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La parte occidental del estado de Nueva York era conocida, a principios del siglo XIX
como el “Distrito efervescente”. El fervor religioso era intenso. Muchas religiones
enviaron a ministros a conseguir conversos para sus congregaciones. Tanto era así,
que se suponía que no quedaba nadie por convertir. Fue una época y un lugar de
confusión teológica.
Éste era el contexto en el que nació José Smith, hijo de Joseph y Lucy Mack Smith. Su
numerosa familia se encontró en medio de este avivamiento religioso, deseando vivir
correctamente, pero sin la seguridad sobre a cuál de las iglesias competidoras debía
unirse. Los miembros de la familia de José se inclinaron por distintas religiones, pero
ninguno de ellos se sintió seguro de encontrarse en la verdadera Iglesia de Cristo.
En la Palabra de Sabiduría, el Señor reveló que las siguientes sustancias son dañinas:
El Señor también declaró en la Palabra de Sabiduría que los siguientes alimentos son
buenos para nuestro cuerpo:
Verduras y frutas, las cuales deben usarse “con prudencia y acción de gracias”
(véase D. y C. 89:10–11).
La carne “de las bestias y de las aves del cielo” que “[ha] de usarse limitadamente”
(véase D. y C. 89:12–13).
Los granos como el trigo, el arroz y la avena, que son “como sostén de vida” (véase D.
y C. 89:14–17).
A los que guarden la Palabra de Sabiduría, el Señor promete:
“Y todos los santos que se acuerden de guardar y hacer estas cosas, rindiendo
obediencia a los mandamientos, recibirán salud en el ombligo y médula en los huesos;
“Y yo, el Señor, les prometo que el ángel destructor pasará de ellos, como de los hijos
de Israel, y no los matará” (D. y C. 89:18–21).
El mejor camino consiste en evitar completamente las sustancias prohibidas por el
Señor en la Palabra de Sabiduría. Las personas que tienen comportamientos adictivos
pueden abandonarlos y liberarse de la adicción. Mediante el esfuerzo personal, la
fortaleza del Señor, la ayuda de familiares y amigos y la guía de los líderes de la Iglesia,
cualquier persona puede superar la adicción.
Puesto que el espíritu y el cuerpo unidos conforman el alma del hombre (véase Doctrina
y Convenios 88:15), lo que afecta a uno, afecta al otro.