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20/6/2019 La simiente negra - Clasicismo y modernidad en Fausto

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LITERATURA

Y ...UN CORTO ETCÉTERA /// Rescates VIAJES

JAZZ
La percepción moderna del mito de Fausto está determinada en gran medida por la novela Y ...UN CORTO ETCÉTERA
sobre la que escribe Juan Álvarez-Cienfuegos Fidalgo, coordinador del curso de
Política
diplomatura realizado en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo en 2012
con el título "Tiempo, clasicismo y modernidad en el Fausto de Goethe". A su texto, de Medios de comunicación
impecable factura académica, le acompañan en La Simiente Negra decenas de Conversaciones
ilustraciones de Peter Von Cornelius, Wilhem Kaulbach, Eugène Delacroix, Henry Clarke,
Willy Pogany...Poco, o nada, hay de común entre ellos y tampoco aparecen en orden Fútbol
alguno, cronológico o estilístico, pero eso no debería importar demasiado tratándose del Rescates
Fausto, personaje universal de muchos tiempos, países y géneros.
Loza de Sevilla con
destino Ulldecona

Capone, el adelantado de
la industria del crimen

Este verano me ha lamido


una vaca

A. Fortuny, fotógrafo de la
ciudad que quisimos tanto

Apuntes sobre barbas,


barberos y barbudos

Curas, tambores y goles


Clasicismo y modernidad en el Fausto de Goethe
africanos en Pamplona
Fausto acompañó al autor a lo largo de toda su vida. Hacia 1774 escribe un Urfaust Cervantes, Turner y otros
descubierto por Erich Schmidt en un archivo de Weimar en 1887, aunque ya venía ilustres hijos de barbero
de atrás su dedicación al tema [2-3-4-5-14; los números entre corchetes remiten al
número de las citas del tercer apartado del presente texto]. Tres años más tarde, y Alejandro Molina, obras y
muy similar al anterior, al regreso de su viaje a Italia publica Fragmento de Fausto, días
varias escenas de este las incorporará al Fausto I. Estimulado por Schiller [16], lo Un artículo periodístico y
retoma a partir de 1797 y escribe distintas partes de la obra que concluye, después 56 páginas jamás
de la muerte de su amigo, en 1806 y que publica en 1.808. Pero el personaje no lo prensadas
abandona, de hecho la novedad de ese primer Fausto es que ni se suicida ni muere,
Paco Bator: cancionero
esto deja abierta la posibilidad a una continuación.
del adiós

Del año de esa publicación a 1825, Goethe le sigue dando vueltas al personaje [6-7- El gran coyote de Big Sur
8-9-10], dos años más tarde le confiesa a Eckermann que retoma la escritura de la Día de Azagra en Pitillas
obra [13]; seguirá trabajando en ella [26] y se imprimirá, póstumamente, en 1832. Es
Clasicismo y
Fausto II. De ahí que Fausto. Una tragedia plantee problemas, y polémicas, ya
modernidad en Fausto
desde el momento en que se divide en dos partes, Fausto I y Fausto II. ¿Son dos
obras independientes o una sola que consta de esas dos partes mediando más de El muro
dos décadas entre la publicación de la Primera Parte y la Segunda? Desde luego, los Joan Barjau: humanidad
dos personajes centrales, Fausto y Mefistófeles, son los mismos, hay una en primer plano
continuidad narrativa entre una y otra parte, y el propio autor las consideró partes de
una sola obra, aunque sí admitía diferencias entre ellas [31-32], ahora bien, dejando Kabul Blues
esto sentado, no cabe duda del peculiar giro que adopta la Segunda a través de un Peluqueros de Buenos
delirante viaje que transcurre de un Imperio medieval a la frenética actividad Aires
industrial del final de la obra.
Faunos en la sierra
madrileña

La decisión de naufragar

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Citas guardadas en un
cajón

El manuscrito perdido de
Estrasburgo

Virtudes de los
bombardeos de...

El capítulo de Predazzo

Stukas y drones

Vivir con gatos

Perro y Camaleón siguen


a dieta

Azogue: estampas de
guerra

María y Yolanda en el
teatro del mundo

Láminas de bacalao
ilustrado

Chillida-Leku: una
Es claro que Goethe no estuvo dedicado a ella desde 1770 hasta 1.831, pero
fotografía y dos miradas
solamente pensar que de manera intermitente la atención que le dedicó cubrió más
de sesenta años indica su interés en el tema, en las distintas partes que fue Modesta proposición al
elaborando y en la creación global de la trama. El 6 de junio de 1831, Eckermann ministro Wert
registra en sus notas que Goethe ya tiene avanzado el quinto acto, y concluye la Dashiell Hammett, todo
entrada escribiendo meses después de esa fecha, “en las semanas siguientes un tipo
terminó Goethe el cuarto acto, que faltaba aún, y en agosto estaba encuadernada y
despachada toda la segunda parte. A Goethe le produjo una dicha extraordinaria Isak Dinesen, una
haber llegado por fin a este objetivo tan ansiado. ‘Lo que me resta de vida –dijo- narradora deslumbrante
puedo considerarlo como un puro regalo, y, en el fondo, es indiferente que haga Autoevaluación de un
algo, y el qué sea ello’” [34]. No es exagerado afirmar, a la vista de las palabras de lector herrumbroso
Goethe, que esta, a sus ojos, fue su gran obra.
Apuntes enciclopédicos
sobre la beatlemanía
En las páginas que siguen, con todas las salvedades que el lector se puede
imaginar, viene un comentario general con el objetivo de ofrecer un panorama a Retratos de la memoria
partir de aspectos bajo los que se entreteje la obra. Tras el “Comentario general”, el Toreros de ayer,
titulado “Argumento” le puede ser útil para seguir la lectura del comentario al lector escritores de hoy
que no tenga presente en detalle la trama de la obra, a continuación viene una
Baroja
pequeña antología de citas al Fausto contenidas en Poesía y verdad y en
Conversaciones con Goethe. La “Nota bibliográfica”, complementada con la Txaska
“Bibliografía”, es una indicación sobre algunos libros que pueden enriquecer Contacto
determinados aspectos del Fausto. No se trata de dar consejos, pero ni que decir
tiene que de lo que sí se trata, aunque por momentos nos irrite o se nos haga Quién soy
inconmensurable, es de invitar a la lectura de la obra misma, sea relectura, sea una
lectura nueva; bien es verdad, según Italo Calvino, que los clásicos se distinguen por
eso, siempre son conocidos, aunque no los hayamos leído, por la multitud de /// Cita
menciones que de ellos nos encontramos, y siempre son nuevos, porque los clásicos
nunca acaban de decir todo lo que tienen que decir.
"Cuando te has convertido en
enemigo del Estado, los únicos
amigos que tienes son los que se
encuentran en tu misma situación.
Aunque conozcas gente nueva.
A quienes son amigos tuyos no
tardan en verlos como enemigos.
Así que la mayoría de la gente
te evita. También los compañeros
de trabajo, los vecinos. Después
de haber leído mi expediente
de la Securitate, sé que todos los
vecinos que no dejaron de
hablarme colaboraban como
espías".
Herta Müller, Mi patria era una
semilla de manzana

Esta reflexión/revelación
de la premio Nobel de Literatura
del 2009 no sólo pone en evidencia
En el Primer Fausto, el autor presenta una gran variedad de niveles y ambientes
el monstruoso proceder de la hidra
narrativos. Me centraré en cinco: estampas de la vida cotidiana, el papel del amor, la
que anida en cualquier Estado
religión y la ley, la consideración de la naturaleza y el protagonista de la obra,
totalitario, independientemente
aspectos que serán interpretados a la luz de tres términos: tiempo, modernidad y
de la ideología a la que se adscriba

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clasicismo. Todas las citas del Fausto pertenecen a la edición bilingüe de Helena o de la bandera que haga ondear,
Cortés Gabaudan. sino la necesidad de permitir
la consulta de los archivos
En lo que se refiere al primer aspecto, se ofrecen vívidos apuntes impresionistas de de las fuerzas represivas,
la vida cotidiana de Frankfort. En “Ante la puerta de la ciudad”, por ejemplo, la algo que en España sólo ha sido
escena de la fiesta de Pascua ofrece una alegre perspectiva, febril, salpicada de posible a medias. En el libro,
comentarios captados al vuelo, como los estudiantes, alborozados, en busca de de tan sugerente título, la escritora
cerveza, tabaco y jóvenes, el burgués que protesta por las medidas que toma el en lengua alemana detalla, durante
alcalde -“tenemos que obedecer mucho más que antes/y pagar más que nunca en la una larga conversación
vida,” 850-51-, un mendigo que pide limosna, otro burgués que se deleita los con Angelika Klammer, su lucha
domingos en hablar de las guerras lejanas mientras contempla el plácido decurso de por mantener la dignidad personal
las barcas en el río tomando una copita, las jóvenes que en público no quieren ser en el entorno rural del oeste
vistas platicando con una celestina, los fanfarrones soldados [1]. Fausto entona un rumano en que nació y luego como
canto ante la explosión de verdor y colorido de la primavera y le describe a Wagner opositora a Ceaucescu en una
el hormigueo de gentes que acuden a la fiesta de la Resurrección, mientras que a su sociedad pervertida y atemorizada.
fámulo, si bien pasea contento con el doctor, le molestan estas algarabías y chanzas
del pueblo; se encuentran bajo un tilo con un grupo de gentes que reconocen al ...................
doctor y le brindan su hospitalidad y bebida en recuerdo de los beneficios médicos + Citas
que de su padre habían recibido, pero, cuando se alejan del grupo, Fausto siente
pesar por aquellos alquímicos remedios que habían procurado más muerte que vida.

Tras firmar el pacto con Mefistófeles, entran en la taberna de Auerbach en Leipzig


donde se encuentran unos parroquianos que pretenden burlarse de los forasteros;
no reconocieron al diablo y las burlas se vuelven contra ellos [11]. En “La cocina de
la bruja” Fausto descubre una hermosa figura de mujer reflejada en un espejo –
Helena, de Troya-, recupera la juventud gracias al bebedizo administrado por la bruja
y a partir de ese momento, como se dice a sí mismo Mefistófeles, “con este filtro en
el cuerpo/ pronto verás a Helena en toda mujer.” 2.603-04. Por eso, al cruzarse en la
calle con Margarita, le ofrece su brazo, que rechaza, y se enamora inmediatamente
de ella por su belleza, por su recato y virtud, por el rojo de sus labios y la luz de sus
mejillas. Mefistófeles tendrá que hacerse cargo de que se encuentren otra vez; esto
da pie para presentar nuevos cuadros cotidianos, es el caso de “Al atardecer” donde
Margarita se pregunta quién será ese noble y gallardo caballero que la abordó en la
calle, la visita que hacen Fausto y Mefistófeles a la habitación de Margarita, había
salido, le permite al doctor extasiarse de amor a la luz del dulce crepúsculo ante ese
rincón de quieta intimidad hablándose a sí mismo, “en medio de esta pobreza,
¡cuánta plenitud!/ En medio de esta cárcel, ¡cuánta dicha!” 2.693-94. “Y aquí, con
sagrado y puro alentar/ se desarrolló esa imagen divina./ ¡Y a ti! ¿Qué es lo que te
trajo aquí?/ ¡Qué emoción tan honda estoy sintiendo!/ ¿Qué buscas aquí? ¿Por qué
se te encoge el corazón?/ ¡Desdichado Fausto! Ya no te conozco.” 2.715-20.

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En “La casa de la vecina” Margarita visita a Marta y le enseña otras joyas -unas
anteriores que le había dejado en su habitación Mefistófeles las entregó la madre de
Margarita a su confesor-, su amiga le dice que no se entere la madre, porque se
quedará sin ellas; admiran las piedras preciosas y la joven dice “lo malo es que no
puedo salir a la calle/ ni dejarme ver con esto en la Iglesia.” 2.883-84. Mefistófeles
urde un plan para facilitar el encuentro de Fausto con Margarita, finge que conoció al
desaparecido marido de Marta y que, junto con el doctor, testificarán que está
muerto. “El jardín” es la escena en que ya son presentados los dos, ella le agradece
que la acompañe, él alaba sus virtudes, ella le describe su vida cotidiana, sus
labores, su hermanita muerta a la que atendía, su hermano soldado, y “os ruego que
penséis en mí un momentito/ yo tendré tiempo sobrado para pensar en Vos.” 3.106-
07. Por su parte, Marta se entretiene con Mefistófeles y reconoce que un solterón es
difícil, aunque no deja de insinuarle que se venga con ella, él la elude. Margarita
mantiene una conversación “En la fuente” con Lisa, esta le dice, en tono de reproche
dirigido a la engañada, que Bárbara se dejó seducir por “aquel tipo” que se esfumó y
la dejó embarazada; Margarita le tiene lástima y a solas se dice que así era ella, dura
en sus juicios, “y ahora yo misma he cometido ese pecado./ Mas… todo lo que a ello
me empujó/ ¡Oh Dios! ¡Era tan dulce, ay, era tan bueno!” 3.584-86.

Un apunte más de la vida cotidiana. Es de noche, frente a la puerta de Margarita su


hermano, antes orgulloso de la virtuosa conducta de ella, se lamenta del cambio y
cuando oye comentarios insultantes a los que los hacen “lo que no podría es
llamarles mentirosos,” 3645; oye un ruido, son Fausto y Mefistófeles que vienen a
rondar a Margarita. Mefistófeles entona “¿Qué haces en esta esquina/ esperando a
tu amor,/ ay, linda Catalina,/ con el primer albor?/ Anda, olvídalo y vete,/ si en su
casa te mete/ entrarás cual doncella/ no saldrás virgen de ella.” 3.682-89. El
hermano se enoja, rompe la mandolina, saca la espada, Mefistófeles protege a
Fausto que lanza una estocada mortal. Desaparecen. Voces del vecindario, piden
auxilio, el hermano moribundo, delante de los vecinos, la anima a hacer bien su
trabajo de prostituta, Marta le pide que encomiende su alma a Dios, él la tacha de
alcahueta.

En los párrafos precedentes, junto con el vivir diario se mezcla el motivo cenital de
esta obra: el amor. Fausto y Margarita despiertan al amor, sus procedencias no
pueden ser más dispares, las consecuencias tampoco pueden ser menos
dramáticas, especialmente para Margarita, pero tanto en uno como en otra la
transformación de su vida y personalidad es muy acusada. El viejo profesor, una vez
que entrevé en el espejo de la bruja la figura de Helena queda tocado por la
hermosura femenina. Cuando se cruza con Margarita entra en el noviciado de
amante. La evoca en su habitación “¡Oh, mano amada! ¡Tan semejante a la de los
dioses!/ Gracias a ti, la cabaña se convierte en un reino celestial./ ¡Y aquí! [Alzando
una cortina que tapa la cama]/ ¡Que temible escalofrío de placer me invade!/ Aquí
querría pasarme horas enteras!” 2.707-10. Y ya no se reconoce a sí mismo. Nada
más verla le entra la prisa por conocerla y presiona a Mefistófeles para que se ponga
a la tarea de intermediario, “si ese cuerpo dulce y joven/ no reposa esta noche entre
mis brazos,/ estaremos separados al llegar la medianoche.” 2.634-36; cuando le
responde que necesitará catorce días para encontrar una ocasión favorable, le
espeta el enamorado “si yo tuviera tan solo siete horas de paz/ no necesitaría al
demonio/ para seducir a una criaturita como ésta.” 2.642-44.

Puesto que no parece que la labor del socio pueda ser tan rápida como lo perentorio
de su deseo, se conforma con una prenda, con un pañuelo, con una liga que colme

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su “deseo amoroso”. Al moroso profesor le entran urgencias de enamorado.
También, se puede conjeturar que contrasta la tranquilidad y bondad que emana del
entorno de su amada con sus espacios góticos y su mente atormentada. En cierto
modo se lo manifiesta cuando se conocen, al agradecerle ella su amabilidad él le
responde “una mirada tuya, una palabra, entretienen más/ que toda la sabiduría de
este mundo.” 3.079-80, y más adelante, cuando Margarita le dice que tendrá amigos
más inteligentes que ella, “¡Ay, querida! ¡Créeme que eso que llaman inteligencia/ a
menudo no es sino vanidad y cortedad de miras.” 3.100-01. Nada comparado con la
sencillez y la modestia que “nunca se conocen a sí mismas ni a su sagrado valor.”
Culmina ese primer encuentro con la expresión más alta de amor, ante el escalofrío
que siente Margarita, Fausto busca formas de expresar lo inefable, “¡Oh, no
tiembles! Y deja que esta mirada,/ este apretón de manos, te digan/ lo que no se
puede expresar:/ abandonarse por completo y sentir una/ dicha que debe ser eterna./
¡Eterna! Pues su fin sería la desesperación./ ¡No, nada de fin! ¡Nada de fin!” 3.189-
90. Retirado a la naturaleza, “Bosque y caverna”, Mefistófeles le recuerda que ella le
está esperando, que se le hace el tiempo largo, Fausto, aunque lejos, está cerca
porque no puede olvidarla y añade “¡Sí, que ya envidio hasta el Cuerpo del Señor/
cuando sus labios entretanto lo rozan/ […] ¿Qué significan las dichas del cielo entre
sus brazos?/ Deja que me caliente en su pecho…” 3.334-35. En el siguiente
encuentro con Margarita le inquiere sobre la religión y llega a la conclusión de que es
un descreído; se desencadena la tragedia con el somnífero para su madre, con el fin
de poder estar juntos. Y ya no se volverán a ver hasta que quiera rescatarla de la
prisión en la que se encuentra por haber acabado con la vida de su hijo; en su
delirio, le pide que se quede con ella, le siente los labios fríos, no quiere huir.

La ingenua Margarita también liba las dulzuras del amor, también siente el aguijón de
la ausencia y también paga el tributo por el suyo adúltero. Primero, sola en la
habitación, se pregunta quién será ese caballero que la abordó en la calle; le intriga
su persona. Viene, después, la primera cajita de joyas que inexplicablemente se
encuentra en su armario y que su madre entrega al confesor, con la segunda se
queda sin decirle nada; Margarita se inicia en la senda del secreto compartido con
Marta. Tras el primer encuentro con Fausto, y ya enamorada, se vuelve más
comprensiva con la debilidad de Bárbara, seducida por un joven, pues se le hace
presente cómo ella misma fue empujada a algo “tan dulce”. “Cuarto de Margarita”,
ella sola a la rueca, es una escena de un exquisito lirismo expresivo de su inquieto
estado, contradictorio, suspenso, grave, por la ausencia de Fausto,

Perdida está mi paz,/ el corazón me pesa;/ no la hallaré ya nunca/ me invade


la tristeza./ Si no está él a mi lado/ mi tumba es; sin mi amado/ ya todo el
mundo entero/ es un negro agujero./ Mi mente está confusa/ me siento
enloquecer,/ mi pobre entendimiento/ destruido sin querer./ Perdida está mi
paz,/ el corazón me pesa;/ no la hallaré ya nunca/ me invade la tristeza./ Sólo
a él buscan mis ojos/ por el cristal mirando;/ tras él mis pasos todos/ de mi
casa escapando./ sus discursos tan bellos/ cual mágico torrente,/ la presión
de sus manos/ ¡ay, Dios, y aquellos besos!/ Perdida está mi paz,/ el corazón
me pesa;/ no la hallaré ya nunca/ me invade la tristeza./ Mi pecho a él ansía/
tras él anda clamando,/ si pudiera abrazarlo/ jamás lo soltaría./ Mucho le
besaría,/ tanto como quisiera;/ y en esos dulces besos/ feliz me moriría.
3.376-3.413.

La siguiente escena a esta es aquella en la que Margarita quiere convencer a Fausto


de que practique con más fervor la religión, también le muestra escaso agrado por su
compañero, es cuando Fausto le pasa el somnífero para su madre, le dice a él
“¿Qué no haré yo por ti?/ ¡Espero que no le haga daño!/” Él “Amor mío, en ese caso

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¿te lo aconsejaría?” ella “Sólo con mirarte, hombre querido,/ ya no sé qué me
empuja a hacer tu voluntad;/ ya he hecho tantas cosas por ti,/ que ya casi nada me
queda por hacer.” 3.514-20. Lo volverá a ver, alucinada, en la prisión.

La religión y la ley desempeñan, a su vez, un importante papel en esta tragedia. La


segunda con todo su rigor cuando se descubre que Margarita había acabado con la
vida de su bebé. No parece que fuera un caso muy excepcional en la época, sobre
ese delito recaía la máxima pena a la parricida. A mediados de abril de 1.783 hay un
caso de infanticidio en Weimar, la joven y soltera madre, Ann Chatarina Höhn,
resulta culpable de la muerte del bebé y es condenada a muerte, su ejecución tuvo
lugar el 28 de noviembre de 1.783. Goethe fue el consejero que con más énfasis
abogó por esa pena, incluso contra la renuencia del duque a dar el sí a la pena
capital que se inclinaba por la condena a perpetuidad, pues escribe en los autos del
4 de ese mismo mes, “opino que sería también más aconsejable mantener la pena
de muerte.” Tenía que asistir toda a la decapitación toda la población de la ciudad
para que sirviera de escarmiento. En las notas de Goethe de esa época no hay
ninguna referencia a su intervención en ese caso. Damm explica la decisión de
Goethe por que él mismo admitía su doble existencia, de un lado el genio, el creador,
el artista, de otro el legista, el político el consejero.

En lo que respecta a la religión, también es Margarita la que con más intensidad se


ve atrapada en sus redes, de manera especial, en el sentimiento de culpa. No sólo,
porque ya Mefistófeles le comentaba a Fausto lo difícil que sería inclinar su voluntad
hacia él, pues, justo, cuando la abordaba en la calle salía de confesarse. Asimismo,
son varias las escenas en las que se refiere con fervor, respeto y piedad a la religión.
Mantiene esa fe sencilla y humilde que la lleva a obedecer a su madre en el caso de
la cajita con las joyas. A continuación de escuchar la historia de Bárbara se
encamina al “Torreón de las murallas” donde le ofrece a la Mater Dolorosa flores
frescas que coloca en unos floreros, le pide su intercesión y le da cuenta de su
pesar, de su dolor y de su agitación, de su llanto con el que riega los tiestos de su
ventana y de cómo el dolor la saca de la cama, “¡Sálvame de muerte ignominiosa!/
¡Ay, vuelve hacia mi pena,/ oh, Madre dolorosa,/ esa tu faz misericordiosa!” 3.616-36.
Los acontecimientos se precipitan, Fausto y Mefistófeles matan a su hermano y en
“La catedral” Margarita llega a su más extremo pesar atormentada por el Espíritu
maligno que detrás de ella le susurra su perdición, pues acabó con su madre, por su
culpa se derramó la sangre de su hermano, así que se condenará, los
bienaventurados apartan su rostro de ella y a los puros les repugna tenderle la
mano. Margarita, ante la imposibilidad de librarse de sus propios pensamientos, rota
por el sonido del órgano, se ahoga “Los pilares de esos muros/ me aprisionan./ La
bóveda/ me aplasta. ¡Aire!” 3.817-20. Margarita, fervorosa creyente, no puede
soportar el sentimiento religioso de toda la culpa que sobre ella cae. Se desmaya.

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Pero la sorprendente coda final depara una sorpresa, la intercesión de la virgen llega
en el último momento, durante la visita de Fausto en “La cárcel”, cuando ya van de
salida los dos, frente al “está condenada” de Mefistófeles, resuena “una voz,” la de
Margarita, que exclama “Enrique, Enrique” –Fausto-, [11] pero, en el penúltimo verso
del primer Fausto otra voz, esta no en la prisión, sino desde arriba, había clamado
“¡Está salvada!” 4.611.

La naturaleza no es un marco para dar colorido o misterio a la obra, no, la naturaleza


tiene un poder, una personalidad propia en la que Fausto encuentra reposo y
sosiego y, cuando no, sabe buscar los lugares que protegiéndole de los azotes
exteriores le procuran un remanso para volverse sobre sí mismo. Su presencia se
hace sentir en tres escenas, “Ante la puerta de la ciudad”, “Día nublado. Campo" y
"Bosque y caverna”. La segunda, en prosa y por tanto sin numerar, es posterior en el
orden de la narración; después de la noche de Walpurgis es cuando se entera
Fausto de que Margarita está en prisión, le reprocha a Mefistófeles que se lo
ocultara, suplica al Espíritu de la tierra que lo transforme en perro, en cuya figura
estaba cuando se encontraron por primera vez, también le pregunta por qué lo
encadenó a este compañero que se “complace en el daño” y se vuelve hacia
Mefistófeles, “sálvala”, que responde, quién la hundió, si no tu; allá van a liberarla.

A pesar del título de la escena, no hay ninguna referencia más ni al día ni al campo,
sin embargo, parece claro el sentido de desolación que refleja la naturaleza
evocando la propia de Fausto. “Ante la puerta de la ciudad”, ya mencionada, el
deshielo, el verdor del valle, el viejo invierno declaran el imperio de la primavera y, en
conjunción con ella, desde esa altura, se puede contemplar la abigarrada
muchedumbre que celebra la resurrección del Cristo. Después de despedirse de las
gentes que lo reconocieron y que se protegían del sol a la sombra de los tilos y de
contarle a Wagner sus errores médicos, repara en la hermosura del momento,
contempla cómo el fuego del ocaso/ hace brillar las chozas envueltas en
verdor./ Declina el astro, se debilita, concluye el día,/ allá se apresura el sol y
reclama nueva vida./ ¡Ah! ¡Y que ningún ala me alce de este suelo/ para

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poder seguir eternamente su estela!/ Vería bajo el eterno rayo del ocaso/ el
mundo callado tendido a mis pies,/ toda cumbre encendida, silencioso todo
valle,/ y convertido en áureo río el arroyo plateado./ No detendría ya mi
carrera, a la de los dioses pareja,/ la salvaje montaña ni todos sus
precipicios./ Ya se abre el mar con sus cálidas bahías/ ante mis asombrados
ojos./ Mas el astro dios parece hundirse finalmente/ aunque el nuevo impulso
despierta/ y yo corro en pos de él, para beber su luz eterna,/ ante mí el día y
tras de mí la noche,/ el cielo sobre mí y bajo mí las olas:/ un hermoso sueño,
mientras él se disipa./ ¡Ay! Que a las alas del espíritu tan fácilmente/ no se
unirá ningún ala corpórea./ Mas es en todos nosotros innato/ que el
sentimiento impulse adelante y a lo alto/ cuando sobre nosotros, en el azul
espacio perdida,/ la alondra entona su potente trino;/ cuando sobre ásperas
cumbres de pinos/ el águila vuela con el ala extendida/ y sobre los mares y
las llanuras/ de retorno a su tierra se afana la grulla. 1.070-99.

Aquí la naturaleza no es marco o recreación estética de un bello crepúsculo, es


acicate y estímulo a ir más allá, a romper la pesantez de la gravedad y tener desde
lo alto no solo la visión del mundo, sino experimentar la propia transfiguración del ser
humano cuando, elevando su espíritu, se desentiende de lo mostrenco y vulgar.

“Bosque y caverna” acentúa, si cabe, el papel atribuido a la naturaleza. Fausto se


retira al bosque, después de su primer encuentro con Margarita en casa de Marta.
Es ahí donde y cuando entona un verdadero himno a las fuerzas telúricas y al
Espíritu de la tierra al que le dice

A la excelsa naturaleza me diste por reino,/ junto con fuerza para sentirla y
para gozarla. No/ sólo una fría visita admirativa permites, también/ me has
concedido dentro de su profundo seno/ como en el pecho de un amigo mirar./
Conduces a la hilera de las vivientes criaturas/ ante mis ojos y a mis
hermanos me enseñas/ a conocer en la quieta maleza, el aire y el agua./ Y
cuando la tormenta en el bosque ruge y brama/ y los pinos gigantes, al
desplomarse, ramas vecinas/ y vecinos troncos arrastran al suelo con
crujidos/ y con su caída atruena sordamente la colina,/ entonces me
conduces a segura caverna, a mí/ mismo me muestras, y ante mi propio
pecho/ ábrense entonces secretas y profundas maravillas./ Y ante mi mirada
se alza la pura luna/ derramando dulzura; flotan ante mí/ saliendo de entre
las peñas y la húmeda maleza/ plateadas figuras del mundo pretérito/
aliviando el duro placer de la contemplación./ ¡Ay, que al hombre nada
perfecto le es dado/ siento yo ahora! Me diste para esta delicia/ que a los
dioses más y más cerca me lleva/ un compañero del que ya nunca podré/
prescindir, aunque frío y sin vergüenza/ me humilla ante mí mismo y a la
nada/ con solo exhalar una palabra tus dones reduce./ Él atiza sin parar en
mi pecho un fuego salvaje/ que me impulsa hacia esa hermosa imagen./ Y
así voy dando tumbos del deseo al goce/ y durante el goce muero de ansia
por el deseo. 3.217-50.

En efecto, la tierra está atravesada y vivificada por el espíritu, que ya se le había


aparecido al principio de la obra y al que cree responsable de haberle enviado a
Mefistófeles. Es en este inicio de la escena donde la íntima conjunción del
microcosmos y el macrocosmos queda expresada muy gráficamente.
La primera escena de la obra, “Noche”, presenta al personaje sumido en un
soliloquio en el que lamenta su ignorancia y su incapacidad para mejorar a los

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hombres, “no creo saber nada correcto/ ni me hago ilusiones de poder enseñar algo/
o de mejorar a los hombres o de poder cambiarlos.” 3.71-73, pero, al abrir un libro y
encontrar el signo del macrocosmos, experimenta un gran deleite al contemplar el
espectáculo de la naturaleza. Por eso, antes de abordar el último aspecto de la obra,
el protagonista, ameritan una mención final las reflexiones que Fausto se hace sobre
la naturaleza.

¡Cómo todo en el Todo se entreteje,/ lo uno en lo otro actúa y vive!/ ¡Cómo


suben y bajan las fuerzas celestiales/ y se alcanzan mutuamente los dorados
cangilones!/ Despidiendo aromas de bendición/ bajan cimbreando del cielo a
la tierra/ y colman el universo todo de armonía./ Qué espectáculo! ¡Mas, ay!
¡Solo un espectáculo!/ ¿Dónde podré asirte, naturaleza infinita?/ ¿Y a
vosotros, pechos, dónde? Vosotros, manantial de toda vida/ de los que pende
el cielo y la tierra/ y a los que acude el marchito pecho:/ vosotros manáis,
dais de beber, ¿y yo me consumo así en vano? 447-459.

Tras este himno, invoca al Espíritu de la Tierra y, cuando se le aparece, no puede


soportar su visión, por lo que aquel le increpa

¡Aquí estoy! ¿Qué lamentable horror/ te sobrecoge, superhombre? ¿Dónde


está la llamada de tu alma?/ ¿Dónde está el pecho que en su interior creó un
mundo,/ lo llevó y albergó y temblando de alegría/ se hinchó queriéndose
elevar hasta nosotros, los espíritus?/ ¿Dónde estás tu, Fausto, cuya voz
resonaba hasta mí,/ que tratabas de alcanzarme con todas tus fuerzas?/
¿Eres tu el que rodeado por el soplo de mi aliento/ tiembla en sus honduras
vitales/ como un gusano que huye retorcido y medroso? 489-498.

Fausto se rebela, ¿huir él?, que es su semejante, pero el Espíritu le recuerda su


eternidad y “afanado en el telar susurrante del tiempo/ voy urdiendo el viviente
vestido de la divinidad” 508-509, y aunque diga que se siente cercano a él, el
Espíritu insiste “Te pareces al espíritu que dentro de ti concibes,/ ¡no a mí!” 512-513,
y desaparece. Para desesperación de Fausto, Wagner llama a la puerta; como “un
comediante a un predicador podría aleccionar,” quiere introducirse en la retórica, a lo
que Fausto le responde “Si no lo sentís, no lo lograréis,/ si no brota de dentro del
alma/ y con encanto profundo y poderoso/ subyuga los corazones de todos los
oyentes. […] Mas nunca conseguiréis actuar sobre otros corazones/ si es que no
sale de vuestro corazón.” 534-545. Y le indica que evite las palabras altisonantes, el
brillo en el discurso, a lo que Wagner responde con el clásico, “el arte es largo/ y
nuestra vida corta.” Fausto insiste, su discurso tiene que manar de su propia alma.
Se despiden y Fausto regresa a sus pensamientos que le llevan a no considerarse
nada frente al Espíritu, a no saber quién lo podrá orientar, a caer en la desesperanza
respecto al saber sobre los secretos de la naturaleza y a punto está de beber una
pócima de veneno cuando estalla el coro de los ángeles, el de mujeres y el de
discípulos proclamando la Resurrección de Cristo, suenan, entre tanto, las
campanas; Fausto ya no tiene fe, pero ante el recuerdo de su alegría infantil y juvenil
en esta fiesta no da el último paso fatal y de nuevo lo recobra la tierra.

Vienen, después del paseo con Wagner por los alrededores de la ciudad, las dos
escenas seguidas, “Cuarto de estudio” y “Estudio de Fausto,” de sendas visitas de
Mefistófeles a Fausto. A lo largo de esos casi mil versos, es la parte de la obra que
más espacio dedica a presentar juntos a los dos personajes, se presenta más nítida

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que en cualquier otra escena la personalidad de Fausto, la de Mefistófeles y tiene
lugar la firma del pacto. El doctor le había declarado a su fámulo que en él vivían dos
almas que tendían a separarse, “aférrase la una con brutal deleite amoroso/ al
mundo, abrazándolo con todos sus órganos,/ álzase del polvo con violencia la otra/
hacia las regiones de los nobles antepasados.” 1.114-17, y suspira para que lo lleven
esos espíritus que reinan entra la tierra y el cielo, después por tener un manto
mágico que lo traslade a países lejanos. Pero, cuando está frente a Mefistófeles, una
vez que habiendo tenido al Espíritu de la tierra, sin embargo, no lo pudo retener,
admite amargamente el fracaso de todos sus proyectos, por eso no romperá el pacto
con él: “El gran Espíritu me ha despreciado/ la naturaleza se cierra ante mí,/ el hilo
del pensar se ha partido,/ hace tiempo que cualquier saber me repugna;/ deja pues
que en el abismo de la sensualidad/ apaguemos las ardientes pasiones.” 1.746-51. Y
su deseo es experimentarlo todo “Mi pecho, que está curado del ansia del saber,/ no
se cerrará en lo sucesivo a sufrimiento alguno,/ y lo que le ha sido asignado a la
humanidad entera/ quiero gustarlo yo en lo más íntimo de mi ser:/ quiero asir con mi
espíritu lo más alto y lo más bajo,/ cuanto tiene de bueno y de malo almacenado en
mi pecho/ y de este modo que mi propio yo a su yo se extienda/ y acabar
hundiéndome yo también como ella misma.” 1.768-75. Y todo lo maldice, “maldigo
sobre todo la alta opinión con que se encarcela el espíritu a sí mismo./ Maldigo la
ceguera de la apariencia/ que acosa a nuestros sentidos./ Maldigo lo que en
nuestros sueños nos engaña/ con ilusiones de renombre y de fama./ Maldigo lo que
nos halaga como a dueños/ de mujer e hijo, de siervo y de arado./ Maldito sea
Mammón cuando con tesoros/ nos empuja a realizar actos audaces,/ y cuando para
el deleite ocioso/ nos coloca almohadones suaves.” 1.591-1.602.

Y, tras el pacto, por medio del que Mefistófeles será su esclavo en esta vida y su
dueño en la otra, acaba cediendo al llamado de su alma que se aferra al mundo, “El
más allá poco puede inquietarme;/ si empiezas por convertir este mundo en
escombros,/ poco importa que después surja ese otro./ Es de esta tierra de donde
manan mis dichas,/ y es este sol el que alumbra mis penas;/ si llego algún día a
separarme de ellos,/ después suceda lo que quiera y pueda. No quiero oír nada más
sobre ese tema,/ sobre si después se ama y se detesta/ y sobre si también en esas
esferas/ un arriba y un abajo nos espera.” 1.660-70. Aunque también admite que
está cansado de vivir, que le supone una carga la vida y que desea la muerte; es el
espíritu de la contradicción “demasiado viejo para andar sólo en juegos/ demasiado
joven para no tener deseos.” 1.546-47, además, se le exige que renuncie, “¡Tienes
que renunciar! ¡Renunciar debes!/ Ése es el eterno canto/ que en todo oído resuena,/
y que a lo largo de nuestra vida toda/ ronco nos canta hora tras hora…” 1.549-53.

Fausto está sujeto a fuerzas de distinto signo que no le dejan sosiego ni tranquilidad;
la única vía que le queda, después de entrever la figura de Helena en el espejo será
el deseo de encontrarla, es la actividad incesante. Cuando estuvo a punto de beber
el veneno, ya se sentía dispuesto “a atravesar el éter por una órbita nueva,/ hacia
nuevas esferas de pura actividad.” 704-705, cuando empieza a traducir el evangelio
de san Juan, busca qué palabra elegir por “verbo”, ¿sentido?, ¿fuerza?, no, “¡Me
ayuda el espíritu! De pronto ya veo el consejo/ y escribo confiado: ‘¡En el principio
era la acción!’” 1.236-37 y, como quedaba claro, quiere lanzarse a una irrefrenable
carrera para experimentarlo todo. Pero donde se refleja con más nitidez esa voluntad
de acción es cuando Fausto le dice a Mefistófeles, tras firmar el pacto, “Si alguna
vez, apaciguado, sobre un lecho de ocio me tiendo,/ ¡ya no importa lo que ocurra
conmigo!/ Si alguna vez llegas a halagarme al punto/ de que pueda gustarme a mí

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mismo,/ si consigues jamás engañarme con deleites:/ ¡sea llegado al fin mi último
día!/ ¡Eso es lo que te apuesto!” 1.692-98. Y chocan las manos, “palma contra
palma”, y, por si hubiera alguna duda, Fausto añade, “Si alguna vez yo le digo al
instante:/ ¡detente, eres tan bello!/ (Verweile doch! Du bist so schön!)/ podrás atarme
al punto con cadenas/ y de buen grado aceptaré acabar./ Podrán tocar a muerto las
campanas,/ y de mi servicio te podrás librar,/ podrá pararse el reloj, caer sus agujas./
¡Pues para mí el tiempo habrá quedado atrás!” 1.699-1.706.

Mefistófeles, por su parte, se presenta como “Una parte de aquella fuerza/ que
siempre quiere el mal y el bien siempre crea,” eso qué significa, pregunta Fausto, “yo
soy el espíritu que siempre niega,/ y con razón, pues todo lo que nace/ digno es de
ser aniquilado;/ por eso, mejor sería que nada naciera/ y, así, todo cuanto vosotros
llamáis pecado,/ destrucción, en una palabra, el mal,/ es mi auténtico elemento”
1.335-44, es decir, Mefistófeles es una parte de las tinieblas que la luz engendró, que
persigue la aniquilación de todo, pero que , ante la incesante circulación de sangre
nueva y fresca no puede acabar totalmente con ello, “del aire, del agua, así como de
la tierra/ se desprenden miles de semillas,/ en lo seco, lo húmedo, lo caliente y lo
frío./ De no haberme reservado la llama/ ni siquiera tendría un sitio especial para mí.”
1.374-78. Después, en la segunda visita, firma el pacto Fausto con una gota de su
sangre y añade las palabras antes citadas.

En el Fausto I tiene lugar, también, la “Noche de Walpurgis”. Escena de gran


complejidad y cromatismo narrativos, donde ambientados en la cordillera del Hartz
los cuadros eróticos, los vuelos de las procaces brujas o la aparición de personajes
como Lilith, la primera mujer de Adán, la vieja bruja Baubo, montada en una cerda, la
Medusa, que simula ser Margarita y de la que le previene Mefistófeles a Fausto de
que tenga cuidado con su mirada porque hiela la sangre, entre otros, preludian la
exuberancia y fantasía de Fausto II. Una de las claves interpretativas es la crítica
literaria, pues menudean las referencias a autores y a corrientes estéticas de la
época en la que Goethe escribía la obra. La escena siguiente, “Sueño de la noche
de Walpurgis”, abunda en la crítica literaria y filosófica con un guiño a Shakespeare,
allí aparecen, por citar a alguno, los Stolberg, Lavater como una grulla, el idealista
Fichte o el realista Jacobi.

Son escasos los ecos que evocan en este primer Fausto el mundo o la mentalidad
clásicos. Con todo, la presencia de la naturaleza constituye un punto de encuentro
entre la modernidad y el clasicismo. En efecto, su poder emana de sí misma, es una

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fuerza inextricablemente unida al Espíritu de la Tierra que anima a la naturaleza toda
y la hace tender hacia una existencia creadora de la vida, siendo ella misma vida.
Por eso hablo de ecos, porque en este aspecto se aproxima el autor a la filosofía de
la antigüedad, de manera más especial a la epicúrea y a la estoica. Esta idea clásica
de la naturaleza vivificante, que en la segunda parte estará asociada a la belleza,
que no depende de nada fuera de ella misma, por otra parte, aún teniendo presentes
las inclinaciones teosóficas de cuño panteísta de Goethe, enlaza, asimismo, con la
filosofía de Spinoza, uno de los autores más apreciados por él y al que le dedicó un
breve tratado escrito en sus primeros años en Weimar.

Pero, no hay que esperar que Goethe siga sin más los pasos del filósofo, no, cuando
llega a un determinado punto, le dice amablemente adiós. Es así como se entiende
que tras sus alabanzas a la filosofía spinozista, considere que si bien de acuerdo con
ella “el concepto de existencia y el de perfección son idénticos; cuando seguimos
este concepto tan lejos como nos es posible decimos que pensamos lo infinito”, es
decir, la existencia es Dios, sin embargo, se separa de él al considerar que ese
infinito nos está vedado al conocimiento, que “si quieres andar en lo infinito marcha
por lo finito en todas direcciones,” de manera que nuestra intuición va de “conexión
en conexión, pero no alcanza nunca el todo;” hay un límite de insondable misterio
que nuestra mente no puede traspasar. Otra desviación respecto al sistema de
Spinoza es el de la relación entre lo universal y lo particular, pues, si bien es cierto
que Goethe en esa línea afirma que “todas las existencias limitadas son en lo
infinito,” a continuación ya inicia un giro, “las existencias limitadas más bien
participan en lo infinito,” frente al dicho spinozista de que esas existencias están en
Dios, y en el tercer momento se separa totalmente del holandés,

No podemos pensar que algo limitado exista por sí mismo y, sin embargo,
todo existe realmente por sí mismo, si bien los estados de hallan
eslabonados de suerte que uno tiene que desenvolverse de otro, y así
parece que una cosa tiene que desarrollarse de otra, lo que no ocurre en
realidad; sino que un ser vivo presta a otro ocasión para que sea y le fuerza a
existir en un determinado estado. Toda cosa existente tiene, por lo tanto, su
existencia en sí y también la concordancia según la cual existe. La medición
de una cosa es una acción burda, que sólo como extremadamente
imperfecta se puede aplicar a los cuerpos vivos.

Es decir, queda bien reflejada la idea de que si bien cada individualidad forma parte y
pertenece a un todo, conserva en sí misma una existencia irreductible que la hace
ser un punto de tensión entre la esencia de la totalidad que todo lo engloba y su
esencia particular que conserva su propia mismidad. Esto hace que la concepción de
Goethe de la naturaleza sea muy dinámica, que la naturaleza esté siempre sujeta a
un movimiento evolutivo de carácter neptuniano, frente a aquellos que en el siglo
XVIII defendían las tesis rupturistas y violentas de acuerdo con las cuales la
superficie de la Tierra es como es por la acción de grandes explosiones volcánicas.
Y, por último, hay soterrada, más explícita lo es su teoría de los colores, una crítica a
la concepción mecánica de la naturaleza de inspiración newtoniana contra la que
toda la vida estuvo confrontado.

En otro orden de cosas se pueden comprobar los rasgos modernos en este primer
Fausto en varias escenas, situaciones o caracteres; así, la misma forma de abordar,
en la calle, a Margarita, la intimidad de su habitación, donde se plasma la separación
de lo público y lo privado, los mismos cambios que ella experimenta en su
personalidad; otro tanto se puede decir de las escenas del comienzo, en la fiesta de
Resurrección, a propósito de los comentarios de los burgueses, o en la taberna de

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Auerbach, en la que los ociosos parroquianos se frotan las manos al creer que tienen
un par de presas fáciles para burlarse de ellas.

Pero, lo que sobresale, por encima de todo, es la personalidad de Fausto. Anhelante


de saber, cae en un estado de tedio y descontento por no alcanzarlo, sus años de
estudio son un fracaso. Rota su esperanza de conocimiento, el pacto con
Mefistófeles le lleva a la acción. Antes de firmarlo, ya había mostrado esa inclinación
cuando se disponía a traducir el Nuevo Testamento, “en el principio era la acción,”
pero ahora, con el concurso de Mefistófeles esa guía será la que siga, siempre ya
entregado a una frenética actividad voraginosa que no encuentra sosiego. Porque no
se trata de acción solamente, sino de una acción incesantemente acelerada. Fausto
lo quiere todo ya, al momento, sin perder tiempo, quisiera poder volar para seguir el
sol, lo logra en el manto de Mefistófeles en su primer “viaje”, se burla de la ritualidad
de la bruja en su conjuro del brebaje para hacerlo rejuvenecer, quiere
inmediatamente conquistar a Margarita, pues, como se veía, no tiene ni siete horas
de paz para seducirla.

E íntimamente relacionado con este ímpetu de aceleración, está su actitud hacia el


tiempo. El tiempo se vuelve un bien escaso y apreciado, hay muy poco para todo lo
que es necesario hacer. Ahí sí estamos en plena modernidad. Es de por sí elocuente
la cláusula del contrato que introduce Fausto, si le dice al instante que se detenga,
que ese sea su final. La contraparte: “lancémonos a la embriaguez del tiempo/ y al
rodar del suceso./ Y que allí dolor y deleite/ éxito y adversidad/ alternen como
quieran entre ellos;/ pues el hombre sólo se afirma sin descanso.” 1.754-59. Y quiere
experimentarlo todo. Por su parte, Mefistófeles le dice a una bruja buhonera
vendedora de mercancías de todas clases, “¡Señora mía! Mal me parece que
entendéis los tiempos./ ¡A lo hecho, pecho! Y lo pasado, pasado está./ Dedicaos más
bien a las novedades./ Sólo las novedades nos atraen.” 4.110-13.

Y, por último, toda esa actividad tiene como su único referente este mundo, nada,
ninguna mira ni cuidado para otro mundo. Fausto celebra el reino de la Tierra, el
suyo es de este mundo. De este manan sus dichas y este es el sol que alumbra sus
penas. No hay ninguna preocupación que se salga de este marco. Lo que le es dado
tiene su asiento aquí abajo.

Estas serían algunas de las señas entrelazadas del clasicismo, de la modernidad y


del tiempo que podemos rastrear en el Fausto I.

Fausto II supone un sorprendente giro con respecto al Primero. Goethe, siempre


inclinado a evitar los caminos trillados o las continuaciones previsibles, si ya había
publicado un Fausto que, perteneciente a la tradición, tanto se alejaba de ella, tanto
más se distanciará en el Segundo de lo conocido [8]. Una ojeada al “Argumento” es
suficiente para vislumbrar a qué cimas literarias invita a ascender el autor. En el
comentario, el interés se centrará en la naturaleza y el amor, y, de nuevo, en los tres
mismos aspectos señalados: el clasicismo, la modernidad y el tiempo.

En lo que se refiere a la naturaleza, su fuerza, a la que se suma la ayuda de los


elfos, contribuye al restablecimiento del maltrecho Fausto tras su postración a
consecuencia de la tragedia de Margarita; al despertar, entona un himno más a la
fecunda tierra renaciente en el rocío del amanecer, “todo cuanto me circunda se
convierte en paraíso./ ¡Mira arriba! Las gigantescas cumbres montañosas/ anuncian
ya la hora más solemne;/ podrán gozar temprano de la luz eterna/ que más tarde acá
abajo desciende.” 4.694-98; cegado por el sol, vuelve su mirada a la cascada que
rompe de roca en roca. Asimismo, la naturaleza se convierte en un elemento
fundamental en la Noche de Walpurgis clásica [12], lo mismo que el bosquecillo al
que se retiran Helena y Fausto donde nacerá Euforión. A la muerte del hijo y la
marcha en pos de él de Helena, le sigue la llegada de Fausto a la “Alta montaña”
donde exclama, “Contemplando bajo mis pies las soledades más profundas,/ piso
con suma prudencia el borde de estas cimas/ abandonando el soporte de mi nube [el

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vestido de Helena], que suavemente/ en días claros sobre tierra y mar me ha
conducido./ Se desprende de mí lentamente, sin romperse en pedazos.” 10.039-43.

Al poco llega Mefistófeles, le explica que estas altas montañas fueron provocadas
por las toses de los diablos que convirtieron en cordilleras lo que era una tierra lisa, a
lo que Fausto le responde, “La masa montañosa es para mí noble y callada/ y yo no
pregunto de dónde viene ni por qué./ Cuando la naturaleza se fundó en sí misma,/
supo redondear el globo terrestre con hermosura,/ hallando su dicha en los picos y
simas,/ alineando roca tras roca y cima tras cima,/ modelando en cómodo descenso
las colinas,/ dulcificando su trazo, que en el valle se suaviza.” 10.095-102. A lo que
insiste Mefistófeles en la acción de los demonios, “yo estaba allí cuando todavía allá
abajo, en plena ebullición,/ el abismo se hinchó despidiendo torrentes de llamas;/
cuando el martillo de Moloch, forjando roca tras roca,/ cascotes de montañas a lo
lejos lanzaba.” 10.107-10. En la escena final, “Barrancos de montaña,” antes de la
parte final que tiene lugar en el mundo intermedio de santos y niños inocentes,
queda un resquicio para un apunte más sobre la naturaleza compañera de los
anacoretas, “Selvas que se aproximan,/ rocas que caen encima,/ raíz que al suelo
agarra,/ tronco que a tronco abraza./ De olas y olas que saltan/ la gruta honda
resguarda./ Leones mudos se arrastran/ mansos a nuestras plantas:/ honran lugar
sagrado,/ asilo de amor santo.” 11.844-53.

El carnaval que tiene lugar en la corte del Emperador reúne personajes de la cultura
clásica, alegorías y otros de la invención de Goethe, a todos los va presentando el
Heraldo. Entre los primeros, las Gracias que aportan alegría a la vida; las Parcas,
Atropos hila con el hilo más fino, Cloto interrumpe su función de cortar el hilo de la
vida, Laquesis ordena los hilos en madejas; las Furias, Alecto provoca los celos,
Mégera, arruina los matrimonios, Tisífone, vengadora de quien muda amores.
Presentadas por el Heraldo, a Angustia y Esperanza, dos grandes enemigas, las
tiene retenidas la Sabiduría. A continuación, el Muchacho Auriga increpa al Heraldo
para que interprete la alegoría que va en su carro; es Plutón, a quien desea el
Emperador, mientras que el Muchacho es la prodigalidad y la poesía, tan rico como
Plutón, pues adorna sus galas, lo que no tiene el de las riquezas lo da él sin tasa, y
se separan, Plutón “Sólo donde dulce claridad veas,/ do de ti fíes, a ti pertenezcas,/
do sólo gusta lo bello y justo,/ en la soledad: crea allí tu mundo”, y el Muchacho se
despide, “Como digno embajador yo me veo,/ pues como a fiel pariente yo te quiero./
Donde tu moras, reina la abundancia,/ donde yo, siente cada cual ganancia./ ¿Quién
no duda en esta vida dispar?/ ¿Se deben a ti, o a mi, entregar? Si los tuyos pueden
holgar ociosos,/ los míos siempre andarán afanosos.” 5.693-5.704. Entran los
faunos, un sátiro, los gnomos, los gigantes y las ninfas. Al comienzo del carnaval, el
Heraldo presentaba la fiesta, que dio comienzo con una procesión de plantas a las
que las jardineras invitan a cantar sus primores, el olivo no envidia a nadie y es el
alma de la tierra, corona de espigas, útil y deseada, ahora es bella estampa y los
capullos de rosas, que se abren cuando llega el verano, “¿Quién se priva de tal
dicha?/ Las promesas concedidas/ donde reina Flora son/ vista, mente y corazón.”
5.154-57.

Relacionado con la recreación particular de Goethe del mundo clásico está la ida de
Fausto, Mefistófeles no puede, hasta el submundo para sacarlos de allí y presentar
ante el Emperador a Paris y Helena. Este infierno pagano está custodiado por las
Madres, allá no hay espacio ni tiempo, no hay camino ni cerrojos que descorrer, es el
vacío y la soledad absolutos, “nada verás en esa eterna y vacía lejanía,/ no oirás los
pasos que des,/ nada firme hallarás donde poder reposar.” 6.246-48, Fausto le
responde “En tu Nada yo espero hallar el Todo.” 6.256. Para alcanzar aquel reino
lleva la llave, de poderes mágicos, y Mefistófeles le insta a que nada le perturbe, a lo
que responde Fausto “¡Pero si yo no busco mi salvación en quedarme parado!/ El
estremecimiento es de la humanidad el mejor lote;/ por caro que el mundo le haga
pagar el sentimiento,/ sólo conmovido siente hondamente el hombre lo grandioso.”
6.271-74. Mefistófeles le indica que baje al fondo o que suba, tanto da, que vaya al

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reino de la imágenes puras, las Madres, allá verá el trípode en llamas, lo profundo de
todo lo profundo, “gracias a su resplandor verás a las madres,/ sentadas algunas,
otras de pie o caminando,/ según les parece. Formación, transformación,/ eterno
pasatiempo de la mente eterna./ Rodeadas de imágenes de todas las criaturas/ ellas
no te verán, ya que sólo ven sombras./ ¡Ármate de valor, pues el peligro es grande,/
lánzate derecho al trípode,/ y tócalo con la llave!” 6.285-93. [20]

Recuperado, una vez más, Fausto de su desvanecimiento al querer separar a


Helena de Paris, se lanza en su búsqueda; “En el curso inferior del Peneo,” Quirón
[21] lo lleva hasta Manto que, subyugada por el empeño de Fausto, le dice, “Me
gustan los que anhelan lo imposible./ ¡Entra, temerario, que te vas a alegrar!/ Este
sombrío corredor lleva a la morada de Perséfone./ En la hueca base del Olimpo/
espía en secreto la prohibida visita./ Ya en otro tiempo conseguí colar aquí a Orfeo;/
¡aprovecha mejor la ocasión! ¡Venga! ¡Ten valor!” 7.488-94. Este ambiente clásico
[22-23-25] constituye una recreación muy libre de Goethe de la mitología griega; la
galería de personajes que forman parte de estas escenas es un fondo o marco que
siguen el hilo de la empresa de Fausto. Junto con la alabanza a los cuatro
elementos, “¡Gloria a las clementes brisas/ y a las misteriosas simas!/ Todos aquí os
alabamos/ cuatro elementos sagrados.” 8.484-87, tiene lugar la unión de los
contrarios, en este caso la del fuego y el agua, tal como se da cuando el Homúnculo
se encuentra con Tales, que defiende el principio del agua, y con Anaxágoras, el del
fuego, y se va con el primero, buscando la síntesis de los contrarios. Igual con
Galatea.

Transcurren en una Edad Media indefinida las escenas correspondientes a la


estancia de Mefistófeles y Fausto en la corte; así lo indican la figura del Emperador y
las que lo rodean –nobles caballeros, canciller, comandante del ejército, tesorero,
senescal y bufón, puesto que ocupará Mefistófeles-. El consejo de Estado está
reunido y se pone de manifiesto la ruinosa y caótica situación del reino, de hecho,
está en bancarrota. Es entonces cuando el bufón-Mefistófeles, insta al Emperador a
desenterrar los tesoros escondidos en épocas terribles y “todo eso se encuentra en
secreto sepultado en la tierra,/ es del emperador el suelo, así que para él será
aquello.” 4.937-38. Pero, en tanto aparezcan esos tesoros, tiene lugar un invento
mucho más efectivo, “Se hace saber a quien lo desee:/ el presente papel vale mil
coronas./ Como garantía cierta, le sirven de seguro/ innumerables bienes enterrados
en el imperio./ Se ha dispuesto que, una vez extraído,/ el rico tesoro sirva de
reintegro.” 6.057-62. Así se entera el Emperador por el senescal de que todas las
cuentas están pagadas y por el general de que el ejército está tranquilo, a pesar de
esas noticias cree ver en el papel moneda un fraude hasta que el tesorero le
recuerda que fue él mismo, disfrazado de Pan en el Carnaval, el que firmó los
pagarés y añade “Mirad vuestra ciudad: antes estaba medio podrida en muerte;/
ahora todo vive y bulle disfrutando el placer./ Aunque tu nombre ha tiempo que hace
la dicha del mundo,/ nunca se le consideró de modo tan amistoso.” 6.077-82. Queda
maravillado el Emperador por el efecto causado por el dinero y todos celebran las
grandes virtudes sociales que depara, declarando cada uno qué hará con lo que
recibe. Es el signo de la moderna economía dineraria.

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Uno más que tiene que ver con la modernidad es la tarea en la que Wagner está
inmerso: la creación de un hombre, pero no a la antigua manera torpe y bestial, es
decir, biológica, sino en el laboratorio, así se lo comunica a Mefistófeles,
¡Ya brilla! ¡Mirad! Ahora sí que se puede esperar/ que si partimos de muchos
cientos de ingredientes/ y mediante mezcla, pues todo consiste en la
mezcla,/ componemos fácilmente la materia humana,/ si además la
aglomeramos en un alambique/ y la destilamos convenientemente,/ al final se
habrá consumado calladamente./ [Mirando el hornillo.]/ ¡Está saliendo! La
masa bulle más clara/ mi convicción es cada vez más grande:/ lo que
ponderábamos misterio de la naturaleza/ osamos experimentarlo de modo
racional/ y lo que ella hasta ahora organizaba/ nosotros lo hacemos
cristalizar.” 6.848-60.

Así, en el futuro, se hará burla del azar, además un pensador fabricará un cerebro
excelente [18-19]. El homúnculo u hombrecillo comienza a hablar, reclama que lo
estreche con cuidado contra su pecho, todavía está dentro de una urna de cristal, y
saluda a Mefistófeles, “un buen hado te ha conducido a nosotros,/ y, pues existo,
también debo estar activo./ Quiero ponerme en el acto al trabajo,/ tú sabrás cómo
abreviarme los caminos.” 6.887-90. Lee el sueño de Fausto, que recrea la
concepción de Helena, Leda bañándose desnuda y Zeus en forma de cisne, y
propone ir a la noche de Walpurgis clásica, del noroeste de Mefistófeles al sudeste
donde tuvo lugar la batalla de Farsalia.

El tercer acto constituye un punto máximo de tensión e intensidad en la obra.


Entrevista Helena primero en la cocina de la bruja, dejando una profunda huella en
Fausto, emprende su búsqueda a los infiernos para que el Emperador pueda
contemplarlos a ella y a Paris, lo que provocó sus celos y la consiguiente postración

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del personaje, es ahora, cuando la recibe en su palacio como si de un señor feudal
se tratara. Se alcanza el hito culminante del amor, pero no solo eso, pues también
encierra una clave simbólica de gran alcance: el encuentro del mundo moderno,
disfrazado de medieval, con la antigüedad clásica [24-27].

En lo que se refiere al amor, la escena en la que Helena ocupa el trono que le brinda
Fausto viene dada como si se tratara de una danza. Helena invita a Fausto a que se
siente a su lado, él le rinde homenaje, de rodillas, y le pide que le nombre
corregente, pues el reino ya es de ella, así ganará un “adorador, sirviente y guardián,
todo en uno.” 9.364. Helena está asombrada, las extrañas palabras que escucha le
suenan gratas, y “es como si un sonido se armonizara con otro/ y cuando ya una
palabra se ha acoplado al oído/ viniera otra a acariciar a la primera.” 9.369-71;
Fausto le responde que si le deleita el hablar de su pueblo, más lo hará su canto,
“pero será mejor que lo practiquemos ahora mismo;/ la réplica dialogada lo estimula
y a ello invita.” 9.375-76. Y viene el diálogo que danza, 9.377-84,

Helena. Dime, pues, ¿qué haré para hablar tan bellamente? / So sage denn: wie
sprech ich auch so schön?

Fausto. Es muy fácil, tiene que salir del corazón / Das ist gar leicht: es muss von
Herzen gehn!

y cuando el pecho de nostalgia rebosa /Und wenn die Brust von Sehnsucht
überfliesst,

mira en torno y busca…/ Man sieht sich um und fragt -

Helena. a quien con él goza. / Wer mitgeniesst.

Fausto. Mas el alma nunca mira adelante ni atrás / Nun schaut der Geist nicht
vorwärts, nicht zurück

pues sólo el presente… / Die Gegenwart allein -

Helena. de dicha nos colmará. / Ist unser Glück.

Fausto. El es tesoro, ganancia, el bien más preciado, /Schatz ist sie, Hochgewinn,
Besitz und Pfand;

¿mas quién da garantía de ello?... / Bestätigung, wer gibt sie?

Helena. mi mano.” / Meine Hand!

El entrelazarse del diálogo como una danza no es otra cosa que el rimar. Helena, en
pasajes anteriores, se había expresado en trímetros yámbicos, ahora, se maravilla
del sonido de las palabras y Fausto la inicia en la versificación y se pasa al dístico
rimado; viene, entonces, de la mano, el sentimiento inmediato e íntimo del amor, en
consonancia con él la armonía en la expresión del mismo, Helena termina los versos
de Fausto, él emplea la métrica griega, y todo conduce a trascender el momento
presente; más allá del tiempo y del espacio de cada uno de ellos, es posible
encontrarse en un punto en el que los amantes se compenetran, gracias al amor,
tomando cosas del otro. El coro describe la escena, “Cada vez más cerca están ya
sentados,/ el uno sobre el otro inclinado./ Hombro contra hombro, rodilla con rodilla,/
mano en mano se mecen/ sobre la majestuosidad/ almohadillada del trono./ La
majestad no se prohíbe/ la presuntuosa exhibición/ de secretas dichas/ ante los ojos
del pueblo.” 9.401-10. Los arrullos continúan, Helena “Me siento tan lejos y al tiempo
tan cerca/ y me encanta repetir: aquí estoy, aquí toda entera.” Fausto “Apenas

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respiro, la voz me tiembla y se me corta:/ esto es un sueño, se desvanecieron el
lugar y la hora.” Helena “Creo ya haber vivido todo y empero estoy nueva,/ a ti
ligada, fiel al desconocido sin reserva.” Fausto “¡no escarbes en la sin par fortuna!/
La existencia es un deber, aun si poco dura.” 9.411-18.

Pero el sentido de la escena no se queda ahí, en el diálogo amoroso en que se borra


cualquier otra cosa que no sea el gozar mismo de la presencia del otro se esconden
otras claves. Una sería la que ve en Fausto al hombre moderno, lleno de energía y
acción, siempre impulsado a ir más allá, a hacer lo que sea para conseguir lo que se
propone, y en Helena el símbolo de la belleza clásica, a la que Fausto le pide que no
piense en su destino, que viva esta existencia, que olvide su pasado. En este juego
de tiempos, Helena se moderniza, la rima remite a la interioridad moderna, mientras
Fausto se expresa como un griego clásico al poner énfasis en el momento presente
y evitar el peso del pasado y la incertidumbre del futuro. A esto último se refería
Goethe como “la salud del momento,” signo propio del mundo clásico. Y habría otra
clave, la belleza, simbolizada en Helena, remite en la concepción del mundo en la
Antigüedad a la propia naturaleza y esta a la sabiduría antigua y, por ello, al antiguo
arte de vivir. Fausto, el incontinente Fausto, el imperioso personaje, el siempre
perseguidor de lo más lejos, se entrega al instante y roza la ruptura del pacto con
Mefistófeles cuando le confió que se rompía cuando dijese, “detente instante, eres
tan hermoso.”

Euforión encarna el espíritu “fáustico.” En efecto, al poco de nacer, tal como lo


describe Fórcida-Mefistófeles al coro, “desnudo, un genio sin alas, como un fauno no
animal,/ salta sobre el firme suelo; mas al hacerle rebotar el suelo,/ presto lo lanza a
las alturas y en un segundo y un tercer salto/ ya toca la alta bóveda./ Temerosa la
madre grita: salta cuanto quieras y a tu gusto,/ mas guárdate de volar, volar libre te
está vedado.” 9.603-08. Euforión no muestra ninguna prudencia, sus brincos lo
impulsan, en contra del consejo de sus padres, a volar; frenando su ímpetu, en
juegos con las muchachas, quiere ser cazador, pues “los logros fáciles/ a mí me
asquean,/ sólo lo forzado/ me causa agrado,” es decir, le vuelve a acometer su
particular hybris. Los padres lamentan su falta de medida, por su parte, él arrastra a
una muchacha “para un deleite forzado./ Para mi placer y mi goce/ oprimo ese pecho
que se resiste,/ beso esa boca que me rechaza/ y muestro mi voluntad y mi fuerza.”
9.795-99. Pero, la joven se eleva, Euforión la sigue, sus padres vuelven a temer lo
peor, él no entona el himno de la paz sino el de la guerra, y en pos de ella grita “nada
de vallas ni de muros,/ cada cual confiando sólo en sí mismo;/ es fuerte castillo y
resistente/ el broncíneo pecho del hombre./ Si queréis vivir no conquistados/ armaos
ligeros y corred al campo;/ las mujeres se tornan amazonas/ y cada niño se vuelve
un héroe.” 9.855-62. Sigue a la gloria, sumándose a los fuertes, libres y audaces, sus
padres le reprochan que no signifiquen nada para él, que no le de importancia a la
vida, y su respuesta les llena de espanto, “¿es que no oís tronar sobre el mar?/
Óyese allí retumbar de valle en valle/ entre polvo y olas hueste contra hueste,/
ímpetu tras ímpetu hacia el dolor y el tormento./ Y es la muerte/ el mandato:/ eso
bien se entiende.” 9.884-90. En efecto, es el espíritu fáustico de la modernidad.

Que se enlaza con el cuarto acto [28-29-30]. Después de la conversación entre


Fausto y Mefistófeles sobre el origen de las montañas, vista párrafos atrás, de nuevo
se encuentra un reclamo, una urgencia de acción. Mefistófeles le pregunta por sus

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planes, Fausto le responde que los adivine, a lo que aquel presenta una bulliciosa
ciudad, con sus callejuelas y mercado, con tráfico y avenidas, gozando el ir y venir
de los carruajes; no es eso para Fausto. El otro continúa, construiría un palacio de
recreo, lleno de praderas y surtidores de agua, y bellas mujeres tendrían cómodas
casitas, “allí pasaría el tiempo sin contarlo/ en la soledad más deliciosamente
acompañado.” 10.174-75. Un cómodo retiro. Fausto lo tacha de vil y moderno.
Entonces qué busca, ¿la fama?, no se hace esperar su respuesta “la acción lo es
todo, nada es la fama.” 10.188. Mefistófeles cree que siempre habrá un poeta loco
que proclame su locura, Fausto replica que no entiende ni sabe lo que el hombre
precisa y, a la pregunta de cuáles son sus planes, responde

Sintiéronse mis ojos atraídos por el mar;/ lo vi cómo se hinchaba y sobre sí


mismo se alzaba,/ para luego ceder y extender sus olas/ anegando toda la
amplitud de la lisa orilla./ Y eso me disgustó; lo mismo que la prepotencia,/ a
un libre espíritu que valora todos los derechos,/ una sangre que se inflama
apasionada/ un sentimiento de desagrado le traslada./ Pensé que sería algo
casual y agucé mi vista:/ detúvose el oleaje y luego reculó hacia atrás/
alejándose de la meta orgullosamente alcanzada./ Mas repite su juego en
cuanto la hora llega./ Así avanza la ola y en más de mil rincones,/ infértil ella
misma, la infertilidad extiende./ Ahora se hincha y crece y rueda recubriendo/
los desoladores espacios de las costas desiertas./ Domina allí ola tras ola,
animada de fuerza,/ que luego se retira sin haber logrado nada,/ cosa capaz
de angustiarme hasta la desesperación./ ¡Oh, fuerza sin objeto de los
indómitos elementos!/ En ese punto mi espíritu osa volar por encima de sí
mismo:/ en esto querría yo luchar, esto es lo que querría vencer.” 10.198-221.

La orilla del mar no da nada, no produce nada, ningún beneficio de esa incesante, e
inútil, actividad. Qué desperdicio, qué disgusto. Hay varios faustos en el Fausto de
Goethe. Marshall Berman habla de sus tres metamorfosis, el soñador, aquel que se
muestra desde el principio de la obra hasta el pacto con Mefistófeles buscador
apesadumbrado de los secretos de la naturaleza, el amante, prendido de su amor
por la humilde y sencilla Margarita que, por cierto, se va acomodando a la situación
de enamorada y regalada encontrándose confrontada con aquel su pequeño mundo
y con su propia conciencia, y el desarrollista, este que ahora empieza a
manifestarse. El primero es el intelectual, diríamos nosotros, el hombre de
pensamiento que cavila en soledad y que se desentiende del mundo. El segundo,
vía el amor, se abre al entorno y en su autodesarrollo como persona, también
procura el de su enamorada, aunque eso la lleve a la tragedia, expulsada de su
pequeño mundo por la justicia, pero, sobre todo, por su propia conciencia que la
hace asumir su papel hasta la muerte. El tercero es este planificador moderno en el
que se reúnen el saber y la coordinación de acciones, este es el que se vuelca al
mundo no para contemplarlo, sino para transformarlo.

Y se pone manos a la obra, “presto he trazado en mi mente plan tras plan:/ consigue
para ti el exquisito deleite/ de expulsar al poderoso mar de la orilla,/ de estrecharle
los límites a la húmeda extensión/ y obligarla a retroceder muy adentro de sí misma./
He sabido estudiar el asunto punto por punto;/ éste es mi deseo, ¡atrévete tu a darle
tu impulso!” 10.227-33.

Mefistófeles sabe que el Emperador está en apuros, pues ignoraba que no se podía
reinar y divertirse al mismo tiempo; Fausto lo expresa claramente, “¡Un gran error! El
que deba mandar/ tiene que hallar su dicha en el mando./ Su pecho estará lleno de
una voluntad muy alta,/ mas ningún hombre debe sondear qué quiere.” 10.252-55.
Desatendiendo sus deberes, el reino cayó en la anarquía y el desorden; condiciones
que dieron lugar al descontento, primero, y a buscar un nuevo Emperador que
pusiera orden, después. Fausto se pone a su servicio en esa contienda civil,
ayudado por los chicos de Mefistófeles, Matasiete, Manoslargas y Puñoprieto.

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Gracias a las artes de Mefistófeles, el Emperador gana la guerra, concede diversas
prebendas a sus ministros y el Arzobispo, que ve en la victoria la mano de Satanás,
le pide que levante un templo en el lugar profanado y que “A ese hombre tan
malfamado/ se le ha cedido el litoral del reino; mas sobre él caerá el anatema/ si no
le das también, arrepentido, a la alta autoridad de la Iglesia,/ los diezmos, tributos,
donaciones y derechos de ese lugar. El Emperador. Esa tierra aún no existe, está
toda bajo el mar. Arzobispo. Quien tiene el derecho y la paciencia, también ve
llegado su tiempo./ ¡Quiera seguir en vigor Vuestra palabra para nosotros!” 11.035-
41.

Pero, algo se interpone entre el furor constructor de Fausto. La cabaña [33]. A ella
llega un joven Viajero al que Filemón le aclara el misterio del cambio del paisaje,
“Ágiles peones de unos sabios señores/ excavaron fosos, alzaron diques,/
reduciendo los derechos del mar/ para ser ellos señores en su lugar.” 11.091-94, lo
que ocupaba el mar y la playa son ahora jardines y “un espacio densamente
poblado.” El viajero calla, Baucis sospecha de la bondad de los métodos empleados
en la obra, “Durante el día, en vano hacían ruido los peones/ con el pico y la pala,
golpe tras golpe,/ pues en donde de noche unas llamitas flotaban/ ya un dique al
siguiente día se alzaba./ Hubo de correr la sangre de víctimas humanas,/ pues de
noche gritos de suplicios resonaban;/ corrían ríos de fuego hacia el mar/ y por la
mañana ya había allí un canal.” 11.123-30. Tachan de impío a Fausto, su vecino, que
quiere apoderarse de su pequeña posesión, a cambio de una buena finca en los
nuevos campos, pero Baucis previene a Filemón, “No te fíes de un suelo que antes
fue del agua,/ y mantente firme en nuestra colina.” 11.137-8.

La contraparte es el malestar del insaciable, tan antiguo y tan moderno, Fausto,


“¡Maldito toque de campana! Mucho me agravia/ cada vez que me hiere como un
golpe a traición./ Ante mi vista mi reino es infinito,/ pero a mis espaldas me come la
desazón/ recordándome con este envidioso sonido/ que no está completa mi gran
posesión,/ que la zona de los tilos, la oscura cabaña,/ y la capilla ruinosa no son
mías.” 11.151-58. Esa es su espina. Entre tanto, atraca en el puerto un navío, al
mando del que va Mefistófeles, acompañado de aquellos tres personajes que habían
ayudado a Fausto en la guerra del Emperador, lleno de mercancías y de barcos
apresados en el mar donde, según uno de los secuaces “pues quien tiene la fuerza,
tiene la ley./ Lo que importa es el Qué y no el Cómo./ No me haría falta saber
navegación:/ guerra, comercio y piratería/ son una trinidad sin división.” 11.184-88.
La tripulación muestra su malestar por el desdén con que Fausto observa las
riquezas que traen.

Mefistófeles, entonces, le inquiere qué tiene, que ya lo consiguió todo con la


conquista del mar, a lo que Fausto ya no puede reprimir su disgusto, “Y eso que al
decírtelo me siento avergonzar:/ los viejos de allá arriba deberían esfumarse,/ me
gustaría instalarme donde están los tilos;/ esos pocos árboles que no son míos/ me
arruinan la completa posesión del mundo.” 11.238-42. Quiere gozar con la vista todo
el conjunto que levantó, “por eso me atormenta del modo más duro/ sentir lo que nos
falta en medio de tanta riqueza./ El sonido de la campana y de los tilos el aroma,/ me
envuelven como en la iglesia o en la fosa./ La voluntad y arbitrio del que es
todopoderoso/ se estrellan aquí, contra esta arena./ ¿Cómo puedo quitármelo de la
cabeza?/ Suena la campanita y la cólera me llena.” 11.251-58. Qué distinta de
aquella otra, que sonaba el día de Pascua, cuyo sonido evocó infantiles recuerdos
que le hicieron apartar los labios del veneno que estaba a punto de tomar. Y Fausto,
tan moderno, da la orden a Mefistófeles de que arregle el asunto, “¡Pues ve allí de

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una vez y aléjalos de mi lado!/ Tu ya conoces la hermosa finquita/ que elegí para los
viejos.” 11.275-77. Antes de salir a cumplirla, Mefistófeles se dirige a los
espectadores “Aquí también vuelve a ocurrir lo que pasó hace tiempo,/ pues ya hubo
una vez una viña de Nabot (Reyes I, 21).” 11.286-87 [34].

El vigía Linceo describe el fuego que está acabando con la cabaña, al cabo,
Mefistófeles llega con sus secuaces y le cuenta que llamaban a la puerta y no había
respuesta, tumbaron la puerta, del susto se murieron los dos viejos, al Viajero lo
ultimaron y una chispa desencadenó un incendio que fue pira para los tres. Fausto
protesta, él quería un trueque, no un latrocinio; el Coro apunta fino “Se aplica aquí un
dicho de antaño:/ obedece al poder de grado;/ y si resistir te empeñas,/ arriesga tu
vida y tu hacienda.” 11.374-77.

A “Medianoche” llegan hasta el palacio cuatro figuras flotantes, Escasez, Deuda,


Pobreza e Inquietud, las tres primeras no pueden entrar, solo la última lo hace por el
ojo de la cerradura. Diálogo entre ella y Fausto. Lamenta sus maldiciones a sí mismo
y al mundo, no se libra de fantasmas, grazna la mala suerte un pájaro. Ella le
pregunta si nunca lo asaltó la inquietud, y Fausto pinta su autorretrato: se dedicó a
correr el mundo, a cumplir sus deseos en una marcha trepidante, a mirar a la Tierra
porque no se perdió en la eternidad, pues lo que él conoce se puede agarrar. La
Inquietud le recuerda su poder, Fausto la despide, ella le muestra sus debilidades, él
no acepta su poder, ella lo maldice “los hombres son ciegos a lo largo de toda su
vida;/ ahora, Fausto, sé también tú ciego al final de la misma.” 11.497-98. Fausto,
rodeado por la oscuridad, siente en sí una luz interior y llama a sus sirviente, a
trabajar, a realizar lo trazado, “para dar fin a la más grande empresa,/ basta para mil
manos una sola cabeza.” 11.509-10.

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Pero el deleite que Fausto siente al oír el ruido de las palas, ahora ciego, es
equivocado, pues no responde al objetivo por él planeado, desecar una ciénaga
donde puedan vivir millones de gentes, “verdes los campos fértiles; hombres y
rebaños/ de inmediato a gusto en la tierra más reciente,/ en seguida instalados en lo
más recio de una colina/ alzada con rodillos por un pueblo laborioso y audaz./ Aquí,
en la parte de dentro, una comarca paradisíaca,/ allá fuera que se alcen furiosas las
olas hasta el borde,/ y si, a fuerza de bocados, tratan de entrar con violencia,/ de
común acuerdo corren todos a cerrar la brecha.” 11.565-72. Abocado a la ejecución
de este plan, Fausto concluye “solo merece la libertad, lo mismo que la vida,/ el que
tiene que conquistarlas cada día./ Y, de esta suerte, rodeados de peligros, aquí/
pasan sus esforzados años hombres, niños y ancianos./ Esta afanosa actividad es lo
que me gustaría ver:/ sobre un suelo libre hallarme junto a un pueblo libre./ Entonces
podría decirle al instante:/ ¡detente pues, eres tan bello.” 11.575-82. Estos apretados
ocho versos son la despedida del nuevo Fausto, del Fausto plenamente moderno,
pues añadido a su afán desmesurado de planificación y dominio totales y absolutos
no importando el precio que haya que pagar, como el de Baucis y Filemón, enarbola
la bandera del individualismo, cada uno es hijo de sus obras, por tanto, la condición
de cada cual es puesta en cuestión cada día, la bandera de conjurar los peligros que
acechan a la humanidad con el esfuerzo de todos y la bandera de extender la
libertad a todo el pueblo. El último verso, por otra parte, no significa la ruptura del
pacto, pues está condicionado al “podría” del anterior.

Pero, como decía, la fruición de Fausto al oír el entrechocar de las palas parte de un
error, no sabe que lo que los lémures están cavando es su propia tumba. Así y todo,
aún le queda un resquicio de afirmación de la Tierra y de rendirle un tributo a la
utopía consumada: “La huella de mis días terrenales/ no puede sin más sumirse en
las eternidades./ Sintiendo ya un anticipo de esa dicha tan grande/ gozo ahora
mismo del supremo instante.” 11.583-86 [Fausto cae de espaldas, los lémures lo
recogen y lo tienden sobre el suelo].

El combate contra la naturaleza inútil, el necesario movimiento y organización de


miles de trabajadores, no hay señales de inventos o instrumentos de técnicas más
sofisticadas, solo la pala y el pico, la capacidad de plan y de mando para que todo
ese ejército industrial cumpla el cometido asignado, la aniquilación de todo lo que
suponga un obstáculo, el entusiasmo y la pasión por la acción misma y, sobre todo,
por encima de todo, un fin, un objetivo, una meta que justifique y al que se pliegue
ese esfuerzo, ese dolor, esa destrucción. El desarrollo y la libertad. Qué moderna
suena esta melodía de Goethe en su segundo Fausto. Es moderno, sí, pero como lo
recuerda Mefistófeles, también hay un fondo antiguo, el poder violento e ilimitado,
como el ejercido contra Baucis y Filemón, es una vieja tentación del hombre. En
nada entorpecía la cabaña los planes de Fausto, pero una vez desencadenado el
ciclón desarrollista no se puede hacer ninguna excepción, triunfo absoluto de una
absoluta homogeneidad que no consiente el más mínimo resto de particularidad.
Una razón del todo, totalizante, da en una razón totalitaria. Y habiendo hecho tabla
rasa de todo, ya solo le queda morir.

Este había abandonado hacía tiempo a aquel otro Fausto, continuador del
enamorado de Margarita, que trajinaba endechas con su amada Helena, el Fausto
trasuntado de clásico. Aquel en el que el amor, además de ser un impulso a ir más
allá de uno mismo, le acercaba a la divinidad en la medida en que el amor entre dos
da lugar a un tercero tal como lo expresaba Helena “Amor que da humana dicha/
debe reunir a dos seres,/ mas para dicha divina/ en tres funde ese deleite. Fausto
Entonces, ya está logrado: yo soy tuyo, tu eres mía,/ y así estamos vinculados/ y
sólo así ser podía.” 9.699-706. Pero, el fáustico Euforión dio al traste con este Fausto
que dio, después, en cambiar el mundo.

A motivos distintos, tiempos diferentes. El propio de la modernidad es un tiempo de


la velocidad y de la prisa. Goethe acuñó una palabra para ese nuevo signo de los
tiempos, veluciferino, veloziferisch; en una carta dirigida a Zelter, en junio de 1825,

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dejaba muy clara su visión de los nuevos tiempos modernos, “hoy todo es ultra, todo
se trasciende irresistiblemente, en el pensamiento y en la acción… Riqueza y
rapidez son eso que maravilla y mueve el mundo; ferrocarriles, telégrafos, barcos de
vapor y todas las facilidades de la comunicación son eso a lo que aspira el mundo,
con el objetivo de superarse, de ir más allá de toda medida alcanzada”. Hay que
acelerar el tiempo para que las cosas sigan ese curso destinado.

Por contra, en la recreación que hace Goethe del clasicismo, de manera más
ajustada en el pasaje del encuentro de Fausto y Helena, concede el más alto lugar al
instante o, por mejor decir, a la suspensión del instante, es decir, “vivir en la salud del
momento.” Fausto había estado a punto de romper su pacto, el que decía que nunca
debía detener el momento, como cuando le decía a Margarita “sentir una dicha que
debe ser eterna”, pues ¿qué diferencia hay entre la eternidad y la suspensión del
momento?, o como cuando dice de sus planes de desarrollo, “podría decirle al
instante: ¡detente pues, eres tan bello,” atenuado, como se decía, por el “podría”,
pero con Helena es otra cosa. En su retiro con ella, se entrega a la vivencia del
momento. Recordemos: Helena “Me siento tan lejos y al tiempo tan cerca/ y me
encanta repetir: aquí estoy, aquí toda entera.” Fausto “Apenas respiro, la voz me
tiembla y se me corta:/ esto es un sueño, se desvanecieron el lugar y la hora.”
Helena “Creo ya haber vivido todo y empero estoy nueva,/ a ti ligada, fiel al
desconocido sin reserva.” Fausto “¡no escarbes en la sin par fortuna!/ La existencia
es un deber, aun si poco dura.” 9.411-18. El arrullo enamorado desvanece el tiempo.

¿Qué nos queda, entonces? ¿O vivencia desenfrenada, pendiente siempre de lo


porvenir al que todo, incluido el momento presente, se doblega por mor de las
exigencias de lo que vendrá, sea ese venir personal o colectivo, biográfico o
histórico, o por el contrario el éx-tasis recíproco del arrobamiento amoroso donde no
hay ni lugar ni tiempo porque, precisamente, nada importa sino ese fundido y
desligado vivir? Qué raro sería que Goethe, maestro de avenencias y mediaciones,
más neptuniano que volcánico, no esbozara una mediación más para el dilema
temporal planteado. No lo encuentro en el Fausto, o lo no supe encontrar, pero en
una de sus tempranas conversaciones con Eckermann, la mantenida el 18 de
septiembre de 1823, a propósito de la diferencia, en lo que se refiere a la creación
literaria, de generaciones entre la suya, que se encontraba ante caminos
inexplorados, y la de los jóvenes como él, como Eckermann, que ya encontraron una
brecha abierta y, por tanto, ya no tienen que recaer en los errores de la anterior, sino
que deben aprovechar sus consejos, en esa conversación concluye, y quizá esta
sería una senda de mediación entre las dos concepciones irreconciliables sobre el
tiempo, “No basta dar pasos que algún día pueden llevar a la meta, sino que cada
paso debe ser meta, sin dejar de ser paso.”

Quisiera añadir un comentario más, relativo a la religión. Se puede afirmar que


Goethe es verdaderamente religioso. Teniendo presente que la propia Iglesia
Católica no lo sería, si entendemos por religiosa aquella actitud que conlleva entre
otras señas de identidad la de la universalidad. Pues, la católica, traicionando su
propio nombre, nada tiene de religión universal mientras mantenga como uno de sus
principios el de la condenación eterna. No puede ser universal una religión cuando
divide, y nada menos que para toda la eternidad, en dos a la humanidad, la que se
salva de la que se condena. En Goethe la réplica del “Ist gerettet!” (“está salvada”)
que exclama una “voz desde arriba” del penúltimo verso de Fausto I en referencia a

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la salvación de la infanticida Margarita, son los versos de los ángeles que están
volando en la zona más elevada de la atmósfera y llevan la parte inmortal de Fausto,
que rescataron de Mefistófeles y sus ayudantes mediante una lluvia de pétalos de
rosas, versos que dicen “Del Malo salvó noble presa/ de los espíritus miembro./ A
quien siempre aspira y se esfuerza,/ a ese salvar bien podemos./ Y si por él se ha
interesado/ el amor desde lo alto,/ coros de bienaventurados/ le acogerán en sus
brazos.” 11.934-41.

Una religiosidad que fía más de la magnanimidad, del esfuerzo y del amor que de la
más estricta y formal justicia.

Argumento

Fausto. Una tragedia (1-353) viene precedida por una “Dedicatoria”, en la que el
autor entona un canto a los amores y a sus amigos ya idos, un “Prólogo en el teatro”,
en el que el director, el bufón y el dramaturgo, desgranando cada uno de ellos sus
argumentos, confrontan sus puntos de vista sobre el teatro, y el “Prólogo en el cielo”,
evocación de la parte inicial del Libro de Job, donde tras el canto de Rafael al sol, de
Gabriel a la tierra y al mar y de Miguel al entrelazamiento del mar y la tierra, Dios le
pregunta a Mefistófeles si conoce a su siervo, Fausto, a lo que el diablo le responde
que sí, que es muy inquieto y que, si le permite tentarlo, caerá en sus manos.

Fausto I (354-4.612) consta de 25 escenas en un solo acto. Las primeras dan cuenta
de las inquietudes nocturnas del personaje en busca del conocimiento y la
invocación al Espíritu de la Tierra, de la contemplación en todo su esplendor del
espectáculo de la naturaleza, así como de la discusión con su fámulo, Wagner. El
domingo de Pascua salen los dos al aire libre, se encuentran con gentes del pueblo
que reconocen a Fausto y le muestran su respeto, a la vuelta a la casa les sigue un
perro negro, que resultará ser Mefistófeles, con el que Fausto firmará el pacto;
también, Mefistófeles, vestido con la ropa de Fausto, platicará con un estudiante con
ansias de saber al que le recomienda el estudio de la medicina. Primera experiencia
de las artes mefistofélicas en la taberna de Auerbach y visita a la bruja para recobrar
la juventud de Fausto. Su encuentro con Margarita en la calle, entran, después, él y
Mefistófeles, en su cuarto y le dejan una cajita con joyas. Se acaban conociendo,
Fausto y Margarita, en casa de Marta con la que se había entrevistado Mefistófeles
para darle cuenta de su marido desaparecido. Tras este encuentro Fausto se retira al
bosque. Después, muere la madre como consecuencia del somnífero que le había
dado Fausto a Margarita para poder estar juntos, muere, también, el hermano a
manos de Fausto, se desespera Margarita en la iglesia. Entretanto, Mefistófeles y
Fausto acuden al aquelarre de la noche de Walpurgis. Por último, Margarita es
encerrada y condenada por haber acabado con la vida de su bebé. Pero se salva.

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Fausto II tiene una estructura muy diferente; su unidad viene trenzada en cinco
actos. El acto Primero (4.613-6.565) consta de varias escenas: “Lugar ameno”,
Fausto repone sus fuerzas debilitadas por la situación vivida con Margarita, “Palacio
imperial. Sala del trono”, ambiente de una corte medieval nórdica donde se pone en
evidencia la penosa situación económica del reino, “Vasta sala con aposentos
contiguos”, en la que el autor, recreando un carnaval, hace gala de una poderosa
fantasía en la que se reúnen personajes clásicos con otros creados por él, “Jardín de
recreo”, la penuria económica paliada por el invento del papel moneda, “Galería
oscura”, Mefistófeles se niega a ir a buscar a Helena, es un diablo medieval sin
poder en el mundo pagano, por lo que es Fausto el que tiene que ir a buscarla
gracias a la llave y al trípode, instrumentos propios del ocultismo medieval, “Salas
resplandecientes por la iluminación”, Mefistófeles prodiga remedios, mientras
regresa Fausto, y “Sala de los caballeros”, Fausto presenta a Paris y a Helena,
alabado uno por las mujeres, la otra por los hombres, cuando los amantes clásicos
se entregan a un juego erótico, Fausto no puede reprimir sus celos, intenta
separarlos, se desmaya y se desvanece el encanto.

Las escenas del Segundo acto (6.566-8.487) son, “Estrecha habitación gótica de alta
bóveda”, el cuarto de Fausto, de nuevo el doctor está exhausto, ahora por haber
intervenido entre Paris y Helena, Wagner ya es doctor, “Laboratorio”, donde crea al
Homúnculo, un hombre artificial, que recomienda como remedio para que Fausto
recobre la salud un viaje a la Grecia clásica; Mefistófeles se resiste, no es su mundo,
pero el Homúnculo le recuerda las brujas de Tesalia, lo que le convence para
emprender el viaje a través del tiempo, “Noche de Walpurgis clásica”, Fausto recobra
el sentido, Mefistófeles, el Homúnculo y el doctor se separan para encontrar a
Helena, “En el curso superior del Peneo” presenta el espectáculo de diferentes seres
mitológicos, unos, de creación de Goethe, otros, donde Mefistófeles se desenvuelve
como puede, aparece Fausto y pregunta cómo llegar hasta Helena, las esfinges le
dicen que le orientará Quirón, “En el curso inferior del Peneo” Fausto se encuentra
con el Centauro que intenta disuadirlo de su empeño, el tiempo también afecta a los
personajes literarios, lo lleva con Manto, hija de Esculapio, para que lo cure de su
locura, pero ante la pretensión de Fausto de buscar lo imposible, le acerca a la
cueva de Perséfone, “En el curso superior del Peneo”, Mefistófeles y el Homúnculo
se encuentran con Tales, que defiende el principio del agua, y Anaxágoras, el del
fuego, el Homúnculo, buscando la síntesis de los contrarios, al provenir del fuego se
va con Tales; por su parte, Mefistófeles, convence a las gorgonas para que le
presten su espantosa figura, es la Fórcide o Gorgona, “Bahías rocosas del mar

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Egeo”, celebración marina a la que llega la hija de Nereo, Galatea, que une al
Homúnculo, fuego, con el agua, naciendo de esa unión la vida.

El tercer acto (8.488-10.038) se abre con “Ante el palacio de Menelao en Esparta”


Helena va delante de Menelao para hacer los preparativos del sacrificio propiciatorio
tras regresar de la guerra de Troya, pero, Mefistófeles, en la figura de Gorgona la
convence de que la víctima será ella misma y le ofrece la posibilidad de huir al Norte,
“Patio interior del castillo”, Fausto es el señor de este castillo, y en él recibe a
Helena, “Bosquecillo umbrío” donde retoza el hijo de Helena y Fausto, Euforión, cuya
insensata tendencia a ir hacia lo alto trunca su vida, lo que hace que Helena lo siga
al Hades; siguiendo el consejo de Fórcida-Mefistófeles, Fausto, agarrado al vestido
de su amada, es lo que quedó de ella, se eleva a las más altas cimas.

Cuarto acto (10.039-11.042), “Alta montaña”, una vez más Fausto se repone de sus
desdichas y se pone como meta la acción, desoyendo la alternativa que le propone
Mefistófeles de retirarse a un epicúreo buen vivir, el emperador está en problemas,
se une a sus fuerzas, “En las estribaciones montañosas” con la ayuda de personajes
proporcionados por Mefistófeles logran la victoria sobre el antiemperador. Por último,
“La tienda del emperador usurpador”, el victorioso emperador reparte honores y
prebendas a su séquito; a Fausto le concede la franja costera donde emprenderá
sus últimos trabajos.

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Quinto acto (11.043-12.111), “Región abierta”, Fausto abocado a un frenético furor


constructivo quiere acabar con el obstáculo que suponen para sus planes Baucis y
Filemón, escena íntima del matrimonio que cuenta sus desdichas a un joven viajero
al que habían socorrido tiempo atrás, “Palacio”, Mefistófeles regresa de una
expedición pirata cargado de tesoros, “Noche profunda” Mefistófeles acaba con la
casa y con el matrimonio, “Medianoche”, se acercan cuatro figuras al palacio de
Fausto, una de ellas, Preocupación, puede entrar, le echa el aliento y lo deja ciego,
“Gran patio delante del palacio”, Fausto todavía piensa en sus industriales planes,
pero su fin es inminente, “Sepultura”, Mefistófeles no consigue quedarse con el alma
de Fausto porque la rescatan los ángeles, y la última escena, “Barranco de
montaña,” santos de diverso signo y la propia Margarita logran el perdón de Fausto
gracias a la intercesión de la Virgen y cantando el Coro Místico los versos finales,
“Todo lo perecedero/ no es más que una imagen;/ cuanto allá es inalcanzable/ ya es
aquí suceso./ Lo que jamás se ha descrito/ vuélvese aquí un hecho;/ es lo Eterno-
Femenino/ lo que empuja al cielo.” 12.104-11.

Antología de algunas citas de Poesía y verdad y de Conversaciones con Goethe en


las que se menciona el Fausto.

Poesía y verdad

[1] En la otra parte de la ciudad había un terreno comunal análogo, sólo que más
extenso, adornado también con otra fuente y con tilos todavía más hermosos. Allá
dirigíanse en Pascua de Pentecostés los rebaños de ovejas, y a la vez y junto a los
muros los pobres y pálidos huérfanos al aire libre, pues hasta mucho después no se
cayó en la cuenta de que a aquellos chicos desvalidos, que andando el tiempo
habrían de verse obligados a bandearse solos por el mundo, debía ponérseles
desde muy pronto en contacto con él, en vez de hostigarlos de una manera triste, y
acostumbrarlos mejor, desde luego, a servir y aguantar, abogando todas las razones
por que desde pequeños se les fortaleciera, tanto física como moralmente. Las
nodrizas y ayas, que de buen grado están siempre dispuestas a salir de paseo, no
dejaban nunca, desde los primeros tiempos, de llevarnos y conducirnos también a
aquel sitio a nosotros, de suerte que aquellas rústicas fiestas figuran en el número de
las primeras impresiones que recordar podemos. Lib. I, p. 16.
[2] Con el mayor cuidado ocultábale [a Herder, en torno a 1770] yo el interés que
sentía por ciertos temas que llevaba arraigados dentro de mi alma, y, poco a poco,
pugnaban por cobrar figura poética. Tratábase de Goetz von Berlichingen y el
Fausto. La biografía del primero habíame llegado a lo más vivo. Despertaba mi más
profunda simpatía aquella figura de un hombre rudo, asaz bienintencionado, que
campea por sus respetos en tiempos de salvaje anarquía. La sugestiva fábula del

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teatro de muñecos referente al otro repercutiera y cobrara múltiples resonancias
dentro de mí. También hundiérame en toda suerte de erudición y harto pronto tuviera
aviso de la vanidad del personaje. Asimismo, en la vida buscárale por todos los
caminos y siempre tornara cada vez más insatisfecho y atormentado. Ahora bien,
llevaba yo esas cosas, como otras muchas, a todas partes conmigo y con ellas
recreábame en mis horas de soledad, sin, no obstante, llegar a escribir una sola
línea. Pero lo que con mayor tesón ocultábale a Herder era aquella mi química
misticocabalística y todo lo a ella atañadero, aunque todavía seguía ocupándome de
muy buen grado en ella en secreto, esforzándome por elaborarla más
consecuentemente de como me fuera transmitida. Lib. X, p. 261.

[3] No podía decir hasta qué punto me animaba y hacía adelantar a mí aquel círculo
[Darmstadt, 1771-72]. Escuchaban allí, de buen grado, la lectura de los trabajos
míos, así terminados como por terminar; dábanme alientos cuando exponía con toda
franqueza y detalle los proyectos que tenía en el telar, y me regañaban cuando,
invocando siempre alguna nueva razón, abandonaba los trabajos que ya comenzara.
Llevaba ya bastante adelantado el Fausto; el Goetz von Berlichingen íbase poco a
poco plasmando en mi imaginación, ocupábame el estudio de los siglos XV y XVI, y
aquella catedral habíame dejado una impresión muy grave, que podía muy bien
servir de fondo a tales romances. Lib. XII, p. 322.
[4] Mencionaré de pasada [c. 1773], al solo fin de mantener la ilación, a un buen
compañero que, con no estar dotado de ninguna cualidad extraordinaria, incluíase
en ese número. Llamábase Wagner, y fue primero miembro de la peña de
Estrasburgo y luego de la de Frankfort; no carecía de ingenio, talento e instrucción.
Mostrábase como aspirante y en tal concepto era bien acogido. Apegose también
lealmente a mi persona, y como no hacía con él ningún secreto de cuanto planeaba,
hube de contarle, lo mismo que a otros, el proyecto que traía entre manos del
Fausto, sobre todo lo referente a la catástrofe de Gretchen. Apropiose el argumento
y lo utilizó para una tragedia: La infanticida. Fue aquella la primera vez que alguien
me hurtaba algo de mis planes literarios; tuve con ello un disgusto, pero no le pedí
cuentas. Lib. XIV, p. 382.
[5] Algunas conversaciones particulares tenidas con Klopstock, habida cuenta de la
afectuosidad que me mostrara, animáronme a la franqueza y confianza. Dile a
conocer las últimas escenas del Fausto, que pareció acoger muy bien, habiendo
luego, según supe, hablado de ellas con otras personas en términos de resuelto
aplauso, cosa que, atendido su carácter, no era corriente en él, y manifestado
deseos de ver terminada enteramente la obra. Lib. XVIII, p. 460.

Conversaciones con Goethe


[6] Por la noche, a solas con Goethe. Hablamos de literatura, de Lord Byron y de su
Sardanápalo y del Werther. Luego tratamos del Fausto, del que Goethe habla con
gusto y a menudo. Desea que lo traduzcan al francés, al estilo de Marot. Le
considera como la fuente de donde Byron ha sacado el ambiente del Manfredo. 13-
IV-1823.
[7] “Tampoco el mismo Byron –añadí- muestra mucho tino cuando desmenuza el
Fausto y afirma que unas cosas están tomadas de un sitio y otras de otro”. “La
mayor parte de estas magnificencias ajenas que Byron acota –contestó Goethe- ni
siquiera las había leído, y mucho menos pensaba en ellas al escribir el Fausto. Pero
Lord Byron sólo es grande cuando poetiza; tan pronto se pone a reflexionar, es un
niño. […] El diablo transformado, de Byron, es una continuación de Mefistófeles, y
está bien. Si por un prurito de originalidad hubiese querido apartarse de él, le hubiera
salido peor. Mi Mefistófeles canta una canción de Shakespeare; y ¿Por qué no? ¿Por
qué había de tomarme la molestia de inventar una, si la de Shakespeare estaba bien
y decía justamente lo que había que decir? Por eso, si la exposición de mi Fausto

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guarda alguna semejanza con la de Job, bien está, y es más de alabar que de
censurar.” 18-I-1825.
[8] Esta noche me ha enseñado Goethe una carta de un joven que le preguntaba por
el plan de la segunda parte del Fausto, porque él tenía por su parte la intención de
continuar la obra. Expone el muchacho sus deseos, secamente, con abierta
ingenuidad y sinceridad, agregando muy tranquilo luego que el resto de las nuevas
tendencias literarias no valían nada, y que él haría florecer una nueva literatura. Si
me tropezase en la vida con un muchacho dispuesto a continuar las conquistas de
Napoleón, o con un dilettante de la arquitectura que prometiese terminar la catedral
de Colonia, no me asombraría más, ni me parecería más loco ni más ridículo que
este aficionado novel que se cree con bastantes fuerzas para escribir, sin más la
segunda parte del Fausto. Hasta me parece más fácil terminar la catedral de Colonia
que continuar el Fausto en el espíritu de Goethe. Pues la catedral puede entenderse
matemáticamente, está ante nuestros ojos, cabe asirla con las manos. Pero ¿qué
instrumentos y qué medidas iban a emplearse en una obra que pertenece a un
mundo espiritual invisible, que descansa por entero en el sujeto, que se reduce toda
a la visión propia, cuyo material es una vida grande, vivida por el propio autor y cuya
ejecución demanda una destreza durante largos años cultivada y llevada hasta la
maestría suma? Quien tenga por fácil, o siquiera posible, una empresa tal, carece sin
duda de facultades, pues no tiene idea de lo elevado y difícil; tanto, que podría
afirmarse que si Goethe terminase Fausto, sin dejar más laguna que unos cuantos
versos, ese muchacho sería incapaz de componer esos versos de manera ordenada.
20-IV-1825.

[9] “En cambio, para el Werther y el Fausto tuve que escarbar de nuevo en mi propia
conciencia, pues no disponía de nada tradicional. En el Fausto liquido con brujas y
demonios, y satisfecho de haber consumido mi herencia nórdica, me senté a la mesa
de los griegos. Pero si entonces me hubiese dado cuenta, como ahora, de las
muchas obras excelentes que existen desde hace siglos y milenios no hubiera
escrito una línea; hubiera hecho otras cosas.” 16-II-1826.
[10] “He vuelto a leer –dijo- su Deformed transformed y su talento [el de Byron] me
parece cada vez mayor. Su diablo ha salido de mi Mefistófeles, pero no es una
imitación, sino que todo es original y nuevo, todo sobrio, exacto e ingenioso.” 8-IX-
1826.
[11] “Sí –replicó Goethe-, es tan grande y tan libre [Deformed Transformed de Byron]
como cualquier cosa de las que ha dicho mi Mefistófeles. Y ya que de Mefistófeles
hablamos, voy a mostrarle a usted una cosa que Coudray ha traído de París. ¿Qué
le parece a usted?” Me enseñó una litografía donde se representa la escena en que
Fausto y Mefistófeles pasan, galopando en la noche, por delante del patíbulo, para
libertar a Margarita de la prisión. Fausto cabalga en un caballo negro, que se tiende
en un galope veloz, y parece atemorizado, como su jinete, por los espectros que
rondan alrededor del cadalso. Cabalgan tan rápidos que a Fausto le cuesta trabajo
sostenerse; el fuerte viento, que sopla contra él, le ha arrebatado la gorra, que,
sujeta al cuello por una correa, flota detrás de él. Su rostro, que refleja duda y terror,
está vuelo hacia Mefistófeles, y escucha ansioso sus palabras. Mefistófeles está
tranquilo e inalterable, como un ser superior. No monta un caballo vivo, pues no ama
las cosas vivas. No lo necesita tampoco, porque su voluntad le lleva con la celeridad
deseada. Tiene un caballo, tan solo porque hay que figurárselo montado, y para ello
basta una especie de esqueleto, cubierto de piel, recogido en cualquier pradera. Es
de color claro y parece fosforescer en la obscuridad de la noche. No lleva tampoco
riendas ni silla; no las necesita. El jinete supraterrenal va montado con abandono y
se vuelve para conversar con Fausto; para él no existe el elemento contrario del
viento; ni él ni su caballo sienten nada, y no se mueve ni uno de sus cabellos. Esta
admirable composición nos agradó mucho. “Hay que reconocer –dijo Goethe- que yo
mismo no lo he pensado tan completo. Aquí tiene otra hoja. ¿Qué me dice usted de
ella?” Representaba la escena salvaje de la embriaguez en la bodega de Auerbach;
como quintaesencia y momento supremo escogía aquel en que el vino derramado se
enciende y la bestialidad de los bebedores se manifiesta de las maneras más
diversas. Todo es movimiento y pasión, y sólo Mefistófeles se mantiene en su
ordinaria serenidad irónica. Nada son para él los gritos y maldiciones, ni la navaja
que empuña el que está a su lado. Ocupa una esquina de la mesa, tranquilamente;
el dedo levantado le basta para dominar la llama y la pasión. Cuanto más se
consideraba este cuadro, más se veía el talento del gran artista, que no hizo dos
figuras iguales, y que en cada cual expresaba una fase distinta de la acción. “El
señor Delacroix –dijo Goethe- es un gran talento, que ha encontrado precisamente
en el Fausto su elemento adecuado. Los franceses lo censuran por su exceso de
pasión, pero en estos asuntos es lo que precisamente se necesita. Espero que
ilustrará todo el Fausto y tengo curiosidad por ver cómo interpreta la cocina de las
brujas y las escenas del Brocken. Se ve que es un hombre que ha vivido una vida
intensa, para lo que una ciudad como París le suministra la mejor oportunidad.” Hice
observar que estos cuadros contribuían a la mejor inteligencia del poema. “No cabe
duda –dijo Goethe-, pues la gran fantasía de semejante artista nos obliga a pensar
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las situaciones como él las ha pensado. Y si tengo que confesar que el señor
Delacroix, en algunas escenas, me ha sobrepujado a mí mismo, en la representación
de escenas ¿cuánto más vivas no se le harán al lector, y qué efecto no producirán en
su imaginación?” 29-XI-1826.

[12] Llevé la conversación sobre la segunda parte del Fausto, en particular sobre la
Noche clásica de Walpurgis, de la que sólo había hecho Goethe un esquema;
Goethe me había dicho hace algún tiempo que iba a publicarla así, en esquema, y yo
me había propuesto aconsejarle que no lo hiciera, temiendo que, una vez publicada,
no la desarrollara nunca. Pero, sin duda, Goethe había pensado entre tanto lo mismo
que yo, pues me dijo en seguida que había resuelto no publicar aquel boceto. “Me
alegro mucho –le dije-, porque así tengo la esperanza de que llegue usted a
redactarla.” “En un trimestre podría estar hecha –me respondió-. Pero de dónde saco
la tranquilidad para ello. Durante el día estoy harto ocupado; me resulta muy difícil
aislarme. Esta mañana estuvo a verme el gran duque; la gran duquesa me ha
anunciado su vista para mañana al mediodía. Estas visitas he de estimarlas como
una alta merced; embellecen mi vida; pero ponen a contribución mi intimidad, porque
tengo que pensar en decir algo nuevo a tan elevadas personas y en entretenerlas
dignamente.” “Sin embargo –dije-, el pasado invierno escribió usted la Helena, y no
estaba menos ocupado que éste.” “Claro está –dijo Goethe-, se hace algo y hay que
hacerlo, sólo que es difícil.” “Le favorece a usted –dije- el tener un esquema tan
detallado.” “Tengo el esquema –dijo-, pero aún queda por hacer lo más difícil. Y la
ejecución depende mucho de la suerte. La Noche clásica de Walpurgis tiene que
escribirse en versos rimados, y, sin embargo, ha de tener un carácter antiguo. No es
fácil encontrar un metro apropiado. Y luego, el diálogo.” “Pero, ¿no está ya en el
esquema?”, pregunté. “Está lo que hay que decir –respondió Goethe-, pero no el
cómo. Y luego, piense usted en las cosas de que se hablará en una noche
semejante de locura: el discurso de Fausto a Proserpina para convencerla de que le
entregue a Helena. ¡Cómo tendrá que ser el discurso para que vierta lágrimas la
propia Proserpina! Todo esto es difícil y depende mucho de la suerte; casi todo
depende del ánimo y el temple del momento.” 15-II-1827.
[13] Pasé con Goethe parte en Berka, parte en Tonndorf, un día admirable. Estuvo
inagotable en ocurrencias ingeniosas; habló bastante de la segunda parte del
Fausto, en la que entonces comenzaba a trabajar seriamente, y lamento
profundamente que en mi diario sólo se encuentre anotada esta introducción. 24-IX-
1827.
[14] “El Fausto surgió con mi Werther. En el año 1775 lo traje conmigo a Weimar. Lo
había escrito en papel de cartas, y no contenía tachadura alguna, pues me cuidé
muy bien de no escribir una línea que no estuviese bien y no fuese definitiva.” 10-II-
1829.
[15] “Sin embargo –dije-, yo no pierdo la esperanza de que aparezca una música
adecuada al Fausto.” “Es de todo punto imposible –dijo Goethe-. Lo antipático,
repugnante, terrible que contienen algunos pasajes del Fausto es contrario a la
corriente del tiempo. La música habría de ser en el tipo del Don Juan. ¡Mozart
hubiera debido poner música al Fausto! Meyerbeer quizá fuera capaz, pero no se le
ocurrirá tal cosa; está demasiado mezclado al teatro italiano.” 12-II-1829.
[16] Hablamos de las cartas de Schiller y de la vida que llevaron en comunidad,
estimulándose y alentándose a diario para un trabajo mutuo. “También parece que
tuvo Schiller gran interés por el Fausto –dije-. Es muy simpática la manera como le
excita a continuarlo y cómo sus ideas le llevan a trabajar él mismo en el Fausto. He
notado que había en su naturaleza algo de apresuramiento.” “Tiene usted razón –dijo
Goethe-. Era como todos aquellos que parten de la idea. Además, no tenía sosiego
ni podía concluir nada, como puede usted ver en sus cartas sobre el Wilhelm
Meister, que tan pronto quiere que sea de una manera, tan pronto de otra. Yo no
tenía que hacer sino mantenerme firme y preservar y proteger contra tales
veleidades tanto mis obras como las suyas.” 23-III-1829.
[17] Un joven inglés que le presenta Eckermann le dice a Goethe que está leyendo el
Fausto, el Primero, y le confiesa que le cuesta hacerlo; el autor ríe y le dice,
“indudablemente yo no le hubiera aconsejado todavía la lectura de Fausto. Hay en él
muchas cosas dislocadas, y sobrepasa los sentimientos ordinarios. Pero ya que
usted ha emprendido la lectura sin preguntarme a mi, usted verá cómo se las
entiende con él. Fausto es un sujeto tan extraño, que pocos hombres pueden
comprender sus sentimientos íntimos. A su vez, el carácter de Mefistófeles es
también muy difícil, por su ironía y porque es resultado viviente de toda una visión
del mundo. Pero trate usted de proyectar luz sobre ello.” 1-I-1825.

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[18] Hoy, después de comer, me leyó Goethe la primera escena del segundo acto del
Fausto. La impresión que me produjo fue muy grande y difundió en mi interior las
mayores delicias. Volvemos a encontrarnos en el estudio de Fausto, y Mefistófeles lo
halla todo en su sitio, tal como lo dejara. Descuelga la vieja pelliza de Fausto; miles
de insectos y polillas vuelan de ella, y al decir Mefistófeles dónde se van posando, se
nos aparece claramente el local ante los ojos. Se pone luego la pelliza para volver a
hacer el señor, mientras Fausto, detrás de una cortina, yace completamente
paralizado. Toca la campanilla; en los viejos claustros solitarios del convento produce
la campana un sonido tan formidable, que las puertas saltan y se conmueven los
muros. Entra el fámulo a toda prisa, y se halla sentado en la silla de Fausto a
Mefistófeles, a quien no conoce, pero por quien siente un gran respeto. A sus
preguntas, da noticia de Wagner, que entre tanto se ha hecho un sabio célebre y que
aguarda siempre el regreso de su señor. En este momento –se nos hace saber- está
en el laboratorio, muy ocupado en producir un homúnculo. El fámulo es despedido.
Aparece el bachiller, el mismo a quien vimos hace algunos años como tímido
estudiante, cuando Mefistófeles, vestido de Fausto, se burló de él. En el intervalo se
ha hecho hombre, pero tan lleno de suficiencia, que ni el mismo Mefistófeles puede
entenderse con él; tanto, que va apartando cada vez más la silla, hasta que al cabo
se vuelve hacia el patio. Goethe leyó la escena hasta el final. Vi con detalle la juvenil
fuerza productiva que alentaba en ella y la sobriedad robusta con que todo estaba
construido. “Como la concepción es tan antigua –dijo Goethe- y llevo cincuenta años
pensando en ella, he acumulado en mi interior tal cantidad de material, que la
operación más difícil ahora es la de expurgo y selección. La idea de esta segunda
parte es, en efecto, tan vieja como digo. Pero el que sea ahora cuando me decido a
escribirla, después de haber ido viendo claro en las cosas del mundo, favorecerá a la
obra. Me ocurre como uno que en su juventud poseyese una gran cantidad de
dinero, en monedas de plata y cobre, y que durante toda su vida ha seguido
aumentándolo y cambiándolo, de modo que, al cabo, tiene en monedas de oro puro
su caudal juvenil.” Hablamos sobre la figura del bachiller. “¿No se alude en él a una
cierta clase de filósofos idealistas?” dije yo. “No –dijo Goethe-. En él está
personificada la osadía, tan propia, sobre todo, de la juventud, y de la que, entre
nosotros, los primeros años que siguieron a la guerra de la Independencia, se han
ofrecido ejemplos tan notorios. En la juventud cree cada cual que el mundo ha
comenzado con él, y que, en realidad, cuanto existe, existe por su causa.” 6-XII-
1829.

[19] Hoy, después de comer, me leyó Goethe la segunda escena del segundo acto
del Fausto, donde Mefistófeles se presenta ante Wagner, quien se ocupa en producir
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un hombre con artes químicas. El propósito se logra: El homúnculo aparece en la
botella, como un ser luciente, y en seguida entra en actividad. Las preguntas de
Wagner sobre cosas incomprensibles las rechaza; razonar no le corresponde; quiere
obrar y el objetivo de acción más inmediato que se le presenta es nuestro héroe
Fausto, que necesita de un auxilio superior en su estado de paralización. Como un
ser par el cual el presente es perfectamente claro y transparente, el homúnculo ve el
interior del durmiente Fausto, a quien hace feliz un hermoso sueño, donde Leda se
baña en un ameno paraje, y es visitada por los cisnes. Al explicar el sueño, el
homúnculo va poniendo ante nuestra vista el cuadro más encantador. Mefistófeles no
ve nada y el homúnculo se burla de él por su naturaleza nórdica. “En general, notará
usted –dijo Goethe- que Mefistófeles parece estar en desventaja ante el homúnculo,
que le iguala por la claridad de su espíritu y le supera en mucho por su tendencia a
lo bello y a la actividad productora. Por lo demás, le llama señor primo, pues estos
seres espirituales, como el homúnculo, que todavía no están ensombrecidos y
limitados por una humanización completa, pertenecen al número de los demonios,
por lo cual existe entre ellos una especie de parentesco.” “Es cierto –dije- que
Mefistófeles aparece aquí como en una posición subordinada; sólo que no puedo
desprenderme del pensamiento de que en secreto ha colaborado en la producción
del homúnculo, según cuanto de él hemos sabido hasta aquí, y teniendo en cuenta
que en Elena aparece también como un ser que labora en secreto. Y así, su figura,
tomada en conjunto, torna a elevarse y puede dejarse sacar alguna ventaja parcial,
sin perjuicio de su calma superior.” “Percibe usted la situación con mucho acierto –
dijo Goethe-. Así es; y hasta he pensado si no sería conveniente que cuando se
presenta ante Wagner, mientras el homúnculo se está produciendo, Mefistófeles
pronuncie algunos versos donde declare su colaboración, de modo que el lector la
advierta de manera clara.” “Eso no podría perjudicar –dije-. Sin embargo, ya está
indicado, cuando Mefistófeles termina la escena con estas palabras: ‘Y al final
dependemos de criaturas que nosotros hicimos.’” “Tiene usted razón –respondió
Goethe-. Esto debiera ser suficiente para un lector atento; sin embargo, quiero
pensar algunos versos.” […] El sueño de Fausto, acerca de Leda, volvió a
presentarse ante mi ánimo, y consideré entre mí cuán acertado ere este rasgo de la
composición. “Es admirable –dije- cómo en una obra tal las partes se refieren unas a
otras y actúan y se complementan recíprocamente. Este sueño de Leda en el
segundo acto es el que presta a la Elena, que ha de seguir, su verdadero
fundamento. Allí se habla siempre de cisnes y del engendrado por cisnes; pero aquí
aparece la acción misma; y cuando se llegue a Elena, con la preparación sensible de
tal situación, se encontrará todo más claro y más completo.” Goethe me dio la razón
y pareció agradarle que yo lo hubiese notado. “Hallará usted también –dijo- que ya
en estos primeros actos suenan conjuntamente y se mencionan lo clásico y lo
romántico, para ascender luego al terreno más elevado de Elena, en que ambas
tendencias poéticas se manifiestan de modo resuelto, hallando un cierto equilibrio.”
16-XII-1829.

[20] Hoy, de sobremesa, me proporcionó Goethe un intenso goce, leyéndome la


escena en que Fausto va hacia las “Madres”. Lo nuevo, insospechado, del asunto y
la manera en que Goethe recitaba la escena me conmovieron poderosamente; de
modo que me sentí de lleno en la situación de Fausto, a quien igualmente le
sobrecoge un temblor escuchando lo que Mefistófeles le dice. Había oído y sentido
lo allí expuesto; pero tantas cosas me resultaban enigmáticas, que hube de pedirle a
Goethe alguna aclaración. Mas él se envolvió, como solía, en el secreto, mirándome
con los ojos muy abiertos, y repitiéndome las palabras: “¡Las Madres! ¡Madres!
¡Suena tan misteriosamente! No puedo decirle más –continuó- sino que he hallado
en Plutarco que en la antigüedad griega se hablaba de las madres como divinidades.
Esto es todo lo que debo a la tradición; el resto es invención mía. Le doy a usted el
manuscrito para que se lo lleve a casa; estudie bien todo, y vea qué saca de él.” Me
consideré dichoso de poder estudiar con calma esta admirable escena y me formé la
siguiente idea sobre la esencia y actividad de las “Madres”, sobre el lugar que
habitaban y su ambiente. Si el seno inmenso de nuestro mundo pudiera pensarse
como un espacio vacío, de manera que pudieran recorrerse cientos de millas en una
misma dirección, sin tropezar con nada corpóreo, esta sería la morada de aquellas
diosas desconocidas, en busca de las cuales desciende Fausto. Viven, por decirlo
así, fuera de todo lugar, pues nada hay firme en cuanto las rodea en su vecindad, y
también fuera del tiempo, pues no las alumbra ningún astro cuya salida y puesta
pudiera señalar la alternancia del día y de la noche. Hundidas así en eterna
penumbra y soledad, las “Madres” son seres creadores, son el principio creador y
conservador, del que proviene cuanto en la superficie de la Tierra tiene figura y vida.
Todo aquello que cesa de alentar, vuelve a ellas en forma espiritual, y permanece
allí, hasta que encuentra ocasión de reaparecer en una nueva existencia. Todas las
almas y formas de lo que ha sido y de lo que será flotan, como nubes, en el infinito
espacio donde las “Madres” residen, y las envuelven; por tanto, el mago debe acudir
a su reino si quiere adquirir poder, con el imperio de su arte, sobre la forma de un
ser, y si desea conjurar a vida aparente alguna criatura que ha vivido en una
existencia anterior. La metamorfosis eterna de la existencia terrenal, el nacimiento y
desarrollo, la destrucción y la reproducción, son las ocupaciones incesantes de las
“Madres”. Y dado que, en todo cuanto recibe nueva vida sobre la tierra mediante la
reproducción, lo femenino es lo principalmente activo, pueden considerarse con

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razón como femeninas aquellas deidades y puede atribuírseles con razón el nombre
sagrado de “Madres”. Desde luego que todo esto no es sino una creación poética;
pero el hombre no puede ir más lejos en su limitación, y se da por satisfecho cuando
encuentra algo que pueda tranquilizarle. Sobre la Tierra vemos manifestaciones y
experimentamos actividades que no sabemos de dónde vienen ni adónde van. Y
suponemos entonces la existencia de una fuente espiritual originaria, una divinidad,
de la cual no podemos formarnos idea ni disponemos de nombre para designarla; y
tenemos que humillarla hasta nosotros, humanizándola, para encarnar y hacer
comprensibles en alguna manera nuestros obscuros atisbos. Así han nacido los
mitos que se transmiten en los pueblos de siglo en siglo, y este nuevo de Goethe,
que cuando menos presenta la apariencia de una verdad conforme a naturaleza, y
que, sin duda, es uno de los más afortunados que se han imaginado. 10-I-1830.

[21] Hablamos después de la Noche clásica de Walpurgis, de la que Goethe me


había leído el comienzo hacía poco. “Ahí se me reúnen en la mente innumerables
figuras mitológicas –dijo Goethe-. Pero yo procuro evitar la aglomeración, y escojo
tan sólo aquellas que pueden producir el efecto plástico adecuado. Fausto está
ahora con Quirón, y espero que la escena me salga bien. Si trabajo en ella con
pertinacia, en un par de meses puedo tener la Noche clásica de Walpurgis. Pero
después nada me distraerá del Fausto; pues sería increíble que no llegase a
terminarlo, y posible lo es; el quinto acto pude darse por acabado, y el cuarto se hará
casi solo.” 24-I-1830.
[22] Luego hablamos de la Noche clásica de Walpurgis y de que hay en ella cosas
que a él mismo le sorprenden. Y luego, el asunto se extiende más de lo que había
pensado. “Tengo escrito algo más de la mitad –dijo-; pero quiero trabajar con
aplicación y espero tenerla terminada para Pascua. Hasta entonces ya no le
enseñaré nada más, pero tan pronto como la haya terminado, se la daré a usted
para que se la lleve a casa y la estudie en calma. Sería bueno que usted preparase
los tomos treinta y ocho y treinta y nueve, de manera que pudiésemos enviar para
Pascua la última entrega; entonces nos quedaría libre el verano para algo grande. Yo
seguiría con el Fausto y trataría de vencer el cuarto acto.” 10-II-1830.
[23] Me habló de su Noche clásica de Walpurgis, en la que avanzaba cada día, y en
la que obtenía cosas cuya existencia sobrepujaba sus esperanzas. 14-II-1830.
[24] A continuación me dijo Goethe que había añadido un rasgo a la figura de Helena
para realzar su hermosura, un rasgo que le había sido sugerido por una observación
mía y que honraba la finura de mis sentimientos. 24-II-1830.

[25] Después de comer, luego que Voigt se hubo ido, me enseñó Goethe el
manuscrito de su Noche clásica de Walpurgis, y quedé asombrado de ver lo mucho
que había aumentado. 1-III-1830.
[26] “No es bueno –dijo Goethe- que el hombre esté solo, y especialmente que
trabaje solo; para que las cosas salgan bien, necesita quien le excite y se interese. A
Schiller debo la Aquileida y muchas de mis baladas, que él me impulsó a componer,
y usted puede atribuirse el que llegue a escribir la segunda parte del Fausto. Ya se lo
había dicho a usted muchas veces, pero quiero repetírselo para que lo sepa.” Me
alegré de estas palabras, sintiendo que había en ellas mucho de verdad. 7-III-1830.
[27] “Ginebra, 14 de septiembre de 1830
“Con mucha alegría he visto por una de sus últimas cartas de Génova que los
huecos de la Noche clásica de Walpurgis están llenos, y el final, dichosamente
alcanzado. Por tanto, los tres primeros actos están terminados por completo; a ellos

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se une la Helena, y así queda hecho lo más difícil. Ya veo la obra terminada como
usted decía; el cuarto acto se le rendirá, espero, pronto, y se habrá producido una
obra eminente que deleitará y ocupará a los siglos venideros. Me alegro en grado
sumo, y recibiré con júbilo toda noticia que me anuncia el avance de la obra poética.”
[28] Después de su restablecimiento completo, que sobrevino rápidamente, Goethe
aplicó todo su interés al cuarto acto del Fausto, así como a la conclusión del cuarto
tomo de Poesía y verdad. 30-XI-1830.
[29] Hoy a la mesa, me contó Goethe que había empezado a escribir el cuarto acto
del Fausto, y que pensaba continuar, cosa que me alegró mucho. 11-II-1831.
[30] A comer en casa de Goethe. Me contó que adelantaba en el cuarto acto del
Fausto, y que el comienzo le había salido como deseaba. “Lo que había de pasar –
dijo-, lo tenía pensado, como usted sabe, desde hacía mucho tiempo; pero no estaba
aún satisfecho del cómo, y ahora se me han ocurrido muy buenas ideas. Me
propongo desarrollar el hueco que va desde la Helena hasta el quinto acto, ya
terminado, y redactar un boceto detallado, para ejecutarlo con toda calma y
seguridad, trabajando en aquellos pasajes que de momento me atraigan. Este acto
tendrá un carácter muy peculiar, siendo como un pequeño mundo autónomo, sólo
ligado al conjunto por una leve referencia a lo que antecede y a lo que sigue.” “Así
pues –dije yo-, conservará la característica de las demás partes; pues, en sustancia,
la taberna de Auerbach, la cocina de las brujas, el Blockberg, el Consejo imperial, la
mascarada, el papel moneda, el laboratorio, la noche clásica de Walpurgis, la
Helena, son pequeños mundos cerrados en sí mismos, que actúan, es cierto, unos
sobre otros, pero que guardan pocas conexiones entre sí. Se advierte que el poeta
deseaba expresar un mundo plural y utilizó la fábula de un héroe famoso como
nuevo hilo al que pudiera ir anudando cuanto se le ocurriese. Con la Odisea y con el
Gil Blas no ocurre cosa distinta.” “Tiene usted completa razón –dijo Goethe-.
Además, en una composición semejante lo que importa es tan sólo que las distintas
partes sean relevantes y claras; considerada en conjunto, será siempre
inconmensurable, y por lo mismo estimulará de continuo a los hombres a estudiarla
repetidamente, como un problema sin resolver.” 13-II-1831.

[31] “Estos días cayó en mis manos –siguió diciendo Goethe- una hoja de papel, que
leí. ¡Hum! –dije para mí- lo que está ahí escrito no es malo; tu piensas lo mismo y no
lo dirías de manera muy distinta. Pero al fijarme bien en la hoja, me encuentro con
que era un pasaje de mis obras; pues como yo marcho siempre hacia delante, olvido
lo que he escrito, de modo que pronto me veo en el caso de considerar mis propias
cosas como algo ajeno por completo.” Pregunté por la marcha del Fausto. “Ya no lo
dejo de la mano –dijo Goethe-; sigo pensando e imaginando diariamente en él. Hoy
he hecho encuadernar todo el manuscrito de la segunda parte, para tenerlo ante mis
ojos como una masa sensible. Los huecos del cuarto acto los he llenado con papel
blanco, y no hay duda de que lo acabado invita a terminar lo que no está aún hecho.
Estas cosas sensibles tienen más importancia de lo que parece, y hay que auxiliar a
lo espiritual con toda suerte de habilidades.” Goethe hizo traer el nuevo Fausto
encuadernado, y me asombré de cuánto había escrito; el manuscrito se veía como
un tomo en folio. “Todo lo ha hecho usted en los seis años que llevo aquí –dije-, y
con las muchas cosas que han ocurrido desde entonces, poco tiempo habrá usted
podido dedicarle. Pero se ve cómo crece una obra cuando se le va añadiendo algo
de tiempo en tiempo.” “De eso se convence uno sobre todo conforme se hace viejo –
dijo Goethe-, mientras que la juventud cree que todo ha de hacerse en un día. Pero
si la suerte me es propicia y sigo sintiéndome bien, espero que en los meses
próximos de la primavera adelantaré mucho en el cuarto acto. Como usted sabe, el
argumento de este acto estaba ya pensado desde hace mucho tiempo; pero en la
ejecución ha aumentado tanto, que de lo pensado antes sólo puedo utilizar lo más
general, y además debo aumentar este acto con nuevas invenciones para igualarlo a
los otros.” “En esta segunda parte aparece un mundo más rico –dije yo- que en la
primera.” “Tal vez parece –respondió Goethe-. La primera parte es por completo
subjetiva; es la obra de un individuo preocupado, lleno de pasión; esta
semiobscuridad puede agradar también a las gentes. Pero en la segunda parte no
hay apenas nada subjetivo; aparece en ella un mundo más alto, más amplio, más
claro, menos apasionado, y quien no haya vivido algo y no posea alguna experiencia
no sabrá qué hacer con él.” “A veces –dije- hay ahí ejercicios mentales, y en
ocasiones exige alguna erudición. Me alegro de haber leído el librito de Schelling
sobre las cabirias; gracias a él sé a quién se refiere usted en aquel famoso pasaje de
la Noche de Walpurgis.” “Siempre he hallado –respondió Goethe riéndose- que es
bueno saber algo.” 17-II-1831.

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[32] “La antigua noche de Walpurgis -dijo Goethe- es monárquica porque en ella el
demonio es acatado por todos como jefe reconocido; en cambio la clásica es
republicana, pues cuantos en ella figuran están allí con independencia, de manera
que son todos iguales y nadie se subordina a otro ni se preocupa de los demás.”
“También –dije- en la clásica todo se singulariza en individualidades fuertemente
acusadas, mientras que en el Blcokenberg alemán todo lo individual se funde en una
masa general de brujas.” “Por eso –dijo Goethe- Mefistófeles sabe perfectamente de
qué se trata cuando el homúnculo le habla de brujas tesálicas. A un buen conocedor
de la antigüedad, la frase brujas tesálicas le sugerirá una porción de ideas, mientras
que para el profano no pasará de ser un mero nombre.” “Debe usted haber sentido la
antigüedad –dije yo- muy vivamente para hacer aparecer con tanto frescor todas
aquellas figuras y tratarlas y utilizarlas con tanta libertad como lo ha hecho.” “Si no
me hubiese ocupado –dijo Goethe- durante toda mi vida de las arte plásticas, no
hubiera podido hacerlo. Pero lo más difícil era conseguir moderarse frente a la gran
riqueza de material que se me ofrecía, y prescindir de todas las figuras que no se
acomodaran con exactitud a mis propósitos. Así, verbigracia, no he hecho uso
alguno del Minotauro, de las Harpías, ni de otros varios monstruos.” “Pero lo que
hace usted aparecer en aquella noche –dije yo- está todo tan ligado y agrupado con
tanta maestría, que se evoca fácilmente y con placer en la imaginación y se adecúa
bien para un cuadro. Seguro que los pintores no dejarán escapar tan buenos
motivos; en particular, quisiera ver pintada la escena en que Mefistófeles aparece
entre los forkiadas para probarse de perfil la famosa máscara.” “Hay en esa escena –
dijo Goethe- algunos motivos excelentes que el mundo utilizará de varios modos más
tarde o más temprano. ¡Verá usted el día en que los franceses conozcan la Helena y
se den cuenta de lo que puede hacerse de ella para el teatro! Echarán a perder la
obra tal como es; pero sabrán utilizarla con habilidad para sus fines, que es cuanto
puede esperarse y desearse. A Forkias le agregarán, de seguro, un coro de
monstruos, como se indica ya en uno de los pasajes.” “Para ello sería necesario –
dije yo- que un buen poeta de la escuela romántica tratara la obra como ópera y
Rossini aprestara su gran talento para ponerle música. Pues en la Helena hay
ocasiones para decorados espléndidos, transformaciones sorprendentes, trajes
brillantes y encantadores bailes que no será fácil hallar en otras obras, sin contar con
que esta riqueza de elementos sensuales se mueve a compás de una fábula de lo
más ingenioso que cabe imaginar.” “Esperemos a que los dioses nos traigan lo que
ha de seguir –dijo Goethe-. Estas cosas no pueden apresurarse. Es necesario que
las gentes se den cuenta de ello y que directores teatrales, poetas y compositores
comprendan el partido que pueden sacar de la obra.” 21-II- 1831.

[34] Hoy me enseñó Goethe el comienzo del quinto acto del Fausto, que todavía
faltaba. Leí hasta el pasaje en que se incendia la cabaña de Filemón y Baucis, y
Fausto, que está asomado en la noche al balcón de su palacio, huele el humo que
un leve viento trae hasta él. “Los nombres de Filemón y Baucis –dije yo- me
trasladan a la costa de Frigia y me hacen pensar en aquella famosa pareja de la
antigüedad; pero nuestra escena se desarrolla en los tiempos modernos y en un
paisaje cristiano.” “Mis Filemón y Baucis –dijo Goethe- no tienen nada que ver con
aquella famosa pareja de la antigüedad ni con la leyenda que se le anuda. Le he
dado a mi pareja esos nombres para acentuar sencillamente sus caracteres. Como
las personas son semejantes y las circunstancias también, la igualdad de los
nombres produce un efecto muy agradable.” Luego hablamos de Fausto que no ha
perdido tampoco en la ancianidad lo peculiar de su carácter, el descontento.
“Gozando de todos los tesoros del mundo, y con un reino creado por él mismo, le
molestan, sin embargo, unos tilos, una cabaña y una esquila que no son suyos. En
eso se asemeja al rey israelita Acab, que creía no poseer nada si no se adueñaba de
la viña de Nabot.” “Fausto, tal como aparece en el quinto acto –dijo Goethe-, debe

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tener en mi intención, cien años justos, y no sé si convendría decirlo expresamente
en cualquier parte.” Luego hablamos del final, y Goethe llamó mi atención sobre el
pasaje donde se dice: Salvado está del mal/ el noble miembro del mundo de los
espíritus./ Al que siempre se esfuerza en la obra/ podemos redimirle/ y si el amor de
arriba lo protege/ el coro bienaventurado/ le recibirá cordialmente. “En estos versos –
dijo- está contenida la clave de la salvación de Fausto: un Fausto mismo, una
actividad cada vez más alta y más pura, hasta el fin, y desde arriba el amor eterno
que viene en su auxilio. Esto está en armonía con nuestras representaciones
religiosas, según las cuales la bienaventuranza no puede alcanzarse por nuestro
solo esfuerzo, sino con el complemento de la gracia divina. Por lo demás, me
concederá usted que este final, en que el alma salvada asciende hacia arriba, era
muy difícil de hacer, y que tratándose de cosas tan suprasensibles, que apenas
pueden percibirse, hubiera podido perderme con facilidad en vaguedades, si no
hubiese dado a mis inspiraciones poéticas una forma concreta y bien delimitada en
las figuras y representaciones muy caracterizadas de la Iglesia Cristiana.” 6-VI-1831.

Nota bibliográfica

Fausto, desde el primero impreso por Spiess, en 1587, hasta al llevado al cine por
Alexander Sokurov, en 2011, es un personaje que, disfrazado de cómico,
melodramático o trágico, recorre muchos países, a lo largo de cientos de años y en
diversos géneros artísticos; los libros de André Dabezies y Jas Reuter, así como los
artículos de Feliciano Pérez Varas, “La configuración de un mito: el Fausto” y Margit
Raders, “La recepción del tema faustiano: del Fausto histórico y legendario al
personaje ficcional y a la marca registrada”, en Luis A. Acosta, María Luisa Esteve y
Margit Raders, citados en la bibliografía, orientan sobre los avatares del personaje.
Los de Julio Caro Baroja y Robert Muchembled lo hacen sobre aspectos de la
brujería, el aquelarre y el diablo.

La biografía de Herman Grimm, hijo de Guillermo uno de los Grimm, tiene la ventaja
de haber sido escrita por quien conoció a muchas personas que se relacionaron con
Goethe. Por otra parte, Rafael Cansinos Asséns le dedica más de trescientas
páginas en el tomo I de las Obras Completas a trazar la singladura vital del autor;
más brevemente lo hace Alfonso Reyes en las dos obras citadas, más recomendable
por completa es el tomo XXVI de sus obras. El autor mexicano discute la
interpretación de Ortega, para quien Goethe traicionó su destino vital al refugiarse en
Weimar. Por su parte, la obra de Simmel abre horizontes, de ardilla diría Ortega, a
distintas facetas de Goethe, desde el amor o el individualismo hasta la creación o la
consideración sobre el mundo. En esta valoración del propio Goethe resulta
aleccionador confrontar la de Benjamin, desde su ángulo de visión marxista, frente a
la de Mann, de corte liberal; qué duda cabe, son dos burgueses distintos esos dos
Goethes. Trías rompe una lanza, dentro del ambiente español hostil, en favor del
autor del Fausto.

Desde el punto de vista literario las obras de Dilthey, Vida y poesía, Auerbach,
Santayana, Bloom o Watt forman una poliédrica visión de la creación poética de
Goethe, desde las cimas intelectuales donde lo coloca el primero, hasta el
reconocimiento por parte del último de lo difícil, a veces pesado, que es leer el
Fausto.

Berman me fue de mucha utilidad a la hora de señalar con más énfasis el lado
industrial y desarrollista del Fausto –en ese mismo libro le dedica unas memorables
páginas al análisis literario del Manifiesto Comunista-, Beriain para el término
“veluciferino, Hadot me dio pistas para los pasajes dedicados al encuentro de Fausto
y Helena y en Damm me enteré de que Goethe firmó la sentencia de muerte de una
joven de la que se sospechaba, fue muy confuso el juicio, que había acabado con la
vida de su bebé.

No fue Goethe un temperamento muy inclinado a la filosofía, sin embargo no cabe


duda del interés que le despertaron algunos filósofos, siempre más para encajarlos
dentro de su comprensión del mundo y del hombre que para seguirlos en sus
doctrinas. Dilthey, De Leibniz a Goethe, brinda la oportunidad de acercarse a la
relación de Goethe con Spinoza, de ahí vienen las menciones a la relación Goethe-
Spinoza, Cassirer con Kant, especialmente con el de la Crítica del juicio, Hadot con

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el Goethe conocedor del estoicismo y del epicureísmo, así como la relación de
Nietzsche con aquel. González García sigue el rastro a los filósofos e historiadores
alemanes de finales del siglo XIX y principios del XX que le dedicaron su atención a
Goethe, de manera especial, se centra en Max Weber.

Al interés de nuestro autor por la ciencia, desde sus estudios sobre la planta
primaria, hasta la evolución de las nubes, pasando por sus consideraciones sobre el
granito, sin olvidar su obra estrella sobre los colores, le dedica su libro, próximo a la
teosofía del siglo XX, Steiner.

Otros aspectos de la obra de Goethe están explícitos en los títulos de las obras que
se citan más abajo. Es ocioso decir que esta es una ínfima esquina del océano
bibliográfico existente sobre la vida y la obra de Johann Wolfgang von Goethe.

Bibliografía

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Cansinos Asséns).
Goethe, Johann Wolfgang von, De mi vida. Poesía y verdad, México, Porrúa, 2000 (prólogo
de Ernst Robert Curtius).
Goethe, Johann Wolfgang von, Fausto, Madrid, Cátedra, 2007 (edición de Manuel José
González y Miguel Ángel Vega).
Goethe, Johann Wolfgang von, Fausto, Madrid, Abada, 2010 (edición bilingüe de Helena
Cortés Gabaudan; respeta la versión original en verso).
Eckermann, J. P., Conversaciones con Goethe, México, Conaculta, 2003 (prólogo de
Francisco Ayala).
***
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