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Índice
3 Psicoanálisis
4.1 Investigación
6 Véase también
7 Notas y referencias
8 Bibliografía
9 Enlaces externos
9.1 Documentales
Introducido en la lengua francesa hacia 1860 (con la significación de vida inconsciente) por el
escritor suizo Henri Amiel (1821-1881), fue admitido en el Dictionnaire de l'Académie française
en 1878. Desde la Antigüedad, la idea de la existencia de una actividad que no fuera la actividad
de la conciencia siempre dio lugar a múltiples reflexiones. Pero se le debió a René Descartes
(1596-1650) el principio de un dualismo cuerpo/mente que llevaba a hacer de la conciencia (y
del cogito) el lugar de la razón, opuesto al universo de la sinrazón. El pensamiento inconsciente
apareció entonces domesticado, sea para integrarlo a la razón, sea para rechazarlo a la locura.
A lo largo del siglo XIX, desde Wilhelm von Schelling (1775-1854) hasta Friedrich Nietzsche
(1844-1900), pasando por Arthur Schopenhauer (1788-1860), la filosofía alemana adoptó una
visión del inconsciente opuesta a la del racionalismo y sin relación directa con el punto de vista
terapéutico de la psiquiatría dinámica. Subrayó el lado nocturno del alma humana y trató de
hacer emerger el rostro tenebroso de una psique enterrada en las profundidades del ser. Sobre
este horizonte se desplegaron los trabajos de la psicología experimental, la medicina y la
fisiología: pensamos en Johann Friedrich Herbart, Hermann von Helmholtz, Gustav Fechner,
Wilhelm Wundt (1832-1920) e incluso Carl Gustav Carus (1789-1869).
Para entender este tipo de investigación, una distinción tiene que ser hecha entre procesos
inconscientes y la mente inconsciente (los neurocientistas suelen examinar más los primeros).
La mente inconsciente y sus contenidos psicoanalíticos supuestos34 5678 también difieren de
la inconsciencia, el coma, y el estado mínimo de conciencia. La diferencia en el uso de los
términos puede ser explicada, hasta cierto grado, por las diferentes hipótesis sobre el sujeto.
Una conjetura tal es la teoría psicoanalítica.9
Psicoanálisis
La historiografía experta, desde Lancelot Whyte hasta Henri Ellenberger, ha demostrado que
Freud no fue el primer pensador que utilizó el término inconsciente para designar un concepto
de su teoría. Sin embargo, fue él quien terminó por convertirlo en uno fundamental para su
disciplina, asignándole una significación muy distinta de la que le atribuían sus predecesores.
Partiendo del concepto de inconsciente de la filosofía alemana de principios del siglo XIX y que
el científico Eduard von Hartmann había recapitulado en su obra Filosofía del inconsciente,
aparecida en 1868, Freud define el inconsciente de una manera completamente original que ya
no es simplemente lo opuesto al consciente: El inconsciente freudiano es una noción tópica y
dinámica; es un sistema psíquico que tiene contenidos y que posee mecanismos que se pueden
describir como específicamente inconscientes; es un sistema que se rige por leyes y posee una
economía de energía que le son propias.
La observación de la vida normal de vigilia parecía validar esa concepción clásica del
inconsciente. Pero el análisis de las formaciones psicopatológicas de la vida cotidiana y del sueño
había hecho aparecer al inconsciente como "una función de dos sistemas muy distintos". En
adelante, junto al consciente había que concebir dos tipos de inconsciente, ambos inconscientes
en el sentido descriptivo, pero muy distintos en cuanto a su dinámica y al devenir de sus
contenidos: los del inconsciente propiamente dicho no podían llegar nunca a la conciencia,
mientras que los contenidos del otro, denominado por tal razón preconsciente, alcanzaban la
conciencia en ciertas condiciones, sobre todo después de pasar el control de una forma de
censura.
Dentro de la primera teoría de Freud acerca de la constitución del aparato psíquico, que también
se suele denominar "la primera tópica freudiana", el inconsciente designa uno de los tres
sistemas psíquicos que conforman el psiquismo (los otros dos son el consciente y el pre-
consciente). El sistema inconsciente está constituido en gran parte (pero no solamente) por
contenidos reprimidos a los que se les ha impedido el acceso a la conciencia, justamente por
obra del mecanismo de la represión. El contenido del inconsciente son los "representantes
psíquicos" de las pulsiones. Estos representantes, al estar investidos con energía pulsional,
buscan permanentemente abrirse paso hacia la consciencia, en lo que se denomina retorno de
lo reprimido. La única manera en que logran acceder al sistema preconsciente y a la consciencia
es a través de formaciones de compromiso, procurando el máximo de satisfacción pulsional,
pero logrando burlar la censura.
A partir de la segunda tópica freudiana, vale decir, del momento en que Freud define las
instancias psíquicas ello, yo y superyó y debido a que las tópicas se superponen parcialmente,
es decir, dado que no existe una correspondencia unívoca entre estas instancias psíquicas y los
tres sistemas definidos en la primera tópica (porque hay partes del yo y del superyó que son
igualmente inconscientes que el ello) "inconsciente" pasa a tener una función más bien
calificadora, adjetiva.
Es en 1920 cuando Freud hace un viraje en su teoría, más precisamente, con su texto titulado
Más allá del principio de placer. En dicho texto Freud profundiza en los desarrollos
metapsicológicos que ya había asomado en algunas obras anteriores, y da un sentido
filogenético a las oposiciones consciencia-inconsciente, yo-instintos, principio del placer y
principio de realidad. Las pulsiones dirigidas en el sujeto a la obtención de placer o evitación del
dolor, que Freud había identificado desde los inicios del Psicoanálisis, adquieren un sentido
diferente a partir de la verificación de su convivencia funcional con pulsiones radicalmente
opuestas, esto es, destructivas y autodestructivas. Los impulsos sexuales son expuestos en esa
dualidad constitutiva de fuerzas orientadas por el principio del placer al mismo tiempo que
fuerzas contrarias a la supervivencia. El yo, guiado por el principio de realidad, a la luz de lo que
Freud llama ananké (escasez), es definido como la formación de un psiquismo superior
resultante y comprometido con la reformulación y desviación de las demandas instintivas hacia
formas menos peligrosas o destructivas, mediante dos procesos básicos: la represión y la
sublimación. La represión de los instintos pasa, por tanto, a ser la condición necesaria (o
históricamente adoptada, como señalará H. Marcuse en su Eros y civilización) para la
supervivencia de la especie, en virtud de esa dualidad creación-destrucción a la que Freud
denominará Eros y Tánatos, y que constituiría el ciclo general de la vida y de la existencia de
todas las cosas. Esta metapsicología será retomada y afinada hasta delinear con bastante
precisión los ejes de una teoría antropológica, en su posterior obra El malestar en la cultura.
Por otro lado, la guerra recientemente desatada abre la pregunta sobre una fenomenología
particular: las neurosis de guerra. El hecho que le llama la atención a Freud es que aquellos que
han estado en situaciones traumáticas, tales como haber estado en el frente de batalla, sueñan
reiteradamente con la situación traumática, es decir que una y otra vez se representa en los
sueños la vivencia traumática. Freud se pregunta cómo se puede articular este fenómeno con la
tesis por él planteada de que el sueño es un cumplimiento de deseo. A esta altura de su teoría
Freud ya tiene definido el concepto de fijación de la pulsión. Hay algo propio de la pulsión que
es traumático. Esto le posibilita pensar un inconsciente no todo reprimido, solo le resta
conceptualizar el cambio de meta, es decir el displacer como meta. Cuestión que teoriza en 1923
en su texto El problema económico del masoquismo.
En Esquema del psicoanálisis (1940 [1938]), Freud ubica el punto de partida para la investigación
de lo propiamente anímico en el hecho de la conciencia, que, a pesar de las dificultades que se
encuentran al intentar explicarlo, a nadie ofrece dificultades a la hora de representarse uno lo
que tal concepto designa por la sencilla razón de que no es ajeno a la experiencia cotidiana de
nadie. El autor critica al conductismo por haber pretendido construir una psicología sin tomar
en consideración a la conciencia. Para Freud, sin embargo, la conciencia tampoco comprendería
el campo íntegro de lo psíquico y, según su parecer, no sería acertado creer que la única tarea
de la psicología radicaría en la distinción entre percepciones, sentimientos, procesos cognitivos
y actos de la voluntad en calidad de diferentes especies de fenómenos psíquicos. Tales procesos
provistos de la cualidad de ser asequibles a la conciencia no constituyen un continuum fluido y
completo, y habría quienes abogaran por hipótesis de un mayor grado de perfección en las series
somáticas de las que aquellos serían correlato, pues, mientras que a todo fenómeno consciente
le correspondería uno fisiológico concurrente, no sería cierto lo contrario. De dicha postura
resultaría lícito extraer el corolario de que la psicología debería hacer hincapié sobre aquellos
procesos somáticos, llegando incluso a discernir en los mismos lo genuinamente psíquico. Sin
embargo, según Freud, tal parecer iría en contra de los postulados defendidos por la mayoría de
los filósofos, quienes descalificarían como un contrasentido la idea de algo psíquico
inconsciente.11
Ese es precisamente uno de los fundamentos de la teoría analítica, que acepta que “esos
procesos concomitantes presuntamente somáticos son lo psíquico genuino”, pese a que la
conciencia no tenga acceso a ellos. También Theodor Lipps habría sido partidario de esa
concepción. La psicología de la conciencia no habría sido capaz de ir más allá de esas series
plagadas de lagunas ―y que, por lo mismo, serían reflejo de algo de otro orden―, pero el
reconocimiento de que lo anímico es esencialmente inconsciente habilitaría, en las palabras de
Freud, a “configurar la psicología como una ciencia natural entre las otras.” Los fenómenos que
se han constituido como su objeto de estudio estarían sometidos a legalidades susceptibles de
ser descubiertas. Esta tarea requeriría de la construcción de conceptos e hipótesis que
permitirían aproximar el estado de la ciencia al conocimiento de lo real y que se hallarían sujetos
a modificaciones y rectificaciones, así como a ser definidos de manera más precisa, conforme la
acumulación de experiencia lo fuera posibilitando. Freud es de la opinión de que resultaría
admisible que los conceptos basales de una disciplina en nacimiento ―cabría mencionarse el de
“pulsión” para el caso del psicoanálisis― adolezcan en un principio de definiciones
imperfectas.12
No cabe esperar, sin embargo, que uno u otro contenido se encuentre definitiva e
irrevocablemente asociado a alguna de estas tres cualidades: lo preconsciente llegará a la
conciencia sin auxilio del psicoanalista, mientras que lo genuinamente inconsciente la alcanzará
tras el vencimiento de potentes resistencias y gracias al trabajo emprendido en un análisis. Freud
advierte que el haber colegido uno, en calidad de psicoanalista, el contenido correspondiente a
determinada laguna mnésica de un individuo y su comunicación a él no implica que el material
inconsciente reprimido en él del que se trate haya adquirido de pronto el carácter de consciente,
puesto que, al menos en un principio, tal contenido estará simultáneamente presente entre sus
representaciones conscientes ―bajo esta forma se es recibida la reconstrucción brindada por el
analista― y entre las inconscientes. No es sino más tarde que, idealmente y por medio del
trabajo terapéutico, queda zanjada la brecha entre unas y otras. La fuerza de la resistencia que
se opone a tal logro dependerá del caso particular. Tanto es así que el devenir consciente de
ordinario trabajosamente obtenido por medio del tratamiento puede, de igual modo, tener
lugar de forma espontánea. Sucede principalmente en los estados psicóticos que cierto material
destinado a permanecer inconsciente alcanza de pronto el estado de preconsciente y de allí
tiene expedito el acceso a la conciencia, de suerte que la conservación de determinadas
resistencias presta importantes servicios a la normalidad psíquica, dentro de cuyos límites,
empero, se admite una acusada laxitud resistencial durante el dormir, con el consecuente
afloramiento de material inconsciente y la instauración de las condiciones propicias para la
producción de sueños. Contrariamente, el olvido pasajero impide que a un contenido
regularmente preconsciente le resulte posible acceder a la conciencia; el chiste tiene por
condición que un pensamiento susceptible de conciencia devenga transitoriamente
inconsciente. La contracción de perturbaciones neuróticas debe mucho a tales transposiciones
de lo preconsciente en inconsciente.14
El funcionamiento de lo inconsciente
Las reglas que gobiernan la lógica no operarían en lo inconsciente, que queda definido como “el
reino de la alógica”. Afanes y tendencias antagónicos conviven allí a veces sin suscitar el menor
conflicto por no influirse recíprocamente, otras provocando uno en el que, sin embargo, no se
toma partido por ninguna opción en particular, sino que estas se funden en un compromiso de
la más absurda constitución por poner lado a lado exigencias inconciliables. Esto guarda
estrecho vínculo con que los opuestos, lejos de mantenerse apartados, son tomados como si
fueran una y la misma cosa: así, cada elemento del contenido manifiesto del sueño puede figurar
precisamente a su contrario. Para dar fuerza a su tesis, Freud argumenta que eso también
ocurría en las lenguas arcaicas: en un inicio, los conceptos de “fuerte” y “débil”, “claro” y
“oscuro”, y “alto” y “profundo” pudieron haber sido designados a través de la misma raíz. Incluso
en latín altus tendría el valor de “alto” y de “profundo”, mientras que sacer referiría tanto a
“sagrado” como a “impío”.15
Investigación
Por ejemplo, una línea de investigación extensa conducida por Hasher y Zacks18 ha demostrado
que individuos registran información acerca de la frecuencia de eventos automáticamente (p.e.,
fuera de la toma de conciencia y sin captar fuentes de procesamiento de información
conscientes). Es más, los perceptores lo hacen inintencionalmente, realmente
"automáticamente", sin importar las instrucciones que recibieron, y sin importar los objetivos
de procesamiento de información que tengan. Interesantemente, la habilidad de
inconscientemente y con relativa exactitud contar la frecuencia de eventos parece tener poca o
ninguna relación con la edad del individuo,19 educación, inteligencia, o personalidad, por lo
tanto puede representar uno de los bloques fundamentales de orientación humana en el medio
ambiente y posiblemente la adquisición de conocimiento procedural y experiencia, en general.
Gramáticas artificiales
Otra línea de investigación temprana sobre procesos inconscientes fue iniciada por Arthur
Reber, usando la llamada metodología "gramática artificial". Esa investigación reveló que
individuos expuestos a palabras nuevas creadas por complejos sets de reglas "gramáticas"
artificiales y sintéticas (p.e., GKHAN, KHABT...), rápidamente desarrollaron una especie de
"sentimiento" por esa gramática y subsecuente conocimiento de trabajo sobre esa gramática,
como fue demostrado por su habilidad para diferenciar entre nuevas palabras gramáticamente
"correctas" (p.e., consistente con las reglas) e "incorrectas" (inconsistentes).
Ineteresantemente, esa habilidad no parece ser mediada, o siquiera acompañada por el
conocimiento declarativo de las reglas (p.e., la habilidad para articular como distinguen entre
las palabras correctas e incorrectas).
En la tradición cognitiva, los procesos no mediados por toma de conciencia son referidos como
"no conscientes". Este término, pone énfasis en la naturaleza puramente descriptiva y empírica
del fenómeno (una calificación de simplemente "no ser consciente") en la tradición de la
investigación cognitiva.