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El interés de la ética cristiana ante los problemas Sociales

Hemos indicado hasta aquí que los autores de la Escuela Salamanca se sintieron
interpelados por los problemas sociales, jurídicos, políticos, económicos que sucedían en su tiempo
y que ello supuso que fueran dejando atrás discusiones estériles para abordar temas que tenían que
ver con los problemas cotidianos a los que se enfrentaba la población de su tiempo pero iluminados
desde la revelación, lo que engendró una teología aterrizada, práctica, esta nota de la Escuela de
Salamanca hizo que la fe, o le cristianismo, pudiera tener influencia en problemas reservados para
el ámbito civil y público, lo cual a la vez que le otorgo

Pero ¿qué implica dar este paso? Pienso que lo primero es reconocer la posibilidad de una ética
laica, así he de empezar afirmando con Marciano Vidal que: “la presencia de la ética civil en la
sociedad pluralista obliga a la ética cristiana a definir su propia identidad” . Por lo tanto, vale señalar,
antes de comenzar, mí tarea anotar algunos de los rasgos más importantes, que describen la
identidad de la moral cristiana, según el mismo autor, para a partir de ellos realizar el
planteamiento:

1) El cristianismo no es esencialmente una moral. El cristianismo es fundamentalmente un


ámbito de sentido trascendente (fe) y de celebración sacramental (simbólica sacramental); sin
embargo, al cristianismo le corresponde, como un elemento imprescindible, realizar una praxis
histórica en coherencia con la fe y la celebración cultual. Si la fe y la celebración religiosa exigen el
compromiso transformativo intramundano. La moral vivida del cristianismo no es otra cosa que la
mediación práctica de esa fe y de esa celebración. A lo largo de la historia los cristianos han realizado
de diversos modos ese empeño moral, que ha transformado sus propias vidas y ha transformado
ese mundo sobre el que ejercían influjo.

2) En segundo lugar, lo propio y lo específico de la moral cristiana no se encuentra diciendo


que el cristiano tiene unas fuentes de conocimiento moral distintas de las que tiene el no creyente,
ni afirmando que el cristiano vive su vida moral en un plano superior al no cristiano. Tampoco hay
que buscar lo específico en el orden de los valores concretos. La moral concreta de los cristianos
debe coincidir con la moral de todo hombre de buena voluntad. Lo propio y específico de la moral
cristiana hay que buscarlo en el modo cómo los cristianos realizamos los contenidos concretos de la
moral. Este modo se llama también cosmovisión. Concretando más, el factor específico de la ética
cristiana es la referencia a Jesús de Nazareth. Él constituye el horizonte o la perspectiva de
comprensión y vivencia de la realidad para el creyente. Esa referencia a Jesús ha sido expresada y
vivida en la tradición cristiana. La teología actual la expresa preferentemente a través de categorías
como: seguimiento de Cristo, realización del Reino de Dios, moral del amor.

3) La moral cristiana debe ofrecer indicaciones en lugar de normas concretas. Jesús simplificó
de manera radical la justicia de la ley, sustituyéndola por indicaciones abiertas, susceptibles de ser
interpretadas creativamente por los individuos y los grupos. En términos actuales diríamos que se
trata no de una moral de la leyes, sino de una moral de responsabilidad. La moral cristiana debe
tender a sintetizar las exigencias del amor. La ética cristiana ha de ser una ética motivada. El motivo
básico lo constituyen las exigencias dadas por Jesús al anunciar el Reino de Dios. Y, aunque la moral
cristiana coincide en su contenido con toda la moral auténticamente humana, la fe introduce
algunas preferencias, tales como:

a) El valor absoluto de la persona humana. Para Jesús, el hombre ocupa el lugar de la ley y las
instituciones. Jesús aparece en los Evangelios como el Señor del sábado y de las instituciones. Él
mismo transmite su señorío y libertad a todo hombre que le sigue.

b) La preferencia inequívoca por el débil. En la actuación de Jesús es clara la preferencia por


el pobre, el marginado, el oprimido y el pecador. Es un rasgo básico de la moral vivida por Jesús,
rasgo que se convierte en signo de su mesianidad. La norma suprema, y en el fondo la única, de
conducta para el cristiano es la atención total a lo que otros necesitan y esperan. Por los otros, en
especial por los más débiles, el cristiano debe estar dispuesto a darlo todo. En síntesis, el modelo
ético de la comunidad cristiana debería articularse como una ética de liberación.

4. La ética cristiana no es y no ofrece una alternativa a los proyectos humanos. Del Evangelio
no se puede deducir un proyecto específico de realización mundana (política, económica, etc.), que
sea y pueda llamarse cristiano en sentido estricto. Los proyectos históricos de los cristianos, se basan
en el análisis de los hechos y son fragmentarios, relativos e imperfectos. Sin embargo, el Evangelio
no es neutral: es beligerante, interpela y compromete. Esta beligerancia procede de la visión
cristiana de la realidad desde la fe. Por su conexión con la fe, entonces la ética cristiana tiene su
fuerza en el proceso de liberación humana, donde los elementos a considerar serían:

• Reconocer los auténticos valores humanos, que van haciendo su aparición en las diversas
situaciones históricas de la vida humana;

• Rechazar los contravalores, aunque se presenten disfrazados de progreso y racionalidad;

• Proponer ideales globales, que aporten principios de esperanza para la liberación humana .

En el mismo sentido, Idelfonso Camacho señala la ruta y la meta última, por la que tendrá que
caminar nuestra reflexión ética en torno al mencionado problema:

A partir de una sociedad pluralista como la nuestra, la ética social de los cristianos tiene que cuidar
mucho su capacidad de diálogo con todos. Supuesto ese talante de diálogo, hay que preguntar qué
aportamos los cristianos en este encuentro de modalidades e ideologías. La respuesta tiene que
situar al creyente en la perspectiva adecuada. Y esta no es otra que la tensión entre historia y Reino
de Dios. Cuando se contempla la sociedad no como un todo estático e inmutable, sino como un
proceso dinámico, en él es posible distinguir entre un antes y un después, entonces es fácil descubrir
un sentido, que, en último término, apunta al Reino prometido de Dios. Este futuro absoluto no está
al alcance del esfuerzo humano, pero nos sirve de norte y criterio para discernir hacia donde
queremos conducir la historia de la humanidad .

Es precisamente entonces que, a partir de las afirmaciones anteriores, podemos ya


enmarcar el proceso de la Globalización económica, como un problema para la ética cristiana, pues
el marco valorativo referencial, al que hemos hecho alusión más arriba, y que le es intrínseco al
neoliberalismo, es un proyecto, que ha traído pobreza y exclusión a un gran número de personas.
Así, no puede ser aceptado sin más, por una “doctrina” que exalta la dignidad, la libertad y la
igualdad de las personas como uno de sus valores principales.

El logro de la justicia social como propósito general, no constituye problema alguno para los
individuos o sistemas egoístas, que no se preocupan en absoluto del bienestar de los demás o de la
calidad de vida en la comunidad, pero si para un cristiano, que considera a todos los demás hombres
como su prójimo y dignos de recibir un trato igualitario en medio la sociedad. Así, nuestro problema
viene definido por los valores, que están en juego, y las posibilidades de que éstos puedan ser
vividos verdaderamente dentro de un grupo humano. Quedarán luego las cuestiones técnicas
consistentes en determinar la mejor forma de conseguir el verdadero bien .

Otro examen detenido, que nos puede ayudar para demostrar la pertinencia de la reflexión cristiana
ante el proceso de Globalización, nos la proporciona Marie Dominique Chenu en la siguiente cita:

El cristianismo, religión de salvación, no se realiza a través de una yuxtaposición de salvaciones


individuales, sino por la formación de un pueblo en la historia.

Ello sugiere que implica constitutivamente una dimensión social, gracias a la cual logrará cada uno
de los individuos su propia perfección y en la comunión con los demás. De hecho, en el curso de
los siglos, bajo todos los regímenes, a través de la diversidad de las culturas, el cristianismo ha
implicado siempre una realización colectiva, cuya expresión ha sido la sociedad llamada Iglesia.

Uno de sus rasgos esenciales y permanentes es que la conexión de la colectividad cristiana en el


mundo, no se realiza a través del poder, sino mediante el anuncio de la “Buena Noticia” a los pobres
y a los humildes, que, como primeros clientes del Evangelio, constituyen la prueba de la eficacia de
la liberación. Fiel a ese mesianismo, la Iglesia debe estar al servicio del mundo. Tales son los ejes
en torno a los cuales ha de articularse la ética cristiana y las realidades económicas, que
evidentemente son puestas en tela de juicio por la paradoja cristiana .
Los cristianos, podemos decir, creemos que este mundo ha sido creado por Dios y que, por ello, en
él se manifiestan los planes de Dios. Planes en los que se destaca la intención de que todo hombre
y mujer puedan vivir una vida digna como hijos de Dios. En este sentido, nos tenemos que preguntar
¿Si los procesos y proyectos económicos que hoy se llevan a cabo ayudan o estorban para que los
hombres experimenten los vínculos mutuos de la comunidad de amor? ¿Encuentran los hombres
en la forma, en que está estructurada la vida, una ayuda o un estorbo para la liberación integral de
la persona? ¿Fomentan o impide estos mismos proyectos la ordenación social, el pecado, el
egoísmo, la alienación? Finalmente, ¿Ofrecen las instituciones y proyectos humanos actuales la
oportunidad de participar positivamente en los planes y proyectos de Dios?

Entonces, a partir de las preguntas anteriores y otras, que podríamos formular, tenemos la
posibilidad de esbozar una reflexión ética cristiana en torno al proceso de la Globalización
económica y al neoliberalismo, en el que se tendrán que tomar en cuenta los siguientes puntos:

1. La búsqueda de caminos para crear un mundo más habitable y, por tanto, humano.

2. Explicar y presentar sistemáticamente las dimensiones sociales de la vida humana y cristiana.

3. Iluminar y profundizar las realidades actuales con la luz del Evangelio.

4. Alimentar el compromiso cristiano ante los problemas concretos con un análisis científico de ellos.

5. Contribuir en la transformación de este mundo en Reino de Dios.

6. Posibilitar la conversión personal de quienes se sienten llamados a vivir en solidaridad con quienes
sufren la exclusión.

En contra de los supuestos del neoliberalismo, que admiten la pobreza como algo necesario y
funcional para obtener mayores bienes, y desconocen la presencia de un conflicto de valores en su
discurso económico, para con esto encubrir la razón del más fuerte, el cristianismo está llamado a
levantar su voz.

Para el neoliberalismo, los fenómenos, que, desde una visión ética de la realidad socioeconómica,
llamamos conflictos, son episodios necesarios y positivos de la lucha de los ejemplares más fuertes
de la raza humana para conseguir mayor riqueza, mayor prosperidad, mayor bienestar para la
humanidad en general, aunque no necesariamente por esto para todos y cada uno de los miembros
de esa raza. Esto es un desarrollo vicario, en el que un puñado de seres humanos ejercen la función
de representar a toda la humanidad, en el disfrute de los bienes materiales de la creación .

Así, la base de su equivoco ético radica en valorar al ser humano únicamente por la capacidad de
generar ingresos, tener éxito en los mercados y poner su finalidad en los éxitos macroeconómicos y
elitistas, olvidándose de las repercusiones en lo microeconómico, y descuidando la finalidad misma
de la economía, que es el hombre, la sociedad entera y su bienestar en equidad y justicia .

Entonces, un estudio crítico de los principios humanísticos subyacentes a los modelos de desarrollo,
debe constituir una aportación importante de la teología cristiana a la discusión sobre política y
desarrollo. Donde, como hemos visto, las injusticias sociales llegan al extremo de que muchas
personas no pueden vivir dignamente, la lucha por mejorar las condiciones de vida pasa a constituir
una empresa prioritaria, desde el punto de vista cristiano, por el axioma “primum vivire, deinde
philosophare”, que es válido también para la teología. Esta defensa de una teología, preocupada
por los problemas, que aquejan al hombre y la mujer de hoy, cobra mayor actualidad, si se toma en
serio la exigencia, cada vez más apremiante, de transformar al mismo tiempo las estructuras sociales
y a los hombres, que las construyen. Temas como la justicia, la solidaridad y el compromiso con los
más desvalidos, deben ocupar un puesto superior en el catálogo de prioridades de la labor
teológica. Este compromiso de los cristianos convencidos en favor de un mundo amenazado por el
materialismo de izquierdas o derechas, presupone una nueva conciencia de la disponibilidad de él,
para estar al lado de quienes ven amenazados su dignidad de hijos de Dios.

De esta manera bien podemos afirmar con José Luis Martín del Campo que si bien:

No es el campo propio de la moral teológica el presentar un proyecto económico o una estructura


alternativa de sociedad. Tampoco será una actitud válida el limitar su atención a la reductiva
dimensión de la conciencia individual. A la teología moral le corresponde identificar los elementos
deshumanizadores y despersonificantes, sean estos frutos de acciones individuales o colectivas,
orientar la responsabilidad de los cristianos hacia la realización de los criterios del Reino en una
acción sociopolítica comprometida con el mundo en el que vivimos, para que, desde la consciente
grandeza de su vocación en Cristo, produzcan “frutos en la caridad para la vida del mundo”.

Así, la responsabilidad moral del cristiano ante una ideología, que no contiene los elementos
necesarios para poder ser aceptable en nuestros países, es la de anunciar un criterio de
identificación de responsabilidad y compromiso práctico. El cristiano tiene obligación de realizar
una acción en el campo social y político, que se encamine a la transformación de la situación
anómala y que desdice la voluntad divina, con el fin de construir una sociedad,que, en consonancia
con el de toda la enseñanza Social de la Iglesia, encamine a una sociedad fundada en los valores
éticos de la justicia, solidaridad, la verdad y el respeto a la dignidad del ser humano .

No podemos olvidar, como dice Jung Mo Sung, que la fe cristiana no está fundada siempre al lado
del vencedor o el más poderoso. Al contrario, está fundada en la confesión de que Jesús de Nazaret
resucitó. Dicha confesión es el núcleo de nuestra fe. Confesar que Jesús derrotado, condenado y
muerto por los poderes de su tiempo, resucitó, es creer, en un Dios, que no está asociado con el
vencedor, sino con la víctima. Esta fe permite distinguir la victoria y el poder de la verdad y la justicia.
Los discípulos de Jesús no eran apresados por enseñar que hay vida después de la muerte, sino por
“anunciar, en Jesús, la resurrección de los muertos” (Hech. 4,2). La gran novedad consiste en la
afirmación de la resurrección, no de los victoriosos y poderosos, sino de alguien política y
religiosamente derrotado, que ante los ojos de Dios era “el Santo y el Justo” (Hech. 3,14) .

La fe en la resurrección de Jesús revela que la salvación no está en acumular riquezas y


poder, sino en formar comunidades humanas, donde todas las personas sean reconocidas por su
dignidad, independientemente de su riqueza, etnia, religión u otras características sociales.
Sabemos que este mensaje de Jesús, que se personifica en el proyecto del Reino de Dios, no puede
implantarse plenamente en nuestra realidad histórica, sino en que se dará plenamente en la
escatología, y no es obra de nuestras manos, sino fruto de la gracia y misericordia de Dios. Sin
embargo, bien podemos afirmar que el Reino de Dios es el horizonte, que da sentido a la vida y a
nuestra lucha contra los sistemas de opresión y exclusión .

En otras palabras, y para concluir este punto, podemos afirmar que el proceso de Globalización
económica, tal y como se viene configurando hoy en día, es decir, a partir de la mundialización del
modelo neoliberal, constituye un problema mayúsculo, si es que el más importante para la ética
cristiana, pues, a partir de sus propios postulados y los resultados, que ha traído para una gran parte
del mundo, y en especial para América Latina, se presenta como contrario al mensaje cristiano y a
la realización del proyecto del Reino de Dios. Además, si consideramos, como hemos visto, que
existen espacios para la puesta en práctica de modelos alternativos, nos quedará más claro que hoy
los cristianos, en su reflexión y su praxis, tienen una tarea importante en la construcción de una
sociedad más justa y solidaria.

Conclusiones.

El modelo socioeconómico vigente presenta el actual proceso de Globalización económica


como el único posible para lograr un desarrollo mundial. Nosotros en este capítulo hemos visto que
esto representa una falacia y que las consecuencias de su implantación son desastrosas para una
gran parte de la población mundial. Así, aunque la Globalización de las relaciones económicas pueda
tener algún aspecto positivo en general, se ha hecho a costa de los recursos, la dignidad, los
derechos y la cultura de los pueblos y los individuos más débiles. Esto constituye un serio problema
para una sociedad como la nuestra, que proclama, entre sus principales logros el haber obtenido la
conciencia de la igualdad, la libertad y la plena participación de sus miembros. Por eso, hoy se busca
en diversos ámbitos de ella la solución a estos problemas de exclusión y segregación para una gran
parte de nuestra población.

En estas páginas he presentado, en primer lugar, un análisis de los elementos, que constituyen el
proceso antes mencionado, para descubrir los márgenes de libertad, desde donde es posible actuar
en su reforma En segundo lugar, he ofrecido algunas propuestas alternativas, demostrando que es
posible recorrer nuevos caminos en la búsqueda del bienestar para todos los habitantes del mundo.
Y, en un plano más conceptual, he explicitado, a través de estos dos momentos, por qué es posible
considerar a la Globalización económica como un problema ético.

Ya dentro de la reflexión cristiana, he realizado también una elaboración teórica, que me ha


permitido descubrir el serio problema que para la ética teológica, representa el actual modelo de
desarrollo mundial, desde la óptica de la vivencia auténtica del seguimiento de Cristo y, por tanto,
de la implantación del Reino de Dios, en medio de nosotros. Además, se ha demostrado la
pertinencia de una reflexión ética teológica y civil, en el marco del problema que nos aqueja: la
Globalización económica. Queda para el siguiente capítulo, presentar algunos principios en el orden
de la fe, que podrán alimentar e inspirar las propuestas de los especialistas en la búsqueda sincera
de caminos alternativos para la implantación de la justicia y la paz en nuestro planeta.

Como explica López Azpitarte, dentro del catolicismo se ha defendido siempre una postura
intermedia entre los extremismos de la secularización, que niega la importancia y los influjos de
la fe, o los del protestantismo, que rechaza la existencia de una ética racional. De tal manera que,
cuando los valores éticos y religiosos son vividos hasta el fondo, la llamada de un bien concreto
puede abrirse hacia una dimensión trascendente, en la que Dios se vislumbra, al mismo tiempo,
como el valor supremo, el bien definitivo y último del hombre. Más allá de la invitación particular y
de su justificación inmediata, se escucha el eco de esta otra llamada que fundamenta la obligación
de las mismas exigencias racionales .

Las dimensiones humanas y religiosas no son, en todo caso, dos realidades excluyentes ni
antagónicas. La fe y la razón se armonizan, sin que ninguna pierda su valor y utilidad. Ambas tienen
que encontrarse, por tanto, de alguna manera implicadas y en estrecha relación, pues ninguna
alternativa resulta válida cuando se toma una opción excluyente por lo humano o por lo
trascendente. Como afirman los autores del texto Transformación Cultural, Economía y Evangelio:

En la única cultura se integran lo económico, lo político y lo religioso; por lo cual el cambio en nuestra
sociedad afecta de algún modo a todos esos ámbitos, si bien puede haber uno que influya más en
un momento determinado. Ello quiere decir que los cambios hoy experimentados no sólo tienen
lugar en la economía y en la política, para después influir en la religión y en la teología. Los mismos
que practican la religión y reflexionan sobre la fe son los miembros de la sociedad que
ineludiblemente discurren alcanzados por las nuevas corrientes culturales .

En síntesis, podemos decir que una ética de este tipo (autónoma-teónoma) tiene, como punto de
partida, una confianza en la capacidad de la razón humana, a pesar de sus limitaciones y
condicionantes. Y pretende, como meta, hacer comprensibles los valores éticos en un mundo
secularizado y adulto, que pide una explicación racional para su propio convencimiento. La fe
descubrirá al creyente que esa autonomía le ha sido dado como regalo de Dios, y encontrará en ella
una ayuda, un complemento para justificación de los valores, pero sin que destruya los presupuestos
sobre el origen y el destino de la autonomía ética.+
Realidad latinoamericana en lo político

Del lado de la política1, 2019 puede suponer un año de contrapesos a la deriva conservadora
acrecentada en los últimos años, y que sitúa a la región en un impasse entre los modelos de retorno
o consolidación del modelo neoliberal (Perú, Colombia, Chile, Argentina) y los modelos acuñados
bajo el tiempo del progresismo, los cuales buscaban una mayor simetría entre las aristas del
trinomio Estado-Mercado-Sociedad Civil (Ecuador, Uruguay, Bolivia). Asimismo, frente a lo anterior,
quedaría por ver hacia dónde se orienta el nuevo Gobierno de Andrés Manuel López Obrador en
México, y el nivel de influencia y afectación que la ultraderecha brasileña puede experimentar con
Jair Bolsonaro al frente. Al igual, habrá que prestar atención a las posibles fricciones en la relación
entre Colombia y Venezuela, que han experimentado importantes desencuentros en 2018, y al
impulso de una integración regional maltrecha, en especial, en el escenario andino y mercosureño.

En cuanto a los procesos electorales, este 2019 se espera la celebración de seis elecciones
presidenciales: El Salvador (febrero), Panamá (mayo), Guatemala (junio), Bolivia (octubre),
Uruguay (octubre) y Argentina (octubre). De este modo, y cuando estamos muy lejos del tiempo y
las particularidades que ofrece la disputa electoral de la campaña, es posible vislumbrar algunos
escenarios. Por ejemplo, es muy posible que, en El Salvador, rompiendo la lógica bipartidista
presente desde 1989, los comicios presidenciales dejen consigo la victoria de un candidato que no
pertenece ni al partido conservador ARENA, ni al Farabundo Martí de Liberación Nacional -en el
Ejecutivo desde 2009-, tal y como sucedería con el exalcalde de San Salvador, Nayib Bukele, al frente
de la Gran Alianza por la Unidad Nacional.

En Panamá, donde gobierna el Partido Panamañista, con el conservador Juan Carlos Varela, será
difícil que haya continuismo, habida cuenta de la baja popularidad del presidente y la prevalencia
de la disputa por la misma en torno al binomio formado por el progresista Partido Revolucionario
Democrático y el conservador Cambio Democrático. Por otro lado, en Guatemala, en donde la
realidad política se encuentra cooptada por el personalismo, el corporativismo y el tradicionalismo,
no parece posible la reelección de Jimmy Morales como presidente, fuertemente azotado por la
corrupción y el descrédito. Los mejor posicionados son perfecta muestra del arraigo clientelar que
acontece en Guatemala: Zury Ríos, hija del dictador Efraín Ríos Montt; Sandra Torres, exmujer del
mandatario guatemalteco entre 2012 y 2014, Álvaro Colom; y Alejandro Giammattei, quien se
presenta por cuarta vez a los comicios presidenciales. En todo caso, una nota positiva para aspirar
a un posible cambio político puede estar en la candidatura del Movimiento Semilla, con Thelma
Aldana al frente.

En el caso de Uruguay, la coalición de izquierdas del Frente Amplio buscará su cuarta presidencia
consecutiva, en lo que pareciera la excepción más positiva y significativa del progresismo

1
https://www.esglobal.org/los-desafios-de-america-latina-en-2019/
latinoamericano. Mientras que Partido Colorado y Partido Nacional concurrirán con nombres ya
conocidos en la carrera electoral, el Frente Amplio debutará con un candidato nuevo –tras las
experiencias de Tabaré Vásquez (actual mandatario) y Pepe Mujica. Aunque es de esperar que
Nacionales y Colorados se sumen para romper un ciclo largo de progresismo en Uruguay, hay que
ver cómo opera el balotaje, cuáles son las tensiones en el seno de la oposición y la posición de los
indecisos, además de la capacidad de aglutinamiento de apoyos del oficialismo –la cual suele ser
muy alta- y en particular, a partir del recurso a figuras de alta popularidad, como la del actual
precandidato –junto a otros tres- Daniel Martínez.

Por su parte, en Bolivia es posible esperar otra lógica de concurrencia electoral de “todos
contra Evo”, quien se encuentra al frente del país andino desde 2006. Los altos niveles de
crecimiento económico, inversión y estabilidad acuñados por sus tres mandatos
consecutivos tendrán ante sí una prueba de fuego en el mes de octubre. Las elecciones que,
posiblemente, se resolverán en una segunda vuelta entre el actual mandatario y quien fuera
presidente del país entre 2003 y 2005, Carlos Mesa, que se encuentra respaldado por el
Frente Revolucionario de Izquierda. En cualquier caso, no se ha de infravalorar la
capacidad movilizadora de un MAS que en primera vuelta pueda alzarse con la victoria
presidencial.

Finalmente, en Argentina está por ver si Cristina Fernández se presentará a la disputa por
la presidencia del país, y si lo hará de manera independiente o respaldada por el peronismo
para vencer al actual presidente, Mauricio Macri. Sin duda, el argentino, de todos los casos,
es de lejos el más complejo de vaticinar y en donde es de esperar que la difícil situación
económica que atraviesa el país sea la que marque el ritmo y el resultado final de las
elecciones.

En cuanto a la política exterior habrá que ver si la llegada de López Obrador a México, o la
de Bolsonaro a Brasil, inspiran algún tipo de cambio en un código geopolítico
estadounidense anclado en el repliegue y el debilitamiento consciente del escenario
interamericano. Asimismo, hay que esperar a ver si se produce algún avance significativo
en el diálogo birregional con la Unión Europea, que si bien en la primera mitad de la
década obtuvo cierto impulso a través de las Cumbres EU-LAC y la firma de los Acuerdos
de Asociación Estratégica con Centroamérica y el Acuerdo Multipartes con Perú y
Colombia, en la actualidad sigue demandando de mayores avances y compromisos, al
quedar muy lejos de la relación comunitaria con otros enclaves como África o el Pacífico.

Quien, seguramente, seguirá expandiendo su presencia será China. En muchos países ya se


ha consolidado como primera o segunda fuerza de intercambio comercial, y resulta
notable el terreno arrebatado en los últimos años a Estados Unidos y a la Unión Europea,
gracias a un intercambio que supera los 300.000 millones de dólares y sigue en alza. Del
mismo modo, la inversión extranjera se eleva de manera sostenida por encima de los
200.000 millones de dólares y busca hacer del continente una suerte de patio trasero que
le satisfaga de materias primas para mantener su ritmo de industrialización y, a la vez, se
erija como ese escenario particular en el que ubicar buena parte de su industria de
productos y servicios. Sin duda, una relación asimétrica y condicionada en favor de
China pero que a su vez lastra la misma proyección latinoamericana. Lo anterior, en
tanto que, si bien la presencia del gigante asiático, a pesar de la ralentización de su
crecimiento económico, retorna beneficios económicos inmediatos para el continente,
a su vez dificulta la industrialización autónoma de éste y la posibilidad de consolidar
valores agregados propiamente latinoamericanos.

Algo parecido cabe esperar de Rusia, que desde 2008 ha venido experimentando una
presencia creciente en América Latina –si bien esta es ocho veces menor respecto al
nivel del intercambio comercial chino- y que se ha consolidado en los últimos años
gracias al respaldo que países como Nicaragua, Cuba, Bolivia, Ecuador o Venezuela
otorgaron a Vladímir Putin tras las sanciones de la Unión Europea por la anexión de
Crimea. En todo caso, el eje La Habana-Managua-Caracas seguirá siendo el que realmente
importa a los intereses geopolíticos de Moscú en la región. Lo anterior, aun cuando estos
tres países no atraviesan su mejor momento, y las buenas relaciones y el acercamiento que
se llevó a cabo con la Argentina de Cristina Fernández y el Brasil de Lula Da Silva se
inscribe en un momento político que parece quedar hoy en día muy alejado.
Quizá, una clave en todo esto sea la de optar por una apuesta regionalizadora propia, que
sepa integrar los aspectos positivos de la liberalización aperturista con las lógicas de
fortalecimiento institucional y confianza mutua a las que aspiraba la apuesta posliberal de
CELAC o UNASUR. Sin embargo, seguro, nada de eso sucederá, en tanto que la
política regional seguirá siendo interpretada en clave partidista y de gobierno, y no en
sentido de Estado y región.

América Latina2 despide el 2018 como uno de los años de mayor


intensidad política y convulsión de las últimas décadas. A lo
largo de estos meses han emergido algunas cuestiones que
marcarán el devenir de la región en el próximo 2019.

Por un lado, problemas que tienen en principio un alcance


nacional, pero que pueden generar repercusiones imprevisibles en la
zona; por otra parte, temas que afectan a varios países a la vez y para los
que aún no se ha ofrecido una solución completa.

El carácter heterogéneo de la región ha quedado nítidamente


reflejado recientemente. Países con un desempeño económico muy
positivo, como Chile, Bolivia, Colombia, República Dominicana o México,
cohabitan con otros en una fase de crisis aguda, como Venezuela,
Argentina o Brasil. En el mismo sentido, existen Gobiernos que
apuestan por una integración regional marcada por la
liberalización de los mercados, mientras otros dirigentes buscan
primar la unidad política, lo que lleva a choques entre modelos
contrapuestos, como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra

2
https://elordenmundial.com/america-latina-en-2019/
América —impulsada por Venezuela— o Unasur frente a otros acuerdos y
organizaciones, como la Alianza del Pacífico o Mercosur.

El poder político en la región se encuentra actualmente más


fragmentado que hace apenas 15 años. Persisten
regímenes herederos del socialismo bolivariano de Hugo Chávez en
Venezuela, Bolivia o Nicaragua y programas políticos de tinte liberal y
conservador en Chile, Colombia, Perú, Argentina y gran parte de
Centroamérica y el Caribe. Una vía intermedia parece prevalecer en
Ecuador, Uruguay, Costa Rica y el México de López Obrador. Mientras,
una de las grandes potencias regionales, Brasil, ha dado el poder a una
figura controvertida y crítica con el sistema actual: Jair Bolsonaro.

La agenda regional en 2019


2019 estará marcado por diversas citas electorales, de las cuales algunas
pueden llegar a tener un peso significativo en la evolución política de la
región. Argentina hace frente a elecciones presidenciales en un clima
político y económico convulso que genera incertidumbre sobre las
posibilidades de reelección de Macri o la emergencia de un nuevo líder
por la izquierda. También cabe destacar los comicios que se celebrarán en
Bolivia y Uruguay, que suponen toda una reválida tanto para el
deteriorado poder de Evo Morales como para la coalición uruguaya de
izquierdas del Frente Amplio.

En los dos grandes polos de poder en la región, Brasil y México, se


desarrollará el primer año de presidencia de dos dirigentes que, con
ideologías totalmente contrapuestas, representan dos figuras ajenas a la
alternancia de poder vigente en sus países. Bolsonaro supone la llegada
a Sudamérica de esa nueva corriente conservadora y
nacionalista, ya presente en otras partes del mundo, que busca
reconfigurar la relación entre democracia, nacionalismo y globalización.
Por su parte, López Obrador busca revertir las dinámicas
heredadas de décadas de Gobiernos de los partidos
Revolucionario Institucional y Acción Nacional.

América Latina afronta 2019 con dos cuestiones pendientes: la


situación en Venezuela y la inestabilidad social y el problema migratorio
en Centroamérica. El país venezolano lleva años arrastrando una
considerable crisis económica y polarización política que supone un reto
para la propia estabilidad del Cono Sur. Nicaragua, Honduras y
Guatemala también están pasando por una situación económica y
social alarmante, que ha originado un movimiento migratorio sin
precedentes hacia el norte, aunque los migrantes se encuentran con
la férrea oposición de Donald Trump.

¿Qué pasará en 2019?


2018 fue la confirmación de la crisis de liderazgo y del sistema
democrático en muchos países de América Latina. Estas
circunstancias han propiciado que aumente la tensión social y
comiencen a surgir figuras alternativas que constituyen un reto
para la fortaleza de los Estados.

Previsiblemente, este 2019 ratificará la tendencia anunciada por


Bolsonaro de dar prioridad al bilateralismo frente al tejido regional, un
ejemplo que posiblemente seguirán otros y debilitará la fortaleza y validez
de las organizaciones e instituciones en la zona.

En el Cono Sur, el resultado electoral en Bolivia, Argentina y Uruguay


determinará si las posiciones de izquierdas retroceden o mantienen
puntos de poder. Asimismo, la estabilidad del área estará marcada por
Venezuela, donde el Gobierno de Maduro se enfrenta a un aislamiento
regional creciente.

Otro elemento que hay que tener en cuenta será la respuesta social que
traigan consigo algunas de las medidas que quiere aplicar
Bolsonaro.

También serán condicionantes las movilizaciones mapuches en Chile, la


tensión interna entre el expresidente Correa y el presidente Lenín Moreno
en Ecuador y las elecciones regionales en Colombia, que servirán para
evaluar la gestión de Iván Duque.

En el Caribe, Haití se presenta como el país más convulso con un


creciente malestar en las calles contra el presidente Jovenel Moïse. Será
importante atender asimismo a las reformas económicas y en política
exterior que desarrollará Díaz-Canel en Cuba. Las diferencias pueden
aumentar en Centroamérica entre países con una cierta estabilidad y
prosperidad económica, como Costa Rica o Panamá, y otros como El
Salvador, Honduras, Nicaragua o Guatemala, donde la polarización,
inseguridad y problemas económicos seguirán deteriorando el orden
interno.

Las relaciones con Estados Unidos han sido tradicionalmente uno de los
temas prioritarios en América Latina. Sin embargo, desde que llegara a la
presidencia, Donald Trump no ha mostrado un gran interés por las
vicisitudes de sus vecinos del sur. Pese a ello, el tema migratorio se
mantendrá como un problema que afectará, sobre todo, a las relaciones
entre el presidente estadounidense y el mexicano. El contexto
latinoamericano dibuja así un panorama para el 2019 marcado por la
disparidad de prioridades y, seguramente, la falta de espacios para el
entendimiento o la colaboración.

La política internacional3 latinoamericana se enfrenta a un difícil panorama.


El declive de Estados Unidos, el ascenso de China o la crisis de la
globalización neoliberal son ideas que alimentan la imagen de un mundo en
transición. En este marco, los países de la región parecen inclinarse por
estrategias individualistas que, bajo una lógica del «sálvese quien pueda»,
no hacen más que erosionar las instancias colectivas de toma de
decisiones. El resultado: un escenario de atomización que potencia la
vulnerabilidad de los diferentes países y limita sus márgenes de acción
frente a las grandes potencias.

América Latina se encuentra dividida y eso la debilita, la hace vulnerable y


la expone. Pero no expone a todos por igual. Los principales afectados por
la puesta en marcha de políticas desarticuladas y fragmentadas son los
sectores más postergados de la región, que son puestos al servicio de los
intereses de los actores privilegiados, situados dentro y fuera de las
fronteras nacionales. El contexto internacional ofrece incentivos para que
esta situación vaya de mal en peor. Aquí nos concentraremos en tres de
ellos: los que provienen de la distribución de poder, que se expresan en
una reivindicación de los discursos de bipolarización Oeste-Este; aquellos
que se relacionan con la evolución y los efectos de la globalización; y,
finalmente, los vinculados a la estrategia para lidiar con los dos incentivos
anteriores, que devienen en la priorización de esquemas bilaterales o
multilaterales, según sea el caso.

Las diferentes combinaciones que vienen realizando los gobiernos en torno


de estos incentivos demuestran una evidente falta de voluntad política de
romper con las dinámicas de egocentrismo, propias de cualquier enfoque

3
Por Alejandro Frenkel y Nicolás Comini / Revista Nueva Sociedad.
cortoplacista. Esto es autodestructivo para cualquier país periférico, aunque
altamente rentable para los centros. En ese marco, el vecino suele ser
percibido como un competidor o, en el mejor de los casos, un aliado
descartable. Este tipo de utilitarismo conlleva imágenes absurdas, aunque
de moda en los tiempos que corren. Tal vez una de las más burdas e
infantiles de esas imágenes es la que asume que si al vecino le va mal, a
nosotros nos irá mejor. Desde esa perspectiva, es incluso mejor si ese
«otro» está en manos de un gobierno de diferente tinte ideológico. Esto
incluye desde asumir que el muro de Estados Unidos en México podría
beneficiar a Brasil, hasta imaginar que la crisis en este último podría
representar una oportunidad para ampliar el liderazgo de México o
Argentina.

Un absurdo que se agrava, además, con la idea de que siempre tiene que
existir una suerte de mesías que guíe el destino de la región. Así, la actual
coyuntura nos brinda un panorama en el cual el colectivo latinoamericano
se va atomizando de una manera que resulta visiblemente conveniente a
los grandes poderes. No obstante ello, las tensiones en torno de esta
situación –vigentes tanto entre los Estados como en su interior– permiten
identificar diferentes interpretaciones, algo de lo que nos ocuparemos a
continuación.

Por quién doblan las campanas

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