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Lectura 1: Mercados y ética

Jornadas de Formación de la Comisión General de


"Justicia y Paz" RESUMEN
Mercado y Valores éticos

La racionalidad dominante pretende soslayar una


realidad de transgresión permanente a la
naturaleza, en general, y a la naturaleza humana,
en particular. Pero esta realidad irrumpe desde sus
límites, desde su negación, desde la alienación del
mundo economizado, arrastrado por un proceso
incontrolable e insustentable de producción e
inequidad. El propósito de este texto, es examinar,
a luz de la crisis sistémica actual y sus
implicaciones, los efectos de un mercado, cuyo
funcionamiento se guía, únicamente, por la
máxima del beneficio al margen de valores éticos.
Vivimos un mundo sometido al poder del mercado,
a una razón de fuerza mayor ante la que se retrae
el pensamiento, se disuelve el sentido y se paraliza
la acción. Estamos sometidos a la imposición de un
poder concentrador de la riqueza, generador de
insostenibilidad y desigualdad. Entender la crisis
ambiental como crisis de humanidad, es el primer
paso para abrir nuevas vías del ser y del
conocimiento, en el sentido de la reconstrucción y
la reapropiación del mundo y de la naturaleza. Hoy
funcionan cuatro mitos, a saber, 1º) el libre
mercado, 2º) la soberanía de los Estados, 3º) la
igualdad de derechos de todos los ciudadanos y
4º) la neutralidad valorativa del investigador.
Todo ello converge en una concepción del
mercado en que no se tiene en cuenta la ausencia
de neutralidad valorativa en algunos análisis de
expertos y recomendaciones de grandes
instituciones económicas internacionales que
desembocan en una lesión profunda a la igualdad
de derechos de los ciudadanos, particularmente,
de las periferias geográficas e históricas y
derrumban el mito de la soberanía de los estados.
En este trabajo se pretende demostrar que todos
estos principios sólo pueden mantenerse en un
juego de mercado con valores éticos. Palabras
claves: mercado, libertad, autonomía, ética y
soberanía, derechos humanos y sostenibilidad.

1.‐ Cuestiones Previas

En este trabajo abordamos, una cuestión que ha


generado innumerables reflexiones de analistas,
comunicadores y sociedad en general, quienes de
manera insistente señalan la necesidad de
incorporar una dimensión ética en el mercado y,
sobre todo, recomienda someter éste a reglas para
tratar de evitar excesos. Se trataría, según esta
tendencia, de regular los efectos indirectos de la
acción directa. Que hoy la ética tenga que partir de
estos efectos es un resultado de la propia
globalización del mundo. Al ser ahora la Tierra
global, la acción directa produce efectos indirectos
de los que se derivan amenazas globales [1].
Desde el siglo XIX hasta nuestros días, el
neoliberalismo ha sido el modelo económico‐
ideológico dominante. Su imposición en vastas
regiones del mundo, coincide, en líneas generales,
con el comienzo del proceso de destrucción de la
naturaleza en el ámbito planetario [2]. El
paradigma de vida proyectado universalmente se
sustenta en la acumulación sin límites, exacerbada
por valores desbocados de consumismo e
individualismo. ¿Cuál es el fundamento de este
paradigma? El comportamiento de las empresas
capitalistas en el mercado, que tiene como
referencia lógica económica siguiente: el valor
central del libre mercado neoliberal es la
"competitividad" la cual se logra por medio de la
"eficiencia de mercado" y la política que
corresponde para lograrla es la "política de
eliminación de distorsiones", con la finalidad de
"maximizar las ganancias" de las empresas. Así,
que hemos llegado a un modelo de producción,
distribución y consumo de bienes en el que la
eficiencia económica y la competitividad son la
finalidad primordial. La rentabilidad de las
acciones empresariales es el único objetivo. Lo
demás no interesa. Es muy conocida una idea o
concepción de la Escuela de Chicago, y de su
principal representante como es concretamente
Friedman, en el sentido siguiente: "Las empresas
no se tienen que torturar con el tema de la ética, su
principio moral básico es que ganen dinero y que
no se preocupen de lo demás, porque en la medida
en que ganen dinero y apoyándose en la mano
invisible, ya serán capaces de crear riqueza, la cual
se irá distribuyendo por toda la sociedad". Pero
esa "mano invisible", constituida en el recurso
arquetípico de los neo‐liberales, es extraña a la
voluntad de las personas. De ahí, la preocupación
sobre las cuestiones éticas. Esta preocupación ha
aumentado considerablemente en los últimos años
debido a la globalización y a la desregulación
económica. Ambos procesos han engendrado
muchos conflictos derivados de algunas de sus
consecuencias negativas. Una, particularmente,
significativa ha sido la constatación de que en la
producción capitalista, la dimensión ecológica no
es una preocupación hasta que está amenazada la
naturaleza requerida para la producción (ya sea
agua, suelo, semillas, etc.) y sólo cuando el grado
de amenaza pone en riesgo a la propia producción,
no a las personas. Esta amenaza se da en todos
los denominados "recursos" (hídricos, pesqueros,
genéticos, etc.) De hecho, el que estas
dimensiones de la naturaleza se denominen
sesgadamente "recursos", proviene de sobre
determinar su función productiva y eliminar, o
poner en segundo plano, el resto de sus
dimensiones naturales, sociales y culturales,
aunque también sean necesarias para la vida, e
indirectamente, para la actividad productiva. No
puede sorprender que el inicio de la crisis
económica haya traído consigo, por una
parte, una reflexión sobre los fundamentos
morales del sistema capitalista[3]. Y, por otra, la
conciencia de que nos hallamos, en la
actualidad, ante una crisis del modo de ser de
una época. Por ello, uno de los desafíos más
apremiantes y decisivos para el presente y el futuro
de la convivencia humana consiste en responder a
esta pregunta ¿tienen la economía, el mercado, el
comercio, una independencia total y absoluta con
respecto a todo criterio ético o, por el contrario, el
mercado debe regularse por alguna norma ética
que ponga los intereses de las personas, de la
naturaleza y de los pueblos por encima del lucro y
el dinero? ¿Por qué es urgente responder a esa
pregunta? En cuanto a los términos en los que se
plantea la necesidad de introducir la ética dentro de
la economía, es decir, las restricciones de lo que
se debe hacer y de lo que no se debe hacer, ésta
es una cuestión clave a la que hay responder,
especialmente, en momento de crisis como la
presente. ¿Por qué? En la actualidad no vivimos
una sola crisis, sino múltiples crisis que están
relacionadas con las situaciones inestables y/o con
las coyunturas de cambio que se están dando en
el ámbito político, económico, cultural, religioso y
ecológico a nivel mundial. Entre estas crisis, están
la crisis social que enfrentan ricos y pobres, la crisis
económica que recorre todo el sistema
capitalista, la crisis financiera originada por los
sistemas financieros fraudulentos, la crisis
ecológica originada por un sistema consumista y
depredador de la naturaleza, la crisis generacional
que enfrentan de manera cíclica jóvenes y
mayores, la crisis de valores sociales propiciada
principalmente por un sistema que asumió, como
razón dominante, la razón instrumental y utilitaria,
la crisis de la diversidad provocada por la
invalidación y estigmatización de lo diferente, la
crisis cultural, pues, hay que revisar una
concepción cultural del mundo que nos ha llevado
casi a la aniquilación de la naturaleza contemplada,
como un objeto económico del que hay que
apropiarse, la crisis existencial motivada por el
conflicto de los diferentes dogmas y creencias o la
crisis de la globalización donde es difícil saber si
estamos viviendo en un mundo en el que todo
resulta dramáticamente diferente o en uno en el
que todo cada vez es más idéntico. En un
contexto como el presenta de generalización de
situaciones críticas, difícilmente podía quedar al
margen el mercado. Está, también, en crisis,
desde que se produjera la quiebra de Lehman
Brothers el 15 de septiembre del 2008, fecha que
se maneja como el clímax de la crisis financiera de
Estados Unidos. Desde entonces, cada vez más
ciudadanos reconocen la falta de ética como uno
de los factores claves que explica una buena parte
de los sucesos que ha puesto en riesgo la
estabilidad económica mundial. Antes de esa
fecha, otro gran momento‐ ya emblemático en los
tiempos actuales‐, fueron los fraudes de las
empresas Enron, Arthur Andersen y Worldcom
en 2001, que sirvieron para revalorizar los
conceptos de confianza y ética. El hecho de que
los conceptos de confianza y ética hayan
devenido., últimamente, en condiciones exigibles
se debe a la generalizada desconfianza que
existe hacia empresario y ejecutivos,
incluidos los de la banca. Desconfianza que se
basa en la certeza, cuando no la sensación de
que muchos de ellos estarían dispuestos a
comportamientos poco éticos con tal de conseguir
el éxito en los negocios. Es observable que se da
una circunstancia nueva, las
actividades empresariales empiezan a ser per se
sospechosas en la medida en que la rentabilidad
empresarial estricta aparece como el objetivo
esencial, obviando otras rentabilidades, como la
rentabilidad social, y esta circunstancia ha
permitido que emerja, con carácter aún minoritario,
una exigencia creciente de transparencia de los
fines y los medios que se emplean[4] en la esfera
de los negocios. Y que surja una crítica cada vez,
más articulada, que invalide, como falsa, a una
presunta, neutralidad del mercado.

2.‐ Corrupción y costes de transacción

No es casual la sospecha. La corrupción se ha


venido interpretando en economía como un coste
de transacción, como el precio de un servicio de
intermediación en el que el suministrador del
servicio aprovecha una renta de situación que le
permite ingentes márgenes de beneficio[5]. La
evaluación positiva de la corrupción es una
evolución lógica. Al fin y al cabo, si se analiza la
historia reciente, se ‐encuentra que nuestra
sociedad dejó de discutir como condición necesaria
de toda convivencia humana el problema de la
ética en las relaciones sociales (incluyendo en
esta política, derecho y economía). Desde los
economistas clásicos en la economía académica
se establece una clara distinción entre la esfera de
la economía y la de la moral, como, igualmente, lo
hizo Maquiavelo en el terreno de la Política.
Ambas, política y economía, aparecen por sí
solas, ambiguas, amorales y ambivalentes. ¿Por
qué se abandona el compromiso ético en la esfera
de los negocios? Pues, porque se abandona el
punto de vista normativo por el positivo. En la
primera perspectiva se discute el deber ser. En la
segunda, el ser. El ser humano busca la vida buena
(vida feliz, plena, cumplida...), que requiere una
serie de condiciones mínimas o algunos elementos
o bienes parciales que la faciliten. Hay un deber ser
implícito para poder ser feliz. Pero, la economía se
ocupa de la riqueza. De lo tangible y positivo, en
términos de realidad. Se fundamenta en el
análisis costo/beneficio. « ¿Cuánto gano o pierdo
yo si hago esto o aquello?» constituye una
pregunta fundamental que genera profundas
implicaciones éticas, económicas, políticas y,
finalmente, ideológicas[6]. Una pregunta como
esa encierra, en parte, argumentos comunes a
favor de la presencia de corrupción son: a) Bajo
ciertas condiciones, aquel agente más eficiente
será quien pueda alcanzar un mayor beneficio, por
tanto, la asignación de recursos para sobornos
es considerado eficiente. ¿Por qué? Es obvio
"¿cuánto gano o pierdo yo?" es una pregunta que
expresa una mentalidad "cuantitativa" y
calculadora, que ignora la dimensión cualitativa de
la vida humana. Así, se observa que la eficiencia
económica está separada absolutamente de las
consideraciones de índole moral. Pero, un bien
puede ser deseable en términos de eficiencia y a
su vez indeseable desde criterios morales. La
evaluación económica se situaría en otro plano que
la evaluación moral[7]. Esta concepción reside en
el mito de la neutralidad científica, explica el
rechazo a buscar alternativas, justifica los medios,
da racionalidad a los sacrificios sociales y
ambientales. Predomina una racionalidad
instrumental, cuya expansión ha conducido a las
graves crisis medioambientales y sociales. Pero,
en los últimos tiempos cada vez se oyen más voces
que ponen en cuestión la férrea separación que
realiza la economía convencional entre los
enunciados positivos y normativos. La moralidad
de los agentes económicos influye en su
comportamiento así como en sus resultados, y no
parece razonable que si los economistas se
interesan por los resultados no deban también
estar interesados en la moralidad. La propia
economía estándar del bienestar descansa sobre
supuestos morales. Para evaluar y desarrollar la
economía del bienestar se requiere prestar
atención a la moralidad. Pretende corregir las
inequidades del sistema. La economía del
bienestar plantea una una relación necesaria
entre economía y principios morales. Tanto
Knight[8] como Keynes[9] estimaron que el ámbito
de la economía no se puede abstraer de la
dimensión moral y de una evaluación ética, por
consiguiente, el mercado debía de estar sometido
a normas. En realidad, se pretende que la
eficiencia del libre mercado, no se separe de su
valor como sistema libre y justo.

3.‐ El problema de la neutralidad valorativa

¿En qué medida los economistas aceptan que la


ética esté dentro de la economía? Dominada por
las matemáticas y por su lenguaje, no deja espacio
para lo político, lo social, lo cultural. La economía
no es una ciencia exacta ni autosuficiente, pero se
presenta como tal. El devenir de la economía, se
ha sustentado en un orden espontáneo, asumido
casi como una técnica autónoma del mercado. Un
tratamiento de los problemas económicos con
criterios interdisciplinarios, ya invalidaría, para
algunos, la propia economía. Esta pretensión da
fuerza al reclamo de despolitización de la
economía, de la sociedad, hasta de la misma
política[10]. Esta realidad, no es nueva. La
economía desde el siglo XVIII ha tratado de
convertirse en una "ciencia", es decir, en un
conocimiento riguroso, analítico y comprobable de
cómo realizar en mejor forma las actividades
productivas, distributivas y de consumo. La ciencia
económica moderna intenta estudiar y medir los
fenómenos económicos, en forma semejante a
como lo suelen hacer las ciencias naturales. ¿Qué
estudia la ciencia económica? La manera como las
personas y los pueblos satisfacemos nuestras
necesidades, produciendo mediante nuestro
trabajo bienes y servicios con recursos escasos.
Frente a estas pretensiones teóricas que se
presentan como nacidas de una neutralidad
valorativa surge la fuerza de la realidad. La
economía, en tanto ingeniería con pretensión
ciencia exacta, comprendida como un ejercicio de
lógica matemática, encuentra sus límites. Cada vez
es más difícil, sino imposible, explicar desde ella
sus propias hipótesis, sus supuestos. Esta sintetiza
una serie de teorías, con algún atractivo lógico,
pero difíciles de ser verificadas a la luz de los
hechos observables (8). Mas que objetividad,
muchas de estas teorías demuestran una clara
distancia con la realidad, a la cual hasta pretenden
deformarla para que se aproxime a sus requisitos
teóricos. La ética del "economicismo" es
instrumental. Se inspira (casi) totalitariamente por
la lógica del mercado. Asume una serie de
principios indiscutibles, como si fueran de validez
universal. "La economía ortodoxa da por supuesto
el sistema social existente, como si perteneciera al
orden natural de la cosas", puntualizó ya hace más
de 20 años Paul Sweezy [11] . Por eso, no es raro
que, poco a poco, pero cada vez con más fuerza,
emerjan propuestas multidisciplinarias que
replantean la propia problemática de la economía;
hay voces de renombrados economistas, como de
Ignacy Sachs, que piden desarrollar en forma clara
la economía social, inclusive hay quienes hablan
de la necesidad de una ecosocio‐economía, para
incorporar también lo ecológico: tres temas que no
pueden separarse. En este contexto, el campo del
desarrollo y del subdesarrollo, que se lo creía
superado a la luz de las conclusiones neoclásicas,
es motivo de nuevos estudios: se discuten, con
creciente intensidad, diversas opciones de
desarrollo a escala humana, desarrollo
sustentable, desarrollo autocentrado... La idea de
profundización de la democracia misma no es
ajena a esta renovada discusión económica.

5.‐ Conclusiones

El tema ético ha cobrado una gran fuerza en los


últimos años, obligando a reconsiderar la forma
en cómo deben manejarse las empresas, ya que la
búsqueda de su rentabilidad no debe soslayar o
subestimar su impacto en los temas económicos,
sociales y ecológicos. Parte de este descontento
se ha enfocado por organizaciones no
gubernamentales en campañas contra las
empresas a las que acusan de prácticas poco
éticas. Y el crecimiento de las marcas globales ‐y
las nuevas tecnologías de la comunicación ‐ han
hecho a las empresas más vulnerables a los
boicots y a la publicidad negativa. Y, ante esa
realidad, la necesidad de comportamientos éticos
no puede deberse a estrategias empresariales,
porque las elecciones económicas no son
indiferentes respecto a la calidad moral de la
persona que las ha realizado. El desarrollo de
conductas éticas es una necesidad. Más
apremiante, desde luego, en la medida en que las
consecuencias de las actuaciones resultan más
imprevisibles. Pero la ética tampoco se limita a la
previsión de impedir un complejo cúmulo de
consecuencias. No se reduce a una operación de
cálculo, porque hay cosas que no se pueden
calcular ‐como el valor económico de una vida. Si
el objetivo empresarial consiste en obtener
beneficio y todas las acciones de una empresa
estarán dirigidas a aumentarlos, hay que tener en
cuenta que pueden darse muchos tipos de
beneficios. No puede considerarse sólo el aumento
de riqueza o dinero; también están el
perfeccionamiento humano de los miembros, la
aportación al bien común, la creatividad, el
sentimiento comunitario, la responsabilidad
compartida. Por otro lado, la discusión sobre la
ética del mercado es una discusión sobre la
necesaria síntesis entre el bien común y el bien
privado. La relación entre el bien común y el bien
particular no puede ser conflictiva. Ciertamente, en
ocasiones uno debe prevalecer sobre el otro. Pero
eso no impide que la búsqueda del bien privado
deba necesariamente entrar en conflicto la
consecución del bien de la sociedad. El intento de
asumir en las propias decisiones tanto los
principios éticos como las consecuencias
razonablemente previsibles de los actos, evita, a la
vez, el abandono de las propias
responsabilidades y algunas confusiones entre las
manifestaciones privadas y públicas de la
ética. Además, convendría matizar,
especialmente, que se entiende por conflicto de
intereses público para poner término a
la corrupción como medio de maximización de
beneficios. Caminamos hacia una configuración de
mercados financieros globales, donde se acentúa
la volatilidad y la naturaleza de los riesgos se hace
más difícil de medir y controlar los conflictos de
intereses. Junto a la coordinación internacional
para evitar discriminaciones competitivas, se
precisa cada vez más una armonización entre la
supervisión y la autorregulación.
Lectura 2: Ética ambiental

ÉTICA AMBIENTAL. REALIDAD Y FUTURO


NECESIDAD DE UNA ÉTICA CON NUEVAS
BASES AXIOLÓGICAS

RESUMEN: En el presente ensayo hemos


considerado los más importantes efectos de la
acción indiscriminada del ser humano hacia la
naturaleza en estos últimos decenios y la
necesidad imperiosa de valorar los resultados de
dichas acciones ante la realidad mediata de la
degradación de la biosfera y el riesgo de la
subsistencia de la vida animal y vegetal en la tierra
en un plazo que se encuentra en el siglo XXI. Los
valores morales y principios de la ética son
considerados en el presente ensayo analizando las
distintas declaraciones de la ONU y de la
UNESCO, entidades no gubernamentales
mundiales, climatólogos no comprometidos,
filósofos, investigadores y eticistas preocupados en
nuestro futuro como habitantes de la tierra. La
sociedad debe jerarquizar la necesidad de una
articulación: entre la sociedad humana y la
naturaleza, entre la ciencia y la ética, entre la
justicia social y el derecho del medio ambiente, en
definitiva, entre los intereses empresariales y
políticos y la ética medio ambiental. Este análisis
propone considerar ante cada dilema ético surgido
del dualismo humanidad-naturaleza, nuevos
principios y valores, reconociendo la real
posibilidad de la incorporación de otros que puedan
surgir en el futuro en las distintas regiones de
nuestro mundo.

En un mundo, donde el accionar del hombre desde


el inicio de la revolución industrial, degrada
progresivamente el medio para explotar sin límites
sus recursos naturales, se produce una ruptura en
el equilibrio ecológico, afectando la biosfera y
limitando la supervivencia de la vida en la tierra.
Las emanaciones globales de dióxido de carbono
(CO2) se incrementaron desde 1990 en un 2%
anual y desde el 2000 en un 3% anual. Durante los
dos últimos siglos las emanaciones de gases
“efecto invernadero” ocurrieron en los países más
desarrollados. Se espera para este siglo que el
mayor aumento de dichas emanaciones tenga
lugar en los países en desarrollo, liderados por
China, que para el 2050 será responsable del 33%
de las mismas (24). El aumento de dichos efluvios
elevaría la temperatura de la tierra más de 3º C y
llevaría a la licuación de la capa de hielo de
Groenlandia, parte del Ártico y de la Antártida,
elevando los océanos en más de siete metros.
Cuando la pérdida del hielo sea total, en cambio,
se elevaría en 70 metros el nivel de los océanos del
mundo, al final del siglo. El aumento de la
temperatura en 4º C, anularía el 85% de la selva
amazónica. El dióxido de carbono (CO2),
proveniente del uso de combustible fósiles, es la
emanación más importante; le sigue la
deforestación con corte y quemazón de grandes
áreas forestadas que aporta de un 12 a 25% de los
efluvios “antropogénicos”. El 23 % restante
provienen en su mayor parte del “metano” de la
ganadería y del “cultivo de arroz”; y el óxido nitroso
por el empleo de fertilizantes (24). En el afán de
revertir la tendencia de destrucción del medio
ambiente, desde 1968 en la Universidad de
Berkeley (EEUU) se inicia un movimiento mundial
de lucha contra esta degradación. Numerosas
reuniones, convenciones y encuentros se han
realizado y se siguen haciendo. El programa
ambiental de las Naciones Unidas, la “Unión
internacional para la conservación de la
naturaleza” entre otros, realizan grandes foros
internacionales sobre la problemática (39). La
situación se hace conciencia en la mente de los
seres humanos a mediados del siglo XX. Muchos
países firman convenios de limitación del uso y
abuso de acciones contaminantes, pero otros,
entre ellos los mayores responsables de esas
acciones, como los Estados Unidos, no las
efectivizan.

Génesis

De todos los problemas y sus causas que


intervienen en el deterioro del medio ambiente, es
quizás la causa más importante el crecimiento
explosivo de la población. En los últimos 260 años
desde que las estadísticas mundiales empezaron a
ser confiables en el mundo conocido, la población
mundial paso de 791 millones en 1750 a
6.767.805.208 de habitantes en septiembre del
2009. Según una proyección estimada para el 2050
habría nueve mil millones de habitantes en el
mundo (39). Para esos años, salvo situaciones o
contingencias naturales no calculables, “el 31.2%
de habitantes no tendrían acceso al agua potable”.
Algunas regiones como África perderían el 50% de
su tierra cultivable, siendo además una de las dos
regiones de mayor crecimiento demográfico. Cerca
de 8.000 millones de seres humanos estarían en la
franja de los “micro-consumidores forzados”, entre
ellos los ajustados integrantes de una clase media
formada por profesionales, empleados, jubilados,
trabajadores, entre otros, más los desnutridos,
hambrientos, indigentes y sub alimentados de
muchas regiones del mundo. Solamente 1.000
millones y un poco más estarían en la franja de los
macroconsumidores (12). El mundo se encuentra
en un camino que conduce inexorablemente a
sobrepasar puntos críticos de contaminación
ambiental, sin retorno, más allá de los cuáles el
futuro de la humanidad no estará en nosotros. El
aumento de los gases atmosféricos de efecto
invernadero eleva la captación de calor y despierta
una retroalimentación positiva: interfiere en el ciclo
de carbono natural. Al aumentar la temperatura de
los océanos, por disminución de los casquetes
polares que reflejan los rayos solares, se modifica
el transporte de carbono desde la capa superficial
del océano hacia el fondo oceánico. El aumento de
temperatura llevaría entonces a la muerte de los
bosques tropicales, agravando más el control
natural del CO2. Los recursos energéticos no
renovables estarían por desaparecer de la faz de
la tierra en ese 2050.

Discusión

Ante la necesidad de considerar estas realidades


desde un punto de vista totalmente científico, pero
con un apoyo filosófico que le dé fuerza a las
decisiones a tomar, precisamos firmes valores
morales, universales y actualizados, y nuevos
principios éticos que den sustento a las mismas, al
evaluar alternativas polarizadas como: sujeto-
objeto, hechos-valores, metafísica-religión,
ciencia-ética, naturaleza- humanidades, entre
otras. De ellas, el dualismo ser humano-naturaleza
sufrió las variaciones que la historia, la ciencia y las
culturas de las diferentes regiones del mundo le
condicionaron. Ante esta alternativa, la realidad
cada vez más influida por las religiones primero y
por el avasallador avance de la ciencia y su
tecnología luego, confinó la ética al hombre, y la
naturaleza fue demonizada como lo malo de la
historia, quitándole toda relevancia moral (17). Este
concepto fue cambiando con el triunfo de las
doctrinas evolucionistas, desde Darwin, hasta la
demostración, por la biología molecular, de la
existencia de una base común de todo ser viviente.
Desde el comienzo de los tiempos, la naturaleza
toda fue sometida a una transformación continua y
el género humano también. Según Darwin, la
inteligencia humana no sería “otra cosa que la
transformación de los instintos que compartimos
con otras especies”. En la historia de la humanidad,
la interacción del ser humano con la naturaleza se
da desde nuestros ancestros pre-homínidos,
pasando por el Pitecantropus Africano, el Homo
Erectus, hasta el Homo Sapiens Sapiens actual.
Las transformaciones evolutivas derivadas de las
adaptaciones de supervivencia del género Homo,
modelaron la conducta moral del hombre. “Cuando
más fue alejándose el hombre de la animalidad
merced al trabajo y el lenguaje, en su evolución,
tanto más planificada era su acción sobre la
naturaleza (para controlarla, modificarla o alterarla)
con fines trazados previamente” (27).

Debemos considerar la importancia de la dotación


genética en la conducta moral de los seres
humanos. A este acervo genético se suma el
acervo ético o cultural por el aprendizaje
permanente del género humano en su historia.
Según las corrientes filosóficas naturalistas, al
considerar la evolución del mundo, la naturaleza, al
equipararse a los seres humanos “debería ser
también portadora de valores morales”. Cuando la
naturaleza y los seres humanos se co-pertenecen
esta relación se transforma en reconocimiento e
integración, dejando de ser la de explotador-
explotado. El antropocentrismo individualista
choca con un nuevo fisiocentrismo post-moderno,
que va desde Darwin a la socio-biología de E.
Wilson (8). Aquel antropocentrismo sustentado
fundamentalmente en el “principio de autonomía”
es cambiado por un modelo axiológico que
apoyado por un “principio de copertenencia”, se
transforma en un fisiocentrismo más ético en
donde la ciencia y la tecnología recuperen algo que
no deberían haber perdido: la humildad (17). Las
Naciones Unidas a través del “Programa para el
medio ambiente” creó un organismo conformado
por doscientos expertos de cincuenta países, que
desde el año dos mil identificaron los siguientes
problemas ambientales y las causas de los
mismos, que presentamos en un listado general sin
estructuración: el cambio climático, la escasez de
agua dulce, la deforestación y la desertificación, la
contaminación del agua potable, deficiente
gobernabilidad, pérdida de biodiversidad,
explosión demográfica y forzados movimientos
migratorios de las poblaciones mundiales, valores
sociales cambiantes, eliminación de desechos,
contaminación del aire, deterioro del suelo, mal
funcionamiento de los ecosistemas, contaminación
química, urbanizaciones inadecuadas,
agotamiento de la capa de ozono, consumo de
energía, nuevas enfermedades y aparición de
viejas, agotamiento de los recursos naturales,
inseguridad alimentaria, emisiones industriales,
pobreza tecnológica de la información, guerras y
conflictos bélicos, disminución de las resistencias a
las enfermedades, desastres naturales, especies
invasoras, ingeniería genética, contaminación
marina, agotamientos pesqueros, circulación
oceánica, degradación de la zona costera,
desechos en el espacio, sustancias tóxicas
bioacumulativas, efectos del Niño y subida del mar
(39). Algunos son problemas repetidos, otros son
riesgos, otros, causas, pero todos hacen a la
problemática medioambiental y es el terreno de la
ecología a nivel planetario. Debemos ser
conscientes de que, como habitantes del mundo,
vivamos en el país o región que sea, somos
partícipes de la degradación de la naturaleza, de la
alteración del clima, del desequilibrio de la biosfera.
Con nuestras acciones, el resultado de las mismas
y de todas las acciones de los habitantes del
mundo, no habrá región ni país a salvo de sus
consecuencias. Esta crisis ambiental de amplitud
mundial escapa ya a la responsabilidad personal,
para hacerse planetaria. Todas las regiones de
nuestro planeta están comprometidas y los últimos
desastres naturales y sociales, son un ejemplo:
desde la desertificación de amplias zonas hasta
inundaciones, sequías, migraciones internas y
externas forzadas que, como resultado, llevan a un
aumento de la pobreza, falta de trabajo, crisis en la
educación, desnutrición, aumento de mortalidad
infantil, etc. Es cierto que algunos filósofos tienen
la esperanza de que, de acuerdo a la “Teoría del
caos”, de estos períodos de crisis, desorden o
conflicto “como fomentadores de la evolución y las
transformaciones”, surjan tiempos de bonanza,
creación y orden (5),(47).
dades de un mundo multicultural y multiétnico, esa
ética trata entonces de los problemas morales,
sociales y las repercusiones sobre la biósfera que
se originan por la intervención cada vez más
importante de los seres humanos sobre “el medio
ambiente en que vive la humanidad” (12). Es más
que una ética aplicada: como las éticas
profesionales, con sus principios éticos conocidos
y aceptados, esta ética ambiental contemporánea
nos exige repensar sus principios. Se considera
que los nuevos problemas medioambientales del
siglo XXI y los que irán apareciendo en un futuro
inmediato, nos exigirán una adecuada articulación
de principios como el de “no maleficencia”,
“justicia”, “precaución”, “prudencia”, “competencia”,
“responsabilidad”, “protección” y algunos más (18),
(26), (35),(29),(33). El ámbito en el que interactúan
la naturaleza y la sociedad humana es
multidisciplinaria ya que intervienen regiones,
continentes y estados por un lado, con grupos
humanos distintos, con sus culturas, con sus
historias, sus creencias de variados tipos, ciencias
como ecología, biología, economía, sociología y
políticas con sus gobernabilidades de las más
diferentes líneas, por el otro. En esta articulación
entre humanidad y naturaleza, esta última, al
carecer aparentemente de la palabra para
comunicarse, estaría en desventaja. Pero la
naturaleza tiene formas de responder a las
acciones abusivas del hombre, como lo estamos
viendo con algunas de las “catástrofes naturales”,
que se suceden cada vez con más frecuencia. La
naturaleza misma nos ha hecho saber con esas
catástrofes los resultados de nuestras acciones
inapropiadas. Esta coyuntura homo – natura se
puede vislumbrar, desde la antigüedad, en el
desarrollo del pensamiento socrático, donde el
protagonismo lo detenta la especie humana. Dicha
concepción se sustenta en la idea de la naturaleza
constituida como un medio y el hombre como un
fin. Desde entonces, las “estructuras éticas
quedarán asimiladas en las cualidades del ser
humano” En la civilización occidental judeo-
cristiana, la conformación de una teología de la
naturaleza asentada en las ideas de: creación,
conservación y providencia de la misma,
conllevarán en el medioevo, a una dignidad de la
naturaleza derivada de su origen divino, en la cual
toda innovación sería una transgresión de la ley de
dios. El advenimiento de la Modernidad, con el
avance de la ciencia, la secularización de la
política, las ideas de libertad, los derechos
humanos y la racionalidad, derivará en una
hegemonía del ser humano, proceso que llevará en
el siglo XX a la contemplación de la naturaleza
como objeto, carente de valores propios,
adquiriendo relevancia en tanto material a
disposición del uso y abuso del ser humano. Casi
simultáneamente, la civilización técnico-industrial
se configurará con ideales como el escepticismo,
un fuerte nihilismo social, el auge de intereses
industriales y de poderes políticos equivocados o
corruptos. En este contexto, aquella ética
sustentada por la tradición grecolatina, la
religiosidad judeo-cristiana y la filosofía de los
siglos XVIII y XIX desaparece, produciendo lo que
muchos han llamado “la crisis de la ética”, siendo
uno de sus más importantes componentes, la
problemática del medio ambiente. Cuando
consideramos las bases morales de este problema
medioambiental nos encontramos, a lo largo de la
historia, con dos líneas filosóficas que hacen a la
cuestión: el antropocentrismo y el fisiocentrismo, a
los que ya nos referimos previamente. • El
antropocentrismo nace en las tradiciones
grecolatinas, desde Sócrates, con el
total protagonismo de la persona humana ante la
naturaleza, siendo ésta un medio para su fin: “el
hombre”. Todas las estructuras de la ética se
formulan en base a las cualidades del hombre. De
este antropocentrismo derivan los principios
denominados muchos años después, de
Georgetown: el “principio de autonomía”, el “de
beneficencia”, el “de justicia” y el de “no
maleficencia” (15),(35). • El fisiocentrismo,
considera a “la naturaleza” como un fin y un real
valor en sí misma (17). En base a esta última línea
filosófica, consideraremos dos posturas o
posiciones éticas: la ética ambientalista y la ética
ecologista. 1. La primera de ellas, la “Ética
ambientalista” reconoce en el ambiente, la
biosfera, un bien capaz de plantear dilemas éticos.
Cree en la imprescindible interacción entre el
ambiente, los seres humanos y la necesidad de
tutelar el medio ambiente con una política
ambiental internacional. Esta ética articula
además, entre otros:

a) El principio de copertenencia de los seres


humanos y la naturaleza, propuesto por H Jonas,
verdadero dilema de la post-modernidad, en la
segunda mitad del siglo XX, al pretender articular
el antropocentrismo con el fisiocentrismo y el
principio de sociabilidad que se basa en el
reconocimiento del “bien común”. Da pie para que
los estados y la comunidad internacional tengan el
deber de tutelar el ambiente en el que viven sus
ciudadanos a través de pactos internacionales y
convenios que defiendan el medio ambiente y su
biodiversidad (12), (17). Este principio social,
armado en base a sus teorías filosóficas, por Apel
y Habermas en la década de 1970, sobre las
relaciones multiculturales y multilingüísticas de un
mundo plural de convivencia real, otorgaba
primordial importancia al diálogo, al discurso
argumentativo y a la posibilidad de consenso de la
humanidad futura, en la esperanza de una ética
planetaria.

b) Este principio social articula también un


“principio medioambiental” propuesto también por
Jonas y posteriormente por Singer; halla modelos
de moralidad en los ecosistemas, sus valores y sus
derechos, para garantizar la supervivencia de la
raza humana en la tierra (12), (17).

c) El “principio de no maleficencia” que, sin duda,


se deberá ampliar para abarcar no solo a los seres
humanos sino también al resto de los seres
vivientes, sean animales o vegetales.

d) Además es necesario valorar “principios de


prudencia” en las acciones, respeto hacia los
restantes ecosistemas y sobre todo, considerar el
“principio de responsabilidad”, la valoración del
resultado de nuestras acciones como principio
fundamental, como lo señala H. Jonas al proponer
un nuevo “imperativo ético”: “Obrar de tal manera
que los efectos de tu acción sean compatibles con
la permanencia de la vida humana en la tierra” (31),
(33).

2. La segunda línea ética, la “ética ecologista” o


“ecologista profunda” es aquella que reconoce los
derechos morales de la naturaleza y un
igualitarismo en las especies. Su reconocimiento
llega hasta los minerales. Un nuevo derecho
natural que choca con los del ser humano. Algunos
de sus partidarios niegan que el ser humano
pertenezca a la naturaleza ya que lo consideran
“un depredador”. Niegan por lo tanto posibles
articulaciones de la bioética con la ética ecologista.
Por eso al considerar las posibles articulaciones de
principios bajo la óptica de una “ética ecologista” es
cuando el “principio de justicia” toma relevancia.
Tener una concepción de la justicia en este área es
en el momento actual, tener una visión multicultural
de la humanidad, un conocimiento profundo de la
relación sociedad /naturaleza, actual y futura, darle
el máximo valor al reconocimiento universal de los
derechos humanos y la dignidad, y haber adquirido
el concepto de ética social de acuerdo a los
contextos regionales, culturales e institucionales
actuales a la hora de establecer prioridades,
distribuir recursos y fijar límites con “criterios de
justicia social” (26), (35). La 33º conferencia
general de la UNESCO celebrada en París el 19 de
octubre de 2005, resolvió que: “es necesario y
conveniente que la comunidad internacional
establezca principios universales que sirvan de
fundamento para una respuesta de la humanidad a
los dilemas y controversias cada vez más
numerosas que la ciencia y la tecnología plantean
a la especie humana y al medio ambiente” (38). En
dicha reunión, los delegados de 191 estados se
basaron en la declaración anterior de la UNESCO
sobre “las responsabilidades de las generaciones
actuales para las generaciones futuras” del 12 de
noviembre de 1997, conscientes de que los seres
humanos forman parte integrante de la biosfera y
que desempeñan un importante papel en la
protección del prójimo y de otras formas de vida,
en particular los animales. La UNESCO proclama
nuevos principios en la declaración del 2005; trata
cuestiones éticas relacionadas con la vida, las
tecnologías en las dimensiones sociales, jurídicas
y ambientales. Dentro de estos principios se citan
los referidos al medio ambiente, como el Artículo
14 sobre “responsabilidad social” en el inciso b, “el
acceso a una alimentación y el agua serán
adecuados”. En el Artículo 16 “la protección de las
generaciones futuras en su constitución genética”.
En el Artículo 17 “la protección del medio ambiente,
la biosfera y la biodiversidad”. Los principios, como
los valores, deben entenderse y valorarse como un
todo, aunque complementarios entre sí al
relacionarse entre ellos, siempre recordando la
supremacía de los derechos humanos, las
libertades fundamentales y la dignidad humana
(38), (35). Como los conflictos ambientales son
globales, consideramos que a nivel mundial, las
soluciones, si las hubiera, deben ser regionales o
locales por sus diferencias, como la educación de
los habitantes de cada región, su situación socio-
económica y las realidades como seres humanos
distintos, ello marcará la senda para llegar a cada
solución. La Universidad por el hecho de su
universalidad es una de las pocas instituciones que
en su accionar “puede unir lo global con lo local”
(42). La posibilidad de articular conocimiento,
investigación y extensión social le confiere la
capacidad de realizar un puente para el futuro,
entre lo científico, la naturaleza y la sociedad de
cada región. Es necesario que los distintos niveles
educacionales de cada país, sobre todo las casas
de altos estudios, incorporen el concepto de la
necesidad “de una nueva ética civil o cultura moral
a partir de la naturaleza como proyecto axiológico”
(12).
Conclusiones

Entonces ¿de qué ética medioambiental estamos


hablando? Una ética más allá de la planteada bajo
las condiciones morales únicas del ser humano.
Una ética sustentada por la idea de personalismo
del sujeto, articulada con los ideales de justicia
social y de racionalismo ecológico del medio
ambiente del mundo, marcando firmemente la
responsabilidad internacional. Una difícil
articulación ya que considera derechos humanos y
la dignidad del ser con la biosfera y las
organizaciones políticas internacionales.

Bajo la realidad de las problemáticas actuales,


entre ellas la explosión demográfica, las
migraciones incontrolables no deseadas, la
contaminación del medio en sus tres niveles: aire,
tierra y agua, el consumo de energía y recursos; se
hace imprescindible una moral actualizada, con
una “ética universal” acorde, que cambien la
conducta ética de los seres humanos, y regle sus
acciones frente a la naturaleza(36). Esta ética debe
hacer extensivo el sistema de valores y dignidad
hacia la naturaleza, lo que impediría la acción
utilitaria de la misma por parte de los humanos.
Muchos consideran que si la ética del siglo XIX
estuvo centrada en la libertad del sujeto (Kant), la
del siglo XX debería estarlo en la problemática
social y la del siglo XXI debería centrarse en la
problemática medio ambiental (15). Esta
sugerencia se encontraría apoyada por las líneas
morales inspiradas por Jonas en su principio de
responsabilidad (39); en Apel en su sistema de
complementariedad (1). En la ética discursiva de
Apel (2) y Habermas (22); así como en los
principios medio ambientales postulados por
Jonas, Singer y Gómez Heras (15), (16), (12).
Deberíamos reconocer que los valores de la
naturaleza y los biosistemas animales -no
humanos- y vegetales, tienen la fuerza moral de
estar en el mundo antes que los seres humanos.
Considerando como valores morales y principios
éticos los surgidos en la declaración de la
UNESCO del 2005 que se sumarían a los llamados
principios de Georgetown, en un enumeración que,
sin criterios estrictos de prioridad, serían
actualmente el derecho a la dignidad, el derecho
del hombre, la mujer y el niño, el derecho
medioambiental, el principio de justicia, de
autonomía, de no maleficencia a los seres vivientes
animales y vegetales, el principio de copertenencia
entre seres vivos y la naturaleza, el principio de
responsabilidad de las acciones de los seres
humanos, el principio de prudencia, el de
competencia, el de protección hacia los
vulnerables, tanto los seres vivos como la
naturaleza y el principio de sociabilidad (38), (35).
Según Gomez Heras, “…sería una ética aplicada,
y como la bioética, compartiría problemas con la
biología, la geología, la botánica, la ecología y la
zoología. Se ocuparía de aquellas decisiones del
hombre que tienen por objeto la naturaleza”, sus
principios y valores se articularían al considerar
cada dilema ético del dualismo ser humano-
naturaleza (15), (17).

Epílogo

Es urgente disminuir la brecha de la praxis


tecnoindustrial y la moral con una ética mundial, y
en sus consideraciones y decisiones tenga en
cuenta el futuro, en donde se verán los resultados
de las acciones actuales. Conseguir una
articulación entre la ética medioambiental y la ética
dialógicasocial den-tro de un marco de justicia
social y natural, en una “simbiosis entre naturaleza
y humanidad” (16). La capacidad debilitada de los
sumideros oceánicos y terrestres (bosques) y la
creencia de que podemos estabilizar el clima,
descansa en supuestos “a los que los datos
científicos no adhieren”(24). Los seres humanos no
pueden regular el clima: por lo menos en la
actualidad, en el 2011, el clima nos regula a
nosotros. Ante esta realidad incuestionable la
sociedad, sobre todo de los países desarrollados,
puede ser sedada por falsas expectativas
manejadas por los grandes grupos empresarios
productores de energía y por políticos
inescrupulosos, que rehúsan aceptar las
realidades sobre las que la ciencia climatológica
seria nos informa desde hace más de tres décadas.
La realidad de la presión política y empresarial
defendiendo del carbono es histórica, la
responsabilidad de cada empresa y sus directivos
en el uso y abuso de los combustibles fósiles, en la
deforestación indiscriminada, en la contaminación
del aire, del agua y de la tierra, entre otras acciones
nocivas para la naturaleza y el medio ambiente,
depende no solo de la ética profesional de sus
responsables, sino también de la ética de las
empresas correspondientes, y entre estas últimas,
las productoras de energía no renovables. Serían
los ejecutivos de las multinacionales y los políticos
inescrupulosos los que merecerían ser “lanzados a
las llamas eternas del infierno” (24). Este ensayo
propone que ante cada dilema ético surgido del
dualismo humanidadnaturaleza, se consideren los
principios y valores enumerados en el mismo,
reconociendo la real posibilidad de la incorporación
de otros que puedan surgir en el futuro. “El
problema del medio ambiente significa el mayor
desafío -aquel de la supervivencia- para la
humanidad en el umbral del tercer milenio” (32).
Creemos que no sería correcto terminar este
ensayo sin abrir una puerta hacia una propuesta de
control factible de la situación planteada, ante la
probable destrucción del medio ambiente en el
futuro. La estrategia para una adecuada energía en
el mediano plazo, según algunos científicos y los
estudiosos del tema sería emplear una
combinación de uso de energía no renovable por
gas -que produce la mitad de las emanaciones de
CO2- y el uso de energía renovable como la eólica,
mareológica, hidroeléctrica, solar, etc. (18), (19),
(24). Sin pretender que esta estrategia sea la
solución definitiva, sería quizás el inicio de un
cambio. Esta política encabezaría la revolución
energética que tiene por objeto sagrado la
supervivencia de la raza humana y de la naturaleza
en la tierra. Lo que distingue al ser humano del
resto de los seres vivientes es que ellos están en
el mundo porque sí; el hombre, en cambio, es
capaz de contemplarlo, gozarlo, apreciarlo,
estudiarlo y puede también cambiarlo.
Lectura 3: Ética y medio ambiente

ETICA Y MEDIO AMBIENTE

De un modo general, llamamos ética a la rama de


la filosofía que se ocupa de la moral —es decir, de
las reglas, códigos o normas que nos permiten vivir
en sociedad y que hacen que juzguemos unas
cosas como buenas y otras como malas—, así
como de los valores —o sea, de la importancia
última que asignamos a las cosas o a las acciones,
importancia que se convierte en el atributo que
condiciona el curso de nuestro comportamiento, y
por la cual algunas cosas se hacen deseables y
otras no. Así pues, la ética no se ocupa de cómo
son las cosas, sino de cómo deberían ser, de
acuerdo con ciertos principios, en muchos casos
ideales o utópicos, que permiten una mejor vida en
sociedad.

Por su parte, podemos entender por ética del


medio ambiente a la rama de la ética que analiza
las relaciones que se establecen entre nosotros y
el mundo natural que nos rodea. De hecho, entre
los productos culturales más importantes de la
evolución humana están determinadas
preocupaciones éticas, incluyendo la preocupación
por el medio ambiente en general y los seres vivos
en particular. Algunos ejemplos ayudarán a
concretar la idea. En los momentos álgidos de la
caza ilegal del rinoceronte blanco, especie en
peligro de extinción y oficialmente protegida en
Zimbabwe, los cazadores furtivos podían ser
legalmente abatidos a tiros por los guardas de caza
de las reservas de ese país. ¿Podemos justificar la
muerte de los furtivos para conservar a los
rinocerontes?, ¿no deberíamos antes, quizás,
considerar siquiera las condiciones
socioeconómicas del país y de los cazadores
ilegales? Para proteger la integridad ecológica de
cierta área natural protegida es necesario realizar
incendios controlados en los bordes de sus
bosques o abatir a un cierto número de animales
salvajes que habitan en sus laderas. ¿Son estas
acciones moralmente permisibles? Supongamos,
en fin, que una compañía minera realiza una
explotación a cielo abierto en una zona
previamente inalterada. ¿Tiene la empresa una
obligación moral para “restaurar” posteriormente la
zona a su estado previo?, ¿tienen entonces el
mismo valor la zona inalterada y la zona
restaurada?

De un modo más general, interesan a la ética del


medio ambiente problemas más amplios, como los
siguientes: ¿tenemos algún derecho “especial”
sobre el resto de la naturaleza?, ¿nos obliga
nuestra “posición como seres humanos” a realizar
alguna consideración determinada para con otros
seres vivos?, ¿hay alguna “obligación ética” o ley
moral que debamos seguir en el uso que podemos
hacer de los recursos naturales? En tal caso, ¿por
qué es así?, ¿en qué se basan tales limitaciones?,
¿en qué se diferencian de los principios morales
que rigen nuestras relaciones con otros miembros
de nuestra misma especie? A la ética del medio
ambiente le incumben también las mismas grandes
preguntas que a la ética en general. Por ejemplo:
¿son válidos aún los paradigmas éticos
tradicionales para responder a los problemas
ambientales derivados de las actividades de las
sociedades humanas? Más aún: ¿hay principios o
leyes morales de carácter general, es decir, de apli-
cación universal, independiente del contexto, que
deban seguirse a la hora de valorar las
consecuencias de nuestros actos sobre la
naturaleza? Los universalistas responderían de
modo afirmativo, mientras que los relativistas de-
fenderían que los principios morales son siempre
personales e intransferibles, y los utilitaristas
considerarían la bondad de los actos en función de
sus consecuencias —en concreto, de la cantidad
de bien producido, es decir, de su contribución a la
“felicidad” de quienes reciben dicho bien. Ahora
bien, no es difícil darse cuenta de que el criterio
utilitarista, sin más, acarrea sus peligros, pues no
siempre debe considerarse justo, ético o bueno,
aquello que produce la felicidad a gran cantidad de
gente. Por ejemplo, prácticas que provocan
grandes mortandades entre los animales, como la
caza ilegal de los elefantes por el marfil de sus
colmillos, podrían llegar a ser consideradas
éticamente como buenas, ya que generan
satisfacción a los humanos. Por ello, no resulta
claro hasta qué punto la ética del medio ambiente
puede ser una ética utilitarista. Por contra, las
teorías de la ética deontológica mantienen que las
acciones deben juzgarse como buenas o malas
independientemente de sus consecuencias. Así, se
establecen códigos de normas o principios
basados tan sólo en el deber, que podemos
considerar como imperativos categóricos, cuya
observancia o violación es lo que está
intrínsecamente bien o mal.

Acerca de la naturaleza y lo natural

¿Qué cabe entender por naturaleza?, ¿qué es lo


natural? Lo cierto es que podría no haber un
significado único para estos términos, con lo que la
respuesta a nuestra pregunta sobre la existencia
de normas universales que permitan valorar las
consecuencias de nuestros actos sobre la
naturaleza estaría en función de lo que
entendemos por ésta.

La noción de natural, como opuesto a lo artificial,


ha generado un amplio debate sobre la importancia
de la naturaleza que ha sido interferida por las
actividades de las sociedades humanas, como es
el caso de los paisajes restaurados. Hay quienes
consideran que las situaciones totalmente
naturales, producto de una evolución a largo plazo,
acarrean un “valor añadido” que estaría ausente en
las que han sufrido la intervención humana. Tales
formas de pensar corren el riesgo de menospreciar
el valor de nuestra propia vida y de sus productos,
como la cultura. Por ejemplo, si consideramos que
las especies tienen un valor propio, entonces su
desaparición ha de ser vista como negativa,
mientras que su conservación debe valorarse
como positiva. Ahora bien, lo cierto es que la
extinción es el destino final de las especies, y es de
hecho un proceso natural, en el sentido de que
ocurre también sin la intervención humana. De este
razonamiento se puede deducir que lo que puede
ser calificado como negativo es la aceleración en
el proceso de desaparición de las especies, debida
a las actividades humanas. Lo cual, a su vez, nos
conduce a otra reflexión: si nosotros, nuestra
especie, somos parte de la naturaleza, entonces
cualquier cosa que nosotros hagamos es así
mismo natural. Por ello, si formamos parte de la
naturaleza, y como resultado de las actividades de
las sociedades humanas está aumentando la tasa
de extinción de las especies, ¿cómo podemos
decir que la extinción no es un fenómeno natural?

Por otro lado, se tiende a creer generalmente que


las sociedades nómadas de cazadores-
recolectores, y otras formas de subsistencia en
íntimo contacto con la naturaleza, eran
depositarias de un profundo conocimiento y una
amplia veneración de la misma, por lo que han sido
consideradas como conservacionistas de la
naturaleza. En paralelo, se suele considerar a las
sociedades sedentarias, en las que se registraron
fenómenos de urbanización y explotación de los
recursos naturales, como sistemas alejados de la
naturaleza, sin contacto ni apreciación con la mis-
ma. Ahora bien, esta visión de las civilizaciones
pretecnológicas como “naturales”, y las sociedades
tecnológicas como “artificiales”, ha sido puesta en
duda recientemente. Actualmente, se cree que los
aborígenes podrían haberse comportado, también,
como explotadores de la naturaleza. Así pues, ¿es
natural la explotación de la naturaleza?
Extensión moral

Para muchos filósofos y pensadores, sólo


nosotros, los seres humanos, podemos ser
considerados como agentes morales, es decir, con
capacidad de realizar juicios sobre la bondad de
nuestros actos, y de aceptar las consecuencias
derivadas de los mismos. Ahora bien, no cabe
esperar esta facultad en todo momento, ni siquiera
en todos nosotros; por ejemplo: los niños, o los
enfermos mentales no deberían ser considerados
responsables de sus actos. Se dice de ellos que
son sujetos morales, pues deben ser tratados de
un modo moral por quienes tienen tal posibilidad.
Además, a lo largo de la historia ha habido etapas
o sociedades que no han aplicado el mismo
tratamiento moral a todos sus integrantes, en
concreto: los marginados, los enfermos, los
siervos, los esclavos, las mujeres… En la
actualidad, al menos en las sociedades más
avanzadas, hemos llegado a pensar que todos los
seres humanos tenemos un conjunto de derechos
inalienables, como la vida, la libertad o la búsqueda
de la felicidad. A esta ampliación gradual del
interés ético se le llama extensión moral.

Sin embargo, ¿por qué acotar la extensión moral?,


¿por qué limitar el interés de la moralidad a los
seres humanos? Es decir, ¿tienen derechos
también otros organismos, otras especies?,
¿pueden ser considerados como agentes morales,
o al menos sujetos morales? Quizás muchos
filósofos responderían negativamente a esta pre-
gunta, pues el potencial de razonamiento y la
consciencia de sí mismo parecen estar ausentes
de cualquier otra especie que no sea la nuestra.
Ahora bien, al menos algunos animales sí parecen
tener signos de lo que podríamos considerar
inteligencia, e incluso sentimientos de felicidad, por
lo que deberían ser tratados de un modo ético.
Empero, ¿por qué terminar el proceso de extensión
moral en los animales? Es decir, ¿qué ocurre con
otros seres vivos y con otros elementos de la
naturaleza? En concreto, ¿es posible ampliar
definitivamente la extensión moral e incluir también
entre los sujetos morales a las plantas, los ríos, los
suelos, las rocas, las montañas, los mares y los
paisajes? Hay quien opina que sí, llevado de la
mano del análisis de los valores, de la importancia
que asignamos a las cosas.

Valores

En la literatura sobre ética del medio ambiente se


pueden reconocer diferentes maneras de pensar
en términos de valores. Así, es habitual encontrar
la distinción entre: a) valor intrínseco, o inherente,
propio de lo que es bueno en sí mismo (per se), y
b) valor instrumental, o conferido, propio de lo que
es importante como medio para conseguir un fin —
como una herramienta, por simple o compleja que
sea. En muchas sociedades modernas es sensato
asumir que todos los seres humanos tienen un va-
lor intrínseco por el simple hecho de existir,
independientemente de poder servir como un
medio para lograr un fin. Por ello, deben ser
considerados como sujetos morales de prima facie,
sin considerar cualquier otra circunstancia, quiénes
sean, o lo que hagan. Simultáneamente, en
muchas sociedades actuales, la naturaleza es vista
como depositaria de un valor instrumental.

Ahora bien, el punto de vista de quienes


consideran que sólo los seres humanos tienen
valor intrínseco, pues están dotados de una
superioridad moral única, debe ser tildado como
antropocéntrico. De hecho, la ética del medio
ambiente antropocéntrica es una continuación de
los modelos convencionales de la ética tradicional,
y reserva el mundo moral, en exclusiva, para
nuestra especie, si bien es capaz de extender sus
responsabilidades a una correcta administración
de la naturaleza. Por otro lado, es cierto que
algunos animales, plantas, incluso ciertos
microbios, tienen un valor instrumental, pues nos
ofrecen un beneficio (utilidad). Generalmente,
quienes defienden posturas antropocéntricas no
consideran válidos los argumentos de quienes
sufren por el maltrato a los animales, o a la
naturaleza en general, a no ser que dicho maltrato
acarrée consecuencias negativas para el hombre.

Pero hay quien considera que todos los seres vivos


tienen también un valor intrínseco. Al igual que
nosotros, realizan un conjunto de funciones
compartidas, que dan forma al propio fenómeno de
la vida: nacer, crecer, respirar, luchar por
sobrevivir, reproducirse… y todo ello
independientemente de que nos resulten útiles o
no. Así, cada ser vivo, sea un microbio, una planta
o un animal, podría ser considerado como una
manifestación concreta del fenómeno vital. De
acuerdo con esta perspectiva, el simple hecho de
estar vivo, la característica de la biodiversidad
como un todo, es suficiente para que estén dotados
de un valor inherente, lo que genera una obligación
moral de respeto. Por ello, no tiene sentido intentar
siquiera cuantificar dicho valor, es decir, asignar un
número que dé cuenta de su importancia. ¿Cómo
podemos nosotros, seres humanos, poner un
número, un valor, o un precio, a algo que tiene su
propia importancia, independientemente del uso
que nosotros podamos hacer de ello?

La idea de que sólo los organismos individuales


tienen valor propio y derechos morales es
defendida, por ejemplo, por los partidarios del así
llamado “movimiento de liberación animal” o de los
derechos de los animales. Sin embargo, lo cierto
es que los objetivos de los defensores de los
derechos de los animales pueden entrar en
conflicto con la consecución de otras metas para
los defensores de la naturaleza desde una óptica
más amplia, como se presenta en otra parte de
este texto. Es más, hay quien considera que
incluso los elementos no vivos de la naturaleza
tienen también un valor intrínseco: las rocas, los
ríos, los volcanes, las playas, los lagos… y
ciertamente la propia Tierra. Todo ello existía
mucho antes de que nosotros, como especie,
llegásemos a desarrollar siquiera el más mínimo
papel ecológico en el teatro evolutivo que es
nuestro planeta.

Imágenes del mundo y perspectivas éticas

El conjunto de ideas, creencias, imágenes y


valores que cada uno de nosotros tiene sobre el
papel del ser humano en este planeta puede
entenderse como su imagen del mundo. ¿Cómo
pensamos cada uno de nosotros que funciona el
mundo?, ¿qué pensamos sobre nuestro papel?,
¿qué es para nosotros un comportamiento
medioambientalmente correcto desde un punto de
vista ético? Al igual que nuestra personalidad,
nuestra concepción de las cosas se ha ido
formando a lo largo del tiempo, incorporando de
modo consciente o inconsciente numerosos
elementos de nuestra educación, de nuestra
cultura, en resumen, de todas las influencias que
emanan del ambiente que nos rodea. A lo largo de
la historia, en las diferentes sociedades, se han
presentado distintas maneras de comprender las
relaciones de nuestra especie con el resto de la
naturaleza.

La mayoría se puede clasificar en dos grupos


excluyentes: las concepciones atomistas,
centradas principalmente en las partes —
elementos constituyentes, individuos que forman
un todo de rango superior—, frente a las imágenes
más integradoras, holistas —centradas en la Tierra
como un sistema integrado total. Por su parte, los
puntos de vista atomistas pueden considerar a
nuestra especie como el foco de su atención, o
ampliar el rango de análisis a la vida como un todo.
Las aproximaciones integradoras, por su parte,
pueden aplicarse a los sistemas ecológicos, a las
formas de vida con las que compartimos el planeta,
o a los procesos y sistemas de soporte vital de la
Tierra. Veamos con un poco más detalle algunas
de estas imágenes del mundo.

Dominio de la naturaleza

El antropocentrismo tiene sus orígenes en la


afirmación clásica de que el hombre es la medida
de todas las cosas; en consecuencia, sólo los
asuntos concernientes al hombre poseerían
dimensión moral, mientras que las consecuencias
del comportamiento humano sobre terceras
entidades —es decir, no humanas— serían
irrelevantes, a no ser que indirectamente resultaran
lesionados los derechos o intereses de otros seres
humanos. La mecanización posterior de esta
imagen del mundo llevó a delinear la idea según la
cual el hombre y la naturaleza son entidades con-
trapuestas, siendo aquel el dueño y señor de ésta.
O, lo que es lo mismo, bajo la imagen del dominio
de la naturaleza por parte del hombre, la naturaleza
es sólo un objeto desnudo, sin sustancia ni
potencia alguna, lo que explica que carezca de
valores intrínsecos y de derechos.

Muchas civilizaciones han defendido una imagen


del mundo según la cual nuestra especie merece,
y de hecho tiene, un lugar “especial” entre los
demás seres vivos. La capacidad de modificar de
modo consciente el mundo a nuestro antojo, y el
sentimiento de superioridad ligado a esta idea han
servido para justificar el dominio de la naturaleza
por parte del hombre. Las raíces de esta imagen
del mundo, según la cual nosotros seríamos los
amos, dueños y señores de todo lo demás, se
pueden encontrar, al menos en parte, en
determinadas creencias religiosas. Así, por
ejemplo, se ha señalado repetidas veces que la
corriente principal de la religión judeo-cristiana da
cuenta de la preeminencia del hombre frente a los
demás seres de la Creación, y promueve la
sobreexplotación de la naturaleza en detrimento de
todas las demás formas de vida: “Y los bendijo
Dios, y les dijo: creced y multiplicaos; llenad la
tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del
mar, en las aves de los cielos, y en todas las
bestias que se mueven sobre la tierra” (Génesis
1:28). Esta visión de nuestra especie como cúspide
de la Creación, junto a la idea de dominio que
acarrea, es una visión claramente antropocéntrica.

Sin embargo, también es cierto que desde muchas


religiones, incluso desde ciertas corrientes de la
misma religión judeo-cristiana, se busca lograr una
relación de cuidado de la naturaleza, de pasión por
ella, que en muchos casos desemboca en el pleno
amor, como en los textos de San Francisco de
Asís. Desde este punto de vista, cualquier crimen
cometido en contra de la naturaleza es
considerado como pecado.

Administración y gestión de la naturaleza

En general, las culturas pretecnológicas —con


modos de vida basados en la caza y la recolección,
actividades desarrolladas en un íntimo contacto
con la naturaleza—, así como muchas sociedades
tradicionales —que en muchos casos continúan
viviendo de prácticas agrosilvopastoriles de
subsistencia, mantenidas a lo largo del tiempo—
han conservado un fuerte vínculo de unión con la
naturaleza. En muchos de tales casos, el papel del
hombre está bien descrito por una función de
administración, responsabilidad y cuidado de los
bienes de un determinado lugar. Como guardianes
de tales recursos, los seres humanos de estas
culturas y sociedades trabajan la tierra de la que
viven, desde una posición de humildad y
reverencia que forma parte integral de esta con-
cepción de las cosas.
Una imagen hasta cierto punto relacionada con lo
anterior es la que se presenta de modo casi
generalizado en las sociedades industriales y de
consumo actuales. Así, son muchos quienes
consideran que nuestro papel en la naturaleza es
realizar una gestión, preferentemente racional, de
los recursos naturales necesarios para satisfacer
las numerosas demandas de las actividades de
tales sociedades. Esta visión surge de diversas
creencias fuertemente arraigadas en la forma de
pensar de quienes la defienden, entre las cuales
podemos considerar las siguientes: 1) Somos la
especie “más importante” del planeta, y por lo tanto
estamos a cargo del resto de la naturaleza; esta
idea se observa claramente cuando hablamos de
“nuestro” planeta, o cuando queremos “salvar” la
Tierra. Ahora bien, ¿es éste un uso legítimo de la
palabra nuestro?, ¿podemos acaso erigirnos en
salvadores del planeta?, ¿quién nos ha conferido
tal título? 2) Siempre hay más, es decir, la Tierra
nos ofrece una cantidad ilimitada de recursos
naturales, y el ingenio humano puesto al servicio
de la tecnología nos permite incluso descubrir
nuevos recursos, nuevos usos para recursos ya
conocidos, así como sustitutos para recursos que
puedan estar agotándose. Sin embargo, ¿hasta
cuándo podremos seguir haciendo un uso
irracional de los recursos naturales?
Ética de la Tierra y otras visiones biocéntricas

Para muchos de quienes se preocupan por nuestro


papel en la naturaleza, tanto la visión de dominio
como la de administración resultan ciertamente
antropocéntricas, por lo que, en su lugar, favorecen
una concepción más amplia de la ética del medio
ambiente, centrada en el fenómeno de la vida. Esta
aproximación biocéntrica reconoce la existencia de
un orden en la estructura y el funcionamiento de la
naturaleza, previo a la voluntad humana individual
o colectiva. En este sentido, la existencia humana
se sitúa en igualdad de importancia con la de otros
seres vivos, tal y como lo defendieron John Muir o
Aldo Leopold.

En concreto, la obra de Leopold aboga por la


adopción de lo que él denominó “una ética de la
Tierra”. Cuando Leopold acuñó la idea de la ética
de la Tierra, consideró que la ética implicaba una
limitación a la libertad de acción en la lucha por la
existencia, implicando la presencia de diferencias
entre los comportamientos sociales y los
antisociales. La Tierra es una comunidad en el más
básico sentido de la ecología, pero esa Tierra debe
ser amada y respetada como una extensión de la
ética. Para Leopold, una cosa es buena si tiende a
preservar la integridad, la estabilidad y la belleza
de las comunidades biológicas, y mala si actúa en
sentido contrario. Según esta norma claramente
deontológica, la Tierra como un todo tiene valor
intrínseco, mientras que sus miembros individuales
tienen valor meramente instrumental (en tanto
contribuyan a la integridad, estabilidad y belleza de
las comunidades). Una consecuencia directa de la
ética de la Tierra de Leopold es que un elemento
individual de una comunidad biótica superior
debería poder ser sacrificado siempre y cuando
fuera necesario para preservar el bien de la entidad
superior. Para muchos de quienes así piensan, la
biodiversidad alberga el mayor valor ético en la
naturaleza: la variabilidad con la que la vida se
manifiesta en el planeta Tierra.

La posición biocéntrica recibió un importante apoyo


gracias a la así llamada “hipótesis Gaia”, de James
Lovelock, que recupera la idea de la Madre Tierra,
considerando al planeta como un sujeto vivo,
consciente y con capacidad de sentir. La
elaboración de las ideas biocéntricas y su am-
pliación posterior al movimiento de la Deep Ecol-
ogy (literalmente, ecología profunda), defendido
por Arme Naess, llevaron a desarrollar una ética
del medio ambiente que incorpora el respeto a la
vida como base de sus ideas. Esta imagen del
mundo admite la influencia de religiones distintas a
la judeo-cristiana, que permiten entender al
hombre como “vida que quiere vivir en medio de
vida que quiere vivir”. En consecuencia, todo ser
vivo, por el mero hecho de estar vivo, es portador
de un valor intrínseco: la vida es un valor universal,
absoluto, y no admite rangos, ni comparaciones, ni
clases o estratos de importancia. Todo lo vivo, por
lo tanto, merece el máximo respeto, y la actitud
más correcta ante la vida es la veneración, porque
lo vivo es, en efecto, igual a lo sagrado.

Así pues, la ética de la Tierra no es una concepción


antropocéntrica, sino que debe alinearse, junto con
otros puntos de vista, a una ética del medio
ambiente ciertamente biocéntrica, en donde la
importancia reside en el sistema global integrado
por la suma de las partes que lo forman, más la
interacción resultante de las relaciones que entre
ellas se establecen.

Aun así, las posiciones biocéntricas no están


exentas de crítica, y algunos autores han señalado
que la ética del medio ambiente debería centrarse
en las especies completas, o las comunidades, o
los ecosistemas y no sobre los organismos
individuales que los componen. Por ejemplo, las
especies han de ser contempladas como
intrínsecamente más valiosas que los individuos
que las integran, pues la pérdida de una especie
acarrea la desaparición de todo un acervo génico
con amplias posibilidades. La diferencia resulta
clara al analizar el siguiente supuesto:
consideremos un caso en el que una agencia
gubernamental relacionada con la conservación de
la naturaleza propone controlar —de hecho, reducir
mediante caza selectiva— las poblaciones de una
determinada especie animal en un área natural
protegida designada como tal; admitamos además
que hay razones biológicas que llevan a pensar
que tal control forma parte de la gestión adecuada
de los recursos de dicha área, y que es necesaria
para conservar las poblaciones de otras especies y
comunidades de la reserva. Si nuestro enfoque se
centrase exclusivamente en los organismos
individuales, entonces podríamos pensar que es
ético evitar el sufrimiento de los animales, de todos
y cada uno de ellos. Por ende, la gestión propuesta
no sería ética, pues implicaría eliminar activamente
—matar— un determinado número de animales —
cuota de captura—, incluso aunque nuestro control
resultase beneficioso para la conservación de otros
recursos y valores del área como un todo.

En una diferente posición holista está la visión del


mundo de quienes consideran que lo
verdaderamente importante no son las
poblaciones, las comunidades de organismos, ni
siquiera las especies. Al fin y al cabo, los propios
individuos nacen, crecen, se desarrollan, se
reproducen y finalmente mueren. Lo mismo es
válido para cualquier sistema ecológico de rango
superior; incluso las especies tienen un origen en
la historia de la vida en la Tierra y un final: su
extinción. De acuerdo con este punto de vista, que
podemos denominar ecocéntrico, lo
verdaderamente importante son los procesos
desarrollados por los sistemas ecológicos, de los
que depende la continuidad de la vida: los ciclos
biogeoquímicos, la tasa de renovación de los re-
cursos naturales, la formación del suelo, la
captación de dióxido de carbono atmosférico, la
producción y liberación de oxígeno mediante la
fotosíntesis, la regulación del clima a distintas
escalas, la evolución de las formas vivas a lo largo
del tiempo…

El papel de la ciencia y la biología

Asistimos actualmente a un momento sin


precedentes en la magnitud y variedad de los
problemas medioambientales derivados de las
actividades de las sociedades humanas, en el que
la conservación de la naturaleza en general, y de
los recursos naturales en particular, se ha
convertido en uno de los principales problemas
éticos. Afortunadamente, esta preocupación por
incluir a otros seres vivos y a la naturaleza en
general entre los intereses de la ética está
expandiéndose y acelerándose en numerosas
culturas humanas. Es más, el mundo está
cambiando actualmente a tal velocidad que no
podemos esperar que las ideas de ayer sean
válidas en los escenarios de mañana. Por ello, es
necesario desarrollar un amplio marco de
referencia que propicie la aparición y la difusión
posterior de nuevas ideas culturales, éticas, así
como de una ética del medio ambiente, válidas
para los problemas que se nos presenten de aquí
en adelante.

Lo cierto es que la ética del medio ambiente


mantiene prósperas relaciones con las ciencias del
medio ambiente, influyéndose mutuamente en un
flujo dinámico, en dos direcciones, tanto de lo que
es —la ciencia— a lo que debería ser —la ética—,
como al revés. La ciencia construye teorías que
incorporan valores éticos propios del contexto cul-
tural de cada caso, mientras que la ética del medio
ambiente valora la naturaleza en función de los
conocimientos científicos disponibles. Estamos
aún muy lejos de comprender los mecanismos que
gobiernan las relaciones entre el conocimiento
objetivo y la moralidad subjetiva, entre los modos
de descubrir la naturaleza y las formas de habitar
en ella, y de favorecer los cambios de actitud y de
comportamiento derivados de los principios éticos
que contribuyan a su generalización.

Aun así, estamos cada vez más cerca de acelerar


los cambios necesarios en la ética del medio
ambiente que ayuden a conservar y gestionar la
naturaleza de un modo adecuado. Para ello, hay
que luchar abiertamente contra la desinformación
de la población como un todo, pues no es raro que
quienes presumen de haber recibido una
educación “de calidad” carezcan por completo de
la más mínima formación sobre ética del medio
ambiente. Sólo haciendo todo lo posible para
promover la discusión y el debate de problemas y
enfoques éticos en el seno de la sociedad en que
vivimos, en todos los niveles concebibles, será
posible vivir de un mejor modo para con la
naturaleza.

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