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elpais.com/elpais/2019/06/14/opinion/1560529257_305796.html
17 de junio de
2019
TRIBUNA i
Estos días nos estamos haciendo eco de que se ha alcanzado la cifra de 1.000 mujeres
asesinadas por violencia machista. Sin embargo, hace meses que el número de víctimas
mortales por violencia de género superó la redonda cifra de 1.000, ya que nuestra
legislación, desde 2015, también reconoce como víctimas de esta violencia a los menores, y,
según la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género, el número total de menores
víctimas mortales de violencia de género desde 2013 hasta la fecha ha sido de 28. Lo más
terrible de esta estadística es que sabemos que no es una foto fija y que es muy posible que
entre que se escribe este artículo y se publica, el número se incremente porque los
asesinatos de mujeres por ser mujeres y de sus hijos e hijas, con la única finalidad de
hacerles daño a ellas, se van a seguir perpetrando.
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víctima, a pesar de todos estos avances, asistimos actualmente a un intento de
resignificación de la violencia de
género o machista que no es baladí,
tampoco ingenua ni, mucho menos,
simbólica.
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Uno de los principales logros alcanzados en nuestra sociedad con respecto a la violencia
ejercida sobre las mujeres por el hecho de ser mujeres ha sido desplazar el maltrato
psicológico, social, económico, físico y sexual sufrido por las mujeres del ámbito privado y
familiar al ámbito público, y que este sea visto e interpretado como un problema social.
Ahora bien, eso no quiere decir que se haya conseguido asimilar de forma generalizada y
mayoritaria dicha percepción y atribución pública. El CIS nos lo recuerda todos los meses en
su encuesta sobre las principales preocupaciones de la ciudadanía. La violencia contra las
mujeres ha tenido dos picos en los últimos 20 años: el primero fue durante la tramitación y
aprobación de la ley de violencia de género, en marzo de 2004 la preocupación llegó a
alcanzar un 11,7%; el segundo lo estamos viviendo desde comienzos de 2019, desde enero
la preocupación ha alcanzado valores cercanos al 7%. Este repunte vendría de la mano de
las movilizaciones del 8-M, pero, sobre todo, como consecuencia del caso de La Manada y
del movimiento #MeToo. Ahora bien, son porcentajes que están lejos de las principales
preocupaciones sociales, encabezadas por el paro, con un 64,6% en mayo de 2019.
Con ello quiero decir que la base social que soporta todo el engranaje institucional y legal
en torno a la violencia ejercida sobre las mujeres por el hecho de ser mujeres, si bien
cuenta con una clara fundamentación jurídica y académica, puede sufrir vaivenes en la
legitimación social si se insiste en cuestionar su fundamentación desde el discurso político y
público. Por esa razón, la cesión que PP y Ciudadanos han hecho a Vox para la aprobación
de los presupuestos en Andalucía no es solo simbólica, ya que va a tener consecuencias en
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la respuesta institucional a la violencia machista, y porque, sobre todo, viene a quebrar uno
de los principales logros alcanzados en esta materia: la consideración de problema social de
la violencia machista. Yerran las derechas democráticas al legitimar el discurso ideológico
de Vox en este tema, puesto que le otorgan carta de validez; la cuestión es saber si dicha
cesión es tal, o tan solo viene a refrendar una opinión que ya tenían y que hasta ahora no se
atrevían a manifestar en alta voz. Debemos evitar, en términos de Pippa Norris, que se
amplíe la “zona de aquiescencia” de la ultraderecha y que se normalicen ideas y debates
superados.
Si nos alerta estar hablando de 1.000 mujeres y 28 menores asesinados, si nos duele
reconocer que en nuestra sociedad al menos 1.000 hombres han asesinado a mujeres con
las que tenían o habían tenido una relación, debemos ser capaces de alzar la voz ante
cuestionamientos infundados de las razones estructurales de estos asesinatos; 1.000
hombres mataron a 1.000 mujeres porque creyeron que podían hacerlo, y si cientos de
miles están maltratando, humillando, insultando y aislando a cientos de miles de mujeres es
porque creen que pueden hacerlo, porque no reconocen en esas mujeres a seres
autónomos, libres, independientes y capaces de tomar sus propias decisiones, porque
prevalecen relaciones machistas desiguales que cosifican a las mujeres, las deshumanizan y
les niegan sus derechos.
Son muchos los “¿por qué?” que todavía no estamos formulando, porque son muchas las
situaciones que nos parecen normales por estar normalizadas, pero debemos preguntarnos
por qué existe una desigualdad universal entre mujeres y hombres, preguntarnos por qué
los cuerpos de las mujeres están sexualizados, por qué se cosifica a las mujeres, por qué
existe la brecha salarial, por qué se da la segregación educativa, por qué la conciliación, la
pobreza o la vulnerabilidad son femeninas —tal y como nos indica el recién presentado VIII
Informe FOESSA—, en suma, por qué estamos lamentando la muerte de 1.000 mujeres por
violencia machista. Para acertar en la respuesta debemos realizar un buen diagnóstico: las
mujeres sufren violencia por el hecho de ser mujeres, porque la sociedad es machista y
patriarcal. Hasta que no removamos estos fundamentos será muy difícil dejar las
estadísticas sobre violencia de género en una foto fija.
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María Silvestre Cabrera es directora del Deustobarómetro. Universidad de Deusto.
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