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Al encontrarnos con las TIC como espacios idóneos que brindan oportunidades de
aprendizaje, los seres humanos nos vemos avocados a grandes retos, considerando
el hecho de que cada vez hay mayores posibilidades de “ser sin necesidad de estar”,
es decir, asistir o presenciar una circunstancia o contexto, casi sin moverse; por lo
cual debemos replantear nuestra función social en un marco tan diverso como las
redes virtuales, el flujo electrónico de la información, y la “conexión” personal a
distancia. ¿Cómo hacer para que todo esto no afecte nuestra parte humana, sobre
todo en lo afectivo e intelectual? ¿en qué momento una tecnología omnipresente –y
a veces hasta agobiante- le pone máscaras a la tangible soledad?
Esta cuerda, lanzada desde alguna parte y en algún momento inexorable, parece no
parar. Las perspectivas son diversas, lo cual abre un sinnúmero de ambientes
posibilidades, desde una educación “institucional” dirigida exclusivamente a
miembros de una empresa o trabajadores de un área determinada, hasta
universidades solo para personas en un rango determinado de edades.
Hay algunas cosas que están claras: los ambientes mediados permiten recrear
hechos, circunstancias, contextos, a la vez que propician la inclusión, la libre
participación –en ocasiones la solidaridad-, la investigación autónoma –y
heterónoma, incluso colaborativa-; entonces, si todo es tan ameno y asequible,
¿valdría la pena preguntarnos en qué punto se pueden volver contraproducentes
tantas facilidades?