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Artículo escrito para Predicación EXPOSITIVA.

Por Álex Figueroa

Se ha vuelto un lugar común en el contexto evangélico el pensar que la


espontaneidad y la improvisación tienen algo de espiritual. En otras palabras, se
cree que un culto, una oración o una predicación son más espirituales si son
espontáneos, ya que así se “deja lugar al Espíritu Santo”.

Como contrapartida, se tiende a relacionar el orden y la preparación con “apagar


el Espíritu”, con limitarlo e impedir que se exprese plenamente y como Él quiera
obrar.

Sin embargo, pese a que esta idea es muy común, no proviene de la Escritura.
Consideremos que el Apóstol Pablo, hablando de cómo debe realizarse una
reunión congregacional, señala: “hágase todo decentemente y con orden” (1 Co.
14:40). Esto, desde luego, incluye también la predicación de la Palabra.

Es decir, vemos que el orden no se contrapone al Espíritu, sino todo lo contrario:


el orden es el contexto en el que el Espíritu se manifiesta y obra en las reuniones
congregacionales.

Con respecto a la predicación, por ningún momento debe dudarse de la necesidad


de la iluminación, capacitación y guía del Espíritu para entender el texto bíblico y
luego poder preparar un mensaje que impacte los corazones de los oyentes.
Dependemos del Espíritu en todo momento, desde la etapa más inicial de la
preparación hasta la etapa en que exhortamos el mensaje, e incluso luego de que
el mensaje ha sido predicado, cuando nuestros oyentes deben llevarlo a sus vidas
cotidianas. Sin la obra del Espíritu, es imposible que un mensaje además de llegar
a los oídos, pueda llegar también al corazón.

Aquí aclaramos que el Señor en su soberanía podría llegar a obrar a través de una
predicación de quien valore la improvisación, pero no será en virtud de ese
método, sino a pesar de ese método. En este sentido, no debemos ser
pragmáticos, guiándonos por lo que dé resultados, sino que debemos ser
escriturales, ajustando nuestro obrar a lo que el Señor ha dicho en su Palabra.

Lo que no podemos pensar es que la improvisación es más espiritual que la


preparación. Tras este error podemos encontrar una desconfianza en la suficiencia
de las Escrituras. Esto porque si de verdad creemos que las Escrituras son la
Palabra de Dios, que es viva y eficaz y que fue inspirada por su Espíritu, entonces
todo nuestro empeño debe estar puesto en llevar esa Palabra a nuestros púlpitos,
y depender de la obra del Espíritu para que impacte los corazones de nuestros
oyentes.

Y el mencionado empeño requiere de estudio y preparación. Requiere de pasar


tiempo con el texto, de investigar para desentrañar su sentido en relación con el
contexto y su significado original, de reflexionar cómo ese pasaje se vincula con el
mensaje de redención en Cristo, y de plasmar toda esta investigación y reflexión
en una forma clara sin perder la profundidad, lo que a su vez exige pensar en una
forma de expresarnos que sea entendible y edificante para nuestros hermanos.
Quienes insisten en no prepararse y en vez de eso gustan de la espontaneidad y
la improvisación “para dejar lugar al Espíritu”, están evidenciando que no les
interesa tanto prepararse y exponer sobre lo que el Señor ya habló en su Palabra,
sino que confían más en lo que el Señor supuestamente les dé para hablar en el
momento.

Así, menosprecian la palabra profética más segura, a la que se nos ordena “estar
atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro” (2 P. 1:19), y en lugar
de eso se entregan al vaivén del emocionalismo y de una supuesta iluminación del
Espíritu en el momento. Dejan la seguridad de la Escritura para lanzarse al vacío
incierto de la improvisación.

Con esto, se maleduca a la congregación para que valore las predicaciones llenas
de carisma, en lugar de que aprecie las predicaciones llenas de la Escritura, como
debería ser.

Por tanto, predicador, no eres más espiritual por improvisar o ser espontáneo
(como opuesto a la preparación). Lo espiritual de tu predicación no depende de
que hables lo que se te ocurre en el momento, sino que hables conforme a lo que
está escrito. Tu improvisación y tu espontaneidad, aunque puedan sacar risas o
lágrimas, no cambian corazones. Sólo la Escritura puede edificar a una
congregación, transformar vidas y convertir a los incrédulos para que pasen de
muerte a vida.

La predicación verdaderamente espiritual, entonces, no es aquella que se entrega


al fluir del momento, sino la que se prepara con dedicación, con orden y decencia,
en estudio profundo de la Escritura y oración. Es allí donde se manifiesta el
Espíritu con poder.

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