grado. Tan-
to valorábamos su continuidad, que fue el único, además de Kirchner,
que apareció en los spots televisivos de la campaña. Las imágenes lo
mostraban trabajando junto a su equipo y una voz en off lo presenta-
ba como una garantía para el puevo ciclo.
En cuanto a la deuda, Lavagna acordaba con la idea de N éstor
aunque ponía en duda que los tenedores de bonos argentinos resig-
naran semejante porcentaje de sus créditos. Notaba que en algunos
mercados, como Alemania, Italia, Holanda o Japón, era evidente la
resistencia a una quita. Bastaba observar la hostilidad con que los
mercados financieros internacionales trataban al país para compren-
der su preocupación.
Aun así, Lavagna trabajó con su equipo respetando laspremisas
impuestas por Kirchner. Junto a Guillermo Nielsen y Leonardo
Madcur, diagramó diversas alternativas para reestructurar la deuda.
Cuando creyó que su trabajo estaba concluido, nos propuso un aná-
lisis con todo el equipo.
En la quinta de Olivos, junto con sus colaboradores, Lavagna nos
presentó una serie de cuadros que proyectaba sobre una pantalla ante
Kirchner, Cristina, Carlos Zannini, Sergio Acevedo y yo. Mientras los
cuadros y los esquemas se sucedían, advertíamos que su impecable dis-
curso técnico preservaba la condición política impuesta por Kirchner:
que la deuda reestructurada no condicionara el crecimiento proyectado
de nuestra economía. Todas las propuestas ofrecían quitas de distinta
magnitud y, en algún caso, pagos efectivos para reducir el capital.
Kirchner tenía dudas de que las propuestas garantizaran la quita·
que él pretendía. Insistió en que la oferta implicara con toda claridad

-144-
una reducción del 75 por ciento del valor nominal de la deuda. A ello
le incorporó una exigencia más: debía lograrse sin que la Argentina
adelantara parte del pago de modo efectivo.
Lavagna no lo contradecía pero no dejaba de mostrarse preocupa-
do, temiendo que esa oferta no fuera viable. Guillermo Nielsen, por
esos días virtual viceministro de Economía, se sentó a mi lado y, mien-
tras escuchaba el planteo de Kirchner, comentaba en voz baja su pre-
ocupación. Presentía que sería dificultoso lograr la adhesión de los
bonistas proponiéndoles una quita de semejante magnitud y sin nin-
gún tipo de pago efectivo.
El debate quedó rápidamente clausurado. Ante la insistencia de
Kirchner, Lavagna se avino a perfeccionar la propuesta.
La ingeniería final de la oferta fue compleja. Había que canjear más
de 150 tipos de bonos emitidos en siete monedas diferentes, regidos por
ocho legislaciones distintas. La deuda a canjear alcanzaba un monto
superior a los 102 mil millones de dólares. La propuesta final redujo a
cuatro las monedas en las que los nuevos bonos serían emitidos -dóla-
res, euros, yens y pesos argentinos- y también a cuatro las legislacio-
nes a las que quedarían sometidos -Estados Unidos, Inglaterra, Japón
y Argentina-. Los bonos emitidos en moneda nacional se ajustarían
por el Índice de Precios al Consumidor. Los otros podrían obtener una
utilidad adicional directamente ligada con el crecimiento de nuestro
PBI. No habría pagos en efectivo y los intereses vencidos desde el ins-
tante de declarado el default no serían reconocidos, lo que traería apare-
jada una quita adicional de 14.000 millones de dólares.
Sobre estas bases, Lavagna presentó la propuesta en Dubai el22 de
septiembre de 2004. En el marco de la Asamblea Anual del FMI y del
Banco Mundial y con un discurso de neto corte político, Lavagna res-
ponsabilizó de la crisis a "los errores de juicio" de ambos organismos
durante los años 90. "Ahora hay que enfrentar esta realidad y hacer un
reparto equitativo de las pérdidas", dijo.
Mientras él desplegaba su propuesta en Dubai, yo me encargué de
presentarla ante las fuerzas políticas con representación parlamentaria.
Lo hice en la Sala de Situación de la Casa de Gobierno, ante los presi-
dentes de los bloques parlamentarios oficialistas y opositores. Quería-
mos que nuestra propuesta contara con la anuencia del Congreso, que
finalmente logramos.
Inmediatamente después de ambas presentaciones, comenzaron las
críticas de economistas locales e internacionales y también de políticos
opositores. ~CarriQ,._~ ejemplo, pocos días _:mes. de _yencer- el

-·145-
término para aceptar nuestra ofert~, llegó a decir que era "absurda" y
que estábamos "estafando" a los argentinos haciéndoles creer que los
acreedores la aceptarían.
Durante ·algunos meses, Guillermo Nielsen recorrió los principales
centros financieros del mundo haciendo conocer y defendiendo nuestra
propuesta. N o fue un trabajo fácil. En casi todas partes lo recibieron
con una visible hostilidad. Su labor, silenciosa y muy poco difundida en
la Argentina, adquirió relevancia a la hora de lograr que los acreedores
admitieran que sus acreencias mermarían un 75 por ciento.
Hubo, además, momentos de zozobra, originados casi siempre
por los bancos colocadores de los nuevos títulos. Tratando de mejorar
sus posiciones, presionaron de diferentes modos y multiplicaron los
resquemores que de por sí tenían los tenedores de títulos.
Pero, finalmente, cuando el proceso concluyó, la operación del can-
je de la deuda en cesación de pagos alcanzó una aceptación superior al
76 por ciento del monto total. De ese modo, la deuda pública total se
redujo sensiblemente. Ahora, representaba cerca del 70 por ciento de
nuestro PBI. Además, gran parte de la nueva deuda contraída con los
privados fue tomada en pesos argentinos. Los niveles de adhesión al
canje oscilaron desde el 64 por ciento, en importantes centros europeos
como Londres y Frankfurt, hasta el 86 por ciento, en la Argentina.
La presentación de estos resultados se realizó en el Salón Blanco
de la Casa Rosada. Roberto Lavagna había alcanzado exitosamente su
objetivo y así lo expresó aquel día. Cuando llegó el momento de su
intervención, Kirchner calificó como "un hito" la reestructuración de
la deuda. Aprovechó la oportunidad para apuntar contra los econo-
mistas que habían pronosticado la inviabilidad de la oferta argentina e
incluyó en su crítica a los medios de comunicación que les habían
cedido espacio a esos augurios. Concluyó su discurso agradeciéndo-
nos a Lavagna y a mí por haber concretado el objetivo de salir del
default. A Lavagna no le gustó que el reconocimiento del Presidente
me incluyera y los medios lo reflejaron: al día siguiente, los diarios
comentaron la mirada penetrante que me había dirigido.

KIRCHNER Y LAVAGNA EN EL TERRENO


DE LA DESCONFIANZA

Durante todo el tiempo que trabajé con Lavagna valoré sus apor-
tes y su gran capacidad de trabajo. Todas sus ideas reconocían dos
condiciones centrales: sustento técnico y razonabilidad de criterio.

-146-
Kirchner compartía mi opinión. Pero en él, sin embargo, siempre
anidaron reservas y prevenciones. Tal vez, las mismas prevenciones y
reservas que Lavag.J?.a guardaba hacia él.
Aquella desconfianza había germinado al poco tiempo de haber
recibido Néstor el apoyo de Duhalde, pero creció en el mismo
momento en que descubrimos operaciones políticas y mediáticas que
buscaban encumbrar a Lavagna como el candidato presidencial que lo
sustituyera en la confianza de Duhalde, durante los meses previos a las
elecciones presidenciales de 2003. Aun así, durante los años de traba-
jo en el gabinete, Kirchner siempre reconoció públicamente su capa-
cidad técnica para el desempeño en el Ministerio de Economía._
Lavagna, por su parte, también sostenía un vínculo tenso con
Kirchner. Aunque percibía que su opinión era valorada, no le agrada-
ba quedar fuera del círculo decisional del gobierno. Le molestaba que
sus propuestas fuesen sometidas a la consideración del núcleo íntimo
del Presidente. Además, por su propia personalidad, era ostensible
que Lavagna tendía a colocarse un escalón por encima del mismo pre-
sidente al que asistía y aconsejaba, y eso lo irritaba mucho a Kirchner.
Se trataba de un resquemor que, de alguna manera, los igualaba.
Desconfiaban mutuamente. En las reuniones, sus intercambios verba-
les se asentaban en una actitud de estudio permanente del otro. Los
dos cuidaban sus palabras al extremo y recibían y desmenuzaban los
dichos del otro con la precisión de un cirujano. Sin embargo, en públi-
co, esa rispidez no asomaba.
Tal vez por esa sensación de falta de pertenencia ,completa, Lavag-
na fue convirtiéndose, poco a poco, en un funcionario que buscó tomar
distancia del gobierno. Su obstinación en ese sentido fue tan grande
que, paulatinamente, comenzó a sentirse víctima de las más extrañas
persecuciones, i~pulsadas, a su juicio, por el mismo gobierno.
Tenía en sU mira a quien consideraba su principal adversario: Julio
de Vido, el Ministro de Infraestructura y Planificación Federal, res-
ponsable de la obra pública a quien Lavagna, hablando en off con la
prensa, descalificaba y reprochaba su gestión.
Cuando Kirchner advirtió que sus fricciones con Lavagna se habí-
an vuelto evidehtes, sutilmente me colocó entre ellos dos y empecé a
trabajar como una suerte de "amortiguador" que atenuaba los efectos
de los choques. De un día para otro, en el momento en que Lavagna
tenía alguna propuesta, Kirchner lo escuchaba y luego le pedía que lo
consultara conmigo. Así, después de conversar con Lavagna, yo le
devolvía a Kirchner mis observaciones casi siempre coincidentes con

-147-
el parecer de Lavagna. Ese era el mecanismo que Kirchner había idea-
do para aplacar los resquemores que ambos se dispensaban.
Con el paso del tiempo, comencé a observar que a Lavagna le
molestaba mi injerencia. Era obvio que no creía en mi labor concilia-
dora y suponía que Kirchner buscaba desgastarlo sometiendo sus
pareceres a mi consideración.
Casi sin que me diera cuenta, su malestar fue creciendo. Tanto fue
así, que empecé a padecer personalmente sus operaciones mediáticas
en mi contra. Supe entonces que les transmitía a los periodistas que era
yo quien buscaba alejarlo de su cargo.
Cuando el año 2004 estaba finalizando, los rumores sobre su
remoción habían ganado mucho terreno. Sin duda, en algún lugar del
gobierno se alimentaba esa idea y le llegaba a la prensa la inminencia
de su reemplazo. En la convicción de que esa escalada de versiones
provenía del mismo gobierno, Lavagna les había transmitido a algunos
periodistas la certeza de que era yo quien las echaba a rodar. Y tanto
fue así, que una mañana me visitó en mi despacho Joaquín Morales
Solá, el columnista central del diario La Nación, para inquirirme sobre
mi participación en la campaña de desgaste de Lavagna.
Escuché con asombro semejante imputación. El mismo Morales
Solá me expresó sus dudas sobre la verosimilitud de la versión, pero
me aseguró que la misma se originaba en el propio Ministerio de Eco-
nomía. De modo explícito y tajante, negué la acusación.
El domingo 28 de noviembre de 2004, Morales Solá transcribió el
episodio de un modo detallado en una nota que tituló "Una tormenta
de versiones sobre Lavagna".

"Una furia de versiones golpeó sobre Lavagna en el acto.


¿Había fracasado, acaso? ¿Dónde había quedado su empaque de
pocos días antes? ¿Es su equipo un grupo de funcionarios eficien-
tes para manejar la mayor deuda en default de la historia?¿ Kirch-
ner se preparaba para el relevo de su ministro más prominente?
Vamos por partes. Kirchner tiene la boca fácil, de donde
salen siempre envalentonados desafíos, pero nunca, hasta aho-
ra, se metió campante en un campo minado. Debe padecer vér-
tigo político, porque se aparta de la oquedad no bien la intu-
ye. Puede asegurarse, además, que nunca se le escuchó, ni en
sus conversaciones reservadas, una frase de crítica o de subes-
timación para su ministro de Economía. En rigor, Kirchner no
se imagina, hasta donde se sabe, un gobierno sin Lavagna.

-148-
Al jefe de Gabinete, Alberto Fernández, también lo seña-
ló el rumor, pero como autor intelectual de las versiones con-
tra el ministro de Economía. Fernández y Lavagna han anda-
do más de una vez a los codazos porque sus facultades suelen
rozarse. Por ejemplo, Lavagna administra el presupuesto, pero
Fernández es el responsable constitucional de su aplicación.
Sin embargo, Fernández aseguró en las últimas horas que
él no hizo girar ningún rumor sobre el fin de Lavagna. Si
Lavagna se fuera del Gobierno, me quedaría sin el brazo dere-
cho. ¿Se puede vivir sin el brazo derecho? Sin duda que sí, pero
es preferible vivir con él, respondió. Fernández sabe que sus
palabras exponen el pensamiento del Presidente. Así las cosas,
Lavagna puede dormir tranquilo; nadie, en la más empinada
cresta del poder, proyecta mandarlo a su casa".

Cuando leí la nota, quedé convencido de que cesaría en Lavagna su


sensación de perseguido. El propio Morales Solá le recomendaba "dor-
mir tranquilo". Esperaba que esos problemas hubieran concluido allí.
Sin embargo, no fue así. Lavagna siguió convencido de que era
objeto de operaciones de prensa que pretendían desestabilizarlo en su
rol ministerial. Yo, mientras tanto, seguía ofreciéndole gestos de amis-
tad y de acompañamiento que nunca eran bien recibidos.
El problema continuó, hasta que una mañana del mes de mayo
de 2005, Lavagna le pidió una reunión a Kirchner. Ante él se quejó de
una operación mediática que presentaba a su hijo como vendedor
de influencias ante el Ministerio de Economía. Como le atribuía a
Román Lejtman haber difundido el rumor y suponía que entre el
periodista y yo existía una amistad, cargó sobre mí la responsabili-
dad de lo ocurrido.
-Atendelo a Lavagna ... No sé qué le pasa, está muy enojado con
vos porque dice que le hiciste una operación de prensa -me dijo Kirch-
ner por el teléfono interno, molesto con los dichos de su ministro.
Cuando corté la comunicación, Lavagna ya estaba en mi despa-
cho. Le pregunté cómo podía pensar así. Para responderme, expuso
una historia de intrigas increíble que partía de una prueba capital: yo
conocía al periodista que había echado a rodar la información.
Confundido, no sabía cómo deshacer la madeja en la que Lavagna
estaba enredado y que comenzaba a enredarme también a mí. Fue
entonces cuando le propuse llamar en ese mismo momento a Lejtman,
en su presencia.

-149-
Hacía mucho tiempo que yo no tenía contacto con Román Lejtman,
por lo que pude comprender su sorpresa al oírme. Sin embargo, su
desconcierto aumentó al escuchar la razón de mi llamado.
-Román, no sé qué dijiste hoy sobre el hijo de Lavagna, pero te
ruego que verifiques ese tipo de versiones. Lavagna está siendo obje-
to de distintas operaciones mediáticas y no queremos que se vea afec-
tado. Además, piensa que soy yo el que las promueve .....:_¡e expliqué
ante un Lavagna que atentamente seguía cada una de mis palabras.
Lejtman no podía ocultar su perplejidad. Hacía mucho tiempo que
no hablábamos y se sintió desorientado ante esa polémica en ciernes.
Para despejar cualquier sospecha, comentó que se contactaría con Lavag-
na la próxima vez que debiera dar una información que lo involucrara.
Entonces pensé que las dudas se habían disipado. Pero no fue así.
Lleno de desconfianza y sintiendo que había "corroborado" mi relación
con Lejtman, se fue de mi oficina con gesto adusto y trato distante.
Internamente, seguía convencido de la verosimilitud de su imputación.
Ante semejante reacción, me di cuenta de que sería muy difícil
recomponer nuestro vínculo. Fue entonces cuando, tras contarle lo
sucedido a Kirchner, le pedí que me eximiera de seguir intercediendo
entre ambos.
Kirchner le restó importancia al tema y sugirió que no le prestara
atención a los reclamos de Lavagna, pero yo comencé a tomar distan-
cia del lugar de intermediación en el que Kirchner me había colocado.
Ese fue el inicio del fin. Poco a poco las diferencias entre ambos se;:
hicieron más notorias y la incomodidad se profundizó. El choque ya
era inevitable. Lavagna, obsesionado, decía a cuanto periodista que se
cruzara en su camino que era víctima de múltiples operaciones de
prensa que yo ejecutaba en su contra. A esos mismos periodistas yo
les explicaba que mi vocación era totalmente diferente: para mí;
Lavagna era un hombre importante y valioso para el gobierno.
En la elección de octubre de 2005, Cristina Fernández competía
con Hilda "Chiche" Duhalde en las elecciones legislativas para el mis-
mo cargo en la provincia de Buenos Aires. Lavagna mantuvo una sin-
gular prescindencia de esa disputa. En uno de los almuerzos televisi-
vos de Mirtha Legrand, cuando ésta le preguntó a cuál de las dos pre-
fería, se limitó a elogiar a ambas candidatas desatendiendo su condi-
ción de ministro del gobierno.
. N o cayó bien esa suerte de imparcialidad. Dejaba en .evidencia su
tibio compromiso con el gobierno. A partir de allí, Kirchner comen-
zó a madurar la idea de prescindir de Lavagna.

-150-
Pero el final terminó de definirse el 23 de noviembre de ese mis-
mo año. En un discurso ante más de 500 empresarios reunidos con
motivo de las jornadas anuales organizadas por la Cámara de la Cons-
trucción, Lavagna denunció que algunas empresas constructoras "car-
telizadas" se ponían de acuerdo para cobrarle sobreprecios al Estado
a la hora de hacer obras públicas.
Al oír los cables noticiosos que reproducían esas expresiones, fui
a verlo a Kirchner a su despacho. Justamente, él estaba preparando el
discurso que daría al cierre de esas jornadas.
-¿Leíste lo que dijo Lavagna? -le pregunté.
-No -respondió Kirchner, sorprendido.
Le mostré los cables. Solo pretendía hacerle conocer el tema por si
la prensa lo abordaba y le preguntaba sobre los dichos de su ministro.
Pero el resultado fue otro. El rostro de Kirchner se transformó y, lle-
no de furia, marchó hacia el seminario.
Al regresar del acto, entró a mi despacho y con tono imperativo
me ordenó que lo acompañara a cenar a Olivos.
Cuando nos sentamos a la mesa junto a Cristina y Carlos Zanni-
ni, Kirchner lanzó impiadoso su decisión.
-Lavagna se va ... Y no intenten convencerme de que no lo haga,
es una decisión tomada, hoy colmó mi paciencia -dijo.
Cristina y yo intentamos aplacarlo y pedirle tranquilidad para
decidir con menos presión. Pero ya no había retorno. La decisión era
irreversible.
Desde esa misma noche, Kirchner comenzó a pensar en el nombre
de quien sucedería a Lavagna. Pensó en Redrado, pero las observacio-
nes que formulamos Cristina y yo lo hicieron desistir de la idea. Me
pidió que consultara con Alfonso Prat Gay. Pude ubicarlo telefónica-
mente fuera del país y ante mis insinuaciones aseguró que no quería
involucrarse en la función pública.
Dos días después, Kirchner nos hizo saber que pensaba en Felisa
Miceli, una persona que trabajaba bien con nosotros y que había
alcanzado un buen nivel de diálogo con el Presidente. En 2002, duran-
te la gestión de Duhalde, Miceli había integrado el equipo de trabajo
de Lavagna como representante del ministerio de Economía ante el
Banco Central. Y el 30 de mayo de 2003, Kirchner, a instancias del
mismo Lavagna, la había designado presidenta del Banco Nación.
Como no encontró reparos a su idea, Kirchner se reunió con
Miceli en Olivos para proponerle el ministerio de Economía. Ella
aceptó de inmediato.

-151-
La mañana del 28 de noviembre de 2005, cuando Kirchner me
comentaba que había citado a Lavagna a su despacho a las diez de la
mañana para anunciarle su decisión, sus secretarios le anunciaron el
arribo del ministro. De inmediato, dejé la oficina del Presidente.
Apenas quince minutos después, Kirchner entró en mi despacho.
Estaba inquieto y con una sonrisa nerviosa me contó que había cum-
plido su cometido. Pidió un té y, sentado junto a la mesa principal, me
contó que la breve conversación había sido cordial. Lavagna había
comprendido el deseo de Kirchner de reformular el Ministerio e
inmediatamente había redactado su renuncia. La conversación no
había durado más de diez minutos. Ahora, debíamos comunicar los
cambios. En una sala de conferencias casi vacía, ante no más de diez
periodistas, anuncié que el ciclo de Roberto Lavagna había concluido.

Sobre el final de su gestión, Lavagna había expresado su preocu-


pación por los primeros síntomas inflacionarios. Era evidente que,
superada la devaluación y restablecido el ritmo de crecimiento, los
precios relativos comenzaban a corregirse. Además, la recuperación
económica y los recursos que permanentemente volcamos al merca-
do en forma de aumentos salariales o jubilatorios incrementaban el
consumo de tal modo que acababan presionando la oferta e impul-
sando el aumento de los precios.
Ese panorama abrió un debate interno. Lavagna advertía que, con
un consumo creciente, inexorablemente los precios seguirían ten-
diendo al alza, por lo cual debíamos asegurarnos una merma en el rit-
mo de crecimiento para desascelerar la economía. Era aquello que lla-
maba "un aterrizaje lento", después de haber crecido a un ritmo pro-
medio del 8 por ciento entre 2003 y 2005. A su juicio, era necesario
que la Argentina lentificara su economía para crecer entre un 4 o 5
por ciento anual. Lavagna estimaba que el problema era de naturale-
za macroeconómica y que era necesario atenuar el crecimiento eco-
nómico restringiendo el consumo.
Para Kirchner, que siempre pensó que el consumo era la fuerza del
desarrollo económico, ese criterio implicaba un enfriamiento que
repetiría malas experiencias ya vividas en el país. Rechazó esa opción.
A mi juicio, había movimientos que excedían ese reacomodamien-
to, y aun cuando pensaba que parar el consumo secando ·de recursos

-152-
los mercados no era más que repetir recetas que nos habían deparado
malos resultados, no podía dejar de preocuparme.
Kirchner proponía desarrollar un seguimiento cuidadoso en la
cadena de valor de cada producto para determinar dónde estaban las
distorsiones. Se trataba de contar con información suficiente para
actuar allí donde el precio se desajustaba para influir sobre el precio
final del producto. No era una tarea fácil. Aunque lo lográramos, tal
vez resultaría insuficiente.
Por esa razón propuse una política activa en busca de inversiones
en aquellos sectores de la economía que habían alcanzado un nivel de
saturación en su capacidad de producción. Pretendía que una mayor
oferta derivara en mayor competencia y así en el desvanecimiento de
los aumentos de precios.
Si enfriar la economía no era la salida, la opción que quedaba era
promover nuevas inversiones que motorizaran una mayor competen-
cia entre los oferentes. Kirchner compartió mi idea. Así creamos la
Agencia de Inversiones y nombramos a Beatriz Nofal a su cargo. Pre-
tendíamos hacer propias lás experiencias ajenas exitosas en la búsque-
da de inversiones para el desarrollo de la economía real.
El año 2005 concluyó con una inflación cercana al 9 por ciento. Y la
del año 2006 casi rozó el 1O por ciento, contra los pronósticos que ase-
guraban una inflación mayor. Ya era evidente que la presión sobre los
precios existía. Por otra parte, el contexto internacional también favore-
cía el alza como consecuencia de la suba de la carne, la leche y los granos.
Fue entonces cuando Guillermo Moreno abandonó la Secretaría
de Comunicaciones que dependía de Julio de Vido para hacerse cargo
de la Secretaría de Comercio, con el objetivo de contener la escalada
de precios. Kirchner confiaba en su firmeza para "poner en caja" a
quienes impulsaban la inflación. Estaba convencido de que los precios
subían por el acomodamiento relativo luego de la devaluación, pero
también y principalmente por la vocación abusiva de empresarios y
comerciantes a los que nunca les bastaban las ganancias obtenidas.
Moreno logró contener los precios durante el primer año de su ges-
tión. Con el explícito apoyo de Kirchner, absolutamente involucrado en
el tema, suscribió diferentes acuerdos sectoriales que fueron respetados
debido al alto poder político del gobierno. Pero poco a poco ese pano-
rama fue cambiando. El contexto electoral agregó una tensión política
mayor y los precios comenzaron a trepar marcadamente.
Moreno, con la formidable capacidad simplificadora que lo carac-
teriza, creyó encontrar la causa de tales movimientos en la modalidad

-153-
utilizada por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos -INDEC-
para estimar el índice de precios al consumidor.
Era absolutamente cierto que ciertas metodologías en el releva-
miento de los precios resultaban por demás deficientes. Precisamente
por ello, por orden de Kirchner, a instancias de Guillermo Moreno y
con muchas prevenciones mías y de Felisa Miceli, al concluir ese año
comenzamos a revisar diversos aspectos vinculados con las formas de
medir la evolución de los precios. -
Al iniciarse 2007, Kirchner decidió cambiar la conducción del
lNDEC y encomendarle a un grupo de gente vinculada con Guillermo
Moreno la revisión del funcionamiento del organismo. Moreno soste-
nía ante el mismísimo Kirchner que los precios no aumentaban como
lo reflejaba el organismo de estadísticas, sino que el sondeo se hacía de
tal modo que permitía generar resultados equívocos.
Aunque Kirchner se entusiasmó con la llegada de Nofal al gobier-
no, siguió prestando particular atención a la recomendación dada a
Moreno para que su gente revisara la metodología del lNDEC, tenien-
do en cuenta las conclusiones a las que acababa de llegar la Encuesta
Permanente de Hogares (EPH).
Nuestro país, por espacio de casi cinco décadas, había organizado
un sistema de seguimiento del costo de vida que consistía en relevar
alrededor de 450 productos que, de acuerdp con la Encuesta Perma-
nente de Hogares, eran los más consumidos en la Argentina. El siste-
ma analizaba la evolución de los precios del 80 por ciento de los pro-
ductos elegidos por distintos sectores sociales.
Al promediar la década del 90, ese método fue alterado con la
inclusión de servicios y bienes importados. Así, los datos a relevar se
multiplicaron por dos. Ello se había hecho durante la vigencia del Plan
de Convertibilidad, tratando de equilibrar los efectos que deparaba
una producción argentina que había perdido toda competitividad. De
ese modo, el efecto alcista de los precios internos se compensaba
incluyendo en la encuesta los valo;es de los productos importados.
En plena gestión, advertimos que los relevamientos demostraban
alguna falta de rigor. Así, por ejemplo, se analizaba la evolución de un
precio sin reparar que variaba de acuerdo con la zona donde se vendía
o por la forma de comercialización utilizada. A veces, simplemente,
no se tenía en cuenta que lo que variaba era el modelo del producto. -
Esto último era constante cuando se cotejaba el precio de electrodo-
mésticos, computadoras o automóviles.

-154-
Aunque todo ello resultaba evidente y hacía recomendable su
corrección, el modo como irrumpió el equipo designado por Moreno
generó muchos problemas. Nadie aludía a la necesidad de una nueva
metodología ni al acierto teórico que la explicaba. Todo la atención se
concentró en el accionar desplegado por Moreno desde la Secretaría
de Comercio Interior. Fue así que, a poco de iniciar la gestión esa nue-
va conducción del INDEC, arreciaron las quejas de los empleados del
organismo y de los comerciantes encuestados. Se sentían presionados
porque, tras someterse al relevamiento de precios que hacía el orga-
nismo, padecían el control de inspectores de la Secretaría de Comer-
cio Interior, invocando la Ley de Abastecimiento, lo cual los sometía
a peculiares persecuciones.
Para entonces, el tema hacía foco en la conducta de Moreno y,
como era de prever, aparecieron los cuestionamientos.
Cuando el cambio de metodología estuvo listo y los medios del
país seguían criticando el accionar del INDEC, Cristina, ya en ejercicio
de la Presidencia de la N ación, me pidió que me ocupara de su pre-
sentación pública. Creo que mi rostro no pudo disimular mi preocu-
pación, pero entendí que tras su pedido estaba reconociendo el pro-
blema de credibilidad que arrastraban Moreno y su equipo.
Decidí dar una explicación sobre los lineamientos generales del
cambio y reclamé que las autoridades del INDEC se ocuparan de des-
brozar públicamente los aspectos técnicos de ese cambio. Antes de
hacerlo, había reclamado los textos que daban cuenta del cambio a
implementar y con ese material, una mañana de los primeros días de
mayo de 2008, me había entrevistado con el economista Joseph Sti-
glitz, Mientras desayunábamos, fui presentándole todas las dudas que
me generaba el nuevo método de medición.
Stiglitz había conducido un equipo que modificó el modo de cál-
culo del Índice de Precios al Consumidor en los Estados U nidos
durante la gestión de Bill Clinton. Pude ver entonces que gran parte
de los problemas que se observaban en el INDEC y que pretendíamos
ajustar eran muy similares que había debido sortear y corregir Stiglitz
en su labor reformista.
Una vez que él hubo aventado todas mis dudas, me dediqué a
estudiar la metodología con total cuidado; Y solo entonces me decidí
a presentarla.
Esa nueva metodología volvió a recuperar los 450 productos que
originalmente medía el IPC. Además, amplió la zona de relevamiento
(antes más concentrada en la ciudad de Buenos Aires) y alcanzó el 75

-155-
por ciento del consumo total de la Argentina. Tal vez todos estos
aspectos no deberían haber presentado observaciones pero el accionar
de Moreno desde la Secretaría de Comercio y de sus funcionarios en
el INDEC terminaron por echar un manto de dudas sobre el procedi-
miento, a lo que se sumó el desconocimiento y desconfianza sobre la
veracidad de los datos que se cargan.
La Argentina de los últimos años ha debatido incansablemente
sobre el alcance de la inflación en nuestra economía. Puesta en duda la
seriedad del INDEC, han florecido distintas mediciones privadas que
dan cuenta de una inflación que duplica la medición oficial. Hasta la
oposición, en la Cámara de Diputados, ha construido un índice pro-
pio. En realidad, es probable que las mediciones se realicen sin dema-
siado rigor. Lo cierto es que la falta de credibilidad de los datos del
Indec se ha convertido en un problema político que debió resolverse
hace ya tiempo y fue una de las expectativas esperadas al inicio del
gobierno de Cristina. Este tema irresuelto significó una herida pro-
funda y abierta en los momentos de mayor debilidad del gobierno.
Pero a esta altura de los acontecimientos es primordial prestar
atención a la contención real de los precios. Si estos han aumentado lo
que señala el Indec, ello significa que nuestro país enfrenta una infla-
ción que duplica el promedio de Latinoamérica y triplica el mundial.
Semejante dato debería llamar la atención de gobernantes y opositores
y ocuparlos en un problema inquietante.
La discusión instalada se parece a un diálogo en el que dos médi-
cos discuten sobre la temperatura corporal del enfermo pero se desen-
tienden de establecer la causa de la enfermedad y los posibles remedios
para su cura. Por esa vía, la suerte del paciente parece echada.
Argentina poco hace para contener la inflación. No controla el
gasto público y promueve el consumo tratando de que la economía
no se enfríe pero no promueve la inversión tratando de mejorar la
oferta. Durante el año 2010, nuestro país, generador del tercer PBI
de Latinoamérica, solo recibió el 6 por ciento de la inversión exter-
na directa de la región.
La persistencia de la inflación da cuenta de la insuficiencia de las
políticas desarrolladas para controlarla. Moreno no ha sabido hacerlo
y su accionar refleja un nivel de ineficiencia merecedor de todo reco-
nocimiento. Tuvo la' misión de controlar la inflación y no lo logró.
Cuando los acuerdos de precios fracasaron y no supo qué camino
seguir cuestionó las mediciones del Indec, se hizo cargo del organismo
y logró echar por tierra la credibilidad del sistema estadístico oficial.

-156-
Cuando advirtió su nuevo fracaso, ideó un sistema de "compensacio-
nes" muy poco transparente que deparó un incremento notorio del
gasto público, una fuerte concentración de los mercados y un formi-
dable deterioro de parte de la producción primaria. Finalmente, ha
buscado condicionar los precios internos cerrando, muchas veces con
marcada arbitrariedad, la llave de las importaciones.
A esta altura de los acontecimientos, valdría la pena explorar otros
caminos porque aquellos que estamos transitando nos pueden colocar
en el lugar donde las malas experiencias pueden repetirse.

-157-
9

LA ARGENTINA
DE KIRCHNER
EN EL MUNDO
LA DESCONFIANZA NORTEAMERICANA

La Argentina siempre mantuvo una relación difícil con los Esta-


dos Unidos. Desde el famoso "Braden o Perón" en adelante, nuestro
país vivió casi traumáticamente ese vínculo.
En el inicio del gobierno de Kirchner, uno de los aspectos que sus-
citó mayor expectativa fue el futuro desenvolvimiento de esas relacio-
nes. Acabábamos de dejar la década en la cual desde la misma canci-
llería argentina, se jactaban de mantener "relaciones carnales" con ese
país que, en la década de 1990, vivió la sucesión de un gobierno repu-
blicano primero -el de George Bush padre-, y el demócrata de Bill
Clinton después.
Los norteamericanos aguardaron las elecciones de 2003 con algu-
nos resquemores y no era un secreto que el gobierno de George W.
Bush demostraba mayor simpatía por las posibilidades de retorno al
poder de Carlos Menem. En idéntica línea estaban el Fondo Moneta-
rio Internacional y los demás organismos de crédito. Kirchner era,
para ellos, un candidato desconocido y difícil de encasillar, que había
administrado bien su provincia pero cuya tendencia progresista lo dis-
tanciaba de las expectativas norteamericanas.
Cuando Kirchner ganó las elecciones de 2003 y asumió el gobier-
no nacional cuestionando severamente las políticas económicas neoli-
berales y la impunidad de los genocidas de la última dictadura, las pre-
sunciones norteamericanas se confirmaron.
Desde el primer momento, Kirchner se esmeró para que nuestra
diplomacia comprendiera que solo debíamos trabajar en defensa de los
intereses argentinos. Así, si existían pvntos en común para conciliar

-161-
posiciones con los Estados Unidos, solo entonces se actuaría en con-
senso. Para explicar su postura, se valió de ciertos ejemplos. En la
lucha contra el tráfico internacional de drogas manteníamos un inte-
rés común, que permitía unir esfuerzos. También en la lucha contra el
terrorismo internacional. Nuestro país ya conocía, desafortunada-
mente, su accionar, por haber padecido los brutales atentados contra
la embajada de Israel y la AMIA, dos experiencias dolorosas que exigí-
an el enérgico castigo a los culpables. En esa lucha y en ese reclamo se
debían coordinar acciones para obtener justicia y garantizar el com-
promiso de trabajo conjunto en el concierto de las naciones.
Muy distintas eran las premisas en materia económica. Para Kirch-
ner, la prioridad era promover el consumo, para favorecer la produc-
ción y el trabajo. Los republicanos estadounidenses, en cambio, dese-
aban conservar cierto statu quo, sin reparar en que así continuaría la
flagrante situación de desigualdad social.
Kirchner siempre prefirió priorizar los intereses del país antes que
forzar consensos globales en desmedro de la Argentina, y por ello
delimitó de un modo tan tajante la capacidad de intervención externa
en nuestros asuntos. Debíamos ser los argentinos quienes resolviéra-
mos nuestro futuro.
Precisamente fueron esos conceptos, que colocában límites a la
injerencia norteamericana, los que más enamoraron al presidente
venezolano Hugo Chávez. Él vio en Kirchner no solo un potencial
aliado político, sino también un legitimador intelectual de su revolu-
ción bolivariana. En esa prédica originada en la Argentina -un país al
que el resto de Latinoamérica le reconoce importante peso cultural-,
su proyecto encontraba el aval que, en alguna medida, necesitaba.
Ambas realidades eran para Chávez formidables cartas en su enfren-
tamiento con los Estados Unidos.
Desde luego, el discurso de Kirchner lo presentaba ante los obser-
vadores del Norte como un mandatario impredecible. No habían sido
·suficientes las visitas realizadas durante la campaña a los presidentes
de Chile y Brasil, Ricardo Lagos y Lula da Silva, dos socialistas mode-
rados que ofrecían menos intranquilidad a los Estados Unidos.
El día de su ásunción, Kirchner pronunció un discurso contun-
dente, cargado de consideraciones negativas sobre los años 90. Cri-
ticó las políticas económicas aplicadas debido a la crisis de 2001 y
les atribuyó una responsabilidad directa a los organismos interna-
cionales de crédito. Denunció la carencia de medidas sociales que
habían condenado a la pobreza a millones de argentinos y reclamó

-· 162-
la revisión de los diversos artilugios legales que avalaban la impuni-
dad de los genocidas.
A los oídos argentinos, aquel discurso reivindicaba valores que la
política había olvidado. Pero para los americanos, preanunciaba un
gobierno fuertemente ideologizado, riesgoso para sus intereses.
Esas mismas palabras sembraron resquemor en la derecha
argentina que, en consonancia con la visión norteamericana, se ocu-
pó de señalar una matriz izquierdista en la posición de Kirchner.
Siempre creí que semejante visión no era más que la consecuencia de
la enorme distorsión conceptual que <l,quejó al conservadurismo
argentino. En realidad, siguiendo su lógica de pensamiento, no exis-
ten los gobernantes progresistas interesados en reordenar las cuen-
tas públicas y evitar el déficit fiscal. Para ellos, un dirigente de
izquierda es el que acepta administrar discrecionalmente el gasto del
Estado con total desapego por la recaudación impositiva. Con el
mismo prÍmitivismo, piensan que desde la izquierda la deuda públi-
ca no merece ser honrada sino que es una razón de ruptura con los
organismos de crédito.
Pero Kirchner no pensaba así. Era un hombre particularmente
preocupado por preservar el equilibrio fiscal. Lo inquietaba gobernar
un país en default y quería desligarse de las políticas impulsadas des-
de el FMI saldando la deuda con el organismo. El suyo era un alegato
económico que, desde lo fiscal, bien podría conceptuarse como orto-
doxo, pero que se volvía innovador en el impulso al consumo, la pro-
ducción y el trabajo.
A los pocos meses de asumir nuestras funciones en el gobierno
nacional, viajamos a los Estados Unidos. Allí Kirchner se vio por pri-
mera vez, cara a cara, con George W. Bush. En esa ocasión, Kirchner
no alteró su habitual discurso. Señaló la urgencia argentina por salir
del estado de default y la necesidad de sacar de la marginalidad a quie-
nes habían sido alcanzados por la pobreza, además de poner fin a la
impunidad de los militares genocidas.
Cuando culminó su presentación, Bush lo miró inquieto y, segu-
ramente pensando que tenía delante a un político de izquierda -tal
vez acólito de Chávez-, le pidió 'que se definiera políticamente.
Kirch~er sonrió y, mientras palmeaba amistosamente la pierna
izquierda de Bush, le recomendó que se quedara tranquilo y le dijo:
"No se inquiete, yo soy peronista". Entre sonrisas, cambiaron de
tema. Bush dudaba del verdadero pensamiento político de Kirchner;
no obstante, siempre se respetaron.

-163-
Algunos años más tarde, visitó la Argentina un alto diplomático,
Nicholas Burns, segundo en la jerarquía del Departamento de Estado
norteamericano, después de Condoleezza Rice. U na vez concretada la
reunión con las autoridades de la cancillería argentina, Kichner me
encomendó que lo recibiera en la Casa de Gobierno.
Burns llegó hasta allí al caer la tarde, distendido y acompañado
por Tom Shanon, sin dudas, el diplomático americano que he cono-
cido más comprometido por mejorar la relación entre el norte y el
sur de las Américas. Se notaba que, conmigo, Burns concluía su jor-
nada de trabajo.
Con la simpatía propia de los diplomáticos, me planteó su preo-
cupación por el "eje" político conformado por Kirchner, Chávez y
Evo Morales. Allí advertí que las dudas del gobierno americano sobre
nosotros se mantenían intactas. Munido de no escasa paciencia, le
expliqué que en tal caso ese "eje" se formaba por ciertos intereses
comunes en un marco de respeto por las diferencias reconocidas. N os
sentíamos actores de una misma región frente a un mundo que se glo-
balizaba y respetábamos lo que nuestros pueblos decidían interna-
mente. Además, Venezuela nos había ayudado financieramente cuan-
do estábamos "fuera del mundo" y Bolivia compartía con nosotros
una visión continental común y nos vendía energía proveniente de sus
reservas de gas, lo mismo que a Brasil.
Era bastante ostensible que Burns solo tenía el propósito de
advertirme sobre la visión que su gobierno tenía de nosotros. "Usted
no puede negar que hay en ese ceje' una clara afinidad política, y usted
también sabe lo reactivos que son Chávez y Morales hacia nuestro
país", me dijo, sincerándose ante la mirada atónita de Shanon.
Molesto por su tono de superioridad, le pregunté si quería que
habláramos en términos diplomáticos o que le diera mi opinión polí-
tica. Sonrió complaciente, como autorizándome a salir de los carriles
que transitan los embajadores. Sin medias tintas, le recomendé revisar
todo cuanto había dicho porque me parecía que encubría una hipo-
cresía difícil de soslayar. A nuestro juicio, nadie hacía más por la revo-
lución bolivariana que los Estados U nidos. "¿Acaso no son ustedes
quienes tienen intercambios comerciales con Venezuela por niás de 25
mil millones de dólares?", pregunté desafiante. Burns se sorprendió,
no esperaba una respuesta de ese tenor. Sin darle tiempo a reaccionar,
hice idéntico paralelo con Bolivia. Si el pueblo de ese país había elegi-
do por primera vez un presidente auténticamente boliviano como Evo
Morales, se debía a que. antes los Estados Unidos habían apoyado a

-164-
políticos como Sánchez Losada, un hombre que ni siquiera hablaba
fluidamente el español y que representaba intereses alejados de los
genuinos intereses bolivianos. "Antes de cuestionamos, revisen su
conducta. Los pueblos de Bolivia y Venezuela son pueblos hermanos
que tienen los gobiernos que han elegido libremente. En momentos
muy difíciles para nosotros, esos gobiernos nos han proporcionado
energía y apoyo financiero que otros países, como el suyo, nos nega-
ron", le dije a Burns cuando la conversación promediaba y había
tomado un cariz duro.
Su gesto de atención no se alteró con mis palabras, aun cuando era
evidente que le costaba retrucar mis argumentos. Repentinamente,
para probar su "teoría del eje", me recordó que Estados Unidos tam-
bién veía con preocupación la relación de nuestro gobierno con los
medios de comunicación. No tuvo mayores reparos en comparar la
situación argentina con lo que sucedía entre Chávez y la prensa vene-
?:olana. Tampoco pude ocultar mi malestar por la desproporción del
comentario. "¿Usted seriamente cree que en la Argentina no existe
libertad de prensa?", pregunté trasuntando malhumor.
Aquel encuentro se extendió más de lo esperado y duró casi dos
horas y media. Por primera vez percibí de parte del gobierno de Bush
el resquemor, real y sostenido, por nuestro acercamiento a Chávez y
a Evo Morales.
No obstante, hubo momentos claves en los cuales Estados Uni-
dos, a pesar de la actitud de su diplomacia, acompañó las necesidades
argentinas. Por ejemplo, fue decisiva su contribución en ciertos pun-
tos del primer acuerdo que debimos negociar con el FMI. El organis-
mo reclamaba que la Argentina se comprometiera a garantizar un
superávit fiscal de casi cuatro puntos, fuertes compensaciones a los
bancos por los "daños" derivados por la pesificación asimétrica, la pri-
vatización de los bancos· públicos y la corrección de las tarifas de los
servicios públicos. En todos esos puntos, Estados Unidos se mostró
inusualmente comprensivo en comparación a la inflexibilidad de los
funcionarios del Fondo. En ello Bush y Kirchner encontraron un
punto de coincidencia: ambos detestaban las presiones del organismo.
Las pretensiones argentinas fueron aceptadas y, finalmente, se fir-
mó un acuerdo extendido por tres años por el que no se pagaría capi-
tal y se renegociarían los intereses. Fue entonces cuando Estados Uni-
dos nos apoyó y pareció con ello proponer una relación amigable, una
situación que se complicaba cada vez que pretendían "encerrarnos" en
su cuadro ideológico.

-165-
LA CUMBRE DE MAR DEL PLATA

En noviembre de\2~ cuando la Argentina ya había salido del


default, tuvo lugar, en Mar del Plata, Jac Cumbre_9e _las A_IUéricas, un
e~nto_que4se.realiza-'desde 1994 y que reúne a los mandatari:;;5del
continente .
-...-~-
Cada vez que esta reunión se lleva a cabo, grupos contestatarios
protagonizan la "Cumbre de los Pueblos de América" y promueven
una serie de protestas callejeras que de algún modo inciden en el desa-
rrollo del encuentro. En la Cumbre anterior, realizada en Québec, se
habían desplegado operativos de seguridad como nunca se había visto
en la história de Canadá. Pese a ello, se produjeron serios disturbios.
En Mar del Plata, nos propusimos adoptar medidas de seguridad
preservando el derecho a la protesta. Kirchner sabía que un escenario
que reuniera a dos presidentes como Bush y Chávez era, desde ya, un
escenario cruzado por la tensión. Fue entonces cuando nos plantea-
mos una metodología organizativa que ahuyentara la posibilidad de
choques y que, al contrario, permitiera una convivencia relativamente
pacífica. No ignorábamos que Bush despertaba mucha resistencia en
ciertos sectores, y que esa resistencia era alimentada por la exposición
pública y el carisma del propio Chávez.
Precisamente, para sortear la·s dificultades que se avecinaban y
garantizarle a Bush un lugar seguro y ordenado que no ofreciera ries-
gos, les ofrecimos a los impulsores de la "Cumbre de los Pueblos de
América" realizar su acto en el Estadio de Mar del Plata. Nuestro
deseo era contener la inevitable protesta en un marco ordenado y ale-
jado del lugar en el que se· reunían los Presidentes.
De ese modo, mientras en los salones del Hotel Hermitage, los
líderes americanos debatían los problemas del continente, en el Esta-
dio de Mar del Plata se sucedían los discursos críticos a Bush y a sus
políticas hacia América Latina. Allí Chávez pronunció una vez más un
discurso de confrontación con los Estados Unidos.
Con esa "contracumbre", disipamos la posibilidad del conflicto.
Aun así, debimos sofocar algunos disturbios callejeros marginales
protagonizados por los sectores más radicalizados de la izquierda.
Sin embargo, contra nuestra intención, ese esfuerzo fue mal inter-
pretado por la diplomacia americana, que creyó que el gobierno
argentino había montado un escenario especial para que Chávez des-
potricara contra Bush, cuando en realidad nuestro único propósito
había sido garantizar la seguridad del acto oficial.

-166-
En ese clima, Kirchner y Bush volvieron a verse. El encuentro, del
que participaban también las delegaciones de ambos países, se desa-
rrolló con normalidad. Pero, repentinamente, mientras Kirchner
hablaba y alguien traducía sus palabras al inglés para favorecer la com-
prensión de nuestros visitantes, el gesto de Bush se alteró. Nadie ati-
naba a entender cabalmente el origen del enojo, que había sido la pala-
bra "hegemonic". Ante el gesto de molestia de Bush, Kirchner dudó
en seguir hablando. Aun así, articuló algunas frases que le permitieron
concluir su alocución. Cuando Bush tomó la palabra dijo con tono
enérgico que Estados Unidos no era un país hegemónico. Reivindicó
su democracia y la libertad de la que gozan sus habitantes.
Poco después comprendimos el motivo del disgusto: Kirchner se
había referido a los Estados U nidos como un país hegemónico para
poner de relieve su condición de indiscutible "primera potencia
mundial". Tanto era así, que reclamaba que desde ese lugar trabajara
en apoyo de Sudamérica y dejara de tratarla como el "patio trasero
del continente".
Para los americanos, "hegemonic" es un atributo dictatorial. Una
nación hegemónica era la Alemania nazi, un país antidemocrático
que buscaba imponer su autoridad en forma totalitaria a los demás.
Solo así se entendió la reacción de Bush, que no dejaba de pregun-
tarle al traductor si exactamente eso era lo que había dicho Kirchner.
"¿Hegemonic, the United States hegemonic?", repetía, incrédulo,
requiriendo una respuesta.
Por supuesto, en esos escasos segundos nadie comprendió que
allí radicaba el motivo. Kirchner tuvo la voluntad de explicar mejor
sus conceptos, pero Bush ya se había ofuscado y no pudo cambiar su
mal talante. Pocos minutos después, la reunión concluyó en el mis-
mo punto en el que se había iniciado. .
Sin embargo, hubo un tercer incidente que predispuso aún peor
a los estadounidenses. Ello ocurrió en la instancia que más interés
había concitado: el debate y la posterior votación por la aceptación
o no del ALCA, el Área de Libre Comercio de las Américas, un pro-
yecto impulsado por Bush que originaba resistencias entre los países
latinoamericanos por temor al desequilibrio comercial.
El día previo a la votación, Bush dio un discurso en el que hizo
una encendida defensa del acuerdo, fundada en la necesaria unión de
todos los países americanos frente al crecimiento desmedido de un
gran competidor comercial cuyas reglas de juego, a su juicio, nos
desfavorecían: China.

-167-
._. Pocos prestaron atención a sus argumentaciones; evaluaban que el
crecimiento de China era solo un riesgo para los intereses norteame-
ricanos. Los representantes de Brasil y Argentina no creíamos en lo
que Bush decía. Pensábamos que el ALCA solo serviría para profundi-
zar las enormes asimetrías comerciales que median entre Latinoamé-
rica y los Estados Unidos. Precisamente, por eso, nuestro principal
objetivo era que no se aprobara.
Condoleezza Rice le había asegurado a Bush el éxito de su objeti-
vo. Equivocadamente, había previsto un triunfo en la votación a favor
del ALCA como consecuencia del voto acumulado por los países del
Caribe. Sin embargo, cometió un error fundamental: no tuvo en cuen-
ta que en el seno de la Cumbre las decisiones se tomaban por consen-
so y no por la simple mayoría de los votos. Eso implicaba que, para
que fuera aprobado, todos los delegados debían estar de acuerdo.
La noche previa a la votación, Kirchner me convocó a la suite pre-
sidencial. Le comenté que los norteamericanos confiaban en sus argu-
mentos y en una suma de votos positivos a partir de una mala inter-
pretación de la modalidad de votación. Me encomendó que expusiera
la inconveniencia de avanzar con el tema ante semejant.e cuadro. Lo
preocupaba que Bush se fuera de la Argentina derrotado en su pre-
tensión y que se enturbiara aún más la relación entre los dos países.
A la mañana siguiente, antes de que la Cumbre se iniciara, hablé
con Lino Gutiérrez, entonces Embajador de los Estados Unidos en la
Argentina, y con Tom Shannon, y les planteé el problema que se ave-
cinaba. Shannon entendió en el acto el sentido de mi advertencia.
Me pidieron que transmitiera nuestra preocupación a Rice y así lo
hice, aunque, convencida de que contaba con los votos necesarios,
desatendió mis argumentos. Ella pensaba que por la oposición de solo
tres o cuatro países la firma del ALCA no podía fracasar. Lo que no eva- ·
luaba -más allá del régimen estatutario de la Cumbre- era que esos
"tres o cuatro países" de los que despectivamente hablaba representa-
ban más del 70 por ciento del PBI latinoamericano.
La situación era particularmente incómoda. Aunque nuestra posi-
ción de rechazo al ALCA se mostraba inflexible, anidaba en nosotros el
deseo de no infligir una herida a las ya muy difíciles relaciones con los
Estados Unidos.
Cuando le transmití a Kirchner el resultado de la gestión, me pidió
que intentara que todo el MERCOSUR -Brasil, Uruguay, Paraguay,
Venezuela y Argentina- votara en un mismo sentido. Así lo hice y,
con la ayuda inestimable de Alfredo Chiaradía -un funcionario

-168-
excepcional de nuestra Cancillería-, logramos acordar un texto que
suscribieron los países miembros.
Después de que Vicente Fox, el presidente mexicano, promoviera
la aprobación del ALCA, fue Tabaré V ázquez el encargado de fijar la
posición del MERCOSUR en aquella Cumbre.
Lula se había ausentado, ya que debía recibir al día siguiente a
Bush en Brasilia, por lo que le resultaba imperioso preservar la buena
relación con los Estados U nidos después de que el conjunto de los
países sudamericanos hubiesen rechazado su más ambicioso proyecto
comercial: la constitución de un mercado libre desde Alaska hasta la
Tierra del Fuego.

EL LIDERAZGO DE LULA

En el primer tiempo del gobierno de Kirchner, la preocupación cen-


tral y excluyente era la deuda argentina. Con frecuencia, se podían leer u'
oír comentarios acerca de nuestro desinterés por la situación internacio-
nal. Lo cual no era enteramente falso, porque ~1 país estaba "incendiado"
y la situación interna había devenido el mayor de nuestros problemas.
En esas ocasiones, se solía comparar la gestión y la actitud de Kirch-
ner con la gestión y la actitud de Lula, un presidente dedicado a ubicar
a su país en un lugar de privilegio en el mundo. Pero nuestra situación
era muy distinta de la de Brasil. Habíamos quedado fuera del concierto
de países occidentales por la decisión de no pagar nuestra deuda y no
era fácil reingresar en él.
La consigna de trabajo de Kirchner radicaba en hacer internacional-
mente solo aquello que nos conviniera. Como teníamos en claro nues-
tra pertenencia a esta región de América del Sur, priorizamos el inter-
cambio dentro de los límites del MERCOSUR en general y con Brasil en
particular. Kirchner pensaba, con razón, que si esa relación se consoli-
daba, era factible que América Latina mejorara su posicionamiento
como región, aun con las asimetrías que padecía respecto del mundo
central. Si Argentina y Brasil acordaban buenas políticas para el desa-
rrollo, las ventajas serían compartidas por los demás países de la región.
En el núcleo de esa decisión, jugaron un papel importante dos rea-
lidades incontrastables: la supremacía económica de Brasil y la acepta-
da supremacía cultural de la Argentina.
Kirchner y Lula coincidían en que Brasil y Argentina no debían
competir entre sí, por tratarse de países que predominaban en la

-169-
región en cuestiones bien diferenciadas. No se podía poner en duda el
potencial económico de Brasil, llamado a ser el motor de empuje del
resto del continente. Lo que Alemania representó para la Unión Euro-
pea Brasil debía representarlo para América del Sur.

- La_A:f_g-entina, en la lógica de Kirchner; est;1ba llamada a.infl.!:!_ir


p~ica y culturalmente en el rest!) del continente, por la imagen que
~~-·-·- ~ ~. .
habitualmente proyectamos, la de un país que, por su formación cul-
tural sostiene, desde hace mucho tiempo, un liderazgo simbólico.
Nunca cuestionó la supremacía económica brasileña; al contrario,
debíamos entablar un vínculo estratégico con ellos para favorecer la
reindustrialización argentina.
Lula también lo entendió así y facilitó visiblemente esa estrategia.
Sin Lula, sin sus excepcionales condiciones de liderazgo, ese tácito
acuerdo no habría sido posible. Porque no fue solo un gran presiden-
te de su país, fue más allá y entendió al continente en su totalidad, con
un criterio integrador como pocas veces he visto.
Nuestras conversaciones con Lula habían comenzado antes de que
Kirchner asumiera como presidente. Lo visitamos en mayo de 2003,
cuando aún hacíamos campañá por la segunda vuelta electoral. En esa
ocasión, nos recibió con su habitual simpatía y hasta le regaló a Kirch-
ner una camiseta del Corinthias que en la espalda llevaba estampado el
nombre de Carlos Tévez, figura del equipo en aquel momento.
Desde entonces quedó en claro que toda disputa por el liderazgo
continental era inútil. Los dos creían en la posibilidad de conformar
una sociedad comercial y políticamente productiva. Sabían que si los
dos países más fuertes del Cono Sur lograban conciliar intereses,
obtendríamos el impulso que América Latina entera estaba necesitan-
do para despegar y crecer.
Durante el mandato de Kirchner, Lula cumplió con su palabra y
con nuestras expectativas. Conservo en mi memoria múltiples pruebas
de su colaboración para que la Argentina lograra recuperarse tras la
crisis de 2001.
Estuvo junto a nosotros cuando debimos negociar el ya mencio-
nado acuerdo extendido con el FMI. En contra de las recomendacio-
nes de su equipo económico, reclamó a los organismos internaciona-
les que sus demandas con la Argentina no nos impidieran recuperar la
inversión en obra pública necesaria para promover la producción, el
trabajo y el consumo. Y cuando decidió saldar la integridad de la deu-
da con ese organismo, esperó que la Argentina también pudiera hacer-
lo para demostrar una decisión conjunta. Porque, desde siempre, las

-170-
deudas de los países con los organismos de crédito se han juzgado des-
de un solo punto de vista: el de los propios acreedores, que anteponen
sus intereses a los del país que sufre las consecuencias de esa deuda.
Del mismo modo, cuando debimos resolver cuestiones comercia-
les bilaterales, no dudó en confrontar con los industriales paulistas
para atender los reclamos de una Argentina que aún necesitaba auxi-
lio para ponerse de pie.
Recuerdo su reproche a Evo Morales, después de que el mandata-
rio boliviano nacionalizara las plantas de gas de PETROBRAS en Boli-
via. "Yo te he apoyado para que llegues a la presidencia de tu país y
ahora haces esto sin avisarme previamente. Dicen los industriales de
Brasil que yo he encumbrado a nuestro verdugo ... No importa, yo
pago el costo de lo que hice y voy a seguir apoyando tu gobierno, por-
que tendrás razones para haber tomado esa medida, pero no deberías
actuar así en lo sucesivo con los que te apoyamos y te guardamos res-
peto", le dijo a viva voz, ante los demás presidentes de los países sig-
natarios del MERCOSUR.
Ante el reclamo de Lula, Morales expresaba tercamente su parecer,
repitiendo que su decisión era irreversible. Desde luego, tenía sus
razones, afincadas en la voluntad política de preservar el valor de los
recursos naturales de su país. Pero Lula también esgrimía las suyas:
todo el gas producido por Bolivia era comprado entonces por Brasil.
Tanto era sí que habían sido los propios· brasileños los que habían
construido el gasoducto para transportar el fluido hasta San Pablo.
Al mismo tiempo, entendíamos que no se le podía pedir a Bolivia
que no llevara adelante su política de nacionalización. Éramos cons-
cientes de que estábamos ante un país que había sufrido demasiados
atropellos como para pretender condicionar su libertad en la toma de las
decisiones que le fueran más favorables. La voluntad política del gobier-
no de Morales de recuperar sus propios recursos explicaba su indiscuti-
, ble determinación. Pero lo que no se podía comprender era por qué lo
había decidido sin advertir previamente a uno de sus más leales aliados.
Lula ha sido un personaje mayor en Latinoamérica. Tuvo la virtud
de convertirse en líder del continente sin hacerle sentir a nadie su con-
dición de tal. Dejó a Brasil en un lugar de privilegio dentro del mun-
do y con su fuerza económica favoreció el desarrollo de toda la región.
Precisamente, en la búsqueda de ese objetivo, tuVO en Kirchner al más
cercano de sus socios. ·

-171-
TABARÉ VAZQUEZ. UN CONFLICTO DE PAPEL

Cuando el Frente Amplio triunfó en Uruguay y Tabaré Vázquez


llegó a la presidencia, en la Argentina nos auguramos casi un roman-
ce político con nuestros vecinos rioplatenses. Después de las hostili-
dades verbales recibidas de parte de Jorge Batlle, lo previsible era una
afinidad que derivaría en excelentes relaciones entre ambos estados.
Un poco antes, cuando Vázquez era aún candidato presidencial,
visitó a Kirchner en la Casa Rosada. De aquella reunión también par-
ticipamos Gonzalo Fernández, después Secretario General de la Pre-
sidencia y Canciller del gobierno de Tabaré Vázquez, Rafael Micheli-
ni, hijo del recordado Zelmar Michelini, y yo. .
En ese momento, el planteo de Vázquez estaba dirigido a lograr
facilitar el derecho de voto de los 400.000 ciudadanos uruguayos con
radicación en la Argentina para qu;se movilizaran hacia su país el día
de las elecciones nacionales. Escuchamos su pedido y nos abocamos a
dictar un decreto a partir del cual se licenció a aquellos extranjeros
que, residiendo en nuestro país, debieran votar en el suyo.
Tabaré Vázquez triunfó en aquellas elecciones. Tiempo después,
algún político uruguayo me recriminó que los 50.000 votos de dife-
rencia obtenidos por Vázquez, en relación con el segundo candidato,
seguramente encontraban su explicación en esa "contribución movi-
lizadora" del gobierno argentino. Todo el mundo conocía nuestra
clara preferencia por la candidatura del Frente Amplio; quisimos
también facilitar que los uruguayos de nuestro país pudieran ejercer
su derecho al voto, una decisión que favoreció a todos los extranjeros
que residen en Argentina.
Cuando ya había asumido la presidencia, Tabaré Vazquez volvió a
visitarnos. Esta vez, oficialmente, y nos planteó dos problemas.
El primero era de orden tributario. ANCAP, la empresa petrolera
uruguaya, tenía una deuda litigiosa en la Argentina con la AFIP, y si ese
reclamo avanzaba, el riesgo de quiebra de la empresa era inminente. N o
nós fue difícil ordenar el tema porque la AFIP estaba dispuesta a aceptar
los argumentos que la empresa uruguaya invocaba en su defensa.
El segundo tema que inquietaba a Tabaré era la construcción de
dos papeleras en la zona de Fray Bentos. No nos precisó el problema.
Solo nos anticipó que se había autorizado una inversión significativa
para Uruguay y que se habían depositado en ella muchas expectativas,
sobre todo por los puestos de trabajo que creaba. También nos advir-
tió que tenía dudas sobre cómo el gobierno de Batlle había otorgado

-172-
los permisos para la construccción de las plantas en función de lo dis-
puesto por el Tratado del Río Uruguay, y nos recordó que, partidario
de preservar el medio ambiente, debía garantizar que la inversión no
acarreara riesgos ecológicos. Solo nos llamó la atención cierta angus-
tia que mostró al presentar el tema. "Ahora que gobernamos, tenemos
entre manos este 'presente griego' que nos dejó Batlle", nos dijo.
Kirchner y yo desconocíamos entonces el tema. Fue el gobernador
erit~erriano Jorge Busti, el primero en expresar preocupación porque
consideraba que la construcción de las plantas era un hecho. Poco des-
{més supimos que nuestra representación en la Comisión Administra-
dora del Río Uruguay (CARU) había advertido sobre los riesgos con-
~'taminantes de esa planta procesadora de celulosa.
Todo se nos había presentado repentinaménte. Ignorábamos que
la autorización para la instalación de la planta no había respetado las
reglas de aquel tratado binacional. Las autoridades uruguayas asegu-
raban haber informado al canciller Bielsa, pero éste lo negaba y afir-
maba que Didier Opertti, el canciller uruguayo de Battle, solo se lo
había comentado de modo absolutamente incidental.
Al poco tiempo, acordamos una nueva reunión, de la que partici-
paron Bielsa, Busti, Tabaré V ázquez, Gargano -canciller uruguayo-
y Gonzalo Fernández. En ese momento se acordaron 180 días para
el análisis del tema. El problema central era el incumplimiento de las
normas del tratado, que los mismos uruguayos aceptaban guardan-
do silencio ante los planteos de Busti y de Bielsa. Su reclamo era,
básicamente, de tolerancia. Aseguraban, además, que la forma de
producción de pasta de celulosa no generaría contaminación en el
medio ambiente.
Cuando ese lapso se cumplió, el avance había sido nulo. Aun así,
seguimo~ buscand~ una salida común. La movilización de los habi-
tantes de la ciudad entrerriana de Gualeguaychú les permitió a los
medios interiorizarse del conflicto y presentarlo como una transgre-
sión uruguaya. De allí en más, todo fue tomando un cariz perentorio
y distintas voces demandaban volver todo a fojas cero y frenar la cons-
trucción misma de las papeleras.
Distinta era la realidad que vivían los uruguayos. Para ellos, una
inversión de diez ~il millones de dólares que daría trabajo a cerca de
diez mil personas n.o podía desdeñarse por una demanda propia de la .
"soberbia argentina".
No obstante las precauciones, el clima se iba enrareciendo. La
ausencia de estudios de impacto ambiental parecía justificar la demanda

-173-
de los vecinos de Gualeguaychú, que poco a poco abandonaron el dis-
curso crítico para empezar a interrumpir el tránsito en el puente inter-
nacional.
En marzo de 2006, aprovechando la circunstancia de la asunción
de Michelle Bachelet, organizamos un encuentro entre Kirchner y
Vázquez. Al cabo de la reunión, ambos presidentes anunciaron la
voluntad de encontrar una salida al problema. Decidieron exhortar a
los habitantes de Gualeguaychú a suspender los cortes del tránsito en
el puente internacional y a la empresa a detener la construcción de las
plantas. Se buscaban 90 días de tregua para desarrollar un esi:udio real
que permitiera conocer el impacto ambiental de las obras.
Aunque los manifestantes entrerrianos aceptaron la propuesta, del
otro lado del río la situación fue distinta. La evidente debilidad jurídi-
ca del planteo uruguayo llevó a una de las dos empresas (Botnia, de
capitales finlandeses) a iniciar una contraofensiva para preservar sus
derechos. Primero amenazó a Uruguay advirtiéndole que si las obras
se detenían denunciaría el incumplimiento del tratado de inversión
recíproca firmado por Uruguay y Finlandia. Después, recurrió a la
Unión Europea. Su Comisario Comercial, Peter Mandelson, se reunió
conmigo en la Casa de Gobierno en abril de 2006 y me advirtió que
deberíamos soportar el aislamiento europeo si insistíamos con nuestro
planteos sobre Botnia.
En una conferencia de prensa, con mucho malestar por el proce-
der de Botnia, Gonzálo Fernández anunció la imposibilidad de cum-
plir con el compromiso asumido en Chile. El anuncio de que no se
detendrían las obras disparó a los manifestantes entrerrianos, que
repitieron la toma del puente.
La reacción de los entrerrianos fue útil para que Tabaré Vázquez
consolidara su cuadro interno. Había detectado que la política uru-
guaya hacía causa común contra la Argentina y que su mejor carta era
no ceder ante nuestros planteos. Cuanto peor hablaba de los reclamos
argentinos, mejor le iba. Las encuestas lo favorecían y el pueblo lo
apoyaba. En medio del conflicto autorizó a Botnia a construir un
puerto que agilizaba su operatoria.
Ante semejante cuadro de situación, y tal como lo reclamaban los
vecinos de Gualeguaychú, en mayo de 2006 la Argentina presentó en
la Sede de la Corte Internacional de Justicia, en La Haya, una deman-
da contra Uruguay por la construcción de dos plantas industriales de
producción de pasta celulósica en la margen este del río Uruguay, que
el país vecino había autorizado violando el Estatuto que reglamenta

-174-
este recurso compartido. Argumentamos que la situación era particu-
larmente grave, pues esa autorización unilateral se había producido
tres días después de que en una reunión de la Comisión Asesora del
Río Uruguay se cuestionara el mayor proyecto industrial jamás pre-
visto sobre el tramo común del río Uruguay.
. Silenciosamente y con la ayuda del Rey Juan Carlos de España,
logramos que la planta restante (ENCE, una sociedad de capitales espa-
.ñoles) decidiera construirse en un lugar distinto del elegido original-
mente. En diferentes reuniones que mantuve en Madrid y en Buenos
Aires con el presidente de la empresa, Juan Luis Aguirre, fuimos ana-
lizando la posibilidad de relocalizar la planta.
En septiembre de 2006, ENCE anunció su decisión de instalarse en
Colonia, a orillas del Río de la Plata. Con ello, habíamos logrado
reducir a la mitad el impacto ambiental que originalmente amenazaba
a Gualeguaychú.
De un modo legal y para nada subrepticio, una de las dos papele-
ras había conseguido instalarse en tierra uruguaya sin que ello deter-
minara un conflicto con la Argentina. Era una manera de transmitirle
a Uruguay un mensaje: existía la posibilidad para la encrucijada surgi-
da del reclamo entrerriano.
Antes de concluir ese año, Kirchner le manifestó al Rey Juan Car-
los nuéstro deseo de concluir el conflicto con Uruguay y de que fue-
ra él quien intercediera ante ambos países tratando de buscar una sali-
da. El Rey aceptó "facilitar" el encuentro entre ambos gobiernos pero
tomó distancia del tema para no convertirse en mediador o árbitro.
Esa fue la recomendación recibida por el canciller español Miguel
Ángel Moratinos.
El Rey recurrió al embajador español ante Naciones Unidas, Juan
Antonio Yañez-Barnuevo, un brillante diplomático de carrera que se
había destacado como jurista en temas internacionales. En tres ocasio-
nes Yañez-Barnuevo visitó Buertos Aires y Montevideo, antes de for-
malizar la primera convocatoria conjunta. Se lo veía moverse con sin-
gular diplomacia, tratando de acercar posiciones tan distantes entre sí.
Finalmente, el 19 de abril de 2007, convocó a las partes en conflic-
to a una primera reunión en el Palacio de la Quinta del Prado, a 15
kilómetros de Madrid.
Yañez inició el encuentro con un prolongado discurso de bienve-
nida en el que nos exhortaba a buscar puntos de acuerdo. Inmediata-
mente después, le cedió la palabra al canciller uruguayo Reinaldo
Gargano, quien, con una actitud de fastidio y altanería, solo se dedicó

-175-,
a reiterar los derechos soberanos de su país sobre la orilla oriental del
Río Uruguay, y a remarcar la "reprochable" actitud argentina, según
él en contra de las inversiones de su país.
Del lado argentino, estábamos Jorge Taiana (canciller por enton-
ces), Sergio Uribarri (en ese momento Ministro de Gobierno de Entre
Ríos) y yo. Al concluir Gargano su presentación, Yañez-Barnuevo me
cedió la palabra. No pude ocultar el malestar provocado por la intran-
sigencia de Gargano. "Yo no soy diplomático, soy un político que
defiende los intereses de la Argentina. Vengo con voluntad y actitud
de buscar una salida al conflicto. Pero si hemos viajado catorce mil
kilómetros para oír los mismos argumentos que aparecen publicados
en los diarios argentinos y uruguayos, pero expresados esta vez con
mayor altanería, tal vez no tenga sentido hacer esta reunión", dije,
dirigiéndome al diplomático español pero mirando fijamente a Garga-
no. Después, me debí ocupar de contestar los argumentos que había
planteado Gargano y señalé la manera flagrante en que Uruguay había
transgredido el tratado bilateral.
Gonzalo Fernández oyó con atención mi planteo. Me notó moles-
to. En cuanto hicimos un cuarto intermedio, se acercó tratando de con-
ciliar pareceres. Durante dos días trabajamos chocándonos con la tozu-
dez de Gargano. Finalmente, logramos pergeñar una declaración en la
que Uruguay se avenía a revisar la negativa de medir el impacto ambien-
tal y, eventualmente, a evaluar que la pastera se reinstalara en otro lugar.
Con posterioridad, Uruguay no cumplió con lo prometido.
Hubo una segunda reunión convocada por Yañez-Barnuevo en
Nueva York, que coincidió con la Asamblea Anual de Naciones
Unidas. Una vez más, sus esfuerzos por acercar posiciones resulta-
ron inútiles.
Entonces, ya nadie dudaba de que el trabajo encarado por los espa-
ñoles no sería conducente. Así fue que nuestro vínculo con Uruguay se
resintió y el tema se resolvió·en el Tribunal Internacional de La Haya.
A pesar de los esfuerzos de muchos, no hubo modo de encontrar
una salida al problema. Gonzalo Fernández y Francisco Bustillo, el
embajador uruguay~ en la Argentina, comprometieron todo su empe-
ño por ofrecer alternativas. Sin haberlo admitido jamás, porque fue-
ron leales defensores de la posición de su gobierno, presiento que
intuían las irregularidades cometidas por el gobierno de Batlle en la
instalación de las pasteras. El mismo Tabaré Vázquez, en una reunión
del MERCOSUR celebrada en Córdoba en julio de 2006, me había aborda-
do y me había pedido ayuda para encontrar una solución al conflicto.

-· 176-·
"Alberto, somos amigos, no podemos estar peleados", me dijo en un
tono absolutamente sincero.
El resto es una historia conocida. La relación entre Kirchner y
Tabaré Vázquez se enfrió definitivamente. Tan tirante fue ese vínculo
que años después el mismo Tabaré Vázquez se opuso expresamente a
que Néstor Kirchner se convirtiera en el Secretario General de la
Unión de Naciones Sudamericanas. Hizo falta que Pepe Mujica asu-
miera la presidencia para que Uruguay modificara aquella objeción.

-177-
II
"Es difícil reconstruir lo que ya pasó, la
verdad de la memoria lucha contra la
memoria de la verdad".

"Bajo la lluvia ajena"


Juan Gelman
\

1 .

EL PORQUÉ
DE CRISTINA
MOMENTO DE DECISIÓN

Cuando Ricardo Lagos concluyó su mandato presidencial, en


marzo de 2006, viajamos con Kirchner y con Cristina a Santiago de
Chile, para asistir a la asunción de su sucesora, la presidenta electa
Michelle Bachelet.
Como se sabe, Lagos dejó el poder con un altísimo nivel de
adhesión. popular. El día del traspaso de los atributos presidenciales,
una multitud lo vitoreó y un aplauso sostenido lo acompañó por el
largo pasillo del Parlamento chileno por el que emprendió su aleja-
miento -real y simbólico- del poder político de Chile.
Conmovido por el afecto y el reconocimiento del pueblo chileno,
lo miré a Kirchner y le dije: "¿Te das cuenta de cómo se va Lagos? Así
tenés que irte vos. Si lo logramos, habremos hecho una revolución en
la Argentina". No era la primera vez que se lo decía, insinuando la
posibilidad de no buscar la reelección. Tenía la certeza de que nuestra
sociedad necesitaba de ciertos gestos de grandeza que renovaran la
visión de la gente acercá de la política. Kirchner compartía mi razona-
miento. Lo seducía la idea de no pelear por un segundo mandato
pudiendo hacerlo, marcando un hito altamente diferenciador con la
ambición menemista, pero a la vez quería garantizar que los logros
alcanzados y las transformaciones que estaban en marcha no se pusie-
ran en riesgo. Aun cuando la Constitución argentina permite que un
mandatario sea reelecto una vez, Kirchner, barajaba firmemente la
opción de dar un paso al costado. Su primera preocupación se centra-
ba en el riesgo de desatar disputas internas en el peronismo. Cuando me
lo comentó, coincidí con su visión y le añadí que la única que estaba en

-183-
condiciones de reemplazarlo era Cristina. No dudo que él tenía en
mente que ella lo sucediera, pero creo que quería corroborar que otros
también pensaban así.
A mí no me cabían dudas sobre la enorme popularidad de Kirchner,
también sabía que Cristina registraba una alta ponderación aunque un
tanto menor que su marido. Muy por debajo de ellos dos, la ciudadanía
ubicaba al resto de la dirigencia. "En el mundo de la política argentina
vos estás en un lugar de privilegio, luego viene Cristina y después, por
debajo de ella, todos los mortales", le dije riendo, en una oportunidad.
Comenzamos a evaluar cada vez con más entusiasmo las ventajas y
obstáculos de la posible candidatura de Cristina. En varias oportunida-
des, en conversaciones con terceras personas, dirigentes, sindicalistas,
empresarios o amigos, Kirchner lanzaba un comentario sobre la posible
candidatura de Cristina, para ver la reacción que provocaba. Lo hacía
como al pasar, y como si fuera un juego con sus interlocutores: escu-
chaba argumentos y opiniones, retrucaba, preguntaba y contestaba.
Pero nunca confirmaba. Lo usaba como una suerte de tubo de ensayo y
era un recurso al que recurría muy a menudo, cuando quería chequear
el impacto de alguna idea transgresora que amasaba lentamente. Llegó a
sondear la impresión que esa candidatura causaba entre periodistas
como Eduardo van der Kooy y Joaquín Morales Solá.
Yo también hacía mis propios sondeos. Hablaba con algunos
periodistas y les transmitía mi parecer sobre el tema. Muchos me mira-
ban con recelo pensando que estaban siendo víctimas de una operación
política. Otros observaban que era tan evidente mi deseo de impulsar a
Cristina que empezaron a calificarme como un "cristinista".
En nuestras reuniones reservadas, cuando planteábamos el tema,
ella no se mostraba, en principio, muy entusiasmada. Kirchner trata-
ba de explicarle la conveniencia del cambio y me buscaba como aliado
para estimular su decisión.
Una noche, mientras cenábamos, sinceré mi parecer. La Argentina
del "estado de emergencia" deparado por la crisis de 2001 estaba en el
pasado y habíamos concretado aquel eslogan de campaña que asegu-
raba "un país en serio". En ese nuevo país, sus habitantes habían subi-
do sensiblemente sus expectativas. A diferencia del tiempo en que asu-
mimos, la gente reclamaba una política más abierta y una mejor insti-
tucionalidad En ese escenario, Cristina, con la experiencia legislativa
que acumulaba, parecía reunir mejores condiciones que Néstor.
A todo ello se sumaba un argumento más sobre el cual Kirchner
insistía. Si él era reelecto, se convertiría, inexorablemente, en un

-184-
presidente a plazo fijo. En esa hipótesis, apenas iniciara su mandato
final, el peronismo desataría la batalla por su sucesión, lo cual compli-
caría la acción de gobierno.
A su vez, a Cristina la detenía el temor de que la sucesión se valora-
ra socialmente como un burdo arreglo conyugal. Yo no compartía su
visión. Cristina era quien era no por su condición de esposa de Néstor
Kirchner sino por la autonomía política adquirida y por sus méritos
legislativos que, por otro lado, la sociedad reconocía ampliamente.
Mientras ella maduraba la decisión, Kirchner no dejaba de alen-
tarla. Sentía por ella un profundo amor que, obviamente, le era corres-
pondido. Contrariamente a las habladurías que hicieron circular
varios pasquines, integraban un matrimonio unido en el que los dos se
respetaban, se admiraban y se dispensaban un cariño profundo.
Recuerdo que cuando un canal transmitía algún discurso de Cris-
tina, Kirchner se asomaba a mi oficina y, sabiendo que interrumpía
una reunión, cuidadosamente me sugería que lo acompañara a su des-
pacho. Una vez allí acomodaba dos sillones frente a la televisión para
compartir esa intervención de Cristina.
-¡Néstor, estoy muy ocupado! -le decía yo.
-¡Dale! ¿Qué tenés que hacer más importante que acompañar-
me? ... Sentate y veamos a la Flaca ... ¿Querés un café? -ofrecía,
pidiéndome comprensión a su condición de hombre enamorado.
Finalmente, llegó el momento en que Kirchner manifestó su real
intención de que Cristina lo sucediera. Y ella seguía dudando. No deja-
ba de evaluar el riesgo de ser vista como un títere de su marido, sin vue-
lo propio, no solo por el vínculo afectivo sino por su condición de mujer.
Estaba convencida de que, por razones de género, encontraría muchos
obstáculos a la hora de gobernar. En el inicio de su gestión -hay dis-
cursos que lo atestiguan- sintió que varios de los tropiezos que debió
sortear provenían de los reparos que los diferentes sectores anteponí-
an por su condición femenina.
Las discusiones entre nosotros se prolongaban. Pero una noche,
cenando en Olivos, Kirchner me comunicó la decisión de Cristina de
competir por la Presidencia de la Nación. La noticia me llenó de ale-
gría. Era lo mejor para el tiempo por venir y permitiría seguir adelan-
te con el proyecto iniciado cuatro años antes.
Guardamos esa confirmación. para nosotros y solo la dimos a
conocer dos meses antes de las elecciones en un acto realizado en el
Teatro Argentino de La Plata, en donde Cristina pronunció un dis-
curso maravilloso en el que destacó la necesidad de ingresar en otro

-185-
tiempo signado por la mayor institucionalidad. También, por primera
vez, habló de construir un gran acuerdo social que clausurara la dis-
puta entre empresarios y trabajadores y que permitiera alcanzar una
sociedad más equitativa.

UN RADICAL K

Una vez decidida Cristina, las consideraciones estuvieron orienta-


das hacia la elección de su vicepresidente.
Kirchner buscaba institucionalizar la concertación, el espacio en
el que debía nuclearse el progresismo, porque creía que la Argentina
del bipartidismo peronista-radical estaba colapsada. En esencia, sen-
tía que los grandes partidos habían postergado un debate absoluta-
mente necesario y habían dejado de representar los intereses que les
habían dado vida.
Su idea me resultaba atractiva. Era cierto que en el peronismo con-
fluían elementos antagónicos y que exactamente lo mismo pasaba en
el radicalismo. Eso explicaba las sucesivas rupturas que esas estructu-
ras habían sufrido en las últimas décadas.
Ante ese cuadro, se hacía imperioso proyectar nuevas estructuras
políticas, ideológicamente más definidas y capaces de saltar los límites
impuestos por los partidos vigentes. De eso trataba, precisamente, la
transversalidad de la que tantas veces hablamos.
Con Kirchner soñábamos con que Argentina edificara un nuevo
escenario político en el que confrontaran progresistas y conservado-
res. "Una fuerza de centroizquierda contra otra fuerza de centrodere-
cha, como en España", solía decir, explicando su idea.
En esa lógica, si -Cristina representaba una propuesta superadora,
era necesario que ella se convirtiera en el referente de ese nuevo espa-
cio político, más amplio, más abarcativo. Un espacio democrático que
amparara a aquellos argentinos que pensaban el país de un modo simi-
lar al que nosotros lo hacíamos.
Tanto Kirchner, como Cristina y yo, estábamos convencidos de que
en ese proyecto debíamos incluir no solo a los sectores que provenían
del Frepaso, sino también al radicalismo. Durante la gestión, habíamos
forjado una buena relación con vastos sectores radicales y comenzamos
a evaluar la idea de completar la fórmula presidencial con un radical K
que hubiera tenido una exitosa gestión en su provincia.

-186-
En ese momento, contábamos con cinco gobernadores radicales
que, por su afinidad con el gobierno, habían sido denominados "radi-
cales K". Ellos eran: Miguel Saiz (Río Negro), Eduardo Brizuela del
Moral (Catamarca), Arturo Colombi (Corrientes), Gerardo Zamora
(Santiago del Estero) y Julio Cobos (Mendoza).
Una tarde Kirchner los convocó a su despacho. Tras reivindicar la
transversalidad como un diagnóstico acertado de la realidad política,
les expresó su deseo de institucionalizar ese espacio progresista que
tanto anhelaba construir. El sistema político había quedado sumido en
un pozo de mucha confusión en el que ya no se distinguían claramen-
te las banderas partidarias, y semejante desconcierto solo servía para
atomizar la sociedad en pequeños sectores poco representativos, lo
cual complicaba la acción de gobierno.
Repentinamente, les propuso que eligieran, entre ellos, quién sería
el compañero de fórmula de Cristina. Quedaron impactados. Cobos
agradeció la generosidad de Kirchner y dijo que era consciente de que
Cristina no los necesitaba para alcanzar la victoria.
Pero Kichner no lo dejó continuar, no se trataba de una dádiva.
Era parte de una decisión política cuyo objetivo consistía en ampliar
la base de sustentación del futuro gobierno y en avanzar decidida-
mente hacia la construcción de aquel espacio progresista.
Los cinco oyeron complacidos las palabras de Kirchner y de inme-
diato-señalaron que convocarían a un congreso de la dirigencia afín a su
postura de apoyo a nuestro gobierno, con el propósito de elegir al can-
didato. Todos sabíamos que Cobos sería el elegido. Tenía una buena
relación con Kirchner y, además, era el único de los gobernadores radi-
cales que no contaba con la posibilidad de ser reelecto en su provincia.
Aun así, celebraron el congreso en Vicente López y allí postularon
a Julio Cobos como compañero de fórmula de Cristina. Desde enton-
ces, ese espacio radical organizó distintos encuentros en los que enfa-
tizaron su voluntad de continuar en la concertación sin perder su
identidad partidaria.
La publicidad de la campaña estuvo dirigida a resaltar la vocación
plural del espacio-político que llevaba a Cristina como candidata, un
mensaje conciliador por encima de las pertenencias partidarias. Así lo
afirmaba el eslogan elegido: "Cristina, Cobos y vos".
La llegada de Cristina al gobierno le añadiría al proyecto kirchne-
rista una apertura reclamada. Al mismo tiempo, su postulación garan-
tizaba mayor institucionalidad en un momento en que el modelo
hiperpresidencialista empezaba a ser cuestionado.

-187-
Las elecciones resultaron tal como lo habíamos previsto. Cristina
ganó en primera vuelta con una ventaja de 25 puntos sobre Elisa
Carrió, la segunda candidata más votada.

EL CAMBIO

Tras su triunfo, Cristina comenzó a delinear su gabinete, para el


que creía que había que convocar a nuevas figuras. Yo mismo ofrecí
abandonar la Jefatura de Gabinete pero no lo aceptaron. En diversas
oportunidades insistí en ello. Kirchner me decía, molesto, que la expe-
riencia acumulada en cuatro años de gestión era un capital del que
Cristina no podía prescindir. Y ella estaba de acuerdo con ese argu-
mento. Sin embargo, a mí me parecía que los cuatro años de gestión
ya habían sido desgastantes para quienes habíamos estado en cargos
de mucha exposición y era oportuno aprovechar el cambio de gobier-
no para construir un gabinete que no cargara con ese desgaste, lo que
redundaría en un mayor margen de maniobra para Cristina.
A propósito, recordaba aquel eslogan "cambiar en el cambio",
usado por el PSOE español, eslogan al que nosotros recurríamos en
nuestras charlas para explicar la llegada de Cristina, y que suponía
también profundizar la transformación mediante la sustitución de
los actores. Además, las expectativas sociales generadas por Cristina
eran tan altas que se corría el riesgo de crear un nivel de demanda
política difícil de satisfacer.
La discusión se saldó del modo menos esperado.
Una tarde yo estaba conversando en mi oficina con Carlos Omi-
nami, un gran amigo chileno que había sido electo senador por la
Concertación.
Mientras la charla se desarrollaba de manera muy informal,
Kirchner ingresó en mi despacho, saludó a Ominami, pidió un té y
se sumó a nuestra conversación.
-Estábamos hablando de los problemas de Bachelet y de su
gobierno -le dijo Ominami a Kirchner, incluyéndolo en la charla-.
En verdad, creo que fue un error de la Presidenta incluir muchos jóve-
nes en su gabinete y no aprovechar la experiencia de quienes venían
trabajando con Lagos.
Kirchner escuchaba con atención. De tanto en tanto volvía la vis-
ta y me fulminaba con su mirada. La conversación siguió y un rato
después Ominami se despidió de nosotros.

-188-
Cuando quedamos solos, Kirchner dibujó una irónica sonrisa en
su rostro.
-¿Vas a insistir en cambiar el gabinete? -me preguntó.
Entonces me di cuenta de que había perdido la batalla.
Cuando faltaba poco tiempo para que Cristina asumiera la Pre-
sidencia de la Nación, Kirchner me pidió que encontrara la manera
de darle al nuevo gobierno una impronta propia, para que la gente
no sintiera que la llegada de Cristina solo representaba un cambio de
figura en el presidente.
Yo sabía que ella quería mantener a un número importante de los
ministros de su marido. Siendo así, me pareció oportuno un cambio
en la Ley de Ministerios para crear dos nuevas carteras que significa-
ran una señal clara de un nuevo tiempo. En primer término, propuse
crear el Ministerio de Seguridad. La persistencia del delito y la sensa-
ción de temor difundida entre la gente eran fundamentos suficientes
como para asignar a un nuevo organismo la función específica de pre-
venir y perseguir la delincuencia. Cristina dudó y Kirchner directa-
mente la descartó. Adujo que no era conveniente hacerlo porque con-
solidaría en el imaginario social la idea de que existía un problema de
inseguridad mucho mayor que el real.
Distinta fue mi suerte con la segunda propuesta. Expliqué que en
la nueva etapa debíamos asignarle un rol preponderante al conoci-
miento. Argumenté que la_Q.q~.de_gs socieda<ks modernas reside
en el saber. De ahí que el desarrollo científico debía ser programado y
promovido desde el Estado. Con la conformidad de ambos, impulsa-
mos el. Ministerio de. Ciencia y Tecnología.
Del conjunto de ministros de Kir~hner, solo Miguel Peirano,
Alberto Iribarne y Ginés González Garéía no continuaron <;n sus car-
gos. El primero decidió alejarse cuando no encontró eco en Cristina
para corregir los desvíos estadísticos del lNDEC. El segundo dejó el
Ministerio de Justicia con la pretensión de representar a nuestro país
ante el Vaticano, pero no fue aceptado por su condición de divorciado,
pese al enorme esfuerzo que se hizo desde el gobierno para lograr su
designación; y, finalmente, Ginés González García abandonó el Minis-
terio de Salud para hacerse cargo de la Embajada argentina en Chile.
Había alguna duda sobre la continuidad de Aníbal Fernández.
Kirchner le atribuía haber realizado algunos movimientos con militares
en ejercicio para acceder a la cartera de Defensa, y Cristina no parecía
dispuesta a sostenerlo. A mi no me parecía justa la decisión. Entonces
sopesé su compromiso con nuestra gestión y reclamé preservarle un

-189-
lugar en el gabinete. Se me ocurrió proponerle el Ministerio de Justicia
y trasladar a su órbita el área de seguridad. Kirchner estuvo de acuerdo
porque mi propuesta liberaba el Ministerio del Interior para Florencia
Randazzo, a quien él quería incorporar a la gestión.
Para el área de Salud, propuse a Graciela Ocaña. Aunque no era
médica, contaba con excelentes antecedentes acumulados durante su ges-
tión en el PAMI. Defendí su designación convencido del trabajo necesario
para poner fin a la cartelización en el área. Cristina se entusiasmó con la
idea y rápidamente se reunió con ella para conversar. Tan entusiasmada
estaba con Graciela, que en su discurso de asunción ante el Congreso
Nacional fue a la única ministra a la que le dedicó palabras elogiosas.
Mucho tiempo después supe que Cristina se lamentaba de esa
designación y creía que había sido un error haber ubicado al frente del
Ministerio de S~lud a una persona que no era médica. Cuando lo dijo,
tal vez no haya evaluado que, en esta época, el mayor problema en la
gestión de salud, es su administración. Una demanda creciente de gen-
te con mayor expectativa de vida que busca transitar sus días con bue-
na atención médica, y el desafío de incorporar más y mejores presta-
ciones a millones de personas frente a ofertas cada vez más costosas y
especializadas ubican a la salud ante el desafío de la buena administra-
ción de sus recursos. La faceta más crítica no es el desenvolvimiento
específico de la medicina sino el costo económico que representa y,
por lo tanto, las decisiones políticas que se adoptan. Tal vez por estos
fundamentos Barack Obama haya confiado a un licenciado en Admi-
nistración la reforma en la gestión de la salud norteamericana. .
Finalmente, restaba encontrar al nuevo ministro de Economía.
Kirchner había pensado en Martín Redrado. Yo le expresé, una vez
más, mis dudas por el perfil monetarista que lo caracteriza. Cristina
participó de mi opinión y entonces Kirchner insinuó la conveniencia
de que fuera yo quien me hiciera cargo de ese ministerio. Rechacé de
inmediato la oferta. Conocer algunos aspectos de la gestión económi-
ca no convierte a una persona en un entendido. El ministerio de Eco-
nomía tiene un rol crucial en cualquier gobierno y allí la tarea cotidia-
na exige continuas decisiones de política económica.
-Néstor, a mí me gusta mucho el cine, pero no sé si con eso estoy
capacitado para dirigir películas -le dije sonriendo y tratando de
hacer un paralelo entre mi afición por las cuestiones económicas y mis
condiciones para ejercer como ministro del área.
Cuando no aparecieron otros nombres, propuse evaluar dos
opciones: Mercedes Marcó del Pont y Martín Lousteau.

-190-
En el caso de Mercedes, ya se había vinculado con el gobierno, pri-
mero como diputada nacional y después como Presidenta del Banco
Nación. Sobrina de Rogelio Frigerio, venía de trabajar activamente en
la F.ucHtlación.de Investigaciones Rara el Desarrollo (FIDES), desde don-
de había sido una crítica tenaz 7i?pófíd~a econÓ~iéa desplegada
durante la década de 1990.
Martín Lousteau era menos conocido entre nosotros. Graduado
con honores en la Universidad de San Andrés, exhibía un master en
Ciencias de la Economía en la prestigiosa London School of Economics
and Political Science, la universidad más progresista en materia econó-
mica, por la que pasaron personajes como George Bernard Shaw, Ber-
trand Russell o el mismísimo Paul Krugman. De aspecto jovial, había
sido Ministro de la Producción en el gobierno bonaerense de Felipe
Solá y se desempeñaba en ese momento como presidente del Banco de
la provincia de Buenos Aires.
A pesar de las buenas credenciales de Marcó del Pont, fue el nom-
bre de Lousteau el que quedó en pie. Contaba, además, con el aval de
Carlos Bettini, nuestro embajador en España, una persona querida
por los Kirchner.
Creado el Ministerio de Ciencia y Tecnología, Cristina ubicó al
frente a Lino Barañao, un investigador reconocido y promovido por
Daniel Filmus.
El día en que Cristina asumió, y dio aquel discurso de apertura
verdaderamente extraordinario en el Congreso, fue, a la vez, la despe-
dida de Kirchner y un momento, para mí, muy conmovedor. Recuer-
do que tras la jura en el Congreso, Cristina, Néstor y yo nos reunimos
en. el despacho de Julio Cabos. Kirchner advirtió mis ojos enrojecidos
y me preguntó la razón. Solo atiné a abrazarlo. "Fuiste un gran Presi-
dente", alcancé a decirle con mi voz quebrada. A él se le humedecie-
ron los ojos y volvimos a abrazarnos como aquel día que en Río
Gallegos me había propuesto ser su Jefe de Gabinete.

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2

LA 125
UNA VISIÓN ERRÓNEA

Adolfo Suárez solía decir que, más allá de los poderes políticos,
existían en las democracias modernas eso que él llamaba "poderes fácti-
cos". Hablaba de los mismos grupos de interés a los que mucho antes
se había referido el francés Tocqueville: sujetos que se agrupaban en
procura de preservar sus propias rentas por encima del interés general.
Cuando esos sujetos asoman con preponderancia en el escenario públi-
co, la disputa política se canibaliza y los partidos suelen volverse fun-
cionales o refractarios a aquellos sectores polarizando el debate.
Después de dictada la Resolución 125, esos poderes fácticos se ins-
talaron en el centro del escenario político y durante cuatro meses ope-
raron tratando de dejarle en claro a la autoridad democráticamente
instituida que no iban a permitir que sus intereses se vieran afectados.
Aunados por ese propósito, asomaron la corporación agropecuaria y
luego la corporación mediática. A ellos se sumaron los partidos de
oposición. Todos querían hacerle llegar el mismo mensaje al gobierno.
Para los kirchneristas, los hechos suscitados a partir del dictado de
aquella famosa resolución representaron el cierre de un capítulo
importante en el ciclo político que, desde luego, debería dejarnos
enseñanzas sustanciales. Para el resto, lo ocurrido durante esos cuatro
meses de tensión y polémica no proporcionó ventaja alguna, salvo el
resultado electoral de 2009 que finalmente no pudo capitalizar una
oposición dividida que solo se juntaba para enfrentar al oficialismo
frente a cada decisión oficial.
El gobierno no solo no consiguió los recursos para cuya recaudación
se había dictado la resolución 125, sino que terminó coparticipando lo

-195-
recaudado a través de las retenciones a los granos y oleaginosas con las
provincias sojeras, reduciendo esos ingresos con los que ya contaba. Por
eso, cuando sobrevino la crisis internacional, el déficit fiscal que en su
momento habíamos previsto solo pudo ser formalmente .salvado cori la
incorporación a las arc.as del Estado de los fondos prévisionales.
Los hombres del campo, que en aquellos días especulaban con que
el precio de la soja alcanzaría los mil dólares por tonelada, un año des-
pués del conflicto soportaron una enorme sequía que redujo en más
de un tercio su cosecha. Entonces, la tonelada de soja no alcanzaba a
valer ni siquiera la m.itad de lo que habían añorado tan solo unos
meses antes. Ante ese cuadro, de haberse mantenido las retenciones
móviles, ellos se habrían beneficiado.
En esos días la confrontación se adueñó de las calles. Los escraches
se volvieron operaciones repetidas que sirvieron para ridiculizar y
amedrentar a sus destinatarios. A la testarudez de los hombres del
campo, opusimos desde el gobierno un discurso agresivo que deslució
la apertura demostrada en las compensaciones y subsidios para los
pequeños productores o en el hecho de someter lo decidido a la con-
sideración parlamentaria.
Ese discurso, potenciado por los medios de comunicación, sirvió
para ahuyentar a muchos argentinos que hasta allí nos habían acom-
pañado. Pero también facilitó la tarea de quienes se empecinaron en
mostrar a Néstor Kirchner como un sujeto intemperante e irracional
capaz de empujar el poder político hasta el mismo precipicio.
Historias de desencuentros. Los mismos tropiezos con los que
cíclicamente chocamos en una Argentina a la que mucho le cuesta
capitalizar experiencias y que, como siempre ocurre, no deja victorio-
sos a la vista.
Alguna vez le pregunté a Néstor por qué razón debíamos extre-
mar tanto las posiciones si durante su presidencia nunca habíamos
procedido de ese modo. Le recordé nuestra actitud frente a las
demandas de seguridad lideradas por Juan Carlos Blumberg o la
vuelta atrás con las reelecciones gubernamentales en las provincias
tras la derrota que en Misiones nos infligió un obispo. Con cierto
dejo de ofuscación, me respondió que esta situación era distinta,
porque estaba en juego el poder político en la Argentina. Él opinaba
que era ese un conflicto del que había que salir airoso para que Cris-
tina pudiera afianzarse en el poder.
Sostenía que enfrentábamos la reacción de la oligarquía agrícola
que en las primeras décadas del siglo XX se había adueñado del país.

-196-
Esa era la visión del campo que se había formado en Santa Cruz, don-
de los apellidos patricios de nuestra sociedad son dueños de miles de
hectáreas en las que pastan algunas ovejas. A mi entender simplemen-
te experimentábamos las mismas reacciones que se sucedieron a lo lar-
go de la historia cada vez que a alguien se le impuso una mayor pre-
sión tributaria, pero esta vez los intereses se habían aunado sólida-
mente y habían logrado convocar en su defensa un importante sector
social y al poder mediático. Los chacareros que cortaban rutas eran
minifundistas y arrendatarios de campos que no querían perder las
ganancias excepcionales que les ofrecía la coyuntura de la economía
mundial. Seguramente actuaban con cierta avaricia y con muy poca
solidaridad. Pero no eran oligarcas.
Será útil recordar la cronología de los hechos para poder com-
prender cómo fue que se desató aquella crisis que cerró un ciclo.

LA LLEGADA DE LOUSTEAU

Cristina había ganado con holgura las elecciones presidenciales de


octubre de 2007. Aun así, esa fortaleza política no nos evitaba afron-
tar un futuro con algunas dificultades.
Cuando Néstor culminaba su mandato, habíamos advertido la
posibilidad de que los ingresos no acompañaran el ritmo del gasto que
el presupuesto había previsto. Ya Miguel Peirano, por entonces Minis-
tro de Economía, nos señalaba el problema.
Para salvar esa situación, a solo un mes de la asunción de Cristina,
Kirchner dispuso incrementar los topes de las retenciones: primero,
para la exportación de productos agrícolas, y después, para las expor-
taciones del petróleo y sus derivados. La medida se justificaba plena-
mente por el aumento que los commodities habían experimentado en
el mercado global y por la necesidad de garantizar que los precios
internos no escalaran debido a la suba de los valores internacionales.
Una de las preocupaciones de Kirchner se centraba en la economía;
quería evitar las dificultades en las cuentas públicas. Su principal objeti-
vo era que Cristina no sufriera sobresaltos en esa materia. Había logra-
do una formidable experiencia en el manejo de la hacienda pública. Dia-
riamente, supervisaba la evolución de los ingresos y de los gastos. Tenía
dos propósitos insoslayables: ampliar al máximo el margen del superávit
y bajar del mismo modo el endeudamiento. Solía decir que con recursos
y sin deudas no existía el gobierno fácil de abatir. Por ello, advertido de

-197-
lo ajustado que se mostraba el futuro en materia de ingresos y egresos,
resolvió aumentar las retenciones tratando. de dejarle a Cristina una
mayor solvencia fiscal en el primer año de su gobierno.
Al iniciarse el mes noviembre de 2007, en una reunión en Olivos
convocada por Cristina y de la que participamos Kirchner, Peirano,
Moreno y yo, el entonces Ministro de Economía dejó en claro su
preocupación por ciertos temas puntuales que lo inquietaban más
allá de las cuentas públicas. Hacía foco en algunas políticas desarro-
lladas para el campo -en el sector lácteo, fundamentalmente- la
oscilación de los precios en los mercados y la forma en que el INDEC
registraba ese movimiento.
Esos comentarios no le cayeron bien a Cristina, quien interpretó
que estaban encaminados directamente a afectar la "línea 9e flotación"
del Secretario de Comercio, Guillermo Moreno. Enseguida le recordó
a Peirano que ella era la Presidenta, que en consecuencia marcaba la
agenda de los problemas y era quien decidía cuándo se tomaban las
medidas para resolverlos. De un modo inesperado nos encontramos
con la renuncia del ministro de Economía, cuyo alejamiento del
gobierno ya no revestía duda.
Cuando digerimos el alejamiento de Miguel Peirano, debimos
evaluar quién lo sucedería. Como ya relaté, tres nombres empezaron
a danzar en nuestras charlas: Redrado, Mercedes Marcó del Pont y
Martín Lousteau. Se trataba de gente joven, y en el caso de los dos
últimos, con una formación económica progresista.
Finalmente, Martín Lousteau asomó como el elegido. La decisión
la tomó Cristina. Así, con apenas treinta y cinco años de edad, llegó a
convertirse en uno de los ministros de Economía más jóvenes de la
historia argentina.
Un día de principios de 2008, durante un enero agobiante, Lous-
teau me propuso conversar. Se lo notaba inquieto por la situación. Me
advirtió que el incipiente problema que se observaba en Miami, en
torno a las llamadas hipotecas subprime, terminarían generando una
crisis a escala mundial. En su análisis, ese trance contagiaría a Europa
y determinaría una recesión global. Ante ese cuadro, nuestras expor-
taciones caerían en cantidad y precio y en 2009 el déficit fiscal se con-
vertiría en una realidad inexorable.
Le pedí precisiones sobre aquella crisis tan enorme que anticipa-
ba. Contestó todos mis requerimientos. Me confió que, a su juicio,
para evitar el déficit futuro, era necesario empezar a desmontar paula-
tinamente algunos gastos del Estado. Hablaba de eliminar poco a poco

-198-
los subsidios al transporte y a la energía que en ese momento repre-
sentaban casi cuatro puntos del PBI.
Asombrado ante semejante visión, le recomendé que hablara con
la Presidenta. Un par de días más tarde, Cristina me convocó a su
despacho para oírlo a Martín. Entonces, él volvió a repetir en detalle
su análisis. Después de escucharlo, Cristina nos pidió que hablára-
mos el tema con Néstor y, seguramente porque conocía los resque-
mores que él guardaba hacia Lousteau, me pidió que fuera yo quien
organizara el encuentro.
Al día siguiente Lousteau y yo visitamos a Kirchner en sus ofici-
nas de Puerto Madero. Martín volvió a repetir sus observaciones y yo
a oírlas por tercera vez. Néstor escuchaba con atención y miraba a
Lousteau con no escasa displicencia. No emitió juicio sobre lo que oía.
Pero en cuanto concluyó la exposición, habló con aire sobrador.
-Pero vos estás hablando de filosofía y ese problema que plante-
ás es un tema político que se arregla políticamente -dijo.
-No es así -le respondió con firmeza Lousteau-. Estamos en
los prolegómenos de una crisis financiera de una magnitud que nadie
sabe dónde va a terminar.
-Martín -retrucó Kirchner-, esto lo va a arreglar Bush emi-
tiendo dólares. N o te inquietes. N o va a llegar a mayores.
--No se crea -replicó Lousteau, que no lo tuteaba-, no va a
haber dinero en el mundo que alcance para parar esta crisis. Cuando
la sangría financiera pase, vendrá el parate económico y eso a nosotros
nos va a afectar.
Aunque era evidente que a Kirchner no le gustaba el tono admo-
nitorio de Lousteau, tomó nota de cuanto había dicho y, a pesar de
minimizar ese sombrío pronóstico, advirtió que no estaba de acuerdo
~n bajat el ga~to pues eso suponía "~nfriar la econOJ:_nía".
-Antes de bajar el gasto -dijo-, mejoremos los ingresos ... Al
campo le está yendo muy bien y puede hacer un aporte aún mayor.
Enseguida entendimos su idea. Yo conocía el concepto de Kirch-
ner respeéto de moderar el gasto. Y, como hasta ese momento había
sido un simple espectador del debate, me animé a recordarle algo que
siempre le decía: "Es cierto que los motores se quiebran por el frío,
pero también que se funden cuando se recalientan".
Terminamos la reunión llevándonos el mensaje de Néstor: lo
que hubiera,que hacer para enfrentar la crisis no debía pasar por
reordenar el}gasto.
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-199-
/
A LAS PUERTAS DE UN CONFLICTO MAYOR

Una semana más tarde, nos enteramos de que Guillermo Moreno


estaba trabajando en un plan para aumentar las retenciones a las
exportaciones agropecuarias y ganaderas. Pretendía que aportaran en
ese concepto el 60 por ciento del valor del precio de exportación, una
cifra que, al oírla, nos pareció desmedida. Suponía aumentar significa-
tivamente la tasa de retenciones de ese momento. Su idea era que solo
con lo que el campo generaba se pudiera sostener el ritmo de gasto
previsto ante una crisis eventual.
Lousteau se inquietó. Mostraba una copia del plan de Moreno sin
dejar de criticarlo. Ante lo que asomaba como una amenaza, se puso a
trabajar en lo que Kirchner quería: que los ingresos aumentaran a
expensas de un mayor sacrificio del campo sostenido por la renta
extraordinaria que efectivamente estaba percibiendo.
Así surgieron las retenciones móviles. La idea consistía en recla-
marle al campo mayor esfuerzo si el precio de los commodities subía,
y asociarnos con el sector bajando nuestros ingresos, si los precios se
deprimían. De ese modo, las retenciones variarían siguiendo lo dis-
puesto en una "tablita". En el caso de la soja, el precio de ese momen-
to llevaba a imponer una retención un poco superior al 40 por ciento
-cinco puntos porcentuales más que lo que se disponía en ese ins-
tante-, y si el poroto llegaba a tocar los 610 dólares por tonelada, la
participación del Estado en el negocio alcanzaría el 50 por ciento.
Como el plan consistía en captar parte de una ganancia extraordinaria
derivada de un alza inesperada de los granos, todo llevaba a pensar que
los productores verían retroceder el precio efectivamente percibido
por la venta de la soja a los niveles de diciembre de 2007, asegurándo-
se aun así una.gananc1a Importante.
Lousteau preparó el proyecto y cuando concluía febrero de 2008,
ya estaba en condiciones de someterlo a la consideración de la Presi-
denta. Le pidió una reunión para tratar el tema.
Cristina escuchó la propuesta. Tardó varios días en tomar una deci-
sión. Finalmente, en la tarde del 11 de marzo, me llamó a su despacho.
Allí estaba el Ministro de Economía acompañado por Javier de Urqui-
za, Secretario de Agricultura, y Gastón Rossi, Secretario de Política
Económica. Lousteau explicó en detalle en qué consistían las retencio-
nes móviles que subían para la soja y el girasol y por qué apenas baja-
ban las retenciones sobre el trigo y el maíz. Con razón, decía que el
mayor problema que enfrentábamos era la "sojización" del campo. En

-200-
ese momento, el 50 por ciento de la superficie sembrada en la Argenti-
na estaba ocupada por la producción de soja, una oleaginosa que se
exportaba casi en su totalidad. Solo un 5 por ciento quedaba en el país
para producir aceite, que también se exportaba casi íntegramente, y algu-
nos alimentos de consumo local, como las harinas con las que se produ-
cen las milanesas de soja y la leche de soja. Como el valor de exportación
de la soja había crecido de manera exponencial y su costo de producción
era singularmente bajo, los productores agropecuarios se volcaban a su
siembra pues lograban una rentabilidad significativa. Sobre esa premisa,
era razonable aplicar mayores retenciones al precio de venta internacio-
nal del grano ya que de ese modo se desalentaba esa producción y se
favorecían otras que estaban relegadas e interesaban más al consumo
argentino: carne, leche, maíz y trigo, fundamentalmente.
Hubo, además, una aclaración política. Lousteau explicó que en el
tiempo que vendría el precio de los alimentos sufriría aumentos consi-
derables. China e India se estaban convirtiendo en fuertes demandan-
tes de leche, carne y granos y esa iba a ser la causa de la suba de los com-
modities alimenticios. Como los precios internacionales treparían con-
siderablemente, era oportuno fijar un horizonte de previsibilidad para
los productores agropecuarios. Con las retenciones móviles cada uno
sabría a qué atenerse si los precios se alteraban en cualquier sentido.
La explicación sonaba convincente. Javier de Urquiza escuchaba
en silencio y recién cuando Lousteau concluyó con su relato, dijo que,
aunque no sabía cómo iba a reaccionar el sector pues él no había tra-
bajado en la nueva medida y no había podido tantear el ánimo de las
entidades gremiales que nucleaban a los productores, el análisis de
Lousteau le parecía correcto.
Por mi parte, solo atiné a hacer una pregunta: ¿habían sido con-
sultadas las entidades de campo? Lousteau me confirmó que solo
había realizado "consultas informales" porque, debido a que tenía
órdenes de trabajar la cuestión con la máxima reserva, no había podi-
. do verificar el parecer de los dirigentes del sector.
-¿Y no van a reaccionar? -pregunté, inquieto.
-Entiendo que no deberían reaccionar mal porque participan de
nuestra visión sobre el desmedido auge de la soja, pero no pude con-
sultarlos directamente -respondió con cierto tono de resignación
ante la orden que había recibido de trabajar en absoluto secreto.
Cristina intervino. Dijo que era imposible consultarlos porque
hubieran ejercido presiones de todo tipo para impedir que la medida
se pusiera en marcha. Era una apreciación razonable; e ingenuo, de mi

-201-
parte, pensar que alguien a quien iba a exigírsele un mayor aporte
impositivo se mostrara complacido con la idea.
La decisión se tomó y Martín Lousteau la anunció en conferencia
de prensa en la misma Casa de Gobierno. Inicialmente, no pareció
despertar el interés de la prensa. Todos los diarios del día siguiente
colocaron la noticia en la sección de economía. Clarín le otorgó un
título secundario dentro de una tapa: "Cambian las retenciones para
controlar los precios y recaudar más". En esa tapa los "autos truchos
de cancillería" -vehículos importados adquiridos irregularmente por
diplomáticos- ocupaban el espacio central.
A pesar del bajo interés del periodismo, la medida no tuvo la
recepción deseada por parte de las patronales del campo. Un día des-
pués del anuncio, las cuatro entidades -Sociedad RuraC Confedera-
ciones Rurales Argentinas, Federación Agraria y CONINAGRü- reac-
cionaron en conjunto declarando un paro agropecuario. La Mesa de
Enlace acababa de reaparecer en la Argentina.
Me sorprendió semejante decisión. Me comuniqué telefónicamente
con Eduardo Buzzi (FA) y Luciano Miguens (SRA), tratando de cono-
cer las razones del paro. Ambos me anticiparon el gran enojo de los pro-
ductores. Su principal crítica se basaba en lo que ellos consideraban una
"intromisión desmedida del Estado", que generaba una alteración de las
reglas de juego en la producción y comercialización de granos. Se los oía
preocupados. Les pedí que, cuando concluyera la medida de fuerza, me
contactaran para resolver los aspectos que los inquietaban.
Públicamente había sostenido la misma vocación de conversar que
la que les transmití, en privado. En ambos casos, reclamé que ese diá-
logo se llevara adelante previa cesación del paro. Estaba claro que no
podíamos aceptar ninguna negociación bajo la presión de una medida
de fuerza que se exhibía como virulenta.
Las declaraciones a los medios de los dirigentes del campo tam-
. bién exacerbaban el'ambiente. "No vamos a retroceder. Este paro es a
todo o nada", decía Eduardo Buzzi. "Tenemos los huevos para no
aflojar. Queremos que se cambie esta política agropecuaria y que el
gobierno dé marcha atrás. Recién ahí podemos empezar a negociar",
bramaba el titular de la CRA, Mario Llambías.
Era difícil entender tanta intemperancia. Al fin y al cabo, éramos
nosotros los que habíamos evitado, al asumir el gobierno, el remate de
44.000 campos hipotecados durante los tiempos de crisis. Y fue
durante nuestro gobierno que la actividad agropecuaria y la agroin-
dustria habían alcanzado su máximo desarrollo. ¿Eran merecidas

-202-
tantas palabras destempladas por parte de quienes habían logrado tan
buenos resultados en sus emprendimientos?
Cuando la medida de fuerza concluía, la Mesa de Enlace dispuso
prolongarla "por tiempo indeterminado". Según me había anticipa-
do telefónicamente Buzzi, la situación estaba dando señales de des-
control. En todo el país empezaban a observarse conflictos cargados
de malestar.
El 20 y 21 de marzo de 2008 fueron jueves y viernes de Semana
Santa. Así, la Pascua transcurrió en un clima de absoluta conmoción.
Los cortes de ruta dificultaban el tránsito de turistas que querían apro-
vechar esos días para distraerse. El conflicto del campo perturbaba la
tranquilidad de la clase media urbana que, además, cargaba su ánimo
mirando las pantallas de los canales de noticias. Eran los días en que
Todo Noticias llamaba "paro histórico" a una rebelión rural que no
solo no aceptaba pagar más impuestos sino que, además de cortar las
rutas, había paralizado el tránsito en todo el país y comenzaba a desa-
bastecer de alimentos a las grandes ciudades.

UNA SITUACIÓN PREOCUPANTE

El clima se fue enrareciendo sensiblemente. Como parte de ese


malestar, Cristina pronunció un encendido discurso en un acto en la
Casa de Gobierno en el que, ante la decisión del campo de prolongar el
paro por tiempo indeterminado, les advirtió que no se iba a someter a
ninguna extorsión; calificó las protestas como "piquetes de la abundan-
cia" y "pasos de comedia" de los mismos sectores que habían logrado
"la mayor rentabilidad" con las políticas que en su momento imple-
mentara Néstor Kirchner. Todo lo que dijo entonces era cierto, pero el
mal humor que se había instalado no quería oír semejantes palabras.
Las reacciones, como se sabe, no se hicieron esperar:
La oposición vio allí un buen resquicio para montarse. Elisa
Carrió fue la primera en hacerlo. "La presidenta de la República ha
desatado el incendio. Le pido a la Ciudad que acompañe al campo y
les ruego a los pequeños y medianos productores que, frente a esta
provocación violenta, tengan una reacción no violenta. Ruego que res-
pondan con bandera blanca", dijo metiéndose de lleno en el conflicto.
A ella la siguieron De N arváez, Macri y Duhalde. .
Cuando los opositores se sumaron al campo, el conflicto comenzó a
politizarse para adquirir otra dimensión. Ya estaba claro que la demanda

-203-
no se limitaba al reclamo original que buscaba aliviar la presión tributa-
ria sobre los chacareros. Ahora, en la voz de los adversarios políticos,
comenzaban los cuestionamientos a las "formas crispadas" del discurso
gubernamental y ya las retenciones al agro eran tan solo parte de un pro-
blema mayor en donde se mezclaban reclamos por la inflación, por el
proceder del INDEC y por presuntos hechos de corrupción.
Traté de que ese clima no me contaminara. Pese a la escena que en
alguna medida. habían creado, seguí conversando con los dirigentes
rurales pidiéndoles la suspensión del paro y una reunión para hallar la
salida al conflicto. La Presidenta enten~ía -con toda razón- que no
se podía dialogar con quienes mantenían en pie una medida de fuerza
pues eso era, precisamente, ceder a la extorsión.
Pude lograr que el viernes 28 de marzo se levantara la medida de
fuerza y que se concretara el encuentro. A las cinco de la tarde de ese
día, tres representantes de cada entidad llegaron hasta la Sala de Situa-
ción y veinte minutos después de lo previsto, empecé la reunión jun-
to con Martín Lousteau, Javier de Urquiza y Guillermo Moreno.
N o fue un encuentro fácil. Cristina pasó al inicio del encuentro,
saludó a los dirigentes del sector con cordialidad e inmediatamente
se retiró, dejando en mis manos la negociación. Desde el inicio, Gui-
llermo Moreno exhibió su habitual comportamiento. Caminaba y les
hablaba a los dirigentes de la Federación Agraria y de CONINAGRO
induciéndolos a ceder en su planteo a cambio de recibir subsidios
para la producción de leche. Aunque absurdamente pensaba que de
un modo tan primitivo podía "romper" la unidad que ya exhibía la
Mesa de Enlace, parecía excitado con la idea. Caminaba por el salón
hablando en voz muy alta. Repentinamente, se detenía detrás de
Eduardo Buzzi, titular de la Federación Agraria, y lo incitaba a
modificar su posición a cambio de ventajas para sus representados,
ante la mirada atónita de todos los presentes. Tan burdo fue todo,
que a los pocos minutos de verlo proceder, le recomendé firmemen-
te a Moreno que cediera con su conducta y se sentara a mi lado para
comenzar seriamente la reunión.
A partir de allí, los representantes del agro se expresaron, uno a
uno, con sus propios argumentos. Cuando le tocó el turno a Eduardo
Buzzi, hizo una pregunta que llamó mi atención.
-¿Podrás explicarme por qué han dispuesto algo que afecta a
todos los chacareros por igual, cuando el 20 por ciento de los produc-
tores de soja generan el 80 por ciento de soja mientras que el 20 por
ciento restante lo ge~era el 80 por ciento de los productores? -dijo-.

-204-
Ataquen a los que concentran la producción de soja porque ellos son
los que hacen el negocio -concluyó.
Escuché con atención sus palabras. De inmediato tomé una hoja y le
pasé en silencio un mensaje a Lousteau, que estaba sentado a mi izquier-
da. "¿Lo que está diciendo Buzzi es correcto?", escribí sobre el papel.
El ministro lo leyó. Giró su cabeza hacia mí y en voz baja me res-
pondió con un escueto "puede ser".
Empecé a entender a partir de allí dónde estaba el problema
mayor. En esá mesa no estaban sentadas las grandes corporaciones
agropecuarias. No estaban allí los "pools de siembra" que hacían
extraordinarios negocios financieros alquilando los campos y sem-
brando de soja vastas extensiones. Buzzi estaba expresando la queja de
los pequeños y medianos chacareros, para quienes no habíamos teni-
do una política diferenciada.
Después de Buzzi, los dirigentes de CONINAGRO cerraron la ronda
de reclamos. Todos insistieron en expresar que la medida había alterado
significativamente las reglas de juego y les estaba arrebatando a los pro-
ductores una parte importante de su ganancia. Ese era el cuestiona-
miento central de la Mesa de Enlace. No otro. Y en ese punto estaban
abroquelados. Por eso los dirigentes de la Sociedad Rural plantearon
primero la suspensión temporaria de la medida y después, ante nuestra
negativa, reclamaron postergar 90 días la. vigencia de la resolución. Era
evidente que lo único que buscaban era poder escapar al corsé que
representaban para ellos las nuevas retenciones, ganando tiempo con la
suspensión y comercializando en ese lapso toda la producción.
La solución del conflicto no parecía simple. Pasada la medianoche
de ese viernes, me comuniqué telefónicamente con la Presidenta. Le
anticipé mi convicción de que, debido al modo como se distribuía la
producción de soja, había que revisar el impacto de la medida sobre
los productores más pequeños. Me dio la impresión de que también
para ella era llamativo, por lo que admitió avanzar en esa senda.
Cuando regresé a la Sala de Situación, les propuse a los dirigentes
rurales seguir conversando para evaluar algunos de los aspectos que se.
cuestionaban. Les expresé nuestra entera voluntad dé evitar efectos
negativos sobre los pequeños productores compensándolos con el
costo de fletes hasta puertos o incentivándolos con subsidios si se vol-.
caban a la producción láctea o ganadera. También propusimos una
mayor apertura de las exportaciones de leche y carne.
Para darles plena garantía de nuestra vocación, les expresé incluso
mi deseo de dedicar un día a la semana a la cuestión agropecuaria y

-205-
trabajar por un acuerdo integral de concertación con el sector, que
podíamos firmar en celebración del 25 de Mayo que se acercaba.
Nada los ·convenció. Eduardo Buzzi se mostraba abrolquelado en
la Mesa de Enlace y no parecía convencerlo nuestra atención inmedia-
ta a los pequeños y medianos productores. En conjunto las entidades
no se mostraron dispuestas a tomar nuestro planteo como punto de
inicio. Sin los resultados esperados, nos despedimos ignorando cómo
seguiría el conflicto.
Llegué a casa cerca de las dos de la madrigada. Unos sándwiches que
habíamos comido durante el encuentro se habían convertido en mi
cena. Era suficiente para el estado de nervios vivido. Sin sueño, trabajé
algunas horas sobre la cuestión. Revisé datos, planillas, informes y
redacté un pequeño documento que recogía algunos datos vinculados a
lo que habíamos hablado en la reunión de ese día, entre otras cosas con-
fi~mé que 14.000 productores producían el 80% de la soja cosechada en
Argentina y cerca de 60.000 solo sembraban el 20% de aquel total.
Imprimí los datos que mostraba la pantalla y los guardé en una
carpeta.
A las once de la mañana de aquel sábado 29 de marzo, Cristina me
recibió en Olivos. También estaban allí Lousteau, de Urquiza y More-
no. Juntos vimos aquella información y en cuanto la confirmamos,
decidimos avanzar estableciendo reintegros y compensaciones a los
pequeños productores. Lo hicimos sin esperar nuevas reuniones con
las entidades, como un gesto de buena voluntad.
Solo dos días más tarde comunicamos la decisión en el Salón Blan-
co de la Casa de Gobierno. Después de que Cristina llamara a la cor-
dura y a terminar con los cortes de ruta, Martín Lousteau tuvo a su
cargo el anuncio de las medidas. "Está clarísimo que hay que diferen-
ciar al pequeño productor", señaló en esa ocasión. De inmediato,
detalló que el propósito del gobierno era favorecer al 80 por ciento de
los productores que generaban el 20 por ciento de la cosecha total de
soja y girasol. De ese modo, 61.300 chacareros que explotaban super-
ficies de no más de 200 hectáreas y lograban una producción cercana
a las 500 toneladas, pagarían retenciones similares a las anteriores alll
de marzo. Además, se reconodan compensaciones para el flete que
debían afrontar, principalmente, los productores del norte. En conse-
cuencia, sin resignar demasiados ingresos fiscales, ya quetodos esos
beneficios solo llegaban al 20 por ciento de la cosecha, la medida pre-
tendía' atender las necesidades de la mayoría de los productores y de
ese modo desalentar también su propuesta.

-206-
Aunque confiábamos en que el anuncio llevaría tranquilidad a los
pequeños productores, la inmediata reacción de los representantes de las
entidades agrarias nos hizo pensar que la medida no llegaría a buen puer-
to. Sin el menor análisis, los líderes del campo rechazaron la oferta con
singular virulencia. "Seguimos creyendo que el Gob~erno no entiende la
raíz del problema. Hoy se habla de soja, pero la gente critica también las
políticas en lechería, ganaderí~, trigo y muchas economías regionales. La
gente dijo 'basta, no va más"', aseguró Mario Llambías.
Las intransigencia que trasuntaban las palabras de los dirigentes
hallaban su correlato en el espacio público. Las rutas seguían cortadas
por chacareros tan ofuscados como lo estaban los vecinos del Barrio
Norte que, "espontáneamente", seguían golpeando sus cacerolas en la
privilegiada esquina de Santa Fe y Callao gritando todo tipo de impro-
perios contra el gobierno.
Nadie quería oír argumentos y todo se radicalizaba. Cada vez se
hacía más difícil encontrar un espacio para el diálogo y la reflexión.
Aun así, los dirigentes ocultaban la verdadera causa que los lleva-
ba a cuestionar las compensaciones. En realidad, muchos chacareros
en la Argentina operaban eludiendo sus responsabilidades impositi-
vas. Producían y vendían sus cosechas registrándose como monotri-
butistas y pagando una ínfima parte de los impuestos que legalmente
les correspondía afrontar. Como las resoluciones exigían que para
poder acceder al beneficio compensatorio era necesario estar en orden
con las obligaciones fiscales, era evidente que quienes no lograran
superar esa condición no podrían alcanzar la ventaja.
Tan evidente como que quienes decidieran presentarse sin tener sus
papeles en regla podrían quedar expuestos a la fiscalización del Estado.

Los UNOS Y LOS OTROS


Al día siguiente del anuncio, y como reacción a la actitud intran-
sigente de los productores rurales, llevamos adelante nuestra primera
movilización popular en apoyo del gobierno. La Plaza de Mayo se
había colmado con mis de ochenta mil personas. En las gradas se ubi-
caban los gobernadores, ministros y secretarios. Fue allí donde More-
no pasó su dedo índice por su cuello simulando un degüello mientras
hablaba con Lousteau. Todos creyeron ver en ese gesto una amenaza
al joven ministro. Pero no era así. Moreno hablaba de los exportado-
res de carne. A ellos quería "cortarles la cabeza".

-207-
Llevábamos para entonces 20 días ininterrumpidos de huelga
agraria y, en ese contexto, Cristina pronunció su cuarto discurso dedi-
cado al tema en menos de siete días.
-Nunca.había visto, en tan corto tiempo, tantos ataques, tantas
ofensas, tantos insultos a un gobierno surgido del voto popular -dijo
Cristina.
Inmediatamente, caracterizó a la dirigencia rural como golpista y,
en un claro mensaje a los medios de comunicación, sostuvo que a esos
golpistas los acompañaban "generales multimediáticos" que habían
hecho un "lockout a la información" y que eran los mismos que mos-
traban una caricatura suya donde tenía "una venda cruzada en la
boca". Ese dibujo de Hermenegildo Sábat era, a su juicio, un mensaje
"cuasimafioso" de los directivos del diario Clarín. "¿Qué me quieren
decir? ¿Qué es lo que no puedo hablar? ¿Qué es lo que no puedo con-
tarle al pueblo argentino?", se preguntó ante la multitud.
Cuando el día concluyó, fuimos a cenar a Olivos. Allí analizamos
cómo había transcurrido la jornada. Sentimos que habíamos dado un
paso adelante en el debate fijando posiciones claras y expresando
nuestra vocación de dialogar.
-No entendí tu mención al dibujo de Sábat -le dije a Cristina
ante el silencio de Néstor.
-¿No te das cuenta de que me están pidiendo que no hable? Me
quieren hacer callar para que no avance -respondió, segura.
-Tal vez quieran que no avances ... Solo que no creo que hayan
elegido a Sábat para enviarte un mensaje. No lo conocés a Sábat.
Tiene demasiada independencia como para cumplir órdenes de ese
tipo. Tengo la impresión de que el dibujo intenta fijar la idea de que
cuando vos hablás quien en verdad habla es Néstor; en todo caso es
una crítica al "Néstor en la sombras", es un dibujo que intenta rea-
firmar la perversa idea del "doble comando". Me parece que es ese
el sentido -insistí.
Néstor escuchaba el diálogo sin abrir juicio. Entonces Cristina me
miró fijo y terminó la charla acusándome de "ingenuo".
Sonreí meneando mi cabeza y luego seguimos hablando, N éstor se
alejó de la mesa para atender el teléfono. Su mayor preocupación resi-
día en moderar el malestar que imperaba y plantearle al Grupo Clarín
que reviera su posición frente al conflicto y procurara acercarse al
enfoque del gobierno.
Úos días más tarde, la dirigencia rural dispuso suspender por 30
días el paro previsto por tiempo indeterminado.

-208-
La dimensión del conflicto ya empezaba a hacer crujir nuestra
propia fuerza. Algunos gobernadores habían exhibido gestos de dis-
conformidad. Lo mismo sucedía con varios legisladores.
El miércoles 9 de abril recibimos una carta firmada por los líderes
de la Mesa de Enlace en la que solicitaban un encuentro con la Presi-
denta con la ccfirme intención de trabajar en forma mancomunada con
el Poder Ejecutivo en la búsqueda de un país mejor para todos los
argentinos, sin excepción". Concluía destacando la disposición del
sector para ce contribuir a elaborar el plan estratégico para el sector
agropecuario, en el marco del Bicentenario".
Cristina se dispuso a recibirlos en la mañana del viernes siguiente.
Su idea era reiterarles la propuesta del primer encuentro: buscar un
acuerdo integral para el campo y presentarlo el25 de Mayo, enmarca-
do en los festejos del Bicentenario.
La reunión finalmente se hizo y generó un clima de descompre-
sión muy fuerte. A lo largo de tres horas de conversación, sentados en
torno a la mesa principal del despacho presidencial de la Casa de
Gobierno y con dos rondas de café servidas, Cristina dejó en eviden-
cia allí su enorme capacidad. Se había interiorizado pormenorizada-
mente de cómo funcionaba cada uno de los sectores rurales. Explicó
los problemas del agro, de la ganadería y del sector lácteo, y hasta
ofreció salidas muy razonables para cada uno de ellos. Comentó su
intención de aumentar un 50 por ciento la producción anual de granos
y de mejorar la agroindustria para exportar algo más que la produc-
ción primaria y obtener así mejores resultados económicos. Propuso,
además, analizar en conjunto todas las cuestiones políticas que hicie-
ran falta y me delegó la búsqueda de una solución técnica al conflicto.
Al finalizar la reunión, los dirigentes rurales vinieron a mi oficina.
Estaban deslumbrados, después de ver cómo Cristina se había infor-
mado de las particularidades de la explotación rural. Solo los preocu-
paba no haber podido conmoverla respecto de las retenciones móviles.
Para todo lo demás, habían encontrado una buena recepción; pero que-
daba en sus manos comunicar públicamente los resultados del encuen-
tro. Temían transmitir lo que íntimamente sentían: haber participado
de una reunión en la que se habían abordado temas de fondo y haber
recibido una señal clara de que no se tocarían las retenciones móviles.
Cuando el encuentro concluyó, cerca de las dos de la tarde, viaja-
mos con Cristina a Olivos, donde Néstor nos esperaba para almorzar.
Yo estaba muy satisfecho con el resultado de la reunión y creo que tam-
bién Cristina lo estaba. Al llegar, advertimos que N éstor no pensaba

-209-
igual. Ácidamente nos recriminó haberles dedicado tanto tiempo a los
dirigentes. de la Mesa de Enlace. Creía que de ese modo les estábamos
reconociendo una entidad que, según él, no tenían.
Con cierto asombro por la escena que me tocaba presenciar, traté
de explicarle que el encuentro había sido muy bueno y que no debía
inquietarse. Sin perder la calma y sonriéndome, le advertí que, a la
salida de la reunión y como prueba de mi parecer, los mismos diri-
gentes rurales se habían mostrado satisfechos con la actitud de Cristi-
na. Pero Néstor no oía razones.
-Vos cediste -le dijo a Cristina. Y luego, mirándome, agregó
con tono severo:-Y vos no debiste dejar que Cristina se expusiera
ante esos tipos-.
-¿Ceder? -pregunté asombrado. De inmediato le planteé mi
parecer y le advertí que las cosas no habían sucedido como él las rela-
taba. Mi tono era tan firme como respetuoso: -Lo de hoy ha servido
para descomprimir un clima muy enrarecido que está empezando a ser
muy adverso ... Y Cristina no se expuso ... Estuvo brillante, hasta dejó
sin respuesta a los mismos dirigentes que hasta ahora solo la habían
maltratado -sostuve.
Kirchner me oyó con recelo. Dejó pasar un rato y detuvo su ofen-
siva. Recuperó de a poco su buen humor y solo cuando su ánimo cam-
bió, me pidió que le contara el encuentro. Trataba, así, de superar el
mal momento. Elogié la actitud y las palabras de Cristina para final-
mente pedirle que confiara en mi planteo.
A partir de ese día comenzamos a trabajar con el sector tratando
de ofrecerle respuesta a cada uno de sus reclamos. Fueron reuniones
tediosas, signadas por un ambiente en el que, además de lidiar con los
planteas de Guillermo Moreno, debía enfrentar la agresividad de los
dirigentes. Con todas esas dificultades, avanzamos. Así fue que pri-
mero liberamos los cupos exportables de carne y después los de trigo.
Mientras las negociaciones transcurrían, el escenario se complica-
ba. De un día para otro, Buenos Aires se llenó de humo como pro-
ducto de una quema indiscriminada de campos en el sur de Entre Ríos
que no tuvo en cuenta hacia dónde soplaba el viento. Muchos vieron
en ello una acción deliberada del campo en perjuicio del gobierno.
Por si esto fuera poco, Martín Lousteau había entrado en una clara
disputa con Moreno. Pretendía que dejara de acaparar poder y que no se
involucrara en el control de las exportaciones del campo, porque More-
no interfería activamente en el registro de operaciones de exportaciones
de granos y carnes. Además, Lousteau desde hacía un tiempo, le venía

-210-
planteando a Cristina la necesidad de revisar ciertas medidas económicas
para evitar que el déficit comercial originara problemas en el modelo.
Precisamente, esas propuestas preocupaban a Kirchner. Creía
que detrás de ellas se ocultaba el propósito de enfriar la economía y
detener el crecimiento. Su preocupación ya trascendía la intimidad
de Olivos. Lo repetía públicamente en reuniones con ·dirigentes.
Lousteau decía que, además, la pluma de algunos periodistas de Cla-
rín y de Ambito Financiero habían empezado a escribir el pensa-
miento vivo de N éstor. Sabía que, sin el apoyo de Kirchner, sus días
en el gobierno serían difíciles.
Escuché su disconformidad una tarde en que tuvimos una larga
charla en mi despacho. Entendí que había empezado la cuenta regre-
siva de su permanencia en el gobierno. Por eso, esa misma noche,
cenando en Olivos, previne a Néstor y a Cristina sobre la posibilidad
de que Lousteau abandonara el ministerio.
-No puede hacerlo en este momento -dijo Kirchner, ofuscado.
-Es muy difícil permanecer en este gobierno si no se cuenta con
tu apoyo ... Estemos preparados para su reemplazo y mientras tanto,
tratemos de desalentar las operaciones contra él desde el propio
gobierno -sugerí.
Kirchner entendió enseguida que enfrentábamos un nuevo pro-
blema. Propuso nuevamente que Martín Redrado asumiera la cartera
de Economía. Y otra vez reiteré mi opinión adversa por su concepción
ideológica. Pero Kirchner creía poder influir sobre él e inducirlo a
actuar de un modo más heterodoxo.
-Yo he pensado en un hombre que puede llevarse niuy bien con
vos: Carlos Fernández -le dije.

SE VA LOUSTEAU, LLEGA fERNÁNDEZ

Kirchner sabía poco de Carlos Fernández. Había trabajado en la


Secretaría de Hacienda junto a Carlos Mosse, un hombre muy valora-
do por N éstor. Después, había estado al frente del Ministerio de Eco-
nomía provincial, en la gestión de Felipe Solá. Durante un tiempo me
había secundado en la Jefatura de Gabinete y, al asumir Cristina la
presidencia, se había convertido en el titular de la Administración
Federal de Ingresos Públicos.
Kirchner escuchó con atención y debe de haberle parecido
razonable mi propuesta. Valoraba el bajo perfil de Fernández y su

-211-
obstinación por cuidar el equilibrio en las cuentas públicas, un tema
que a Kirchner lo inquietaba. Solo había un problema: no existía un
trato de confianza entre ellos.
Al día siguiente organicé una reunión entre ambos invocando el
interés de Kirchner por conocer su parecer sobre el contexto fiscal.
Conversaron sobre la recaudación fiscal y el gasto. Al terminar el
encuentro, Kirchner me transmitió su satisfacción.
Solo dos días después, Lousteau vi~o a verme a mi despacho y me
informó su decisión de renunciar. No hubo modo de que revisara su
determinación. Sabía que Kirchner le había quitado su confianza y ya
no había manera de seguir en el gobierno. Se fue de mi despacho mal-
humorado por la frustración, garantizándome que evitaría complicar
nuestra gestión. Sabía perfectamente lo delicado del contexto.
Con la salida de Lousteau del ministerio, el24 de abril de 2008, le
propuse a Kirchner la revisión de la resolución 125, pero no quiso
hacerlo. A su juicio, ya se había disparado una disputa de poder y solo
podíamos pelear hasta ganarla sin alterar nada de lo dispuesto.
La llegada de Carlos Fernández abrió una nueva expectativa aun-
que nada pudo cambiarse. Tuvimos un primer encuentro con los diri-
gentes agrarios que, ante el nuevo ministro, insistían en suspender la
aplicación de la resoluciól! 125.
Cuando el campo terminó su tregua, volví a convocar a las entida-
des a una reunión reservada. Buscaba que tomaran conciencia de la
magnitud del problema y de la necesidad de encontrar una salida acor-
dada en donde el tema de las retenciones no se alterara sustancialmen-
te. Durante más de tres horas nos reunimos en un hotel en Pilar y les
transmití la imposibilidad de negociar con la amenaza de los cortes. Su
queja era recurrente: que liberáramos las exportaciones de trigo y sus-
pendiéramos la aplicación de la 125. Me comprometí a resolver lo pri-
mero y reclamé que analizáramos los éfectos negativos de la medida
en los mercados del futuro. Los cuatro representantes del campo se
comprometieron a suspender los cortes y encontrar una salida.
Cuando empezó mayo, la Mesa de Enlace puso a los productores
en estado de alerta y anunció la decisión de acampar al costado de las
rutas. El clima otra vez volvía a enturbiarse. Los convoqué nueva-
mente y, liberadas las exportaciones de carne y trigo, les propuse fir-
mar un acta en la que nos comprometiéramos a organizar un plan inte-
gral de desarrollo del sector en el que se incluyera la revisión de los
efectos negativos provocados por la imposición de las retenciones
móviles para las o'peraciones futuras.

-212-
Al fin de la reunión, Buzzi declaró ante la prensa que el gobierno
se había comprometido a revisar la aplicación de las retenciones móvi-
les. Al oírlo, lo llamé para pedirle explicaciones.
-No puedo hacer otra cosa, entendeme, tengo la presión de De
Ángeli -respondió.
Tanto me molestó su gesto, que lo desautoricé públicamente.
Así, todo volvió al punto de partida. Mientras Kirchner no paraba
de quejarse por la actitud de Buzzi, sentí íntimamente que el esfuer-
zo había naufragado.
Al día siguiente se registraron doscientos cortes de ruta protago-
nizados por chacareros que anunciaban otro lockout a la comerciali-
zación de granos y mil gendarmes salieron a controlar los desbordes.
La situación comenzaba a resquebrajar el bloque de diputados· y
empezaba a adquirir dimensión pública. Schiaretti, Binner y Scioli
pretendían que el diálogo se restableciera.
En ese contexto, Kirchner asumió la presidencia del justicialismo.
Lo hizo en un encuentro en el estadio de Almagro, donde hubo inclu-
so algunos balazos y forcejeos protagonizados por camioneros y
obreros de la construcción. Fue un acto realizado ante una multitud
en la que se mezclaban, básicamente, hombres del sindicalismo y del
peronismo bonaerense. Tanto Moyana como Cristina -que habló
cuando Néstor le cedió el discurso central- tuvieron palabras con-
temporizadoras y llamaron al diálogo a los ruralistas.
Lo sucedido el 25 de Mayo está en el recuerdo de muchos argen-
tinos. El campo convocó a miles de personas en el Monumento a la
Bandera de Rosario y reunió un arco opositor amplio. Los discursos
fueron, sin excepción, encendidos y agresivos. Buzzi llegó a plantear
que el principal obstáculo que tenía el país para su desarrollo era "el
gobierno de los Kirchner".
El gobierno, por su lado, conmemoró el día patrio en Salta con un
marco importante, con mucha gente al pie del monumento a Martín
Miguel de Güemes. Cristina, tras recordar los logros del campo desde
2003 en adelante, reclamó con tono conciliador "seguir construyendo
un país con inclusión social y distribución del ingreso", colocando, en
primer lugar, "los intereses del país y de la Patria".
No sabíamos en ese momento la dimensión que había alcanzado
la protesta en Rosario. Nos enterámos al regresar a Olivos. También
confirmamos que el reclamo había adquirido una trascendencia políti-
ca que superaba el contorno sectorial de la queja. Nuestra mayor preo-
cupación era ver cómo se reflejaría mediáticamente. Muy ofuscado,

-213-
Néstor propuso terminar el diálogo e impulsar las medidas unilateral-
mente. Cristina y yo estuvimos de acuerdo.
Así fue como, tras moderar los efectos del impuesto para el caso"
de que el precio subiera desmesuradamente, incluimos a los chacare-
ros monotributistas como posibles beneficiarios de las compensa-
ciones. Más tarde propusimos aplicar los recursos originados en las
mayores retenciones a un plan social destinado a construir escuelas
y hospitales.
Era evidente que nosotros cedíamos y la protesta, en cambio, era
cada vez más firme. Nada sirvió. Toda la acción del gobierno recibía,
en respuesta, tremendos discursos que encerraban amenazas cada vez
más explícitas. Quedaba claro que la dirigencia rural buscaba terminar
con las retenciones móviles y conquistar al mismo tiempo, una victo-
ria política. El objetivo era apropiarse de la ganancia extraordinaria
que había sido el resultado de una suba exponencial del precio de la
soja y no estaban dispuestos a compartir con el resto de los argentinos
parte de esas utilidades.

COBOS INGRESA EN LA ESCENA

Un domingo por la tarde, Cabos me anticipó telefónicamente que


los radicales K darían a conocer, a través de los medios, una carta con
la petición de que fuese el Congreso Nacional el que se abocara al
tema de las retenciones. Estaba muy nervioso. Se advertían sus deseos
de colaborar pero, a la vez, no sabía cómo contener a sus legisladores,
inquietos por la magnitud del conflicto.
En cuanto recibí el texto del pliego, se lo comenté a Cristina.
Inmediatamente, hice lo propio con Néstor, que no se mostró con-
forme con el procedimiento pero, aun así, evitó convertir el hecho en
un nuevo foco de disputa. De cualquier modo, la carta llamaba al
campo a encontrar la solución del problema a ~ravés del diálogo y
proponía, como Cobas me lo había anticipado, que el Parlamento
participara del asunto.
La carta no tuvo demasiada trascendencia. Sin embargo, Cristina
venía madurando la idea de enviar al Congreso la misma resolución
125 buscando el aval parlamentario. Cuando se convenció, nos lo dijo
a Néstor y a mí mientras almorzábamos en Olivos.
-Creo que lo mejor es que el Congreso intervenga. Mandémosla
para su aprobación y que ellos decidan. Parece que en este país haber

-214-
ganado con el 46 por ciento de los votos no da autoridad suficiente.
Que ellos decidan -dijo, sin disimular cierto enojo.
Néstor me preguntó cómo estábamos en el Congreso. Le adver-
tí que en diputados relativamente bien pero que en el Senado crujía
el bloque.
-Hay que ponerse a trabajar ya -dijo, con ese impulso que
siempre tuvo-. Vamos a convocarlos desde la Presidencia del justi-
cialismo y a ordenarlos para que no se marginen -ordenó.
Así fue como Cristina anunció el envío de la resolución 125 al
Congreso Nacional. A partir de entonces, mantuvimos reuniones con
Kirchner y los legisladores, para que avalaran nuestra decisión. Los
encuentros se sucedieron una y otra vez. Para facilitar la comprensión
del problema, recurrí a una presentación en power point, pero con ello
no conseguí sacar del tedio a nuestros espectadores.
Por su parte, Kirchner argumentaba políticamente sobre las
razones que justificaban sostener la medida y no dejaba ocasión para
marcar su liderazgo cuando se alzaba alguna voz que recomendaba
cambiar la estrategia.
En tanto, Cabos se mostraba exultante con la decisión. Pensaba
que Cristina la había tomado atendiendo al reclamo de los radicales
K. Tan protagonista se sentía de la situación, que en cuanto llegó a
su despacho en el Senado tras el anuncio de Cristina, llamó a una
conferencia de prensa y anunció que conversaría con todos los
gobernad~res de las provincias afectadas por la. decisión del gobier-
no. Esta actitud cayó muy mal entre nosotros. Personalmente, le
transmití a Cobas nuestro disgusto por su proceder y aunque me oía
con atención, parecía no entender.
La sojización del campo, la caída en la producción de los granos
y cereales que consumimos los argentinos, el deterioro de la activi-
dad ganadera y láctea y las ganancias extraordinarias que el campo
estaba recibiendo como consecuencia del alza internacional del pre-
cio de los grano, eran los argumentos centrales de nuestra explica-
ción técnica y política. Siempre mencionábamos la búsqueda de una
mejor distribución de la riqueza y solo tangencialmente se hablaba
del riesgo fiscal que se vislumbraba como producto de la ruptura de
la burbuja hipotecaria en Estados U nidos.
Kirchner exponía sus fundamentos políticos. Planteaba el escena-
rio como una disputa de poder entre quienes explotaban campos y el
poder político del país. Explicaba, también con razón, la manera en
que la oposición y otros factores de poder -la Iglesia, los principales

-215-
grupos mediáticos, los industriales- se habían plegado al reclamo
encubriendo un interés preciso: mellar el poder instituido. Asentado
sobre ese razonamiento entendía que la contienda debía ganarse sin
concesiones y ello tornaba inútil cualquier diálogo. Si bien yo com-
partía sus argumentos, creía que había caminos· alternativos a la radi-
calización extrema del conflicto. Para Néstor, en cambio, no sostener
íntegramente el esquema dispuesto por las retenciones móviles equi-
valía a una derrota.
Aun así, Kirchner intentó personalmente encontrar una salida en
un intercambio que sostuvo con dirigentes cordobeses de Confedera-
ciones Rurales Argentinas. No tuvo éxito. Su exigencia era la misma
que yo había escuchado anteriormente: querían que se anulara la deci-
sión tomada oportunamente.
Como se sabe, nuestro bloque comenzó a perder a los legisladores
del interior, cuya representatividad quedaba expuesta precisamente en
un conflicto que involucraba los intereses de sus representados. El
mismo Felipe Solá, que inicialmente había acompañado el proyecto,
pidió la revisión de la resolución y propuso la implementación de
medidas que modificaban el corazón de las retenciones móviles.
Cuando el tema comenzó a ser tratado en las comisiones de la
Cámara baja, Agustín Rossi me advirtió las dificultades que tenía para
que el proyecto fuera aprobado respetando exactamente su texto ori-
ginal. Me propuso algunos cambios dirigidos a ampliar la base de des-
tinatarios de los reintegros, mejorar las compensaciones a los peque-
ños productores e incrementar el subsidio por flete.
El mismo día que me lo planteó traté esos cambios con Néstor y
Cristina. Acordamos cenar con Ros si y con José María Díaz Bancala-
ri para hablar del tema. Aceptamos gran parte de sus propuestas. Las
modificaciones introducidas al proyecto facilitaron su aprobación en
las distintas comisiones. Pocos días después, el tema quedó en condi-
\J /1. ciones de ser tratado por el cuerpo en pleno.
~· El malestar social, sin embargo, no cedía; tampoco los escraches
continuos a los legisladores del gobierno, aun en sus domicilios parti-
culares y las ofensas verba,les, provenientes de sectores ruralistas.
· \ En el mismo momento en que se abría la sesión de Diputados,
Rossi me anticipó que si no accedíamos a otros cambios en nuestro
proyecto no estaba en condiciones de garantizar su aprobación. Según
me transmitió, diputados propios de Santa Fe y Córdoba reclamaban
flexibilizar los reintegros a los pequeños productores y mejorar aún
más los subsidios por flete.

-216-
Su mensaje fue muy apremiante y cargado de angustia, pero se lo
escuchó conocedor de la situación y resuelto a sacar las cosas adelan-
te, así que acepté empezar el debate con esas modificaciones, previen-
do que N éstor y Cristina se molestarían, porque no querían modificar
nada de nuestras retenciones móviles. Solo le pedí que me asegurara
que con ello nos garantizábamos la mayoría de los diputados a la hora
de la votación del proyecto. Me afirmó que así sería. Y así fue.
Juan Carlos Mazzón, un viejo dirigente peronista que asesoraba a la
Presidenci;tañto de Néstor como, luego, de Cristina, y que había con-
tribuido a convencer a los bloques parlamentarios, escuchó, con noto-
ria tensión, mi conversación con Rossi. Temía que Cristina y Néstor no
quisieran apoyar más cambios. Me deseó suerte y se fue de mi despa-
cho. Pocos minutos después, me llamó para avisarme que se iba de la
Casa de Gobierno. Estaba muy preocupado. Llamé a Kirchner:
-Néstor, Rossi me ha dicho que debimos aceptar más cambios para
que pudiera tratarse el proyecto -le anticipé, esperando su reacción.
-¿y qué cambios hizo? -preguntó con brusquedad.
-Han flexibilizado más el sistema. No te inquietes. Lo importante
ahora es que se apruebe el proyecto -dije, buscando tranquilizarlo.
A los pocos minutos, Cristina irrumpió en mi despacho.
-¿Por qué cambiaron el proyecto? -indagó, malhumorada.
-Han ampliado un poco más los beneficios. Nada muy distinto
de lo que estaba. Solo que si no lo hacíamos hoy no teníamos la apro-
bación en la Cámara de Diputados -respondí.
-Sin embargo, a mí me dicen desde adentro del bloque que los
votos están y que no hay necesidad de introducir ningún cambio ...
-No es así, Cristina. Rossi conduce el bloque, y él sostiene que
este es el único camino.
Dejó mi despacho mascullando bronca. Aun así, me dio la impre-
sión de que advertía que estábamos en una situación límite.
El debate empezó cuando la tarde del 4 de julio empezaba a caer.
Llegué a mi casa de noche y fue desde allí que, en permanente contac-
to con Cristina, seguí la votación. Además, le había pedido a Claudia
Ferreño, el Subsecretario de Asuntos Institucionales que trabajaba
conmigo, que estuviera en el recinto y siguiera de cerca la sesión para
garantizar que el número de diputados propios no se alterara.
Cuando ya la noche se había adueñado del cielo porteño, Cristina
me lla·mó por última vez en el día.
-¿Está todo bien? ¿Estás seguro de que tenemos el número? -pre-
guntó inquieta, observando, ahora sí, que había poco margen y
temiendo que la información aportada por Rossi estuviera equivocada.

-217-
-Sí. .. Queda te tranquila.
Fue una noche muy larga. Los discursos en uno y otro sentido se
sucedían sin parar. Ferreño me iba señalando todos los movimientos.
En cuanto un diputado se ausentaba de su banca, me avisaba y yo, en
el acto, llamaba a Agustín Rossi para verificar que todo estuviera en
orden. Confirmé entonces que él controlaba perfectamente la escena.
A las ocho de la mañana del día siguiente, Rossi me anticipó que
se votaría cerca del mediodía y que todo proseguía según lo .planeado.
Una hora después me llamó Cristina. La tranquilicé una vez más.
Volvió a llamarme cuando· la votación ya había culminado y pudo
verificar nuestra supremacía: 129 votos propios habían superado los
122logrados por la oposición, que sumaba 14 diputados desertores de
. nuestras filas. Entonces me preguntó si me parecía bien que lo llama-
ra a Rossi para felicitarlo.
-Es lo menos que podemos hacer -respondí, con firmeza.

LA DEFINICIÓN

El primer paso había sido dado. Ahora restaba que el Senado nos
acompañara. Allí las cosas asomaban mucho más difíciles. Juan Carlos
Romero, Carlos Reutemann, Roxana Latorre y Sonia Escudero, entre
otros, ya habían expresado su decisión de no sumarse al proyecto ofi-
cial. Con ello, nuestro número de senadores languidecía rápidamente.
Para empeorar la situación, algunos legisladores, como las senadoras
de Chaco y Formosa que .siempre nos habían acompañado, tomaron
distancia de nuestra postura. ·
José Pampuro y Miguel Pichetto, vicepresidente provisional del
Senado y presidente de nuestro bloque de senadores respectivamente,
me advirtieron sobre las dificultades para conciliar el número de votos
que garantizara el éxito.
Por su parte, los dirigentes rurales seguían de cerca las alternativas
y habían comenzado a ejercer una preocupante presión sobre los miem-
bros de la Cámara alta. Ya no solo continuaban con los escraches públi-
cos de inusitada agresividad, sino que además habían conseguido que
muchos obispos de diversas provincias transmitieran la "preocupación
de la Iglesia" por la posible aprobación de las retenciones móviles.
A pedido de diversos senadores, Guillermo Moreno concurrió
entonces al Senado a explicar ciertos aspectos vinculados con las expor-
taciones de trigo y carne. Poco después de finalizada su intervención,

-218-
Cristina ingresó a mi despacho y me dijo que había hablado con un
senador de su confianza y que este le había dicho que la exposición de
Moreno había sido muy buena. Me lo comentó sonriente, conocedo-
ra de mi poca simpatía por el Secretario de Comercio. Yo me quedé
tranquilo con la información. Sin embargo, al rato, me llamó el perio-
dista Joaquín Morales Solá y me recriminó ácidamente la actitud de
Moreno en el Senado; me dijo entonces que un senador de nuestro
bloque le había dicho que la presentación había sido un "desastre".
Grande fue mi sorpresa cuando me dijo el nombre del senador y supe
que era el mismo que a Cristina le había hecho comentarios elogiosos.
Llamé entonces a ese senador a su celular y le pregunté cómo había
sido la intervención de Moreno.
-Un desastre -me contestó- No se puede mandar tipos así a
hablar con los sénadores. Un par de los nuestros, después de escu-
charlo definió su voto negativo.
-Pero Cristina me dijo que vos le habías comentado que Moreno
estuvo bárbaro ...
-¿Y qué querés? ¿Que le diga que fue un desastre y se la agarre
conmigo?
Descubrí allí. que teníamos dos problemas graves. Con su presen-
tación cargada de ironías, Moreno acabó consolidando la negativa de
algunos senadores que hasta allí solo dudaban; pero además, en nues-
tras filas, comunicaban a la Presidenta una visión edulcorada de la
situación que luego desmentían ante los periodistas.
En tanto, dos nuevos actos colmaron las calles de Buenos Aires.
En Palermo se congregaron quienes acompañaban al campo y a la
oposición. En el Congreso lo hicieron los partidarios del gobierno. De
cualquier modo, ambos eventos solo profundizaron aún más la rispi-
dez de la que se había impregnado el conflicto.
Cuando el tratamiento del tema llegó al recinto del Senado, sabía-
mos que solo contábamos con dos votos de diferencia a favor. Aun así,
Pichetto se mostraba inquieto. Me señalaba permanentemente su pre-
ocupación por la conducta de un senador radical K de Santiago del
Estero, Emilio Rached. Sin embargo, Gerardo Zamora, gobernador de
esa provincia, a quien Rached respondía, me aseguraba que contába-
mos con ese voto.
La sesión se inició la tarde del día 17 de julio de 2008. Pichetto
insistía con su intranquilidad por la conducta de Rached. Pampuro
también se sumó a Pichetto y me transmitió idéntica preocupación.

-219-
Cerca de las ocho de la noche, cuando el debate llevaba ya un par
de horas, Pichetto me llamó y me pidió que me ocupara de Rached
porque nadie sabía de él. Temía que ya no contáramos con su voto.
Llamé de inmediato a Zamora. Se mostró sorprendido y me pidió
algunos minutos. El gobernador estaba ese día en Buenos Aires acom-
pañando a su madre, internada en un sanatorio porteño, y su cabeza
no podía atender lo que ocurría en el Senado.
A los pocos minutos, Zamora llamó a mi celular.
-Estoy preocupado. No puedo encontrarlo. Nadie sabe dónde está.
No creo que este chango nos esté jugando una mala pasada, pero tam-
poco puedo asegurarte que no sea así -dijo con algún desconcierto.
Allí comprendí de lo que hablaba Pichetto. Unos minutos después
me llamó Zamora para decirme que lo había ubicado a Rached pero
que se negaba a atenderlo. Entonces tuve la certeza de que no contá-
bamos con su voto.
En cuanto lo supe, me comuniqué con Pichetto y con Pampuro. A
esa altura, la votación estaba empatada. Si así ocurría finalmente, el
voto de Julio Cobos sería decisivo y, por lo que había sido su conduc-
ta durante los días previos, era muy posible que votara en contrá de
los intereses del gobierno.
Pampuro personalmente habló con Cobos y le transmitió su per-
cepción. Cobos se sobresaltó al conocer el lugar en el que había que-
dado parado. Durante más de dos horas envió a sus operadores a
hablar con senadores que votaban en contra de la decisión guberna-
mental para que se retiraran del recinto o para que cambiaran su voto.
Advertía la dificultad de que la votación resultara empatada y tuviera
que ser él quien la decidiera. Cuando todos sus esfuerzos fueron
vanos, se recluyó en su despacho junto a una de sus hijas.
El tiempo apremiaba. Cuando se aprestaba a volver al recinto para
dirigir la votación, Cobos se comunicó conmigo a través del teléfono
de Pampuro.
-Alberto, ¿qué hago? -me preguntó angustiado. Era la misma
angustia que después dejó al descubierto en el recinto ante todas las
cámaras televisivas.
-¿Cómo me preguntás eso? Julio, vos sos parte del Poder Ejecu-
tivo y debés acompañar sus decisiones. Si querés, dejá a salvo tu pare-
cer. Pero por respeto a la institucionaiidad debés votar el proyecto ofi-
cial-respondí con firmeza.
La conversación fue larga. Cobos me decía que no podía votar a
favor del gobierno y que no hubiese querido quedar en la situación de

-220-
tener que desempatar. Yo intenté, una y otra vez, convencerlo de que
no podía votar contra la Presidenta a quien había acompañado en la
fórmula nueve meses antes, pero Cobos no escuchaba; solo pensaba
en cómo salir él de esa situaci~n. Me pidió, finalmente, que se vota-
ra un cuarto intermedio para buscar una alternativa. Le dije que ya
no había alternativas; el gobierno ganaba o perdía la votación. Un
cuarto intermedio se leería como una derrota y la Mesa de Enlace
sería dueña de la situación.
-Es que no puedo, Alberto. Mi hija me dice que si voto con el
gobierno no podremos caminar en paz por las calles -insistió, con la
voz quebrada.
-De haber sabido esto, conversaba con tu hija, pero yo pensaba
que el vicepresidente eras vos. No tengo más que decirte, Julio, solo
espero que no te equivoques -concluí.
Cuando supe cómo votaría Cobos, se lo comuniqué a Néstor. Me
escuchó en silencio y me dijo que habláramos después de la votación.
A las cuatro de la mañana, Cobos comunicó al país su "voto no
positivo" y con ello el entierro de la resolución 125. La pantalla de
TN mostraba la algarabía de los dirigentes rurales ante la decisión
del vicepresidente. ·
Quince minutos después, Kirchner llamó a mi teléfono y me
transmitió su desazón por el desenlace. Se lo escuchaba mal. Mezcla
de agobio y enojo. Me pidió que al día siguiente preparara un lugar
para que juntos diéramos una conferencia de prensa. Lo noté muy
angustiado.
-Ahora descansá. Mañana lo hablamos -le dije, tratando de
tranquilizarlo.
No lo logré. Con su temperamento, era imposible mantenerlo
calmo en semejante circunstancia.

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3

NOSOTROS
Y LA PRENSA
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UN PRESIDENTE SIN MEDIOS

Un presidente que llega al poder con poco más del 20 por ciento
de los votos y sin estructuras políticas que le respondan, está obliga-
do a buscar en la prensa en general un punto de apoyo sólido y serio.
Kirchner conocía perfectamente la importancia que los medios
adquieren en esas circunstancias, de ahí la preponderancia que le otor-
gaba al tema. Creía que debíamos realizar acciones precisas para arre-
batarles la posibilidad de instalar la agenda pública.
La experiencia adquirida en Santa Cruz no le bastaba. El escena-
rio nacional era distinto y exigía una mirada más profunda. En aque-
lla provincia, solo un diario, La Opinión Austral, proporcionaba
información a los habitantes de una sociedad pequeña, y la fuerte con-
centración del poder político provincial minimizaba sus posibilidades
de confrontar mediáticamente. En el orden nacional, con medios que
gozaban de mayor autonomía, el peso de la información adquiría ribe-
tes singulares y podía influir en la conciencia pública, un aspecto del
que Kirchner se percató a poco de empezar nuestra marcha electoral.
Así fue que él y yo nos ocupamos de llevar adelante un vínculo
con editorialistas y cronistas de las diversas empresas de comunica-
ción. Contrariamente a lo que se ha dicho siempre, esa fue una rela-
ción franca, que permitía que la prensa conociera de primera mano el
pensamiento del gobierno y que el gobierno, a la vez, debatiera cier-
tos contenidos periodísticos vinculados con la gestión, que estimába-
mos incorrectos o falaces.
Debo de haber sido quien más inquieto se mostró por el rol de los
medios. Para alguien que siempre se dedicó a estudiar el Derecho

-225-
·Penal y la criminología, no fue difícil comprender cómo operan den-
tro del sistema de control social que rige en toda comunidad. Apenas
recibido, participé en la primera investigación que se hizo en la Argen-
tina sobre la forma en que la prensa presentó -y tácitamente avaló, en
la mayoría de los casos- las acciones de la última dictadura militar.
Denuncié a Aníbal Vigil por haber publicado en la revista Para Ti una
falsa entrevista a una madre que, buscando a su hijo, terminó secues-
trada en la Escuela de Mecánica de la Armada. La entrevista la mos-
traba dialogando libremente en un bar, cuando en realidad, en ese mis-
mo momento, sus captores la privaban ilegalmente de su libertad.
De acuerdo con las reglas de juego impuestas por la sociedad
moderna, los medios de comunicación siempre nacen por razones de
oportunidad y conveniencia, económica o política. Cuando Bartolo-
mé ~i,tr.e~cr.e.ó..La Nación, quiso que fuera una "tribuna de doctrina" ....
de su pensamiento. Con el correr del tiempo, defendió intereses eco-
nómicos concretos y por eso siempre se paró "firme junto al campo".
Roberto Noble fundó Clarín en los albores del peronismo, tratando
de ocupar la franja que quedaba libre entre la prensa oficialista y la
más crítica. Después, se convirtió en un medio de divulgación del
desarrollismo frondizista. El gobierno nacional cuenta actualmente
con un canal de expresión propio: el del grupo mediático desarrollado
por Sergio Spolsky, destinado a sostener la posición oficial.
Cuando iniciamos la campaña presidencial de Kirchner, en el año
2002, una de nuestras inquietudes era afianzar en el imaginario social
su figura de buen político y administrador, ya que la mayor parte de
los argentinos poco y nada sabían de él. Era imperioso darnos un sis-
tema que nos permitiera lograrlo y los medios, en la búsqueda de ese
objetivo, eran definitivamente necesarios.
Ya el) el gobierno, supimos que cualquier dato que saliera al exte-
rior podía ser objeto de un tratamiento intencionado y que la fragili-
dad institucional nos exigía escamotear ese flanco. Kirchner definía
nuestra gestión como un "gobierno de opinión pública". Ello suponía
que no debíamos· estar atentos a las demandas dirigenciales sino solo a
los reclamos ciudadanos. Se trataba de oír a la gente y de transmitir-
les, en políticas concretas, que los estábamos escuchando.
Cuando asumió la presidencia aquel25 de Mayo de 2003, se pudo
comprobar el recelo de la prensa. La Nación se mostraba decidida a
enfrentarnos. Y, contrariamente a lo que se podría pensar hoy, Pági-
na/ 12 tampoco nos veía con mucha simpatía.

-226-
Horacio Verbitsky, que no ahorraba elogios a la efímera presidencia
de Adolfo Rodríguez Saá, tenía entonces una visión negativa de Kirch-
ner. Lo presentaba como un gobernador con rasgos autoritarios. Yo
mismo propicié una charla con Verbitsky, en la que este se mostró poco
convencido y distante. Su retórica "progresista" le impedía confiar en
que Kirchner fuera capaz de conducir el cambio que la Argentina recla-
maba. Pero una vez que Kirchner asumió el poder y él pudo apreciar
nuestra acción de gobierno -en especial nuestra política de derechos
humanos-, su postura y la de Página /12 fueron virando lentamente.

EL DIFÍCIL VÍNCULO CON LA NACIÓN Q


Existían razones concretas para pensar que La Nación no celebra-
ba nuestra llegada al gobierno. No solo aquel desayuno con Claudia
Escribano nos reafirmaba en la idea. Antes, el 26 de febrero de 2003,
con la firma de Graciela Mochkofsky, el diario había publicado un
extenso artículo titulado "El feudo austral: Santa Cruz".
Mochkofsky había viajado a Río Gallegos y relevado, según cuen-
ta, la opinión que los santacruceños le transmitían -en voz baja,
como informantes "espías"- sobre la modalidad de gestión de Kirch-
ner, a quien acusaban de un dominio hegemónico del poder político,
sustentado en el asistencialismo, la obra pública -la construcción de
viviendas- y el control del Poder Judicial.
La extensa nota de Mochkofsky refería también la remoción del
Procurador General Eduardo Sosa, un cargo disuelto al que una ley
reemplazó por dos cargos nuevos: el de jefe de fiscales y jefe de defen-
sores. Como no se los habían ofrecido, reclamó por vía judicial su
reposición. Sosa le habría manifestado a la periodista que había sido
echado porque "tenía independencia", argumento que le bastó a la
autora para afirmar que el gobierno provincial de Kirchner demostra-
ba una clara vocación por manipular el funcionamiento de la Justicia.
Tras el artículo, Kirchner dio a conocer una solicitada en La
Nación. El texto tenía un tono profundamente crítico hacia el diario.
Y explicaba que recurrían a pagar ese espacio para dar a conocer la
verdad porque ellos carecían de un diario y no habían tenido la suer-
te de heredado, refiriéndose, sin eufemismos, a la tradición familiar
del periódico.
Con motivo de esa solicitada, Fernán Saguier nos recibió a Cristina
y a mí en las oficinas que ocupaba en el edificio del diario. Cristina le

-227-
manifes.tó personalmente sus críticas a la nota de Mochkofsky. Saguier
escuchó con atención y se mostró dispuesto a publicar la réplica del
gobierno santacruceño. Tuvo una actitud gentil y se mostró amplio en
sus criterios. Negó cualquier animosidad del diario hacia Kirchner y,
para probarlo, le recordó a Cristina la buena relación que ella había
mantenido con Germán Sopeña, un periodista del diario que avaló con
sus notas de opinión la defensa de los hielos continentales.
En el verano de 2003, cuando la candidatura de Kirchner era un
rumor pero con visos de futura concreción -ya que el acercamiento de
Duhalde era un hecho-, La Nación comenzó a urdir una intriga basa-
da en una supuesta idea del duhaldismo de desplazar a Kirchner de la
candidatura presidencial. Un síntoma de esa operación fue una visita de
Felipe Solá, quien en el departamento de la calle Uruguay, le contó a
Kirchner la fuerte presión que existía para postularlo como candidato a
presidente y desplazarlo de la candidatura a la gobernación bonaerense.
Solá se había hecho eco de ese rumor. Poco convencido de la suerte elec-
toral de Kirchner, aseguraba que su interés era mantenerse en la provin-
cia de Buenos Aires. Sin embargo, sus movimientos indicaban que la
operación mediática estaba germinando en parte de la dirigencia.
Muy poco tiempo después, Claudio Escribano publicó en la tapa
de La Nación aquella nota que anunciaba que Lavagna no admitiría
ser candidato a vicepresidente y cuyo contenido reconocía un solo
propósito: desgastar la postulación de Kirchner.
Pero todo ello se complicó definitivamente en el año 2004. Sobre
el fin de ese ejercicio, Kirchner decidió conceder una entrevista a los
tres diarios más importantes: La Nación, Clarín y Página/12. Estos
dos últimos concretaron el reportaje sin problemas. Pero La Nación
envió a tres periodistas (Héctor D'Amico, Jorge Fernández Díaz y
Joaquín Morales Solá) desatendiendo la condición de Kirchner de que
participara Fernán Saguier, como un reaseguro, ya que temía que su
edición o el modo de titular la nota desvirtuara sus expresiones.
Saguier no pudo concurrir y la entrevista de La Nación no se realizó.
Traté de convencer a Saguier para que se acercara a la Casa de
Gobierno y participara de la charla. Pero él respondía que aceptar
nuestra demanda implicaba una injusta desautorización a lcis periodis-
tas del diario, a la sazón, los tres mayores responsables periodísticos
del medio. Escuchó cada una de mis explicaciones con la mesura y la
cordialidad que siempre me dispensó. Pero no hubo manera de que
accediera a mi pedido. Así, La Nación se quedó sin la entrevista y la
relación sumó una herida nueva.

-228-
Estas actitudes nos impulsaron a fijar otra estrategia en la relación
con los medios. Si de los dos diarios más importantes, uno de ellos
asumía una posición más agresiva, solo podíamos pensar que Clarín
tal vez pudiera transmitir nuestros pareceres sin animosidad. Pági-
na/12 era un diario con menor penetración que no estaba dirigido
hacia nuestros votantes. Muchos de sus lectores, simpatizantes de la
izquierda independiente de la Argentina y nos veían como peronistas
asociados con Duhalde.
Nuestra idea fue, entonces, generar un mecanismo para recondu-
cir el vínculo con la prensa. Debíamos hablar con los "formadores de
opinión" para que ellos, en sus análisis de coyuntura, manifestaran,
entre otras, nuestra propia visión. Así, logramos tender un puente con
el diario Clarín y establecer un diálogo con Julio Blanck y Eduardo
van der Kooy. Ocasionalmente, Joaquín Morales Solá, editorialista de
La N ación, también dialogaba con nosotros. Lo mismo sucedía con
Mario Winfeld y Horacio Verbitsky de Página/12.
En esas conversaciones buscábamos ganar terreno transmitiendo
nuestra visión sin intermediaciones. Kirchner no quería voceros, era la
suya la única palabra valedera, y, en su ausencia, la mía.
Este vínculo con los columnistas principales de los diarios se ini-
ció antes de la elección y se mantuvo en el gobierno. Durante la cam-
paña, Kirchner siempre participaba de esos encuentros. En el gobier-
no, solía ser yo quien hablaba con los columnistas dominicales, pero
en muchas ocasiones él ingresaba en mi despacho y se sumaba de
manera totalmente informal. ·
Como lo dice Beatriz Sarlo en su último libro, las experiencias
comunicacionales de los presidentes anteriores, caracterizadas por la
sobreexposición o una mala exposición -con demasiado "ruido" en
el canal de comunicación-, nos hicieron evaluar la elección de estra-
tegias simples pero eficaces para que llegara a la gente lo que quería-
mos transmitir.
Luego vinieron las reuniones con los responsables empresariales de
los medios: Héctor Magnetto, Julio y Fernán Saguier, Daniel Haddad y
Daniel Vila, encuentros centrados en el tema político. Contrariamen-
te a lo mucho que se ha dicho, allí no aparecían demandas empresarias
ni se ofrecían concesiones gubernamentales. En todo caso, el espíritu
de esas convocatorias no era otro que lograr la simpatía y 1~ confian-
za de los dueños de empresas mediáticas.
No obstante, a poco de iniciada nuestra gestión, los mayores
embates seguían viniendo de La Nación. Era de esperar. Kichner no

-229-
dejaba de responder a sus críticas. Lo hacía en los actos protocolares
parado detrás de su "atril". Los periodistas se quejaban de esa moda-
lidad. Muchas veces me enfrenté a esos reproches de la prensa y defen-
dí públicamente nuestro derecho a cuestionar la opinión publicada.
Me resultaba insostenible la idea de que el periodismo no pudiera ser
objeto de críticas como lo era cualquier persona con responsabilida-
des sociales o políticas. También los críticos podían ser criticados.
Tal vez haya sido Joaquín Morales Solá quien más se quejó de que
Kirchner "maltratara periodistas" desde su atril. Y, seguramente, fue
el columnista más regañado por Kirchner. Más de una vez le reprochó
públicamente las opiniones que los domingos vertía en La Nación.
Con todo, tras cada columna, siempre se daba un tiempo para dialo-
gar en privado con Morales Solá y cambiar opiniones con franqueza.
No existía entre ellos una relación ríspida. Tanto era así que en su
último día de Presidente, tras abandonar para siempre su despacho
entre el aplauso y el saludo de los empleados, se acercó a mi oficina
para despedirse con un abrazo de Morales Solá.
-Nos vamos a seguir viendo, Presidente -dijo el periodista.
-No, durante unos meses hago silencio, solo debe hablar Cristi-
na... Después seguiremos discutiendo en el café literario -cerró
Kirchner, entre risas y abrazos y con la calidez que lo caracterizaba.
Muchas veces reflexioné sobre la línea editorial de La Nación.
Aunque marcaba una posición crítica sobre nuestros actos, en sus
páginas se volcaban opiniones que a veces contradecían aquella postu-
ra. Llegué a entender que la razón era en cierto modo comercial. El
lector promedio del matutino estaba poco identificado con el perfil
político de Kirchner que, además, no satisfacía ciertas pautas en cuan-
to a su aspecto, de riguroso cumplimiento para ese público; lo cual
explica las observaciones que trascendían lo político y que rozaban
aspectos tan banales como el modo de vestir o de calzar.

EL DILEMA DE LAS LICENCIAS

La difícil relación que existía entre el gobierno y los medios esta-


ba instalada en el debate público. Era tema de análisis en todos los
programas matinales de las radios y en las páginas de opinión de todos
los diarios del país. En ese contexto, debimos resolver problemas que
afectaban a la televisión abierta.
En el año 2005, algunos medios registraban deudas considerables
que habían quedado al descubierto como resultado del proceso recesivo

-230-
vivido por el país entre 1987 y 2001 y, fundamentalmente, después de
la caída de la convertibilidad. De los cinco existentes, dos canales de
aire enfrentaban situaciones de extrema complejidad que los coloca-
ban al borde de la quiebra: América y Canal9. Los dos, con el propó-
sito de sortear sus crisis, habían reclamado ante tribunales comercia-
les el concurso voluntario, un paso judicial extremo que intenta pre-
servar la continuidad de una empresa que no puede pagar sus deudas,
buscando que sus acreedores accedan a una quita de su crédito y otor-
guen un plazo mayor para cobrarlo.
Los magistrados intervinientes, teniendo en cuenta la buena dispo-
sición de los acreedores, estaban de acuerdo en acceder al concurso,
pero el tiempo para cumplir las obligaciones reconvenidas excedían el
de las concesiones otorgadas. Siendo así, solo prorrogando esas conce-
siones podía aprobarse el concurso de acreedores y sortear la quiebra.
Era un momento económico aún difícil. De no haberse ampliado
el plazo de concesión, ambos licenciatarios habrían quebrado y difí-
cilmente habrían existido oferentes. Además, si se llamaba a licitación,
se corría el riesgo de que aparecieran como interesados grupos vincu-
lados con o subsidiarios de Clarín y Telefónica (licenciatarias, a su vez,
de Canal 13 y 11, respectivamente). Fue entonces que, para no correr
ese riesgo, se decidió otorgar la prórroga de la licencia no solo a quie-
nes estaban al borde de la quiebra, sino a todos los licenciatarios. Esta-
ba claro que, de haber circunscripto esa prórroga a quienes atravesa-
ban una situación de máxima falencia, habríamos favorecido a quienes
no habían administrado la situación del mejor modo.
La decisión se plasmó a través de un Decreto de Necesidad y
Urgencia, el N° 527/2005, firmado por todos los ministros, que exten-
dió las licencias de todos los servicios de radio y televisión por un pla-
zo de diez años desde el momento en que caducaran las ya otorgadas.
El 18 de julio de 2007, la Cámara de Diputados declaró su validez y
dos años después, el28 de octubre de 2009, lo hizo el Senado, después
de aprobar la Ley de Medios.
Cuando presentamos oficialmente la medida, el 20 de mayo de
2005, a pedido de Kirchner, improvisé unas palabras en el Salón Blanco
de la Casa de Gobierno. Dirigiéndome a los empresarios, señalé: "La
visión del negocio es diferente de la de hace un tiempo. Les estamos per-
mitiendo planificar a diez años más para que pongan en orden sus finan-
zas. Queremos también comprometerlos con los valores culturales de
una Argentina que va a cumplir dos siglos y les pediremos que dediquen
parte de su programación a proyectos culturales y educativos". Les

-231-
recordé, además, que sabía que estábamos hablándole a empresarios
que nos reprochaban cierto maltrato a la prensa. "Aspiro a que lleven
adelante su negocio -les dije- y a que trabajen con tranquilidad en
un país cuya libertad de expresión es absoluta".
Dos años después de haber tomado esta medida, debimos
enfrentar un nuevo problema con las licencias, pero esta vez de las
empresas de cable.
A nuestro arribo al gobierno, Cablevisión y Multicanal ya eran
parte del Grupo Clarín. De ese modo, acumulaban cerca del 70 por
ciento de la distribución de televisión por cable de Capital. y Gran
Buenos Aires. Gozaban, además, del monopolio televisivo del fútbol.
En octubre de 2006, el Grupo Clarín anunció públicamente la
conformación del "primer sistema regional de video y banda ancha",
integrado por Cablevisión, Multicanal, Teledigital y Prima. Los accio-
nistas del sistema fueron el propio Grupo, con un 60 por ciento de las
acciones, y un fondo de inversión americano llamado Fintech Advi-
sory, propietario del 40 por ciento restante.
Durante dos años ambas empresas reclamaron la autorización para
ser sometidas a una administración común. La Secretaría de Comunica-
ciones, dependiente del Ministerio de Planificación Federal, no había
expresado observaciones. El tema estaba demorado en la Comisión
Nacional de Defensa de la Competencia, un organismo que funcionaba
en la órbita de la Secretaría de Comercio, conducida por Guillermo
Moreno. Fue en esa Comisión donde aparecieron algunas objeciones
provenientes de José Sbatella, por entonces Director del organismo.
Sbatella expresaba una opinión propia, con fundamentos diferentes
de los esgrimidos por otros miembros de la Comisión, como Humber-
to Guardia Mendon~a y Diego Pablo Pavolo, que habían llegado de la
mano de Moreno. Precisamente fue este último quien se quejó ácida-
mente ante Kirchner por el parecer que Sbatella había esbozado en su
voto. Decía que con su posición contradecía una decisión política.
Kirchner me pidió que me interiorizara de las razones de Sbatella,
quien me explicó el riesgo de que se estableciera una posición domi-
nante en el mercado de la transmisión de imágenes por cable y, funda-
mentalmente, en la televisación del fútbol. Se mostraba dispuesto a acce-
der al pedido formulado por el Grupo Clarín, pero entendía que era
necesario imponer algunas obligaciones a la empresa y dejar a salvo la
televisación monopólica del certamen de fútbol. Sus explicaciones me
parecieron absolutamente razonables. Moreno se irritó por mi aval al
criterio de Sbatella porque, además, Kirchner confiaba en mi parecer.

-232-
Finalmente, la Comisión de Defensa de la Competencia admitió la
demanda empresaria. Según su resolución, Cablevisión y Multicanal
podrían administrarse conjuntamente siempre y cuando cumplieran
con una serie de restricciones y obligaciones separadas en tres rubros:
inversiones, programación y compromiso social. En el primero de los
casos, tendrían la obligación de llevar adelante un millonario plan de
inversiones para la ampliación y modernización de su infra~structura
y extender la base tecnológica de la operadora en todas las localidades
donde estuviera, para que más usuarios accedieran a los sistemas de
última generación (Internet, banda ancha y televisión digital). Tam-
bién, garantizar el pluralismo informativo y de programación, asegu-
rándoles un lugar en la grilla a todos los proveedores de señales, aun
aquellos que pudieran ser considerados competidores de algunas
empresas controladas por el Grupo Clarín.
El 7 de diciembre de 2007, el mismo día en que la Comisión emi-
tió su dictamen, se dictó la Resolución 257, que aprobó la operación,
supeditada a las condiciones mencionadas. El firmante fue Guillermo
Moreno, Secretario. de Comercio Interior.
De las observaciones de Sbatella, la que más me había llamado la
atención era la que concernía a la televisación del fútbol. El tema me
inquietaba y desde hacía tiempo le había encomendado a Rosario
Lufrano recuperar para Canal 7 la posibilidad de transmitir en vivo un
partido de fútbol los viernes a la noche.
Lufrano había iniciado las tratativas con Televisión Satelital Codi~
ficada, la empresa del Grupo Clarín que monopolizaba los derechos
televisivos del fútbol argentino. Después de casi un año de negocia-
ciones, logró acordar un buen precio por los derechos de transmisión:
ciento cincuenta mil pesos por partido. Sin embargo, en un aspecto no
logramos conformarnos: nos negaron contractualmente televisar los
partidos disputados por los seis equipos más importantes: Boca, River,
Independiente, San Lorenzo, Rácing y Vélez Sársfield. Aunque no era
lo mejor, sabía que estábamos dando un primer paso.
Cristina ya era Presidenta cuando nuestra negociación culminó y
pudo firmarse el contrato. Se trataba de un avance hacia el objetivo
que Sbatella había remarcado: la democratización del fútbol.
La ceremonia de la firma se concretó en el despacho de la Presiden-
ta. Estaban presentes Julio Grondona, Marcelo Bombau (presidente de
TSC), Rosario Lufrano y yo. En ese momento, me pareció oportuno
comentarles a los "dueños de la pelota" que el deseo del gobierno era que
en algún momento desapareciera la restricción impuesta a la transmisión

-233-
en los encuentros protagonizados por los grandes equipos, si no los lla-
mados "clásicos", los disputados con otros planteles.
Mientras Grondona guardaba silencio, el representante de TSC
comenzó a hablar de números, tratando de demostrar las dificultades
económicas de mi pedido. Fue entonces cuando intervino Cristina.
Con su mano le hizo un gesto a Bombau para que detuviera su expli-
cación y, dirigiéndose a mí, dijo con la misma cordialidad que tiene
una maestra con el alumno al que reconviene: "Alberto, ya tenés tu
fútbol... Terminá con este tema ... Me vas a hacer pelear con todos".
Grondona y Bombau sonrieron complacidos, en tanto Rosario y yo
nos llenamos de desconcierto.
Cuando la reunión concluyó y quedé a solas con Cristina, le repro-
ché sus palabras. Insistió en que era mi condición de "hincha de fútbol"
la que me inducía a reclamar más, pero que lo conseguido era suficiente.
- Un año después, cuando yo ya no estaba en el gobierno, el Estado
monopolizó la televisación del fútbol y por cada partido pagó diez
veces más de lo acordado entonces.
En ese mismo año se revocó la autorización a Cablevisión y Mul-
ticanal, debido al incumplimiento de las obligaciones que en su
momento se les impuso siguiendo la recomendación de Sbatella.

LA RELACIÓN CRUJE

Nunca fue fácil la convivencia entre el poder y los medios. Ya lo


teníamos en claro cuando Cristina asumió la presidencia. Lo habíamos
vivido cuando la prensa instaló debates sobredimensionados, como el
otorgamiento de los llamados "superpoderes" al Jefe de Gabinete, que
fueron usados con mesura y en forma eficiente, o las reformas intro-
ducidas al funcionamiento del Consejo de la Magistratura, que, según
decían, buscaban manipular el funcionamiento judicial. También sen-
timos la fricción cuando amplificaron problemas como el Caso Skans-
ka o la valija de Antonini Wilson o, en otro orden, respecto de la inse-
guridad, cuando potenciaron la natural reacción social por el secues-
tro y posterior muerte de Axel Blumberg, en 2004.
No obstante ello, nunca vivimos mayor hostilidad desde los
medios que la desatada por el conflicto surgido de la r~ciQ_I!_ 125~
Cristina llevaba entonces solo tres meses de Presidenta.
-Hasta ese momento, la prensa no había observado la imposición
de las retenciones móviles. Sin embargo, la rápida reacción de los

-234-
dirigentes rurales y la salida de los chacareros a las rutas argentinas
convirtieron el tema en un foco de atención periodística. Al inicio, los
diarios informaban tomando relativa distancia del reclamo. Pero la
televisión procedió de otra manera: concentraba su atención en las
múltiples expresiones de los hombres del campo durante la protesta al
costado de las rutas del país.
Las imágenes eran incesantes. La televisión iba de uno a otro
extremo del país y allí, donde se detenían, encontraban alguien a quien
poner al aire para que manifestara su queja. De ese modo, en los cua-
tro puntos cardinales había siempre una voz de un trabajador rural
!lue, disconforme, e_nfatizaba que no quería que el Estado le robara el·
f~to- de su. iE..~~aj~.
· De todos los canales de noticias fue TN -Todo Noticias, del
.Grup_23::Ia~í"9_:=_ elque presentó el conflicto de un modo m-ás sesgado.
D~de el inicio catalogó como "paro histórico" una medida de fuerza·
~cm cortes de rutas que impedían el libre tránsito de la gente y ponían
e'n riesgo el normal abastecimiento de las ciudades.
La relación del Grupo Clarín y el gobierno sufrió entonces un
enorme resquebrajamiento. La excusa para explicar su proceder -que
los demás canales de noticias apelaban a la misma lógica por una
demanda de mercado- solo sirvió para dinamitar cualquier posibili-
dad de comprensión. Kirchner hablaba con los directivos del grupo y
su enojo aumentaba. Yo hacía lo propio con los periodistas y ellos solo
me hacían notar que el mensaje gráfico era diferente del televisivo.
Muchos hasta se lamentaban de cómo TN abordaba la noticia.
Esa actitud periodística solo sirvió para que Cristina reafirmara
una presunción que siempre la acompañó: que el Grupo Clarín no
quería que fuera presidenta. Decía haberlo percibido tras un almuer-
zo desarrollado en Olivos antes de que se conociera su postulación.
En esa oportunidad Héctor Magnetto, que desconocía la decisión ya
tomada de que Cristina sería candidata, había explicado las razones
por las que Néstor debía ser reelecto. Tal vez hacía exactamente lo que
'hacen casi todos los empresarios cuando se enfrentan al Presidente:
dicen lo que éste quiere escuchar. Cristina, sinembargo, no lo enten-
dió así. Lo interpretó como un rechazo a su persona. ·
Esa percepción de hostilidad derivó en aquellas feroces palabras que
dirigió ante una multitud convocada en la Plaza de Mayo, cuando se refi-
rió al dibujo de Hermenegildo Sábat como de "mensaje cuasi-mafioso".
Los reproches a su interpretación fueron tan airados que hasta el
mismo Horacio Verbitsky censuró sus palabras. "Rozar con la sombra

-235-
de una sospecha al gran maestro del periodismo, que desde hace cua-
renta años regala excelencia y ética, a una persona exquisita como Men-
chi Sábat, que cuestionó las peores atrocidades cuando nadie se anima-
ba, es una tontería indigna de quien la cometió. Sábat no es Clarín,
como antes no fue La Opinión, ni Primera Plana, ni Atlántida. Es un
artista maravilloso y el mejor analista político del país", sostuvo. Ver-
bitsky concluyó diciendo que "en cualquier caso, Sábat tiene derecho
a opinar lo que quiera sin que nadie ponga en duda que lo hace de bue-
na fe, como cada acto de su vida, de trabajador austero y obsesivo".
Pero hubo otro episodio, anterior al conflicto con el campo y
cuando Kirchner era aún presidente, que ubica el inicio de esa relación
ríspida entre el gobierno y Clarín.
Un día domingo, Néstor me llamó por teléfono, furioso, por un
titular de tapa de Clarín que decía: "Corrupción en la Secretaría de
· Medio· Ambiente". Era el año 2007 y Ro mina Picolotti estaba al fren-
te de esa Secretaría.
Sorprendido, le reclamé a Picolotti -quien había llegado a ese cargo
acreditando un sol~ente trabajo en el controvertido tema de las papele-
ras uruguayas- que me aclarara el tenor de semejante nota. Picolotti me
explicó que había que buscar el origen de esa noticia en una acción diri-
gida por su Secretaría contra Papel Prensa y que tenía por objeto detener .
la contaminación provocada por la empresa, que procedía a enterrar la
corteza de la madera desechada en la producción de celulosa.
Al día siguiente, Picolotti me presentó la documentación que
avalaba sus dichos. Después de verlos en detalle, les anticipé mi dis-
gusto a Né.stor y Cristina y mi deseo de explicar el tema en una con-
ferencia de prensa.
En la tarde del día siguiente dimos la conferencia en la que
denuncié al Grupo Clarín por eludir sus responsabilidades en la con-
taminación ambiental. Fui desgranando uria a una las imputaciones
y les reclamé que, tras la máscara de difundir una noticia, no encu-
brieran sus intereses económicos.
Clarín acusó el golpe y en los días subsiguientes bajó el perfil de
la noticia no sin antes dedicarme algunos conceptos claramente des-
calificatorios. El editor general adjunto del. diario, Ricardo Roa,
expresó que "en tiempos de democracia y en tiempos que no lo fue-
ron, el comportamiento de los funcionarios exhibe patrones que se
repiten. Uno de ellos es la descalificación del periodista o de sus
fuentes, siempre y cuando la información publicada no gusta o no
conviene". Así trató mis reproches.

-236-
Le pedí a Kirchner ocupar un lugar en el directorio de Papel
Prensa solo para garantizar que los socios privados atendieran el
reclamo de la Secretaría de Medio Ambiente. Por esa presión que
ejercí, los accionistas privados de Papel Prensa construyeron la
planta de tratamiento de corteza con un costo cercano a los ocho
millones y medio de dólares.

1
PERIÓDICOS Y PERIODISTAS
u\
El conflicto del campo provocó una división de aguas. Hubo un
antes y un después en la gestión de Cristina.
Durante la controversia, se patentizó el enfrentamiento entre el
gobierno y los medios de mayor circulación. Hubo quienes señalaron
las dificultades que generaba un sistema mediático que, por su perte-
nencia a los grupos comunicacionales, lograba imponer conceptos con
relativa facilidad. La posibilidad de regular normativamente esa reali-
dad propició la idea de un cambio en la denominada Ley de Radiodi-
fusión, un conjunto de normas que regían el funcionamiento de radios
y canales de televisión desde la dictadura.
En mis últimos días como Jefe de Gabinete, se sucedieron algunas
reuniones con personalidades de la cultura y de la radiodifusión que
coincidían en la búsqueda de estos cambios. En esos encuentros se
hablaba de la actitud de los medios ante el conflicto, sin analizar pro-
yecto en concreto alguno. Todo era incipiente aú'n. Cuando Cristina
me pidió alguna vez mi opinión, le comenté que con Julio Bárbaro
habí~mos planteado, sin suerte, reformular la Ley de Radiodifusión,
pero que un cambio de esa magnitud debía proponerse en un marco
de amplio debate y fuertes consensos. Por eso sugería repetir la expe-
riencia de la Ley de Educación, cuando, para su aprobación, fueron
consultados todos los actores del sistema.
El camino recorrido luego fue muy largo y no me tuvo como pro-
tagonista. La Ley de Medios Audiovisuales fue elevada al Congreso
Nacional después de que Kirchner fuera vencido en las elecciones de
junio de 2009 y cuando yo llevaba un año fuera del gobierno.
Aquel proyecto original-que luego sufrió numerosas modifica-
ciones en el tratamiento parlamentario- presentaba algunas aristas a
mi juicio discutibles. La mayor crítica era la inclusión de las empresas
telefónicas como probables actores en el mercado de los medios, pro-
puesta presidencial que luego fue expresamente dejada de lado. Otros

-237-
aspectos parecían olvidar el criterio de rentabilidad común a toda
empresa. Sobre comunicación en Internet nada se proponía. Final-
mente, lo más atractivo y consistente que deparó fue la inclusión de
varios preceptos que avanzan en la democratización en la emisión de
opiniones, pluralizando el acceso.
Sin perjuicio de las imperfecciones de la ley que finalmente
resultó aprobada -la desatención de cuestiones económicas y una
suerte de fiscalización de los contenidos parecen ser las más noto-
rias-, es importante destacar que la discusión parlamentaria instaló
un debate social muy rico y necesario en torno al funcionamiento de
los medios en la sociedad moderna, al trabajo periodístico y a la pos-
tura ética de las empresas.
Todo ello facilitó la admisión de ciertas ideas que durante mucho
tiempo habían sido negadas. Ya nadie duda de que los medios de
comunicación son empresas y que como tales reconocen fines de lucro
e intereses concretos. Esos intereses marcan límites, señalan líneas edi-
toriales y les dan sentido a determinadas opiniones que, además, no
están libres de la autocensura. A veces esos límites son expresos; otras,
están implícitos, pero el periodista no los desconoce. ·
El debate ha permitido ver que los medios no solo pretenden
reproducir la realidad, también la construyen. Así ocurre con los epi-
sodios relativos a la inseguridad o cuando indagan sobre el trámite de
los juicios. Difícilmente acceden a pruebas certeras. Sacan rápidas
conclusiones que se fundan en personas que dan su versión de los
hechos ante una cámara, a veces testigos ocasionales en búsqueda de
sus diez minutos de fama, otras, víctimas atravesadas por un dolor
desgarrante, o también simples ciudadanos temerosos de ser los pró-
ximos alcanzados por un hecho delictivo, generalmente violento. N o
ponderan los dichos vertidos en juicios orales con el rigor que el sis-
tema procesal reclama. Pero siempre fallan absolviendo o condenando
e influyendo así sobre la opinión pública, continuamente receptora de
estas imágenes repetidas una y otra vez. De este modo se pierden, con
frecuencia, los criterios de objetividad.
Cristina Kirchner, más allá de determinadas críticas, ha hecho un
aporte importante a ese debate. Sin embargo, desde su gobierno, se ha
desarrollado la idea de que existe un sistema mediático instituido, un
periodismo opositor militante que funciona casi como partido políti-
co, y que reclama otro, que debe contraponérsele como alternativo.
De ahí que hayan creído necesario edificar un pe~iodismo que res-
ponda a su lógica y que se haga cargo del relato oficial.

-238-
Esa idea reafirma aquello de que el periodismo no informa sino
que comunica, que ninguna comunicación es objetiva sino que todo
está teñido de intencionalidad. Por lo tanto, estos nuevos medios pro
gobierno no buscan mostrar lo que ocurre, sino construir una reali-
dad diferente de la que muestra el sistema mediático tradicional.
Esto explica que allí no trabajen periodistas "a secas", sino los
"periodistas militantes" defensores del gobierno que también son
"empleados a sueldo", como el resto.
La militancia supone una toma de posición, la pertenencia a deter-
minada ideología, grupo o partido. Nada está más lejos de la objetivi-
dad, o al menos, de la búsqueda de la objetividad, que la militancia.
Por ello, "periodismo militante" es una definición oximorónica, en
tanto fusiona conceptos antagónicos. Además, si es rentada, deja de
ser solo militancia y tiene los componentes propios de cualquier
empleo. Sin embargo, desde ese lugar se desacredita al resto del perio-
dismo. Se lo presenta como servil, como parte de una prensa ·que mala-
mente manipula la realidad para hacer daño al gobierno. A quienes
trabajan en esos medios se los asocia a la historia y a la conducta per-
sonal de los dueños de las empresas, sin reconocerles el trabajo de
periodistas, sino imputándoles la condición de "empleados de la cor-
poración". De este modo, toda opinión que enfrenta el "relato" oficial
lleva la sospecha de haber sido sostenida por oscuros intereses.
Sin embargo, no parece acertado extremar el análisis de los hechos,
desatendiendo el contexto en el gue se desarrollan.
Una anécdota puede servir para explicar mejor lo que quiero plantear.
Conocí a Diego Gvirtz, actual productor de 6-7-8, Televisión Regis-
trada y Duro de domar, en el año 2002, cuando salía al aire con "Perio-
distas, la era del hielo", conducido por Marcelo Zlotowiagzda y Ernes-
to Tenembaum. Siempre lo consideré un hombre hábil en su profesión.
A mediados del año 2005, Gvirtz vino a pedirme ayuda a mi des-
pacho de Jefe de Gabinete. América le había levantado Televisión
Registrada cuando en uno de sus programas había invitado a Mario
Pontaquarto, el denunciante de la ruta de las coimas pagadas en el
Senado durante el gobierno de De la Rúa. Me contó que, sin aire tele-
visivo, los compromisos contractuales que había asumido lo colocaban
en un serio aprieto. Lo escuché con atención. Solo pude proponerle
aquello que estaba a mi alcance: llevar el programa a Canal 7. Le garan-
ticé plena libertad para trabajar. Su respuesta fue negativa. Me explicó
que no podía trabajar en un canal del Estado porque le restaría credi-
bilidad. Lo despedí lamentando no poder ofrecerle otra salida.

-239-
Dos días después, Gvirtz volvió a mi despacho, para pedirme que
le abriera las puertas de Canal 13. No era un lugar donde yo tuviera
conocidos, pero aun así, y delante de él, le pedí a Jorge ·Renda, Direc-
tor de As~ntos Institucionales del Grupo Clarín, que lo atendiera. El
encuentro se concretó casi de inmediato y sin demoras acordó llevar
su programa a ese canal. Durante dos años, Gvirtz produjo Te/visión
Registrada en Canal 13.
Inmediatamente después, se inició el conflicto con el campo. Aun-
que al comienzo lo presentó con sus habituales informes y tomando
relativa distancia, rápidamente viró a una posición crítica hacia el
gobierno. El mismo camino de todas las pantallas del Grupo Clarín.
Ironías de la vida pública: actualmente Gvirtz produce los tres
programas más oficialistas de la televisión argentina. Uno de ellos se
emite en el canal público, 6-7-8, pero ya no le importa que lo tilden
de oficialista.
Gvirtz se dedica a producir programas periodísticos. Ese es su tra-
bajo. No es mejor ni peor por el medio en el que lo hace. Crea conte-
nidos que, a su juicio, encuentran un mercado -la gente- que lo
consume. Del mismo modo, cualquier periodista no es bueno o malo
por el medio en el que trabaja, sino por la producción que realiza. Las
habrá más o menos valiosas, según las miradas. Lamentablemente, no
existen normas que enmarquen una actividad tan significativa en la
esfera social, política y económica, que puedan defender a la ciudada-
nía y cuestionar la pérdida intencional de la imparcialidad en la labor
de prensa, esto es, la simple manipulación en el arte de.comunicar, sin
importar si ello responde' a la acción de la noble militancia o a la bús-
queda de otros intereses más mezquinos.
En el año 1985, Julio Ramos, el fundador y director de Ámbito
Financiero, hizo una falsa imputación a Enrique Vázquez, aquel
notable periodista de la revista Humor. Ramos le atribuía a Vázquez
haber trabajado para el gobierno militar, escribiendo en medios que
le eran afines. En realidad, en esos años V ázquez escribía para una
agencia noticiosa extranjera y una revista ligada a Emilio Eduardo
Massera -Cambio- había reproducido uno de sus cables. Ese era el
fundamento de la absurda imputación.
En una de las audiencias, prestó su testimonio Daniel Divinsky,
dueño y director de Ediciones de la Flor. Con pocos argumentos en
sus manos y cumpliendo con las formalidades, el abogado de Julio
Ramos preguntó: "Para que diga el testigo si sabe y le consta que
Enrique Vázquez escribió en Somos, de editorial Atlántida, cómplice

-240-
de la dictadura". Divinsky guardó silencio un instante. Cuando reto-
mó la palabra, dirigiéndose al Secretario del tribunal, dijo textualmen-
te: "Tome nota, Señor secretario: un periodista, entre otras cosas,
escribe para vivir".
La frase de Divinsky sintetiza una realidad: la prensa se consti-
tuye en empresas periodísticas y los periodistas se emplean en ellas.
Esas empresas han surgido por la' decisión de realizar un proyecto y
por la conveniencia económica o política, y mantienen ese interés
que les es inherente y les dio vida. Han nacido tentadas en el lema
que invoca Mariano Moreno en su Plan de Operaciones, "los pue-
blos nunca saben ni ven sino lo que se les enseña y muestra, ni oyen
más que lo que se les dice". Entonces, la vocación de informar decre-
ce mientras se incrementa la necesidad.de comunicar para influir. Sin
embargo, la ciudadanía, cuando vota, demuestra su gran margen de
independencia. Y eso es necesario tenerlo presente para no cometer
groserías comunicacionales.

6, 7, 8

Desde marzo de 2009, Canal 7 emite 6-7-8. Cuando salió al aire,


tuve la impresión de que solo repetía la fórmula de Televisión Regis-
trada. Su contenido consistía, precisamente, en el repaso de las con-
tradicciones más notorias en que incurrían los principales actores
políticos y sociales en diferentes programas televisivos. La producción
periodística detectaba esos fallidos y los editaba tal como antes lo
habían hecho Las patas de la mentira y Perdona nuestros pecados, y se
exhibían apelando a ejercer la memoria, y también el humor.
Su salida al aire coincidió con la decisión de adelantar a junio de
2009 las elecciones parlamentarias qu~ debían realizarse en octubre de
ese mismo año. Era ostensible que existía la intención de acompañar
la campaña electoral y de amplificar las políticas del gobierno.
. En ese momento, la gestión de Cristina sufría los embates de un
discurso opositor tan injusto como virulento, iniciado durante el con-
flicto con el campo y al que se sumaron, sin detenerse, otros hechos
que mellaron la imagen presidencial y las posibilidades electorales de
2009, una instancia plebiscitaria para su gestión.
Con el paso de los días, el programa se desentendió de la
imparcialidad y se mostró definitivamente comprometido con las
políticas del gobierno nacional. Como una suerte de gendarme del

-241-
"relato oficial", desplegó claras acciones de propaganda política.
Así, escudriñando archivos -no solo televisivos, también gráficos y
radiales-, detectaron imágenes y audios que, tras una cuidadosa
edición, sirvieron para mostrar una realidad diferente de la que exhi-
bían los medios tradicionales y los periodistas que en ellos trabajan.
La repetición sostenida de los informes editados dejaba a!"televiden-
te la sensación de que existía otra versión de la realidad, intensifica-
da en sus rasgos más vergonzantes.
Tras los comicios, el programa se dedicó a exhibir el resultado
electoral adverso para el gobierno como el triunfo de la Argentina
infame. Fue entonces cua1;1do Kirchner fue presentado como un gla-
diador incansable, capaz de renacer de sus propias cenizas, sin repa-
rar ni analizar los errores en los que había incurrido a lo largo de esa
campaña y que determinaron, en cierta medida, su derrota. Una pri-
mera premisa del programa es evitar cualquier necesidad de autocrí-
tica desde el oficialismo.
Ya ubicado en un lugar de enfrentamiento hacia todo aquello que
no se declara abiertamente kirchnerista, 6, 7, 8 se muestra como la
contravoz de los medios de mayor penetración, Lo hace sin pudores
y con encendido fervor. Este programa se dedica a expresar, sin
medias tintas, su clara adhesión al gobierno y a castigar a medios o
personas que lo cuestionan.
Ese "periodismo militante" ha encontrado eco en las redes socia-
les. El movimiento de apoyo al programa impulsado a través de
Facebook permitió reunir a miles de sus seguidores, hombres y
mujeres críticos de la lógica periodística imperante en los medios
tradicionales, que han visto en sus formas operativas un artero ata-
que al gobierno democrático.
Hoy, 6, 7, 8 es un espectáculo de culto kirchnerista. Aunque no
se trata de un programa periodfstico sino de un difusor de las ideas
de un sector político, de un programa propagandístico, nadie podría
negar seriamente que su irrupción en la televisión argentina repre-
senta otra forma de abordar la lectura del presente. Ha servido para
que pensemos qué intereses se preservan en los medios tradicionales
y de qué manera esos mismos medios presentan la realidad tratando
de inducir a la opinión pública.
Sin embargo, el maniqueísmo con el que observan la realidad y
la manipulación de imágenes -que busca consolidar la idea de un
mundo en el que se enfrentan los buenos y los malos- aparecen por
momentos como una práctica ardidosa y manipuladora. En él no

-242-
asoman observaciones a los errores en la gestión ni a los problemas
que nuestra sociedad enfrenta cotidianamente. Solo hay palabras para
un país idílico forjado por una militancia heroica. Un programa de
estas características está construido, necesariamente, sobre un texto de
fuertes características místicas.
Al kirchnerismo, nacido como un revulsivo de la política argenti-
na, esa lógÍca discursiva, a esta altura, le resulta además, poco útil. Tra-
sunta ausencia de debate, búsqueda de mirada única y así se exhibe
como irreflexivo, verticalizado y signado por la obediencia.
Pero de todas las recomendaciones que pudieran hacérsele, lo que
6, 7, 8 debería revisar es el lugar desde donde cuestiona la ética de los
grandes medios de comunicación y la profesionalidad de los periodis-
tas que trabajan en ellos. La utilización de un medio público para
"escrachar" como "enemigos sociales" a quienes expresan otra visión
del presente, y la engañosa edición de imágenes con las que potencian
las flaquezas de personajes a los que se les reprocha pensar distinto
expresan una rara integridad de quienes declaman la búsqueda de la
verdad. En ese sentido, el programa se iguala en las formas y, conse-
cuentemente, en los resultados, con aquellas prácticas periodísticas
que pretende combatir.
Allí radica, tal vez, su mayor falencia.

-243-
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LOS INTELECTUALES
Y LOS JÓVENES
1
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QUIEN PIENSA SE COMPROMETE

El kirchnerismo nació como una reacción ante el discurso único


que el posibilismo menemista había logrado instalar en la política
argentina. Los que no encontrábamos razón para asociarnos con el
peronismo de la Internacional Liberal fundada por Margaret Thatcher
y Ronald Reagan; los que pensábamos que la convertibilidad se había
transformado en una trampa después de haber controlado la hiperin-
flación; los que descreíamos de las bondades de un modelo económi-
co que solo promovía la concentración del ingreso mientras condena-
ba al desempleo y a la pobreza a millones de argentinos; los que rene-
gábamos de la impunidad que beneficiaba a los genocidas; y los que
confiábamos en que la política no era un mecanismo idóneo para enri-
quecer funcionarios, sentíamos el deber de ser capaces de romper el
corsé en el que el pensamiento había quedado encerrado.
Kirchner renegaba de aquella lógica impuesta por el menemismo
que buscaba persuadirnos de que el mundo se había hegemonizado en
un solo pensamiento y que todos debíamos abrevar en él. Convenci-
do de la necesidad de poner en crisis ese "pensamiento único", buscó
promover un debate abierto y enriquecedor en torno a los principales
problemas argentinos.
El mismo día de su asunción, tras tomar juramento a quienes fui-
mos sus colaboradores, Kirchner desgranó esas ideas. Advirtió que no
había llegado al poder para dejar la mochila de sus convicciones en la
puerta de la Casa Rosada, pero también que no se sentía un ilumina-
do ni el dueño de la verdad. "Todos tenemos una verdad relativa que,
contrastada con la verdad de los otros, puede ayudarnos a alcanzar
una verdad superadora", afirmaba.

-247-
El debate y la confrontación de opiniones fueron una práctica
constante en el origen de lo que luego se denominó kirchnerismo. Nos
unía un mismo sueño para el país y las convicciones necesarias para
emprender su búsqueda. Teníamos por delante los val<?res y los inte-
reses que nos proponíamos representar. La manera de alcanzar ese
país y el modo de construirlo, siempre fueron materia de discusión
entre quienes sosteníamos ese proyecto.
Kirchner, Cristina y los que estábamos detrás de esa propuesta,
advertimos desde un primer momento que la política suponía una con-
tradicción de intereses. Nunca creímos en lo que los americanos llama-
ron "democracia consensual", básicamente, porque en toda sociedad
existen intereses en pugna que pueden administrarse pero que difícil-
mente puedan consensuarse. En democracia, las elecciones sirven, pre-
cisamente, para determinar cuáles son los intereses predominantés.
La argumentación ideológica siempre estuvo presente en el accio-
nar kirchnerista. Todos cargábamos con años de militancia partidaria
y muchos de nosotros, además, disfrutábamos con el análisis y la inte-
lectualización de la política. Haber asomado a la actividad en la déca-
da del setenta explica la vocación por esa práctica. Es innegable que
aqudlos años estuvieron signados por la polémica.
Aunque Kirchner gobernó con una alta dosis de pragmatismo, sus
decisiones siempre fueron el correlato de sus convicciones. Reconocía
reglas de pensamiento de las que jamás se apartaba y su pragmatismo
le permitía interactuar con quienes pensaban distinto y sacar provecho
de esa relación. En esos casos, privilegiaba la conveniencia antes que el
dogmatismo, en la medida en que con ello no vulnerara sus valores.
Cristina siempre exhibió un discurso político de mayor densidad.
Solía decir -y repetirse a sí misma- que en política nunca deben
olvidarse los intereses representados. Creía con firmeza en la contra-
dicción de intereses. Ese pensamiento era genuino, espontáneo. N o
era el resultado de haberse adoctrinado en la lógica. del "conflicto
social" de la que hablaba Carl Schmitt como algún medio periodístico
pretendió difundir. Simplemente pensaba que debíamos estar prepara-
dos para afrontar, en la gestión, el choque de esos intereses.
Yo participaba de la idea. Pero un gobierno elegido democrática-
mente no solo debe administrar los intereses de sus votantes, sino
también los de quienes disienten. La función de gobernar, en mi opi-
nión, debe ser ejercida pensando en el bien de todos y no solo en el
bien de los votantes propios. El sentido común y la racionalidad son
centrales a la hora de administrar intereses en pugna.

-248-
Un mediodía de verano, mientras almorzábamos en Olivos, Cristi-
na volvió sobre este punto. Y una vez más insistí en la premisa de que
quien gobierna se ve obligado a profundizar los criterios de equidad. A
propósito, le comenté que acababa de leer un libro de Chantal Mouffe,
En torno a lo político, que de algún modo participaba de nuestro deba-
te. En él la autora sostiene que ningún tema ingresa en el dominio públi-
co ni requiere de una decisión política si no se presenta como conse-
cuencia de aspiraciones rivales o intereses en conflicto. La política,
entonces, es una práctica concebida en una dimensión antagónica que
actúa resolviendo el conflicto entre esos intereses enfrentados. Sin
embargo, señala algo que le da la razón: la solución del conflicto debe
hacerse de tal manera que se siga preservando el bien del conjunto de la
sociedad. Dos días después le regalé a Cristina el libro de Mouffe.
Kirchner participaba de nuestras charlas, pero para él era difícil
ingresar en esos debates, por su propia naturaleza y porque lo absor-
bía la responsabilidad de gobernar. Creía que la dinámica de adminis-
trar un país era muy diferente de la de analizarlo. Solía decir que,
mientras otros teorizan sobre el conflicto, el que gobierna debe resol-
verlo. Para lograrlo, uno debe involucrarse en el sórdido ámbito en
donde la lucha de intereses descuida los "buenos modales".
Quien disfrutaba del análisis político pero tenía a la vez tareas de
gobierno no podía menos que darle la razón. Recuerdo haberle recri-
minado al periodista Ernesto Tenembaum alguna de sus críticas. Muy
molesto, le señalé que hablaba de ese modo porque no cargaba con
ninguna responsabilidad y formulaba su crítica desde la comodidad de
quien es un espectador. "Me hacés acordar a esos plateístas que,
mirando un partido de fútbol, critican a todos los jugadores, pero en
su vida jamás tocaron una pelota ni pisaron el césped de una cancha",
le dije. Él, por su parte, decía que su función de periodistsa le exigía
estar afuera del ámbito de las decisiones ..
José Pablo Feinman, en su libro El Flaco, cuenta que un día ingre-
só en mi despacho y nos encontró a Kirchner y a mí señalando sobre
un mapa de la provincia de Buenos Aires las zonas donde operaban
nuestros punteros políticos y aquellas en donde nos faltaban. La esce-
na incluye un diálogo entre Kirchner y yo en la que discutimos sobre
cómo "comprar" un puntero en Escobar. Está claro que esa burda
escena nunca existió. Pero la creación ficcional del autor le ha servido
para desarrollar con buen criterio la idea de que los intelectuales tran-
sitan una espacio -el del pensamiento- totalmente distinto del de la
esfera práctica en la que se mueve la gestión política.

-249-
CARTA ABIERTA

La crisis desatada tras el dictado de la resolución 125 conmocionó a


gran parte de la sociedad argentina. En ese marco, hombres y mujeres,
jóvenes y mayores, se vieron repentinamente asediados por un discurso
uniforme proveniente de la mayoría de los medios de comunicación.
En poco tiempo, quienes habían sido descalificados electoralmen-
te unos meses antes recuperaron un lugar en las pantallas televisivas,
centímetros en los diarios y aire radial para propagar mensajes desca-
lificatorios hacia el gobierno que acababa de asumir y que estaba res-
petando las reglas democráticas y republicanas.
Algunos sectores afines al gobierno quedaron paralizados. N o
encontraban un resquicio a través del cual pudieran hacer llegar su
disenso a los demás. Esa parálisis inicial fue transformándose poco a
poco en un malestar que solo pudo ser superado cuando estos despla-
zados de los medios, juntaron fuerzas para autoconvocarse y transmi-
tir al conjunto social su propia visión del conflicto.
Algunas personas vinculadas con el quehacer cultural comenzaron
a movilizarse, como respuesta al asedio mediático y la prepotencia
opositora y, a la vez, trataron de acercarle su apoyo al gobierno y de
generar una usina de pensamiento distinta de la que ofrecían los
medios de mayor llegada.
Una mañana, a pedido de Nicolás Casullo (excelente sociólogo y
buen amigo ya fallecido) y Horacio González, recibí en la sala de
situación de la Casa de Gobierno a un grupo de intelectuales, entre los
que se encontraban ellos.
Se mostraban molestos y un poco indignados por el momento que
atravesábamos, debido a la confrontación con los intereses rurales y la
forma en que los medios de comunicación abordaban el conflicto, en
especial por lo que ellos llamaban la estrategia informativa de Clarín
y La Nación que, a su criterio, consistía en ubicarse en la vereda de
enfrente y absorber un discurso que descalificaba al gobierno y des-
creía de su gestión.
Comentaron también que habían comenzado a reunirse en los salo-
nes del tercer piso de la Biblioteca Nacional un grupo de intelectuales
-docentes universitarios, músicos, artistas- que pretendían asumir un
rol más activo en el debate público. Ellos veían que algunos dirigentes
que defendían al gobierno en las pantallas televisivas solo lograban
perjudicarlo, por el tenor de sus discursos, y que ellos podían asu-
mir esa defensa con mejores argumentos. Pocos días después, Horacio

-250-
Verbitsky sumó un comentario sobre ese grupo de intelectuales, que ya
contaba con un nombre que los identificaba: Carta Abierta.
Sus debates y declaraciones comenzaron a tomar estado público.
Así, instalaron la idea de que los medios de comunicación habían defini-
do su postura en contra del gobierno. Sin embargo, su mayor aporte
radicó en la denuncia dirigida a gran parte de la oposición que, en co~­
sonancia con los medios, ayudaba a generar un raro clima. No se referí-
an a un golpe de Estado. Habían tenido el cuidado de acuñar una expre-
sión léxica perfecta: ''clima destituyente". El concepto transmitía la idea
de que se estaba ejerciendo una presión social y política de enorme mag-
nitud con el objetivo de inducir el malhumor ciudadano para remover de
sus cargos a las autoridades constitucionalmente establecidas.
El martes 13 de mayo de 2008, presentaron su primera Cana Abier-
ta, firmada por más de 750 intelectuales, en la que severamente repro-
chaban la acción opositora y la conducta de los medios de comunicación.

"Como en otras circunstancias de nuestra crónica contem-


poránea, hoy asistimos en nuestro país a una dura confronta-
ción entre sectores económicos, políticos e ideológicos histó-
ricamente dominantes y un gobierno democrático que intenta
determinadas reformas en la distribución de la renta y estrate-
gias de intervención en la economía. La oposición a las reten-
'cioñescomprensible objeto de litigio- dio lugar a alianzas
que llegaron a enarbolar la amenaza del hambre para el resto
de la sociedad y agitaron cuestionamientos hacia el derecho y
el poder político constitucional que tiene el gobierno de Cris-
tina Fernández para efectivizar sus programas de acción, a
cuatro meses de ser elegido por la mayoría de la sociedad. Un
clima destituyente se ha instalado, que ha sido considerado
con la categoría de golpismo. No, quizás, en el sentido más
clásico del aliento a alguna forma más o menos violenta de
interrupción del orden institucional. Pero no hay duda de que
muchos de los argumentos que se oyeron en estas semanas tie-
nen parecidos ostensibles con los que en el pasado justificaron
ese tipo de intervenciones, y sobre todo un muy reconocible
desprecio por la legitimidad gubernamental".

Después de aquel primer encuentro, fueron varias las veces que me


reuní con Casullo y González. Ellos me advertían que, por encima de la
defensa puntual del gobierno frente al conflicto desatado con el campo,

-251-
en el debate aparecían otras críticas a nuestra gestión. Me señalaron la
disconformidad de los participantes con la insuficiencia de nuestras
políticas sociales y con los datos estadísticos salidos del INDEC.
Por mi parte, iba transmitiéndole el desarrollo de cada una de
estos encuentros a Kirchner y le señalaba mi opinión sobre la impor-
tancia de ese grupo de pensadores que se identificaban con nosotros.
Verbitsky, por su lado, también le había hablado de los encuentros.
Cuando Kirchner advirtió la coincidencia de opiniones, se decidió a
asistir a la siguiente reunión de Carta Abierta ..
En una mañana de sábado fui a Olivos a buscarlo y desde allí, jun-
tos, marchamos hacia la Biblioteca Nacional. Durante dos horas
Kirchner conversó con los asistentes. El público preguntaba y Kirch-
ner respondía. Cuando uno de ellos quiso saber por qué había pro-
rrogado las licencias de los canales de televisión, largó una carcajada y,
sintiéndose "apurado" por la requisitoria, solo atinó a decir: "eso es
cosa Alberto". Todos aplaudieron su salida. Después, alguien le pre-
guntó por la situación del INDEC, y aduciendo no ser entonces parte
del gobierno, me cedió la palabra para que contestara. Las risas se oye-
ron nuevamente en el salón. Finalmente, otro participante cuestionó
que Canal 7 no dedicaba toda su programación a competir con los
canales de noticias y Kirchner volvió a cederme el micrófono. "Me
trajiste para que me haga cargo de todas las preguntas difíciles", dije,
mirándolo a los ojos. Lanzó una carcajada y todos aplaudieron.
Cuando dejé el gobierno, Kirchner siguió vinculado con Carta
Abierta. Para entonces, la asamblea ya había adherido al kirchnerismo
y se expresaba desde ese lugar.
El día que se conoció mi renuncia, Nicolás Casullo, uno de los
artífices de Carta Abierta, escribió en Página/12 bajo el título "Reali-
dad negativa".

"La renuncia del Jefe de Gabinete debe ser considerada


como una realidad negativa. Creo que él se planteó siempre
como un excelente negociador, capaz de actuar en diferentes
frentes, con una personalidad tendiente al diálogo, una inter-
pretación correcta de las situaciones y con un estilo pluridi-
mensional. Me parece que es un funcionario de muy difícil
reemplazo dentro de las características de lo que podemos
entender como el gobierno de la presidenta Cristina Fernán-
dez de Kirchner. Acá no se trata de una renovación del gabi-
nete, que puede ve"nir oportunamente, sino de su personalidad,

-252-
que más allá de las críticas, nunca fue cuestionado por haber-
se apartado de su función lógica. De ninguna manera es la pie-
za que está esperando el país que se vaya, eso puede ocurrir
con otros ministros. Alberto Fernández siempre demostró efi-
cacia en los momentos más difíciles. Acá hubo otros temas,
tengo la sensación de que no se va por sus errores, ni por su
carácter, ni por su talante y manera de plantarse. Podría haber
otros motivos que desconozco."

Guardo estas palabras de Casulla como un galardón de mi paso


por la función pública.
Algunos meses después, un grupo de miembros de Carta Abierta
me visitó en mis oficinas de la Avenida Callao. Entre ellos recuerdo a
David "Coco" Blaustein, Carlos Girotti y Ricardo Forster. Se mani-
festaron interesados en conocer mi mirada sobre la situación y pre-
guntaron por las causas que habían determinado mi renuncia. Con
todo detalle les expliqué la razón de mi alejamiento del gobierno.
Aclaré mi deseo de que se produjeran los cambios necesarios para
seguir con la tarea sin mayores sobresaltos y les describí un cuadro de
situacion que dejaba traslucir algunas de mis preocupaciones.
Me escucharon con atención. Hubo quien cuestionó cierto pesi-
mismo en mis observaciones. Era posible que así fuera. Pero mi análi-
sis no debe de haber estado tan equivocado a la luz de los resultados
electorales de junio de 2009.
Cuando Forster me preguntó cómo veía el desarrollo de Carta
Abierta, tuve la oportunidad de expresarles, sin medias tintas, mi opi-
nión. Les recordé que alguna vez les había manifestado el valor que le
daba a su ·aparición en el escenario público, rememoré nuestros
encuentros y ponderé sus opiniones. Pero les aclaré que la mayor tras-
cendencia que le otorgaba a Carta Abierta era la de que se convirtiera
en la "conciencia crítica" del kirchnerismo. Si lo lograban, su existen-
cia sería muy bien recordada.
Por esos días, me preocupaba una intelectualidad que, observando
determinados errores del gobierno, prefería callar para no convertirse
en objeto de cuestionamiento por parte del poder. Les confesé que,
con mucho pesar, había visto mermar las críticas que inicialmente
Carta Abierta había dirigido a las políticas erradas del gobierno. No
me parecía feliz la idea de tolerar esos desvíos porque uno compartie-
ra los objetivos generales del gobierno.

-253-
-Pero ¿no existe el riesgo de que esas críticas sean funcionales a
los opositores? -preguntó alguien.
-Nada más funcional a la oposición que mostrar un kirchneris-
mo acrítico, -fue mi respuesta-. No nacimos para eso. Tenemos
gobernantes capaces de reaccionar ante nuestras quejas y de corregir
políticas cuando se sienten cuestionados por los propios. Ese es, a mi
juicio, el mejor rol que debería tener Carta Abierta -respondí.
Y continué, para cerrar la idea:
-Nosotros estamos esperando que la intelectualidad, que no se
aferra a los cargos públicos, sea severa a la hora de custodiar la gestión
de un gobierno en el que han confiado millones de argentinos y que
hasta aquí no se han visto defraudados. Ahora, si esos intelectuales
han decidido pensar como políticos que preservan espacios de poder
y silenciar las carencias que asoman bajo el falso argumento de no ser
funcionales a los opositores, entonces es mejor que no sigan ... Exis-
ten demasiados "justificadores intelectuales" de los errores del gobier-
no como para que ustedes se sumen a esa cofradía de aduladores.
Forster tomó la palabra y de inmediato aclaró que no era ese el
sentido que los mantenía vigentes. Sus acompañantes argumentaron
en la misma dirección.
Me· sentí aliviado con sus palabras. Pero lo cierto es que con el
correr del tiempo tuve la sensación de que Carta Abierta se había que-
dado a mitad de camino. Sus debates se cerrarún y hoy solo salen a la
luz pública las palabras que defienden cualquier decisión del gobier-
no, frente a sus atacantes. Y cuando se conocieron algunas críticas por
el resultado electoral porteño, debieron disculparse por la trascenden-
cia pública de esas quejas en lugar de exigir correcciones, si así las cre-
ían necesarias. Son formas de acción difíciles de entender en gente
valiosa que piensa y hace pensar.

LA IRRUPCIÓN JUVENIL

La disputa con el campo también movilizó a los jóvenes. Miles de


ellos observaron el problema como la reedición de aquella Argentina
en la que el gobierno democráticamente instituido chocaba con los
factores de poder.
Antes, fui testigo del enorme esfuerzo de Kirchner por amigar a la
juventud con la política. Habiendo iniciado su militancia en los 70,
una de las décadas más politizadas de nuestra historia, no comprendía

-254-
el escepticismo que había atrapado a los jóvenes. ¿Cómo entender que
ante tanto desequilibrio social y ante tanta injusticia las nuevas gene-
raciones no reaccionen?, solía decir.
Sin embargo, la juventud venía observando en Kirchner algo que
apreciaba particularmente: su desapego a hacer lo "políticamente
correcto". Sus trajes cruzados y sus mocasines de Guido encontraban
perfecta correspondencia con sus discursos frontales, que cuestionaban
la intencionalidad periodística, reclamaban a los jueces el castigo a los
genocidas o señalaban la avaricia empresaria en el alza desmedida de los
precios. Todo ello se fusionó en el imaginario público hasta consolidar
esa imagen irreverente y corajuda que valoraban los jóvenes.
Cuando el conflicto del campo adquirió trascendencia y Kirchner
lanzó sus dardos contra los medios de comunicación, muchos jóvenes
verificaron esa vena revulsiva que ya admiraban. Entonces acompaña-
ron aquella prédica en actos públicos portando los carteles que reza-
ban "Clarín miente" o "TN. Todo Negativo". Allí, por vez primera,
La Cámpora irrumpió en la escena. ,
Por entonces, se trataba de una agrupación menor que convocaba
a los sectores juveniles más radicalizados del kirchnerismo. En su inte-
rior no había peronistas orgánicos. La mayor parte de sus miembros
provenían de organizaciones sociales o de agrupaciones identificadas
con la lucha por los derechos humanos y eran sumamente ácidos a la
hora de criticar al justicialismo.
El nombre elegido para la agrupación remitía a Héctor J. Cámpo-
ra, aquel peronista que llegó a la Presidencia de la Argentina cuando
Perón, proscripto aún por la dictadura militar liderada por Lanusse,
no pudo participar de las elecciones de marzo de 1973. Cámpora per-
maneció en el cargo solo cuarenta y nueve días. Para algunos, repre-
sentó la llegada de la izquierda peronista a la cima del poder político
de la Argentina. Para otros, solo fue un conservador muy leal a Perón
al que la historia vinculó con la izquierda porque sus días de presi-
dente coincidieron con el protagonismo de una juventud combativa
que teñía toda la realidad política de un tinte revolucionario. En ver-
dad, su paso por el sillón presidencial fue tan breve que hasta resulta
difícil definir su· postura política.
A partir del conflicto con el campo, La Cámpora adquirió noto-
riedad. La presunción de que estaba dirigida por Máximo Kirchner la
calificaba como un excelente y fluido puente hacia el centro de las
decisiones de gobierno. Su capacidad de movilización fue puesta a

-255-
prueba en cada uno de los actos desarrollados para confrontar con la
dirigencia rural.
Sin embargo, su momento de mayor visibilidad y trascendencia
coincidió con la muerte de Néstor Kirchner. Los mismos jóvenes que
tanto habían valorado aquella insolencia para codearse con el poder
descubrieron, con su muerte, que estaban perdiendo al político de
referencia, al que los había entusiasmado para que se involucraran en
el compromiso y la militancia.
La prematura desaparición de Kirchner dejó en muchos la sensa-
ción de una labor inconclusa, la percepción de que su caudal aún esta-
ba lejos de agotarse. Esa fue la razón, quizás, del nacimiento del mito
de Néstor Kirchner y de algunas de sus derivaciones, como la creación
de Nestornauta, que rememora al legendario personaje El Eternauta,
creado por Héttor Oesterheld.
Aunque la presencia juvenil en una Plaza de Mayo enlutada sensi-
bilizó a todos, parece haber sido Cristina quien más conmovida se
mostró con aquellas escenas. Estremecida, señaló a La Cámpora como
la causa de la movilización juvenil, convirtiéndola así en una agrupa-
ción elegida por el poder.
De ahí en más, al compromiso y al empuje iniciales, no tardó en
sumarse el grupo de advenedizos que siempre existe y se tienta ante el
poder fácil. Muchos miembros de La Cámpora son jóvenes luchado-
res y capaces, comprometidos con su país, pero otros devinieron,
repentinamente, en jerarcas de una organización colmada de recursos
provistos por el Estado. Así, la agrupación adquirió, en muchos aspec-
tos, las formas de una "organización de cuadros" con poco desarrollo
en barrios periféricos y fábricas y con un poco más de presencia en
colegios secundarios y universidades.
Los brazos de La Cámpora se han extendido por la estructura
burocrática del Estado y poco a poco, algunos de sus referentes logra-
ron instalarse en lugares estratégicos. Sus máximos líderes han ocupa-
do la Subsecretaría de Reforma Institucional, la Secretaría de Justicia,
las presidencias de la Corporación Puerto Madero y de Aerolíneas
Argentinas, la intervención de Fabricaciones Militares y ciertos luga-
res en los directorios de ALUAR, TELECOM y TECHINT. Otros, ingre-
saron en las listas oficialistas para legisladores locales o nacionales.
Lejos de lo que algunos analistas consideran, La Cámpora no
reconoce un sustento ideológico cohesionado ni trabajado, aunque
exhibe cierta simbología propia de los años 70, ya que procura reme-
morar a las agrupaciones revolucionarias cercanas a aquella Juventud

-256-
Peronista. Sin embargo, su dirigencia exhibe una escasa formación
política, a lo cual se suma, una conducta particularmente sumisa fren-
te al poder político. No son, como fue la Juventud Peronista de los
años setenta, interpeladores del poder, sino sus celosos guardianes. Su
discurso exalta las figuras de Kirchner y de Cristina y construye una
mística emotiva. Irónicamente, más allá de su apariencia revoluciona-
ria, ese discurso duro que solo encumbra los aciertos gubernamenta-
les y que demanda "un alto sacrificio militante" no se condice con ese
modo de ejercer la política silenciando las críticas, parándose en el
centro mismo de las superestructuras, disfrutando de las comodidades
de transitar por las mullidas alfombras del poder sin desafiado.
Sin embargo, esas formas y esa retórica, hasta hoy, les han permiti-
do consolidar un espacio juvenil de fuerte presencia e impacto, pero no
les ha permitido conquistar la adhesión del electorado, porque tampo-
co han desarrollado un texto de pensamientos propios y de nuevos
desafíos que los identifique como protagonistas de algo distinto que no
fuera la defensa de los actos de gobierno y de sus funcionarios.

-257-
III
"Del mar, a la montaña,
por el aire,
en la tierra,
de una boca a otra boca,
dando vueltas,
girando,
entre muebles y sombras,
displicente,
gritando,
ha perdido la vida,
no sé dónde,
ni cuándo"

"Vórtice"·
Oliverio Girando
. '

ME VOY·
SITUACIÓN LÍMITE

A lo largo de aquella interminable sesión del Senado en la que se


clausuraba el debate en torno a las retenciones móviles, mi celular
sonó en forma incesante. Casi siempre estaba Kirchner del otro lado
de la línea. En cada una de esas llamadas su voz trasuntaba cansancio
y enojo, más notorios a medida que nos acercábamos al desenlace.
El voto "no positivo" fue la incontrastable evidencia de la realidad
más temida y, a la vez, la explosión de la bronca acumulada. Kirchner
estaba furioso, dolido y amargado. Su indignación alcanzaba a mucha
gente y tenía recriminaciones interminables por hacer.
A mí, en cambio, me había asaltado la sensación de desasosiego
que aparece cuando uno se da cuenta de que todo salió mal y de que
en ese resultado queda comprometida la propia conducta. Sin duda, el
voto de Cobos fue un acto desleal hacia el gobierno. Pero antes que él,
muchos legisladores propios habían desertado y nosotros mismos,
además, debíamos reprocharnos nuestro aislamiento.
Cuando terminé de atender el último llamado de Kirchner, el ~eloj
marcaba diez minutos pasados de las cinco de la mañana del 17 de
julio de 2008. En vano intenté conciliar el sueño. Sólo lo lograba por
momentos porque la inquietud de la jornada aún estaba latente.
Ese sueño entrecortado concluyó tres horas después, cuando
Cristina nuevamente me reclamó en el teléfono. Como había nota-
do en Kirchner, el tono de su voz también dejaba al descubierto su
estado de ánimo. Estaba dolida e irritada por el proceder de su vice-
presidente y, por momentos, desconcertada sobre el rumbo que
debiamos tomar.

-263-
Entonces me puse en pie para dar comienzo a una jornada difícil.
Aquel voto de Cobos, que enterró definitivamente la resolución 125,
auguraba mucho más que un día con problemas.
Los mismos intendentes y gobernadores que, a lo largo del conflic-
to, me elegían para transmitirme sus preocupaciones, su pesimismo y su
sensación de que estábamos cada vez más aislados de la gente y de
muchos de nuestros dirigentes de base, ahora me llamaban para contar-
me la algarabía generada en las calles ante la derrota del gobierno. Nin-
guno de ellos transmitía esas sensaciones ni a Néstor ni a Cristina.
Temían encontrar una respuesta destemplada. Me elegían como desti-
natario de sus percepciones porque sabían que yo, finalmente, acabaría
transmitiéndoselas a ellos. Por mis funciones y por el sincero afecto que
les dispensaba a los Kirchner, nunca callé lo que ellos debían saber.
La lealtad, a nii juicio, así lo exige. Nunca postergué la verdad para
que el otro escuchara lo que quería escuchar. Prefiero a quienes, con
capacidad crítica, ofrecen su mirada honesta sobre las cosas aun cuan-
do esa mirada duela. Así he actuado siempre, también a lo largo de la
crisis rural, pero en este caso eso había significado un fuerte desgaste
en mi relación con Kirchner.
Junto a Néstor y Cristina fui la principal figura de defensa de la
resolución 125, de las decisiones del gobierno y del debate público que
llevamos adelante. Me expuse en esa defensa sin especulaciones de nin-
gún tipo. Pero, puertas adentro, tuve que pagar costos políticos y per-
sonales por·alertar sobre los cambios del humor social. Debí también
señalar el hartazgo de una parte importante de la sociedad respecto de
nuestros métodos de disputa, y recomendar con insistencia una salida
conciliadora para poder mantener en pie una medida que, al dictarla,
no tenía la entidad y el peso que adquirió con el paso de los días.
Para mí, fue un enorme aprendizaje observar cómo el cuerpo
social viraba su mirada hacia nuestro gobierno. A pasos acelerados,
abandonaba la complacencia inicial para estacionarse en la vereda más
crítica. Aun los mismos que conceptualmente coincidían con noso-
tros, de un día para otro cuestionaban el modo en que habíamos lle-
vado adelante la disputa con el campo y el debate público. Señalaban
soberbia en nuestras palabras e intolerancia en nuestras acciones.
Entendí que, en el poder, en situaciones en las que el conflicto se
agudiza, las miserias humanas afloran sin mesura. Entonces, la convic-
ción le abre paso a la terquedad; el acuerdo, a la imposición; y la lealtad,
a la obsecuencia. Aprendí que es necesario cargar con una fuerte dosis
de templanza para no perder el equilibrio en ocasiones advers.as.

-264-
El resultado final de ese cúmulo de situaciones no fue bueno. A un
número importante de la población se la veía harta y enojada con
nosotros y cualquier cosa que dijéramos o hiciéramos era usada en
nuestra contra. Poco tiempo después, leyendo un cable de noticias que
lo criticaba severamente, Kirchner descubriría esa realidad. "Digo las
cosas que siempre dije, sólo que antes caían bien y ahora, no", nos
confesó desconcertado al diputado Carlos Lorges y a mí.
A ese clima social, se le sumaba la agitación que se vivía en el pero-
nismo. Un número importante de dirigentes se distanció de nosotros
y sufrimos bajas muy serias en el Parlamento, que preanunciaban
mayores dificultades en la gobernabilidad.
Todo había evolucionado de tal manera que, irónicamente, el
momento de menor popularidad de la Presidenta coincidía con el de
mejor imagen positiva del vicepresidente, que había votado en su contra.
Cuando observé el encono por el "voto no positivo" y advertí que
se me reprochaba mi vocación de diálogo, me di cuenta de que allí
estaba el corolario de un derrotero que había funcionado como una
profecía autocumplida.
Las circunstancias que sucedieron a la defección de Julio Cobos
fueron vertiginosas, dolorosas y quedan en mí como las más duras
de mi paso por la gestión pública. Sentí que no era tan severa la
derrota como la confusión que ese fracaso estaba generando en el
interior del gobierno.
En ese momento crucial, Kirchner revisó lo ocurrido y observó
los hechos de un modo profundamente distinto del mío. Leyó la mis-
ma realidad de otra manera. Como no creyó ver errores en nuestras
acciones, entendió que el problema radicaba en una suerte de "incom-
prensión social". Hasta la muerte de un gran amigo -víctima de una
larga enfermedad-, ocurrida a la misma hora en que el vicepresiden-
te votaba con la oposición, quedó adherida al conjunto de hechos
negativos que parecieron consecuencia del desenlace del conflicto.
Cuando Cristina, dubitativa al principio sobre la crisis que vivía-
mos, manifestó compartir la misma visión de Néstor, entendí que mi
lugar en ese espacio se esta~a desvaneciendo. En su lógica, una gran
conjura universal parecía haberse ensañado con nosotros.
Esas horas y las que siguieron me enredaron en duras discusiones
con Kirchner y con Cristina. La polémica no cejó en cada conversa-
ción; apenas iniciada, aparecían las diferencias.
Cuando dejé Olivos, a primera hora de la tarde del 17 de julio de
2008, Kirchner estaba parado en las escalinatas del chalet presidencial.

'-265-
Solo y en silencio. Su mirada se perdía en los jardines de la residencia. Me
acerqué y, cruzando mi brazo izquierdo sobre su hombro, traté una vez
más de tranquilizar su ánimo. Le dije palabras de aliento e intenté con-
vencerlo de que se trataba de una derrota circunstancial que podríamos
remontar rápidamente si sacábamos alguna enseñanza de lo sucedido.
Me escuchó; pero su mirada sólo me transmitió irritación y enojo.
Apenas pudo responderme con un gesto que evidenciaba toda su bronca.

MI RENUNCIA

A partir de allí, hubo llamados de urgencia y reuniones apuradas.


Idas y vueltas inquietantes. Esas horas minaron la posibilidad de que
yo continuara en el gobierno porque cruzamos opiniones y propues-
tas, primero de parte de Néstor, luego de Cristina, a las que desafié.
convencido porque estaba en franca oposición.
Seguramente fueron mi larga experiencia en el cargo y mi espíritu
contemporizador los que me permitieron sobrellevar los días ulteriores
que, finalmente, se desarrollaron en forma menos dramática de lo espe-
rable. Pero yo ya había pagado el costo anímico, político y personal.
Pasado el tiempo, entendí que mi alejamiento del gobierno sobre-
vino cuando advertí que, en el sendero común que transitamos a raíz
de la resolución 125, Kirchner, Cristina y yo habíamos percibido una
realidad diferente. En ellos primó una mirada trágica, como si se tra-
tara del fin de un ciclo. Sus ánimos estaban muy radicalizados y opta-
ron por extremar posiciones para enfrentar lo que vivían como una
suerte de conspiración de muchos actores contra el gobierno. Si era
así, yo no lo advertía. A partir de allí, difirieron nuestras opiniones
respecto de lo ocurrido y, más importante aún, lo que quedaba por
hacer hacia el futuro. ·
Mi mirada tenía una voluntad autocrítica, reclamaba correcciones
a nuestro método de disputa, propiciaba el cambio de algunas figuras
desgastadas, entre ellas la mía, por las dimensiones del debate público
al que me vi expuesto, e insistía en relanzar la gestión con medidas que
superaran la derrota sufrida.
No era difícil hacerlo. Otros líderes mundiales han atravesado
momentos políticos semejantes y, a pesar de ello, lograron sobrepo-
nerse. Repetía dos historias que avalaban mi visión.
El primer antecedente era el de Bill Clinton. Había llegado a la pre-
sidencia de los Estados Unidos prometiendo una profunda reforma en

-266-
la sanidad pública. En 1993, y con su esposa Hillary como principal
vocera del proyecto, intentó aprobar un sistema universal de salud que
extendiera la cobertura médica a todos los ciudadanos del país. Ésa
había sido su principal promesa de campaña. El "Hillarycare", como
despectivamente lo llamaron los republicanos, nunca fue votado y, en
septiembre de 1994, terminó archivado. Ese estrepitoso fracaso repre-
. sentó el punto final de una serie de errores políticos y torpezas mediá-
ticas que hasta allí habían empañado la presidencia de Clinton. A par-
tir de entonces, el presidente demócrata recompuso su gestión y ter-
minó su mandato con una altísima popularidad.
El segundo ejemplo fue Lula. Al finalizar el año 2007, el Senado
brasileño no prorrogó la llamada C0ntribución Provisional sobre los
Movimientos Financieros (CPMF), que cada año le permitía recaudar
el equivalente a 22500 millones de dólares. Pese a semejante recorte en
los ingresos, Lula salió airoso y concluyó su gestión con el reconoci-
miento de casi el 80 por ciento de la ciudadanía.
Los dos casos tenían puntos en común con el nuestro: se trataba
de derrotas parlamentarias que habían puesto en jaque la sustenta-
ción política de los respectivos gobiernos. Asimismo, esa situación
crítica había sido superada con políticas negociadoras y exitosas. El
resultado de esas experiencias era exactamente el mismo: el recono-
cimiento social.
Esas reflexiones fueron vanas ante la mirada pesimista que Néstor
y Cristina compartían sobre el futuro. Después, no faltaron las discu-
siones, en esos días cruzados por los llamados de amigos y compañe-
ros. Muchos pedían, como yo, corregir y avanzar; y otros, por su pro-
fundo enojo, pedían decisiones dramáticas y una radicalización extre-
ma de la lucha política.
En el mediodía del viernes 18 de julio, Cristina y yo firmamos el
decreto que instruía al Ministro de Economía sobre la derogación de
la resolución 125. Lo anuncié junto a Carlos Fernández en la sala de
conferencias de la Casa de Gobierno. Cuau"do se conoció la decisión,
el clima comenzó a distenderse.
De ahí en más seguí con atención el devenir de los hechos. Para
nuestro malestar, los diarios mostraban la "marcha victoriosa" de
Julio Cobos desde Buenos Aires a Mendoza. Poco a poco empezamos
a hablar con Cristina del futuro, pero la realidad mediática permanen-
temente nos devolvía a aquella perturbadora noche en el Senado. Tam-
bién intenté hacerlo con Kirchner1 pero no lo conseguí. Interpreté que
su ánimo no era el mejor y que tal vez no querría hablar con nadie.

-267-
A la semana siguiente, me atrapó un estado febril. Sospeché que
estaba somatizando lo vivido. Aunque guardé el reposo indicado, mi
cuerpo no lograba procesar la intranquilidad y el desasosiego de los
días anteriores. Seguía compartiendo con Cristina la evolución de la
situación pero todos mis intentos por hablar con Kirchner fueron inú-
tiles. Finalmente, supe por boca de Cristina que Kirchner no atendía
mis llamados disgustado por mi posición contemporizadora.
En soledad, empecé a reflexionar sobre lo sucedido. Era evidente
que ni Néstor ni Cristina compartían mi visión sobre lo que nos había
pasado ya no en el Parlamento, sino en el seno mismo de la sociedad.
Pensé una y otra vez el camino a seguir mientras veía que el sol de esa
tarde de invierno se ocultaba en el río hacia el que mira la ventana de
mi escritorio. Me di cuenta de que todas las alternativas conducían a
un mismo destino.
Fue entonces cuando me senté frente mi computadora y redacté
. .
m1 renuncia.

"Buenos Aires, julio 23 de 2008


Señora Presidenta
de la N ación Argentina,
Dra. Cristina Fernández de Kirchner
Presente

Tengo el agrado de dirigirme a la señora Presidenta, a efec-


tos de presentar mi renuncia al cargo de Jefe de Gabinete de
Ministros con el que oportunamente me distinguiera. ·
Desde el25 de mayo de 2003, fecha en que el entonces Pre-
sidente Kirchner me confió las tareas de la Jefatura de Gabi-
nete, he puesto mi más absoluta dedicación en la convicción de
que estábamos protagonizando un profundo cambio en la rea-
lidad argentina.
La certeza de que se abre una nueva instancia en su gobier-
no, en la cual usted pueda contar con un nuevo elenco de cola- ..
horadares para enfrentar la etapa, me impulsa a poner en su
consideración mi renuncia con el sano propósito de facilitarle
la selección de sus equipos de trabajo.
Reiterándole que ha sido para mí un inmenso honor
haberla acompañado en la enorme tarea que afronta, la saludo
con el afecto y la distinción de siempre.
Sinceramente, Alberto Fernández."

-268-
UNA CARTA PERSONAL

Después, escribí una extensa carta explicándole en detalle a Cris-


tina la causa de mi decisión, con la esperanza de entregársela en mano
en cuanto la viera.

"Querida Cristina:
Creo que no hace falta decirte de todo el compromiso que
he puesto a lo largo de estos años tratando de acompañar un
proceso de cambio que nuestro país necesita. Creo haber dado
muestras suficientes de tesón y si, humildemente se me permi- ·
te, de capacidad para poder ir sorteando todos y cada uno de los
escollos que a lo largo del camino fuimos encontrando.
El haber sido protagonista central a lo largo de la gestión
encabezada por Néstor ha sido para mí una experiencia sin igual.
El que hayas confiado en mí para acompañarte en tu tarea de
presidenta ha sido un inmenso honor, aun cuando siempre ereí
-y así se los dije- que debías asumir tu etapa con un nuevo
equipo que le diera una identidad propia a tu gobierno.
A ambos les estaré, lealmente agradecido por el resto de
mi vida.
Sin embargo, debo confesarte que estos ocho meses que han
transcurrido desde tu asunción me han representado un esfuer-
zo singular. Como suelo decir a modo de broma, los primeros
tres meses trabajé de abogado penalista (resolviendo las inci-
dencias del caso Antonini Wilson) y los segundos debí trabajar
de ingeniero agrónomo (tratando de enfrentar el debate sobre
las retenciones).
Seguramente no hace falta que destaque el esfuerzo que
puse, ni que repita en esta hora mis diferencias con la manera
en que muchas situaciones se abordaron, fundamentalmente en
los temas vinculados al campo. Fui acusado de blando, de timo-
rato, de tibio ... Pero lo cierto es que con la "dureza", de nues-
tras retenciones móviles nada ha quedado.
Todas esas realidades, que me significaron esfuerzos y dife-
rencias, han terminado por convencerme de que es necesario
dar vuelta la página.
No se trata sólo de mi íntima convicción, sino también de
una serie de hechos que evidencian distintas visiones entre vos
y yo y, también, un claro distanciamiento entre N éstor y yo

-269-
que, además de resultarme absolutamente incomprensible,
afecta seriamente mi ánimo.
Si a ello le sumo el vértigo periodístico que, impulsado por
alguien, desde hace días me da por destituido, sumado a los ya
incesantes ataques de políticos mediocres, siempre acompaña-
dos de un silencio inexplicable, es fácil entender el acierto de mi
convicción.
Sabés bien que soy de los que dicen lo que piensan puertas
adentro. No soy de los que les dan la razón en la intimidad y
salen diciendo que ustedes se "han vuelto locos". Y tal como te lo
he dicho en otras ocasiones, creo que hemos llegado a un punto
en el que la confianza se ha minado a partir de diferencias que -
hemos tenido aun cuando también las hemos llevado bien.
Con todo, estoy convencido de que dando yo un paso al
costado ahora, vos podrás aprovechar para rearmar tu equipo
de gobierne y dotarlo de cualidades que lo distingan. Es cier-
to que la gente no quiere grandes cambios en relación a lo que
fue el gobierno de Néstor. Pero es cierto también que vos fuis-
te visualizada -y así te "presentamos" en la campaña-
como una instancia superadora con más transparencia y más
calidad institucional.
Los cierres intempestivos de las exportaciones no tienen
nada que ver con la transparencia; sólo nos dejan mal parados
externamente.
La complacencia hacia los supermercados que remarcan pre-
cios no tiene nada que ver con la transparencia. Sólo maltrata a
los productores e industriales y castiga a los consumidores.
Los mecanismos de compensaciones, muchas veces arbitra-
rios, no tienen nada que ver con la transparencia, sólo se con-
vierten en un gasto que "intranquiliza" a los supuestos benefi-
ciarios y afecta sensiblemente el resultado fiscal.
Las locuras internas del INDEC y los insólitos resultados
que algunas estadísticas reflejan (no hablo del IPC) no tie-
nen nada que ver ni con la transparencia ni con la mejor ins-
titucionalidad.
Dirigentes marginales explicándole a la gente lo que hace-
mos no ofrecen una imagen renovadora que denote mejores
calidades, más bien muestran a un gobierno sin figuras de relie-
ve y sin explicación suficiente. Dejo en claro que esos dirigentes
sólo cumplieron las instrucciones que alguien les daba.

-270-
La descalificación que padece todo aliado que discrepa en
algo con nosotros, lejos de ser tomado como una apertura, sig-
nifica una traición. Este es un punto llamativo: han sido más los
peronistas que defeccionaron que los aliados que nos restaron
apoyo. Sin embargo, gracias a la actitud de Cabos, nosotros
afirmamos que la traición es de nuestros aliados.
Todo cuanto aquí te he dicho sólo ha rememorado -exclu-
sivamente para nosotros- cosas que te dije en otros momentos.
Aunque estoy seguro de que todo puede resolverse, creo opor-
tuno señalarlas otra vez al solo efecto de explicar mejor el sen-
timiento de desaliento que hoy albergo.
Sinceramente pienso que tenés una muy buena oportuni-
dad para darle un giro a tu gobierno de modo tal que se vuel-
va identificablemente tuyo y conduzca a la Argentina a una
mejor situación. Para lograrlo, entiendo que es imperioso cam-
biar algunos de tus colaboradores.
Sólo con al ánimo de ayudarte, me he permitido acompa-
ñarte esta nota llena de reflexiones y adjuntarte mi renuncia.
No hace falta que te diga que podés contar conmigo para todo
lo que necesites.
Con mi incondicional afecto de sit;mpre,
sinceramente ... "

El día de mi alejamiento del cargo hablé tres veces con Cristina.


En la primera oportunidad me increpó acerca de mi decisión. Fue una
conversación corta y de reproches mutuos. Volvió a llamarme cerca
del mediodía para contarme que Sergio Massa sería mi reemplazante.
Al caer la noche, se comunicó conmigo pidiéndome que participara
del acto de asunción, y accedí inmedia~amente.
De allí en más, se sucedieron incontables llamados de amigos que
cumplían funciones en el gobierno y que habían llegado de mi mano. Me
preguntaban qué camino debí;m tomar. A todos les respondí que siguie-
ran colaborando con Cristina y que me alejaba de mis funciones pero no
del espacio político. La única que vino a verme con su renuncia en la
mano fue Graciela Ocaña. Le advertí que no compartía su posición y que
ella debía seguir trabajando como hasta ese momento. Se fue de casa
diciéndome que iba a presentar su renuncia. Dos días después supe que
Cristina le había pedido especialmente que siguiera en funciones.
Estuve en la Casa de Gobierno media hora antes del horario previsto
para la jura ministerial de Massa. Tardé en llegar al despacho presidencial

-271-
porque me abordaron los empleados que trabajaban en el edificio.
Todos ellos me testimoniaron su reconocimiento y afecto. Al llegar al
antedespacho presidencial, fue el turno de los ministros y los gober-
nadores. Allí también recibí pruebas de cariño y solidaridad. Final-
mente, Cristina me saludó con un abrazo. Me pareció que no era ése
el momento para entregarle la carta que guardaba en el bolsillo inter-
no de mi saco. De inmediato, todos marchamos al Salón Blanco.
Cuando la locutora oficial anunció mi presencia, todos los asistentes
se pusieron de pie y me brindaron un estruendoso aplauso que se pro-
longó en el tiempo. Fue, para mí, un momento imborrable. Después,
Sergio Massa prestó juramento. Saludó a la Presidenta y luego giró y se
confundió en un abrazo conmigo. "Ayudame", me dijo al oído. Cuando
pude mirarlo a los ojos, le dije que podía contar conmigo.
En ese momento Cristina se acercó hasta mí y me saludó con un beso,
pero sin palabras. Tampoco ése era el momento de entregarle mi carta.
Fue ésa la última vez que la vi.
Los días posteriores no fueron fáciles. Legisladores, intendentes y
gobernadores me visitaban tratando de conocer mi visión sobre el
momento que atravesábamos. En ellos anidaba cierto temor por el
rumbo que tomaría el gobierno.
Empresarios y sindicalistas también se contactaban conmigo. Expre-
saban muchas dudas sobre lo que el contexto les generaba. En todos los
casos, traté de inspirarles seguridad. Repetía incansablemente que debí-
amos confiar en la inteligencia de Cristina y en la audacia de Néstor, una
combinación que, en mi estimación, permitiría remontar la crisis.
El periodismo intentó conocer detalles de mi alejamiento tras
. aquella fatídica jornada en la que Cobos había emitido su "voto no
positivo". Después de la asunción de Sergio Massa como Jefe de Gabi-
nete, declaré en un programa televisivo que mi renuncia al cargo no
suponía abandonar el espacio político que alguna vez habíamos fun-
dado Néstor Kirchner y yo. También puse de relieve mi vocación de
seguir acompañando a Cristina y así evitar que se hicieran especula-
ciones acerca de mi supuesto enfrentamiento con el gobierno.
Durante ese tiempo sólo atendí algunos fríos llamados de Kirch-
ner. En todos los casos, buscaba conocer temas puntuales de la gestión
que aparentemente lo preocupaban.
A pocos días de iniciarse la primavera de 2008, me invitó a tomar
un café en Olivos. Acepté de inmediato pero sólo le pedí que nuestro
encuentro fuera privado y no trascendiera a la prensa. Tenía la sana
intención de poder hablar libremente.

-272-
Cuando llegué, quedé "refugiado" en uno de los despachos del lugar.
Kirchner, en el salón principal, estaba reunido con Sergio Urribarri y un
grupo de intendentes entrerrianos. Repentinamente, la puerta de la ofi-
cina en la que yo esperaba se abrió. Kirchner entró y ante los ojos de sus
visitantes me saludó con un abrazo muy cálido. Ostensiblemente, bus-
caba que todos vieran quién era el que lo esperaba. "Qué suerte verte
aquí", me dijo en voz baja Urribarri cuando se acercó a saludarme.
De inmediato nos fuimos con Kirchner a conversar en el escrito-
rio que habitualmente usa el Presidente en Olivos. Como era habitual,
me ofreció una visión muy alentadora del momento político. Era tal el
optimismo que irradiaba que hasta se animó a remarcar lo mucho que
había mejorado su imagen positiva. En ningún momento habló de mi
renuncia. Parecía po querer tocar el tema. Es más: me transmitió su
deseo de que volviera a ayudarlo y a involucrarme con la gestión de
gobierno. Su gesto se alteró sólo cuando me planteó la necesidad de
que hablara con Cristina. Sin decírmelo, pareció insinuarme que había
en ella algún encono que yo debía ayudar a superar.
Cuando fu~ mi turno, le expuse mi alegría de volver a verlo y mi
total disposición para ayudarlo en todo lo que estuviera a mi alcance.
Quise comenzar a hablar sobre las razones por las cuales me había
apartado del gobierno y le pedí que revisáramos lo ocurrido; de otro
modo iba a ser muy difícil que me sintiera en condiciones de colabo-
rar. Contrariamente a lo que Kirchner decía, yo sabía -y así se lo
señalé- que la popularidad del gobierno en general y de Cristina en
particular habían mermado notablemente, y que era imperioso recon-
ciliarnos con la sociedad si nuestro deseo era recomponer la base de
sustentación de nuestro proyecto político.
En cuanto a Cristina, le dejé en claro que no sentía enojo y que
estaba a su disposición para cuando ella lo dispusiera. Fue ése el ins-
tante que aproveché para entregarle la carta que le había escrito el día
de mi renuncia. Le pedí que fuera él quien se la entregara.
Kirchner tomó la carta, la leyó de mala gana y finalmente la rom-
pió con envidiable cuidado. Había en él un lado protector que sólo
se explicaba por su condición de hombre enamorado. N o quería que
Cristina fuera contrariada por ningún motivo. Él pensaba que de esa
forma preservaba a su mujer de situaciones dolorosas evitables con
su sola intervención.
- Tenés que llamarla a Cristina y hablar con ella, pero no debés
contarle tus quejas ni volcarle tu visión negativa de este momento, esas
cosas conversalas conmigo -me dijo en cierto tono confidente.

-273-
-Néstor: fui su Jefe de Gabinete. ¿Cómo no voy a hablarle a
Cristina de los motivos de mi renuncia? -respondí.
-Yo necesito que hables con Cristina, pero no de eso -insistió.
-Entonces no tiene sentido que hable con ella. Lo haré cuando
pueda darle mi opinión sincera y hablar de las cosas que pasan -dije,
tratando de poner fin al tema.
De entonces, cada vez que hablé con Kirchner me reclamó ese
encuentro con Cristina. Nunca me negué a tenerlo, sólo no acepté los
límites que me imponía.
Tal vez, por eso, ese encuentro nunca llegó.

-274-
2

TIEMPO
DE DESCUENTO
LA DISTANCIA Y EL AFECTO

Después de aquel reencuentro en Olivos, varias veces nos comu-


nicamos con Kirchner. Sin embargo, nuestras charlas no tuvieron la
misma espontaneidad de antes. Se había instalado entre nosotros una
suerte de incomodidad implícita.
En esas conversaciones, Kirchner me reclamaba que volviera a
ayudarlo en la gestión pQlítica y en cada ocasión le expresé mi plena
disposición a hacerlo, pero yo necesitaba que antes nos pusiéramos de
acuerdo sobre el rumbo de nuestra acción. Él, en cambio, no quería
ingresar en debates. Me planteaba la idea de colaborar con el gobier-
no haciendo "gestiones informales", y allí, nuevamente, asomaban
diferencias inexorables.
"Los medios ya dicen que sos el presidente en las sombras, no
sumemos también ministros alternos", solía responderle entre risas
que intentaban disimular mi negativa. Creo que él comprendía mi
postura, pero insistía porque pensaba que ése podía ser un modo para
recom.poner, poco a poco, la relación con Cristina.
En varias ocasiones hablamos sobre cómo encarar el futuro en la
política. Él reclamaba un esfuerzo mayor de mi parte, lo que a su jui-
cio suponía olvidar los motivos por los cuales yo me había apartado
del gobierno y, nuevamente, pasar por alto una charla profunda con
Cristina. Más aún: creo que Kirchner deseaba que nada hubiera suce-
dido y por eso buscaba el modo de volver a ser los que habíamos sido.
Pero, inexorablemente, nos chocábamos con los hechos.
Néstor Kirchner imaginó mi activo reingreso trabajando a su lado.
U na tarde me propuso un plan: que lo acompañara a un acto en el

-277-
Gran Buenos Aires y me sentara junto a él. "Cuando te vean a mi lado,
nada más deberemos agregar", decía con esa calidez que le era tan pro-
pia y que siempre recordaré. De ese modo, confiaba en que la imagen
tornara innecesaria cualquier explicación. Y, también, en que así todo
volvería a ser como antes.
Sin embargo, sus ideas naufragaban cuando yo volvía a plantear
una imprescindible reunión con Cristina, para la cual él me pedía que
eludiera la discusión sobre el rumbo político del gobierno. Ése era el
momento exacto en el que nuestra conversación se trababa. Yo sabía
que Cristina estaba muy enojada pero se me hacía muy difícil enten-
der la causa de su enojo. Ella conocía tan bien como yo cuáles habían
sido las causas de mi alejamiento.
Supuse que la insistencia de Kirchner en que yo mantuviera esa
reunión con Cristina respondía a su necesidad de preservar su víncu-
lo con ella. Tal vez temía que ella se molestara al interpretar que,
hablando conmigo, él desautorizaba su enojo. Desde esa óptica su
demanda se hacía razonable. Yo estaba dispuesto a mantener esa reu-
nión pero me parecía incomprensible que me exigiera eludir aquellos
puntos en los que teníamos pareceres diversos y que, precisamente,
eran los que habían determinado mi alejamiento.
Evidentem~nte, para Kirchner fue difícil sortear esa situación.
También lo fue para mí. Y en esos enredos quedaban atrapados nues-
tros encuentros, siempre afectuosos pero incapaces de resolver nues-
tro distanciamiento político.
Cada vez que conversábamos, el debate político acaparaba la
mayor parte de la charla. Aun así, en algunas oportunidades aborda-
mos también aspectos vinculados con la gestión del gobierno. Recuer-
do lo exultante que estaba cuando se nacionalizaron los fondos de
pensión y se disiparon así los riesgos fiscales preanunciados por la cri-
sis internacional de noviembre de 2008.
Precisamente, cuando se acercaba la Navidad de ese año, me llamó
su hijo Máximo, desde Río Gallegos.
-Alberto, termina el año y no podemos seguir alejados -me dijo.
Me alegró oírlo. Siempre guardé por él un sincero afecto aun cuan-
do las circunstancias políticas nos alejaran. Tenía de él la imagen de un
joven particularmente criterioso. Bromeando con Kirchner, solía
decirle que Máximo era nuestra "conciencia crítica", en alusión a la
agudeza y la acidez que caracterizaban sus comentarios.
En aquella ocasión, intenté explicarle el dolor que sentía por ese dis-
tanciamiento y me sinceré confesándole cuánto extrañaba las charlas y

-278-
las caminatas con sus padres. Sin embargo, no obvié lo difícil que me
resultaba retomar una relación profunda si no podía proponer una
mirada y una opinión distintas.
-No podemos seguir así -insistió-. En un rato voy a la casa de
mis viejos, te llamo desde allí y te paso con papá ... Él se va a alegrar
de oírte ... Sólo te pido que tratemos de arreglar esto -me dijo.
Media hora después Máximo llamó a mi celular y me comunicó
con Kirchner. Estábamos contentos. La charla giró en torno a nuestra
voluntad y decisión mutuás de superar las diferencias. Como lo había
hecho en otras ocasiones, me pidió que después de las fiestas lo ayu-
dara a poner fin al distanciamiento con Cristina. Le dije que así lo
haría y me despedí pidiéndole que le transmitiera a ella mis saludos.
Tuve entonces la sensación de que podíamos recuperar la relación
estrecha que nos había .unido. Ésa era mi mayor preocupación. Me las-
timaba comprobar que nuestras diferencias sobre el momento políti-
co y los desafíos enfrentados nos alejaran después de tantos años y
tantas situaciones incomparables que habíamos compartido.

ALGUNAS DIFERENCIAS INSALVABLES

El año comenzó y con Kirchner volvimos a vernos y a hablar de


política. Me agradeció mi apoyo público a la propuesta de adelanta-
miento de las elecciones. Él decía que era imperioso poner fin a la
incertidumbre política que se había instalado en la Argentina a partir
del infausto voto de Julio Cobos. "Vamos a todo o nada", me asegu-
raba, convencido de que saldría airoso de la batalla.
Resolvió ser candidato en la contienda y me pidió colaboraciqn
en la campaña. Sin embargo, se lo notaba molesto cada vez que yo
le comentaba mi preocupación sobre la estrategia electoral. A mi
juicio, había que revisar aquellos aspectos del gobierno que mayo-
res críticas sociales recibían, pero no estuvo de acuerdo con mi opi-
nión y percibí que le molestaba incluso que se lo di jera. Yo temía
que el resultado electoral pudiera resultarle adverso en esas condi-
ciones. Con la vehemencia de siempre, con la misma tozudez y la
misma pasión, encaraba la etapa electoral que se presentaba, con-
ve¡;lcido de que los resultados "le serían propicios. Era la época en
que muchos dirigentes cuestionaban las decisiones estratégicas de
Kirchner en las reuniones políticas, pero pocos, o tal vez nadie, se
las criticaba personalmente.

-279-
Después vinieron su postulación y las "candidaturas testimonia-
les". También entonces me agradeció que apoyara las razones con las
que públicamente él justificaba esas nominaciones. Yo solía explicar
que no debían tomarse las candidaturas de esos intendentes, ministros
y gobernadores llamados "testimoniales" como un gesto de desprecio
institucional, sino como un compromiso militante. Se trataba de diri-
gentes que, sin necesidad de someterse a la compulsa popular, preferí-
an hacerlo para legitimar el proyecto político del que eran parte en un
momento en que ese proyecto parecía debilitado.
Sin embargo, yo intuía que otros motivos estuvieron presentes a la
hora de articular semejante ingeniería electOJ;"al. Kirchner advertía que
varios intendentes estaban tejiendo acuerdos con Francisco de Narvá-
ez, tratando de preservar la gobernabilidad de sus municipios. Así,
incorporaban candidatos a concejales en listas que competían entre sí
y de esa manera se garantizaban el dominio de sus concejos delibe-
rantes. Si se lograba que los intendentes se postularan en la lista del
oficialismo, estarían obligados a hacer todo lo necesario para no per-
der y dejarían de impulsar listas alternativas.
Pero así como apoyé las llamadas "candidaturas testimoniales",
hubo dos circunstancias en las cuales marqué mis diferencias durante
aquella campaña.
La primera de ellas fue cuando Kirchner pronunció un discurso en
el Luna Park y dijo que si el oficialismo perdía la mayoría parlamen-
taria, "la Argentina volvería a caer en el vacío y en la crisis de 2001 ".
Sentí que se estaba cayendo en el error que tanto habíamos criticado
en elecciones anteriores, cuando la alternativa se presentaba como
"nosotros o el caos". Pero, además, interpreté que se exhibía una fal-
sa debilidad en los cambios profundos que su gobierno había incor-
porado. Definitivamente, yo entendía -y así también lo entiendo
hoy- que la c~usa central que volvía imposible esa eventual crisis era
que Kirchner le había dado a la Argentina una solidez económica y
una tranquilidad social distintas. "No hace falta aventar esos miedos
para ganar una elección", dije entonces.
A Kirchner no le gustaron mis palabras. Me llamó y me lo dijo.
Me pedía que apoyara su estrategia electoral y también su discurso de
campaña. Yo entonces discutí su. visión. ¿Cómo entender que después
de seis años de gobierno todo lo que habíamos hecho pudiera desmo-
ronarse por el solo hecho de perder la mayoría parlamentaria? ¿Eran
tan frágiles los resultados obtenidos como para que un comicio diera
por tierra con ellos y nos dejara en una situación caótica?

-280-
El segundo desencuentro ocurrió cuando el juez Federico Faggio-
nato Márquez citó a Francisco de Narváez a prestar declaración inda-
gatoria en una causa en la que se investigaba el "camino de la efedri-
na". Kirchner irrumpió entonces en la escena reclamándole a su opo-
sitor que dejara de "victimizarse" y se presentara ante el juez da~do
"un ejemplo cívico y republicano".
Seriamente, nadie creía en la veracidad de semejante imputación y
en el imaginario público todas las miradas acusatorias se depositaban
en Kirchner. En su mayoría, los medios presentaron el tema como una
escandalosa operación política; el magistrado que citaba a De Narváez
acumulaba en ese momento 36 pedidos de juicio político en su contra
ante el Consejo de la Magistratura. Se sospechaba que su decisión se
correspondía con un cambio de favores con el oficialismo. "El juez está
más sospechado que el presunto acusado y presiento que esa citación
termina siendo más útil a De Narváez que al mismo Gobierno a quien
le atribuyen haber sido parte de esta operación", opiné entonces.
Lo sucedido después me dio la razón. Aquella requisitoria judicial
a De N arváez fue más útil a su contrincante que al propio Kirchner,
Un año después, Faggionato Márquez fue separado de su cargo con el
voto unánime del jury que lo enjuició. En lasentencia, se invocaron la
arbitrariedad y la pérdida de imparcialidad como causas centrales de
su remoción.
La campaña siguió desbarrancándose. Cada vez era más clara la
percepción de que el oficialismo podía perder la elección en la pro-
vincia de Buenos Aires. Las encuestas que privadamente circulaban
daban cuenta de ese deterioro, que se profundizaba en algunos impor-
tantes distritos del interior del país.
Ese clima adverso era definitivamente palpable. Aún recuerdo la
inquietud del actual presidente uruguayo José "Pepe" Mujica cuando
lo visité durante su campaña presidencial y me transmitió su sincera
preocupación por la eventual derrota de Kirchner. "¿Ese colorado
puede ganarle a Kirchner?"; preguntaba, lleno de asombro.
El 28 de junio llegó y sólo confirmó lo que muchos anticipaban.
Un día después, Kirchner renunció a la presidencia del justicialismo.
Lleno de enojo, Kirchner decía haber confiado en aquéllos que
finalmente lo habían traicionado, prefiriendo encontrar 1~ causa cen-
tral de la caída en el doble juego de una parte importante del peronis-
mo bonaerense, sin poder ver que ese doble juego precisamente se
había producido debido al deterioro de la imagen del gobierno, mar-
cado por todas las encuestas. Pero N éstor no quiso revisar si había

-281-
errores propios. Miraba hacia el interior dd peronismo bonaerense y
principalmente el accionar crítico de los medios que, a su juicio, habían
' sido determinantes en el voto de gran parte del electorado.

LA PASIÓN SEGÚN KIRCHNER

A partir de ese momento, el tiempo político se volvió arrollador. El


gobierno desató el trámite reformista del sistema que regulaba el fun-
cionamiento de los medios y en poco tiempo logró aprobar una nueva
ley. Más allá de que la norma sancionada haya desatendido aspectos
económicos centrales para el desarrollo de las empresas de comunica-
ción, nadie puede negar que su debate fue un importante aporte social
para que la ciudadanía pudiera entender el rol y la trascendencia de los
medios en la sociedad moderna. Se desnudó su condición de empresas
de negocios y fueron puestas en discusión las invocadas "objetividad" e
"independencia" a la hora de adoptar las decisiones editoriales.
Kirchner, liberado de la presidencia del justicialismo, comenzó a
moverse con la autonomía propia de un militante. Donde iba propo-
nía profundizar el debate y se ponía él mismo en el centro de la esce-
na. Carta Abierta, el programa televisivo 6-7-8 y diversos· encuentros
de militancia fueron ámbitos en los que divulgó su parecer. Mientras
lo hacía, se esforzaba por contener el éxodo de la dirigencia peronista
y asumía, tras muchas dificultades, la secretaría general de la UNASUR.
Entonces volvió a quedar de relieve su condición política. La peor
derrota sólo le había servido para insuflarle ánimo. Fue un luchador
incansable. Casi empezando de cero, se ocupó de remontar tanta adversi-
dad con el esfuerzo' físico y con sus convicciones de siempre. Esa testaru-
dez que a veces lo llevaba al error en condiciones adversas se convertía en
un maravilloso combustible para remontar la cuesta. Así era Kirchner.
Seguramente, el ritmo de trabajo que asumió fue minando poco a
poco su salud. En febrero de 2010 fue sometido de urgencia a una
cirugía de alta complejidad por una obstrucción en la arteria carótida
derecha. Siete meses después, su cuerpo le hizo un segundo llamado
de atención cuando debieron someterlo a una angioplastia coronaria.
Seguí con mucha preocupación su deterioro físico. Uno de sus
colaboradores me confió, preocupado, el ritmo alocado que caracteri-
zaba sus jornadas de trabajo, y un médico que lo atendió en su segun-
da internación me contó lo delicado de su cuadro clínico y su asom-
bro ante la displicencia con que Néstor asumía su enfermedad.

-282-
Tanto fue así que, en el segundo episodio arterial, su ansiedad por
volver a la acción lo llevó a abandonar el sanatorio antes de alcanzar el
alta médica. Los médicos, a su pedido, sólo le concedieron el "alta ins-
titucional". Era obvio que su mayor preocupación residía en partici-
par del acto que la juventud había organizado en el Luna Park antes
que lograr su recuperación. Dejó el sanatorio al anochecer de un
domingo y al anochecer del martes siguiente estaba presidiendo aquel
acto. Su mirada perdida y su singular palidez daban cuenta del enor-
me esfuerzo que estaba haciendo.
Los días pasaron. Algunos amigos contaban el dolor profundo
que le había causado a Kirchner la muerte de Mariano Ferreyra, un
joven militante del Partido Obrero asesinado por una patota de la
Unión Ferroviaria.
f4las ocho de la mañana del27 de octubre de 201Q1 sonó mi celu-
lar. Dcl oÚo Edo reconocí la voz de un amigo.
-Tengo que darte una mala noticia ... ¿Estás sentado? -me
preguntó.
No supe si estaba hablando seriamente o sólo bromeaba.
-Sí -le dije-. ¿Qué pasó?
-Se murió Kirchner -respondió sin rodeos.
Quedé mudo unos instantes. No podía ser verdad. Le pedí que me
repitiera lo que me había dicho. Y así, una vez más, volvió a anunciar-
me la muerte de Kirchner. Me contó que se había descompensado al
levantarse por la mañana y que no había podido reponerse.
-Quería que vos lo supieras -agregó. ,
Corté la comunicación y quise dudar de la veracidad de lo que
había escuchado. Pero, precisamente, debido a quien me estaba dando
la noticia, no cabía espacio para esa duda. Busqué información en los
portales de Internet pero a esa hora de la mañana nadie conocía lo
sucedido. No sabía a quién consultar porque temía que trascendiera
un dato trágico que no sabía cómo corroborar. Sólo me animé a con-
társelo a Vilma, quien al principio no lo quiso creer temiendo que
alguien estuviera haciendo una operación política. Al instante com-
prendió y quedó demudada.
Intenté hablar con Máximo, pero sólo lograba acceder a su contes-
tador automático. Después llamé a Daniel Scioli. Al oír su voz me di
cuenta de lo irreparáble. Él me confirmó lo que yo ya sabía. Nos. que-
damos conectados a la línea telefónica sin poder pronunciar palabra.
En absoluto silencio. Tras algunos segundos escuché que Daniel repe-
tía "es increíble" con una cadencia que casi lo volvía un murmullo.

-283-
Me despedí de Daniel un instante antes de que mi voz se quebra-
ra. En ese estado me desmoroné en el sillón del living de mi casa.
Recién entonces los canales de noticias comenzaron a informar que
Kirchner había sido internado de urgencia. Ninguno de ellos daba
cuenta del fatal desenlace.
Preferí salir de casa pretendiendo que la noticia oficial nunca lle-
gara. Subí a mi auto y remonté Paseo Colón sin rumbo fijo. En Ave-
nida del Libertador, mientras cruzaba Retiro, mi celular me indicaba
que me requerían algunos programas periodísticos. Entendí entonces
que ya todos conocían la noticia.
Manejé el auto como si no hubiera querido volver a mi casa. Sen-
tía que allí me esperaba la realidad que no quería ver. Giraba en cada
esquina que podía tratando de demorar mi regreso.
Cuando llegué a mi casa, reuní fuerzas y encendí el televisor.
Los canales se inundaban de imágenes de N éstor. En algunas de
ellas, yo lo acompañaba.
Osear González Oro me mandó un mensaje de texto pidiéndo-
.me que atendiera su llamada y conversáramos al aire. Accedí pen-
sando que mi llanto se había agotado y la templanza me mantendría
incólume. Pero no fue así y a poco de empezar la charla otra vez me
invadieron las lágrimas.
Esa entrevista alcanzó una difusión enorme. Muchos de los que
la habían escuchado me llamaron solidarizándose con mi pesar. Los
mensajes de texto se sucedían uno tras otro y todos ellos transmití-
an afecto.
Cerca del mediodía empezaron a llegar a casa algunos amigos con
la sola intención de hacerme más llevadero un momento tan ingrato.
Esa tarde volqué en el papel el sentimiento que me embargaba para
que algún diario lo publicara en la siguiente edición.
Pasé una mala noche. Al despertar me comuniqué con Florencio
.Randazzo y le informé que en la tarde asistiría al velatorio, en la Casa
de Gobierno. Le pedí que le transmitiera mis condolencias a Cristina
y a sus hijos y le advertí que sólo estaría presente unos instantes para
despedirme de Kirchner con un pedil muy bajo, para evitar situacio-
nes difíciles o lecturas antojadizas de la prensa.
A las seis de la tarde llegué hasta allí caminando. Vilma me acom-
pañó. También Claudia Ferreño. Juntos pudimos ver las miles de per-
sonas que esperaban para ingresar ordenadamente a la capilla ardien-
te, buscando el momento de despedirse de Kirchner y de expresarle su
solidaridad y apoyo a la Presidenta.

-284-
Al salir me estreché en un abrazo con personas con quienes habí-
amos recorrido alguna parte de esa maravillosa aventura política a la
que nos habíamos lanzado con Kirchner hacía ya más de diez años.
Recuerdo que me abracé con Marco Enríquez Ominami, quien había
llegado desde Chile para asistir a las exequias. La prensa me abordó a
la salida y respondí sólo unos instantes. Finalmente regresé, también
caminando, a mi casa.
Al llegar, recibí un mensaje de texto que solo decía: "Gracias
Alberto por venir. Alicia".
Un día después, Clarín publicó lo que yo había escrito la tarde
anterior, mi "Carta abierta por Néstor Kirchner".

"Cuando lo recuerdo, .los momentos comunes me atoran.


Las cenas compartidas en el restaurante Del Plata, el mismo en
el que solíamos cruzarnos con Raúl Alfonsín. Las mañanas en
su departamento de la calle Uruguay, revisando cómo los dia-
rios mostraban una realidad cambiante en las postrimerías de
la Alianza. Las reuniones de trabajo en mis oficinas de la ave-
nida Callao, la misma en donde escribimos con Cristina aquel
discurso que pronunció cuando Carlos Menem renunció a
protagonizar la segunda vuelta.
En mi vida personal, Néstor Kirchner ocupa un lugar de pri-
vilegio . Durante muchos años trabajamos juntos y desde enton-.
ces el cariño fue entre nosotros una suerte de común denomina-
dor. Tenía la obsesión de constituir un peronismo progresista
cansado de ser el 'ala revoltosa' de un partido casi conservador
que hasta se había animado a ser parte de la 'Internacional Libe-
ral'. Participamos del Grupo Calafate, un intento por dar testi-
monio de otro peronismo que renegaba de los indultos y las
amnistías y hasta de un plan de convertibilidad que había sumer-
gido a nuestra economía en una increíble recesión.
Una mañana de agosto de 2000, desayunando frente a la
Plaza Vicente López, me invitó a acompañarlo en la maravi-
llosa aventura de alcanzar la Presidencia.
'Si me ayudás desde Buenos Aires, me largo', me dijo. Era
tan grande la convicción que transmitía, que sólo pude decirle
que sí. Nadie creía posible que pudiéramos coronar esa empresa.
Contra los pronósticos, se convirtió en Presidente. Con un
apoyo inicial precario debido a un balotaje frustrado, fue cons-
truyendo su poder haciendo aquello que la gente esperaba que

-285-
hiciera. Entonces promovió cambios en el máximo tribunal
del país, sentó a los genocidas en el banquillo, sacó a la econo-
mía del default en el que estaba atrapada y hasta saldó íntegra-
mente la deuda con el FMI.
La historia dirá que N éstor Kirchner fue ese presidente revul-
sivo que se animó a trastocar todas las lógicas de la democracia
desde el instante de su recomposición. Fue esa osadía, determina-
da por convicciones muy férreas, la que lo impulsó a hacer lo que
sonaba imposible para la cultura política de entonces.
Aprendí a su lado cómo debe administrarse racionalmente
la cosa pública. Me enseñó que toda decisión es fácil de tomar
cuando encuentra fundamentos sólidos basados en la convic-
ción propia. Comprendí que es también parte de la mejor polí-
tica intentar que lo imposible se vuelva viable y, cuando algu-
na vez me pregunté si no estábamos jugando en exceso, me
tranquilizó: ¿para qué queríamos gobernar si no. era para cam-
biar esta realidad?
Terminó protagonizando batallas que no llegué a entender
y por eso mismo tomé distancia de esas decisiones. Cuando
algunas diferencias habían asomado entre nosotros, me recri-
minó amargamente mis críticas. '¿Pero, no me enseñaste que
no debemos renunciar a nuestras convicciones?', le retruqué
mientras su mirada me penetraba con resignación.
Cuando ayer, alguien me dijo del otro lado del teléfono que
Néstor se había ido, un enorme vacío acabó por atraparme.
Entendí entonces que un amigo se había marchado y que
al dejarme me estaba transmitiendo una última enseñanza: si la
muerte te alcanza cargando la mochila de tus convicciones,
habrá tenido sentido tu vida."

La muerte de Kirchner despertó en la sociedad argentina la nece-


sidad de un reconocimiento que no le había brindado en sus últimos
meses de vida. Su imagen positiva casi se duplicó de un día para el otro
por la sola razón de su deceso.
Tuve una ambigua sensación ante esa realidad. Tal vez exista en los
argentinos una valoración mágica de la muerte y, ante la ausencia eter-
na, reconozcamos en las personas virtudes que en vida les negamos.
¿Acaso no sucedió lo mismo con Raúl Alfonsín el día de su desapari-
ción física? Si eso es así, habrá que aceptar que entre nosotros la muer-
. te parece tener la capacidad de revertir fantásticamente amores y odios.

-286-
Pese a ello, quiero pensar que no es la muerte la que logra tamaña
reversión de los afectos. Prefiero creer que es el ímpetu que caracteriza
la vida de los argentinos, que sólo se amansa ante la pérdida irreparable.
Entonces, las descalificaciones merman y le abren una puerta a la valo-
ración reflexiva. Sólo así encontramos virtudes en aquellos que mueren,
los mismos a los que en vida nuestra vehemencia ha maltratado.

-287-
3

REFLEXIONES
FINALES
REFLEXIONES FINALES

"Aquí acostumbramos a jerarquizarnos por orden de frustración".


La frase es un verso de una vieja canción que Fito Páez alguna vez .
dedicó a quien pudiera ser su hijo. Fue conocida en los albores de esta
moderna dem:ocracia y describía de un modo sorprendente el ánimo
social que en ese momento contagiaba a los argentinos.
El restablecimiento de la república generó entre nosotros enormes
expectativas y muchos confiaron en que, a partir de allí, podríamos
emerger del cúmulo de desdichas en las que nos había hundido la más
cruel de las dictaduras. Eran los días en que Raúl Alfonsín, conocedor
de esas esperanzas sociales, anunciaba que con la democracia se podía
comer, educar y hasta curar.
Los años siguientes no corroboraron esa afirmación y, aun cuan-
do demostraron que la democracia propiciaba un mejor escenario para
lograr el desarrollo, su mera vigencia se exhibió insuficiente para, por
sí sola, impulsar las transformaciones que lo permitieran.
Las dos décadas iniciales de esa democracia -grosso modo, 1980 y
1990- no resultaron alentadoras en términos de conquistas económi-
cas y sociales.
A la primera, algunos ensayistas la calificaron como "la década
perdida". Fue en'ese lapso cuando, luego de los históricos juicios a las
·juntas militares, las leyes de impunidad favorecieron la libertad de
mu,chos genocidas y cuando nuestro endeudamiento externo creció en
un marco económico inflacionario de extrema gravedad. Aquellas
expectativas con las que habíamos iniciado la década terminaron con-
vertidas en un enorme desengaño que nos hizo sentir que habíamos
"rifado" una gran oportunidad para avanzar.

-291-
En América Latina, y también en la Argentina, la renovación de
los mandatos presidenciales de la década de los 90 se caracterizó por
las críticas severas lanzadas contra los planes neoliberales. Con esos
discursos que denunciaban el crecimiento de la pobreza y la margina-
lidad alcanzaron la presidencia Carlos Andrés Pérez en Venezuela;
Jaime Paz Zamora en Bolivia; Fernando Color de Mello en Brasil;
Alberto Fujimori en Perú y Carlos Menem en Argentina. Todos ellos
tuvieron algo en común: uria vez que fueron electos, asumieron como
propio el programa conservador que antes habían criticado. ces¡ hubie-
ra dicho lo que iba a hacer, nadie me habría votado", confesó Carlos
Menem con una impudicia que hoy provocaría más que asombro.
En nuestro país, los años que sobrevinieron marcaron la necesidad
de poner fin a una inflación galopante, en el marco de un modelo eco-
nómico que prescindió de la moneda, debilitó nuestra competividad
en un mundo que se globalizaba, quebró el sistema productivo, pre-
carizó el trabajo tras la falsa excusa de la eficiencia y facilitó un desem-
pleo creciente que determinó la debacle social. A ese tiempo, muchos
lo recordaron como cela segunda década infame".
Cuando el siglo xx llegó a su fin, millones de argentinos creye-
ron encontrar una alternativa transformadora en la Alianza, que
tanto había combatido la corrupción menemista y sus políticas eco-
nómicas. Pero apenas dos años después todo quedó convertido en
un nuevo naufragio.
"Aquí acostumbramos a jerarquizamos por orden de frustración"
pudo haber vuelto a escribir entonces Pito Páez con muchos y mejo-
res argumentos. Habría sumado veinte años de nuevos desencantos.
En la primera década del siglo XXI, la Argentina evolucionó nota-
blemente. Nadie puede negar que, tras la crisis que selló el fin de la
convertibilidad y la emergencia que le tocó gobernar a Duhalde, nues-
tro país atravesó una etapa de formidable desarrollo. Esa recuperación
no sólo fue económica sino también política y social.
Lo que finalmente se conoció como kirchnerismo cobró vida en
ese momento en el que una sociedad descreída de la política buscaba
el desarrollo en un marco plural y socialmente más equilibrado.
Néstor Kirchner siempre entendió la trascendencia de la políti-
ca. Creía que era la herramienta idónea para concretar transforma-
ciones sociales. Criticó la banalidad de la dirigencia y reclamó a los
suyos la compostura que no tenían los que exhibían su superficiali-
dad ante una sociedad desesperanzada. Si algo detestq en su vida fue
la frivolidad. Trabajó incansablemente para hacer que la política

-292-
fuera observada social~ente como un acto de servicio antes que
como un espectáculo baladí. ·
Con sus propuestas, trascendió todas las fronteras partidarias.
Convocó argentinos que, más allá de sus filiaciones, pretendían cons-
truir el mismo país que nosotros soñábamos. En esa apertura estaba su
vocación plural y desde allí protagonizó una batalla colosal contra el
discurso único entonces instituido.
El debate estuvo en la esencia misma del kirchnerismo. No sólo
sirvió para confrontar con pareceres contrarios; existió, fundamental-
mente, para dejar en evidencia la falacia del imposibilismo imperante
y para ·demostrarnos que en nosotros mismos residía la capacidad de
cambiar. Con la fuerza de un discurso simple y llano, dejó sin amparo
muchos alegatos que entonces dominaban el escenario público.
La necesidad social de la discusión pública era tan evidente que ni
siquiera Kirchner se animaba a plantear la suya como la única opinión
autorizada. "Con mis verdades relativas, en las que creo profunda-
mente pero sé que se deben integrar con las de ustedes para producir
frutos genuinos, espero la ayuda de vuestro aporte", dijo el día en que
asumió la Presidencia.
Pese a todo, con el correr del tiempo, esa vocación plural fue per-
diendo fuerza y el debate adquirió formas de disputa profunda.
El "voto no positivo" de Cobos dinamitó la transversalidad y nos
retrotrajo a un diseño más primitivo y cerrado en el que sólo tuvieron
cabida los disciplinados antes que los leales. "No me importa lo que
pienses o hayas hecho, me importa que ahora hagas lo que yo orde-
no", diría la nueva regla impuesta en forma mucho más verticalizada.
Y así los debates tienden a ser truncos y unidireccionales, y cualquier
mirada alternativa justifica la exclusión. Aquel frente transversal y
plural, en el que convivieron peronistas, radicales, socialistas e inde-
pendientes, acabó convertido en una acumulación de sellos partidarios
gobernados solamente por cierto sentido de la oportunidad.
Ahora corremos el riesgo de que un nuevo discurso único se esta-
blezca entre ·nosotros. Es cierto que conceptualmente es una expresión
renovada respecto de aquélla que tanto combatimos en la segunda
mitad de la década del 90, pero, en cualquier caso, ambas exhiben un
elemento común: el destrato y la descalificación hacia quienes reflejan
pensamientos diferentes del que oficialmente se impulsa.
La ·posibilidad de revisar el presente tiende a clausurarse por
esta vía. Los diversos matices políticos que confluyeron inicialmente

-293-
han ido virando hasta hacer que en la fotografía prevalezca una
tonalidad uniforme.
También la gestión económica varió para volverse más lábil. La
economía empezó a acomodarse a nuevas exigencias derivadas del
contexto internacional y a los nuevos mandatos políticos.
En el comienzo, Kirchner había definido un modelo de desarrollo
económico preservando cinco recaudos centrales que operaban en el
ámbito fiscal y que se respetaron como una suerte de mandato bíbli-
co: 1) no hay desarrollo cuando se gasta más de lo que ingresa. El défi-
cit público sólo condiciona negativamente a la política. Quien gasta lo
que no tiene no puede sentirse artífice de su futuro. El superávit fiscal
debe estar siempre asegurado; 2) comercialmente, en un mundo glo-
balizado, es necesario trabajar para que ingresen divisas como resulta-
do de nuestras ventas (exportaciones), en un número superior a las
que egresan con motivo de nuestras compras (importaciones); 3) para
garantizar la colocación de nuestros bienes y servicios en el exterior,
es primordial que el Estado intervenga para que el valor de la divisa
(dólar gerenciado) haga competitiva nuestra capacidad de producir
frente a otros operadores transnacionales; 4) la deuda es un fuerte con-
dicionamiento para el desarrollo. Quien carga con importantes pasi-
vos difícilmente encuentre un camino que le permita crecer con auto-
nomía, pues la presión de los acreedores limita, y mucho, el campo
decisional. Bajar la deuda pública (desendeudamiento) es un imperati-
vo si es que aspiramos a desarrollarnos sin imposiciones externas; y, 5)
para poder decidir libremente es imprescindible mejorar nuestra apti-
tud para atesorar recursos (acumulación de reservas). Con recursos
disponibles, nuestra capacidad de acción se amplía notoriamente pues
no requerimos del auxilio de terceros para afrontar nuestras obliga-
ciones y emprender nuestros proyectos.
Esta suerte de pentálogo, propuesto por Kirchner y respetado a
rajatabla a lo largo de todo su mandato, evidencia la racionalidad
que dominó sus años de gestión. Para algunos, esas reglas reflejaban
una visión ortodoxa del manejo de la economía. Para nosotros, sólo
eran la imposición del sentido común en la administración de la
cosa pública. En la Argentina, ver gobernar a un presidente que
reclamaba la mínima condición de no gastar más que lo que ingre-
saba representaba un hecho cuanto menos novedoso. Tan llamativo
como acumular reservas y saldar deudas en un país que antes había
dilapidado sus activos y dejado crecer su endeudamiento hasta el
instante mismo qe su quiebra.

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Esas cinco reglas no fueron un fin en sí mismo. Siempre actuaron
como instrumentos que, bien usados, facilitarían el desarrollo tan
anhelado. El superávit fiscal se alcanzó con ahorro y mayor presión
tributaria sobre los sectores de la economía más aliviados y sin ajustar
el ingreso de los más débiles como hasta entonces había ocurrido.
Nuestros acreedores se resignaron a recuperar sólo el25 por ciento de
sus acreencias cuando advirtieron nuestra decisión política de no
seguir afectando recursos al pago de la deuda y en desmedro del tra-
bajo y la producción interna.
Del mismo modo que la política establecía cómo mejorar los
ingresos, también disponía cómo aplicar los recursos excedentes. Y
así, cuando pudimos acumular ahorros, los destinamos al mejora-
miento de la infraestructura productiva (caminos, energía) y social
(viviendas, cloacas), y no nos preocupamos por cubrir intereses de una
deuda impagable sino por mejorar el financiamiento de la seguridad
social y de la educación.
La administración de Cristina siguió declamando el respetuoso
acatamiento de las cinco reglas, aun cuando en la realidad fue descui-
dándolas poco a poco.
Así, los llamados "superávits paralelos" lentamente entraron en
crisis. La Argentina fue comprometiendo su equilibrio fiscal aunque
-ha podido sortear el riesgo del déficit aprovechando el efecto genera-
do por la nacionalización de los fondos de pensión. A su vez, la balan-
za comercial se deterioró cada vez más a partir de la crisis global desa-
tada tras la caída de Lehmann Brothers, aun cuando el gobierno
impulsó una serie de medidas restrictivas para la importación.
El país ha sufrido, además, una sostenida salida de divisas que ha
impedido el crecimiento de las reservas monetarias. El Banco Central
atesora hoy prácticamente la misma cantidad de recursos que registraba
en diciembre de 2007. Si bien es cierto que se han utilizado las reservas
para hacer frente a obligaciones externas en un marco signado por la
permanente fuga de divisas, debemos tener en cuenta que durante el
gobierno de Cristina Kirchner escaparon del sistema más dólares qu'e
los que la Argentina acumula en concepto de reservas monetarias.
Finalmente, aunque se cumplieron todos los pagos originados en
la deuda externa, el proceso de desendeudamiento se paralizó. El com-
promiso con el Club de París, el único que Cristina recibió en condi-
ciones de incumplimiento, hasta hoy no ha logrado regularizarse.
Seguramente, la zozobra permanente en que vive el mundo central
desde noviembre de 2008 ha colaborado para complicar nuestra realidad

-295-
económica. Una serie de políticas activas, dispuestas en su momen-
to por el gobierno, permitieron recuperar el crecimiento tras una
leve caída del PBI. Pero es necesario advertir que todas esas medidas,
destinadas a favorecer el consumo local, impulsaron la demanda de
tal modo que, ante una oferta constante, la suba de los precios no
pudo ser controlada.
La Argentina tiene allí un problema irresuelto.
¿Cómo actuó Kirchner durante su gestión cuando detectó el
problema inflacionario en un escenario político diferente? Él perso-
nalmente negoció con los diferentes sectores de la producción,
comprometiéndolos a contener los precios. Así, firmó incontables
acuerdos que permitieron controlar el problema durante los años
1
2006 y 2007¡Después, creyó ver errores en las estadísticas estatales
y amparó un cambio en los sistemas de medición inflacionaria. Aun
así, buscó una solución de fondo acorde con su lógica heterodoxa:
creó una agencia destinada a buscar inversores capaces de mejorar la
competencia entre los oferentes.
El gobierno de Cristina actuó de manera distinta. Simplemente
negó el problema con la perspectiva de que en algún momento la
situación podría revertirse. Convencida de que los precios aumenta-
ban por "expectativas", supuso que, evitando hablar del conflicto,
ayudaba a superarlo. Sin embargo, el efecto logrado con ese proceder
no fue el buscado y la pasividad del gobierno no alcanzó para tran-
quilizar los mercados y terminar con la incertidumbre.
No existe en el gobierno de Cristina un flanco más débil que ése.
Para algunos, esa actitud se exhibe como un gesto de tozudez que nie-
ga lo evidente. Para otros, revela una desaprensión frente a un proble-
ma de envergadura que descalifica la calidad de su administración. La
versión oficial dice, en cambio, que la inflación no es un problema
para los argentinos.
1t:En consecuencia, uno podría admitir la existencia de dos tiempos
en el proceso iniciado en mayo de 2003.
En el primero, el objetivo central fue ordenar el escenario político
y económico. Devolverle a los argentinos una perspectiva de creci-
miento con dignidad y equidad implicó hacer mucho más que ordenar
una economía quebrada. Reclamó también fijar nuevas reglas con un
Estado mucho más activo. El congelamiento de las tarifas de servicios
públicos, por ejemplo, fue una muestra gestual de ese Estado que
imponía a quienes habían obtenido enormes ganancias en los años
anteriores el deber de aliviar a los usuarios en la crisis.

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En esa etapa inicial, se concentran la mayor parte de los éxitos del
modelo kirchnerista. Allí, entre otras muchas cosas, se resolvió el juz-
gamiento del genocidio, se jerarquizó a la Corte Suprema, se sacó a la
economía del default y se ordenaron las cuentas públicas. Todas esas
decisiones se convirtieron en sólidos pilares hasta el presente.
El momento ulterior tuvo otras características. Estuvo signado por
dificultades que se iniciaron a los pocos días de que asumiera Cristina,
cuando se desató un enorme conflicto con Estados Unidos a raíz de las
investigaciones sobre Guido Antonini Wilson, luego de que éste pre-
tendiera ingresar por la Aduana una valija -que fue incautada- con
ochocientos mil dólares no declarados. Después sobrevinieron el con-
flicto rural, el derrumbe financiero global y la derrota electoral de 2009.
Esta etapa se cerró dramáticamente con la muerte de Néstor Kirchner.
Aunque la gestión de Cristina mantuvo una mayor laxitud en el
manejo económico, nadie puede negar que adosó al proyecto una
importante fortaleza política. Ella tuvo el enorme mérito de haber
impulsado también transformaciones que lo "políticamente correc-
to" recomendaba no hacer. Es cierto que, en muchos de esos casos,
esas innovaciones se llevaron a cabo en climas de fuerte tensión
social. Pero, en cualquier caso, el mayor impulso a la ciencia y a la
tecnología, la estatización de los fondos de pensión, el debate desa-
tado en torno a la regulación sobre el funcionamiento de los medios
audiovisuales, el matrimonio igualitario y el otorgamiento de la
asignación universal por hijo han representado un cambio sideral en
las lógicas políticas de la Argentina. Todos estos logros explican en
gran parte el fuerte apoyo popular para su reelección.
Aún no se ve con claridad qué es lo que nos deparará la tercera fase
del proceso. Sería ideal que operara como síntesis de las precedentes
para sumar, a la disciplina fiscal y al impulso económico del inicio, el
coraje transformador de la segunda etapa.
Pero también sería importante revisar los vicios que el modelo ha
generado y entender que es imperioso acabar con el discurso único
impuesto. Ya es hora de abrir un debate fraRco que sirva para solidifi-
car lo hecho y apuntalar lo que se hará. Contrariamente a lo que
muchos creen, no es la subordinación lo trascendente porque ningún
sometimiento perdura en el tiempo. "La obediencia es el instinto de
las muchedumbres; el motín es su reflexión", dijo alguna vez Napole-
ón. La política no consiste sino en lograr el concurso de las volunta-·
des y por ello lo verdaderamente trascendente reside en la convicción
y el compromiso de quienes acompañan.

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En una realidad cambiante, es necesario entender las mutaciones y
encontrar nuevos fundamentos conceptuales para poder hacer frente a
los nuevos desafíos sin alterar los valores. En este "pantano global" en
el que se ha convertido el mundo, es difícil fundar un modelo alterna-
tivo de crecimiento sobre meras consignas coyunturales o elecciona-
rias. Esa práctica se relaciona más con la publicidad que con la políti-
ca, y son los jóvenes los que más la captan. El riesgo radica en que,
cuando la publicidad prevalece, la política se deteriora. A la publicidad
no le importa convencer, sólo le preocupa vender un producto sin
atender que la política no es precisamente una mercancía. La política
perdura mientras que la publicidad es efímera. "Ya nadie va a escuchar
tu remera", preanuncia, fatal, el título de un tema del rock nacional.
Con una economía más estabilizada y una sociedad más tolerante
y plural, el desafío argentino se centrará en acceder definitivamente a
la modernidad. Ello no significa aceptar el "fin de la historia" o negar
la existencia de las ideologías, como algunos pretenden simplificar.
Implica, sí, asumir el desafío que el presente nos impone para poder
progresar en un mundo que se centraliza apropiándose del conoci-
miento y de la tecnología.
Entender nuestra historia como enseñanza, asumir el presente
como parte de un mundo en crisis y concebir, definitivamente, que la
construcción de nuestro destino está en nuestras manos, es lo que pue-
de impulsarnos hacia el progreso.
Es posible hacerlo. Cuando lo logremos, ya no correremos el ries-
go de jerarquizamos por orden de frustración.

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Índice

Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

·Introducción
1883 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15

1. Haz tu mente al invierno del sur 23


2. El arribo de Kirchner a la escena nacional ............... . 37 -
3. El candidato ........................................ . 63
4. "Vengo a proponerles un sueño" ....................... . 89
S. "Proceda" ....· ................. : .................... . 103
6. La relación con el FMI ............................... . 115
7. Hacia una justicia más justa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 129
8. De Lavagna a Moreno ................................. 141
9. La Argentina de Kirchner en el mundo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 159

JI
,,t
1. El porqué de Cristina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181
2.La125 .............................................. 193
3. Nosotros y la prensa .................................. 223
4. Los intelectuales y los jóvenes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 245

III

1. Me voy ............................................. 261


2. Tiempo de descuento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 275
3. Reflexiones finales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 289
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