realidad de transgresión permanente a la naturaleza, en general, y a la naturaleza humana, en particular. Pero esta realidad irrumpe desde sus límites, desde su negación, desde la alienación del mundo economizado, arrastrado por un proceso incontrolable e insustentable de producción e inequidad. El propósito de este texto, es examinar, a luz de la crisis sistémica actual y sus implicaciones, los efectos de un mercado, cuyo funcionamiento se guía, únicamente, por la máxima del beneficio al margen de valores éticos. Vivimos un mundo sometido al poder del mercado, a una razón de fuerza mayor ante la que se retrae el pensamiento, se disuelve el sentido y se paraliza la acción. Estamos sometidos a la imposición de un poder concentrador de la riqueza, generador de insostenibilidad y desigualdad. Entender la crisis ambiental como crisis de humanidad, es el primer paso para abrir nuevas vías del ser y del conocimiento, en el sentido de la reconstrucción y la reapropiación del mundo y de la naturaleza. Hoy funcionan cuatro mitos, a saber, 1º) el libre mercado, 2º) la soberanía de los Estados, 3º) la igualdad de derechos de todos los ciudadanos y 4º) la neutralidad valorativa del investigador. Todo ello converge en una concepción del mercado en que no se tiene en cuenta la ausencia de neutralidad valorativa en algunos análisis de expertos y recomendaciones de grandes instituciones económicas internacionales que desembocan en una lesión profunda a la igualdad de derechos de los ciudadanos, particularmente, de las periferias geográficas e históricas y derrumban el mito de la soberanía de los estados. En este trabajo se pretende demostrar que todos estos principios sólo pueden mantenerse en un juego de mercado con valores éticos. Palabras claves: mercado, libertad, autonomía, ética y soberanía, derechos humanos y sostenibilidad.
1.‐ Cuestiones Previas
En este trabajo abordamos, una cuestión que ha
generado innumerables reflexiones de analistas, comunicadores y sociedad en general, quienes de manera insistente señalan la necesidad de incorporar una dimensión ética en el mercado y, sobre todo, recomienda someter éste a reglas para tratar de evitar excesos. Se trataría, según esta tendencia, de regular los efectos indirectos de la acción directa. Que hoy la ética tenga que partir de estos efectos es un resultado de la propia globalización del mundo. Al ser ahora la Tierra global, la acción directa produce efectos indirectos de los que se derivan amenazas globales [1]. Desde el siglo XIX hasta nuestros días, el neoliberalismo ha sido el modelo económico‐ ideológico dominante. Su imposición en vastas regiones del mundo, coincide, en líneas generales, con el comienzo del proceso de destrucción de la naturaleza en el ámbito planetario [2]. El paradigma de vida proyectado universalmente se sustenta en la acumulación sin límites, exacerbada por valores desbocados de consumismo e individualismo. ¿Cuál es el fundamento de este paradigma? El comportamiento de las empresas capitalistas en el mercado, que tiene como referencia lógica económica siguiente: el valor central del libre mercado neoliberal es la "competitividad" la cual se logra por medio de la "eficiencia de mercado" y la política que corresponde para lograrla es la "política de eliminación de distorsiones", con la finalidad de "maximizar las ganancias" de las empresas. Así, que hemos llegado a un modelo de producción, distribución y consumo de bienes en el que la eficiencia económica y la competitividad son la finalidad primordial. La rentabilidad de las acciones empresariales es el único objetivo. Lo demás no interesa. Es muy conocida una idea o concepción de la Escuela de Chicago, y de su principal representante como es concretamente Friedman, en el sentido siguiente: "Las empresas no se tienen que torturar con el tema de la ética, su principio moral básico es que ganen dinero y que no se preocupen de lo demás, porque en la medida en que ganen dinero y apoyándose en la mano invisible, ya serán capaces de crear riqueza, la cual se irá distribuyendo por toda la sociedad". Pero esa "mano invisible", constituida en el recurso arquetípico de los neo‐liberales, es extraña a la voluntad de las personas. De ahí, la preocupación sobre las cuestiones éticas. Esta preocupación ha aumentado considerablemente en los últimos años debido a la globalización y a la desregulación económica. Ambos procesos han engendrado muchos conflictos derivados de algunas de sus consecuencias negativas. Una, particularmente, significativa ha sido la constatación de que en la producción capitalista, la dimensión ecológica no es una preocupación hasta que está amenazada la naturaleza requerida para la producción (ya sea agua, suelo, semillas, etc.) y sólo cuando el grado de amenaza pone en riesgo a la propia producción, no a las personas. Esta amenaza se da en todos los denominados "recursos" (hídricos, pesqueros, genéticos, etc.) De hecho, el que estas dimensiones de la naturaleza se denominen sesgadamente "recursos", proviene de sobre determinar su función productiva y eliminar, o poner en segundo plano, el resto de sus dimensiones naturales, sociales y culturales, aunque también sean necesarias para la vida, e indirectamente, para la actividad productiva. No puede sorprender que el inicio de la crisis económica haya traído consigo, por una parte, una reflexión sobre los fundamentos morales del sistema capitalista[3]. Y, por otra, la conciencia de que nos hallamos, en la actualidad, ante una crisis del modo de ser de una época. Por ello, uno de los desafíos más apremiantes y decisivos para el presente y el futuro de la convivencia humana consiste en responder a esta pregunta ¿tienen la economía, el mercado, el comercio, una independencia total y absoluta con respecto a todo criterio ético o, por el contrario, el mercado debe regularse por alguna norma ética que ponga los intereses de las personas, de la naturaleza y de los pueblos por encima del lucro y el dinero? ¿Por qué es urgente responder a esa pregunta? En cuanto a los términos en los que se plantea la necesidad de introducir la ética dentro de la economía, es decir, las restricciones de lo que se debe hacer y de lo que no se debe hacer, ésta es una cuestión clave a la que hay responder, especialmente, en momento de crisis como la presente. ¿Por qué? En la actualidad no vivimos una sola crisis, sino múltiples crisis que están relacionadas con las situaciones inestables y/o con las coyunturas de cambio que se están dando en el ámbito político, económico, cultural, religioso y ecológico a nivel mundial. Entre estas crisis, están la crisis social que enfrentan ricos y pobres, la crisis económica que recorre todo el sistema capitalista, la crisis financiera originada por los sistemas financieros fraudulentos, la crisis ecológica originada por un sistema consumista y depredador de la naturaleza, la crisis generacional que enfrentan de manera cíclica jóvenes y mayores, la crisis de valores sociales propiciada principalmente por un sistema que asumió, como razón dominante, la razón instrumental y utilitaria, la crisis de la diversidad provocada por la invalidación y estigmatización de lo diferente, la crisis cultural, pues, hay que revisar una concepción cultural del mundo que nos ha llevado casi a la aniquilación de la naturaleza contemplada, como un objeto económico del que hay que apropiarse, la crisis existencial motivada por el conflicto de los diferentes dogmas y creencias o la crisis de la globalización donde es difícil saber si estamos viviendo en un mundo en el que todo resulta dramáticamente diferente o en uno en el que todo cada vez es más idéntico. En un contexto como el presenta de generalización de situaciones críticas, difícilmente podía quedar al margen el mercado. Está, también, en crisis, desde que se produjera la quiebra de Lehman Brothers el 15 de septiembre del 2008, fecha que se maneja como el clímax de la crisis financiera de Estados Unidos. Desde entonces, cada vez más ciudadanos reconocen la falta de ética como uno de los factores claves que explica una buena parte de los sucesos que ha puesto en riesgo la estabilidad económica mundial. Antes de esa fecha, otro gran momento‐ ya emblemático en los tiempos actuales‐, fueron los fraudes de las empresas Enron, Arthur Andersen y Worldcom en 2001, que sirvieron para revalorizar los conceptos de confianza y ética. El hecho de que los conceptos de confianza y ética hayan devenido., últimamente, en condiciones exigibles se debe a la generalizada desconfianza que existe hacia empresario y ejecutivos, incluidos los de la banca. Desconfianza que se basa en la certeza, cuando no la sensación de que muchos de ellos estarían dispuestos a comportamientos poco éticos con tal de conseguir el éxito en los negocios. Es observable que se da una circunstancia nueva, las actividades empresariales empiezan a ser per se sospechosas en la medida en que la rentabilidad empresarial estricta aparece como el objetivo esencial, obviando otras rentabilidades, como la rentabilidad social, y esta circunstancia ha permitido que emerja, con carácter aún minoritario, una exigencia creciente de transparencia de los fines y los medios que se emplean[4] en la esfera de los negocios. Y que surja una crítica cada vez, más articulada, que invalide, como falsa, a una presunta, neutralidad del mercado.
2.‐ Corrupción y costes de transacción
No es casual la sospecha. La corrupción se ha
venido interpretando en economía como un coste de transacción, como el precio de un servicio de intermediación en el que el suministrador del servicio aprovecha una renta de situación que le permite ingentes márgenes de beneficio[5]. La evaluación positiva de la corrupción es una evolución lógica. Al fin y al cabo, si se analiza la historia reciente, se ‐encuentra que nuestra sociedad dejó de discutir como condición necesaria de toda convivencia humana el problema de la ética en las relaciones sociales (incluyendo en esta política, derecho y economía). Desde los economistas clásicos en la economía académica se establece una clara distinción entre la esfera de la economía y la de la moral, como, igualmente, lo hizo Maquiavelo en el terreno de la Política. Ambas, política y economía, aparecen por sí solas, ambiguas, amorales y ambivalentes. ¿Por qué se abandona el compromiso ético en la esfera de los negocios? Pues, porque se abandona el punto de vista normativo por el positivo. En la primera perspectiva se discute el deber ser. En la segunda, el ser. El ser humano busca la vida buena (vida feliz, plena, cumplida...), que requiere una serie de condiciones mínimas o algunos elementos o bienes parciales que la faciliten. Hay un deber ser implícito para poder ser feliz. Pero, la economía se ocupa de la riqueza. De lo tangible y positivo, en términos de realidad. Se fundamenta en el análisis costo/beneficio. « ¿Cuánto gano o pierdo yo si hago esto o aquello?» constituye una pregunta fundamental que genera profundas implicaciones éticas, económicas, políticas y, finalmente, ideológicas[6]. Una pregunta como esa encierra, en parte, argumentos comunes a favor de la presencia de corrupción son: a) Bajo ciertas condiciones, aquel agente más eficiente será quien pueda alcanzar un mayor beneficio, por tanto, la asignación de recursos para sobornos es considerado eficiente. ¿Por qué? Es obvio "¿cuánto gano o pierdo yo?" es una pregunta que expresa una mentalidad "cuantitativa" y calculadora, que ignora la dimensión cualitativa de la vida humana. Así, se observa que la eficiencia económica está separada absolutamente de las consideraciones de índole moral. Pero, un bien puede ser deseable en términos de eficiencia y a su vez indeseable desde criterios morales. La evaluación económica se situaría en otro plano que la evaluación moral[7]. Esta concepción reside en el mito de la neutralidad científica, explica el rechazo a buscar alternativas, justifica los medios, da racionalidad a los sacrificios sociales y ambientales. Predomina una racionalidad instrumental, cuya expansión ha conducido a las graves crisis medioambientales y sociales. Pero, en los últimos tiempos cada vez se oyen más voces que ponen en cuestión la férrea separación que realiza la economía convencional entre los enunciados positivos y normativos. La moralidad de los agentes económicos influye en su comportamiento así como en sus resultados, y no parece razonable que si los economistas se interesan por los resultados no deban también estar interesados en la moralidad. La propia economía estándar del bienestar descansa sobre supuestos morales. Para evaluar y desarrollar la economía del bienestar se requiere prestar atención a la moralidad. Pretende corregir las inequidades del sistema. La economía del bienestar plantea una una relación necesaria entre economía y principios morales. Tanto Knight[8] como Keynes[9] estimaron que el ámbito de la economía no se puede abstraer de la dimensión moral y de una evaluación ética, por consiguiente, el mercado debía de estar sometido a normas. En realidad, se pretende que la eficiencia del libre mercado, no se separe de su valor como sistema libre y justo.
3.‐ El problema de la neutralidad valorativa
¿En qué medida los economistas aceptan que la
ética esté dentro de la economía? Dominada por las matemáticas y por su lenguaje, no deja espacio para lo político, lo social, lo cultural. La economía no es una ciencia exacta ni autosuficiente, pero se presenta como tal. El devenir de la economía, se ha sustentado en un orden espontáneo, asumido casi como una técnica autónoma del mercado. Un tratamiento de los problemas económicos con criterios interdisciplinarios, ya invalidaría, para algunos, la propia economía. Esta pretensión da fuerza al reclamo de despolitización de la economía, de la sociedad, hasta de la misma política[10]. Esta realidad, no es nueva. La economía desde el siglo XVIII ha tratado de convertirse en una "ciencia", es decir, en un conocimiento riguroso, analítico y comprobable de cómo realizar en mejor forma las actividades productivas, distributivas y de consumo. La ciencia económica moderna intenta estudiar y medir los fenómenos económicos, en forma semejante a como lo suelen hacer las ciencias naturales. ¿Qué estudia la ciencia económica? La manera como las personas y los pueblos satisfacemos nuestras necesidades, produciendo mediante nuestro trabajo bienes y servicios con recursos escasos. Frente a estas pretensiones teóricas que se presentan como nacidas de una neutralidad valorativa surge la fuerza de la realidad. La economía, en tanto ingeniería con pretensión ciencia exacta, comprendida como un ejercicio de lógica matemática, encuentra sus límites. Cada vez es más difícil, sino imposible, explicar desde ella sus propias hipótesis, sus supuestos. Esta sintetiza una serie de teorías, con algún atractivo lógico, pero difíciles de ser verificadas a la luz de los hechos observables (8). Mas que objetividad, muchas de estas teorías demuestran una clara distancia con la realidad, a la cual hasta pretenden deformarla para que se aproxime a sus requisitos teóricos. La ética del "economicismo" es instrumental. Se inspira (casi) totalitariamente por la lógica del mercado. Asume una serie de principios indiscutibles, como si fueran de validez universal. "La economía ortodoxa da por supuesto el sistema social existente, como si perteneciera al orden natural de la cosas", puntualizó ya hace más de 20 años Paul Sweezy [11] . Por eso, no es raro que, poco a poco, pero cada vez con más fuerza, emerjan propuestas multidisciplinarias que replantean la propia problemática de la economía; hay voces de renombrados economistas, como de Ignacy Sachs, que piden desarrollar en forma clara la economía social, inclusive hay quienes hablan de la necesidad de una ecosocio‐economía, para incorporar también lo ecológico: tres temas que no pueden separarse. En este contexto, el campo del desarrollo y del subdesarrollo, que se lo creía superado a la luz de las conclusiones neoclásicas, es motivo de nuevos estudios: se discuten, con creciente intensidad, diversas opciones de desarrollo a escala humana, desarrollo sustentable, desarrollo autocentrado... La idea de profundización de la democracia misma no es ajena a esta renovada discusión económica.
5.‐ Conclusiones
El tema ético ha cobrado una gran fuerza en los
últimos años, obligando a reconsiderar la forma en cómo deben manejarse las empresas, ya que la búsqueda de su rentabilidad no debe soslayar o subestimar su impacto en los temas económicos, sociales y ecológicos. Parte de este descontento se ha enfocado por organizaciones no gubernamentales en campañas contra las empresas a las que acusan de prácticas poco éticas. Y el crecimiento de las marcas globales ‐y las nuevas tecnologías de la comunicación ‐ han hecho a las empresas más vulnerables a los boicots y a la publicidad negativa. Y, ante esa realidad, la necesidad de comportamientos éticos no puede deberse a estrategias empresariales, porque las elecciones económicas no son indiferentes respecto a la calidad moral de la persona que las ha realizado. El desarrollo de conductas éticas es una necesidad. Más apremiante, desde luego, en la medida en que las consecuencias de las actuaciones resultan más imprevisibles. Pero la ética tampoco se limita a la previsión de impedir un complejo cúmulo de consecuencias. No se reduce a una operación de cálculo, porque hay cosas que no se pueden calcular ‐como el valor económico de una vida. Si el objetivo empresarial consiste en obtener beneficio y todas las acciones de una empresa estarán dirigidas a aumentarlos, hay que tener en cuenta que pueden darse muchos tipos de beneficios. No puede considerarse sólo el aumento de riqueza o dinero; también están el perfeccionamiento humano de los miembros, la aportación al bien común, la creatividad, el sentimiento comunitario, la responsabilidad compartida. Por otro lado, la discusión sobre la ética del mercado es una discusión sobre la necesaria síntesis entre el bien común y el bien privado. La relación entre el bien común y el bien particular no puede ser conflictiva. Ciertamente, en ocasiones uno debe prevalecer sobre el otro. Pero eso no impide que la búsqueda del bien privado deba necesariamente entrar en conflicto la consecución del bien de la sociedad. El intento de asumir en las propias decisiones tanto los principios éticos como las consecuencias razonablemente previsibles de los actos, evita, a la vez, el abandono de las propias responsabilidades y algunas confusiones entre las manifestaciones privadas y públicas de la ética. Además, convendría matizar, especialmente, que se entiende por conflicto de intereses público para poner término a la corrupción como medio de maximización de beneficios. Caminamos hacia una configuración de mercados financieros globales, donde se acentúa la volatilidad y la naturaleza de los riesgos se hace más difícil de medir y controlar los conflictos de intereses. Junto a la coordinación internacional para evitar discriminaciones competitivas, se precisa cada vez más una armonización entre la supervisión y la autorregulación. Lectura 2: Ética ambiental
ÉTICA AMBIENTAL. REALIDAD Y FUTURO
NECESIDAD DE UNA ÉTICA CON NUEVAS BASES AXIOLÓGICAS
RESUMEN: En el presente ensayo hemos
considerado los más importantes efectos de la acción indiscriminada del ser humano hacia la naturaleza en estos últimos decenios y la necesidad imperiosa de valorar los resultados de dichas acciones ante la realidad mediata de la degradación de la biosfera y el riesgo de la subsistencia de la vida animal y vegetal en la tierra en un plazo que se encuentra en el siglo XXI. Los valores morales y principios de la ética son considerados en el presente ensayo analizando las distintas declaraciones de la ONU y de la UNESCO, entidades no gubernamentales mundiales, climatólogos no comprometidos, filósofos, investigadores y eticistas preocupados en nuestro futuro como habitantes de la tierra. La sociedad debe jerarquizar la necesidad de una articulación: entre la sociedad humana y la naturaleza, entre la ciencia y la ética, entre la justicia social y el derecho del medio ambiente, en definitiva, entre los intereses empresariales y políticos y la ética medio ambiental. Este análisis propone considerar ante cada dilema ético surgido del dualismo humanidad-naturaleza, nuevos principios y valores, reconociendo la real posibilidad de la incorporación de otros que puedan surgir en el futuro en las distintas regiones de nuestro mundo.
En un mundo, donde el accionar del hombre desde
el inicio de la revolución industrial, degrada progresivamente el medio para explotar sin límites sus recursos naturales, se produce una ruptura en el equilibrio ecológico, afectando la biosfera y limitando la supervivencia de la vida en la tierra. Las emanaciones globales de dióxido de carbono (CO2) se incrementaron desde 1990 en un 2% anual y desde el 2000 en un 3% anual. Durante los dos últimos siglos las emanaciones de gases “efecto invernadero” ocurrieron en los países más desarrollados. Se espera para este siglo que el mayor aumento de dichas emanaciones tenga lugar en los países en desarrollo, liderados por China, que para el 2050 será responsable del 33% de las mismas (24). El aumento de dichos efluvios elevaría la temperatura de la tierra más de 3º C y llevaría a la licuación de la capa de hielo de Groenlandia, parte del Ártico y de la Antártida, elevando los océanos en más de siete metros. Cuando la pérdida del hielo sea total, en cambio, se elevaría en 70 metros el nivel de los océanos del mundo, al final del siglo. El aumento de la temperatura en 4º C, anularía el 85% de la selva amazónica. El dióxido de carbono (CO2), proveniente del uso de combustible fósiles, es la emanación más importante; le sigue la deforestación con corte y quemazón de grandes áreas forestadas que aporta de un 12 a 25% de los efluvios “antropogénicos”. El 23 % restante provienen en su mayor parte del “metano” de la ganadería y del “cultivo de arroz”; y el óxido nitroso por el empleo de fertilizantes (24). En el afán de revertir la tendencia de destrucción del medio ambiente, desde 1968 en la Universidad de Berkeley (EEUU) se inicia un movimiento mundial de lucha contra esta degradación. Numerosas reuniones, convenciones y encuentros se han realizado y se siguen haciendo. El programa ambiental de las Naciones Unidas, la “Unión internacional para la conservación de la naturaleza” entre otros, realizan grandes foros internacionales sobre la problemática (39). La situación se hace conciencia en la mente de los seres humanos a mediados del siglo XX. Muchos países firman convenios de limitación del uso y abuso de acciones contaminantes, pero otros, entre ellos los mayores responsables de esas acciones, como los Estados Unidos, no las efectivizan.
Génesis
De todos los problemas y sus causas que
intervienen en el deterioro del medio ambiente, es quizás la causa más importante el crecimiento explosivo de la población. En los últimos 260 años desde que las estadísticas mundiales empezaron a ser confiables en el mundo conocido, la población mundial paso de 791 millones en 1750 a 6.767.805.208 de habitantes en septiembre del 2009. Según una proyección estimada para el 2050 habría nueve mil millones de habitantes en el mundo (39). Para esos años, salvo situaciones o contingencias naturales no calculables, “el 31.2% de habitantes no tendrían acceso al agua potable”. Algunas regiones como África perderían el 50% de su tierra cultivable, siendo además una de las dos regiones de mayor crecimiento demográfico. Cerca de 8.000 millones de seres humanos estarían en la franja de los “micro-consumidores forzados”, entre ellos los ajustados integrantes de una clase media formada por profesionales, empleados, jubilados, trabajadores, entre otros, más los desnutridos, hambrientos, indigentes y sub alimentados de muchas regiones del mundo. Solamente 1.000 millones y un poco más estarían en la franja de los macroconsumidores (12). El mundo se encuentra en un camino que conduce inexorablemente a sobrepasar puntos críticos de contaminación ambiental, sin retorno, más allá de los cuáles el futuro de la humanidad no estará en nosotros. El aumento de los gases atmosféricos de efecto invernadero eleva la captación de calor y despierta una retroalimentación positiva: interfiere en el ciclo de carbono natural. Al aumentar la temperatura de los océanos, por disminución de los casquetes polares que reflejan los rayos solares, se modifica el transporte de carbono desde la capa superficial del océano hacia el fondo oceánico. El aumento de temperatura llevaría entonces a la muerte de los bosques tropicales, agravando más el control natural del CO2. Los recursos energéticos no renovables estarían por desaparecer de la faz de la tierra en ese 2050.
Discusión
Ante la necesidad de considerar estas realidades
desde un punto de vista totalmente científico, pero con un apoyo filosófico que le dé fuerza a las decisiones a tomar, precisamos firmes valores morales, universales y actualizados, y nuevos principios éticos que den sustento a las mismas, al evaluar alternativas polarizadas como: sujeto- objeto, hechos-valores, metafísica-religión, ciencia-ética, naturaleza- humanidades, entre otras. De ellas, el dualismo ser humano-naturaleza sufrió las variaciones que la historia, la ciencia y las culturas de las diferentes regiones del mundo le condicionaron. Ante esta alternativa, la realidad cada vez más influida por las religiones primero y por el avasallador avance de la ciencia y su tecnología luego, confinó la ética al hombre, y la naturaleza fue demonizada como lo malo de la historia, quitándole toda relevancia moral (17). Este concepto fue cambiando con el triunfo de las doctrinas evolucionistas, desde Darwin, hasta la demostración, por la biología molecular, de la existencia de una base común de todo ser viviente. Desde el comienzo de los tiempos, la naturaleza toda fue sometida a una transformación continua y el género humano también. Según Darwin, la inteligencia humana no sería “otra cosa que la transformación de los instintos que compartimos con otras especies”. En la historia de la humanidad, la interacción del ser humano con la naturaleza se da desde nuestros ancestros pre-homínidos, pasando por el Pitecantropus Africano, el Homo Erectus, hasta el Homo Sapiens Sapiens actual. Las transformaciones evolutivas derivadas de las adaptaciones de supervivencia del género Homo, modelaron la conducta moral del hombre. “Cuando más fue alejándose el hombre de la animalidad merced al trabajo y el lenguaje, en su evolución, tanto más planificada era su acción sobre la naturaleza (para controlarla, modificarla o alterarla) con fines trazados previamente” (27).
Debemos considerar la importancia de la dotación
genética en la conducta moral de los seres humanos. A este acervo genético se suma el acervo ético o cultural por el aprendizaje permanente del género humano en su historia. Según las corrientes filosóficas naturalistas, al considerar la evolución del mundo, la naturaleza, al equipararse a los seres humanos “debería ser también portadora de valores morales”. Cuando la naturaleza y los seres humanos se co-pertenecen esta relación se transforma en reconocimiento e integración, dejando de ser la de explotador- explotado. El antropocentrismo individualista choca con un nuevo fisiocentrismo post-moderno, que va desde Darwin a la socio-biología de E. Wilson (8). Aquel antropocentrismo sustentado fundamentalmente en el “principio de autonomía” es cambiado por un modelo axiológico que apoyado por un “principio de copertenencia”, se transforma en un fisiocentrismo más ético en donde la ciencia y la tecnología recuperen algo que no deberían haber perdido: la humildad (17). Las Naciones Unidas a través del “Programa para el medio ambiente” creó un organismo conformado por doscientos expertos de cincuenta países, que desde el año dos mil identificaron los siguientes problemas ambientales y las causas de los mismos, que presentamos en un listado general sin estructuración: el cambio climático, la escasez de agua dulce, la deforestación y la desertificación, la contaminación del agua potable, deficiente gobernabilidad, pérdida de biodiversidad, explosión demográfica y forzados movimientos migratorios de las poblaciones mundiales, valores sociales cambiantes, eliminación de desechos, contaminación del aire, deterioro del suelo, mal funcionamiento de los ecosistemas, contaminación química, urbanizaciones inadecuadas, agotamiento de la capa de ozono, consumo de energía, nuevas enfermedades y aparición de viejas, agotamiento de los recursos naturales, inseguridad alimentaria, emisiones industriales, pobreza tecnológica de la información, guerras y conflictos bélicos, disminución de las resistencias a las enfermedades, desastres naturales, especies invasoras, ingeniería genética, contaminación marina, agotamientos pesqueros, circulación oceánica, degradación de la zona costera, desechos en el espacio, sustancias tóxicas bioacumulativas, efectos del Niño y subida del mar (39). Algunos son problemas repetidos, otros son riesgos, otros, causas, pero todos hacen a la problemática medioambiental y es el terreno de la ecología a nivel planetario. Debemos ser conscientes de que, como habitantes del mundo, vivamos en el país o región que sea, somos partícipes de la degradación de la naturaleza, de la alteración del clima, del desequilibrio de la biosfera. Con nuestras acciones, el resultado de las mismas y de todas las acciones de los habitantes del mundo, no habrá región ni país a salvo de sus consecuencias. Esta crisis ambiental de amplitud mundial escapa ya a la responsabilidad personal, para hacerse planetaria. Todas las regiones de nuestro planeta están comprometidas y los últimos desastres naturales y sociales, son un ejemplo: desde la desertificación de amplias zonas hasta inundaciones, sequías, migraciones internas y externas forzadas que, como resultado, llevan a un aumento de la pobreza, falta de trabajo, crisis en la educación, desnutrición, aumento de mortalidad infantil, etc. Es cierto que algunos filósofos tienen la esperanza de que, de acuerdo a la “Teoría del caos”, de estos períodos de crisis, desorden o conflicto “como fomentadores de la evolución y las transformaciones”, surjan tiempos de bonanza, creación y orden (5),(47). dades de un mundo multicultural y multiétnico, esa ética trata entonces de los problemas morales, sociales y las repercusiones sobre la biósfera que se originan por la intervención cada vez más importante de los seres humanos sobre “el medio ambiente en que vive la humanidad” (12). Es más que una ética aplicada: como las éticas profesionales, con sus principios éticos conocidos y aceptados, esta ética ambiental contemporánea nos exige repensar sus principios. Se considera que los nuevos problemas medioambientales del siglo XXI y los que irán apareciendo en un futuro inmediato, nos exigirán una adecuada articulación de principios como el de “no maleficencia”, “justicia”, “precaución”, “prudencia”, “competencia”, “responsabilidad”, “protección” y algunos más (18), (26), (35),(29),(33). El ámbito en el que interactúan la naturaleza y la sociedad humana es multidisciplinaria ya que intervienen regiones, continentes y estados por un lado, con grupos humanos distintos, con sus culturas, con sus historias, sus creencias de variados tipos, ciencias como ecología, biología, economía, sociología y políticas con sus gobernabilidades de las más diferentes líneas, por el otro. En esta articulación entre humanidad y naturaleza, esta última, al carecer aparentemente de la palabra para comunicarse, estaría en desventaja. Pero la naturaleza tiene formas de responder a las acciones abusivas del hombre, como lo estamos viendo con algunas de las “catástrofes naturales”, que se suceden cada vez con más frecuencia. La naturaleza misma nos ha hecho saber con esas catástrofes los resultados de nuestras acciones inapropiadas. Esta coyuntura homo – natura se puede vislumbrar, desde la antigüedad, en el desarrollo del pensamiento socrático, donde el protagonismo lo detenta la especie humana. Dicha concepción se sustenta en la idea de la naturaleza constituida como un medio y el hombre como un fin. Desde entonces, las “estructuras éticas quedarán asimiladas en las cualidades del ser humano” En la civilización occidental judeo- cristiana, la conformación de una teología de la naturaleza asentada en las ideas de: creación, conservación y providencia de la misma, conllevarán en el medioevo, a una dignidad de la naturaleza derivada de su origen divino, en la cual toda innovación sería una transgresión de la ley de dios. El advenimiento de la Modernidad, con el avance de la ciencia, la secularización de la política, las ideas de libertad, los derechos humanos y la racionalidad, derivará en una hegemonía del ser humano, proceso que llevará en el siglo XX a la contemplación de la naturaleza como objeto, carente de valores propios, adquiriendo relevancia en tanto material a disposición del uso y abuso del ser humano. Casi simultáneamente, la civilización técnico-industrial se configurará con ideales como el escepticismo, un fuerte nihilismo social, el auge de intereses industriales y de poderes políticos equivocados o corruptos. En este contexto, aquella ética sustentada por la tradición grecolatina, la religiosidad judeo-cristiana y la filosofía de los siglos XVIII y XIX desaparece, produciendo lo que muchos han llamado “la crisis de la ética”, siendo uno de sus más importantes componentes, la problemática del medio ambiente. Cuando consideramos las bases morales de este problema medioambiental nos encontramos, a lo largo de la historia, con dos líneas filosóficas que hacen a la cuestión: el antropocentrismo y el fisiocentrismo, a los que ya nos referimos previamente. • El antropocentrismo nace en las tradiciones grecolatinas, desde Sócrates, con el total protagonismo de la persona humana ante la naturaleza, siendo ésta un medio para su fin: “el hombre”. Todas las estructuras de la ética se formulan en base a las cualidades del hombre. De este antropocentrismo derivan los principios denominados muchos años después, de Georgetown: el “principio de autonomía”, el “de beneficencia”, el “de justicia” y el de “no maleficencia” (15),(35). • El fisiocentrismo, considera a “la naturaleza” como un fin y un real valor en sí misma (17). En base a esta última línea filosófica, consideraremos dos posturas o posiciones éticas: la ética ambientalista y la ética ecologista. 1. La primera de ellas, la “Ética ambientalista” reconoce en el ambiente, la biosfera, un bien capaz de plantear dilemas éticos. Cree en la imprescindible interacción entre el ambiente, los seres humanos y la necesidad de tutelar el medio ambiente con una política ambiental internacional. Esta ética articula además, entre otros:
a) El principio de copertenencia de los seres
humanos y la naturaleza, propuesto por H Jonas, verdadero dilema de la post-modernidad, en la segunda mitad del siglo XX, al pretender articular el antropocentrismo con el fisiocentrismo y el principio de sociabilidad que se basa en el reconocimiento del “bien común”. Da pie para que los estados y la comunidad internacional tengan el deber de tutelar el ambiente en el que viven sus ciudadanos a través de pactos internacionales y convenios que defiendan el medio ambiente y su biodiversidad (12), (17). Este principio social, armado en base a sus teorías filosóficas, por Apel y Habermas en la década de 1970, sobre las relaciones multiculturales y multilingüísticas de un mundo plural de convivencia real, otorgaba primordial importancia al diálogo, al discurso argumentativo y a la posibilidad de consenso de la humanidad futura, en la esperanza de una ética planetaria.
b) Este principio social articula también un
“principio medioambiental” propuesto también por Jonas y posteriormente por Singer; halla modelos de moralidad en los ecosistemas, sus valores y sus derechos, para garantizar la supervivencia de la raza humana en la tierra (12), (17).
c) El “principio de no maleficencia” que, sin duda,
se deberá ampliar para abarcar no solo a los seres humanos sino también al resto de los seres vivientes, sean animales o vegetales.
d) Además es necesario valorar “principios de
prudencia” en las acciones, respeto hacia los restantes ecosistemas y sobre todo, considerar el “principio de responsabilidad”, la valoración del resultado de nuestras acciones como principio fundamental, como lo señala H. Jonas al proponer un nuevo “imperativo ético”: “Obrar de tal manera que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de la vida humana en la tierra” (31), (33).
2. La segunda línea ética, la “ética ecologista” o
“ecologista profunda” es aquella que reconoce los derechos morales de la naturaleza y un igualitarismo en las especies. Su reconocimiento llega hasta los minerales. Un nuevo derecho natural que choca con los del ser humano. Algunos de sus partidarios niegan que el ser humano pertenezca a la naturaleza ya que lo consideran “un depredador”. Niegan por lo tanto posibles articulaciones de la bioética con la ética ecologista. Por eso al considerar las posibles articulaciones de principios bajo la óptica de una “ética ecologista” es cuando el “principio de justicia” toma relevancia. Tener una concepción de la justicia en este área es en el momento actual, tener una visión multicultural de la humanidad, un conocimiento profundo de la relación sociedad /naturaleza, actual y futura, darle el máximo valor al reconocimiento universal de los derechos humanos y la dignidad, y haber adquirido el concepto de ética social de acuerdo a los contextos regionales, culturales e institucionales actuales a la hora de establecer prioridades, distribuir recursos y fijar límites con “criterios de justicia social” (26), (35). La 33º conferencia general de la UNESCO celebrada en París el 19 de octubre de 2005, resolvió que: “es necesario y conveniente que la comunidad internacional establezca principios universales que sirvan de fundamento para una respuesta de la humanidad a los dilemas y controversias cada vez más numerosas que la ciencia y la tecnología plantean a la especie humana y al medio ambiente” (38). En dicha reunión, los delegados de 191 estados se basaron en la declaración anterior de la UNESCO sobre “las responsabilidades de las generaciones actuales para las generaciones futuras” del 12 de noviembre de 1997, conscientes de que los seres humanos forman parte integrante de la biosfera y que desempeñan un importante papel en la protección del prójimo y de otras formas de vida, en particular los animales. La UNESCO proclama nuevos principios en la declaración del 2005; trata cuestiones éticas relacionadas con la vida, las tecnologías en las dimensiones sociales, jurídicas y ambientales. Dentro de estos principios se citan los referidos al medio ambiente, como el Artículo 14 sobre “responsabilidad social” en el inciso b, “el acceso a una alimentación y el agua serán adecuados”. En el Artículo 16 “la protección de las generaciones futuras en su constitución genética”. En el Artículo 17 “la protección del medio ambiente, la biosfera y la biodiversidad”. Los principios, como los valores, deben entenderse y valorarse como un todo, aunque complementarios entre sí al relacionarse entre ellos, siempre recordando la supremacía de los derechos humanos, las libertades fundamentales y la dignidad humana (38), (35). Como los conflictos ambientales son globales, consideramos que a nivel mundial, las soluciones, si las hubiera, deben ser regionales o locales por sus diferencias, como la educación de los habitantes de cada región, su situación socio- económica y las realidades como seres humanos distintos, ello marcará la senda para llegar a cada solución. La Universidad por el hecho de su universalidad es una de las pocas instituciones que en su accionar “puede unir lo global con lo local” (42). La posibilidad de articular conocimiento, investigación y extensión social le confiere la capacidad de realizar un puente para el futuro, entre lo científico, la naturaleza y la sociedad de cada región. Es necesario que los distintos niveles educacionales de cada país, sobre todo las casas de altos estudios, incorporen el concepto de la necesidad “de una nueva ética civil o cultura moral a partir de la naturaleza como proyecto axiológico” (12). Conclusiones
Entonces ¿de qué ética medioambiental estamos
hablando? Una ética más allá de la planteada bajo las condiciones morales únicas del ser humano. Una ética sustentada por la idea de personalismo del sujeto, articulada con los ideales de justicia social y de racionalismo ecológico del medio ambiente del mundo, marcando firmemente la responsabilidad internacional. Una difícil articulación ya que considera derechos humanos y la dignidad del ser con la biosfera y las organizaciones políticas internacionales.
Bajo la realidad de las problemáticas actuales,
entre ellas la explosión demográfica, las migraciones incontrolables no deseadas, la contaminación del medio en sus tres niveles: aire, tierra y agua, el consumo de energía y recursos; se hace imprescindible una moral actualizada, con una “ética universal” acorde, que cambien la conducta ética de los seres humanos, y regle sus acciones frente a la naturaleza(36). Esta ética debe hacer extensivo el sistema de valores y dignidad hacia la naturaleza, lo que impediría la acción utilitaria de la misma por parte de los humanos. Muchos consideran que si la ética del siglo XIX estuvo centrada en la libertad del sujeto (Kant), la del siglo XX debería estarlo en la problemática social y la del siglo XXI debería centrarse en la problemática medio ambiental (15). Esta sugerencia se encontraría apoyada por las líneas morales inspiradas por Jonas en su principio de responsabilidad (39); en Apel en su sistema de complementariedad (1). En la ética discursiva de Apel (2) y Habermas (22); así como en los principios medio ambientales postulados por Jonas, Singer y Gómez Heras (15), (16), (12). Deberíamos reconocer que los valores de la naturaleza y los biosistemas animales -no humanos- y vegetales, tienen la fuerza moral de estar en el mundo antes que los seres humanos. Considerando como valores morales y principios éticos los surgidos en la declaración de la UNESCO del 2005 que se sumarían a los llamados principios de Georgetown, en un enumeración que, sin criterios estrictos de prioridad, serían actualmente el derecho a la dignidad, el derecho del hombre, la mujer y el niño, el derecho medioambiental, el principio de justicia, de autonomía, de no maleficencia a los seres vivientes animales y vegetales, el principio de copertenencia entre seres vivos y la naturaleza, el principio de responsabilidad de las acciones de los seres humanos, el principio de prudencia, el de competencia, el de protección hacia los vulnerables, tanto los seres vivos como la naturaleza y el principio de sociabilidad (38), (35). Según Gomez Heras, “…sería una ética aplicada, y como la bioética, compartiría problemas con la biología, la geología, la botánica, la ecología y la zoología. Se ocuparía de aquellas decisiones del hombre que tienen por objeto la naturaleza”, sus principios y valores se articularían al considerar cada dilema ético del dualismo ser humano- naturaleza (15), (17).
Epílogo
Es urgente disminuir la brecha de la praxis
tecnoindustrial y la moral con una ética mundial, y en sus consideraciones y decisiones tenga en cuenta el futuro, en donde se verán los resultados de las acciones actuales. Conseguir una articulación entre la ética medioambiental y la ética dialógicasocial den-tro de un marco de justicia social y natural, en una “simbiosis entre naturaleza y humanidad” (16). La capacidad debilitada de los sumideros oceánicos y terrestres (bosques) y la creencia de que podemos estabilizar el clima, descansa en supuestos “a los que los datos científicos no adhieren”(24). Los seres humanos no pueden regular el clima: por lo menos en la actualidad, en el 2011, el clima nos regula a nosotros. Ante esta realidad incuestionable la sociedad, sobre todo de los países desarrollados, puede ser sedada por falsas expectativas manejadas por los grandes grupos empresarios productores de energía y por políticos inescrupulosos, que rehúsan aceptar las realidades sobre las que la ciencia climatológica seria nos informa desde hace más de tres décadas. La realidad de la presión política y empresarial defendiendo del carbono es histórica, la responsabilidad de cada empresa y sus directivos en el uso y abuso de los combustibles fósiles, en la deforestación indiscriminada, en la contaminación del aire, del agua y de la tierra, entre otras acciones nocivas para la naturaleza y el medio ambiente, depende no solo de la ética profesional de sus responsables, sino también de la ética de las empresas correspondientes, y entre estas últimas, las productoras de energía no renovables. Serían los ejecutivos de las multinacionales y los políticos inescrupulosos los que merecerían ser “lanzados a las llamas eternas del infierno” (24). Este ensayo propone que ante cada dilema ético surgido del dualismo humanidadnaturaleza, se consideren los principios y valores enumerados en el mismo, reconociendo la real posibilidad de la incorporación de otros que puedan surgir en el futuro. “El problema del medio ambiente significa el mayor desafío -aquel de la supervivencia- para la humanidad en el umbral del tercer milenio” (32). Creemos que no sería correcto terminar este ensayo sin abrir una puerta hacia una propuesta de control factible de la situación planteada, ante la probable destrucción del medio ambiente en el futuro. La estrategia para una adecuada energía en el mediano plazo, según algunos científicos y los estudiosos del tema sería emplear una combinación de uso de energía no renovable por gas -que produce la mitad de las emanaciones de CO2- y el uso de energía renovable como la eólica, mareológica, hidroeléctrica, solar, etc. (18), (19), (24). Sin pretender que esta estrategia sea la solución definitiva, sería quizás el inicio de un cambio. Esta política encabezaría la revolución energética que tiene por objeto sagrado la supervivencia de la raza humana y de la naturaleza en la tierra. Lo que distingue al ser humano del resto de los seres vivientes es que ellos están en el mundo porque sí; el hombre, en cambio, es capaz de contemplarlo, gozarlo, apreciarlo, estudiarlo y puede también cambiarlo. Lectura 3: Ética y medio ambiente
ETICA Y MEDIO AMBIENTE
De un modo general, llamamos ética a la rama de
la filosofía que se ocupa de la moral —es decir, de las reglas, códigos o normas que nos permiten vivir en sociedad y que hacen que juzguemos unas cosas como buenas y otras como malas—, así como de los valores —o sea, de la importancia última que asignamos a las cosas o a las acciones, importancia que se convierte en el atributo que condiciona el curso de nuestro comportamiento, y por la cual algunas cosas se hacen deseables y otras no. Así pues, la ética no se ocupa de cómo son las cosas, sino de cómo deberían ser, de acuerdo con ciertos principios, en muchos casos ideales o utópicos, que permiten una mejor vida en sociedad.
Por su parte, podemos entender por ética del
medio ambiente a la rama de la ética que analiza las relaciones que se establecen entre nosotros y el mundo natural que nos rodea. De hecho, entre los productos culturales más importantes de la evolución humana están determinadas preocupaciones éticas, incluyendo la preocupación por el medio ambiente en general y los seres vivos en particular. Algunos ejemplos ayudarán a concretar la idea. En los momentos álgidos de la caza ilegal del rinoceronte blanco, especie en peligro de extinción y oficialmente protegida en Zimbabwe, los cazadores furtivos podían ser legalmente abatidos a tiros por los guardas de caza de las reservas de ese país. ¿Podemos justificar la muerte de los furtivos para conservar a los rinocerontes?, ¿no deberíamos antes, quizás, considerar siquiera las condiciones socioeconómicas del país y de los cazadores ilegales? Para proteger la integridad ecológica de cierta área natural protegida es necesario realizar incendios controlados en los bordes de sus bosques o abatir a un cierto número de animales salvajes que habitan en sus laderas. ¿Son estas acciones moralmente permisibles? Supongamos, en fin, que una compañía minera realiza una explotación a cielo abierto en una zona previamente inalterada. ¿Tiene la empresa una obligación moral para “restaurar” posteriormente la zona a su estado previo?, ¿tienen entonces el mismo valor la zona inalterada y la zona restaurada?
De un modo más general, interesan a la ética del
medio ambiente problemas más amplios, como los siguientes: ¿tenemos algún derecho “especial” sobre el resto de la naturaleza?, ¿nos obliga nuestra “posición como seres humanos” a realizar alguna consideración determinada para con otros seres vivos?, ¿hay alguna “obligación ética” o ley moral que debamos seguir en el uso que podemos hacer de los recursos naturales? En tal caso, ¿por qué es así?, ¿en qué se basan tales limitaciones?, ¿en qué se diferencian de los principios morales que rigen nuestras relaciones con otros miembros de nuestra misma especie? A la ética del medio ambiente le incumben también las mismas grandes preguntas que a la ética en general. Por ejemplo: ¿son válidos aún los paradigmas éticos tradicionales para responder a los problemas ambientales derivados de las actividades de las sociedades humanas? Más aún: ¿hay principios o leyes morales de carácter general, es decir, de apli- cación universal, independiente del contexto, que deban seguirse a la hora de valorar las consecuencias de nuestros actos sobre la naturaleza? Los universalistas responderían de modo afirmativo, mientras que los relativistas de- fenderían que los principios morales son siempre personales e intransferibles, y los utilitaristas considerarían la bondad de los actos en función de sus consecuencias —en concreto, de la cantidad de bien producido, es decir, de su contribución a la “felicidad” de quienes reciben dicho bien. Ahora bien, no es difícil darse cuenta de que el criterio utilitarista, sin más, acarrea sus peligros, pues no siempre debe considerarse justo, ético o bueno, aquello que produce la felicidad a gran cantidad de gente. Por ejemplo, prácticas que provocan grandes mortandades entre los animales, como la caza ilegal de los elefantes por el marfil de sus colmillos, podrían llegar a ser consideradas éticamente como buenas, ya que generan satisfacción a los humanos. Por ello, no resulta claro hasta qué punto la ética del medio ambiente puede ser una ética utilitarista. Por contra, las teorías de la ética deontológica mantienen que las acciones deben juzgarse como buenas o malas independientemente de sus consecuencias. Así, se establecen códigos de normas o principios basados tan sólo en el deber, que podemos considerar como imperativos categóricos, cuya observancia o violación es lo que está intrínsecamente bien o mal.
Acerca de la naturaleza y lo natural
¿Qué cabe entender por naturaleza?, ¿qué es lo
natural? Lo cierto es que podría no haber un significado único para estos términos, con lo que la respuesta a nuestra pregunta sobre la existencia de normas universales que permitan valorar las consecuencias de nuestros actos sobre la naturaleza estaría en función de lo que entendemos por ésta.
La noción de natural, como opuesto a lo artificial,
ha generado un amplio debate sobre la importancia de la naturaleza que ha sido interferida por las actividades de las sociedades humanas, como es el caso de los paisajes restaurados. Hay quienes consideran que las situaciones totalmente naturales, producto de una evolución a largo plazo, acarrean un “valor añadido” que estaría ausente en las que han sufrido la intervención humana. Tales formas de pensar corren el riesgo de menospreciar el valor de nuestra propia vida y de sus productos, como la cultura. Por ejemplo, si consideramos que las especies tienen un valor propio, entonces su desaparición ha de ser vista como negativa, mientras que su conservación debe valorarse como positiva. Ahora bien, lo cierto es que la extinción es el destino final de las especies, y es de hecho un proceso natural, en el sentido de que ocurre también sin la intervención humana. De este razonamiento se puede deducir que lo que puede ser calificado como negativo es la aceleración en el proceso de desaparición de las especies, debida a las actividades humanas. Lo cual, a su vez, nos conduce a otra reflexión: si nosotros, nuestra especie, somos parte de la naturaleza, entonces cualquier cosa que nosotros hagamos es así mismo natural. Por ello, si formamos parte de la naturaleza, y como resultado de las actividades de las sociedades humanas está aumentando la tasa de extinción de las especies, ¿cómo podemos decir que la extinción no es un fenómeno natural?
Por otro lado, se tiende a creer generalmente que
las sociedades nómadas de cazadores- recolectores, y otras formas de subsistencia en íntimo contacto con la naturaleza, eran depositarias de un profundo conocimiento y una amplia veneración de la misma, por lo que han sido consideradas como conservacionistas de la naturaleza. En paralelo, se suele considerar a las sociedades sedentarias, en las que se registraron fenómenos de urbanización y explotación de los recursos naturales, como sistemas alejados de la naturaleza, sin contacto ni apreciación con la mis- ma. Ahora bien, esta visión de las civilizaciones pretecnológicas como “naturales”, y las sociedades tecnológicas como “artificiales”, ha sido puesta en duda recientemente. Actualmente, se cree que los aborígenes podrían haberse comportado, también, como explotadores de la naturaleza. Así pues, ¿es natural la explotación de la naturaleza? Extensión moral
Para muchos filósofos y pensadores, sólo
nosotros, los seres humanos, podemos ser considerados como agentes morales, es decir, con capacidad de realizar juicios sobre la bondad de nuestros actos, y de aceptar las consecuencias derivadas de los mismos. Ahora bien, no cabe esperar esta facultad en todo momento, ni siquiera en todos nosotros; por ejemplo: los niños, o los enfermos mentales no deberían ser considerados responsables de sus actos. Se dice de ellos que son sujetos morales, pues deben ser tratados de un modo moral por quienes tienen tal posibilidad. Además, a lo largo de la historia ha habido etapas o sociedades que no han aplicado el mismo tratamiento moral a todos sus integrantes, en concreto: los marginados, los enfermos, los siervos, los esclavos, las mujeres… En la actualidad, al menos en las sociedades más avanzadas, hemos llegado a pensar que todos los seres humanos tenemos un conjunto de derechos inalienables, como la vida, la libertad o la búsqueda de la felicidad. A esta ampliación gradual del interés ético se le llama extensión moral.
Sin embargo, ¿por qué acotar la extensión moral?,
¿por qué limitar el interés de la moralidad a los seres humanos? Es decir, ¿tienen derechos también otros organismos, otras especies?, ¿pueden ser considerados como agentes morales, o al menos sujetos morales? Quizás muchos filósofos responderían negativamente a esta pre- gunta, pues el potencial de razonamiento y la consciencia de sí mismo parecen estar ausentes de cualquier otra especie que no sea la nuestra. Ahora bien, al menos algunos animales sí parecen tener signos de lo que podríamos considerar inteligencia, e incluso sentimientos de felicidad, por lo que deberían ser tratados de un modo ético. Empero, ¿por qué terminar el proceso de extensión moral en los animales? Es decir, ¿qué ocurre con otros seres vivos y con otros elementos de la naturaleza? En concreto, ¿es posible ampliar definitivamente la extensión moral e incluir también entre los sujetos morales a las plantas, los ríos, los suelos, las rocas, las montañas, los mares y los paisajes? Hay quien opina que sí, llevado de la mano del análisis de los valores, de la importancia que asignamos a las cosas.
Valores
En la literatura sobre ética del medio ambiente se
pueden reconocer diferentes maneras de pensar en términos de valores. Así, es habitual encontrar la distinción entre: a) valor intrínseco, o inherente, propio de lo que es bueno en sí mismo (per se), y b) valor instrumental, o conferido, propio de lo que es importante como medio para conseguir un fin — como una herramienta, por simple o compleja que sea. En muchas sociedades modernas es sensato asumir que todos los seres humanos tienen un va- lor intrínseco por el simple hecho de existir, independientemente de poder servir como un medio para lograr un fin. Por ello, deben ser considerados como sujetos morales de prima facie, sin considerar cualquier otra circunstancia, quiénes sean, o lo que hagan. Simultáneamente, en muchas sociedades actuales, la naturaleza es vista como depositaria de un valor instrumental.
Ahora bien, el punto de vista de quienes
consideran que sólo los seres humanos tienen valor intrínseco, pues están dotados de una superioridad moral única, debe ser tildado como antropocéntrico. De hecho, la ética del medio ambiente antropocéntrica es una continuación de los modelos convencionales de la ética tradicional, y reserva el mundo moral, en exclusiva, para nuestra especie, si bien es capaz de extender sus responsabilidades a una correcta administración de la naturaleza. Por otro lado, es cierto que algunos animales, plantas, incluso ciertos microbios, tienen un valor instrumental, pues nos ofrecen un beneficio (utilidad). Generalmente, quienes defienden posturas antropocéntricas no consideran válidos los argumentos de quienes sufren por el maltrato a los animales, o a la naturaleza en general, a no ser que dicho maltrato acarrée consecuencias negativas para el hombre.
Pero hay quien considera que todos los seres vivos
tienen también un valor intrínseco. Al igual que nosotros, realizan un conjunto de funciones compartidas, que dan forma al propio fenómeno de la vida: nacer, crecer, respirar, luchar por sobrevivir, reproducirse… y todo ello independientemente de que nos resulten útiles o no. Así, cada ser vivo, sea un microbio, una planta o un animal, podría ser considerado como una manifestación concreta del fenómeno vital. De acuerdo con esta perspectiva, el simple hecho de estar vivo, la característica de la biodiversidad como un todo, es suficiente para que estén dotados de un valor inherente, lo que genera una obligación moral de respeto. Por ello, no tiene sentido intentar siquiera cuantificar dicho valor, es decir, asignar un número que dé cuenta de su importancia. ¿Cómo podemos nosotros, seres humanos, poner un número, un valor, o un precio, a algo que tiene su propia importancia, independientemente del uso que nosotros podamos hacer de ello?
La idea de que sólo los organismos individuales
tienen valor propio y derechos morales es defendida, por ejemplo, por los partidarios del así llamado “movimiento de liberación animal” o de los derechos de los animales. Sin embargo, lo cierto es que los objetivos de los defensores de los derechos de los animales pueden entrar en conflicto con la consecución de otras metas para los defensores de la naturaleza desde una óptica más amplia, como se presenta en otra parte de este texto. Es más, hay quien considera que incluso los elementos no vivos de la naturaleza tienen también un valor intrínseco: las rocas, los ríos, los volcanes, las playas, los lagos… y ciertamente la propia Tierra. Todo ello existía mucho antes de que nosotros, como especie, llegásemos a desarrollar siquiera el más mínimo papel ecológico en el teatro evolutivo que es nuestro planeta.
Imágenes del mundo y perspectivas éticas
El conjunto de ideas, creencias, imágenes y
valores que cada uno de nosotros tiene sobre el papel del ser humano en este planeta puede entenderse como su imagen del mundo. ¿Cómo pensamos cada uno de nosotros que funciona el mundo?, ¿qué pensamos sobre nuestro papel?, ¿qué es para nosotros un comportamiento medioambientalmente correcto desde un punto de vista ético? Al igual que nuestra personalidad, nuestra concepción de las cosas se ha ido formando a lo largo del tiempo, incorporando de modo consciente o inconsciente numerosos elementos de nuestra educación, de nuestra cultura, en resumen, de todas las influencias que emanan del ambiente que nos rodea. A lo largo de la historia, en las diferentes sociedades, se han presentado distintas maneras de comprender las relaciones de nuestra especie con el resto de la naturaleza.
La mayoría se puede clasificar en dos grupos
excluyentes: las concepciones atomistas, centradas principalmente en las partes — elementos constituyentes, individuos que forman un todo de rango superior—, frente a las imágenes más integradoras, holistas —centradas en la Tierra como un sistema integrado total. Por su parte, los puntos de vista atomistas pueden considerar a nuestra especie como el foco de su atención, o ampliar el rango de análisis a la vida como un todo. Las aproximaciones integradoras, por su parte, pueden aplicarse a los sistemas ecológicos, a las formas de vida con las que compartimos el planeta, o a los procesos y sistemas de soporte vital de la Tierra. Veamos con un poco más detalle algunas de estas imágenes del mundo.
Dominio de la naturaleza
El antropocentrismo tiene sus orígenes en la
afirmación clásica de que el hombre es la medida de todas las cosas; en consecuencia, sólo los asuntos concernientes al hombre poseerían dimensión moral, mientras que las consecuencias del comportamiento humano sobre terceras entidades —es decir, no humanas— serían irrelevantes, a no ser que indirectamente resultaran lesionados los derechos o intereses de otros seres humanos. La mecanización posterior de esta imagen del mundo llevó a delinear la idea según la cual el hombre y la naturaleza son entidades con- trapuestas, siendo aquel el dueño y señor de ésta. O, lo que es lo mismo, bajo la imagen del dominio de la naturaleza por parte del hombre, la naturaleza es sólo un objeto desnudo, sin sustancia ni potencia alguna, lo que explica que carezca de valores intrínsecos y de derechos.
Muchas civilizaciones han defendido una imagen
del mundo según la cual nuestra especie merece, y de hecho tiene, un lugar “especial” entre los demás seres vivos. La capacidad de modificar de modo consciente el mundo a nuestro antojo, y el sentimiento de superioridad ligado a esta idea han servido para justificar el dominio de la naturaleza por parte del hombre. Las raíces de esta imagen del mundo, según la cual nosotros seríamos los amos, dueños y señores de todo lo demás, se pueden encontrar, al menos en parte, en determinadas creencias religiosas. Así, por ejemplo, se ha señalado repetidas veces que la corriente principal de la religión judeo-cristiana da cuenta de la preeminencia del hombre frente a los demás seres de la Creación, y promueve la sobreexplotación de la naturaleza en detrimento de todas las demás formas de vida: “Y los bendijo Dios, y les dijo: creced y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Génesis 1:28). Esta visión de nuestra especie como cúspide de la Creación, junto a la idea de dominio que acarrea, es una visión claramente antropocéntrica.
Sin embargo, también es cierto que desde muchas
religiones, incluso desde ciertas corrientes de la misma religión judeo-cristiana, se busca lograr una relación de cuidado de la naturaleza, de pasión por ella, que en muchos casos desemboca en el pleno amor, como en los textos de San Francisco de Asís. Desde este punto de vista, cualquier crimen cometido en contra de la naturaleza es considerado como pecado.
Administración y gestión de la naturaleza
En general, las culturas pretecnológicas —con
modos de vida basados en la caza y la recolección, actividades desarrolladas en un íntimo contacto con la naturaleza—, así como muchas sociedades tradicionales —que en muchos casos continúan viviendo de prácticas agrosilvopastoriles de subsistencia, mantenidas a lo largo del tiempo— han conservado un fuerte vínculo de unión con la naturaleza. En muchos de tales casos, el papel del hombre está bien descrito por una función de administración, responsabilidad y cuidado de los bienes de un determinado lugar. Como guardianes de tales recursos, los seres humanos de estas culturas y sociedades trabajan la tierra de la que viven, desde una posición de humildad y reverencia que forma parte integral de esta con- cepción de las cosas. Una imagen hasta cierto punto relacionada con lo anterior es la que se presenta de modo casi generalizado en las sociedades industriales y de consumo actuales. Así, son muchos quienes consideran que nuestro papel en la naturaleza es realizar una gestión, preferentemente racional, de los recursos naturales necesarios para satisfacer las numerosas demandas de las actividades de tales sociedades. Esta visión surge de diversas creencias fuertemente arraigadas en la forma de pensar de quienes la defienden, entre las cuales podemos considerar las siguientes: 1) Somos la especie “más importante” del planeta, y por lo tanto estamos a cargo del resto de la naturaleza; esta idea se observa claramente cuando hablamos de “nuestro” planeta, o cuando queremos “salvar” la Tierra. Ahora bien, ¿es éste un uso legítimo de la palabra nuestro?, ¿podemos acaso erigirnos en salvadores del planeta?, ¿quién nos ha conferido tal título? 2) Siempre hay más, es decir, la Tierra nos ofrece una cantidad ilimitada de recursos naturales, y el ingenio humano puesto al servicio de la tecnología nos permite incluso descubrir nuevos recursos, nuevos usos para recursos ya conocidos, así como sustitutos para recursos que puedan estar agotándose. Sin embargo, ¿hasta cuándo podremos seguir haciendo un uso irracional de los recursos naturales? Ética de la Tierra y otras visiones biocéntricas
Para muchos de quienes se preocupan por nuestro
papel en la naturaleza, tanto la visión de dominio como la de administración resultan ciertamente antropocéntricas, por lo que, en su lugar, favorecen una concepción más amplia de la ética del medio ambiente, centrada en el fenómeno de la vida. Esta aproximación biocéntrica reconoce la existencia de un orden en la estructura y el funcionamiento de la naturaleza, previo a la voluntad humana individual o colectiva. En este sentido, la existencia humana se sitúa en igualdad de importancia con la de otros seres vivos, tal y como lo defendieron John Muir o Aldo Leopold.
En concreto, la obra de Leopold aboga por la
adopción de lo que él denominó “una ética de la Tierra”. Cuando Leopold acuñó la idea de la ética de la Tierra, consideró que la ética implicaba una limitación a la libertad de acción en la lucha por la existencia, implicando la presencia de diferencias entre los comportamientos sociales y los antisociales. La Tierra es una comunidad en el más básico sentido de la ecología, pero esa Tierra debe ser amada y respetada como una extensión de la ética. Para Leopold, una cosa es buena si tiende a preservar la integridad, la estabilidad y la belleza de las comunidades biológicas, y mala si actúa en sentido contrario. Según esta norma claramente deontológica, la Tierra como un todo tiene valor intrínseco, mientras que sus miembros individuales tienen valor meramente instrumental (en tanto contribuyan a la integridad, estabilidad y belleza de las comunidades). Una consecuencia directa de la ética de la Tierra de Leopold es que un elemento individual de una comunidad biótica superior debería poder ser sacrificado siempre y cuando fuera necesario para preservar el bien de la entidad superior. Para muchos de quienes así piensan, la biodiversidad alberga el mayor valor ético en la naturaleza: la variabilidad con la que la vida se manifiesta en el planeta Tierra.
La posición biocéntrica recibió un importante apoyo
gracias a la así llamada “hipótesis Gaia”, de James Lovelock, que recupera la idea de la Madre Tierra, considerando al planeta como un sujeto vivo, consciente y con capacidad de sentir. La elaboración de las ideas biocéntricas y su am- pliación posterior al movimiento de la Deep Ecol- ogy (literalmente, ecología profunda), defendido por Arme Naess, llevaron a desarrollar una ética del medio ambiente que incorpora el respeto a la vida como base de sus ideas. Esta imagen del mundo admite la influencia de religiones distintas a la judeo-cristiana, que permiten entender al hombre como “vida que quiere vivir en medio de vida que quiere vivir”. En consecuencia, todo ser vivo, por el mero hecho de estar vivo, es portador de un valor intrínseco: la vida es un valor universal, absoluto, y no admite rangos, ni comparaciones, ni clases o estratos de importancia. Todo lo vivo, por lo tanto, merece el máximo respeto, y la actitud más correcta ante la vida es la veneración, porque lo vivo es, en efecto, igual a lo sagrado.
Así pues, la ética de la Tierra no es una concepción
antropocéntrica, sino que debe alinearse, junto con otros puntos de vista, a una ética del medio ambiente ciertamente biocéntrica, en donde la importancia reside en el sistema global integrado por la suma de las partes que lo forman, más la interacción resultante de las relaciones que entre ellas se establecen.
Aun así, las posiciones biocéntricas no están
exentas de crítica, y algunos autores han señalado que la ética del medio ambiente debería centrarse en las especies completas, o las comunidades, o los ecosistemas y no sobre los organismos individuales que los componen. Por ejemplo, las especies han de ser contempladas como intrínsecamente más valiosas que los individuos que las integran, pues la pérdida de una especie acarrea la desaparición de todo un acervo génico con amplias posibilidades. La diferencia resulta clara al analizar el siguiente supuesto: consideremos un caso en el que una agencia gubernamental relacionada con la conservación de la naturaleza propone controlar —de hecho, reducir mediante caza selectiva— las poblaciones de una determinada especie animal en un área natural protegida designada como tal; admitamos además que hay razones biológicas que llevan a pensar que tal control forma parte de la gestión adecuada de los recursos de dicha área, y que es necesaria para conservar las poblaciones de otras especies y comunidades de la reserva. Si nuestro enfoque se centrase exclusivamente en los organismos individuales, entonces podríamos pensar que es ético evitar el sufrimiento de los animales, de todos y cada uno de ellos. Por ende, la gestión propuesta no sería ética, pues implicaría eliminar activamente —matar— un determinado número de animales — cuota de captura—, incluso aunque nuestro control resultase beneficioso para la conservación de otros recursos y valores del área como un todo.
En una diferente posición holista está la visión del
mundo de quienes consideran que lo verdaderamente importante no son las poblaciones, las comunidades de organismos, ni siquiera las especies. Al fin y al cabo, los propios individuos nacen, crecen, se desarrollan, se reproducen y finalmente mueren. Lo mismo es válido para cualquier sistema ecológico de rango superior; incluso las especies tienen un origen en la historia de la vida en la Tierra y un final: su extinción. De acuerdo con este punto de vista, que podemos denominar ecocéntrico, lo verdaderamente importante son los procesos desarrollados por los sistemas ecológicos, de los que depende la continuidad de la vida: los ciclos biogeoquímicos, la tasa de renovación de los re- cursos naturales, la formación del suelo, la captación de dióxido de carbono atmosférico, la producción y liberación de oxígeno mediante la fotosíntesis, la regulación del clima a distintas escalas, la evolución de las formas vivas a lo largo del tiempo…
El papel de la ciencia y la biología
Asistimos actualmente a un momento sin
precedentes en la magnitud y variedad de los problemas medioambientales derivados de las actividades de las sociedades humanas, en el que la conservación de la naturaleza en general, y de los recursos naturales en particular, se ha convertido en uno de los principales problemas éticos. Afortunadamente, esta preocupación por incluir a otros seres vivos y a la naturaleza en general entre los intereses de la ética está expandiéndose y acelerándose en numerosas culturas humanas. Es más, el mundo está cambiando actualmente a tal velocidad que no podemos esperar que las ideas de ayer sean válidas en los escenarios de mañana. Por ello, es necesario desarrollar un amplio marco de referencia que propicie la aparición y la difusión posterior de nuevas ideas culturales, éticas, así como de una ética del medio ambiente, válidas para los problemas que se nos presenten de aquí en adelante.
Lo cierto es que la ética del medio ambiente
mantiene prósperas relaciones con las ciencias del medio ambiente, influyéndose mutuamente en un flujo dinámico, en dos direcciones, tanto de lo que es —la ciencia— a lo que debería ser —la ética—, como al revés. La ciencia construye teorías que incorporan valores éticos propios del contexto cul- tural de cada caso, mientras que la ética del medio ambiente valora la naturaleza en función de los conocimientos científicos disponibles. Estamos aún muy lejos de comprender los mecanismos que gobiernan las relaciones entre el conocimiento objetivo y la moralidad subjetiva, entre los modos de descubrir la naturaleza y las formas de habitar en ella, y de favorecer los cambios de actitud y de comportamiento derivados de los principios éticos que contribuyan a su generalización.
Aun así, estamos cada vez más cerca de acelerar
los cambios necesarios en la ética del medio ambiente que ayuden a conservar y gestionar la naturaleza de un modo adecuado. Para ello, hay que luchar abiertamente contra la desinformación de la población como un todo, pues no es raro que quienes presumen de haber recibido una educación “de calidad” carezcan por completo de la más mínima formación sobre ética del medio ambiente. Sólo haciendo todo lo posible para promover la discusión y el debate de problemas y enfoques éticos en el seno de la sociedad en que vivimos, en todos los niveles concebibles, será posible vivir de un mejor modo para con la naturaleza.
Informe Del Rendimiento de Los Estudiantes de Escuelas Rurales de San Martín. Comunicación Integral. Primer, Tercer y Sexto Grados de Educación Primaria