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Del proceso salud enfermedad, la salud mental es quizá uno de los factores más
relegados y esto le ocasiona un efecto de invisibilidad y utilizamos este termino
para denotar la concepción popular de que las enfermedades mentales por ser de
la “mente” y por lo tanto alejadas del cuerpo no merecen una consideración
semejante a las enfermedades con un sustrato corpóreo plenamente definido.
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La Clasificación Estadística Internacional de Enfermedades y Problemas Relacionados con la
Salud
fuera de la norma y por ende culturalmente no aceptado, será encasillado como
una enfermedad mental.
Antes de la ley 100 del 93, la salud mental pública estaba a cargo de instituciones
psiquiátricas gubernamentales que dependían de instituciones como beneficencias
departamentales, estas cuidaban de los enfermos mentales que no contaban con
ninguna cobertura en salud mental. El resto de la población era atendida por el
Seguro Social si se era beneficiario de este sistema de seguridad social; y
finalmente estaba el subsistema privado de servicios que era financiado a través
de seguros privados, y cada uno de estos subsistemas tenían diferentes modos de
control y de regulación.
En la década de los 90 con los cambios socioeconómicos venideros se hizo
necesario un nuevo sistema de seguridad social, en lo referente a la salud el
objetivo de éste era la búsqueda de un modelo de salud más universal, solidario y
eficiente (Rodríguez, 2003). Con la promulgación de la ley anteriormente
mencionada ( 100/93) se organizó el sistema de seguridad social para la población
mediante los regímenes contributivo y subsidiado, en ella la salud mental se
incluye como uno de los principales aspectos de la salud publica (Posada, 2003); y
aunque es un hecho que la ley 100 vino a organizar y a regular la prestación de
salud mental, es igualmente cierto que la prestación de este servicio es deficiente
y en muchos casos restringida a los diferentes sectores de la población.
Con las nuevas regulaciones la atención en salud mental no pasa del plan de
atención básica (PAB), que por ley es lo que están obligadas a suministrar las
entidades promotoras de salud; los topes de atención están restringidos a unas
cuantas sesiones de terapia al año y al cumplimiento de ciertos requisitos en
cuanto a antigüedad y a la cobertura de los diferentes tipos de enfermedad.
Todo lo anterior hace más evidente “la invisibilidad” de la enfermedad mental, pues
ahora hasta la legislación hace difícil acceder al servicio de salud para dar
solución a los trastornos mentales. Las perspectivas para el futuro son cada vez
menos esperanzadoras si tenemos en cuenta que según la OMS “Los pobres
soportan a menudo una carga más importante de enfermedades mentales, tanto
por el mayor riesgo de sufrir cualquiera de esas enfermedades como por su menor
acceso a los tratamientos”. Adicionalmente esta entidad sostiene que la presencia
de factores que contribuyen al surgimiento y aumento de las enfermedades
mentales es mayor para este tipo de poblaciones.
En este orden de ideas es de esperar que en un país como Colombia siga siendo
latente la invisibilidad de la enfermedad mental, y peor aun, se hace necesaria
dicha invisibilidad ya que con las actuales condiciones es preferible hacer caso
omiso del los resultados del estudio nacional de Salud mental, según el cual cerca
del 40% de las personas tendrán en algún momento un trastorno psiquiátrico
durante su vida, y cerca del dos por ciento lo han presentado en el último año.
(Ministerio de Protección Social. 2003).
Con estas proyecciones y con las condiciones actuales de los sistemas de salud
se hacen cada vez menores las posibilidades de recibir una atención óptima en
salud mental; sin ser pesimistas es muy probable que se acrecienten los
problemas sociales que esto acarrea. Solo queda esperar un cambio en diferentes
ámbitos para mejorar la asistencia en esta área de la salud y esperar que se logre
disminuir los problemas tanto individuales como sociales para lograr una mejor
adaptación de las personas en esta condición y así promover el bienestar y la
integración psicosocial de las mismas.
Szasz, T. (1960). The Myth of Mental Illness. American Psychologist, 15, 113-118.