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BERNARDO KLIKSBERG Diez falacias sobre los problemas sociales de América Latina

Diez falacias sobre los problemas sociales


de América Latina

BERNARDO KLIKSBERG*

Hora de escuchar a la gente

¿Q ué piensan los latinoamericanos sobre lo que está sucediendo


en la región? Cuando se les pregunta algo tan concreto sobre si
creían que están viviendo mejor o peor que sus padres, sólo un 17% dijo
que mejor, la gran mayoría sentía que su situación había empeorado (La-
tín Barómetro, 1999). Esta respuesta evidencia un hondo sentimiento de
descontento. Las mayorías tienen bien claro en el continente cuáles son
las causas de su disconformidad. Son bien conscientes de ellas. Y distin-
guen perfectamente causas aparentes de otras más profundas. Cuando se
les interroga sobre si creen que la democracia es preferible a cualquier
otro sistema de gobierno, muestran un apoyo masivo al sistema demo-
crático y sus ideales. Dos terceras partes lo prefieren, y sólo un 20% sigue
exhibiendo inclinaciones hacia el autoritarismo. Pero cuando se profun-

*Asesor de diversos organismos internacionales entre ellos ONU, OIT, OEA,


UNESCO, y otros. Ha sido Director del Proyecto de las Naciones Unidas para
América Latina de Modernización del Estado y Gerencia Social y Coordinador del
Instituto Interamericano para el Desarrollo Social (INDES/BID). Entre otras
distinciones que le fueron otorgadas designado: Profesor Honorario de la Universidad
Nacional de Buenos Aires, Profesor Emérito de la Universidad de Congreso (Argentina),
Doctor Honoris Causa de la Universidad del Zulia y Doctor Honoris Causa de la
Universidad Nacional Baralt (Venezuela). Entre sus últimas obras: Desigualdade na
America Latina. O debate adiado (Unesco,Cortez Editora 2000), La lucha contra la
pobreza en América Latina (Fondo de Cultura Económica 2000), America Latina:
una regiado de risco-pobreza, desigualdade e institucionalidade social (Unesco, 2000),
Pobreza. Nuevas respuestas a nivel mundial (Fondo de Cultura Económica, 1998),
Repensando o Estado para o desenvovimento social (Unesco, Cortez, 1998), O desafío
da exclusao (FUNDAP, 1998). Las opiniones expuestas en este trabajo son del autor
y no representan necesariamente las de la organización donde se desempeña.

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LA ILUSIÓN DEL BUEN GOBIERNO

diza expresan que están fuertemente insatisfechos con cómo está funcio-
nando la democracia en sus países. Solo el 35% esta satisfecho con su
funcionamiento. En la Unión Europea, para comparar, es el 47%, en
Dinamarca el 84%. Los latinoamericanos han elegido la democracia como
forma de vida, y la respaldan consistentemente, pero «democrática-
mente» están muy disconformes con su desempeño concreto.
Algunas causas de la insatisfacción son políticas, pero tienen un
peso decisivo las económico-sociales. La gran mayoría considera que
los problemas vinculados con la pobreza han empeorado. Se refieren
a carencias en oportunidades de trabajo, acceso a salud, acceso a una
educación de buena calidad, incertidumbre laboral, bajos sueldos.
Agregan a ello temas como el agravamiento de la corrupción, la delin-
cuencia y el tráfico de drogas. Además testimonian que sienten que
ésta es una región donde existen grandes desigualdades y sienten agu-
damente esa situación.
Los dos únicos países donde los promedios de satisfacción con el
desempeño del sistema democrático son mayores a los de la Unión
Europea son Costa Rica y Uruguay, donde más del 60% de la pobla-
ción está satisfecha con su funcionamiento. Son dos países que se
caracterizan por tener los más bajos niveles de desigualdad de toda la
región, y por haber desarrollado algunos de los más avanzados siste-
mas de protección social.
Las encuestas reflejan que la población esta clamando por cam-
bios, a través de la democracia no por otra vía, que permitan enfren-
tar los agudos problemas sociales. Los avances en ese camino parecen
encontrar obstáculos formidables en la región si se juzga por los limi-
tados resultados alcanzados. Algunos tienen que ver con la existencia
de fuertes intereses creados y de privilegios derivados del manteni-
miento de la situación vigente.
Otros con las dificultades derivadas de la inserción económica de
la región en la nueva economía internacional. Otros, del funciona-
miento defectuoso de instituciones y organizaciones básicas. A éstos y
otros más se suma la profusa circulación de ciertas falacias sobre los
problemas sociales que llevan a adopar políticas erróneas y a empren-
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der caminos que alejan de la salida del largo túnel en que esta sumida
buena parte de la población. No son el único factor de retraso, pero
claramente su considerable influencia en sectores con mucha inci-
dencia en la toma de decisiones obstruye seriamente la búsqueda de
alternativas renovadoras y el paso a una nueva generación de políticas
económicas y sociales.
El objetivo de este trabajo es llamar la atención sobre estas falacias,
para estimular la discusión amplia y abierta sobre las mismas, con vías
a su superación. Se presentan a continuación algunas de las principa-
les, se analizan algunos de sus efectos en el diseño de políticas y se
examina su consistencia. Se trata sobre todo de procurar ponerlas en
foco, e invitar a una reflexión colectiva sobre ellas.

Primera falacia: la negación o minimización de la pobreza

Existe una intensa discusión metodológica sobre cómo medir la po-


breza en la región. Sin embargo, a pesar de los diversos resultados que
surgen de diferentes mediciones los estudios tienden a coincidir en
dos aspectos centrales: a) Las cifras de población ubicada por debajo
del umbral de pobreza son muy elevadas; b) Existe una tendencia
consistente al crecimiento de dichas cifras en los últimos 20 años. Las
cifras se deterioraron severamente en los ochenta, mejoraron discre-
tamente en parte de los 90, pero en los años finales de la década au-
mentaron significativamente. En su conjunto, la pobreza en la región
es mayor en 2000 que en 1980, tanto en términos absolutos como en
porcentaje sobre la población total.
La CEPAL estima en su Panorama Social de América Latina 2000
que la población en situación de pobreza pasó de 204 millones de
personas en 1997 a no menos de 220 millones a comienzos de 2000.
Analizando la estructura de la fuerza de trabajo en ocho países de la
región que comprenden el 75% de su población total (Brasil, Chile,
Colombia, Costa Rica, El Salvador, México, Panamá y Venezuela), la
CEPAL constata que el 75% de la población que tiene ocupación
“percibe ingresos promedios que en la mayoría de los países no alcan-

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zan por si solos para sacar de la pobreza a una familia de tamaño y


composición típica”.
Como puede observarse, desde los 80 se produce una firme eleva-
ción del número de personas que gana menos de dos dólares diarios.
Verrier (1999) señala que en toda América Latina había entre 1970 y
1980, cincuenta millones de pobres e indigentes, pero que en 1998
ya eran 192 millones. La Comisión Latinoamericana y del Caribe
para el Desarrollo Social presidida por Patricio Aylwin (1995) consi-
dera que se hallan en la pobreza “casi la mitad de los habitantes de
América Latina y el Caribe”.
Diversas mediciones nacionales señalan con las diferencias propias
de cada realidad la extensión y profundidad de la pobreza. Un infor-
me detallado sobre Centroamérica (PNUD-Unión Europea 1999)
señala que son pobres el 75% de los guatemaltecos, el 73% de los
hondureños, el 68% de los nicaragüenses y el 53% de los salvadore-
ños. Las cifras relativas a la población indígena son aún peores. En
Guatemala se halla por debajo de la línea de pobreza el 86% de la
población indígena frente al 54% de los no indígenas. En Venezuela
se estimaba la pobreza entre el 70 y el 80% de la población. En Ecua-
dor en un 62.5%. En Brasil se estima que el 43.5% de la población
gana menos de dos dólares diarios, y que 40 millones de personas
viven en la pobreza absoluta. Aún en países donde tradicionalmente
las cifras de pobreza han sido bajas, como en la Argentina, el Banco
Mundial ha estimado que vive en la pobreza casi la tercera parte de la
población y el 45% de los niños. En las provincias más pobres, como
las del nordeste, la tasa es del 48.8%.
Uno de los tantos indicadores del grado de “rigidez”de la pobreza
latinoamericana lo proporcionan las proyecciones sobre niveles de
educación e ingresos. La CEPAL (2000) afirma en base a ellas que
“10 años de escolaridad parecen constituir el umbral mínimo para
que la educación pueda cumplir un papel significativo en la reduc-
ción de la pobreza; si se tiene un nivel educativo inferior a 10 años de
escolaridad y no se poseen activos productivos, son muy escasas las
probabilidades de superar los niveles inferiores de ingreso ocupacio-
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nal”. El promedio de años de escolaridad en la región se ha estimado


en 5.2, virtualmente la mitad del mínimo necesario para tener posibi-
lidades de emerger de la pobreza.
Frente a estas realidades, la alternativa lógica es partir de ellas y
tratar de encontrar vías innovadoras para enfrentarlas. Sin embargo,
en el discurso público latinoamericano de las dos últimas décadas ha
sido reiterada la tendencia de algunos sectores a optar por otra vía, la
negación o minimización del problema. La falacia funciona a través
de diversos canales. Uno es la relativización de la situación. “Pobres
hay en todos lados”acostumbraba a señalar un mandatario de un país
latinoamericano frente al ascenso de las cifras de pobreza en su país
durante su periodo gubernamental. En materia económico-social lo
conveniente es siempre desagregar los datos, y tener una perspectiva
comparada e histórica para saber cuál es la situación real. Los países
desarrollados también tienen efectivamente una parte de la población
por debajo de la línea de pobreza. Pero hay varias diferencias. Por una
parte, las cifras difieren muy significativamente. La población pobre
es normalmente en ellos menor al 15%. Es muy diferente tener entre
una sexta y una séptima parte de la población en situación de pobre-
za, que tener a casi la mitad de la población en ese estado. No sólo es
una diferencia cuantitativa, es otra escala que implica considerables
diferencias cualitativas. En los países desarrollados se habla de “islotes
de pobreza” o de “focos de pobreza”. En vastas áreas de América Lati-
na es muy difícil reflejar la realidad con ese lenguaje. La pobreza es
extensa, diversificada y tiene actualmente incluso una fuerte expre-
sión en las clases medias, cuyo deterioro económico ha generado un
estrato social en crecimiento, denominado “los nuevos pobres”.
No hay «focos de pobreza» a erradicar, sino un problema mucho
más amplio y generalizado que requiere estrategias globales. Por otra
parte, la comparación estricta podría llevar a identificar que la brecha
es aún mucho mayor. Las líneas de pobreza utilizadas en los países
desarrollados son mucho más altas que las empleadas normalmente
en América Latina. Así, la difundida tendencia a medir la pobreza
considerando pobres a quienes ganan menos de 2 dólares diarios, es
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muy cuestionable. En todos los países de la región la línea de pobreza


está muy por encima de esa cifra.
Otro pasaje usual del discurso negador es la afirmación de “que
pobres hubo siempre”, por tanto no se entiende por qué tanto
énfasis en la situación actual. Allí la falacia adquiere el tono de la
historicidad. Uno de los razonamientos más utilizados cuando se
trata de relavitizar un problema grave es quitarle el piso histórico.
La pobreza ha existido en América Latina desde sus orígenes, pero
el tema es ¿Cuáles son las tendencias presentes? ¿En qué dirección
apuntan, van hacia su disminución, su estancamiento o su incre-
mento? En los últimos 20 años han aparecido suficientes eviden-
cias como para preocuparse. Los indicadores han experimentado
un deterioro; con altibajos y variaciones nacionales, las cifras han
ascendido. Son muy pocos los casos en los que la pobreza se ha
reducido considerablemente.
La falacia de desconocer o relativizar la pobreza no es inocua.
Tiene severas consecuencias en términos de políticas públicas. Si
hay pobres en todos lados, y los ha habido siempre, ¿por qué dar
al tema tan alta prioridad? Hay que atenuar los impactos, pero no
asustarse. Basta con políticas de contención rutinarias. La política
social no es la importante. Es una carga de la que no es posible
desprenderse, pero como se trata de afrontar un problema que
siempre existirá y todos los países tienen, cuidado con
sobreestimarla. En algunas de las expresiones más extremas de la
falacia, se procuró en la década pasada eliminar de agendas de re-
uniones relevantes, la «pobreza», a la que se consideró en sí como
demasiado cargada de connotaciones.
Además de conducir a políticas absolutamente incapaces de en-
frentar la pobreza, la falacia expuesta entraña un importante pro-
blema ético. No sólo no da soluciones a los pobres, lo que lleva a
la perduración y acentuación de situaciones de exclusión humana
antiéticas, sino que va aún más lejos; a través de la minimización
y la relativización se está cuestionando la existencia misma del
pobre.
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Segunda falacia: paciencia histórica, la pobreza no mata

Con frecuencia el razonamiento explícito o implícito que se despliega


frente a los problemas sociales por parte de sectores influyentes gira
alrededor de la necesidad de una cierta “paciencia histórica”. Se trata
de etapas que deben sucederse las unas a las otras. Habrá una etapa de
“ajustarse el cinturón”, pero luego vendrá la reactivación y posterior-
mente ella se «derramará» hacia los desfavorecidos y los sacará de la
pobreza. Lo social debe esperar, y se necesita entender el proceso, y
guardar paciencia mientras las etapas se suceden. Independientemen-
te del amplio cuestionamiento que existe actualmente a esta visión
del proceso de desarrollo, queremos poner énfasis aquí en uno de sus
elementos. El mensaje que se está enviando es, de hecho, que la po-
breza puede esperar. ¿Realmente puede esperar? La realidad indica
que el mensaje tiene una falla de fondo: en muchísimos casos, los
daños que puede causar la espera son simplemente irreversibles, des-
pués no tendrán arreglo posible.
Veamos. Una buena parte del peso de la pobreza recae en América
Latina sobre los niños y los adolescentes. En 1997, según CEPAL (2000),
el 58% de los niños menores de 5 años de la región era pobre, lo mismo
sucedía con el 57% de los niños de 6 a 12 años y con el 47% de los
adolescentes de 13 a 19 años. Siendo en su conjunto los menores de 20
años el 44% de la población de la región, representaban en cambio el
54% de todos los pobres. Las cifras verifican que efectivamente, como
fue subrayado por UNICEF, «en América Latina la mayoría de los po-
bres son niños y la mayoría de los niños son pobres».
Esa no es una situación neutra. Como subrayara Peter Tonwsed, “la
pobreza mata”. Crea factores de riesgo que reducen la esperanza de vida y
desmejoran sensiblemente la calidad de la vida. Los niños son los pobres
de América Latina según lo visto, y al mismo tiempo, por naturaleza, los
más vulnerables. Sobre esos niños pobres operan varios factores que son
generadores, entre otros aspectos, de lo que se denomina “un alto riesgo
alimentario”, insuficiencias elementales, entre ellas la posibilidad de que
puedan alimentarse normalmente. Los resultados de déficits de este or-

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LA ILUSIÓN DEL BUEN GOBIERNO

den causan daños múltiples. Entre ellos, se estima que los primeros años
de vida se desenvuelven buena parte de las capacidades cerebrales. La
falta de una nutrición adecuada genera daños de carácter irreversible.
Investigaciones de UNICEF (1995) sobre una muestra de niños pobres
determinaron que a los cinco años la mitad de los niños de la muestra
presentaba retrasos en el desarrollo del lenguaje, un 30% atrasos en su
evolución visual y motora, y un 40% dificultades en su desarrollo gene-
ral. La desnutrición causa asimismo déficit en el peso y talla de los niños
y ello va a repercutir fuertemente en su desenvolvimiento. Entre los fac-
tores generadores de riesgo alimentario se hallan: la falta de recursos de la
familia, el carácter monoparental de la misma y la baja educación de las
madres.
Existe una robusta correlación estadística entre estos factores y la
desnutrición infantil. En la América Latina actual los tres factores
tienen significativa incidencia. Como se señaló, numerosas familias
tienen ingresos menores a los imprescindibles, se estima que cerca de
un 30% de los hogares está a cargo de madres solas; en su gran mayo-
ría se trata de hogares humildes, y el nivel educativo de las madres
pobres es muy bajo. La pobreza del hogar puede significar que mu-
chas madres estarán a su vez desnutridas durante el embarazo. Es
probable entonces que el hijo tenga anemia, déficit de macronutrientes
esenciales y bajo peso. Ello puede amenazar su misma supervivencia o
atentar contra su desarrollo futuro. Si, además, la madre esta sola al
frente de la familia, tendrá que luchar muy duramente para buscar
ingresos. Sus posibilidades de dedicación al niño en las críticas etapas
iniciales serán limitadas. El factor educativo influirá asimismo en as-
pectos muy concretos. Así, las madres con baja escolaridad tendrán
poco información sobre cómo manejarse apropiadamente respecto a
la lactancia materna, cómo armar dietas adecuadas, cómo cuidar sani-
tariamente los alimentos, cómo administrar alimentos escasos. En
1999, en 10 de 16 países de la región entre un 40 y un 50% de los
niños urbanos en edad preescolar formaban parte de hogares cuya
madre no había completado la educación primaria. En las zonas rura-
les en 6 de 10 países analizados el porcentaje era de 65 a 85%. Entre
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en los cuatro restantes, de 30 a 40%. Si se toman sólo los niños me-


nores de 2 años de edad, entre el 20 y el 50% de los niños de la gran
mayoría de los países vivían en 1977 en hogares con un ingreso por
miembro inferior al 75% del valor de la línea de pobreza, y cuya
madre no había completado la educación primaria.
La acción combinada de estos y otros factores lleva al sombrío pano-
rama que capta CEPAL (2000): “Al año 2000 se estima que aproximada-
mente el 36% del total de niños menores de 2 años de América Latina
están en situación de alto riesgo alimentario”. Los cuadros nacionales son
alarmantes en diversos países. En Nicaragua estimaciones del Ministerio
de Salud (1999) indican que el 59% de las familias cubre menos del 70%
de las necesidades de hierro que requiere el ser humano, el 28% de los
niños de menos de 5 años padece anemias por el poco hierro que consu-
men, 66 de cada 100 niños tienen problemas de salud por falta de vita-
mina A. El 80% de la población nicaragüense consume sólo 1700 calo-
rías diarias cuando la dieta normal debería ser no menor a las 2125 calo-
rías. En Venezuela un niño de 7 años de los estratos altos pesa en prome-
dio 24.3 kgs. y mide 1,219 m. Uno de igual edad de los sectores pobres
pesa sólo 20 kg. y mide 1.148 m. Aun en países con tanto potencial
alimentario como la Argentina las estadísticas informan que en el Gran
Buenos Aires, una de las principales áreas demográficas, uno de cada
cinco niños está desnutrido.
Muchos de los países de la región tienen importantes condiciones
naturales para producir alimentos. Sin embargo, como se ha visto,
una tercera parte de los niños más pequeños padece inseguridad
alimentaria pronunciada. Ello parece difícil de entender. Influyen fac-
tores como los que identifican la Organización Panamericana de la
Salud (OPS) y la CEPAL en investigación conjunta (1998): “Se ob-
serva en casi todos los países de la región un incremento en enferme-
dades no transmisibles crónicas asociadas con alimentación y nutri-
ción. Las medidas de ajuste implementadas por los países han afecta-
do la disponibilidad nacional de alimentos y han tenido repercusio-
nes negativas sobre el poder de compra de los grupos más pobres
amenazando la seguridad alimentaria”.
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LA ILUSIÓN DEL BUEN GOBIERNO

Así como la falta de alimentación causa daños no reparables poste-


riormente, lo mismo sucede con otras expresiones de la pobreza, como
los déficits que afrontan los desfavorecidos en la región en dos aspec-
tos básicos: el agua potable y la existencia de alcantarillado y sistemas
de eliminación de excretas. Ambos elementos son decisivos para la
salud. Amplios sectores de la población pobre tienen dificultades muy
fuertes para obtener agua potable o tienen que comprarla a precios
muy elevados. Asimismo carecen de instalaciones de alcantarillado
adecuadas, lo que significará graves riesgos de contaminación a través
de las napas subterráneas y de contaminación del medio ambiente
inmediato a la vivienda. Según los cálculos de la OPS, cerca de la
tercera parte de la población de la región carece de agua potable y/o
alcantarillado. El 30% de los niños menores de 6 años vive en vivien-
das sin acceso a las redes de agua potable y el 40% en viviendas sin
sistemas adecuados de eliminación de excretas. Cuando se analiza por
países se observan datos como los que siguen, que describen los por-
centajes de niños de menos de 5 años de edad que habitaban vivien-
das sin conexión a sistemas de evacuación por alcantarillado en 1998
(CEPAL 2000): Paraguay 87, Bolivia 66, Brasil 59, Honduras 47, El
Salvador 45, Venezuela 26, México 24. La acción de estos factores
genera mortalidad infantil y riesgos graves para la salud, como los
contagios y las infecciones intestinales. En 11 países la diarrea es una
de las dos principales causas de muerte en niños de menos de un año.
Nuevamente se trata de daños de carácter irreparable. La fala-
cia de la paciencia, respecto a la pobreza, niega de hecho el análisis
de la irreversibilidad de los daños. Lleva a políticas que bajo la
idea de que las cosas se arreglaran después, no priorizan cuestio-
nes elementales para la supervivencia. Nuevamente, además de las
ineficiencias que significan esas políticas en cualquier visión de
largo plazo de una sociedad hay una falta ética fundamental. Frente
a la pobreza debería aplicarse una “ética de la urgencia”, no es
posible esperar ante problemas tan vitales como los descriptos.
Esta falacia desconoce el carácter urgente que tiene, la solución de
éstas y otras carencias básicas.
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Tercera falacia: el crecimiento basta


o la copa de champagne que se derrama

El pensamiento económico ortodoxo de gran difusión en la región


lanza el mensaje básico de que todos los esfuerzos deben ponerse en el
crecimiento. Dirige las miradas a los pronósticos sobre el aumento
del producto bruto y del producto bruto per cápita.
Despierta las expectativas de que todo está bien si ellos crecen a un
buen ritmo. Plantea explícitamente, como se mencionó, que logradas
metas importantes de crecimiento todo lo demás se resolverá. El mis-
mo fluirá hacia abajo, a través del famoso efecto “derrame”, y ello
solucionará los «rezagos» que pudieran existir en el campo social.
El siglo XX ha enseñando muy duramente, una y otra vez, que el
último juez que decidirá si las teorías sobre el desarrollo son validas o
no, no es su grado de difusión, sino lo que cuentan los hechos. Ellos
han desmentido muy claramente que la realidad funcione como la
ortodoxia supone que debería funcionar. Las promesas hechas a Amé-
rica Latina a comienzos de los 80 sobre lo que sucedería si se aplicaba
el modelo convencional no se cumplieron en la práctica. Describien-
do los productos concretos de lo que llama la “forma de hacer econo-
mía”, que “América Latina escogió en los años recientes”, señala Ri-
cardo French Davis (2000): «El resultado es una fuerte inestabilidad
del empleo y la producción, una mayor diferenciación entre ricos y
pobres y un crecimiento medio modesto: sólo 3% en este decenio, y
con una profunda desigualdad». Efectivamente, los datos indican que
el crecimiento fue muy discreto, no se derramó automáticamente, la
desigualdad aumentó significativamente, la pobreza no se redujo.
Frente a este juicio de la realidad, ¿no correspondería revisar el
razonamiento usual? Joseph Stiglitz (1998) sugiere que ha llegado la
hora de hacerlo. Se refiere a la vision general, uno de cuyos compo-
nentes esenciales es la idea de que el crecimiento basta. Argumenta:
“Muchos países han aplicados las recomendaciones intelectualmente
claras, aunque generalmente difíciles políticamente del consenso de
Washington. Los resultados no han sido sin embargo del todo satis-

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LA ILUSIÓN DEL BUEN GOBIERNO

factorios. Esto tiene varias explicaciones. ¿Será porque algunos no si-


guieron correctamente las recetas económicas? Tal vez. Sin embargo
yo argumentaría que la experiencia latinoamericana sugiere que debe-
ríamos reexaminar, rehacer y ampliar los conocimientos acerca de la
economía del desarrollo que se toman como verdad mientras planifi-
camos la próxima serie de reformas”.
La experiencia de América Latina y otras regiones del globo indica
que el crecimiento económico es imprescindible, es muy importante
tratar de aumentar el producto total de una sociedad. Son fundamen-
tales asimismo el desarrollo de las capacidades tecnológicas, de la
competitividad, y un clima de estabilidad económica. Pero enseña
también que es simplificar extremadamente el tema del desarrollo y
de sus dimensiones sociales, aventurar que el crecimiento económico
sólo producirá los resultados necesarios. El informe del Banco Mun-
dial sobre la pobreza 2000, que expresa la política oficial de dicha
institución, plantea la necesidad de pasar a una vision más amplia de
la problemática del desarrollo. Comentando su enfoque diferencial
señala un influyente medio, el Washington Post (2000): “La publica-
ción del Informe Mundial de desarrollo del Banco Mundial represen-
ta un significativo disenso del consenso sostenido entre economistas
de que la mejor vía para aliviar la pobreza es impulsar el crecimiento
económico, y que la única vía para hacerlo es a través de mercados
libres y abiertos. El informe hace notar que incluso una década des-
pués de que las economías planificadas de Europa oriental fueran des-
manteladas y el comercio y la inversión global alcanzaran niveles ré-
cord, 24% de la población mundial recibe ingresos menores a un
dólar diario. La conclusión ineludible de acuerdo a los economistas y
expertos en desarrollo del Banco es que mientras el crecimiento eco-
nómico puede ser un ingrediente necesario para reducir la pobreza,
no lo puede hacer solo”.
Otro informe posterior del Banco Mundial, «La calidad del creci-
miento» (2000), elaborado por otros equipos del mismo, plantea tam-
bién vigorosamente el mismo tipo de argumento básico. Dice en su
presentación Vinod Thomas, director del Instituto del Banco (The
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BERNARDO KLIKSBERG Diez falacias sobre los problemas sociales de América Latina

Economist 2000): “La experiencia de los países en desarrollo y tam-


bién de los industrializados muestra que no es meramente un mayor
crecimiento, sino un mejor crecimiento, lo que determina cuánto au-
menta el bienestar y a quién beneficia. Países con ingresos y creci-
miento similares han obtenido en las últimas tres décadas logros muy
diferentes en educación, salud y protección del medio ambiente”. Se
está sugiriendo que es decisiva la estructura del crecimiento, sus prio-
ridades, vías de desarrollo, sectores beneficiados.
La falacia de que el crecimiento basta transmite la visión de que se
estaría avanzando si el producto bruto per cápita sube, y que las mira-
das deben estar puestas en el mismo. Naciones Unidas ha desarrolla-
do en la última década un cuerpo conceptual ampliamente difundido
internacionalmente, “el paradigma del desarrollo humano”, que ataca
radicalmente este razonamiento. No sólo el crecimiento no basta, es
necesario pero no alcanza, sino que corresponde iniciar una discusión
mayor. Preguntarnos cuándo avanza realmente una sociedad, y cuán-
do está retrocediendo. Los parámetros definitivos, es la sugerencia,
debemos encontrarlos en qué sucede con la gente. ¿Aumenta o dismi-
nuye su esperanza de vida? ¿Mejora o desmejora su calidad de vida?
La ONU diseñó un índice de desarrollo humano que ha venido per-
feccionando año tras año, que incluye indicadores que reflejan la si-
tuación de todos los países del mundo en áreas como: esperanza de
vida, población con acceso a servicios de salud, población con acceso
a agua potable, población con acceso a servicios de disposición de
excretas, escolaridad, mortalidad infantil, producto bruto per cápita
ponderado por la distribución del ingreso, entre otras. Los
ordenamientos de los países del mundo según sus logros en desarrollo
humano que viene publicando anualmente la ONU, a través del
PNUD, muestran un cuadro que en diversos aspectos no coincide
con el que deviene de los nuevos indicadores de crecimiento econó-
mico.
Las conclusiones resultantes enfatizan que cuanto mejor sea el cre-
cimiento y más recursos haya tanto más se ampliaran las posibilida-
des para la sociedad, pero la vida de la gente, que es el fin último, no
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se puede medir por algo que es un medio, debe medirse por índices
que reflejen lo que sucede en ámbitos básicos de la vida cotidiana. La
falacia de que el crecimiento basta está en definitiva transformando
un medio fundamental, pero sólo un medio, en el fin último. Es
necesario desmistificarla y retomar un debate a fondo sobre qué está
sucediendo con el cumplimiento de los fines. Amartya Sen ilustra los
límites de esta falacia analizando varias situaciones reales. Realiza la
comparación que se refleja en el siguiente gráfico:
Como se observa, los tres primeros países del gráfico, el Estado de
Kerala en la India (de 33 millones de habitantes), China y Sri Lanka
tenían un producto bruto per cápita muy reducido. Los otros tres,
Sudáfrica, Brasil y Gabón tenían un producto bruto que multiplicaba
entre cinco y quince veces el de los anteriores. Sin embargo, la población
vivía más años en los tres países pobres: 71,69, y 72 versus 63,66 y 54.
El crecimiento económico solo no era el factor determinante en uno
de los indicadores más fundamentales para ver si una sociedad progresa,
el más básico, la esperanza de vida. ¿Qué otras variables intervenían en
este caso? Sen identifica aspectos, como las políticas públicas que garanti-
zaban en los tres primeros países un acceso mas extendido a insumos
fundamentales para la salud, como el agua potable, las instalaciones sani-
tarias, la electricidad y la cobertura médica. Asimismo las mejores posibi-
lidades en materia de educación a su vez inciden en la salud. Junto a ello
un aspecto central era la mejor distribución del ingreso en las tres prime-
ras sociedades. Todo ello llevó a que los países supuestamente más pobres
en términos del ingreso, fueran más exitosos en materia de salud y años
de vida. Dice Sen: “Ellos han registrado una reducción muy rápida de las
tasas de mortalidad y una mejora de las condiciones de vida, sin un creci-
miento económico notable”.

Cuarta falacia: la desigualdad es un hecho


de la naturaleza, no frena el desarrollo

El pensamiento económico convencional ha tendido a eludir una dis-


cusión frontal sobre la desigualdad y sus efectos sobre la economía. Se

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BERNARDO KLIKSBERG Diez falacias sobre los problemas sociales de América Latina

ha apoyado con frecuencia en la sacralización de la U invertida de


Kusnetz. De acuerdo con la misma, la desigualdad es simplemente
una etapa inevitable de la marcha hacia el desarrollo. En la primera
fase de la misma se producen polarizaciones sociales, que después se
van moderando y reduciendo. Algunos economistas convencionales
más extremistas llegan aun más lejos, y plantean que esa acumulación
de recursos en pocas manos favorecerá el desarrollo, al crear mayores
capacidades de inversión.
Esta discusión tiene particular trascendencia para América Latina,
porque es considerada unánimemente la región más desigual del pla-
neta. Si la tesis de los ortodoxos más duros fuera cierta, la región
debería haber contado con tasas de inversión muy altas, dadas las
“acumulaciones en pocas manos” que ha generado. No se ven. Tam-
poco parece ser una mera etapa del camino al desarrollo. En América
Latina la desigualdad se ha instalado, y no sólo no se modera, sino
que tiene una tendencia muy consistente a crecer, particularmente en
las dos últimas décadas. La U invertida parece no funcionar para la
región.
En realidad Kusnetz nunca pretendió que fuera aplicable mecáni-
camente a los países no desarrollados. Como ha sucedido con fre-
cuencia, algunos de sus supuestos intérpretes han hecho claro abuso
de sus afirmaciones. Sus trabajos estuvieron referidos a la observación
de EE.UU., Inglaterra y Alemania en un periodo que va desde la
primera mitad del siglo XIX a la finalización de la primera guerra
mundial. Advierte expresamente sobre el riesgo de generalizar las con-
clusiones que extrajo. Dice (1970): «Es peligroso utilizar simples ana-
logías; no podemos afirmar que puesto que la desigual distribución
de la renta condujo en el pasado en Europa Occidental a la acumula-
ción de los ahorros necesarios para formar los primeros capitales, para
asegurar el mismo resultado en los países subdesarrollados es preciso
por lo tanto mantener e incluso acentuar la desigualdad en la distri-
bución de la renta». Y pone énfasis en una afirmación que en América
Latina tiene mucho sentido hoy: “Es muy posible que los grupos que
perciben rentas superiores en algunos de los países hoy subdesarrolla-
43
LA ILUSIÓN DEL BUEN GOBIERNO

dos presenten una propensión de consumo mucho mayor y una pro-


pensión al ahorro mucho menor que las que presentaban los mismos
grupos de renta en los piases hoy desarrollados durante sus primeras
fases de crecimiento”.
Además de haber desvirtuado el pensamiento real del mismo
Kusnetz, la falacia difundida respecto a la desigualdad, choca fuerte-
mente con los datos de la realidad. La desigualdad latinoamericana se
ha transformado a nivel internacional en un caso casi de laboratorio
de los impactos regresivos de la desigualdad. Frente a la pregunta de
por qué un continente con tantas potencialidades económicas y hu-
manas ha generado resultados económicos tan discretos y déficits so-
ciales tan agudos, una de las respuestas con creciente consenso cientí-
fico es que uno de los factores fundamentales en contra ha sido el
peso de la desigualdad y su aumento. Así señalan Birdsall, Ross y
Sabot (1996) sobre la región: “la asociación entre un crecimiento len-
to y una elevada desigualdad se debe en parte al hecho de que esa
elevada desigualdad puede constituir en sí misma un obstáculo para
el crecimiento”.
Están operando activamente en América Latina otros cinco ti-
pos de desigualdades. Uno es la inequidad en la distribución de
los ingresos. El 5% de la población es dueña del 25% del ingreso
nacional. Por otro lado, el 30% de la población tiene sólo el 7.5%
del ingreso nacional. Es la mayor brecha del planeta. Medida con
el coeficiente Gini de inequidad en materia de ingresos, América
Latina tiene un 0.57, casi tres veces el coeficiente de Gini de los
países nórdicos. En promedio, la mitad del ingreso nacional de
cada país de la región va al 15% más rico de la población. En
Brasil el 10% más rico tiene el 46% del ingreso, mientras que el
50% más pobre sólo tiene el 14% del mismo. En Argentina mien-
tras que el 10% más rico recibía en 1975 ocho veces, más ingresos
que el 10% mas pobre, en 1997 la relación se había más que du-
plicado: era de 22 veces. Otra desigualdad acentuada es la que
aparece en términos de acceso a activos productivos. La extrema-
damente inequitativa distribución de la tierra en algunos de los
44
BERNARDO KLIKSBERG Diez falacias sobre los problemas sociales de América Latina

mayores países de la región, como Brasil y México, es una de sus


expresiones. Una tercera desigualdad es la que rige en el campo
del acceso al crédito, instrumento esencial para poder crear opor-
tunidades reales de desarrollo de pequeñas y medianas empresas.
Hay en América Latina 60 millones de PYMES, que generan 150
millones de empleos. Sólo tienen acceso al 5% del crédito. Una
cuarta inequidad es la que surge del sistema educativo. Los dife-
rentes estratos socioeconómicos de los países alcanzan muy diver-
sos récords en años de escolaridad. La deserción y la repetición
provocadas por las condiciones socioeconómicas del hogar minan
a diario la posibilidad de que los sectores pobres completen sus
estudios. Según la CEPAL 2000, en Brasil repetían los dos prime-
ros grados de la escuela primaria el 41% de los niños del 25% de
menores ingresos de la población, y en cambio sólo el 4.5% de los
niños del 25% con mayores ingresos. Asimismo habían completa-
do la escuela secundaria a los 20 años de edad, sólo el 8% de los
jóvenes del 25% de menos ingresos y, en cambio, el 54% del 25%
de mayores ingresos. Tomando 15 países de la región (BID 1998)
surgía que los jefes de hogar del 10% de ingresos mas altos tenían
11.3 años de educación, los del 30% más pobre sólo 4.3 años.
Una brecha de 7 años. Mientras que en Europa la brecha de esco-
laridad entre el 10% más rico y el 10% más pobre es de 2 a 4 años,
en México es de 10 años. La desigualdad educativa va a ser un
factor muy importante en la inequidad en la posibilidad de conse-
guir trabajo y en los sueldos que se ganen. Los sectores
desfavorecidos van a estar en muy malas condiciones al respecto
por su débil carga educativa. La fuerza de trabajo ocupada de la
región presenta una marcada estratificación. Según CEPAL (2000),
hay un nivel superior, que es el 3% de la población ocupada, que
tiene 15 años de escolaridad, un nivel intermedio, el 20% de la
fuerza de trabajo, que tiene entre 9 y 12 años de escolaridad, y el
77% restante, que tiene sólo de 5.5 a 7.3 años de estudios en las
ciudades y 2.9 en las zonas rurales. Una quinta y nueva cifra de
desigualdad está surgiendo de las posibilidades totalmente dife-
45
LA ILUSIÓN DEL BUEN GOBIERNO

renciadas de acceso al mundo de la informática e Internet. La gran


mayoría de la población no tiene los medios ni la educación para
conectarse con la red. Forma parte así de una nueva categoría de
analfabetismo, el analfabetos, los analfabetos cibernéticos.”
Todas estas desigualdades generan múltiples efectos regresivos en la
economía, la vida personal y familiar, y el desarrollo democrático. Entre
otros, según lo demuestran numerosas investigaciones: reducen la for-
mación de ahorro nacional, estrechan el mercado interno, conspiran contra
la salud pública impiden la formación en gran escala de capital humano
calificado, deterioran la confianza en las instituciones básicas de las socie-
dades y en el liderazgo político. El aumento de la desigualdad es, por otra
parte, una de las causas centrales del aumento de la pobreza en la región.
Birdsall y Londono (1998) han estimado econométricamente que su as-
censo entre 1983 y 1995 duplicó la pobreza, que la misma hubiera sido
la mitad de lo que fue si la desigualdad hubiera seguido en los niveles que
tenia anteriormente, elevados pero menores.
La desigualdad latinoamericana no es un hecho natural propio del
camino del desarrollo como lo pretende la falacia. Es la consecuencia
de estructuras regresivas y políticas erradas que la han potenciado.
Barbara Stallings (CEPAL 1999) considera, que “las reformas econó-
micas aplicadas en los últimos años han agravado las desigualdades
entre la población” y subraya “se puede afirmar sin ninguna duda,
que los noventa son una década perdida en cuanto a la reducción de
las ya alarmantes diferencias sociales existentes en la región con mas
desigualdad del mundo”. Altimir (1994), después de analizar 10 paí-
ses plantea que “hay bases para suponer que la nueva modalidad de
funcionamiento y las nuevas reglas de política pública de éstas econo-
mías, pueden implicar mayores desigualdades de ingreso”. Albert Berry
(1997) indica: “La mayoría de los países latinoamericanos que han
introducido reformas económicas promercado en el curso de las ulti-
mas dos décadas han sufrido también serios incrementos en la des-
igualdad. Esta coincidencia sistemática en el tiempo de los dos even-
tos sugiere que las reformas han sido una de las causas del empeora-
miento en la distribución”.
46
BERNARDO KLIKSBERG Diez falacias sobre los problemas sociales de América Latina

Por otra parte la otra dimensión de la falacia también es desmenti-


da por la realidad. La desigualdad no se modera o atenúa sola. Por el
contrario la instalación de circuitos de desigualdad en áreas claves
tiene una tendencia “contaminante”, propicia la generación de circui-
tos similares en otras áreas. Lo ilustra entre otros casos la dificultad, a
pesar de todos los esfuerzos, para mejorar la situación educativa de la
población pobre. Las desigualdades en otras áreas, como ocupación e
ingresos, conspiran contra las reformas educativas. Asimismo las des-
igualdades en educación van a reforzar, como se ha visto, las brechas
en el mercado de trabajo. Los circuitos perversos de desigualdad mues-
tran además una enorme capacidad reproductora. Se automultiplican.
Sin acciones para combatirlas, las polarizaciones tienden a crecer y
ampliarse. Lo muestra la conformación creciente en numerosas socie-
dades de una dualidad central; incluidos y excluidos.

Quinta falacia: desvalorización de la política social,


política pobre para pobres

Al ser preguntado sobre la política social en su país, un conocido Minis-


tro de Economía de América Latina, contesto: “La única política social es
la política económica”. Estaba reflejando toda una actitud hacia la políti-
ca social que ha tenido hondas consecuencias en el continente. Se ha
tendido a verla como un complemento menor de otras políticas mayores,
como las que tienen que ver directamente con el desarrollo productivo,
los equilibrios monetarios, el crecimiento tecnológico, la privatización,
etc. Le correspondería atenuar los impactos transitorios que las anterio-
res producen en la sociedad. Debería atacar focalizadamente los desajus-
tes sociales más irritables para reducirlos. En el fondo, desde este razona-
miento se la percibe como una “concesión”a la política. Como la pobreza
genera fuerte inquietud política, la política social haría el trabajo de “cal-
mar los ánimos” y mostrar que se están haciendo cosas en ese frente, pero
el corolario consecuente es: cuanto menos concesiones mejor. Los recur-
sos destinados a lo social deberían ser muy acotados y destinados a fines
muy específicos.

47
LA ILUSIÓN DEL BUEN GOBIERNO

Albert Hirschman llamó en una oportunidad a esta forma de abor-


dar el tema «políticas pobres para pobres». Da lugar a reducir lo social
a metas muy estrechas, a constituir una institucionalidad social débil
en recursos y personal, alejada de los altos niveles de decisión. Por
otra parte, además altamente vulnerable. Frente a reducciones presu-
puestarias, con muy escasa capacidad para defender su situación, y
normalmente candidata preferida para los recortes. Por otra parte,
esta visión supone en sí misma un cuestionamiento implícito a la
legitimidad de la política social. Es distraer recursos de destinos más
importantes, por “presión política”.
Reflejando la situación, una ministro de lo social muy experimen-
tada de un país latinoamericano narró lo siguiente a un auditorio
internacional: “No nos invitaban al gabinete donde se tomaban las
decisiones económicas más importantes. Después de muchos esfuer-
zos logramos que se nos invitara. Claro, con voz pero sin voto”.
Considerar a la política social como una categoría inferior, como
una concesión a la política, como un uso suboptimizante de recursos,
constituye una falacia que está afectando seriamente a la región.
En primer termino, ¿Cómo puede relegarse lo social en un con-
texto como el latinoamericano, donde casi una de cada dos personas
están por debajo de la línea de la pobreza, y expresan a diario de mil
modos su descontento y protesta por esa realidad? Atender lo social
no es una concesión, es en una democracia tratar de hacer respetar
derechos fundamentales de sus miembros. Lo que está en juego es en
el fondo, como plantea Naciones Unidas, una cuestión de ciolación
de los derechos humanos. Como resalta el Informe de Desarrollo
Humano 2000 del PNUD: “La erradicación de la pobreza constituye
una tarea importante de los derechos humanos en el siglo XXI. Un
nivel decente de vida, nutrición suficiente, atención de salud, educa-
ción, trabajo decente y protección contra las calamidades no son sim-
plemente metas del desarrollo, son también derechos humanos”. Las
políticas sociales son esenciales para la población en la región, y estra-
tégicas para la estabilidad misma del sistema democrático. Cuando se
consulta a la población, ella no pide que se reduzcan, estrechen o
48
BERNARDO KLIKSBERG Diez falacias sobre los problemas sociales de América Latina

eliminen, sino todo lo contrario, exige masivamente que se refuercen,


amplíen y se incorporen nuevas políticas.
En segundo lugar, es difícil sostener a inicios de este nuevo
siglo que es una asignación de recursos de poca eficiencia. Desti-
nar recursos a asegurarse de que todos los niños terminen la es-
cuela primaria, a elevar la tasa de finalización de la secundaria, a
desarrollar el sistema de educación superior, ¿es ineficiente? Las
mediciones econométricas dan resultados muy diferentes. La tasa
de retorno en educación es una de las más altas posibles para una
sociedad. La competitividad de los países está fuertemente ligada
al nivel de capacitación de su población. Algunos de los países
más exitosos del planeta en los mercados internacionales están ex-
portando básicamente productos como «higth tech» totalmente
basados en el capital educativo que han sabido desarrollar. La ab-
sorción de nuevas tecnologías, la innovación local a partir de ellas,
la investigación y desarrollo, el progreso tecnológico dependen
todos de los niveles de educación alcanzados. Los cálculos demues-
tran así entre otras cosas que una de las inversiones más rentables
macroeconómicamente que puede hacer un país es invertir en la
educación de niñas. Agregar años de escolaridad a las niñas
desfavorecidas, aumentará su capital educativo y a través de él,
reducirá las tasas de embarazo adolescente, de mortalidad mater-
na, de mortalidad infantil, de morbilidad. Todas ellas están
correlacionadas estadísticamente con los años de escolaridad de la
madre.
¿En las condiciones latinoamericanas extender la posibilidad de
acceder a agua potable a toda la población es una inversión deficiente?
El retorno sería cuantioso en términos de salud pública, lo que reper-
cutirá desde ya en la productividad de la economía.
En realidad toda la terminología utilizada está equivocada, y nue-
vamente vemos un error semántico no casual. Así como existían quie-
nes no querían oír hablar de la palabra pobreza, en la falacia que des-
valoriza la política social, toda la discusión al respecto conduce a que
se lo haga en términos de “gasto social”. En realidad, no hay tal gasto.
49
LA ILUSIÓN DEL BUEN GOBIERNO

Bien gerenciados los recursos para lo social constituyen en la gran


mayoría de los casos inversiones de un alto retorno.
Hoy es difícil discutir las evidencias de que la inversión social ge-
nera capital humano, y que el mismo se transforma en productividad,
progreso tecnológico, y es decisivo para la competitividad. En reali-
dad la política social, bien diseñada y eficientemente ejecutada, es un
poderoso instrumento de desarrollo productivo. Como lo sugiere
Touraine (1997): “En vez de compensar los efectos de la lógica eco-
nómica, la política social debe concebirse como condición indispen-
sable del desarrollo económico”.
En tercer término se ha planteado la gravedad que tiene el tema
de la desigualdad en América Latina. Superada la falacia que la
niega o minimiza, ¿cómo se puede reducir? Una de las vías funda-
mentales posibles en una democracia es una agresiva política so-
cial que amplíe fuertemente las oportunidades para los pobres en
campos cruciales. Deberá estar integrada, entre otras, por políti-
cas que universalicen posibilidades de control de factores de ries-
go claves en salud en la región, como el agua, el alcantarillado, la
electricidad el acceso a cobertura de salud, que actúen sobre los
factores que excluyen a parte de la población del sistema educati-
vo, que aseguren servicios públicos de buena calidad para todos.
La política social puede ser una llave para la acción contra la des-
igualdad, proveyendo una base mínima de bienes y servicios in-
dispensables y contribuyendo así a abrir las oportunidades y rom-
per círculos perversos.
En lugar de una política social “cenicienta”, como plantea la fala-
cia, lo que América Latina necesita es una nueva generación de políti-
cas sociales con mayúscula. Ello implica dar prioridad efectiva a las
metas sociales en el diseño de las políticas publicas, procurar articular
estrechamente las políticas económicas y las sociales, montar una
institucionalidad social moderna y eficiente, asignar recursos apro-
piados, formar recursos humanos calificados en lo social, fortalecer
las capacidades de gerencia social y jerarquizar en general este área de
actividad pública.
50
BERNARDO KLIKSBERG Diez falacias sobre los problemas sociales de América Latina

La metáfora que se escucha en toda la región describe bien la


situación. Dice que la política social es actualmente la «asistencia
pública» que recoge los muertos y heridos que deja la política econó-
mica. La falacia examinada cultiva y racionaliza esta situación in-
aceptable. Se necesita una política social que potencie el capital hu-
mano base esencial de un desarrollo económico sostenido. Es un
tema ético, político, y al mismo tiempo de lucidez histórica. Como
lo anota Birdsall (1998): “es posible que las tasas de crecimiento de
América Latina no puedan ser mas del 3 o el 4%, a distancia de las
necesarias, en tanto no se cuente con la participación y el aporte de
la mitad de la población que esta comprendida en los porcentajes
más bajos de ingresos”.

Sexta falacia: la maniqueización del Estado


En el pensamiento económico convencional circulante se ha hecho
un esfuerzo sistemático de vastas proporciones para deslegitimar la
acción del Estado. Se ha asociado la idea de Estado con corrupción,
con incapacidad para cumplir eficientemente las funciones mas míni-
mas, con grandes burocracias y despilfarro de recursos. La visión se
apoya en graves defectos existentes en el funcionamiento de las admi-
nistraciones públicas en numerosos países de América Latina, pero
fue mucho más allá de ello, y «maniqueizó» al Estado en su conjunto.
Proyectó la imagen de que toda acción llevada en el terreno publico es
negativa para la sociedad, y que la reducción al mínimo de las políti-
cas públicas y la entrega de sus funciones al mercado la llevaría a un
reino de la eficiencia y a la solución de los principales problemas eco-
nómico-sociales existentes. Además, creó la concepción de que existía
una oposición de fondo entre Estado y sociedad civil, y que había que
elegir entre ambos.
Como en otros campos, hoy es posible mantener una discusión
sobre el tema más allá de ideologías. El instrumental metodológico de
las ciencias sociales actuales aporta evidencias muy concretas que per-
miten establecer cómo funciona la realidad. La visión del Estado como
solucionador de todos los problemas “el Estado ominipotente”, de-
51
LA ILUSIÓN DEL BUEN GOBIERNO

mostró ser errada. El Estado solo no puede hacer el desarrollo, y en


América Latina la acción estatal ha presentado agudos problemas de
burocratización, ineficiencia y corrupción. Sin embargo, el proceso
de eliminación de numerosas funciones del Estado, de reducción a
niveles mínimos en muchos casos de sus capacidades de acción, como
sucedió con frecuencia en las áreas sociales, el debilitamiento en gene-
ral del rol de las políticas públicas y la entrega de sus funciones al
mercado, no condujo al reino ideal supuesto. Los problemas estruc-
turales de las sociedades latinoamericanas y de otras del mundo en
desarrollo siguieron agudizándose, la corrupción acompañó también
con frecuencia a los procesos de privatización. Se identificó como una
ley operante que siempre que hay un corrupto en el Estado hay a su
vez un corruptor en el sector privado, es decir que el tema excede a
cualquier simplificación. El funcionamiento no regulado del merca-
do llevó a profundizar las brechas, particularmente la inequidad. Bajo
las nuevas reglas de juego, se siguió una marcada tendencia a consti-
tuir monopolios, que en la practica significaron la imposición de car-
gas muy pesadas a los consumidores y a las pequeñas y medianas
empresas, ahogando a estas últimas.
Pareciera que las dos polarizaciones han conducido a callejones sin
salida. El Estado solo no puede resolver los problemas, pero su
minimización los agrava. Esa es la conclusión, entre muchas otras
voces del Banco Mundial a fines de esta década. En su informe espe-
cial dedicado al rol del Estado (1998) resalta como una idea central
que sin un Estado eficiente el desarrollo no es viable, y propone una
serie de directrices orientadas a “reconstruir la capacidad de acción del
Estado”. Por su parte, autores como Stiglitz y otros han llamado la
atención sobre “las fallas del mercado”, su tendencia a generar des-
igualdades, a la cartelización para maximizar ganancias y sus desvíos
especulativos cuando no hay eficientes controles regulatorios, como
se da en Estados tan debilitados por las reformas de las últimas déca-
das como los de la región. Cáusticamente afirma Henry Mintzberg
(1996), una autoridad mundial en cómo gerenciar con eficiencia, res-
pecto a la concepción de que se podía prescindir del Estado y la visión
52
BERNARDO KLIKSBERG Diez falacias sobre los problemas sociales de América Latina

de que todo lo que se hace en el Estado es ineficiente y en el sector


privado eficiente: «el modelo representa el gran experimento de los
economistas que nunca han tenido que gerenciar nada».
Hoy hay un activo retorno hacia la búsqueda de una visión más equi-
librada en el debate internacional de punta sobre el tema del desarrollo y
el rol del Estado. Imposible desconocer la importancia de las políticas
públicasd en un contexto histórico donde la segunda economía del mun-
do, Japón, está poniendo en marcha sucesivas iniciativas de intervención
activa del Estado para dinamizar la economía, la más reciente (octubre
2000) inyectando 100.000 millones de dólares a tal efecto. Amartya Sen
(1998), destaca especialmente el papel decisivo que ha jugado la política
pública en el campo social, en algunas de las economías de mejor desem-
peño de largo plazo del mundo. Subraya: “De hecho, muchos países de
Europa Occidental han logrado asegurar una amplia cobertura de seguri-
dad social con la prestación de atención en salud y educación pública de
maneras hasta entonces desconocidas en el mundo; Japón y la región del
Este de Asia han tenido un alto grado de liderazgo gubernamental en la
transformación, tanto de sus economías como de sus sociedades; el papel
de la educación y atención en salud pública ha sido el eje fundamental
para contribuir al cambio social y económico en el mundo entero (y en
forma bastante espectacular en el Este y Sudeste Asiáticos)”.
Un área totalmente decisiva para la economía y la sociedad es
la de la salud. Toda sociedad democrática tiene la obligación de
garantizar el derecho a la atención sanitaria a sus miembros, es el
derecho más básico. Mejorar los niveles de salud de la población
tiene una serie de impactos favorables sobre la economía, entre
otros, la reduccióin de las horas de trabajo perdidas por enferme-
dad, al aumento de la productividad laboral, el descenso de los
costos ligados a enfermedades, etc. El reciente informe sobre la
salud mundial 2000 de la Organización Mundial de la Salud (OMS
2000) establece el primer ranking de los países del mundo según
el desempeño de sus sistemas de salud. Entre otros construye un
índice muy significativo para esas mediciones: el número medio
de años que una persona vive con buena salud, sin enfermedades.
53
LA ILUSIÓN DEL BUEN GOBIERNO

A la cabeza de la tabla se hallan países como Japón (74.5 años),


Suecia (73), Canadá (72), Noruega (71.7). En todos esos países el
Estado tiene una participación fundamental, construyó una am-
plísima red de protección. En Japón el gasto público es el 80.2%
del gasto total en salud, en Suecia el 78%, en Noruega el 82%, en
Canadá el 72%. El gasto público per cápita en salud supera en
todos ellos los 1300 dólares anuales. El contraste con la actual
situación en diversos países latinoamericanos es muy marcado. El
gasto público per cápita en salud es en Brasil de 208 dólares, en
México 172, en Perú 98. Los años de vida saludable ascienden en
promedio en Brasil a sólo 59. Dicho país es una de las mayores
potencias industriales del mundo. En cambio, cuando se lo busca
en las tablas de desempeño de los sistemas de salud de la OMS
figura en el lugar numero 125.
El carácter crucial de la acción estatal en campos claves como sa-
lud y educación, desde ya de una acción bien gerenciada y transparen-
te, surge con toda fuerza de una investigación reciente (Financial Ti-
mes 2000) que muestra qué sucede cuando se fija como política
arancelar los servicios en áreas de población pobre bajo la idea de
“compartir costos”y de “financiamiento comunitario”, reduciendo así
las responsabilidades del Estado. Siguiendo las condiciones impuestas
por el Banco Mundial, en Tanzania se introdujeron aranceles en la
educación primaria. El resultado, según indica la Iglesia Evangélica
Luterana de Tanzania, fue un inmediato descenso de la asistencia a la
escuela, y los ingresos totales de las mismas fueron la mitad de los
previstos. En Zimbawe se estableció que se cobrarían aranceles en los
servicios de salud, pero que los pobres estarían exceptuados. Una eva-
luación del mismo Banco Mundial concluyó, que sólo 20% de los
pobres consiguió los permisos de exención necesarios. En Ghana, al
imponer aranceles en la escuela, 77% de los niños de la calle de Accra
que asistían a las escuelas las abandonaron.
La falacia de la maniqueización del Estado lleva a consecuencias
muy concretas, al deslegitimar su acción deja abierto el terreno para
su debilitamiento indiscriminado, y la desaparición paulatina de polí-
54
BERNARDO KLIKSBERG Diez falacias sobre los problemas sociales de América Latina

ticas publicas firmes en campos cruciales como los sociales. Causa así
daños irreparables a vastos sectores de familias, aumenta la pobreza y
la desigualdad y limita las posibilidades de un crecimiento sostenido.
Los datos de la realidad sugieren que hay otro camino. En algunos de
los países más exitosos económica y socialmente del mundo uno de
los pilares de sus economías es un Estado activo de alta eficiencia.
Una de sus características centrales contradice uno de los fundamen-
tos de la falacia. Es un Estado coordinado estrechamente con la socie-
dad civil. La falsa oposición Estado-sociedad civil que preconiza la
falacia como un hecho, es desmentida en ellos. Los lazos de coopera-
ción son múltiples, y surge una acción integrada. Algunas de las so-
ciedades latinoamericanas con mejores cifras de equidad, menor po-
breza y mejores tasas de desarrollo humano también tuvieron como
base de esos logros a Estados bien organizados, con burocracias consi-
deradas eficientes, como Costa Rica, Uruguay y el Chile democráti-
co. Es imprescindible reformar y mejorar la eficiencia estatal y erradi-
car la corrupción. Pero para ello es necesario avanzar en otra dirección
totalmente distinta a la de la falacia. No satanizar al Estado, sino ir
construyendo administraciones publicas descentralizadas, transparen-
tes, abiertas a la participación comunitaria, bien gerenciadas, con ca-
rreras administrativas estables fundadas en el mérito.

Séptima falacia: la sociedad civil es un mundo secundario

El pensamiento económico circulante envía a veces explícitamente y con


frecuencia implícitamente un profundo mensaje de desvalorización del
posible rol que puede jugar la sociedad civil en los procesos de desarrollo
y en la resolución de los problemas sociales. Su énfasis está totalmente
volcado en el mercado, la fuerza de los incentivos económicos, la gerencia
de negocios, la maximización de utilidades como motor del desarrollo,
las señales que pueden atraer o alejar al mercado. El mundo de la socie-
dad civil es percibido como un mundo secundario, de segunda línea el de
respecto a lo que sucede en el “mundo importante”, los mercados. De ese
enfoque van a surgir políticas públicas de apoyo muy limitado, casi “sim-

55
LA ILUSIÓN DEL BUEN GOBIERNO

bólico” y por “cortesía”, a las organizaciones de la sociedad civil y una


desconfianza fuerte a depositar en ellas responsabilidades realmente rele-
vantes.
La falacia razona en términos de una dualidad básica; Estado ver-
sus mercado. En los hechos la situación es mucho más matizada. Existe
un sinnúmero de organizaciones que no son ni lo uno ni lo otro.
Fueron creadas con finalidades distintas, los actores sociales que se
hallan tras ellas son otros y las metodológicas que utilizan no son de
Estado ni de mercado. Este mundo comprende, entre otras: las orga-
nizaciones no gubernamentales en continuo crecimiento en América
Latina que han sido denominadas con frecuencia el tercer sector y
que realizan múltiples aportes en el campo social, los espacios de inte-
rés publico que son fórmulas especiales muy utilizadas en los países
desarrollados en donde numerosas Universidades y hospitales han sido
fundados por ellos; se trata de emprendimientos de largo plazo, ani-
mados por numerosos actores públicos y privados, modelos econó-
micos que no son típicos de mercado, como las cooperativas que tie-
nen alta presencia en diversos campos y el amplísimo movimiento de
lucha contra la pobreza desarrollado en toda la región por las organi-
zaciones religiosas, cristianas, protestantes y judías que está en prime-
ra línea de la acción social. La realidad no es sólo Estado y mercado,
como pretende la falacia. Incluso algunos de los modelos de organiza-
ción y gestión social y general más efectivos de nuestro tiempo fueron
desarrollados en este vasto área que no corresponde ni a uno ni a otro.
Todas estas organizaciones tienen un gran peso y una fuerte
participación en la acción social en el mundo desarrollado. Recaudan
recursos considerables, se les delegan funciones crecientes por parte
del Estado, están interrelacionadas con la acción pública de múltiples
modos. Están basadas fuertemente en trabajo voluntario. Movilizan
miles y miles de personas que dedican anónimamente considerables
horas a llevar adelante sus programas. Hacen aportes considerables al
producto bruto nacional con trabajo no remunerado en países como
Canadá, Holanda, Suecia, Noruega, Dinamarca, España, Israel y otros.
Así, en Israel, que figura entre los primeros del mundo en esta mate-
56
BERNARDO KLIKSBERG Diez falacias sobre los problemas sociales de América Latina

ria, una de cada cuatro personas hace trabajos voluntarios semanal-


mente, produciendo bienes y servicios de carácter social, constituyen-
do parte del personal paramédico en los hospitales, ayudando a perso-
nas discapacitadas, a ancianos, familias desfavorecidas y otros sectores
con dificultades. También ha aumentado en el mundo desarrollado la
participación empresarial en el apoyo a la acción social de la sociedad
civil. Las contribuciones e iniciativas empresariales de solidaridad se
han incrementado, y la asunción de su responsabilidad social ha pasa-
do a formar parte creciente de legitimidad misma de la empresa. La
aseveración de hace años de Milton Friedman, el gurú de la Escuela
de Chicago, en el sentido de que la única responsabilidad de la em-
presa privada es producir utilidades a sus accionistas ha sido refutada
constantemente por empresarios prominentes, y es hoy rechazada
masivamente por la opinión publica de los países desarrollados.
En América Latina la situación tiende a ser muy diferente. Existe
un inmenso potencial de trabajo voluntario que de ser adecuadamen-
te convocado y de crearse condiciones propicias podría cumplir roles
de gran significación. Esforzadamente sectores de la sociedad civil es-
tán tratando de movilizarlo y surgen permanentemente múltiples ini-
ciativas. Pero todo ello ocurre a pesar de las desconfianzas y la incre-
dulidad que surge del razonamiento desvalorizador, que alimenta a su
vez gruesos errores en las políticas. No hay así, entre otros aspectos,
apoyos públicos firmes a las iniciativas de la sociedad civil de acción
social, y los incentivos fiscales son muy reducidos. Asimismo, el mo-
vimiento de responsabilidad social empresarial es débil y los aportes
muy reducidos comparativamente. La proporción de las ganancias
empresariales dedicadas a fines de interés público es mucho menor a
la de los países avanzados. Es notable el trabajo que, aun con todas
estas limitaciones, llevan adelante numerosas organizaciones, entre
ellas las de fe antes mencionadas, para lograr superar a las dificultades
de supervivencia de extendidos sectores de la población.
En el fondo lo que el pensamiento económico convencional está ha-
ciendo a través de su desvalorización de las posibilidades de la sociedad
civil, es cerrar el paso a la entrada misma del concepto de capital social.
57
LA ILUSIÓN DEL BUEN GOBIERNO

Múltiples investigaciones de los años recientes desde los primeros estu-


dios de Putnam y Coleman hasta los efectuados en diversos países de
todo el planeta demuestran que hay factores cruciales para el desarrollo
que no tenían lugar en el pensamiento económico ortodoxo, como los
agrupados en la idea de “capital social”. Ellos son: el clima de confianza
entre las personas de una sociedad y hacia sus instituciones y líderes, el
grado de asociacionismo, es decir, la capacidad de crear iniciativas asociativas
de todo tipo, y el nivel de conciencia cívica, la actitud hacia los problemas
colectivos, desde cuidar el aseo en los lugares públicos hasta pagar los
impuestos. Estudios del Banco Mundial atribuyen al capital social y al
capital humano dos terceras parte del crecimiento económico de los paí-
ses, y diversas investigaciones dan cuenta de los significativos impactos
del capital social sobre la performance macroeconómica, la productivi-
dad microeconómica, la gobernabilidad democrática, la salud publica, y
otras dimensiones (1).
Desarrollar el capital social significa fortalecer a la sociedad civil a
través de políticas que mejoren la confianza, que según dicen los mis-
mos estudios, en sociedades polarizadas está muy fuertemente
erosionada por la desigualdad. También implica propiciar el creci-
miento del asociacionismo, y contribuir a hacer madurar la concien-
cia cívica. El razonamiento económico convencional ha estado aferra-
do a ideas muy estrechas sobre los factores que cuentan, que no con-
sideran estos elementos o los relegan. Tras la falacia de la incredulidad
sobre la sociedad civil, se halla un rechazo más amplio a la idea de que
hay otros capitales a tener en cuenta, como el social. Un cerrado
«reduccionismo economicista» impide ampliar la vision del desarro-
llo con su incorporación y extraer las consecuencias consiguientes en
términos de políticas de apoyo al fortalecimiento y potenciación de
las capacidades latentes en la sociedad civil.

Octava falacia: participación, sí pero no tanto

La participación de la comunidad en forma cada vez más activa en la


gestión de los asuntos públicos surge en esta época como una exigen-

58
BERNARDO KLIKSBERG Diez falacias sobre los problemas sociales de América Latina

cia creciente de las grandes mayorías de la sociedad en América Latina


y otras regiones. Los avances de la democratización producto de lar-
gas luchas históricas de los pueblos han creado condiciones de libre
organización y expresión, que han disparado esta “sed” de participa-
ción. Por otra parte existe hoy un creciente consumo en el mundo
acerca de la superioridad en términos de efectividad de la participa-
ción comunitaria sobre las formas organizativas tradicionales de corte
vertical o burocrático. En el campo social ello es muy evidente. Los
programas sociales hacen mejor uso de los recursos, logran mejor sus
metas y crean autosustentabilidad si las comunidades pobres a las que
se desea favorecer participan desde el inicio y a lo largo de todo su
desarrollo y comparten la planificación, la gestión, el control y la eva-
luación. Señala al respecto Stern, el economista jefe del Banco Mun-
dial resumiendo múltiples estudios de la institución (2000): “A lo
largo del mundo, la participación funciona: las escuelas operan mejor
si los padres participan, los programas de irrigación son mejores si los
campesinos participan, el crédito trabaja mejor si los solicitantes par-
ticipan. Las reformas a nivel de los países son mucho más efectivas si
son generadas en el país y manejadas por el país. La participación es
practica y poderosa”. (2)
Dos recientes trabajos “Superando la pobreza humana” del PNUD
(2000) y “The voices of the poor” del Banco Mundial (2000), basado
en una gigantesca encuesta a 60.000 pobres de 60 países llegan a si-
milar conclusión en términos de políticas: es necesario dar prioridad a
la inversión para fortalecer las organizaciones de los propios pobres.
Ellos carecen de “voz y voto “ real en la sociedad. Fortalecer sus orga-
nizaciones les permitiría participar en forma mucho más activa y re-
cuperar terreno en ambas dimensiones. Se propone entre otros aspec-
tos: facilitar su constitución, apoyarlas, dar posibilidades de capacita-
ción a sus líderes, fortalecer sus capacidades de gestión.
En América Latina el discurso político ha tendido a reconocer
crecientemente la importancia de la participación. Sería claramente
antipopular enfrentar la presión proparticipación tan fuerte en la so-
ciedad, y con argumentos tan contundentes a su favor. Sin embargo,
59
LA ILUSIÓN DEL BUEN GOBIERNO

los avances reales en cuanto a la implementación efectiva de progra-


mas con altos niveles de participación comunitaria son muy reduci-
dos. Siguen predominando los programas “llave en mano”, e impues-
tos verticalmente, en los que los decisores o diseñadores son los que
saben y la comunidad desfavorecida debe acatar sus directivas, y ser
sujeto pasivo de los mismos. También son usuales los programas que
apelan a la participación, pero en realidad la intervención de la comu-
nidad en la toma de decisiones es mínima. El discurso dice sí a la
participación en la región, pero los hechos con frecuencia dicen no.
Los costos de esta falacia son muy importantes. Por un lado, se están
desechando enormes energías latentes en las comunidades pobres. Cuan-
do se les moviliza, como sucedió en experiencias latinoamericanas mun-
dialmente reconocidas, como Villa el Salvador en el Perú, las escuelas
Educo en el Salvador, o el presupuesto municipal participativo en Porto
Alegre (3), los resultados son sorprendentes. La comunidad multiplica
los recursos escasos, sumando a ellos incontables horas de trabajo, y es
generadora de continuas iniciativas innovadoras. Asimismo la presencia
de la comunidad es uno de los pocos medios probados que previene
efectivamente la corrupción. El control social de la misma sobre la ges-
tión es una gran garantía al respecto que se pierde al impedir la participa-
ción. Por otra parte, el divorcio entre el discurso y la realidad es claramen-
te percibido por los pobres, quienes lo viven con descontento y frustra-
ción. Se limitan así las posibilidades de programas que ofrecen una parti-
cipación genuina, porque las comunidades están “quemadas”al respecto
por las falsas promesas.
El sí pero no, está basado en resistencias profundas a la participa-
ción efectiva de las comunidades pobres, que se disfrazan ante su ile-
gitimidad conceptual, política y ética. Ha llegado la hora en la región
de ponerlas en foco y enfrentarlas.

Novena falacia: la elusión de la ética

El análisis económico convencional sobre los problemas de América


Latina elude normalmente la discusión sobre las implicancias éticas

60
BERNARDO KLIKSBERG Diez falacias sobre los problemas sociales de América Latina

de los diferentes cursos de acción posibles. Pareciera que se está tra-


tando un tema técnico más, de carácter neutro, en el que sólo deben
predominar razonamientos costo-beneficio para resolverlo. La situa-
ción es muy distinta. El tema tiene que ver con la vida de la gente y las
consideraciones éticas deberían estar, por ende, absolutamente pre-
sentes. De lo contrario, se cae en el gran riesgo sobre el que previene
uno de las mayores filósofos de nuestra época, Charles Taylor. Taylor
(1992) dice que hay una acusada tendencia a que la racionalidad téc-
nica, la discusión sobre los medios, reemplace a la discusión sobre los
fines. La tecnología es un medio para lograr fines, que a su vez deben
ser objeto de otro tipo de discusión. Si la discusión sobre los fines
desaparece, como puede estar sucediendo, previene Taylor, y la racio-
nalidad tecnológica predomina sobre la racionalidad ética, los resulta-
dos pueden ser muy regresivos para la sociedad. En la misma direc-
ción señaló recientemente otro destacado pensador, Vaclav Havel,
presidente de la República Checa (2000), “es necesario reestructurar
el sistema de valores en que descansa nuestra civilización”, y advirtió
que los países ricos, los “euroamericanos” los llamo, deben examinar
su conciencia. Ellos, dijo, han impuesto las orientaciones actuales de
la civilización global y son responsables de sus consecuencias.
Estas voces prominentes sugieren un debate a fondo sobre los te-
mas éticos del desarrollo. El llamado tiene raíces en realidades intole-
rables. La ONU (2000) llama la atención sobre la necesidad de un
debate de este orden en un mundo donde perecen a diario 30.000
niños por causas evitables e imputables a la pobreza. Dice que se reac-
ciona indignamente y ello es correcto frente a un solo caso de tortura,
pero se pasa por alto a diario esta aniquilación en gran escala. El Fon-
do de Población Mundial (2000) resalta que mueren anualmente
500.000 madres durante el embarazo, muertes también en su inmen-
sa mayoría evitables y ligadas a la falta de atención médica. El 99% de
ellas se produce en los llamados países en desarrollo.
En América Latina resulta imprescindible debatir, entre otros, te-
mas como: ¿Qué pasa con las consecuencias éticas de las políticas?
¿Cuál es la eticidad de los medios empleados, si es éticamente lícito
61
LA ILUSIÓN DEL BUEN GOBIERNO

sacrificar generaciones? ¿Por qué los más débiles, como los niños y los
ancianos, son los más afectados por las políticas aplicadas en muchos
países? ¿Qué tenemos para decir sobre la destrucción de familias que
está generando la pobreza? y otras cuestiones similares. Es una región
donde, como se ha visto, la mayoría de los niños son pobres, donde
miles y miles de niños viven en las calles marginados por la sociedad,
y donde mientras la tasa de mortalidad de niños menores de cinco
años era en 1997 en Canadá de 6.9 cada 1000, llegaba en Bolivia a
82.8, en Ecuador a 57.7, en Brasil a 45.9, en México a 36.4 (Organi-
zación Panamericana de la Salud 2000. En América Latina, el 17% de
los partos se produce sin asistencia médica de ningún tipo, con los
consiguientes efectos en términos de mortalidad materna, que es cin-
co veces mayor a la de los países desarrollados, y sólo se hallan cubier-
tos previsionalmente el 25% de las personas de edad mayor.
Esto plantea problemas éticos básicos: ¿Qué es más importante?
¿Cómo asignar recursos? ¿No deberían reestudiarse las prioridades?
¿No hay políticas que deberían descartarse por su efecto “letal” en
términos sociales?
Cuando se denuncia la debilidad de la falacia que elude la dis-
cusión ética, ella toma con frecuencia el rostro del “pragmatismo”.
Arguye que es imposible discutir de ética cuando no hay recursos.
Sin embargo, más que nunca cuando los recursos son escasos de-
bería debatirse a fondo sobre las prioridades. En los países en que
ese debate se libra, los resultados suelen ser muy distintos en tér-
minos de prioridades y de resultados sociales que en aquellos en
donde se elude. Cuantos más recursos existan, mejor, y se debe
hacer todo lo posible para aumentarlos, pero puede haber más y
seguir asignados bajo los patrones de alta inequidad propios de
América Latina. La discusión sobre las prioridades finales es la
única que garantiza un uso socialmente racional de los recursos.
La Comisión Latinoamericana y del Caribe presidida por Patricio
Aylwin (1995) realizó un análisis sistemático para la Cumbre so-
cial mundial de Copenhague sobre qué recursos hacían falta para
solventar las brechas sociales más importantes de la región. Con-
62
BERNARDO KLIKSBERG Diez falacias sobre los problemas sociales de América Latina

cluyo que no son tan cuantiosos como se supone, y que una parte
importante de ellos puede obtenerse reordenando prioridades, for-
taleciendo una sistema fiscal progresivo y eficiente, y generando
pactos sociales para aumentar los recursos para áreas críticas.
Un renombrado filósofo, Peter Singer (1999), plantea en un artí-
culo relativamente reciente del New York Times que no es posible
que los estratos prósperos de las sociedades ricas se libren de la carga
de conciencia que significa convivir con realidades masivas de abyecta
pobreza y sufrimiento en el mundo, y que deben encarar de frente su
situación moral. Su sugerencia se puede aplicar a similares estratos de
América Latina.

Décima falacia: no hay otra alternativa


o el consenso intelectual intacto

Una argumentación preferida del discurso económico ortodoxo es


que las medidas que se adoptan son las únicas posibles. No habría
otro curso de acción alternativo. Por tanto, los graves problemas so-
ciales que crean son inevitables. La larga experiencia del siglo XX está
llena de fracasos históricos de modelos de pensamiento que se
autopresentaron como el “pensamiento único”. Parece demasiado com-
plejo el desarrollo como para pensar que sólo hay una única vía. Por
otra parte, en diferentes regiones del globo los hechos no han favore-
cido al “pensamiento único”. Resumiendo la situación, dice William
Pfaff (Internacional Herald Tribune 2000): “El consenso intelectual
sobre las políticas económicas globales se ha roto”. En el mismo sen-
tido opina Felix Rohatyn (Financial Times 2000), actual embajador
de EE.UU. en Francia: “Para sostener los beneficios (del actual siste-
ma económico) en EE.UU. y globalmente tenemos que convertir a
los perdedores en ganadores. Si no lo hacemos, probablemente todos
nosotros nos convertiremos también en perdedores”. Amartya Sen
(2000), a su vez, destaca: “Ha habido demostraciones recientemente
no sólo frente a las reuniones financieras internacionales, sino tam-
bién en forma de protestas menos organizadas, pero intensas en dife-

63
LA ILUSIÓN DEL BUEN GOBIERNO

rentes capitales, desde Jakarta y Bangkok hasta Abidjan y México. Las


dudas acerca de las relaciones económicas globales continúan vinien-
do de diferentes confines del planeta, y hay suficiente razón para ver
estas dudas acerca de la globalización como un fenómeno global, son
dudas globales no una oposición localizada”.
El clamor por cambios en las reglas de juego globales que afectan
duramente a los países en desarrollo es muy intenso. Comprende una
agenda muy amplia, desde temas por los que ha clamado el Papa Juan
Pablo II poniéndose a la cabeza de un vasto movimiento mundial que
exige la condonación de la deuda externa para los países más pobres,
pasando por el reclamo por las fuertes barreras a los productos de los
países en desarrollo, hasta el hecho de que la ayuda internacional al
desarrollo ha bajado (de 60.000 a 50.000 millones de dólares en los
noventa) y está en su nivel más bajo en muchas décadas. El presidente
del Banco Mundial, Wolfensohn (2000), ha calificado a este hecho
como de “crimen”. Ha destacado la “ceguera de los países ricos, que
destinan sumas insignificantes a la ayuda al desarrollo, no se dan cuenta
de lo que esá en juego”. Respecto a la necesidad de una política global
alternativa, señala el PNUD (2000): Se debe “formular una nueva
generación de programas centrados en hacer que el crecimiento sea
mas propicio a los pobres, esté orientado a superar la desigualdad y
destaque la potenciación de los pobres. Las recetas anticuadas de
complementación del crecimiento rápido con el gasto social y redes
de seguridad han demostrado ser insuficientes”. El economista jefe
del Banco Mundial Stern (2000) también sugiere: «el crecimiento
económico es mayor en países donde la distancia entre ricos y pobres
es más pequeña y el gobierno tiene programas para mejorar la equi-
dad, con reformas agrarias, impuestos progresivos, y buen sistema de
educación pública”. Todos ellos van más allá del pensamiento único.
La falacia de “que no hay otra alternativa” resulta cada vez más insos-
tenible en la América Latina actual. Por una parte, en el mundo se advier-
te una cada vez más activa búsqueda de alternativas. Por otro lado, hay en
el escenario histórico presente países que han obtenido desempeños eco-
nómicos y sociales exitosos siguiendo vías distintas al pensamiento eco-
64
BERNARDO KLIKSBERG Diez falacias sobre los problemas sociales de América Latina

nómico ortodoxo preconizado en la región. Entre ellos: Canadá, Corea


del Sur, Japón, Noruega, Suecia, Dinamarca, Finlandia, Israel, Holanda y
otros. Pero el argumento fundamental es la realidad misma. el pensa-
miento único ha producido resultados muy dudosos en América Latina.
La CEPAL (2000) describe así la situación social presente: «Hacia fines
de los noventa las encuestas de opinión muestran que porcentajes cre-
cientes de la población declaran sentirse sometidas a condiciones de ries-
go, inseguridad e indefensión. Ello encuentra sustento en la evolución
del mercado de trabajo, el repliegue de la acción del Estado, las nuevas
formas institucionales para el acceso a los servicios sociales, el deterioro
experimentado por las expresiones tradicionales de organización social, y
las dificultades de la micro y pequeña empresa para lograr un funciona-
miento que las proyecte económica y socialmente». Reflejando el desen-
canto con las políticas aplicadas en muchos casos, una encuesta masiva, el
Latín Barómetro 2000, encuentra, según describe Mulligan, (Financial
Times 2000) que “los latinoamericanos están perdiendo la fe el uno en el
otro, así como en sus sistemas políticos y en los beneficios de la
privatización”. Respecto a este ultimo punto la encuesta informa que el
57% no está de acuerdo con el argumento de que la privatización ha
beneficiado a su país. “Para mucha gente, dice Marta Lagos, directora de
la encuesta, la privatización significa costos más altos y virtualmente el
mismo nivel de servicios”.
La población latinoamericana no acepta la falacia de que no hay
alternativas que tienen necesariamente altísimos costos sociales y pro-
vocan el desencanto. Aparece en su imaginario con fuerza creciente
que es posible, como lo han hecho otros países en el mundo, avanzar
en el marco de las singularidades de cada país y respetando sus reali-
dades nacionales, hacia modelos de desarrollo con equidad, desarrollo
compartido, o desarrollo integrado, donde se busca armonizar las metas
económicas y sociales. Ello implica configurar proyectos nacionales
que impulsen, entre otros, la integración regional que puede ser un
poderoso instrumento para el fortalecimiento económico de la región
y su reinserción adecuada en el sistema económico global, el impulso
vigoroso a la pequeña y mediana empresa, la democratización del ac-
65
LA ILUSIÓN DEL BUEN GOBIERNO

ceso al crédito, el acceso a la propiedad de la tierra para los campesi-


nos, una reforma fiscal orientada hacia una imposición más equitati-
va y la eliminación de la evasión, la puesta al alcance de toda la pobla-
ción de la tecnología informática, la universalizaron de la cobertura
en salud, la generalización de posibilidades de acceso a educación pre-
escolar y de finalización de los ciclos primario y secundario. el desa-
rrollo del sistema de educación superior, el apoyo a la investigación
científica y tecnológica, el acceso de toda la población al agua potable,
alcantarillado y electricidad, la apertura de espacios que permitan la
participación masiva en la cultura.
El cimplimiento de este tipo de metas requerirá, entre otros aspec-
tos, reconstruir la capacidad de acción del Estado con un perfil des-
centralizado, transparente, responsable, con un servicio civil
profesionalizado, potenciar las posibilidades de aporte de la sociedad
civil abriendo todas las vías posibles para favorecer su fortalecimien-
to, articular una estrecha cooperación de esfuerzos entre Estado y
sociedad civil, desarrollar la responsabilidad social del empresariado,
practicar políticas activas para darle poder y participación a las comu-
nidades desfavorecidas. Todos ellos pueden ser medios formidables
en una sociedad democrática para movilizar las enormes capacidades
de construcción y progreso latentes en los pueblos de América Latina.

Una mirada de conjunto

Hemos visto cómo las extendidas falacias que presentan una visión
distorsionada de los problemas sociales de América Latina y de sus
causas, conducen a graves errores en las políticas adoptadas y son
parte de las dificultades para mejorar la situación. No ayudan a supe-
rar la pobreza y la desigualdad, por el contrario, con frecuencia las
refuerzan estructuralmente visiones como: negar la gravedad de la
pobreza, no considerar la irreversiblidad de los daños que causa, argu-
mentar que el mero crecimiento económico sólo solucionará los pro-
blemas, desconocer la trascendencia del peso regresivo de la desigual-
dad, desvalorizar la función de las políticas sociales, descalificar total-
66
BERNARDO KLIKSBERG Diez falacias sobre los problemas sociales de América Latina

mente la acción del Estado, desestimar el rol de la sociedad civil y del


capital social, bloquear la participación comunitaria, eludir las discu-
siones éticas y presentar el modelo reduccionista que se propone con
sus falacias implícitas como la única alternativa posible.
Estas visiones no son la causa única de los problemas, que tienen
profundas raíces internas y externas, pero oscurecen la búsqueda de
las causas y pretenden legitimar algunas de ellas. Buscar caminos dife-
rentes exige enfrentar y superar éstas y otras falacias semejantes. Ello
aparece en primer lugar como una exigencia ética. En el texto bíblico
la voz divina reclama “No te desentiendas de la sangre de tu prójimo”
(Levítico 19:16). Las sociedades latinoamericanas y cada uno de sus
miembros no pueden ser indiferentes frente a los infinitos dramas
familiares e individuales que a diario surgen de la problemática social
de la región. Asimismo, deben ser muy autocríticas con las
racionalizaciones de la situación y los autoengaños tranquilizadores.
Al mismo tiempo atacar frontalmente las causas de la pobreza, no
dando lugar a las negaciones y tergiversaciones, trabajar por restituir
la ciudadanía a gran parte de los habitantes de la región, cuyos dere-
chos humanos elementales están de hecho conculcados por las caren-
cias sociales. Por último, frente a las falacias permítasenos elevar la
voz de un gran escritor latinoamericano. Carlos Fuentes escribió
(1995): “Algo se ha agotado en América Latina, los pretextos para
justificar la pobreza”.

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LA ILUSIÓN DEL BUEN GOBIERNO

NOTAS

(1) Se puede encontrar la presentación de una serie de investigaciones recientes sobre el


capital social y sus impactos en Bernardo Kliksberg “El capital social y la cultura. Claves
olvidadas del desarrollo”, Instituto de Integración Latinoamericana, INTAL/BID, Bue-
nos Aires, 2000.
(2) Se refieren diversos datos e investigaciones sobre la superioridad gerencial de la partici-
pación en Bernardo Kliksberg “Seis tesis no convencionales sobre participación en «Ins-
tituciones y Desarrollo», revista del Instituto Internacional de Gobernabilidad, No. 2,
diciembre 1998, Barcelona, España.
(3) El caso de Villa El Salvador es analizado en detalle por Carlos Franco en su trabajo
“La experiencia de Villa El Salvador: del arenal a un modelo social de avanzada”,
incluido en la obra Bernardo Kliksberg “Pobreza, un tema impostergable. Nuevas
respuestas a nivel mundial”, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, Caracas,
cuarta edición 1997. Sobre el caso del presupuesto municipal participativo en Porto
Alegre puede verse: Zander Navarro “La democracia afirmativa y el desarrollo
redistributivo: el caso del presupuesto participativo en Porto Alegre, Brasil”. In-
cluido en Edmundo Jarquin, y Andrés Caldera (comp.), «Programas sociales, po-
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