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El derecho entre la dinámica del poder y la esfera pública.

La construcción de sentidos
sobre el pasado alrededor del caso Napalpí

María Belén Duet - Guillermo Vega


Universidad Nacional del Nordeste

A principios del siglo XX, en gran parte del territorio Nacional, se habían creado dos tipos de
instituciones, bajo decreto, destinadas a la formación y disciplinamiento de los indígenas en
relación con el nuevo contexto del trabajo. Estas instituciones fueron las Reducciones algodoneras
y los ingenios azucareros, que posibilitaron la predisposición permanente de mano de obra para
las haciendas productoras.
El 19 de Julio de 1924, en el contexto de la Reducción de Indios Napalpí, y después de un
largo período de huelga que había congregado a varías comunidades indígenas del nordeste
argentino dentro de los perímetros de la Reducción, Gendarmería Nacional, junto con un grupo
adherido de hacendados, por orden del entonces gobernador Centeno, abrió fuego contra las más
de 800 personas que se concentraban en reclamo de mejora salarial y libre desplazamiento por el
territorio nacional en busca de condiciones de vida más favorables. El saldo de muertos que
produjo el accionar de las fuerzas de seguridad fue de más de 500 personas, entre ellas mujeres y
niños, seguida de mutilación de cuerpos y persecución a los sobrevivientes por semanas. La
matanza no se centró en los miembros que conformaban la huelga, sino que incluyó a niños y
mujeres que nada tenían que ver con el trabajo en las haciendas. Del mismo modo, si el objetivo
era aleccionar a los asalariados, hubiera bastado con los primeros 200 muertos para que el resto
se inhibiera de actuar. Sin embargo, esto no bastó y los sobrevivientes fueron perseguidos por el
monte durante días produciéndose un exterminio que acabó con la casi totalidad de los indígenas
que habitaban la zona.
Las características de la matanza y la participación activa de civiles del lado de Gendarmería
se definen, como indicadores, del desplazamiento de la preocupación de los colonos y del Estado
Nacional, de mantener la mano de obra dentro del territorio signado por la Reducción, hacia un
factor racial.
Ochenta años después de estos acontecimientos se interpone, bajo la figura legal de
crímenes de lesa humanidad, una demanda judicial contra el Estado Nacional por estos hechos,
que obliga a repensar el contexto socio-político nacional, en el que la misma se hace posible, en
función del tipo de memoria que éste promueve.

Memoria: un trabajo, un problema. El rol institucional en la configuración de la


memoria social
El tema de memoria es hoy un campo de investigación imbricado con el de la historia, pero a
la vez diferente de él. Si bien está planteado como campo es también un problema a nivel
epistemológico y temático. Las constantes contradicciones respecto al campo de investigación se
sintetizan en su abarcamiento: ¿quién es el que recuerda? 1 En este plano de cosas, la discusión
pasa por si la memoria es individual o social.
Ante este problema, lo que interesa pensar en este trabajo es la relación que tienen los
discursos con la construcción de los “recuerdos”, es decir, ¿a qué nivel de cosas se mueven los
primeros para poner en el plano de las visibilidades determinados hechos del pasado con un
criterio de construcción del presente? Desde este punto de vista, lo que nos resulta relevante es
¿qué elementos intervienen en la construcción de sentidos para definir modelos de representación
sobre el pasado a nivel de la esfera pública?
Es necesario decir que todo lo que se recuerda identifica la forma de un presente, proyectada
como un haz de luz hacia el pasado y hacia el futuro, de modo que, en este sentido, el pasado es
apropiado porque tiene “algo” que ver con nosotros. 2 En relación con esto, sostiene Elizabeth
Jelin: “Nuevos procesos históricos, nuevas coyunturas y escenarios sociales y políticos, además,
no pueden dejar de producir modificaciones en los marcos interpretativos para la comprensión de
la experiencia pasada y para construir expectativas futuras.”3
La memoria que nos relaciona colectivamente es generalmente una memoria narrativa, en la
que juegan un papel muy importante los discursos institucionalizados, las conmemoraciones, las
censuras, etc. De modo que existe un segundo problema que se presenta y que tiene que ver con

1
Cfr. Jelin, Elizabhet: Los trabajos de la memoria. Siglo XXI, Madrid, 2002, p. 17
2
Cfr. Sarlo, Beatriz: Tiempo pasado. Siglo XXI, Bs. As., 2005, pp. 9-13. También Jelin, Elizabhet. Los trabajos de la
memoria, ob. cit., pp. 26-27
3
Jelin, Elizabhet. Los trabajos de la memoria, ob. cit., p. 13
la dinámica de circulación de dichas narraciones. Si por un lado un determinado acontecimiento
está ubicado o es evocado en un marco que le da sentido, como ser el caso de la presentación
judicial sobre la Masacre de Napalpí, o, incluso, el 19 de julio como día de los Derechos Indígenas,
esto no implica que exista una transformación a nivel de los imaginarios sociales que también
definen ejes de memoria. Es en este plano donde sería importante que actuara el olvido; un olvido
que implicaría la “desnaturalización” de determinadas relaciones de sentidos. Olvidar las fijezas
formales por las cuales se consolidan ciertos discursos, incluso aquellos que aparentan restituir al
plano de las visibilidades lo impresentable, para establecer nuevos fundamentos, nuevos
elementos que entren en relación con ellos.4
La consolidación hegemónica de un discurso -es decir, la supresión de cualquier posibilidad
de circulación e institucionalización por parte de otros- configura y da forma a lo que de manera
extendida se denomina en muchos casos “memoria social”. Como construcción narrativa, la
memoria jerarquiza sucesos, sugiere límites, otorga significaciones y desplaza sentidos, además
fija los acontecimientos en “hechos” a través del empleo de categorías y conceptos que operan
construyendo “positividades” (dimensión afirmativa del discurso que hace posible la constitución
de objetos de saber). En consecuencia, los discursos sobre abusos cometidos por el Estado
Nacional en el pasado, al cargarse de sentidos, se vuelven estratégicos en las luchas políticas del
presente. En este orden de cosas, los efectos de memoria que producen los discursos
institucionales, como por ejemplo el jurídico, son atendibles en relación al tipo de representación
que construyen sobre el pasado en el contexto socio-político presente.

Condiciones de posibilidad de la emergencia de la causa. Contexto socio-político


El marco socio-político que se abre a partir de la presencia en el espacio público de un nuevo
actor social (movimientos de trabajadores desempleados), junto con la anulación efectiva de las
leyes de Obediencia Debida y Punto Final, configura un contexto propicio para una resignificación
ampliada de los principios que componen a los derechos humanos como un elemento activo en el
plano jurídico. En este sentido, la relación entre diferentes ámbitos de la esfera social y las
acciones del Estado constituye un marco a través del cual se refuerza la visibilidad de las
oposiciones subyacentes en el engranaje socio-político.
La década del noventa, estigmatizada por la acelerada implementación de políticas
neoliberales en los distintos órdenes de la economía, contribuyó a la aparición en el ámbito público
de un nuevo actor social, emergente necesario del rumbo que había adoptado el Estado en lo
referente a la lógica de acumulación capitalista: el desempleado. Las privatizaciones de empresas
públicas, así como también el cierre de fábricas, como causa de la desregulación y saturación del
mercado interno por productos extranjeros, elevó a cifras históricas los niveles de desempleo y
subocupación.5 En distintos puntos del país cientos de trabajadores desocupados se movilizaron
adoptando como estrategia de protesta y reclamo frente al Estado Nacional los cortes de ruta.
Hacia fines de 1999 y principios del año 2000 las interrupciones de las principales vías de
comunicación terrestre en todo el país ascendieron a casi una por día. 6 La magnitud y pluralidad
de los movimientos de trabajadores desocupados, así como el impacto de las intervenciones
públicas en reclamo de fuentes de trabajo, impulsaron al Estado a poner en práctica mecanismos
de control y disciplinamiento apoyados sobre el fundamento falaz de la equiparación entre protesta
social y delito penal. La intervención de las fuerzas de seguridad y del Poder Judicial frente a los
cortes de ruta se volvió, hacia fines de los noventa, cada vez más común en tanto estos últimos
aumentaban en número.
El proceso de criminalización de la protesta social, desarrollado por el Estado, conllevó un
serio agravamiento de las acciones represivas impulsadas desde los gobiernos nacional y
provinciales, dando por resultado, en la mayor parte de los casos, incidentes que terminaron con
manifestantes heridos e incluso muertos (asesinados) por el empleo indiscriminado de munición
de plomo.7 El incremento de este tipo de acontecimientos hizo que distintos organismos de

4
Cfr., Ibid., p. 39, “Lo que puede cambiar es el sentido de ese pasado, sujeto a reinterpretaciones ancladas en la
intencionalidad y en las expectativas hacia ese futuro. Ese sentido del pasado es un sentido activo, dado por agentes
sociales que se ubican en escenarios de confrontación y lucha frente a otras interpretaciones, otros sentidos, o contra
olvidos y silencios. Actores y militantes “usan” el pasado, colocando en la esfera pública de debate interpretaciones y
sentidos del mismo. La intención es establecer/convencer/transmitir una narrativa, que pueda llegar a ser aceptada.
5
Cfr., Centro de Estudios Legales y Sociales. El Estado frente a la protesta social. 1996-2002, Bs. As., Siglo XXI, 2003, p.
17, “En la década del 70, el 5% de la población vivía en hogares con ingresos bajo la línea de pobreza, en los 80 la
cantidad de personas pobres se elevó al 12%; a partir de 1998 ya superaba el 30% y en octubre de 2002 llegaba a
57,5%...”
6
Cfr., Ibid., p. 24.
derechos humanos denunciaran los abusos que, en múltiples sentidos, se acometían desde el
Estado Nacional.
El momento de mayor repercusión a nivel político, con respecto a lo que venimos
mencionando, tuvo lugar el 26 de Junio de 2002 en el puente Pueyrredón (Bs. As.), donde fueron
asesinados por fuerzas policiales los manifestantes Darío Santillán y Maximiliano Kosteki. Un mes
después, una delegación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) realizó
observaciones en el país a raíz de denuncias cursadas a la misma por violaciones a los derechos
humanos en la represión estatal de la protesta social.
Mientras la pobreza, la protesta social y la represión llevada a cabo por el Estado se
convertían en temas que permeaban las esferas pública y política, otra problemática se desarrolló
paralelamente a la mencionada desde fines de los noventa. A partir de la segunda mitad de la
década del ochenta, el tema de la dictadura había quedado “inmovilizado” por las leyes de
Obediencia Debida y Punto Final, y por el remate menemista de los indultos. Imposibilitados
jurídicamente para exigir castigo penal a los militares, los organismos de derechos humanos
solicitaron al Poder Judicial la ejecución de “procesos penales limitados”, que se conocieron como
los “Juicios por la Verdad”. A través de los mismos se pretendía obligar al Estado a respetar el
derecho de los familiares de desaparecidos durante la última dictadura a conocer la verdad sobre
lo acontecido. Estos juicios, iniciados en 1998, volvieron a echar luz sobre las atrocidades
cometidas por el régimen militar, aportando detalles y precisiones sobre la lógica operatoria del
régimen de facto.
El impacto público producido por los nuevos datos, obtenidos a través de los Juicios por la
Verdad sobre los crímenes perpetrados por el terrorismo de Estado, llevó al juez Gabriel Caballo a
declarar, en el año 2001, la inconstitucionalidad y la nulidad de las leyes de Punto Final y
Obediencia Debida. Asimismo, otros jueces sumaron declaraciones jurídicas de la misma índole
en relación con los crímenes y violaciones a los derechos humanos ocurridos durante la última
dictadura.8 En este orden de cosas, la política de Estado basada en los derechos humanos,
inaugurada por Néstor Kirchner al asumir la presidencia del país, contribuyó a dar un fuerte
impulso a los pedidos de juicios y castigos penales para los represores del último golpe militar.
Finalmente, en junio de 2005, la Corte Suprema de Justicia de la Nación resolvió declarar las leyes
alfonsinistas inconstitucionales y nulas, dejando el camino libre, de esta manera, para juzgar y
condenar a los responsables de delitos de lesa humanidad.
Frente a esto podemos afirmar que el período que va desde 1998 al 2005 se encuentra
representado por dos momentos fundamentales en lo que respecta a la incorporación de los
derechos humanos dentro de los reclamos de la ciudadanía: a) por un lado, el lapso de tiempo que
va desde 1998 al 2003, caracterizado por una fuerte recuperación del valor de los derechos
humanos dentro de la esfera social y frente a las políticas de exclusión y empobrecimiento de los
gobiernos de turno; b) por otro, el período que va desde el 2003 al 2005, definido por una
recuperación del discurso de los derechos humanos, en tanto política de Estado, por parte de la
presidencia de Kirchner. Ambos “momentos” contribuyeron a conformar el espacio discursivo y, por
ende, aportar las claves interpretativas que hicieron posible el caso Napalpí.
La relación entre determinados sectores sociales y el autoritarismo de las facultades
policiales del Estado, que se retoma en el plano socio-político a partir de la función activa del
discurso de los derechos humanos, define la posibilidad de hacer emerger, bajo la consideración
de crímenes de lesa humanidad, los delitos perpetrados dentro del dominio de la mencionada
relación. Así, en referencia a la última dictadura, la noción de imprescriptibilidad, que subyace a la
figura legal de crímenes de lesa humanidad, posibilitó la revisión de hechos que se remontan
incluso antes del golpe militar de 1976.9 De este modo se configura un camino hacia otros
dominios de implicancia en la relación entre Estado y sectores sociales.
La apertura en el 2004 de la causa por crímenes de lesa humanidad perpetrados en la
“Reducción de Indios Napalpí”, en el año 1924, introduce, en el marco de causas por violaciones a
los derechos humanos, el tema de la violencia del Estado sobre las comunidades originarias. De
esta manera, se instala como problema, dentro de la esfera institucional, un elemento
aparentemente ajeno, pero que puede ser definido dentro de la relación entre fuerzas policiales
estatales y protesta social.

7
Cfr., Ibid., p. 120, “...se observan violaciones a obligaciones de respeto de los derechos humanos. El Estado argentino ha
lesionado la integridad física y psíquica de las personas objeto de intervención policial y en casi todos los casos las fuerzas
de seguridad han aparecido haciendo un uso informal de la fuerza en el contexto de los conflictos sociales.”
8
En la provincia del Chaco el juez Carlos Skidelsky declaró, en marzo de 2003, la nulidad e inconstitucionalidad de las
leyes de Obediencia Debida y Punto Final en el caso vinculado con la “Masacre de Margarita Belén”.
9
Este es el caso de la reciente causa abierta por los crímenes de la “triple A” durante el gobierno de Isabel Perón.
El desplazamiento ocurrido, a principios del siglo veinte, de la forma de producción de las
comunidades aborígenes hacia la forma de producción capitalista, posibilita la constitución de una
doble concepción del indígena: por un lado, se asimila a la figura del obrero, por la cual se
identifica la relación de dependencia entre capitales y productores; por otro, persiste la
identificación del “indígena obrero” en la figura institucional de las “Reducciones”. Este doble giro
permite poner en relación la masacre de Napalpí con la violencia ejercida sobre la sociedad ante
levantamientos populares, pero, particularmente, la violencia ejercida sobre indígenas desde el
aparato represivo estatal. No solamente el esquema de asimilación puesto en práctica sobre
dichas comunidades da cuenta de ello, sino también el modelo operativo por el cual el Estado y la
justicia se resguardan a través de un sistema normativo excluyente. Esto es, imponer las mismas
obligaciones civiles a modos de vida culturalmente diferentes.
La inserción de la problemática indígena en este plano de cosas obliga a rever el cúmulo de
relaciones que articula al derecho con los tratados internacionales. De este modo, la noción de
“imprescriptibilidad” constituye la posibilidad de emergencia de elementos ligados a la historia de
las comunidades aborígenes, a partir de una lectura de la ley que retrotrae, a un plano de vigencia
y sentido actuales, hechos que habían quedado en la espesura del tiempo. Se produce así una
intervención en el campo de las interpretaciones a través de una lectura que interpone al discurso
de derechos humanos la problemática indígena, conservando la misma clave interpretativa
utilizada en los casos referidos a la dictadura militar.

La causa “Napalpí”. Importancia y efectos de una memoria


En el año 2004 se presenta ante el Juzgado Federal de Resistencia una demanda por daños
y perjuicios en contra del Estado Nacional bajo el patrocinio del Dr. Carlos Díaz. 10 La misma, en un
acontecimiento inédito y después de ochenta años, recupera lo sucedido el 19 de Julio de 1924 en
la “Reducción de Indios Napalpí” para replantearlo en el orden institucional bajo la denominación
de “crimen de lesa humanidad”. Asimismo, la demanda presentada solicita al Estado Nacional una
indemnización a las comunidades aborígenes por un monto de 116 millones de dólares como
consecuencia de “daños y perjuicios, lucro cesante, daño emergente, daño moral y de búsqueda
de la verdad”.
Dadas las carácteríticas de los acontecimientos históricos ocurridos en Napalpí en 1924, la
demanda presentada al juzgado federal de Resistencia plantea que la denominada “Masacre de
Napalpí” reúne elementos suficientes para ser considerada un genocidio y, por ende, encuadrarse
dentro de la figura legal de “crímenes de lesa humanidad”. Este aspecto implica, en relación con el
contenido de los Tratados y Pactos Internacionales sobre Derechos Humanos, el reconocimiento
de dos principios ligados a la mencionada figura: por un lado la imprescriptibilidad penal de dichos
crímenes y, por otro, la obligación de reparación que tiene el Estado frente a los damnificados por
los mismos.
Carlos Díaz, abogado patrocinante de la causa sobre Napalpí, en su libro La
imprescriptibilidad penal y resarcitoria de los crímenes de lesa humanidad, sostiene, refiriéndose a
una resolución de la Corte Suprema de Justicia de la Nación y en relación con los dos principios
señalados anteriormente: “...el principio de la imprescriptibilidad penal de los delitos de lesa
humanidad produce, también, como consecuencia, la imprescriptibilidad de la acción resarcitoria,
consecuente, en concordancia con la doctrina de la Convención Americana de Derechos Humanos
en la materia...”11 El resarcimiento se liga a los crímenes de lesa humanidad como una
consecuencia directa en relación con la obligación de reparación que tiene el Estado Nacional.
Más adelante del fragmento citado agrega: “La ilegalidad y la arbitrariedad continuada trae como
consecuencia que cualquiera sea el momento de perpetrarse el delito tipificado como “crimen de
lesa humanidad”, el mismo es un delito actual que amerita una punibilidad actual, un resarcimiento
actual y que ha generado efectos dañosos desde el momento en que se produjo hasta la
actualidad.”12
Tales “efectos dañosos” aparecen explicitados en la causa al señalarse que la Masacre de
Napalpí “...se extendió en el tiempo, por diversos medios, a veces brutales, otras sutiles, pero no
por ello menos perjudiciales. En los ochenta años que siguieron se produjeron más daños y más
muertes que los fusilamientos o el degüello de los heridos en aquel fatídico día por el terror a
defender sus reivindicaciones, que se transmitió oralmente por los “antiguos” de generación en

10
"Asociación Comunitaria La Matanza c/Estado Nacional s/indemnización por daños y perjuicios, lucro cesante, daño
emergente y moral", Expte. Nº 1.630, año 2004.
11
Díaz, Carlos. La imprescriptibilidad penal y resarcitoria de los crímenes de lesa humanidad, Resistencia, Librería de la
Paz, 2006, p. 94
12
Ibid., p. 98
generación.”13 Los perjuicios ocasionados por el delito son enfatizados como mayores aún que los
crímenes concretos ocurridos el 19 de julio de 1924. Como señaláramos anteriormente, la
imprescriptibilidad de los crímenes de lesa humanidad exige el resarcimiento, incluso aún si se ha
aplicado el castigo penal correspondiente sobre los responsables, 14 es por esto que Carlos Díaz
afirma: “El principio resarcitorio es el elemento per se de la imprescriptibilidad.15
Ahora bien, a través de la causa Napalpí, y con motivo de los incuestionables crímenes de
lesa humanidad cometidos por el Estado Nacional en 1924, se demanda al mismo una
indemnización16 de 116 millones de dólares estableciendo, de esta manera, el carácter pecuniario
del resarcimiento. Sostiene Díaz, siguiendo a Thoe Van Boven: “La indemnización (reparación en
sentido estricto) corresponde por los daños resultantes del ilícito que puedan “evaluarse
económicamente”. Van Boven enumera entre estos: 1) los daños físicos o mentales; 2) los dolores
o sufrimientos físicos o psicoloógicos; 3) la pérdida de oportunidades; 4) la pérdida de ingresos y
de la capacidad de ganarse la vida; 5) los gastos médicos y otros gastos razonables para la
rehabilitación; 6) los daños a los bienes o comercios, incluso el lucro cesante; 7) los daños a la
reputación o dignidad; 8) los gastos y honorarios razonables de asistencia letrada o de expertos
para interponer un recurso...”17 Exceptuando algunos ítems, la enumeración que Díaz recupera de
Van Boven atiende, de manera clara, los daños y perjuicios económicos producido sobre la/s
víctima/s. De esta manera, el proyecto en el que se inscriben estas sugerencias para comprender
la restitución, indemnización y rehabilitación a víctimas de violaciones a los derechos humanos 18
presupone un ser humano caracterizado, podríamos decir “fundamentalmente”, como agente
económico.
En consonancia con lo antedicho, y citando una sentencia de la CIDH, afirma Díaz: “En lo
que se refiere a las violaciones al derecho a la vida, la reparación, dada la naturaleza del derecho
violado, adquiere fundamentalmente la forma de una indemnización pecuniaria” 19. Y,
seguidamente, agrega: “Según la CIDH la “justa indemnización” a la que se refiere el art. 63.1
abarca el lucro cesante, el daño emergente y el daño moral de los derechos humanos.” 20
Dado que la carátula del expediente judicial correspondiente al caso Napalpí reza “Asociación
comunitaria La Matanza c/Estado Nacional s/Daños y perjuicios, lucro cesante, daño emergente y
moral” conviene reparar en lo que decíamos anteriormente acerca del fuerte sesgo económico que
adquieren, tras algunas figuras legales, los agentes portadores de derechos humanos vulnerados
por crímenes de lesa humanidad. La noción de “lucro cesante”, definida como “los perjuicios
materiales sufridos”21 y atribuída, en este caso, a la comunidad aborigen víctima de la masacre de
Napalpí, encuentra su correlato en la fundamentación de la demanda, cuando se afirma que: “...tal
fue el terror infundido dentro de la comunidad Toba que nunca más, hasta nuestros días, existió
atisbo de protesta sobre las condiciones laborales y/o sociales de la etnia. Prueba de ello es este
juicio interpuesto 80 años después. No existen en los anales de la administración de justicia
chaqueña ningún juicio interpuesto no sólo por Tobas sino tampoco por Wichís, Mocovíes,
Vilelas...”22
A través de estos elementos la causa sostiene que la masacre operó disciplinando la fuerza
de trabajo, es decir, tornando dóciles a los integrantes de las etnias aborígenes, de manera tal
que, con el correr de los años, frente a las exigencias del contexto laboral (en otras palabras frente
a la continua y repetida explotación de los colonos), los indígenas no intentaron volver a reclamar
por una mejor situación. Napalpí, es decir, el dolor inscrito en carne viva y revivido por el recuerdo
de la matanza, pesa como una consecuencia lógica ante la posiblidad de alzarse contra los

13
http://www.aborigenargentino.com.ar
14
Díaz, Carlos. La imprescriptibilidad penal y resarcitoria de los crímenes de lesa humanidad, ob. cit., p. 137
15
Ibid., p. 137
16
Cfr., Ibid., p. 139, “Tomando la sugerencia del Proyecto de Principios y Directrices Básicos, relativos a la reparación de
violaciones flagrantes de los derechos humanos, elaborado por el Doctor Thoe Van Boven en su carácter de Relator
Oficial, la misma puede presentarse bajo las siguientes formas que se complementan y no se excluyen a sí mismas: 1) la
restitución; 2) la indemnización; 3) la rehabilitación; 4) la satisfacción y las garantías de no repetición.”
17
Ibid., 140
18
Van Boven, Thoe. Estudio relativo al derecho a la restitución, indemnización y rehabilitación a las víctimas de violación
flagrantes a los derechos humanos y las libertades fundamentales, Documentos E/CN 4/Sub, 2/1993/8 de fecha 2 de Julio
de 1993, numeral 137, Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas, comisión de Derechos Humanos, 45º Período
de sesiones de la Subcomisión de Previsión de Disciminaciones y Protección a las Minorías. Citado por Díaz, Carlos. La
imprescriptibilidad penal y resarcitoria de los crímenes de lesa humanidad, ob. cit., pp. 139, 140
19
Ibid., 142
20
Ibid., 142
21
Ibid., 142
22
http://www.aborigenargentino.com.ar
propietarios de la tierra. Según la fundamentación de la causa, lo mencionado anteriormente
contribuyó a que los aborígenes jamás lucharan o expresaran su descontento con las condiciones
laborales basadas principalmente en la explotación llevada a cabo por el “blanco”, lo cual implicó
una pérdida, a través de los años, en el orden material, empujando a la pobreza a los miembros de
las distintas etnias.
Teniendo en cuenta los datos históricos mencionados en la causa se puede afirmar que la
masacre, realizada por el Estado Nacional en 1924, tuvo su origen en la reacción de los colonos
frente a la huelga y al reclamo de los indígenas en la Reducción Napalpí. “El escrito judicial ahora
en manos de Skidelsky recuerda que en 1924 alrededor de 800 aborígenes tobas y mocovíes
llevaron adelante "la primera y única huelga agrícola indígena de la historia del país" y que ésta
fue "el primer movimiento agrario reivindicativo aborigen". El documento dedica, a continuación, no
menos de veinte páginas, a describir la forma en que se desarrolló y finalmente se ahogó a sangre
y fuego aquella primera - y última - huelga indígena que conocía el país.” 23
El hincapié hecho en la “huelga”, 24 como reclamo reivindicatorio orientado a recomponer las
condiciones de trabajo, no problematiza el hecho de que tales condiciones son constitutivas de un
modo de producción determinado: el modo de producción capitalista. Estos elementos nos
mueven a pensar que existe una naturalización del carácter productivo de los agentes sociales, es
decir, éstos son considerados como sujetos definidos por su capacidad productiva, a la manera en
que lo hace el capitalismo, perdiendo de vista el factor historicista del mismo y la diferenciación
cultural en lo que a la concepción del trabajo se refiere. De esta manera, la figura de “lucro
cesante”, que aparece en la carátula de la causa, junto con los elementos que conforman la
fundamentación de la demanda de indemnización por daños y perjuicios, contribuyen a consolidar
una imagen del indígena estrechamente ligada a la del trabajador asalariado, constituyendo la
reivindicación sobre esta figura una forma de universalizar las concepciones y las prácticas del
capitalismo, en detrimento de expresas diferencias culturales.
Resulta relevante pensar cómo se pone en tensión la idea misma del derecho, siendo que la
causa se encuadra en los principios de los derechos humanos, asumiendo el carácter de una
cosmovisión específica, diferente a la que se pretende “defender”.
En vistas del análisis precedente, se pueden observar dos ejes que vehiculizan la causa: por
un lado, la protesta social que, ante el derecho a la libre expresión y reclamo popular legitimado
por el discurso jurídico, define la integridad de un hecho de tales características y posiciona al
Estado en la obligación de resguardar la vida y los intereses de los manifestantes; y por otro, el
vínculo natural que establece la causa entre el mundo del trabajo y las comunidades indígenas. Es
así que la figura de “lucro cesante”, a la que adhiere la presentación de la demanda, subraya una
ligadura entre modelos de producción que, en las prácticas, difieren.
La interpretación de aquellos elementos que vehiculizaron la emergencia de los crímenes de
la dictadura, inherente al engranaje de la lógica discursiva del derecho, retomada en el caso
Napalpí, parcializa la violencia ejercida por el Estado (no sólo a través de la masacre, sino también
a partir de mecanismos de enajenación cultural) sobre aspectos sociales y culturales que
aparecen en el desarrollo de la presentación judicial. Es así como el énfasis sobre la cuestión
económica se hace presente en tanto consecuencia del oscurecimiento de los dos aspectos
señalados anteriormente.25
Es necesario decir que la presentación judicial del caso tiene vital importancia en la
instalación de un problema a nivel institucional que, incluso, muestra las falencias del propio
campo para situarlo y tratarlo. En otro sentido, instala un modelo de representación social que
desatiende a la vital diferencia entre prácticas y valores simbólicos existentes entre culturas,
orientando el planteo hacia la legitimidad o ilegitimidad de la huelga de aquellos años,
circunscribiendo el caso a un conflicto entre protesta de trabajadores y violencia del Estado.
Remarcar esto es importante no para desacreditar la causa y la importancia de ésta al
instalar institucionalmente la problemática indígena, sino porque el logro debe, necesariamente,
replantear que las diferencias no son exclusivas, y que el Estado Nacional y los Estados

23
http://www.aborigenargentino.com.ar, " El movimiento -enfatiza- se extiende rápidamente a otras comunidades indígenas
y etnias del Chaco. Solicitan reivindicaciones muy simples : mejores condiciones de trabajo, pago en pesos y no en vales
por sus tareas, que se interrumpa la ocupación ilegal de "blancos" de sus tierras", entre otros reclamos por atropellos que
"venían sufriendo desde fines del siglo XIX con la anuencia y distracción de las autoridades civiles y militares".
24
http://www.lafogata.org/04arg/arg7/ar4.htm, “El 12 de octubre de 1922, el radical Marcelo T. de Alvear había reemplazado
en la presidencia a Hipólito Yrigoyen y el Territorio Nacional del Chaco ya se perfilaba como el primer productor nacional de
algodón. Pero en julio de 1924 los pobladores originarios toba y mocoví de la Reducción Aborigen de Napalpí –a 120
kilómetros de Resistencia– se declararon en huelga: denunciaban los maltratos y la explotación de los terratenientes.”
25
Cfr., http://www.aborigenargentino.com.ar, “Tal fue el terror infundido dentro de la comunidad Toba que nunca más, hasta
nuestros días, existió atisbo de protesta sobre las condiciones laborales y/o sociales de la etnia.”
Internacionales están obligados a resguardar los derechos indígenas lejos de la idea de que
conforman un patrimonio cultural (pieza de museo); es decir, como sujetos que intervienen en la
vida pública. Del mismo modo, es, en la apropiación desde la esfera pública de una memoria
inevitablemente etnocéntrica, que se recuperan la fortaleza y resistencia de las comunidades
indígenas hacia el interior de los discursos hegemónicos.

Conclusión
El pasado es una construcción, un tejido, en el cual el discurso de las instituciones, como
traducción simbólica de los acontecimientos, cumple un papel funcional en el orden de los sentidos
de los que una sociedad se apropia. El punto definitorio del trabajo sobre memoria es su entrada
en la esfera pública, lo que significa no sólo el reconocimiento de un hecho con valor de
acontecimiento, sino una ruptura con la discursividad colectiva, es decir, una transformación en el
plano perceptual de dichos problemas. Establecer nuevas relaciones de sentidos sobre
determinados hechos históricos es el ejercicio fundamental de un trabajo sobre memoria, y es en
el plano de los relatos, de los discursos, en que éste ejercicio se constituye. Es por esto que el
discurso institucionalizado, a partir de la política de Estado basada en los derechos humanos, deja
en evidencia la desarticulación existente entre éste y determinados sectores de la sociedad. Con
ello, se construye una memoria narrativa asociada a un etnocentrismo que reafirma la cultura
dominante, invisibiliza las diferencias y silencia voces.
Si consideramos el hecho institucional del caso de Napalpí, asumido en el reconocimiento del
carácter de crímenes de lesa humanidad, incluso, en el reconocimiento de la memoria explicitado
en la resolución del 19 de julio como día del Derecho Indígena, podemos afirmar que la cuestión
indígena ha entrado en la esfera pública a un nivel meramente formal. Cuando determinadas
formas perceptuales no se extienden por el espacio social, los discursos institucionales, que
juegan un papel importante en la construcción de sentidos, y que al mismo tiempo están
atravesados por organismos de lucha por los Derechos Humanos, tienen un carácter esclerótico si
no son asumidos (apropiados) por aquella. Este es un ejercicio de traspaso, traspaso que implica
romper los límites de la memoria grupal, de la victimización, y pasar a formar parte de una
resignificación a un nivel más general.
Hablar hoy de memoria implica un ejercicio de desestabilización de sentidos que se produce
al nivel de los discursos y que implica un constante trabajo hacia la memoria pública. Los temas de
la memoria no son sólo de las víctimas, los problemas de la memoria son problemas que atañen al
reconocimiento y resignificación de procesos políticos, civiles y culturales. En suma, son
problemas que se tejen al nivel de los discursos para consolidarse como prácticas que
transgreden las reglas generales del orden de los sentidos, para conceder a los acontecimientos el
lugar, el estatuto, de un problema humano sobre “la verdad y sus bordes”.
Si nos preguntamos una vez más ¿a qué nivel de cosas se mueven los discursos para poner
en el plano de las visibilidades determinados hechos del pasado con un criterio de construcción
del presente?, entonces, y retomando a E. Jelin, es necesario decir que el nivel en que estos
discursos se mueven conforman un campo de fuerzas por la producción de efectos (sentidos) en
el orden de la esfera pública.26
En el caso particular de la demanda, realizada a raíz de los acontecimientos sucedidos en la
Reducción de Indios Napalpí en 1924, ésta se relaciona con diferentes campos de sentidos. Por
un lado, los elementos emergentes en el plano político y social que la hicieron posible; por otro,
aquellos aspectos (valores, discursos, etc.) constitutivos de una cultura, la nuestra, profundamente
regida por prácticas económicas en las cuales los agentes sociales, independientemente del lugar
cultural de donde provengan, son comprendidos principalmente como sujetos productivos.
El carácter nominalista y clasificatorio que se asume, en este caso, dentro de las figuras del
derecho, establece un material simbólico por el cual una narración de los hechos se hace visible a
partir de dichas categorías y clasificaciones. Esa dinámica de circulación, asentada en el campo
en que los discursos se disputan la posición central de la narración productora de efectos, se
consuma en el seno de la sociedad. Es por ello que la dimensión del olvido recupera en ese plano
la posibilidad de que entren en esa lucha otras memorias. Siguiendo la afirmación de Bourdieu
sobre los efectos de realidad de las prácticas normativas del derecho, 27 podemos agregar que la

26
Cfr., Jelin, Elizabhet. Los trabajos de la memoria, ob. cit., p. Jelin, Elizabhet. Los trabajos de la memoria, ob. cit., p. 39
27
Cfr., Bourdieu, Pierre. La fuerza del derecho, trad. Carlos Morales de Satién Ravina, Siglo de Hombres Editores, Bogotá,
2000, p. 198, “El derecho es, sin duda, la forma por excelencia del poder simbólico de nominación que crea las cosas
nombradas y, en particular, los grupos sociales, las formas que confiere a estas realidades surgidas de sus operaciones de
clasificación toda la permanencia que una institución histórica es capaz de conferir a instituciones históricas, igual a la que
tienen los objetos.
causa Napalpí, por medio del uso de determinadas figuras legales, construye una imagen del
pasado en estrecha relación con los elementos que conforman su campo.
Si bien la causa Napalpí tiene el mérito de haber introducido en el ámbito institucional la
temática indígena, invisibilizada sistemáticamente a lo largo de la historia, “peca”, a nuestro
criterio, de tratarla en términos ajenos a los que el propio tema exige desde sí. Si bien la demanda,
en su fundamentación, menciona aspectos vinculados con las aristas de la problemática indígena,
las principales razones argumentadas giran en torno de la reafirmación -en el espacio
correspondiente a la identidad de las etnias aborígenes- de un “sujeto productivo”, más semejante
al obrero característico de la tradición capitalista occidental que al que posee, por factores
culturales, una concepción diferenciada del trabajo.

El derecho es la forma por excelencia del discurso actuante capaz, por virtud propia, de producir efectos. No es exagerado
decir que hace el mundo social, pero a condición de no olvidar que está hecho por él.”

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