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Sin embargo, pese a que esta idea es muy común, no proviene de la Escritura.
Consideremos que el Apóstol Pablo, hablando de cómo debe realizarse una
reunión congregacional, señala: “hágase todo decentemente y con orden” (1 Co.
14:40). Esto, desde luego, incluye también la predicación de la Palabra.
Aquí aclaramos que el Señor en su soberanía podría llegar a obrar a través de una
predicación de quien valore la improvisación, pero no será en virtud de ese
método, sino a pesar de ese método. En este sentido, no debemos ser
pragmáticos, guiándonos por lo que dé resultados, sino que debemos ser
escriturales, ajustando nuestro obrar a lo que el Señor ha dicho en su Palabra.
Así, menosprecian la palabra profética más segura, a la que se nos ordena “estar
atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro” (2 P. 1:19), y en lugar
de eso se entregan al vaivén del emocionalismo y de una supuesta iluminación del
Espíritu en el momento. Dejan la seguridad de la Escritura para lanzarse al vacío
incierto de la improvisación.
Con esto, se maleduca a la congregación para que valore las predicaciones llenas
de carisma, en lugar de que aprecie las predicaciones llenas de la Escritura, como
debería ser.
Por tanto, predicador, no eres más espiritual por improvisar o ser espontáneo
(como opuesto a la preparación). Lo espiritual de tu predicación no depende de
que hables lo que se te ocurre en el momento, sino que hables conforme a lo que
está escrito. Tu improvisación y tu espontaneidad, aunque puedan sacar risas o
lágrimas, no cambian corazones. Sólo la Escritura puede edificar a una
congregación, transformar vidas y convertir a los incrédulos para que pasen de
muerte a vida.