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Bolilla 1
● Introducción
Contenido de la materia.
El interés práctico que reviste el estudio de esta materia es que todas las relaciones pecuniarias
que existen entre los hombres, son relaciones de obligación.
La obligación cumple una función fundamental en la sociedad moderna, ya que es el instrumento
vital para el cumplimiento de fines individuales y sociales, para regular la convivencia y satisfacer un
interés patrimonial (derechos obligacionales, intelectuales y reales) o no patrimonial del acreedor.
Si bien esta importancia abarca a otras relaciones jurídicas patrimoniales, en las obligaciones, es
más habitual la producción, trasmisión y extinción de obligaciones porque se da el fenómeno de la
cooperación reciproca, orientada al interés de otro sujeto.
La relevancia jurídica del derecho de obligaciones no solo está en la base del derecho civil, sino del
derecho en su totalidad. El concepto de obligación constituye la armazón y el substratum del derecho.
Todos los días creamos obligaciones; y estas se generan a partir de:
Contratos: son los actos más comunes que dan nacimiento a obligaciones (deberes jurídicos
particulares y especiales) alrededor del hombre, que le permiten subsistir y desenvolverse en esa red
económica en el medio ambiente.
Daños (hechos ilícitos): el hombre se ve obligado por otras obligaciones que nacen de la
responsabilidad civil, lo que lo obligan a indemnizar, en determinadas circunstancias, el daño
ocasionado a otras personas (ej.: mala praxis, accidentes, etc.).
Definiciones.
Según el derecho romano.
A) Según las Institutas de Justiniano:
“La obligación es un vinculo jurídico que nos constriñe a pagar algo a otro, según el derecho civil”.
La última parte de la definición, “según el derecho civil”, carece de vigencia en la actualidad. Se
tuvo en el derecho romano cuando el derecho civil era aplicado solo a las relaciones jurídicas entre
ciudadanos, excluyendo a los que no tenían esta calidad que se regían por el ius gentium.
Analizando la definición se pueden destacar los siguientes elementos:
» Vínculo jurídico: relación jurídica que une al deudor con el acreedor.
» Los sujetos ligados por este vínculo: el deudor (el que debe pagar) y el acreedor (el que tiene
derecho al pago). La bipolaridad es uno de los rasgos principales de la obligación.
» La prestación: es lo que debe pagar el deudor al acreedor. Tal prestación puede ser de dar, de
hacer y de no hacer. (Art. 495).
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Derecho Civil II
Según los hermanos Mazeaud, la definición de las Institutas es la más correcta y es aun valida.
No obstante, se considera que la definición dada por las Institutas está desactualizada y
discordante con una realidad socioeconómica diferente porque:
• No hay vínculo de constreñimiento, ya que la mayoría de las obligaciones se cumplen voluntaria y
espontáneamente, sin necesidad del uso de coacción. Así, muchos autores sustituyen la expresión
vínculo jurídico por necesidad jurídica, por relación jurídica, por situación jurídica.
Galli afirma que en realidad no es un vínculo ni una relación jurídica, sino una situación jurídica,
porque la relación significa una coincidencia de voluntades, es una situación plurisubjetiva (de varios
sujetos vinculados), en cambio, la situación jurídica es una manera de estar de la persona frente al
derecho.
Roca Sastre, por su parte, definía a la obligación como “una relación jurídica en virtud de la cual un
sujeto (o varios) tiene el derecho a exigir (pretensión) a otro sujeto (o varios) una determina
pretensión (consistente en dar, hacer o no hacer) y en procurar una satisfacción en base a la
responsabilidad patrimonial del deudor”.
• Dicha definición solo tiene en mira un aspecto de la obligación: el lado pasivo, sin considerar la
situación del acreedor y solo observa el lado patológico de la obligación.
En base a la definición clásica se han formulado diversas críticas:
» Para Galli: la definición de las Institutas ha sido erróneamente empleada ya que la misma solo
tiene en mira la relación obligacional en el momento en que, incumplida por el deudor se reclama la
intervención del derecho. Por eso, propone una nueva definición: “Situación en virtud de la cual el
sujeto se halla en el deber jurídico de cumplir una prestación”.
» Para De Gásperi: la obligación no es el vínculo jurídico, este es uno de sus elementos. La esencia
de la obligación es la justicia correctiva (Aristóteles). Producido un desequilibrio patrimonial entre dos
sujetos la justicia correctiva restablece el equilibrio por medio de la obligación.
» Para Giorgianni: la definición de las Institutas en incorrecta porque habla de obligación en un
sentido genérico, que puede coincidir con las definiciones del deber jurídico y no como aquel particular
deber jurídico que es la obligación. Él define a la obligación como “aquella relación jurídica, en virtud de
la que una persona determinada llamada deudor, esta vinculada a un comportamiento
patrimonialmente valorable para satisfacer un interés, aunque no sea patrimonial de otra persona
determinada, llamada acreedor, que tiene derecho al comportamiento por parte de la primera”.
B) Según el Digesto de Paulo: “La sustancia de obligación consiste en constreñir a otro hacer
cumplir algo”.
Esta definición está desactualizada porque no hay vínculo de constreñimiento, ya que el
cumplimiento es espontáneo y voluntario. Además porque solo tiene en cuenta el aspecto pasivo, es
decir, la situación del deudor.
Transformaciones: su evolución.
Derecho Romano: principios.
A pesar de que los romanos, primitivamente, realizaron una obra admirable en esta rama del
derecho civil, no había una teoría general de las obligaciones. Sí comenzó a existir a partir del derecho
romano clásico.
Sí existían figuras jurídicas concretas, como el nexum, por el cual se podía obligar a una persona;
la mancipatio (en reales). Más tarde surge la stipulatio, aquella promesa por parte de una persona a
entregar algo. Por último surgen los contratos, seguidos de los cuasicontratos.
En esta época, el derecho de obligaciones se caracterizaba por:
» Ser eminentemente personalista.
» La intransmisibilidad de la obligación.
» Estar protegido por acciones impersonales.
» Deber ser cumplidas con todas las formalidades.
Cazeaux señala dos cuestiones, en el derecho romano:
» Formalismo, técnica jurídica: constituye el mecanismo de las obligaciones, cómo se forman,
funcionan, se clasifican y se extinguen. Hoy en día se mantiene, el legado romano perdura en nuestros
tiempos, sin experimentar cambios; salvo los cambios generados en la evolución de la vida del hombre.
Así, han aparecido nuevas fuentes obligacionales (ej.: enriquecimiento sin causa) y dentro de la fuente
contractual se advierten nuevas figuras (ej.: contrato de seguro, de propaganda, de representación
teatral, etc.), también ha habido cambios en cuanto a la transmisión de las obligaciones.
» El contenido, el espíritu, el fin de las obligaciones: ha sufrido una mutación notable. Se puede
señalar la permanencia de dos principios rectores:
• El individualismo: implica la soberanía de la voluntad individual con exclusión de toda intervención
estatal en relaciones privadas; casi total independencia del individuo frente a la sociedad; la sola
voluntad de los particulares era la creadora de las obligaciones.
• El formalismo: consistía en la necesidad de emplear ciertas prácticas preestablecidas, ritos en los
cuales se utilizaban determinadas palabras, gestos u objetos, en lugares y momentos prefijados, y
antes cierto número de personas. La forma tiene un origen religioso. En Roma, las formalidades eran
necesarias para comprender y dar validez al acto. Hoy, se exigen para proteger a las partes
intervinientes o como medio de publicidad frente a terceros.
Todo esto ha cambiado, originando el principio de la autonomía de la voluntad, teorías de la
responsabilidad objetiva, etc.
Derecho canónico: su aporte al derecho moderno.
En el campo obligacional, se ha evidenciado el aporte de los principios de la moral cristiana. El
Corpus Iuris Canónico del siglo XII compiló actas y leyes eclesiásticas, que daban los principios básicos:
» El respeto por la palabra dada: los pactos están para ser cumplidos, de lo contrario es un
pecado. La obligación puede tener como fuente el mero consentimiento. Así como en derecho romano
había una sujeción a las formalidades, se considera que la palabra dada basta. Ahora el simple pacto
genera obligaciones. Así se general el principio de la buena fe.
» El principio de la buena fe (bona fides): existía en el derecho romano, pero no con el sentido
dado por el derecho canónico. Según este último, significa lealtad, tiene que ver con los móviles. Art
1198 C.C.
» La teoría de la causa: se desprende del principio de la buena fe. La causa es lo que en derecho
romano era la forma: el fundamento de la obligación. La causa es el móvil, el motivo por la cual se
contrae, es la razón de por qué debe cumplirse la palabra empeñada. Si la causa es ilícita, el contrato
es nulo.
» Las teorías de la lesión, del precio justo y de la usura: todas derivadas de la teoría de la causa.
Solo admitían una moderada ganancia para el contratante que tuviera mayor fuerza o habilidad, pero
excluyendo toda pérdida excesiva para la parte más débil. También se prohibió la usura, entendida
como préstamo a interés cualquiera fuese la tasa del mismo, siendo considerada como delito.
» La teoría del abuso y de la imprevisión: como derivación del principio de la buena fe.
» Ensanchamiento del concepto responsabilidad: se obliga al hombre a reparar todo daño
causado a otro por su culpa. Tiene gran trascendencia en el campo de las obligaciones
extracontractuales.
» La regla moral (justicia): este es el rasgo más característico del aporte del derecho canónico que
impregna a la norma jurídica, pero sin que se alterara el espíritu individualista del derecho romano.
Individualismo.
Tiene su origen en el humanismo jurídico del siglo XVI-XVIII, que colocaba al hombre como centro
de la sociedad (principio liberal) y en la escuela del derecho natural, con Grocio y Spinoza.
A partir de este momento, desemboca el fenómeno de la codificación, como el código francés de
1804. Entre sus ideas características, cabe destacar:
» El principio de la autonomía de la voluntad: lo pactado por las partes equivale a la ley misma
(rige el consensualismo). La ley presupone la igualdad jurídica y económica de quienes acuerdan.
Art. 1197: “Las convenciones hechas en los contratos forman para las partes una regla a la cual deben
someterse como a la ley misma”.
» La admisión del ejercicio ilimitado (abusivo) del derecho: el ejercicio del derecho no puede
implicar un hecho ilícito.
» La responsabilidad civil: está fundada en la culpabilidad (culpa y dolo). El dolo incluye el
incumplimiento de la obligación (responsabilidad contractual) y la intención del daño (extracontractual).
» Rechazo de toda intervención judicial: el juez no puede intervenir en lo que las partes han
pactado.
Tendencias actuales: sociabilizadora.
A partir de la postguerra y de la crisis del liberalismo, aumenta la intervención del Estado en la
economía, en la sociedad y en el derecho privado, anteponiendo los intereses colectivos a los
individuales o de grupo. La intervención del Estado se evidencia en las siguientes cuestiones:
» Se procura una equitativa distribución de las riquezas.
» Intervención legislativa y judicial: si bien el principio de la autonomía de la voluntad perdura,
existe una mayor intervención del legislador y del juez en los contratos distorsionados.
» La responsabilidad civil: es fundada en otros supuestos/ factores, como los objetivos (riesgo,
garantía, equidad, etc.).
» La persona como centro del sistema.
» La prevención del daño.
» El surgimiento del derecho del consumidor: el consumo es la última etapa del proceso
económico. Entre los principios fundamentales del derecho de consumo se encuentran: el derecho al
acceso al derecho de consumo y libertad de elección; derecho a la protección de la salud y la
seguridad, prevención y reparación del daño; principio de información adecuada; etc.
El Libro Segundo es el que interesa a esta materia. El codificador lo dividió en tres secciones:
» Sección Primera “De las obligaciones en general” (Art. 495 a 895)
» Sección Segunda “De los hechos y actos jurídicos que producen la (Art. 896 a 1136)
adquisición, modificación, transferencia o extensión
de los derechos y obligaciones”
» Sección Tercera “De las obligaciones que nacen en los contratos” (Art. 1137 a 2310)
En el Libro Segundo, se incluye la parte general de las obligaciones y sus dos fuentes más
importantes: los contratos y los hechos ilícitos.
En esta temática, el codificador siguió a Freitas, Thibaut y Savigny, Putcha, quienes proponían una
parte general para las obligaciones como forma de diferenciarlas de su fuente más importante, que son
los contratos y, además, reglas generales para todo tipo de obligaciones (contractuales,
extracontractuales o legales).
Siguen esta metodología los códigos: alemán, chileno, ruso, italiano, portugués, paraguayo,
peruano, mexicano, etc.
Antecedentes.
El origen histórico comienza en el derecho romano aunque los conceptos del derecho real o
personal no fueron conocidos en el derecho romano. La diferencia se produjo con relación a las
acciones entre:
» Actio in rem (acciones reales): la reivindicatoria, la confesoria y la negatoria.
» Actio in personam (acciones personales): posibilitaban que alguien pudiera reclamarle a su
deudor que, por ejemplo, devolviera una suma prestada (mutuo) o bien el pago de una indemnización
derivada de un delito.
Tesis.
Existen cuatro criterios para analizar los derechos reales y los derechos personales.
A) Tesis clásica.
Para esta tesis:
Derechos reales Derechos personales o creditorios
• Constituyen un vínculo jurídico directo e • Relacionan a dos personas o más.
inmediato entre una persona y una cosa.
• Son absolutos, pues se ejercitan erga omnes. • Son relativos, pues carecen de efectos frente a
terceros.
• Importan un tener. • Implican un deber tener.
• Utilizan la acción reipersecutoria y • Utilizan la acción que es persona, sin efectos
reivindicatoria (cuando es arrebatado la cosa hacia terceros (cuando se promete la casa
objeto). enajenada y se exige la entrega de la cosa).
• Son limitados. Son los creados por la ley. • Son ilimitados. Son los creados por las partes.
• La prescripción es el medio de adquirirlos. • La prescripción es el medio de extinguirlos.
• Se exige para su nacimiento el título y modo • Basta para su nacimiento el consentimiento.
(acuerdo y tradición).
B) Tesis monista obligacional.
Esta tesis es sostenida por Planiol (Francia) y Thon (Alemania)
Algunos autores dicen que todos los derechos son personales, porque las relaciones jurídicas solo
pueden darse entre personas, ya que las cosas no pueden ser sujetos ni objeto de derecho.
Sostienen que el derecho de propiedad (derechos reales) no consiste en que el dueño pueda hacer,
sino en que los demás deben respetar lo que él haga; es decir, el derecho real sería un “obligación
pasivamente universal”, donde el sujeto pasivo estaría constituido por el resto de las personas
(deudores) que deben someterse al ejercicio de ese derecho.
C) Tesis monista realista.
El derecho o la relación creditoria es un derecho subjetivo de una persona sobre un patrimonio
ajeno.
En la obligación, la relación no es entre persona sino que siempre está referida a las cosas. El
contenido de la prestación se dirige a los objetos, ya que ante el incumplimiento voluntario, el acreedor
agrede los bienes del deudor que puede hacer vender y así satisface su derecho creditorio. La relación
es entre el sujeto titular y los bienes del obligado.
Rocco (jurista italiano) sostiene que del derecho de crédito importa una especie de prenda del
acreedor sobre los bienes del deudor.
Von Ihering decía que la relación se brinda entre dos patrimonios, no entre personas.
D) Tesis intermedias.
Son posiciones críticas en cuanto a la tesis clásica y monistas o extremas. Son muchos los juristas
que han dado estos tipos de soluciones:
» Según Ginossar: sostiene que la propiedad y los derechos creditorios se complementan en una
especie de obligación pasivamente universal a cargo de todos.
» Según Giorgianni: existen situaciones jurídica calificadas como derechos reales donde el titular
no tiene un poder inmediato sobre la cosa; en cambio, en ciertos derechos creditorios el acreedor
consigue su interés mediante un poder inmediato sobre la cosa. Para el primer supuesto da como
ejemplos a los derechos reales de garantía y a las servidumbres negativas. Para el segundo supuesto
se da como ejemplos al arrendamiento y al comodato.
» Según Díez-Picazo: la diferenciación que hace la doctrina clásica entre los derechos reales y
personales es insuficiente en el actual derecho positivo, ya que no existen separados, sino que tienen
una zona que les es común. Clasifica a estos derechos según:
• Eficacia: acá se encuentran los derechos reales (ej.: propiedad), de utilización y de disfrute, y los
derechos dirigidos a obtener la prestación del propietario (obligaciones propter rem).
• Función económica (estructura de poder que otorgan a su titular): son los de disfrute y de
obligación.
Obligaciones reales.
Son las llamadas propter rem, ambulatorias, scripta in rem. Consisten en imponer el cumplimiento
de una prestación al titular de ciertos derechos de señorío sobre una cosa. El hecho de que a
determinadas personas, por ser poseedoras o propietarias de una cosa, se les impongan obligaciones,
hace que la obligación real sea considerada como una categoría intermedia entre derechos reales y
personales.
» Naturaleza: la doctrina se divide en tres corrientes.
• Los que consideran que son una categoría intermedia que participa de los derechos reales y los
personales; una especie de doble naturaleza (Alsina Atienza).
• Los que entienden que se trata de un cierto tipo de derechos reales, donde la obligación
constituye una especie de “lado pasivo”. Esto es lo que llaman “derechos reales in faciendo” (Gatti).
• Los que piensan que se trata de vínculos personales y resultan una subespecie del género
“obligación” (Borda).
» Recepción en el Código Civil Argentino: el Art. 497 C.C. establece “a todo derecho personal
corresponde una obligación personal. No hay obligación que corresponda a derechos reales”.
La norma tuvo su fuente en Freitas.
Refiriéndose expresamente a las obligaciones reales, niega su inclusión en la legislación civil.
La nota al artículo en referencia es importante, en la que se evidencia la postura contraria del
codificador frente a las ideas de Aubry y Rau y Toullier, que están a favor de las obligaciones propter
rem. Sin embargo, los Art. 3266 y 3268 sostienen la existencia de estas obligaciones reales en el C.C.
» Casos: se citan algunos casos de obligaciones propter rem en la legislación civil:
• Obligaciones inherentes a la posesión (Art. 2416 a 2418).
• El derecho del tercer poseedor del inmueble hipotecario (Art. 3162, 3165, etc.).
• Obligaciones del acreedor prendario (Art. 3225, 3228).
• Obligaciones del propietario del fundo gravado con servidumbre (Art. 3036 a 3038).
• Obligación de pagar las expensas en la propiedad horizontal (Art. 17) Etc.
Bolilla 2
Los sujetos.
Un vínculo, relación o situación jurídica supone la existencia de sujetos entre los cuales tal vínculo,
relación o situación jurídica se establezca. El vínculo obligacional requiere, por lo menos, dos sujetos:
El sujeto activo o acreedor.
El sujeto pasivo o deudor.
El sujeto puede ser singular o plural, por lo que es mejor la denominación de “parte”. La pluralidad
puede darse desde un comienzo o más tarde, de manera sobreviniente (ej.: cuando el deudor fallece).
En el caso de haber más de tres sujetos, el objeto puede ser:
» Divisible: el objeto divisible por excelencia es el dinero. En el caso de una pluralidad de
deudores, cada uno de ellos debe pagar su parte al acreedor (obligación mancomunada).
» No divisible: ej.: una casa. Aquí se da una obligación de objeto indivisible.
» Divisible con solidaridad entre deudores o entre acreedores: puede ocurrir que uno de los
deudores sea el que pague la totalidad y luego les cobre a los demás deudores (obligación solidaria).
Cazeaux asegura que se admite, sin discrepancias, que pueden ser sujetos de las obligaciones:
Las personas físicas: el hombre, para quien está organizado el derecho.
Las personas jurídicas: entes susceptibles de adquirir derechos y contraer obligaciones.
Otros: también pueden ser sujetos de las obligaciones las sociedades civiles y comerciales, la
sociedad conyugal, el condominio, las asociaciones profesionales que hubieran obtenido personería
gremial, la comunidad hereditaria, las asociaciones mutuales inscriptas, entre otros.
En la obligación unilateral, cada uno juega un papel preciso y determinado (ej.: el contrato de
mutuo); en cambio, en la obligación bilateral el acreedor también es deudor, y éste, a su vez, acreedor
(ej.: compraventa).
También puede ocurrir que la obligación se constituya un acreedor y un deudor ciertos, pero que
por estar unida a una relación con la cosa, cambie de sujetos cuando aparece un nuevo titular, tal
como sucede en las obligaciones propter rem o ambulatorias. Ej.: un propietario debe expensas, pero
vende su departamento a un tercero. Este tercero, comprador del departamento del propietario deudor
de expensas, es ahora el nuevo deudor (sujeto indeterminado).
» Casos de indeterminación subjetiva: existen situaciones en las que los sujetos se hallan
indeterminados.
• Obligaciones ambulatorias o propter rem.
• Títulos al portador: tiene como acreedor al poseedor del instrumento creditorio. Este crédito se
transmite por tradición y se desconoce durante la vida del mismo quién es el acreedor.
• Promesa de recompensa: con este tipo de declaración se encuentra individualizado al deudor,
que ofrece cumplir una prestación a favor de quien realice un acto o se halle en una situación jurídica
determinada. En un momento ulterior queda individualizado el sujeto acreedor.
• Ofertas al público: es un supuesto similar al anterior, aunque en nuestra ley resulta ineficaz, ya
que no obliga a persona indeterminada, sino que alguien se obliga a mantener la promesa durante un
cierto tiempo. Algunos autores, como Trigo Represas, lo consideran un ejemplo de “declaración
unilateral de la voluntad” y en consecuencia, un ejemplo de sujeto activo indeterminado.
• Contrato a favor de tercero: si en la obligación se hubiere estipulado alguna ventaja a favor de un
tercero, recién después de la aceptación este pasará a ser acreedor de la prestación. Un ejemplo es el
seguro de vida, donde resulta como beneficiaria la persona que sea designado en el testamento.
• Contrato de persona a designar: es una figura en el que el contratante definitivo aparece cuando
se comunica su nombre y aceptación a la otra parte. Se trata de un contrato de sujeto alternativo.
• Contrato por cuenta de quien corresponda: en el contrato, el porteador puede depositar la cosa
transportada y hasta hacerla vender por cuenta de quien corresponda. Los destinatarios no participan
de la formación del contrato, el sujeto se encuentra temporariamente incierto y después surge para
recibir el producto del bien.
El objeto: la prestación
El objeto de la obligación puede ser considerado en diferentes sentidos:
Que sean las cosas (Art. 2311) o los servicios que se han comprometido a dar o realizar las partes
(esto es lo que la doctrina entendía inicialmente).
Que sea la prestación, comportamiento, conducta del deudor. Puede implicar cosas o hechos
positivos (acción de dar o hacer) o negativos (omisión, no hacer). Art. 495.
Compagnucci considera que el objeto de la obligación es la prestación; es decir, su objetivo o sus
fines. Por ellos, descarta que lo sean las cosas o los servicios, o el “dar, hacer, o no hacer”.
En cuanto al hecho de creer que el objeto son las cosas o los servicios, sería erróneo este supuesto
en el caso de que la cosa se perdiera, aun por culpa del deudor. De esta manera la obligación se
extinguiría por ausencia del objeto lo cual no es posible (Art. 889). No se podría explicar que, ante el
incumplimiento de la obligación de hacer, el acreedor pudiera reclamar “daños y perjuicios”.
En cuanto al “dar, hacer o no hacer” (categorías de obligaciones que contempla el artículo 495)
tampoco constituyen el objeto porque solo son vías conductoras por donde se dirige el objeto, además
de ser una generalización de los distintos tipos de obligaciones.
El objeto, susceptible de apreciación pecuniaria, puede estar determinado (al igual que el sujeto)
en el origen de la obligación o posteriormente, lo que significa que debe estar determinado al momento
del cumplimiento de la obligación.
Contenido: teorías.
El contenido es la cuestión de determinar en que consiste la prestación como objeto de la
obligación. Sobre ellos se han dado dos opiniones diferentes, sintetizadas en dos corrientes.
Teoría subjetiva (conducta del deudor): según esta teoría, la prestación se integra con lo que debe
cumplir el deudor. Así se produce una verdadera humanización del contenido obligacional, y se
considera al deudor como centro del sistema jurídico.
Para este pensamiento, el derecho del acreedor tiene como punto de referencia, el comportamiento
del deudor. La actividad del deudor obra como medio instrumental para satisfacer el interés del
acreedor. Giorgianni es partidario de esta teoría.
Teoría objetiva (bien debido): el bien debido no es lo que el deudor debe cumplir, sino es un bien
útil de la vida que puede satisfacer el interés del acreedor. Esta tesis se explica analizando las etapas
en la vida de la obligación.
Vínculo.
El vínculo es la relación jurídica que une a las partes de la relación obligacional. Encierra:
Un deber de carácter primario: constituido por la necesidad que tiene el deudor de cumplir, y el
derecho del acreedor a exigir dicho cumplimiento.
Este elemento permite al acreedor exigir el cumplimiento e impone al deudor satisfacer el interés
de la otra parte. Sería nulo el contrato que en una de sus cláusulas estableciera que “el deudor es libre
de pagar o no” (Art. 542).
Otras situaciones jurídicas secundarias: tienen su fundamento en el principio de la buena fe (Art.
1198) y en el favor debitoris. Estos derechos-deberes hacen que los contratos u obligaciones se
cumplan como las partes han querido y que se logre:
• El cumplimiento exacto de la prestación.
• La protección de determinadas situaciones en que se pueda encontrar el obligado.
• La satisfacción del interés del acreedor.
Naturaleza. Evolución.
Para aludir a la naturaleza del vínculo, es necesario conocer sobre qué o dónde recae el vínculo
obligatorio. Esto ha originado distintas opiniones, encuadradas en dos tesis distintas:
A) Tesis subjetivas.
Es aquella que toma al sujeto deudor como eje de la obligación.
Tesis del derecho romano: en el derecho romano, el objeto del vínculo es la persona del deudor. Se
unificaban al delito como al complimiento contractual. Se comienzan a evidenciar figuras jurídicas:
» El nexum: el vínculo estaba dirigido en sus comienzos a la persona física del deudor, quien
quedaba sometido con su cuerpo al poder del acreedor. La persona del deudor quedaba atada al
cumplimiento.
» La sponsio: da origen a una responsabilidad que se hace efectiva en el caso de incumplirse la
prestación. Es una promesa que hace el fiador al acreedor y no el deudor a este. El obligado es el
sponsor.
A pesar de haberse disminuido el tratamiento del deudor, el derecho romano mantiene el criterio
subjetivo del vínculo obligatorio.
Tesis clásica (Savigny): en la obligación, el vínculo jurídico tiene como contenido un derecho de
señorío del acreedor sobre la persona del deudor, que no cumple con la prestación.
El crédito es una potestad del acreedor sobre “determinados actos del deudor”. Por ello, en la
relación de obligación, el dominio se ejerce solo sobre algunos de los actos del deudor, y al quedar
esos actos al libre arbitrio de la persona se somete al imperio de otra voluntad.
El deudor se encuentra en un estado de sujeción y constreñimiento, siendo la situación más
importante de la relación porque hace a la esencia de la obligación.
Tesis neoclásica: es seguida por la mayoría de los juristas argentinos y seguida por la doctrina
extranjera. Esta tesis sostiene que el objeto del vínculo está dado por la actividad del deudor, su
comportamiento y su conducta. Considera a la conducta del deudor como objeto del vínculo.
Se diferencia de las posturas anteriores porque no habría un sometimiento de la persona, ni de
alguno de sus actos, sino que dicha conducta obraría siempre como medio instrumental para el
cumplimiento de la obligación.
B) Tesis objetivas.
Las tesis objetivas han tenido un mayor desarrollo y aceptación en la doctrina extranjera. Sostienen
que el vínculo debe considerarse no con relación a los sujetos sino al objeto de la prestación.
La obligación es siempre una relación entre patrimonios.
Tesis del débito: algunos autores distinguen etapas en la relación de obligación. Ésta configura la
primera etapa, denominada estado de “deuda” o “débito”. En este estado, el deudor se encuentra
La causa.
En algunos códigos civiles, se exige un elemento más para la existencia de la obligación: una causa
lícita.
La mayor parte de los autores concuerdan en que la teoría de la causa tiene sus complicaciones y
dificultades (presentan ciertos puntos oscuros e indescifrables). Buena parte de los problemas se ha
debido al mal empleo de los términos. La palabra causa ha sido utilizada en derecho, en tres sentidos:
Causa fuente: este elemento también es conocido como “causa eficiente” (Aristóteles), y consiste
en los hechos jurídicos que pueden dar nacimiento, base o fundamento a la relación obligacional. (Art.
499). El ordenamiento jurídico le da eficacia o virtualidad al hecho, es decir, no cualquier hecho genera
una obligación, sino cuando el ordenamiento jurídico lo establece.
Causa fin: la palabra causa está tomada en una acepción teleológica. Significa la finalidad
inmediata, el objetivo próximo perseguido por las partes al contratar. La palabra fin no significa todos
los objetivos que las partes han tenido en mira al celebrar el negocio jurídico, sino los más inmediatos,
los que se refieren al momento de concluir el acuerdo, los que forman parte de la estructura del mismo
y son conocidos de antemano por los contrayentes. Este concepto es objetivo, abstracto e impersonal.
Ej.: en una compraventa, la causa fin del comprado es que el vendedor se obligue a entregarle la
cosa vendida; y la causa fin del vendedor es que el comprador se obligue a pagarle el precio.
Causa motivo: llamada también “causa ocasional o impulsiva”. El significado de la causa motivo no
se detiene en el momento de la contratación ni se limita a la estructura del contrato, sino que
comprende todo lo que las partes han tenido en mira al realizar el negocio jurídico, es decir, sus fines
mediatos. No es un concepto abstracto, sino que es algo concreto, personal y subjetiva (cambia según
las personas de los contratantes).
Ej.: hemos comprado una casa para instalar en ella un depósito de mercadera, un hotel, etc.
El siguiente ejemplo explica mejor los tres significados:
«Cayo ha vendido cien toneladas de trigo a Ticio, en $100.000, para ser revendidas en Oriente»
» La causa fuente: es el contrato de compraventa.
» La causa fin: consiste para el vendedor en la obligación del comprador de pagar el precio y para
el comprador en la obligación del vendedor de entregarle el trigo vendido.
» La causa motivo: es la circunstancia de estar el trigo destinado a ser revendido en Oriente.
Evolución.
Derecho Romano.
La clasificación de las obligaciones en el derecho romano constituye el antecedente mediato de las
que tiene nuestro Código Civil.
En su origen, las obligaciones tuvieron como causa eficiente a los contratos (actos simbólicos de
carácter estrictamente formal) y a los delitos.
La primera clasificación que todos los autores hacen referencia es la de Gayo en las Institutas; el
texto dice: “Toda obligación o nace de un contrato, o procede de un delito”.
Esta clasificación excluía varias figuras que engendraban obligaciones y no podían ser ubicadas en
los supuestos de delitos ni de contratos. De esta manera, los compiladores bizantinos incorporaron
junto a los contratos a los cuasicontratos (quasi ex contractus: a las que nacen “como de un contrato”),
y al lado de los delitos a los cuasidelitos (quasi ex delicto: a las que surgen “de un delito”).
Esta clasificación cuatripartita es la que se encuentra en las Institutas de Justiniano.
En la paráfrasis de Teófilo (Escuela de los Glosadores, Bologna, siglo XIII) se produce una
modificación que trasciende a nuestros días, al cambiarse la partícula ex, quedan quasi-contrato y
quasi-delicto. Así quedan separadas las figuras de los contratos, cuasicontratos, delitos y cuasidelitos.
Fueron considerados cuasicontratos:
• La repetición del pago de lo indebido.
• La gestión de negocios ajenos.
• Las obligaciones que surgen de la tutela y curatela.
• Las obligaciones que nacen entre copropietarios de una cosa común.
• Las derivadas de la aceptación de una herencia entre legatario y heredero (testamento).
Fueron considerados cuasidelitos:
• Situaciones en que se obligaba a reparar el daño (por vía pretoriana). Ej.: casos de cosas
arrojadas a la calle, cosas que caen o daños causados dependientes de cosas guardadas o
transportadas (hechos ilícitos cometidos con culpa o negligencia).
En el siglo XVII, la clasificación cuatripartita es modificada por la escuela racionalista de derecho
natural. Grocio afirmaba que las fuentes de las obligaciones eran tres: el contrato, el delito y la ley.
En el siglo XVIII, Pothier mantiene la clasificación justinianea de las cuatro figuras, agregándole la
ley. Este último supuesto, incorpora casos no previstos en los anteriores. Ej.: la derivada de la
obligación alimenticia.
La clasificación de Pothier trasciende a la codificación francesa y a los códigos que siguieron esa
corriente y algunos con ciertas variantes, como el argentino.
Clasificaciones Modernas.
Planiol (en Francia), Pacchioni (en Italia) y De Diego y Valverde (en España), entienden que solo
hay dos fuentes de obligaciones: los contratos y la ley (modelo que sigue el C.C. Alemán). Díez-Picazo
no se integra a esta postura, estableciendo que hay tres grandes grupos de fuentes de obligaciones.
» Según Planiol.
a) El contrato: es la voluntad individual de los particulares la que hace nacer obligaciones.
b) La ley: es fuente en los casos en que hay que reparar un daño injusto, o prevenir el perjuicio, o
dar solución a supuestos donde no hubo voluntad particular en concordancia, como en la gestión de
negocios o en la repetición del pago de lo indebido.
Esta sencilla clasificación ha sido objeto de algunas críticas:
• Podría pensarse que todas las obligaciones tienen su fuente en la ley, aunque el mismo contrato
deriva de allí su fuerza obligatoria.
• Dentro de las obligaciones legales hay casos que son heterogéneos por su naturaleza y con
efectos diferentes, que enturbia la clasificación. Ej.: el delito con la gestión de negocios.
• Dentro de la voluntad individual hay figuras que no son contratos y tienen la virtualidad de crear
obligaciones, como la declaración unilateral de la voluntad y el testamento.
» Según Díez-Picazo.
Propone otra clasificación. Para el profesor español, hay tres grandes grupos de fuentes de
obligaciones:
a) El constituido por la autonomía privada: está apoyado en un poder de autonomía. Dentro de
este, se encuentran:
• El “negocio jurídico”, que es siempre producto de un acto de autonomía privada.
• El contrato, si es bilateral
• Las “relaciones contractuales fácticas” o “basadas en la conducta social típica” (ej.: cuando
alguien se sube a un micro y paga el boleto, aún siendo menor de edad, el acto es válido).
• Los unilaterales mortis causa, como el testamento.
b) El basado en la soberanía del Estado: la vinculación jurídica es creada por un poder ajeno e
independiente de los sujetos que intervienen. Dentro de este caso se encuentran:
• Los “contratos forzosos” como actos del poder administrador.
• Actos del poder judicial, como las subastas públicas.
• Administración judicial, la fianza, etc.
c) El creado por la ley en forma directa: nacen directamente de la ley, tales como:
• Las que vienen a indemnizar o restituir un equilibrio patrimonial (ej.: enriquecimiento sin causa).
• Las que tienen su origen en un estado social determinado (ej.: obligación alimentaria).
Bolilla 3
Controversia doctrinaria.
La figura de la declaración unilateral de la voluntad se ofrece como muy controvertida en la
doctrina de los autores. Es muy discutido si realmente una persona por su exclusiva decisión de
obligarse y sin el concurso de la voluntad de otra como acontece en el contrato, engendrar un crédito
valedero a su cargo.
La objeción más fundamental que se ha formulado a esta figura es que no basta la mera
manifestación del deudor para que el vínculo obligatorio nazca, sino que se requiere también la
aceptación de la promesa por parte del acreedor.
En síntesis es posible analizar dos tesis extremas y una intermedia que se disputan su
entendimiento y explicación:
Tesis de la declaración unilateral de la voluntad como fuente autónoma de obligaciones: es la
corriente que considera que la idea de la formación del contrato puede ser sustituida con esta teoría.
Sostiene que en el contrato la conjunción de voluntades no es simultánea sino sucesiva, que quien
emite una oferta queda ya obligado por su sola voluntad, mediante esta acción firme, decidida y
terminante, no interesando que se produzca el consentimiento, o la aceptación por otro. Esta postura
extrema reduce todo a la teoría de la declaración unilateral, tratando de destruir la idea de formación
contractual. Hoy en día se encuentra en gran decadencia.
Tesis contraria a la declaración unilateral de la voluntad como fuente autónoma de obligaciones: es
la que rechaza como fuente de las obligaciones sostienen que todo se reduce a obligaciones ex lege,
afirmando que es la ley siempre la que actúa en la génesis del vínculo obligatorio, para reconocer y
sancionar el resultado de un acto humano cuyo contenido y alcance ella misma fija, o bien a estadios
“previos” a la obligación, proyectos emanados del proponente y que producen algunos efectos jurídicos
durante el proceso de formación de las obligaciones, pero que no son en sí mismos tales y no pueden
confundirse con estas por faltarles dos elementos sustanciales de todo vínculo: la existencia de un
crédito y el sujeto activo.
Así se ha dicho que en el contrato las voluntades son simultáneas, pues el acreedor al aceptar
impide la retracción, y desde ese momento nace la obligación. También se sostuvo que para adquirir
un derecho es necesario manifestar la voluntad; que la promesa no aceptada es revocable (quien solo
se obliga, solo se desobliga), que se daría el supuesto de la llamada “condición puramente potestativa”:
cumplo si quiero, ya que el mismo que manifiesta su voluntad podrá revocarla.
Cazeaux por su parte afirma no es fuente porque es un “tramo”, un pasaje hacia el contrato,
todavía no hay acreedor, falta ese elemento.
Tesis intermedia: es el que parecería triunfar en los últimos tiempos. Se trata de establecer
virtualidad a la tesis solamente en algunos casos de excepción, pero no con carácter general. Y ello,
más que apoyado en la normativa legal, fundado en razones de interés social, en el tráfico jurídico y en
el principio de la buena fe contractual (Trigo Represas, Roca Sastre, entre otros).
La promesa para constituir una fundación puede ser realizada mediante actos entre vivos (donación
Art. 1806) o mortis causa (testamento art 3735). En ambas vías una persona decide constituir una
fundación y destina parte de sus bienes a ello.
Se observa que la donación es siempre un “contrato” y necesita la aceptación del donatario para su
perfeccionamiento (los art 1792 y 1793 admiten la revocación del donante antes de la aceptación). Por
otra parte, el testamento es un cato típicamente revocable (art 3824) y además es imprescindible la
aceptación del heredero instituido (art 3311 y 3358) o del legatario (art 3804 y siguientes). En la
promesa de fundación no hay posibilidades de incluir una especie de declaración unilateral de la
voluntad.
Estipulación a favor de tercero.
Es un negocio trilateral donde dos personas acuerdan que una de ellas dará o hará algo a favor de
alguien que no es parte del contrato.
El acuerdo entre partes se realiza como cualquier contrato, con la característica de que la
prestación tiene como destinatario a quien es tercero en la relación.
El Art 504 exige la aceptación del tercero y permite, con anterioridad y válidamente, la revocación
del oferente. Por ejemplo el Seguro de vida.
Títulos al portador.
Se representan mediante documentos que otorgan derecho al tenedor, y a su simple presentación
a reclamar al librador el pago. El deudor se encuentra perfectamente identificado desde su nacimiento.,
son acreedores aquellos que poseen el documento, y su titularidad se transfiriere mediante la sola
entrega manual.
Distinguidos juristas consideran que estos títulos son consecuencia de la declaración unilateral de la
voluntad entre ellos Borda, Trigo Represas, en razón de que el librador se obliga creando un derecho a
favor del poseedor del título, y esa obligación nace prescindiendo de la voluntad del acreedor.
Solamente hay ausencia de identificación de la persona del acreedor y un título abstracto de la
obligación. El acreedor nace con el instrumento mismo, y en el momento en que el librado lo entrega a
una persona distinta. Puede haber varias transmisiones desde el primitivo acreedor a quien reclama el
cobro. No se ve una forma de declaración de la voluntad en estos títulos al portador. El mismo
razonamiento se podría hacer con relación a los documentos a la orden.
El CC francés y los demás cuerpos normativos del siglo XIX que siguieron esa línea legislativa
(español, argentino, uruguayo, chileno, etc.), no hacen referencia alguna a la declaración unilateral de
la voluntad como fuente de las obligaciones. En nuestro derecho como dijimos, el CC no lo admite,
aunque tampoco la prohíbe. Lo importante es señalar que ciertas figuras como la promesa pública,
resultan ejemplos válidos de este instituto.
ley, los usos, o las buenas costumbres, o se ejerce con culpa o dolo y mediante ese obrar se causa un
daño a otro.
En la concepción del abuso del derecho prima la postura que cada autor adopte sobre su
naturaleza sin perjuicio de ver que nuestra legislación en el Art. 1071 tomo partido por la corriente
objetiva o normativista.
Legislación argentina.
Antes de la reforma de la ley 17.711, el CC en el Art. 1071 consagraba un principio de derecho que
hoy mantiene virtualidad si se lo entiende en sus justos límites.
El viejo Art. 1071 se oponía a la aceptación de la teoría del abuso del derecho pues decía: “El
ejercicio del derecho propio, o el cumplimiento de una obligación legal no puede constituir como ilícito
ningún acto”.
Antes de la ley 17711 se hacía referencia al Art. 35 de la Constitución del año 1949: “los abusos de
derechos y garantías constitucionales que perjudique a la humanidad o que lleven a cualquier forma de
explotación del hombre por el hombre, configuran delitos que serán castigados por las leyes”. Esta
constitución fue suprimida por el gobierno de facto de 1955.
La ley 17.711 sienta el principio general en el Art. 1071: “el ejercicio regular de un derecho propio
o el cumplimiento de una obligación legal no puede constituir como ilícito ningún acto. La ley no
ampara el ejercicio abusivo de los derechos. Se considerará tal al que contraríe los fines que aquella
tuvo en mira al reconocerlos o al que exceda los límites impuestos por la buena fe, la moral y las
buenas costumbres”.
Para ésta ley hay abuso cuando se ejerce un derecho contrariando el objeto de su institución y
además subordina el ejercicio de un derecho a la moral.
También encontramos expresamente aplacada la teoría del abuso del derecho en:
» Art. 2513: que dispone que el propietario gozará de los artículos inherentes a la propiedad:
poseer, disponer, usar y gozar de la cosa; pero el ejercicio de estos derechos deberá ser un ejercicio
regular.
» Art. 2514: agrega que las facultades del propietario no pueden ser restringidas salvo el caso que
fuera abusivo su ejercicio.
Antes del año 1968 la jurisprudencia acepto que era condenable el ejercicio abusivo de los
derechos. Así por ejemplo se considero abusivo el pretender resolver un contrato de compraventa con
pacto comisorio cuando el comprador había pagado un número importante de cuotas o reclamar el
pago de una cláusula penal desproporcionada a la prestación principal, etc.
Nuestra legislación ha consagrado la tesis objetiva finalista, sumándose los ingredientes de la
buena fe, buenas costumbres y la moral.
Jurisprudencia. Casos
Son variados los casos en que la jurisprudencia aplico la tesis del abuso del derecho para limitar
diversas pretensiones en justicia. Así, en medidas cautelares indebidas o desmedidas con relación al
derecho que se reclama o bien en los pedidos de quiebras o cuando se pide la demolición parcial de
una construcción lindera, basándose en la prohibición de edificar en suelo ajeno, después de haberlo
tolerado, o la pretensión de hacer quitar los ornamentos de un edificio porque se introducen algunos
centímetros en el terreno contiguo o, el ejercicio del pacto comisorio ante el deudor que pago un gran
número de cuotas o el del acreedor-vendedor que pretende hacer efectiva la cláusula penal sobre lo
pagado y resolver el contrato o en la órbita del derecho de familia cuando los padres impiden casarse a
sus hijos menores sin razones valederas, o ingresar en comunidades religiosas o profesar determinadas
religiones, etc.
Derecho comparado.
En la legislación extranjera se anotan cuatro corrientes: los códigos que no consagran el principio
los que hacen referencia subjetiva a la “intención de dañar”, los que se refieren a la “buena fe”, y los
que hacen con relación a elementos objetivos.
Dentro de la primera clasificación está el CC francés, aunque es de señalar que tanto la
jurisprudencia como la doctrina francesa han hecho permanente aplicación de la teoría.
El CC alemán dice que el ejercicio de un derecho es inadmisible si solo tiene en mira causar un
daño al otro. Con lo que se ubica en la tesis subjetiva que toma en consideración las intencionalidades.
Prohibir el abuso por ser contrario a la buena fe ha sido un principio que numerosas leyes han
seguido. Asía, el CC suizo de 1907 dispone que los derechos deben ejercerse según la buena fe y que
no se protege el ejercicio abusivo de los derechos.
También la reforma al CC español en el nuevo título preliminar ha incluido a la buena fe.
Y para concluir, varias leyes han consagrado la prohibición del abuso fundado en la “moral”, “las
buenas costumbres”, “los fines sociales” o “la función de la ley”. En esta tendencia se anota nuestra
legislación.
Antecedentes históricos.
El derecho romano no tuvo una única acción para combatir el enriquecimiento sin causa. En el
Digesto se expresa que “es equitativo según el derecho natural que nadie se enriquezca a expensas de
otro”.
A fines de la República nace la noción del enriquecimiento sin causa, como un efecto para mitigar
los rigores del formalismo imperante y de contratos abstractos que creaban obligaciones sin causa y
desplazamiento patrimoniales injustos. Par contrarrestar esas situaciones se creaban las condictios o
también llamadas acciones de repetición. En el procedimiento formulario, las condictios fueron acciones
de derecho estricto que tenían como fin lograr la restitución de una cosa cierta o de una cantidad de
dinero, sin necesidad de indicar el fundamento de la obligación.
Las condictios son:
La condictio causa data non secuta: se otorgaba para reclamar la devolución de lo que se había
dado en atención a una causa que luego no se cumplía. El clásico ejemplo es el de la dote entregada
con miras a un matrimonio que no se realiza. Está contemplada en el Art. 793 del CC (tercer supuesto),
como un caso de pago sin causa.
La condictio ob causam: se daba cuando alguien entregaba algo teniendo en mira un resultado o
causa que no se producía, también esta legislada en el Art. 793 (segundo supuesto).
La condictio ob causam finita: tenía lugar cuando la causa desaparecía aún después de arribar a un
resultado que se juzgaba permanente. Era muy similar a la primera tenía igual regulación legal.
La condictio ob turpem vel iniustam causam: se ejercía cuando alguien entregaba algo con un fin
ilícito o inmoral o que era contrario al orden público. Actualmente esta prevista en los arts. 792 y 794
de nuestro Código.
La condictio indebiti: es la que presupone un pago realizado por error. Nuestra ley civil se ocupada
de ellos en los Arts. 794, 790 y 791. Y para algunos romanistas esta fue sólo una modalidad de la
condictio ob datorum.
La condictio sine causa y la condictio sine causa generalis: fueron acciones que se concedían ante
un hecho que alguien realizaba sin fundamentos suficientes, o como una acción general de
enriquecimiento indebido. El Código argentino la legisla como tipo general en el Art. 794 cuando refiere
al pago sin causa.
La actio de in rem verso: fue una acción que se daba ante el enriquecimiento indirecto de un pater
familia por el contrato realizado por un esclavo o un hijo.
El principio del derecho romano reaparece en Las Partidas, y en las obras de Domat y Pothier, más
como una regla de buen comportamiento y moralidad en las costumbres que como una categoría
jurídica. Comienza su gran desarrollo en la doctrina del siglo XIX, fundamentalmente con la obra de
Aubry y Rau, con los precedentes de la Corte de Casación francesa, lo que lleva a convertir al
enriquecimiento sin causa en una fuente autónoma de obligaciones.
Naturaleza Jurídica.
Cuando estudian la naturaleza jurídica del enriquecimiento sin causa, algunos autores lo hacen con
referencia al fundamento de la acción que deriva de la aplicación del principio actio de in rem verso. Es
necesario diferencia a la institución en sí misma de la consecuencia o efectos que genera en su
aplicación.
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Derecho Civil II
En cuanto, al enriquecimiento hay que considerar su valor actual, es decir, que se mide al
promoverse el reclamo. Y si ese valor no coincide con el empobrecimiento hay que considerar siempre
el importe de la suma menor.
Clases.
La doctrina nacional ha dado diferentes contenidos a los supuestos de pago indebido. Sobre ello no
existe uniformidad de pareceres.
Tanto para Colmo como para Llambías incluyen tres casos: el pago por error, el pago sin causa y el
pago obtenido por medios ilícitos.
Por su parte Salvat refiere dos: el pago por error y el pago sin causa; Rezzónico y Lafaille menciona
el pago por error, el pago sin causa y el pago por causa ilícita.
Trigo Represas dice que hay pago de lo indebido en los supuestos de: a) pago por error b) pago
sin causa c) pago por causa ilícita d) pago obtenido por medios ilícitos.
Los autores franceses consideran que es pago indebido tanto el pago sin causa como el pago por
error, ya bien porque se paga una obligación inexistente, o lo que no se debe, o una deuda de otro, o
una obligación nula.
Diferencia entre el pago sin causa y el pago por error.
Es importante diferenciar el pago por error del pago sin causa. En el primer caso es necesario que
el solvens que pretende recuperar lo pagado pruebe el vicio de error, en cambio cuando se trata de un
pago sin causa, al no existir un nexo obligacional el error no interesa, y será el accipiens si pretende
mantener el pago recibido, quien deberá acreditar la existencia de una causa legítimamente. En este
último caso se facilita la procedencia del reclamo, cosa que no ocurre en el pago realizado por error,
donde es inevitable la demostración de este vicio.
Para distinguir ambos supuestos se han dado diferentes opiniones, dos extremas y una intermedia.
Entre las extremas, una fue seguida por la doctrina argentina y considera que sólo hay pago sin
causa en los supuestos de los Arts. 793 a 795 CC, ya que el codificador habría seguido lo sostenido por
Aubry y Rau, siendo el 792 sólo un enunciado desarrollado en las otras normas.
Otra tesis extrema, defendida por Borda, declara que todos los supuestos de pago indebido son
casos de pago “sin causa”. Por ello el jurista, hace referencia al pago sin causa hecho por error y a
otros supuestos de pago sin causa, ya que siempre que se paga algo que no se debe se estaría en
presencia de un pago sin causa. Esto no concordaría con lo que el CC regula al respecto.
La corriente intermedia que el pago sin causa es el realizado cuando la obligación no existe, pues
carece de su antecedente jurídico válido que es la causa. El solvens no es deudor con relación al
accipiens, que a su vez carece del título de acreedor. Según esta tesis a la que adherimos, el pago sin
causa se extiende más allá de los supuestos previstos en el Art. 793, que serían solo ejemplos no
taxativos del enunciado general dado en el Art. 792; hoy la mayoría de nuestra doctrina sigue esta
corriente.
Llambías y Cortés si bien dentro de la última postura, disienten en un aspecto. Dicen que cuando el
accipiens es acreedor pero quien paga es un tercero (obviamente a quien no es su acreedor), o
solventa una obligación inexistente, el pago es por error y no sin causa, ya que al revestir el accipiens
el carácter de acreedor tendría título (causa) suficiente para recibirlo. Para el resto de los autores
citados seguiría siendo un pago sin causa.
Pago por error.
El principio se encuentra enunciado en el Art. 784, que dice: “El que por un error de hecho o de
derecho se creyere deudor y entregare alguna cosa o cantidad en pago, tiene derecho a repetirla del
que la recibió”.
Los requisitos surgen del mismo artículo, y son:
» Demostrar un verdadero pago: el pago debe ajustarse a lo que dispone el Art. 725, pues se trata
del cumplimiento de una prestación, ejecutado con animus solvendi.
» Que sea indebido: es indebido el cumplimiento cuando la obligación resulta inexistente o cuando
se entrega un objeto diferente al debido, o bien se cumple una deuda que se tenía con otros.
Para la tesis que seguimos solo habría pago por error cuando este se realice entre quienes son
respectivamente acreedores y deudores, o bien se entrega una cosa distinta, o se omite la espera del
cumplimiento de una condición, etc. Los demás supuestos encuadran en los de “pago sin causa”.
» Que haya mediado error: el Art. 784 exige que haya mediado error en el solvens. El error
constituye una falsa noción de una cosa, por haber desarrollado y manifestado una idea equivocada, o
haber declarado algo que no se deseaba. De allí que si el solvens sabía que estaba pagando mal, no es
posible alegar el vicio para el cumplimiento.
Condiciones del vicio del error.
Son distintas las opiniones doctrinales sobre la condición del error, estas son:
» Error de hecho y de derecho: el Art. 784 permite alegar tanto el error de hecho como de
derecho. Nuestros autores sostienen que si bien el codificador con ella contradice lo dispuesto en los
Arts. 20 y 293 CC, que impide su invocación para anular un acto, habría en el supuesto una excepción
basada en principios de equidad, o para evitar enriquecimiento sin causa, que eliminarían el
impedimento legal.
El error de derecho es invocable cuando, por ignorancia de la ley o su equivoca interpretación, se
exterioriza una declaración que de otra forma no se hubiera emitido. Otra cuestión resulta la
obligatoriedad que todos tenemos de cumplir con las disposiciones legales. No es contradictoria la
norma del Art. 784 con los Arts. 20 y 923 CC ya que el solvens ha pagado ante el falso conocimiento de
una situación jurídica.
» Excusabilidad: el Art. 929 CC consagra el requisito de la excusabilidad de error para que pueda
invocarse en la anulación de los actos. Se exige, en quien comete el error, “razones fundadas para
equivocarse”, y no se protege al negligente o a quien obra con culpa.
Algunos autores sostienen que para repetir un pago por error, este debe reunir esa cualidad, pues
se aplica lo dispuesto en el Art. 929 CC. Pensamos que no es necesaria la demostración de una
conducta diligente. Galli ha sintetizado esta posición diciendo que el requisito del 929 es para anular los
actos, y ello afecta la seguridad de los negocios, asegurándose la pureza de la voluntad y la protección
a la victima que obró bien. En el error para repetir no se afecta al vínculo jurídico, se protege aún al
poseedor de mala fe y se tiende solamente a impedir que alguien se enriquezca indebidamente. No es
necesaria la prueba de la “excusabilidad”.
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» Esencialidad: el error debe ser “esencial”, al igual que para pretender la anulabilidad de un acto
jurídico en general (conforme al Art. 928). En el Art. 790 se enumera una serie de casos que cualifica
como “error esencial” y sujetos a repetición.
El inc. 1º del Art. 790 se refiere al pago realizado antes del cumplimiento de la condición
suspensiva, pues aún no se ha perfeccionado el vínculo obligacional y el deber del deudor está
sometido a que se produzca un acontecimiento futuro e incierto.
El inc. 2º es el más típico de todos, pues trata de cuando el solvens (deudor) da en pago algo que
no debe.
El inc. 3º hace referencia a dos supuestos que no son sino variantes del anterior: cuando el deudor
debe una obligación de “dar cosas inciertas no fungibles” y paga como si fuere cosa cierta; y si se trata
de una obligación alternativa y entrega todos los sujetos que la componen.
El inc. 4º establece que el error está en creer que la elección en la alternativa le correspondía al
acreedor, cuando el que tenía derecho a elegir era el deudor, y paga en ese entendimiento.
En el inc. 5º se establece que cuando hay una obligación de hacer y el deudor cumple con otro
hecho distinto, este tendrá derecho a ser “indemnizado” y seguirá siendo deudor del hecho, pero el
hecho no es repetible.
El inc. 6º contempla el caso de deberse una obligación divisible y mancomunada y paga la totalidad
de la prestación, tiene derecho a repetición, no todo lo que pago sino de lo que excedió de su deuda.
Puede haber otros casos similares: si se deben cosas inciertas o fungibles (de cantidad) y se
entregan cosas distintas, de diferente peso o medida, o bien se entrega un “cargo determinado” y se
cumple con otro. Y finalmente cuando alguien adeuda una suma dineraria y paga con una especie
diferente en una mayor cantidad al valor del cambio, tendría derecho a repetir el excedente.
El CC incorpora en el Art. 791 casos de error accidental que no dan lugar a la repetición de lo
pagado. El inc. 1º de este artículo se refiere al pago anticipado al vencimiento del término, norma
vinculada a lo que se decidió con la reforma de la ley 17.711 con relación al Art. 571 que en el Código
tenia la solución contraria.
Dejar firme un pago hecho por error cuando se lo hace con anticipación al vencimiento del plazo
puede consagrar soluciones injustas que perjudiquen a los deudores. La reforma fue contraria al
principio de favor debitoris [principio que protege a una de las partes de la relación obligacional: al
deudor. El Código Civil argentino contiene en varios artículos cláusulas favorables al deudor, como el
del lugar de su domicilio para hacer el pago (Art. 747) o la imputación que puede hacer al tiempo de
hacer el pago, escogiendo sobre prestaciones de igual naturaleza (Art. 777)] y a una realidad nacional,
cual es que el tiempo siempre importa más dinero.
Los casos previstos en los inc. 2º 3º 4º 5º del Art. 791 configuran supuestos de obligaciones
naturales previstas en el Art. 515 CC. El inc. 6º hace referencia al tercero que paga con conocimiento
una deuda que no es propia. En este supuesto no existe ningún tipo de error ni esencial ni accidental.
Si una persona paga sabiendo que no debe solo tendrá acciones contra el verdadero deudor pero nada
más.
Prueba.
Para la procedencia de la pretensión repetitoria deberá demostrarse: a) el pago b) el carácter de
deudor en el solvens y de acreedor en el accipiens c) el error.
Los dos primeros objetos probatorios resultan de simple demostración. El pago se prueba con
cualesquiera de los medios admitidos, y generalmente el más idóneo es el recibo. El otro extremo le
corresponderá al accipiens demandado, pues en caso contrarios se estará en presencia de un pago sin
causa, lo que facilita la acción al solvens. El problema mayor se presente con la demostración del vicio
del error, para ello se deberá acudir a todo tipo de pruebas, especialmente a las presunciones y
testigos. Y será fundamental como dice Llambías, la actitud que adopte el accipiens en el proceso. Si
niega haber recibido el pago, o dice que el solvens pago con pleno conocimiento a la deuda de otro, o
que se trató de una dación en pago, y luego se descubre su incerteza, importaran presunciones graves
contra el interés del demandado accipiens, que prueban el error.
Condictio causa cessans o causa finita: el según supuesto es cuando se paga teniendo en mira una
causa existente pero que hubiese cesado de existir (Art.793), dándose el supuesto de la condictio
causa cessam o causa finita del derecho romano. Se da como ejemplo clásico el del seguro contra
robo, cuando después de recibir la indemnización se recupera la cosa. El pago deviene sin causa y la
compañía aseguradora tiene derecho de repetición.
Legitimación activa.
En nuestro derecho, el solvens es quien se encuentra legitimado para reclamar la repetición de lo
pagado (conforme al Art. 784). Es una acción patrimonial transmisible a los herederos (Arts. 1195 y
3417), cesible a terceros (arts. 1434 y 1444) y ejercitable por vía de la acción subrogatoria (Art. 1196).
Si es un representante legal o voluntario el que paga, la cuestión no varía porque es como si
hubiera intervenido personalmente el representado (Arts. 1870 y 1946). Como excepción el
representante o mandatario pueden ejercer la acción por derecho propio cuando: a) pagan con dinero
o cosa propia y b) se excede en los límites del mandato y queda como responsable personal (Arts.
1931 y 1932).
Por excepción la acción no corresponderá a quien materialmente efectúa el pago, si lo hizo como
mandatario o representante, pues entonces se considera que tal pago fue realizado personalmente por
el mandante o representado (Art. 1946). Pero aún en estos casos se admite en general que el propio
mandatario o representante está legitimado para intentar la repetición, cuando lo realizo con bienes
suyos propios, para evitar una doble serie de acciones del mandatario contra su mandante (Arts. 1949
y siguientes), y de esté contra el accipiens; y cuando el mandatario queda como personalmente
responsable del pago, por mal empleo de los fondos de su mandante (Arts. 1904, 1909, 1910), ya que
si se debe reintegrar a este último el importe indebidamente pagado, parece lógico acordarle asimismo
la acción de repetición contra el accipiens. Si el pago hubiese sido practicado por un tercero sin
mandato del deudor, hay que formular una distinción: Si el obligado ratifica a posteriori tal pago
expresa o tácitamente, esta ratificación equivale al mandato (Arts. 1935 y 1936), y por lo tanto
resultará de aplicación todo lo expuesto anteriormente, pero si el deudor desconoce tal pago, la acción
de repetición debe corresponder directamente al tercero pagador.
Legitimación pasiva.
La acción de repetición debe intentarse contra el accipiens, o sea contra quien recibió el pago. En
el caso de haber sido recibido el pago por un mandatario, la acción es igualmente procedente contra el
mandante, aunque aquel hubiera aprovechado personalmente lo percibido, pues esto no podría ser
motivo de elucidación en las relaciones entre mandante y mandatario, pero no afecta al solvens que es
a su respecto un tercero extraño.
La situación es la misma si el pago se efectuó a un tercero, pero fue luego ratificado por el
verdadero acreedor (Arts. 1936 y 733), mientras que si no media la ratificación, la acción solo procede
contra el tercero accipiens aunque no como una repetición de un pago realizado por error, sino de
pago sin causa por haberse cumplimentado entre personas que no estabas ligadas entre sí por un
vínculo obligacional.
Si se pagó a un tercero no autorizado, contra el debe dirigirse la demanda, salvo que el acreedor
ratifique la gestión, en tal caso la situación es como se que la indicó al principio (arts. 1935 y 1936).
Efectos: Conducta del accipiens. Frutos, pérdida, deterioro. Costas del juicio. Respecto
de terceros: cosas muebles e inmuebles.
Los efectos se producen entre las partes y con respecto a terceros.
Entre partes: el Art. 786 establece que el accipiens que obró de buena fe debe ser considerado
como un poseedor de buena fe, y si recibió una cosa cierta o cantidades de cosas debe restituir la
misma cosa o la misma cantidad, con los frutos pendiente pero no los percibidos.
Si el accipiens es de mala fe debe considerárselo como al poseedor de mala fe (Arts. 788 y 789),
devolverá la cosa, o las cantidades recibidas, con más los intereses o frutos que percibió o pudo
percibir desde el momento del pago. Si la cosa se destruye, se deteriora o se pierde, debe la
indemnización correspondiente a tales daños, salvo que ellos igual se hubieren producido estando la
cosa en poder del solvens (Art. 789).
Los frutos que devengan la restitución y las cosas que debió abonar en un juicio donde pagó
indebidamente serán soportados por el que reclamo. Esta es la tesis mayoritaria en nuestra doctrina.
Con respecto a terceros: Cuando el accipiens enajena la cosa recibida a un tercero, es necesario
distinguir si se trata de un bien mueble o de un inmueble.
Si es una cosa mueble, el tercero de buena fe que adquirió la cosa no robada ni perdida, está
protegido y repele cualquier acción reivindicatoria (Art. 2412).
Tratándose de un inmueble el Art. 787 consagra la solución que diera Vélez Sarsfield para estos
supuestos, es decir, la procedencia de la reivindicación contra el tercero, haya sido el accipiens de
buena o mala fe, en concordancia con el principio establecido en el Art. 3270.
La modificación dada al Art. 1051 por la ley 17.711 en protección de los terceros adquirentes de
inmuebles de buena fe y a título oneroso, se trate de un acto nulo o anulable, viene a alterar el
principio sustentado en el Art. 3270 y la regla del Art. 787. La mayoría de nuestros autores a los que
nos sumamos, considera que el Art. 787 quedó derogado por el Art. 1051. Una postura aislada
considera que el Art. 787 es una excepción a aquel principio, y por ende sería procedente la acción
reivindicatoria tal como lo propicio el codificador argentino.
Repetición de impuestos.
Si el contribuyente paga un impuesto o tasa que sea contrario a la ley o a la constitución, puede
reclamar la repetición. Los caminos para lograrlo no son uniformes en las provincias o en la Nación,
incluso el procedimiento varía en algunos casos.
Una reiterada y constante jurisprudencia de la Corte Suprema de la Nación establece que para
habilitar el reclamo judicial es necesario que al pagar (o antes de hacerlo), el solvens realice una
protesta, es decir, deje debida constancia de que paga considerando la ilegitimidad del gravamen, las
razones fundadas de dicha oposición, y además debe hacerlo saber a la autoridad correspondiente.
Bolilla 4
Dinámica de la obligación.
Desde que la obligación nace, hasta que se desarrolla, se inicia la etapa del puro débito.
Cuando se hace exigible el cumplimiento de la prestación, el deudor puede tomar dos posturas, en
base al constreñimiento psicológico (de cumplir o no):
Cumplir: continúa la etapa del puro débito. Trae como consecuencias:
• La extinción de la obligación.
• La satisfacción del interés del acreedor.
• El desligue del deudor del vínculo obligacional.
No cumplir: se inicia la etapa de responsabilidad contractual. En este caso, el sujeto pasivo no
respetó la naturaleza del vínculo jurídico para que la obligación se extinga por medios naturales. El
incumplimiento puede ser:
Absoluto Relativo
La prestación no cumplida no puede La prestación no cumplida puede cumplirse
cumplirse con posterioridad a la con posterioridad y satisfacer el interés del
exigibilidad de la obligación. acreedor.
Imputable El deudor debe cumplir el resarcimiento El deudor debe cumplir el resarcimiento
cuando el incumplimiento ha sido a título cuando el incumplimiento ha sido a título de
de dolo culpa. dolo culpa.
No No hay resarcimiento, ni indemnización No hay resarcimiento, ni indemnización
imputable porque se ha producido la imposibilidad porque no se ha producido el
que acarreó el incumplimiento. incumplimiento por culpa o dolo.
Medios de ejecución.
Ante la lesión al derecho de crédito del acreedor, este último dispone de vías de ejecución para
satisfacer el interés violado, denominado ejecución forzada (cumplimiento forzoso), que regula el Art.
505. En la norma aparecen:
Ejecución forzada específica.
Ejecución directa: ejecución por medio de tercero.
Ejecución indirecta: la satisfacción de daños y perjuicios por equivalente dinerario.
• Si estas sean para constituir un derecho real (ej.: el reclamo de la entrega de un inmueble en la
compraventa) o para restituirlas a su dueño (ej.: solicitud de desalojo por vencimiento del término en
un contrato de comodato).
Llambías asegura que son necesarios tres requisitos para hacer efectivo la ejecución in natura:
• La existencia de la cosa.
• Que se encuentre en poder del deudor.
• Que el deudor sea poseedor de la cosa.
Obligaciones de hacer: en las obligaciones de hacer, la ejecución forzada es menos rigurosa que en
las de dar. La ejecución forzada es factible, pero tiene como límite la imposibilidad legal de ejercer
violencia contra la persona del deudor, aunque es viable utilizar todos los medios legales para ello
(embargos, intimaciones, astreintes, etc.).
Ejemplos de este tipo de cumplimiento se dan en la “obligación de escriturar”: se autoriza al juez a
suscribir la escritura ante la negativa del deudor, o cuando resulta subrogable la actividad del deudor,
se ordena que lo hagan sus auxiliares o representantes
Obligaciones de no hacer: la solución varía de cómo sean esas obligaciones:
» Si son de no hacer intuitu personae: se le aplican las mismas reglas que a las de hacer intuitu
personae. Ej.: si el deudor revela el secreto de una fórmula química o vende los resultados de un
invento que había comprometido con otro, es posible reclamarle el pago de daños y perjuicios.
» Si es posible su ejecución sin violentar la persona del deudor: la ley admite e empleo de la
fuerza. Ej.: si el deudor se obliga a no construir un muro e determinada altura o a no instalar un local
comercial y no cumple, es posible destruir lo mal hecho, o clausurar el local.
Astreintes.
La astreinte es un medio judicial para constreñir al deudor que se resiste al cumplimiento de sus
obligaciones a pesar de los mandatos judiciales que se le dirijan. Se la puede definir como una condena
económica, que imponen los jueces para vencer la resistencia de deudores renuentes, a fin de que
cumplimenten las sentencias judiciales.
Según los Mazeaud, son condenaciones pecuniarias, aplicadas por el juez a fin de vencer la
resistencia de un deudor, inclinando su voluntad al cumplimiento de la sentencia. Son medios de
obligar o compeler, destinado a vencer las resistencias injustas.
La astreinte no tiene traducción exacta en el castellano. Se la puede identificar con expresiones
como: “constreñir” o “coaccionar”. Es una institución francesa. Se utilizó las astreintes en Francia,
especialmente en el siglo XIX. Su aplicación tuvo amplia difusión, siendo receptada legislativamente en
varios Códigos de Procedimiento Civiles, como Francia, Alemania, Egipto, Argentina, etc.
Naturaleza jurídica.
Muchos autores, como Llambías, Cazeaux y Trigo Represas, Salvat, Borda, etc., sostienen que las
astreintes no constituyen una indemnización de daños y perjuicios (que tienen por objetivo reemplazar
el cumplimiento in natura de la prestación), ni es una cláusula penal ni una pena civil impuesta por lo
pasado, sino que tienden a conseguir el cumplimiento de la prestación que no ha sido in natura.
Para Llambías, es un medio de compulsión. Cazeaux considera que es una medida procesal de
ejecución. No obstante, se podría considerar que consiste en una pena civil discrecional, provisoria y
futura, que tiene como fin lograr el cumplimiento de una sentencia judicial.
Caracteres.
La astreinte tiene los siguientes caracteres:
» Es judicial: solo puede ser impuesta por los tribunales de justicia.
» Es una pena civil: es una penalidad o sanción, que se impone ante la posibilidad del
incumplimiento de una sentencia judicial, ya que esa condena es ejecutable en los bienes del deudor.
» Es provisional: este carácter se une a su “futuridad”, ya que los jueces pueden válidamente
prolongarlas, disminuir o dejar sin efecto la sanción ante el cumplimiento, promesa de cumplimiento
por parte del deudor, o prueba que justifique su reticencia (reparo).
» Es conminatoria: su finalidad consiste en imponer una presión sobre la voluntad del obligado.
» Es arbitraria: el juez puede aumentarlas o disminuirlas, de acuerdo a la conducta que observe el
obligado y porque su monto no tiene que guardar proporción con la prestación.
» Es discrecional: significa que los jueces pueden imponerlas o no según la valoración que hagan
del caso concreto. Pueden establecer el importe de la sanción aunque, para esto, el Código Civil prevé
una relación con el patrimonio del deudor.
» Es subsidiaria: Significa que su aplicación deviene a falta de otro medio para lograr la ejecución
de la sentencia.
» Es dineraria o pecuniaria: el Art. 666 bis dispone que la astreinte siempre debe ser fijada en una
suma dineraria. Consiste en el pago de una suma de dinero.
Fundamentos.
Cuando en un Código Civil o Procesal, o en cualquier otra ley existe una disposición expresa que
permita la aplicación de este remedio coercitivo, no hay problema con respecto a su fundamento. Pero
ocurre que muy pocos cuerpos legales contemplan expresamente esta posibilidad. Apenas se podrían
citar los Códigos de Procedimiento de Alemania, Egipto, Siria y nuestro Código Civil y Comercial, como
el de Buenos Aires y el Código Civil Argentino en el Art. 666 bis. En Francia, país de origen de este
instituto, no hay disposición alguna que faculte a los jueces para su imposición.
Ante este panorama, muchos autores franceses e italianos se oponen a esta clase de medidas en
tanto no haya disposiciones del derecho positivo que las autoricen expresamente. Se apoyan, para ello,
en el principio nulla penae sine lege. Otros, en cambio, recuerdan que este principio se refiere al
derecho penal, no civil.
La mayoría de la doctrina, antes de la reforma dispuesta por la ley 17.711, se inclina en el sentido
de que en el imperium, atributo del poder jurisdiccional, está contenida la potestad de imponer esta
clase de medidas conminatorias. Es así que la mayoría de los autores, como Salvat, Galli, Borda,
Llambías, Cazeaux y Trigo Represas entienden que la facultad de imponer astreinte, con el objetivo de
acatamiento de los fallos judiciales, está implícito en la potestad judicial, que debe estar investida del
imperio necesario para hacer cumplir sus sentencias.
Toda esta argumentación se relaciona con los sistemas jurídicos, cuyos códigos no prevén esta
medida conminatoria y ya no es aplicable al derecho argentino, pues, a partir de los nuevos Códigos
Procesales Civiles y Comerciales de la Nación y de la Provincia de Buenos Aires, y luego de la reforma
del Código Civil por la ley 17.711, las astreintes han sido incorporadas a nuestro régimen legal.
Legislación nacional.
La ley 17.711 incorporó la astreintes en el Art. 666 bis CC (Libro II – Sección Primera – Título XI:
obligaciones con cláusula penal), que confiere a los jueces la facultad de aplicar astreintes:
Art. 666 bis: “Los jueces podrán imponer en beneficio del titular del derecho, condenaciones
conminatorias de carácter pecuniario a quienes no cumplieron deberes jurídicos impuestos en una
resolución judicial.
Las condenas se graduarán en proporción al caudal económico de quien deba satisfacerlas y
podrán ser dejadas sin efecto o reajustadas si aquél desiste de su resistencia y justifica total o
parcialmente su proceder”.
(Artículo incorporado por art. 1° de la Ley Nº 17.711 - 1968. Vigencia: a partir del 1° de julio de 1968.)
De esta legislación nueva surgen las siguientes directivas esenciales:
• La aplicación de las astreintes constituye una potestad judicial y tiene como fin vencer la
resistencia al cumplimiento de un deber impuesto en una condena.
• Las astreintes deben ser impuestas en beneficio del titular del derecho, perjudicado por el
incumplimiento. Ya no en beneficio de instituciones del bien público.
• Las condenaciones conminatorias son de carácter pecuniario, y se aplicarán a quienes no
cumplieran deberes jurídicos impuestos en una resolución judicial. La sanción solo puede alcanzar a las
partes del juicio. No obstante, este artículo permite dudar si a una persona, que no es parte en el
pleito, pero a quien se le ha impuesto el cumplimiento de un deber jurídico en un juicio (ej.: suministro
de prueba, o entrega de una cosa) puede también hacérsela pasible de la aplicación de astreintes.
• Las condenas se graduarán en proporción al causal económico de quien debe satisfacerlas. El
juez tiene facultad para graduar la cantidad de la pena y la ley establece que debe considerar el
patrimonio del obligado.
• Las astreintes son provisorias, y pueden ser dejadas sin efectos, o reajustadas, si el deudor
recalcitrante desiste de su resistencia y justifica su proceder. Así debe ser para que el instituto cumpla
su cometido: el carácter desproporcionado y el carácter provisorio de la astreintes, ambos conjugados
constituyen la única perspectiva de éxito de este medio de ejecución.
Ejecución y aplicación de las astreintes.
Las astreintes, desde el momento de su imposición, son provisorias, y, por lo tanto, únicamente
pueden dar lugar a medidas cautelares. Para que sean ejecutables, es menester aguardar el tiempo
necesario para precisar cuál es la conducta que asume el obligado. En el supuesto de que este cumpla
el deber jurídico de que se trate y justifique su proceder, aquellas pueden disminuirse y aún dejarse sin
efecto. En el caso de que se reduzcan, la ejecución procederá por el monto que se señale. En la
hipótesis de que se las deje sin efecto, nada habrá que ejecutar. Si por el contrario, el deudor persiste
en su actitud recalcitrante, habrá llegado la oportunidad de fijarlas definitivamente y una vez que esa
liquidación final quede firme, las astreintes serán ejecutables. En esta liquidación definitiva, el juez no
tiene por qué ajustarse al monto de los daños y perjuicios ocasionados.
En conclusión, hay dos momentos en la aplicación de la astreinte: desde su imposición, que
aparece como “provisional”, hasta el instante en que la sentencia resulta irrecurrible y se convierte en
“definitiva”. Una vez impuesta la pena, y siendo definitiva, puede ser reclamada y ejecutada por el
beneficiario como cualquier resolución judicial.
Las astreintes deben aplicarse una vez que ha mediado el incumplimiento del deber impuesto por
la resolución judicial. No cabría imponerlas como una amenaza para la eventualidad de la falta de
acatamiento de dicha resolución judicial.
imposibilitar el cumplimiento en especie, por ejemplo, si produjo la pérdida por su culpa. También
puede dar origen a reparación el estado de retardo imputable a culpa del deudor (el supuesto de mora
debitoris).
Es indudable que la indemnización que reemplaza el sustrato material cumple la misma prestación,
ya que el subrogado integra el llamado “bien debido”; y no es una obligación nueva o es el efecto
secundario de la obligación.
No todos los autores coinciden con ese criterio, ya que en general se mantiene la tesis romanista
que indica que los daños y perjuicios constituyen una obligación nueva o un efecto secundario de la
obligación por surgimiento de un vínculo jurídico (Llambías, Mazeaud, Roca Sastre, etc.).
La ejecución forzada indirecta requiere varios presupuestos, que corresponden a la responsabilidad
civil en general:
• Antijuricidad o incumplimiento. • Daño.
• Imputabilidad o factor de atribución. • La relación de causalidad entre el incumplimiento y el
perjuicio.
Garantía patrimonial.
La garantía patrimonial se fundamenta en el principio universal, que indica que los bienes del
deudor son la garantía común de los acreedores.
En nuestra legislación, el principio no está expreso, pero surge de figuras que rodean, protegen y
hacen efectivo el crédito. Por ejemplo, lo dispuesto en el Art. 505 CC, en las acciones patrimoniales
(revocatoria, subrogatoria, y de simulación), la acción directa, el derecho de retención (Art. 3939), las
medidas cautelares (embargos, etc.), etc.
El patrimonio del deudor se compone de una masa de bienes, basada en la titularidad de ellos. El
acreedor no tiene un derecho sustantivo sobre los bienes del deudor, pues estos son objeto potencia
de la acción ejecutiva. La ejecución indirecta logra la reducción de los bienes del deudor a sumas
dinerarias.
Limitaciones.
Señala Cazeaux, que la garantía patrimonial tiene dos límites:
» No todos los bienes del deudor son ejecutables para afrontar el pago de sus obligaciones: el
Art. 3878 CC dispone:
Art. 3878: “Los privilegios son sobre los muebles y los inmuebles, o sólo sobre los muebles, o
sólo sobre los inmuebles. Los privilegios sobre los muebles son generales o particulares. Los privilegios
sobre los inmuebles son todos particulares, con excepción de los que se designan en el artículo
siguiente, y sólo se ejercen sobre inmuebles determinados, a no ser que los privilegios generales sobre
los muebles no alcancen a cubrir los créditos privilegiados.
Cualquiera sea el privilegio del acreedor, no podrá ejercerse sobre el lecho cotidiano del deudor y
de su familia, las ropas y muebles de su indispensable uso y los instrumentos necesarios para su
profesión, arte u oficio. Sobre estos bienes tampoco podrá ejercerse el derecho de retención”.
Es decir, consagra que el privilegio del acreedor no podrá ejercerse sobre el lecho cotidiano del
deudor y de su familia, las ropas y muebles de su indispensable uso y los instrumentos necesarios para
su profesión, arte u oficio.
» No siempre los acreedores concurren en pie de igualdad: la ley dispone que hay acreedores
quirografarios o comunes y acreedores privilegiados. Si bien la regla es que cada uno concurre en
proporción a su crédito (pars condicio creditorum), a veces se consagran preferencias para que alguno
lo perciba con anterioridad a otro.
Embargos.
Los embargos trabados sobre bienes del deudor y las demás medidas cautelares que fueran
ordenadas y cumplimentadas con anterioridad deben mantenerse. En caso de necesidad y urgencia, se
admite el levantamiento de medidas cautelares para permitirle al deudor el uso de la cosa gravada.
Conversión de obligaciones no dinerarias.
El Art. 127 fija un sistema de conversión de las obligaciones no dinerarias, ya sea porque fueron
contraídas en moneda extranjera, o el crédito debe ser calculado con relación a otros bienes. En estos
supuestos, el acreedor tiene la opción para calcular dichos créditos en la moneda nacional a la fecha
del decreto de quiebra o a la del vencimiento de la obligación, si fuere anterior.
Art. 127 LCQ: (Prestaciones no dinerarias) “Los acreedores de prestaciones no dinerarias, de las
contraídas en moneda extranjera o aquellos cuyo crédito en dinero deba calcularse con relación a
otros bienes, concurren a la quiebra por el valor de sus créditos en moneda de curso legal en la
República Argentina, calculado a la fecha de la declaración o, a opción del acreedor a la del
vencimiento, si este fuere anterior”.
Se podría considerar que el Art. 617 CC contraría parcialmente al Art. 127 LCQ, ya que para el
Código Civil la moneda extranjera es ahora dinero, y por ende resulta innecesaria la conversión.
Acción directa.
La acción directa es conferida a ciertos y determinados acreedores para que puedan accionar
contra terceros, que son deudores de su deudor. Se ejercita por derecho propio (no a nombre del
deudor, como en el caso de la acción subrogatoria u oblicua), y para que los bienes ingresen en el
patrimonio de quien reclama. Es de carácter excepcional, pues se otorga ante casos concretos y
definidos en la ley. Con relación a la acción subrogatoria, tiene la ventaja de que los bienes ingresan
directamente en el patrimonio del acreedor, mientras que en aquélla van a engrosar el del deudor.
Con respecto a la razón de su otorgamiento, esta puede oscilar entre la equidad o razón de justicia.
Requisitos.
Para el ejercicio de la acción directa, es necesario que se den los siguientes requisitos:
• Que la ley la conceda.
• Que el acreedor tenga un crédito libre y exigible.
• Que el deudor sea, a su vez, acreedor de un tercero por una obligación también exigible.
• Que ambos créditos sean homogéneos.
• Que la deuda que se reclama no esté embargada.
En cambio, no es necesario que el deudor sea citado a juicio, ni que se lo constituya en mora, ni
probar su insolvencia, negligencia o desinterés.
Efectos.
El primer efecto es que la notificación de la demanda produce el embargo del crédito, a favor del
acreedor demandante, por lo cual, si después de ello el tercero le pagara al deudor, ese pago sería
inoponible al acreedor (Art. 736 CC).
Art. 736: “Si la deuda estuviese pignorada o embargada judicialmente, el pago hecho al acreedor
no será válido. En este caso la nulidad del pago hecho al acreedor no será válido. En este caso la
nulidad del pago aprovechará solamente a los acreedores ejecutantes o demandantes, o a los que se
hubiesen constituido la prenda, a quienes el deudor estará obligado a pagar de nuevo, salvo su
derecho a repetir contra el acreedor a quien pagó”.
El pago que realice el tercero lo libera frente a su propio acreedor si el reclamo es por la totalidad
de lo que él debe o más; si la demanda es por una cantidad menor quedará adeudando el saldo
correspondiente. Ej.: A es acreedor de B; C es deudor de B: si A demanda a C por $100 y B es
acreedor por $180, C quedará como deudor de B por $80.
Como consecuencia, la acción es solo viable por el importe menor, ya que sería improcedente
hacerle pagar al tercero más de lo que él debe a su propio acreedor. El acreedor que no pueda percibir
todo su crédito mediante el ejercicio de esta acción, mantiene su derecho a reclamar al deudor el saldo
insoluto.
Defensas y excepciones.
El demandado que es tercero en la relación (deudor del deudor principal) puede oponer al acreedor
todas las defensas y excepciones que tuviera contra su propio acreedor. Es una solución razonable,
pues el hecho de que se ejercite esta acción directa no puede importar un menoscabo a los derechos
que pudiera tener el tercero.
El tercero también podrá alegar la prescripción de la acción de su propio acreedor, y podría
defenderse con la prescripción que se hubiere producido en la acción del acreedor contra el deudor de
la relación principal.
Cosa juzgada.
La sentencia que recaiga en el juicio entre el acreedor principal y el tercero no surte los efectos de
la cosa juzgada con respecto al deudor principal, que es acreedor del tercero, en virtud de que no
puede ser opuesta a quien no tuvo intervención en la litis (lo cual es uno de los requisitos para hacer
valer la cosa juzgada).
Diferente situación puede plantear en la resolución definitiva en el juicio entre el tercero y su
propio acreedor (que es deudor de la relación principal) cuando se hubiere rechazado la demanda.
Esa sentencia hace cosa juzgada con respecto al acreedor que tiene acción directa.
Casos legislados.
Algunos de los casos legislados de acción directa son:
• La que le corresponden al mandante contra el mandatario sustituido por las obligaciones que este
hubiere contraído en la sustitución; también el sustituido tiene acción contra el mandante.
• La que les corresponde a quienes hubieren puesto trabajo o materiales en la locación de obra a
favor de un locador, contra el dueño de la obra o locatario, por lo que este deba al empresario.
• En la locación de cosas procede la acción del locador contra el sublocatario por lo que este
adeude por arriendos al locatario principal.
• La del sublocatario contra el locador por las obligaciones que nacen de la sublocación.
• En la gestión de negocios, los terceros tiene acción contra el dominus negotti por los derechos
que le pudieren corresponder al gerente y en base a los contratos realizados.
• En las costas judiciales, el abogado que hubiere patrocinado al vencedor en el juicio, tiene acción
directa por sus honorarios contra el condenado en costar.
• En los accidentes de trabajo, el obrero acreedor de la indemnización tenía acción directa contra la
compañía aseguradora.
Bolilla 5
Clases de mora.
Se pueden distinguir varias clases de mora:
Según el sujeto a quien se atribuye la morosidad: hay mora del deudor y mora del acreedor.
Otra clasificación es la mora ex persona: cuando es necesaria la interpelación para su
configuración, y la mora ex re cuando se puede prescindir de dicho requisito.
También se diferencia la mora legal que la ley regula en supuestos muy concretos (Art. 1242,
1322, 1721, 1722, 1913, 2438, 2944), de la mora convencional, que resulta del contenido de una
cláusula contractual.
Elementos (Requisitos).
Estos surgen del concepto y de la definición de la mora, son:
El retardo: es un elemento objetivo y material configurado por un incumplimiento relativo. Es
necesario que la obligación se haya hecho exigible, ya sea por el vencimiento del plazo o por el
cumplimiento de la condición suspensiva.
La imputabilidad: es la calificación del comportamiento del deudor, pues la mora siempre encierra
una acción u omisión dolosa o culposa del obligado. Luego de la reforma al Art. 509 en su último
párrafo pareciera hacerse expresa referencia a este requisito. Algunos autores consideran que no es un
elemento de la mora, o bien que es solo elemento de la mora resarcible (Borda). La mayoría de la
doctrina se atiene al primer criterio mencionado.
La interpelación o requerimiento: es una manifestación de voluntad que debe realizar el acreedor
para reclamar el cumplimiento, y así constituir en mora al deudor. Se trata de un acto que no realiza en
todos los supuestos, y que exige a su vez el cumplimiento de varios requisitos propios.
Que la obligación pueda ser cumplida en interés y satisfacción del acreedor, con posterioridad a la
mora del deudor: allí surge el distingo necesario entre mora e incumplimiento absoluto, ya que en este
último supuesto el deudor no puede cumplir la prestación pues ella ya ha dejado de interesar al
acreedor. Esto ocurre nítidamente en las obligaciones sometidazas a un plazo “esencial”, como en el
clásico ejemplo de la entrega de la torta de bodas: Si no se cumple en el día de la fiesta, más adelante
no puede el deudor liberarse entregando el objeto de la prestación.
Casos dudosos.
Se plantean algunos supuestos dudosos, bien en cuanto a la posibilidad de constitución en mora o
a la necesidad de interpelar. Así por ejemplo, el caso de las obligaciones liquidas, el de las obligaciones
puras y en las que falta la cooperación del acreedor.
En el caso de una obligación ilíquida (que es la que versa sobre sumas de dinero no precisadas) se
controvierte si el deudor puede quedar constitutivo en mora por su negativa a cumplir. Una postura
clásica entre los juristas y la doctrina extranjera relevante, sostiene que como el deudor desconoce el
importe a pagar y el no es culpable de esa situación, no puede quedar constituido en mora (Llambías,
Salvat, entre otros). Últimamente se anota otra corriente a la que adherimos que entiende que cuando
la iliquidez no impide el cumplimiento del deudor, está incurre en mora por el transcurso del tiempo, o
bien mediante la interpelación (Rezzonico, Cazeaux, Galli, Borda, etc.).
Cuando la obligación carece de modalidad (no está sujeta a plazo, condición o cargo) se la califica
como una obligación pura. Hoy la mayoría de la doctrina y la jurisprudencia entienden que esos
créditos son exigibles para el acreedor desde el momento de su nacimiento. Si bien existe unanimidad
de criterios entre los autores, es algo generalizado que este tipo de obligaciones no fue previsto en la
redacción del Art. 509, y por lo tanto es necesario interpelar para la constitución en mora. (Cazeaux,
Trigo Represas, etc.).
Cuando el acreedor debe prestar su cooperación para el cumplimiento, y no lo hace por su culpa o
dolo, el deudor no puede quedar constituido en mora. Es necesario que la colaboración del acreedor
resulte un elemento indispensable para el cumplimiento, porque si el deudor pudiera hacerlo por otra
vía o tuviera la posibilidad de suplir de alguna forma la actividad del acreedor, no le servirá de excusa
alegar que la otra parte no actúo con la debida diligencia o no colaboro a los fines previstos. En
necesario tener presente que el único obligado es el deudor, y el acreedor debe colaborar en el
cumplimiento pero no más de ello.
Efectos de la mora.
La mora del deudor produce los siguientes efectos: a) obligar a reparar los daños que ella ha
ocasionado (Art. 508) b) se trasladan los riesgos, ya que el deudor será responsable a partir de ese
momento de los perjuicios que sufra la cosa debida. (arts. 513, 574, 585 y 587) c) permite el ejercicio
del pacto comisorio expreso o tácito (Arts. 1203 y 1204) d) impide invocar la teoría de la imprevisión
(Art. 1198) e) se produce el principio de inercia jurídica, ya que el estado de mora se mantiene
temporalmente mientras no ocurra un hecho que lo revele f) en algunos supuestos, la interpelación
suspende el curso de la prescripción.
Indemnización: Constituye la materialización de la responsabilidad civil por lo daños que cause el
estado de mora, sin que ella impida que el acreedor pueda reclamar el cumplimiento del objeto de la
prestación. El perjuicio puede constituir, como en todos los supuestos, en el daño emergente
(Art.1069) y en las ganancias frustradas (lucro cesante). En las obligaciones de dar sumas de dinero
solamente se deben los intereses (Art. 622) y no un daño mayor.
Riesgos de la cosa: La regla es que las cosas se deterioran o se pierden para su dueño. Pero el
deudor moroso pasa a ser responsable no solamente por la imposibilidad de cumplir la prestación, sino
también por el deterioro o pérdida de la cosa por caso fortuito o fuerza mayor. La ley consagra una
especie de presunción de que la mora fue la causa de la pérdida o deterioro, ya que permite al deudor
exonerarse si prueba que igualmente hubiera ocurrido en poder del acreedor (arts. 889 y 892). Es lo
que los romanos denominaban perpetuatio obligationis.
Pacto comisorio: La mora del deudor es un presupuesto necesario para reclamara la resolución
contractual por incumplimiento, ya se trate de un pacto comisorio expreso, es decir, previsto
contractualmente, o bien, del ejercicio del pacto comisorio tácito o establecido en la ley (conforme al
arts. 1203 y 1204).
Teoría de la imprevisión: El art, 1198 del C.C modificado por la ley 17.711, prevé la posibilidad de
alegar la teoría de la imprevisión, también llamada de la “onerosidad sobreviniente”, a fin de impedir
los efectos del incumplimiento. Lo destacable aquí es que el artículo citado impide al deudor moroso
invocar la teoría de la imprevisión.
Duración de la mora: Durante el tiempo en que se prolongue la mora se mantiene el principio de
inercia jurídica, por ejemplo, mientras el vendedor permanezca en ese estado puede el comprador
ejercer el derecho a resolver (hasta que opera la prescripción).
Suspensión de la prescripción: La ley 17.940 modificó el segundo párrafo del Art. 3986,
estableciendo que la constitución en mora del deudor efectuada en “forma auténtica” suspende el
curso de la prescripción.
Es decir, el acreedor puede lograr la “suspensión” o “paralización” del curso del tiempo
prescriptorio, constituyendo al deudor en mora por medio de la interpelación “auténtica”. Interpelación
“auténtica” significa que deberá realizarse una intimación que sea fehaciente y plenamente
demostrada. La mora automática o ex re no produce sus efectos, sino solo en algunos supuestos de
mora debitoris. Esta posibilidad la puede ejercitar el acreedor por una sola vez, y el curso de la
prescripción queda suspendido por un año, o el menor plazo si el término de la prescripción fuera
menor.
Es un criterio generalizado que la actividad del acreedor tendiente al cumplimiento es siempre
causa de “interrupción” y no de “suspensión”, aunque la reforma se inclino por esta última solución.
Por otra parte, es necesario subrayar que la intimación debe ser idónea para constituir en mora al
deudor reuniendo todos los requisitos intrínsecos y extrínsecos necesarios para ello.
Cesación de la mora.
La mora se prolonga hasta que ocurra algún hecho que la haga cesar, con lo cual se produce la
llamada “purga de la mora”. Ello se produce mediante:
El pago: El deudor moroso puede pagar voluntaria o coactivamente mediante la consignación
judicial, y cumplir con su obligación (Art. 505 in fine). A lo debido deberá adicionar lo que corresponda
por los daños moratorios. Con relación al derecho a consignar judicialmente la doctrina y la
jurisprudencia no son pacíficas en conceder ese derecho (se manifiestan en contra: Busso, Salvat y
Colmo) pero la mayoría lo admite.
Imposibilidad de pago o de cumplimiento: En virtud de lo dispuesto en los Arts. 514 y 889, los
hechos impedientes producidos con posterioridad al estado de mora hacen que concluya dicha
situación. Aunque como dice Llambías, libera al deudor para el futuro pero no lo exime de las
responsabilidades hasta ese momento.
Renuncia expresa o tácita del acreedor: La abdicación de los derechos que le concede la situación
de mora también hace concluir ese estado. Sería un caso de renuncia expresa el acuerdo conciliatorio
realizado entre deudor y acreedor concediendo un plazo para el cumplimiento y dejando sin efecto el
pago de daños moratorios. La renuncia tácita se produce si el acreedor de una obligación dineraria
recibe solamente el capital sin reservas sobre los intereses.
Constitución en mora del acreedor: Esta tiene lugar cuando el deudor, mediante una oferta real de
pago, logra transferir el estado de incumplimiento temporario a la otra parte de la obligación.
Caducidad de la instancia: Es muy discutido entre nuestros autores si esta circunstancia procesal
hace o no cesar el estado de mora, cuando la interpelación fue hecha mediante la vía judicial.
Para algunos a los que adherimos, la perención no hace cesar los efectos de la mora debitoris, ya
que es una institución de orden procesal que no puede alterar el derecho sustantivo: a más que la
manifestación de voluntad pudo ser hecha judicial o extrajudicialmente y sobretodo importa que el
acreedor pueda demostrar su interés en reclamar el cumplimiento (Llambías, Borda).
Otros juristas piensan que con la perención se produce el cese de la mora, pues se estaría en
presencia de una renuncia tácita a los derechos del acreedor que dejo transcurrir el tiempo sin activar
el proceso judicial. (Salvat, Busso, Galli, Rezzónico, Cazeaux).
Incumplimiento inimputable.
Hay causas que hacen que el incumplimiento de la obligación no sea imputable al deudor, ya sea
porque se rompe la cadena causal (como en el caso fortuito o la fuerza mayor) o porque la prestación
se vuelve excesivamente onerosa, o porque haya existido legítima defensa, estado de necesidad, etc.
Requisitos.
Se requiere que se den las siguientes condiciones:
Inevitable: es el acontecimiento que el hombre no puede resistir. Esta posibilidad debe darse con
un cierto criterio generalizador, es decir, para todos aquellos que se puedan encontrar en
circunstancias similares. Es una especie de dificultad absoluta y no una mera imposibilidad o mayor
onerosidad que si bien puede dar lugar a la teoría de la imprevisión no configura un elemento del
casus. No debe ser un mero obstáculo temporal y accidental. Pues si cesado dicho inconveniente el
deudor puede cumplir, no es invocable. Así, una nevada que impide la entrega de la mercadería,
liberados los caminos, el deudor debe hacer efectivo el cumplimiento.
Imprevisible: la definición está en el Art. 514: “Es el que no ha podido preverse”. Para algunos
autores el anterior requisito encierra a lo imprevisible, pues aún siendo previsible si es inevitable
configuraría igual el supuesto de exención (Galli). Lo previsible es lo que se puede ver con antelación y
aquello que el comportamiento razonable y corriente puede anticipar que ocurrirá; es un juzgamiento
en abstracto, y a nuestro juicio, difiere este tipo de previsibilidad del que se aplica para analizar la
culpa. Es necesario aclarar que a ciertos hechos que no son previsibles se vuelven imprevisibles en
función del momento en que ocurrirán, por ejemplo el granizo.
Actual: el hecho que da basamento al caso fortuito o la fuerza mayor debe ocurrir
contemporáneamente al momento del cumplimiento. No se puede alegar un hecho futuro, o que
pueda ocurrir como una mera amenaza, o pasado que carezca de incidencia en el presente.
Inimputable: significa que no se puede atribuir a la culpa del deudor, dándose como excepción:
• Que el caso fortuito se deba, y sea consecuencia de la culpa del deudor (casus dolus vel culpa
determinatus, Art. 513), previsto concretamente en lo dispuesto en el Art. 2269, que hace responsable
al comodatario por la pérdida de la cosa por caso fortuito cuando la empleo en otro uso o le dio otro
destino. Es decir, que el hecho fortuito que causo la pérdida o el deterioro ocurrió con posterioridad y
no tuvo como causa la culpabilidad del obligado.
• Que el hecho no sea ajeno al deudor, es decir que se lo puede calificar como autor del mismo, y
por lo tanto, hay relación causal adecuada entre su accionar u omitir y el resultado dañoso, lo que
descalifica la posibilidad de alegar el casus.
Extraordinario: Es opinión común que entre sus caracteres está el que sea un acontecimiento que
excede al orden natural, y de allí lo de extra ordinarius. Y ello porque no ocurre de acuerdo con el
curso natural y ordinario de las cosas sino que una condición desvía la cadena causal y produce el
resultado inesperado.
Efectos.
Tanto el caso fortuito como la fuerza mayor irrumpen la cadena causal y por ello las consecuencias
del hecho dañoso no pueden ser atribuidas al deudor o al demandado. Si la obligación se hace de
cumplimiento temporal imposible, cuando cese el hecho impeditivo el deudor debe cumplir en forma
inmediata. Salvo que se trate de obligación de plazo esencial hay casos de obstáculo temporal donde
puede no existir ya la imposibilidad, porque aparece el objeto perdido o se derogas la ley que impedía
cumplir. Distingue entre contratos unilaterales y bilaterales: Si son unilateral se deben cumplir, pero si
son bilaterales a cada parte debe darse la oportunidad de disolver la obligación, siempre aplicando el
principio de la buena fe contractual.
Si la imposibilidad es parcial (por ejemplo se incendia solo una parte de la cosecha), el deudor
queda obligado a la entrega de lo restante. Aunque en nuestro derecho se prevén opciones a favor del
acreedor, por ejemplo, lo dispuesto en el Art. 580.
En algunos supuestos se alteran los efectos del caso fortuito, ya sea agravando la situación del
deudor, o haciéndole responsable ante el hecho azaroso, o bien declarando expresamente que no debe
responder. Ello ocurre con la cláusula de responsabilidad o pacto de garantía: la culpa y mora del
deudor, y el pacto o cláusula de irresponsabilidad.
Prueba.
Hay una regla en el proceso civil que indica que el actor debe probar los hechos “constitutivos” que
integran los presupuestos normativos, y el demandado los “impeditivos” y “extintivos”. El casus
configura un típico hecho que impide atribuir la consecuencia al deudor, y por ende corresponde que
sea este quien cargue con la prueba respectiva. Si se trata de un hecho notorio seria innecesaria su
probanza.
Se aplican en esta materia las normas generales que gobiernan el régimen probatorio. Al actor le
incumbe probar su acción y al demandado sus defensas, o mejor aún la parte que quiere cambiar un
estado jurídico debe demostrar las causas que fundamentan el cambio pretendido. Así, el acreedor
debe probar la existencia de la obligación y el deudor que invoque el incumplimiento por caso fortuito o
fuerza mayor deberá probarlo, a menos que se trate de un hecho notorio. Si el acreedor alega que ha
mediado culpa, dolo o mora del deudor, o que existía una cláusula de responsabilidad, tendrá que
justificar este extremo. A su vez si se trata de una obligación de dar y el deudor argumenta que a
pesar de hallarse en mora, la cosa hubiera perecido lo mismo en poder del acreedor (Art. 892), estaría
a su cargo probar tal circunstancia.
En cuanto a los medios probatorios utilizables y como se trata de hechos, puede usarse cualquier
clase de prueba.
La materia probatoria del caso fortuito o fuerza mayor ha presentado un problema interesante en
la hipótesis del incendio, el Art. 1572 invierte la carga de la prueba de la culpa en cabeza del locador.
En la locación de cosas el Art. 1571 hace aplicación del principio del hecho notorio, eximiendo de dicha
prueba al locatario e incluso indica que si el locador pretende atribuirlo a culpa del locatario, debe
demostrarlo. El Art. 1572 del Cód. Civil establece que en las relaciones entre el propietario y el
locatario, la pérdida de la cosa locada por incendio se presume que lo ha sido por caso fortuito o fuerza
mayor y si el locador pretende lo contrario debe probarlo. En un principio la jurisprudencia entendió
que esta era una regla que debías ser generalizada y la aplicó de manera que concurriendo este tipo de
siniestro, en cualquier situación jurídica se presumía la existencia de causas fortuitas. Posteriormente
esta orientación varió y se consideró que en realidad el incendio por lo general se debía a
imprudencias, descuidos, etc. y por lo tanto no correspondía presumir tan ampliamente su
inimputabilidad.
Algunos autores consideran que dicha norma era un principio general y por lo tanto extensivo a
cualquier supuesto de incendio, hoy en día la doctrina sostiene que el Art. 1572 sólo concierne a la
locación de cosas, en los demás casos se aplican las reglas generales.
Cláusula de responsabilidad.
Es un pacto o acuerdo por el cual el deudor se hace responsable por el incumplimiento de la
obligación, aun cuando el hecho se origine en el caso fortuito o fuerza mayor. Él toma a su cargo el
casus (Art. 513). Tal cláusula es lícita pues está dentro de la órbita de la autonomía de la voluntad (Art.
1197), pero no importa la renuncia a un derecho, se impone una interpretación restrictiva (Art. 874).
El deudor se puede hacer responsable por ciertos hechos (por ejemplo la inundación que impide
cosechar el cereal). Si acaece algún suceso similar, no es posible pretender la aplicación de la cláusula,
y por ende se exime de responder. Cuando no se indica sobre cuales hechos asume la obligación, la
doctrina y la jurisprudencia han entendido que se juzga sobre acontecimientos que constituyan “casos
fortuitos ordinarios”, por oposición a los extraordinarios.
La cláusula de responsabilidad se diferencia del llamado “pacto de garantía”, pues en este si el
deudor no cumple una cierta cantidad dineraria al acreedor, aunque la causa sea un caso fortuito es
según Llambías, una especie de seguro donde el mismo deudor asume el riesgo asegurado.
Cláusula de irresponsabilidad.
También es posible convenir que el deudor se exima de responder ante un hecho azaroso o
fortuito. Es una manera de reiterar que este tipo de acontecimientos no obliga. En principio pareciera
necesario hacerlo, ya que se repite algo que está en la propia ley y el efecto eximitorio es el mismo.
Se ha subrayado la importancia práctica de esta cláusula, pues permite juzgar con certeza los
supuestos dudosos. En Francia se la denominó “cláusula de guerra” o “de huelga”, porque era común
que se liberara al deudor en ambos supuestos. Es importante juzgar la intención de las partes para
poder interpretar el alcance que se le ha querido dar a dicha condición.
culpa del deudor para hacerlo responsable, y este se libera por su sola “falta de culpa”. En cambio, en
las de resultado la sola prueba del incumplimiento lleva a la condena; el deudor debe demostrar el caso
fortuito para exonerarse.
En la responsabilidad extracontractual por el hecho de las cosas inanimadas, el CC consagra el
distingo (Art. 1113); si el daño es causado “con las cosas”, basta con la prueba de la “falta de culpa”,
en cambio si lo es por el “riesgo o vicio de las cosas”, es necesario demostrar el casus para no
responder.
El caso fortuito importa siempre la ruptura del nexo de causalidad, mientras que en la ausencia de
culpa hay relación de causa adecuada entre el hecho y su resultado, pero no hay actuación negligente
del demandado. Las posibilidades de exención estarán dadas según el tipo de obligación de que se
trate.
Teoría de la imprevisión.
La justificación del incumplimiento, o la no imputabilidad del deudor, se da también ante la
desaparición de las circunstancias básicas del contrato. Sería contrario a la equidad que, cuando se
produzcan hechos que causan una importante modificación en las prestaciones, agravando
excesivamente a una de las partes, deba mantenerse el vínculo contractual y exigirse el cumplimiento
como si nada hubiera ocurrido.
Uno de los pilares básicos de todo ordenamiento jurídico es el que impone el cumplimiento de la
palabra empeñada, principio consagrado en el Art. 1197. Esta norma debe ser juzgada como casi
inalterable para el logro de una convivencia ordenada y seria, ya que impone una conducta de buen
comportamiento y probidad. Sienta el principio de la fides, que obliga a confiar en la palabra de los
demás.
A veces las condiciones previstas o presupuestas por las partes sufren mutaciones que no pudieron
ser tenidas en cuenta; o cierto estado de cosas esencial para el mantenimiento de la relación jurídica se
afecta de tal manera que deteriora los fines negociales; ello es lo que hoy se conoce genéricamente
como “teoría de la imprevisión”.
A lo largo de la historia, y en diferentes países, la cuestión recibió un distinto tratamiento y
diferentes denominaciones.
Evolución y fundamento.
No se trata de hacer aquí una reseña de la evolución histórica de la teoría, sino un desarrollo de las
ideas que rodean al tema, que van desde la cláusula rebus sic stantibus, hasta la concepción de Larenz
sobre la “base del negocio jurídico”.
Si bien algunos autores se remontan a las Decretales de Graciano, o a la Suma teológica de Santo
Tomás de Aquino, son los posglosadores los que sostiene “que el contrato obliga mientras así las cosas
sigan siendo”.
La teoría tuvo influencia hasta fines del siglo XVIII, y es tomada por el derecho prusiano, y
aceptada por la escuela racionalista del derecho natural (Grocio). Los códigos del siglo XIX (el
argentino entre ellos) no se ocupan del tema.
La teoría de la cláusula rebus sic stantibus se basa en principios discutibles y estructuralmente
débiles. Tiene apoyo en la voluntad implícita de las partes, en una formula vaga e inconsistente. Su
ausencia de rigidez y poca concreción hacen que (a pesar de algunos esfuerzos doctrinales) sea
rechazada como fundamento. (Diez Picazo).
En Francia ha predominado el concepto de imprevisión como nota distintoria y da argumento a la
posibilidad de dejar de lado el principio que obliga a cumplir siempre lo pactado en los contratos.
Entre nuestros autores ha sido la denominación más difundida, y tiene un parentesco cercano con
la fuerza mayor y el caso fortuito, diferenciándose en que en estos supuestos el cumplimiento es
posible, pero arruinaría económicamente al deudor.
Estudiantes de Abogacia EA!
Derecho Civil II
Se sostiene la tesis sobre la autonomía de la voluntad, ya que los contratantes convienen según las
circunstancias económicas existentes en el momento, o que previsiblemente podían continuar en el
futuro. La alteración notoria hace que ya no los obligue el contrato sino una regulación diferente.
Otra postura se refiere a un rasgo más objetivado de la relación tal la “excesiva onerosidad
sobreviniente”. Esta corriente tiene su origen en la doctrina italiana, y buena difusión entre los autores
latinos.
En este sentido la onerosidad está integrada por el esfuerzo que debe realizar el sujeto para
cumplir la prestación y valorándola desde la contraprestación habría un verdadero desequilibrio entre
prestación y contraprestación. Así, se morigera la regla que libera solo ante el caso fortuito, ya que la
onerosidad se convierte en excesiva cuando el deudor no se encuentra en situación de cumplir
normalmente, pues se le impone vincularse a un contrato de mayor entidad. Ya que se unen en
interdependencia el mayor sacrificio con la utilidad que se recibe. La disminución de dicha utilidad,
implica siempre un gravamen a una de las partes, que permite ejercer el pedido de resolución o
adecuación de las prestaciones.
Todo se encuentra relacionado con el sentido de causa, tanto desde el punto de vista genético
como funcional, considerando dicho elemento como “función económico-social” o “función práctico-
social”.
Ello está previsto en el CC italiano, normas que han sido de fuerte inspiración para el Art. 1198,
parte 2º, de nuestro CC. La doctrina germana ha girado la cuestión en torno a la “tesis de la
presuposición” y la “base del negocio”.
La tesis de la presuposición tuvo un gran desarrollo y fue tomada en cuenta para dar justificación a
una serie de instituciones jurídicas. La presuposición constituye una “limitación a la libertad de los
contratantes”, es una especie de condición no desarrollada totalmente. Es decir, se apoya en una serie
de supuestos no declarados que las partes tuvieron en cuenta al contratar, pero de los que no hicieron
expresa declaración. Tiene un rasgo muy subjetivista, y de escasa claridad conceptual.
Lenel, otro jurista alemán, criticó acerbamente esta teoría, diciendo que “o era una condición y
seguía sus reglas”, o bien “era un motivo que resulta totalmente irrelevante ante su carácter subjetivo”.
Oertmann sostuvo que la base del negocio está dada por la representación mental que hace una de
las partes de una serie de circunstancias conocidas por la otra y no rechazadas, o bien
representaciones que son comunes a ambas partes; cuando dichas circunstancias desaparecen se
destruye la base del negocio. La teoría se mantiene dentro del campo subjetivo, pues no se aparta de
lo que cada uno de los intervinientes considera.
Larenz perfeccionó y depuró de subjetivismo a la tesis de Oertmann. Dice que la base del negocio
tiene un carácter objetivo y consiste en un “conjunto de circunstancias y estado general de cosas que
son necesarias para que el contrato subsista” Esa estructura se altera o desaparece cuando se destruye
la noción de equivalencia de las prestaciones, y también en los supuestos de resultar inalcanzable la
finalidad objetiva del contrato, aún cuando el deudor pudiera materialmente efectuar el cumplimiento.
Es evidente que Larenz da una mayor amplitud al entendimiento de la base del negocio, ya que no
solamente considera conmovida su estructura cuando se modifican las circunstancias económicas, sino
también cuando se altera la finalidad objetivada del contrato. Otras tesis han recurrido a institutos de
contenido difuso que, a nuestro juicio, ensombrecen la figura y le hacen perder rigurosidad conceptual.
Por ejemplo, se considera que el fundamento sería el “abuso del derecho” (Spota); o “la regla moral”
(Ripert), o “el principio de la buena fe” (Von Tuhr, Alsina), o “la equidad” (Lafaille), o “la solidaridad
social” (Duguit), etc.
El fundamento está en la buena fe contractual, no se puede forzar al deudor a cumplir su
obligación.
Legislación extranjera.
Los únicos CC que se refieren expresamente a esta teoría son: El CC polaco de las obligaciones de
1935, el CC italiano de 1942, el CC suizo de las obligaciones, en forma incidental al referirse al contrato
de obra, el CC de Bolivia de 1976, el CC de Paraguay y el CC de Perú. En los CC alemán y brasilero, no
se considera especialmente esta teoría. Muchos menos en los CC francés y argentino (hasta antes de la
reforma de 1968) por ser más antiguos. Tampoco lo ha tratado el CC de México.
A pesar de que mucho de los Códigos no legislan especialmente sobre este tema, la doctrina y la
jurisprudencia respectivas han tratado la situación de imprevisión, y han admitido las conclusiones de
dicha teoría.
La excesiva onerosidad.
La onerosidad contractual es una cuestión que debe ser analizada a la luz de la proporción o
equivalencia objetiva de las prestaciones (prestación y contraprestación), desde la génesis de la
relación hasta el momento en que se invoca. Es, como observa Pino, un cambio económico mediante
prestaciones contra puestas, donde no sólo debe tomarse en cuenta el aspecto objetivo, es decir, un
mero cálculo matemático, sino algunas valoraciones subjetivas.
La onerosidad se convierte en excesiva, o mejor dicho, evidentemente desproporcionada cuando
por su incremento de valor impone un agravado sacrificio a una de las partes. Lo excesivo hace a la
dimensión de la onerosidad, vinculado al tiempo desde el nacimiento del contrato hasta el acaecimiento
del hecho. Se adiciona a ello que estas circunstancias deben ser “sobrevinientes”, pues si ya estaban
iniciadas o emergían al contratar, no puede ser invocada como presupuestos de la resolución.
Los hechos que dan base a la teoría, y están en relación causal con este desequilibrio, tienen la
calificación de “extraordinarios”, e “imprevisibles” (Art. 1198). Lo que los vincula con las características
del caso fortuito o la fuerza mayor, por lo menos en este aspecto.
Por todo ello la jurisprudencia juzga que “si fueron previsibles los acontecimientos que dieron
origen al desequilibrio o mayor onerosidad, no es posible invocar la teoría de la imprevisión”; que “la
desproporción debe darse durante la vida del contrato, y no en su génesis pues ello sería motivación
del vicio de lesión, pero no de imprevisión”; que “los acontecimientos deben tener el carácter de
extraordinarios, es decir fuera de lo común y corriente”, etc.
Acciones y legitimación.
El Art. 1198 dispone que aquel que resulte damnificado podrá demandar la solución del contrato, y
el demandado impedirla ofreciendo mejorar equitativamente los efectos del contrato.
La misma ley prohíbe alegar la imprevisión al contratante moroso, o bien al que haya obrado con
culpa, siendo de aplicabilidad lo dispuesto en el Art. 513. El estado de morosidad debe ser anterior a
los hechos que dan lugar al desequilibrio, y además relevante.
Una cuestión debatida es si quien puede reclamar la resolución, también podría eventualmente
pedir la modificación del contrato y el demandado ir al camino de la resolución (Mosset Iturraspe y
otros). El argumento a favor es que “quien puede lo más (resolver) puede lo menos (modificar)”. Otros
autores (López de Zavalía, Llambías, Vázquez, etc.), sostienen que ello es contrario a la ley, y además
impone la mayor onerosidad a la otra parte.
Efectos.
El demandado puede adoptar diferentes posturas ante el reclamo del otro contratante.
Aceptar y allanarse, estando de acuerdo con la resolución. O contradecir la pretensión negando los
presupuestos alegados. También, al contestar la demanda, puede ofrecer una mejora equitativa en la
prestación para mantener el vínculo jurídico, bien proponiendo un incremento determinado y preciso, o
dejándolo al criterio judicial. En el primer caso se mantendrá el contrato si el juez considera que el
ofrecimiento reúne el carácter que dispone la misma ley (equidad), y además equilibra el valor de las
prestaciones; en el segundo, el juzgador restablecerá el equilibrio contractual originario. Ya que el
sistema, como bien afirma Llambías, no es “un dispositivo que permita a alguien desligarse de los
malos negocios”, sino un remedio para impedir la vulneración de la justicia”.
Si se resuelve sin haber cumplido con ninguna de las prestaciones la cuestión es sencilla, pues las
partes nada se deben. Si el damnificado cumplió puede pedir la restitución, y el demandado no debe
hacer efectiva la suya. Si el que cumplió es el demandado, el reclamante debe devolver la prestación.
En los casos de contratos de ejecución continuada “la resolución no alcanza a los efectos ya cumplidos”
(Art. 1198 párr. 3º). Con ello se quiere significar que quedan firmes las prestaciones que tuvieron su
contraprestación correspondiente. Por ejemplo, si se alega imprevisión en la locación de cosas, los
pagos de arriendos por los períodos de utilización del bien objeto del contrato resultan irreversibles.
Estado de necesidad.
El estado de necesidad tiene diferentes manifestaciones; en el derecho penal es una causa de
justificación del comportamiento y de inimputabilidad de su autor, en el derecho civil se lo puede
catalogar como un supuesto de invalidez de la manifestación de la voluntad muy cercano a la violencia
moral, además, en lo que interesa para este desarrollo, como causa que excusa la responsabilidad civil.
Se puede definir a la figura como la situación de aquel que para evitar un mal mayor a su persona
o a sus bienes, causa un daño a otro que no es autor del peligro.
Savatier dice que el estado de necesidad es “una situación que aparece como único medio para
evitar un mal más grande o igual causando un mal menor o igual”.
No se encuentra en la legislación civil, siguiendo así la corriente de los Códigos del siglo XIX, está
en los CC italiano, en el suizo de las obligaciones, portugués, alemán, brasileño, etc.; es decir, en casi
todas las legislaciones modernas. En Francia, España y en nuestro país es el derecho penal el que sirve
de guía para delinear la figura, sus requisitos y naturaleza, con las correcciones que corresponden de
conformidad a la óptica del derecho privado.
Los casos son de los más variados, dándose como ejemplos los siguientes: cuando un capitán de
un barco, para evitar un naufragio hecha la carga al mar; el hurto famélico; el dueño de una casa
incendiada que derriba la puerta de una casa vecina para buscar agua; entre otros. En estos casos se
daña un bien para salvar otro más valioso. Incluso las diferentes legislaciones se contemplan
situaciones heterogéneas; así las que consideran protegidos todos los bienes, sean propios o ajenos
(CC suizo de la obligaciones); solamente los supuestos de peligro a la persona (CC Italiano); los
posibles daños a la vida o al cuerpo del autor del daño de su familia (Código Penal alemán).
El estado de necesidad tiene una muy cercana vinculación con la legítima defensa, incluso algunos
autores dicen que esta última es una especie de aquél.
En ambas alguien reacciona para salvar a otro, o a sí mismo, de un mal inminente y grave. En la
legítima defensa el origen es una agresión humana, en el otro caso puede ser obra de las fuerzas
naturales.
El estado de necesidad no excusa totalmente siendo un supuesto de responsabilidad limitada, y
además, prevé siempre un conflicto de intereses donde se sacrifica el de menor entidad.
Situación extrajurídica: para esta corriente esos hechos no pueden ser valorados por el derecho, no
son lícitos ni ilícitos, se encuentran fuera de la previsión legal. La tesis es seguida por Binding, Fitche.
En replica, sostuvo Coviello que no es que el presupuesto se encuentre fuera del derecho, sino que se
toma un derecho particular sustituyendo los principios aplicados para los casos normales.
Acto lícito: muchos autores con los que coincidimos (Mazeaud, Bibiloni, León, etc.), consideran que
el acto es conforme al ordenamiento y por ende, lícito; pero algunos (los menos) entienden que al
faltar el ilícito no debería obligarse al autor al resarcimiento (Cónsolo, Serreti), la mayoría considera
que corresponde indemnizar a la víctima del daño, aunque los argumentos no son uniformes.
Se indica que juega el principio del enriquecimiento sin causa (Mazeaud), o el de la gestión de
negocios, el perjudicado sería una especie de gestor forzoso; o el de la justicia conmutativa (siempre
adaptable ante la ausencia de argumentos más precisos); o el de la expropiación privada (Demogue); o
el de la equidad (Acuña Anzorena), etc.
Acto antijurídico: importantes autores creen que se trata de un acto antijurídico objetivo, sin
imputabilidad subjetiva. Esto importa que el acto en sí mismo es contrario al ordenamiento, pero el
comportamiento se encuentra justificado por obrar el sujeto, sin culpa ni dolo (Planiol, Ripert, etc.).
Otras tesis: se ha entendido que configura un acto involuntario (Llambías), o que se trata de una
solución solidarista (Carranza).
Elementos.
Los elementos configurativos del acto necesario son los siguientes:
La existencia de un peligro actual de sufrir un daño en un bien jurídico: el peligro del daño debe
ser actual, tomando ello en un sentido de inminencia en la posibilidad de provocarse el evento dañoso.
Si fuere futuro o próximo podría recurrirse a otros medios para evitarlo. Además, debe amenazar un
bien jurídico protegido. Para algunos autores debe tratarse de un bien de contenido patrimonial, para
otros a los que adherimos los bienes a cuidar pueden ser vinculados a la vida, la integridad física,
libertad, al honor, al pudor, al nombre, etc.; y a la cosas o bienes de su pertenencia. También se
incluye la protección a los terceros.
Si el peligro es causado voluntariamente por el sujeto actuante, no es invocable el estado de
necesidad: pero cuando deriva de hechos de la naturaleza (terremoto, inundación), o situación
particular del mismo sujeto (hambre o sed intensas), o por un animal o cosa inanimada (amenaza
cierta de ruina) o comportamientos de terceros (intempestivo cruce de un peatón que lleva al
automovilista al chocar el frente de un inmueble), es posible arribar a esa situación.
La inexistencia de otro camino, o más sintéticamente la inevitabilidad del daño: importa la
imposibilidad de evitar el perjuicio a otros. Dice bien Briguglio que “evitar no significa impedir”, por lo
cual solo se exige que haya tomado todos los recaudos para prevenir el peligro.
Que el daño causado sea menor al evitado: debe mediar una desproporción valorativa entre
ambos, medida bajo puntos de vista cuantitativos y cualitativos. Así se dan casos de daños causados a
la integridad física de una persona para salvar la del agente (como cuando alguien en peligro de
muerta hiere a otro), o la relación entre daños materiales (al apagar un incendio se inunda una parte
de un terreno lindero), o el daño para evitar la lesión física del agente ( el caso del automovilista que
para evitar su muerte choca a un coche estacionado)
El daño causado debe ser de naturaleza patrimonial: jamás se podría admitir un daño a la persona
y menos a la vida de la persona.
Resarcimiento.
Un problema muy debatido en la doctrina es si ante el acto necesario se debe reparar el daño
causado. También se agrega a ello si la indemnización se rige por los cánones corrientes del
resarcimiento del daño o tiene otras pautas.
Una postura declinante y casi sin adhesiones doctrinarias, considera que el daño causado bajo
estas circunstancias no es indemnizable porque se trata de un acto lícito, o porque aun siendo
antijurídico, el comportamiento del sujeto adquiere los caracteres del caso fortuito o fuerza mayor.
La mayoría, tanto entre los autores argentinos como en los foráneos, entiende que el perjuicio
debe repararse. Con ello el derecho concilia la puja de intereses y da un sensato equilibrio al resultado
del accionar necesario.
Para quienes piensa que el acto es ilícito es simple encuadrar la cuestión dentro de los delitos y
cuasidelitos. Es más difícil la ubicación para quienes sostenemos la tesis del acto lícito. Aquí, se citan
como fundamentos: El enriquecimiento sin causa, la gestión de negocios, la expropiación privada, etc.
Consideramos que, si bien se trata de un accionar lícito, la indemnización es procedente por razones de
equidad. Para fijar el importe a reparar habrá que establecer un equilibrio entre los intereses
contrapuestos, considerar la situación patrimonial de ambas partes y tomar debidamente en cuenta los
demás antecedentes del caso (Acuña Anzorena).
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Derecho Civil II
Todas estas reglas se alteran cuando el comportamiento del agente fue para proteger y preservar a
la persona o los bienes de un tercero. Si el tercero provoco el peligro o bien el mismo le fue extraño, es
a este último a quien corresponde la carga de reparar. En el primer caso, como autor de un delito o un
cuasidelito; en el segundo tal como se esbozo para cuando le correspondiera al agente del daño.
Legítima defensa.
En la legítima defensa, el agente reacciona ante un ataque injusto. Su conducta es pues legítima,
en tanto que la conducta del agresor es ilegitima. En comparación con el estado de necesidad, quien
ataca es el agente, pero como lo hace para salvar un bien valioso, tanto su conducta como la de la
victima son legítimas. Además, el acto de legítima defensa va dirigido contra el agresor que ha
provocado la situación de peligro grave o inminente y procura repeler esa injusta agresión (acción-
reacción), mientras que el acto del necesitado se proyecta contra un inocente que no es causa directa
ni indirecta del peligro o amenaza.
La legítima defensa es muy cercana al estado de necesidad, es el supuesto en que alguien causa
daños a otro usando medios racionales a fin de repeler una agresión ilegítima. Al igual que el estado de
necesidad se encuentra prevista en el Código Penal y no en el Civil.
Siendo el Estado el llamado a evitar el acontecimiento injusto, no puede prohibir que ante la
imposibilidad de su actuación en tiempo oportuno, los particulares repelan con su fuerza y en perjuicio
del ilegítimo agresor, el daño que les amenaza en forma actual e inminente en su persona o en sus
bienes.
En la sociedad actual es el Estado el que organiza y reglamenta los medios defensa de los
derechos; de allí que quien los ve menoscabados debe acudir a esos órganos para evitar la violencia y
contribuir a la paz social, pero eso no impide que, a veces y en forma excepcional, el derecho se
ejercite por autoridad propia.
En las conductas personales hay dos tipos de violencia: la defensiva y la ofensiva. La 1ra es propia
de la defensa que se realiza para mantener un estado existente y la 2da, o justicia por mano propia o
autoayuda, quien actúa lo hace para configurar un estado jurídico acorde con su derecho.
El problema surge a raíz de los daños causados por quien se defiende, lo que exige determinar si
dicho daño admite o no una justificación jurídica, pues el agresor debe soportar civilmente los
perjuicios que no son resultado de su propio accionar.
Requisitos.
Siguiendo lo que dispone el Código Penal, se han dado los siguientes requisitos:
Agresión ilegítima: es necesario que el ataque sea contrario a la ley. Si el que lo hace ejercita
regularmente un hecho propio no puede caber la legítima defensa. Por ejemplo, si el oficial de justicia,
cumpliendo una orden judicial, promueve el desahucio de una casa, el desalojado no podrá oponer una
legítima defensa, por no existir agresión ilegítima.
El concepto de ilicitud para calificar la agresión, es el criterio objetivo. Así, un demente o un menor
de diez años pueden cometer el hecho antijurídico por ser contradictoria su conducta con relación a lo
previsto en el ordenamiento.
Además de ilícita, la agresión debe ser actual. Cuestión que si bien no está expresada en la ley, la
indica toda la doctrina (Borda, Llambías, Orgaz, etc.). La actualidad significa inminencia del daño; no es
suficiente la mera amenaza y mucho menos el daño consumado.
La agresión debió dirigirse contra la persona o los bienes materiales o inmateriales; con alguna
amplitud, ya que la respuesta del ofendido puede ser cuando la amenaza es hacia el o a otro que se
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Derecho Civil II
sienta necesitado proteger (cónyuges, hijos, padres, amigos), o aún a personas desconocidas sobre las
cuales surja un sentimiento súbito de ayuda.
Racionalidad del medio empleado para impedirla o repelerla: este segundo requisito hace al
comportamiento de quien se defiende. La racionalidad hace a la proporción entre el ataque, los
derechos llamados a proteger, y los medios utilizados para su defensa. La racionalidad tiene un doble
análisis: “En cuanto a la necesidad de la defensa misma” y al “medio empleado”.
La desproporción o irracionalidad de los medios empleados, con relación a los utilizados para la
agresión, hacen caer en el “exceso en la defensa” previsto en el Art. 35 CP. Y en ese caso, tanto el
agresor como el agredido, deben asumir la carga de la responsabilidad en consideración al grado de
causalidad y culpabilidad que se les atribuya, según el sistema a aplicarse.
En caso de exceso en la legítima defensa, el acto de quien se defiende será ilícito en la medida de
tal exceso; por lo cual el supuesto deberá considerarse como de culpa concurrente, respondiendo el
agredido-defensor del daño producido a su atacante, en proporción a su propia culpa, que existe por lo
superfluo o excesivo del acto de la repulsa.
Falta de provocación suficiente por parte de quien se defiende: es menester como último requisito
que el agredido no haya provocado la agresión; pues si por el contrario el hubiese incitado a la agresor,
no podría en principio quejarse de la reacción de este, ya que entonces el provocador es en realidad el
agredido. Ello implica también un problema de proporcionalidad, ya que si la agresión aparece como
excesiva o inadecuada frente a la provocación del defensor, la existencia de esta no emperezará a la
legítima defensa. En este caso deberá valorarse su provocación e imponerle la responsabilidad
consiguiente, o disminuir el importe del resarcimiento.
Fundamento.
Se ha dado varios. Entre ellos:
• Un obrar lícito ejerciendo un derecho propio. • Interés prevaleciente en el conflicto de
• Causa de justificación de la conducta. intereses.
Requisitos.
Son tres los requisitos que se exigen para la adecuación a la figura:
• Que se intente proteger un derecho subjetivo;
• Que exista un peligro cierto de que el derecho se pierda o frustre o dificulte su ejercicio; y
• Que no exista tiempo razonable y suficiente para acudir a los órganos del Estado.
Consentimiento de la víctima.
La cuestión, que también tiene raíz en el derecho penal, es definir si el consentir de la misma
víctima salva de responsabilidad al autor del daño.
En el derecho penal ello es muy controvertido, pues se lo admite en algunos delitos (por ejemplo el
rapto, Arts. 130 y 132 CP).
Entre los civilistas, Llambías sostiene que el consentimiento de la víctima nunca puede ser
relevante para alterar los principios y dejar sin responsabilidad al autor del daño, porque el régimen de
los actos ilícitos es de orden público. Por su parte Orgaz y Bustamante Alsina, consideran la posibilidad
de hacer jugar ello como causal de exculpación, teniendo en cuenta los intereses que la ley tutela;
cuando esos intereses son estrictamente particulares el consentimiento neutraliza el daño y no hay
responsabilidad consiguiente; cuando son generales no se alteran los principios ya analizados (sobre
esta cuestión tiene incidencia todo lo dispuesto en la ley 24.193 sobre trasplante de órganos).
Hay interés público en la protección a la vida de las personas, la integridad corporal, la libertad, la
honestidad, etc. No lo hay en relación a los bienes patrimoniales, ya que si su titular puede dañarlos
(Art. 2506), también puede autorizar para que lo haga un tercero.
El acto de abnegación.
Entre los hechos de la misma víctima está el del “salvador” (Mazeaud), o el “acto de abnegación”
(Savatier, Trigo Represas, Bustamante Alsina), que la doctrina francesa denomina: Acte de
dévouement, y consiste en “el acto de una persona que no tiene obligación jurídica alguna, y acepta
sacrificar o correr riesgo de su vida o integridad corporal para auxiliar a otro”.
Son casos donde la víctima asume el riesgo del daño, por su arrojo, o actos heroicos.
¿Es posible aplicarle la regla del consentimiento de la víctima (volenti non fit iniuria), o aquello de
la “aceptación de los riesgos”, para negarle la indemnización, o disminuir el importe de los daños a
reparar? La respuesta negativa se impone.
Si el salvado es quien obró con culpa y llego por ello a dicha situación, es el único responsable. Si
fue un tercero, contra éste se dirigirá la pretensión. Si no hubo culpa, igualmente se impone la
indemnización, que algunos autores la fundan en la gestión de negocios.
El reclamante debe probar que pudo considerar su sacrificio como el único medio para descartar la
amenaza presente, y que entre los bienes en juego existió una proporción valorativa. Si el acto fue
notoriamente temerario consideramos que lleva a disminuir la indemnización.
Bolilla 6
Es notable la evolución desde el nexum del primitivo derecho romano , donde el incumpliente era
sometido a condición servil, pasando por la ley Poetelia Papiria , la Bonorum Empti , la Bonorum
Venditio, y otros institutos que suavizaron la posición del obligado, hasta la actual y típica
responsabilidad estrictamente patrimonial, a las que solamente le interesa la satisfacción económica del
acreedor.
Desde fines del siglo XIX, en la mayoría de los países civilizados desaparece la prisión por deudas,
último vestigio del rigor del vínculo obligacional.
Hoy tiene lugar en plenitud el principio que enseñaba Pothier: “quien se obliga compromete lo
suyo” (también llamado de garantía colectiva), por el cual todos los bienes presentes o futuros del
deudor están para asegurar el derecho de los acreedores.
Cuando alguien se obliga es porque ofrece al acreedor una cierta seguridad del cumplimiento, ya
sea por su solvencia económica o por su trayectoria o conducta moral.
De ahí que, si bien el deudor puede disponer de sus bienes, los acreedores, por su parte, también
pueden controlar y recabar algunas medidas para proteger sus derechos; es ello lo que se define como
“medidas cautelares o precautorias”. Aunque n o todos los bienes están alcanzados por la acción de los
acreedores, pues algunos quedan fuera de la garantía. A demás, cuando el pasivo excede el activo, la
ley dispone que no todos los acreedores deban estar en igualdad de condiciones para la percepción de
sus créditos, sino que algunos tienen prioridad sobre otros; esa figura constituye el derecho de
preferencia o “privilegio.
totalidad de sus deudas, puesto que en caso contrario no existe ningún interés en la distinción. son los
que carecen de toda preferencia. Su derecho se hace efectivo sobre los bienes del deudor una vez
desinteresados los acreedores protegidos y los munidos de garantía real.
Los acreedores con preferencia tienen un mejor derecho y obtienen el crédito con prelación a los
acreedores comunes. El derecho de preferencia en los acreedores puede tener su causa en la voluntad
o en la ley. En la voluntad, cuando el acreedor haya decidido constituir un derecho real de garantía,
como la prenda (Art 3204) o la hipoteca (Art. 3108); y en la ley, cuando se disponga que ciertos
acreedores cobrarán antes que otros, como en el caso de los privilegios (Art. 3875 y ss.).
Los acreedores privilegiados: son los provistos por la ley de algún privilegio, consistente en el
derecho de ser pagado con preferencia a otro (art.3875). Los privilegios son calidades accesorias de los
créditos en razón de la naturaleza de éstos, por ejemplo: proveedor impago de materiales sobre el
inmueble construido con éstos. Los privilegios derivan de la ley, por lo mismo que son calidades
inherentes a determinados créditos. Se diferencian dos clases de privilegios:
» Generales: recaen sobre todos los bienes del deudor o sus cosas muebles en total. Tienen
privilegios generales los acreedores por gobierno de justicia, los sueldos y salarios de dependientes que
corresponden a los seis meses anteriores a la apertura del concurso.
» Especiales: aquellos cuyo asiento recae sobre un bien determinado del deudor. Por ejemplo:
privilegios del acreedor por trabajos de conservación de una cosa mueble sobre el precio de la cosa.
Los acreedores munidos de garantía real: son aquellos que tienen establecido un derecho real a su
favor sobre algún bien determinado del deudor. Tales son:
» Acreedores hipotecarios: son titulares de un derecho real establecido en seguridad de un crédito
en dinero sobre bienes inmuebles que continúa en poder del deudor.
» Acreedores prendarios: han constituido una prenda sobre una cosa mueble del deudor, consiste
en su retención en garantía del cumplimiento de la deuda.
Privilegios.
El problema surge cuando los bienes del deudor resultan insuficientes para cumplimentar la
totalidad de los créditos; por ello la legislación organiza un sistema de prioridades y preferencia para el
cobro.
El CC legislo sobre los privilegios en los Arts. 3875 a 3938, bajo el título “Concurrencia de los
derechos reales y personales contra los bienes del deudor común”.
En nuestro derecho la cuestión no carece de dificultades. La diversidad de antecedentes históricos,
que dan distinta significación a ciertos privilegios, el confuso orden de prelación o rango entre los
mismos acreedores preferidos, y la gran cantidad de situaciones planteadas hacen que sea de enorme
dificultad su estudio. A ello se suma que otras leyes disponen sobre privilegios: La ley de concursos y
quiebras (24.522), la ley de contrato de trabajo (20.744), la ley de propiedad horizontal (13.512), el
Código Aeronáutico (17.285), la ley de la navegación (20.094), la ley de seguros (17.418), etc.; lo que
incrementa la complejidad del tema.
El núcleo de la legislación sobre privilegios está hoy en la ley de concursos 24.522, que legisla todo
lo referido a las quiebras civiles y comerciales, por lo cual, en todos los procesos universales deben
aplicarse sus disposiciones para regular la forma de distribución entre los acreedores, ello viene a
derogar parcialmente la normativa del Código Civil. Queda solamente en la ley civil lo que corresponda
al ejercicio de la preferencia en los procesos civiles individuales, donde se lo puede hacer valer en una
“tercería de mejor derecho”, pero claro está, solo respecto de los privilegios especiales.
El privilegio está definido en el Art. 3875 CC, en un concepto simple y concreto: “El derecho dado
por la ley a un acreedor para ser pagado con preferencia a otro, se llama en este código privilegio”. Sin
cambiar mucho las cosas, se podría decir que privilegio es una preferencia que da la ley a ciertos
créditos para que sean satisfechos antes que otros, y que se puede ejercer sobre todos los bienes del
deudor (privilegios generales) o sobre algunos de ellos (privilegios especiales).
Por lo tanto, es una cualidad de un crédito que puja con relación a otros para su percepción
anterior; siempre esa prioridad la da la ley (Art. 3876), lo que los distingue de los derechos reales de
garantía que nacen de la voluntad de los particulares.
Naturaleza jurídica.
Antes de comenzar a considerar la naturaleza de los privilegios es necesario determinar si resultan
ser una cualidad del mismo crédito, o hay que referirlos a las acciones que los protegen.
En el caso de vinculárselos al crédito la doctrina se divide entre los que consideran que los
privilegios son derechos reales, y los que sostienen que son derechos personales. Tomando en cuenta
a la acción algunos procesalistas italianos sostuvieron que son “cualidades del propio crédito al que
acceden”, y otros afirmaron que son “derechos procesales”.
Derechos reales: la doctrina francesa clásica, y entre nosotros Segovia y Salvat, han sostenido que
los privilegios son verdaderos derechos reales porque se ejercitan por medio de acciones sobre las
cosas afectadas a ese privilegio; se asimilan a los derechos reales de garantía, como la prenda o la
hipoteca y a veces es posible perseguir la cosa (art. 3885); además, en la nota al art. 3928, Vélez
menciona esa característica.
Esta postura recibió agudas críticas: por ejemplo, que los privilegios no se ejercen sobre las cosas;
que no dan acción reipersecutoria, que las notas del codificador no obligan al intérprete, y, además,
que son diferentes y distinguibles de los derechos reales.
Si el privilegio no se ejercita sobre la cosa, ni resulta una desmembración dominial, ni el titular
obtiene ningún beneficio de la cosa, no es un derecho real.
Derechos personales: en cambio, del mismo concepto de privilegio es posible inferir que es una
“relación jurídica entre personas”. Llambías y Trigo Represas agregan que si es un accesorio del crédito
participa de la naturaleza puramente “personal” que tienen los créditos. Esta tesis es mayoritaria en
nuestra doctrina (Bibiloni, Trigo Represas, etc.) y a ella adhiere Compagnucci.
Cualidad del crédito: tomando en consideración el aspecto dinámico o ejercicio del privilegio,
algunos importantes autores han sostenido que constituye una “mera cualidad del crédito” (Borda,
Llambías). Y ello se justifica porque las prerrogativas o preferencias no son para oponérselas al deudor,
ni ejercerlas contra este, sino que son características propias del crédito, que le permiten tener alguna
prioridad en el cobro.
Derecho subjetivo procesal: es la tesis que siguen Carnelutti y otros procesalistas italianos, quienes
reducían gran parte de los derechos de crédito a su ejercicio en el proceso judicial. Sostenía el eximio
procesalista que entre el deudor y los acreedores todos los créditos son igualitarios, pues la diferencia
radica en su tramitación judicial, siendo el Estado el que se obliga a reconocer la prelación, según la
modalidad de la acción ejecutiva.
Caracteres.
Según la doctrina los privilegios son: Legales, accesorios, excepcionales e indivisibles. Algunos
autores agregan que “son indiferentes en cuanto al tiempo” (Trigo Represas), y además “acuerdan una
prioridad en relación al cobro del crédito” (Lafaille).
Legales: surgen de las disposiciones de la ley (conforme al Art. 3876), no es posible que las partes
los acuerden y, por ende, no pueden nacer de la voluntad de los particulares (porque no habría
seguridad jurídica, pueden utilizarse para perjudicar a otros acreedores), aunque igualmente se admite
la creación convencional de privilegios del “modo” que la “ley establece” Es el Congreso Nacional, en
ejercicio de las facultades que le otorga el Art. 67 inc. 11 CN, el que puede legislar sobre esta materia.
Accesorios: los privilegios son accesorios del crédito al cual se refieren y carecen por tanto de vida
propia, por sí solos no pueden existir de acuerdo a la norma del Art. 523 del Cód. Civil, ya que tienen
razón de ser en la existencia de lo principal que es el crédito. Su existencia y virtualidad depende de lo
principal, si se extingue el crédito se extingue el privilegio. En este sentido el Art. 3877, referido a la
transmisión del derecho del acreedor y coincidiendo con lo dispuesto en los Arts. 771 y 1458 CC, dice
que los privilegios se transmiten a los cesionarios y sucesores de los acreedores como accesorios de los
créditos a los que acceden.
Por excepción, en el supuesto de novación, que es una forma de extinción de las obligaciones, el
acreedor que la consciente “sin embargo puede, por una reserva expresa, impedir la extinción de los
privilegios e hipotecas del antiguo crédito que entonces pasan a la nueva” (Art. 803).
Excepcionales: los privilegios son excepcionales, porque importan la derogación del principio
general de la igualdad de todos los acreedores respecto del patrimonio del deudor, creando una
situación especial de prioridad para el cobro de sus créditos respecto de ciertos acreedores. La regla es
que los acreedores concurren en igualdad a la percepción de los créditos; el principio de la pars
condicio creditorum del derecho romano, es de aplicación en nuestra legislación. Lo excepcional es que
alguno tenga mejor derecho a percibir que otro; por ello se entiende que el privilegio tiene una
carácter de excepción.
Este rasgo hace que deba interpretarse restrictivamente el derecho. En caso de duda debe
entenderse que no hay privilegio, lo mismo en cuanto a su rango o extensión. No es posible utilizar al
regla de la analogía para beneficiar a algún acreedor.
Indivisibles: (Arts. 3112, 3113, 3223) otra característica de los privilegios es su indivisibilidad. Ello
significa que esa cualidad que tienen ciertos créditos se mantiene inmutable, no interesando lo que
ocurra con el crédito principal, ni con los bienes en los cuales recae el privilegio.
Por ello, si la cosa o cosas que son asientos del privilegio se deterioran parcialmente, el privilegio
no se disminuye en esa proporción y continúa por el total. El mismo efecto se da en cuanto al crédito;
si disminuye en su valor el privilegio se sigue ejerciendo in integrum; por ejemplo, si el crédito era de
$10.000, y se ejercía sobre un inmueble, y se cancela parcialmente (es decir, restan $5000), el
privilegio se mantiene inmutable sobre la totalidad del bien afectado.
Acuerdan una prioridad en relación al cobro del crédito: algunos autores agregan a las
características ya mencionadas, una quinta característica: La de engendrar el privilegio una prioridad,
para el cobro del crédito garantido. Desde el momento en que tal prelación está indisolublemente
vinculada y unida al concepto de privilegio y también al más genérico de “causa de preferencia”, tal
como surge del Art. 3875, coincidimos con estos doctrinarios en que esto constituye una nueva nota
saliente o característica que, como tal, conduce a la individualización de este instituto jurídico.
Son indiferentes en cuanto al tiempo: se puede agregar esta otra característica, pues en forma
diferente de las preferencias de origen convencional (hipoteca, prenda), en los “privilegios” la
antigüedad de su nacimiento o la de los créditos que garantizan es intrascendente; ya que la prelación
se determina por la calidad de los mismos, o sea por el mayor o menor favor que merecen por su
naturaleza y razones determinante de su creación. La ley de quiebras 11.719 así lo establecía en su Art.
123, que decía “entre los acreedores privilegiados se gradúa la preferencia sin consideración al tiempo,
por la diferente calidad de los privilegios”.
Solo por excepción, cuando la ley expresamente así lo dispone, la prioridad de los privilegios “se
determina por la fecha: unas veces, en relación contraria a la de los privilegios convencionales, es
decir, que los posteriores priman sobre los anteriores, como ocurre con los gastos de conservación (Art.
3903); otras el más antiguo prima sobre la fecha del posterior: privilegio de los vendedores (Art.
3926)”.
Fundamento.
No existe un único fundamento para los privilegios; en algunos casos el fundamento de dar un
privilegio a un acreedor reside en la equidad, en otros en el interés público, en evitar el
enriquecimiento injusto, etc.
El fundamento de los privilegios no es único, sino múltiple y variado; o sea que según los casos
serían entonces distintas las razones que justificarían el derecho de algunos acreedores para cobrar
antes que otros.
Son tantos los casos en que la ley establece privilegios que resulta dificultoso dar una única razón
que justifique la existencia de un régimen prioritario de cobro.
Por ej., cuando se los admite para los gastos funerarios (Art. 3180 inc. 1º), se piensa en razones
de bien público o humanitarias; en el caso del locador que tiene privilegio sobre los bienes muebles del
locatario (Arts. 3883 a 3885), en razones de orden práctico; en el supuesto de posadero, sobre los
bienes que introducen los viajeros en las posadas (Art. 3886), se lo admite por las circunstancias del
caso e índole del crédito; en los gastos de última enfermedad (Art. 3880 inc. 2º), se tienen en cuenta
los sentimientos humanitarios, etc. De allí que resulte de extrema dificultad establecer un único
fundamento.
Molinario, en su obra sobre los privilegios, sostiene que el fundamento esta dado en que ciertos
acreedores muchas veces se encuentran en situación de no poder pedir garantía para el cobro, y esa es
la razón por la cual la ley da un derecho preferencial. El fundamento múltiple o variado pareciera ser la
mejor explicación de porque la ley consagra estos derechos preferenciales o privilegios.
Clases.
Los privilegios se clasifican en generales y especiales. Los generales recaen sobre un conjunto o
masa de bienes y los especiales recaen sobre un bien en particular.
Otros autores creen que el asiento consiste en el resultado económico de la subasta de los bienes,
ya que recién después de su venta se puede efectivizar el derecho a cobrar con antelación.
Para Cazeaux el privilegio se asienta en sumas de dinero y no en las cosas, por cuanto el mismo,
no establece en caso alguno una relación entre la persona del acreedor y las cosas de pertenencia del
deudor, las que continúan intactas en el patrimonio de este sin desmembraciones, cargas, ni
limitaciones de ningún tipo a su derecho de propiedad.
Casos de asientos secundarios (subrogación real).
Además del asiento principal se pueden dar ciertos casos de los llamados asientos secundarios
(subrogación real), es decir cuando un bien ocupa el lugar de otro y sigue su suerte.
Esto significa que si el objeto sobre el cual recae el privilegio es sustituido por una indemnización, o
por otro objeto, el privilegio subsiste sobre esta o sobre el nuevo. Hay diferentes casos en el CC, por
ejemplo, cuando se vende la cosa sobre la cual se apoya el privilegio, el mismo se extiende al precio de
venta impago (conforme Arts. 3893, 3897, 3926) si la cosa de destruye total o parcialmente el
privilegio se desplaza a la indemnización consiguiente o al importe del seguro (conforme Art. 3110,
para el caso de la hipoteca; Art. 3, decreto 15.384/46, sobre prenda sin desplazamiento), etc.
Después de varias discusiones doctrinales sobre la posibilidad de transformar en regla estas
soluciones particulares, la ley de concursos y quiebras (24.522), dirimiendo la cuestión, establece en el
Art. 245: “El privilegio especial se traslada de pleno derecho sobre los importes que sustituyan los
bienes sobre los que recaía, sea por indemnización, precio, o cualquier otro concepto que permita la
subrogación real”.
Alcance de la preferencia.
Los créditos privilegiados como todos los créditos, pueden devengar intereses, ya sea que estén
pactados, o como consecuencia de las constitución en mora del deudor. Igualmente, cuando para
lograr el cobro del crédito privilegiado el acreedor se ha visto en la necesidad de promover la
pertinente demanda judicial, a la cantidad originariamente debida por el deudor se suma el importe de
los gastos causídicos del juicio.
Habremos de considerar precisamente, si esas sumas que el deudor debe en concepto de intereses
y costas originadas por créditos privilegiados, están también protegidos por la preferencia de cobro
acordada al principal, o si por el contrario, al no alcanzar la extensión del privilegio respecto de dichos
rubros, la situación del acreedor será la de simple quirografario o común.
Nuestro CC, siguiendo la orientación del CC francés, no contiene ninguna norma de carácter
general sobre el punto aplicable a todos los privilegios. En cambio, en algunos supuestos especiales
traen soluciones favorables a la extensión de la preferencia a los intereses y costas.
En cuanto al alcance de la preferencia existe un solo supuesto contemplado por el CC, que extiende
el beneficio a los intereses: se trata del privilegio del vendedor de cosa inmueble, a cuyo respecto el
Art. 3925 establece: “El privilegio comprende además del precio de la venta, los intereses vencidos de
un año…”
El problema se plantea con relación a la generalidad de los privilegios respecto de los cuales no
existe ninguna norma que resuelva la cuestión; habiéndose dividido nuestra doctrina y jurisprudencia
en cuanto a la solución propiciada. Una tendencia estima que la preferencia que confiere el privilegio
comprende además del crédito principal, a sus intereses y a los gastos indispensables para lograr su
pago. En cambio para otra opinión prevaleciente (adhiere Cazeaux), siendo los privilegios de
interpretación restrictiva, los mismo no pueden extenderse ni a los intereses, ni a los gastos de justicia,
a menos que exista una disposición legal expresa en tal sentido, ya que su aplicación por los jueces
debe haberse circunscripta exactamente a los términos de la ley.
En conclusión se distinguen dos criterios: uno amplio que sostiene que el alcance del privilegio
comprende no solo la cosa sino también a los intereses y los gastos. Y uno restrictivo que solo
comprende a la cosa.
Extensión y límites.
En cuanto a su extensión y visto con un sentido restrictivo, algunos autores lo ven, el privilegio solo
comprendería el capital reclamado; en cambio con un criterio amplio, a ello se sumaría los intereses y
los demás gastos que hubieran sido necesarios para percibir el crédito. El CC nada establece al
respecto; solamente y con relación al privilegio del vendedor de bienes inmuebles (Art. 3925), a la
hipoteca (Arts. 3111 y 3936) y la prenda (Art. 3229), agrega a la preferencia los accesorios y gastos
que debe soportar el acreedor.
Pareciera que la mejor solución sería hacer extensivo el privilegio a los intereses, gastos normales y
necesarios para conseguir el cobro, pero no a todas las erogaciones que fueran producto de la desidia
o negligencia del mismo acreedor (por ejemplo si esta deja pasar un tiempo más prudencial para
accionar). La ley 24.522 dispone, como regla, que los privilegios se extienden solo al capital salvo las
excepciones que taxativamente prevé el Art. 242.
Extinción.
Por ser accesorios, los privilegios se extinguen cuando concluye el crédito, que es lo principal (Arts.
523 y 525). En cambio, en algunos supuestos termina el privilegio pero subsiste el crédito sin
preferencia, es decir, como quirografario. Esos casos son:
• Por pérdida de la cosa sobre la cual recae el privilegio (por ejemplo, cosas puesta fuera del
comercio conforme Arts. 2336 y 2337) salvo que se diera un supuesto de subrogación real,
• Renuncia del acreedor al privilegio (Art. 872),
• Adquisición por el mismo acreedor, del dominio de la cosa sometida al privilegio.
El CC solamente lo trata en el caso de la hipoteca (Art. 3198), pero como señala Trigo Represas, es
extensible a cualquier otra situación similar.
Y privilegio general: los debidos al trabajador por salarios y subsidios familiares por los últimos seis
meses y las demás indemnizaciones que le pudieran corresponder (accidente de trabajo, despido,
preaviso, etc.); el capital adeudado al sistema de seguridad social; si se trata de una persona física, los
gastos funerarios, los de última enfermedad durante los últimos seis meses de vida, y los de alimentos
y alojamiento de los seis meses anteriores al concurso; y por último, el capital por impuestos y tasas
debidas al fisco.
Los créditos con privilegio general sólo alcanzan a la mitad del producto de los bienes (Art. 247),
después de agotados los con privilegio especial, los del Art. 240 y el capital correspondiente a sueldos y
demás remuneraciones del Art. 256, inc. 1º. En el excedente concurren a prorrata con los quirogra-
farios.
Derecho de retención.
El concepto lo da el Art. 3939: “El derecho de retención es la facultad que corresponde al tenedor
de una cosa ajena para conservar la posesión de ella hasta el pago de lo que le es debido por razón de
esa misma cosa”. Vélez reitera la definición en la nota al Art. 1547, referido a la locación de cosas y al
derecho del locatario a retener la cosa arrendada para percibir las mejoras.
En términos similares a los del Art. 3939, Díaz Pairó dice que el derecho de retención es “una
facultad concedida en ciertos casos por la ley al acreedor para que no restituya una cosa que tiene en
su poder, perteneciente a su deudor, en tanto éste no le pague lo que por razón de esa misma cosa le
debe”.
Antecedentes y metodología.
Los antecedentes históricos ubican el instituto en el derecho romano, en el ejercicio de la exceptio
doli mali. Esta defensa se otorgaba para amortiguar la rigidez del procedimiento formulario, cuando se
ejercía una acción real y se pretendía la reivindicación sobre inmuebles en los que el demandado,
poseedor de buena fe, había realizado mejoras. Así se le permitía paralizar la pretensión y retener la
cosa hasta ser indemnizado de las mejoras, ejercitando la exceptio doli.
El CC argentino legisla sobre el derecho de retención en el Título II, de la Sección II, del Libro IV
(Arts. 3939 a 3946). Da así una metodología precisa y certera al instituto y mejora el sistema del CC
francés que no le otorgo un tratamiento adecuado, y más bien lo vinculo con el ejercicio de la acción
de incumplimiento, al igual que el derecho español.
Siguen un método similar al adoptado por nuestra legislación el CC alemán y el portugués
especialmente que lo regula con detalle.
Requisitos.
Los requisitos son los siguientes:
Un crédito del acreedor del derecho a retener contra el titular del derecho sobre la cosa: es
necesario que el retenedor sea titular de un crédito cierto y exigible contra el que demande la
restitución de la cosa. Las acreencias sometidas a un condición suspensiva, a un plazo inicial, a una
obligación natural (Art.515) o cualquier otro supuesto que no haga exigible el crédito, no pueden
justificar el ejercicio de este derecho. No es necesario que se encuentre líquido.
Que la relación con la cosa derive de una situación posesoria lícita: el acreedor debe ejercerla en
un sentido amplio, abarcativo de posesión, estricto sensu (conforme Art. 2351) y de tenencia
(conforme Art. 2352). Esta posesión debe haber tenido un origen lícito pues por ejemplo, el acreedor
no puede pretender retener después de haber hurtado la cosa. Además tiene que ejercerse sobre un
objeto corporal, ya que no es posible ser tenedor o poseedor de derechos incorporales. Sobre esta
cuestión no hay una opinión uniforme en la doctrina. De acuerdo con lo que sostenemos: Lafaille,
Salvat, Acuña Anzorena, Trigo Represas, Lacruz Bermejo. En contra: Borda, Spota, Llambías, quienes
consideran que se puede ejercitar sobre documentos.
La existencia de una relación de conexidad entre el crédito y la cosa: en nuestro derecho es
imprescindible que exista una relación de conexidad entre el crédito del retenedor y la cosa sobre la
cual se ejerce el derecho (Arts. 3939,3940).
Significa que el crédito surgió como consecuencia de la cosa, o bien por una relación contractual o
simplemente de hecho entre las partes. O como dice Castán: “Que el crédito haya nacido por razón o
en ocasión de la cosa”.
Caracteres.
Tiene los siguientes caracteres:
Accesorio: sigue los lineamientos dispuestos en los Arts. 523 a 525 y se erige para asegurar el
crédito que es su materia principal.
Cesible: El mismo Código al regular todo lo ateniente a la cesión de créditos y derechos (art. 1434
y siguientes), dice que esa transmisión comprende la fuerza ejecutiva del título y todos los derechos
accesorios (Art. 1458). Con ello se quiere significar que lo que se cede es el crédito principal, y se
acompaña lo accesorio (el derecho de retención) entregándose la cosa al cesionario, no que pueda
cederse en forma independiente lo accesorio.
Indivisible: así lo indica el Art. 3941. En el supuesto que se pague parcialmente el crédito principal,
el derecho se continúa ejerciendo en su totalidad, y son varias las coas sobre la cual se toma, y alguna
de ellas fuera reintegrada, se sigue sobre el resto. Poco interesa que el crédito sea o no divisible.
Excepcional: porque es extraordinario que se ejerza el derecho de retención; lo corriente es que los
acreedores no lo hagan, ya por no reunir los requisitos necesario para ello, o bien porque no se dan las
circunstancias.
Facultativo: no es propio del ejercicio de un derecho subjetivo, sino una mera potestad que tienen
ciertos acreedores que obra como “funcionalidad excepcionante” frente a quien reclama la restitución.
Naturaleza jurídica.
Para algunos autores (Salvat, Spota) es un derecho real, en virtud de que la relación jurídica se
establece entre una persona y una cosa, puede ejercerse contra ciertos terceros (como algunos
acreedores quirografarios y privilegiados), y confiere limitadamente un cierto ius persequendi.
La tesis del derecho real no es muy acertada, porque el derecho de retención no figura en la
enumeración taxativa de los derechos reales que hace la ley (art. 2503), y además no otorga el ius
persequendi.
Otra corriente, a la que adherimos, sostiene que es un derecho personal, porque la relación es
entre personas, no otorga ningún derecho a perseguir la cosa, y además puede ejercitarse solamente
contra el deudor y sus sucesores. Esta es la tesis mayoritaria en la doctrina nacional y extranjera.
Se han dado varias opiniones más. Borda dice que es un derecho sui generis, porque sin ser real
puede oponerse a ciertos terceros. Pero lo cierto es que con ello poco se agrega y se diluye su
caracterización.
Moisset de Espanes juzga que sin ser real o personal, es simplemente un “mero atributo del
crédito”, porque no tiene autonomía y emerge cuando se dan los requisitos, a ello se suma la ubicación
metodológica (Libro IV) que le dio el codificador.
Por último se ha considerado que se trata de “una excepción procesal dilatoria de derecho
sustantivo” (Trigo Represas, Llambías), ya que su ejercicio se lleva a cabo en el proceso judicial, donde
el retenedor hace oposición al reclamo de la cosa hasta tanto se le haga efectivo el pago. Se trata de
una opinión valiosa, tanto por la autoridad jurídica que tienen quienes la sustentan, como por el fuerte
fundamento que encierra. También así lo enseñan algunos autores italianos y la doctrina germana. No
obstante, se podría objetar a este criterio que apunta más al ejercicio del derecho que al derecho
mismo.
Casos legislados.
El CC prevé algunos casos que permiten aplicar el derecho de retención. A título ejemplificativo se
brindan los siguientes:
Comprador con pacto de retoventa: quien enajena un bien inmueble con pacto de retroventa
puede recuperar la cosa devolviendo el precio recibido, en más o en menos, conforme a lo pactado
(Art. 1366). El comprado puede retener la cosa hasta que se le pague lo acordado, los gastos del
contrato, y los hechos con ocasión de la entrega, y las mejoras con excepción de las voluntarias (Art.
1384).
Mandatario: también el mandatario puede ejercer este derecho sobre bienes del mandante, hasta
que se le abonen los adelantos, gastos, comisión o retribuciones que se le deban por esa tarea (Art.
1956).
Locatario: el locatario puede retener la cosa locada hasta que el locador le haga efectivo el pago de
las mejoras realizadas en el bien alquilado (Art. 1618).
Depositario: este puede hacer efectivo el derecho sobre la cosa objeto del contrato y por lo que se
debe en razón del depósito. Pero no por el pago de remuneraciones que le hayan ofrecido, o perjuicios
que le hubiere causado el depósito, u otras causas (Art. 2218). En los últimos supuestos es razonable
la solución legal, ya que no existe conexidad entre el crédito y la cosa retenida.
Poseedor: tanto el poseedor de buena fe (Art. 2428) como el de mala fe (Arts. 2440 y 2441),
tienen derecho de retención por el valor de las mejoras necesarias o útiles que hubieran realizado en la
cosa. Es nada más que una aplicación del principio general del Art. 3939 y ejemplo de supuesto en que
el derecho no nace de una previa relación contractual.
Tenedor: también él puede hacer uso del derecho de retención por las mejoras hechas en la cosa
(Art. 2446).
Usufructuante: quien da en usufructo no está obligado a realizar mejoras, pero si las hace tiene
derecho a retener la cosa objeto del derecho real, hasta que el usufructuario le pague dichas mejoras
(Art. 2891). Como afirma Llambías de un singular supuesto, pues el mismo propietario ejerce derecho
de retención sobre una cosa de su dominio.
Condómino: en la hipótesis que un copropietario haga gastos para reparar o conservar la cosa
común, la puede retener hasta tanto los otros condóminos le abonen dichas erogaciones (Art. 2685 y
2686). Se ejerce sobre cosa parcialmente ajena.
Efectos.
El derecho de retención produce efectos con relación al mismo retenedor, al dueño de la cosa y a
los terceros.
Con relación al retenedor son los derechos y obligaciones que engendra; en cuanto al propietario
deudor será en consideración a la eficacia del mismo derecho; y a los terceros se les impondrá en
cuanto a la mayor o menor efectividad del derecho, fundamentalmente con respecto al ejercicio de los
privilegios.
Al retenedor no puede usar la cosa; si lo hiciera, el propietario podría solicitar el secuestro del bien;
ni hacer suyos los frutos que produzca, sean perecederos o no, pues le pertenecen al propietario.
Sobre esto último no existe uniformidad en nuestra doctrina, que hace la diferenciación entre frutos
perecederos o no, y algunos autores admiten que el retenedor pueda imputarlos a la deuda y de esa
manera ir percibiendo el crédito.
» Restitución de la cosa: el acreedor retentista debe restituir la cosa al extinguirse el derecho de
retención, dicha devolución comprende los frutos percibidos o su precio de venta, previa rendición de
cuentas sobre los mismos.
Acciones:
Si se pierde la posesión de la cosa contra su voluntad, ya sea a manos del propietario o de un
tercero, el Art. 3944 le otorga acción para recuperarla. La doctrina ha discutido sobre qué tipo de
acción tiene, y si es dable distinguir entre bienes muebles e inmuebles. Así se ha planteado si se puede
ejercer solo la acción "policial de desalojo", o también le correspondería la posesoria de "manutención".
Después de la reforma de la ley 17.711 no se puede dudar de que, tanto para los bienes muebles
como para los inmuebles es posible ejercitar la acción de despojo (conforme a lo dispuesto en el Art.
2490), que se otorga a los poseedores estricto sensu, e incluso a los meros tenedores.
Efectos con relación a los terceros acreedores. Regímenes del Código civil y de la Ley de
concursos y quiebras 24.522.
Código civil: Hay que diferenciar entre las tres clases de acreedores:
» Quirografarios: el Art. 3942 establece que los acreedores quirografarios (o acreedores comunes)
pueden embargar los bienes sometidos al derecho de retención, y hacer realizar la venta judicial de
ellos, pero deben entregar los fondos obtenidos al acreedor retentista. Es decir, se produce una
subrogación real que va desde la cosa retenida a los fondos obtenidos por la venta en pública subasta.
» Con privilegio general: antes de la ley 17.711, en el proceso de quiebra el derecho de retención
cedía ante los acreedores que ejercitaban ese privilegio en el proceso universal (Art. 3946 primera
parte). La reforma no ha introducido variantes en este aspecto.
» Con privilegio especial: en cuanto a estos acreedores, las soluciones doctrinales no eran
uniformes. La tesis tradicional sostenía que si el derecho de retención cedía ante los privilegios
generales, también seguía la misma suerte con los especiales, ya que estos últimos prevalecen sobre
los generales (Molinario). Otros autores (Borda, Salvat, etc.) entendían que era necesario establecer el
momento en que se había iniciado su ejercicio. El derecho de retención tendría preferencia cuando
había comenzado a ejercerse con anterioridad temporal. Borda lo explica argumentando que
habitualmente el conflicto se suscitaba entre el constructor que retenía, y el acreedor hipotecario
posterior, que muchas veces era fruto de una maniobra del deudor con un acreedor complaciente
mediante un acto simulado, para burlar el derecho del que había construido el inmueble.
La ley 17.711 introdujo un agregado en el Art. 3946 que dirimió la cuestión. "El derecho de
retención prevalece sobre los privilegios especiales inclusive el hipotecario, si ha comenzado a ejercerse
desde antes de nacer los créditos privilegiados" y concluye diciendo que la "garantía otorgada en
sustitución, subsiste en caso de concurso o quiebra".
Tratando de conciliar e interpretar la relación entre el derecho de retención y los privilegios se ha
llegado a un entendimiento: Como regla se considera que los privilegios (generales o especiales)
prevalecen sobre el derecho de retención). Como excepción, se otorga prioridad al derecho de
retención con relación a los privilegios especiales, cuando comenzó a ejercerse antes de que nacieran
estos últimos.
Ley de concursos y quiebras 24.522:
La nueva ley de concursos y quiebras 24.522 modifica el régimen que había instituido la anterior
ley 19.551, sobre el grado que tenía el derecho de retención entre los privilegios. Ahora se mantiene
común privilegio especial reglado en el Art. 241, pero pasa a encontrarse en el inc. 5º, y como según el
Art. 243 tienen el rango que resulta del orden de sus incisos, el derecho de retención cede ante los
Extinción.
El derecho de retención se puede extinguir por diversas circunstancias:
Por su carácter de accesorio: ello ocurrirá cuando se extinga el derecho principal del crédito.
Por renuncia expresa: el acreedor retenedor puede válidamente renunciar al derecho que la ley le
otorga (Art. 872)
Por renuncia tácita: cuando se hace entrega voluntaria de la cosa (Art. 3943), lo que se configura
como una de las vías indirectas de manifestar tácitamente la voluntad de renunciar al derecho.
Por abandono de la cosa: renuncia voluntaria que se infiere del desprendimiento de la cosa.
Por destrucción de la cosa: al desaparecer el sustrato material de ejercicio del derecho debe
terminar el mismo derecho.
Por confusión: si el retenedor pasa a ser el dueño de la cosa, el derecho se extingue por confusión,
por reunirse en la misma persona las calidades de tenedor y propietario.
Por abuso del retenedor: en el supuesto de que el acreedor retenedor usare la cosa, o bien cuando
la expusiere a deterioros o pérdidas, el propietario podrá válidamente solicitar que concluya el ejercicio
del derecho. Algunos autores como Trigo Represas, Lafaille y Vázquez consideran que no debe ser
reintegrada al propietario sino dada en depósito judicial.
Bolilla 7
Acción subrogatoria.
El deudor puede intentar burlar la acción de sus acreedores, ya sea realizando actos que impidan el
ingreso de bienes en su patrimonio (ej.: no aceptar o renunciar a una herencia o no reclamar un
crédito que le pertenece), o bien disponiendo que estos egresen de él (ej.: enajenando sus
propiedades a terceros). Para oponerse al primer caso la ley otorga la acción subrogatoria, para el
segundo la acción revocatoria o pauliana.
La acción subrogatoria es uno de los medios preventivos de actuación; un producto de control que
la ley otorga a los acreedores, y tiene como fin mantener la incolumidad del patrimonio del deudor.
La acción subrogatoria, también llamada “oblicua” o “indirecta”, tiene una denominación equívoca,
ya que subrogar es “poner en el lugar” y ello no es tan así en este tipo de remedio. Más apropiado son
los términos oblicua o indirecta, pues el acreedor se va a dirigir hacia los terceros por intermedio de su
propio deudor. A pesar de ello, con la reserva hecha, y en razón de que mayoritariamente así se la
reconoce, se mantiene la denominación de acción subrogatoria.
Se la podría definir como “una acción que la ley concede a los acreedores quirografarios para hacer
valer derechos o acciones de su deudor, ante la incuria, inercia o desidia de este último”.
También se la ha definido a esta acción como la facultad que la ley concede a los acreedores para
que sustituyéndose a su deudor ejercite los derechos y acciones de este cuando tales derechos y
acciones, por la negligencia o mala fe de dicho deudor, estuvieren expuestos a perderse para la prenda
general con perjuicio para sus acreedores.
Así, por esa vía, se permite su ejercicio para incorporar bienes al patrimonio del deudor, por
ejemplo, aceptando una herencia que le es deferida al obligado, o bien reclamando un crédito contra
un tercer que se encuentra vinculado con el mismo deudor, u oponiendo la prescripción como defensa
en favor del deudor, etc.
A quien se subroga se lo denomina acreedor subrogante o sustituto; al que mantiene inactividad y
da lugar al ejercicio de la acción, deudor subrogado o sustituido, y a los demás, terceros demandados o
directos.
El Código define a esta acción en el Art. 1196.
Art. 1196: “Sin embargo los acreedores pueden ejercer todos los derechos y acciones de su
deudor, con excepción de los que sean inherentes a su persona”.
Antecedentes históricos.
Es muy poco lo que se puede extraer del derecho romano como antecedente de este instituto.
En el sistema de la legis actiones, y mediante la manus iniectio, los acreedores realizaban una
ejecución personal. Más adelante, y en el procedimiento formulario, se concede la missio in bona a los
acreedores; mediante esta acción el magíster vendía a un bonorum emptor todo el patrimonio del
deudor.
En la época del emperador Diocleciano se reemplazo la missio in bona por la bonorum distractio, lo
que tuvo por objeto que la venta de los bienes del deudor no fuera realizada al por mayor, sino
individualizándose sus bienes. Se nombraba un curator, quien estaba autorizado para ejercer las
acciones del deudor en beneficio de los acreedores.
La pignoris capio fue una acción que el pretor otorgo para lograr el cumplimiento de los deudores
obstinados. Por orden de un magistrado se tomaban en prenda los muebles o inmuebles del deudor,
mediante un funcionario llamado apparitor. Este podía venderlos y en el caso de los créditos, obrar
contra el deudor del deudor para dejar luego lo obtenido a favor de los acreedores.
En el derecho intermedio se produce un avance importante al considerarse que la acción era
ejercida por el mismo acreedor, sin necesidad del nombramiento por el juez de un funcionario especial.
Y allí surgió el dicho debitor debitoris est debitor meus. (El deudor de mi deudor es mi deudor).
Con relación a otras fuentes, los autores citan como antecedente el Art. 278 de la Costumbre de
Normandía.
Ejecutiva: otra tendencia indica su carácter ejecutivo, pues tal como lo indica Diez Picazo, ya que el
acreedor persiguió los bienes del deudor, y al hacer uso de esta acción está siguiendo igual camino.
Carácter propio: Planiol y Ripert en Francia, y Borda, Cazeaux y Llambías en Argentina, entienden
que la acción tiene un carácter propio o especial que impide su identificación con alguna de las
características señalas. Dice Llambías que es una acción “instrumental, incolora y carente de contenido
propio” y tiene un carácter “abstracto y neutro”.
por otro que no sea su titular (como Galli y Llambías); para otros, se trata de casos de conciencia o de
interés moral que representa su uso y puesta en práctica (Demolombe, Ripert, Josserand, Borda).
Díez-Picazo y Lacruz Berdejo coinciden en señalar que los “derechos inherentes a la persona”
abarcan toda la gama de derechos que no son alcanzados por la acción oblicua, pero renuncian a su
cualificación.
Compagnucci coincide con quienes entienden que se los puede categorizan como aquellos derechos
que solo son ejercitables por su titular, pero hay más derechos que no son “inherentes a la persona” y
sobre los cuales tampoco es posible ejercer acción subrogatoria.
Derechos extrapatrimoniales.
Al carecer de valor patrimonial, no integran el activo del patrimonio del deudor, y por lo tanto, son
ajenos a esta problemática. Así, no es posible subrogarse para ejercer una acción de estado o las
derivadas de la tutela o curatela, la de divorcio o separación de cuerpos, nulidad de matrimonio, etc.
Derechos patrimoniales.
Se niega su ejercicio cuando se trata de derechos inembargables, como la acción por alimentos; las
indemnizaciones derivadas de leyes laborales (ej.: por acciones de trabajo o por despido); los salarios,
en cuanto el embargo exceda el porcentaje legal establecido, etc.
O bien, casos en que queda a la conciencia de su titular el ejercicio del derecho, o éste no es
transmisible (ej.: la renovación de una donación por inejecución de cargos o por ingratitud del
donatario; la acción de exclusión de herencia por indignidad del heredero; la acción de resarcimiento
del daño extrapatrimonial o moral; la de separación de bienes de disolución de la sociedad conyugal;
los derechos hereditarios que dependen del ejercicio de una acción de legitimación, como la de
reconocimiento de la paternidad, etc.).
En la doctrina se discute si las indemnizaciones por daños derivados de delitos o cuasidelitos
pueden ser objeto de la acción subrogatoria, y la mayoría contesta en forma afirmativa. Compagnucci
considera que cuando dicha pretensión es la consecuencia de un delito como daño corporal personal, o
el homicidio de un pariente cercano, o las calumnias o injurias, u otro hecho que afecte los
sentimientos o la conciencia del titular, no es posible permitir que un acreedor pueda reclamar ese tipo
de rubro. Aún en el reclamo del daño patrimonial, muchas veces, hay razones que van más allá de lo
económico y ello merece la protección de esa intimidad.
Los demás derechos patrimoniales pueden ser objeto de la acción indirecta o subrogatoria. Por eso,
nuestra jurisprudencia ha resulto que el acreedor puede:
• Aceptar una herencia en nombre de su deudor.
• Promover el juicio sucesorio o continuarlo.
• Pedir partición de bienes o nulidad de testamento.
• Accionar por cumplimiento de contrato o su resolución.
• Pedir la nulidad de contrato o indemnizaciones por incumplimiento.
• Pedir la división de la cosa común.
• Ejercer acciones reivindicatorias.
• Reclamar créditos del deudor (hipotecarios o prendario, o comunes).
Meras facultades.
Ha sido difícil definir en qué consisten estas facultades, especialmente poder diferenciarlas de los
derechos subjetivos. Algunos autores han entendido que cada vez que una persona puede actuar
ejerce un derecho subjetivo.
Sin embargo, una parte de la doctrina diferencia entre el derecho subjetivo y su ejercicio. Para De
Castro, una facultad jurídica es “la posibilidad de actuar concedida a una persona, por formar parte del
contenido de una situación jurídica”. Las facultades son una porción de la totalidad del derecho, y su
existencia tiene lugar dentro de una relación jurídica; por lo tanto, carecen de independencia.
En consecuencia, las meras facultades no son prescriptibles, ni enajenables, ni embargables, ni
renunciables. A veces van unidas a la condición de la persona o son una parte de una relación jurídica
o contenido de un derecho subjetivo. Un ejemplo es la facultad, que surge del derecho de dominio, de
usar la cosa o percibir sus frutos o disponer de ella.
La acción subrogatoria no se puede ejercer sobre las facultades. Sin embargos, algunos autores
como Lacruz Berdejo y Llambías, han considerado que es posible hacerlo sobre ciertas facultades, por
ejemplo, ejercer el pacto de retroventa en la compraventa, o el pacto comisorio, etc.
Compagnucci considera que se confunden las meras facultades con los derechos subjetivos,
aunque es dable señalar que no es un terreno seguro ni ambas nociones son siempre bien separables.
La inactividad del deudor: la acción se brinda para contrarrestar la pasividad del deudor. No es
necesario demostrar el dolo o la mala fe; basta solamente con la incuria o desidia que importan el dejar
hacer. O que el derecho o acción, de cuyo ejercicio para subrogación se trata, se halle descuidado o
sea susceptible de una utilización más provechosa que la realice el deudor.
Tampoco hace falta constituir en mora al deudor, ni intimarlo para que promueva acciones, ni que
se dé una subrogación judicial previa, ni citarlo a juicio.
En la doctrina extranjera, es célebre el debate entre Laurent y Demolombe sobre la necesidad de
citar o no a juicio al deudor sustituto. Laurent y sus seguidores sostenían que no debía citárselo; por el
contrario, Demolombe señalaba la importancia práctica de ese llamado. Como regla general, es posible
afirmar que ha triunfado la tesis de Laurent; sin embargo, se anota la importancia de traerlo al pleito
en consideración a los efectos de la cosa juzgada. Así lo disponen los Cód. Procesales de la Nación y de
la Pcia. de Bs. As.
El interés legítimo para accionar: está dado por la ausencia de bienes en el patrimonio del deudor
que sean suficientes para satisfacer el crédito. El acreedor no debe excutir (ejecutar judicialmente la
totalidad de los bienes del deudor principal) los bienes de su deudor, ni probar nada, solo su carácter
como tal; será el deudor quien, para enervar (debilitar) la pretensión, debe dar bienes a embargo u
ofrecer garantías suficientes. Esto indica el carácter subsidiario de la acción subrogatoria.
Efectos.
Es necesario analizarlos bajo los siguientes aspectos:
Entre el acreedor subrogante y el deudor subrogado: Llambías sostiene que el acreedor subrogante
adquiere el papel de adversario aparente, ya que los derechos que ejerce no le pertenecen, pues son
de propiedad del subrogado. En cambio, los derechos del adversario real son efectivamente de él.
Si el deudor no fue citado a juicio, la sentencia no hace cosa juzgada a su respecto. Si fue citado y
no compareció o compareció y no continuó con la tramitación, la sentencia lo alcanzará.
Los bienes o las utilidades obtenidas como resultad de la acción pertenecen al deudor subrogado, y
no puede el acreedor hacerse de ellos. Existen dos alternativas a destacar:
• Que si el acreedor solicite la traba de un embargo sobre lo obtenido, y ello le otorgará alguna
prioridad en la ejecución de las utilidades.
• Que si son cosas homogéneas, tal como lo observa Llambías (ej.: si son dinero), las haga propias,
y cuando sea reclamado por el deudor oponga la compensación (Art. 818 y ss.) como un medio de
extinguir la obligación.
Entre el subrogante y el deudor directo: la demanda que realiza el subrogante es siempre como
“adversario aparente”, y el demandado actúa como si fuese el verdadero acreedor que reclama. De ahí,
podrá oponer todas las defensas que tuviera contra el “deudor subrogado”, ya sea por hechos
anteriores o posteriores a la acción, pero no las que le pudieren corresponder contra el acreedor
subrogante.
Hubo una controversia doctrinaria, hoy superada, sobre si la condena debía legar a la totalidad de
la deuda del demandado, o si solo al importe del crédito del demandante; esto, cuando no exista
coincidencia entre ambos. Es razonable pensar que si el acreedor subrogante actúa como si fuera el
deudor subrogado, la sentencia debe ser por el monto que le debía a este último.
Otra cuestión que se ha planteada es si el deudor directo puede reconvenir en este tipo de
proceso. Compagnucci considera que no es posible negarle el derecho de contrademandar a su propio
acreedor (deudor subrogado), pero resultará imprescindible traerlo a juicio.
La acción subrogatoria puede concluir si el deudor subrogado toma intervención directa y persona
en el juicio, y continúa su tramitación.
Entre el subrogante y los terceros acreedores: según Compagnucci, como estamos ante una acción
conservatoria, el acreedor subrogante carece de un mejor derecho que el resto de los acreedores del
deudor subrogado, y como los bienes se incorporaran al patrimonio del deudor, habrá que ver quién
embargó prioritariamente o quién tiene privilegio para determinar su prioridad de cobro. Esto significa,
de manera vulgar, que el subrogante trabaja para todos.
Entre el deudor subrogado y el deudor directo: los efectos entre ambos difieren si el subrogado fue
o no citado a juicio. Si fue traído al proceso, comparezca o no, la sentencia hace cosa juzgada, y tanto
la condena como la absolución le son oponibles en todo tiempo. El subrogado es el dueño del crédito;
puede cederlo, efectuar transacción, o disponer de él como mejor le plazca; todo sin perjuicio de que,
en caso de simulación o fraude, se vea reclamado por esas circunstancias.
Esta acción procede cuando el deudor realiza una actividad (no cuando la omite) en perjuicio y
fraude de sus acreedores; en ello, se diferencia de la acción subrogatoria, para cuyo ejercicio se exigía
como presupuesto la inacción o la incuria (abandono o dejadez) del deudor.
El CC no da una definición, ni brinda un concepto de este tipo de acción. En el Art. 961, se indica:
Art. 961: “Todo acreedor quirografario puede demandar la revocación de los actos celebrados por
el deudor en perjuicio o en fraude de sus derechos”.
Se la podría definir como “un poder jurídico que la ley otorga a los acreedores quirografarios para
impugnar los actos que el deudor haya realizado en fraude de sus derechos y, con ello les cause un
perjuicio”.
La acción revocatoria se ejerce ante actos dolosos del deudor, que lo vuelvan insolvente o agraven
una insolvencia ya existente (ej.: si enajena un inmueble y oculta el precio obtenido en la venta; o llega
a un acuerdo con su deudor y le remite o perdona la deuda; o cuando dona alguno de sus bienes,
etc.). En casos como éstos, el acreedor puede pretender que esos actos no le sean opuestos y se
declaren “ineficaces”. Este pertenece a uno mayor que es el llamado “negocio fraudulento”, donde se
incluyen tanto el “fraude a la ley”, como el “fraude a los particulares”; en uno o en otro, la sanción es
siempre la ineficacia.
Antecedentes históricos.
El derecho romano persiguió el fraude de los deudores mediante una serie de medidas que
permitían revocar los actos de enajenación y hacer ingresar los bienes directamente al patrimonio de
los acreedores. Estas acciones no eran admitidas cuando el fraude era consecuencia de la omisión de
adquirir (omissio adquirendi).
En Roma, el primer remedio era el interdictum fraudatorium, medida de tipo posesorio, que
permitía accionar contra el adquirente cómplice del deudor que enajenaba cosas. También, se admitió
una actio de restitutio in integrum ob fraudem, que tenía como efecto rescindir los actos de
enajenación, hechos en fraude de los acreedores.
Por último, algunos romanistas se refieren a una acción penal, la actio ex delicto, que condenaba a
los deudores y cómplices a indemnizar si había fraude.
Con Justiniano, se unifican todas en una sola acción, que tiene carácter revocatorio e
indemnizatorio, y así trasciende a las legislaciones modernas. La denominación de acción pauliana, tal
como se la conoce, surgió de la glosa bizantina, que para darle una denominación individualizadora le
puso el nombre del jurista Paulo. En el derecho intermedio, se amplía el campo de actuación, e incluso
cuando la transmisión es gratuita, se elimina como requisito el animus fraudandi en el deudor.
Naturaleza jurídica.
La influencia de los textos romanos llevó a que algunos autores extranjeros dijeran que según el
Digesto era una acción personal, y según las Institutas una acción real. También, ante la posibilidad de
que cumpliera ambas funciones, se sostuvo su carácter de acción mixta.
En la actualidad, no se discute su carácter de acción persona, lo que ocurre es que, aún en ese
entendimiento, se le dan diferentes denominaciones. Así, se dice que es una acción personal de
nulidad, o una acción personal de inoponibilidad.
Según Compagnucci, se trata de una acción de inoponibilidad, esto es, que el acreedor puede pedir
que ciertos actos no le sean opuestos aunque ellos mantengan su eficacia entre los intervinientes y los
terceros no demandantes. Además, la acción no persigue directamente a los bienes, sino que tiende a
atacar el acto en la medida del perjuicio que cause al acreedor; solo quien demanda se beneficia con el
éxito del reclamo; y es posible dar garantías o pagar para neutralizarlas.
Caracteres.
La acción pauliana tiene los siguientes caracteres.
Es personal: esta acción corresponde a todo acreedor que la ejercita en su propio nombre y
directamente contra quienes fueron los partícipes del acto que se quiere impugnar.
Es individual: es subsidiaria: otra diferencia con la acción oblicua o subrogatoria es que el efecto de
la revocación se da en beneficio exclusivo del acreedor que promovió la acción pauliana. No es
necesario que concurran otros acreedores para su reclamo; es más, aunque solo existiera un acreedor,
estaría legitimado para su promoción.
Es subsidiaria: su ejercicio está condicionado a que el deudor se encuentre en estado de
insolvencia. La impugnación del acto se da en virtud del perjuicio que con él se causa al acreedor,
cuando crea o agrava la situación patrimonial del obligado.
Es conservatoria: se controvierte sobre si es una acción conservatoria o ejecutiva. Compagnucci se
inclina por lo primero en razón de que se concede a los acreedores que aún no pueden reclamar el
cumplimiento, y que siempre constituye, como cualquier medida cautelar, un prius de la ejecución.
patrimonio actual del deudor es su garantía; no el del pasado ni el del futuro. Ningún acreedor otorga
créditos en función de bienes que ya no tiene el deudor.
No constituye excepción el caso de reconocimiento de una obligación anterior, pero realizado con
fecha posterior al acto, en atención a su carácter declarativo; tampoco cuando una sentencia condena
al pago de daños y perjuicios por responsabilidad extracontractual si el hecho dañoso es anterior al
acto a revocar. En este último supuesto, el crédito nació con el hecho ilícito.
En la Edad Media, algunos glosadores sostenían que, como excepción, un acreedor podía
interponer la acción pauliana por actos anteriores a su crédito, si demostraba, en forma directa y
precisa, la intención de defraudación que tenía el deudor mediante el acto de enajenación.
Esa excepción se encuentra en nuestro CC, y está reglada en el Art. 963. Si bien la ley se refiere al
deudor que lo haga con relación a un crimen futuro y previendo su insolvencia en el momento que se
le exija la indemnización, el caso es nada más que una ejemplificación del legislador, que se puede
extender a todos los supuestos en que se provoca la propia insolvencia para no cumplir ulteriormente
sus obligaciones.
Art. 963: “Exceptúanse de la condición 3° del artículo anterior, las enajenaciones hechas por el
que ha cometido un crimen, aunque consumadas antes del delito, si fuesen ejecutadas para salvar la
responsabilidad del acto, las cuales pueden ser revocadas por los que tengan derecho a ser
indemnizados de los daños y perjuicios que les irrogue el crimen”.
Impugnables y no impugnables.
Se clasifican según su calidad los actos que pueden ser atacados mediante la acción pauliana;
además, bajo el rubro de clases se describen aquello que por su distinta índole pueden o no ser
impugnados mediante esta acción.
Según la calidad: hay que diferenciar los actos entre gratuitos u onerosos.
» A título oneroso: cuando el acto que se quiere revocar tiene título oneroso, es necesaria la
demostración del fraude, y del consilium fraudis, es decir, la complicidad del tercero que contrató con
el deudor.
En el derecho medieval, Vinnius exigía dos requisitos: uno de afecto (fraus y consilium fraudis), y
otro de efecto (præiudicium eventus damni). El primero es el que corresponde a lo que el CC establece
en el Art. 968.
Art. 968: “Si la acción de los acreedores es dirigida contra un acto del deudor a título oneroso, es
preciso para la revocación del acto, que el deudor haya querido por ese medio defraudar a sus
acreedores, y que el tercero con el cual ha contratado, haya sido cómplice en el fraude”.
El acreedor deberá demandar a ambos, más la intención de defraudar por parte del tercero. La
prueba es dificultosa, ya que debe ser sobre elementos intencionales o psicológicos; debe ser apreciada
por todos los medios posibles, aún por presunciones. Por ello, si el tercero tuvo la intención de ayudar
al deudor organizando el fraude, a pesar de ser el acto equilibrado, es objeto de reclamo; en cambio, si
el acto es perjudicial para el mismo deudor será necesaria una prueba más contundente.
El Art. 969 CC establece una presunción de connivencia para el caso de que el tercero conozca la
insolvencia del deudor, o sepa que con dicho acto agravaba ese estado patrimonial. Es solo una
presunción iuris tantum, y por ende admite prueba en contrario del tercero.
Art. 969: “El ánimo del deudor de defraudar a sus acreedores por actos que les sean perjudiciales,
se presume por su estado de insolvencia. La complicidad del tercero en el fraude del deudor, se
presume también si en el momento de tratar con él conocía su estado de insolvencia”.
» A título gratuito: cuando el acto es a título gratuito no es necesaria prueba alguna de la actitud
del tercero. El Art. 967 establece la posibilidad de revocar:
Art. 967: “Si el acto del deudor insolvente que perjudicase a los acreedores fuere a título gratuito,
puede ser revocado a solicitud de éstos, aun cuando aquél a quien sus bienes hubiesen pasado,
ignorase la insolvencia del deudor”.
El que recibe a título gratuito o lucrativo no hizo entrega de contrapartida alguna y solo se verá
privado del objeto de una liberalidad. En algunos sistemas extranjeros, se indica que, en el supuesto de
actos a título gratuito, existe una “presunción de fraude” que el acreedor se ve liberado de demostrar.
No es el caso del derecho nacional que deja fuera de toda cualificación negativa cuando no existe
onerosidad, dando la posibilidad al ejercicio de la acción.
Según la clase: actos impugnables.
En el derecho romano, se controvertía si solo se podían revocar solo los actos que empobrecían al
deudor, o también era posible hacerlo sobre aquellos que no lo enriquecían. Ese debate, que se
mantiene en la doctrina española, queda fuera de discusión en nuestra legislación. El Art. 961 dispone
expresamente que son revocables todos los actos que perjudiquen o defrauden los derechos de los
acreedores, por lo cual no corresponde pretender efectuar ningún tipo de distingo.
Es importante diferenciar las acciones de las omisiones. Si se trata de un acción, como en la venta,
donación o renuncia, es procedente la acción revocatoria; en cambio, cuando se está ante una
“inacción” (ej.: no oponer la excepción de prescripción), corresponde el ejercicio de la acción
subrogatoria.
Al igual que en la acción subrogatoria, no es posible su ejercicio sobre derechos inherentes a la
persona del deudor. Y tampoco sobre derechos que se asimilan a esta situación; por ello, no se admite
pedir la revocación de una donación por ingratitud, o por incumplimiento de cargos, o para reclamar
alimentos impagos o reconocimiento de hijos, etc.
Sí se la puede ejercer sobre todo tipo de actos jurídicos patrimoniales, ya sean de atribución (como
una donación o una compraventa), o de renuncia (como la remisión de una obligación o derelicción de
una herencia (es el acto material de abandono de la cosa, a partir del cual se permite a cualquier otro
poseerla; es el acto jurídico unilateral mediante el cual el titular de un derecho subjetivo lo separa y
excluye de su patrimonio, produciendo normalmente su extinción. Cuando la exclusión de tal derecho
tiene por objeto la propiedad, tal renuncia se denomina técnicamente derrelicción), o no oponer la
prescripción, conforme al Art. 964.
Art. 964: “Si el deudor por sus actos no hubiere abdicado derechos irrevocablemente adquiridos,
pero hubiese renunciado facultades, por cuyo ejercicio hubiera podido mejorar el estado de su fortuna,
los acreedores pueden hacer revocar sus actos, y usar de las facultades renunciadas”.
Como ejemplos de todo esto: la constitución de una hipoteca disminuyendo el crédito de otros
acreedores; la partición de herencia en desmedro del patrimonio del deudor; la contratación de un
arrendamiento de un local de comercio o un campo en perjuicio del deudor arrendador; los actos
procesales fraudulentos en connivencia con el demandante; etc.
El pago tiene una regulación específica en el Art. 737, que pareciera alterar el proverbio “quien
paga sus deudas siempre se enriquece”. El pago es extraño a la acción pauliana; el deudor no hace
más que cumplir con lo que debe y se encuentra jurídicamente obligado, y no se trata de alterar la pars
condicio creditorum, pues si no hay proceso universal, ni fraude, no existe posibilidad de impugnar el
acto. Como dicen los Mazeaud, “el deudor solo cumple una obligación, la actitud del accipiens no está
sujeta a crítica por haber recibido antes que los otros, el pago es le prix de la course (precio de la
carrera)”.
Sin embargo, la solución legal y la posibilidad de reclamar la revocación, se brinda cuando el
deudor paga obligaciones cuyo cumplimiento no era exigible, por ejemplo, las deudas de obligaciones
naturales. La misma solución corresponde para las daciones en pago.
Efectos.
Los efectos de la acción pauliana se analizan desde el punto de vista del acreedor demandante;
con relación al adquirente del derecho y al subadquirente; y con respecto a los demás acreedores del
deudor que cometió el fraude.
Acreedor demandante: el efecto con relación al acreedor que realizó el reclamo se vincula con la
naturaleza jurídica de la acción. Si esta es inoponible es porque el acto no puede tener efecto contra él,
y los derechos o las cosas deben volver al estado que tenían con anterioridad. El acreedor puede
reclamar lo que le corresponde como crédito (Art. 965). Es un derecho que solo beneficia al que
promovió la demanda.
Art. 965: “La revocación de los actos del deudor será sólo pronunciada en el interés de los
acreedores que la hubiesen pedido, y hasta el importe de sus créditos”.
Si el crédito es menor al valor del derecho impugnado, deberá ejecutarse el bien, o si es divisible
recibirá el acreedor lo que le corresponda. Lo que reste le quedará al adquirente. Como señala Borda,
el éxito de la acción nunca tiene como finalidad hacer ingresas bienes en el patrimonio del acreedor,
sino dejar expedita la vía para que los acreedores reclamantes puedan cobrar sus créditos.
Adquirente y subadquirente: si la acción triunfa, el adquirente perderá todo o parte del derecho
recibido. Y si se trata de cosas corporales, la ley establece diferente soluciones según haya obrado con
buena fe o mala fe.
» El adquirente de buena fe: debe restituir, pero hace suyos los frutos; no responde por el
deterioro o pérdida por el caso fortuito y tiene derecho a ser indemnizado por las mejoras realizadas
(útiles y necesarias), pudiendo retener la cosa.
» El adquirente de mala fe: responde por el caso fortuito, debe restituir con los frutos percibidos o
que pudo percibir y, eventualmente, será responsable por los daños y perjuicios que cause. Debe ser
indemnizado por los gastos necesarios hechos en la cosa y puede retenerla por ello.
Si la acción es procedente contra el subadquirente, las consecuencias se asimilan a lo dicho con
relación al adquirente principal.
Tanto el adquirente como el subadquirente obligados a restituir tienen derecho a paralizar la acción
haciendo efectivo el crédito que se reclama, o bien dando garantías suficientes para su cumplimiento
(Art. 966). Es una solución coherente de la ley, ya que si el acreedor puede percibir el crédito, o
garantizarse suficientemente para ello, carece de interés en continuar con la acción.
Art. 966: “El tercero a quien hubiesen pasado los bienes del deudor, puede hacer cesar la acción
de los acreedores, satisfaciendo el crédito de los que se hubiesen presentado, o dando fianzas
suficientes sobre el pago íntegro de sus créditos, si los bienes del deudor no alcanzaren a satisfacerlos”
Otros acreedores: la acción solo protege a aquel que la promovió y, por lo tanto, los demás
acreedores no mejoran su situación crediticia (Art. 965). Si se trata de un bien divisible, o se ejecutó
judicialmente, lo que reste quedará a favor de quien oportunamente lo adquirió.
Prescripción.
El Art. 4033 establece como plazo de prescripción de esta acción el muy breve de un año, que
comienza a correr desde que nace el derecho de los acreedores a impugnar. Dicho artículo dice:
Art. 4033: “La acción de los acreedores para pedir la revocación de los actos celebrados por el
deudor, en perjuicio o fraude de sus derechos, se prescribe por un año, contado desde el día en que el
acto tuvo lugar, o desde que los acreedores tuvieron noticia del hecho”.
Bolilla 8
Art. 1196: “Sin embargo los acreedores pueden ejercer todos los derechos y acciones de su
deudor, con excepción de los que sean inherentes a su persona”.
Art. 1445: “Las acciones fundadas sobre derechos inherentes a las personas, o que comprendan
hechos de igual naturaleza, no pueden ser cedidas”.
La prohibición se da tanto con respecto a las transmisiones mortis causa, como a las inter vivos, y
proviene de la ley, aunque nada impide que las partes la extiendan a otros derechos asimilados, en
virtud del principio de la autonomía de la voluntad.
Evolución histórica.
En el derecho romano primitivo no se admitió la cesión de los créditos entre vivos; el arraigado
criterio sobre el carácter personalísimo del vínculo obligatorio, y el criterio sobre el carácter
personalísimo del vínculo obligatorio, y el hecho de que las obligaciones y derechos creditorios
extinguían siempre en cabeza de sus titulares, impedía la transferencia de estos derechos u
obligaciones con el consecuente mantenimiento de la relación jurídica.
La necesidad del tráfico y la evolución en las ideas y costumbres impusieron algunas formas y
maneras indirectas de cesión. Así aparece la “novación subjetiva por cambio de acreedor”, por lo cual
se transmite el derecho creditorio mediante la extinción de la obligación primitiva y el nacimiento de
una nueva. Esta figura importaba la extinción de una obligación, con las consecuencias que ello implica
(extinción de garantías, etc.), además de ser necesaria la conformidad del deudor.
Posteriormente, se recurrió a un medio ficticio en el que no se cedía el crédito, sino el ejercicio de
las acciones; fue la figura del procurator in rem suam (procurador o mandatario judicial, en sí mismo,
que interviene en su propio interés en virtud de una cesión de crédito o de la cesión de una acción real,
por lo que apareciendo que interviene en nombre de otra persona, a quien representa, se encuentra
dispensado de dar cuenta de su gestión a ésta, por lo que el resultado del proceso -la sentencia es
pronunciada en su favor- le beneficia exclusivamente. Constituyó un artificio para la cesión de las
obligaciones o créditos). En este caso, el acreedor da, a favor de un tercero, un mandato para
demandar al deudor, y lo faculta para obrar por sí y su propio favor.
Los beneficios del cobro quedan a favor del mandatario (cesionario), quien no tiene obligación de
rendir cuentas. Los riegos de la procuratio fueron: la imposibilidad de revocación del poder; y la
extinción del mandato por muerte del poderdante (persona que da poder a otra para que la represente
en juicio o fuera de él).
Durante la época imperial, se autorizó al procurador a notificar al deudor (denuntiatio), lo cual lo
ponía a cubierto de una revocación posterior. Pareciera que mediante esta vía y el otorgamiento de
algunas actio utilis, se plasmó una casi verdadera cesión de créditos, al estilo de la que se conoce en
los derechos contemporáneos.
La evolución concluye con la codificación del siglo XIX y la sanción del CC francés. Allí, se inicia la
legislación orgánica y sobre la cesión de créditos.
Naturaleza jurídica.
Se han dado diferentes criterios para juzgar la naturaleza de la cesión. Así, por ejemplo, se habla
de cesión como negocio abstracto o negocio de causa variable; o asimilación a la “traditio”; o efecto de
otros negocios jurídicos.
Cesión como acto o negocio abstracto: la doctrina germana y algunos autores italianos han
considerado a la cesión de créditos como un negocio abstracto, ya que se encuentra independizado de
su causa; ésta consiste en una relación obligacional precedente, que no influye en su eficacia ni incide
en la cesión.
La inexistencia de negocios de esta tipología ha llevado a sostener la imposibilidad de consagrar
actos de esa naturaleza en nuestra legislación. Lo dispuesto en el Art. 499 y la necesidad de que todos
los actos tengan causa han llevado a impugnar esta caracterización.
Sin embargo, podría pensarse que lo dispuesto en el Art. 500, donde se establece la presunción de
causa, permitiría la existencia de este tipo de negocios. Además, lo que más interesa no es la
enajenación o transferencia del derecho de crédito, sino la sustitución de la titularidad del mismo.
Negocio de causa variable o fungible: se considera que la causa donde se asienta el negocio de
cesión se muta y cambia para completar el esquema incompleto. Así, hay cesiones onerosas basadas
en una compraventa o en una permuta, o gratuitas apoyadas en una donación. El problema es
establecer o no la existencia de esquemas negociales incompletos en la legislación, y también la
aparición de dos voluntades: una que se dirige a la transferencia y la otra a la compraventa o a la
donación. Se puede pensar que la idea tiene un gran parentesco con la teoría de la abstracción.
Asimilación a la “traditio”: es la idea de muchos autores españoles, que consideran que habría una
similitud entre la tradición (que es el modo de adquisición de los derechos reales) y la cesión (que
importa la transmisión del derecho que resta inmutable entre el acreedor primitivo y el dueño). Para
completar la idea es necesario pensar que la cesión se debe integrar con la entrega del título del
crédito.
La cesión es siempre consecuencia de un negocio de disposición, abstracto o causal, según la
corriente que se acepte, pero no puede ser símil de la tradición, que obra como un requisito
independiente de la misma adquisición del derecho. Además que en nuestra legislación, la entrega del
título no es un requisito para configura la cesión.
Efecto de negocios jurídicos dispositivos: se sostiene que la cesión sería un efecto de otros
negocios de disposición. Su carácter y contenido patrimonial y su traslación se puede realizar tal como
se lo hace con los objetos corporales (muebles o inmuebles), y tendría igual naturaleza que estos
últimos. Se intenta diferenciar entre acto, objeto y efecto. El acto sería el negocio jurídico traslativo; el
objeto, el crédito; y el efecto, la transferencia.
Compagnucci considera que esta postura no explica suficientemente el fenómeno y solo lo
desarrolla. El problema no consiste exclusivamente en diagramar cómo puede desarrollarse la cesión,
sino en explicar cuál es su esencia.
Metodología.
Siguiendo los lineamientos del CC francés, el argentino regula todo lo vinculado con la cesión de
créditos en el Libro II, Sección III, Título IV (“De la cesión de créditos”); de Arts. 1434 a 1484.
La doctrina ha criticado la metodología impuesta por no tratar específicamente sobre la cesión de
derechos y como un capítulo de la teoría general de las obligaciones. El proyecto de 1936, mejorando
el sistema actual, trata sobre la transmisión de obligaciones en el Libro III (derecho de las
obligaciones) en 2 capítulos, uno dedicado a la cesión de créditos y otro a la transmisión de las deudas.
Caracteres.
Se han señalado las siguientes notas de ese contrato:
Es unilateral: se dice que es contrato unilateral cuando se trata de una cesión gratuita, siéndole
aplicables las disposiciones sobre la donación.
Es bilateral: es cuando se realiza a título oneroso, mediante un precio en dinero (cesión
compraventa), o por la entrega de otra cosa u otro crédito (cesión permuta). Para su diferenciación, se
aplica lo dispuesto en el Art. 1138.
Art. 1338: “Cuando las cosas se vendiesen como de una calidad determinada, y no al gusto
personal del comprador, no dependerá del arbitrio de éste rehusar la cosa vendida. El vendedor,
probando que la cosa es de la calidad contratada, puede pedir el pago del precio”.
Es formal: su carácter formal surge de lo ordenado en el Art. 1454, que exige, bajo pena de
nulidad, el carácter escrito del instrumento, y en algunos casos hasta se requiere escritura pública (Art.
1455).
Art. 1454: “Toda cesión debe ser hecha por escrito, bajo pena de nulidad, cualquiera que sea el
valor del derecho cedido y aunque él no conste de instrumento público o privado”.
Art. 1455: “Exceptúanse las cesiones de acciones litigiosas que no pueden hacerse bajo pena de
nulidad, sino por escritura pública, o por acta judicial hecha en el respectivo expediente; y los títulos al
portador que pueden ser cedidos por la tradición de ellos”.
Es conmutativo o aleatorio: el concepto de aleatoriedad previsto en el Art. 2051 ha hecho pensar
que para el cesionario tendría dicha característica, ya que no le es posible apreciar las ventajas al
momento de contratar, cuestión que no le ocurre al cedente. Pero para la opinión mayoritaria en todos
los casos, la cesión tiene un típico rasgo de conmutatividad, ya que la incertidumbre de hecho no
puede cambiar ese carácter.
Art. 2051: “Los contratos serán aleatorios, cuando sus ventajas o pérdidas para ambas partes
contratantes, o solamente para una de ellas, dependan de un acontecimiento incierto”.
Es consensual o real: será de una u otra forma según su perfeccionamiento se produzca con el solo
consentimiento de las partes o sea necesaria la entrega de una cosa. Los autores se inclinan por
sostener que basta con lo primero, ya que lo dispuesto en el Art. 1434 queda condicionado a su
existencia, lo cual vuelve inocua la supuesta exigencia legal.
Sujetos: capacidad.
Los sujetos que intervienen en la relación jurídica son el cedente (o acreedor anterior) y el
cesionario (o nuevo acreedor). El deudor cedido resulta ser tercero, y no es necesaria su conformidad o
asentimiento para que se perfeccione la cesión entre las partes.
En la cesión a título gratuito, la ley exige capacidad para donar (Art. 1437); en la que se realiza a
título oneroso se requiere la capacidad necesaria para comprar y vender (Art. 1439).
Art. 1437: “Si el crédito fuese cedido gratuitamente, la cesión será juzgada por las disposiciones
del contrato de donación, que igualmente fuesen modificadas en este título”.
Art. 1439: “Los que pueden comprar y vender, pueden adquirir y enajenar créditos por título
oneroso, no habiendo ley que expresamente lo prohíba”.
Incapaces de hecho.
El Art. 1440 impide a los menores emancipados ceder inscripciones de la deuda pública nacional o
provincial, acciones de compañía de comercio o industria, y créditos que pasen de quinientos pesos.
Por otra parte, el Art. 135 brinda una casi plena capacidad a favor de estos menores. A raíz de ello se
sostiene que el Art. 1440 queda derogado por el principio general del Art. 135 (Borda). Para otros
autores, prevalece la incapacidad establecida en el Art. 1440, por tratarse de una norma particular
(Llambías).
Art. 1440: “Exceptuándose los menores emancipados, que no pueden, sin expresa autorización
judicial, ceder inscripciones de la deuda pública Nacional o Provincial, acciones de compañía de
comercio o industria, y créditos que pasen de quinientos pesos”.
Art. 135: “Los emancipados adquieren capacidad de administración y disposición de sus bienes,
pero respecto de los adquiridos por título gratuito antes o después de la emancipación, sólo tendrán la
administración; para disponer de ellos deberán solicitar autorización judicial, salvo que mediare acuerdo
de ambos cónyuges y uno de éstos fuere mayor de edad.”.
Incapaces de derecho.
No pueden ceder:
• Los tutores, curadores o administradores y • Los padres, las inscripciones de la deuda
mandatarios cuando no pueden vender. pública nacional o provincial que estén a nombre
• Los esposos entre sí. de sus hijos.
Estudiantes de Abogacia EA!
Derecho Civil II
Forma.
La forma escrita es la que establece el Art. 1454, pero se discute si ella tiene carácter solemne, es
decir, si es necesaria para dar eficacia y validez al acto, u obra solo como un medio probatorio.
Muchos autores, como Llambías, Cazeaux y Alterini, consideran que cualquier medio es idóneo para
realizar la cesión, aunque cuando se realiza por escrito resulta una vía adecuada para su demostración.
Otra corriente, entre los que se encuentran Colmo y Salvat, a los que adhiere Compagnucci,
entiende que la ausencia de dicha formalidad hace ineficaz al acto. Pareciera que lo que dispone el Art.
1454 refuerza esta solución, ya que ordena la forma escrita “bajo pena de nulidad”.
Al principio general le siguen algunas excepciones, tales como:
• La cesión de acciones litigiosas que deben ser hechas mediante escritura pública o acto judicial.
• Los títulos al portador que se transmiten por la mera entrega material.
• Los créditos a la orden que se transfieren con el endoso.
• Los créditos que constan en instrumentos públicos, donde se exige igual formalidad.
Las partes.
Con relación al cedente y cesionario, y por el carácter consensual del acto, los efectos se producen
cuando se realiza dicho acuerdo. El cedente transmite su derecho y el cesionario pasa a ser el nuevo
acreedor.
El crédito se transfiere con toda su plenitud y con los accesorios que le corresponden, por ejemplo,
fianza, hipoteca, prenda, intereses, privilegios, etc.
Es posible que el crédito sea cedido parcialmente reservándose el cedente una parte del mismo, y
en ese caso ambos quedarán como acreedores del deudor cedido. El CC considera que ninguno de los
dos tiene preferencia para el cobro, salvo que el cedente concediera expresamente prioridad al
cesionario (Art. 1475).
Art. 1475: “El cesionario parcial de un crédito no goza de ninguna preferencia sobre el cedente, a
no ser que éste le haya acordado expresamente la prioridad, o le haya de otra manera garantizado el
cobro de su crédito”.
En cuanto a las garantías por la cesión, el cedente responde ante el cesionario por la evicción, es
decir, por la existencia y legitimidad del crédito. Aunque es de señalar que no responde por dicha
garantía en dos supuestos:
• Cuando el crédito se transmite a título gratuito. • Cuando se lo transfiere como dudoso.
No responde por la solvencia del deudor cedido. Por ello, no asegura la percepción del crédito al
momento de su cumplimiento, salvo que la insolvencia del deudor fuere anterior y pública. En este
último supuesto, y para lograr abrir la vía contra el cedente, es necesario que el cesionario agote la
acción contra el deudor, requiera medidas cautelares en término y logre excutir (ejecutar judicialmente
la totalidad de los bienes del deudor principal) sus bienes.
El deudor cedido.
Para que el acto de cesión produzca efectos con relación al deudor cedido, es necesario que sea
notificado, por cualquiera de las partes, o que el mismo deudor preste su asentimiento (Art. 1459).
Art. 1459: “Respecto de terceros que tengan un interés legítimo en contestar la cesión para
conservar derechos adquiridos después de ella, la propiedad del crédito no es transmisible al
cesionario, sino por la notificación del traspaso al deudor cedido, o por la aceptación de la transferencia
de parte de éste”.
Para ello existe plena libertad, y aún la forma verbal sería eficaz, aunque es aconsejable para su
demostración posterior la forma escrita, ya sea mediante instrumento público o privado, o mediante la
demanda judicial.
En cuanto a la naturaleza del anoticiamiento, se ha sostenido que resulta ser un medio de
publicidad de la cesión. Se trata de un acto jurídico no negocial que importa una comunicación.
A veces, la ley exime de la notificación y tiene por notificado tácitamente al deudor. Son los
supuestos previstos en los Arts. 1462 y 1463, donde se castiga el acuerdo doloso entre el cedente y el
deudor, cuestión que también se hace extensiva a un segundo cesionario.
Art. 1462: “Si los hechos y las circunstancias del caso demostrasen de parte del deudor una
colusión con el cedente, o una imprudencia grave, el traspaso del crédito, aunque no estuviese
notificado ni aceptado surtirá respecto de él todos sus efectos”.
Art. 1463: “La disposición anterior es aplicable a un segundo cesionario culpable de mala fe, o de
una imprudencia grave y la cesión aunque no estuviese notificada o aceptada, podría oponérsele por el
solo conocimiento que de ella hubiese adquirido”.
Terceros acreedores embargantes y cesionarios sucesivos.
Para que la cesión surta efectos con relación a los terceros, ya sean acreedores del cedente o
cesionarios sucesivos, es necesario que, al igual que con respecto al deudor, se le notifique a este
último o acepte la transferencia, aunque varía la forma, ya que debe ser hecha mediante un “acto
público” (Art. 1467).
Art. 1467: “La notificación y aceptación de la transferencia, causa el embargo del crédito a favor
del cesionario, independientemente de la entrega del título constitutivo del crédito, y aunque un
cesionario anterior hubiese estado en posesión del título; pero no es eficaz respecto de otros
interesados, si no es notificado por un acto público”.
Con ello, se intenta evitar la maledicencia del deudor en connivencia con alguna de las partes, para
perjudicar los derechos de los terceros. Se ha aclarado que lo de “acto público”, significa escritura
pública. La jurisprudencia ha mitigado el rigorismo formal exigiendo solamente que del acto de
anoticiamiento suja su fecha cierta, aun cuando fuere hecho mediante instrumento privado.
Notificación de la cesión.
Con respecto a cuándo debe ser hecha la notificación o la aceptación, en principio puede ser
cualquier momento, aun después de muerto el cedente, el cesionario o el mismo deudor cedido. Pero
esta regla tiene dos excepciones:
» El concurso o quiebra del cedente: para que la notificación produzca los efectos de transmitir el
crédito puede ser hecha aun después de la fecha de la cesación de pagos, pero no antes de la
sentencia que declare el estado de insolvencia.
» El embargo del crédito cedido: cuando un acreedor del cedente haga trabar embargo sobre el
crédito, la notificación o aceptación no le es oponible, pero produce sus efectos con relación al resto de
los acreedores que no solicitaron medida cautelar alguna.
La notificación o aceptación de la cesión pueden producir efectos, tanto con relación al deudor
cedido como con referencia a los terceros.
Con relación al deudor: a raíz de la notificación o la aceptación, el deudor tendrá debido
conocimiento de quién es su nuevo acreedor y de allí en más la relación jurídica queda establecida
entre ambos (Art. 1467). Cualquier pago que realice al cedente será sin ningún efecto cancelatorio, y
por ende no lo desobligará.
En sus vínculos con el cesionario, el deudor podrá oponerle todas las defensas que tenía contra el
cedente, como el pago, la novación, la prescripción, la transacción, la exceptio non adimpleti
contractus, etc., sin necesidad de hacer reserva alguna al ser notificado.
El Art. 1474 in fine consagra una excepción al principio enunciado, ya que dice:
Art. 1474: “El deudor puede oponer al cesionario, todas las excepciones que podía hacer valer
contra el cedente, aunque no hubiese hecho reserva alguna al ser notificado de la cesión, o aunque la
hubiese aceptado pura y simplemente, con sólo la excepción de la compensación”.
Esta posibilidad pudo tener efecto en razón de un crédito del deudor contra el cedente. Algunos
autores señalan que el deudor debía hacer reserva de dicha defensa al ser notificado; o dando un
carácter más elástico a la normativa, sostienen que dicha reserva solo es necesaria cuando éste acepta,
no cuando es anoticiado.
Otro tema a debatir es si el deudor puede alegar contra el cesionario el pago documentado que
hubiere realizado al cedente. Según el Art. 1034, solo podría alegar el pago documentado en recibo
que tenga fecha cierta, ya que a los sucesores singulares solo les son oponibles los instrumentos
privados que tengan esa cualidad. Ello impide una posible colusión (pacto que acuerdan dos personas
con el fin de perjudicar a un tercero) dolosa entre el cedente y el deudor cedido.
Algunos autores consideran que lo dispuesto en el Art. 1034 no puede desvirtuar la posibilidad de
los deudores de exhibir instrumentos privados sin la fecha cierta, ya que de lo contrario, importaría
cercenarles (acortar, disminuir) el derecho a defenderse; si se pretende un acto fraudulento en
perjuicio del cesionario deberá demostrárselo.
Art. 1334: “Se juzgará indeterminable la cosa vendida, cuando se vendiesen todos los bienes
presentes o futuros, o una parte de ellos”.
Con relación a los terceros: luego del anoticiamiento o de la aceptación, será el cesionario el nuevo
acreedor, y ello tanto en relación con el deudor cedido como con respecto a los terceros (acreedores y
otros cesionarios). Si el cedente, obrando con malicia, ha hecho cesión a varias personas, pasará a
tener mejor derecho quien primero notifique la cesión o logre la aceptación. De más está decir que no
interesa la fecha efectiva del negocio en cesión. Si se hubieran realizado varias notificaciones en el
mismo día, los cesionarios adquieren igual gradación para el cobro.
el Art. 1465, y prevalece el derecho del acreedor cuando el embargo es anterior a la fecha de la cesión.
En cambio, debe ser aplicado el Art. 1471 en el caso que el embargo sea posterior a la cesión, pero
anterior a su notificación.
• Por último, la mayoría de la doctrina (Colmo, Borda, Llambías, Compagnucci y la jurisprudencia
de nuestros tribunales) entiende que cuando el embargo es anterior a la notificación o aceptación rige
en plenitud lo dispuesto en el Art. 1465 y queda protegido el acreedor embargante. En cambio, la
normativa prevista en el Art. 1471 solo resulta aplicable en el caso del concurso civil o comercial.
Evolución histórica.
En el derecho romano, no se admitía la cesión de deudas (salvo en el caso de transmisiones
universales, por sucesión mortis causa).
Sin embargo, en la práctica, se lograba mediante la novación por cambio de deudor, la cual
presentaba como inconveniente que la obligación se extinguía con todos sus accesorios y nacía una
nueva.
Al evolucionar el derecho, la doctrina y la legislación comienzan a admitirla pero bajo un requisito
fundamental: que la cesión de la deuda sea aceptada por el acreedor. Así, penetró en diversas
legislaciones como el código alemán, suizo, italiano, polaco, chino, mexicano, etc., y en el Anteproyecto
de Bibiloni y Proyecto de 1936.
Expromisión.
Es un convenio que realiza el acreedor con un tercero, a inspiración del primero o de un tercero,
por el cual se sustituye al deudor originario. El vocablo deriva del latín expromitere y significa “dejar de
lado”. El Código la define en el Art. 815:
Art. 815: “Puede hacerse la novación por otro deudor que sustituya al primero, ignorándolo éste,
si el acreedor declara expresamente que desobliga al deudor precedente, y siempre que el segundo
deudor no adquiera subrogación legal en el crédito”.
Al igual que en la delegación, existen dos forma de expromisión:
Novatoria o perfecta: el acreedor libera al primitivo deudor y extingue la obligación.
Simple o imperfecta: mantiene a ambos deudores y tiene una duplicidad de acciones.
El Art. 815 prevé una serie de requisitos para que se perfeccione la figura de la expromisión, y son:
» Ignorancia del deudor originario: esto implica que el tercero asuma la obligación en la
ignorancia del deudor originario. No configura un verdadero requisito, ya que no es necesario ese
desconocimiento por parte del deudor; lo importante es que se debe prescindir de su voluntad; aun
cuando manifieste una oposición de su parte se produce la eficacia plena del acuerdo. También es
importante la espontaneidad en el ofrecimiento del tercero y la aceptación del acreedor.
» Liberación del deudor primitivo: significa que el acreedor manifieste expresamente que libera al
deudor primitivo. Esto es imprescindible, pues en caso contrario no existe novación. Poco importa que
la manifestación de voluntad sea expresa o tácita, lo que resulta necesario es que sea inequívoca. En
caso de duda, se debe entender que la expromisión es simple.
» Que el expromitente no se subrogue legalmente en el crédito: significa que el nuevo deudor no
adquiera subrogación en el crédito. La exigencia legal no parece muy comprensible, ya que la
subrogación se brinda a partir del pago e importa un cambio de acreedor, no de deudor.
Delegación.
La delegación es una forma de transmisión de deudas a título particular mediante la cual el
primitivo deudor (delegante) asigna al acreedor delegatario) un nuevo deudor (delegado). De esa
manera, el delegado se obliga frente al delegatario. La iniciativa corresponde siempre al delegante y su
vinculación con el delegatario se denomina relación de valor; mientras que la conexión entre el
delegante y delegado se conoce como relación de cobertura o provisión.
Es una institución regulada en el Código Italiano, en cual el delegante asigna al acreedor un nuevo
deudor, denominado “delegado”, la iniciativa del acto corresponde siempre al delegante, y tiene como
finalidad que el delegado asuma la deuda. La vinculación anterior entre el delegante y el delegatario
(acreedor) se denomina relación de valuta (de valor), y la del delegante y delegado relación de
cobertura; la que concluye entre el delegado y el delegatorio, relación final.
Esta delegación puede ser:
Delegación pura o abstracta: en la delegación pura, las partes deben prescindir de las relaciones de
cobertura y de valuta, es decir, ninguna implicancia tienen las vinculaciones previas existentes entre
delegante y delegado, o entre el delegante y el delegatario. Ello interesa en cuanto a las defensas, ya
que el delegado solo podrá oponer al delegatario las excepciones relativas a sus relaciones con éste, y
nunca utilizar las que pudiere tener el delegante, salvo pacto en contrario.
Delegación titulada o causal: en ésta, la vinculación anterior entre delegante y delegatario se
encuentra presente en la relación final y, consecuentemente, las defensas de que dispone el delegado
llegan hasta las excepciones que pudiere tener contra el delegante. No es posible ignorar que la
delegación generalmente es producto de una relación de obligación donde el delegante resulta
acreedor del delegado.
Delegación privativa o acumulativa: con la delegación privativa se produce una verdadera sucesión
de la deuda a título particular, similar a la asunción privativa germana. El primitivo deudor queda
liberado de la obligación. En cambio, en la delegación acumulativa, el delegado se suma y agrega a la
relación jurídica; el delegatario pasa a tener dos deudores, quedando el delegado como principal
deudor y el delegante como obligado secundario.
Delegación de pago o de crédito: en la delegación de pago, el delegante ordena al delegado para
que éste cumpla con la prestación prometida, lo cual presupone que la obligación se encuentra en
estado de ser exigida. Sería para algunos autores, como Betti, más una indicación de pago que una
delegación. En cambio, en la delegación de crédito, el delegado se coloca en el lugar del deudor
originario para prometer el pago y no para cumplir inmediatamente.
Delegación perfecta o imperfecta: la delegación perfecta es siempre novatoria y, por lo tanto, exige
la conformidad expresa de la totalidad de los intervinientes. El deudor originario queda liberado y la
primigenia obligación se extingue. En la imperfecta, o también llamada simple, no hay novación; se
mantiene la obligación originaria y puede ser o no acumulativa.
Delegación activa o pasiva: es necesario dejar aclarado que la delegación activa no configura una
transmisión de deuda, sino de crédito. El acreedor primario es el delegante, y el delegado pasará a
asumir dicho papel. En la delegación activa, se presupone una asignación que el delegante hace a su
deudor de un nuevo acreedor. La delegación pasiva es la transmisión de deuda.
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Antecedentes.
Los antecedentes romanos se encuentran, aunque en forma muy remota y no precisa, en el
beneficium los que están obligados con otros (codeudores) o por otros (fiadores) pueden pedir al
acreedor la transmisión del crédito, antes de pagar; si el acreedor se niega a ello y reclama el
cumplimiento, los deudores pueden oponer la excepción del beneficium mediante la exceptio doli. La
succesio in locum creditoris (sucesión en el lugar del acreedor), se da a favor de un tercero que paga a
un acreedor hipotecario y se coloca en lugar de aquel. Esa transmisión se realiza ope legis, sin que sea
necesaria manifestación de voluntad alguna.
En el antiguo derecho francés, aparece el origen de la subrogación convencional a instancias del
deudor. Se trae como referencia la sentencia del Parlamento de París en 1690, llamada “sentencia de
subrogaciones”, que permitió a los deudores de préstamos a alto interés y por su propia y única
iniciativa, cambiar de acreedores a fin de mejorar las condiciones de la obligación.
Metodología.
Diferentes métodos han sido utilizados para legislar sobre la figura. El CC argentino, al igual que el
francés, lo hace como si fuera un mero capítulo del pago; aunque la nota al Art. 767 se hacen notar los
efectos de la subrogación y se alude a una de las concepciones sobre la naturaleza de la figura.
Art. 767 (nota): La subrogación es, en verdad, una ficción jurídica admitida o establecida por la ley, en
virtud de la cual, una obligación extinguida por medio del pago efectuado por un tercero, o por el deudor con los
dineros que un tercero le ha dado a ese efecto, es considerada como que continúa subsistiendo a beneficio de este
tercero, que está autorizado para hacer valer en la medida de lo que ha desembolsado, los derechos y acciones del
antiguo acreedor.
Una corriente de bastante arraigo considera al pago con subrogación como una forma de novación
subjetiva, como el Código de España. Mientras que el derogado Código de Polonia de las obligaciones,
el portugués y el mexicano lo ubican como una manera de transferencia de la parte activa de la
obligación. En el derecho suizo y en el alemán se lo identifica con la cesión de créditos, y carece de una
regulación específica.
Naturaleza jurídica.
No resulta sencillo establecer una dogmática precisa sobre el pago con subrogación. El que se trate
de un pago con efecto extintivo para una de las partes de la relación, por un lado, y la transmisión del
acto y el mantenimiento de la situación jurídica del deudor, por el otro, hacen inconciliables ambos
efectos. De ahí que aparezca tesis extremas que van desde considerarlo un verdadero pago hasta verlo
como una manera de transmisión de crédito. Hay, además algunas posturas intermedias o eclécticas,
que tratan de compatibilizar ambas corrientes.
Teorías del pago o extinción creditoria.
Un grupo de teorías coloca al pago con subrogación como una especie de pago, ya que el efecto
primordial consiste en la extinción del crédito mediante el cumplimiento natural.
Dentro de esa corriente de opinión se habla de:
» Teoría ficticia del crédito: es lo que dice Vélez Sársfield en la nota al Art. 767, donde se piensa
que el pago produce la extinción del crédito, y en virtud de una ficción subsiste a favor del tercero, con
todas sus garantías y accesorios. En este aspecto sostenía Pothier que la subrogación “es una ficción
de derecho establecida en beneficio del que paga con cesión de acciones.
» Teoría del regreso legal: según este criterio, hay un pago y, consecuentemente, se extingue la
obligación, y por imperio de la ley se otorgaría un nuevo crédito a favor del que paga (con el igual
contenido que el anterior) y las correspondientes garantías. La tesis fue desarrollada por Stammler, e
incurre en un error al considerar que nace un “nuevo crédito”, ya que se estaría en presencia de una
novación.
Teorías intermedias o eclécticas.
Esta forma de pensar quiere conciliar los dos efectos relevantes del pago con subrogación: por un
lago, el pago que satisface el interés del acreedor, y por el otro la transmisión del crédito al tercero
solvens. Es así que se habla de una operación doble, esto es, una extinción relativa y de un pago no
extintivo.
» Teoría de la doble operación: fue sostenida por Demolombe, en Francia y por Llambías en
nuestro país. Se trata de un razonar simple y que analiza el fenómeno en su expresión sencilla, pero
concreta. Dicen estos autores que el pago con subrogación configura un fenómenos complejo, ya que e
la relación con el acreedor hay pago, y con el deudor se produce una traslación o cesión del crédito,
que inviste al tercero en nuevo acreedor. Como afirma Llambías: “un instituto complejo y dual que
anida una simbiosis de dos figuras distintas: un pago relativo y una sucesión de derechos”.
» Teoría de la extinción relativa: es muy parecida a la anterior, y fue desarrollada en Alemania por
Hartmann. Entiende que hay en todo ello una extinción relativa, pues si se considera lo teleológico de
la obligación, este tipo de cumplimiento no la extingue. De la satisfacción del acreedor, restan otros
fines a cumplir, como son el reembolso al tercero que hizo efectivo el pago y la liberación posterior del
deudor. Si se considera a la obligación como una totalidad vivencial desde su nacimiento hasta su
extensión, y con una imposibilidad de diagramarla por etapas, la postura de Hartmann tiene
coherencia.
Teorías de la transmisión singular del crédito.
Para esta idea, en el pago con subrogación nunca hay extinción de la obligación y solo se transmite
el derecho creditorio. La tesis se vincula con la concepción que se tenga sobre la naturaleza del pago
por tercero, pues quienes entienden que allí no existe verdadero cumplimiento en virtud de la ausencia
de animus solvendi, se encuentran cómodos en esta corriente. Se han brindado diferentes puntos de
vists; desde quienes entienden que habría una especie de “expropiación del crédito” hasta los que lo
identifican a la “cesión”.
» Teoría de la expropiación del crédito: de acuerdo con esta teoría, no habría aquí un verdadero
pago, pues el tercero que hace efectiva la prestación lo que quiere es adquirir el crédito para sí.
Obraría así una especie de “expropiación del crédito” por utilidad privada, ya que la indemnización que
corresponde al acreedor por el crédito pasa a favor de quien pagó. La expropiación es una figura del
derecho público y se refiere siempre al dominio, y se ordena y lleva a cabo por el Estado y no por los
particulares.
» Teoría de la cesión: a semejanza del derecho romano, se ha tratado de identificar el pago con
subrogación con la cesión del derecho creditorio. Y ello en virtud de la similitud de los efectos que
producen ambos, ya que obran como medios de transferencia de los derechos del acreedor. Los
juristas alemanes, como Von Thur, Larenz, son quienes siguen esta corriente.
» Teoría de la transmisión a título singular: la mayoría de la doctrina argentina, entre los que
están Cazeaux, Trigo Represas, Colmo, Lafaille, etc., y muchos autores franceses, entienden que el
pago con subrogación no es más que una forma de transmisión del crédito a título singular. Tiene
diferencias con la cesión y siempre opera un cambio en la figura del acreedor, restando inmutable la
obligación. Nada se modifica para el deudor, solo la titularidad del derecho a la prestación. Esta tesis
da una concepción genérica de la figura y a nuestro juicio no explica suficientemente los efectos del
pago entre el solvens y el acreedor.
Clases o especies.
Existen dos clases de subrogación: la convencional, que a su vez puede ser por iniciativa del
acreedor o del deudor; y la subrogación legal.
Subrogación convencional por el acreedor.
Está prevista en el Art. 769, y se basa en la voluntad del acreedor que recibe el pago y
voluntariamente traspasa el crédito al solvens.
Art. 769: “La subrogación convencional tiene lugar, cuando el acreedor recibe el pago de un
tercero, y le transmite expresamente todos sus derechos respecto de la deuda. En tal caso, la
subrogación será regida por las disposiciones sobre la "cesión de derechos"”.
Se indican algunos requisitos para que se configuren los efectos de esa subrogación:
» Manifestación de voluntad: indica la intención de poner al tercero en su lugar. Muchos autores
insisten en que la manifestación de voluntad del acreedor que subroga debe ser “expresa”, en virtud de
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lo que dispone el Art. 769. Sin embargo, aunque la norma dice “le transmite expresamente”, se
considera que la manifestación de voluntad en ese caso puede ser expresa o tácita, ya que lo que
importa es pode inferir de la conducta del acreedor que este quiso subrogar a quien le pagó.
» Oportunidad: el acto debe ser hecho en momento anterior o coetáneo al pago. Es necesario que
se haga antes del pago o simultáneamente con él, puesto que luego de ello queda cancelada la
obligación y extintos los derechos del acreedor, lo cual le impide transferirlos.
» Aplicación subsidiaria del régimen de la cesión: no es necesario que el deudor preste
conformidad, pero para que produzca efectos respecto de terceros, resulta imprescindible notificarlos o
bien que el deudor acepte la subrogación.
Subrogación convencional por el deudor.
Es una situación anómala, que tiene origen en el antiguo derecho francés, y ha sido receptada por
casi todos los códigos. Se da a instancia del mismo deudor (y sin que sea necesario el consentimiento
del creedor), cuando éste recibe dinero en préstamo, paga a su acreedor y subroga al prestamista en
los derechos y acciones de su acreedor primitivo. A raíz de ello, también se denomina a la figura como
subrogación ex mutuo. Está legislada en el Art. 770, y la norma no clarifica bien los requisitos
necesarios para que se produzca la transferencia de los derechos.
Art. 770: “La subrogación convencional puede hacerse también por el deudor, cuando paga la
deuda de una suma de dinero, con otra cantidad que ha tomado prestada, y subroga al prestamista en
los derechos y acciones del acreedor primitivo”.
Se exige el cumplimiento de los siguientes requisitos:
» Manifestación de voluntad: en forma expresa, por parte del deudor que paga.
» Instrumento público: que el dinero que tomó prestado el deudor conste en instrumento público,
al igual que el pago.
» Acreditación de fondos: se requiere la acreditación de que los fondos provienen del tercero
subrogado, que surgirá del recibo de pago.
Estos requisitos resultan importantes, ya que con ellos se intenta evitar el fraude posible, cuando el
deudor pague con dinero propio e incluya a un tercero, que obra en conciliación fraudulenta, en el
grado de prioridad del acreedor desinteresado. El Código Portugués regula la subrogación por el
deudor, sin el consentimiento del acreedor ni el cumplimiento de otros requisitos.
Subrogación legal.
A veces la ley impone la subrogación prescindiendo de la voluntad del acreedor, de la conformidad
del deudor o de la manifestación de la transferencia de los derechos. El Art. 768 brinda algunos
ejemplos, aunque no es una enumeración taxativa, ya que dan otros casos dentro del mismo Código y
en algunas leyes especiales.
Art. 768: “La subrogación tiene lugar sin dependencia de la cesión expresa del acreedor a favor:
1° Del que siendo acreedor paga a otro acreedor que le es preferente;
2° Del que paga una deuda al que estaba obligado con otros o por otros;
3° Del tercero no interesado que hace el pago, consintiéndolo tácita o expresamente el deudor, o
ignorándolo;
4° Del que adquirió un inmueble, y paga al acreedor que tuviese hipoteca sobre el mismo
inmueble;
5° Del heredero que admitió la herencia con beneficio de inventario, y paga con sus propios fondos
la deuda de la misma”.
Los incisos, previstos en el Art. 768, son:
» Pago de un acreedor a otro que le es preferente: tiene lugar cuando uno de los acreedores hace
efectivo el pago a otro acreedor que tiene un grado mayor de preferencia para el cobro, y la ley lo
pone en lugar de quien recibe la prestación. Ej.: quien paga a su propio abogado en el juicio donde
intervino, y luego, subrogándose, acciona contra los deudores de las costas.
» Deudor que paga una deuda a la que estaba obligado con otros o por otros: todos aquellos
deudores que hacen efectivo el pago de una obligación en la cual se encontraban unidos a otros, como
en los supuestos de obligaciones solidarias (Art. 699 y 705), o indivisibles (Art. 667 y 686), con las
limitaciones impuestas en los Arts. 689 y 711.
También, el deudor que se obligó por otro, como el caso del fiador principal pagador o cofiador,
que pagó la totalidad o más de lo que adeudaba.
» Pago del tercero no interesado: el pago del tercero (interesado o no) lo subroga en el crédito
cuando el deudor consiente o ignora el cumplimiento. Se trata de un supuesto amplísimo de la ley
argentina que no aparece reconocido en la legislación comparada, y va más allá de lo que establecía su
fuente. De acuerdo con este inciso, solo quedaría fuera de la subrogación legal el tercero que paga
contra la voluntad del deudor.
» Adquirente de un inmueble que paga al acreedor hipotecario de ese inmueble: para que tenga
sentido la subrogación legal es necesario pensar que se trata de un inmueble que tiene sobre sí más de
una hipoteca; que quien lo adquiere hace el pago a un acreedor con prioridad, y en el caso que el otro
solicite la enajenación judicial forzosa, la subrogación le coloca en mejor grado para percibir el crédito.
» Heredero que acepta la herencia con beneficio de inventario: el último inciso prevé el supuesto
del heredero aceptante beneficiario que, con fondo propios, paga una deuda del sucesorio. Ello lo
coloca en lugar del acreedor y pasa a investir ese carácter.
Este caso estaba previsto en algunas antiguas costumbres francesas, y de allí su paso a las
modernas legislaciones. Con ello se permite que el heredero proteja el patrimonio del causante,
pagando algunas deudas e impidiendo la ejecución forzosa. Todo redundará en una mejor liquidación
del acervo hereditario.
Además de los casos previstos en los cinco incisos del Art. 768 CC, algunos autores citan los
legislados en:
» Art. 3932: el mutuante que dio fondos para pagar a los arquitectos, empresarios u obreros que
trabajaron en la construcción o reparación del edificio, asume la calidad de acreedor con iguales
preferencias y garantías.
Art. 3932: “Las personas que han prestado dinero para pagar a los arquitectos, empresarios u
obreros, gozan del mismo privilegio que éstos, siempre que conste el empleo, del dinero prestado por
el acto del empréstito, y por los recibos de los acreedores primitivos”.
» Art. 3927: establece que quien facilitó dinero para adquirir un bien inmueble, se subroga en los
derechos del acreedor y tiene a ese inmueble como garantía.
Art. 3927: “El que ha dado dinero para la adquisición de un inmueble, goza de privilegio sobre el
inmueble para el reembolso del dinero dado, con tal que por la escritura de adquisición, conste que el
inmueble ha sido pagado con el dinero prestado, aunque no haya subrogación expresa”.
Efectos.
El efecto central de la subrogación está dado por la transferencia de todos los derechos principales
y accesorios (garantías, grado de preferencia, etc.) del acreedor a favor del tercero que paga. Este
efecto de traslación está consagrado expresamente en el Art. 771.
Art. 771: “La subrogación legal o convencional, traspasa al nuevo acreedor los derechos, acciones
y garantías del antiguo acreedor, tanto como contra el deudor principal y codeudores, como contra los
fiadores, con las modificaciones siguientes:
1° El subrogado no puede ejercer los derechos y acciones del acreedor sino hasta la concurrencia
de la suma que él ha desembolsado realmente para la liberación del deudor;
2° El efecto de la subrogación convencional puede ser limitado a ciertos derechos y acciones por el
acreedor, o por el deudor que la consiente;
3° La subrogación legal, establecida en provecho de los que han pagado una deuda a la cual
estaban obligados con otros, no los autoriza a ejercer los derechos y las acciones del acreedor contra
sus coobligados, sino hasta la concurrencia de la parte, por la cual cada uno de estos últimos estaba
obligado a contribuir para el pago de la deuda”.
Así, el tercero subrogado ejercitará todas las acciones que le correspondían al acreedor, con todos
los privilegios, garantías, etc. También, si la obligación lo preveía, puede pedir el pago de los intereses
convencionales, reclamar la rescisión o resolución contractual, solicitar medidas judiciales cautelares,
continuar el proceso iniciado por el acreedor, etc.
El mismo Art. 771 prevé las siguientes limitaciones al ejercicio del derecho:
Importe de la suma pagada: el reclamo que puede hacer el tercero al deudor queda limitado a la
suma ciertamente pagada (inc. 1°).
Subrogación convencional: también, la limitación al pedido puede provenir de un acuerdo de
partes, ya en cuanto al importe, o en consideración a ciertos derechos que le correspondían al acreedor
(inc. 2°).
Pago de los codeudores: es aplicación de lo dispuesto en los Arts. 689 y 716, en cuanto a las
obligaciones indivisibles y solidarias, y la acción en recurso que tiene el deudor que paga la totalidad.
La limitación de la obligación de los demás deudores está impuesta más por razones prácticas que por
jurídica. No tendría sentido que el solvens, si hay cuatro deudores en la obligación, reclamara contra
uno deduciendo su parte; que ése, a su vez, pidiera a otro con igual procedimiento y así
sucesivamente. La ley se adelanta a todo aquello y solo admite que la acción se limite a lo que al
deudor demandado le corresponde contribuir (inc. 3°).
Subrogación parcial.
El Art. 772 prevé un supuesto de subrogación parcial, y la concurrencia de ambos acreedores: el
subrogado y el anterior. Ante la insuficiencia de bienes del deudor para afrontar los dos créditos,
ambos pretendientes a la percepción concurren con igual derecho y en forma proporcional a la parte
que le corresponde. La situación queda asimilada a la cesión parcial de créditos.
Art. 772: “Si el subrogado en lugar del acreedor hubiere hecho un pago parcial, y los bienes del
deudor no alcanzaren a pagar la parte restante del acreedor y la del subrogado, éstos concurrirán con
igual derecho por la parte que se les debiese”.
El derecho francés, el español y el alemán, entre otros, adoptan una solución diferente. En todas
estas legislaciones, se le da preferencia al acreedor primitivo, quien cobrará antes que el subrogado. Y
ello pareciera ser más razonable, puesto que, de esa manera, no se perjudican los intereses del
acreedor originario ante una subrogación parcial.
Bolilla 9
Metodología.
Si bien el estado de morosidad del acreedor no se encuentra definido en las normas del CC, Vélez
Sársfield, en la nota al Art. 509 hace expresa referencia:
Art. 509 (nota): El acreedor se encuentra en mora toda vez que por un hecho o por una omisión culpable,
hace imposible o impida la ejecución de la obligación, por ejemplo, rehusando aceptar la prestación debida en el
lugar y tiempo oportuno.
También, está implícito en el Art. 510 (compensatio mora), y en los Arts. 1430, 1431.
El CC alemán, portugués y el brasileño han legislado expresamente el instituto.
Fundamento.
El fundamento lo da el incumplimiento de los deberes de cooperación que se exigen a ambas parte
de la obligación, no quedando exento de ello el acreedor. Ligado al principio de la buena fe, es decir,
aquella que impone la regla del buen comportamiento en las relaciones negociales, la fides, el obrar
correcto, donde, consecuentemente, cada parte pueda confiar en la palabra del otro.
Requisitos.
La mayoría de nuestros autores considera que los requisitos previstos para la mora del deudor
deben ser los que rigen en este supuesto. Por un lado no hay reglas para la mora del acreedor, por lo
que deben ser de aplicación los principios de la analogía, pero con las correcciones que impone el
mismo instituto por sus particularidades propias.
Como una variante en la temática, Borda sostiene que en las obligaciones de dar no hay posibilidad
de constituir en mora al acreedor si no es mediante el pago por consignación. A pesar de la opinión de
Borda, Compagnucci considera que esta clase de obligación no tiene un ius singulare con respecto al
resto, sino que se rige por las mismas reglas.
Los requisitos son:
Existencia de una obligación válida en estado de efectivización: es fundamental que la obligación
sea válida, se encuentre vencida y en estado de efectivización. Así, si hubiere estado sometida a una
condición suspensiva, que ésta se hubiere cumplido (Art. 528), o si se trata de un plazo inicial, que
haya finalizado.
Oferta real de cumplimiento: este elemento distingue ambos estados de morosidad, pues no es
exigible en la del deudor. Oferta real de cumplimiento significa que el deudor debe hacer saber
claramente y materialmente, su voluntad de cumplir; es necesario que ofrezca la prestación de manera
idéntica a la que se obligó, lo mismo con el lugar, tiempo y forma de pago. El camino para entregar
debe ser poniendo la cosa a disposición del acreedor mediante hechos concretos y notorios, no
bastando una intimación formal. La ley exige que el deudor haya activado a tal punto la prestación que
solo dependa del acreedor que se produzca el resultado. Acercar la cosa de tal manera que quede al
alcance de la mano del acreedor para tomarla.
Cuando se trate de obligaciones donde el acreedor debe efectuar una elección, una opción o
concurrir al domicilio del deudor a cobrar, o efectuar una liquidación, el deudor debe intimar y realizar
todas las tareas que estén a su alcance para lograr el cumplimiento. Si la obligación es de hacer y es
necesaria la colaboración del acreedor, el deudor deberá interpelar a prestarla y desarrollar toda la
actividad que le corresponda; s no es necesaria la colaboración del acreedor, el deudor debe cumplir y
no hay mora accipiendi posible.
Hay excepciones donde el deudor no necesita realizar la oferta real. Así ocurre en los siguientes
casos: el acreedor manifiesta expresamente que no va a recibir; cuando la intimación se hace imposible
por culpa del acreedor y en el supuesto que fuere convenida la innecesaridad de la interpelación.
Conducta culposa del acreedor: muchos autores, como Larenz, piensan que como el acreedor no
está obligado a recibir no puede ser “culpable” y dan el siguiente ejemplo: quien adquiere una entrada
puede válidamente no concurrir a la función teatral y con esa conducta no infringe derecho ajeno
alguno. Otros, a los que se suma Compagnucci, creen que para que al acreedor le sea imputable su
comportamiento debe ser culpable. Y esa culpa emerge de su propia conducta, por no contribuir a la
liberación del deudor y omitir los deberes que la ley le impone. Además que, si así no fuera, no podría
imponérseles los efectos correspondientes, como la inversión de los riesgos.
Efectos.
Son varios los efectos que produce la mora creditoris:
Debe responder por los daños y perjuicios: se rigen por los principios regidos sobre la
responsabilidad civil. Si el acreedor con su comportamiento le ocasiona daños al deudor, debe afrontar
el resarcimiento correspondiente. Para el reclamo de ello deberán demostrarse los extremos y
requisitos propios de la responsabilidad civil.
El deudor puede pagar por consignación: producida la mora del acreedor, el deudor se mantiene en
una especie de interinidad, pues aún no cumplió y, por ende, no se liberó. El haber constituido en mora
al acreedor le abre la vía para pagar por consignación y así concluir con la relación jurídica.
Cesan los intereses: con la mora del acreedor cesa el curso de los intereses que debía pagar el
deudor. Se discute si concluyen solo los intereses moratorios (Busso, Llambías, De Gásperi), o también
los compensatorios (Cazeaux y Borda). Compagnucci considera que debe aplicarse la tesis amplia: debe
concluir la obligación por todo tipo de intereses, pues, si bien podría exigírsele que pague por
consignación, éste es el paso previo y no puede pretenderme el pago del uso del capital ajeno cuando
al deudor se le impide cumplir.
Transfiere la carga de los riesgos: un efecto importante es que los riesgos de la cosa, la pérdida o
deterioro por caso fortuito o fuerza mayor, quedan a cargo exclusivo del moroso, en este caso, el
acreedor. Borda sostiene que para ello es necesario consignar judicialmente, lo cual no parece
necesario, pues basta con la infundada negativa a colaborar en el cumplimiento. Además, como dice
Llambías, si la consignación es un pago tiene como fin la traslación del dominio, que es mucho más que
traspasar los riesgos.
Hace concluir la mora del deudor: puede tener como consecuencia concluir con la mora del deudor.
El acreedor no puede negarse a la recepción de la prestación, aún cuando el deudor sea moroso, pus
este último puede válidamente pagar siempre que cumpla con los requisitos del pago (identidad,
integridad, etc.). ello lleva a que, mediante la mora del acreedor, el deudor hace cesar su estado
jurídico de incumplimiento imputable.
Cesación.
Concluye el estado de mora accipiens cuando el mismo acreedor acepta la prestación, pues desiste
de su actitud reticente o bien presta la colaboración necesaria para que el deudor pueda cumplir.
También, cesa la mora cuando se extingue la obligación por cualquier otra cosa.
Por último, concluye si el mismo deudor renuncia a mantener ese estado, o acuerda con el
acreedor postergar o modificar el cumplimiento y desistir de la calificada situación jurídica previa.
Concepto y método.
El CC se ocupa del pago por consignación en los Arts. 756 a 766 (Libro II, Sección I, Parte II, Título
XVI, Capítulo IV).
Se ubica a este medio de liberación del deudor entre las modalidades del pago. En el derecho
francés y español, que cita Vélez como fuentes, se lo vincula con la previa oferta real. El Art. 756 dice:
Art. 756: “Págase por consignación, haciéndose depósito judicial de la suma que se debe”.
De allí, se podría definir al pago por consignación como “un pago mediante la intervención de la
justicia” (Llambías, Busso, Trigo Represas), o, más sintéticamente, como “un pago judicial”.
Es un instituto complejo de derechos, ya que si bien está regulado por el derecho sustantivo, pues
es un medio de extinción de las obligaciones, tiene una vinculación muy íntima con el derecho procesal.
La consignación adquiere vida durante el proceso civil, aunque sus resultados y características los da el
derecho de fondo.
Caracteres.
Tiene las siguientes características propias:
Es excepcional: lo normal es que el deudor le pague a su acreedor. Tener que recurrir a los
estrados judiciales para cumplir es la excepción y no la regla. Por ello, existe plena coincidencia
doctrinaria en que se trate de un medio excepcional de pago.
Es facultativo: sostiene Busso que el deudor puede usar o no este medio de liberación y de allí su
carácter de facultativo. Compagnucci considera que es una verdad a medias: todos los derechos
pueden usarse o no, esa dicotomía de la voluntad no los hace por sí sola facultativos; de ahí que no
sea una característica propia del pago por consignación.
Es judicial: se realiza mediante intervención judicial. En nuestra legislación, siempre se realiza
mediante un proceso judicial. No existe otro tipo de consignación en pago que no sea mediante un
juicio contradictorio, que en la provincia de Buenos Aires, se rige por las reglas del proceso sumario. De
allí que los depósitos realizados ante un notario, en oficinas públicas o ante un tercero, no son ni se
asimilan a una consignación. Sobre ello, la doctrina es unánime.
Requisitos.
Para ser procedente y lugar sus fines, es decir, para se libere al deudor del nexo obligacional que lo
vincula al acreedor, la consignación debe reunir los requisitos del objeto del pago y algunos más. Son:
La existencia de una obligación.
Es necesario mencionar que debe existir una obligación a cumplir. Por ello, no cualquier depósito
judicial implica consignar, sino solo aquel que tiene como destino el cumplimiento de un ligamen
obligacional previo.
Se controvierte en doctrina si la obligación natural puede hacerse efectiva mediante este medio.
Oppo, jurista italiano, sostuvo que la ley solo otorga efecto a la obligación natural cuando se
produce el pago voluntario, ya que antes de ello no existe “vínculo jurídico”. De allí que no resulta
procedente hacer efectivo el cumplimiento utilizando los medios coactivos legales. Si bien la cuestión se
vincula con la “obligación natural”, Compagnucci coincide con este pensamiento.
Hay relevantes autores nacionales, como Busso, Llambías, Trigo Represas, Borda, etc., que
consideran que la obligación natural puede efectivizarme mediante el pago por consignación, en razón
de tener existencia desde su origen (basado en el derecho natural) y por lo tanto configurar “deberes
jurídicos”.
Que se cumplimenten los recaudos necesarios del objeto del pago.
Este requisito está previsto ene l Art. 758 CC. La coincidencia necesaria de lo que se requiere en
cuanto al pago general, se traslada para este caso particular. Siguiendo el desarrollo de Trigo Represas,
debe haber concurrencia de sujetos, objeto, tiempo, modo y lugar.
Art. 758: “La consignación no tendrá la fuerza de pago, sino concurriendo en cuanto a las
personas, objeto, modo y tiempo, todos los requisitos sin los cuales el pago no puede ser válido. No
concurriendo estos requisitos, el acreedor no está obligado a aceptar el ofrecimiento del pago”.
Todos quienes pueden pagar pueden consignar. El deudor y los terceros interesados se encuentran
en dicha situación; en cuanto a los terceros no interesados, también están legitimados para utilizar la
vía de la consignación, salvo la oposición conjunta de acreedor y deudor. Tanto el deudor como los
terceros deben tener capacidad suficiente para pagar y para estar en juicio civil. La legitimación pasiva
está dada por el acreedor, por lo tanto, la consignación debe promoverse contra este, aunque tuviere
representantes voluntarios o legales.
El objeto de la consignación debe concurrir con los requisitos de identidad e integridad que
corresponden al pago. El acreedor no está obligado a recibir una cosa diferentes, aunque sea de mayor
valor, ni entregas parciales o menores a lo prometido. De allí que los fallos de los tribunales reiteran
que deben consignarse capital e intereses si correspondieren, o “la totalidad de los arriendos
adeudados” o “los daños moratorios” si el deudor se encontraba en ese estado, etc.
Si bien el Art. 758 incluyó el vocablo “modo” como uno de los requisitos, los autores se han
preguntado cuál es el significado que le quiso dar el codificador. Se sostiene que sería una especie de
reiteración de los otros recaudos exigidos. Llambías piensa que esa directiva de la ley es para la
consignación de las cosas “no dinerarias”, donde el deudor debe cumplir ajustando su conducta a la
índole y características de la obligación.
En cuando al “tiempo”, se dice que la consignación no puede ser prematura y ello es correcto; ni
tampoco tardía. Si la obligación contiene un plazo inicial que debe respetarse por ambas partes, el
deudor no puede pretender pagar antes del vencimiento. En cuanto a la obligación cumplida, la regla
sería que el deudor pudiera consignar, aún tardíamente, siempre que el acreedor no haya optado por la
resolución o se trate de una obligación sometida a un plazo esencial.
El deudor moroso puede consignar adicionando al objeto los daños moratorios; y es una manera de
purgar su morosidad.
El lugar en el que se habrá de consignar no está expresamente dicho en el Art. 758, pero de los
principios generales surge que debe ser donde el deudor debía pagar. Además, el juez de ese lugar
será competente para entender en la cuestión.
La imposibilidad de realizar un pago válido.
Si el deudor que quiere cumplir y consiguientemente liberarse de su obligación, tuviere dificultades
para realizar un pago que lo llevara a lograr esos fines, puede tomar el camino de la consignación. El
CC no lo ha enunciado de esa manera, sino que el Art. 757 hace una ejemplificación de casos en los
que se puede pagar por consignación, supuestos que no son taxativos, ya que se admiten más.
El Art. 757 indica en 7incisos en qué supuestos se debe recurrir al procedimiento del pago coactivo.
Art. 757: “La consignación puede tener lugar:
1° Cuando el acreedor no quisiera recibir el pago ofrecido por deudor;
2° Cuando el acreedor fuese incapaz de recibir el pago al tiempo que el deudor quisiere hacerlo;
3° Cuando el acreedor estuviese ausente;
4° Cuando fuese dudoso el derecho del acreedor a recibir el pago, y concurrieren otras personas a
exigirlo del deudor, o cuando el acreedor fuese desconocido;
5° Cuando la deuda fuese embargada o retenida en poder del deudor, y éste quisiere exonerarse
del depósito;
6° Cuando se hubiese perdido el título de la deuda;
7° Cuando el deudor del precio de inmuebles adquiridos por él, quisiera redimir las hipotecas con
que se hallasen gravados”.
» Inciso 1º: se refiere a la negativa del acreedor a recibir el pago. Dicha oposición a la recepción
debe ser sin causa, injustificada e ilegítima; por ejemplo, si el acreedor pretendiera recibir un mayor
valor a lo convenido sin razones legales para ello. O lo mismo cando su negativa sea indirecta, por
ejemplo, si no quiere otorgar el recibo del pago o darlo por un importe menor, etc.
» Inciso 2º: menciona el caso de la incapacidad del acreedor para recibir el pago, que debe existir
en el momento del cumplimiento, y por analogía sería también aplicable a los casos de incapaces que
carezcan de representantes legales.
» Inciso 3º: regula el supuesto de “ausencia del deudor”. No es aplicable a los casos de ausencia
con presunción de fallecimiento, ni a la ausencia declarada tal en juicio, donde el declarado ausente
tiene un curador que lo representa. El concepto de ausencia que da el CC es vulgar, es decir, la no
presencia en su domicilio sin que se sepa de su paradero.
» Inciso 4º: habla de la duda fundada en el deudor sobre el derecho del o de los acreedores que
reclaman el cumplimiento. Esto generalmente ocurre cuando el crédito fue transmitido mediante una
cesión, o por sucesión mortis causa, y se teme que los que reclaman no sean los verdaderos
legitimados activos. Esta motivación debe ser fundada y seria, y la prueba corre por cuenta del deudor.
El mismo inciso equipara el supuesto anterior al desconocimiento de quien es el acreedor; por
ejemplo, fallece el acreedor y no hay herederos presentados reclamando la herencia.
» Inciso 5º: se dan dos supuestos expresos y otro que la doctrina considera incluido tácitamente.
Los dos primeros son los del crédito embargado y retenido, y el último el del crédito prendado.
Aparentemente, en todos estos casos el deudor podría optar por el pago mediante la consignación.
En cuanto al crédito embargado, no es que el deudor ante la orden judicial de embargo pueda
promover otro juicio para consignar, sino que debe depositar el importe embargado en el proceso
donde se ordenó la medida cautelar.
Con respecto a la “deuda retenida”, la cuestión es confusa. Se han dado diferentes criterios. Lafaille
sostiene que debe asimilarse al crédito embargado y Borda asegura que será un supuesto en el cual el
acreedor y un tercero que reclama se ponen de acuerdo y le hacen saber al deudor que no pague. En
un concepto más amplio, Llambías, Trigo Represas y Busso entienden que sería una situación similar al
embargo, donde el deudor se ve en la necesidad de suspender el pago. Compagnucci considera que
este caso no tiene autonomía, ya que el Código en ningún momento o lugar se refiere a dicha
situación, que además, no existe en las leyes procesales como medio precautorio o con otro efecto. Por
ello, o el crédito fue embargado y la solución es la dada anteriormente, o bien el deudor desconoce y
tiene dudas serias y razonadas para no efectuar un pago eficaz y se rige lo dispuesto en el inc. 4º
» Inciso 6º: dice que queda expedito el camino de la consignación “cuando se hubiese perdido el
título de la deuda”. La ley se refiere a los títulos de crédito abstractos y autónomos, que deben ser
entregados al deudor en el momento de pagar, para que no corra el riesgo cierto de que, después de
haberlo efectivo, aparezca otra persona reclamando el cumplimiento y exhibiendo el instrumento
suscripto por él. Pero para estos papeles de comercio, la ley prevé el procedimiento especial de
consignación mediante un simple depósito sin necesidad de promover un juicio.
» Inciso 7º: la enumeración legal concluye con este inc., con la consignación para redimir
hipotecas por quien compra un inmueble sobre el cual pesa dicho gravamen real. Es el caso del tercer
poseedor que asume la obligación de pagar el mutuo hipotecario. Compagnucci considera que la vía de
la consignación solo aparece ante la negativa del acreedor a recibir, o alguno de los otros supuestos
que describe la ley; porque, si el acreedor no se niega a cobrar no existe otro impedimento, no hay
necesidad de promover el juicio de consignación. Lo que corresponde es que pague directamente y
reclame la cancelación de la hipoteca.
760). El Art. 761 establece que no lo puede retirar si el acreedor acepta el depósito, o bien cuando una
sentencia judicial ordena que le pertenece al demandado (Art. 762), y ello es lógico, pues el bien ya
salió del dominio del deudor y por lo tanto éste carece de potestad para determinar su destino.
El desistimiento hará volver las cosas tal como estaban antes del proceso (Art. 761 in fine).
Por su parte, el demandado puede adoptar las siguientes actitudes al contestar la demanda:
• No impugnar la consignación, allanarse a la demanda y pedir el retiro del depósito, en tal caso
deberá hacerse cargo de las cosas.
• Oponerse a la procedencia de la pretensión del actor y pedir el retiro del depósito por considerar
que la suma depositada es la correcta, pero no correspondía seguirse el procedimiento judicial. En tal
caso, solamente quedará en discusión a quién corresponde soportar las costas del juicio. En igual
sentido, podría retirar lo depositado como pago parcial, quedando en examen el saldo resultante y las
costas.
• Por último, oponerse y contradecir la demanda en su integridad y estarse a lo que se resuelva en
la sentencia definitiva. El mismo efecto tendrá la resolución para determinar quién debe cargar con los
riesgos por pérdida o deterioro ante el caso fortuito o la fuerza mayor.
Art. 760: “Si el acreedor no impugnare la consignación, o si fuese vencido en la oposición que
hiciere, los gastos del depósito y las costas judiciales serán a su cargo. Serán a cargo del deudor, si
retirase el depósito, o si la consignación se juzgare ilegal”.
Art. 761: “Mientras el acreedor no hubiese aceptado la consignación, o no hubiese recaído
declaración judicial teniéndola por válida, podrá el deudor retirar la cantidad consignada. La obligación
en tal caso renacerá con todos sus accesorios”.
Art. 762: “Si ha habido sentencia declarando válida la consignación, el deudor no puede retirarla,
ni con consentimiento del acreedor, en perjuicio de sus codeudores o fiadores”.
Concurso del depositante y embargos.
El concurso del deudor no altera mayormente la situación, siempre que el depósito se hubiera
realizado antes de la declaración de falencia. El deudor queda desapoderado y el síndico, como
representante de la masa y funcionario de la quiebra, deberá, con la autorización judicial
correspondiente, decidir si prosigue con la consignación o solicita el retiro del depósito.
Los fondos depositados para pagar por consignación pueden ser embargados. El embargo es
siempre resultado de una orden judicial que individualiza e inmoviliza el bien, y tiende a la protección y
garantía de un crédito. En estos casos, el embargo puede solicitarse:
• Por el deudor depositante, actor en el juicio.
• Por el acreedor demandado.
• Por un acreedor del deudor.
• Por un acreedor del demandado (acreedor).
Para que el deudor pueda conseguir el embargo de los mismos fondos por él depositados, tendrá
que promover otro juicio contra el acreedor por un crédito que tenga contra él, por ejemplo, por cobro
ejecutivo u otra causa, y allí solicitar la medida precautoria. Ese embargo quedará sujeto a las resultas
del juicio por consignación, y solo surtirá efectos prácticos cuando la sentencia haga lugar a la
procedencia de la demanda o el acreedor acepte el depósito.
En cambio, para el acreedor, la cuestión es más simple, ya que al contestar la demanda o
reconvenir, puede en ese mismo proceso no aceptar el depósito pero sí pedir el embargo de los fondos
para impedir que si se rechaza la demanda el deudor los retire; con ello se asegura el pago de las
costas u otro crédito. El efecto práctico es solo en este último supuesto. Si se hace lugar a la
pretensión del actor, el embargo carece de resultado, ya que el dinero pasa al dominio del mismo
acreedor.
Los embargos que soliciten los acreedores, tanto el deudor depositante como el acreedor
demandado, surtirán efectos en la medida de la suerte del litigio. Si es procedente la demanda, los
fondos pasan al dominio del acreedor y sus acreedores se benefician; en caso contrario, son los
acreedores del deudor quienes se ven protegidos.
Influencia de la consignación sobre otros juicios (sobre juicios conexos).
El proceso de pago por consignación puede tener efectos sobre otros juicios en que intervienen las
mismas partes y tienen conexidad causal; por ejemplo, se puede dar la especie cuando el deudor
promueve la consignación, mientras en otro juzgado, el acreedor reclama el cumplimiento de esa
misma obligación. No surge ningún tipo de conexidad si el deudor inicia la consagración, y el acreedor
reclama contra él la reivindicación de una cosa inmueble, sin relación con la otra causa.
El efecto puede caber entre un juicio de consignación y un proceso de conocimiento (trámite
ordinario o sumario) donde se debate el cumplimiento de la obligación y también con un juicio
ejecutivo.
Al tener que responder la demanda ordinaria de cumplimiento, el deudor o el acreedor, si se diera
la situación inversa, deberán oponer la excepción de litispendencia y los procesos se acumularán y
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Derecho Civil II
quedarán radicados en el juzgado donde se hubiera notificado primero la demanda. Se dictará una
única sentencia, lo que impide todo riesgo de absurdo jurídico o sentencias contradictorias.
La cuestión en el juicio ejecutivo tiene aristas más dificultosas. La jurisprudencia se niega a
aceptar excepciones que, en la mayoría de los casos, tienen como único fin dilatar el cumplimiento de
las obligaciones mediante argucias (sutileza, sofisma, argumento falso presentado con agudeza)
procesales.
Es sabido que en estos procesos llamados “monitorios”, las defensas (excepciones) que puede
oponer el deudor se encuentran limitadas por la ley. En general se niega derecho al deudor a oponer la
excepción de pago fundada en la consignación, por no tratarse de un “pago documentado, tal como lo
exige el Art. 542. En cambio, la excepción de litispendencia (juicio pendiente) si bien en principio
tampoco es procedente, podría llegar a paralizar el juicio ejecutivo con anterioridad a la intimación de
pago y el importe depositado guarde cierta relación económica con el reclamado.
Efectos.
Si la consignación es procedente porque la sentencia así lo declara, o bien si el acreedor se allana
a la demanda y también una sentencia lo confirma, se asimila en todos sus efectos a un pago válido y
eficaz. El problema que se ha planteado es desde qué momento surte efectos la consignación. Hay que
distinguir el supuesto en que no es impugnada por el acreedor, del que resulta rechazada por el
acreedor.
En el primer caso se ha entendido que el efecto se produce desde que se realiza el depósito de la
suma dineraria. Cuando el demandado formula oposición será necesaria la sentencia judicial que
declare procedente la consignación y válido el pago. El Art. 759 establece:
Art. 759: “La consignación hecha por depósito judicial, que no fuese impugnada por el acreedor,
surte todos los efectos del verdadero pago. Si fuese impugnada por no tener todas las condiciones
debidas, surte los efectos del pago, desde el día de la sentencia que la declare legal”.
La norma dio lugar a un debate en la doctrina para establecer a qué tipo de consignaciones se
estaba refiriendo, y a partir de qué momento producen su efecto estas sentencias.
En cuanto a lo último, hoy es pacífica la opinión doctrinaria y jurisprudencial que considera que el
efecto se retrotrae al momento del depósito del importe consignado. En cambio, cuando el consignante
debió mejorar la pretensión en el curso del proceso, porque los requisitos acompañados en la demanda
no eran suficientes y fueron objetados por el demandado, se aplica la letra de la ley y el efecto de la
consignación comienza a partir de la sentencia. Pareciera que el mismo artículo se refiere a ello cuando
dice “por no tener todas las condiciones debidas”.
Gastos y costas.
Sobre quién debe afrontar los gastos y las costas que origina el proceso de consignación se expide
el Art. 760 consagrando la regla de que el perdidoso es el obligado. Dice que son a caro del acreedor si
no impugna o es vencido en la impugnación que hizo; y recaen sobre el deudor si retira el depósito; o
la consagración es ilegal. El principio es acorde con lo que piensa toda la doctrina procesal.
Los Códigos de Procedimientos tienen organizado un sistema de imposición de costas para todos
los juicios. La regla general coincide con lo que dispone el Art. 760, aunque hay algunas variantes que
los hacen distinguibles.
Por lo tanto, se ha entendido que deben conciliarse ambos regímenes. Si bien el CC trae una regla
general, esta debe flexibilizarse de conformidad a lo dispuesto en los Códigos Procesales. Por ejemplo,
aunque el Art. 760 CC diga que se imponen costas al acreedor si no impugna la consignación, y ello
significó un allanamiento en el proceso, el juez, si aquel no es moroso, puede llegar a eximirlo.
Si las cosas se hallan en lugar distinto del de pago, el Art. 765 establece que el deudor debe
hacerse cargo del traslado y continuar con el trámite como lo dispone el Art. 764. El deudor que se
encuentra obligado a pagar en un determinado lugar debe tener la cosa en dicho lugar. En cuanto que
habría que determinar si es o no necesario traer la cosa con el riesgo de que el acreedor no quiera
aceptarla. Quien se obligó a cumplir en determinado lugar y manera, así debe hacerlo.
Cuando se trata de cosas inmuebles, algunos fallos han aceptado una especie de consignación
“ficta” mediante el depósito de las llaves en la sede del juzgado.
Art. 764: “Si la deuda fuese de un cuerpo cierto, que deba ser entregado en el lugar en que se
encuentre, el deudor deberá hacer intimación judicial al acreedor para que lo reciba; y desde entonces
la intimación surte todos los efectos de la consignación. Si el acreedor no lo recibe, la cosa debida
puede ser depositada en otra parte con autorización judicial”.
Art. 765: “Si la cosa se hallase en otro lugar que aquel en que deba ser entregada, es a cargo del
deudor transportarla a donde debe ser entregada, y hacer entonces la intimación al acreedor para que
la reciba”.
El reconocimiento.
El reconocimiento es un acto por el cual una persona admite estar obligada, o que otro es titular de
un derecho real. Como objeto de estudio, lo que interesa es el reconocimiento de las obligaciones que
el CC legisla en los Art. 718 a 723 (Sección I, Parte I, Título XV). Vélez Sársfield brinda un concepto del
reconocimiento en el Art. 718, siguiendo las enseñanzas de Zachariæ.
Art. 718: “El reconocimiento de una obligación es la declaración por la cual una persona reconoce
que está sometida a una obligación respecto de otra persona”.
Si bien conceptualmente lo dicho en esa norma es correcto, se ha criticado que se definan las
figuras, contradiciendo la nota al Art. 495 y que se intente explicar algo utilizando la misma palabra que
se quiere definir.
Antecedentes.
El reconocimiento tiene sus antecedentes históricos en el antiguo derecho francés, en los
desarrollos de Demoulin, y la interpretación que hizo Pothier de esos textos.
Demoulin aplicó la teoría canonista de la “confirmación” a la renovación de las investiduras dadas
por los señores, o sea, concesiones de feudos. En consideración a los actos de reconocimiento, es
decir, la confesión de una obligación de un siervo o vasallo a su acreedor, enseñó que hacía plena
prueba en contra del otorgante.
Había dos especies de confirmación:
Confirmación simple (in forma communii): no se mejora la concesión confirmada, ni se le otorga
validez; para su prueba debe presentarse el título primitivo.
Confirmación hecha con conocimiento de causa (in forma speciali): era irrefragable, eximiendo de
presentar el título original. Al confirmar, el príncipe perfecciona el acto y lo independiza de cualquier
nulidad de la primitiva concesión.
Demoulin distinguió entre ambos: la confirmación y el reconocimiento.
Pothier, según Toullier, extendió los efectos de la confirmación a todos los títulos de
reconocimiento. Clasificó a unos como ex certa sciencia, en que el título original viene producido, y
relevan al acreedor de la prueba de la obligación primitiva, pudiendo exigir el cumplimiento al deudor o
a sus sucesores; y otros, llamados in forma communii, solo confirman el original si son verdaderos,
pero no prueban su existencia y el acreedor debe presentar el título primordial. Ambo interrumpen el
curso de la prescripción. Según Pothier, en caso de discordancia ha de estarse siempre al título de
origen y el reconocimiento no es más que una prueba de la deuda anterior, y no una nueva obligación.
Naturaleza jurídica.
Sobre la naturaleza jurídica del reconocimiento, tradicionalmente se han dado dos opiniones:
Opinión mayoritaria: basado en lo dispuesto por el Art. 719, la mayoría de los autores (como
Cazeaux, Llambías, Salvat, Spota, etc.) afirma que se trata de un acto jurídico negocial; ya que el que
reconoce busca como fin inmediato producir consecuencias jurídicas.
Art. 719: “El acto del reconocimiento de las obligaciones está sujeto a todas las condiciones y
formalidades de los actos jurídicos”.
Opinión minoritaria: es la que considera que sería un simple hecho cuando obra como causa de
interrupción de la prescripción y un acto jurídico (negocio) en los casos de reconocimiento expreso
(Busso, etc.).
Reconocer es exteriorizar una idea, un concepto, una situación de hecho o jurídica; por ello no se
trata de un acto jurídico negocial, sino de una “declaración de ciencia”, ya que muestra una situación
anterior. Es lo que la doctrina moderna denomina “acto jurídico voluntario no negocial” (Von Thur,
Betti, etc.).
Caracteres.
Han sido analizadas diferentes características de la figura en estudio. Si bien no existe unidad en su
enumeración, se pueden mencionar:
Es unilateral: tiene ese carácter porque la sola voluntad de una de las partes basta para su
formación. Aunque concurra la del acreedor, ello no cambia este carácter, pues no interesa quiénes
acuerdan, sino lo necesario para su perfeccionamiento (Llambías, Borda, etc.).
Es irrevocable: después de haberse realizado no puede dejarse sin efecto por el mismo otorgante.
El reconocimiento nunca es revocable; si bien el Art. 3824 y su vinculación con el reconocimiento de
hecho en testamento (Art. 3788) parecieran indicar lo contrario, ello no es así porque el reconocimiento
es siempre y únicamente, un acto “entre vivos”.
Es entre vivos: el CC prevé en el Art. 720 la posibilidad de que el reconocimiento de que el
reconocimiento pueda realizarse entre vivos y por disposiciones de última voluntad, lo cual lleva a
nuestros autores a pensar que también es un acto mortis causa, o mejor dicho, de última voluntad.
Art. 720: “El reconocimiento puede hacerse por actos entre vivos o por disposición de última
voluntad, por instrumentos públicos o por instrumentos privados, y puede ser expreso o tácito”.
Cuando Vélez Sársfield reitera el último supuesto, dice que el hecho en un testamento es reputado
como un legado, salvo prueba en contrario, y además e revocable. Ello implica que si es un “legado de
crédito” no importa un reconocimiento y en ese caso, como cualquier manda testamentaria, es por su
propia naturaleza revocable. En cambio, si se pretende desvincular de la orden testamentaria y
demostrar que integrando el testamento hubo acto de reconocimiento (no revocable) dicha declaración
de voluntad es “entre vivos”, ya que sus efectos no son dependientes de la muerte. Se trata de un caso
en que el testamento, que es siempre acto mortis causa, engloba disposiciones que no lo son.
Es un acto neutro: la controversia entre quienes sostienen que es un acto a título oneroso y los que
afirman que es a título gratuito es inútil. El reconocimiento no participa de ninguno de esos caracteres:
es un acto neutro. Los actos son onerosos cuando a una prestación se le exige, a cambio, un sacrificio
económico de la otra parte (contraprestación). Los gratuitos, sin fines lucrativos, son los que realizan
sin recibir ningún valor a cambio.
El reconocimiento, como acto no negocial, no puede ser valorado manteniendo un carácter
equidistante y neutra.
Es declarativo: es acto voluntario declarativo porque da cuenta de una situación jurídica anterior y
tiene eficacia retroactiva (ex tunc) (Art. 723). Siempre está referido a la obligación pretérita que influye
sobre la existencia de ambos títulos: el primordial y el actual o de reconocimiento.
Art. 723: “Si el acto del reconocimiento agrava la prestación original, o la modifica en perjuicio del
deudor, debe estarse simplemente al título primordial, si no hubiese una nueva y lícita causa de deber”.
Clases.
El Art. 720 clasifica al reconocimiento en: por actos entre vivos o por actos del última voluntad; por
instrumentos públicos o por instrumentos privados; y expreso o tácito.
En realidad, la única clasificación que tiene trascendencia e importancia práctica es la que distingue
entre el reconocimiento realizado en forma expresa o en forma tácita.
En cuanto al entre vivos y al mortis causa, el acto de reconocimiento es solo entre vivos.
La otra clasificación, por instrumentos públicos o por privados, concierne nada más que a la forma.
Si la obligación principal consta en instrumento público la prueba debe hacerse siguiendo dichas
formalidades. El reconocimiento expreso está previsto en el Art. 722:
Art. 722: “El acto del reconocimiento debe contener la causa de la obligación original, su
importancia, y el tiempo en que fue contraída”.
Si no se consignan dichos requisitos, algunos autores sostienen que el acto es nulo (Machado) o
anulable (Salvat). Actualmente, la mayoría de nuestra doctrina considera que la ausencia de esos
requisitos solo produce una dificultad probatoria y nada más (Llambías, Galli, Borda, etc.).
Para la realización de un reconocimiento expreso se exige que el sujeto sea capaz de obligarse por
la obligación que menciona y además que la manifestación de voluntad carezca de algún vicio que la
haga ineficaz.
El reconocimiento tácito es el inducible de la conducta o comportamiento del sujeto cuando la
exteriorización de la voluntad no surge de actos idóneos o normales. La intensión de producir efectos
se debe inferir de la palabra o del comportamiento del sujeto. Es así que el CC da un ej. en el Art. 721:
Art. 721: “El reconocimiento tácito resultará de pagos hechos por el deudor”.
En numerosas oportunidades, la jurisprudencia usó el presupuesto normativo para juzgar casos de
reconocimiento tácito del deudor. Por ejemplo, cuando se declara que no paga por carecer de dinero;
solo opone la prescripción como defensa en el juicio ejecutivo; incluye la deuda en un balance; opone
la excepción de pago parcial y quita; pide un plazo para pagar; hace una gestión extrajudicial para
determinar el importe de la deuda, etc.
Efectos.
Son dos los efectos del acto de reconocimiento:
Es un medio probatorio de la obligación: solamente obra como un medio de prueba, aunque de
enorme idoneidad; quién mejor que el mismo deudor para declarar que debe. El acreedor se ve
provisto de un elemento probatorio que facilita su situación en el proceso ante la negativa del mismo
deudor; además de poder alegar la “doctrina de los propios actos”.
Interrumpe el curso de la prescripción: el Art. 3989 lo admite como una de las maneras de
interrumpir el curso de un nuevo término. Sin embargo, algunos autores, en posición que Compagnucci
no comparte, piensan que el reconocimiento a una obligación cuyo término se encuentre cumplido
tiene efectos favorables al acreedor, ya sea obrando como medio interruptivo (Borda) o como una
especie de renuncia a alegar dicha defensa por el deudor (Busso, pero solamente para el
reconocimiento “formal”).
Bolilla 10
Las obligaciones de dar (para todos los supuestos, no solo para el de cosas ciertas), según el Art.
574 pueden tener diferentes finalidades:
Art. 574: “La obligación de dar, es la que tiene por objeto la entrega de una cosa, mueble o
inmueble, con el fin de constituir sobre ella derechos reales, o de transferir solamente el uso o la
tenencia, o de restituirla a su dueño”.
Con esta disposición, el CC intenta una generalización y regulación para ser aplicable a los
supuestos precisos.
Constituir derechos reales: un ejemplo de constitución de derechos reales puede darse cuando una
persona se obliga a enajenar a otra un bien inmueble. Si Juan le promete a Pedro venderle la casa de
la calle Lugones 1125, de Buenos Aires, Pedro será el acreedor de la obligación que asumió Juan de
constituir un derecho real de dominio en su favor (si bien el ejemplo no es demasiado claro, pues se
trata de una obligación bilateral donde ambos asumen el carácter de deudores-acreedores, y además
hay de por medio obligaciones de hacer).
Restituir a su dueño: puede verse en la obligación de devolver la cosa locada que toma el locatario
al vencimiento del término contractual.
Transmitir el uso o la tenencia: constituye un buen ejemplo la obligación del locador de dar la cosa
locada al locatario; y con respecto a la tenencia, la obligación que asume el depositante a favor del
depositario.
Las obligaciones de dar se encuentran legisladas del Art. 574 a 624 (Libro II, Sección I, Parte I,
Título VII: “De las obligaciones de dar”).
Deberes comunes.
La obligación de dar cosa cierta tiene una serie de deberes comunes:
De conservación: desde el nacimiento el nacimiento de la obligación hasta su efectivo
cumplimiento, el deudor debe conservar la cosa, lo cual significa mantenerla en el mismo estado en
que se encontraba al contratar. Resulta opinión uniforme que lo dispuesto en el Art. 1408, para el
contrato de compraventa, y como debe impuesto al vendedor, puede aplicarse analógicamente a todos
los supuestos de obligaciones de dar. También, por extensión, ello puede inferirse de lo normado en el
Art. 576, en cuanto hace responsable al deudor por la falta de diligencias.
Art. 576: “El deudor de la obligación es responsable al acreedor, de los perjuicios e intereses, por
falta de las diligencias necesarias para la entrega de la cosa en el lugar y tiempo estipulados, o en el
lugar y tiempo que el juez designare cuando no hubiese estipulación expresa”.
De entrega: el deudor deberá entregar la cosa al acreedor. Si bien el Art. 576 hace mención a la
responsabilidad que cae sobre el incumpliente por falta de entrega de la cosa en el lugar y tiempo
pactado o fijado judicialmente, aquí se consagra una verdadera obligación a cargo del deudor.
Tanto la conservación como la entrega son verdaderas actividades complementarias para lograr un
bien fin en la relación jurídica, si nada dijera el Código, igualmente estarían implícitos dichos deberes,
ya que hacen a la buena fe en la efectivización de la obligación y en los deberes subyacentes o
secundarios.
De anexar o anejar las cosas accesorias: el Art. 575 preceptúa que la obligación de dar cosas
ciertas comprende todos los accesorios, aunque no se haga mención de ello en los títulos, o
momentáneamente estuvieren separados. Es que el mismo Código ha seguido la regla de que la
propiedad de una cosa comprende también la de sus accesorios y que lo accesorio carece de vida
propia y lleva la suerte de lo principal (lo mismo ocurre con relación a las llamadas obligaciones
accesorias, tratadas en los Arts. 523 a 526).
Art. 575: “La obligación de dar cosas ciertas comprende todos los accesorios de éstas, aunque en
los títulos no se mencionen, o aunque momentáneamente hayan sido separados de ellas”.
Para establecer qué cosa es o no accesoria hay que tomar en cuenta lo convenido por las partes y
los usos y costumbres del lugar donde se contrató o se encuentra la cosa. Si se vende una casa en Bs.
As., se entiende que debe entregarse con la cocina y las instalaciones sanitarias instaladas.
De cumplir deberes accesorios: son los que hay que realizar para que se pueda cumplir
acabadamente con la obligación. Es necesario que el deudor preste colaboración suficiente. Ej.: en la
venta de un automotor no basta con la dación del vehículo, el enajenante se obliga también a entregar
el título y suscribir la documentación necesaria para perfeccionar su inscripción registral.
Estos deberes accesorios estaban previstos en el viejo texto del Art. 1198 derogado por la ley
17.711. A pesar de ello, siguen vigentes en las relaciones obligacionales, ya que son consecuencia del
principio jurídico de la buena fe.
» Con tradición: el conflicto lo dirimen los Arts. 592 y 594, dándose prioridad al acreedor de buena
fe que recibió la tradición de la cosa. Ha quedado planteado el interrogante, para el caso de los bienes
inmuebles, de qué solución debe darse cuando un acreedor recibió la tradición ye l otro inscribió su
título en el registro de la propiedad.
Para argumentar el mejor derecho, se exige que haya habido tradición y buena fe. No interesa la
fecha cierta de los títulos respectivos, por lo que aún el acreedor de fecha posterior podría tener
prioridad. El CC establece que la “mala fe” consiste en el conocimiento que hubiere tenido el tercero de
la obligación anterior constituida por el deudor inescrupuloso que prometió a varios la misma cosa.
Art. 592: “Cuando la obligación sea de dar cosas ciertas con el fin de transferir o constituir
derechos reales, y la cosa es mueble, si el deudor hiciere tradición de ella a otro, por transferencia de
dominio o constitución de prenda, el acreedor aunque su título sea de fecha anterior, no tendrá
derecho contra los poseedores de buena fe, sino solamente contra los de mala fe.
La mala fe consiste en el conocimiento de la obligación del deudor”.
Art. 594: “Si la cosa fuere inmueble y el deudor hiciere tradición de ella a otro con el fin de
transferirle el dominio, el acreedor no tendrá derecho contra tercero que hubiese ignorado la obligación
precedente del deudor; pero sí contra los que sabiéndola hubiesen tomado posesión de la cosa”.
Al acreedor que alegue y prueba la mala fe de otro acreedor, la ley le permite reclamar la cosa.
Entre los autores se debate qué tipo de acción corresponde ejercer.
• Para Salvat, la acción que procede es la revocatoria o pauliana, prevista en el Art. 962, ya que se
trata de un acreedor defraudado que reclama dejar sin efecto el acto del deudor para que la cosa
vuelva a su patrimonio, y luego reclamarla. A esta tesis se le objeta que no se dan los requisitos del
Art. 962.
• Llerena y Lafaille insistieron en que la acción era la reivindicatoria, en razón de reclamarse la
posesión perdida. Pero es de notar que esta acción nace del dominio de cosas particulares, y el
acreedor tercero nunca tuvo ese derecho.
• Colmo, De Gásperi, Alterini, Llambías, López Cabana y Borda entienden que la acción es la de
nulidad, ya que la posesión dada por el deudor al acreedor de mala fe constituye un objeto prohibido
cuya ineficacia consagra el art. 953, puesto que se perjudican los derechos de un tercero. Compagnucci
concuerda con esta postura.
» Sin tradición: en este caso, la cuestión queda dirimida por el principio prior in tempore, potior in
iure (es una expresión latina, que puede traducirse como "Primero en el tiempo, mejor en el Derecho"),
ya que quien acredita ser primero en el tiempo de la promesa hecha por el deudor tiene mejor derecho
a la cosa (Art. 593 y 596).
Art. 593: “Si la cosa fuere mueble, y concurriesen diversos acreedores, a quienes el mismo deudor
se hubiese obligado a entregarla, sin haber hecho tradición a ninguno de ellos, será preferido el
acreedor cuyo título sea de fecha anterior”.
Art. 596: “Si la cosa fuere inmueble, y concurriesen diversos acreedores a quienes el mismo
deudor se hubiese obligado a entregarla, sin que a ninguno de ellos le hubiese hecho tradición de la
cosa, será preferido el acreedor cuyo instrumento público sea de fecha anterior”.
Desde ya que si los títulos tienen la misma jerarquía (ej.: ambos son instrumentos privados) habrá
que ver cuál tiene fecha cierta anterior. Si uno es instrumento privado y el otro público, el Art. 596
(para los bienes inmuebles) pareciera dar prevalencia al instrumento público; sin embargo, ello no es
así, se mantiene igual principio y siempre la prioridad por el de fecha cierta anterior.
El acreedor burlado que no puede pretender la cosa, por haber sido transmitida a un acreedor
anterior de buena fe, o de título anterior de buena fe, o de título anterior, tiene en su favor una acción
por reclamo de daños y perjuicios contra el deudor (Art. 595).
Art. 595: “Si la tradición se hubiere hecho a persona de buena fe, el acreedor tiene derecho a
exigir del deudor otra cosa equivalente, y todos los perjuicios e intereses”.
Si bien el artículo habla de “cosa equivalente”, se lo considera como una suma dineraria suficiente
para compensar el daño inferido, lo que se sintetiza en la reparación de daños y perjuicios.
diferencia que debe hacerse efectiva. La solución es más que razonable, el deudor como dueño puede
solicitar que se le compense la valorización; para el acreedor, la principiante solución constituye una
especie de casus (motivo), que le permite disolver el vínculo jurídico.
Las mejoras útiles y voluntarias no se indemnizan, salvo que el acreedor quisiera mantener el
estado de la cosa; de lo contrario puede exigir que el deudor las retire.
Con relación a las necesarias, se entiende que si el deudor tenía obligación de conservar la cosa,
debía realizar las mejoras que la mantuvieran, y no le corresponde por ello indemnización alguna. Por
otra parte, se dice que hay ciertas mejoras necesarias que deben ser resarcidas, aunque no atañen
estrictamente a la conservación (como la construcción de un muro o de una acera, por orden
administrativa), y en esos casos correspondería que el acreedor las hiciera efectivas.
Efectos que se producen entre las partes: “frutos”.
En la nota al Art. 2329, Vélez Sársfield define a los frutos como aquello que “la cosa regular
periódicamente produce sin alteración ni disminución de su sustancia”. Existen tres clases de frutos:
» Frutos naturales: se producen espontáneamente.
» Frutos industriales: son creados por la mano del hombre.
» Frutos civiles: son los salarios u honorarios o las rentas por el uso de la cosa (Art. 2330).
Los frutos naturales e industriales, mientras se mantienen adheridos, forman un todo con la cosa
principal y solo se adquieren por su percepción, lo cual permite diferenciar entre frutos pendientes y
percibidos. Los frutos civiles pueden estar pendientes, devengados, no percibidos o percibidos.
El Art. 583 establece que los frutos (naturales o civiles), que se hayan percibido antes de la
tradición, pertenecen al deudor y los pendientes le corresponden al acreedor.
Art. 583: “Todos los frutos percibidos, naturales o civiles, antes de la tradición de la cosa,
pertenecen al deudor; mas los frutos pendientes el día de la tradición pertenecen al acreedor”.
La solución es clara con relación a los frutos naturales y los artificiales, pero como interrogante qué
destino tienen los frutos civiles devengados (derecho ganado que todavía no ha sido cobrado) no
percibidos. Ej.: si alguien compra una casa alquilada, en la que el locatario paga arriendos a mes
vencidos, es decir, el mes de enero lo abona el 1° de febrero y la tradición se realiza ese día, el tema
es a quién le corresponde el precio del alquiler. Tratándose de un fruto civil exigible a ese tiempo, el
mismo le corresponde al deudor, pues si bien no lo había percibido, ya lo había hecho propio.
En ambos supuestos, el titular de dominio tiene acción real contra los terceros.
Se da como ejemplo el del locatario que enajena el inmueble locado a favor de un tercero,
incumpliendo la obligación de restituírselo al dueño.
Art. 599: “Si la cosa fuere inmueble, el acreedor tendrá acción real contra terceros que sobre ella
hubiesen aparentemente adquirido derechos reales, o que la tuvieren en su posesión por cualquier
contrato hecho con el deudor”.
costaron al ser introducidas?, ¿o por la diferencia entre el mayor precio que adquirió lo principal y su
costo anterior? Estas cuestiones dieron lugar a diferentes puntos de vista:
» Para Lafaille: debe tomarse en cuenta el dinero invertido para la compra de los materiales y
útiles.
» Para Borda y de Gásperi: hay que justipreciar (evaluar, tasar, valorar, estimar, apreciar, calcular)
el valor de la mejora en el momento de restituir la cosa.
» Para Busso, Galli, Llambías y Compagnucci: aconsejan atenerse al principio del enriquecimiento
sin causa; es decir, el menor valor que surja de cotejar la inversión del deudor y la tasación del bien.
Compagnucci adhiere a esta postura, ya que considera que es la solución más acorde con lo que
pretendió el codificador, al referir que la mejora debía indemnizarse por su “justo valor”.
Incumplimiento.
El mismo Art. 625, en su última parte, establece que si el hecho se realiza de otra manera, “se
tendrá por no hecho o podrá destruirse lo que fuese mal hecho”, lo cual es solo un ejemplo, ya que el
no hacer lo prometido es una forma típica de incumplimiento.
La sanción del CC, en cuanto al rechazo de lo realizado o su destrucción, ha tenido sus limitaciones
en los fallos de los tribunales y en la opinión de los autores.
Dicha regla no es tan rígida como pareciera surgir de la letra de la ley, pues cuando se trata de
diferencias insignificantes, consentidas o ignoradas por el acreedor, no se aplica la disposición legal. A
lo sumo, el acreedor podrá pedir daños y perjuicios cuando por desconocimiento aceptó el
cumplimiento de pequeños defectos.
Clases.
La doctrina italiana y Busso (entre nuestros autores) opinan que la clasificación más correcta es la
de “prestaciones infungibles” y “prestaciones fungibles”.
Prestaciones infungibles: la actividad personal del deudor, en razón de sus cualidades o aptitudes
intrínsecas, es la prevista por las partes o por la ley para el cumplimiento del objetivo de la prestación.
Es el caso de la contratación de una obligación intuitu personæ, donde el sujeto deudor ingresa en la
obligación como un elemento esencial, integrando el objeto de la prestación.
También, puede surgir por el acuerdo de partes, en virtud de lo normado en el Art. 1197. Un
ejemplo clásico es la contratación de un artista famoso para que pinte un cuadro o un retrato
Prestaciones fungibles: este tipo de prestación poco importa que lo haga el deudor, un asistente o
dependiente del mismo o un tercero. Constituyen la regla, y en la duda debe interpretarse el convenio
a favor de la fungibilidad. Ejemplo de estas obligaciones son la construcción de un muro, la demolición
de un edificio, el arado de un campo, entre otros.
Art. 505: “Los efectos de las obligaciones respecto del acreedor son:
1° Darle derecho para emplear los medios legales, a fin de que el deudor le procure aquello a que
se ha obligado;
2° Para hacérselo procurar por otro a costa del deudor;
3° Para obtener del deudor las indemnizaciones correspondientes.
Respecto del deudor, el cumplimiento exacto de la obligación le confiere el derecho de obtener la
liberación correspondiente, o el derecho de repeler las acciones del acreedor, si la obligación se
hallase extinguida o modificada por una causa legal.
Si el incumplimiento de la obligación, cualquiera sea su fuente, derívase el litigio judicial o arbitral,
la responsabilidad por el pago de las costas, incluidos los honorarios profesionales de todo tipo allí
devengados y correspondientes a la primera o única instancia, no excederá del veinticinco por ciento
(25 %) del monto de la sentencia, laudo, transacción o instrumento que ponga fin al diferendo. Si la
regulaciones de honorarios practicadas conforme a las leyes arancelarias o usos locales,
correspondientes a todas las profesiones y especialidades superan dicho porcentaje, el juez procederá
a prorratear los montos entre los beneficiarios. Para el cómputo del porcentaje indicado, no se tendrá
en cuenta el monto de los honorarios de los profesionales que hubieren representado, patrocinado o
asistido a la parte condenada en costas”.
Éste es el primer camino que debe tomar el acreedor, reclamando aquello a que el deudor se
obligó. Esto debe ser analizado en tres ámbitos:
Obligaciones de dar: En las obligaciones de dar, para lograr el cumplimiento forzado específico, el
acreedor puede utilizar los órganos judiciales y la fuerza política (ej.: solicitar el embargo y secuestro
de objetos debidos). Es indiferente:
• Si se trata de una obligación de dar cosas ciertas o inciertas.
• Si estas sean para constituir un derecho real (ej.: el reclamo de la entrega de un inmueble en la
compraventa) o para restituirlas a su dueño (ej.: solicitud de desalojo por vencimiento del término en
un contrato de comodato).
Llambías asegura que son necesarios tres requisitos para hacer efectivo la ejecución in natura:
• La existencia de la cosa.
• Que se encuentre en poder del deudor.
• Que el deudor sea poseedor de la cosa.
Obligaciones de hacer: en las obligaciones de hacer, la ejecución forzada es menos rigurosa que en
las de dar. La ejecución forzada es factible, pero tiene como límite la imposibilidad legal de ejercer
violencia contra la persona del deudor, aunque es viable utilizar todos los medios legales para ello
(embargos, intimaciones, astreintes, etc.).
Ejemplos de este tipo de cumplimiento se dan en la “obligación de escriturar”: se autoriza al juez a
suscribir la escritura ante la negativa del deudor, o cuando resulta subrogable la actividad del deudor,
se ordena que lo hagan sus auxiliares o representantes
Obligaciones de no hacer: la solución varía de cómo sean esas obligaciones:
» Si son de no hacer intuitu personae: se le aplican las mismas reglas que a las de hacer intuitu
personae. Ej.: si el deudor revela el secreto de una fórmula química o vende los resultados de un
invento que había comprometido con otro, es posible reclamarle el pago de daños y perjuicios.
» Si es posible su ejecución sin violentar la persona del deudor: la ley admite e empleo de la
fuerza. Ej.: si el deudor se obliga a no construir un muro e determinada altura o a no instalar un local
comercial y no cumple, es posible destruir lo mal hecho, o clausurar el local.
situación, el tercero que ha pagado tiene derecho a reclamar al obligado el importe que ha
desembolsado, ejecutando sus derecho de subrogado legal o por las vías de la acción in rem verso, etc.
De obligaciones de hacer, cuando no fueran intuitu personae (prestaciones en las cuales la persona
del deudor haya sido especialmente tenida en cuenta por su industria, arte o cualidades personales).
De tal manera, hay que distinguir entre:
• Si se trata de un hecho común, por ejemplo construir una pared, cavar un pozo, se puede recurrir
a la acción de terceros.
• Si la persona del deudor hubiera sido tenida en cuenta para el hacer en que consiste la
obligación, por ejemplo la pintura de un retrato, una operación quirúrgica, etc., entonces, si el acreedor
no acepta la sustitución del obligado por un tercero, solo queda para el cumplimiento el medio de la vía
indirecta de los daños y perjuicios.
Es importante señalar que el cumplimiento por tercero, cuando se obtiene mediante la previa
autorización judicial, difiere en sus efectos del que se realiza a simple pedido del acreedor y luego se
hace conocer judicialmente.
Si se obtiene una sentencia judicial previa, el acreedor puede reclamar del deudor lo que se
hubiera pagado al tercero. Pero si el acreedor conviene con el tercero el cumplimiento y luego reclama,
el juez debe revisar la procedencia de las expensas y gastos que se requieran y hacer lugar a la suma
que corresponda.
De obligaciones de no hacer, siempre que la posibilidad de recurrir a terceros para el cumplimiento
de las abstenciones dependa de que la persona del obligado sea o no esencial para la ejecución. Si es
esencia, no será posible hacerla cumplir por otros y el acreedor deberá recurrir a la indemnización de
daños y perjuicios.
Obligaciones de no hacer.
Son el ejemplo típico de las llamadas obligaciones negativas, pues siempre consisten en
abstenciones de actos o hechos para los cuales se tiene aptitud personal y legal.
Como ejemplos de estas obligaciones se pueden mencionar: no revelar el secreto de una fórmula
científica; no establecerse con un determinado ramo comercial en cierta zona; no contratar con otras
personas (esto es el llamado “pacto de exclusiva” que tanta difusión, sobre todo en el derecho
comercial, ha tenido en los últimos tiempos).
Tienen una lógica conexidad con las obligaciones de hacer, ya que en ambas está dentro de la
prestación un hecho del deudor; en una, en forma positiva, y en la otra, en forma negativa.
Clases.
Si bien se han dado diferentes clases, se destacan las siguientes:
Las de no realizar un hecho o las de no dar una cosa: de esta clasificación hay casos variados (de
las de no realizar un hecho). Entre las de “no dar”, un caso típico es el de alguien que se obliga a no
enajenar la cosa adquirida a determinada persona.
Las convencionales o legales: las convencionales emergen del acuerdo de partes, como el pacto de
non petendo, es decir, no reclamar el cumplimiento. Las legales provienen de todos los supuestos en
que la ley impone abstenerse, como cuando impide realizar actividades dañosas; o los múltiples casos
de limitaciones al ejercicio del derecho de dominio.
Las de no hacer, simplemente.
Las de tolerar (o de no hacer para dejar hacer): se dan cuando alguna de las partes debe aceptar
el uso que puede hacer la otra, como el nudo propietario con relación al usufructuario.
Cumplimiento e incumplimiento.
En estas obligaciones hay una transmutación normativa, haciéndoseles extensivas las
correspondientes a las obligaciones de hacer.
En consideración al cumplimiento, es aplicable lo dispuesto en el Art. 625 en cuanto al modo y
tiempo de realización.
Ninguna responsabilidad carga el deudor ante el caso fortuito o la fuerza mayor, según lo dispuesto
en el Art. 632 (incumplimiento sin culpa) y su remisión al Art. 627
Art. 627: “Si el hecho resultare imposible sin culpa del deudor, la obligación queda extinguida para
ambas partes, y el deudor debe volver al acreedor lo que por razón de ella hubiere recibido”.
Art. 632: “Si la obligación fuere de no hacer, y la omisión del hecho resultare imposible sin culpa
del deudor, o si éste hubiese sido obligado a ejecutarlo, la obligación se extingue como en el caso del
artículo 627”.
El Art. 633 regula lo referente a la ejecución forzada específica y permite la destrucción de lo
realizado, ya sea por petición del mismo acreedor al juez, para que lo autorice a ello, o por exigencia
del propio obligado. Como observan algunos autores, esta facultad no tiene carácter absoluto y debe
ceder cuando implica el ejercicio abusivo de un derecho, o es necesario ejercer violencia física en la
persona del deudor (Art. 629).
Art. 629: “Si el deudor no quisiere o no pudiere ejecutar el hecho, el acreedor puede exigirle la
ejecución forzada, a no ser que fuese necesaria violencia contra la persona del deudor. En este último
caso, el acreedor podrá pedir perjuicios e intereses”.
Art. 633: “Si el hecho fuere ejecutado por culpa del deudor, el acreedor tendrá derecho a exigir
que se destruya lo que se hubiese hecho, o que se le autorice para destruirlo a costa del deudor”.
En caso de imposibilidad del cumplimiento in natura, el CC autoriza el reclamo de los daños y
perjuicios (Art. 634), como pago mediante un equivalente pecuniario.
Art. 634: “Si no fuere posible destruir lo que se hubiese hecho, el acreedor tendrá derecho a pedir
los perjuicios e intereses que le trajere la ejecución del hecho”.
Obligaciones facultativas.
Entre las obligaciones de dar cosas inciertas de objeto plural disyunto, se encuentran las
obligaciones facultativas y las alternativas. En las obligaciones facultativas, el deudor debe una
prestación principal, pero para cumplir se le otorga el derecho de cambiarla por otra accesoria.
Las obligaciones facultativas se encuentran contempladas del Art. 643 a 651 (Libro II, Sección I,
Parte I, Título X: “De las obligaciones facultativas”).
El Art. 643 las define, y dice:
Art. 643: “Obligación facultativa es la que no teniendo por objeto sino una sola prestación, da al
deudor la facultad de sustituir esa prestación por otra”.
El concepto fue tomado de la obra de Aubry y Rau y caracteriza un vínculo jurídico muy particular,
donde se le otorga preeminencia al derecho del deudor para sustituir la prestación principal por otra
accesoria.
Según Llambías, la obligación facultativa se caracteriza por la unidad del objeto debido y pluralidad
de objetos aptos para el pago. Los ejemplos que se citan comúnmente son los del deudor que se obliga
a entregar una casa, pudiendo sustituirla por una suma de dinero, el del testado que lega un
automotor, autorizando al heredero obligado hacia el legatario a sustituirlo por un terreno.
A las obligaciones facultativas se les ha objetado la denominación por considerarla equívoca, ya
que “facultativo” puede dar la errónea idea de ausencia de obligatoriedad legal, pero ello no es así, ya
que lo facultativo no es el cumplimiento, sino la prestación a efectivizar.
Naturaleza jurídica.
La naturaleza de la obligación facultativa, tal como lo indica el Art. 644, se determina por la
prestación principal, o sea la que se encuentra en el seno de la obligación, siendo la otra accesoria, la
que está solamente en facultad de cumplimiento.
Art. 644: “La naturaleza de la obligación facultativa se determina únicamente por la prestación
principal que forma el objeto de ella”.
La prestación principal, e incluso la accesoria, pueden consistir en prestaciones de dar, hacer o no
hacer.
Fuentes.
Las dos fuentes de este tipo de obligación son: la voluntad y la ley.
La voluntad: puede estar manifestada en un contrato o bien en un testamento. Algunos autores
opinan que en el régimen contractual difícilmente el acreedor acepte que el deudor tenga la potestad
de cambiar el objeto de la prestación. Sin embargo, hay que hacer notar que no siempre el acreedor es
la parte que impone algunas de las condiciones del convenio. Ej.: en el testamento, el causante puede
legar un bien y dispone que el heredero (obligado a su entrega) tenga la potestad de sustituirlo por
una suma de dinero).
La ley: el CC brinda varios ejemplos, sobre todo cita el supuesto del contrato con “arras”, en el cual
el deudor puede liberarse perdiendo la señal (1202). Otros ejemplos son el del Art. 1854, 2533, etc.
las dos prestaciones hará efectiva. La indeterminación la hace cesar quien tiene derecho a ello, es
decir, el deudor y en cualquier tiempo posterior al nacimiento de la obligación. Cuando se adelanta
porque hace conocer al acreedor antes de la fecha de cumplimiento, cuál será la prestación a cumplir,
cesa su derecho a elegir, en el futuro, la otra.
Este tipo de obligación solo el deudor es quien se encuentra legitimado para llevar a cabo la
elección.
Obligaciones alternativas.
El Art. 635, tomando casi textual de la obra de Savigny, da el siguiente concepto:
Art. 635: “Obligación alternativa es la que tiene por objeto una de entre muchas prestaciones
independientes y distintas las unas de las otras en el título, de modo que la elección que deba hacerse
entre ellas, quede desde el principio indeterminada”.
La alternatividad se puede dar no solo en las obligaciones, sino también en otras situaciones
jurídicas como las ofertas y los legados (Arts. 1153 y 3758). Posee una característica clave: la facultad
de reclamar (acción), como el derecho mismo, están subordinadas a una opción prevista en el título.
Las obligaciones alternativas se encuentran contempladas en el CC en los Arts. 635 a 642 (Libro II,
Sección I, Parte I, Título IX: “De las obligaciones alternativas”).
Naturaleza jurídica.
Analizar la estructura de la obligación alternativa es descubrir su naturaleza jurídica; la cuestión es
muy debatida en la doctrina nacional y en la extranjera.
Características.
Se pueden inferir algunos caracteres propios de este tipo de obligaciones:
Único vínculos: hay un solo vínculo obligacional, y por ende, una sola relación jurídica que une a las
partes.
Objeto plural: debe existir una pluralidad de prestaciones, sin que importe que una sea de dar y
otra de hacer; solo interesa que sean objetivamente diferentes, o con modalidades distintas, o una
divisible y la otra indivisible, etc. Ej.: se debe una casa o un automóvil o se debe entregar el automotor
en Bs. As. o en Mar del Plata. La pluralidad no impide que sean dos o tres los objetos a prestar.
Objetos distintos: se deben identificar los objetos para que integren la obligación, lo cual implica
que uno no puede absorber al otro; por ejemplo, si Juan debe a Pedro $50 o $100, no hay
alternatividad. En el ejemplo podría darse la alternatividad si se agregara alguna modalidad, como
pagar $50 de contado, o $80 en varias cuotas.
De indeterminación relativa: las obligaciones alternativas se encuentran en un grado intermedio de
indeterminación; no se pueden confundir con las de género y se diferencian netamente de las de dar
cosas ciertas. Las cosas que se integran en la alternatividad deben haber sido individualmente
determinadas, y no pertenecer a un género. Así, por ejemplo, no es posible adeudar “un caballo
alazán” o “un toro shorton”.
Objetos independientes: entre las prestaciones hay una total independencia, esto es, no existe
subordinación entre ellas. A raíz de ello, se producen los efectos de:
• Si una prestación está vicia de nulidad, no afecta a las demás.
• La falta o imposibilidad de cumplimiento de una prestación no impide la exibilidad (de exilio) del
resto.
• No es posible que el deudor quiera pagar con parte de una y parte de otra, ya que ello afectaría
el principio de integridad en el pago.
Principio de concentración: la concentración consiste en trasladarse desde la pluralidad de
contenidos, en el objeto de la obligación, a la unicidad de contenido en el aspecto solutorio. Cuando se
hace imposible una de las prestaciones, la obligación queda sostenida en la que queda con plena
eficacia. De ahí que se hable de dos tipos de concentración:
• Por la elección que haga quien está autorizado.
• Por la imposibilidad de prestar uno o varios de los objetos a cumplir en la obligación.
Elección: es una forma de designar la prestación a cumplir; el momento más importante en la vida
de la obligación alternativa, ya que muestra la virtualidad de su estructura jurídica, al transformar la
pluralidad de objetos en la obligación a la unidad en el cumplimiento.
Elección.
La elección es un derecho potestativo por el que se decide en cuál de las prestaciones quedará
concentrado el objeto de la obligación. Este derecho se hace efectivo mediante una declaración de la
voluntad recepticia, y tiene como característica que no da nacimiento a la relación jurídica, que era
preexistente, sino que encierra, a su vez, un deber: quien puede elegir también puede ser conminado
(amenazado) a hacerlo.
Cuando el deudor paga creyendo que la elección le correspondía al acreedor, siendo que en
realidad era su potestad, puede ejercer la acción recepticia del pago indebido por error esencial. El acto
de la elección puede ser realizado por el deudor, por el acreedor o por un tercero.
Por el deudor: conforme lo dispone el Art. 637, en primer lugar le corresponde al deudor. En caso
de muerte o transferencia de la deuda, ese derecho-deber se transmite a herederos o delegados.
También, se agrega la posibilidad de que a ejerzan otros acreedores del deudor, mediante la acción
subrogatoria.
Art. 637: “En las obligaciones alternativas, corresponde al deudor la elección de la prestación de
uno de los objetos comprendidos en la obligación”.
» Forma: un problema muy debatido es la manera en que debe ser hecha la elección por el
deudor. Dos sistemas se disputan la solución:
• Sistema de la entrega: tiene origen en el derecho romano y mucha difusión en el derecho
francés, establece que la única forma de concretar la elección es mediante el cumplimiento, pues el
deudor podría cambiar de opinión durante la vida de la obligación y ninguna manifestación anterior lo
obliga. Ello daría al acreedor mayor garantía, ya que se mantendría dentro de la obligación la totalidad
de las prestaciones hasta el momento del cumplimiento.
• Sistema de la declaración: sostiene que es suficiente una manifestación de la voluntad recepticia,
y el deudor tiene el derecho pleno a su realización, queda concluida la vía con la sola exteriorización.
El CC nada dispone sobre la manera en que el deudor debe concretar la elección. Algunos autores,
como Salvat, Cazeaux, De Gásperi, etc., entienden que debe aplicarse la tesis de la entrega, en virtud
de las fuentes tomadas por Vélez Sársfield (Savigny), de la nota al Art. 637 (“una declaración verbal no
le obligaría y puede cambiar de idea”) y todo importa una mayor protección a los intereses del
acreedor.
Otros juristas, como Busso, Lafaille, Colmo y Llambías, se atienen al criterio de la “declaración”, ya
que como bien sostiene Galli, el codificador suprimió el párrafo 635, que contenía la obra de Savigny,
dejando sin efecto aquello de que “una declaración no le obligaría”, que se agrava la situación del
deudor obligándole a conservar todas la cosas de la obligación y que, por su parte, el Art. 672 al
referirse a la divisibilidad e indivisibilidad de la obligación alternativa, establece que será considerada
de una u otra manera luego de la opción hecha con conocimiento del acreedor.
Art. 672: “Las obligaciones alternativas que tienen por objeto prestaciones de naturaleza opuesta, no
son consideradas como divisibles o indivisibles sino después de la opción del acreedor, o del deudor con
conocimiento del acreedor”.
Compagnucci considera que la última es la postura más acorde con la normativa del Código, y con
un moderno tráfico de bienes. Basta con que el deudor haga saber al acreedor cuál será la prestación a
cumplir. No es posible pensar que una declaración notificada al acreedor pueda desdecirse (retractarse)
por un acto posterior; ello va contra el principio de la buena y la seriedad que debe imponerse en las
relaciones jurídicas.
» Tiempo: el deudor debe elegir antes del vencimiento de la obligación. Si no lo hace, el acreedor
debe interpelarlo y constituirlo en mora, y de allí en más podría realizar la elección del mismo acreedor.
Éste es también un tema controvertido; sin embargo, el Art. 756, que se refiere al pago por
consignación, puede ser analógicamente aplicado y revertir el derecho sobre quien se perjudica por el
incumplimiento. Borda sostiene que la sentencia judicial que condena debe intimar al deudor a elegir,
bajo apercibimiento de transferir la opción al acreedor. A esto adhiere Compagnucci.
Busso, Llambías, Cazeaux, y la mayoría de nuestra doctrina, entienden que, ante la negativa, la
opción la debe hacer el juez, pues de lo contrario desnaturalizaría el tipo de obligación alternativa.
Por el acreedor: cabe tener en cuenta las siguientes circunstancias:
» Legitimados: por acuerdo de las partes, se pueden transferir la elección al acreedor. El Art. 641
sugiere dicha posibilidad al establecer:
Art. 641: “Cuando la elección fuere dejada al acreedor, y una de las cosas se hubiese perdido por
culpa del deudor, el acreedor podrá reclamar, o la cosa que ha quedado, o el valor de la que se ha perdido.
Si se han perdido las dos por culpa del deudor, el acreedor puede reclamar el valor de la una o de la otra. Lo
mismo se observará si las prestaciones que comprende la obligación no fuesen de entregar cosas,
estimándose entonces por el juez el valor de la que, elegida por el acreedor, no puede prestarse”.
En similar sentido, el CC francés dice que la elección corresponde al deudor, salvo que se hubiera
expresamente concedido al acreedor. En este supuesto, un acreedor del acreedor podría efectuar la
elección en ejercicio de la acción subrogatoria.
» Forma: la forma para concretar la elección es la demanda judicial, reclamando el cumplimiento o
el reclamo extrajudicial. Este último debe consistir en una manifestación de voluntad recepticia, es
decir, dirigida al deudor y de la cual éste pueda tomar conocimiento.
» Tiempo: puede realiza la opción en cualquier momento dentro de la vigencia de la obligación. No
puede dilatar dicho acto, pues el reclamo del deudor generará su morosidad (mora creditoris), y de allí
nace la posibilidad de que sea el deudor quien ejercite el derecho a elegir.
Por el tercero: las partes pueden acordar que sea un tercero quien produzca la elección y este
producirá el acto mediante una notificación dirigida a ambos sujetos obligados.
La negativa del tercero a cumplir ese acto ha traído algún interrogante. Se ha sostenido que si se
aplicara por analogía el Art. 1350 (relativo a la fijación de precio por un tercero, en la compraventa), el
incumplimiento daría como resultado que la obligación quedara sin efecto. Compagnucci no concuerda
con esto y considera que no es conciliable con el principio de conservación contractual.
La mayoría de nuestros autores considera que cuando el tercero no quiere o no puede realizar la
determinación lo debe hacer el juez. Es la solución dada por el CC italiano de 1942.
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Derecho Civil II
Prestaciones periódicas.
Cuando la obligación alternativa consista en prestaciones que deben cumplirse por períodos puede
realizar diferentes elecciones en cada uno de ellos. Ej.: si el deudor debe cinco automóviles o cinco
tractos, a pagar en cinco años, en un período podrá elegir un automotor y en otro un tractor.
El Art. 640 establece el principio de independencia de la elección y de las prestaciones y no
interesa que el cumplimiento sea por años o por períodos más cortos.
Art. 640: “Cuando la obligación alternativa consista en prestaciones anuales, la opción hecha para
un año no obliga para los otros”.
CON culpa del principio de concentración y los principios generales sobre la extensión de la
deudor reparación en la responsabilidad contractual (Art. 50 y 521).
Los casos planteados de intervención del acreedor y producida por su culpa la
pérdida de una o de todas las prestaciones no están previstos en la legislación, las
soluciones surgen de la aplicación de los principios generales:
• Si una de las prestaciones se pierde por culpa exclusiva del acreedor, el deudor
Imposibilidad de
tiene derecho a elegirla y darse por liberado; o bien a entregar la otra y reclamar
las prestaciones
daños e intereses por la pérdida.
CON culpa del • En cambio, cuando se pierden las dos por culpa del acreedor, el deudor elegirá
acreedor una y se libera y puede reclamar los daños por la otra.
• Por último, cuando una se extingue por caso fortuito y la otra por culpa del
acreedor, el deudor puede darse por liberado y reclamar la contraprestación si se
trata de una obligación bilateral. Es lo que el codificador indica al final de la nota al
Art. 641 cuando dice que “el deudor es libre y puede demandar el valor de la 1ra”.
CON culpa del el valor de la que se perdió por culpa del deudor (Art. 641).
deudor
Imposibilidad de
las DOS Al igual que en lo anterior, el derecho de opción del acreedor le permite indicar
prestaciones, cuál de los valores más otros daños si los hubiere, debe integrarle el deudor
--------------------------------------------------------
SIN culpa del más se aplican los principios generales (Art. 513 y 888).
deudor
Imposibilidad de
UNA prestación Si bien no hay ninguna norma que prevea el supuesto, debe insistirse en la
-------------------------------------------------------
aplicación del principio de concentración y el acreedor ve limitada su elección a la
SIN culpa del
deudor
prestación que subsiste.
Imposibilidad de
las DOS El problema que se plantea es si se aplica el principio de concentración o si el
prestaciones acreedor mantiene el derecho a elegir, o bien hay que diferenciar cuando el caso
-------------------------------------------------
una: CON culpa fortuito es anterior a la pérdida culpable o cuando resulta posterior.
del deudor Pareciera que la solución más acorde es mantener intacto el derecho del
otra: por caso acreedor a efectuar la opción y cuando el casus extinguió la última, darle derecho
fortuito a reclamar el valor de cualquiera de las dos.
(SIN culpa)
• Si una de las prestaciones se pierde por culpa del acreedor, este podría
Imposibilidad de válidamente exigir ésa y extinguir la obligación; si llegara a pedir la otra que
las prestaciones subsiste, deberá afrontar los daños que su conducta produjo al deudor.
----------------------------------------------------------
CON culpa del • En cambio, cuando las dos prestaciones se pierden por culpa del acreedor, el
acreedor deudor tiene derecho a exigirle al acreedor que elija, declarar extinguida la
obligación y pedir la indemnización correspondiente por la otra prestación perdida.
Art. 639: “Si uno de los objetos prometidos no pudiese realizarse aunque sea por culpa del
deudor, o por otra causa cualquiera, debe prestarse el que ha quedado. Si ninguno de ellos puede
prestarse, y el uno ha dejado de serlo por culpa del deudor, éste tiene la obligación de entregar el valor
del último que hubiese dejado de poder ser prestado”.
Art. 642: “Si las prestaciones se han hecho imposibles sin culpa del deudor, la obligación queda
extinguida”.
Bolilla 11
Elección.
La elección es un acto muy importante, ya que determina cuáles son los individuos de esa especie
y género que deben ser entregados por el deudor. El Art. 603 establece que, después de la elección, la
obligación pasa a regirse por las reglas de las “de dar cosas ciertas”.
Art. 603: “Después de individualizada la cosa por la elección del deudor o del acreedor, se
observará lo dispuesto respecto a las obligaciones de dar cosas ciertas”.
Dice Llambías que sería un caso de novación legal, ya que una obligación queda transformada en
otra por imperio de la ley.
Es necesario saber quién puede realizar la elección, en qué momento queda perfeccionada y con
qué pautas debe ser determinado el objeto.
Legitimación para elegir.
En principio, el derecho a elegir corresponde al deudor (Art. 601), rige para ello la regla del favor
debitoris, y la aplicación de lo dispuesto en el Art. 16 CC y en el Art. 218 del Cód. de Comercio.
Art. 601: “Si la obligación que se hubiese contraído fuere de dar una cosa incierta no fungible, la
elección de la cosa corresponde al deudor”.
También, puede hacerlo el acreedor, en virtud del acuerdo de partes (Art. 1197) y asimismo como
se puede inferir de lo dispuesto en los Arts. 602 y 603.
Art. 602: “Para el cumplimiento de estas obligaciones, el deudor no podrá escoger cosa de la peor
calidad de la especie, ni el acreedor la de mejor calidad cuando se hubiese convenido en dejarle la
elección”.
Momento del perfeccionamiento: sistemas.
Es importante, también, conocer en qué momento queda perfeccionada la elección, pues ello tiene
un efecto fundamental en el régimen de los riesgos.
En el derecho y la doctrina extranjera, se han dado diferentes sistemas:
» Sistema de la separación: supone que cuando el deudor realiza el simple y unilateral acto de
apartamiento, ya hizo la elección; tiene el inconveniente de dejar oculto el acto, sin que trascienda
hacia los demás.
» Sistema de la declaración: implica la manifestación de voluntad recepticia, es decir, hacer saber
al otro que se realizó la opción.
» Sistema de la tradición: importará la entrega material de los objetos, aún cuando el acreedor no
se haga de ellos, porque están en el domicilio del deudor u otra circunstancia impediente.
El CC no tiene regulada una forma de cumplimiento. La mayoría de nuestra doctrina sigue la tesis
de la declaración, a la cual adhiere Compagnucci, en razón de que parece suficiente con hacer saber a
la otra parte que se trata siempre de un anoticiamiento recepticio, y que sus efectos se producen a
partir del momento en que el otro toma o debe tomar conocimiento de esa voluntad. Es posible usar la
analogía, y aplicar lo dispuesto en el Art. 609 para las obligaciones de cantidad.
La venta en masa.
Como una especie de las obligaciones en estudio, los Arts. 1339 a 1343 se ocupan de definir las
denominadas ventas por junto o en masa y por peso, es decir, cuando las cosas son vendidas
formando un solo todo, sin necesidad de contarlas, pesarlas o medirlas, y por un único precio; o bien
por su propio peso, donde es necesario realizar esa operación, o contándolas o midiéndolas.
Salvo la venta en masa, para la que es suficiente establecer el acuerdo sobre la totalidad sin otro
requisito, el resto constituye una concreta aplicación de las obligaciones de cantidad.
Individualización.
Para su determinación es necesario individualizar las cosas a entregar. Para ello el Art. 609 indica
que después de esa operación, las cosas quedarán y recibirán el trato de cosas ciertas. Es necesario
que sean contadas, pesadas o medidas.
Art. 609: “Las cantidades quedarán individualizadas como cosas ciertas , después que fuesen
contadas, pesadas o medidas por el acreedor”.
El titular de esos actos es el acreedor, aunque se sostiene que no es necesario que lo haga en
forma personal, y que es suficiente con que preste conformidad o pueda controlar.
» Pérdida o deterioro sin culpa: si la pérdida o deterioro es total, deben aplicarse los principios
generales y fundamentalmente aquello de que “las cosas se pierden o deterioran para su dueño”. El
deudor entregará las cosas deterioradas o quedará extinguida la obligación por pérdida total. En el
supuesto de pérdida o deterioro parcial, el Art. 614 brinda una solución lógica, permitiendo al acreedor
pedir la parte no perdida, o en el caso de deterioro, la deteriorada con más la que no sufrió el riesgo.
Art. 614: “Si se perdiese sólo en parte sin culpa del deudor, el acreedor sólo podrá exigir la
entrega de la cantidad restante.
Si se deteriorase sólo en parte sin culpa del deudor, el acreedor recibirá la parte no deteriorada con
la deteriorada en el estado en que se hallaren.”.
» Pérdida o deterioro con culpa: cuando el deterioro o la pérdida es total, el Art. 613 establece la
siguiente opción a favor del acreedor: reclamar otra cantidad igual de la misma especie y calidad o el
valor (daños) con más perjuicios que procediesen. Lo primero es acertado, ya que se solicita el
cumplimiento en especie, que es a lo que debe tender la ley. Lo segundo no es tan certero, pues sería
una especie de indemnización de los daños en ejercicio del pacto comisorio, ya que se deja sin efecto
la obligación. Hay que tener cuidado en este reclamo, pues para algunas doctrina y jurisprudencia
estos daños solo integran el llamado “interés negativo”, que no es el valor de la prestación frustrada.
En el caso de pérdida o deterioro parcial, el Art. 615 otorga una triple opción a favor del acreedor, este
puede elegir entre:
• La entrega de la cantidad no deteriorada y de la que falte o estuviese deteriorada.
• La parte deteriorada y el valor de la que falte o estuviese deteriorada.
• Dejar sin efecto la obligación.
Art. 613: “Si la obligación tuviese por fin restituir cantidades recibidas, y la cantidad estuviese ya
individualizada, y se perdiese o deteriorase en el todo por culpa del deudor, el acreedor tendrá derecho
para exigir otra igual cantidad de la misma especie y calidad con los perjuicios e intereses, o su valor
con los perjuicios e intereses”.
Art. 615: “Si se perdiese o se deteriorase sólo en parte por culpa del deudor, el acreedor tendrá
derecho para exigir la entrega de la cantidad restante no deteriorada, y de la correspondiente a la que
faltare o estuviere deteriorada, con los perjuicios e intereses, o para exigir la entrega de la cantidad
restante, no deteriorada, y el valor de la que faltare o estuviere deteriorada con los perjuicios e
intereses, o para disolver la obligación con indemnización de perjuicios e intereses”.
Naturaleza jurídica.
Conocer su naturaleza jurídica es saber qué es el dinero para el derecho.
Algunos distinguidos juristas alemanes y nacionales consideran que es “una cosa material”, pues se
trata de un objeto jurídico vinculado al signo monetario; de allí su transmisibilidad y defensa que el
derecho otorga a su propiedad.
Una postura opuesta argumenta que el dinero tiene una naturaleza “ideal”, ya que constituye un
poder patrimonial abstracto (Von Tuhr, Larenz, Borda, Araux Castex, Llambías, etc.). Esta tesis coincide
con la definición.
Una corriente intermedia, que siguen los autores españoles, entiende que el dinero puede tener
una acepción amplia, como cosa que se usa “como medida de valor”, y a la vez un sentido más estricto
“como cosa a ser admitida y reconocida en las transacciones”.
Caracteres.
El dinero tiene los siguientes caracteres:
Es genérico: siempre aparece identificado mediante una cantidad y ello indica este carácter. De
todos modos, no se confunde con las obligaciones de género, ya que no es posible efectuar el distingo
de que cuando elige el acreedor no puede hacerlo sobre cosa de la mejor calidad, ni cuando lo hace el
deudor puede optar sobre las de peor (Arts. 601 a 605).
Es fungible: la fungibilidad del dinero no coincide exactamente con lo que dispone el Art. 2324 CC.
En estos casos, es necesario relacionarlo con las especies monetarias de diferente signo, pues se
vinculan con la unidad de valor. Y si el dinero es un común denominador de los bienes, de la vida, hace
que adquiera el carácter de “ultra fungible”.
Es consumible: el mismo codificador en la nota al Art. 616 dice que el dinero pertenece al género
de las cosas consumibles, con una característica: el verdadero uso consiste en el gasto. No se trata del
agotamiento físico, tal como describe el Art. 2325, sino que su extinción se produce por el traslado
mediante un cambio en la tenencia de las especies monetarias.
Es divisible: no es una divisibilidad física, ya que no se trata de romper una moneda o un billete en
dos pedazos para conseguir la mitad de su valor, sino de una divisibilidad ideal o abstracta, apoyada en
un sistema decima referido a unidades máximas o mínimas.
romanos y también en la Edad Media; por eso, los glosadores sostenían que en la moneda era esencial
la substantia y la quantitas, y que prevalecía la primera, ya que la moneda valía por ella.
Moneda papel: constituye un título representativo de la cantidad de oro depositada en el banco
emisor, o por lo menos un porcentaje de ello, que califica a la moneda como “representativa o
fiduciaria”, y cuya característica reside en que se puede exigir al emisor su equivalente en oro, aunque
también circulan como tipos monetarios cumpliendo funciones propias.
La certeza que tienen sus titulares de cambiar estos billetes por metal hace que se los identifique
con la denominación de “curso legal”.
Papel moneda: históricamente, es el último en aparecer y podría afirmarse que corresponde al siglo
XX. Se trata de una moneda sin respaldo, que no es convertible, y que tiene el poder que el Estado
emisor le imprime. Los habitantes y residentes de un determinado país están obligados a su recepción,
lo que la caracteriza como de “curso forzoso”.
Nominalismo.
Es una tesis opuesta al metalismo y afirma que el dinero debe darse y recibirse en la cantidad
establecida con relación a la unidad ideal sin comprobación de las demás cualidades. Se prescinde de
las variaciones de valor de la moneda (bonitas intrínseca), y debe entenderse que una unidad es
siempre igual a sí misma.
Los antecedentes históricos del nominalismo se hallan en Francia, durante el reinado de Enrique IV
(1602), por el cual se estableció que en los contratos era obligatorio usar la moneda con el valor que
había creado el rey y no por el valor de su peso o metal acuñado. Era la Tesis de Dumoulin que,
estudiando los textos romanos, entendió que debía aplicarse el criterio del valor impositus, es decir, el
que impone la ley, con lo cual se consagraba el principio nominalista. Pothier, que vivió y desarrolló su
obra en el siglo XVIII, sostenía que el pago de las deudas de dinero debía ser hecho por su valor
nominal, que es el señalado por la autoridad del Estado y son nulas las cláusulas de los particulares
que deroguen o intenten derogar el principio, porque el nominalismo “constituye el uso constante en la
jurisprudencia”.
Esta concepción es la que adopta el CC francés y también las leyes más modernas, como el CC
Italiano, el Portugués, el Ruso, la ley monetaria alemana, etc.
Un autor alemán, Knapp, es quien mejor desarrolla la tesis nominalista en la formulación de la
teoría cartal o estatal del dinero. Knapp funda su doctrina sobre tres bases:
• El dinero tiene una naturaleza abstracta e ideal; como creación del Estado su valor intrínseco es
irrelevante, pues la esencia de la moneda no es su materia, sino la norma que la legitima.
• El dinero como medio de pago tiene el valor que le da la ley y ese es el único valor relevante; no
interesa la relación entre el dinero y los bienes.
• Las deudas deben ser siempre considerada nominalmente, pues el Estado está facultado para
cambiar los medios de pago y así los particulares pueden extinguir lo debido con la nueva moneda.
El nominalismo, que tuvo y tiene una mayoría de adherentes (como Gény, Savatier, Salas, etc.), se
fundamenta, además, en que el valor de la moneda se apoya en la ley de su creador y está sujeta a su
control. Debe siempre considerarse el valor abstracto que le ha impreso al dinero. Cuando el Estado
construye un ordenamiento monetario, las especies creadas tienen que diferenciarse con relación a la
unidad que considera inalterable. Las obligaciones se cumplen mediante la entrega de la cantidad de
piezas monetarias correspondientes a aquella unidad.
La teoría sustenta en la certeza que adquieren las operaciones y transacciones, especialmente en
los contratos de duración, por su postergación en el tiempo de cumplimiento. Ello da seguridad porque
la moneda tiene igual determinación numérica, tanto en su origen como en el momento del
cumplimiento. La cantidad en que se enuncia la deuda expresa invariablemente el contenido de la
prestación. La ley de convertibilidad 23.928 consagra especialmente la teoría nominalista.
Valorismo.
Es la teoría que, a su vez, se opone al nominalismo. Para esta tesis, el contenido de la prestación
está dado, no por una suma nominal, sino por el valor intrínseco de la moneda. Lo importante resulta
el valor adquisitivo o valor real, es decir, que el deudor debe cumplir la obligación haciendo entrega del
mismo valor intrínseco, sin que interese lo prometido numéricamente.
El problema que subyace tras todas estas posturas es reiterado y conocido: “la inflación”. Es lo que
altera el valor nominal con relación al valor real, distorsionando todo tipo de relación jurídica
patrimonial, especialmente cuando dicha relación se prolonga en el tiempo.
El valorismo fue una solución ante casos práctico donde se producían notorias injusticias; de tal
forma, tanto la doctrina de los autores como la jurisprudencia de los tribunales, acudieron en muchos
casos a esta tesis para mitigar esas situaciones irregulares.
Compagnucci es contrario a la tesis valorista y coincide con la teoría nominalista. No obstante ello,
admite que, a veces y ante supuestos de evidente desproporción, fue necesaria la aplicación de la tesis
valorista.
Valor de la moneda.
De las diferentes teorías, se puede extraer que la moneda puede tener distintos tipos de valores:
Valor nominal: es el que el Estado le atribuye y el que consta en su impresión.
Valor real: es el que indica su poder adquisitivo en relación con los demás bienes.
Valor de cambio: es el valor bursátil o comercial que le corresponde en su relación con otras
monedas.
Diferencia conceptual.
La deuda pura de dinero es aquella en la cual, desde su origen, el objeto de la prestación es el
dinero, y se debe cumplir con esa misma materia. En cambio, en la llamada deuda de valor, la génesis
está constituida por un valor abstracto, que debe ser solventado mediante un importe dinerario. Tienen
en común que ambas se extinguen entregando dinero, pero difieren en su nacimiento.
Al inicio de la diferenciación, nadie dudaba que una obligación nunca, y por el principio del
nominalismo, podía cambiar el importe numerario adeudado; así, por ejemplo, si alguien mediante un
mutuo se comprometía a pagar $100 extinguía dicha obligación abonando $100. En cambio, si era otro
el objeto, por ejemplo, la indemnización de un daño, el importe era reajustado a la par de la
depreciación monetaria, hasta el momento de su cumplimiento.
Así, se dice que en la obligación dineraria, el deudor debe un quantum o cantidad y el dinero,
siendo el objeto inmediato de la obligación también está in solutione, es decir, en el cumplimiento. Por
su parte, en la deuda de valor, lo que se debe es un quid, o sea un valor abstracto, que debe ser
relacionado comparativamente con los bienes, y como el dinero es denominador común de valores,
esos bienes deben cualificarse económicamente (Alterini).
Recepción en la jurisprudencia.
En el tratamiento jurisprudencial de estas obligaciones, se pueden destacar dos períodos:
» Plena vigencia del distingo entre ambas obligaciones: nuestros tribunales tomaron en
consideración esta diferencia y desde 1952 hasta 1991 la utilizaron permanentemente. Al comienzo, se
entendió que el concepto de “deuda de valor” era aplicable, entre otros, a los siguientes supuestos:
indemnización de daños por el incumplimiento contractual; indemnización por los hechos ilícitos
(responsabilidad extracontractual); obligaciones que nacían del enriquecimiento sin causa;
expropiaciones; deudas de medianería; alimentos; recompensas en la sociedad conyugal; obligación de
colacionar; revocación de donaciones; etc.
Los fallos de los tribunales fueron ampliando el campo de aplicación, tanto para los casos bajo
juzgamiento, como para el momento de su reajuste, que pasó de ser el de la fecha de la sentencia
para extenderse hasta el del cumplimiento. Salvo las llamadas obligaciones dinerarias puras, todas las
demás fueron objeto de reajuste.
En cuanto al tiempo durante el cual procedía indexación (técnica para recuperar los datos
contenidos en un fichero o en una zona de memoria por medio de un índice que guarda la posición de
los datos), al principio solo se extendía hasta que el importe era líquido, y de allí en más quedaba
cristalizado el capital sin poderse recomponer; sin embargo, desde el año 1975, se entendió que el
reajuste debía prolongarse hasta el momento mismo del cumplimiento. Las etapas de hiperinflación
hicieron que estas situaciones se agudizaran de tal manera que los abogados reclamaban en juicio las
recomposiciones de capital por uno o dos días de demora en el pago.
» Progresiva asimilación de ambas obligaciones: desde el final de la década de 1970 hasta 1991
(año en que se sanciona la ley de convertibilidad), comienza a notarse una tendencia que considera
que la diferencia entre deudas de dinero y deudas de valor es meramente instrumental y arbitraria
(aunque otros autores mantuvieron el criterio anterior, pues entendían que el distingo era ontológico y
atinente a la esencia de cada categoría).
La jurisprudencia llegó hasta reajustar las obligaciones dinerarias, cuando eran objeto de
prestación de una obligación bilateral (ej.: en el contrato de locación o compraventa), y también las
deudas dinerarias puras a partir de la mora del deudor, hubieran sido o no instrumentadas en títulos de
crédito. Para ello, se utilizaron diversos argumentos, tales como la teoría de la imprevisión, la lesión
subjetiva, el abuso del derecho, la regla moral, etc.
La ley de convertibilidad 23.928, al establecer el principio nominalista, impidió el reajuste o
composición del capital en las obligaciones dinerarias. Se controvierte en doctrina y en algunos falles
establecer si es posible indexar las obligaciones de valor. A partir del momento en que aparece una
cantidad líquida de dinero, la ley impide su recomposición y debe ser pagada tal como nominalmente
se ha fijado.
valor de cambio al día del vencimiento y en el lugar de la obligación. Es la cotización bursátil de una
moneda en relación con las otras.
La ley de convertibilidad modificó el Art. 619, que ahora establece:
Art. 619: “Si la obligación del deudor fuese de entregar una suma de determinada especie o
calidad de moneda, cumple la obligación dando la especie designada, el día de su vencimiento”.
(Artículo sustituido por art. 11 de la Ley N° 23.928 B.O. 28/3/1991.)
Con la modificación se impide al deudor cambiar el tipo de moneda, y se da coherencia a lo
normado en el Art. 617 en la nueva redacción (ley 23.928), ya que el deudor queda impedido a cumplir
exactamente con la moneda prometida y, consecuentemente, los acreedores obligados a recibirla.
Cláusulas de estabilización.
También aquí cabe hacer la distinción entre el régimen anterior y el posterior a la vigencia de la ley
de convertibilidad.
Régimen anterior a la ley 23.928.
Para mitigar la depreciación de la moneda, producto de la inflación, y en los contratos de duración,
es decir, aquellos en los que su efectivización se posterga en el tiempo, las partes podían prever
cláusulas a fin de mantener el valor adquisitivo, o real de una de las prestaciones.
Así se convenía el pago en una moneda “fuerte”, como puede serlo alguno de las monedas
extranjeras con tradición de no depreciarse, o bien monedas de oro, o tomando algún estándar ajeno
que permita mantener la equivalencia con el primigenio valor convenido.
De esa manera se han pactado cláusulas en las cuales el deudor se obligaba a pagar la cantidad de
dinero equivalente al valor de cierta cantidad de kilos de carne en el mercado local; o al valor de un
cereal; o al de determinada moneda extranjera; o al valor del oro en el mercado de Zurich o Londres, o
de ciertos índices que indican la variación del costo de vida, o precios de mercaderías, etc.
Es por ello que en estos casos, si variaban los valores tomados como comparativos también
cambiaba la cantidad de dinero que debía sufragar el deudor; aumentaba si había inflación o disminuía
si se producía deflación.
» Clases: hay diversas clases; las más comunes son las siguientes:
• La cláusula de oro, que implica que la obligación dineraria está referida a una determinada
cantidad de oro o valor oro. Y puede ser hecha con referencia al metal o a una moneda de ese metal.
En este último caso se está en presencia de una deuda de moneda extrajera.
• La cláusula de moneda extranjera, es otra posibilidad que se presenta para convenir la
recomposición del capital adeudado. Era muy corriente en nuestro país que se acordara el pago en
dólares o en alguna otra moneda extranjera. En general se sostenía que estas eran más “moneda de
cuenta” que obligaciones de dar cosas inciertas, ya que con ellas los acreedores trataban de protegerse
de la depreciación.
• Las cláusulas de escala móvil o índice variable eran otras que se podían acordar, que consisten en
que el dinero a entregar en cada período de cumplimiento variará de conformidad con ciertos índices
de valor de precios de mercaderías, o del consumo, o nivel de vida, etc. fueron desarrolladas por la
doctrina francés, que las denominó clause d’échelle mobile, o clause indicielle, o clause de référence, y
su aplicación fue muy difundida en el derecho germano e italiano.
» Criterios sobre su validez: sobre su validez o ineficacia de estas cláusulas se han dado dos
posturas opuestas:
• Para una corriente minoritaria en nuestro país, las mismas no pueden tener vigor, y son nulas en
razón de que el Estado da el valor de la moneda y le impide su curso forzoso; ello impide a los
particulares mutar el valor nominal del dinero nacional; además, esas leyes son de orden público y no
pueden ser derogadas por la voluntad de las partes. A todo ello se suma que provocan desconfianza y
llevan a la destrucción del mismo valor de la moneda, atentando contra la soberanía del mismo Estado.
Es y ha sido la tesis de la jurisprudencia francesa.
• Para una corriente mayoritaria en nuestro país y para la jurisprudencia nacional, se ha
considerado la plena validez de las cláusulas. Así, se diferencia entre la regulación estatal sobre la
moneda en sí misma y el objeto de las prestaciones. Las leyes monetarias no disponen la cantidad que
deben hacer efectiva los deudores, sino su convertibilidad o no, o su curso forzoso. Además, para esta
doctrina, la libertad de configurar el contrato está ínsita en el principio de autonomía previsto en el Art.
11977 que no ataca ni al orden público ni a las buenas costumbres. En definitiva, se trata de mantener
la equivalencia en las prestaciones y, como dice Trigo Represas, el equilibro en el intercambio.
Régimen de la ley 23.928.
A fin de sostener incólume (sano, sin lesión) el principio nominalista, la ley de convertibilidad
prohíbe y declara como nulas a todas estas cláusulas. El Art. 7 de dicha ley establece:
Art. 7 – ley 23.928: “El deudor de una obligación de dar una suma determinada de Australes,
cumple su obligación dando el día de su vencimiento la cantidad nominalmente expresada. En ningún
caso se admitirá la actualización monetaria, indexación por precios, variación de costos o
repotenciación de deudas, cualquiera fuere su causa, haya o no mora del deudor, con posterioridad al
1º del mes de abril de 1991, en que entra en vigencia la convertibilidad del Austral.
Quedan derogadas las disposiciones legales y reglamentarias y serán inaplicables las disposiciones
contractuales o convencionales que contravinieren lo dispuesto”.
Intereses.
Los intereses son el precio o remuneración que se debe pagar por el uso y disfrute de un capital
ajeno. Aunque algunos autores han ampliado el concepto a la compensación dada al acreedor por el
uso a que él tiene derecho.
Busso da una definición omnicomprensiva que resulta clasificadora. Dice que para las obligaciones
nacidas convencionalmente, los intereses “son aumentos que las deudas pecuniarias devengan en
forma paulatina durante un tiempo dado, sea como precio por el uso de un dinero ajeno o como
indemnización por el retardo en el cumplimiento”; por otra parte, para los hechos ilícitos, “aseguran al
acreedor la reparación integral a que tiene derecho, evitándole el perjuicio que pudiera significar la
demora en obtenerla”.
Los intereses tienen las siguientes características:
• Son siempre obligaciones accesorias, pues siguen la suerte y van unidos a la prestación principal.
• Son pecuniarios, ya que la deuda de intereses es siempre dineraria.
• Constituyen un fruto civil de capital.
No es esencial que participen de la misma naturaleza que la obligación principal y se expresen
como una fracción de ella (aunque generalmente sea así) ni tampoco que se cumplan en forma
periódica, lo que algunos autores califican como prestación fluyente.
Clases.
Según su origen.
» Convencionales o voluntarios: como su propio nombre lo sugiere, son los estipulados por
acuerdo de las partes. La evolución histórica de estos intereses ha sido:
• En la antigüedad, el convenio que imponía el pago de intereses fue mirado con disfavor. Tanto
los textos bíblicos como el derecho romano prohibieron este tipo de pacto o limitaron su tasa. Fue más
rígido aún el derecho canónico; así, por ejemplo, el Concilio de Arles (1314) prohíbe a los eclesiásticos
conceder préstamos a interés y en el siglo V, el Papa San León I extiende la prohibición a todos los
cristianos. Se trató así de proteger a quienes, por necesidades extremas e imperiosas, recurrían a
préstamos, generalmente usurarios, y quedaban arruinados.
• A partir del siglo XIX, estas ideas se modifican, y la Revolución Francesa abre las puertas a la
libertad en el acuerdo de los intereses. Con la evolución de las ideas, se llega a la conclusión de que lo
abusivo no es el interés en sí mismo, sino el monto de la tasa cuando éste es excesivo de acuerdo con
los tiempos y circunstancias.
Con respecto a la libertad sobre los intereses, existen dos sistemas: uno señala la conveniencia de
fijarlos legalmente; y otro da la libertad a su convención, en virtud del principio de autonomía y del
mercado, y porque además resulta muy variable su tasa, ya que depende de la evolución de la
economía y a veces parte de los intereses vienen a cubrir la depreciación monetaria.
Remitiéndonos ya a nuestro derecho, el CC consagró el sistema de libertad en las tasas de los
intereses. Así, el Art. 621 dice:
Art. 621: “La obligación puede llevar intereses y son válidos los que se hubiesen convenido entre
deudor y acreedor”.
Por lo tanto, si nada se dijera en el contrato no sería posible reclamar el pago de intereses.
El Art. 2248 dispone:
Art. 2248: “No habiendo convención expresa sobre intereses, el mutuo se supone gratuito, y el
mutuante sólo podrá exigir los intereses moratorios, o las pérdidas e intereses de la mora”.
Es decir, cuando nada se pactó, el acreedor no puede pedir el pago de intereses por el uso de su
capital; ello no puede ser confundido con el derecho del acreedor a reclamar intereses moratorios o
legales, cuando la propia normativa lo autoriza.
En la jurisprudencia, se nota una evolución que va desde aceptar el acuerdo de partes, sea cual
fuere la tasa, hasta nulificar la totalidad de los intereses. El sistema vigente y receptado por todos los
fallos actuales de los tribunales es el que llega a la disminución de las tasas hasta lo que se considera
razonable y no usuario. Aunque es necesario aclara que, sobre ello no hay reglas fijas, y las mismas
han variado de acuerdo con la evolución de las fluctuaciones económicas. Hoy, y siguiéndose en cierta
medida los fallos de la Corte Suprema, se toma en cuenta los que perciben los particulares en los
depósitos bancarios a plazo fijo y por períodos determinados.
» Legales: constituye un tipo de interés compensatorio impuesto por la ley, y se adeudan aunque
no haya convención alguna que los imponga, ya que se dan ante el uso del capital ajeno y por razones
de equidad.
El CC tiene diferentes normas que consagran el principio. El Art. 466 impone al pupilo la obligación
de pagar intereses al tutor por el saldo de la cuenta; el Art. 1054 ordena que cuando se anua un acto
deben restituirse intereses desde que se entregó el dinero; el Art. 2030 dice que cuando el fiador se
subroga en los derechos del acreedor por haber pagado, puede reclamar intereses sobre dichos
importes.
Según su función.
» Compensatorios: son estrictamente los que se pagan por el uso y disfrute de un capital ajeno. Se
diferencian de las cuotas de amortización y de los dividendos, en que las primeras se pagan
periódicamente, pero para cubrir el importe del capital, y los segundos se abonan cuando hay
beneficios, y varían de acuerdo con esas ganancias. Estos intereses compensatorios pueden ser, a su
vez, convencionales o legales.
» Moratorios: estos intereses (previstos en el Art. 622) son una forma de indemnización de los
daños y perjuicios ocasionados por el incumplimiento moroso de una obligación dineraria. Sustituyen a
los daños y perjuicios que se deben resarcir en los otros tipos de obligaciones.
Art. 622: “El deudor moroso debe los intereses que estuviesen convenidos en la obligación, desde
el vencimiento de ella. Si no hay intereses convenidos, debe los intereses legales que las leyes
especiales hubiesen determinado. Si no se hubiere fijado el interés legal, los jueces determinarán el
interés que debe abonar. Si las leyes de procedimiento no previeren sanciones para el caso de
inconducta procesal maliciosa del deudor tendiente a dilatar el cumplimiento de la obligación de sumas
de dinero o que deba resolverse en el pago de dinero, los jueces podrán imponer como sanción la
obligación accesoria de pago de intereses que, unidos a los compensatorios y moratorios, podrán llegar
hasta dos veces y media la tasa de los bancos oficiales en operaciones de descuentos ordinarios”.
Los intereses se deben desde que el deudor entra en mora; no interesa que la deuda sea líquida o
ilíquida, ya que lo que importa es su certeza. Si bien se anota en la doctrina una controversia intrincada
sobre el momento en que comienzan a correr estos intereses y la necesidad o no de que el deudor
haya sido constituido en mora, Compagnucci considera que la cuestión es mucho más sencilla.
Estas obligaciones no tienen un sistema especial de morosidad y se rigen por las reglas generales
del Art. 509. Por lo tanto, y de acuerdo a ello, cuando el deudor ingrese en ese estado de mora
comienzan a correr los intereses moratorios. Ese es el criterio jurisprudencia mayoritario.
Art. 509: “En las obligaciones a plazo, la mora se produce por su solo vencimiento.
Si el plazo no estuviere expresamente convenido, pero resultare tácitamente de la naturaleza y
circunstancias de la obligación, el acreedor deberá interpelar al deudor para constituirlo en mora.
Si no hubiere plazo, el juez a pedido de parte, lo fijará en procedimiento sumario, a menos que el
acreedor opte por acumular las acciones de fijación de plazo y de cumplimiento, en cuyo caso el
deudor quedará constituido en mora en la fecha indicada por la sentencia para el cumplimiento de la
obligación.
Para eximirse de las responsabilidades derivadas de la mora, el deudor debe probar que no le es
imputable”.
En cuanto a la tasa de los intereses moratorios, es necesario diferencias las que son pactadas por
las partes, que algunos autores denominan impropiamente punitorios, cuando son verdaderamente
cláusulas penal, de las impuestas por la ley.
El acuerdo de las partes, previsto y autorizado por el Art. 622, permite que se fije un interés por el
incumplimiento imputable, que se puede sumar al compensatorio, aun cuando adicionadas ambas tasas
nunca pueden llegar a tener el carácter de usurarias. Ej.: si el deudor debía pagar un interés
compensatorio del 10% anual y se previó un interés moratorio convencional del 12%, los jueces
pueden condenar al 22%, o reducir un poco la tasa; claro está que estas soluciones nunca pueden ser
definitivas, y su juzgamiento se atendrá a las circunstancias del caso, momento económico y razones
de la imposición.
Si las partes nada han convenido, el mismo Art. 622 dice que serán los jueces quienes los fijarán,
para ello se toma en consideración que pagan los bancos oficiales o los promedios que publica el Banco
Central; algunos fallos han establecido la llamada tasa activa, es decir, la que perciben los bancos en
los préstamos, pero prevalece en la jurisprudencia el criterio de fijar la tasa pasiva, que es la que se
paga a los ahorristas en los depósitos a plazo.
La reparación, en principio, queda limitada a los intereses moratorios; tesis que fue la prevaleciente
en la doctrina francesa (Pothier, Planiol) y sostenida por la mayoría de los autores nacionales. El
incumplimiento genera siempre la posibilidad de que el acreedor obtenga el dinero por otro lado, y el
único daño son los intereses que debe pagar su propio acreedor.
Como excepción a este principio, procede el reclamo de mayores indemnizaciones en los siguientes
casos:
• Dolo del deudor. • Cuando lo establece la ley.
• Estipulación contractual de otros daños indemnizables.
Anatocismo.
El anatocismo consiste en el pago de interese sobre intereses, es decir, el llamado interés
compuesto (capitalización de intereses a los cuales se le liquidan nuevos intereses).
En el derecho romano, la capitalización de intereses futuros estaba prohibida desde los tiempos de
la República y Justiniano la extendió a los intereses vencidos que quedaran impagos. Las legislaciones
modernas han hecho el distingo y la prohibición se ha mantenido con relación a los intereses futuros,
es decir, a los no devengados en el momento de su capitalización. Es lo que establece el CC francés,
alemán, italiano, etc.
Régimen anterior a la ley 23.928.
Antes de la ley de convertibilidad 23.928, el Art. 623 CC no permitía el pacto de “intereses sobre
intereses”. Y para su justificación se daban diferentes razones:
• Que el deudor quedaba desprotegido y un convenio de ese tipo podía arruinarlo
económicamente.
• Que con ello se explotaba su necesidad y su estado de inferioridad.
• Que, además, la disposición era de orden público y no era posible dejarla sin efecto por el
acuerdo particular; su nulidad era total y absoluta.
Otros autores consideraban que la prohibición carecía de sentido, ya que si se aceptaba el convenio
de intereses, carece de efecto que por un nuevo acurdo estos se capitalicen y devenguen nuevos;
además, se sostenía que si el deudor pagaba puntualmente, el acreedor podría invertir esos intereses y
obtener nuevos réditos; y así el anatocismo sería una forma de dar un nuevo préstamo al primitivo
deudor; finalmente se argumentó que en la vida de los negocios es necesario imponer el cumplimiento
Bolilla 12
Clases.
Las obligaciones de sujeto plural pueden ser clasificadas en.
Conjuntas: en este tipo, todos los sujetos concurren a la misma obligación, es decir, que tanto en
su faz activa (acreedores) como en la pasiva (deudores) hay concurrencia común; de esa manera,
todos mantienen el crédito o la deuda. Los sujetos están “unidos” por la conjunción copulativa “y”, lo
cual implica que ninguno queda excluido, pues no existe alternatividad. Estas obligaciones están
contempladas en el CC.
Disyuntas: no están legisladas en la ley civil, y constituyen, según Llambías y Busso, una falsa
pluralidad, porque no hay coexistencia de pretensiones o deberes, ya que se van excluyendo entre sí.
En las obligaciones disyuntivas, se desconoce al sujeto obligado o al acreedor elegido, pues se trata
de una especie de alternatividad subjetiva; al quedar discriminado el sujeto, los demás desaparecen de
la obligación. En su origen, es una especie de indeterminación de sujeto activo o pasivo, lo cual hace
que para algunos autores no se trate de un supuesto de obligación de sujeto plural. El nexo entre los
intervinientes es la conjunción “o”, que caracteriza el tipo de vínculo.
indivisible no se identifican, si bien ambas obligaciones tienen en común la posibilidad de reclamo por
cualquiera de los acreedores y la correlativa obligación de pagar el total por cada deudor.
campo se divide en dos, la división es real; pero si muere su dueño y deja dos herederos que pasan a
ser condóminos en unidades indivisas, su división es intelectual.
De allí, para Pothier las cosas indivisibles son las que no se pueden separar, ni en partes reales, ni
en partes intelectuales (ej.: servidumbre predial). De esa forma, llega a concebir tres tipos de
indivisión:
» Absoluta: es la que por su propia naturaleza, la cosa no puede ser dividida.
» De la obligación: es la que así se pactó, aún cuando el objeto por sí sea divisible (ej.: la
construcción de una casa, que si bien se va realizando parcialmente, el contrato tiene como fin la
edificación total).
» Del pago: ej.: la deuda del causante que pasa a sus herederos, éstos debe cumplirla
íntegramente.
El Código Francés (le Code).
Redactado en 1804, siguió las enseñanzas de Pothier y se fundamentó en las ideas de la
divisibilidad del objeto, tanto material como intelectual. En cuanto a la indivisibilidad, juzga que puede
estar referida a la cosa misma, a la voluntad de las partes y al pago. De todo ello, se puede inferir la
casi identidad entre el pensamiento de Pothier y el texto del CC francés.
» Crítica.
Se trata de un sistema heterogéneo, donde es muy difícil encontrar un pensamiento uniforme, peca
por su casuismo y su exceso de detalles.
Para algunos autores, como Planiol, Aubry y Rau (en la doctrina francesa) y Llambías, Colmo,
Cazeaux, Lafaille, Borda, Busso, etc. (en la doctrina argentina) con los cuales Compagnucci no
considera plenamente, el criterio de la divisibilidad intelectual carece de precisión y confunde los
conceptos. Por otra parte, la llamada indivisibilidad solutione (la del pago) no es útil por lo imprecisa,
ya que responde a criterios variados. Además, se agrega que el exceso de sutilezas conduce a
contradicciones.
Régimen del CC argentino.
En la trascendente nota al Art. 679, el codificador confianza apartarse del sistema francés y seguir
el régimen de la divisibilidad e indivisibilidad de la prestación, no de la cosa que integra su sustrato
material.
Como enseña Busso, para que la prestación sea divisible, es necesario, no solo que sea divisible la
cosa, sino también la actividad dirigida a su cumplimiento.
En ello, es posible vislumbrar una cierta identidad entre la clasificación de Dumoulin de
indivisibilidad natura y solutione, aunque los autores no lo acepten de tal manera. Es dable observar
que el CC argentino no se atiene a una concepción tan sencilla. Pensar en una simple divisibilidad
material, en virtud de que lo divisible sería aquello que se puede cumplir por partes manteniendo su
homogeneidad con el todo, no es totalmente certero.
Hay dos hipótesis a tratar dentro del régimen del CC argentino: si es admisible el criterio de
divisibilidad material de los objetos; y qué ocurre en nuestra legislación civil con respecto a la
divisibilidad intelectual.
» Hipótesis de divisibilidad material: con respecto a los objetos materiales, se considera su
divisibilidad, no con un criterio material, sino jurídico. Es decir, resultan divisibles aquellos objetos que
pueden cumplirse parcialmente, sin que se desnaturalice su esencia o sustancia y además mantengan
su homogeneidad con relación al todo. Las partes son cualitativamente iguales, cuantitativamente
proporcionales. Compagnucci considera que poco importa su valorización económica, ya que ello es de
una gran relatividad y depende de múltiples circunstancias.
» Hipótesis de divisibilidad intelectual: en general, los autores sostienen que esa concepción no
tiene cabida en el Código, por carecer de interés e importancia. Compagnucci considera que nuestro
ordenamiento no rechaza plenamente el concepto de divisibilidad intelectual, lo que ocurre es que el
método de la ley argentina es mucho más práctico, a la par profundo. Cuando se afirma que debe
seguirse un criterio finalista o teleológico en la interpretación de lo divisible e indivisible, se está
afirmando que hay que tener en cuenta no solo el objeto material (cosa o hecho), sino también cómo
debe ser cumplida la entrega o la realización, lo que se denomina divisibilidad de la material y
divisibilidad de la forma.
Por ejemplo, si dos personas se obligan a viajar a otro país para entregar una cosa cierta, el viaje,
los traslados o la no entrega de la cosa conciernen a su incumplimiento por la no realización del hecho.
Si esos mismos deudores deben entregar $20.000 a otro para que éste pague una deuda y así cancele
una hipoteca, el objeto material es divisible; sin embargo, el pago por uno solo de los deudores impide
pensar en su cumplimiento porque los presupuestos de la obligación consistían en el pago de $20.000.
En ambos ejemplos, es posible ver las dos clases de indivisibilidad descriptas: la material y la formal (o
intelectual).
Obligación de hacer.
El CC, siguiendo las ideas de Freitas, no da una solución precisa para este tipo de obligaciones, ya
que el Art. 670 comienza enunciando las excepciones para dar una idea de divisibilidad y concluye
afirmando la indivisibilidad.
Art. 670: “Las obligaciones de hacer son divisibles cuando tienen por objeto la prestación de
hechos, determinados solamente por un cierto número de días de trabajo, o cuando consisten en un
trabajo dado, según determinadas medidas expresadas en la obligación, como la construcción de un
muro, estipulada por metros; pero cuando la construcción de una obra no es por medida, la obligación
es indivisible”.
La obligación de hacer es indivisible cuando la prestación tiene una finalidad de concreción. Si dos
personas se obligan a construir un muro de determinadas dimensiones, no es posible pensar que cada
deudor se desobliga mostrando que hizo la mitad de la pared. Lo que no está totalmente hecho, no
está hecho.
Diferente es el caso de la contratación por días de trabajo, en la cual el objetivo no es el hacer,
sino el tiempo que se emplea en la obra.
Siguiendo esas bases, la jurisprudencia ha considerado que es indivisible la obligación de hacer
asumida por dos mandatarios para concluir varios negocios de su mandante; al igual que el
compromiso asumido por dos abogados de atender varios asuntos de su cliente.
En la normativa, se cian los siguientes ejemplos de indivisibilidad:
• La citación de evicción.
• La construcción de una servidumbre predial, o sufrir su ejercicio, o el de no ejercer la
servidumbre.
• Restituir un objeto prendario o cancelar una hipoteca.
• La llamada obligación de entregar o tradición.
Obligación de no hacer.
Sobre si es divisible o indivisible la obligación de no hacer, hay dos corrientes que se oponen:
» Indivisibilidad: sostiene su total indivisibilidad (Freitas), ya que por mínimo que sea el
incumplimiento, la abstención es total.
» Divisibilidad: admite su divisibilidad, cuando el hecho puede ser omitido parcialmente; por lo
cual, hay que tener en cuenta la abstención para definir su divisibilidad o indivisibilidad (Pothier,
Savigny, Aubry y Rau, Planiol, Busso, Salvat, Llambías, Colmo).
En el Art. 671 sigue acertadamente la última opinión expuesta, por lo que para nuestro CC, la
obligación de no hacer es divisible cuando el hecho puede ser omitido parcialmente.
Art. 671: “En las obligaciones de no hacer, la divisibilidad o indivisibilidad de la obligación se
decide por el carácter natural de la prestación, en cada caso particular”.
La nota a dicho artículo ilustra un ejemplo.
Obligaciones facultativa y alternativa.
» Obligación facultativa: tiene un régimen que se determina por la prestación principal (Art. 644),
y en atención a ello será divisible o indivisible conforme lo sea dicha prestación.
» Obligación alternativa: tiene varias prestaciones en disyunción, no es posible establecer su
naturaleza y tal como lo dispone el Art. 652, hay que esperar la elección que haga el acreedor o el
deudor para conocer el tipo de prestación que deberá cumplirse.
Ambas normativas resultan inútiles, ya que aunque nada se hubiera dicho, la solución deviene de
las reglas generales previstas para los tipos de obligación.
Cláusula penal.
En las obligaciones de sujeto plural que llevan cláusula penal, es necesario considerar lo dispuesto
en los Arts. 661 y 662 (Título XI: “De las obligaciones con cláusula penal) y lo normado en el Art. 698.
Art. 661: “Sea divisible o indivisible la obligación principal, cada uno de los codeudores o de los
herederos del deudor, no incurrirá en la pena sino en proporción de su parte, siempre que sea divisible
la obligación de la cláusula penal”.
Art. 662: “Si la obligación de la cláusula penal fuere indivisible, o si fuere solidaria aunque
divisible, cada uno de los codeudores, o de los coherederos del deudor, queda obligado a satisfacer la
pena entera”.
Art. 698: “Cuando en la obligación simplemente mancomunada, hubiere una cláusula penal, no
incurrirá en la pena sino el deudor que contraviniese a la obligación, y solamente por la parte que le
correspondía en la obligación”.
Importa tener siempre en cuenta la naturaleza de la obligación que opera como cláusula penal y no
la prestación principal.
Si la prestación principal es divisible y la cláusula penal también, el deudor que resulte incumplidor
debe su parte (Art. 661 y 698)
Estudiantes de Abogacia EA!
Derecho Civil II
Efectos de la divisibilidad.
Son los Arts. 674, 675 y 691 los que regulan los efectos de las obligaciones divisibles entre el grupo
de acreedores y el de deudores. Aquí rige el principio de fraccionamiento, es decir, que cada acreedor
solo puede reclamar su parte y el deudor solo debe su porción.
Art. 674: “Si la obligación se contrae entre muchos acreedores y un solo deudor, o entre muchos
deudores y un solo acreedor, la deuda se divide entre ellos por partes iguales, si de otra manera no se
hubiese convenido”.
Art. 675: “Si en las obligaciones divisibles hubiere muchos acreedores o muchos deudores
originarios o por sucesión, cada uno de los acreedores sólo tendrá derecho para exigir su parte en el
crédito ; y el deudor que hubiese pagado toda la deuda a uno sólo de los acreedores, no quedará
exonerado de pagar la parte de cada acreedor y recíprocamente, cada uno de los deudores sólo podrá
estar obligado a pagar la parte que le corresponda en el crédito, y podrá repetir todo lo demás que
hubiere pagado”.
Art. 691: “En las obligaciones simplemente mancomunadas, el crédito o la deuda se divide en
tantas partes iguales como los acreedores o deudores haya, si el título constitutivo de la obligación no
ha establecido partes desiguales entre los interesados. Las partes de los diversos acreedores o
deudores se consideran como que constituyen otros tantos créditos o deudas distintos los unos de los
otros”.
Se estudian conjuntamente los efectos que corresponden a las obligaciones civiles y a las
mancomunadas; si bien tienen una naturaleza distinta, para nuestra normativa, las consecuencias que
producen son asimilables.
Un ejemplo de cómo se fracciona la obligación sería: si dos deudores le deben a su acreedor
$1000, cada uno cumple pagando $500, y si dos personas son acreedoras de $1000, el deudor está
obligado a pagar $500 a cada uno, y estos tienen limitado a su derecho a exigir dicho importe.
La proporcionalidad, o sea, lo que cada deudor debe a su acreedor/es, puede quedar establecida
en el acuerdo de partes (Art. 674); o bien por partes iguales que surgen de una simple operación
matemática consistente en multiplicar el número de acreedores por el número de deudores y dividir el
total de la deuda por esa cifra (Art. 675 y 693).
Por ejemplo, siguiendo el razonamiento anterior, si cuatro deudores deben $40.000 a dos
acreedores, cada deudor deberá pagar a cada acreedor la suma de $5.000.
Si la pluralidad de obligados o de acreedores surge por el fallecimiento del acreedor o deudor
principal, la distribución del crédito o parte de la deuda será en proporción a la parte que a cada uno
corresponde en la herencia. El CC permite al acreedor oponerse a la partición antes de ser pagado su
crédito y el acreedor mantiene su acción aún contra los herederos dispensados del pago por acuerdo
entre ellos.
En virtud de lo dicho, cada acreedor puede exigir solo su parte y cada deudor está obligado solo a
su porción. Los créditos y deudas no se confunden, por lo que si un deudor recibiera una demanda
judicial por mayor importe podría oponer una defensa de falta de acción, con respecto a la diferencia.
Es posible, también, que el acreedor o lo acreedores acumulen la pretensión contra todos los
deudores, lo cual no modifica en sustancia el principio.
Pago y pago en exceso.
De acuerdo con los principios expuestos y, al grado que tiene cada uno de os acreedores para
exigir la parte de la prestación (y el correlativo deber de cada deudor a cumplir una porción de la
misma), los deudores que pagan su parte quedan desobligados.
Si un deudor paga la totalidad de la prestación a un acreedor no queda liberado con relación a los
demás acreedores.
El mismo Art. 675 indica que en ese caso “podrá repetir todo lo demás que hubiere pagado”. Si
pagó más de lo que le correspondía y pretende la repetición hay que aplicar las normas del CC sobre el
pago de lo indebido y además distinguir si el pago excesivo se hizo con conciencia de ello o por
ignorancia. En este último supuesto procederá la repetición, fundada en el pago por error, debiéndose
acreditar la prueba del vicio invalidante.
En cambio, si no hubo error no es posible la repetición; el solvens tendrá acción contra sus
codeudores en razón de asimilarse el exceso a una especie de pago por tercero. Si bien la ley impide
que el solvens se subrogue en los derechos del acreedor que recibió el pago, contradiciendo lo que
dispone genéricamente el Art. 768, en cuanto a los casos de subrogación legal. Aunque se han
diferentes ideas para explicar la aparente contradicción normativa, en razón de fuentes diversas, lo
cierto es que es razonable sostener que mientras el Art. 768 consagra una regla general, el Art. 693 se
ocupa de un supuesto particular para el cual el legislador no quiso facilitar la mutación de lugar en la
obligación y la transferencia del crédito por esa vía. Se admite que pueda ejercer las acciones de
mandato, gestión de negocios o la de in rem verso.
Art. 693: “Siendo el objeto de la obligación simplemente mancomunada, una cosa divisible, cada
uno de los deudores está obligado solamente a su parte en la deuda, y cada uno de los acreedores
puede sólo demandar su parte en el crédito. El deudor que pagase íntegra la deuda no será subrogado
en los derechos del acreedor contra los otros deudores”.
Art. 768: “La subrogación tiene lugar sin dependencia de la cesión expresa del acreedor a favor:
1° Del que siendo acreedor paga a otro acreedor que le es preferente;
2° Del que paga una deuda al que estaba obligado con otros o por otros;
3° Del tercero no interesado que hace el pago, consintiéndolo tácita o expresamente el deudor, o
ignorándolo;
4° Del que adquirió un inmueble, y paga al acreedor que tuviese hipoteca sobre el mismo
inmueble;
5° Del heredero que admitió la herencia con beneficio de inventario, y paga con sus propios fondos
la deuda de la misma”.
Pago total de un deudor a un acreedor.
Como una excepción a la regla general (Art. 768), el Art. 676 prevé la posibilidad de que un deudor
quede obligado al pago total en virtud del título constitutivo de la obligación o bien de una convención
celebrada entre los miembros deudores.
Art. 676: “Exceptúase de la última parte del artículo anterior, el caso en que uno de los deudores
o uno de los coherederos tuviese a su cargo el pago de toda la deuda, ya en virtud del título de la
obligación, o por haberse así determinado en la división de la herencia, en cuyo caso el deudor podrá
ser demandado por el todo de la obligación, salvo sus derechos respecto a los otros codeudores o
coherederos”.
Cuando la obligación de pagar todo surge del título o bien del acuerdo parcial, el acreedor tiene
derecho a exigirle al deudor obligado la totalidad del crédito. En el primer supuesto, en razón de ser
una cláusula contractual, el Art. 1197 y en el segundo porque al reclamar, está adhiriendo al acuerdo
realizado en su favor.
Pero el deudor dispone de la acción regreso para reclamar a los otros deudores la parte que les
corresponde a estos; en lo que perciba al acreedor en exceso, se aplicarán los principios generales.
El deudor que pague todo tendrá (o no) derecho a reclamar a los demás deudores. Si bien ello no
es lo que dispone el Art. 676 al final, el convenio o la relación jurídica preexistente entre el grupo
deudor pueden modificar dicha solución.
Obligación divisible y “exceptio non adimpleti contractus”.
La cuestión debe ser planteada en el terreno de las obligaciones o contratos bilaterales, donde
varios obligados conjuntos a una prestación divisible son, a su vez, acreedores de una prestación
indivisible.
Por ej., Juan y Pedro convienen con Emilio en la compra de una casa en la suma de $100.000.
Cada comprador es deudor de la mitad de esa suma y el vendedor de la totalidad de la casa. Si alguno
de los deudores del precio reclama como acreedor la casa, el vendedor podría válidamente oponer la
exceptio non adimpleti (excepción de incumplimiento – Art. 1201) por tratarse de un intercambio de
valores único: precio y cosa, aún cuando fueren varios obligados a una prestación divisible.
Art. 1201: “En los contratos bilaterales una de las partes no podrá demandar su cumplimiento, si
no probase haberlo ella cumplido u ofreciese cumplirlo, o que su obligación es a plazo”.
Efectos de la indivisibilidad.
Cuando a la pluralidad de sujetos se suma que la prestación no puede ser cumplida sino por
entero, por su carácter indivisible, se producen efectos muy particulares.
Aunque no hay que omitir que el factor dominante del tipo en estudio es siempre la peculiaridad
del objeto a prestar, ya que se corre el riesgo de confundirla, por su evidente similitud, con los efectos
de la solidaridad, que responden a otros principios y condiciones.
Es importante señalar que en nuestro derecho, a diferencia del romano y de los CC alemán e
italiano, se rige la presunción de mancomunidad y los efectos de la divisibilidad tienen una regulación
bien diferenciada de los de las solidarias.
En virtud de todo ello, el Art. 686 dispone que cualquiera de los acreedores, ya sea por sucesión o
contrato, pueden exigir a cualquiera de los deudores el cumplimiento total de la prestación. Y ello no
tiene el sentido de reforzar la posibilidad de conseguir la prestación o de facilitar el interés de los
acreedores, que es propio de la solidaridad, sino de asegurar la unidad de la prestación, en razón de la
falta de idoneidad del objeto para ser cumplido por partes.
La obligación indivisible mantiene, con variantes, su naturaleza básica de mancomunada, y muchas
de las soluciones dadas por el CC argentino contribuyen a reforzar esa característica. Cada acreedor
puede promover demanda contra todos los deudores conjuntamente o contra uno de ellos. No es
ningún impedimento tampoco que el reclamo sea conjunto de los acreedores contra todos los
deudores. Las defensas particulares que pudiera tener cada deudor no impiden el progreso de la
pretensión contra el resto de los demandados.
Pago: principio de prevención.
El o los acreedores pueden demandar de cualquier deudor la totalidad. Algunos autores sostienen
que si el acreedor reclama el cumplimiento en especie solo puede hacerlo contra el deudor que está en
posesión del bien y puede cumplir. En cambio, para otros juristas, como Llambías, si pide el
resarcimiento del daño solo lo puede hacer contra los autores culpables del incumplimiento o contra la
totalidad de los deudores, aún los que no incumplieron.
Compagnucci coincide con este último pensamiento, ya que la ley no hace distingos y será el
deudor el que deberá preocuparse en traer a juicio a los demás como terceros. La imposibilidad de la
entrega in natura devendrá en el pago de los daños y perjuicios, que desemboca en el fraccionamiento
de la prestación.
La obligación de los deudores de pagar el total tiene como contrapartida el derecho de elegir al
acreedor a favor de quien se hará efectivo. El cumplimiento, de esa manera, produce la extinción total
de la obligación, la consiguiente liberación de los deudores y la satisfacción de los acreedores.
Sin embargo, esta regla tiene una excepción: el llamado principio de prevención o derecho de
prevención. El Art. 731 inc. 2° establece que en las obligaciones indivisibles y solidarias, el pago debe
hacerse a cualquiera de los acreedores si el deudor no estuviese demandado por alguno de ellos. Es
decir, que cuando un acreedor promueve demanda judicial y se le notifica al deudor, éste carece del
derecho de opción para pagar a cualquier otro acreedor, debe hacer efectiva la prestación a quien
demandó judicialmente.
Incumplimiento: mora, culpa y dolo.
Cuando uno solo de los deudores ingresa en estado de morosidad no contagia esa situación al
resto, por lo cual, por ejemplo, los intereses moratorios serán solo a su cargo.
La culpa o dolo del deudor que impide el cumplimiento por pérdida de la cosa, solo hace
responsable al culpable. Es que cada uno responde por sus actos y no es garante de los demás. Es
posible la aplicación analógica de lo dispuesto en el Art. 697, que si bien rige para las obligaciones
mancomunadas, su solución puede trasladarse a estos supuestos.
Cuando la obligación no se cumple en virtud de la conducta culpable o dolosa de alguno de los
deudores, la obligación se transforma en el pago de los daños y perjuicios, por lo que el responsable
debe el valor del objeto de la prestación con más el valor de las consecuencias inmediatas o mediatas,
según corresponda. El problema que se plantea es si los deudores no culpables deben su parte en la
porción de prestación, o bien quedan liberados de la obligación.
Por ejemplo, si Juan, Pedro y Andrés prometen a José la entrega de un caballo de carrera y Pedro
impide por su culpa el incumplimiento, la obligación se transforma en daños y perjuicios. Si el valor del
animal es de $21.000 y los demás daños suman $4.000, ¿cuánto debería Pedro: el total, es decir,
$25.000 o solo su parte, es decir, $7.000 más $4.000 por los daños?
Si bien se han dado soluciones en ambos sentidos, pareciera que la última opción es la que debe
aceptarse, porque la pérdida culpable de la cosa no puede ser una casual de liberación de los demás
deudores, que quedan obligados a sus partes en el objeto subrogado de la obligación, pero el culpable
adicionará los mayores perjuicios causados por su incumplimiento culposo o doloso.
En el caso que todos los deudores fueren culpables, o unos obraren con culpa y otros con dolo,
cada uno responderá en la medida de su actuación: los culposos conforme con los dispuesto en el Art.
520 y los dolosos según el Art. 521.
Art. 697: “La mora o la culpa de uno de los deudores no tiene efecto respecto de los otros”.
Insolvencia.
El problema reside en elucidar sobre quién recae la insolvencia de uno de los deudores.
Algunos autores consideran que, bajo un aspecto esencialmente práctico, la insolvencia debe ser
soportada por los demás deudores, pues el acreedor está legitimado para reclamar el todo a cualquiera
de ellos (Lafaille, Busso, De Gásperi y Galli). Otros entienden que juegan las reglas analógicas de las
obligaciones mancomunadas con objeto divisible (Art. 677 y 694) y entonces la insolvencia está a cargo
del acreedor, aclarándose debidamente la cuestión cuando, por incumplimiento responsable de la
prestación, los deudores deben pagar los daños proporcionalmente.
Si el acreedor puede reclamar el total de la prestación a uno de los deudores y hace efectiva la
obligación, es posible pensar que la insolvencia de otro deudor decaiga sobre el acreedor. En cambio, si
por mutarse el objeto de la prestación, la obligación se transforma en el pago de daños y perjuicios, es
de todo rigor que sean aplicables las reglas respectivas de las obligaciones mancomunadas con objeto
divisible.
Cosa juzgada.
Sobre el valor de la cosa juzgada entre los coacreedores y codeudores es posible dar tres
opiniones:
» Según la antigua doctrina francesa: indica que la sentencia dictada en un juicio entre un
acreedor y el deudor, tiene autoridad de cosa juzgada para todos en razón de la identidad de objeto e
identidad de partes, ya que cada deudor o cada acreedor representa a los demás.
» Según la moderna doctrina francesa: entiende que la cosa juzgada solo puede ser invocada por
aquellos a quienes aprovecha pero no contra quienes no fueron parte en el juicio (Aubry y Rau).
Adhieren a esta postura, entre nuestros autores, Borda, Busso, Trigo Represas, Cazeaux, etc.
» Según la tesis más difundida: niega los efectos de la cosa juzgada entre quienes no tuvieron
intervención en la litis.
Compagnucci, siguiendo las ideas expuestas por Cazeaux y ante el agregado hecho por la ley
17.711 al Art. 715 (obligaciones solidarias), considera perfectamente posible hacer una interpretación
analógica y permitir que los efectos de la cosa juzgada puedan ser invocados por aquellos que no
fueron parte en el pleito contra los que tuvieron intervención. Por ejemplo, si el acreedor Juan
demandó a uno de los deudores Pedro y la demanda es rechazada; cuando Juan reclame judicialmente
al otro deudor, Diego, éste podrá oponer la cosa juzgada recaída en el primer juicio.
Es la solución de mayor practicidad y la que concilia los intereses particulares y generales. No
afecta la garantía de la defensa en juicio y evita una multiplicación de pleitos innecesarios. No es
posible olvidar que se trata de una obligación indivisible, y si el acreedor fue rechazado en su
pretensión no se puede admitir que renueve la misma pretensión. Por el contrario, si triunfó en el
proceso no podría invocar ese pronunciamiento contra los que no intervinieron. De ahí la indicación
hecha con anterioridad sobre la conveniencia práctica de integrar la litis con todas las pares de la
obligación.
Prescripción.
Si prescribe la deuda indivisible, ello beneficia a todos los deudores y perjudica a todos los
acreedores.
Si el curso de la prescripción es interrumpido por uno de los acreedores con relación a un deudor, o
bien por algún medio, se beneficia todo el grupo activo y sus efectos se extienden a todos los
deudores. También la suspensión produce idénticos efectos.
Las soluciones simples que adopta el CC son de fácil comprensión pero de dudosa justificación. No
es posible pensar que la demanda promovida por un acreedor solo contra un deudor produzca la
interrupción de la prescripción con relación a los demás, ya que no existe representación entre los
deudores, ni ningún tipo de figura que se le asimile. Otra objeción puede hacerse cuando la
interrupción se produce mediante el reconocimiento, que puede permitir maniobras en fraude de
algunos de los deudores. La jurisprudencia ha tratado de mitigar el posible efecto perjudicial exigiendo
la fecha cierta al acto de reconocimiento.
Remisión.
Cada acreedor es titular de una parte (comodum), pero puede reclamar el todo (vinculum), lo que
explica que al solicitar la totalidad solo le pertenezca una porción. De allí que el coacreedor no pueda
dispone del crédito de los demás y la ley exija la conformidad de todos los acreedores (Art. 687). Lo
mismo pasa en el derecho francés y en el italiano.
Cuando hay varios acreedores y un solo deudor, y uno de los primeros remite la deuda, el deudor
sigue obligado con relación a los demás. Si es demandado por estos últimos, debe pagar todo, pero
mantiene una acción contra el acreedor remitente por el valor de la parte que a éste le correspondiere.
Si existe un solo acreedor y varios deudores y se remite la obligación a un solo deudor, se dan dos
soluciones diferentes: algunos autores, aplicando analógicamente lo dispuesto en el Art. 881, entienden
que la obligación se extingue con respecto a todos; otros sostienen que la remisión es solo parcial y
relativa al beneficiario, por lo tanto, el acreedor mantiene el derecho íntegro contra los demás.
Compagnucci considera que la última es la solución más acorde, ya que para este caso no es
aplicable la relativa a las obligaciones solidarias.
Art. 881: “La remisión hecha al deudor, produce los mismos efectos jurídicos que el pago respecto
a sus herederos, y a los codeudores solidarios”.
Novación.
Al igual que en el supuesto anterior, es necesario diferenciar la novación realizada entre el acreedor
único con uno de los deudores, de la hecha entre uno de los acreedores con el deudor.
La primera situación está prevista en el Art. 810, y la novación que se hace entre el acreedor y uno
de los deudores extingue la obligación en forma plena, liberando a la totalidad de los obligados.
En cambio, la realizada entre uno de los acreedores y el deudor no está prevista en la ley, pero no
altera el derecho de los acreedores no intervinientes, quienes mantienen intacto el ejercicio de sus
pretensiones.
Art. 810: “La novación entre el acreedor y uno de los deudores por obligaciones solidarias o
indivisibles, extingue la obligación de los otros codeudores”.
Transacción.
La transacción que se acuerda entre el acreedor y uno de los deudores, o entre uno de los
acreedores y el deudor, según el Art. 851 no extiende sus efectos a los demás.
Art. 851: “La transacción hecha por uno de los interesados, ni perjudica ni aprovecha a tercero ni
a los demás interesados, aun cuando las obligaciones sean indivisibles”.
Compensación.
Si uno de los deudores compensara con uno de los acreedores, en razón de su carácter de
acreedor recíproco debe asimilarse este hecho al pago y, por lo tanto, se extingue totalmente la
obligación.
Algunos autores sostienen que el efecto de la compensación es relativo y solo se brinda entre las
partes que tienen intervención. No se trata de un medio extintivo basado en la voluntad de alguno de
los sujetos de la obligación, como la novación o la transacción, sino de unas circunstancias de hecho
que impiden mantener el vínculo obligacional; todo queda reducido a las relaciones internas.
Bolilla 13
Antecedentes históricos.
En el derecho romano, se diferenció entre:
Obligaciones correales: en éstas, toda la prestación le correspondía a cualquiera de los acreedores
e indistintamente debían cumplirla los deudores. En ello, se puede observar una evidente similitud con
las soluciones actuales. La obligación correal era entendida con tantos vínculos como sujetos la
integraban, y además, era acordada de esa manera para no alterar la unidad del objeto.
Obligaciones in solidum: fueron producto de creación pretoriana, ajena a la voluntad de las partes.
Allí, se les imponía a los autores de un delito, o de un incumplimiento contractual, el deber común y
total de la reparación de los perjuicios. Así, por ejemplo, si varios deudores se obligaban a devolver una
cosa dada en comodato o en depósito, o administrar una tutela o ejercitar un mandato, ante el
incumplimiento quedaban obligados con cada uno de los damnificados, en forma plena.
Una característica que las distinguía era que aquel que pagaba, carecía de acción recursoria contra
los demás deudores.
Clases.
La solidaridad puede ser pasiva o activa.
Solidaridad pasiva: en ésta, varios deudores están obligados a pagar la totalidad de la prestación al
acreedor.
Solidaridad activa: en este caso, cualquiera de los acreedores puede exigir al deudor la totalidad.
Desde ya que, satisfecho uno de los acreedores se extingue la obligación de todos los deudores.
A veces, raramente, se combinan ambos tipos de solidaridad.
Fuentes.
Para establecer las fuentes, es necesario distinguir entre:
Solidaridad pasiva: los Arts. 699 y 700 indican cuáles son las fuentes de la solidaridad pasiva.
Art. 700: “Las solidaridad puede también ser constituida por testamento, por decisión judicial, que
tenga fuerza de cosa juzgada, o puede resultar de la ley respecto de los deudores”.
A pesar de no ser muy precisas las disposiciones normativas, es posible señalar como fuentes a:
» La voluntad: se pueden dar como ejemplos, la voluntad expresada unilateralmente en un
testamento, donde el testador impone a los herederos la obligación solidaria en el pago de los legados;
o en los actos bilaterales, como los contratos, donde se conviene, de ordinario y ante la existencia de
dos o más deudores, que cada uno quede obligado en forma solidaria.
» La ley: muchas veces, la misma legislación es la que impone la solidaridad ante determinadas
situaciones y pluralidad de deudores; ello es a los efectos de proteger a los acreedores, dándoles
mayores posibilidades de cobro de sus créditos, o bien estableciendo una sanción más grave ante
determinados hechos, como los delitos y cuasidelitos. En el derecho civil, se cuentan los casos de:
• Los coautores de un cuasidelito.
• Los autores, consejeros o cómplices de un delito, aun cuando no lo sea del derecho criminal.
• Los que intervienen en un acto de desvío de la voluntad por violencia, y aquellos que la conocían.
• El fiador que renuncia al beneficio de excusión y se obliga como “fiados principal pagador”.
• Los albaceas designados por el testador para actuar de común acuerdo.
• La obligación que asumen varios comodatarios que recibieron las mismas cosas por los daños o
falta de restitución, entre otros.
Hay muchos casos más en el derecho comercial y en las legislaciones especiales, como la ley de
contrato de trabajo (20.744), el Código Aeronáutico (ley 17.285), etc.
» La sentencia judicial: aunque el Art. 700 también la cita como fuente, la mayoría de la doctrina
sostiene que en tanto las sentencias deben concordarse con las leyes, no pueden crear solidaridad, solo
declararla cuando en la legislación así está regulada. Sin embargo, a veces se presentan ciertas
situaciones no previstas en la ley, y entonces el juez, a fin de permitir con mayores facilidades el cobro
de los créditos, impone la solidaridad pasiva. Ello de ninguna manera significa violentar el principio
general de “presunción de mancomunación” simple, sino otorgar un mayor dinamismo a los negocios
jurídicos.
Solidaridad activa: la única fuente de solidaridad activa es la voluntad (Art. 700 in fine). La ley
nunca dispone que varios acreedores tienen derecho a la percepción de todo el crédito; en la
solidaridad activa solo impera el reino de la voluntad.
f) Transacción: con relación a las obligaciones solidarias solo está prevista en el Art. 853. Esta
norma tiene una redacción compleja y no es muy claro lo que dispone en su última parte.
El Art. 853 dispone:
Art. 853: “La transacción hecha con uno de los deudores solidarios aprovecha a los otros, pero no
puede serles opuesta: y recíprocamente, la transacción concluida con uno de los acreedores solidarios
puede ser invocada por los otros, mas no serles opuesta sino por su parte en el crédito”.
En cuanto a la solidaridad activa, el acto transaccional hecho entre un acreedor y el deudor único,
importa siempre el reconocimiento de una parte de un derecho esgrimido y una consiguiente renuncia
de ese mismo derecho, a favor del deudor. De ahí que la ley solo establece efectos relativos, es decir,
con respecto al acreedor que intervino, e impide su extensión a los acreedores que no transaron.
Es la solución del derecho francés; cuando uno de los acreedores demanda al deudor, éste no
puede oponerle la excepción de transacción “sino por su parte en el crédito”, es decir, por la porción
que le correspondía al acreedor que transigió, pero la ley no impide que los acreedores que no tuvieron
intervención en la transacción puedan invocar ese acto contra el deudor que fue parte.
Un ejemplo que aclarará este tema es el siguiente: supongamos una obligación solidaria, cuyo
objeto de prestación es una suma de dinero total de $1000. Uno de los acreedores arriba a una
transacción con el deudor, por la cual éste pagará $800. Otro acreedor tiene derecho a demandar al
deudor, el que a su vez puede oponer al demandante la defensa de transacción por la suma que le
correspondía en la relación interna al acreedor que transó; si era e 50% solo estará obligado a pagar
$500. Sostiene Llambías que mediante esta solución se rotura la estructura solidaria de la obligación.
» Efectos secundarios: estos efectos no atañen a la esencia de obligación solidaria, ya que pueden
ser modificados sin alterarla. Los efectos secundarios se justifican por la unidad de fuentes y el espíritu
asociativo que une a los sujetos de ambos grupos. Algunos autores han sostenido que también es
motivo de justificación de los efectos secundarios la representación o especie de mandato que ejerce
cada uno de los sujetos con respecto al resto del grupo.
• Pérdida de la cosa sin culpa: se trata de un supuesto de imposibilidad de cumplimiento sin
responsabilidad del deudor o deudores de la obligación (Art. 709).
Art. 709: “Si la cosa objeto de la obligación ha perecido sin culpa del deudor, la obligación se
extingue para todos los acreedores solidarios”.
• Prescripción. Interrupción: siguiendo la regla romana y la mayoría de las legislaciones
extranjeras, el Art. 713 establece que cualquier acto que interrumpa la prescripción a favor de los
acreedores aprovecha a los demás, ya sea mediante la interposición de una demanda judicial, ya que el
compromiso hecho en escritura pública a fin de someter la cuestión al juicio de árbitros o bien por el
reconocimiento que realice uno de los acreedores.
Art. 713: “Cualquier acto que interrumpa la prescripción en favor de uno de los acreedores o en
contra de uno de los deudores, aprovecha o perjudica a los demás”.
En cambio, la suspensión de la prescripción no traslada los efectos hacia los demás acreedores y
solo paraliza el curso de la prescripción entre los sujetos intervinientes. Ej.: si un acreedor contrae
matrimonio con una deudora, o ese mismo acreedor constituye en mora al deudor, esos actos no
benefician a los demás acreedores, contra quienes sigue corriendo el curso de la prescripción.
• Reclamo de intereses: no existe una disposición similar al Art. 714, que contemple los efectos de
la morosidad, y la consiguiente obligación de pagar intereses, en favor de todos los acreedores. Sin
embargo, si uno de ellos efectúa el reclamo, por efecto de la representación o en el ejercicio de esos
derechos comunes, los demás acreedores también podrán reclamar intereses.
Art. 714: “La demanda de intereses entablada contra uno de los deudores solidarios, hace correr
los intereses respecto de todos”.
• Cosa juzgada: los efectos de la cosa juzgada por sentencia recaída entre uno de los acreedores y
el deudor fue siempre un tema debatido entre nuestros autores como en la doctrina extranjera.
Hasta antes de la reforma de la ley 17.711, nada establecía el CC, y de ahí que se escucharan
diversas opiniones; desde quienes negaban sus efectos sobre aquellos que no tuvieron intervención
hasta los que sostenían que sus efectos se extendían a todos los acreedores, salvo que el
pronunciamiento se hubiera apoyado en circunstancias personales del reclamante, o en defensas
personales del deudor (Busso, Lafaille, Colmo, Salvat, De Gásperi, etc.). En base a estos antecedentes,
y a la opinión de Bibiloni, la ley 17.711 agregó un párrafo al Art. 715:
Art. 715: “Cada uno de los deudores puede oponer a la acción del acreedor, todas las excepciones
que sean comunes a todos los codeudores. Puede oponer también las que le sean personales, pero no
las que lo sean a los demás deudores.
La cosa juzgada recaída en juicio, es invocable por los coacreedores, pero no es oponible a los
codeudores que no fueron parte en el juicio. Los codeudores pueden invocar la cosa juzgada contra el
coacreedor que fue parte en el juicio”. (Párrafo incorporado por art. 1° de la Ley N° 17.711 B.O.
26/4/1968. Vigencia: a partir del 1° de julio de 1968.)
a) Una entiende que los demás deudores responden, tanto del valor equivalente de la cosa, como
de los demás daños que corresponda indemnizar (Salvat, Busso, Lafaille, Llambías, Cazeaux, etc.). Esta
es la tesis mayoritaria de la doctrina.
b) Otra, seguida fundamentalmente por la doctrina francesa, diferencia entre el equivalente del
valor de lo debido, tal como lo enuncia el Art. 710, que les corresponde afrontar a todos los deudores y
los demás daños que solo les corresponde indemnizar a quienes obraron con culpa (o dolo) o fueron
morosos (Planiol, Ripert, Josserand, Demolombe, etc.).
Esta última idea, según Compagnucci, es la que mejor interpreta la normativa del CC. Además, no
hay razones para castigar con mayores sumas indemnizatorias a quienes actuaron sin culpa, ni fueron
morosos, ya que son responsables del cumplimiento equivalente de la cosa (con lo cual se justifica el
efecto secundario), pero no de otros daños que corresponde sean asumidos por aquellos que obraron
mal. Traer la disposición del Art. 711, que se refiere a la posibilidad de accionar en cabeza de los
acreedores (y que es un típico efecto de la solidaridad actividad), como argumento legislativo para
extender la responsabilidad.
• Interrupción de la prescripción: la interrupción del curso la prescripción hecha por el acreedor con
uno de los deudores produce sus efectos con respecto a los demás sujetos obligados (Art. 713). Ej.: si
el acreedor demanda al deudor A interrumpe la prescripción contra los deudores B, C y D. Se ha
insistido en que la interrupción por reconocimiento hecha mediante instrumento privado, debe tener
“fecha cierta” para ser opuesta a quienes no intervinieron en el acto.
La suspensión de la prescripción solo tiene efectos entre quienes se vincularon y la solución es
coincidente con la de la solidaridad activa.
• Cosa juzgada: el agregado del Art. 715 hecho por la ley 17.711 significa que la cosa juzgada
recaída e juicio entre el acreedor y uno de los deudores no le es oponible a los demás, pero estos
últimos la pueden invocar contra el acreedor.
• Transacción: la situación es la misma que para la solidaridad activa. El Art. 853 permite que el
deudor que no participó en la transacción, la invoque; pero a él no puede serle opuesta. Con ello se
favorece la situación del deudor que no participó en el acto, y se afirma el carácter contractual de la
transacción y sus efectos relativos. Es similar la solución que da el Codice Italiano.
• Demanda de intereses: el Art. 714 ordena que la demanda de intereses entablada contra uno de
los deudores solidarios, hace correr los intereses respecto de todos. La nota del codificador con cita de
Marcadé, dice que cada deudor es mandatario de los otros, y si hubo mora basta con interpelar a uno
solo de ellos
Se reafirma lo ya establecido en el Art. 710, y el reclamo del acreedor a un deudor justifica que los
que no cumplieron, pero no fueron demandados o reclamados extrajudicialmente, también sean
deudores de intereses moratorios. Si alguno de los deudores no se encontraba en estado de
cumplimiento, en razón de tener en su favor un plazo inicial o un condición suspensiva, no queda
obligado.
Art. 689: “Las relaciones de los acreedores conjuntos entre sí, o de los deudores conjuntos entre
sí, después que uno de ellos hubiese cumplido una obligación divisible o indivisible, se reglarán de la
manera siguiente:
1° Cada uno de los acreedores conjuntos debe pagar una cuota igual o desigual, designada en los
títulos de la obligación, o en los contratos que entre sí hubiesen celebrado;
2° Si no hubiere títulos, o si nada se hubiese prevenido sobre la división del crédito o de la deuda
entre los acreedores y deudores conjuntos, se atenderá a la causa de haberse contraído la obligación
conjuntamente, a las relaciones de los interesados entre sí, y a las circunstancias de cada uno de los
casos;
3° Si no fuese posible reglar las relaciones de los acreedores o deudores conjuntos entre sí, se
entenderá que son interesados en partes iguales, y que cada persona constituye un acreedor o un
deudor”.
Acción de contribución entre deudores.
En los antecedentes romanos, se plantean iguales interrogantes a los mencionados, pero también
sobre esta cuestión, el CC da una solución similar a la ya vista. El Art. 716, siguiendo las huellas del
derecho francés, establece el principio del interés común y el consiguiente ejercicio de una acción de
contribución, por parte de quien paga, contra los demás obligados. Cada uno debe contribuir por su
parte y porción. La medida del reclamo está dada por lo ordenado en los Art. 689 y 717.
Art. 717: “Las relaciones de los codeudores y acreedores solidarios entre sí que hubiesen pagado
la deuda por entero, o que la hubiesen recibido, se reglarán como está dispuesto en el artículo 689. Si
alguno de los deudores resultare insolvente, la pérdida se repartirá entre todos los solventes y el que
hubiese hecho el pago”.
Para determinar las acciones que le cabe ejercitar al solvens, hay que recurrir a las relaciones
internas que gobernaron la vinculación entre los deudores; por ejemplo, si existía una sociedad, será la
actio pro socio; si había una relación comunitaria, será la acción relativa al condominio; en otro c aso
será la gestión de negocios irregular, etc. También quien pagó puede subrogarse en los derechos del
acreedor en virtud de lo dispuesto en el Art. 768 inc. 2°, que menciona al que paga una deuda a la que
estaba obligado con otros o por otros, y se regirá por dichos principios.
La acción se divide y cada uno debe solo su porción, ya que no hay reglas de solidaridad. Ej.: si un
deudor pagó $300 y son tres los obligados, cada uno debe $100 y únicamente puede ser reclamado
por esa suma.
Insolvencia de un deudor.
Relacionado con el punto anterior, el Art. 717 in fine dispone “Si alguno de los deudores resultare
insolvente, la pérdida se repartirá entre todos los solventes y el que hubiese hecho el pago”. Así, si de
tres deudores de un importe total de $500, uno paga todo y otro resulta insolvente, puede reclamarle
al restante $250, y el solvens debe también contribuir por dicha suma. Si la obligación es igualitaria, los
dos deudores solventes deben aportar una cantidad mayor que la originariamente debida. A pesar de
alguna opinión en contrario, no interesa si el deudor se vuelve insolvente antes o después del pago
total al acreedor.
Defensas oponibles
En atención a las características de este tipo obligatorio, y la pluralidad de sujetos integrativos, es
importante saber qué defensas son esgrimibles ante la demanda de uno de los acreedores. De lo
dispuesto en el Art. 715 se infiere que hay defensas comunes, por pertenecer a todos, y defensas
personales, que corresponden a algún deudor en particular.
Comunes: estas defensas tienen como característica que se extienden a todos los deudores, y
surgen de cuestiones relativas a la propia obligación, por ejemplo:
• Cualquier medio absoluto de extinción de obligaciones, como pago, novación, prescripción,
imposibilidad de cumplimiento, etc.
• Nulidad del acto por razones invocables por cualquiera de ellos, como la falta de forma o un vicio
de la voluntad común, o el objeto ilícito.
• Alguna modalidad de todo el acto, como condición suspensiva o un plazo inicial.
Personales: son las excepciones que corresponden individualmente a cada deudor, por ejemplo:
• Nulidad por un vicio de la voluntad personal, como la violencia o el dolo.
• Falta de capacidad suficiente o de representación necesaria al otorgar el acto.
• Alguna modalidad que vincule a uno solo deudor, como el plazo concedido a favor de 1 de ellos.
• Dispensa de la solidaridad, o remisión parcial de la obligación.
Si las excepciones personales solamente son alegables por los deudores vinculados a ellas, hay
algunas defensas que, sin perder su carácter individual, pueden tener un efecto expansivo y ser
utilizadas por el resto. Algunos autores las llaman “defensas personales aprovechables por los demás”
(Llambías) o “defensas personales con efectos extensivos” (Cazeaux), y se citan como ejemplos la
confusión y la compensación.
Los deudores que no tengan intervención en la remisión parcial de la deuda, ni en la
compensación, ante la demanda del acreedor por el total de la prestación pueden oponerle esas
excepciones a fin de que se deduzca el importe correspondiente a dicha porción. Por otra parte, el Art.
830 admite que cualquiera de los deudores puede oponer compensación que le corresponda a otro
deudor.
Extinción de la solidaridad.
Tanto se puede extinguir la solidaridad activa como la solidaridad pasiva. El CC solo contempla la
extinción total y parcial de la solidaridad pasiva.
En cuanto a la solidaridad activa, su cesación devendrá en caso de que el deudor acuerde con los
acreedores que esa obligación se transforme en mancomunada simple, siendo ello un efecto del
principio de autonomía de la voluntad. La obligación se mantiene, pero se altera la estructura del
vínculo que tendrá los efectos propios, si su objeto lo admite, de una obligación mancomunada con
objeto divisible.
La renuncia a la solidaridad pasiva prevista en el Art. 704 se produce cuando el acreedor conviene
con todos los deudores en dividir la obligación; es la denominada extinción plena o absoluta. El artículo
dice que este tipo de renuncia debe ser expresa y la mayoría de los autores concuerda con esta
redacción. Sin embargo, ello no puede ser interpretado de esa manera. El codificador dispuso que la
voluntad puede manifestarse tanto en forma expresa como tácita (Art. 917 y 918), y no es la renuncia
a la solidaridad una excepción a dicha regla. Si el acreedor reclamara a cada deudor solo su parte, se
daría un clásico ejemplo de renuncia total tácita a la solidaridad.
Cuando el acreedor libera a uno solo de los deudores, la extinción es denominada relativa o
individual, y aquí la ley prevé que puede hacerlo en forma expresa o tácita.
Renuncia parcial expresa: en los casos en que la voluntad se manifiesta de este modo, acordando
el acreedor con el deudor o alguno de ellos que paguen solo su parte, la obligación continúa siendo
solidaria para el resto, pero es necesario deducir la cuota correspondiente al deudor liberado (Art. 704).
Renuncia parcial tácita: esta forma está prevista en el Art. 705 in fine, que dispone: “…Si hubiesen
reclamado sólo la parte, o de otro modo hubiesen consentido en la división, respecto de un deudor,
podrán reclamar el todo contra los demás con deducción de la parte del deudor libertado de la
solidaridad”.
El pedido que haga el acreedor contra un deudor de solo su parte se considera una manifestación
tácita de voluntad que libera de solidaridad. Este reclamo puede ser judicial, mediante una demanda o
extrajudicial, con una intimidación por telegrama colacionado, carta documento, u otro medio idóneo.
También, la aceptación por parte del acreedor de un pago parcial que haga el deudor producirá los
mismos efectos. En ambos supuestos (reclamo o aceptación) el importe deberá coincidir o aproximarse
al que le correspondía pagar a ese deudor, ya que, en caso contrario y ante la inexistencia de otros
elementos probatorios, se presumirá que hubo un pago parcial y no una remisión tácita de solidaridad.
Por ejemplo: si Juan y Andrés (deudores solidarios) le deben a Pedro $600, y Pedro le reclama a Juan
$305, debe presumirse la renuncia a la solidaridad. Pero si le pide $500, no es posible pensar en dicha
remisión.
Efectos en ambos casos: en los supuestos de renuncia parcial a la solidaridad (expresa o tácita), los
Arts. 704 y 705 dejan al deudor beneficiario como si lo fuere de una obligación mancomunada simple, y
a los otros, que continúan siendo solidarios, se les debe deducir la parte del liberado. Por ejemplo: si
tres deudores adeudan $900 y uno resulta liberado de la solidaridad, los dos restantes solo quedan
debiendo $600, aunque en forma solidaria.
El efecto que resulta de dichos artículos, también previsto de igual manera en el derecho francés,
recibió arduas objeciones de algunos autores como Colmo y Llambías por carecer de valederas razones.
Si no hay pago u otro medio extintivo, carece de sentido disminuir la prestación de los demás
deudores; a ello se suma que lo único que ha realizado el acreedor es quitar a uno de los deudores su
carácter solidario; pero no por ello deja de ser deudor, ya que mantiene el vínculo con el acreedor.
Al dar controvertida solución, el CC no solo está previendo las relaciones externas entre acreedores
y deudores, sino que se adelanta a la situación que vincula a los deudores entre sí, y por razones
estrictamente prácticas y poco jurídicas (como dice Busso) hace deducir la parte del beneficiario.
Bolilla 14
Condición.
El Art. 528 define a la obligación como condicional.
Art. 528: “La obligación es condicional, cuando en ella se subordinare a un acontecimiento
incierto y futuro que puede o no llegar, la adquisición de un derecho, o la resolución de un derecho ya
adquirido”.
La palabra condición ha sido empleada en el terreno del derecho con varios significados. Se la
invoca para referirse a los requisitos o elementos esenciales de una determinada relación jurídica.
También como la cláusula inserta en el acto jurídico. Otras veces es utilizada como la situación civil o
social de una persona. Cazeaux y Trigo Represas concuerdan en que a veces s e llama condición, por
extensión, al hecho condicionante. No obstante, Compagnucci asegura que la condición se diferencia
del hecho condicionante, ya que este último es el presupuesto fáctico que da vida a la condición.
Sin embargo, la palabra condición tiene un significado propio y estricto en el derecho de las
obligaciones. Es la modalidad que hace depender la eficacia o la resolución de un derecho, de un
acontecimiento futuro e incierto.
Compagnucci define a la condición como una cláusula contractual o testamenta de autolimitación
de la voluntad que subordina la producción o el cese de los efectos jurídicos de un acto a un
acontecimiento incierto y futuro.
Caracteres.
La condición, como toda modalidad, es un elemento accidental de los actos jurídicos. No hace ni a
la esencia ni a la naturaleza de los mismos. Pero esto no impide reconocer que una vez introducida una
condición en un determinado acto, se torna tan importante como cualquiera de sus elementos
esenciales. La condición tiene las siguientes características:
» Autolimita la voluntad: es la voluntad de los particulares, nunca de la ley, la que establece la
subordinación a la eficacia del negocio. Por ello, se afirma que las condiciones tienen un rasgo de
arbitrariedad, pues pertenecen al deseo de las partes; de allí su diferencia de las condicio iuris.
» Subordina los efectos del acto: la condición hace depender de su concreción o frustración la
eficacia o los efectos del negocio. De esta manera, la condición puede ser suspensiva o resolutoria,
según deje pendiente a la obligación o la haga exigible, pero resoluble.
» Integrada con un acontecimiento incierto y futuro: significa que el derecho queda supeditado a
un hecho que puede o no ocurrir. El hecho condicionante tiene el carácter de futuro, es decir, que a la
fecha del acto, el evento aún no ha acontecido. Lo importante es la incerteza, ya que lo futuro queda
incluido en esta categorización. Si las partes convinieran sobre un suceso que ya ocurrió, ello no podría
ser objeto de un hecho condicionante. Se trata de las llamadas condicio in præsens vel in preteritum
callata, más comúnmente denominadas suposiciones, y en estos casos no se trata de verdaderas
condiciones. Por ende, no se les puede aplicar las normas de estas obligaciones. Lo mismo vale para
los acontecimientos que necesariamente se producirán que, en vez de condiciones, constituyen
verdaderos plazos inciertos (Art. 529).
» Es indivisible: es necesario que el hecho que da base a la condición se cumpla totalmente (Art.
534 y 535). El cumplimiento parcial no genera efectos, salvo el acuerdo de partes.
Forma y prueba.
Como en cualquier manifestación de la voluntad, rige la normativa general para los actos jurídicos
(Art. 973 y siguientes). Pero según las vías que adopte esa exteriorización, es posible clasificar la
condición en:
» Expresa: es la que se lleva a cabo cuando el sujeto tiene la intención de hacer conocer a otro su
propia voluntad (Art. 917). Esta modalidad se considera pactada expresamente cuando resulta
manifestada de manera positiva e inequívoca en el instrumento de prueba del acto.
» Tácita: es la que se infiere de la conducta del sujeto; es necesario deducir de lo dicho o realizado
una voluntad de producir efectos jurídicos. (Art. 918). Son ejemplos: promesas de premios a
empleados, pago de honorarios profesionales al abogado, etc.
En cuanto a su prueba, rigen los principios generales del derecho procesal: no se presume su
existencia y debe ser demostrada por quien la invoca.
Clases.
Existen diversas clases de condición. Algunas de ellas están legisladas en el Código Civil y otras
creadas por la doctrina. Pueden ser:
» Suspensivas: (art. 545) la obligación bajo condición suspensiva produce sus efectos cuando se
cumple la condición. No es que no haya nacido con anterioridad, sino que supedita sus plenos efectos a
la producción del evento. Ej.: Te regalo mi biblioteca jurídica siempre que te recibas de abogado.
» Resolutorias: (art. 553) la condición resolutoria hace que el cumplimiento del hecho extinga la
eficacia del negocio o de la obligación. Ej.: Te transfiero el dominio de mi fábrica, pero quedara disuelta
la operación si lega cierta materia prima esperada.
» Causales: el hecho no depende de la voluntad de las partes, sino de circunstancias fortuitas. Ej.:
te daré mi auto si gano uno nuevo en una rifa.
» Potestativas: cuando la realización del hecho previsto depende de la voluntad del interesado., sí
lo es cuando la condición es un hecho que puede o no hacer. A su vez, pueden ser:
• Propias: dejan sin validez el acto. La condición, cuya fuerza dependa de la voluntad del deudor,
es de ningún efecto. La relación carece de toda seriedad y no existe vínculo jurídico alguno. Ej.: te daré
mi auto si quiero; en realidad no es una verdadera obligación.
• Impropias: son aquellas que no afectan la virtualidad del negocio, y en las que el hecho no
depende del capricho del deudor, sino que su logro le exige un esfuerzo o sacrificio. Ej.: te daré mi
auto si compró otro.
» Mixtas: cuando el hecho previsto depende en parte de la voluntad del obligado y en parte no, es
decir, es una combinación de las anteriores: parte del hecho se subordina a la acción de uno de los
sujetos y parte al azar. Ej.: te daré el consultorio cuando te recibas o te daré la casa si me caso.
» Permitidas: son todas las que no resultan prohibidas, como la actividad de los particulares, la
imposición de la condición entra en el campo de la voluntad y de un marco de libertad. Son las
autorizadas por la ley y admitidas por las buenas costumbres.
» Prohibidas: éstas pueden ser (art. 530):
• Imposibles: son aquellas en las que el hecho condicionante resulta contrario al orden lógico de
las cosas o de los acontecimientos. Si la condición fuera negativa e imposible no invalida el acto sino
que este es simple y puro. Ej.: te daré $10 si tocas el cielo. (Art. 532)
• Contrarias a las buenas costumbres: son especialmente prohibidas las siguientes condiciones:
habitar siempre un lugar determinado, o sujetar la elección de domicilio a la voluntad de un tercero;
mudar o no mudar de religión; casarse con determinada persona, con aprobación de un tercero, o en
cierto lugar o en cierto tiempo o no casarse; vivir célibe perpetua o temporalmente, o no casarse con
persona determinada, o separarse personalmente o divorciarse vincularmente.
Se trata de hechos que en sí mismos son lícitos y permitidos por las leyes, pero que puestos en una
cláusula condicional tornan inválida a la obligación. La enumeración es meramente ejemplificativa, ya
que en los casos en que se afecte a la libertad, la honra o el honor de las personas no se puede validar
la obligación. (Art. 531).
• Ilícitas: cuando el hecho condicionante es contrario o prohibido por la ley. Una excepción serían
las condiciones resolutorias (si comete un ilícito pierde el derecho adquirido). La otra excepción sería
como condición que prevé la realización de ilícitos por terceros, por ejemplo, seguro de robo.
• Ilegítimas: fuera del art. 530 podemos mencionar dentro de las condiciones prohibidas las
ilegítimas, que están en el art. 531 que son hechos ilícitos pero no son hechos que puedan erigirse
como condición. Se prohíben estas condiciones para preservar la libertad de acción de conciencia y de
elección de estado de las personas: habitar siempre un lugar determinado; cambiar o no de religión;
casarse entre determinadas personas o en determinado lugar o no casarse; vivir célibe temporalmente
o por siempre, o no casarse con determinada persona o divorciarse.
Cumplimiento.
La condición, según se cumpla o no, puede afectar la eficacia misma de la obligación.
El cumplimiento de la condición puede ser:
» Efectivo: Se produce cuando el hecho acontece (en las positivas) o se frustra (en las negativas).
No es simple establecer si se cumplió o no la condición, ya que se tratará de una cuestión de hecho y
sometida al imperio de la interpretación judicial. El Art. 533 establece:
Art. 533: “Las condiciones deben cumplirse de la manera en que las partes verosímilmente
quisieron y entendieron que habían de cumplirse”.
Se debatió en la doctrina si el entendimiento de lo convenido debía ser literal, o si el cumplimiento
podría verificarse mediante un equivalente o situación análoga. Para poner en claro todos los casos, es
necesario interpretar la voluntad de las partes, prescindiendo del hecho en sí mismo.
» Ficto: hay supuestos especiales en que sin realizarse el efectivo acontecer del evento (hecho
condicionante), la ley juzga que hubo cumplimiento de la condición.
Estos supuestos están previstos en los siguientes artículos:
Art. 537: “Las condiciones se juzgan cumplidas, cuando las partes a quienes su cumplimiento
aprovecha, voluntariamente las renuncien; o cuando, dependiendo del acto voluntario de un tercero,
éste se niegue al acto, o rehúse su consentimiento; o cuando hubiere dolo para impedir su
cumplimiento por parte del interesado, a quien el cumplimiento no aprovecha”.
Art. 538: “Se tendrá por cumplida la condición bajo la cual se haya obligado una persona, si ella
impidiera voluntariamente su cumplimiento”.
Se pueden sintetizar en las siguientes hipótesis:
• Renuncia de una de las partes: en toda obligación condicional, hay un contratante, que se
beneficia con la realización del hecho a que la obligación se halla supeditada. Cuando la parte a quien
el cumplimiento de la condición renuncia a la misma, el código dispone que se la tiene por cumplida.
Esto es claro en la condición suspensiva, pero no en cuanto a la condición resolutoria, porque en esta
clase de modalidad, el cumplimiento deja sin efecto la obligación.
Ej. Relacionado con la obligación suspensiva: el dueño de una obra se obliga a pagar al constructor
una bonificación si la concluye antes de un plazo determinado. El dueño de la obra (que es el
beneficiado con el cumplimiento de la obligación, en cuanto obtiene la terminación de la obra en un
plazo dado) puede renunciar a la condición y pagar la bonificación en cualquier momento (como si la
obligación hubiese sido pura y simple).
• Dolo del interesado: cuando aquel que quiere que la condición no se cumpla, lo impide
dolosamente o pone obstáculos para ese acto. La ley sanciona su inconducta y lo pena declarando
como cumplida a la condición. Se discute si la sanción se aplica únicamente al caso de dolo o si cabe
extenderla a la conducta culposa. Prevalece, tanto en el país como en el extranjero, la corriente
doctrinaria que incluye la culpa dentro del ámbito de la sanción legal.
• Negativa del tercero: cuando éste se rehúsa a cumplir un acto voluntario, se tiene por
efectivizada la condición. Esta situación, prevista en el Art. 537, es solo aplicable en testamentos. Borda
da un ejemplo: si se lega un inmueble con la condición de que el legatario haga entrega de una suma
de dinero a un tercero y este se niega a recibirla, la condición se considera cumplida.
Tiempo de cumplimiento.
Las partes pueden:
» Haber fijado un término para que se cumpla la condición: dentro de esta tenemos reunidas dos
modalidades: una condición sometida a plazo. Nuestro Código distingue al respecto según se trate de
una condición positiva o de una negativa:
• Si la condición es positiva y consiste en un acontecimiento que deba ocurrir dentro de un plazo y
es además suspensiva, la obligación queda sin efecto si transcurre el término sin que se realice el
acontecimiento. Si se trata de una condición resolutoria, la obligación adquiere plena eficacia.
Ej.: te pagaré si el barco Aurora llegue al puerto de Buenos Aires antes del 31 de diciembre del
corriente año.
Art. 539: “La obligación contraída bajo la condición de que un acontecimiento sucederá en un
tiempo fijo, caduca, si pasa el término sin realizarse, o desde que sea indudable que la condición no
puede cumplirse”.
• Si se trata de una condición negativa, a la cual se le ha fijado un término para que ocurra, se la
considerará cumplida si transcurre el plazo sin verificarse el hecho en que consiste o cuando resulte
indudable que el hecho no ocurrirá. Ej.: te pagaré si el barco Aurora no llega a puerto antes del 31 de
diciembre del corriente año.
Art. 540: “La obligación contraída bajo la condición de que un acontecimiento no se verifique en
un tiempo fijo, queda cumplida si pasa el tiempo sin verificarse”.
Es último se refiere a la solución dada ante la imposibilidad de verificación del hecho condicionante,
que se vincula a una estricta situación fáctica. Si es posible probar que el hecho no va a ocurrir, se lo
asimila al transcurso del tiempo. A un hecho negativo; ante el incumplimiento de ese hecho se debe
tener como verificada la condición; sería la situación inversa a la anterior.
» No haberlo acordado: si las partes no han fijado plazo alguno, debe aplicarse lo dispuesto en el
Art. 541, y la condición deberá cumplirse en el tiempo que las partes entendieron o pudieron entender
que debía hacerse. En las condiciones casuales o mixtas, deberá ser el juez quien resuelva si pasó el
término; en cambio, en la potestativa deberá fijar un tiempo para su cumplimiento.
Art. 541: “Si no hubiere tiempo fijado, la condición deberá cumplirse en el tiempo que es
verosímil que las partes entendieron que debía cumplirse. Se tendrá por cumplida cuando fuere
indudable que el acontecimiento no sucederá”.
Retroactividad de los efectos.
Con la realización o no del evento condicional, se producirán los efectos del negocio. Sobre ello
existen dos posibilidades:
» Que dichos efectos se dan a partir de la fecha en que se cumplió la condición: ello alude a que
los efectos del negocio sean ex nunc (es una locución latina , que literalmente en español significa
"desde ahora", utilizada para referirse a que una acción o norma jurídica produce efectos desde que se
origina o se dicta, y no antes, por lo que no existe retroactividad. La locución latina opuesta es ex tunc,
que se traduce como "desde entonces" y, por ende, reconoce la retroactividad). Este sistema es el que
siguen los Códigos de Suiza, Portugal, entre otros.
» Que dichos efectos sean retroactivos al momento del nacimiento: el principio de la
retroactividad es una ficción jurídica. Si se trata de una condición suspensiva, se la entiende como no
puesta y su efectivización significa un negocio pleno desde su nacimiento. En cambio, el cumplimiento
de la resolutoria es como si el acto nunca hubiera tenido lugar (Art. 543: “cumplida la condición, los
efectos de la obligación se retrotraen al día en que se contrajo”).
La retroactividad no se aplica estrictamente ni es absoluta; la misma ley modera sus efectos
consagrando muchas excepciones, e incluso podría dejarse de lado por acuerdo de las partes. Este
sistema (retroactividad) es el que siguen el Código Civil Francés y el nuestro, entre otros.
Algunos ejemplos son el nasciturus (la necesidad de que se nazca con vida para que se adquieran
derechos – Art. 70); la compensación legal como medio de extinción (Art. 818); etc.
Estas condiciones de derecho no se someten a las normas que el Código establece para las de
hecho, ni aún en los casos excepcionales en que las partes las establecen en una convención.
Siempre son ex nunc, es decir, desde que el negocio se perfecciona, nunca tienen efecto
retroactivo.
Plazo.
Otra de las modalidades o elemento accidental de los negocios, lo constituye el plazo o término.
Se entiende por plazo, también denominado término, la modalidad que subordina la exigibilidad de
un acto jurídico al transcurso de un espacio de tiempo.
También, el término indica una postergación de los efectos de los actos.
El Código Civil, en su Art. 566, define al plazo:
Art. 566: “La obligación es a plazo, cuando el ejercicio del derecho que a ella corresponde
estuviere subordinado a un plazo suspensivo o resolutorio”.
Como es notable, la norma solo se ocupa del plazo suspensivo.
Otra definición indica que el plazo “es un acontecimiento futuro pero cierto, desde el cual comienza
o hasta el cual dura la eficacia de un negocio jurídico”.
Las obligaciones a plazo están contenidas en el CC del Art. 566 a 573.
Caracteres.
El plazo tiene las siguientes características:
» Es futuro: porque la fecha, la época o el acontecimiento que en él se toma como punto de
referencia para determinar su vencimiento, no pertenecen al pasado, sino al porvenir.
» Es cierto: necesariamente debe ocurrir. Podrá extenderse más o menos del lapso señalado, pero
fatalmente ocurrirá (como dice Salvat). Todos los plazos se cumplen y justamente en eso radica una de
las diferencias esenciales que distinguen esta figura jurídica de la condición.
» No es retroactivo: el plazo no opera sus efectos ex tunc, sino ex nunc. Cuando asume la forma
suspensiva, la exigibilidad de la obligación entrará en vigor solamente a partir del vencimiento del
término. En el plazo resolutorio, la obligación dejará de ser exigible desde el vencimiento del mismo,
pero todas las relaciones jurídicas pasadas no se verán afectadas por la expiración del plazo y
conservarán su validez.
Plazo y condición: similitudes y diferencias.
Plazo Condición
• Ambos son futuros, pues extienden temporalmente los efectos del acto.
Similitudes • Ambos son limitaciones accidentales que afectan a los actos jurídicos. No hacen ni a la
naturaleza ni a la esencia de dichos actos.
• Desde el punto de vista ontológico: es • Desde el punto de vista ontológico: es
siempre cierto y afecta a la exigibilidad siempre incierto y obra sobre la existencia
Diferencias de la obligación. misma, sobre la eficacia de la obligación.
• Desde el punto de vista de los efectos: • Desde el punto de vista de los efectos:
estos van hacia el futuro (ex nunc). estos operan retroactivamente (ex tunc).
Clases de plazo.
Existen diversas clases de plazo:
» Inicial o suspensivo: esta clasificación proviene de la ley. El plazo inicial es aquel que deja
diferida para más adelante la exigibilidad o el ejercicio de un derecho. Ej.: se pacta que Juan le pagará
a Pedro dentro de 30 días.
» Final o resolutorio: es el que concluye con la eficacia o efectos del negocio. El acto o la
obligación cesan cuando finaliza el término. Ej.: se acuerda que la locación concluye a los dos años de
contraída la obligación, allí cesará el derecho del locatario de exigir el uso y goce de la cosa.
» Cierto: (Art. 567) cuando el término de vencimiento se conoce desde el nacimiento del acto.
» Incierto: (Art. 568) este tipo de plazo está fijado con respecto a un hecho futuro que
necesariamente ocurrirá, dándose como ejemplo clásico el de la muerte. La incerteza está en el
cuándo, no en si ocurrirá o no el hecho.
» Determinado: es el que las partes supeditan a un hecho que conocen con antelación y que
necesariamente acaecerá.
» Indeterminado: la fuente de la obligación no prevé el acontecimiento, ya que estas
circunstancias quedan momentáneamente sin clasificar y diferidas para un momento posterior. La
jurisprudencia estableció que los ejemplos más claros de plazo indeterminado son: “pagar cuando
pueda” o “tan pronto como sea posible”.
» Expreso: es expreso cuando el plazo fuera establecido mediante una manifestación de voluntad
precisa y directa.
» Tácito: surge de las circunstancias particulares de la obligación; es el relativo a las características
de eficacia del negocio. Ej.: en el caso de la compraventa de cosa futura, como manzanas, es necesario
esperar a que llegue esa época.
» Convencional: es el que acuerdan las partes. En la nota del Art. 755, se insiste en que el término
está dado a favor de ambas partes de la obligación.
» Legal: es el que a veces fija la misma ley.
» Judicial: es el establecido por los jueces. En la legislación extranjera se pueden observar los
llamados “términos de gracia”, es decir, los que los jueces pueden ordenar a favor de ciertos deudores
para que dilaten el cumplimiento (esto no se da en la legislación nacional).
El plazo puede concluir anticipadamente en virtud del acuerdo de partes. Ej.: cuando en una
compraventa se conviene el pago del precio en cuotas, y que la falta de pago de una de las cuotas
produce la caducidad del resto y el consiguiente derecho al acreedor para exigir la totalidad.
A veces, la ley establece casos de caducidad de plazos, en virtud de cuatro cuestiones:
» Insolvencia del deudor: los Art. 572 y573 prevén que en los supuestos de concurso o quiebra
decretada (insolvencia de derecho), el acreedor puede reclamar el cumplimiento antes del vencimiento
del plazo.
» Subasta del bien prendado o hipotecado: cuando se ordena la subasta judicial de un bien que, a
su vez, estuviera prendado o hipotecado a favor de otro y otros acreedores, estos últimos trasladan su
garantía en virtud de una subrogación real a lo producido por la venta forzosa. Y en este supuesto, el
Art. 754 establece que si hubiera plazo suspensivo, los acreedores no están obligados a respetar ese
término y pueden pedir la efectivización de su crédito. La solución legal es más que razonable; no es
posible que los acreedores, que tenían como garantía un bien que se subastó a instancia de otro
acreedor, deban esperar el vencimiento del plazo y, por lo tanto, se les permite el reclamo anticipado.
» Disminución de la garantía hipotecaria por deterioros: cuando el deudor hipotecario, obrando
con culpa o dolo realiza actos que disminuyen el valor del inmueble que garantiza el mutuo, el acreedor
tiene derecho a solicitar que se tenga por cumplido el término.
» Deterioro del bien dado en anticresis: se castiga al deudor anticresista que, por culpa o
negligencia, no cuida n conserva el inmueble objeto de la anticresis y le impone la obligación de
restituirlo con anticipación (Art. 3258).
Modo o cargo.
El modo o cargo es siempre una obligación accesoria, que se le impone al adquirente de un
derecho, que restringe y limita ese derecho y se brinda a favor del instituyente o de un tercero.
En la nota del Art. 558, Vélez Sársfield transcribió la definición de modo dada por el romanista
alemán Mackeldey:
Art 558 (nota): Lo que, en este capítulo, se llama “cargos”, en las leyes romanas y en los escritores de
derecho se llama “modo”. Mackeldey define el “modo” como: “Entendiéndose por ‘modo’ toda disposición onerosa
de la cual el que quiere mejorar a otro, limita su promesa, exigiendo de él y obligándole a una prestación en
cambio de lo que recibe”. Y agrega: “Comúnmente, el modo contiene al mismo tiempo una condición, o bien está
expresado como condición, y entonces el acto mismo viene a ser condicional”. (…).
Teniendo en cuenta versiones más actualizadas, el modo o cargo podría definirse como “el
comportamiento, peso o cargo patrimonial o no, que impuesto por el autor de una liberalidad al
favorecido por ella debe, en ocasiones, ser cumplido con los medios económicos recibidos y otras con
los ya existentes en el patrimonio del favorecido, apareciendo unas veces como fin secundarios y otras
como fin principal de la disposición”.
De todo esto, se puede sintetizar diciendo que el modo es siempre una obligación accesoria a
cumplir por quien recibe el beneficio principal y cuya característica principal es que se da solo en los
negocios a título gratuito.
El modo o cargo está legislado por el CC en el Libro II, Título V, Capítulo IV, del Art. 558 a 565,
como una modalidad de las obligaciones, con el título “De los cargos impuestos para la adquisición o
resolución de los derechos”.
Caracteres.
Las características más salientes del cargo son las siguientes:
» Es voluntario: porque integra los elementos accidentales de la obligación, no es de su propia
esencia, y su incorporación la decide el instituyente del cargo, sea en el testamento o en la donación.
» Es posible y lícito: debe participar de los requisitos de la prestación, y la posibilidad debe darse
tanto en la órbita jurídica como en la física. En cuanto a la licitud, se aplican las mismas reglas que
para la condición (Art. 564); ya que un cargo imposible, ilícito o inmoral hace totalmente ineficaz al
acto principal. El Art. 565 aclara que si el modo se hace imposible después o sin culpa del beneficiario,
lo adquirido se mantiene como puro y simple.
» Es accesorio: porque se lo vincula a un acto principal; quien dona o lega quiere hacerlo, pero
imponiendo al acto la obligación que debe cumplir el donatario o el legatario.
» Es de cumplimiento obligatorio: es casi redundante afirmar que el cargo es obligatorio; es ello lo
que lo diferencia del simple consejo.
Naturaleza jurídica.
Se considera que el cargo es una obligación accesoria que solo se puede imponer en los negocio a
título gratuito y de allí emerge su naturaleza jurídica. No obstante, existen diversas teorías que giran en
torno a esta cuestión. Estas han sostenido que también es:
» Una condición suspensiva: no se puede asimilar a la condición; mientras esta hace depender de
su cumplimiento la eficacia del acto, el modo vincula con la revocabilidad del acto. La condición
suspensiva tiene efectos ipso iure (es una expresión latina que puede traducirse como "por virtud del
derecho". Se considera opuesta a la expresión ipso facto que se puede traducir como "por virtud del
hecho". En el ámbito jurídico, la expresión ipso iure sirve para describir a aquellos efectos que se
producen sin requerimiento de la parte, y que los produce la misma norma jurídica. Ej.: en el caso de
que un acto sea nulo, la nulidad se produce ipso iure, sin necesidad de que nadie la solicite; mientras
que la anulabilidad debe ser solicitada por la parte que se siente afectada, por lo que se produce ipso
facto); y es retroactiva. El modo no suspende los efectos del acto, no produce sus efectos de pleno
derecho y nunca es retroactiva. Además, cuando el hecho es posterior, hay modo; cuando es anterior,
hay condición.
» Una presuposición o motivo: el modo es siempre un motivo relevante, porque modifica el
contenido de la voluntad del donante, en cuanto conocido y aceptado por la voluntad del donatario, y
también cambia el contenido de la voluntad contractual por reflejo del valor económico del objeto del
contrato. También se lo considera asimilable a la presuposición, es decir, a esa condición no
desarrollada, pero con mayor relevancia que los simples motivos individuales, ya que ciertas
declaraciones de la voluntad están presuponiendo algunos efectos que las partes quieren que se
produzca y se subordinan a ello. Su incumplimiento permite la resolución.
» Una causa: el modo que deja sometida a esa carga a la prestación principal, obraría como causa
del negocio; el convenio unilateral se transforma en bilateral y el modo actúa como contraprestación.
La crítica a esta tesis radica en que siempre la prestación se subordina a la contraprestación y que el
interés a ello se ubica en primera línea, en el cargo, el interés tiene una importancia menor.
Clases.
Siguiendo las doctrinas tradicionales, es posible afirmar que hay tres clases de cargo:
» Cargo simple: para este tipo de cargo, el beneficiario solo puede exigir el cumplimiento; carece
de efectos resolutorios. Los autores, en general, consideran que el modo simple tiene excepciones en el
CC: en los casos de donaciones con cargo (Art. 1849 y ss.), el cargo testamentario (Art. 3841 y 3842) y
el impuesto intuitu personæ (Art. 562). Muchos no participan de esta idea, ya que el cargo simple no
tiene efectos prácticos, pues el único modo posible es el impuesto en los actos gratuitos, donde
siempre es posible reclamar la revocación del acto principal.
» Cargo condicional suspensivo: está previsto en el Art. 558 en forma indirecta, e implica que es
necesario cumplir con el cargo para obtener el derecho a exigir lo principal. Cazeaux y Trigo Represas
aseguran que no puede haber “cargo condicional suspensivo”, sino que se trata de actos sometidos a
condición. Obviamente, si el cargo es una obligación impuesta al adquirente de un derecho, ese
derecho no puede quedar suspenso hasta que se cumpla el cargo. Además, si se aceptara la figura del
cargo condicional suspensivo, se desnaturalizaría la figura del modo, que tiene siempre independencia
de lo principal. Lo caracteriza la existencia de dos voluntades: una destinada a los efectos normales, y
otra que indica una disposición accesoria.
» Cargo condicional resolutorio: el Art. 559 indica que la falta de cumplimiento de los cargos
impuestos hace que el beneficiario pierda el derecho adquirido, y para ello es necesaria la sentencia
judicial. Este es el verdadero cargo y uno una condición. El efecto normal está dado por la posibilidad
de hacer valer jurídicamente el incumplimiento y solicitar la resolución del derecho principal. Es siempre
necesario el reclamo en justicia y la sentencia constitutiva que declare el derecho a revocar, dejando
sin efecto los beneficios del negocio modal.
Tiempo de cumplimiento.
Hay que distinguir si se fijó o no el plazo para su cumplimiento. Si las partes establecen un
término, el deudor del cargo debe hacerlo efectivo dentro de dicho período; si nada se pactó, e aplica
lo dispuesto en el Art. 561, y debe cumplirse en el plazo que el juez señale. También puede aplicarse
analógicamente lo dispuesto en el Art. 509, y las facultades que allí se prevén para que el juez, en
procedimiento sumario, establezca el término para efectivizar el cargo.
Transmisión.
La obligación de cumplir los cargos se transmite a los herederos (Art. 562). En el caso de la
donación, tanto el obligado como sus herederos pueden librarse del cumplimiento del cargo mediante
el abandono de la cosa donada. Si el cargo se impone teniendo en cuenta la persona del deudor, el Art.
562 le brinda un régimen especial de reversión. Si el obligado muere sin cumplir el cargo, la adquisición
del derecho queda sin ningún efecto, volviendo los bienes a sus herederos legítimos.
Es decir, los cargos intuitu personæ no se trasladan y solo pueden ser cumplidos por el obligado.
Efectos de la resolución.
El Código Civil dedica cuatro artículos a los efectos que produce la resolución por incumplimiento
del modo.
» El Art. 563 hace un reenvío a los efectos de las condiciones resolutorias.
Art. 563: “La reversión no tendrá efecto respecto de terceros, sino en los casos en que puede
tenerlo la condición resolutoria”.
Los Art. 1855 a 1857 se refieren a la donación, cuestión que es aplicable a los testamentos.
» El Art. 1855 fija el alcance de la resolución con respecto a los terceros adquirentes de dominio o
de algún derecho real sobre bienes inmuebles; lo trata como un supuesto de dominio revocable, con
efecto retroactivo a la fecha del acto de liberalidad.
Art. 1855: “Cuando la donación ha sido de bienes inmuebles, y en el instrumento público están
expresadas las cargas impuestas por el donante, la revocación de la donación anula las enajenaciones,
servidumbres, e hipotecas consentidas por el donatario”.
» El Art. 1856 fija el alcance de la resolución con respecto a los terceros adquirentes de dominio o
de algún derecho real sobre bienes muebles; lo trata como un supuesto cuya revocación acarrea la
nulidad de la enajenación hecha por el donatario.
Art. 1856: “Cuando la donación ha sido de bienes muebles, su revocación trae la nulidad de la
enajenación hecha por el donatario, cuando el adquiriente de los bienes donados conocía las cargas
impuestas y sabía que no estaban cumplidas”.
» El Art. 1857 establece que el tercero puede impedir el efecto de la resolución cumplimentando el
cargo.
Art. 1857: “Los terceros que hubiesen adquirido los bienes donados, pueden impedir los efectos
de la revocación, ofreciendo ejecutar las obligaciones impuestas al donatario, si las cargas no debiesen
ser ejecutadas precisa y personalmente por aquél”.
Para todo esto se han aplicado los principios de buena fe y diligencia debida que impiden alegar la
propia torpeza.
Bolilla 15
Derecho Romano.
Para algunos doctrinarios, la clasificación en obligaciones civiles y naturales es una de las
realizaciones más valiosas del derecho romano y solo se puede entender considerándola en relación
con los problemas que para los romanos derivaban del tratamiento jurídico de los vínculos con los
esclavos y las demás personas sometidas a la patria potestad.
El primer antecedente se halla en las relaciones entre esclavos o entre quienes, sometidos a la
patria potestad, contrataban con otro. Se les negaba la acción civil, y solo les quedaba la obligación
natural. Ese mismo origen se da para la possessio naturalis.
Para realizar un análisis detenido hay que considerar la obligación natural en la época clásica,
donde se la basaba en el ius gentium (derecho de gentes), también llamado “natural”, y fundado en la
naturalis ratio. Eran relaciones de hecho empleadas para superar un derecho formalista, facilitando a
los particulares un instrumento para alcanzar consecuencias jurídicas al margen del derecho civil.
En la época de Justiniano, se borra la situación fáctica para transformarse en una obligación casi de
plenos efectos, salvo la acción para exigir. Fue en esa etapa que se la consideró como una especie del
género “relación jurídica natural”, y de esa manera se hablaba de “paternidad natural”, “filiación
natural”, u “obligación natural”.
Hay que aclarar que los romanos carecían de un concepto unitario de las obligaciones naturales.
Resultaban útiles si las podía hacer valer sin necesidad de juicio, al igual que la propiedad natural o la
posesión natural. No concedían acción, pero sí podían ser opuestas como “excepción” mediante la
exceptio doli, y además tenían otros efectos, lo pagado no era repetible, eran compensables, novables,
el acreedor tenía derecho a ejecutar el ius retentionis y podían servir de garantía a un derecho
accesorio, como prenda o hipoteca.
El caso más notable durante la época clásica fue el del esclavo, pues si bien era considerado cosa y
objeto de derecho, no se diferenciaba en cuanto a la naturaleza de los otros hombres, ya que vivía,
pensaba y actuaba. Por ello, los contratos que realizaban con otros esclavos, con su dominus, o con
otros hombres, eran juzgados como fuente de una “obligación natural”. Lo mismo para el caso de los
filii familiæ y las mujeres casadas. En el derecho justinianeo se fueron agregando estos supuestos:
sentencia que absolvía injustamente al deudor o no se dictaba; obligación que se extinguía por
prescripción; actos del pupilo realizados sin autorización, actos cumplidos sin las formas que el derecho
civil exigía, y actos prohibidos por la ley. Es posible observar la evidente similitud con el previsto por el
codificador argentino en el Art. 515.
Derecho comparado.
En el derecho comparado, se pueden señalar tres corrientes muy diferenciables: la del derecho
francés, la del CC argentino, y la del derecho alemán y el resto de las legislaciones modernas.
El derecho francés: el CC francés, el español, el italiano de 1865 y la mayoría de los códigos
latinoamericanos dedican a las obligaciones naturales un solo artículo, disponiendo que constituyen una
excepción a la repetición del pago de lo indebido.
El derecho argentino: el derecho nacional, que tiene su fuente en el CC de Chile y de Uruguay, le
ha dedicado varias normas y un cuidado exagerado a esta tipología. Vélez Sársfield justifica en el Art.
515 el desarrollo dado a las obligaciones naturales.
De todos modos, hay que señalar que la cuestión de la naturaleza de esas obligaciones no es
pacífica ni clara, y sus efectos también son muy controvertidos en la doctrina y jurisprudencia.
El derecho alemán: tanto el CC alemán como el Código Federal Suizo de las Obligaciones, el
italiano de 1943 y el portugués las definen en un único artículo como simples deberes morales o de
conciencia que impiden su retractablidad.
negocios, su ausencia hace que o haya acto alguno. Pero no es posible desconocer que la opinión
contraria prevalece y es seguida por la mayoría de los autores argentinos.
Llambías sostiene que la obligación natural se da cuando se está en presencia de un acto “nulo por
vicio de forma” (lo que algunos denominan actos formales solmenes relativos).
Por último, se sostiene que resulta innecesaria la declaración judicial de nulidad, en atención a que
se trata de un acto nulo absoluto.
Deudor absuelto en sentencia judicial.
El inc. 4° plantea un caso de injusta absolución del deudor y de existencia “cosa juzgada”.
Los autores entienden que si una sentencia es injusta por diversas razones (a las que la norma
indica, se pueden agregar: falsos testimonios, acuses de negligencia en la prueba, actitud maliciosa en
los profesionales intervinientes, etc.) y el acreedor hubiere perdido el pleito, la obligación se transforma
en natural.
Deudas de juego.
El inc. 5° nos indica que si bien son convenciones que reúnen todas las condiciones en materia de
contratos, por razones de utilidad social, la ley no les otorga acción a las deudas de juego; además de
mencionarlas expresamente, no hay otras relaciones que se encuentren dentro de dicha
caracterización.
El juego tiene diverso tratamiento jurídico. El CC prohíbe los juegos de azar y autoriza los de
destreza, corridas, ejercicio de fuerza y otros semejantes (Art. 2055). La ley penal también castiga y
juzga como contravenciones algunos juegos de azar. Por otra parte, varias leyes y decretos organizan y
promueven los juegos de azar (loterías, carreras de caballos, casinos, etc.). Ante toda esta situación
confusa, no es simple discriminar cuándo una obligación que proviene del juego de azar es natural.
La mayoría de los autores nacionales, como Llambías, Busso, Salvat, considera que el pago de una
deuda juego prohibido (calificada popularmente como “deuda de honor”) sería el supuesto que prevé
este inciso; y las loterías, rifas, carreras de caballos, etc., serían permitidas en virtud de los dispuesto
en el Art. 2069.
Sin embargo, a lo primero se le ha replicado que la irrepetibilidad tiene como causa la aplicación
del principio del nemo auditur, es decir, que nadie puede alegar su propia torpeza, y además de los
dispuestos en los Arts. 794 y 795, ya que se trata de una obligación con causa ilícita que la ley
sanciona con su nulidad en el Art. 502 (Lafaille, Planiol, Ripert, Savatier, etc.).
Otros autores, como De Ruggiero, Trigo Represas, entienden que serían obligaciones naturales los
llamados “juegos tolerados”, que no están prohibidos pero tampoco tienen protección legal. Sería una
tercera categoría entre los prohibidos y los permitidos y su único efecto está dado por la solutio
retentio. Se da como ejemplo a los juegos practicados en casas de familia, entre parientes y amigos.
Si bien la última solución aparece como ingeniosa, no es posible encuadrar este tipo de juego en
ninguna de las calificaciones de la ley civil, ya que se habla de juegos permitidos, o prohibidos. La ley
argentina ha seguido las ideas de Pothier y Aubry y Rau, incurriendo en un error en esta
caracterización, ya que se contradice con el resto de las normas. Para Compagnucci, este supuesto
resulta inaplicable.
Irrepetibilidad.
El Art. 516 establece que el pago “voluntario” de una obligación natural realizado por persona
capaz deviene irrepetible.
Art. 516: “El efecto de las obligaciones naturales es que no puede reclamarse lo pagado, cuando
el pago de ellas se ha hecho voluntariamente por el que tenía capacidad legal para hacerlo”.
El problema que se plantea es considerar qué es lo que la ley ha querido decir cuando se refiere a
“pago voluntario”. Si se lo interpreta como hecho voluntario “ejecutado con discernimiento, intención y
libertad” (Art. 897), cualquier acto padeciera los vicios de error, dolo o violencia, estaría excluido de la
irrepetibilidad, en razón de su falta de intención. El solvens podría alegar que pagó mediante un error,
creyendo estar ante una obligación civil.
El sentido de pago voluntario es el de pago espontáneo, es decir, el que se realiza sin violencia,
intimidación ni dolo, no el de pago consciente.
Pago parcial.
Algunos autores franceses, como Aubry y Rau, Demolombe, etc., sostuvieron sagazmente que el
pago tiene como efecto secundario el reconocimiento de una obligación, pero que ello no importa la
revalidación del título. La obligación conserva igual naturaleza que la que tenía antes del pago parcial.
El Art. 517 establece que la ejecución parcial no cambia la obligación que resta, ni la hace civil por
ese saldo.
Art. 517: “La ejecución parcial de una obligación natural no le da el carácter de obligación civil;
tampoco el acreedor puede reclamar el pago de lo restante de la obligación”.
Colmo cree encontrar una evidente discordancia entre lo ordenado en el Art. 1063, que establece el
pago parcial obra como confirmación tácita de un acto nulo relativo, que convalidaría el defecto, y lo
dispuesto en el Art. 517, quedaría la solución opuesta.
Art. 1063: “La confirmación tácita es la que resulta de la ejecución voluntaria, total o parcial, del
acto sujeto a una acción de nulidad”.
La contradicción tendría efectos prácticos y precisos con relación a lo dispuesto en los incs. 1° y 3°
del Art. 515. Otros autores buscaron una armonización normativa considerando que la obligación pasa
a ser natural después de la declaración judicial que la anula, por lo cual, si el deudor pagó antes de la
sentencia rige el Art. 1063; si lo hizo después, juega la norma del Art. 517 (Galli, Lafaille, Busso).
Garantías de terceros.
Siguiendo muy de cerca los antecedentes romanos, el Art. 518 permite que tengan eficacia civil las
fianzas, hipotecas y cláusulas penales que constituyan terceros en las obligaciones naturales.
Art. 518: “Las fianzas, hipotecas, prendas y cláusulas penales, constituidas por terceros para
seguridad de las obligaciones naturales, son válidas, pudiendo pedirse el cumplimiento de estas
obligaciones accesorias”.
Sobre la cláusula penal, el Código reitera el principio en el Art. 666 excluyendo a las obligaciones
naturales derivadas de los juegos prohibidos.
Art. 666: “Las cláusula penal tendrá efecto, aunque sea puesta para asegurar el cumplimiento de
una obligación que no pueda exigirse judicialmente, siempre que no sea reprobada por la ley”.
Compagnucci coincide con Salas cuando señala que los terceros en estos casos son “deudores
principales”, y se comprometen con plena conciencia de que la obligación es natural. Además, el propio
deudor no puede dar garantías reales o personales de la obligación natural, pues eso mismo la
desnaturalizaría. Sin embargo, un número importante de autores en la doctrina nacional se opone a
este razonamiento y admite la acción del deudor en ese sentido.
convencional no es una verdadera compensación, pues surge del acuerdo de las partes; los requisitos
para compensar están bien definidos y determinados en la llamada compensación legal (Art. 818 y ss.).
Gravedad del incumplimiento y buena fe del que opone la excepción: la última condición para
generar la excepción es que el incumplimiento debe tener carácter de “grave e importante”, ya que el
que no tiene significación o es mínimo, no puede dar lugar a la excepción. Para su juzgamiento debe
aplicarse el principio de la buena fe contractual (Art. 1198).
Art. 1198: “Los contratos deben celebrarse, interpretarse y ejecutarse de buena fe y de acuerdo
con lo que verosímilmente las partes entendieron o pudieron entender, obrando con cuidado y previsió
En los contratos bilaterales conmutativos y en los unilaterales onerosos y conmutativos de
ejecución diferida o continuada, si la prestación a cargo de una de las partes se tornara excesivamente
onerosa, por acontecimientos extraordinarios e imprevisibles, la parte perjudicada podrá demandar la
resolución del contrato. El mismo principio se aplicará a los contratos aleatorios cuando la excesiva
onerosidad se produzca por causas extrañas al riesgo propio del contrato.
En los contratos de ejecución continuada la resolución no alcanzará a los efectos ya cumplidos.
No procederá la resolución, si el perjudicado hubiese obrado con culpa o estuviese en mora.
La otra parte podrá impedir la resolución ofreciendo mejorar equitativamente los efectos del
contrato.”.
Efectos.
Se considera que ambas excepciones tienen iguales efectos por su carácter de “defensas dilatorias
de carácter sustantivo”. No inciden sobre el fondo del derecho, y aun cuando el juez haga procedente
la defensa y rechace la demanda, ello no extinguirá el derecho que le da sustento.
En estos casos el actor perdidoso en el primer juicio puede retomar y efectuar un nuevo juicio
después de cumplir u ofrecer su prestación. Aunque en los últimos tiempos se anota una corriente que,
siguiendo las enseñanzas del derecho alemán, entiende que puede procederse a ordenar la “condena
de cumplimiento simultáneo de ambas prestaciones”, sin necesidad de obligar al excepcionado a
promover un nuevo proceso. Se trata de una sentencia condicionada con efectos futuros.
Concepto.
La base de la clasificación está dada por los deberes que debe cumplir el deudor de la prestación;
en ésta ha dos aspectos:
» El subjetivo: tiene como contenido la conducta que se le exige al deudor.
» El objetivo: se integra con la utilidad que satisface el interés del acreedor.
Así, es posible separar las relaciones obligacionales en dos categorías, según la mayor o menor
correspondencia con el término final de la obligación.
Obligación de medios: en ésta, el interés tutelado llega solo a cubrir la actividad del deudor; es un
simple interés instrumental o de segundo grado. El fin previsto lo brinca únicamente dicha actividad.
Para el juzgamiento de esta conducta debe estarse solo a los deberes de diligencia, y allí se agota el
efecto útil dado en interés del acreedor.
Obligación de resultado o de fines: cumplimenta el interés del acreedor mediante la mutación o
conservación de la situación de hecho inicial. El deudor debe cumplimentar un factum prefijado pues la
prestación está determinada desde su nacimiento. No basta con el comportamiento o la simple
diligencia, es necesario cubrir un resultado útil.
Efectos.
La clasificación tiene un evidente resultado práctico, especialmente para establecer la prueba y
responsabilidad por el incumplimiento.
En las obligaciones de resultado o fines: le basta al acreedor establecer y demostrar que el
resultado no se logró. Así, por ejemplo, en el contrato de transporte (que es una subespecie de
locación de obra), el viajero solo tiene que probar que no fue llevado a destino. Para eximirse de la
responsabilidad, el deudor deberá probar la llamada causa ajena, es decir, la ruptura de la relación
causal mediante el hecho de la víctima, el de un tercero por quien no se responde o el caso fortuito.
Son obligaciones de resultado: las que surgen de compraventa, permuta, locación de cosas y de
obra, cesión de créditos, etc.
En las obligaciones de medios o de diligencia: cuando el acreedor reclame por el incumplimiento
debe, a su vez, probar la negligencia o culpa en el obrar del demandado. Así, por ejemplo, en la
responsabilidad profesional del médico o del abogado, es necesario demostrar la culpabilidad en el
actuar del demandado. Son obligaciones de medios: la locación de servicios, el comodato, el depósito y
los servicios profesionales.
Sin embargo, algunos relevantes autores se han mostrado contrario a esta clasificación. En la
doctrina francesa, Capitant y en la Argentina Zannoni y otros entienden que la diferenciación no es
relevante y es solo el producto de un falso razonar. Dicen que siempre se tiene en mira un fin, un
opus; un hecho valorado en la serie causal hacia un destino final es en sí mismo un resultado y por lo
tanto es imposible establecer un distingo entre ambos tipos.
Clases de accesoriedad.
El Art. 524 divide en dos clases de accesoriedad: con relación al objeto, y con relación a las
personas obligadas.
Art. 524: “Las obligaciones son principales o accesorias con relación a su objeto, o con relación a
las personas obligadas. Las obligaciones son accesorias respecto del objeto de ellas, cuando son
contraídas para asegurar el cumplimiento de una obligación principal; como son las cláusulas penales.
Las obligaciones son accesorias a las personas obligadas, cuando éstas las contrajeren como garantes
o fiadores. Accesorios de la obligación vienen a ser, no sólo todas las obligaciones accesorias, sino
también los derechos accesorios del acreedor, como la prenda o hipoteca”.
Objetiva: con relación al objeto, son accesorias las obligaciones que se contraen para asegurar el
cumplimiento de la obligación principal; por ejemplo, la “cláusula penal”, donde el deudor se obliga a
cumplir una pena o multa si no hace efectiva la prestación principal o si cae en mora. Se trata de
asegurar la efectivización de lo principal.
Subjetiva: la accesoriedad con respecto a las personas obligadas se cuando al deudor se le une
otra persona que es tercera en la relación originaria y asume el carácter de fiador del cumplimiento.
También se tiende con ello a asegurar la obligación principal. El CC regula el contrato de fianza del Art.
1986 a 2050.
Efectos.
La dependencia entre ambas obligaciones hace que si se extingue la principal quede sin efecto la
accesoria. El Art. 525 establece:
Art. 525: “Extinguida la obligación principal, queda extinguida la obligación accesoria, pero la
extinción de la obligación accesoria no envuelve la de la obligación principal”.
Por el contrario, la conclusión de la accesoria no surte ningún efecto sobre la principal. Algunos
casos en que se aplica esta regla son: lo dispuesto sobre la extinción de los intereses (Art. 624); obre
la novación de la obligación principal (Art. 803); sobre la compensación (Art. 829); para la transacción
(Art. 852); etc.
Los supuestos que a veces se citan como excepciones al principio general son: lo dispuesto en el
Art. 664 sobre la cláusula penal, que se mantiene a pesar de la ineficacia de la obligación principal, o la
fianza, prenda o asimismo la cláusula penal que garantiza obligaciones naturales, y pueden exigirse
judicialmente sin perjuicio de los efectos de la obligación imperfecta (Art. 518 y 666), no constituye una
alteración del principio, sino que tanto la cláusula penal como la fianza y demás derechos accesorios
han pasado a ser principales, y de allí la independencia en los efectos.
En cuanto a la nulidad, nada dice el CC, y por lo tanto, deben ser aplicados los principios generales
mencionados. La invalidez de la principal provoca la ineficacia de la accesoria.
Lo dispuesto en el Art. 526 se refiere solamente a las cláusulas o condiciones accesorias y no a dos
obligaciones vinculadas. Estas cláusulas accesorias, prohibidas o contrarias a la ley llevan a la nulidad
de toda la obligación, en concordancia con lo dispuesto en los Arts. 536 y 953 del CC.
Art. 526: “Si las cláusulas accesorias de una obligación fueren cláusulas imposibles, con
apariencias de condiciones suspensivas, o fueren condiciones prohibidas, su nulidad hace de ningún
valor la obligación principal”.
Bolilla 16
Así mismo, Busso, Llambías y otros consideran como causal el abandono de la cosa, aunque se
trata de un supuesto excepcional. Como ejemplos se pueden citar el caso del donatario, para liberarse
del pago de cargos (Art. 1854) y deuda alimentaria (Art. 1837), entre otros.
También se puede citar a la dación en pago que, pese a estar contemplada en el código bajo la
denominación “pago por entrega de bienes”, tiene sin embargo autonomía conceptual con relación a
aquel, como medio extintivo de las obligaciones.
La muerte del deudor (e incapacidad sobreviniente) es causal de extinción en los supuestos de
obligaciones intuitu personæ, en las que se ha tenido en cuenta las aptitudes o condiciones de la
persona y por ello no son transmisibles a los herederos del deudor. Sirve como ejemplo el caso del Art.
1640 (“El contrato se resuelve también por fallecimiento del empresario; pero no por fallecimiento del
locatario. Este debe pagar a los herederos de aquél, en proporción del precio convenido, el valor de la
parte de la obra ejecutada y de los materiales preparados, si éstos fuesen útiles a la obra”).
El mutuo disenso o contrario consensus de las partes también puede extinguir las obligaciones
creadas de común acuerdo, conforme lo establecido en el Art. 1200 (“Las partes pueden por mutuo
consentimiento extinguir las obligaciones creadas por los contratos…”)
El concurso de causa lucrativa es otra vía de extinción. Se trata de un fenómeno del derecho
sucesorio que se produce cuando concurren dos causas de adquisición de un bien en cabeza del
acreedor y este recibe por una causa lucrativa (es decir, gratuita) la cosa que le había legado y a que
estaba obligado el heredero a hacer entrega. Ese heredero no queda exento de cumplir cuando la
causa es onerosa, conforme al Art. 3754.
Un medio de extinción, que no puede incluirse en los medios regulares ya señalados, es el previsto
en el Art. 419: el tutor que tuviese un crédito contra el menor y no lo asentare en el inventario que
debe hacer al empezar la tutela, no puede reclamarlo en adelante, a menos que al tiempo del
inventario hubiere ignorado la existencia del crédito a su favor. Se trataría de una caducidad de
derecho en defensa de los intereses del menor.
Clasificaciones.
Son muchas las clasificaciones al respecto, desde las del derecho romano a las elaboradas por
autores modernos, y sirven para un mejor análisis de los medios de extinción.
En Roma, se diferenciaba, tomando en cuenta la manera de producirse la extinción, entre los
medios que funcionaban ipso iure, es decir, de pleno derecho (como el pago) y los obraban ope
exceptionis, o sea, como por vía de defensa o excepción opuestas por el deudor (como la prescripción).
Los autores italianos (como Giorgi) distinguen, teniendo en cuenta e contenido que tienen las
causales de extinción, los medios satisfactivos, que contemplan el interés del acreedor, que suponen el
cumplimiento de la obligación (como el pago, novación –el acreedor recibe un nuevo crédito en lugar
del anterior que se extingue–, compensación –el acreedor no percibe su crédito pero se libera de la
obligación que a su vez tenía con quien era su deudor por otra cosa–, la transacción –la satisfacción
radica en las “concesiones” que cada parte obtiene de su contraria a cambo de las que recíprocamente
otorgan– o confusión –cuando se reúnen en una misma personas las calidades de acreedor y deudor–),
de los no satisfactivos, que frustran ese interés (como la remisión, prescripción o imposibilidad de
cumplimiento).
Los juristas más actuales distinguen, como medios de extinción, los negociales (como la novación,
renuncia o transacción) de los no negociales (como la confusión e imposibilidad de pago).
Los autores españoles clasifican los medios de extinción entre los modos voluntarios (como el
pago, dación en pago o novación), y los involuntarios (como la confusión, prescripción o imposibilidad
de pago).
Pago.
Concepto y acepciones.
El pago es el cumplimiento de la actuación del contenido de la prestación y tiene como
consecuencia la extinción de la obligación. Es, por lo tanto, un efecto y el más fundamental de las
obligaciones, ya que importa la culminación o realización del fin. Puede ser hecho por el mismo deudor
o por un tercero y se dirige a la satisfacción del interés del acreedor.
El Código Civil Argentino, al igual que el francés y el italiano, incluye en el Art. 724 al pago como el
primero medio de extinción de las obligaciones.
El Código Civil lo define de la siguiente manera:
Art. 725: “El pago es el cumplimiento de la prestación que hace el objeto de la obligación, ya se
trate de una obligación de hacer, ya de una obligación de dar”.
En su desarrollo histórico y en los distintos sistemas jurídicos, el pago tuvo diferentes acepciones.
» En un sentido amplio: según el derecho romano (sobre todo según el Digesto), se lo asimilaba a
cualquiera de los medios de extinción de la obligación, tanto al natural como al anormal; se lo
identificaba con la solutio, ya que, como dice Trigo Represas, solvere era la antítesis de ligare.
» En un sentido estricto: es el adoptado por nuestro código civil, el pago es el cumplimiento de la
prestación a que se está obligado, cualquiera fuese su naturaleza: de dar, hacer o no hacer. Como el
Art. 725 no menciona a las obligaciones de no hacer, se considera que tácitamente se incluyen las
obligaciones de no hacer, ya que el codificador las había regulado en los Art. 625 a 634. Esta
concepción se desinteresa del sujeto o los sujetos actuantes.
» En sentido restringido o vulgar: en algunas legislaciones modernas, como la alemana, se ha
considerado “pago” lo que vulgarmente así se entiende, es decir, la entrega de una suma de dinero.
Naturaleza jurídica.
Establecer la esencia del pago ha sido un tema muy debatido, dando lugar a una gran controversia
jurídica. La polémica no es solo entre juristas nacionales, sino que se da con igual intensidad entre los
autores extranjeros. Las opiniones oscilan entre:
» El pago como acto o negocio jurídico: la mayoría de los autores (Llambías, Salvat, Busso, etc.) y
gran parte de la jurisprudencia sostienen que el pago es un acto jurídico ya sea por la coincidencia con
los elementos enunciados en el Art. 944, en cuanto es un hecho humano, voluntario y lícito que
extingue derechos y obligaciones.
Se agrega a ello la exigencia del Art. 726, en cuanto a la capacidad exigida para concretar el
cumplimiento mediante el pago y la necesidad del animus solvendi como finalidad de efectivización. Así
se habla del negocio de cumplimiento, ya que, tanto el solvens como el accipiens realizan un acuerdo
causal: uno queriendo cumplir y extinguir, el otro aceptando recibir.
La teoría parece convincente en las obligaciones de dar, especialmente cuando tienen como fin
constituir un derecho real, pero de dudosa aplicación para los demás supuestos.
En cuanto a la unilateralidad o bilateralidad del pago, se sobreentiende que el pago es siempre
bilateral y el ejemplo de la consignación que suele darse, no constituye un caso de unilateralidad en la
exteriorización de voluntades, sino un supuesto de imposición activo de cumplimiento.
» El pago como acto debido: en el derecho comparado, son muchos los autores, como Galli, que
consideran que el pago es un acto no negocial, e integra una categoría de actos llamados debidos,
porque son conductas impuestas por una relación jurídica anterior.
El deudor carece de la posibilidad de optar entre cumplir o no; debe necesariamente hacer efectiva
la prestación. En cambio, en los negocios jurídicos tiene expedita la vía para concretar la exteriorización
de esa conducta o apartarse, y en este último supuesto, ningún tipo de sanción legal le llega.
Compagnucci adhiere a esta postura, considerando al pago como un acto jurídico no negocial e
ingresa en la categoría del acto debido, pero aclara que el pago es negocio jurídico (como síntesis de la
autonomía de la voluntad) cuando tiene como finalidad dar para constituir un derecho real.
» El pago como hecho jurídico: distinguidos juristas argentinos (como Salas y Trigo Represas),
siguiendo la corriente del derecho italiano, han afirmado que el pago es un hecho jurídico. Sostener
que el pago es un mero hecho jurídico implica descartar la necesidad de que el solvens sea
necesariamente capaz, que su accionar tenga animus solvendi (voluntad dirigida a cumplir) y animus
præstandi (querer extinguir la obligación), bastando con una adecuación entre el comportamiento
debido y el realizado. Esta calificación se justifica en las obligaciones de no hacer (y aún en las de
hacer), pues se puede cumplir sin tener conciencia del actuar, o bien realizar una actividad sin
intención concreta de pagar.
Quienes defienden esta postura alegan la imposibilidad de nulificar la conducta y reclamar la
repetición o bien que quien puede hacerlo con un representante legal es el obligado y ello puede traer
como consecuencia una compensación o alegar una exceptio doli, ya que quien pide es quien debe.
» El pago como hecho jurídico o como un acto jurídico: se trata de teorías eclécticas (agregadas
en el compendio de Cazeaux y Trigo Represas). Esta postura ubica al pago como hecho jurídico o como
acto jurídico, según sea la obligación: puede ser una convención si el deudor ofrece el pago y el
acreedor lo acepta; un acto jurídico unilateral, en el caso del mandatario que cumple el mandato y
paga. Dentro de esta corriente cabe incluir a Orgaz, quien opina que el pago es un hecho cuando se
trata de cumplir obligaciones de hacer y de no hacer y un acto jurídico (negocio) en los casos de
obligaciones de dar. Se podría afirmar que Cazeaux y Trigo Represas consideran al pago como un
hecho jurídico o como un acto jurídico unilateral. Estas posturas implican negar la existencia de un
concepto único de cumplimiento o de pago.
Legitimación activa.
Se trata de saber quiénes pueden pagar. En nuestra legislación, se encuentran legitimados, tanto el
deudor como un tercero (Art. 726 a 730). De ahí que se generalice la denominación y al que paga se lo
califique como solvens. El concepto está claro en lo dispuesto por el Art. 726.
Art. 726: “Pueden hacer el pago todos los deudores que no se hallen en estado de ser tenidos
como personas incapaces, y todos los que tengan algún interés en el cumplimiento de la obligación”.
En las obligaciones de sujeto singular, el pago puede ser hecho por el deudor o sus sucesores o
representantes. En las obligaciones de sujeto plural (mancomunadas) es necesario diferenciar:
• Si son de objeto divisible, cumple dando su porción (Arts. 674, 6775, 691 y 693).
• Si son de objeto indivisible, cumple pagando la totalidad de la prestación (Art. 686); lo mismo
ocurre en las solidarias (Arts. 699, 705 y 706).
Deudor: capacidad.
Cuando los Arts. 726 y 738 aluden a la capacidad y a la posibilidad de pagar, no tienen como
objetivo establecer el derecho a cumplir o no, sino la aptitud de actuar por sí, sin necesitar la actividad
ajena; es decir, se refieren a la capacidad de hecho, no a la de derecho. En la nota al Art. 726, el
codificador aclara:
Art 726 (nota): Los incapaces son todas las personas designadas en los Arts. 54 y 55. Pueden, por lo tanto,
hacer el pago cualquiera de los deudores en una obligación solidaria o indivisible: cualquiera de los co-deudores
por la cuota que le corresponde, si la obligación fuese simplemente mancomunada y divisible, los fiadores, el
heredero único del deudor.
El pago realizado por un incapaz es nulo, de nulidad relativa (Art. 1041 y 1042). Claro está que en
algunos supuestos, como los casos de cumplimiento de abstenciones o realizaciones de servicios, no se
podrá volver las cosas al estado anterior (Art. 1050 y 1052), pero solo por razones de tipo práctico o de
imposibilidad material.
Cuando el reclamo de ineficacia lo haga el representante (también obligado) y exista plena
conciencia en el objeto de pago, será factible oponer una especie de compensación (Art. 818). Pero la
acción de repetición es viable cuando el deudor incapaz pagó más de lo debido o lo hizo antes del
vencimiento del plazo o entregó una cosa distinta de la debida.
Representante.
El pago también puede ser hecho por el representante del deudor cuando no se trate de una
obligación de hacer intuitu personæ. Si se trata de representantes legales (padres, tutores o curadores)
estos podrán cumplir en la medida en que tengan facultad para realizar esos actos.
Los representantes voluntarios, como los mandatarios, para cumplir actos de disposición necesitan
poder especial (Art. 1881, inc. 1°); en cambio, basta con un mandato general para realizar simples
actos de administración.
Tercero.
Es siempre tercero quien no es parte en la relación jurídica. La ley permite que el pago no solo sea
hecho por el propio deudor, sino también por terceros. Así lo establecen los Arts. 727 y 728.
Art. 727: “El pago puede hacerse también por un tercero con asentimiento del deudor y aun
ignorándolo éste, y queda la obligación extinguida con todos sus accesorios y garantías. En ambos
casos, el que hubiese hecho el pago puede pedir al deudor el valor de lo que hubiese dado en pago. Si
hubiese hecho el pago antes del vencimiento de la deuda, sólo tendrá derecho a ser reembolsado
desde el día del vencimiento”.
Art. 728: “El pago puede también ser hecho por un tercero contra la voluntad del deudor. El que
así lo hubiese verificado tendrá sólo derecho a cobrar del deudor aquello en que le hubiese sido útil el
pago”.
Esta posibilidad no existe cuando del contenido de la prestación surgen las aptitudes personales del
deudor. El Art. 730 dispone:
Art. 730: “Si la obligación fuere de hacer, el acreedor no está obligado a recibir el pago por la
prestación del hecho o servicio de un tercero, si hubiese interés en que sea ejecutado por el mismo
deudor”.
Los terceros pueden ser interesados o no interesados. Algunos autores consideran que se
distinguen por la existencia de animus solvendi de los primeros; o bien que el interesado es aquel de
quien el deudor puede reclamar la prestación; o con un criterio más acertado, que tercero interesado
es el que puede ser afectado en un derecho propio si el acreedor efectiviza su derecho creditorio. Se
dan como ejemplo al del “tercer poseedor del inmueble hipotecado”, pues puede verse perjudicado en
la posesión de la cosa si el deudor principal no cumple; o el de aquel que acepta que un inmueble de
su propiedad sea garantía real de un crédito ajeno. Los fiadores o garantes personales nunca son
terceros, ya que resultan verdaderos deudores. Cuando hay oposición, tanto del deudor como del
acreedor, solo está legitimado a pagar el tercero interesado, no siendo viable a cualquier otro tercero
llegar al cumplimiento mediante la acción judicial de la consignación.
Legitimación pasiva.
La legitimación pasiva es la aptitud de quienes se encuentran autorizados legalmente para recibir el
pago, al cual se lo denomina accipiens. Teniendo en cuenta lo dispuestos por el Art. 731, es el
acreedor, o quien hubiera sido indicado en el título o un tercero.
Art. 731: “El pago debe hacerse:
1° A la persona a cuyo favor estuviere constituida la obligación si no hubiese cedido el crédito, o a
su legítimo representante, cuando lo hubiese constituido para recibir el pago, o cuando el acreedor no
tuviese la libre administración de sus bienes;
2° A cualquiera de los acreedores, si la obligación fuese indivisible o solidaria, si el deudor no
estuviese demandado por alguno de ellos;
3° A cada uno de los coacreedores, según la cuota que les corresponda, si la obligación fuese
divisible, y no fuese solidaria;
4° Si el acreedor o coacreedor hubiese fallecido, a sus legítimos sucesores por título universal, o a
los herederos, según la cuota que a cada uno perteneciere, no siendo la obligación indivisible;
5° A los cesionarios o subrogados, legal o convencionalmente;
6° Al que presentase el título del crédito, si éste fuese de pagarés al portador, salvo el caso de
hurto o de graves sospechas de no pertenecer el título al portador;
7° Al tercero indicado para poder hacerse el pago, aunque lo resista el acreedor, y aunque a éste
se le hubiese pagado una parte de la deuda”.
Es importante conocer quien tiene dicha legitimación, ya que ante la invalidez del pago, el solvens
se expone a tener que pagar dos veces la misma deuda.
Si bien pueden nacer en su favor acciones de repetición, lo cierto es que ello no impide que aquel
que tiene el título de acreedor reclame y consiga percibir del verdadero deudor.
Acreedores y representantes.
El Art. 731 inc. 1° establece que el pago debe hacerse “a la persona a cuyo favor estuviere
constituida la obligación”. Y cuando la obligación sea mancomunada simple de objeto divisible se
pagará a cada acreedor por la porción que le corresponda (inc. 3°), o la totalidad a cada uno de ellos
en los casos de obligaciones solidarias o de objeto indivisible (inc. 2°).
El mismo inc. aclara que el pago puede hacerse al representante; ésta es una mera variante del
pago al mismo acreedor, ya que los actos realizados por el mandatario se consideran como hechos por
el mismo mandante. La representación es legal en el caso de los padres, tutores y curadores, quienes
pueden válidamente recibir los pagos, sin perjuicio de las normas que delimitan las facultades de
inversión de lo percibido.
Si la representación es convencional, hay que remitirse a las reglas del contrato de mandato, y de
ello surgirán las facultades para recibir la prestación. En principio, la ley nada indica sobre la necesidad
de un poder especial (Borda, Salvat, etc.). Se debe previamente calificar el tipo de crédito y el
consiguiente acto que lo vincula; los meros negocios de administración se cumplimentan mediante
poderes generales, y los de administración extraordinaria o de disposición exigen poderes especiales
(Busso, Trigo Represas, Llambías, etc.).
Capacidad del acreedor.
Los Arts. 734, 735 y 739 se refieren a la capacidad para recibir pagos.
Art. 734: “El pago no puede hacerse a persona impedida de administrar sus bienes. Sólo será
válido en cuanto se hubiese convertido en su utilidad”.
Art. 739: “Lo que está dispuesto sobre las personas que no puedan hacer pagos, es aplicable a las
que no pueden recibirlos”.
De todo esto puede establecerse que es necesaria la capacidad suficiente para poder ser receptor
del pago.
» Incapacidad absoluta: de las normas referidas, se deduce que ciertas personas padecen
impedimentos absolutos: los incapaces enumerados en los Arts. 54 y 55 CC; los inhabilitados del Art.
152 bis; los concursados desapoderados de sus bienes del Art. 177 y ss.
» Incapacidad relativa: sobre otras personas recaen impedimentos relativos: los menores adultos
(Art. 55); los menores de 21 años y mayores de 18 años por la actividad laboral (Art. 128); los
emancipados por el matrimonio (Art. 131).
El pago realizado a estos incapaces es “nulo”, de nulidad relativa (Art. 1048) y esa acción debe ser
promovida por el representante del incapaz o bien por el mismo acreedor cuando tenga o readquiera la
capacidad suficiente.
Pago al incapaz.
En principio, el pago al incapaz es nulo, pero la ley contiene dos excepciones:
» Incapacidad sobreviniente y la buena fe del solvens: el Art. 735 insiste en señala que si el
deudor hubiere conocida la incapacidad al pago será ineficaz.
Art. 735: “Si el acreedor capaz de contraer la obligación se hubiese hecho incapaz de recibir el
pago, el deudor que sabiendo la incapacidad sobreviniente se lo hubiese hecho, no extingue la
obligación”.
Si el acreedor deviene incapaz y el deudor, desconociendo esa circunstancia obra con la suficiente
diligencia y buena fe, el pago es válido. Es imprescindible que la incapacidad sea sobreviniente al
origen de la obligación y que el solvens haya actuado diligentemente.
» Utilidad que hubiere beneficiado al acreedor: el Art. 734 in fine dispone que el pago será válido
en cuanto se hubiese convertido en su utilidad. Esto significa que el acreedor incapaz e ha beneficiado
económicamente con el pago, ya sea acrecentando el valor de sus bienes mediante mejoras necesarias
o útiles o disminuyendo su pasivo. La prueba de ello corre por cuenta de quien pagó, como forma de
dar validez a un acto de cumplimiento que aparecía, en principio, como nulo.
quien al recibir el cumplimiento extingue la obligación del deudor. El verdadero acreedor no obtiene el
pago y la disposición viene a proteger al deudor que obra bien.
Al hablar de “poseedor del crédito”, se alude a la apariencia de ser titular del derecho creditorio, lo
cual se ejemplifica en el supuesto de “heredero aparente” (Art. 3430).
El carácter de acreedor aparente tiene relevancia jurídica porque la ley se apoya en lo que
verosímilmente ocurre cuando alguien, durante un cierto tiempo, en forma pacífica y pública, exhibe
con cierto grado de certidumbre una situación de iure. Aquello de que “las apariencias engañan”
muestra que a veces las situaciones equívocas borran a las verdades.
Para que el pago sea liberatorio del deudor, es necesario que confluyan los siguientes requisitos:
» La buena fe en el solvens: significa que, luego de haber adoptado todos los recaudos necesarios
y observado un buen comportamiento, cuando paga esté persuadido de que el accipiens era el
verdadero acreedor.
» El estado de apariencia: debe ser tan convincente como para hacer creer que el accipiens está
legitimado para cobrar.
» Un error de hecho: perfectamente excusable en quien paga la obligación; esto se complementa
con lo señalado a la buena fe.
Este tipo de cumplimiento libera al deudor y plantea una cuestión jurídica entre el verus creditoris y
el acreedor aparente, que se resuelve teniendo en cuenta el comportamiento del accipiens y conforme
a su buena o mala fe. Si actuó de buena fe, cuestión que la ley en principio presume, el reclamo tiene
como base el enriquecimiento sin causa; en cambio, la mala fe abre la posibilidad de reclamar todos los
daños y perjuicios causados.
Bolilla 17
Requisitos sustantivos.
En el Libro II, Sección I, Parte I, Título XV, Capítulo I, nuestro CC consagra dos principios básicos
relativos al objeto de pago: el de la identidad entre lo debido y lo pagado; y el de la integridad del
pago (Art. 740 – 746).
Identidad.
Hace a la esencia del cumplimiento que se dé lo prometido, o se haga u omita el objeto de
prestación.
Así, con relación a las obligaciones de dar, el Art. 740 dice:
Art. 740: “El deudor debe entregar al acreedor la misma cosa a cuya entrega se obligó. El
acreedor no puede ser obligado a recibir una cosa por otra, aunque sea de igual o mayor valor”.
Con respecto a las obligaciones de hacer, el Art. 741 dice:
Art. 741: “Si la obligación fuere de hacer, el acreedor tampoco podrá ser obligado a recibir en
pago la ejecución de otro hecho, que no sea el de la obligación”.
Aunque no se trata en el código el caso de las obligaciones de no hacer, existe coincidencia
doctrinaria en el sentido de que el principio de “identidad también rige para las mismas.
Las soluciones legales imponen tanto al deudor como al acreedor, quienes no pueden modificar la
sustancia del contenido del cumplimiento, es decir, el deudor no puede pretender pagar con una cosa
de distinta calidad. Algunos autores consideran que en las obligaciones de dar cantidades de cosas, un
pequeño incremento en las cantidades a entregar no alteraría el principio, y deberían aplicarse las
disposiciones de los Arts. 1071 y 1198 con relación al principio del abuso del derecho y de la buena fe.
En cuanto a las obligaciones dinerarias deben cumplirse en moneda, no es posible sustituir a ésta
por un título de crédito (cheque, letra de cambio o pagaré) o un depósito en cuenta corriente bancara
o caja de ahorros. Algunos consideran que el deudor al entregar a su acreedor un cheque no paga,
sino le cede el crédito que tiene contra el banco con el fin de que lo presente al cobro, y hasta allí la
obligación entre deudor y acreedor no se ha extinguido; cambia la titularidad activad del crédito contra
el banco, quien como deudor queda notificado de la cesión al presentarse el cheque al cobro, y así el
pago del cheque por el banco extingue simultáneamente la obligación del banco. Este mismo caso se
hace extensivo a los títulos de crédito, como al depósito en cuenta bancaria. En conclusión, el pago
mediante cheque no configura un verdadero pago o cumplimiento de la obligación, razón por la cual el
acreedor no se halla en debe jurídico de aceptarlo.
Integridad.
El pago debe ser completo, es decir, por el total de lo adeudado. El solvens no puede nunca
pretender realizar pagos parciales para ir desobligándose “de a poco”, ni el acreedor podría pretender
aceptar solo una parte de la deuda y postergar el cobro de la restante, dejando así subsistente la
obligación y responsabilidades del deudor por el saldo insoluto. Ello siempre que no haya un acuerdo
de partes previo o coetáneo al cumplimiento; o bien cuando así lo acepte, en forma expresa o tácita, el
acreedor. Pero todo hace al principio de autonomía de la voluntad (Art. 1197), que es el eje del
derecho de las obligaciones. Esto queda confirmado por los Arts. 742 y 744, que establecen:
Art. 742: “Cuando el acto de la obligación no autorice los pagos parciales, no puede el deudor
obligar al acreedor a que acepte en parte el cumplimiento de la obligación”.
Art. 744: “Si se debiese suma de dinero con intereses, el pago no se estimará íntegro sino
pagándose todos los intereses con el capital”.
Esto implica que el deudor no puede abonar los intereses sin satisfacer el capital, ni viceversa
pretender el pago de solo el capital con la finalidad de detener el devengamiento de nuevos intereses.
La regla de “integridad” puede tener algunas excepciones, ya sea por acuerdo de partes o por
disposición de la ley. Así ocurre en los casos de:
» Deudas parcialmente líquidas: si una deuda resulta parcialmente líquida, el deudor está
legitimado para pagara solo lo líquido y, correlativamente, el acreedor solo puede reclamar esa porción
Art. 743: “Si la deuda fuese en parte líquida y en parte ilíquida, podrá exigirse por el acreedor, y
deberá hacerse el pago por el deudor de la parte líquida, aun de que pueda tener lugar el pago de la
que no lo sea”.
Es una vía para brindar la posibilidad de cumplir o de exigir, por lo menos, en las porciones ya
líquidas; por ejemplo, cuando en un proceso judicial un abogado tiene regulados sus honorarios y
todavía falta calculárseles intereses, el deudor puede desobligarse parcialmente.
» Pluralidad de obligaciones: si existe más de una obligación que vincula a los mismos sujetos, el
deudor puede válidamente cumplir una independientemente de las demás. La autonomía de cada
relación jurídica justifica esta solución, pero no se trata verdaderamente de una excepción al principio
de “integridad”.
» Prestaciones periódicas: son las obligaciones que nacen pro rata temporis (significa estar en
proporción a la extensión de tiempo involucrado), como los intereses de un capital, la obligación
alimentaria o el precio del arriendo en una locación urbana pactado mensualmente. En estos casos,
cada obligación conserva su independencia en razón de nacer por períodos temporales; en ello se
diferencia del pago en cuotas de una deuda única. De allí, que ante la acumulación de varios períodos
el deudor puede válidamente pagar uno de ellos, dejando insoluto al resto.
Compagnucci considera que no es aplicable a este tipo la presunción establecida en el Art. 746,
pero resulta conveniente que si el acreedor recibe el pago de una prestación posterior, deje debida
constancia en el recibo de la existencia de otras impagas.
Art. 746: “Cuando el pago deba ser hecho en prestaciones parciales, y en períodos determinados,
el pago hecho por el último período hace presumir el pago de los anteriores, salvo la prueba en
contrario”.
» Pluralidad de fiadores: si varias personas garantizan como fiadores el cumplimiento de una
obligación y lo hacen en forma “pura y simple”, solo responden por partes iguales (Art. 2024). Ante el
incumplimiento, el acreedor puede reclamar de cada fiador solamente su parte. No se trata de una
excepción al principio de integridad, sino de un efecto del acuerdo de voluntades para dividir la deuda.
» Pluralidad de herederos: al fallecer el deudor y dejar varios herederos, no tratándose de una
obligación de objeto indivisible, cada uno responde por la porción que le cabe en a herencia, y el
acreedor queda obligado a recibir la parte de cada heredero (Arts. 3490 y 3491).
» Compensación: para algunos autores, como Llambías, la compensación sería un supuesto que
permite el pago parcial de la deuda que, por ser importe mayor, queda sin compensar (Art. 818).
Compagnucci considera que no es certera esa afirmación, ya que los otros importes también fueron
cumplimentados por un medio sustitutivo como es la compensación, es decir, un camino similar al del
pago.
Requisitos circunstanciales.
Lugar de pago (Art. 747 - 749).
El lugar de cumplimiento resulta ser un elemento de enorme importancia, ya que da la pauta de
dónde debe ser cumplida la obligación. Resulta de un efecto práctico evidente, pues tanto el acreedor
como el deudor conocen así dónde deben recibir el objeto de prestación, o el lugar al que debe ser
trasladado, etc. Por otro lado, tiene un contenido de orden procesal, cual es determinar la competencia
judicial. Los códigos de procedimiento de la Capital Federal y de la Provincia de Buenos Aires
establecen que cuando se ejerciten acciones personales es juez competente el del lugar donde debe
cumplirse la obligación.
El Art. 747 distingue entre el lugar de pago designado y el no designado; de ahí que, fundado en el
principio de “autonomía de la voluntad”, los sujetos pueden haber fijado, al nacer la obligación o a
posteriori, el lugar de cumplimiento. Son casos de obligaciones de fuente contractual, y la voluntad
puede haber sido exteriorizada en forma expresa o tácita.
Art. 747: “El pago debe ser hecho en el lugar designado en la obligación. Si no hubiese lugar
designado, y se tratase de un cuerpo cierto y determinado deberá hacerse donde éste existía al tiempo
de contraerse la obligación. En cualquier otro caso, el lugar de pago será el del domicilio del deudor al
tiempo del cumplimiento de la obligación”.
Si el lugar designado fuera el domicilio del deudor y este mudase de lugar, el Art. 748 le brinda al
acreedor la opción de requerir el pago en el nuevo domicilio del deudor. Sería una especie de
obligación alternativa, de fuente legal, dada a favor del acreedor.
Art. 748: “Si el deudor mudase de domicilio, en los casos en que el lugar de éste fuese el
designado para el pago, el acreedor podrá exigirlo, o en el lugar del primer domicilio, o en el nuevo del
deudor”.
No encontrándose expresada la voluntad sobre el lugar de pago, la ley sustituye y da diferentes
soluciones ante las siguientes obligaciones:
» Obligación de dar un cuerpo cierto: el Art. 747 dispone que el pago de un cuerpo cierto debe
hacerse donde exista este al tiempo de contraerse la obligación. La mayoría de los autores considera
que la solución legal solamente es aplicable a los bienes muebles, ya que los inmuebles, por su
inmovilidad, deben ser entregados donde se hallan.
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Derecho Civil II
• Insolvencia del deudor: el Art. 753, en concordancia con el Art. 572, dispone que ante la
insolvencia declarada del deudor (concurso), los acreedores no están obligados a respetar el plazo
inicial para reclamar el cumplimiento de la obligación.
• Remate de bienes hipotecados o prendados: el Art. 754 prevé esta solución: cuando los bienes
hipotecados o prendados fueran también garantía de otro acreedor y este hace ordenar la subasta
judicial, puede el otro acreedor solicitar se declare exigible su crédito y hacerlo efectivo sobre los
fondos resultantes de la venta forzosa. Si bien la ley se refiere a otro acreedor hipotecario o prendario,
se considera aplicable la misma solución cuando es un acreedor quirografario el que lleva el bien a la
venta judicial.
• Actos de disposición del deudor hipotecario: está previsto en el Art. 3161. En éste, se dispone
que cuando el deudor hipotecario, propietario de los bienes, realice actos de desposesión material o
jurídica, o deteriore los bienes o enajene los accesorios, puede el acreedor solicitar se declare como
vencido el plazo, privando al deudor de dicho beneficio.
» Plazos de gracia: el plazo o término de gracia es un remedio o medida individual que puede
conceder el juez a fin de dilatar el cumplimiento de la obligación (Aubry y Rau). Es propio de la
benevolencia judicial y diferente del acordado por las partes o la ley. Se apoya en un criterio de
humanidad, que procura suavizar el rigorismo legal mediante el principio de equidad. Hay varias etapas
en la historia de esta potestad judicial:
• Nace con el derecho romano: Justiniano, por razones humanitarias, fijaba un quinquenale
spatium, que se concedía a aquellos deudores que habían hecho cesión de sus bienes.
• En el derecho intermedio francés: se lo puede observar en las lettres d’état y en las lettres de
répit, que eran cartas de aplazamiento a favor de quienes habían prestado servicios al Estado o a favor
de los deudores menesterosos.
• Actualmente, en los Códigos Francés y Español: se permite a los jueces, teniendo en
consideración la posición del deudor y su situación económica, conceder plazos graciables, según las
circunstancias y sin que excedan de un año. El Código Italiano de 1942 y Alemán no admiten esta
facultad judicial y solo la dejan a la buena voluntad de los acreedores. Nuestro codificador rechaza la
posibilidad de que los jueces puedan dar plazos graciables o de benevolencia, así lo establece la nota
del Art. 755 (“Porque se ha establecido ya, que el plazo en las obligaciones es a favor de deudor y
acreedor”). Toda tramitación judicial permite que transcurra un tiempo más que suficiente para que el
deudor pueda recomponer su situación o tomar los recaudos necesarios.
» Moratoria legal: la institución de las “moratorias” legales”, que se producen cuando el legislador
impone mediante una ley la prórroga del plazo para el cumplimiento de la obligación. Así, hubo
diferentes leyes estableciendo distintas moratorias, por ejemplo, hipotecarias, a favor de los deudores
del Banco Hipotecario Nacional; o de prórroga en los arriendos rurales, a favor de los arrendatarios; de
locaciones urbanas, que alongaban el plazo de cumplimiento por parte de los locatarios, etc. Por lo
común, esto está vinculado a las situaciones económicas generales y a las épocas de crisis.
Accesorios (que pueden incidir en las relaciones de las partes, independientemente de la función
primordial cancelatoria del cumplimiento).
Fuera de su efecto primordial, el pago también puede producir otras consecuencias en
determinadas circunstancias, si el mismo hubiese consistido en un acto voluntario, realizado con
discernimiento, intención y libertad por el deudor. Esto señala una importante diferencia entre el efecto
cancelatorio y liberatorio propio del pago, que solo requiere adecuación objetiva de la conducta del
deudor al contenido de la obligación. Las eventuales consecuencias secundarias que solo se producen
cuando el pago ha sido realizado voluntaria e intencionalmente por el obligado. Por eso es que se
puede afirmar que el pago en sí como mero hecho jurídico tiene un único efecto: la extinción del
crédito y consecuente liberación del deudor, mientras que para la producción de efectos secundarios no
basta con el solo pago, sino que además se requiere que el mismo sea efectuado por el solvens con
voluntariedad.
Los efectos accesorios del pago son los siguientes:
» Consolidario: si se ha convenido la entrega de una señal penitencial, es sabido que ella permite
el arrepentimiento de cualquiera de las partes. No obstante, si alguno de ellos hiciera un pago parcial
eso importaría un principio de ejecución que impide el dejar sin efecto el vínculo por el
arrepentimiento.
» Confirmatorio: cuando se está ante un acto nulo o anulable relativo es posible purgar esa
situación en virtud de la confirmación. El cumplimiento mediante el pago válido importa un acto de
confirmación tácita de esa obligación viciada. La confirmación tácita es la que resulta de la ejecución
voluntaria, total o parcial, del acto sujeto a una acción de nulidad. El pago debe ser hecho con animus
confirmandi, es decir, con intención de sanear el vicio del acto que diera nacimiento a la obligación.
» Recognoscitivo: el pago total o parcial de la obligación hecho por el deudor importa
reconocimiento tácito de la misma y también trae como efecto reflejo la interrupción del curso de la
prescripción (Art. 721). Reconocer es confesar la existencia de una obligación, sin agregarle ni quitarle
nada; o sea, admitir que una obligación existe, pero tal cual es. Por ello, ha prevalecido en doctrina la
opinión de que el reconocimiento es un acto jurídico, una declaración de la voluntad realizada con el fin
de producir consecuencias jurídicas. Es así que el que paga, si lo hace voluntariamente, está
admitiendo que existe la obligación que él extingue: hay, entonces, un reconocimiento tácito.
Recibo.
Concepto y naturaleza.
Si bien pueden existir otros medios demostrativos del cumplimiento, el más idóneo y relevante es
el recibo. Es una declaración que hace el acreedor por escrito, de donde emana la confesión de haber
recibido la prestación que se le debía.
En cuanto a la naturaleza jurídica, se han dado varias opiniones. Es mayoritaria la tesis que lo
considera un “reconocimiento extintivo” de la verdad de un hecho (Busso, Llambías, etc.), a lo que
agrega Trigo Represas que es una especie de “prueba preconstituida”, aunque es de señalar que es
éste el efecto natural para hacer valer en un proceso judicial el reconocimiento del acreedor. Para
Compagnucci, se trata de un “acto jurídico unilateral no negocial de confesión”.
Requisitos: forma y exigibilidad.
El recibo debe precisar con claridad cuál es la obligación que se pagó, la fecha de cumplimiento, el
nombre del solvens, el contenido preciso de lo recibido y la firma del acreedor. No es posible consignar
en él reservas o condiciones extrañas al cumplimiento de la obligación o que pretendan modificar la
situación jurídica anterior, salvo que se tratare de alguna aclaración relacionada con el crédito o que
tenga como finalidad dar noticia al deudor; por ejemplo, la elección en la obligación alternativa.
Si la obligación principal consta en escritura pública, el recibo del pago total debe ser realizado de
la misma forma, pero no cuando se paga cuotas o intereses. En los demás casos, puede utilizarse el
instrumento privado, con la dificultad que puede entrañar en ciertos supuestos la ausencia de la fecha
cierta, como cuando deban ser opuestos a terceros.
El solvens tiene derecho a exigir la entrega del recibo; así lo disponen los Códigos Alemán, Italiano,
Suizo de las Obligaciones, Anteproyecto de Bibiloni, etc. Nuestro Código nada dispone sobre ello, y la
negativa del acreedor a su entrega permite que el deudor lo constituya en mora y realice el pago
mediante la consignación judicial (Art. 756 y ss.).
Cuando, a su vez, sea el acreedor el interesado en tener la constancia del pago, puede exigir que
se realice en un doble ejemplar (contrarrecibo), que queda en su poder firmado por el deudor. Esto
puede ocurrir cuando le interese demostrar algunos de los efectos accesorios del pago.
Supuestos particulares: recibo por saldo, capital y prestaciones de pago parcializado.
Cuando otorga un recibo por salgo, han considerado nuestros tribunales que quedan canceladas
todas las obligaciones existentes entre el acreedor y el deudor, pues se presume fundadamente que el
acreedor reconoce no tener nada que reclamar con relación a las obligaciones anteriores. Ello obra
como presunción iuris tantum, y por ende, destruible por prueba en contrario.
El recibo por capital, sin reserva de los intereses, extingue el derecho a reclamarlos (Art. 624),
pues se aplica el principio de que lo accesorio sigue la suerte de lo principal. Así, un reciente fallo
plenario de la Cámara Nacional en lo Comercial decidió que “la reserva prevista en el Art. 624 debe ser
hecha coetánea o simultáneamente con la acción de recibir”.
Cuando se trata de prestaciones que se cumplen por partes, como las obligaciones “cuotizadas”, el
Art. 746 estipula que el recibo de la última hace presumir el pago de las anteriores. Se trata de una
presunción destruible por prueba en contrario que le corresponde realizar al acreedor.
Por el acreedor: cuando el deudor no ejercita la facultad de imputar, ese derecho queda revertido
en el acreedor, quien puede hacerlo al recibir el pago (Art. 775). Se trata asimismo de un acto
unilateral de manifestación de voluntad, también recepticia, mediante el cual se le hace saber al deudor
a qué obligación se atribuyó el pago, y puede ser hecho en el recibo o por otro medio.
Después de realizada, le impide al deudor solicitar el cambio de imputación, ya que perdió la
oportunidad que le daba el Art. 773. Si bien la ley se refiere a la “aceptación” del deudor, no lo hace
con respecto a la imputación, sino al recibo de la documentación donde consta la voluntad del
acreedor. El acto no pierde su carácter unilateral.
El deudor puede impugnar el acto del acreedor cuando demuestre haber mediado algún vicio de la
voluntad. El Art. 775 se refiere al dolo, a la violencia y a la sorpresa. Esto último constituye una
novedad en nuestro Código, ya que no se encuentra entre los vicios de la voluntad, previstos en los
Arts. 923 a 943; fue tomada del Código Francés, y éste la recogió a su vez del derecho romano. La
sorpresa sería una especie de dolo, o acción dolosa, que por su celeridad le impide al deudor discernir
suficientemente; son las circunstancias hechas “de improvisto”, que impiden pensar y reaccionar con
naturalidad.
Art. 773: “Si las obligaciones para con un solo acreedor, tuviesen por objeto prestaciones de la
misma naturaleza, el deudor tiene la facultad de declarar al tiempo de hacer el pago, por cuál de ellas
debe entenderse que lo hace”.
Art. 775: “Cuando el deudor no ha escogido una de las deudas líquidas y vencidas para la
imputación del pago, y hubiese aceptado recibo del acreedor, imputando el pago a alguna de ellas
especialmente, no puede pedir se impute en cuenta de otra, a menos que haya mediado dolo, violencia
o sorpresa por parte del acreedor”.
Por la ley: si ninguna de las partes lo hace, la imputación la realiza la ley. El Art. 778 dice que
“entre las obligaciones de plazo vencido” debe imputarse a la que resulta más onerosa al deudor, ya
sea porque lleva intereses, o una cláusula penal, o una obligación accesoria de garantía real (hipoteca
o prenda), etc.
El juzgamiento de la mayor onerosidad es caprichoso y puede variar conforme a las circunstancias
objetivas o de los intervinientes; la ley solo da una pauta ejemplificativa y será el juez quien definirá en
el caso concreto cuál es la obligación más gravosa para el deudor.
Cuando no fuere posible juzgar esa diferencia cualitativa, o ninguna obligación estuviere vencida, la
imputación se prorrateará entre todas ellas (Art. 778). En principio, no es posible la modificación de la
imputación, pero ambas partes pueden acordar cambiarla (Art. 1197), sin perjudicar, claro está, el
legítimo derecho de los terceros que pudieron quedar liberados por la situación anterior.
Art. 778: “No expresándose en el recibo del acreedor a qué deuda se hubiese hecho la imputación
del pago, debe imputarse entre las de plazo vencido, a la más onerosa al deudor, o porque llevara
intereses, o porque hubiera pena constituida por falta de cumplimiento de la obligación, o por mediar
prenda o hipoteca, o por otra razón semejante. Si las deudas fuesen de igual naturaleza, se imputará a
todas a prorrata”.
Bolilla 18
Evolución histórica.
La novación tuvo mucha importancia en el derecho romano, ya que ante la imposibilidad de
transferir los derechos activos o pasivos sin alterar la obligación, se buscó la forma de hacer morir a la
primitiva relación mediante esa vía extintiva.
Por ello, se la consideró más por sus efectos que por su estructura básica y mediante la stipulatio
se pudo llegar a la extinción y nacimiento de una nueva obligación coincidiendo el idem debitum con el
aliquid novi. En los tiempos del emperador Justiniano, se impone la necesidad del animus novandi, es
decir, la declaración de las partes de su intención de novar, y de esa forma se la llamó de
novationibbus et delegationibus, y con ese título se mantuvo durante todo el derecho intermedio.
En los tiempos de la codificación, se comienza a admitir la existencia de un tipo de novación tácita
mediante la presunción del animus en los casos de incompatibilidad. En algunos derechos, como el
español, se habla de la “novación modificatoria”, donde se altera el crédito sin mutación de la relación
jurídica básica. En ese sentido, García Goyena define a la novación como “modificación de una
obligación preexistente o su destrucción”.
En ciertas legislaciones modernas, como el Código Civil Alemán, la novación ha sido sustituida por
otras instituciones que cumplen sus fines. Así, la cesión de los créditos o la transferencia de deudas, la
dación en pago, etc. En cambio, en los Códigos Brasileño, Italiano y Portugués, ha sido mantenida en
todo aquello que se refiere a la novación objetiva, sin perjuicio de permitir que sus elementos,
especialmente los subjetivos, puedan cambiar sin que se extinga la obligación, habiéndose incorporado
la “cesión de créditos” y la “transmisión de las deudas” para producir esos efectos.
Nuestra doctrina resalta el papel importante de la novación, ya que los supuestos de dación en
pago no agotan la posibilidad de novar objetivamente a la obligación, pues la dación es un medio de
realización inmediata, además de que los supuestos de novación por cambio de causa y alteraciones en
el nexo obligacional, no han sido suplidos por otros cauces. Sin perjuicio de ello, no es posible dejar de
señalar la importancia de la legislación civil germana al haber introducido el sistema de transferencia de
deuda mediante la “asunción” y la cesión en los créditos con carácter de acto de abstracción.
Clases.
Existen dos clases de novación: la novación objetiva y la novación subjetiva.
Novación objetiva.
Se da cuando el cambio recae sobre alguno de los elementos objetivos esenciales de la obligación:
sea la prestación u objeto, la causa-fuente, o el propio vínculo obligatorio, en tanto experimente alguna
modificación sustancial o trascendente que permita configurar una relación obligacional jurídicamente
distinta de la anterior que se sustituye.
» Novación objetiva por cambio de prestación u objeto: el cambio de la prestación debida (o del
objeto) patentiza la existencia de una nueva obligación. Esto es lo que sucede cuando una obligación
de dar se sustituye por una de hacer o no hacer; o cuando una obligación de dar sumas de dinero se
convierte en una de dar cosa cierta; si una obligación pura y simple se reemplaza por otra alternativa,
etc. (Ej.: si una persona debe una determinada cantidad de cereal y la cambia por ganado vacuno).
En todos estos casos hay una verdadera extinción de la primitiva obligación y el nacimiento de otra
que la reemplaza, por lo que es indudable que existe una novación. Esta categoría de novación es a la
que alude el Art. 812, cuando habla de las alteraciones o modificaciones de la primera obligación que
“hagan al objeto principal” de ésta.
» Novación objetiva por cambio de causa-fuente: también el Art. 812 permite establecer que
existe novación cuando se cambia la causa eficiente o fuente o hecho generador que diera nacimiento
a la obligación. (Ej.: cuando alguien que es locatario de una casa, acuerda con el locador propietario en
comprarle la misma finca).
» Novación por alteraciones sustanciales en el vínculo obligacional: existen otros supuestos que
importan novación, los que sin mayor precisión han sido calificados como “cambios de trascendencia” o
“alteraciones de importancia”, aunque de todas formas estas expresiones sirven para destacar que no
cualquier modificación que se produzca en el vínculo obligacional opera novación, sino solo aquellas
que acarrean un aliquid novi (algo nuevo), que diferencie la nueva obligación de la anterior, bien por
variar la persona del acreedor, del deudor o la naturaleza de la obligación. (Ej.: introducir una
condición suspensiva a una obligación pura y simple).
Novación subjetiva.
Se produce cuando algunos de los sujetos, activo o pasivo, se mudan de la obligación e ingresa
otro. Se da cuando se sustituye a alguno de los sujetos. El CC argentino, siguiendo la tradición
romana, denomina a esta figura como delegación, siendo novatoria cuando extingue a la primitiva
obligación.
También ciertos autores hablan de la novación “total o parcial”, según la producción de sus
efectos; de la novación “propia o extintiva” y de la “impropia o meramente modificativa”; de la
novación “expresa o tácita”, conforme a cómo se ha considerado a la voluntad de las partes y la
significación económica obtenida. Pero la más corriente y así surge de nuestra ley civil, es la primera de
las clasificaciones, es decir: la novación objetiva y subjetiva.
Elementos.
Los elementos de la novación son: una obligación anterior; una obligación nueva; la intención de
novar y la capacidad de las partes.
Obligación anterior.
Si la novación es el reemplazo de una obligación por otra, su primer requisito fundamental es la
existencia de una primera obligación, que habrá de resultar extinguida al procederse a su sustitución.
Es necesaria la existencia de una primitiva obligación, porque en caso contrario, es imposible novar.
Así, el Art. 802 establece:
Art. 802: “La novación supone una obligación anterior que le sirve de causa. Si la obligación
anterior fuese nula, o se hallaba ya extinguida el día que la posterior fue contraída, no habrá
novación”.
De allí, se plantean como interrogantes, para saber si es posible novar, los supuestos de:
» Obligación anterior nula: si ocurre este caso, no puede producir ningún efecto y, por lo tanto, no
es posible que sea novada. El codificador, en la nota al Art. 802 dice:
Art 802 (nota): La resolución del artículo no impide que una obligación natural pueda, por medio de la
novación, ser convertida en una obligación civil. Tampoco se opone a que una obligación anulable, susceptible de
confirmación, pueda, de la misma manera, ser transformada en una obligación válida.
Entonces, dice que una obligación “anulable” (quizá pretendió decir de nulidad relativa) puede ser
transformada en una válida. La nueva obligación obra como un supuesto de acto de confirmación
tácito de la anterior relación ineficaz relativa.
» Obligación sometida a condición: cuando la primera obligación está sometida a una condición,
sea suspensiva o resolutoria, habrá que estar a los efectos de la misma. Si se frustra la condición
suspensiva, no es posible que sea novada, pues desaparece el vínculo y juega el efecto retroactivo del
hecho; igual ocurre cuando se cumple la condición resolutoria, pues debe entenderse que el derecho se
extinguió. En estricta vinculación, el Art. 808 establece.
Art. 808: “Tampoco habrá novación, si la obligación condicional se convierte en pura, y faltase la
condición de la primera”.
» Obligación natural: las obligaciones naturales no son deberes jurídicos y, por lo tanto, no pueden
producir efectos. La mayoría de los autores nacionales considera que pueden novarse, con excepción
de las derivadas de las deudas de juego (Art. 515). Cazeaux y Trigo Represas sostienen que ello no es
así. La única consecuencia reconocida legalmente a las obligaciones naturales es la irrepetibilidad de su
pago efectuado voluntariamente, por lo que las mismas adquirirían el carácter de obligación civil, en el
mismo momento en que son cumplidas y, por ende, se extinguen como obligaciones. Y esta extinción
es total, ya que el cumplimiento parcial de una obligación natural producirá los efectos de la solutio
retentio en cuanto a la parte pagada, pero no da derecho alguno al acreedor para reclamar el pago de
lo restante. Además, para que exista novación, la nueva obligación debe diferir de la antigua en cierto
punto; y en el supuesto de las obligaciones naturales, no había en la obligación nueva nada distinto en
cuanto a los sujetos, al objeto, a las modalidades y a la causa.
Obligación nueva.
Es imprescindible la creación de una nueva obligación, que reemplaza la anterior que se extingue.
Esto surge del propio Art. 801.
Respecto de este punto se plantean las distintas interpretaciones al tratar la nulidad de la
obligación primitiva. Un grupo de autores distingue entre nulidad absoluta y relativa, admitiendo en
este último supuesto la existencia de la novación, si la parte a cuyo favor está instituida la nulidad no la
ejercita o hace desaparecer el vicio que afectaba al nuevo vínculo mediante su confirmación; mientras
que otra tendencia doctrinaria mantiene el distingo entre obligaciones nulas y anulables, sosteniendo
que en esta última hipótesis mientras no se pida y declare la nulidad de la segunda obligación, la
novación existe.
En caso de que una obligación pura se convierta en otra condicional, no habrá novación. En
cualquiera otro supuesto en que no tuviera vigencia o virtualidad la nueva obligación, no hay novación
y se mantiene en plenitud la obligación primitiva. Ello ocurre cuando el objeto es prohibido o
inexistente, o bien cuando fracase la condición (suspensiva) puesta en la segunda obligación, salvo que
las partes acepten expresamente la existencia de la modalidad.
Art. 807: “Cuando una obligación pura se convierta en otra obligación condicional, no habrá
novación, si llega a faltar la condición puesta en la segunda, y quedará subsistente la primera”.
Intención de novar: animus novandi.
El animus novandi es la intención de novar que las partes deben manifestar para llevar a cabo el
acto extintivo y el posterior nacimiento de la nueva relación. Esta intención debe ser clara, no dudosa,
porque, desde el punto de vista del acreedor, la novación importa la renuncia a la obligación primigenia
y la voluntad de renunciar no solo se presume, sino que la interpretación de los hechos tendientes a
establecerla debe ser restrictiva. En cuanto al deudor, tampoco cabe presumir la voluntad de contraer
una nueva obligación. El Art. 812 enuncia:
Art. 812: “La novación no se presume. Es preciso que la voluntad de las partes se manifieste
claramente en la nueva convención, o que la existencia de la anterior obligación sea incompatible con
la nueva. Las estipulaciones y alteraciones en la primitiva obligación que no hagan al objeto principal, o
a su causa, como respecto al tiempo, lugar o modo de cumplimiento, serán consideradas como que
sólo modifican la obligación, pero no que la extinguen”.
De lo expuesto resulta que la novación nunca se presume y que en caso de duda debe concluirse
que no existió novación. Lo único que se exige es que la novación sea clara, sin lugar a dudas,
inequívoca, lo cual puede lograrse con cualquier modo de manifestación de la voluntad, sea en forma
expresa (cuando las partes hacen constar directa y positivamente su propósito de cancelar la primera
obligación y dar nacimiento a una nueva en su reemplazo, aunque no se emplee el vocablo “novación”
o tácita (cuando en ausencia de una clara voluntad de novar, resulta que las dos obligaciones, la
anterior y la nueva, se excluyen mutuamente por resultar incompatibles entre sí).
A quien pretenda alegar el acto novatorio le corresponderá demostrar la existencia de la intención
de novar, y los medios de prueba estarán limitados a lo que el Código ha dispuesto en consideración a
la de los contratos (Arts. 1190 a 1194). Si bien la ley no presume la novación en el Art. 812, ello no
resulta ser un impedimento para su demostración.
Siguiendo los antecedentes justinianeos, se introduce un elemento importante para establecer la
mutación de la obligación: es la incompatibilidad entre ambas relaciones jurídicas. Significa que cuando
no se puedan conciliar se debe presuponer que hubo novación, lo cual constituye una cuestión de
hecho y solo aplicable en los casos de novación objetiva. Algunos autores dan como ejemplo el de
quien promete la entrega de un tigre y luego se obliga a dar la “piel” de dicho tigre (Cazeaux y Trigo
Represas). El tema resulta trascendente, ya que si no existe incompatibilidad, el deudor lo será de dos
obligaciones y se mantienen ambos ligámenes jurídicos.
Capacidad de las partes: novación por representante.
Los antecedentes del derecho romano y la antigua legislación española, llevaron a pensar que la
novación constituía una especie de pago y, por lo tanto, el deudor se adecuaba con ello a una forma
típica de cumplimiento, exigiéndose capacidad del deudor para hacer el pago y del acreedor para
recibirlo.
El Código Francés se apartó de esa corriente y afirma que la novación es una forma de contratar
donde el acreedor no recibe ninguna prestación sino que existe una verdadera sustitución. Por ello,
para esta legislación, la capacidad necesaria es la que se exige para contratar.
El Art. 805, inspirándose en Freitas, resuelve la cuestión acumulando ambas capacidades y
teniendo en cuenta los dos sistemas, dice.
Art. 805: “Sólo pueden hacer novación en las obligaciones, los que pueden pagar y los que tienen
capacidad para contratar”.
Claro está que basta con enunciar que es necesaria la capacidad para contratar, donde se
encuentra incluida la de pagar (Art. 1160). Pueden novar todas las personas que no sean incapaces de
hecho o de derecho.
El representante voluntario (mandatario), sea del acreedor o del deudor (porque el Art. 806 solo se
refiere al representante del acreedor, por lo que se ha extendido dicha interpretación al representante
del deudor), debe tener poder especial para poder novar (Art. 806), el cual solo se exige para hacer
novaciones que extingan obligaciones ya existentes al tiempo del mandato, y esto es así porque si la
obligación ya había sido contraída por medio del representante, nada puede impedir para que este
mismo luego la nove, sin requerir poderes especiales; en cambio, los representantes legales necesitan
autorización judicial cuando se les exige dicho requisito para cumplir la anterior obligación.
Art. 806: “El representante del acreedor no puede hacer novación de la obligación, si no tuviere
poderes especiales”.
Acuerdo Consentimiento
Expromisión.
Es un convenio que realiza el acreedor con un tercero, a inspiración del primero o de un tercero,
por el cual se sustituye al deudor originario. El vocablo deriva del latín expromitere y significa “dejar de
lado”. El Código la define en el Art. 815:
Art. 815: “Puede hacerse la novación por otro deudor que sustituya al primero, ignorándolo éste,
si el acreedor declara expresamente que desobliga al deudor precedente, y siempre que el segundo
deudor no adquiera subrogación legal en el crédito”.
Al igual que en la delegación, existen dos forma de expromisión:
» Novatoria o perfecta: el acreedor libera al primitivo deudor y extingue la obligación.
» Simple o imperfecta: mantiene a ambos deudores y tiene una duplicidad de acciones.
El Art. 815 prevé una serie de requisitos para que se perfeccione la figura de la expromisión, y son:
» Ignorancia del deudor originario: esto implica que el tercero asuma la obligación en la
ignorancia del deudor originario. No configura un verdadero requisito, ya que no es necesario ese
desconocimiento por parte del deudor; lo importante es que se debe prescindir de su voluntad; aun
cuando manifieste una oposición de su parte se produce la eficacia plena del acuerdo. También es
importante la espontaneidad en el ofrecimiento del tercero y la aceptación del acreedor.
» Liberación del deudor primitivo: significa que el acreedor manifieste expresamente que libera al
deudor primitivo. Esto es imprescindible, pues en caso contrario no existe novación. Poco importa que
la manifestación de voluntad sea expresa o tácita, lo que resulta necesario es que sea inequívoca. En
caso de duda, se debe entender que la expromisión es simple.
» Que el expromitente no se subrogue legalmente en el crédito: significa que el nuevo deudor no
adquiera subrogación en el crédito. La exigencia legal no parece muy comprensible, ya que la
subrogación se brinda a partir del pago e importa un cambio de acreedor, no de deudor.
Efectos comunes a la delegación pasiva y la expromisión: insolvencia del deudor sustituido.
Tanto en la delegación pasiva perfecta como en la expromisión novatoria, la insolvencia posterior
del deudor sustituido no da derecho al acreedor a renovar la obligación y exigirle al primitivo deudor el
cumplimiento (Art. 816). Se trata de juzgar que cada uno es responsable de los propios actos.
La ley distingue entre la insolvencia que es anterior y la que resulta posterior a la novación, y solo
cuando es anterior y pública puede pretender la nulidad del acto y volverse contra el deudor originario.
Le corresponde al acreedor la demostración de estos hechos, y la insolvencia surge notoria ante la
declaración del concurso o quiebra del deudor sustituido. Señala Llambías que si el acreedor intenta o
solicita la verificación de su crédito en el concurso del nuevo deudor, se lo debe tener por renunciado a
su derecho a dejar sin efecto la novación, ya que con ello confirma tácitamente el acto nulo relativo.
Delegación activa.
La delegación activa tiene lugar cuando el acreedor (delegante) autoriza a un tercero (delegado),
para hacerse destinatario en lugar suyo del crédito ya existente contra un obligado (delegatario); con lo
cual el delegado deviene nuestro acreedor, quedando liberado el deudor con respecto a su acreedor
originario.
El Art. 817 prevé el acuerdo entre el acreedor precedente y el que lo sustituye para la transmisión
del derecho creditorio, y para que exista novación, exige la conformidad, expresa o tácita del deudor.
Art. 817: “Habrá novación por sustitución de acreedor en el único caso de haberse hecho con
consentimiento del deudor el contrato entre el acreedor precedente y el que lo sustituye. Si el contrato
fuese hecho sin consentimiento del deudor, no habrá novación, sino cesión de derechos”.
De dicho texto resulta que se requieren dos condiciones: sustitución del acreedor y el
consentimiento del deudor a tal cambio.
» Primer requisito: la sustitución de un acreedor por otro debe además producir un efecto
extintorio de la primera obligación y dar nacimiento a otra nueva; pues si por el contrario solo se
transmitiera la misma obligación preexistente, se estaría en un supuesto de cesión de crédito o de pago
con subrogación.
» Segundo requisito: ineludible y fundamental, es el consentimiento del deudor, ya que en
definitiva la novación importará crearle una nueva obligación aunque simultáneamente se desligue de
la anterior y ese nuevo débito, que constituye una restricción a la libertad del deudor, lógicamente no
puede serle impuesto contra su voluntad.
Este tipo de delegación novatoria era muy propia del derecho romano, que impedía la cesión de los
créditos, pero en nuestra legislación, ante la posibilidad de celebrar el contrato de cesión de créditos,
carece de practicidad. La necesidad de considerar la voluntad del deudor para integrar el acto es
siempre un escollo, que se evita con la otra figura.
Acuerdo Consentimiento
Efectos de la novación.
Del propio concepto de novación resulta que la misma produce dos efectos: extinción de la
obligación anterior y nacimiento de una nueva que la sustituye.
El principal efecto de la novación es la extinción de la obligación anterior, con sus accesorios y
obligaciones accesorias (Art. 803).
Estudiantes de Abogacia EA!
Derecho Civil II
Art. 803: “La novación extingue la obligación principal con sus accesorios, y las obligaciones
accesorias. El acreedor sin embargo puede, por una reserva expresa, impedir la extinción de los
privilegios e hipotecas del antiguo crédito, que entonces pasan a la nueva. Esta reserva no exige la
intervención de la persona respecto de la cual es hecha”.
Los accesorios de una obligación son, por ejemplo, intereses, cláusula penal, fianza, prenda,
hipoteca, privilegios, etc., y en cuanto a las obligaciones accesorias pueden mencionarse las que
derivan de una fianza, de una cláusula penal, etc. En realidad, ambos conceptos pueden unificarse bajo
el rótulo común de “accesorios de la obligación principal, y su extinción como consecuencia de la
extinción de esta última implica la aplicación del Art. 525 CC, que establece: “Extinguida la obligación
principal, queda extinguida la accesoria”.
Esta regla tiene dos limitaciones previstas por la ley: una cuando la nueva obligación está sometida
a una condición suspensiva que no se cumple, o a una resolutoria que se hace efectiva (Art. 807); y la
otra prevista en el Art. 816.
El acreedor puede limitar los efectos extintivos con relación a los privilegios e hipotecas
constituidos en garantía del crédito, mediante una reserva expresa hecha en el acto novatorio o con
anterioridad. Con dicha declaración mantendrá la garantía para con la nueva obligación, pero siempre
por el importe de la anterior. Cuando la hipoteca fue constituida por el mismo deudor no se exige su
conformidad (Art. 803). En cambio, si la hipoteca o prenda fue constituida por un tercero no juega la
regla del Art. 803, siendo imprescindible la manifestación de ese tercero para mantener el gravamen. El
Art. 804 indica que el acreedor no puede reservarse esa garantía cuando el tercero no tuvo parte en el
acto novatorio.
Fianza.
La novación hecha entre el acreedor y el fiador extingue la obligación del deudor principal (Art.
811), y la razón la da el mismo Vélez Sársfield en la nota al artículo, al manifestar que si los fiadores
pueden pagar por el deudor y concluir con la obligación, la novación produce un efecto similar.
Art. 811: “La novación entre el acreedor y los fiadores, extingue la obligación del deudor
principal”.
Art 811 (nota): Porque los fiadores pueden pagar por el deudor.
Confusión.
Concepto y acepciones.
El vocablo “confusión” tiene en derecho pluralidad de significados; así se puede hablar de
“confusión de límites” cuando se poseen terrenos confundidos con algunos colindantes (Art. 2746); o
en el caso de adjunción mediante la “confusión o mezcla” (Art. 2599) cuando se mezcla cosas que
resultan inseparables, o bien como medio de extinción de las obligaciones, cuando se reúnen en la
misma persona las calidades de acreedor y deudor (Art. 862).
El CC se ocupa de este tema del Art. 862 al 867 (Libro II, Sección I, Parte II, Título XX)
La confusión, tomándola en su última acepción, está definida en nuestro Código en el Art. 862:
Art. 862: “La confusión sucede cuando se reúnen en una misma persona, sea por sucesión
universal o por cualquier otra causa, la calidad de acreedor y deudor; o cuando una tercera persona
sea heredera del acreedor y deudor. En ambos casos la confusión extingue la deuda con todos sus
accesorios”.
Antecedentes históricos.
En el derecho romano, se llamaba “confusión” a la mezcla de cosas líquidas que una vez fundidas
alcanzaban estado sólido, mientras que a la mezcla de sólidos se la denominada commixtio. Era una
forma de adquirir la propiedad, y si se trataba de propietarios distintos daba lugar a la communio, que
concedía a cada propietario la actio communi dividendo, además de la reivindicación pro parte indivisa.
También tenía como significado a la integración en el mismo sujeto de dos titularidades jurídicas
distintas, activas o pasivas, que producían como consecuencia la extinción de una de ellas. Así, por
ejemplo, se extinguía el derecho de servidumbre cuando una misma persona tenía el dominio (nudo) y
la titularidad del derecho real. En los casos en que se extinguía el usufructo por reunir su titular la
calidad de usufructuario y nudo propietario, se le daba el nombre de consolidatio, en razón de la
temporalidad del derecho.
También se llamó confusión a la reunión en la misma persona de dos cualidades pasivas, como son
las de deudor y fiador.
En el derecho romano clásico, se distingue entre las formas de extinción de la obligación que se
produce ipso iure, sin exigir una remisión formal (extinción civil), y otros medios, en los que a pesar de
Estudiantes de Abogacia EA!
Derecho Civil II
subsistir la obligación, el deudor paralizaba la acción mediante una exceptio. La confusión, junto al
pago y demás, constituye una causa extintiva civil.
En la Edad Moderna, se considera que dicho fenómeno impide que subsista la obligación, y que no
constituye un mero impedimento para reclamar. En la legislación de Partidas, no aparece como un
medio de extinción autónomo, y solo se lo menciona para establecer que la confusión no produce sus
efectos en la aceptación de la herencia a beneficio de inventario.
Los códigos del siglo XIX dieron diferente regulación a la confusión: así, el CC Francés se refiere a
la “reunión de las cualidades del acreedor y deudor en la misma persona” como una confusión de
derecho que extingue los dos créditos. En cambio, en los códigos más actualizados como el italiano de
1942, se refieren a los efectos de la figura frente a los intereses de los terceros acreedores,
especialmente en la confusión entre el deudor principal y el fiador.
Elementos.
La identificación en un mismo sujeto de ambas cualidades hace que el impedimento jurídico-
material produzca el efecto de extinguir la obligación. Algunos autores han agregado que a la
existencia de una única obligación y a la reunión en la misma persona de las dos cualidades (deuda y
crédito), debe sumársele que se trate de “idéntico patrimonio”, es decir, la confusión debe adicionar
ambos rasgos, el subjetivo (persona) y el objetivo (patrimonio).
Naturaleza jurídica.
En consideración a su naturaleza es necesario aclarar que en su esencia es un “hecho jurídico” y no
un acto de autonomía o negocial, como la transacción o la novación.
Algunos autores discuten sobre si puede ser legal o voluntaria o solamente es impuesta por la ley;
es que, según la causa que le dé origen, es posible ver la confusión como un simple hecho, en los
supuestos de transmisión mortis causa o como un acto cuando surge en virtud de la cesión del crédito.
Compagnucci afirma que no pierde su carácter de hecho legal por la causa que le da nacimiento, sea
ésta cual fue, no puede modificar su esencia.
De larga data ha existido una controversia sobre su la confusión es un medio extintivo pleno y
definitivo o solamente “paraliza la acción”, pudiendo renacer cuando se disocien otra vez ambos polos
de la obligación: el crédito y la deuda.
La tesis de la paralización o del estado de latencia de la acción, goza de gran predicamento y tiene
importantes sostenedores en las doctrinas francesa y belga como Demolombe, Planiol, etc.; entre
nosotros es desarrollada por Salvat, Llambías, Lafaille, Borda, Trigo Represas, etc. Esta doctrina
considera que la confusión no extingue a la obligación que subsiste, pues se trata de un crédito inútil e
ineficaz, ya que el deudor contra quien se podría ejercer se confunde con el acreedor. En nuestra
legislación, lo dispuesto por el Art. 867 podría dar lugar a entender que el codificador se inclinó por
esta corriente de pensamiento.
Art. 867: “Si la confusión viniese a cesar por un acontecimiento posterior que restablezca la
separación de las calidades de acreedor y deudor reunidas en la misma persona, las partes interesadas
serán restituidas a los derechos temporalmente extinguidos, y a todos los accesorios de la obligación”.
Otros autores, como Galli, con los que coincide Compagnucci, defienden la idea de que la confusión
es un medio extintivo pleno de la obligación, y además que no tendría sentido mantener con vida a la
obligación cuando su estructura, que es cauce de realización de intereses, carece de virtualidad. A ello
se suma que con la confusión se extinguen las garantías accesorias, como la fianza, además de la
escasa aplicabilidad práctica de la teoría de la paralización.
Galli considera que la reviviscencia de la obligación, por un hecho posterior que disocie las
calidades de acreedor y deudor, no es privativa de la confusión, ya que tanto la nulidad de la novación
como de la transacción también producen ese efecto, por desaparición de su causa.
Causas.
Son varias las causas que pueden dar lugar a la confusión. Así, del Art. 862 se puede extraer que la
confusión se produce por:
Sucesión mortis causa (por causa de muerte, a título universal o singular): no hay duda que la
sucesión por causa de muerte a título universal del heredero que, siendo deudor del causante recibe su
carácter del acreedor o viceversa, sea una de las causas de confusión. Más dificultosa es, en cambio, la
sucesión mortis causa a título particular; por ejemplo, el legado de crédito no produce la confusión, ya
que es una especie de remisión de la deuda.
Sucesión inter vivos (entre vivos): el CC habla de “cualquier otra causa”, pero es evidente que con
esta expresión se ha querido aludir a la sucesión a título singular por acto entre vivos. Entre causas
inter vivos tenemos la cesión de créditos y la transferencia de deudas. En la doctrina extranjera, se
agregan el remate judicial, la donación universal, la cesión de empresa y la sustitución en la propiedad
de los bienes del ausente. Mediante la cesión del crédito, el deudor puede confundir ambas partes de la
obligación; con la transferencia de la deuda, el acreedor reúne asimismo las dos calidades. En estas
formas se controvierte si la confusión opera como medio legal o voluntario, ya que en ambos incide la
conformidad de las partes para el logro de dichas finalidades.
Efectos.
La consecuencia primordial de la confusión es la extinción de la obligación con todos sus
accesorios, como lo establece el Art. 862, que produce el efecto propio de todo medio extintivo. Es
decir, el principal efecto de la confusión radica en que, a la par que extingue la obligación principal
también lo hace con lo accesorio. Se trata de una extinción completa por reunirse el carácter subjetivo
(persona) con el objetivo (patrimonial).
Hay supuestos de extinción parcial en que la relación obligatoria continúa subsistiendo, salvo en la
porción que se confunde, por ejemplo, en las obligaciones mancomunadas simples y solidarias. Lo
mismo ocurre cuando hay varios herederos y uno de ellos es acreedor o deudor del causante: el efecto
extintivo es parcial en relación a la porción que le corresponde al sucesor.
El Art. 864 prevé estos supuestos:
Art. 864: “La confusión puede tener efecto, o respecto a toda la deuda, o respecto sólo a una
parte de ella. Cuando el acreedor no fuese heredero único del deudor, o el deudor no fuese heredero
único del acreedor, o cuando un tercero no fuese heredero único de acreedor y deudor, habrá
confusión proporcional a la respectiva cuota hereditaria”.
Otro efecto a tener en cuenta es el de la relación entre la confusión y el acervo hereditario. Para
calcular el importe de la masa hereditaria, cuando existen varios herederos y uno solo produce la
confusión, si el causante era titular del crédito es necesario calcularlo a los efectos de la posterior
partición. Por ejemplo, si el causante era titular de un crédito de $1000 y el resto del haber suma
$9000, el cálculo del acervo para la partición es de un total de $10000. Si dos son los herederos cada
uno recibirá $5000, al que confunde se le debe descontar su deuda y tiene derecho a $4000.
Fianza.
El Art. 865 sobreabunda al regular las relaciones entre el medio extintivo y la fianza. Dispone que la
extinción de lo principal se traslada a lo accesorio (Art. 525), y además agrega que la confusión entre el
acreedor y el fiador no afecta la relación jurídica principal.
Art. 865: “La confusión del derecho del acreedor con la obligación del deudor, extingue la
obligación accesoria del fiador; mas la confusión del derecho del acreedor con la obligación del fiador,
no extingue la obligación del deudor principal”.
Art. 863: “La confusión no sucede, aunque concurran en una persona la calidad de acreedor y
deudor por título de herencia, si está se ha aceptado con beneficio de inventario”.
De ahí que el heredero beneficiario mantiene intacto su crédito si era acreedor, o bien el causante
para el caso contrario, y ello es así porque este tipo de recepción hereditaria hace que se mantenga la
separación de los patrimonios, y no se brinde el requisito objetivo que señalamos como necesario para
la confusión. El efecto es una protección evidente al interés de los acreedores del causante, como
también a los del heredero.
Otro ejemplo de protección a los acreedores y legatarios del sucesorio es la posibilidad de ejercicio
de la acción de separación de patrimonios, que permite otorgar un derecho prioritario con relación a los
acreedores del sucesor, lo cual de hecho produce una diversificación patrimonial, similar a la aceptación
beneficiaria, que impide los efectos de la confusión.
Cuando un tercero traba un embargo sobre el crédito, o tiene un derecho de prenda o usufructo,
no puede verse perjudicado por la confusión. El Código Italiano, al igual que el Alemán y el Portugués
lo establece expresamente, donde pervive el usufructo y la prenda en función del efecto relativo de la
confusión que no puede ser opuesta a los terceros. Si bien en nuestro derecho no existen normas
similares, la situación del usufructuario que se nutre de facultades que pertenecían al titular del
derecho, como las del acreedor pignoraticio que tiene algunas potestades en función de la garantía
crediticia, hacen que pueda extenderse la solución dada en los códigos antes mencionados.
En conclusión, para estos supuestos la confusión no produce los efectos extintivos, en razón de la
protección del derecho de los acreedores.
Bolilla 19
Evolución histórica.
En la etapa del derecho romano clásico solo se aceptaba la compensación derivada del acuerdo y
conformidad de partes (convencional). Si el deudor era ejecutado no podía oponer como defensa la
compensación, y cada crédito mantenía su independencia.
Recién en la época de Marco Aurelio, se dispone que si alguien reclama el cobro de un crédito que, a su
vez, adeuda, el demandado puede oponer la excepción de dolo (exceptio doli), por aquello de que comete
dolo quien reclama lo que está obligado a pagar. Así se daba el ejemplo del banquero, que demandaba el
cobro a un cliente que se encontraba obligado a debitar los depósitos que éste tenía en el banco. En la
fórmula no estaba habilitado a poner más que el saldo de dicha compensación.
El CC francés es el cuerpo normativo que lleva a su máximo desarrollo el principio de la compensación
legal. Si se cumplen sus requisitos, opera en forma automática, sin necesidad de declaración judicial, ni ser
objeto de defensa y alegación de parte. Este sistema, desechado por las legislaciones modernas, es el del CC
argentino, aunque es posible adelantar que en nuestra legislación tiene alguna diferenciación, ya que es
necesaria la invocación de parte y la declaración judicial, aunque sus efectos, al igual que en el derecho galo,
se remontan al momento de la coexistencia de ambas deudas.
Naturaleza jurídica.
Sobre su naturaleza se han brindado tres opiniones muy precisas:
La tesis clásica o tradicional: sostiene que se trata de una forma ficticia del pago, o mejor dicho, un
doble pago ficticio, en razón de que pareciera que cada uno de los intervinientes hubiera entregado al otro el
objeto de su prestación, cuando nada dio. No es posible asimilarla al pago, ya que no existe acto de
cumplimiento.
Algunos autores: consideran que se asimila a una dación en pago, porque se modifica el objeto y cada
acreedor-deudor da para pagar su propio crédito.
Compagnucci: indica que la compensación es un supuesto de recíprocas abstenciones, que tienen
equivalencias económicas con el pago.
Derecho comparado.
En la legislación comparada, se puede distinguir tres sistemas:
Sistema francés: también llamado de la compensación legal, es el que adopta nuestra legislación civil;
viene desde el derecho justinianeo y considera que el efecto extintivo se produce desde el momento en que
ambas deudas coexisten y se dan los requisitos legales. El derecho nacional mitiga los efectos exagerados
del derecho francés, que le impone a las partes la compensación y que exige que sea opuesta en juicio, ya
que el juez no puede declararla de oficio.
Sistema suizo alemán: es el sistema de la compensación por declaración y constituye la forma más
moderna y conveniente de su funcionamiento; consiste en que, cuando se dan los presupuestos para su
alegación, cada parte puede imponerla a la otra efectuando una declaración en ese sentido. En caso
contrario, se entiende abierta la personalidad de exigirse mutuamente el cumplimiento, o la cesión del
crédito, u otro tipo de transmisión. Este tipo de compensación fue adoptado por el Anteproyecto de Bibiloni.
Sistema inglés: es el de compensación judicial, y establece que solo la puede declarar el juez cuando es
opuesta por la parte interesada, y tiene como característica esencial que los efectos se producen a partir de
la sentencia.
Funciones y utilidad.
La compensación cumplimenta una importante y útil función. En la esfera del derecho mercantil se la
observa en las cuentas corrientes bancarias donde las operaciones comerciales entre el banco y el cliente
quedan reducidas a un salgo que es producto de la compensación. También, y dentro de ese ámbito, en las
cámaras compensadoras (cleaning houses), donde se compensan los créditos y débitos de cada banco, que
corresponden a los depósitos y acreditación de cheques de los particulares.
En el comercio internacional, en las exportaciones e importaciones entre los países también se aplica el
instituto de la compensación; aunque es de señalar que a veces se giran divisas, especialmente cuando esta
clase de negocio se realiza mediante la iniciativa privada.
Sirve para evitar el desplazamiento de bienes y cosas, con el consiguiente gasto de energías que ello
implica, y algunos autores agregan que también es útil en cuanto garantiza, en cierta forma, a quien
seguramente cumplirá, pues no lo expone aun incumplimiento de la otra parte.
Clases de compensación.
Existen 5 clases de compensación.
Convencional.
Surge del acuerdo de partes, con fundamento en el principio de la autonomía de la voluntad (Art. 1197).
No está regulada en el CC, pero se produce cuando emerge del convenio que hacen acreedores y deudores
recíprocos y no se encuentran cumplidos los recaudos de una compensación legal.
Facultativa.
Esta clase de compensación se acerca mucho a la convencional o voluntaria. Se da cuando una de las
partes reúne para sí todos los elementos de la compensación legal y la otra no; por ejemplo, u crédito no es
líquido, pero a raíz de la concesión que hace la otra se permite la extinción de las obligaciones; por ello se
denomina facultativa. Trigo Represas brinca un claro ejemplo: cuando el acreedor de un animal de
determinadas condiciones (como el caballo de carreras) deudor a su vez de un animal ordinario cualquiera
(caballo), invoca la compensación, renuncia a su mejor situación, o sea a recibir un animal especial y permite
la conclusión de ambas relaciones. Sus efectos se producen ex nunc.
Judicial.
Es la compensación que declaran los jueces en sus sentencias, pero tiene como característica que
cuando es opuesta al contestar la demanda, el que la invoca no reúne todos los requisitos de una
compensación legal, pues carece de alguno de ellos. La ley procesal no permite su alegación en el juicio
ejecutivo si el demandado no tiene a su vez un crédito líquido (Art. 544 Cód. Proc. Civil y Com.).
No coincide la doctrina en establecer a partir de qué momento comienza a tener efectos la
compensación. Para Salvat, lo es a partir del dictado de la sentencia, aunque la mayoría de la doctrina
considera que se produce cuando queda trabada la litis. Pareciera que su virtualidad se produce cuando
quedan reunidos todos los requisitos necesarios de una compensación legal, ya que si cuando se contesta la
demanda, o se oponen las excepciones en el juicio ejecutivo, el reclamado aún no tenía cumplidos todos
esos requisitos, mal pueden pensarse que en ese momento se podrían extinguir ambas obligaciones.
Automática o por imperio de la ley.
En la legislación, hay algunos casos en que la compensación se impone por la ley, en ellos no concurren
los requisitos de la legal ni se producen todos sus efectos. En algunos supuestos no se exige ni la
reciprocidad, ni la homogeneidad, ni la identificación de valores, ni la invocación por parte interesada. Así,
por ejemplo, lo que dispone en el Art. 1053, que ordena la compensación de intereses devengados con los
frutos percibidos hasta el día de la demanda, cuando se decide la anulación de un acto viciado que dio
origen a obligaciones bilaterales correlativas.
Legal.
Este tipo es básico y el que con mayor amplitud regula la ley civil. Es la que desarrolló el derecho
francés, con influencias en todos los códigos dictados en el pasado siglo; se impone a quienes cumplen los
recaudos, pero en nuestra legislación es necesario que sea opuesta por la parte demandada, nunca es
declarada de oficio y sus efectos son retroactivos al momento en que ambas deudas comenzaron a coexistir.
Es importante señalar que el resto de las clases gira siempre alrededor de la compensación legal.
Se la define en el Art. 818 y se establecen sus requisitos necesarios para que haya compensación legal
en los Art. 819, 820 y 822.
Art. 819: “Para que se verifique la compensación, es preciso que la cosa debida por una de las partes,
pueda ser dada en pago de lo que es debido por la otra; que ambas deudas sean subsistentes civilmente;
pero sean líquidas; ambas exigibles; de plazo vencido, y que si fuesen condicionales, se halle cumplida la
condición”.
Art. 820: “Para que la compensación tenga lugar, es preciso que ambas deudas consistan en
cantidades de dinero, o en prestaciones de cosas fungibles entre sí, de la misma especie y de la misma
calidad, o en cosas inciertas no fungibles, sólo determinadas por su especie, con tal que la elección
pertenezca respectivamente a los dos deudores”.
Art. 822: “Para que se verifique la compensación es necesario que los créditos y las deudas se hallen
expeditos, sin que un tercero tenga adquiridos derechos, en virtud de los cuales pueda oponerse
legítimamente”.
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Derecho Civil II
» Reciprocidad: está contemplada en el Art. 818 cuando dice que “dos personas por derecho propio,
reúnen la calidad de acreedor y deudor recíprocamente”. Esta condición jurídica debe ser por sí, y no como
representante o apoderado de otra persona, y no interesa la causa fuente de la obligación. Por ello, se ha
juzgado que no hay reciprocidad entre “el crédito del apoderado del deudor contra el acreedor”; o el de “la
esposa contra un tercero, quien a su vez tiene un crédito contra el marido”; o “de los deudores de la
sociedad contra el crédito que tengan con alguno de los socios”; o el “del acreedor del causante contra el
heredero aceptante con beneficio del inventario, quien a su vez es acreedor personal”, etc.
» Subsistencia civil: es un recaudo previsto en el Art. 819, cuando preceptúa que “ambas deudas
subsistan civilmente”; por lo tanto, no son compensables las obligaciones naturales, las que están
prescriptas, las que derivan de deudas de juego y las que son nulas o anulables.
» Liquidez: este requisito está previsto en el Art. 819 y no se corresponde con lo que indica el
codificador en la nota respectiva donde sigue la ideas de Pothier. Como dicen Busso y Trigo Represas, la
liquidez implica conocer el atributo del objeto de la prestación y la determinación del importe respectivo, no
su certeza. Ello queda aclarado con lo dispuesto en el Art. 831, donde se indica que el no reconocimiento del
crédito no impide su compensación.
Los códigos modernos, como el alemán, el suizo de las obligaciones, el portugués, etc., prescinden de
este requisito, ya que consideran que si bien la liquidez puede ser necesaria en cuanto al cumplimiento, no lo
es para adquirir la categorización suficiente en la compensación legal.
» Exigibilidad: los créditos sobre los que no puede reclamarse su cumplimiento no son compensables;
por ejemplo, los sometidos a una condición suspensiva (Arts. 527 y 528), o a un plazo inicial (Art. 566 y
567), o las obligaciones naturales 8Art. 515). Por ello, es necesario que ambas deudas se encuentren
vencidas y en estado de cumplimiento (Art. 819).
» Homogeneidad: la homogeneidad o fungibilidad implica que es imprescindible que las cosas que
integran las prestaciones sean “fungibles entre sí”, es decir, intercambiables por pertenecer al mismo género
y especie.
Si bien el concepto de fungibilidad lo da el Art. 2324, estableciendo que cada individuo de la especie
equivale a otro de la misma especie, y por lo tanto son sustituibles por algunos de igual calidad y cantidad,
ello no es lo que prevén los Arts. 819 y 820 cuando se refieren a que las cosas debidas puedan darse en
pago por otras o que sean fungibles entre sí. Se necesita que lo que se debe entregar se pueda
homogeneizar con lo que se tiene que recibir, haciéndose intercambiables las prestaciones.
El ejemplo típico se da cuando ambas partes deben dinero, o cantidades de cosas de igual especie y
calidad. Por ello no es posible compensar la prestación de dar soja, por la de entregar vino, aún cuando
ambos objetos son, por sí, fungibles.
En el derecho francés, es posible compensar las deudas de cosas por sumas de dinero, al considerarse
que los objetos materiales que tienen precios de mercado son fácilmente valuables en dinero.
» Créditos libres: se exige que ambos créditos estén libres o expeditos, es decir, que no se encuentren
embargados o prendados. Esto es lo que establece el Art. 822. La indisponibilidad de su titular para poder
pagar le impide la compensabilidad.
» Embargabilidad: este requisito no aparece expreso en los textos legales; se lo señala como una
síntesis hermenéutica de lo dispuestos en el Art. 825, en consideración al crédito por alimentos futuros, que
resulta inembargable.
La imposibilidad de compensar créditos que no puedan ser susceptibles de embargo está prevista en los
Códigos Alemán, Suizo, Portugués, y en el Anteproyecto de Bibiloni. El motivo es que cuando los créditos son
inembargables están excluidos de la garantía común de los acreedores y fuera de su poder de agresión. No
es posible impedir su gravamen y por otro lado permitir su compensación. Por eso, no se pueden compensar
los créditos por alimentos futuros, los derivados de las relaciones laborales, jubilaciones, pensiones, etc.
No constituyen verdaderos requisitos, y son indiferentes las circunstancias siguientes: el diferente lugar
de pago de cada obligación (Art. 821), la capacidad de los interesados, y el importe de los créditos, el
reconocimiento que se haga de ellos (Art. 831), y la existencia o no de intereses.
Créditos no compensables.
La ley no permite la extinción por ese medio en los siguientes casos:
Créditos y deudas entre el Estado y los particulares (Art. 823): prácticamente, en la relación entre el
Estado y los particulares la regla es que las deudas públicas no son compensables. Así, el Art. 823 en tres
incisos establece que no se pueden compensar:
Art. 823: “Las deudas y créditos entre particulares y el Estado no son compensables en los casos
siguientes:
1º Si las deudas de los particulares proviniesen de remates de cosas del Estado, o de rentas fiscales, o si
proviniesen de contribuciones directas o indirectas, o de alcance de otros pagos que deban hacerse en las
aduanas, como derechos de almacenaje, depósito, etcétera;
2º Si las deudas y los créditos no fuesen del mismo departamento o ministerio;
3º En el caso que los créditos de los particulares se hallen comprendidos en la consolidación de los
créditos contra el Estado, que hubiese ordenado la ley”.
Entonces, no se pueden compensar:
• Las deudas derivadas de remates de cosas del Estado.
• Las que provienen de impuestos directos o indirectos.
• Las de tasas.
• Las que corresponden a distintos departamentos o misterios.
• La deuda consolidada, es decir, a que no se puede exigir judicialmente.
Reparación de los daños producidos por el despojo (Art. 824): también se prohíbe la compensación
entre el importe dinerario que sea consecuencia de la indemnización por daños derivados de un despojo, con
lo que se trata de evitar la justicia por mano propia de aquel que, siendo acreedor, toma por fuerza una cosa
de su deudor para luego pretender compensar los consecuentes daños con su crédito.
Art. 824 (1° parte): “No es compensable la obligación de pagar daños e intereses por no poderse
restituir la cosa de que el propietario o poseedor legítimo hubiese sido despojado…”
Devolución de un depósito irregular (Art. 824): el mismo Art. 824 concluye haciendo extensiva la
imposibilidad de compensación a deudor obligado a restituir el objeto de un depósito irregular. Es que se
trata de una deuda de honor en la cual el depositante tuvo muy especialmente en consideración a la persona
del deudor; impedir esa devolución sería frustrar la confianza. El Código contiene una excepción, pues
permite la compensación cuando se trata de un depósito irregular, y el crédito y la deuda tienen como
fuente el mismo depósito. Algunos autores consideran que la regla de impedimento de la compensación se
puede extender a los casos de depósito regular, cuando se trate de obligaciones que tengan identidad en el
objeto de la prestación; ello se funda más en una cuestión de orden moral que jurídica.
Art. 824 (2° parte): “…, ni la de devolver un depósito irregular.”
Fianza
El Código Civil establece que el fiador, simple o solidario, puede oponer al acreedor todas las
excepciones y defensas que tiene el deudor principal, aun contra la voluntad de este último. El Art. 829
permite que por el crédito del afianzado invoque la compensación, aun por el propio crédito. En este último
supuesto pareciera que la ley se aparta del requisito de la “reciprocidad”, sin embargo es dable sostener que
el fiador es un verdadero deudor, y por ello queda colocado en el mismo lugar que el afianzado.
El Art. 829 impide que el deudor principal invoque el crédito que diera tener el fiador.
Art. 829: “El fiador no sólo puede compensar la obligación que le nace de la fianza con lo que el
acreedor le deba, sino que también puede invocar y probar lo que el acreedor deba al deudor principal, para
causar la compensación o el pago de la obligación.
Pero el deudor principal no puede invocar como compensable su obligación, con la deuda del acreedor al
fiador”.
Sujetos plurales.
El Art. 830 establece que, como efecto de la solidaridad pasiva, el deudor puede invocar la
compensación del crédito del acreedor con el crédito de él o de otro de sus codeudores solidarios. En el
derecho francés, se prohíbe al deudor solidario oponer al acreedor la compensación por un crédito que
tuviere otro deudor. En la nota al Art. 830, Vélez Sársfield explica que, siguiendo las enseñanzas de Marcade,
se apartó de la solución del codificador francés, por lo que en nuestra legislación el deudor puede oponer la
compensación a un acreedor, apoyado en el crédito que tiene otro deudor solidario.
Art. 830: “El deudor solidario puede invocar la compensación del crédito del acreedor con el crédito de
él, o de otro de los codeudores solidarios”.
Art. 830 (nota): En contra, los artículos de los códigos francés, sardo, napolitano, holandés. Marcade los
impugna con las razones más sólidas y nuestro artículo es el resultado de sus doctrinas.
La cuestión ha recibido opiniones opuestas. Para algunos autores, la solución del Código argentino es
inadecuada y excede las facultades y derecho del deudor demandado. Sostenía Bibiloni que la solidaridad
vincula, pero con el acreedor, ya que cada deudor es y sigue siendo dueño de sus bienes. Otros relevantes
juristas aceptan como valiosa la solución del codificador. Entienden que el riguroso vínculo que tiene la
relación solidaria hace que se pueda ver como si todos los deudores se fundieran en un solo sujeto, y de ahí
la posibilidad de trasladar el derecho a oponer la extinción del crédito por este medio.
Pago y renuncia.
Si el deudor que sabe y conoce de la posibilidad de compensar hace efectivo el pago del crédito, es
evidente que renuncia en forma tácita a oponer tal defensa.
Las cuestiones se han suscitado en los casos en que el deudor paga ignorando que podía oponer la
compensación ya producida. Algunos autores entienden que es un supuesto de “pago por error”, mediante el
cual podría el solvens recuperar lo hecho efectivo otros consideran que se estaría en presencia de un “pago
sin causa”, en virtud de que la obligación estaba ya extinta. Y por último, en una postura aislada, Llambías
entiende que sería justificada la anulabilidad, en virtud del vicio del error. Compagnucci considera que se
trata de un “pago sin causa”, siempre que los requisitos de la compensación se hubieran perfeccionado con
anterioridad al cumplimiento, pues no existe justificativo legal para retener lo recibido.
Transacción.
En su acepción corriente o vulgar, “transacción” significa ajustar algún trato en el terreno comercial o
bursátil. Así, se habla, por ejemplo, de transacciones inmobiliarias o de las que se realizan en las bolsas de
comercio. Sin embargo, técnicamente, importa ajustar algo de conformidad con ciertas condiciones y
requisitos; es en este último sentido en el que aquí se la estudia, pues constituye una de las vías para la
extinción de las obligaciones (Art. 724).
La transacción tiene sus raíces históricas en el derecho romano, aunque con una concepción no muy
adecuada en estos tiempos.
El CC francés define a la transacción como “un contrato por el cual las partes ponen término al litigio ya
nacido o previenen un litigio por nacer”, considerándose, de esa manera solo el resultado y no el medio para
su logro.
El CC español sostiene que la transacción es “un contrato por el cual las partes, dando, prometiendo o
teniendo cada una alguna cosa, evitan la provocación de un pleito o ponen término al que habían
comenzado. Pareciera que esta última concepción ajusta más el concepto y añade algunas consideraciones
más propias del instituto.
Por su parte, el CC italiano de 1942 mejora la idea y la define como “un contrato en el cual las partes,
haciéndose recíprocas concesiones ponen fin a un litigio ya iniciado, o previenen uno que pueda surgir”.
El codificador argentino, siguiendo a Freitas, ha logrado una caracterización plena del fenómeno, y
brinda en el concepto todos los requisitos que la integran. Así dice el Art. 832:
Art. 832: “La transacción es un acto jurídico bilateral, por el cual las partes, haciéndose concesiones
recíprocas, extinguen obligaciones litigiosas o dudosas”.
Nuestro Código la trata en la parte correspondiente a la extinción de las obligaciones, en el Libro II,
Sección I, Parte II, Título XIX (del Art. 832 a 861), a lo largo de cuatro capítulos:
• “De los que pueden transigir”.
• “Del objeto de las transacciones”.
• “Efecto de las transacciones”.
• “Nulidad de las transacciones”.
Vélez Sársfield siguió la metodología impuesta por Freitas, que se apartaba del CC francés. En cambio, el
resto de los códigos de Europa y América regulan la transacción como un contrato, por ejemplo el CC
francés, el italiano, el español, el alemán, el mexicano, el venezolano.
El codificador se encontró con algunas dificultades al seguir el sistema impuesto por Freitas, tan es así
que en el Art. 833 debió hacer un reenvío a las normas sobre los contratos, en cuanto a la capacidad, objeto,
modo, forma, prueba y nulidad. Pareciera mejor el método francés de legislar a la transacción como un tipo
contractual, ya que ésa es su esencia. Aunque no es posible omitir el buen desarrollo del CC argentino y su
detallada regulación.
Art. 833: “Son aplicables a las transacciones todas las disposiciones sobre los contratos respecto a la
capacidad de contratar, al objeto, modo, forma, prueba y nulidad de los contratos, con las excepciones y
modificaciones contenidas en este título”.
Causa y fines.
Pensar en cuál es la causa transigendi y consiguiente finalidad de la transacción es desarrollar su
naturaleza jurídica y redefinir qué es lo que se entiende por “causa de las obligaciones”. Todo ello gira en
torno a que la causa resulta o bien la “función económico social” de la figura, o el “propósito práctico que
persiguen las partes”.
La resignación de ciertos derechos y el debido reconocimiento de otros, tiene como base una situación
de incertidumbre, que da lugar a un estado de certeza. Es que el pleito de ciernes, o en pleno trámite, muta
su situación por un estado de contralor y ajuste de lo que aparecía como incierto. De allí que, especialmente
la doctrina italiana, haya sido calificada como un típico negocio de fijación. De todas maneras, y si bien sobre
ello no se aprecian mayores disidencias, hay que considerar diferentes posturas, que dividen la opinión de
los autores.
Se pueden extraer las siguientes ideas, que giran sobre diferentes tipos de causa:
El “timor litis”.
Algunos juristas han entendido que la transacción tiene como razón evitar el pleito judicial. Quizá, el
temor a la litis esté dado por los sistemas judiciales morosos, por su extrema lentitud, los gastos que ellos
importan y, a veces, la incertidumbre de su resultado, pero no por afrontar la decisión de un tercero
imparcial. La tesis no es aceptable. Se trata de mostrar motivos individuales, arbitrarios y caprichosos que
nunca pueden constituir la causa de un acto negocial.
La autocomposición del litigio.
Para esta idea, iniciada por Carnelutti, son los propios interesados quienes asumen la solución de la
contienda por su voluntad. Carnelutti decía que la transacción es la “composición de la litis mediante una
parcial renuncia a las propias pretensiones. De esta manera, se compone el conflicto de intereses ante una
controversia previa entre las partes, quienes evitan el pleito o concluyen con uno que se había iniciado. Esto
tiene como base las recíprocas concesiones, ya sea dando, prometiendo o reteniendo cada una de ellas
alguna cosa.
Esto significa en cierta medida vincular a la transacción siempre con la litis, lo que importa atomizar la
figura en un solo presupuesto, que sería la relación litigiosa, y la llevaría a constituirse en un simple
subrogado del juicio.
El negocio de fijación.
Esta postura entiende que el negocio de fijación tiene como objetivo establecer una determinada
situación jurídica, que existía antes y aparecía incierta, sea en relación a su propia existencia o su forma de
ser. La transacción sería un típico negocio de fijación extrajudicial, ya que lo incierto deviene certero por
voluntad de los propios interesados.
Es un tema muy unido al derecho procesal, y especialmente al acto jurisdiccional que es la sentencia. De
ahí las similitudes que el mismo CC (Art. 850) brinda al tratar de vincularla con los efectos de la cosa
juzgada. Así se indica e insiste el carácter declarativo, tal como la sentencia, ya que se basa en una situación
anterior que declara y fija sin crear una situación nueva. Mediante la transacción solo se trata de eliminar el
estado de duda.
La necesidad de concluir con la controversia.
Con una elaboración más sencilla pero también más precisa, algunos autores consideran que la razón
fundante de la transacción radica en la necesidad que se tiene a veces de concluir con una controversia,
cuya fuente es una duda (res dubia).
Es un estado de duda objetivado, producto no de de discordancia estrictamente jurídicas o de derecho
puro, sino de las meras representaciones psíquicas de sus propios personajes. Es la duda de los contratantes
o de los litigantes o de quienes están vinculados jurídicamente y tienen elementales o deficientes
conocimiento del estado jurígeno. Son las relaciones jurídicas inciertas o que se suponen inciertas, las que
dan presupuesto suficiente a la transacción.
Compagnucci considera que es ésta la real causa del negocio de transacción.
Elementos.
De la definición del instituto se pueden extraer los siguientes elementos cualificantes:
Acuerdo de las partes: el acuerdo es de la propia esencia de la transacción, y para ello es obvio que se
está ante un acto jurídico bilateral (Art. 946), más concretamente, un contrato.
Concesiones recíprocas: es un elemento que el codificador argentino, siguiendo la tradición doctrinal
francesa, reafirmó en la definición de la transacción. Con ello debe entenderse que existen sacrificios mutuos
sobre los derechos afirmados en la pretensión y en la negación. Como sostenía Carnelutti, para lograr la
modificación de la situación jurídica existente, es necesario que haya renuncia y reconocimientos recíprocos
condicionados, el aliquid datum y el aliquid receptum de los romanos.
Es importante señalar que es innecesaria la equivalencia en las prestaciones, pues no se exige paridad
económica ni sacrificios equivalentes. De ahí, la negativa generalizada en los autores de aplicar la teoría de
la lesión subjetiva a la transacción (Art. 954).
La cosa dudosa (res dubia) y el litigio: la teoría sobre la cosa dudosa lleva un largo debate; hace años
que los juristas discurren sobre el tema sin llegar a una conclusión pacífica. La existencia de la res dubia
significa saber si una relación jurídica está o no regulada por el derecho, además en qué forma y con qué
límites. En ese campo se habla de dos criterios a seguir: el objetivo y el subjetivo.
» La tesis objetiva: toma como base el hecho de que todos pudieran verdaderamente dudar de esa
circunstancia. Así Giorgianni sostiene que se está en presencia de una situación jurídica objetivamente
incierta en existencia, en su extensión modal, o en razón del contenido de la norma, o por su imperfecta
redacción, o por la elección de su aplicabilidad al caso. La afirmación de esta corriente llevaría a poder
impugnar toda transacción ante la prueba de que uno de los transigentes tenía todo el derecho resignado.
» La tesis subjetiva: entiende que el derecho dudoso es el de las partes que transigen, quienes quieren
dar certeza y equilibrar sus intereses. El juez no puede juzgar la duda conforme a sus conocimientos ni a la
opinión doctrinal, sino conforme al punto de vista de las partes.
El Art. 832 también hace referencia a los derechos litigiosos, no solo a los dudosos, por lo cual casi todos
los autores añaden que se trata de la materia que se encuentra a la decisión judicial y tiene sesgo de
paridad con la res dubia.
Hace algunos años que el requisito de la cosa dudosa debe darse no solo fuera del proceso, sino
también en los litigios; que su ausencia podría llevar a nulificar la transacción, en virtud de la llamada litis
temeraria, donde por el comportamiento de una de las partes y su evidente falta de incertidumbre, no existe
la res dubia. Compagnucci adhiere a esta postura.
Naturaleza jurídica.
Al respecto caben dos cuestiones: determinar primero si es o no un contrato; y en caso de que lo sea, si
tiene carácter declarativo o atributivo.
Primera cuestión: es o no es un contrato.
No hay dudas de que es un contrato, a pesar de que el CC la legisla en una sección diferente y con
efectos extraños; pero no es posible centrar la figura del contrato en la sola función de dar origen a las
obligaciones, ya que sus efectos tienen una mayor expansión, y así pueden crear, modificar o extinguir
relaciones jurídicas.
Carnelutti objetó que la transacción fuera un contrato, pero por otras razones. Decía que en la
transacción no existe el duorum in idem placitum consensus, es decir, el acuerdo para el logro del mismo
objeto, ya que, mediante el acto transaccional se renuncia parcialmente a la pretensión y se recibe, también
parcialmente, un reconocimiento, ambos recíprocamente condicionados. Así, por ejemplo, en la compraventa
hay dos ofertas recíprocas y dos aceptaciones, que hacen a la bilateralidad; en cambio, en la transacción no
existe el entrecruzamiento, sino dos negocios unilaterales.
Caracteres.
La transacción tiene los siguientes caracteres:
Es consensual: `porque como contrato queda perfeccionado con el mero acuerdo o consenso de las
partes (Art. 1140).
Art. 1140: “Los contratos son consensuales o reales. Los contratos consensuales, sin perjuicio de lo
que se dispusiere sobre las formas de los contratos, quedan concluidos para producir sus efectos propios,
desde que las partes hubiesen recíprocamente manifestado su consentimiento”.
Es bilateral: porque existen prestaciones mutuas que se entrecruzan, ya que cada parte debe cumplir
determinadas prestaciones (Art. 1138).
Art. 1138: “Los contratos se denominan en este código unilaterales, o bilaterales. Los primeros son
aquellos en que una sola de las partes se obliga hacia la otra sin que ésta le quede obligada. Los segundos,
cuando las partes se obligan recíprocamente la una hacia la otra”.
Es oneroso: se brinda en virtud de que las ventajas que procuran se otorgan en función de una
prestación que se ha hecho, y ello surge de las concesiones recíprocas que dan sustento al contrato (Art.
1139).
Art. 1139: “Se dice también en este código, que los contratos son a título oneroso, o a título gratuito:
son a título oneroso, cuando las ventajas que procuran a una u otra de las partes no les es concedida sino
por una prestación que ella le ha hecho, o que se obliga a hacerle: son a título gratuito, cuando aseguran a
una u otra de las partes alguna ventaja, independiente de toda prestación por su parte”.
Es indivisible: surge de lo dispuesto en el Art. 834, que indica que las diferentes cláusulas son
indivisibles y la anulación de una de ellas deja sin efecto todo el acto, con lo cual queda desechada la
posibilidad de una nulidad parcial.
Art. 834: “Las diferentes cláusulas de una transacción son indivisibles, y cualquiera de ellas que fuese
nula, o que se anulase, deja sin efecto todo el acto de la transacción”.
Es de hermenéutica restrictiva: hace a su interpretación, que debe estar limitada a lo que las partes han
volcado en la transacción, excluyéndose la posibilidad de la analogía, o su ampliación a otros derechos que
no se encuentran comprendidos en ese acto.
Capacidad y representación.
El CC se ocupa en forma específica del tema de la capacidad y representación en los Arts. 839 a 841, y
dispone también en el Art. 833 que en esta cuestión se aplican las disposiciones sobre los contratos.
Art. 839: “No se puede transigir a nombre de otra persona sino con su poder especial, con indicación
de los derechos u obligaciones sobre que debe versar la transacción, o cuando el poder facultare
expresamente para todos los actos que el poderdante pudiera celebrar, incluso el de transar”.
Art. 840: “No puede transigir el que no puede disponer de los objetos que se abandonan en todo o en
parte”.
Art. 841: “No pueden hacer transacciones:
1° Los agentes del ministerio público, tanto nacionales como provinciales, ni los procuradores de las
Municipalidades;
2° Los colectores o empleados fiscales de cualquier denominación en todo lo que respecta a las rentas
públicas;
3° Los representantes o agentes de personas jurídicas, en cuanto a los derechos y obligaciones de esas
personas, si para la transacción no fuesen legalmente autorizados;
4° Los albaceas, en cuanto a los derechos y obligaciones de la testamentaría, sin autorización del juez
competente, con previa audiencia de los interesados;
5° Los tutores con los pupilos que se emanciparen, en cuanto a las cuentas de la tutela, aunque fuesen
autorizados por el juez;
6° Los tutores y curadores en cuanto a los derechos de los menores e incapaces, si no fuesen
autorizados por el juez, con audiencia del ministerio de menores;
7° Los menores emancipados”.
Por lo tanto, y teniendo en cuenta que, como decían los romanos, todos quienes pueden celebrar
contratos y disponer de sus bienes, se encuentran facultados para transigir.
En cuanto a la capacidad hecho, resultan ser incapaces los sujetos enumerados en los Arts. 54 y 55 CC.
Los menores emancipados por matrimonio tienen la casi plena disponibilidad de los bienes (Art. 135), y salvo
el impedimento previsto en esa norma, pueden realizar transacciones, con lo cual queda virtualmente
derogado lo dispuesto en el Art. 841, inc. 7º. En mejor situación jurídica están los menores habilitados, que
tienen plena capacidad para transigir, al igual que los menores adultos (mayores de 18 años) con relación a
la profesión que ejercen con título habilitante, o para los contratos de trabajo que celebran y los autorizados
para ejercer el comercio.
El Estado no puede transar cuando actúa como persona de derecho público, por ello los incs. 1º y 2º del
Art. 841 le impiden hacerlo a sus representantes, aunque el leguaje utilizado por la ley no sea muy preciso.
Pero cuando el Estado obra como persona privada puede cumplimentando algunos requisitos
administrativos, arribar a acuerdos y transacciones.
Los representantes legales, como los padres, tutores y curadores, necesitan autorización judicial, cuando
los derechos que están en juego solo se pueden disponer de esa manera (Art. 841 inc. 6º).
A los apoderados voluntarios se les exige que tengan facultad especial para transar, donde se deje
constancia expresa de esta potestad, poco importa que emerja de un poder general de administración o de
uno especial. Los agentes o representantes de las personas jurídicas tienen que estar autorizados
especialmente (Art. 841 inc. 3º), ya sea en los estatutos o por los órganos facultados para hacerlo.
Existen otras prohibiciones previstas en el Art. 845, que se explican por sí mismas, como las
contestaciones sobre la patria potestad, o la autoridad del marido, o el estado de las personas, en razón del
compromiso con el orden público que tienen derechos.
Art. 845: “No se puede transigir sobre contestaciones relativas a la patria potestad, o a la autoridad
del marido, ni sobre el propio estado de familia, ni sobre el derecho a reclamar el estado que corresponda a
las personas, sea por filiación natural, sea por filiación legítima”.
Sin embargo, en el último supuesto el Art. 846 admite que es posible la transacción sobre los intereses
puramente pecuniarios, aunque estuvieren vinculados con el estado de las personas.
Art. 846: “La transacción es permitida sobre intereses puramente pecuniarios subordinados al estado
de una persona, aunque éste sea contestado, con tal que al mismo tiempo la transacción no verse sobre el
estado de ella”.
Nunca es posible la mezcla o simultaneidad de ambos aspectos (Art. 847).
Art. 847: “Si la transacción fuese simultánea sobre los intereses pecuniarios y sobre el estado de la
persona, será de ningún valor, háyase dado un solo precio, o una sola cosa, o bien un precio y una cosa
distinta por la renuncia del estado, y por el abandono de los derechos pecuniarios”.
En cuanto al matrimonio, no es posible transar sobre su validez o nulidad, salvo que el acto sea a favor
de su eficacia. Aclara bien Trigo Represas, que ello es permitido solo en cuanto a la nulidad relativa (por
vicios del consentimiento, ej.: insania), pero no en la absoluta (consanguinidad en línea y grado prohibido,
matrimonio anterior, o entre personas de igual sexo, etc.).
Tampoco se puede transar sobre los derechos eventuales a una sucesión o sobre la sucesión de una
persona viva, lo que es lo mismo (Art. 848).
Art. 848: “No puede haber transacción sobre los derechos eventuales a una sucesión, ni sobre la
sucesión de una persona viva”.
Se trata de una reiteración de las normas que impiden contratar sobre las herencias aún no deferidas, es
decir, de personas vivas, por resultar chocante a un mínimo contenido ético y de moral pública.
Los alimentos futuros tampoco pueden ser objeto de transacciones, como no lo son de su renuncia. En
cuanto a los alimentos pasados, devengados y no percibidos, coincidimos con Llambías en que pueden ser
objeto de transacción, pues ya tienen la naturaleza de un capital al que se le puede dar el destino que quiera
el acreedor.
Forma y prueba.
La forma de la transacción se rige por lo que el CC regula con relación a los contratos (Art. 833), y
conforme lo afirma el Art. 837:
Art. 837: “La validez de las transacciones no está sujeta a la observancia de formalidades extrínsecas;
pero las pruebas de ellas están subordinadas a las disposiciones sobre las pruebas de los contratos”.
Vélez Sársfield ha seguido el sistema propiciado por Freitas y el derecho francés y, es por ello que se
puede afirmar que, como regla, la transacción es un acto no formal (Art. 974), esto es, puede ser realizada
por instrumento privado, público, o aún oralmente, sin perjuicio de las dificultades probatorias que puede
encerrar esta última forma. El régimen tiene dos excepciones:
Transacción sobre derechos litigiosos: es fundamental lo dispuesto en el Art. 838, que dice:
Art. 838: “Si la transacción versare sobre derechos ya litigiosos no se podrá hacer válidamente sino
presentándola al juez de la causa, firmada por los interesados. Antes que las partes se presenten al juez
exponiendo la transacción que hubiesen hecho, o antes que acompañen la escritura en que ella conste, la
transacción no se tendrá por concluida, y los interesados podrán desistir de ella”.
Se trata de transacciones sobre derechos que están sometidos a la decisión de un juez y se encuentran
controvertidos por las partes. No basta con que intervenga el órgano judicial, pues en diversas
oportunidades lo hace y no hay controversia sobre el derecho, lo cual le quita el carácter de “litigioso” (ej.:
procesos sucesorios, autorizaciones, etc.).
En estos casos, el acto es la forma solemne absoluta, pues exige su presentación en el expediente, ya
que antes de ello las partes tienen la facultad de desistir sin explicación ni consecuencia alguna. Ello no
impide que la transacción se realice mediante acata judicial en la sede del mismo juzgado, donde quedará
perfeccionada in los riesgos de arrepentimiento.
El uso y la práctica forense hacen que luego de presentado el escrito de transacción en el expediente, el
juez haga comparecer a las partes a su ratificación personal y ordene su homologación judicial, cuestiones
que en esencia no son necesarias para completar la forma de la transacción de derecho litigiosos. Sin
embargo, la “homologación” judicial faculta al juez a analizar la existencia de los elementos formales y
sustantivos, pone fin al proceso y da efecto de cosa juzgada al pleito que concluye por este medio anormal.
La ausencia de cumplimiento del requisito de presentación en los autos hace que el acto sea cualificado
como nulo absoluto, no sujeto a confirmación, ya que el objetivo impuesto por la ley está dado por la
protección de las partes y de los terceros.
Transacción que tiene por objeto un inmueble: si la transacción tiene por objeto algún bien inmueble, el
acto debe ser realizado en escritura pública, ya que su inobservancia la hace nula. Sin embargo, se trata de
un acto formal solemne relativo, pues el acto no produce los efectos previstos, pero da acción a las partes
para llevarlo a la forma impuesta.
Excepción de transacción.
El Código Procesal Civil y Comercial de la Nación estipula que la defensa o excepción de transacción,
denominada exceptio litis per transactionem finitæ, puede ser opuesta, tanto en los procesos de
conocimiento, como en los ejecutivos. Se trata de una excepción de tipo urgente, que decide el pleito y tiene
carácter sustantivo.
Aquel que pretenda oponer esta defensa debe demostrar que se dan los requisitos de las 3 identidades:
objeto, sujetos y causa. En cuanto al objeto, debe entenderse que solo se ha transado sobre los derechos
que obran en el acuerdo y no es posible extender el entendimiento a situaciones análogas o similares. Los
sujetos también deben coincidir y juega el principio del efecto relativo de los contratos. Por último, la causa
debe ser idéntica, es decir, estar fundada en los mismos hechos que fueron la fuente de las pretensiones
reclamadas. Consecuencia de esto último es lo dispuesto en el Art. 856 que, como señala Trigo Represas,
debe interpretarse en el sentido de que los efectos extintivos operan siempre sobre las obligaciones pasadas
y no se proyectan sobre las futuras.
nunca puede ser causa de anulabilidad, pues importaría abrir otra vez la cuestión; pero cuando se apoya en
extremos que no son controvertidos se estaría en presencia de un supuesto general, que admite su
alegación. Por ejemplo: dos personas discuten acerca de la propiedad de un cuadro y, considerándolo de un
autor desconocido, transigen entregando uno de ellos una suma exigida de dinero. Más tarde descubre que
era de un pintor famoso; ahora, como esa circunstancia no fue integrada en el objeto de la transacción
podría dar base a su anulación.
Compagnucci considera que no es relevante la distinción, sea el error de hecho o de derecho, sea sobre
un punto objeto de controversia o sobre uno que no lo es, siempre es posible alegar el error, bastando que
sea esencial y excusable.
Falsedad de documentos e ignorancia de documento esenciales.
Entre las causas de anulabilidad, el Art. 857 se refiere a la transacción realzada sobre la base de
documentos falsos. Cuando alguna de las partes, después de hecha la transacción, puede demostrar que los
documentos eran falsos, tiene derecho a demandar la nulidad. Y ello, porque la duda tuvo como sustento
dichos documentos que, en apariencia, otorgaban ciertos derechos a cada uno de ellos. Si alguno de los
contratantes fue quien los falsificó, es su acción dolosa la que permite la impugnación; en cambio, cuando
fue obra de un tercero desconocida por la partes, debe alegarse el error.
Laurent sostuvo que se trataba de un supuesto de ato inexistente, ya que si alguien cree que tiene
derecho y luego se descubre que no lo tiene, no se ha transigido sobre nada. Ello es una verdad a medias,
porque para anular el acto no se alude a la falta de voluntad, causa u objeto, y se impugna el acto de
transacción, no sus antecedentes.
Después de realizada la transacción, pueden aparecer nuevos documentos que modifiquen
sustancialmente la posición de las partes; aquí la ley tiene dos posibilidades muy precisas: una, la del
derecho romano, que consideraba que ello no era razón suficiente para dejar sin efecto el acto, ya que la
autoridad de cosa juzgada y la buena fe en su celebración lo dejaba firme.
Otra, la del CC, que en su Art. 859 dispone:
Art. 859: “La transacción puede ser rescindida por el descubrimiento de documentos de que no se tuvo
conocimiento al tiempo de hacerla, cuando resulta de ellos que una de las partes no tenía ningún derecho
sobre el objeto litigioso”.
Este artículo fue tomado del CC francés. En nuestra legislación, a diferencia de lo establecido en el CC
francés, no se distingue entre transacción general y especial, sino que el error o la ignorancia de uno de los
contrayentes sobre documentos que se descubren después, y dejan sin ningún derecho a la otra, dan motivo
a la ineficacia.
Desconocimiento de la existencia de una sentencia firme.
Otro supuesto de incidencia del error es sobre la existencia de una sentencia firme dictada con
anterioridad a la transacción. El Art. 860 prevé lo siguiente:
Art. 860: “Es también rescindible la transacción sobre un pleito que estuviese ya decidido por sentencia
pasada en cosa juzgada, en el caso que la parte que pidiese la rescisión de la transacción hubiese ignorado
la sentencia que había concluido el pleito. Si la sentencia admitiese algún recurso, no se podrá por ella
anular la transacción”.
Debe tratarse de una sentencia firme, es decir, que tenga la autoridad de cosa juzgada, y que sea
ignorada por la parte que reclama. Ello hace que la relación carezca de objeto litigioso o dudoso. Es una
manera de invocar el vicio del “error sobre la sustancia” (Art. 926), ya que queda modificado el objeto que
se tuvo en cuenta para realizar la transacción.
Título nulo. Falta de causa y supuesto de error.
Se trata del caso en que las partes transigen teniendo en cuenta los derechos que emanan de un título
nulo. Así lo establece el Art. 858:
Art. 858: “La transacción es rescindible cuando ha tenido por objeto la ejecución de un título nulo, o de
reglar los efectos de derechos que no tenían otro principio que el título nulo que los había constituido, hayan
o no las partes conocido la nulidad del título, o lo hayan supuesto válido por error de hecho o por error de
derecho. En tal caso la transacción podrá sólo ser mantenida, cuando expresamente se hubiese tratado de la
nulidad del título”.
La palabra título significa antecedente o causa del obrar, y de ninguna manera la ley está haciendo
referencia al instrumento. La nulidad se apoya primeramente en que alguna de las partes fundó su reclamo e
hizo que hubiera “cosa dudosa o litigiosa”, en un título totalmente ineficaz.
Por ello, se trata de un supuesto de falta de causa o ausencia de derecho que dé motivo a la
transacción. Por ejemplo, si un heredero y un legatario transigen sobre la cosa legada, y luego se demuestra
que el testamento era nulo por incumplir las formas, dicha transacción es objeto de impugnación por parte
del heredero, ya que no existió causa legitimante en el legatario para que hubiera res dubia o litigiosa.
Algunos autores, como Colmo, consideran estoy como un ejemplo más del error en que se incurre al
transigir; otros, como Galli y Trigo Represas, que aquí no es aplicable la teoría de la causa, ya que si la
transacción es siempre declarativa, las partes no pueden ir más allá de los derechos que ya existían con
anterioridad, pues, si no hay derecho en alguna de las partes no se puede transigir.
Cuando la ley se refiere al error de hecho o de derecho, se trata del vicio de la voluntad, que hizo que
las partes creyeran que acordaban sobre un título válido y eficaz. La demostración del error de hecho o de
derecho que influyó en la elaboración volitiva, permite reclamar la nulidad de la transacción.
Cuando la transacción es sobre el mismo título nulo afectado de un vicio de nulidad relativa, coincide
toda la doctrina en que se produce una verdadera confirmación del acto que purga su invalidez.
Dación en pago.
La dación en pago es un acto por el cual el deudor voluntariamente hace efectiva al acreedor una
prestación diversa de la prometida originariamente, y este último consiente en recibirla.
El CC la denomina “Del pago por entrega de bienes” y la legisla en los Arts. 779 a 783 (Libro II, Sección
I, Parte II, Título XVI, Capítulo VII), es decir, se legisla dentro del Pago.
Para definirla, el Art. 779 dice:
Art. 779: “El pago queda hecho, cuando el acreedor recibe voluntariamente por pago de la deuda,
alguna cosa que no sea dinero en sustitución de lo que se le debía entregar, o del hecho que se le debía
prestar”.
En esto, es posible ver que la dación en pago configura una mutación del objeto de la prestación por
voluntad de ambas partes. Con ello crea una situación que altera el principio de identidad previsto en los
Arts. 740 y 741, que se apoya en la autonomía privada o autonomía de la voluntad.
Para el CC solo aparecería este medio extintivo cuando el acreedor reciba alguna cosa, y además que no
sea dinero. Sin embargo, algunos autores han considerado que cualquiera fuese el cambio, ya sea cosa por
hecho, o abstención, o viceversa, siempre se producirá la supuesta dación.
El antecedente histórico de la figura está en el derecho romano, con la datio in solutum, que no solo era
convencional sino también legal; donde no se consideró la voluntad del acreedor, especialmente en los
supuestos de deudas de dinero de iglesias, obras pías, etc. Esto último ocurrió en la época de Justiniano.
Requisitos.
Del análisis del Art. 779, se pueden extraer los siguientes requisitos:
El acuerdo de las partes: el convenio de las partes constituye la base del instituto, ya que resulta
imprescindible que los sujetos de la obligación acuerden voluntariamente sustituir el objeto que constituye el
sustrato de la prestación. Para su juzgamiento deben aplicarse todas las normas que la ley civil tiene con
relación a los actos jurídicos y a los contratos.
Objeto diferente del promedio en forma originaria (“aliud pro alio”): debe cumplirse con una prestación
diversa en su contenido material de la prometida originariamente; por ejemplo, si se debía una cosa cierta,
sustituirla por un hacer o una abstención. Aunque el Art. 779 indique que se debe entregar “alguna cosa” y
que “no sea dinero”, esto no debe ser entendido en forma restrictiva, sino que se trata de una mera
ejemplificación de la ley, que no impide que el cambio por una prestación de hacer o no hacer sea una
verdadera dación. En cuanto a que “no sea dinero”, la ley presupone que originariamente se adeuda dinero;
por ejemplo, si se debía una cosa cierta, la sustitución por la prestación dineraria configura una verdadera
dación en pago.
“Animus solvendi”: mediante este acto, las partes deben querer extinguir la obligación. Si se mudara el
objeto de la prestación a los efectos novatorios, pero sin intención de cumplimiento inmediato, no habría
dación en pago.
Capacidad y representación.
Si bien el CC nada indica, la capacidad de hecho y de derecho exigidas son las que se requieren para
“disponer”, y ello queda regulado por lo dispuesto para los contratos de compraventa y cesión de créditos
(Art. 780, 781, 1357 a 1362).
Art. 780: “Si la cosa recibida por el acreedor fuese un crédito a favor del deudor, se juzgará por las
reglas de la "cesión de derechos"”.
Art. 781: “Si se determinase el precio por el cual el acreedor recibe la cosa en pago, sus relaciones con
el deudor serán juzgadas por las reglas del contrato de "compraventa"”.
Naturaleza jurídica.
La naturaleza jurídica de la dación en pago gira en torno de variados e inconciliables criterios. Así se
indica que sería una “versión del pago”, o una especie de “novación objetiva”, o una “convención
liberatoria”, o una especie de “contrato de enajenación”.
Para el CC, que sigue la opinión de autores franceses, como Pothier, Planiol, Ripert, etc., la dación en
pago constituye un mero capítulo del pago. Es una forma de cumplimiento que sustituye el contenido de la
prestación, pero se identifica con el pago.
Es mayoritaria la corriente (Aubry y Rau Lafaille, Segovia, Llambías, etc.) que entiende estar en
presencia de una especie de “novación objetiva” por mutación del contenido de la prestación. Sin embargo,
es dable ver que con la novación no se produce el cumplimiento, sino la extinción de la obligación anterior y
el nacimiento de una nueva relación jurídica.
También se sostiene que sería un “contrato oneroso de enajenación o solutorio”, ya que mediante un
acuerdo, que configura una verdadera y nueva contratación, se produce la separación de un derecho de una
persona y atribución a otra, por voluntad de la primera, que se despoja del derecho a favor del acreedor.
Compagnucci, siguiendo a Borda y Trigo Represas, considera que la dación de pago es una verdadera
“convención liberatoria”, pues sería una especie de acto bilateral con fines de extinción de la obligación.
Reglas supletorias.
En este contrato de enajenación, existe una verdadera transmisión de las cosas que se dan en pago, y
por lo tanto deben ser aplicadas supletoriamente las normas referidas a la compraventa, cuando se entrega
una cosa (Art. 781) y se determina el precio por el cual se recibe la cosa. Poco interesa la fijación del precio
de la cosa. La ley quiere que en este supuesto jueguen las reglas del contrato de compraventa, surja o no el
precio.
Por otro lado, cuando lo dado en pago es un crédito, se rige por las reglas que la ley tiene para el
contrato de cesión de créditos (Art. 780). Es importante saber que la subsunción normativa hace que se
deban aplicar todos los requisitos previstos en la cesión de los créditos para que surta sus efectos.
Efectos.
Los efectos principales se dan en cuanto a la extinción de la obligación y todos sus accesorios.
Históricamente se ha discutido el derecho del acreedor que en la dación en pago sufre la evicción.
Algunos textos romanos, y autores actuales, entienden que ello daría derecho al acreedor a dejar sin efecto
el cumplimiento y a pretender el renacimiento de la obligación. Sería una especie de cumplimiento
condicional, ya que solo consintió en liberar al deudor si recibía la propiedad de la cosa dada en pago.
La solución del CC ha si opuesta, ya que cuando el acreedor resulta ser desposeído por un tercero de la
cosa dada en pago, solo tiene derecho a reclamar la indemnización correspondiente, pero no a revivir la
obligación (Art. 783). La fianza corre la misma suerte que la obligación principal.
Art. 783: “Si el acreedor fuese vencido en juicio sobre la propiedad de la cosa dada en pago, tendrá
derecho para ser indemnizado como comprador, pero no podrá hacer revivir la obligación primitiva”.
Como ulterior efecto puede surgir el derecho del deudor que por un error (de hecho o de derecho)
realiza una dación en pago; puede repetirla de quien la recibió (Art. 784).
Art. 784: “El que por un error de hecho o de derecho, se creyere deudor, y entregase alguna cosa o
cantidad en pago, tiene derecho a repetirla del que la recibió”.
En esto se aplican las disposiciones sobre el efecto del error en los actos, la nulificación de los mismos y
la repetición del pago indebido. Pero el codificador fue más allá y estableció el Art. 787.
Art. 787: “Si el que de buena fe recibió en pago una cosa raíz, la hubiese enajenado por título oneroso
o por título lucrativo, el que hizo el pago puede reivindicarla de quien la tuviese”.
Dicho artículo establece que el subadquirente que recibió la cosa del acreedor, por un título oneroso o
gratuito, también sometido a la acción reivindicatoria del deudor.
Bolilla 20
Renuncia y remisión.
La renuncia y la remisión de la deuda son dos actos que llevan a la pérdida del derecho por voluntad de
su titular. Ambos aparecen en la enumeración que da el Art. 724 de los medios de extinción, uno como
“renuncia de los derechos del acreedor” y el otro como “la remisión de la deuda”.
El CC no se ocupa de la renuncia de los derechos en general, tal como lo hacen otros cuerpos legales,
sino que su regulación está en los Arts. 868 a 875 (Libro II, Sección I, Parte II, Título XXI: “De la renuncia
de los derechos del acreedor”), entre los medios extintivos de obligaciones.
La doctrina trata el tema dándole una amplitud generalizante, sin perjuicio de analizar los distingos
necesarios entre la “renuncia” y la “renuncia a los derechos del acreedor”; a lo cual se suma otra dificultad,
que es poder ingresar y distinguir la “remisión de la deuda” de la última de las clases de renuncia. Sobre la
“remisión de la deuda”, la metodología es de mayor corrección, ya que está desarrollada en los Arts. 876 a
887, y es un tema específico de lo enunciado en la Parte Segunda (extinción de las obligaciones) de la
Sección I del Libro II.
Caracteres.
La renuncia tiene los siguientes caracteres:
Es unilateral: se ha discutido si la renuncia es bilateral o unilateral. Algunos autores dicen que es
bilateral por ser necesaria la concurrencia de la voluntad del destinatario de la declaración y su consiguiente
aceptación. Se fundan en lo que dispone el Art. 875, en cuanto a que puede ser retractada mientras no sea
aceptada, y lo dicho en el Art. 868, que exige igual capacidad para hacer renunciar que para aceptarlas.
No obstante, la renuncia es siempre unilateral. Con la renuncia no se transmiten derechos; el sujeto
titular solo se desprende de ese derecho. Se trata, por ello, de un acto unilateral de voluntad. El destino y la
suerte posterior del derecho no interesa al negocio abdicativo, y ese derecho puede ser o no adquirido por
otro, pero nunca hay vinculación jurídica entre la extinción y el posterior nacimiento.
Art. 868: “Toda persona capaz de dar o de recibir a título gratuito, puede hacer o aceptar la renuncia
gratuita de una obligación. Hecha y aceptada la renuncia, la obligación queda extinguida”.
Art. 875: “La renuncia puede ser retractada mientras que no hubiere sido aceptada por la persona a
cuyo favor se hace, salvo los derechos adquiridos por terceros, a consecuencia de la renuncia, desde el
momento en que ella ha tenido lugar hasta el de su retractación”.
Es abdicativa: la renuncia es siempre abdicativa, nunca es traslativa de derechos. A veces puede llevar a
un incremento en el patrimonio de otros, pero ello no le hace perder dicho carácter.
Es neutra: no es gratuita ni onerosa. A veces se ha considerado que la renuncia importa una liberalidad
y debe interpretarse como un acto a título gratuito. Compagnucci considera que no es ni gratuita ni onerosa;
tiene un contenido de neutralidad. Si es un acto unilateral nunca puede ser juzgada como onerosa, y
tampoco puede ser gratuita ya que no hay liberalidad.
El CC establece que la renuncia puede ser hecha a título gratuito o a título oneroso, por un precio o
prestación cualquiera (Art. 868 y 869). Ello constituye un error conceptual (según Compagnucci). Si en el
acto de dejación se entrega algo como contravalor no hay renuncia, sino otro tipo de acto: dación en pago,
transacción, etc. En cuanto a su “gratuidad”, tampoco es posible; si la renuncia no es dada a favor de
ninguna persona mal puede sostenerse que es negocio para beneficiar.
Art. 869: “Cuando la renuncia se hace por un precio o una prestación cualquiera a la capacidad del que
la hace y la de aquel a cuyo favor es hecha, se determinan según las reglas relativas a los contratos por
título oneroso”.
No se presume legalmente: dice el Art. 874:
Art. 874: “La intención de renunciar no se presume, y la interpretación de los actos que induzca a
probarla debe ser restrictiva”.
Ello significa que debe interpretarse con una regla de hermenéutica restrictiva; como lo expresa
reiteradamente nuestra jurisprudencia, “en la duda, no hay renuncia”.
Es necesario aclarar un concepto no siempre dado con precisión: la renuncia puede ser “expresa o
tácita”, pero la ley no la presume. El CC no exige una forma determinada para renunciar (Art. 873), pero en
varios casos permite la renuncia tácita, que se infiere de los comportamiento concluyentes. Es un ejemplo
válido el de la renuncia parcial tácita a la solidaridad prevista en el Art. 705.
Art. 873: “La renuncia no está sujeta a ninguna forma exterior. Puede tener lugar aun tácitamente, a
excepción de los casos en que la ley exige que sea manifestada de una manera expresa”.
Elementos.
Objeto.
Sobre el objeto de la renuncia, se expiden los Arts. 19 y el 872, que dicen:
Art. 19: “La renuncia general de las leyes no produce efecto alguno; pero podrán renunciarse los
derechos conferidos por ellas, con tal que sólo miren al interés individual y que no esté prohibida su
renuncia”.
Art. 872: “Las personas capaces de hacer una renuncia pueden renunciar a todos los derechos
establecidos en su interés particular, aunque sean eventuales o condicionales; pero no a los derechos
concedidos, menos en el interés particular de las personas, que en mira del orden público, los cuales no son
susceptibles de ser el objeto de una renuncia”.
Como regla se puede afirmar que son renunciables los derechos patrimoniales conferidos en el interés
individual y no son renunciables los derechos que tienen en mira el orden público, es decir, el interés
general.
Son ejemplos de derechos renunciables: los del acreedor a una indemnización por la mora del deudor; a
resolver un contrato por incumplimiento; a la posibilidad de rever una donación; a la garantía de evicción, y
a la prescripción ya ganada.
Entre los derechos patrimoniales, no son renunciables: el derecho a alimentos futuros; a la herencia
futura; a solicitar la división del condominio en cualquier tiempo; los beneficios de las leyes laborales o
previsionales; etc. Tampoco son renunciables aquellos derechos donde esté interesado el orden público,
referidos a la capacidad de las personas, las que derivan del derecho de familia, la porción legítima de los
herederos forzosos, los que surgen de la patria potestad, etc.
Capacidad.
Los Arts. 868 y 869, cuando se refieren al tipo de renuncia (gratuita u onerosa) establecen la capacidad
necesaria al renunciante y del eventualmente favorecido con la renuncia.
Compagnucci se opone a calificar a la renuncia como gratuita u onerosa. De todos modos, por la clase
de acto que implica la renuncia debe siempre aplicársele la capacidad necesaria para los actos a título
gratuito, es decir, la capacidad para donar, por tratarse del clásico acto de liberalidad.
El representante voluntario también puede renunciar por su representado, pero se exige “poder
especial” dado al efecto.
Forma y prueba.
En cuanto a la forma, puede decirse que la ley no exige una especial; por ello es posible afirmar que hay
libertad en la formalidad a elegir. Así lo dispone el Art. 873, aunque es dable señalar que no ha sido grata la
expresión legislativa al decir que “la renuncia no está sujeta a ninguna forma exterior”, porque en forma
exterior tendrá que manifestarse la voluntad.
Lo que se infiere es que no se exige una formalidad determinada, y el sujeto puede utilizar los medios
que más le convengan, aun de manera tácita es posible renunciar. Para algunos supuestos, el CC exige
forma expresa; así para la renuncia absoluta de la solidaridad pasiva; renuncia a la garantía de evicción en la
partición; renuncia a la herencia con relación a los acreedores y legatarios, etc.
Algunos autores han sostenido que cuando la abdicación es el resultado del abandono material de una
cosa, por ejemplo, renuncia al derecho real del dominio de una cosa mueble por dejación, la renuncia no
tiene forma sino una exteriorización, pues no se manifiesta mediante declaración.
En cuanto a su prueba, si la renuncia tiene como naturaleza la de ser un acto jurídico no negocial, se
aplicarán las reglas que regulan la prueba de los actos y, más específicamente, las de los contratos.
Efectos.
Resulta importante establecer desde qué momento produce sus efectos la renuncia, ya que a partir de
allí el derelincuente pierde el derecho; cuestión que se vincula también con la “irrevocabilidad” del acto. Si
bien el Art. 868 habla de hecha y aceptada, ya se sostuvo que por ser un acto unilateral es innecesario el
acto de aceptación, y basta con la manifestación de voluntad, o el abandono para que se perfeccione y
produzca efectos la renuncia. Sus efectos son ex nunc (hacia el futuro), y se extienden a los accesorios.
Retractación.
La posibilidad de retractarse o de la irrevocabilidad de a renuncia, tiene otros matices. El Art. 875
dispone:
Art. 875: “La renuncia puede ser retractada mientras que no hubiere sido aceptada por la persona a
cuyo favor se hace, salvo los derechos adquiridos por terceros, a consecuencia de la renuncia, desde el
momento en que ella ha tenido lugar hasta el de su retractación”.
La ley da un amplio espectro de libertad para renunciar y retractarse, teniendo como límites la posible
vulnerabilidad del derecho de otro.
La aceptación tiene como fin la protección del derecho de ciertos terceros que se pueden ver
perjudicados por revocación de la renuncia; por ello y, para fijar la irrevocabilidad, es que se exige la
aceptación, la que puede ser tácita, tal como cuando se le hace saber al tercero del acto de derelicción
(abandono o desamparo - Derelictio: Derelicción, desamparo, abandono. Recibe este nombre la cosa
abandonada por un propietario. Se hace nullius, porque se pierde la posesión); mediante una comunicación
recepticia.
Si en el interregno entre la renuncia y la retractación alguien adquiere un derecho, éste no puede verse
alterado por el acto de arrepentimiento y no produce efectos la revocación.
Remisión de la deuda.
La remisión de la deuda es la renuncia al derecho de crédito que tiene el acreedor contra su deudor.
El CC legisla sobre esa temática en los Arts. 876 a 887 (Libro II, Sección I, Parte II, Título XXII), dándole
una extensión amplia, lo que ha sido hábito en nuestra ley civil. La primera de las normas (Art. 876) dispone
que los cuatro primeros artículos sobre la renuncia se aplican a la remisión de la deuda, lo cual indica su
íntimo parentesco. Es necesario hacer notar que se da una cierta inicuidad en la intención de vincular estos
efectos; por ejemplo, si la remisión de la deuda hecha por testamento constituye un legado, poco importa el
acto de remisión; al igual que cuando se indica que si lo es sobre obligaciones litigiosas o dudosas se le
aplican las reglas de la transacción, es porque allí hay transacción y no remisión.
Art. 876: “Lo dispuesto en los cuatro artículos primeros del título anterior es aplicable a la remisión de
la deuda hecha por el acreedor”.
Galli y Llambías consideran que la remisión es bilateral, a diferencia de la renuncia, que resulta
unilateral. Para Compagnucci, no hay diferencias con la renuncia y en ambos casos hay acto jurídico no
negocial unilateral. Nuestra doctrina mayoritaria (Trigo Represas, Salvat, Colmo, Alterini, López Cabana, etc.)
se atiene a este concepto.
Formas.
La remisión de deuda puede ser:
Expresa: es expresa (Art. 917) cuando la voluntad se manifiesta de esa manera. La ley no exige en
términos sacramentales y puede exteriorizarse con diferentes significaciones, tal como decir que “perdono la
deuda” o “doy por extinguida la obligación”, o “satisfecho el cumplimiento”, o directamente “remito el
derecho creditorio”, etc.
Tácita: se manifiesta en forma tácita (Art. 918) cuando es inferible de la conducta del acreedor que
quiso declinar el derecho creditorio. Se citan como ejemplos: la destrucción voluntaria por parte del acreedor
del instrumento original del crédito, o la entrega de dicho título al deudor, o un hecho simulado de pago
dado por el titular del crédito, entre otros.
Efectos.
El efecto principal es el de extinguir la obligación con todos sus accesorios. Y la ley no diferencia la
remisión expresa de la tácita, dándoles igual intensidad y consecuencias (Art. 884, que si bien hace
referencia a las obligaciones solidarias, se extiende hacia todo tipo).
Art. 884: “La remisión por entrega del documento original en relación a los fiadores, coacreedores
solidarios o deudores solidarios, produce los mismos efectos que la remisión expresa”.
El CC extiende la influencia de los efectos hacia la fianza y hacia las obligaciones con pluralidad de
sujetos.
Fianza: el Art. 880, siguiendo la idea de que la remisión no es más que un tipo de renuncia, dispone:
Art. 880: “La remisión hecha al deudor principal, libra a los fiadores; pero la que se ha hecho al fiador,
no aprovecha al deudor”.
Con ello la ley no hace más que aplicar la regla ya establecida en el Art. 525. Si existiera pluralidad de
fiadores, la remisión que se haga a favor de uno de ellos no aprovecha a los demás por el total, y sí por la
porción que le correspondía al liberado (Art. 882).
Art. 882: “La remisión hecha a uno de los fiadores no aprovecha a los demás fiadores, sino en la
medida de la parte que correspondía al fiador que hubiese obtenido la remisión”.
Se ha controvertido si la solución se aplica a los casos de fiadores obligados en forma mancomunada o
cuando son solidarios. Si hubiera mancomunación, cada fiador respondería por una porción; en cambio, en
los casos de solidaridad la responsabilidad es total y plena. Pareciera que es en este último supuesto en el
que se aplica la solución de la ley, que si bien se aparta un poco de lo dispuesto con relación a la solidaridad,
porque la remisión de uno de los codeudores extinguiría toda la obligación, el referido efecto parcial es una
solución que el codificador ha elegido para este medio.
Cuando el fiador hace efectivo un pago parcial para liberarse del afianzamiento de la obligación, ese
pago se imputa sobre el total, y la remisión posterior del acreedor principal no le da derecho para reclamar la
repetición. Así lo ordena el Art. 883:
Art. 883: “Si el fiador hubiese pagado al acreedor una parte de la obligación para obtener su liberación,
tal pago debe ser imputado sobre la deuda; pero si el acreedor hubiese hecho después remisión de la deuda;
el fiador no puede repetir la parte que hubiese pagado”.
De ello se infiere que el pago parcial del fiador aprovecha al deudor, pues es una especie de “pago a
cuenta”, y además que el fiador se queda sin recurso contra el acreedor remitente. Se ha controvertido si
podría reclamarle al deudor liberado, llegándose a la aceptable conclusión de que puede hacerlo cuando
pagó como tercero y quedó subrogado en el crédito, no cuando lo hizo para liberarse de su carácter de
fiador.
Sujetos plurales: en las obligaciones solidarias la remisión hecha por el acreedor a uno de los deudores
extingue toda la obligación extendiendo sus efectos al resto de los obligados. El Art. 881, que da esta
solución es coincidente con lo dispuesto en el Art. 707, lo mismo ocurre cuando se trata de obligaciones de
solidaridad activa o mixta.
Art. 881: “La remisión hecha al deudor, produce los mismos efectos jurídicos que el pago respecto a
sus herederos, y a los codeudores solidarios”.
Si la obligación es mancomunada y la obligación queda como dividida entre los acreedores y deudores,
la remisión hecha a un deudor extingue solamente esa porción de la obligación. Salvo que se trate de un
caso de mancomunación de objeto indivisible, donde se exige la unanimidad de los acreedores para que
tenga efecto plena la remisión.
Prescripción liberatoria.
La prescripción es un modo de adquirir o extinguir un derecho por el transcurso del tiempo. Del
concepto que brinda el Art. 3947, se puede inferir que existen dos tipos de prescripción:
Prescripción adquisitiva: por la cual se puede llegar a adquirir la propiedad u otro derecho real.
Prescripción liberatoria o extintiva o usucapión: tiene como consecuencia la extinción del derecho del
titular, y en el caso de los créditos produce el efecto de concluir con el derecho del acreedor y liberar al
deudor.
Tanto el Digesto como varias constituciones imperiales y además las Partidas siguieron el método de
regular conjuntamente ambos tipos de prescripción y resultan ser antecedentes del CC argentino.
La prescripción liberatoria, también llamada extintiva, es la que se estudia en esta bolilla y tiene entre
sus efectos el de ser un medio de extinción de las obligaciones.
En la nota al Art. 724, el codificador cita a la prescripción como un ejemplo de medio de extinción de las
obligaciones, agregando así una excepción más a la enumeración que trae el artículo.
Es posible sostener que, en el derecho de las obligaciones, la prescripción extintiva, ante el transcurso
del tiempo y la inacción injustificada del acreedor, obra como un medio de extinción del derecho de crédito
y consiguiente liberación del deudor.
Sostenía Bibiloni que el tiempo no puede influir en la pérdida de los derechos, aunque es posible que no
solo sea el tiempo el que opera en la extinción, sino también la inacción o el desinterés del titular que, sin
justificación suficiente, deja transcurrir el lapso que la ley establece como necesario para su reclamo.
El CC tiene tres normas que hacen referencia al concepto de la prescripción extintiva:
El Art. 3947, ya señalado al principio, dice:
Art. 3947: “Los derechos reales y personales se adquieren y se pierden por la prescripción. La
prescripción es un medio de adquirir un derecho, o de libertarse de una obligación por el transcurso del
tiempo”.
El Art. 3949 que, siguiendo a los antecedentes históricos, dispone:
Art. 3949: “La prescripción liberatoria es una excepción para repeler una acción por el solo hecho que
el que la entabla, ha dejado durante un lapso de tiempo de intentarla, o de ejercer el derecho al cual ella se
refiere”.
El Art. 4017 establece:
Art. 4017: “Por sólo el silencio o inacción del acreedor, por el tiempo designado por la ley, queda el
deudor libre de toda obligación. Para esta prescripción no es preciso justo título, ni buena fe”.
Antecedentes históricos.
En el derecho romano, la prescripción extintiva aparece en la época clásica, donde las acciones
pretorianas, no las civiles, tenían un tiempo limitado para su ejercicio, transcurrido ese plazo, el demandado
podía oponer la excepción de prescripción a quien le reclamaba.
En la época del emperador Teodosio II (424 d.C.) se someten todas las acciones a la prescripción
veinteñal, salvo que tuvieran un término mayor, y su evolución concluye en el derecho justinianeo, que
establece la regla que enseña que comienza a correr el tiempo de la prescripción con la acción (actio non
natæ non præscribitur), y se agregan los medios de suspensión e interrupción de su curso.
Estos institutos han trascendido a la codificación y, salvo los detalles y mutaciones que corresponden al
tiempo transcurrido, mantienen sus rasgos esenciales en casi todas las legislaciones modernas.
Metodología.
El CC argentino, siguiendo la tradición del derecho francés y austríaco, ha legislado conjuntamente la
prescripción adquisitiva y la extintiva en el Libro IV, Sección III: “De la adquisición y pérdida de los derechos
reales y personales por el transcurso del tiempo”, Título I y II (Arts. 3947 a 4043). Estas diferencias entre
ambas prescripciones son notorias, a pesar de que tienen un elemento común: el tiempo.
Sin embargo, una sirve para la adquisición de los derechos reales mediante la posesión continua y su
estudio corresponde al curso de derecho reales; en cambio, la extintiva se vincula con la pérdida de los
derechos, castigando el estado de inercia de sus titulares; se agrega para este caso que no se exige la buena
fe y se prescinde de las condiciones subjetivas.
Las codificaciones modernas, como el CC alemán y el italiano de 1942, han legislado a la prescripción
extintiva en la parte general y a la adquisitiva dentro de los derechos reales o también denominados derecho
de cosas. Así, lo hace el Anteproyecto de Bibiloni, el Proyecto de 1936 y 1954.
Prescripción extintiva.
La prescripción liberatoria es siempre una forma de extinción de derechos por el transcurso del tiempo y
la inacción injustificada de su titular; entre esos derechos están los creditorios, y de allí se pueden extraer los
siguientes elementos:
El tiempo: es una fuerza a la cual no puede sustraerse ningún ser humano, resulta un requisito
ineludible. Hace que surja de por sí la supuesto dejación del derecho y viene a confirmar y consolidar las
situaciones jurídicas.
La inactividad del acreedor: que no se encuentre justificada por alguno de los medios legales, que
permiten mantener la relación con toda su virtualidad, no produciendo el efecto de la prescripción.
Algunos autores han sumado otros elementos:
• Que la acción sea prescriptible. • Que se trate de un derecho exigible
• Que se invoque por el interesado. • Etc.
Compagnucci considera que estos no constituyen verdaderos requisitos y solo son situaciones
meramente instrumentales que, si bien hacen a la funcionalidad de la prescripción, no integran su
estructura. No es requisito la buena fe para la prescripción extintiva (Art. 4017) y en caso de duda, es
opinión jurisprudencial unánime la que considera que el derecho se mantiene íntegro.
Fundamentos.
Algunos autores sostuvieron que la prescripción es una institución contraria a la regla moral y al derecho
natural del individuo, por permitir que solo el tiempo haga que un deudor quede desobligado y no sujeto al
cumplimiento. Sin embargo, hoy es opinión generalizada casi sin objeciones, que la función de la
prescripción se encuentra debidamente justificada.
En el siglo XVIII, replicando (contradiciendo) aquella opinión, Pothier decía que la prescripción alertaba a
ciertos titulares de derechos, ya que constituía una pena que castigaba su negligencia. O, en tiempo más
recientes, se sostuvo que constituida una “presunción de abandono” o un “tácita renuncia de los derechos”,
o aún más, que podía ser entendida como una especie de “cumplimiento indirecto”, agregándose a la idea
de que no es posible omitir el carácter “temporario de las relaciones jurídicas”.
Es opinión generalizada que la prescripción lleva como fundamento el interés general, que debe
prevalecer sobre el particular, y tiene como finalidad dar certeza a las relaciones humanas. Además, que se
trata de una cuestión donde está interesado el orden público, pues la misma ley así lo indica, impidiendo la
renuncia anticipada de los términos (Art. 3965); en ese sentido se expide la mayoría de la doctrina (Spota,
Llambías, Trigo Represas, etc.).
Naturaleza jurídica.
En la doctrina italiana subsiste una controversia sobre si la prescripción extintiva es un efecto jurídico
que se corresponde con la normativa del derecho civil, o si consiste en una serie de elementos necesarios
que componen prueba legal, y se ubica entonces en el terreno del derecho procesal.
En esta última tendencia, se argumenta que la prescripción siempre se resuelve en el juicio mediante
una oposición al reclamo, y que no ataca el fundamento del derecho, ya que solo impone demostrar la
existencia de sus propios elementos: tiempo más inactividad del titular.
Compagnucci, siguiendo a la doctrina, considera que nunca puede ser una situación jurídica procesal, ya
que sus efectos hacen concluir con el derecho sustantivo. Claro está que se hace valer en juicio, como
sucede con otros tantos institutos (ej.: novación, compensación, remisión, quita, etc.). Ocurre que la ley
respeta la voluntad privada y el derecho de los particulares a oponer o no la prescripción que, como defensa,
tiene en su favor el demandado. Si es una excepción, tal como lo define el Art. 3949, lo es de derecho
sustantivo.
Objeto de la prescripción.
Analizar el objeto de la prescripción liberatoria significa conocer sobre qué elemento jurídico recae. La
controversia queda centrada en si la prescripción extingue la acción y deja subsistente al derecho o concluye
con el mismo derecho.
Derecho o acción.
Nuestra doctrina mayoritaria, entre los que se encuentran Salvat, Alterini, Trigo Represas, Llambías,
Arauz Castex, Borda, De Gásperi, etc., sostiene que la prescripción solo afecta a la acción, es decir, al reflejo
procesal del derecho, ya que, en virtud de lo dispuesto en el Art. 515 inc. 2° y el 3949, el derecho se
mantiene como integrativo de una obligación natural.
Otros autores, a los que se adhiere Compagnucci, entienden que la prescripción extingue al propio
derecho por las siguientes razones: si la llamada “obligación natural” no constituye una verdadera relación
jurídica, es que con la prescripción no queda nada, y por lo tanto, ha sido aniquilado el mismo derecho. Para
Spota, se producirá una extinción del derecho, pero cuando se trata de un derecho creditorio tiene como
“consecuencia indirecta” hacer surgir un nuevo derecho subjetivo, que se plasma en la obligación natural.
Excepciones.
Se acepta como regla que las excepciones no prescriben en tanto correspondan aún estado de cosas
que el tiempo no afecte. Si bien las acciones, destinadas a hacer valer derechos, pueden concluir con la
prescripción, no ocurre ello con las excepciones, que solo se ejercen como defensa de derechos. Por
ejemplo, si el acreedor reclama el cumplimiento de una obligación y el deudor que pagó opone como
excepción dicho pago, no es posible pensar que esa defensa pueda prescribir
En Francia, se juzgó que la acción de nulidad, que tiene tiempo breve de prescripción, cuando
transcurría dicho plazo, no era posible oponerla como excepción; este razonar llevó a algunos autores
nacionales, como Borda, a extender dicho criterio y sostener que “las excepciones nunca prescriben, ya que,
por ejemplo, a quien está en condiciones de oponer la nulidad no se le puede obligar a demandar, y tiene
todo el derecho a esperar que la contraparte lo demande para hacer valer du derecho.
En el derecho italiano, se dispone que la prescripción de la acción de nulidad no impide que la nulidad
pueda ser argüida como excepción.
Facultades.
Al tratar el tema de la acción subrogatoria, se analizaron estas facultades. De acuerdo a lo allí dicho, se
puede afirmar su carácter de “imprescriptible”, ya que su ejercicio queda librado al arbitrio de su titular;
puede o no usar, y esa inercia no acarrea su extinción.
Acciones imprescriptibles.
El Art. 4019 establece cuales son las acciones imprescriptibles.
Art. 4019: “Todas las acciones son prescriptibles con excepción de las siguientes:
1° La acción de reivindicación de la propiedad de una cosa que está fuera de comercio.
2° La acción relativa a la reclamación de estado, ejercida por el hijo mismo.
3° La acción de división, mientras dura la indivisión * de los comuneros.
4° La acción negatoria que tenga por objeto una servidumbre, que no ha sido adquirida por
prescripción.
5° La acción de separación de patrimonios, mientras que los muebles de la sucesión se encuentran en
poder del heredero.
6° La acción del propietario de un fundo encerrado por las propiedades vecinas, para pedir el paso por
ellas a la vía pública”.
No obstante, su enunciado contiene una afirmativa errónea cuando dice: “Todas las acciones son
prescriptibles, con excepción de las siguientes”, ya que, según ello, pareciera que solo son imprescriptibles
las allí citadas en una especie de enumeración taxativa; pero no es así, pues es posible afirmar que hay más
acciones imprescriptibles que las que cita el artículo.
La utilidad de la aseveración es que abre una presunción a favor de la prescriptibilidad, es decir, en caso
de duda debe interpretarse que la acción es prescriptible.
Los casos de imprescriptibilidad están consignados en seis incisos:
Acción de reivindicación de la propiedad de una cosa que está fuera de comercio: se explica por sí
misma, ya que si las cosas pertenecen al dominio público del Estado no pueden prescribir.
Acción relativa a la reclamación de estado, ejercida por el hijo mismo: en las acciones de reclamación o
impugnación de la paternidad está interesado el orden público, por ello son irrenunciables e imprescriptibles.
Acción de división, mientras dura la indivisión de los comuneros: es la acción que le corresponde a
cualquier condómino para solicitar la división (Art. 2692). Es que mientras haya condominio y cada
copropietario ejerza su derecho de tal, se mantiene vivo el ejercicio de dicha pretensión.
Acción negatoria que tenga por objeto una servidumbre que no ha sido adquirida por prescripción: la
acción negatoria se promueve a los efectos de poder desconocer la existencia de servidumbres. Si una
servidumbre predial no puede adquirirse mediante la prescripción por ser “discontinua” o “continua no
aparente”, la acción negatoria se mantiene por todo el tiempo, ya que goza de la perpetuidad del derecho de
propiedad que concede la acción.
Acción de separación de patrimonios, mientras los muebles de la herencia se encuentran en poder del
heredero: es una acción que les corresponde a los acreedores de la herencia y a los legatarios para tener
prioridad de cobro sobre los bienes de la herencia con relación a los acreedores particulares de los
herederos. No es necesario distinguir entre bienes muebles e inmuebles, y la acción no prescribe mientras
los bienes los tengan los herederos o sus sucesores universales.
Acción del propietario de un fundo encerrado por las propiedades vecinas, para pedir el paso por ellas a
la vía pública: cuando un fundo se encuentra enclavado en su acceso a la vía pública, el titular tiene derecho
de reclamar una servidumbre de paso, pagando lo que corresponda. El codificador, en la nota al Art. 4019,
explica que esa imprescriptibilidad responde a la necesidad de que la propiedad no se pierda.
A las enumeradas, se agregan las siguientes acciones imprescriptibles:
» Acción de nulidad de matrimonio: aunque sobre ello no exista duda cuando se trate de nulidad
absoluta, se controvierte en los diferentes supuestos de nulidad relativa.
» El derecho a reclamar alimentos: la prescripción de 5 años afecta a las prestaciones alimentarias ya
adeudadas.
» La acción reivindicatoria: salvo que se extinga el dominio por el no uso y adquisición originaria por
otro.
» Acción de declaración de nulidad absoluta: sobre este supuesto existieron alunas vacilaciones en la
reforma de 1968 al Art. 4023, pero quedó mejorado su entendimiento con lo dispuesto por la ley 17.940,
que sustituyó lo de “nulidad absoluta o relativa” por “trátese de actos nulos o anulables”.
» Acción prevista en el Art. 32 de la ley 14.394: en cuanto a los derechos del ausente, cuando
reaparece, o sus herederos, a reclamar la entrega de sus bienes en el estado que se hallan.
» Acción de petición de herencia: sobre el carácter prescriptible o imprescriptible de esta acción,
existe una vieja controversia en nuestra doctrina y jurisprudencia. La mayoría de los autores se atiene a su
“imprescriptibilidad”, pues para algunos sería el ejercicio de “facultades” y para otros, una especie de
“reivindicación de un patrimonio”. Otros autores sostienen que prescribe, y para ello se apoyan en los Arts.
4019, 4023 y 4024. Por último, en una tesis intermedia, se considera la prescripción solo cuando se ejercita
entre coherederos.
Con respecto a la obligación de dar cuentas, hay que diferenciar dos momentos (Art. 3960):
El de la propia obligación de dar cuentas: la prescripción se inicia con el cese de la actividad ajena.
El de pagar los saldos adeudados: la prescripción se inicia desde la sentencia judicial que lo ordena, o el
acuerdo de parte.
Art. 3960: “El tiempo para prescribir la obligación de dar cuenta, no principia a correr sino desde el día
en que los obligados cesaron en sus respectivos cargos. El de la prescripción contra el resultado líquido de la
cuenta, corre desde el día que hubo conformidad de parte, o ejecutoria judicial”.
A todo esto se suman algunos supuestos especiales:
• Impugnación de un negocio jurídico por los vicios de error, dolo o falsa causa, desde que se
conocieron los vicios.
• La acción de simulación entre partes desde que se desconoce el acto y uno de ellos actúa en contra de
lo acordado.
• En el caso de la violencia, desde que cesó la misma.
Para la acción derivada de la responsabilidad extracontractual, es común pensar que comienza el curso
de la prescripción desde que ocurre el hecho dañoso, pero la jurisprudencia ha distinguido bien que el
momento a computar es el de la producción del daño o desde que cada uno de los perjudicados se
manifiesta. Claro que en la mayoría de los casos existe simultaneidad entre el hecho y el perjuicio.
extintiva como a la adquisitiva, trajo consigo un sinnúmero de inseguridades e incertidumbres, tanto para los
deudores como para quienes estaban poseyendo a los fines de la usucapión, ya que nunca se podía tener
certeza de que al tiempo transcurrido no se le hubiese suspendido su curso por la existencia de un incapaz
de hecho. El fundamento residía en la imposibilidad jurídica de obrar, a lo cual se le replicaba que si había
representación legal, ese argumento dejaba de ser válido.
El Anteproyecto de Bibiloni y el Proyecto de 1936 propiciaron que la prescripción debía correr contra el
incapaz y el ausente, declarado o no, pero siguiendo al régimen del CC alemán, en que la prescripción se
cumple frente al incapaz sin representación, transcurridos 6 meses de tener representación o plena
capacidad, es decir, se les da un término para accionar.
La ley 17.711 modificó el Art. 3966, que quedó redactado de la siguiente manera:
Art. 3966: “La prescripción corre contra los incapaces que tuvieren representantes legales. Si
carecieren de representación, se aplicará lo dispuesto en el artículo 3.980”.
(Artículo sustituido por art. 1° de la Ley N° 17.711 B.O. 26/4/1968. Vigencia: a partir del 1/7/’68.).
La nueva normativa diferencia a los incapaces con representación (contra quienes corre la prescripción)
de los que carecen de ella, que quedan incluidos en los casos de dispensa previstos en el Art. 3980.
» El matrimonio con respecto a las acciones entre cónyuges (Art. 3969).
La ley entiende que a las relaciones entre los cónyuges no debía adicionárseles otros motivos de
conflicto con los que ya surgen de la propia convivencia: así, el Art. 3969, establece:
Art. 3969: “La prescripción no corre entre cónyuges, aunque estén separados de bienes, y aunque
estén divorciados por autoridad competente”.
(Artículo sustituido por art. 34 de la Ley Nº 26.618 B.O. 22/7/2010).
Esta suspensión se extiende cuando la acción de la mujer hacia terceros indirectamente pueda
comprometer la responsabilidad de su cónyuge (Art. 3970).
En cuanto a los dispuesto en el Art. 3969 sobre la “separación de bienes”, que es un derecho que la ley
le da en los casos previstos en el Art. 201 y ss., la administración bicéfala de la sociedad conyugal, como
señala Trigo Represas, deja sin sentido dicha norma. El “divorcio”, al que hacía referencia el artículo antes de
su reforma, era solo el supuesto de separación de cuerpo sin habilitación para contraer un nuevo
matrimonio. Luego de la reforma, el supuesto es solo aplicable a la llamada separación personal mediante
sentencia, pues si se decreta el divorcio vincular (Art. 213 a 215) comienza a correr el tiempo de la
prescripción.
» Con relación al heredero aceptante con beneficios de inventario (Art. 3972).
El heredero que acepta la herencia con beneficio de inventario (presunción incorporada por la ley
17.711) resulta ser administrador de la herencia; puede promover acciones contra el sucesorio; y no produce
confusión de los créditos. Es a raíz de ello que el Art. 3972 dispone:
Art. 3972: “La prescripción no corre contra el heredero que ha aceptado la herencia con beneficio de
inventario, respecto de sus créditos contra la sucesión”.
Es decir, que los créditos que tenga contra la sucesión quedan suspendidos, al igual que no pueden
invocar la prescripción contra la sucesión que administra. Dicha suspensión comenzará a partir del momento
del fallecimiento del causante en atención a la retroactividad de la aceptación beneficiaria.
El Art. 3976 dispone que la prescripción corre contra los herederos aceptantes puros y simples, y no se
“interrumpe” durante la indivisión hereditaria. A pesar del aparente error, al referirse a la “interrupción” en
lugar de la “suspensión”, se reafirma la diferencia entre el heredero aceptante beneficiario y aquel que
acepta la herencia pura y simplemente.
» Para las acciones de los tutores y curadores con sus pupilos y curados (Art. 3973).
El Art. 3973 dispone que las acciones que tengan los tutores o curadores contra sus pupilos o curados,
o, viceversa, las de éstos contra aquellos, quedan suspendidas mientras dure la tutela o curatela. Las
razones están dadas porque los tutores y curadores son representantes de los incapaces, y no sería
conveniente que durante dicha representación se permitiera el ejercicio de reclamos judiciales entre ellos.
Art. 3973: “La prescripción de las acciones de los tutores y curadores contra los menores y las
personas que están bajo curatela, como también las acciones de éstos contra los tutores y curadores, no
corren durante la tutela o curatela”.
El CC argentino, con la reforma de la ley 17.711, preveía dos formas más de suspensión:
» La constitución en mora debitoris (Art. 3986).
El Art. 3986 dispone:
Art. 3986: “La prescripción se interrumpe por demanda contra el poseedor o deudor, aunque sea
interpuesta ante juez incompetente o fuere defectuosa y aunque el demandante no haya tenido capacidad
legal para presentarse en juicio.
La prescripción liberatoria se suspende, por una sola vez, por la constitución en mora del deudor,
efectuada en forma auténtica. Esta suspensión sólo tendrá efecto durante un año o el menor término que
pudiere corresponder a la prescripción de la acción”.
(Artículo sustituido por art. 1° de la Ley N° 17.711 B.O. 26/4/1968. Vigencia: a partir del 1/7/’68.)
(Aclaración: Por art. 1° de la Ley N° 17.940 B.O. 4/11/1968, se sustituyen las palabras "también se
interrumpe" por "se suspende", y las palabras "interrupción" por "suspensión".)
La ley 17.711 había dispuesto que se trataba de una causa de interrupción; pero ante algunas críticas
hechas por los autores de esa nueva situación, la ley 17.940 cambió el efecto, y ahora pasó a ser un caso de
suspensión.
Hoy, la constitución en mora del deudor, en forma auténtica, es un supuesto de suspensión del curso de
la prescripción. Hay dos observaciones críticas:
• Otra vez a la actividad del acreedor, destinada a la percepción del crédito, se le otorga el efecto
suspensivo cuando debió ser interruptivo.
• Que la metodología no es muy adecuada pues, paradójicamente, está ubicada en el capítulo destinado
a la interrupción de la prescripción.
No cualquier estado de mora del deudor produce el efecto de suspender, sino solo cuando se lo
constituye en esa condición en forma auténtica; lo cual significa que el acreedor debe interpelar utilizando
alguna vía que otorgue fehaciencia probatoria (algo que da certeza). Autenticidad no significa que tenga
validez por sí, como atributo de un instrumento público, sino un medio probatorio que demuestra la voluntad
del acreedor a reclamar el cumplimiento. Deberán cumplirse con todos los requisitos intrínsecos de la
interpelación.
Esta forma, práctica y útil, aunque poco utilizada por los abogados, solo puede hacerse valer una vez.
Con ello se quiere evitar que con sucesivas interpelaciones la acción nunca prescriba. El tiempo de
suspensión es de un año o menos si el plazo de prescripción de la acción es menor. Es razonable el plazo
dado por la ley, ya que durante ese lapso permite promover la demanda para el reclamo.
La mediación suspende el curso de la prescripción desde la presentación formal.
» La deducción de la querella criminal (Art. 3982 bis).
Este caso de suspensión resultó uno de los agregados de la ley 17.711 incorporado al Art. 3982 bis.Dice:
Art. 3982 bis: “Si la víctima de un acto ilícito hubiere deducido querella criminal contra los
responsables del hecho, su ejercicio suspende el término de prescripción de la acción civil, aunque en sede
penal no hubiere pedido el resarcimiento de los daños. Cesa la suspensión por terminación del proceso penal
o desistimiento de la querella”. (Artículo incorporado por art. 1° de la Ley N° 17.711 B.O. 26/4/1968.
Vigencia: a partir del 1° de julio de 1968.)
Si se ha considerado que las causales de suspensión están motivadas en cuestiones fácticas o orales que
impiden accionar, y se dan generalmente por situaciones de orden personal y las de interrupción por la
actividad de las partes destinadas a cumplir o hacer efectivo el derecho, la deducción de una querella
criminal constituiría más un motivo de interrupción que de suspensión; sin embargo, en nuestra legislación,
es siempre un caso de suspensión.
Cuando un hecho ilícito deriva un delito penal que puede dar lugar a un resarcimiento civil, la víctima
tiene dos caminos para la reclamación económica: la jurisdicción penal o su actuación ante los jueces civiles.
La ley procedimental penal le permite al perjudicado por el hecho, su intervención, aunque limitada, en
el proceso penal sin reclamar indemnización. Es a esta última opción a la que hace referencia el Art. 3982
bis, pues la suspensión del curso de la prescripción le es útil para el reclamo posterior en la vía civil; en el
decurso del desarrollo de la causa criminal podrá verificar la autoría del hecho, su culpabilidad, los daños
producidos, etc., lo cual le permite accionar civilmente con un mayor grado de certidumbre.
En el proceso penal, debe intervenir como querellante, es decir, como parte en esa tramitación.
Compagnucci considera que esta figura es perfectamente asimilable al “particular damnificado”, prevista en
el Cód. de Procedimiento Penal de la Pcia. de Bs. As. y en otras legislaciones provinciales.
La jurisprudencia de la Suprema Corte de la Pcia. de Bs. As. entiende que la actuación como particular
damnificado no es asimilable a la querella criminal, y la suspensión del curso prescriptorio solo se da cuando
quien se presenta como particular damnificado en el juicio penal, hace saber que demandará civilmente y,
por consiguiente, reclamará una reparación económica.
Compagnucci considera que la ley no ha dispuesto dicha diferenciación y solo habla de la “querella”, por
haber tenido en vista el Cód. de Procedimiento Penal de la Nación, olvidando la otras jurisdicciones.
En síntesis, querella criminal y particular damnificado tienen identidad jurídica, y la intervención de la
víctima, en los dos supuestos, causa la suspensión de la prescripción.
El Art. 3982 bis establece que cesa la suspensión por el desistimiento de la querella o por conclusión del
proceso penal (condena, absolución o sobreseimiento definitivo).
Sujetos plurales.
El tema ya fue abordado al clasificar las obligaciones. A manera de síntesis, es dable señalar que los
efectos de la suspensión resultan ser personales y por ello en las obligaciones mancomunadas simples y en
las solidarias solo opera entre los interesados. Es lo que establece el Art. 3981:
Art. 3981: “El beneficio de la suspensión de la prescripción no puede ser invocado sino por las
personas, o contra las personas, en perjuicio o a beneficio de las cuales ella está establecida, y no por sus
cointeresados o contra sus cointeresados”.
En las obligaciones indivisibles, la situación no es similar. El Art. 3982 trae la excepción:
Art. 3982: “La disposición del artículo anterior no comprende las obligaciones o cosas reales
indivisibles”.
Las razones dadas por Aubry y Rau citados en la nota al artículo, son que un derecho que no es
susceptible de división no se puede extinguir por partes, y a una obligación indivisible le ocurre lo mismo.
Interrupción de la prescripción.
Si la prescripción tiene su base en la inercia, la interrupción se apoya en la actividad. El no ejercicio del
derecho es un “no hecho”, un presupuesto negativo de la prescripción, mientras que la interrupción
configura un presupuesto positivo, ya que siempre consiste en “actividad”.
Ese comportamiento tiene como fin el ejercicio o conservación de un derecho y muestra la contracara de
la prescripción. Mediante la interrupción, se impide que se consume el medio extintivo, pues la voluntad se
dirige a intervenir en el estado inerte y destruir la presunción de acto negativo o de dejación del derecho; es
una especie de reacción, que impide la lesión al interés que al derecho corresponde.
Es por eso que la interrupción vuelve ineficaz el tiempo transcurrido y hace comenzar uno nuevo. Así lo
preceptúa el Art. 3998:
Art. 3998: “Interrumpida la prescripción, queda como no sucedida la posesión que le ha precedido; y la
prescripción no puede adquirirse sino en virtud de una nueva posesión”.
Si bien el artículo alude solo a la prescripción adquisitiva, la doctrina lo hace extensible a la liberatoria.
Efectos: sujetos plurales y fianza.
Los actos de interrupción solo producen efecto mientras corre la prescripción (adquisitiva o liberatoria);
su consecuencia es aniquilar el tiempo anterior. Cuando con el acto interruptivo (ej.: el reconocimiento) no
se agota el contenido del derecho por el total cumplimiento, la prescripción reinicia su curso y tiene un
Es importante señalar que, salvo las excepciones anotadas, la demanda aprovecha y perjudica solo a
quien la pruebe o a sus sucesores, o hacia quien se dirige o a sus causahabientes. Si el demandado no
queda individualizado, directa o indirectamente, no es posible alegar la interrupción.
La ley argentina establece, en el Art. 3986, que la demanda es igualmente interruptiva cuando es:
· Promovida ante juez competente: tal como lo dispone el CC francés, italiano y portugués y también en
nuestra legislación se admite que la demanda interpuesta ante un juez incompetente produce plenos
efectos; con ello se resaltar que lo importante no es el proceso judicial sino la voluntad del titular del
derecho expresada in iudicio (ver procedimiento formulario del derecho romano). Declarada la
incompetencia, generalmente el juez envía las actuaciones a quien considera que debe entender, y allí se
continúa con el trámite.
· Defectuosa: antes de la reforma de 1968, el Art. 3986 decía “aunque sea nula por defecto de forma” y
la ley 17.711 sustituyó dicha frase con la palabra “defectuosa”. Si bien pareciera ser lo mismo, el texto de
Vélez Sársfield parece más claro. En principio, la demanda nula nunca puede producir el efecto de
interrumpir la prescripción; por ejemplo, si no se acompañó el instrumento del poder invocado, o no fue
firmada, o se incumple algún otro requisito esencial. En cambio, cuando se infringen algunas formas no
sustanciales, que son subsanables inmediatamente, esa demanda interrumpe la prescripción; por ejemplo, si
se omite acompañar la cantidad de copias que exige la ley procesal, o no se puso el sello aclaratorio a la
firma del abogado, o no se suscribieron las copias, etc.
· El demandante resulta incapaz: cuando el actor es incapaz, la demanda es nula, y por lo tanto no
produce ningún efecto. En virtud de ello es difícil entender qué quiso significar el Art. 3986 cuando otorga
posibilidad interruptiva al reclamo judicial hecho por un incapaz. Algunos autores, como Spota, intentan una
explicación diferenciando entre incapaces como los menores adultos o emancipados, quienes al demandar
interrumpen, y aquellos que carecen de discernimiento, como los sordomudos que no saben darse a
entender por escrito o los alienados mentales que prevé el Art. 54.
• Notificación de la demanda: la mayoría de las legislaciones da solamente eficacia interruptiva a la
demanda notificada. No se contenta con la interposición, sino que exige pone en conocimiento de la
contraparte la voluntad de ejercitar ese derecho. Por ejemplo, el CC español, francés, italiano y portugués.
Entres nuestros autores hay casi uniformidad de opiniones, a las que adhiere Compagnucci, que
entienden como bastante con la presentación de la demanda sin necesidad de su anoticiamiento al
demandado. El Art. 3986 no impone dicho requisito, pues existen otros medios que no se modifican y se
equiparan con la demanda; además, hay una cuestión práctica; si se pide la citación y el emplazamiento del
demandado, y luego no se impulsa la acción, transcurren los períodos que imponen los códigos de
procedimiento y deviene la caducidad de la instancia, con las consecuencias que ello importa.
• Casos en que la demanda no interrumpe: el Art. 3987 dispone que la promoción de la demanda no
tiene efectos de interrumpir la prescripción cuando:
· Se desiste: en el proceso civil se puede desistir tanto de la pretensión procesal como de la acción y del
derecho. Cuando se desiste solo del procedimiento queda indemne la acción y los códigos de procedimiento
civiles cuando se hubiera ya dado traslado de la demanda, exigen que para que produzca efectos es
necesaria la conformidad de la contraparte. Al único “desistimiento” al que se refiere a ley es al de la
pretensión en juicio, porque el otro significa una renuncia al derecho y en ese caso la interrupción o no de la
prescripción carece de todo interés.
· Caduca la instancia procesal: la perención o caducidad de la instancia es una sanción a la inactividad
procesal por no impulsar el juicio hacia su destino final, que es la sentencia. Declarada la perención, a
pedido de parte o de oficio, la demanda no produce los efectos previstos en el 3986.
· El demandado es absuelto: si se trata de un juicio pleno, es decir, de amplio debate y el demandado es
absuelto en razón de considerárselo no obligado, la sentencia absolutoria hace cosa juzgada y este el mejor
fundamento en su futura defensa.
En cambio, el Art. 3987 se refiere a la absolución recaída en un proceso ejecutivo, es decir, cuando la
absolución no es sobre el fondo o la sustancia del derecho que vincula a las partes y permite la instauración
de un nuevo proceso.
» El reconocimiento (Art. 3989): el reconocimiento, expreso o tácito, del deudor constituye una
exteriorización de la voluntad que muestra la acción del obligado.
Art. 3989: “La prescripción es interrumpida por el reconocimiento, expreso o tácito, que el deudor o el
poseedor hace del derecho de aquel contra quien prescribía”.
El reconocimiento es un acto emanado del sujeto y la especie de sanción que impone la ley mediante el
efecto interruptivo tiende a moralizar la prescripción. No es posible admitir que quien actúa de una
determinada manera (reconoce), utilice luego la prescripción para no cumplir y la doctrina de los propios
actos, pues aquel que con su conducta anterior hace que el acreedor confíe en que no usará de la
prescripción, no puede contradecirla con posterioridad.
El reconocimiento debe ser realizado por persona con plena capacidad; produce sus efectos
instantáneamente y tiene la característica de que a partir de ese momento comienzo a correr un nuevo plazo
de prescripción.
» El compromiso arbitral hecho en escritura pública (Art. 3988): implica que la cuestión entre las
partes quedará a la decisión del árbitro.
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Derecho Civil II
Art. 3988: “El compromiso hecho en escritura pública, sujetando la cuestión de la posesión o propiedad
a juicio de árbitros, interrumpe la prescripción”.
De ello se infiere que el titular del derecho reclama y el obligado reconoce. Solo se quita la jurisdicción
natural la decisión de la controversia.
En este caso de interrupción aparecen unidos los dos supuestos anteriores.
Si las partes deciden someter la cuestión a la decisión de árbitros iuris, o a la de amigables
componedores, y celebran un compromiso arbitral, se entiende que el acreedor casi promueve una demanda
y el deudor efectúa un reconocimiento. El Art. 3988 refiriéndose a la prescripción adquisitiva infiriere de su
texto que es extensible a la liberatoria.
Algunos autores, como Salvat, interpretan que la escritura pública es un requisito ineludible, pero la
mayoría, entre los que se encuentran Spota, Trigo Represas, Argarañás, Borda, Alterini, etc., basta con el
instrumento privado.
La interrupción se mantiene hasta el dictado de la sentencia arbitral y de ahí en más comenzará a correr
un nuevo término de prescripción.
prescripción que corresponda (Salas, Trigo Represas y Galli). El resto de los autores se atiene a un criterio
amplio que posibilidad que siempre se declare la prescripción, aún apartándose del dicho del excepcionante
(Spota, Colmo, Acuña Anzorena, Argarañás, Salvat, etc.).
Plazos de prescripción.
En el CC hay gran variedad de términos de prescripción, que van desde un máximo de 20 años a un
mínimo de 3 meses. Es tarea del legislador establecer esta multiplicidad de plazos.
El término común para los derechos personales o créditos, es de 10 años; antes de la reforma se
distinguía, tal como lo hacía el derecho romano, según fuera entre ausentes (20 años) o entre presentes (10
años). La ley 17.711 unificó los términos en 10 años. Así lo indica el Art. 4023:
Art. 4023: “Toda acción personal por deuda exigible se prescribe por diez años, salvo disposición
especial. Igual plazo regirá para interponer la acción de nulidad, trátese de actos nulos o anulables, si no
estuviere previsto un plazo menor”.
(Artículo sustituido por art. 1° de la Ley N° 17.711 B.O. 26/4/1968. Vigencia: a partir del 1/7/’68.)
(Aclaración: Por art. 1° de la Ley N° 17.940 B.O. 4/11/1968, se sustituyen las palabras "sea absoluta o
relativa" por "trátese de actos nulos o anulables".)
Es ésta la prescripción liberatoria común del derecho civil patrimonial, y algo importante surge de ello:
cuando no hubiere un término especial de prescripción debe aplicarse lo dispuesto en el Art. 4023.
El resto de los términos de prescripción se sintetiza en lo siguiente:
De veinte años: corresponde a la acción de petición de herencia y a la del deudor para solicitar la
restitución de la cosa dada en la prenda después de cumplida la prestación principal (Art. 4020).
De diez años: además de lo que establece el Art. 4023, la acción de los hijos y sucesores del declarado
ausente para hacer valer sus derechos (Art. 4024); las que surgen de las relaciones de tutela (Art. 4025)
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vinculadas con las cuentas de la tutela; la garantía de evicción en la partición hereditaria; y la sentencia que
hace cosa juzgada.
De cinco años: las acciones que dimanan de obligaciones cumplimiento periódico (Art. 4027); como el
pago de intereses, alquileres, tasas, pensiones, expensas comunes en la propiedad horizontal, etc.; la de los
honorarios de los abogados que continúan actuando en el juicio no concluido (Art. 4032) y la de nulidad por
lesión subjetiva.
De cuatro años: la acción de los herederos por reducción en lo que excede la legítima disponible (Art.
4028).
De dos años: la acción derivada de la responsabilidad extracontractual (Art. 4027); la nulidad por vicios
de la voluntad, falsa causa o simulación entre países (Art. 4030); los honorarios de abogados o procuradores
no regulados en los juicios terminados o donde estos dejaron de intervenir y la de escribanos, médicos,
dentistas, farmacéuticos y profesiones similares (Art. 4032).
De un año: la acción revocatoria (Art. 4033); la acción de revocación de una donación o legado por
injurias causadas al donante o testador (Art. 4034); la de hoteleros, fonderos, dueños de pensiones o
colegios por cobro de sus créditos (Art. 4035); como también la de maestros artesanos y proveedores de
cosas.
De seis meses: la acción del comprador para solicitar la resolución del contrato o reclamar indemnización
de los daños por servidumbres no aparentes que sufra la cosa transmitida (Art. 4040).
De tres meses: la acción para solicitar la resolución del contrato o disminución del precio en virtud de los
vicios redhibitorios (Art. 4041).
quirografarios, quirografarios laborales -si existieren- y privilegiados, pudiendo -incluso- contemplar categorías
dentro de estos últimos.
Créditos subordinados. Los acreedores verificados que hubiesen convenido con el deudor la postergación de
sus derechos respecto de otras deudas, integrarán en relación con dichos créditos una categoría.
Art. 43 – ley 24.522: Período de exclusividad. Propuestas de acuerdo. Dentro de los 90 días desde que
quede notificada por ministerio de la ley la resolución prevista en el artículo anterior, o dentro del mayor plazo que
el juez determine en función al número de acreedores o categorías, el que no podrá exceder los 30 días del plazo
ordinario, el deudor gozará de un período de exclusividad para formular propuestas de acuerdo preventivo por
categorías a sus acreedores y obtener de éstos la conformidad según el régimen previsto en el artículo 45.
Las propuestas pueden consistir en quita, espera o ambas; entrega de bienes a los acreedores; constitución
de sociedad con los acreedores quirografarios, en la que éstos tengan calidad de socios; reorganización de la
sociedad deudora; administración de todos o parte de los bienes en interés de los acreedores; emisión de
obligaciones negociables o debentures; emisión de bonos convertibles en acciones; constitución de garantías sobre
bienes de terceros; cesión de acciones de otras sociedades; capitalización de créditos, inclusive de acreedores
laborales, en acciones o en un programa de propiedad participada, o en cualquier otro acuerdo que se obtenga
con conformidad suficiente dentro de cada categoría, y en relación con el total de los acreedores a los cuales se les
formulará propuesta. Las propuestas deben contener cláusulas iguales para los acreedores dentro de cada
categoría, pudiendo diferir entre ellas. El deudor puede efectuar más de una propuesta respecto de cada categoría,
entre las que podrán optar los acreedores comprendidos en ellas. El acreedor deberá optar en el momento de dar
su adhesión a la propuesta. La propuesta no puede consistir en prestación que dependa de la voluntad del deudor.
Cuando no consiste en una quita o espera, debe expresar la forma y tiempo en que serán definitivamente
calculadas las deudas en moneda extranjera que existiesen, con relación a las prestaciones que se estipulen.
Los acreedores privilegiados que renuncien expresamente al privilegio, deben quedar comprendidos dentro de
alguna categoría de acreedores quirografarios. La renuncia no puede ser inferior al 30% de su crédito.
A estos efectos, el privilegio que proviene de la relación laboral es renunciable, debiendo ser ratificada en
audiencia ante el juez del concurso, con citación a la asociación gremial legitimada. Si el trabajador no se
encontrare alcanzado por el régimen de Convenio Colectivo, no será necesaria la citación de la asociación gremial.
La renuncia del privilegio laboral no podrá ser inferior al 20% del crédito, y los acreedores laborales que hubieran
renunciado a su privilegio se incorporarán a la categoría de quirografarios laborales por el monto del crédito a cuyo
privilegio hubieran renunciado. El privilegio a que hubiere renunciado el trabajador que hubiere votado
favorablemente el acuerdo renace en caso de quiebra posterior con origen en la falta de existencia de acuerdo
preventivo, o en el caso de no homologarse el acuerdo. El deudor deberá hacer pública su propuesta presentando
la misma en el expediente con una anticipación no menor a 20 días del vencimiento del plazo de exclusividad. Si
no lo hiciere será declarado en quiebra, excepto en el caso de los supuestos especiales contemplados en el art. 48.
El deudor podrá presentar modificaciones a su propuesta original hasta el momento de celebrarse la Junta
Informativa prevista en el artículo 45, penúltimo párrafo.
Art. 51 – ley 24.522: Resolución. Tramitada la impugnación, si el juez la estima procedente, en la resolución
que dicte debe declarar la quiebra. Si se tratara de sociedad de responsabilidad limitada, sociedad por acciones y
aquellas en que tenga participación el Estado nacional, provincial o municipal, se aplicará el procedimiento previsto
en el art. 48, salvo que la impugnación se hubiere deducido contra una propuesta hecha por aplicación de este
procedimiento. Si la juzga improcedente, debe proceder a la homologación del acuerdo. Ambas decisiones son
apelables, al solo efecto devolutivo; en el primer caso, por el concursado y en el segundo por el acreedor
impugnante.
Art. 55 – ley 24.522: Novación. En todos los casos, el acuerdo homologado importa la novación de todas las
obligaciones con origen o causa anterior al concurso. Esta novación no causa la extinción de las obligaciones del
fiador ni de los codeudores solidarios.
Art. 56 – ley 24.522: Aplicación a todos los acreedores. El acuerdo homologado produce efectos respecto de
todos los acreedores quirografarios cuyos créditos se hayan originado por causa anterior a la presentación, aunque
no hayan participado en el procedimiento. También produce iguales efectos respecto de los acreedores
privilegiados verificados, en la medida en que hayan renunciado al privilegio. Son absolutamente nulos los
beneficios otorgados a los acreedores que excedan de lo establecido en el acuerdo para cada categoría.
Socios solidarios. El acuerdo se extiende a los socios ilimitadamente responsables, salvo que, como condición
del mismo, se estableciera mantener su responsabilidad en forma más amplia respecto de todos los acreedores
comprendidos en él.
Verificación tardía. Los efectos del acuerdo homologado se aplican también a los acreedores que no hubieran
solicitado verificación, una vez que hayan sido verificados. El pedido de verificación tardía debe deducirse por
incidentes mientras tramite el concurso o, concluido éste, por la acción individual que corresponda, dentro de los
dos años de la presentación en concurso. Si el título verificatorio fuera una sentencia de un juicio tramitado ante
un tribunal distinto que el del concurso, por tratarse de una de las excepciones previstas en el artículo 21, el
pedido de verificación no se considerará tardío, si, no obstante haberse excedido el plazo de dos años previsto en
el párrafo anterior, aquél se dedujere dentro de los seis meses de haber quedado firme la sentencia.
Vencidos esos plazos prescriben las acciones del acreedor, tanto respecto de los otros acreedores como del
concursado, o terceros vinculados al acuerdo, salvo que el plazo de prescripción sea menor. Cuando la verificación
tardía tramite como incidente durante el concurso, serán parte en dicho incidente el acreedor y el deudor,
debiendo el síndico emitir un informe una vez concluido el período de prueba. Los acreedores verificados
tardíamente no pueden reclamar de sus coacreedores lo que hubieren percibido con arreglo al acuerdo, y el juez
fijará la forma en que se aplicarán los efectos ya ocurridos, teniendo en cuenta la naturaleza de las prestaciones.
Bolilla 21
● Responsabilidad Civil.
Responsabilidad civil extracontractual.
Enseñan los hermanos Mazeaud que el término “responsabilidad”, si bien tiene un uso corriente y
conocido en nuestros días, no aparece en la sobras de Domat, ni en las de Pothier; fue tomado de los
ingleses por los filósofos del siglo XVIII, especialmente por Necker. El CC francés, al igual que el argentino,
no se refieren a él sino accidentalmente, ya que en el terreno de lo extracontractual solo se habla de
“hechos ilícitos” (Arts. 1066 a 1136).
La relación entre quien causa un daño y su víctima encierra la problemática de la responsabilidad, si bien
a veces la ley va un poco más allá y contempla situaciones que no se brindan en la bipolaridad diagramada,
con ello se trata de dar debida respuesta a fenómenos sociales ineludibles.
Luego de una larga evolución histórica, en los últimos tiempos, toda la cuestión vinculada con la
responsabilidad civil ha adquirido una cierta autonomía y quizá sea la responsabilidad extracontractual la que
ha tenido un mayor desarrollo y una gran preocupación doctrinaria. Y ello por el incremento de los casos
bajo juzgamiento y la mayor incidencia social en la consecuencia de sus hechos.
Tanto la responsabilidad extracontractual, como la contractual tienen elementos comunes, como la
culpa, el daño, etc.
En los últimos años, especialmente en nuestro país, son numerosas las obras jurídicas dedicadas a la
responsabilidad extracontractual, donde se destacan valiosísimos aportes, tanto individuales como colectivos.
En los congresos y jornadas de estudio del derecho privado, la responsabilidad civil ha tenido una recepción
importante y una injerencia mayúscula. Quizá los sentimientos y conductas de la vida corriente, ante el
incremento de riesgos y sus daños consecuentes, los comportamientos a veces desaprensivos de algunas
personas, el moderno tráfico de masas, y otros factores no menos relevantes, han contribuido a este
torrente de responsabilidad civil.
Responsabilidad viene de “responder”, del latín responderé, que significa contestar o satisfacer. Para la
temática en estudio, ser responsable quiere decir tener que afrontar una indemnización de contenido
económico a favor de otra persona. en la responsabilidad civil, siempre el contenido de la pretensión se
identifica con la reparación económica. La prestación tiene sobre sí el requisito de lo patrimonial. El CC tiene
una norma básica, que define a la responsabilidad civil por el hecho propio e importa una regula de buen
comportamiento. Así, el Art. 1109 dice:
Art. 1109: “Todo el que ejecuta un hecho, que por su culpa o negligencia ocasiona un daño a otro,
está obligado a la reparación del perjuicio. Esta obligación es regida por las mismas disposiciones relativas a
los delitos del derecho civil.
Cuando por efecto de la solidaridad derivada del hecho uno de los coautores hubiere indemnizado una
parte mayor que la que le corresponde, podrá ejercer la acción de reintegro”. (Párrafo incorporado por art.
1° de la Ley N° 17.711 B.O. 26/4/1968. Vigencia: a partir del 1° de julio de 1968.).
La responsabilidad civil extracontractual tiene, como característica, que es una fuente obligacional en la
que, entre las partes, no existe un vínculo jurídico previo al hecho que da vida a la relación. La obligación
tiene origen a partir de la circunstancia dañosa que origina ese tipo de vínculo jurídico.
Evolución histórica.
Primeros antecedentes.
Los pueblos primitivos consideraron las penas como equivalentes al daño y, muchas veces, sin que
interesara el autor, la responsabilidad se hacía colectiva. En el Cód. de Hammurabi y en la leyes de Manú, se
aplicó “la ley del talión”, que era una especie de venganza privada, pero con el límite objetivo de la
proporción del castigo a la materialidad de la ofensa (“ojo por ojo y diente por diente”). Con el desarrollo de
la civilización comienza a modificarse el concepto del agravio al honor y, consecuentemente, se mitigan las
sanciones. La víctima, como resultado de un acuerdo, acepta sumas de dinero para perdonar a su adversario
y de esa forma nacen las “composiciones voluntarias”. Con el tiempo y por el imperio de la autoridad, esas
composiciones se convierten en obligatorias. Es posible afirmar que así “la venganza privada se transforma
en reparación”.
Derecho comparado: derecho romano.
En él, se distinguió los derechos que surgen de un delito público y los que nacen de un delito privado. La
ley de las XII Tablas inicia la época de las composiciones legales, aunque manteniendo secuelas de las
voluntarias. De ahí que la mayoría de los autores sostiene que el derecho romano no logra diferenciar entre
“pena y reparación”, confundiendo la responsabilidad civil con la penal. No hay un principio general que diga
“quien causa un daño debe repararlo”.
Con la sanción de la Lex Aquilia, se produce un importante avance, pues tanto el pretor como los
jurisconsultos tratan de extender los casos previstos en el texto legal. El pretor concediendo actio utilis y los
jurisconsultos dando a la noción de damnun (atentado material contra una cosa), el criterio del perjuicio,
teniendo en consideración solo los casos concretos allí consignados.
Para extender la responsabilidad más allá de lo dispuesto en la ley Aquilia, por no encuadrar la conducta
del autor en alguno de los supuestos previstos, solo se lo convertía en deudor cuando calificaba su conducta
como que “había obrado como si fuera un delito”, es decir, un “cuasi ex delito”. Estos supuestos recién con
Justiniano se transforman en una de las fuentes de las obligaciones.
Otra característica de esa etapa de la vida jurídica es la ausencia notoria de diferenciación entre la
responsabilidad contractual y la extracontractual; ello se produce como consecuencia de mezclar al delito
penal con la responsabilidad civil; por ejemplo, la Ley de las XII Tablas preveía que, tanto en las relaciones
contractuales como en las extracontractuales, muchas acciones se sancionaran con el doble o el triple del
daño causado.
Derecho comparado: antiguo derecho germano.
En el antiguo derecho germano, existían dos tipos de venganzas privadas:
» La de “sangre”: era la acción que tenían los familiares de la víctima contra el autor del daño.
» La de “negación de la paz”: consistente en la persecución y el exilio del culpable.
Estas acciones fueron reemplazadas por castigos como el pago de una suma indemnizatoria y una
sanción similar a esta pero que se hacía efectiva a favor de la familia de perjudicado. También hubo una
forma indemnizatoria a favor de toda comunidad a la que pertenecía el dañado (fredegeld).
Algunos afirman que en los principios del antiguo derecho germano, con la ley sálica, Sajonia y el edicto
de Rotario, se ignoró el concepto de culpa y la relación entre el daño y su reparación. La influencia posterior
del derecho romano, fundamentalmente de la ley Aquilia, incorpora la noción de culpabilidad y el principio
nul ne droit être punir sans coulpe (ningún derecho se castiga sin culpa).
Derecho comparado: antiguo derecho francés.
El derecho francés anterior a la codificación fue una conjunción del derecho romano y las leyes bárbaras.
Al principio se mantiene la confusión entre pena y reparación, pero ya en los siglos XII y XIII se diferencian
los delitos públicos de los privados; en los primeros es la víctima y el ministerio público quienes persiguen la
reparación y en los segundos esa acción solo pertenece al perjudicado.
Recién con la obra de Domat (siglo XVII) se inicia una concepción uniforme y coherente de la
responsabilidad civil. Este jurista hereda las influencias del derecho romano y de la moral cristiana; ello
imbuye (empapa de ideas) en toda su ideología y logra dar así a la responsabilidad civil un contenido ético
del que carecía anteriormente. Las concepciones de Domat, que continúa magistralmente Pothier,
constituyen la fuente directa del CC francés de 1804.
En su libro Les lois civiles dans leur ordre natural (Las leyes civiles en su orden natural), Domat separa la
sanción penal de la reparación civil y afirma que la primera está debidamente asegurada por el Estado,
mientras que la segunda solo interesa a los particulares. También diferencia entre la culpa que surge de los
compromisos contractuales y aquellos daños causados por negligencia (ej.: quien arroja agua por una
ventana y estropea un traje o los provocados por animales mal guardados). De esa manera se va elaborando
el principio que sostiene que existe un compromiso general de no causar mal a nadie, y que quienes
ocasionen algún daño por su culpa, se encuentran obligados a repararlo.
En el siglo XVIII, Pothier, contemplando las ideas de Domat, distingue entre el delito como daño
causado por dolo o malicia y el cuasidelito, hecho por el cual una persona sin malicia, pero con imprudencia
o culpa no excusable, causa algún perjuicio a otro.
Derecho comparado: el CC francés.
El CC francés separa la llamada “culpa” (responsabilidad contractual), de aquella referida a los “delitos o
cuasidelitos” (extracontractual). El CC francés ha sido fuente inspiradora de la codificación del siglo XIX, e
influencia directa en nuestra ley civil. El CC se inspira en tres conceptos:
» El universalismo o universalidad: propuesto por el mismo Napoleón, aparece en la concepción de
Domat, en el enunciado de que “todo aquel que por su culpa o negligencia causa un daño debe repararlo”.
Así, se indica una regla natural y permanente a la par que universal y eterna. Es un principio moral que está
entre esas verdades intangibles y en la naturaleza de todos los hombres.
» El individualismo: se funda en que la responsabilidad pierde su carácter grupal y, no es más
colectiva; se está siempre ante un conflicto y litigio entre individuos.
» La moralidad: fue propuesta por los juristas que dieron base a esta legislación, reiterada en las ideas
de quienes presentaran el Código a la Asamblea. Ello lleva a colocar la noción de culpa en el centro de la
responsabilidad civil.
El CC argentino: metodología.
En lo referente a la responsabilidad civil en general, el CC argentino sigue los lineamientos del francés y
elementos diferenciadores, tomados generalmente de la obra de los juristas Aubry y Rau, Freitas y del
proyecto de García Goyena para el derecho español.
La responsabilidad civil extracontractual está legislada en los Arts. 1066 a 1136 (Libro II, Sección II,
Título VIII y IX: “De los actos ilícitos”; “De los hechos ilícitos”. Allí, Vélez Sársfield trató todo lo relativo a la
responsabilidad por los delitos y cuasidelito (por hecho propio, por el hecho ajeno, por las cosas), y las
acciones y relación entre la sentencia penal y la civil.
En cuanto a la responsabilidad contractual, no tiene en nuestra legislación una diferenciación clara y
ordenada; los autores clásicos la analizan como “efectos de las obligaciones “, y está en la parte general del
Libro II, con normas dispersas. Asimismo, al tratar cada contrato se enuncian disposiciones que hacen a la
consecuencia jurídica del incumplimiento.
La cuestión, tomada en abstracto, como directiva genérica y principio casi dogmático, dividió a la
doctrina y enfrentó a los civilistas. Autores franceses como Capitant, los hermanos Mazeaud, Planiol, Ripert,
etc., sostuvieron que la culpa era el único fundamento válido y rescatable de la responsabilidad civil, en base
a “pas de responsabilité sans faute” (ninguna responsabilidad sin culpa).
Otros autores, como Josserand, Demogue y Saleilles, sostuvieron la “teoría del riesgo”, también fundada
en el viejo adagio “quien crea los beneficios y daña, carga con sus consecuencias”. El tema también tuvo eco
entre nuestros autores. Orgaz, Cazeaux, Colombo, Llambías, Galli, Salvat y muchos más, sostuvieron la idea
de la culpa como eje de la responsabilidad; otros como Spota, Mosset Iturraspe y Borda sostuvieron las
concepciones objetivas.
Fundamento subjetivo: la culpabilidad.
Las razones que ubican a la culpa como fundamento de la responsabilidad civil se sintetizan en:
• Los antecedentes históricos así la consagraban, especialmente en el derecho romano (ley Aquilia)
• Cuestiones de orden cultural y de tradición que hacen que la conciencia popular entienda como
responsable solo a quien obra mal.
• El aspecto moral que indica que la responsabilidad debe apoyarse sobre las buenas o malas acciones
de los hombres, y tiende a castigar estas últimas para premiar a las primeras.
• Aspectos de orden práctico, ya que se insiste en que no es posible responder a algunas cuestiones,
pues sin culpa no se puede obtener un nexo de causalidad material.
A todo esto se agrega lo que el CC dispone en los Arts. 1067 y 1109, sin perjuicio de lo estipulado en
muchas normas sobre el incumplimiento contractual, donde se hace expresa referencia a la culpabilidad para
decidir el conflicto de la responsabilidad.
Para Compagnucci, la culpa es el principio básico que da fundamento a la responsabilidad civil. Está
consagrada para la responsabilidad por el hecho propio y constituye un punto de referencia de toda la
responsabilidad civil. Los sistemas objetivos tienen una órbita centrada y circunscripta, sin extensión a los
supuestos no previstos.
Fundamento objetivo.
» Tesis del riesgo.
Una de las tesis objetivas es la “tesis del riesgo”, que viene a dar solución a ciertas consecuencias
dañosas para las cuales se dificulta la indemnización y logra facilitar que las víctimas reciban un
resarcimiento adecuado, aun cuando no puedan demostrar culpas. Mira más al daño que a su autor, y es por
ello que en los últimos tiempos y, por iniciativa de quienes se sienten muy cercanos a estas ideas, se habla
del “derecho de daños”, de la “responsabilidad por daños”, etc.
La teoría del riesgo, también llamada de la “responsabilidad por el resultado” o de la “causalidad
material”, tiene una sencilla ecuación: “todo aquel que con su actividad crea riesgos y recibe beneficios,
debe indemnizar a quienes se perjudican por dicha actividad”; es decir, a quien domina la fuente del riesgo
(empresa o actividad industrial, uso o explotación de maquinarias, etc.) permitida en interés propio, se le
imponen las consecuencias derivadas de la inminencia de producción o causación de daños.
A todo esto se le da como fundamento una concepción solidarista del derecho, que exige que quien
causa daños se obligue a repararlos, a fin de restablecer el equilibrio roto, mediante lo que algunos
denominan “equilibrio de restituciones” y el principio de “justicia conmutativa”, ya que las víctimas no debe
demostrar culpabilidades y así se hace más justa la reparación.
Sintetizando, se puede decir que la “tesis del riesgo” tiene apoyo en dos concretas precisas:
• La creación de riesgo o inminencia del daño.
• El aprovechamiento de determinada actividad por aquel que crea la responsabilidad del perjuicio, que
aparecerá como responsable. De ahí que se afirme “responsable es quien responde”, es decir, quien
materialmente ocasionó el daño.
Esta teoría está receptada en el Art. 1113, párr. 2°, que consagra la responsabilidad causada por el
riesgo o vicio de las cosas inanimadas.
Art. 1113: “La obligación del que ha causado un daño se extiende a los daños que causaren los que
están bajo su dependencia, o por las cosas de que se sirve, o que tiene a su cuidado.
En los supuestos de daños causados con las cosas, el dueño o guardián, para eximirse de
responsabilidad, deberá demostrar que de su parte no hubo culpa; pero si el daño hubiere sido causado por
el riesgo o vicio de la cosa, sólo se eximirá total o parcialmente de responsabilidad acreditando la culpa de la
víctima o de un tercero por quien no debe responder. (Párrafo incorporado por art. 1° de la Ley N° 17.711
B.O. 26/4/1968. Vigencia: a partir del 1° de julio de 1968.)
Si la cosa hubiese sido usada contra la voluntad expresa o presunta del dueño o guardián, no será
responsable. (Párr. incorporado por art. 1 de la Ley N° 17.711 B.O.26/4/’68. Vigencia: a partir del 1/7/’98)”.
» Tesis de la garantía.
En la doctrina francesa, se distingue la obra del profesor Starck, quien sostuvo que la garantía es el
único fundamento de la responsabilidad civil, por aquello de que la seguridad de las víctimas, su derecho a la
libertad y la imposibilidad de poder demostrar culpabilidades, hace que aquel que viola un derecho ajeno
tenga que garantizar la indemnidad. Se trata de consagrar un derecho individual a la seguridad, e imponer a
sus infractores la obligación de reparar.
Este argumento, que tiene motivaciones altruistas (comportamiento que aumenta las probabilidades de
supervivencia de otros a costa de una reducción de las propias), sirve para que se imponga a las personas el
carácter de garantes de la seguridad ajena, y proviene de una concepción más justa de la convivencia
humana. Se lo aplica para fundamentar algún tipo de responsabilidad como, por ejemplo, la que corresponde
al comitente por el hecho de sus dependientes.
» Tesis de la objetivación de la culpa o culpa social.
Es una forma de introducir la idea de culpabilidad dentro de las corrientes objetivas. Se inspira en la idea
de solidaridad y permite apreciar si se ha obrado bien o mal, es decir con o sin culpa. Pero ese juzgamiento
no se lo hace con relación a la individualidad de cada ser, sino en correspondencia al orden social y a la
normativa vigente. Cuando la conducta es contraria a los principios generales que dan base al ordenamiento
se considera que hay una objetivación de la culpabilidad. Por ello, se habla de un neutralismo de la culpa
civil y de una culpa sin culpabilidad.
Se podría pensar que esta concepción puede tener asidero (aquello que sirve de ayuda o apoyo en la
adversidad) en los casos de “presunción de culpa” que trae la ley civil, ya que allí se invierte la carga de la
prueba, en virtud de una generalización que hace el legislador basándose en lo que ordinariamente ocurre y
en la reiteración de cosas.
desdibuja la vinculación causal, y el fundamento ronda carriles variados, entre la culpa y los factores
objetivos (Bolilla 24).
» La responsabilidad por el hecho de las cosas (animadas e inanimadas): es un título engañoso, ya
que las cosas por sí mismas nunca serían responsables sino quienes las manipulan o a quienes la ley imputa
la obligación de resarcir. Últimamente, en lo relativo a las cosas inanimadas es posible afirmar su enorme
incidencia en los juicios por responsabilidad civil extracontractual; hoy tienen como fuente mayoritaria este
tipo de hechos. De allí su importancia, por lo menos por su aspectos cuantitativo, en lo que hace a la
permanente atención de los juristas y la abundante producción jurisprudencial (Bolilla 25)
Para que configure la responsabilidad contractual es necesario que el daño sea una consecuencia directa
o indirecta del incumplimiento del contrato. Hay que tener en consideración que el contrato no solo obliga a
lo que las partes estipularon, sino a todo lo que impone la equidad, el uso, la naturaleza del propio negocio y
aquellas relaciones que, aun no previstas, son necesarias para su buen cumplimiento. Ej.: las obligaciones de
información o de seguridad. Además, que su inejecución pueda imputársele al deudor y el perjuicio haya sido
sufrido por el acreedor, cuestión que no es más que una aplicación del llamado “efecto relativo de los
contratos”.
El contrato debe haberse perfeccionado y ser válido para que acarree responsabilidad convencional, ya
que los mayores problemas han surgido de situaciones en las que podía pensar en la extinción de un nexo
contractual, pues el daño inferido puede llegar a ser extraño a esa relación (ej.: los casos de responsabilidad
por productos elaborados), o bien cuando se controvierte la existencia de esa vinculación (ej.: el transporte
benévolo). Por último, cuando el daño se produce “en ocasión” del contrato, es decir, cuando éste solo es un
cauce que posibilita el hecho, la responsabilidad no es contractual. Lo mismo ocurre cuando existe una
simple apariencia de contrato, como el caso en que alguien viaja en forma clandestina en un transporte
público.
El problema a plantear es si de esta heterogeneidad de fuentes obligaciones, como son los contratos y
los hechos ilícitos, se deriva necesariamente en regímenes diferentes. Se han originado dos corrientes bien
distinguibles: la teoría de la dualidad, la teoría de la nulidad y tesis intermedias.
Teoría de la dualidad.
El jurisconsulto francés Saintelette desarrolla en 1884 la tesis de la dualidad. Sostiene que entre el
contrato y la ley, que son las dos únicas fuentes de las obligaciones, existen diferencias notables, y su
violación genera consecuencias totalmente opuestas. No hay responsabilidad contractual, según Saintelette,
sino una garantía por su cumplimiento, que tiene base en la voluntad privada que obliga a respetar la
palabra empeñada. La única responsabilidad sería la extracontractual, pues se apoya en la voluntad pública,
la que asegura el respeto a la ley y se vincula al orden público.
Estas ideas fueron seguidas por muchos autores como Demolombe, Josserand, Colin, Capitant, Laurent,
Aubry y Rau, etc.
Es importante considerar la opinión de estos dos últimos que fueron la fuente donde abrevara el
codificador argentino en lo que hace a esta materia.
Penar en la dualidad de regímenes trae consigo una serie de consecuencias complementarias. Así, la
tesis de la dualidad dice que las diferencias se dan en los siguientes aspectos:
Aspectos diferenciales Responsabilidad contractual Responsabilidad extracontractual
El incumplimiento contractual la
Demostración de la culpa presume y el acreedor está eximido En el incumplimiento extracontractual,
de su demostración. la víctima debe demostrar la culpa.
Basta con la concreción del delito o
Mora del deudor Se produce por la interpelación que cuasidelito, sin necesidad de
debe hacer el acreedor. requerimiento alguno.
Se adquiere a los 14 años Se adquiere a los 10 años
Capacidad mínima
(Art. 921). (Art. 921 y 1076).
La regla es la de 10 años Es de 2 años
Plazos de prescripción
(Art. 4023). (Art. 4037).
La reparación puede llegar,
Alcance de la reparación La reparación no va más allá de las excepcionalmente, a las consecuencias
consecuencias mediatas casuales
(Art. 520 y 521). (Art. 901 a 906).
Cláusulas limitativas Son válidas. Son ineficaces.
Teoría de la unidad.
En el año 1892, Grandmoulin, en una tesis de doctorado muy difundida, sostuvo que tanto en el
contrato como en la ley las obligaciones que nacen son esencialmente iguales. Decía que el incumplimiento
del contrato produce su extinción y el nacimiento consiguiente de una nueva obligación entre las partes (la
de indemnizar el daño) que en nada difiere de la que emerge de las relaciones extracontractuales.
Los autores que siguen esta corriente en Francia (Planiol, etc.) y en nuestro país (Spota, Salas, Trigo
Represas, Alterini, etc.) entienden que existe una identidad en el deber violado, ya que tanto el contrato (ley
particular) como la ley (norma general) son en esencia la misma cosa, y de ahí que la infracción tiene una
unidad conceptual.
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Derecho Civil II
Si bien la teoría iniciada por Grandmoulin es aceptada en sus resultados, no parece certera en sus
planteos. De ninguna manera, el incumplimiento contractual deviene de una obligación de reparar, que sea
una especie de situación nueva por imperio de un tipo novatorio. El contrato incumplido mantiene todo su
vigor y esencia y da al acreedor el derecho a exigir su cumplimiento y la reparación de los daños, si
correspondiere. Pero estos efectos no son puramente legales y divorciados de su origen; resultan solo un
efecto de incumplimiento. La cuestión fue explicada al tratar la ejecución forzada.
La tesis de la unidad intenta refutar las consecuencias secundarias, y afirma lo siguiente:
• No es exacto que la culpa tenga diferente apreciación y prueba, ya que tanto en lo contractual, como
en los hechos ilícitos, es posible señalar la existencia de obligaciones de medios y de resultado, y allí se
aplican regímenes de presunciones de culpa o necesidad probatoria. Ej.: contractualmente, la obligación del
profesional liberal (médico o abogado) es de medios y se exige que la víctima demuestre la culpa.
• No siempre en lo contractual el acreedor necesita interpelar para constituir en mora, después de la
reforma al Art. 509 existen ejemplos de mora debitoris, sin requerimiento. En el terreno extracontractual
poco interesa la morosidad o no del deudor, con el ilícito se produce un verdadero incumplimiento que
absorbe a la morosidad.
• Los conceptos de “capacidad de obrar” o actuar por sí mismo y de “discernir” a los efectos de la
imputabilidad carecen de relación entre sí. El primero es la aptitud para actuar por sí mismo, el segundo una
valoración legal sobre el momento en que alguien puede juzgar su propia conducta.
• La prescripción y la extensión del resarcimiento son cuestiones que en nuestra legislación no se
pueden conciliar. Sus diferencias, mientras se mantengan los textos legales vigentes, son absolutas. Los
plazos de prescripción son disímiles al igual que la medida de la reparación.
• La competencia judicial carece de la trascendencia que le dan los autores y de ninguna manera tiene
importancia para poder señalar diferencias entre los dos tipos de responsabilidades. Que el juez competente
en los contratos sea el del lugar de su cumplimiento, o en los hechos ilícitos el del domicilio del demandado o
del hecho mismo, carece de relevancia. Se trata nada más que de una política procesal para justificar
determinadas competencias judiciales, más que de cuestiones sustantivas.
• Las cláusulas que limitan la responsabilidad en la órbita contractual, cada vez con mayor intensidad,
son tachadas de nulidad, especialmente ante los llamados contratos de condiciones predispuestas. De todos
modos, aún así se mantiene la diferencia entre lo contractual y lo extracontractual, ya que en este último
supuesto, estas cláusulas son insalvablemente ineficaces.
Tesis intermedias.
A partir del año 1930, muchos autores entendieron que en su origen, ambos tipos de responsabilidades
son distinguibles y esta diferenciación no se puede controvertir. La dualidad no tiene un carácter esencial u
ontológico, ya que ambos sistemas son coincidentes en sus consecuencias, es decir, en la reparación de los
daños causados.
Científicamente, no hay dos posibilidades, pero sí dos regímenes distintos de responsabilidad. La
identidad de reglas y la búsqueda de un equilibro entre ambas responsabilidades llevaron a muchos autores
a incluirse en esta postura intermedia o ecléctica. Es en Francia donde tuvo su mayor aceptación y aparece
defendida por Mazeaud, Brun, Savatier, etc.
Síntesis.
La responsabilidad civil, tanto contractual como extracontractual; tiene origen diverso, pero constituye
un fenómeno unitario, pues posee identidad tanto en el deber infringido como en sus elementos
componentes.
No es dable omitir que algunos efectos secundarios no resultan concordantes, como la prescripción y
otros ni siquiera pueden ser asimilados, como la mora o la capacidad. Vélez Sársfield siguió la tesis de la
dualidad a pesar de los esfuerzos de algunos autores en tratar de demostrar lo contrario.
Compagnucci considera que yerran quienes, sosteniendo la tesis de la unidad, piensan que ante la
violación del contrato se está en presencia de una situación nueva que es la responsabilidad y el
consiguiente deber de reparación. Esta afirmativa es una rémora romanística que atribuye al fenómeno del
incumplimiento la facultad de novar la relación anterior en una situación jurídica distinta.
Se ha demostrado que la relación jurídica se mantiene intacta aun cuando las consecuencias pueden
varias. El Art. 505 es un claro ejemplo.
En cuanto a la opción, no hay que preguntarse si el perjudicado por el incumplimiento del contrato tiene
derecho a elegir entre la acción contractual y la extracontractual. En nuestra legislación ello no es posible en
virtud de lo dispuesto en el Art. 1107, que dice:
Art. 1107: “Los hechos o las omisiones en el cumplimiento de las obligaciones convencionales, no están
comprendidos en los artículos de este título, si no degeneran en delitos del derecho criminal”.
El codificador argentino, siguiendo las enseñanzas de Aubry y Rau, tomó partido por el sistema que no
otorga libertad de opción; por lo que, ante la violación del contrato, solo cabe, como regla, la acción de
responsabilidad contractual. Esta cuestión nunca puede ser planteada ante el hecho ilícito donde ni siquiera
es imaginable una opción por lo contractual, lo que evidenciaría un razonamiento absurdo.
La responsabilidad contractual supone un contrato válido entre las partes, que la víctima sea una de
ellas, y que el daño constituya una consecuencia de incumplimiento. Quedan fuera de este tipo de
responsabilidad: los actos nulos o anulables, los daños causados a terceros y el perjuicio producido “en
ocasión” del contrato, pues estos casos ingresan en la órbita “extracontractual”.
Con respecto a los perjuicios que sufren los terceros como consecuencia de un incumplimiento de
contrato, ello solo hace nacer una acción por los hechos ilícitos; por ejemplo, quien mediante un contrato de
locación de obra se encarga de la reparación de un departamento y al dejar una canilla abierta daña el piso
lindero. La responsabilidad del locador con relación al vecino es evidentemente extracontractual. Y cuando el
daño se causa “en ocasión” de contrato, la acción es también extracontractual, siendo el ejemplo clásico el
del empleado de una empresa de pintura que hurta un jarrón de porcelana en la finca donde estaba
trabajando.
En el año 1184 se inicia en Francia un debate jurisprudencial sobre si los daños que sufre la persona
transportada derivan de un incumplimiento contractual o se rigen por las normas de la responsabilidad
delictual. La Corte de Casación, a partir del año 1911 viene sosteniendo el carácter contractual y la
obligación de seguridad consiguiente que asume el transportista.
En la Argentina, la cuestión provocó algunas vacilaciones en la jurisprudencia de las cámaras civiles de la
Capital Federal, hasta que en 1945 dichos tribunales receptaron la tesis contractualista y la aplicación del Art.
184 de Cód. de Comercio a todo tipo de transporte, salvo las exclusiones que contienen regímenes
especiales como las aeronaves, los buques, etc. Es una postura aislada, la Suprema Corte de la Pcia. de Bs.
As. ha sostenido la idea de que los perjuicios derivados del transporte tienen origen en una obligación legal,
y por lo tanto resultan ser derivados de un incumplimiento extracontractual.
Actos benévolos. Transporte: un acto benévolo puede ser el transporte de cortesía, esto, aquel por el
cual, a solicitud del transportista o del viajero una persona es trasladada en un vehículo de un lugar a otro.
No hay contraprestación y por ende es gratuito; aunque su rasgo característico es el desinterés económico
de quien lleva al viajero.
El primer problema a resolver es si, consumado un daño a la persona del transportado, el porteador es
responsable. Existe unanimidad en la jurisprudencia que sostiene que “cuando se pueda demostrar la culpa
del transportador, el dañado tiene derecho a su reparación”. A su vez, el demandado puede probar la
concurrencia de culpabilidades, en virtud de conductas del mismo perjudicado, que vendrán a aminorar la
indemnización.
Es mayoritaria la opinión de los autores y jurisprudencia que juzga que la responsabilidad ingresa en el
terreno extracontractual. Para ello, se sostiene que no puede haber contrato en un acto típico de la
benevolencia y buena voluntad en atención a su contenido extrapatrimonial; y que el acto dañoso ocurre
siempre en ocasión de ese contrato y por lo tanto es extraño a la relación jurídica. Pareciera esta la solución
más acorde.
Esas consideraciones también sirven para todos los daños causados ante toda suerte de servicios
benévolos. Así, por ejemplo, la jurisprudencia francesa tuvo ocasión de juzgar la responsabilidad médica en
la atención gratuita y espontánea en la vía pública; la lección de manejo hecha por cortesía; un camping
gratuito; la autorización para visitar una fábrica, etc. en todos estos casos se considera que la
responsabilidad es aquiliana y no contractual.
En cuanto al transporte benévolo, en Francia (Savatier) y en la Argentina (Mosset Iturraspe) se nota una
tendencia a considerar que entre las partes se perfecciona un contrato y que la responsabilidad que de allí
emerge es contractual.
Tercero cómplice de la inejecución contractual: un suceso que puede traer algunas dubitaciones es
cuando un tercero actúa en complicidad con el deudor que incumple el contrato. Por ejemplo, en un contrato
de locación de cosas se prohíbe la cesión, y un tercero acuerda con el locatario en ser su cesionario; o bien
en el mandato cuando existe una cláusula expresa de “no sustituir” y el mandatario sustituye a favor de ese
tercero. No se puede controvertir que entre ambos contratantes, el incumplimiento genera una
responsabilidad contractual. Con relación al tercero, se dan las siguientes soluciones:
• Un viejo fallo plenario de la Cámara Nacional de Paz, siguiendo las ideas de Demogue, consideró que
el tercero pasa a integrar la relación jurídica principal por ser una especie de extensión de lo anterior, y su
responsabilidad es contractual. Este criterio hoy es desechado por la doctrina y jurisprudencia mayoritarias.
• Otra postura extrema entiende que la responsabilidad del cómplice incide en el principal, y ante una
posible solidaridad, ambos son responsables delictualmente. Para Compagnucci, parece innecesario insistir
en lo erróneo de ese razonamiento; el acto del tercero no puede derogar la relación jurídica anterior de los
contratantes, y tampoco hay aquí una solidaridad sino algún tipo de obligación concurrente.
• La tesis mayoritaria impera por propia razón; el tercero es responsable extracontractualmente y el
deudor debe asumir, por su vinculación contractual, las consecuencias de ese incumplimiento dentro de la
órbita de la relación anterior.
Acto nulo, anulable e inoponible: tratándose de un acto nulo o anulable además de la sanción por la
ineficacia genética, puede también arrastrarse alguna consecuencia que obligue a la reparación civil. Esto
lleva a Ihering y a otros autores a sostener que, conforme la tesis de la culpa in contrahendo, habría una
especie de responsabilidad contractual, pues hubo compromisos y tratativas válidas con anterioridad a todo.
Entre nosotros, es pacífica la opinión que se apoya en la responsabilidad extracontractual.
El Art. 1056 dice:
Art. 1056: “Los actos anulados, aunque no produzcan los efectos de actos jurídicos, producen sin
embargo, los efectos de los actos ilícitos, o de los hechos en general, cuyas consecuencias deben ser
reparadas”
De ello, se infiere que si no hay contratación eficaz o válida, no hay contrato, y por lo tanto la
responsabilidad es extracontractual.
La inoponibilidad, también llamada ineficacia genética relativa, es una especie de nulidad por la cual el
acto carece de efectos solo hacia determinados terceros, siendo plenamente eficaz entre las partes y las
demás personas. Se da como ejemplo el ejercicio de la acción revocatoria, ya que los actos realizados en
fraude a los acreedores le son inoponibles a éstos (Art. 961 a 972).
El tercero que sufre perjuicios por el acto impugnado tiene derecho a exigir la reparación, pero la
inoponibilidad es contractual cuando entre ambos existe una relación jurídica previa (ej.: el mandatario que
se excede en sus facultades); o puede resultar extracontractual cuando no los liga ningún vínculo jurídico
(ej.: la venta de una cosa ajena como propia).
ELEMENTOS
(imputabilidad; factores de atribución; ilicitud –arriba-; causalidad)
Imputabilidad.
La imputabilidad es un concepto que tiene diferentes significaciones jurídicas. Por una parte, se lo utiliza
para establecer si e sujeto demandado tiene suficiente discernimiento o capacidad para atribuírsele el
resultado, lo que sería una imputabilidad de primer grado; por otra se lo indica como una vinculación fáctica
entre el hecho y su consecuencia, lo que se sintetiza en la “relación de causalidad” (imputatio facti) y, por
último, también se habla de imputabilidad moral, como un reproche al comportamiento, lo que Llambías
denomina “imputación de segundo grado”, ya sea por haber querido el incumplimiento (dolo), o por omitir la
diligencia necesaria (culpa) (imputatio iuris).
La imputabilidad, en este tema, estará aplicada al incumplimiento hecho con discernimiento, intención y
libertad, es decir, a la de primer grado, ya que la de segundo grado se vincula con los “factores de
atribución” y la estructura fáctica con la “relación de causalidad”.
Imputabilidad legal.
La regla es que, para arrostrar (resistir peligros) consecuencias a su autor, los actos deben ser
voluntarios (Art. 897), ya que, según el Art. 900, los ejecutados sin discernimiento, intención y libertad no
producen obligación alguna. Así, el codificador en estos dos artículos, dice:
Art. 897: “Los hechos humanos son voluntarios o involuntarios. Los hechos se juzgan voluntarios, si
son ejecutados con discernimiento, intención y libertad”.
Art. 900: “Los hechos que fueren ejecutados sin discernimiento, intención y libertad, no producen por sí
obligación alguna”.
En la nota al art. 900, el codificador afirma:
Art. 900 (nota): El elemento fundamental de todo acto es la voluntad del que lo ejecuta. Es por esto que el
hecho de un insensato o de una persona que no tiene discernimiento y libertad, en sus actos, no es considerado
en el derecho como un acto, sino como un acontecimiento fortuito.
En la responsabilidad contractual, se requiere la capacidad necesaria para obligarse, y la ley considera
que ese discernir se adquiere a los 14 años. El Art. 921 establece que en los actos ilícitos no existe
discernimiento cuando éstos son practicados por menores impúberes.
Si se está en presencia de alguna otra incapacidad y el acto sufriere la sanción de nulidad, la cuestión se
complica, pues ello puede engendrar responsabilidad (Art. 1056), aunque no una verdadera imputabilidad
por incumplimiento.
Factores de atribución.
Constituyen el fundamento necesario para imputar la responsabilidad. Antes de juzgar el discernimiento,
corresponde analizar si el acto merece un reproche moral, o bien si la ley hace una especie de reparto
cubriendo el riesgo del incumplimiento.
Los factores de atribución son: la culpa, el dolo y el riesgo. Los dos primeros, que pueden sintetizarse en
la tesis de la culpabilidad, constituyen el fundamento de la tesis subjetiva; el segundo el de la objetiva.
Ambas posturas han dado origen a un prolongado debate entre los autores, controversia que se reedita
al discutirse el ámbito de la responsabilidad aquiliana o extracontractual. El problema puede reducirse a
determinar cuál es la dimensión del esfuerzo que se exige al deudor (tesis subjetiva), o bien una protección
amplia al crédito del acreedor (tesis objetiva).
La tesis subjetiva es la que tiene a la culpabilidad (culpa o dolo) como único fundamento del
incumplimiento relevante.
La tesis objetiva afirma que el solo incumplimiento funda la responsabilidad cuando aún es posible la
prestación. La base mayor de sustento ha sido la teoría del riesgo.
El distingo que en general recepta la doctrina y jurisprudencia vernáculas (nativas) sobre las
obligaciones de medios y las de resultado, brinda la posibilidad de ubicar ambas teorías, y superar un poco el
intrincado y complejo debate que, especialmente en la doctrina italiana, lleva a posturas frontalmente
opuestas.
Culpa.
El concepto jurídico de culpabilidad es aplicable a los dos tipos de responsabilidad: contractual y
extracontractual, por eso su estudio es de utilidad para ambos campos. En el ámbito contractual, el Código
establece la responsabilidad por culpa en el Art. 512.
Analizar y juzgar si alguien obró con culpa importa siempre una valoración ética de la conducta del
sujeto; se apunta a la esfera de la conciencia. Aunque hay que señalar que son muchos los conceptos sobre
la culpabilidad; incluso, para algunos autores se trata de un criterio metajurídico, extraño a la ciencia del
derecho, que acude en su auxilio para juzgar ciertas situaciones concretas. Compagnucci no participa de este
último criterio.
Dentro de la órbita jurídica, se ha considerado a la culpa desde diferentes aspectos:
El de la previsibilidad: la culpa se identifica con la negligencia. Se trata de un comportamiento
deshonesto, inexperto, desidioso, inidóneo e incumplimiento de los deberes de prudencia. La previsibilidad
se torna una pauta para el juzgamiento, y tiene como nota típica que no hay en el sujeto actuante intención
de daño o perjuicio.
El psicológico: el concepto de culpabilidad que traen algunos juristas resulta abarcativo del dolo y la
culpa propiamente dicha; se lo entiende como una relación psíquica entre el actuar del agente y el resultado
producido. Es una opinión de poca utilidad práctica, porque muchas veces no existe dicha relación y tampoco
cuando se trata de actos realizados de manera involuntaria.
El normativo: su concepción normativa se reduce a la caracterización que hace la ley del
comportamiento del sujeto. En esa dirección sostiene Planiol que “la culpa es una falta contra una obligación
preexistente”, también se la define como un “atentado contra el derecho” (Demogue), o como la “violación
de un deber legal” (Savatier).
El Art. 512 define a la culpa del deudor en el cumplimiento de las obligaciones, es decir, a la contractual.
Así, establece:
Art. 512: “La culpa del deudor en el cumplimiento de la obligación consiste en la omisión de aquellas
diligencias que exigiere la naturaleza de la obligación, y que correspondiesen a las circunstancias de las
personas, del tiempo y del lugar”.
Tanto la diligencia exigida como la negligencia (o la desidia, el desinterés, etc.) son criterios valorativos
o estándares jurídicos, como dice Díez-Picazo, que el juez estimará en cada caso y según las circunstancias
particulares y su experiencia.
El deudor debe obrar según pautas de previsibilidad que, en el ámbito contractual, se unen al principio
de la buena fe, tanto en la etapa inicial, como en la conclusión de la relación. Queda excluido todo tipo de
comportamiento malicioso, o de consciente incumplimiento malicioso, o de consciente incumplimiento, que
integra la órbita de los actos dolosos.
Unidad y dualidad de la culpa.
Lo que algunos autores estudian como unidad o dualidad de la culpa es lo que para otros corresponde a
la “responsabilidad contractual y extracontractual”.
Hay que considerar que la expresión unidad o dualidad de la culpa es un resabio (mala costumbre, vicio
adquirido) de la doctrina francesa clásica que circunscribía toda la responsabilidad al concepto de la faute
(culpa) y de allí que el porqué de una “culpa contractual” y de una “culpa aquiliana”.
Apreciación de la culpa: sistemas.
Apreciar la culpa es considerar la forma en que debe ser juzgado el comportamiento del agente.
Básicamente hay dos sistemas: el de apreciación en concreto, que debe analizar el aspecto psicológico del
sujeto, y el de la apreciación en abstracto, que se atiene a supuestos comparativos de pautas medias u
ordinarias, y tipos ideales de la conducta. Algunos autores agregan un tercer sistema, el mixto, que adopta
soluciones intermedias.
» Apreciación “en concreto”: es típicamente subjetiva, es decir, para juzgar la conducta es necesario
saber si alguien se ha comportado como debía, o como lo hacía habitualmente, observando los deberes de
previsibilidad. Es necesario determinar la situación espiritual del sujeto, su psiquis, su inteligencia y en
general su comportamiento en la vida social, y entonces juzgar, de acuerdo a circunstancias particulares, si
obró o no con culpa.
Para gran parte de la doctrina nacional (Llambías, Salvat, Cazeaux, Lafaille, etc.), sería este el sistema
seguido por nuestro Código, ya que el Art. 512 se refiere a las “circunstancias de las personas, del tiempo y
del lugar”.
» Apreciación “en abstracto”: es un método básico en la comparación; se establecen tipos ideales y se
debe determinar si la conducta del agente coincide o no con la que hubiera asumido el tipo ideal en esa
misma situación. Así, en las diferentes legislaciones, se habla del “buen padre de familia”, o el “buen
comerciante”, o el “hombre común”.
Cuando habitualmente se juzga que alguien obra mal, o no hace lo que debe, es porque no actúa como
los hombres diligentes o las personas de comportamiento medio.
Para Salas, Borda y Trigo Represas, la apreciación que impone el ley argentina es en abstracto, ya que
el juez debe resolver el caso tomando en cuenta cómo habría actuada una persona diligente, y esa conducta
se juzgará con un criterio objetivo relativo. Si, por ejemplo, se está ante un problema de responsabilidad de
un abogado, habrá que ver cómo se hubiera comportado en similares circunstancias un abogado corriente;
no debe realizarse la comparación con el más egregio (ilustre) jurista, ni con aquel que desconoce las reglas
jurídicas elementales. Es el concepto de diligencia normal, la que corresponde al comportamiento ordinario
en una sociedad dada. Compagnucci coincide con esta postura.
» Sistema mixto: otros autores han sustentado una tesis intermedia. Consideran que Vélez Sársfield
siguió un sistema que combina elementos de os anteriores, ya que ningún juez podría aplicar a ultranza las
tesis extremas (Orgaz) y argumentan que, si bien el codificador no se refiere a tipos abstractos, no por ello
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debe tenerse en cuenta solo las condiciones personales del sujeto demandado, sino que hay que considerar
también lo que dispone el Art. 909.
Art. 909: “Para la estimación de los hechos voluntarios, las leyes no toman en cuenta la condición
especial, o la facultad intelectual de una persona determinada, a no ser en los contratos que suponen una
confianza especial entre las partes. En estos casos se estimará el grado de responsabilidad, por la condición
especial de los agentes”.
Grados de la culpa.
Las gradaciones de la culpa, o sistema de prestación de la culpa, tuvieron su origen en el derecho
romano, y de allí pasó a los antiguos derechos francés y español, pero tuvo poco eco en los códigos del siglo
XIX. Tiene una vinculación directa con el tema de la apreciación de la culpa. Así, se distinguió entre la culpa
grave y la culpa leve; los glosadores agregaron a ello la culpa levísima.
» Grave: fue asimilada en sus efectos al dolo (culpa grave dolo æquiparatur), pero no es posible
identificarla con él. Por este tipo de culpabilidad, siempre se respondía, aun cuando el contrato beneficiara a
la misma víctima del incumplimiento. Importaba omitir los cuidados elementales que cualquier persona está
obligada a seguir, aquello que todos deben saber.
» Leve: esta caracterización tuvo un mayor campo de desarrollo y sirvió para juzgar el comportamiento
de las personas con una mayor rigidez. Se debía decidir si se había incurrido en una culpa nimia o mínima. Si
se lo analizaba en abstracto, debía efectuarse la comparación con un buen “padre de familia”; cuando se lo
consideraba en concreto su estudio lo era con relación a la conducta anterior del mismo sujeto deudor en
sus otras actividades. Solo se respondía por esta culpa cuando el contrato beneficiaba a ambas partes o bien
al mismo responsable.
» Levísima: consistía en no poner los cuidados de un “muy buen padre de familia” y lo hacía
responsable al deudor solo cuando el contrato lo beneficiaba. Esta clase de culpa tuvo escasa repercusión.
Cabe aclarar que los países que adoptaron el sistema de apreciación en abstracto, como Francia, Italia y
España no siguieron la diferenciación de la culpa en grado.
» Régimen del CC argentino: Vélez Sársfield también pareciera haberse apartado del sistema de
gradación de la culpa, tal como lo enuncia en la nota al Art. 512, con cita de Bigot de Preameneu (aunque
diga Barbeyrac) y Zachariæ. Esa nota es de fundamental trascendencia porque es allí de donde surge que el
criterio del codificador carece de la rigidez que se le atribuye.
El concepto de culpa grave o leve parece ajeno a la ley civil, sin embargo, a veces algunos fallos hacen
referencia a ello, pero juzgando la conducta después de producida, no como un preconcepto sino ex post
facto. Es que obrar muy mal no es igual que obrar mal y los diferentes grados del actuar son importantes al
considerar el incumplimiento contractual, especialmente cuando se refiere a la posibilidad de establecer
cláusulas de exoneración o medidas de la reparación.
El concepto de culpa grave ha sido utilizado en otros terrenos donde el deudor puede alegar dicha
circunstancia para no quedar obligado al cumplimiento. Así lo dispusieron las derogadas leyes de accidentes
de trabajo 9688 y 24.028 y la vigente ley de seguros.
Prueba.
Sobre la cuestión de la prueba de la culpa en el ámbito de la responsabilidad contractual se han dado
dos opiniones opuestas.
» Tesis del derecho romano: sostiene que el acreedor que pretende la reparación por el
incumplimiento debe demostrar la culpa del deudor, ya que si no hay culpa, no hay responsabilidad. Es
reiterado el adagio francés “pas de responsabilité sans faute”.
» Corriente clásica: en posición opuesta a la anterior, declara que ante el incumplimiento se presume
la culpabilidad, ya que esta se encuadra en el mismo incumplimiento; y el deudor, para exonerarse, debería
demostrar su falta de culpa.
Si bien la cuestión tiene alguna complejidad, hoy se ha arribado a otras conclusiones. La regla es que el
incumplimiento, en sus diferentes aspectos, ya estudiados, s lo que genera la responsabilidad; por lo cual el
deudor debe demostrar, no ya su ausencia de culpabilidad, sino que existe una causal de exculpación o
exoneración que le impidió cumplir (ej.: el caso fortuito o la fuerza mayor).
Como una excepción a esta regla aparecen las llamadas obligaciones de medios, donde es el acreedor
quien debe probar la culpa del deudor para pretender la reparación ante el incumplimiento. Se suele dar
como ejemplo la que corresponde al médico cuando contrata con un paciente la prestación de un servicio.
Hay que aclarar que esta afirmación no debe ser tomada sin cortapisas (condición o limitación para hacer
una cosa), ya que no es posible generalizar. La cuestión tiene matices que la moderna doctrina procesal, y
muchos pronunciamientos en la jurisprudencia nacional vienen cambiando el principio.
Cláusulas sobre la responsabilidad por culpa.
El problema a plantearse es si las partes pueden, mediante cláusulas contractuales y conforme al
principio de autonomía de la voluntad, modificar el régimen de responsabilidad que la ley ha regulado, ya
sea graduando la responsabilidad, o imponiendo una responsabilidad por culpa donde la ley no la establece,
o, lo más corriente, dispensando al deudor de su responsabilidad por culpa.
En la primera de las citadas, se puede agravar o atenuar la responsabilidad del deudor, exigiéndole un
mayor o menor esfuerzo en el comportamiento. Estas cláusulas son lícitas, pues lo único que imponen es un
parámetro diferente en el juzgamiento. Es decir, se determinará que la conducta será la de un buen padre
de familia, y se responderá solo ante la “culpa grave” o viceversa.
Más dificultosa es la cuestión cuando se intenta colocar una condición contractual que impone
responsabilidad por culpa donde la ley no lo exige. Compagnucci piensa que la única utilidad de esta cláusula
es la de dejar debidamente clarificada alguna situación dudosa. Por ejemplo, si en un contrato de transporte
se exigiera al porteador llevar elementos que protejan de la humedad a la mercadería. Si la ley es de orden
público y prohíbe estas cláusulas es casi obvio señalar que son nulas.
La cláusula que mayor desarrollo tiene y que generó un debate de proporciones, es la que dispensa de
la responsabilidad al deudor por el incumplimiento culposo.
La tesis clásica, seguida por la doctrina francesa y por gran número de autores nacionales, acepta la
validez de esta cláusula salvo que se trate de culpa grave o dolo, o bien que exista entre las partes una
desigualdad tal que le impida al acreedor discutir las condiciones contractuales con su deudor. Se indica que
su validez tiene como fundamento el principio de la autonomía, que abarata los costos y mejora el sistema
de producción de bienes, y además permite al obligado encarar negocios dificultosos y que pueden generarle
incertidumbre en sus resultados. Algunos autores franceses modernos, como Marty y Raynaud, entienden
que para sostener la validez debe tenerse en cuenta si el acreedor recibe algún beneficio como consecuencia
de mitigar la responsabilidad (ej.: disminución del precio de los bienes o servicios). Hecha esta aclaración,
Compagnucci admite coincidir con esta corriente.
La cláusula de exoneración por dolo está prohibida en nuestra legislación (Art. 507), por lo que su
inclusión queda fulminada con la nulidad.
Con respecto a la dispensa de la culpa, otra postura entiende que hay que diferenciar entre la total y la
parcial:
» Dispensa de la culpa total: la cláusula sería nula. Como argumento para la nulidad de la dispensa
total se dice que crea una “invitación al incumplimiento” (Cazeaux); o bien que una autorización para no
obrar con los cuidados necesarios es “contraria a los principios ético-jurídicos” (Díez-Picazo); o que la
cláusula es “nociva desde un punto de vista económico social, pues destruye valores por falta de interés en
su cuidado” (Llambías); etc.
» Dispensa de la culpa parcial: la cláusula sería válida. Consiste en referir determinadas circunstancias
y darles categoría de hecho fortuito. Por ejemplo, el transportista que acordara que no responderá si la
mercadería a trasladar se moja por carecer el vehículo de medios suficientes para impedirlo; o también
establecer un importe máximo de responsabilidad (Llambías).
más grave, y se produce cuando el deudor obra con el designio de querer el perjuicio (Borda y Mosset
Iturraspe). La mayoría de la doctrina considera que deben identificarse los términos “malicia” y “dolo”, ya
que la nueva adjetivación no modificó el concepto.
El incumplimiento doloso genera una mayor carga de responsabilidad, ya que extiende la obligación de
reparar hasta las consecuencias “mediatas”, tal como lo establece el Art. 521.
Dolo en el derecho romano.
Está definido en el Digesto, en la célebre caracterización de Labeón. Aparece configurado en los
negocios jurídicos, tanto en el empleo de ardides o enredos con la intención de engañar, cuanto en
mantener en el error de la otra parte de la relación.
Los romanos distinguieron el dolo bueno del malo.
» El dolo bueno: consistía en simples engaños sin fines deshonestos o ilegítimos, ya que esas
estratagemas tenían como finalidad engañar al ladrón, o al enemigo, o bien se utilizaban en el comercio para
alabar exageradamente las mercaderías.
» El dolo malo: era el que hacía incurrir a la otra parte en error especial.
A fin de proteger a los particulares del dolo, el pretor introdujo la actio doli y la exceptio doli.
» La actio doli: era una acción subsidiaria; tenía como fin dejar sin efecto el acto.
» La exceptio doli: se daba para impedir las consecuencias dañosas de un acto realizado con esas
características. Así, por ejemplo, a quien reclamaba algo que, a su vez, podía serle opuesta la exceptio doli.
Apreciación.
Establecer la vinculación causal es precisar si a un determinado accionar se le puede atribuir el
resultado. Para ello, es necesario un juicio de probabilidad in abstracto, mediante un pronóstico objetivo.
El juez debe analizar si el daño era previsible de acuerdo al curso natural de los acontecimientos
utilizando la nota objetiva del pronóstico póstumo, aunque a esto deberá añadírsele la actitud del sujeto
actuante, ya que sus conocimientos o aptitudes van a ejercer influencia en el resultado.
Un ejemplo aclarará la explicación: si una persona, utilizando un arma de fuego, hiere a otra, no es
dudosa su autoría en el hecho. En cambio, si lo hiere, y camino del hospital la ambulancia choca y se muere
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en el hecho, el que usó el arma ¿es responsable del homicidio; o solo de las heridas?; o bien, alguien
embiste con su motocicleta a un transeúnte, en un accidente que solo le causa lesiones leves, pero por un
mal congénito de la víctima, ésta muere; se plantean los mismos interrogantes del caso anterior.
Teorías.
Es posible ver que en la concreción de cualquier acontecimiento de la vida corriente es necesario que
concurran una serie de condiciones. Aquí, el problema reside en determinar si el demandado es “autor” de la
condición idónea para poder atribuirle el resultado, y cómo se llega a establecer ello.
Para poder dar una respuesta científica se han propuesto innumerables teorías, y la literatura,
especialmente en el derecho penal, es “teratológica” (monstruosa, contranatural, antinatural), como la
califica Soler.
Las más relevantes y de mayor influencia en el derecho civil se pueden dividir en dos grupos:
Teoría de la equivalencia de las condiciones.
También llamada de la “condición simple” o de la condicio sine qua non, fue expuesta por von Buri en
1860. No distingue entre las diversas condiciones que colaboran en las consecuencias. Dice que la suma de
las condiciones es la que da el resultado. Se entiende que existe una equivalencia o igual valoración entre
todos los elementos concurrentes; la resultante es la adición de condiciones, no pudiéndose aislar ni
discriminar entre ellas.
En la consideración objetiva y material de los hechos no es posible dividir el resultad y todas las
condiciones tienen una equivalencia y necesariedad indudables. Si mentalmente se elimina una condición se
rompe el nexo de causalidad. Los autores que han admitido esta teoría han adicionado, para el juzgamiento
concreto, el elemento culpabilidad, para hacer responsable al agente. Lo contrario llevaría a soluciones
desvaliosas.
Para desvirtuar esta teoría de la equivalencia, Orgaz da el siguiente ejemplo: si una persona da un ligero
golpe a otra en la cabeza y esta fallece por padecer de una debilidad patológica, no es posible considerar el
primero como autor de un homicidio.
Teorías individualizadoras.
Otras teorías tratan de aislar una de las condiciones para darle la jerarquía de causa.
» Teoría de la causa próxima: esta teoría toma como causa a la condición cronológicamente más
próxima al resultado. Fue Bacon, en el derecho inglés, quien sostuvo que separar unas causas de otras
resultaría una tarea imposible de resolver, y escogió como causa la que estaba más cerca de la
consecuencia. Afirmaba: “sería para el derecho una tarea infinita juzgar las causas de las cosas, y las
influencia de las unas sobre las otras. Por ello, se contenta con la causa inmediata y juzga las acciones por
esta última sin remontar a un grado más elevado”.
Se le objeta a esta teoría que “existe mucha dificultad para establecer cuál es la última causa de un
hecho”, o bien que “no siempre la última condición es la verdadera causante del daño”; o que “se trata de
una análisis simple y superficial”; etc.
Orgaz la refuta con un ejemplo: “cuando dolosamente se cambia el remedio que debe darse a un
enfermo por una sustancia tóxica y la enfermera que ignora la sustitución, lo da y el enfermo muere, la
enfermera no es la causante o autora del homicidio, sino aquel que realizó el cambio con anterioridad”.
» Teoría de la condición preponderante: esta teoría considera que son muchas las condiciones que
colaboran para el resultado, y que entre ellas las hay positivas y negativas y que éstas mantienen una cierta
equivalencia; la condición que rompe el equilibrio adquiere la categoría de causa del perjuicio. Cuando el
hombre pone esa condición que altera la situación anterior y rompe el equilibrio referido, este es el autor del
hecho dañoso.
Fue sostenida por Binding, entre los penalistas, y por Spota, entre los civilistas.
Se le ha criticado que intenta más determinar la autoría del sujeto que ser una verdadera tesis sobre la
causalidad jurídica. Se la llama también de la “causalidad voluntaria”.
» Teoría de la causa eficiente: llamada también de la “condición más eficaz”; o de la “condición
activa”; o de la “mayor fuerza productiva”, trata de desvirtuar el desarrollo de la teoría de la equivalencia, y
niega que todas las condiciones se encuentren en igualdad de grado, por ello investiga cuál es la condición
más activa o más eficaz para producir la consecuencia.
Se considera que es causa la condición “cuantitativamente” más eficaz. Otros se atienen a un criterio
“cualitativo” para aislar la condición más eficiente, más eficaz y más activa, usando un criterio ordinario de
cualificación.
Fue seguida por Llambías, quien le dio un carácter ultraobjetivo y muy cercano a la tesis de la causa
adecuada.
» Teoría de la causa adecuada: es la postura mayoritaria, tanto en la doctrina de los penalistas
modernos como entre los civilistas; además es la que adopta la ley civil por lo que expresamente dispone el
Art. 906, después de la reforma de 1968, y por lo regulado en los Art. 901, 903 a 905 CC.
Esta tesis fue expuesta por von Bar, en 1881. También su exposición y desarrollo es de crítica a la de
equivalencia, aunque coincide con las restantes en que trata de aislar una de las condiciones para otorgarle
la categorización de “causa”.
El interrogante que se plantea es determinar cuál de la totalidad de las condiciones que forman una
cadena para arribar al resultado, adquiere la jerarquía de causa adecuada del daño. Si se efectúa un análisis
del caso concreto todas las condiciones resultan ser necesarias para que el resultado ocurra.
De conformidad con esta teoría, el fenómeno causal debe ser analizado de acuerdo con las reglas de un
comportamiento regular y normal, es decir, de la experiencia diaria o corriente. Es necesario a posteriori del
hecho establecer un juicio de probabilidades, o pronóstico, con determinación de un cálculo de posibilidades,
prescindiéndole de la realidad del acontecimiento.
El análisis debe ser hecho in abstracto, lo cual implica pensar “cómo ocurren los hechos”, o bien “cómo
deben ocurrir los acontecimientos”, de acuerdo con su regularidad y reglas empíricas que el mismo
intérprete conoce. Si de todo ese estudio es posible determinar que a cierta condición corresponde imponerle
la consecuencia, esa condición es “causa” del resultado.
Si bien sobre esta teoría a su vez se han elaborado algunas ideas no coincidentes, Compagnucci cree
que es necesario tomar en cuenta todas las condiciones que integran el evento, las anteriores, las coetáneas
y las posteriores, que hayan podido o no ser conocidas por el sujeto, lo que impone un pronóstico
retrospectivo objetivo.
Al sujeto demandado solo le pueden ser imputadas las consecuencias que resultan adecuadas al hecho
que generó el daño. Puesto que, de acuerdo con un sistema medio de juzgamiento, el sujeto debió o pudo
prever el resultado, sin perjuicio de considerarse en determinadas circunstancias sus condiciones personales,
pero siempre analizándolo con un criterio estrictamente objetivo.
Esta es la teoría que se corresponde con nuestro sistema legal.
El CC establece que siempre son imputables a su autor las consecuencias inmediatas de los hechos libres
(Art. 903). Eso significa que en todos los hechos que tienen una inmediatez lógica con el accionar del sujeto
(hay nexo causal adecuado entre el acto y el daño) la consecuencia se le atribuye al autor.
Las consecuencias mediatas solo son imputables cuando el agente las hubiere previsto o las pudiere
prever (Art. 904). La medida está dada por la previsibilidad en abstracto, y no derivan directamente del
hecho sino que se conectan con otro acontecimiento.
Las causales son imprevisibles, y por lo tanto no atribuibles al sujeto. Así lo dispone el Art. 905. Pero
esta regla sufre excepciones. Una es cuando el agente las tuvo en mira (Art. 905 in fine), es decir, él pudo
preverlas, aunque el resto de las personas careciera de dicha posibilidad. Esta solución, según Orgaz, sería
una especie de “castigo” de la ley, pues aquí el CC e aparta de la teoría de la causa adecuada.
Otras excepciones a la regla del principio del Art. 905, están dadas por lo que disponía anteriormente el
CC en el derogado Art. 906. Si bien el artículo tenía una confusa redacción, era opinión común que la ley
quería decir que el sujeto respondía por los hechos fortuitos cuando ese suceso causaba daños por causa del
acto del agente. O mejor, “cuando el acto ilícito fue una condición sine qua non en la producción del caso
fortuito”.
En la responsabilidad objetiva.
La responsabilidad objetiva tiene como factor de atribución el riesgo o la actividad riesgosa, y es
también llamada “responsabilidad por el resultado”. Surge por consecuencias dañosas ocurridas por
actividades o conductas lícitas y recae sobre quien crea la fuente de peligro. El daño producido puede derivar
de un hecho natural (animal o cosa) o de una actividad técnica (utilización de una máquina o explotación de
una industria).
Tiene su fundamento en el “riesgo”, aunque también la doctrina habla de “garantía”, “culpa objetiva”,
“culpa social”, etc. En estos casos, la relación de causalidad adquiere una mayor relevancia, ya que si bien es
innecesaria la demostración de la culpa, es imprescindible la prueba del nexo vinculatorio entre el daño
acaecido y la actividad o cosa riesgosa interviniente.
La extensión de la reparación en la responsabilidad objetiva carece de una normativa específica, por lo
que se considera aplicable todo lo dispuesto sobre la responsabilidad extracontractual. La tesis mayoritaria
en la doctrina sostiene que en el caso de la responsabilidad objetiva se responde por las mismas
consecuencias que en los delitos y cuasidelitos, es decir, las inmediatas y mediatas. No se responde por las
consecuencias causales, que requieren dolo al “tenerla en mira”, o bien porque antes de acaecer el hecho
fortuito debió existir culpa en el agente.
La postura minoritaria fue sustentada por Llambías, quien consideró que la reparación solo podía
extenderse hasta las “consecuencias inmediatas”, ante la inexistencia de dolo o culpa en el responsable.
Bolilla 22
Daño: concepto.
El daño es siempre la consecuencia de una acción humana que lesiona un interés privado jurídicamente
protegido. Es consecuencia porque el daño no se identifica con el hecho dañoso; se trata del resultado de
una acción humana, porque de los hechos de la naturaleza no derivan daños jurídicos, que debe lesionar un
interés privado por oposición a los intereses públicos o generales que no otorgan acción a los particulares; y
que se trata de un “interés jurídico” integrante de un derecho subjetivo, por oposición a los simples intereses
o intereses de hecho que impiden el resarcimiento.
La definición del Art. 1068 resulta un poco defectuosa, ya que lo considera como un sinónimo de
perjuicio, y solo se refiere al daño patrimonial. Sin embargo, la norma es importante para efectuar una de las
distinciones entre el daño directo y el indirecto.
Art. 1068: “Habrá daño siempre que se causare a otro algún perjuicio susceptible de apreciación
pecuniaria, o directamente en las cosas de su dominio o posesión, o indirectamente por el mal hecho a su
persona o a sus derechos o facultades”.
Requisitos.
El daño resarcible debe reunir algunos requisitos propios para que se lo pueda identificar como tal.
Generalmente, se enumeran tres de ellos, aunque Compagnucci agrega un cuarto que, si bien es polémico,
resulta interesante su estudio. Los requisitos son:
Personalidad del daño.
Significa que el perjuicio debe haberlo sufrido quien reclama la indemnización, pues solo se tiene acción
para reclamar la lesión al interés propio. Nadie puede pedir que le indemnicen un daño que sufrió otro, ya
que carecía de la posibilidad de demostrar la vulneración del interés protegido. Ello no importa un
impedimento, tal como lo enseña Orgaz, para que la víctima tenga derecho a incluir en la reparación
obligaciones a cumplir hacia terceros, como, por ejemplo, una deuda alimentaria, o cuando le deterioraren
objetos que hubiera prometido en venta.
Esta regla no solo es propia de las pretensiones derivadas de la responsabilidad extracontractual, sino
también es aplicable en la de nexo obligacional previo, donde juega el principio del efecto relativo de los
contratos. Aunque se altera en los supuestos de contratos “a favor de terceros”, pues el tercero puede
reclamar al promitente por el incumplimiento; o bien el tercero puede reclamar al promitente por el
incumplimiento; o bien en el ejercicio de algunas acciones directas, por ejemplo, en la locación de cosas,
cuando el locador o sublocatario tienen acción para reclamar por todas las obligaciones contraídas por el
otro; o bien en el mandato sin representación o mandato oculto.
También suelen citarse como casos dudosos los previstos en:
» Art. 1079: se contempla el supuesto de los damnificados indirectos, aquellos que no han sufrido el
hecho dañoso, pero deben demostrar haber sido lesionados en un interés legítimo. Lo cual no causa una
ruptura a la regla.
Art. 1079: “La obligación de reparar el daño causado por un delito existe, no sólo respecto de aquel a
quien el delito ha damnificado directamente, sino respecto de toda persona, que por él hubiese sufrido,
aunque sea de una manera indirecta”.
» Art. 1080: en cuanto a las injurias producidas a la mujer y a los hijos, la ley le otorga acción a los
propios damnificados directo, y al cónyuge y a los padres. Tampoco es una excepción, pues se considera a
estos últimos como verdaderos lesionados por el hecho.
Art. 1080: “El marido y los padres pueden reclamar pérdidas e intereses por las injurias hechas a la
mujer y a los hijos”.
» Art. 1095 y 1110: en los delitos contra la propiedad previstos en el estos artículos, se concede acción
a quienes puedan demostrar haber sufrido “personalmente” el perjuicio en virtud de la lesión a un interés
que la ley protege.
Art. 1095: “El derecho de exigir la indemnización del daño causado por delitos contra la propiedad,
corresponde al dueño de la cosa, al que tuviese el derecho de posesión de ella o la simple posesión como el
locatario, comodatario o depositario; y al acreedor hipotecario, aun contra el dueño mismo de la cosa
hipotecada, si éste hubiese sido autor del daño”.
Art. 1110: “Puede pedir esta reparación, no sólo el que es dueño o poseedor de la cosa que ha sufrido
el daño o sus herederos, sino también el usufructuario, o el usuario, si el daño irrogase perjuicio a su
derecho. Puede también pedirlo el que tiene la cosa con la obligación de responder de ella, pero sólo en
ausencia del dueño”.
Certeza.
Que el daño sea cierto, importa afirmar que el daño existe, por oposición al daño eventual, hipotético o
conjetural que no es reparable. Las meras amenazas de daño no pueden ser objeto de una demanda de
reclamo; hay que establecer la existencia cierta del perjuicio.
No interesa que sea actual o futuro, es decir, apreciable o aún no producido; o bien se reclame el daño
emergente que se juzga como muy certero; o el lucro cesante, que no lo es tanto, sino que es muy difícil
establecer cómo hubieran ocurrido los acontecimientos sin la realización del hecho.
Entre el daño cierto, siempre indemnizable, y el daño eventual, que no lo es, existe una zona intermedia
que la doctrina estudia, y la jurisprudencia aplica en forma constante, que es la llamada “pérdida de
chances”. Estas pérdidas de “chances” o suertes, implican que el hecho dañoso produjo una imposibilidad
del logro de ganancias probables, o impedimento de evitación de daños de esas mismas características. Se
trata siempre de “probabilidades”, no de meras probabilidades, lo que da un sentido de alguna certeza en la
consecuencia dañosa.
Hay dos ejemplos ya clásicos en la doctrina de los autores: la responsabilidad del abogado que no apela
la sentencia y pierde el juicio; o bien la lesión al caballo de carrera ya inscripto para correr.
En ambos casos, si bien no hay daño cierto, tampoco es totalmente eventual el perjuicio. Por ello se
considera que si la pérdida de chance era suficientemente fundada, debe indemnizarse, no todo el perjuicio
(el valor del premio de la carrera, o el importe del juicio), sino la medida de lo que se considere como
“probabilidad frustrada”.
La jurisprudencia de los tribunales aplica este criterio en los supuestos de reparación del daño
patrimonial a favor de los padres por la muerte de sus hijos menores. Considerando que se impide con el
hecho luctuoso, como chance, que los hijos puedan ayudarlos económicamente en el futuro.
Interés legítimo.
Toda la temática sobre los intereses jurídicos, los derechos subjetivos y los intereses de hecho o meros
intereses, pertenece más al derecho administrativo que al derecho civil.
En ese terreno, los autores efectúan el distingo entre el derecho subjetivo y los intereses legítimos, en
cuanto en el primer caso se le otorga al administrado un poder para reclamar contra el Estado; mientras que
en el segundo no tiene exclusividad, ya que concurre con otras personas y su posibilidad de obrar es
mediata y refleja.
En el derecho civil se ha diferenciado el derecho subjetivo de las “situaciones jurídicas secundarias”,
entre las cuales se agrupa a “los efectos reflejos de las normas”, “los derechos potestativos”, y “las meras
facultades”. El interés legítimo no integra ninguno de estos presupuestos, sino que es el contenido de un
derecho subjetivo.
En este caso hay que determinar si para poder reclamar la reparación de un daño es necesario
demostrar la lesión a un verdadero “interés jurídico”, incorporado al derecho subjetivo, o es suficiente un
mero interés sin esa calificación.
La cuestión no ofrece dificultades cuando quien reclama es el sujeto directamente damnificado. Por
ejemplo, si a alguien le deterioran su automóvil, no es posible pensar que carece de derecho para pedir la
reparación, ya que el derecho de propiedad sobre el automotor está previsto por la ley común y más,
garantizado por la Constitución Nacional en su Art. 17.
En cambio, el problema se plantea cuando hay que determinar quiénes son las personas que pueden
reclamar la reparación de un daño, cuyo hecho afectó a otra; es decir, los denominados damnificados
indirectos, previstos en el Art. 1079.
Para la corriente mayoritaria, a la cual adhiere Compagnucci, el reclamo le corresponde solo a aquellos
que pueden probar la lesión a un interés jurídico, y estos intereses son los que la ley prevé en forma expresa
(ej.: lo previsto en el Art. 1095 cuando permite reclamar a los usuarios, usufructuarios, etc., o en el supuesto
del Art. 1080 cuando otorga acción al cónyuge y a los padres); o bien es necesaria su demostración por ser
genérico el presupuesto legal. Es la problemática en torno a la acción que pueden o no tener los parientes
del muerto que no se encuentran en la enumeración de los Arts. 1084 y 1085, o de la concubina, o la novia,
el amigo íntimo, socio, etc.
Art. 1084: “Si el delito fuere de homicidio, el delincuente tiene la obligación de pagar todos los gastos
hechos en la asistencia del muerto y en su funeral; además lo que fuere necesario para la subsistencia de la
viuda e hijos del muerto, quedando a la prudencia de los jueces, fijar el monto de la indemnización y el
modo de satisfacerla”.
Art. 1085: “El derecho de exigir la indemnización de la primera parte del artículo anterior, compete a
cualquiera que hubiere hecho los gastos de que allí se trata. La indemnización de la segunda parte del
artículo, sólo podrá ser exigida por el cónyuge sobreviviente, y por los herederos necesarios del muerto, si
no fueren culpados del delito como autores o cómplices, o si no lo impidieron pudiendo hacerlo”.
Otra tesis entiende que basta con acreditar un mero interés simple o de hecho para encontrarse
legitimado a reclamar. Así, por ejemplo, la concubina podría hacerlo ante la muerte de su compañero; o bien
un hijo de crianza, o aquel lisiado que recibía dádivas, etc. Aclaran que con ello no es posible proteger
situaciones ilegítimas o contrarias a la moral o al orden público (Mosset Iturraspe).
Subsistencia.
El problema de la subsistencia del daño, como requisito de su reparabilidad, es muy discutido en la
doctrina y jurisprudencia. Hay que preguntarse si el perjuicio debe mantenerse hasta el momento de su
evaluación o fijación en la sentencia, o es igualmente reparable aun cuando hubiera desaparecido con
anterioridad. Por ejemplo, una persona rompe un vidrio de una casa, y el dueño promueve el reclamo
judicial por el perjuicio. En el interregno un movimiento sísmico rompe el resto de los vidrios. El problema
radica en si podría alegar el demandado que el vidrio se hubiera destruido igualmente con los otros, y que
con ello exonerarse de responder.
Desde ya que el daño podría desaparecer por de la misma víctima, si ésta repara el vidrio; o de un
tercero, un gestor oficioso que lo hace reparar ante la ausencia temporaria de los dueños.
En estos supuestos no hay dudas de que corresponde la acción. La cuestión se plantea cuando el cese
del perjuicio lo da un hecho fortuito como en el ejemplo anterior.
Compagnucci, al igual que los Mazeaud y Trigo Represas, considera que no es necesario la subsistencia
del daño para su resarcibilidad, porque la lesión al interés protegido ya se produjo, y el derecho a ser
indemnizado nació con anterioridad en cabeza de la víctima.
En cambio, otros autores (sobre todo la doctrina francesa) exigen que para que el daño sea reparable es
necesario que subsista, fundándose en que si el daño desaparece deja de ser actual.
Clases de daños.
Hay diversas clasificaciones del daño:
Daño patrimonial y moral: el daño patrimonial está constituido por la lesión a los intereses económicos
de una persona, ya sea, por afectar las cosas o bienes que componen el patrimonio, o como reflejo a alterar
sus aptitudes, derechos o facultades para producir dichos bienes. El daño patrimonial tiene como primordial
característica que se puede apreciar económicamente la consecuencia que produjo. Lo importante es
determinar los efectos que produce el hecho dañoso, no sobre qué bienes recae. Así, es posible que la lesión
al honor cause un daño patrimonial por la pérdida de la aptitud para comerciar. En cuanto al daño
extrapatrimonial o moral, su caracterización es más compleja (VER DAÑO MORAL MÁS ABAJO).
Daño directo e indirecto: existen tres posibilidades para agrupar esta clasificación. Una de ellas es la que
prevé el Art. 1068 CC. Allí, se indica que el daño es directo cuando recae sobre las cosas o bienes que
componen el patrimonio, y es indirecto en el caso que afectar a la persona misma en sus derechos o
facultades, es decir, en su cuerpo o en honor, etc. Otro criterio se vincula a los sujetos que reciben el hecho
dañoso. Cuando es la misma víctima la que reclama la reparación se trata del damnificado “directo” y
coincidiría con el daño directo. Si se trata de terceros que piden por la lesión de otro, se está en presencia
de los damnificados “indirectos”, o del daño indirecto (Art. 1079, 1084 y 1085).
Por último, el concepto que se utiliza mayormente en la doctrina extranjera, especialmente en Francia e
Inglaterra, juzga que en los casos de daños “indirectos” no existe relación causal adecuada, y por lo tanto no
es posible su indemnización. Desde ya que a los daños directos les alcanza la posibilidad de su resarcibilidad,
por tener vinculación causal entre el hecho y su consecuencia.
Daño emergente y lucro cesante: es la clasificación del daño patrimonial que nos viene del derecho
romano, y fue aplicada en la antigua legislación española. Fischer llama al daño emergente “daño positivo” y
al lucro cesante “ganancias frustradas”.
El daño emergente es aquel que configura un menoscabo en el patrimonio de una persona, y produce
un empobrecimiento; ya sea por la privación de uso o goce de bienes, o deterioro o su destrucción, o
desembolsos o gastos que tuvo que realizar la víctima. Tiene una base certera en su determinación, ya que
su referencia es siempre hacia el pasado.
El lucro cesante, o frustración de ganancias, es siempre el impedimento del incremento patrimonial que
produjo el hecho. Este daño debe ser considerado al establecerse la reparación. Los daño a una máquina no
solo son aquellos que corresponden a los gastos de su reparación, sino que la falta de funcionamiento
durante un cierto tiempo puede causar importantes bajas en la producción.
Este rubro trae como inconveniente su futuridad y, por lo tanto, la falta de seguridad en establecer
cómo realmente hubieran ocurrido las cosas. Habrá que juzgarlo de acuerdo con un criterio objetivo y de
ordinariedad en el curso de los acontecimientos, sin descuidar las particularidades del caso concreto.
El CC se refiere a ambos tipos de daños en el Art. 519, para la responsabilidad contractual, y en el Art.
1069 para la extracontractual, consagrando su resarcibilidad.
Art. 519: “Se llaman daños e intereses el valor de la pérdida que haya sufrido, y el de la utilidad que
haya dejado de percibir el acreedor de la obligación, por la inejecución de ésta a debido tiempo”.
Art. 1069: “El daño comprende no sólo el perjuicio efectivamente sufrido, sino también la ganancia de
que fue privado el damnificado por el acto ilícito, y que en este código se designa por las palabras "pérdidas
e intereses". Los jueces, al fijar las indemnizaciones por daños, podrán considerar la situación patrimonial del
deudor, atenuándola si fuere equitativo; pero no será aplicable esta facultad si el daño fuere imputable a
dolo del responsable”.
Daño moratorio y compensatorio: esta clasificación se corresponde como subcaso del daño patrimonial
contractual. Los daños moratorios son aquellos que están previstos en el Art. 508 y surgen como
consecuencia del estado de mora del deudor, por el retardo imputable. Tienen como rasgo principal que son
reclamables aun ante el cumplimiento voluntario de la prestación principal por el deudor. Para las
obligaciones de dar sumas de dinero, la ley establece que la morosidad hace correr el curso de intereses. El
acreedor moroso también asume este tipo de obligación por su conducta.
Art. 508: “El deudor es igualmente responsable por los daños e intereses que su morosidad causare al
acreedor en el cumplimiento de la obligación”.
Los daños compensatorios se integran por la reparación ante el incumplimiento pleno de la prestación, y
se corresponden con el valor del objeto debido y otras consecuencias indemnizables según el caso particular
(Art. 520 y 521).
Art. 520: “En el resarcimiento de los daños e intereses sólo se comprenderán los que fueren
consecuencia inmediata y necesaria de la falta de cumplimiento de la obligación”.
Art. 521: “Si la inejecución de la obligación fuese maliciosa los daños e intereses comprenderán
también las consecuencias mediatas.
En este caso, no será aplicable el tope porcentual previsto en el último párrafo del artículo 505”.
Daño actual y futuro: los conceptos del daño actual y futuro no corresponden exactamente con su
contenido semántico, sino, tal como ocurre en numerosos supuestos, tienen un sentido técnico-jurídico.
El daño es actual cuando las consecuencias del hecho dañoso se agotaron y produjeron con anterioridad
al dictado de la sentencia judicial que acoge su reparación. Es futuro el que comprende las consecuencias
perjudiciales que seguramente se producirán con posterioridad al pronunciamiento judicial. Es dable ver que
el momento para determinar uno de otro es el de la sentencia, no el de acaecimiento del hecho.
Un ejemplo que aclara la diferenciación sería: Juan resulta víctima de un accidente y sufre la fractura de
una pierna; a raíz de ello debe afrontar gastos de internación, asistencia médica, medicamentos, etc.,
también, se le indica que más adelante, y para restablecerse definitivamente, deberá ser intervenido
quirúrgicamente. Al dictado de la sentencia demuestra los pagos de los primeros rubros y además mediante
una pericia médica prueba la necesidad de la operación. El juez deberá hacer lugar como daño actual a lo
primero y como futuro a lo que implique la cirugía posterior.
Daño intrínseco y extrínseco: es una clasificación propia de la responsabilidad contractual, que la
doctrina anterior a la reforma de la ley 17.711 tuvo muy en cuenta, y ello en razón de los problemas que
trajo la interpretación del anterior texto del Art. 521.
Los daños intrínsecos son los que corresponden a la prestación prometida por el deudor. En cambio, los
extrínsecos son aquellos que se producen en otros bienes del acreedor. El célebre ejemplo de Pothier refería
a esta distinción: si alguien vendía una vaca enferma, los intrínsecos era el valor del animal, si este moría; si
a su vez contagiaba la enfermedad al resto de los animales, esa pérdida era considera el daño extrínseco.
Daño al interés negativo y al interés positivo: tuvo su origen en la doctrina germana y resulta de
evidente interés práctico, aunque paradójicamente es de poca utilización por la jurisprudencia.
El daño al interés positivo se refiere a la responsabilidad contractual y se corresponde con el valor de la
prestación prometida y las demás consecuencias resarcibles. Es siempre una reparación de equivalencia con
la obligación incumplida, ya que es necesario dejar al acreedor en la misma situación que si el contrato se
hubiera cumplido.
La otra categorización, también llamada al daño al interés de confianza, viene a reparar las
consecuencias de la frustración de la expectativa contractual, ya sea porque no se perfeccionó o se resolvió
o se anuló. Esta reparación, que tiene una mirada hacia el pasado, tratará de dejar al acreedor en la
situación en que estaba anteriormente, con lo cual reparará los gastos, erogaciones (pagos) que hubiere
hecho en consideración al futuro contrato, como asimismo los beneficios no obtenidos por ello.
Para Llambías el distingo se funda en la virtualidad del título en que se apoya la pretensión. En el interés
positivo son las perspectivas favorables del resultado del cumplimiento. En el negativo la invalidez o su
ineficacia hacen carente de esa virtualidad al acto.
Daño antijurídico y no antijurídico: la diferencia que puede existir entre el daño llamado “antijurídico” y
el que no lo es, no constituye una distinción tradicional, es creación de la doctrina italiana. Compagnucci la
incluye porque sirve para clarificar algunos supuestos legales que quedan injustificados, o bien justificados
con argumentos pocos sólidos.
Si bien la ilicitud o antijuridicidad y el daño tienen su propia órbita de influencia, y ambos son conceptos
independientes, generalmente la nota de antijuridicidad se extiende al daño porque, ante el hecho nocivo, el
derecho tiene una respuesta de oposición en protección a un interés jurídico.
Excepcionalmente, la ley presenta algunos casos de daños en los que da preferencia a otro interés, sin
perjuicio de otorgar una compensación a favor de quien ve sacrificado su interés. Se trata así de daños
jurídicos o no antijurídicos que son excepcionales, pero no por ello dejan de integrar el género.
El CC trae algunos ejemplos de ellos: así, el Art. 2553 establece que quien denuncia tesoro en terreno
ajeno puede buscarlo aun sin consentimiento del dueño, debiendo garantizar la indemnización de los daños;
o el Art. 2627, que permite colocar andamios u otros servicios e inmueble ajeno para realizar las obras
propias, pero orden la indemnización de los daños que con ello se produzcan. Se podrían incluir dentro de
este supuesto las indemnizaciones derivadas de las consecuencias daños realizadas por estado de necesidad,
de la expropiación por causa de utilidad pública, de los actos ilícitos del Estado, etc.
Daño moral.
Carece el daño moral de un concepto unívoco, ya que se lo ha caracterizado de diferentes maneras; se
trata de esos criterios jurídicos difíciles de precisar debidamente.
Para una corriente, que tiene bastante eco en la doctrina nacional y extranjera, el daño moral no es otra
cosa que un concepto de oposición al del daño patrimonial; significa ello que sería todo aquel perjuicio que
no fuera patrimonial.
Otros, siguiendo un poco la definición que en nuestro CC aparecía en el derogado Art. 1078, y la
clasificación y naturaleza de los derechos lesionados, dicen que el daño moral es aquel que hiere afecciones
legítimas, la lesión al honor, el dolor, la angustia, la aflicción espiritual o física, los padecimientos, etc., que
recibe la víctima por el hecho dañoso.
Una importante doctrina considera que el daño extrapatrimonial es aquel que produce la violación de un
derecho personalísimo, o de la “personalidad”. Derechos que garantizan al sujeto el señorío sobre una parte
esencial de su propia personalidad. Así, serían daños morales aquellas lesiones a la salud, la integridad física
o psíquica, la privacidad, la vida íntima, la paz, el honor, la libertad, etc.
También se juzga que el daño moral es el que es posible analizar según los resultados o consecuencias
del hecho dañoso antijurídico. Es que el daño no es, ni se identifica con el hecho ni con el derecho afectado,
sino con la consecuencia que la ley prevé. Ése fue el entendimiento dado por Compagnucci, y se debe
considerar, no la naturaleza de los derechos lesionados, sino a los efectos legales de la lesión.
En cuanto a su duración, aparece poco veraz la afirmación, y además no hay norma legal que lo
establezca, ni siguiera para los daños patrimoniales. Quizá el problema mayor resida en establecer el importe
de la reparación. Pero se ha dicho que no se trata de “intercambiar” bienes en una función de equivalencia,
sino de satisfacer y compensar con dinero los sufrimientos y dolores experimentado, que las indemnizaciones
y también otras estimaciones pecuniarias tienen siempre un cierto grado de discrecionalidad, lo cual no es
óbice o impedimento para no reparar.
Tesis negatoria relativa.
Otros autores han considerado que el daño moral solo era procedente en determinados casos.
Así, por ejemplo, los juristas de Estraburgo (Aubry y Rau) sostenían que la reparación era solo
procedente en la medida en que se tratara de un hecho grave que diera lugar a una sentencia criminal
condenatoria. Esta tesis siguió el codificador argentino en el Art. 1078.
En la doctrina francesa, piensan que solamente es viable este tipo de resarcimiento cuando concurre con
un daño material. Entre nuestros autores, Llambías mantuvo toda su vida el pensamiento de que el daño
moral solo debía repararse cuando el sujeto demandado hubiera obrado dolosamente, pues el “agravio oral”,
tal como lo nomina la ley argentina, importaría una actitud de pretender el perjuicio a otro, que lo hace
merecedor de una mayor sanción.
Tesis amplia.
Esta tesis es hoy mayoritaria, ya que cree en la procedencia de todos los supuestos donde hay y se
puede probar dicho perjuicio, tanto en el ámbito contractual como en el extracontractual. Se bifurca en otra
cuestión que fundamenta la procedencia: si se trata de una “pena privada” o bien de una “reparación”.
» Pena privada: para esta corriente, la indemnización del daño moral no viene a compensar el agravio
sino que tiene en mira el castigo al autor del hecho. Los autores que piensan que no es posible evaluar la
reparación, ven en este sistema una medida ejemplificativa, una especie de pena civil, o sanción ejemplar.
Sostenía Salas que el derecho de la responsabilidad civil, en esto, colmaba una de sus aspiraciones: la
prevención. Además de Salas, siguen esta postura Llambías, Ripert, Demogue, Savatier, y otros.
La tesis de la penalidad tiene un valor práctico, ya que el demandado se libera pagando una sola vez la
indemnización y queda exento de reclamos posteriores por otros damnificados del mismo hecho.
» Reparación: algunos autores dicen que el daño moral se resarce y no se repara, porque existe
imposibilidad de volver al estado anterior. La mayoría considera la sinonimia de ambos términos y los usa
indistintamente. Lo cierto es que para gran parte de la doctrina, el resarcimiento del daño moral tiene un
eminente carácter reparatorio o compensatorio, y no constituye una pena civil. El dinero cumple varias
funciones en la vida jurídica y una de ellas es la de satisfacción de necesidades materiales y espirituales, por
ello puede servir para compensar los sufrimientos psíquicos del damnificado. Esta corriente es mayoritaria
entre nuestros autores, y Compagnucci participa de ella, junto con Busso, Lafaille, Colmo, Borda, Cazeaux,
Trigo Represas, etc.
Tesis intermedia o sincrética.
Es la tesis seguida por la doctrina española; que considera que para el autor del hecho significa una
penalidad, mientras que para la víctima constituye una reparación.
La reforma del año 1968 cerró el debate, ya que modificó el texto del Art. 1078 para la responsabilidad
contractual e introdujo una nueva redacción al Art. 522, que ahora prescribe la posibilidad de su reclamo en
la órbita contractual.
Art. 522: “En los casos de indemnización por responsabilidad contractual el juez podrá condenar al
responsable a la reparación del agravio moral que hubiere causado, de acuerdo con la índole del hecho
generador de la responsabilidad y circunstancias del caso”.
Actualmente, salvo la opinión de Llambías, que piensa que allí se define al “agravio moral”, que resulta
una situación más grave que la del daño moral, y por ello solo procede la indemnización ante el dolo del
demandado, el resto de la doctrina y jurisprudencia consideran que no hay distinción y debe aceptarse su
indemnización en todos los supuestos de hechos ilícitos, ya sean delitos o cuasidelitos civiles, haya o no
delito de derecho criminal.
El Art. 522 introduce la reparación del daño moral contractual. En las primeras interpretaciones que se
hicieron, los autores dividieron sus opiniones entre aquellos que subrayaron que al decir la ley que “los
jueces podrán” estaba dando una facultad al magistrado para otorgar o no la reparación según las
circunstancias del caso, sin obligarlo necesariamente a su procedencia (Llambías, Cazeaux, Salas); otra
doctrina, que la redacción no impide la equiparación, y los jueces deben, si ello es procedente, conceder la
indemnización en todos los supuestos.
perjuicio, se logra con la reparación en especie. El dinero tiene como riesgo su propia depreciación por la
inflación, que puede perjudicar al acreedor; y asimismo que siempre que así se fija, su importe es de alguna
arbitrariedad.
Ambos sistemas tienen sus ventajas e inconvenientes. La experiencia judicial indica que los acreedores
generalmente reclaman la indemnización pecuniaria, salvo en los supuestos de incumplimiento contractual
cuando se pide el cumplimiento in natura, que no es el caso.
El CC siguió la tendencia romanista y consagró el sistema de la reparación dineraria. El viejo Art. 1083
establecía que, salvo cuando fuera posible restituir el objeto del delito, la indemnización debía darse en una
suma dineraria. El principio fue receptado por la jurisprudencia sin controversia, y salvo algunas voces de
juristas relevantes, como Salas, el resto de la doctrina se atuvo al texto legal. Se lo aplicaba también para los
cuasidelitos, que no estaban en la palabra del artículo.
Siguiendo lo propuesto por el III Congreso de Derecho Civil (Córdoba, 1961), la ley 17.711 modificó el
texto del Art. 1083, estableciendo ahora:
Art. 1083: “El resarcimiento de daños consistirá en la reposición de las cosas a su estado anterior,
excepto si fuera imposible, en cuyo caso la indemnización se fijará en dinero. También podrá el damnificado
optar por la indemnización en dinero”.
Así, se sigue lo que disponen el CC alemán y el italiano.
El nuevo Art. 1083 brinda dos excepciones a la regla, donde aparece la reparación en dinero: en el
supuesto en que no sea posible la reparación específica, y cuando la víctima opte por el reclamo pecuniario.
Debió también establecer (aunque no lo hizo) que la reparación debe ser fijada por el juez en dinero cuando
resulte excesivamente onerosa para el deudor.
Reparación legal: está dada por la misma ley, que taiga el importe.
Reparación convencional: es la que estipulan las partes, anticipadamente, como en la cláusula penal, o
en la señal o arras.
Las intrínsecas son aquellas que modifican los elementos del mismo daño. Ej.: una persona resulta
lesionada gravemente, pero con el tiempo mejora y las lesiones que parecían permanentes adquieren otro
carácter; o lo contrario, lesiones muy leves se agravan y le producen la muerte.
Las alteraciones extrínsecas son las que hacen a la desvalorización monetaria, pues la cifra necesaria
para la indemnización cambia en su poder adquisitivo.
Un ejemplo a ver: el hecho dañoso (lesiones o incumplimiento contractual) se produce en marzo de
1988; la demanda se promueve en junio de 1989, y la sentencia se dicta en agosto de 1992. En tal caso no
se sabe cuál es la fecha que debe considerar el juez como valor del perjuicio: la del hecho, la del reclamo en
justicia, o la de la sentencia. Desde ya que los valores no son coincidentes. Nuestra jurisprudencia declara
que la indemnización debe ser fijada al momento del fallo.
Para el análisis del problema, primero hay que considerar a las variaciones intrínsecas y además si
dichos cambios tienen o no nexo causal con el hecho originario. Si ello ocurre porque su aminoración o
agravación tienen vinculación directa y son consecuencia causal con el hecho dañoso, el juez debe
considerar el valor a la sentencia. Por ejemplo, si alguien reclama por una incapacidad de un 100%, pero
durante el juicio mejora y esa incapacidad se reduce a un 50%, es este último valor el que debe aceptarse.
Si se promete una cierta mercadería de un valor de 20 y durante el juicio se incrementa a 30, el juez debe
tomar el mayor. Es decir, siempre al momento de la sentencia.
Otra cuestión se presenta cuando el agravamiento o aminoración se unen a una circunstancia no
vinculada causalmente con el hecho dañoso. Por ejemplo, una persona pierde un ojo en un accidente y
reclama la indemnización por la incapacidad visual; en el interregno (período de tiempo, o intervalo) pierde
el otro ojo, la cuestión radica en si puede pedir la indemnización por la ceguera. Evidentemente no, ya que el
demandado solo es responsable por lo que causó, no por los otros daños.
Si se reclama por lesiones y después de ello se produce la muerte por otra circunstancia ajena al
demandado, según los Mazeaud, quienes han tratado toda cuestión con detalles: primero no corresponde
ningún tipo de reparación por la muerte, y segundo, desaparecería cualquier indemnización por daños
sucesivos; por ejemplo, el sufrimiento físico o moral que se había condenado a pagar “de por vida”, o el
resarcimiento por incapacidad laboral, etc.
En el caso muy particular en que se debiera la entrega de una cosa; la que tiene un valor de 50 a la
fecha del reclamo y por circunstancias especiales (no por depreciación monetaria) se incrementa su valor a
100, el deudor debe hacer frente a ese mayor valor. Y esto es así porque él quedó obligado a la entrega de
ese objeto y no existía una cristalización dineraria en la valuación. En este supuesto, el juez podrá aplicar lo
dispuesto en el Art. 1069.
Art. 1079: “La obligación de reparar el daño causado por un delito existe, no sólo respecto de aquel a
quien el delito ha damnificado directamente, sino respecto de toda persona, que por él hubiese sufrido,
aunque sea de una manera indirecta”.
Las variaciones extrínsecas, es decir, aquellas relacionadas con la depreciación de la moneda, deben ser
consideradas por el juez ene l momento de la sentencia. Nuestro país tiene una gran experiencia en todo
ello, y la jurisprudencia aplicó permanentemente el reajuste del importe indemnizatorio “hasta el momento
del efectivo pago”, a fin de evitar la desvalorización del dinero. Para este momento, es necesario tener en
cuenta lo que dispone la ley de convertibilidad (23.928), en cuanto a la imposibilidad de actualizar deudas
dinerarias y la situación de las obligaciones de valor, etc.
En cuanto a los daños sobrevinientes, que resultan posteriores a la sentencia definitiva y no pudieron
preverse como daños futuros por el juzgador, serían casos de agravamientos impensados de hechos dañosos
anteriores o de un perjuicio nuevo no previsto. La cuestión es si es posible “reabrir” la causa judicial y
pretender su reclamo en ese mismo expediente, es necesario promover un nuevo juicio. Orgaz, Llambías y
Trigo Represas, en tesis que comparte Compagnucci, sostienen la necesariedad de un nuevo proceso;
mientras que Spota considera posible la modificación del pronunciamiento a favor de la víctima.
condena, o dando facultades para su cumplimiento; no siendo rígida la norma él tendrá la potestad de hacer
uso o no de ella. Se dan como condiciones de aplicación:
• La situación económica del deudor.
• La situación económica de la víctima, pues si se asimila a la anterior, no es posible ejercitar la facultad
moderadora en desmedro del dañado indigente.
• La inexistencia de dolo.
• Que no se aplique de oficio, es decir, debe ser siempre pedida por el interesado.
Por su ubicación metodológica, la norma se aplica a la responsabilidad extracontractual; pero queda el
interrogante de si es posible su extensión a supuestos de responsabilidad contractual. Compagnucci
considera que es perfectamente trasladable a este tipo de relación, siempre que no se trate de la condena a
la sustitución por el incumplimiento de la entrega de una cosa cierta o de cosas inciertas.
Cláusula penal.
Ejerciendo el poder que otorga el principio de la autonomía de la voluntad, las partes de un contrato
pueden prefijar el importe de los daños y perjuicios que genere el incumplimiento de los diversos aspectos;
ello comporta una cláusula penal. Mediante este convenio, si el deudor no cumple la prestación principal, se
compromete a dar alguna cosa al acreedor para compensarle la falta de ejecución.
Con la cláusula penal, además de pactarse el importe del daño se refuerza el vínculo contractual, pues
se ejerce una especie de compulsión psicológica para evitar que el deudor no cumpla.
Es un instituto de aplicación corriente en nuestras costumbres jurídicas y de juzgamiento frecuente por
los tribunales nacionales. Así, hay cláusulas penales cuando, por ejemplo, en los contratos de locación de
cosas se conviene que si el locatario no entrega el bien en el término previsto debe abonar una suma
dineraria por cada día de atraso; o cuando el vendedor acuerda con el comprador, en las ventas a plazo, que
las cuotas abonadas quedarán a favor del primero si se resuelve el contrato por falta de pago en término; o
si una persona se obliga a prestar una actuación artística, o realizar un trabajo determinado, en caso de
incumplimiento se le impone una sanción económica; si el mutuario de una obligación pecuniaria se obliga a
pagar “intereses moratorios o punitorios” por la no devolución del dinero en el término acordado, etc.
Concepto y definición
El Art. 652 CC da una definición de la cláusula penal:
Art. 652: “La cláusula penal es aquella en que una persona, para asegurar el cumplimiento de una
obligación, se sujeta a una pena o multa en caso de retardar o de no ejecutar la obligación”.
La fuente de la norma fue el CC chileno, y mediatamente el CC francés. Este último dice: “La cláusula
penal es aquella por la cual una persona, para asegurar el cumplimiento de una convención, se obliga a
alguna cosa en caso de incumplimiento”.
Para la doctrina española, “la cláusula penal es una obligación accesoria que las partes agregan a una
obligación principal al objeto de asegurar el cumplimiento de ésta, imponiendo a cargo del deudor una
prestación especial para el caso de que incumpla su obligación o no la cumpla de modo adecuado”.
Entre nosotros, Llambías sostiene que “la cláusula penal es una estipulación accesoria a una obligación
principal, por la cual el deudor deberá satisfacer una cierta prestación si no cumple lo debido o lo cumple
tardíamente”.
De todas las definiciones mostradas, se advierten algunos términos comunes:
• Que es una obligación accesoria.
• Que se impone al deudor ante diversos tipos de incumplimiento.
• Que lleva y tiende a asegurar el debido cumplimiento de la prestación principal.
• Que se han anticipado a la valuación de ciertos daños.
• Que su carácter es típicamente convencional.
Antecedentes históricos.
En el derecho romano, la stipulatio pænæ era una obligación de tipo condicional que se hacía exigible
ante la frustración de la principal. Se consideraba que era “propia” cuando se constituía coetáneamente con
la principal y tenía carácter accesorio no acumulativo. En cambio, se hablaba de una stipulatio pænæ
impropia cuando aseguraba obligaciones no exigibles, como las naturales, ineficaces o nulas.
En la época clásica servía para reforzar obligaciones no exigibles (pactos desprovistos de acción, de
buena fe); en cambio, en las exigibles, como en las del derecho estricto, o en las civiles, la pena servía como
fijación anticipada de los daños.
En el derecho justinianeo cuando el deudor pagaba la cláusula disponía de una exceptio doli si el
acreedor le reclamaba la prestación principal; ambas acciones se excluían, pero si había un excedente entre
lo pagado y lo debido, dicha diferencia era exigible.
Durante la Edad Media también se aplicaron este tipo de penas; en algunos casos fue limitada su
exigencia hasta el doble de la prestación principal (Fuero Real, etc.). En el Fuero de Soria, en España, donde
no se admitía que el sol consenso obligara en la compraventa, las cláusulas penales convencionales hacía
exigible a la obligación.
Funciones.
Modernamente, la cláusula penal cumplimenta dos funciones principales (la compulsiva y la resarcitoria)
y una secundaria (la resolutoria).
Función compulsiva: para una buena parte de la doctrina, la función coercitiva, compeliendo (obligar a
uno a que haga lo que no quiere mediante fuerza o intimidación) psicológicamente al deudor al
cumplimiento voluntario, es la más importante de las que se le asigna a la cláusula penal. Por su carácter
típicamente sancionatorio y además gravoso, que ordinariamente adquiere la cláusula, es evidente que esta
función juega un papel importante en el análisis del instituto.
Función resarcitoria: son los prácticos del derecho, incluso los neófitos (persona recién convertida a una
religión; persona adherida recientemente a una causa o a una colectividad), quienes mejor han meritado
este carácter. La cláusula penal sirve para predeterminar el importe de los daños y perjuicios que derivan del
incumplimiento.
Función resolutoria: como característica secundaria, se ha planteado entre nuestros autores el
interrogante de si la cláusula penal tiene o no una función resarcitoria.
Es sabido que el contratante cumpliente puede ejercer el derecho de optar entre el pedido de
cumplimiento o la resolución. La cuestión es si cuando se ejercita el derecho al reclamo de la cláusula se está
tomando el camino de la resolución y, por ende, de allí surgiría dicho carácter. Claro que esto ocurrirá solo
en las cláusulas penales compensatorias.
El hecho que da origen a la resolución es el cumplimiento, no el ejercicio del reclamo de la cláusula
(Llambías); de allí que este carácter no aparece con la nitidez que sus defensores le asignan. El pedido de
exigencia de la cláusula es nada más que un sendero indirecto que arrastra la consecuencia de la resolución.
Clases.
Hay dos clases de cláusulas penales:
Cláusula penal moratoria: es aquella que se pacta para el supuesto de mora del deudor, e integra los
daños moratorios (Art. 654 y 655). Tiene una característica importante: el acreedor puede acumular la
pretensión por el importe de la pena con más lo que corresponda por el incumplimiento de la prestación
principal (Art. 659).
Art. 654: “Incurre en la pena estipulada, el deudor que no cumple la obligación en el tiempo convenido,
aunque por justas causas no hubiese podido verificarlo”.
Art. 655: “La pena o multa impuesta en la obligación, entra en lugar de la indemnización de perjuicios e
intereses, cuando el deudor se hubiese constituido en mora; y el acreedor no tendrá derecho a otra
indemnización, aunque pruebe que la pena no es indemnización suficiente”.
Art. 659: “Pero el acreedor no podrá pedir el cumplimiento de la obligación y la pena, sino una de las
dos cosas, a su arbitrio, a menos que aparezca haberse estipulado la pena por el simple retardo, o que se
haya estipulado que por el pago de la pena no se entienda extinguida la obligación principal”.
Cláusula penal compensatoria: sustituye a los daños por el incumplimiento de la prestación principal y,
como consecuencia de ello, no es posible adicionarla con dicho objeto (Art. 655 y 659).
Objeto.
Puede tener como contenido cualquiera de los objetos de prestación, ya sea de dar, de hacer o de no
hacer. Lo corriente es que se trate de una obligación de dar sumas de dinero, pero ello no es excluyente. Así
lo dispone el Art. 653:
Art. 653: “La cláusula penal sólo puede tener por objeto el pago de una suma de dinero, o cualquiera
otra prestación que pueda ser objeto de las obligaciones, bien sea en beneficio del acreedor o de un 3ro”.
Caracteres.
Tiene los siguientes caracteres:
Es accesoria: en nuestra legislación, la cláusula penal siempre tiene vinculación jurídica con un negocio
principal, y de ese depende su existencia y virtualidad. Cuando el codificador da un ejemplo de accesoriedad
con relación a los objetos, cita a la cláusula penal. Como consecuencia de ello, y como regla, la existencia y
validez de la principal contagia a la cláusula penal (Art. 663 y 665).
Art. 663: “La nulidad de la obligación principal causa la nulidad de la cláusula penal; pero la nulidad de
ésta deja subsistente la obligación principal”.
Art. 665: “Si la obligación principal se extingue sin culpa del deudor queda también extinguida la
cláusula penal”.
La doctrina nacional y extranjera citan supuestos que configurarían excepciones al principio de la
accesoriedad. Así, en el caso previsto del Art. 526 para las cláusulas accesorias “ilícitas”, cuando impliquen
condiciones, hacen nulo a lo principal. Colmo sostiene que cuando la pena ilícita entraña una verdadera
condición que subordina a la principal, lleva a la nulidad de ésta.
Otro ejemplo de excepción es el previsto en el Art. 666. Cuando la cláusula penal es puesta para
asegurar el cumplimiento de una obligación natural que no sea reprobada por la ley, se hace exigible la
pena. Ello será así en tanto se pueda reclamar la cláusula, ya que si ésta también es una obligación natural,
por ejemplo, porque prescribió, no se altera en nada la regla de la accesoriedad.
Art. 666: “Las cláusula penal tendrá efecto, aunque sea puesta para asegurar el cumplimiento de una
obligación que no pueda exigirse judicialmente, siempre que no sea reprobada por la ley”.
La promesa del hecho de tercero (o, como la llama la doctrina francesa, de porte fort) está legislada en
el Art. 664.
Art. 664: “Subsistirá, sin embargo, la obligación de la cláusula penal, aunque la obligación no tenga
efecto, si ella se ha contraído por otra persona, para el caso de no cumplirse por ésta lo prometido”.
Allí, aparentemente se daría una alteración a la regla de lo accesoria cuando una persona se obliga, con
una cláusula penal, a que otro realice una prestación. En caso de no cumplirse por el tercero, subsiste la
obligación por la penalidad. Ello, en realidad, no consagra una excepción, pues la obligación del deudor es
propia y directa, y por ende su incumplimiento configura la consiguiente responsabilidad.
La venta de cosa ajena lleva consigo la nulidad del acto. Si se convino una cláusula penal a favor del
comprador, éste puede exigir el importe de la pena, es decir, la nulidad de lo principal no impide el reclamo
de lo accesorio. Algunos autores, como Llambías, niegan que se pueda reclamar la penalidad cuando la
nulidad ha sido pedida por el comprado.
Es condicional: la virtualidad de la cláusula penal está cometida al cumplimiento o incumplimiento de la
prestación principal, y ello hace a su carácter de “condicional”, lo que no es confundible con la condición
como modalidad de las obligaciones o de los negocios jurídicos.
Es subsidiaria: es decir, que ingresa en lugar de la prestación principal; en ese sentido, el Art. 659
dispone que el acreedor no puede acumular ambas prestaciones, aunque tiene derecho de opción.
Correlativamente, y en concordancia con ese principio, el deudor no tiene la facultad de desobligarse
entregando la pena (Art. 658).
Art. 658: “El deudor no podrá eximirse de cumplir la obligación, pagando la pena, sino en el caso en
que expresamente se hubiese reservado este derecho”.
Es inmutable: significa que después de pactada la cláusula no es posible cambiarla, ni pretender un
incremento o disminución. Así lo establece el Art. 655 y 656 (indirectamente). El acreedor no se encuentra
obligado a demostrar que sufrió daños para pedir la pena y el deudor aunque probare esa circunstancia, no
se exime de pagar.
Art. 656: “Para pedir la pena, el acreedor no está obligado a probar que ha sufrido perjuicios, ni el
deudor podrá eximirse de satisfacerla, probando que el acreedor no ha sufrido perjuicio alguno.
Los jueces podrán, sin embargo, reducir las penas cuando su monto desproporcionado con la gravedad
de la falta que sancionan, habida cuenta del valor de las prestaciones y demás circunstancias del caso,
configuren un abusivo aprovechamiento de la situación del deudor”.
El codificador siguió el sistema romano y el derecho francés, y los demás códigos que continuaron esta
tendencia, como el uruguayo, el guatemalteco, el holandés, el español, etc.
El código suizo, alemán, portugués e italiano, admiten que los jueces puedan reducir la cláusulas
penales excesivas.
Antes de la reforma de la ley 17.711, los tribunales nacionales dictaron innumerables sentencia que,
ante cláusulas penales gravosas y desproporcionadas, ordenaban su reducción equitativa. Se fundaron
dichos pronunciamientos en el principio del abuso del derecho, la equidad, la moral y las buenas costumbres,
etc., tomándose como base legal lo dispuesto en el Art. 953 sobre el objeto de los actos jurídicos.
La ley 17.711 agregó un párrafo al Art. 656, que permite que los jueces disminuyan el monto de las
penas cuando éstas fueren desproporcionadas con relación a la falta que sancionan y, además, configuren
un abusivo aprovechamiento de la situación del deudor.de donde surgen dos elementos para la morigeración
(moderación de los excesos en los sentimientos y en las acciones):
» Elemento objetivo: integrado por la desproporción de la prestación y la pena. El juez deberá
considerar si se da esta desproporción sin descuidar que la cláusula debe mantener su función compulsoria y
el supuesto particular que la misma sanciona, especialmente la conducta del deudor.
» Elemento subjetivo: es el abusivo aprovechamiento de la situación del deudor. Muchos autores
relacionan este elemento con lo que el mismo CC dispone en cuanto a la lesión subjetiva 8Art. 954), aunque
esta característica aparece presumida cuando surja la anterior.
La prueba de estos extremos corre por cuenta de quien la invoca (el deudor), salvo que sean notorios y,
consecuentemente, no sea necesaria su demostración; en ese caso, los jueces pueden aplicar de oficio su
potestad de morigerar la cláusula. También cede el carácter de inmutable ante el cumplimiento parcial,
irregular o fuera del lugar y del tiempo, de la prestación principal. En ese sentido, se expide el Art. 660.
Art. 660: “Si el deudor cumple sólo una parte de la obligación, o la cumple de un modo irregular, o
fuera del lugar o del tiempo a que se obligó, y el acreedor la acepta, la pena debe disminuirse
proporcionalmente, y el juez puede arbitrarla si las partes no se conviniesen”.
Es necesario que el acreedor haya recibido ese cumplimiento y además que haya hecho la reserva
suficiente para reclamar lo accesorio. Para establecer la “proporcionalidad” que corresponde satisfacer como
penalidad, se han propuesto varias soluciones.
Compagnucci adhiere a la opinión de Busso, quien considera que hay que tomar en cuenta el valor de
reemplazo, proporcionándolo al valor de la cláusula penal que se hubiera dado por la totalidad de la
prestación. Algunos autores consideran que la inmutabilidad tendría excepciones: cuando se reclama el
resarcimiento por daños no previstos en la cláusula, o cuando el incumplimiento fuera doloso, o si bien ante
penas ínfimas o totalmente despreciadas por la desvalorización del signo monetario.
Si se está en presencia de “otros daños”, éstos tienen autonomía con respecto a la cláusula y se
encuentran desvinculados de ésta. En caso de incumplimiento doloso, la misma ley establece que se pueden
reclamar por las consecuencias mediatas, que aparentemente exceden lo previsto en la cláusula.
Por último, ante la desvalorización monetaria, la jurisprudencia de la CSJN y tribunales inferiores (antes
de la ley de convertibilidad) autorizó la actualización considerando que ello no modificaba su valor intrínseco,
sino solo el importe nominal. No hay en estos supuestos derogación del principio de inmutabilidad.
Es de interpretación restrictiva: es aplicación del principio del favor debitoris, la interpretación de las
cláusulas que hagan los jueces debe ser restrictiva. Por ello, no sería posible extender una cláusula
compensatoria para sancionar la mora del deudor; o hacerla más gravosa de lo convenido; o, en la duda de
si se convino o no, puede el juez considerar que fue pactada.
Exigibilidad. Condiciones.
Cuando se hace exigible la cláusula penal y qué condiciones deben reunirse para ello, es un interrogante
que debió tener una respuesta simple y sencilla, siguiendo los lineamientos generales de la legislación civil.
Casi todos los autores nacionales dan como condiciones las siguientes:
El incumplimiento: da lugar a la responsabilidad. Es el que es imputable a título de culpa o de dolo del
deudor, y para el funcionamiento de la cláusula penal no existe una situación de excepción. Así lo enumera
la primera parte del Art. 654. Sin embargo, al concluir el texto enuncia que aunque por justas causas no
hubiese podido verificarlos; lo cual autorizó a algunos autores a pensar que, aún el caso fortuito obligaba al
deudor. Ello no es el entendimiento de la ley. Allí se quiere decir que el deudor para eximirse de responder,
no puede invocar algunos hechos nimios (insignificantes o sin importancia), o cuestiones personales, ni su
buena voluntad, o buena fe, etc.
La morosidad: el tema radica en si es necesario que el deudor sea moroso para que se pueda reclamar
la penalidad, y además si es necesario interpelar para llevarlo a ese estado jurídico.
La duda surge en virtud de lo que, en aparente contradicción, disponen los Art. 654 y 655. Mientras que
el primero habla solo del incumplimiento, el segundo exige la constitución en mora.
Ello llevó a que en nuestra doctrina se dieran diferentes opiniones. Por ejemplo, que cuando se
conviniera una cláusula penal la mora se produciría por el solo transcurso del tiempo (Machado); o si l pena
es moratoria, la mora es automática, y si es compensatoria, habría que interpelar (Borda; o que el Art. 654
consagra el principio general y el Art. 655 indica desde qué momento se debe la pena (Lafaille, Colmo, De
Gásperi, Llambías, etc.).
Compagnucci considera que el CC exige que el deudor sea moroso para que se pueda reclamar la
cláusula, sea ésta moratoria o compensatoria; y al estado de mora se llegará conforme lo dispuesto en el
Art. 509. Reafirmando este razonamiento, el Art. 657 establece que en las obligaciones de no hacer, se debe
la pena desde el incumplimiento, porque allí el incumplimiento absorbe a la morosidad.
La imputabilidad del deudor.
Efectos.
La cláusula penal extiende sus efectos hacia ambas partes de la relación contractual.
En relación al deudor En relación al acreedor.
Resulta un medio de coerción que le Éste puede optar entre exigir la prestación
impone el cumplimiento, y además le principal o penalidad, cuando ésta es
permite conocer anticipadamente cuál es el compensatoria, lo cual lleva a pensar que están
importe de los daños. El Art. 658 le impide ante una obligación alternativa impropia, pues la
ejercer el derecho de pagar con el objeto elección le corresponde al titular activo de la
Efectos de la cláusula, ya que debe cumplir lo relación. Si la pena es moratoria o el acreedor
principal, salvo en el caso que así lo hizo reserva para reclamar ambas, puede
hubiera convenido. acumular la prestación y la cláusula (Art. 659).
El deudor no se exime del pago de la pena, El acreedor, por su parte, no necesita demostrar
aún probando que no existió ningún la existencia de daño alguno para hacer efectivo
perjuicio (Art. 656). su derecho (Art. 656).
Sujetos plurales.
El CC resuelve los supuestos en que se conviene una cláusula penal, y los sujetos de la obligación son
plurales, es decir, varios acreedores y un deudor, o varios deudores y un acreedor, o ambos sujetos
combinados.
Si la cuestión tiene alguna complejidad, se puede decir que si la prestación principal tiene el mismo
género que la cláusula penal, no hay ninguna dificultad (Art. 661); por ejemplo, una prestación divisible y
cláusula igual: si el deudor incumple, solo debe la proporción de la cláusula.
Art. 661: “Sea divisible o indivisible la obligación principal, cada uno de los codeudores o de los
herederos del deudor, no incurrirá en la pena sino en proporción de su parte, siempre que sea divisible la
obligación de la cláusula penal”.
Por otra parte, el carácter divisible o indivisible de la prestación principal no ejerce mayor influencia en el
cumplimiento de la pena divisible, ya que el acreedor solo puede reclamar a cada deudor culpable la parte
proporcional.
Si la prestación principal es solidaria, la pena debe ser cumplida íntegramente por cualquiera de los
deudores (Art. 662).
Art. 662: “Si la obligación de la cláusula penal fuere indivisible, o si fuere solidaria aunque divisible,
cada uno de los codeudores, o de los coherederos del deudor, queda obligado a satisfacer la pena entera”.
Cuando la cláusula penal es indivisible y la principal divisible, el Art. 662 también establece que cada
deudor está obligado a satisfacer la pena entera, lo que llevó a sustentar opiniones encontradas.
Para la mayoría de la doctrina, no corresponde distinguir, y aún los que hubieran cumplido la prestación
principal quedan obligados por toda la pena.
Llambías, Salvat y De Gásperi consideran que solo deben la prestación de la cláusula penal aquellos que
incumplieron, pues la culpa o el dolo, en las obligaciones mancomunadas divisibles o indivisibles, es personal
y no traslada efectos. Esta opinión es la más ajustada al sistema de la ley argentina.
Arras o señal.
La señal o arras es otra de las maneras de estipular la fijación convencional del valor del daño.
Arrha es un vocablo de origen fenicio, que encierra un sentido de garantía, o una especie de fianza real.
Históricamente, así se denominaba a la donación que hacía el esposo a la cónyuge en el acto de
celebración del matrimonio y como compensación por la dote que ésta aportaba; también a las monedas que
se entregaban como prueba de ese matrimonio; o las liberalidades propter nuptias, que se daban en
demostración de las cualidades personales de alguno de los cónyuges.
En el derecho romano clásico, y en los contratos, las arras aseguraban el cumplimiento y reforzaban el
vínculo. Recién en el derecho justinianeo y para la compraventa, se autoriza el arrepentimiento con la
consiguiente pérdida de la señal.
En el derecho civil argentino, y en los contratos bilaterales, las arras consisten en la entrega de una
cosa, que puede ser dinero, que permite el arrepentimiento, tanto a quien entrega, perdiendo la seña, como
a aquel que lo recibe, debiendo duplicar lo receptado. Con ese entendimiento, se encuentran legisladas en el
Art. 1202 y se denominan “arras penitenciales”.
Art. 1202: “Si se hubiere dado una señal para asegurar el contrato o su cumplimiento, quien la dio
puede arrepentirse del contrato, o puede dejar de cumplirlo perdiendo la señal. Puede también arrepentirse
el que la recibió; y en tal caso debe devolver la señal con otro tanto de su valor. Si el contrato se cumpliere,
la señal debe devolverse en el estado que se encuentre. Si ella fuere de la misma especie que lo que por el
contrato debía darse, la señal se tendrá como parte de la prestación; pero no si ella fuere de diferente
especie, o si la obligación fuese de hacer o de no hacer”.
Cuando la entrega se hace con el fin de asegurar la promesa de contrato, o el contrato, no admitiéndose
el pacto de displicencia, adquieren el carácter de “confirmatorias”. Así se las regula en el Cód. de Comercio,
al igual que en el Código Federal Suizo de las Obligaciones, en el CC alemán, en el brasileño, etc.
Las arras pueden darse antes, coetáneamente o después de la celebración del contrato; siendo un pacto
adjunto a esa contratación. Las cosas que integran su objeto deben “entregarse”, lo que para algunos
autores configuraría una especie de “depósito”, y para otros el traslado de “una propiedad bajo condición
suspensiva”.
Compagnucci considera que los objetos se dan y quedan en una especie de “propiedad o dominio
fiduciario”, pues cumplimentado el fin, o producido el arrepentimiento, y siempre que sean penitenciales,
deben restituirse, o perfeccionarse en su dominio.
Naturaleza jurídica.
Para establecer la naturaleza jurídica, hay que distinguir, según el tipo o clase de seña que corresponda,
es decir, según sea confirmatoria o penitencial.
Seña confirmatoria: es la que impide el volver atrás y asegura la ejecución del contrato, reforzando el
vínculo, es decir, mediando la seña confirmatoria estamos en presencia de un supuesto de iniciación en la
ejecución del contrato.
Seña penitencial: es la que permite a ambos contratantes desligarse de la relación. Díez-Picazo dice que
funciona como “dinero de arrepentimiento”, pues es evidente que con dicho pacto las partes han prefijado el
importe del daño que se irroga con el no cumplir. El que entregó la seña, la pierde, el receptor debe
devolverla duplicándola. La seña penitencial funciona hasta que se produce un principio de ejecución del
contrato, o el estado de morosidad de alguna de las partes. Por ello, es uniforme la jurisprudencia al
sostener que debe hacerse valer el arrepentimiento no más allá de la etapa para contestar la demanda que
reclama el cumplimiento; o bien hasta cualquier acto que importe un principio de ejecución del contrato (ej.:
la entrega de la posesión de uno de los objetos de la prestación), salvo que se hubiere convenido un plazo
para su ejercicio y, en ese caso, habrá que estar a lo acordado.
De ninguna manera el convenio permitiendo una seña significa un pacto comisorio expreso que permite
la resolución por el incumplimiento, ya que la seña funciona antes de que comience la ejecución y el pacto
comisorio lo hace cuando una de las partes incumple culpablemente su obligación (Art. 1203 y 1204).
Art. 1203: “Si en el contrato se hubiere hecho un pacto comisorio, por el cual cada una de las partes se
reservare la facultad de no cumplir el contrato por su parte, si la otra no lo cumpliere, el contrato sólo podrá
resolverse por la parte no culpada y no por la otra que dejó de cumplirlo. Este pacto es prohibido en el
contrato de prenda”.
Art. 1204: “En los contratos con prestaciones recíprocas se entiende implícita la facultad de resolver las
obligaciones emergentes de ellos en caso de que uno de los contratantes no cumpliera su compromiso. Mas
en los contratos en que se hubiese cumplido parte de las prestaciones, las que se hayan cumplido quedarán
firmes y producirán, en cuanto a ellas, los efectos correspondientes.
No ejecutada la prestación, el acreedor podrá requerir al incumplidor el cumplimiento de su obligación
en un plazo no inferior a quince días, salvo que los usos o un pacto expreso establecieran uno menor, con
los daños y perjuicios derivados de la demora; transcurrido el plazo sin que la prestación haya sido cumplida,
quedarán resueltas, sin más, las obligaciones emergentes del contrato con derecho para el acreedor al
resarcimiento de los daños y perjuicios.
Las partes podrán pactar expresamente que la resolución se produzca en caso de que alguna obligación
no sea cumplida con las modalidades convenidas; en este supuesto la resolución se producirá de pleno
derecho y surtirá efectos desde que la parte interesada comunique a la incumplidora, en forma fehaciente,
su voluntad de resolver.
La parte que haya cumplido podrá optar por exigir a la incumplidora la ejecución de sus obligaciones con
daños y perjuicios. La resolución podrá pedirse aunque se hubiese demandado el cumplimiento del contrato;
pero no podrá solicitarse el cumplimiento cuando se hubiese demandado por resolución”.
Tampoco debe confundirse la función indemnizatoria de la seña, con la reparación de los daños por el
incumplimiento del contrato.
Bolilla 23
● Responsabilidad Extracontractual.
Responsabilidad por el hecho propio.
El hecho propio o personal es el accionar humano llevado a cabo sin la intervención de fuerzas extrañas
al ejecutante, ni la colaboración de terceros.
Para que surja la responsabilidad ante la comisión del daño deben sumarse todos los requisitos ya
vistos, con dos características destacables:
• Se exige la culpa en el agente y su demostración por la víctima.
• Se debe apreciar con toda claridad la vinculación causal entre el hecho y el resultado dañoso.
Esta responsabilidad está prevista en los Arts. 1109 y 1072 y puede dividirse en delitos y cuasidelitos.
Aunque el cuasidelito no está definido en el Código Civil, el Libro II, Sección II, Título IX (Arts. 1107 a
1136) hace referencia a los “hechos ilícitos que no son delitos”, en una especie de ubicación por exclusión.
Este título tiene a su vez dos capítulos:
• “De los daños causados por animales”. • “De los daños causados por cosas inanimadas”.
En síntesis, para analizar la metodología del CC argentino, es posible advertir una especie de anarquía
legislativa, y un poco de desorden en la ubicación de las normas. Sin embargo, la doctrina y especialmente la
jurisprudencia han sabido desentrañar las disposiciones del viejo Código y aplicarlas correctamente a los
casos concretos. Es necesario aclarar que, aun cuando el CC se refiere a los delitos, sus normas son
aplicables a los cuasidelitos, tal como lo disponía el Art. 1108 con alguna limitación y que fue derogado por
la ley 17.711.
Por ejemplo, el homicidio puede ser fruto de un acto ejecutado con dolo, o solo con “culpa”, sin
embargo, en ninguno de los dos supuestos pierde su carácter de homicidio para el derecho civil.
Los delitos contemplados en el CC no coinciden plenamente con los tipificados en el Cód. Penal, aunque
la diferencia de épocas en que fueron sancionadas ambas leyes justifica la ausencia de congruencia.
Todo esto ha incrementado la tarea del intérprete. La normativa particular debe ser integrada con los
principios generales de “reparación integral”, “relación de causalidad”, “daños a reparar”, etc.
Imputabilidad.
Para que un obrar pueda ser cualificado como doloso o culposo, es necesario que sea la consecuencia
de un deliberado comportamiento en el sujeto de actuación. Y para poder atribuir el acto a un determinado
sujeto, es previa la demostración de que se lo pueda imputar, es decir, que sea obra de su propia
determinación. La imputabilidad establece la posibilidad de juzgar la voluntariedad del acto, y
consecuentemente la autoría. Por ello, el Art. 1076 establece:
Art. 1076: “Para que el acto se repute delito, es necesario que sea el resultado de una libre
determinación de parte del autor. El demente y el menor de diez años no son responsables de los perjuicios
que causaren”.
Así, se exige que se haya obrado con suficiente discernimiento, para comprender la ilicitud o licitud de
sus actos y determinar sus propias acciones, cuestión que se extiende también a los cuasidelitos. Esto no
ofrece ningún tipo de duda en la responsabilidad por el hecho propio, pero se diluye en los supuestos de
responsabilidad indirecta y mucho más en la que emerge de los daños causados o por las cosas. La ausencia
de imputabilidad se da en los casos de falta de discernimiento, o bien cuando ha sido afectada la intención o
la libertad. La regla es que todas las personas son imputables, ya que lo contrario, o sea, los hechos a que
alude el Art. 900, deben probarse.
El momento de apreciación de ese estado es el comisión u omisión del acto ilícito, de ahí que los
dementes pueden ser imputables si el acto fue realizado en un intervalo lúcido (Art. 1070); o como
excepción, en una especie de imputabilidad legal, cuando el que lo causa llegó al estado de inconsciencia por
su propia voluntad, ya sea por embriaguez, por ingerir alguna droga o por permitir ser hipnotizado, esto es
lo que los penalistas llaman actio libera in causa (es una locución latina, que puede traducirse como acto
libre en su causa. Es utilizada dentro de la teoría del delito al momento del análisis de culpabilidad).
Art. 1070: “No se reputa involuntario el acto ilícito practicado por dementes en lúcidos intervalos,
aunque ellos hubiesen sido declarados tales en juicio; ni los practicados en estado de embriaguez, si no se
probare que ésta fue involuntaria”.
Según la actio libera in causa, se puede imputar a quien comete un acto típico y antijurídico en un
estado de inconsciencia provocado por alcohol o estupefacientes, en el cual él mismo se introdujo, que en
principio le haría irresponsable por falta del requisito de la culpabilidad, pero el análisis de éste es llevado al
momento en que se causa el estado de ebriedad, momento en el cual el sujeto pudo haber actuado con
culpa o dolo. También por medio de esta doctrina se puede llegar a la conclusión de que el sujeto activo del
presunto delito carece de responsabilidad, por haber sido introducido en estado de inconsciencia por un
tercero que, por error, dolo o violencia, quebrantó o vició su voluntad. Ejemplo: una persona bebe dos litros
de tequila sin intención de llegar al estado de ebriedad. Bajo los efectos del alcohol mata a otra. La actio
libera in causa reconoce que el sujeto no era consciente al momento del injusto (acción típica y antijurídica),
pero marca que ese estado fue creado por el propio agente y analiza su culpabilidad en el momento anterior
al estado de inconsciencia. Aquí el resultado sería homicidio culposo. En cambio, si una persona se introduce
a sí misma en un estado de ebriedad con la intención de asesinar a otro sujeto estando en ese estado de
inconsciencia y lo logra, el delito imputado será homicidio doloso.
Menores.
Los Art. 921 y 1076 consideran inimputables para los actos ilícitos a los menores que o hayan cumplido
los 10 años. Se trata de una disposición que no admite prueba en contrario, es decir, que aun cuando se
pueda demostrar que el menor tenía suficiente madurez mental y podía comprender la consecuencia de sus
actos, su acto sigue siendo involuntario. Otros códigos, como el francés, el suizo y el italiano, dejan librado
este asunto a la apreciación judicial y la conciencia en el actuar pasa a ser una mera cuestión de hecho.
Art. 921: “Los actos serán reputados hechos sin discernimiento, si fueren actos lícitos practicados por
menores impúberes, o actos ilícitos por menores de diez años; como también los actos de los dementes que
no fuesen practicados en intervalos lúcidos, y los practicados por los que, por cualquier accidente están sin
uso de razón.”.
Ello no impide que los actos de estos menores tengan un carácter de ilicitud objetiva, ni que la víctima
pueda reclamar contra los representantes obligados indirectos, como los padres o tutores.
Existe también otra posibilidad de demandar, en virtud de lo dispuesto en el Art. 907 (actos
involuntarios), por la acción de “enriquecimiento sin causa”, o por la llamada “indemnización de equidad”,
conforme al agregado de la ley 17.711.
Compagnucci considera que estos últimos no son supuestos de responsabilidad civil, ya que no hay
“ilicitud” ni imputación legal y no se brindan los elementos fundantes a esta categorización legal.
Dementes y otros enajenados.
Tampoco son imputables los actos de los dementes, que no obran en intervalos lúcidos, ni otras
personas que por cualquier causa están privados de razón (Art. 921, 1070 y 1076). La calificación de
“dementes”, que hace la ley, es hoy una terminología superada, ya que se habla de “insanos o enajenados
mentales”, que son quienes por diversas circunstancias se encuentran privados de juzgar sus actos, sin que
interese que esa enfermedad sea habitual y continua, o solo haya preexistido al acto.
Lo importante es que cuando se realiza el acto, el sujeto esté privado de razón, ya sea por una
enfermedad mental perturbadora o porque en ese momento sufra la ausencia de discernimiento. Por
ejemplo, las crisis momentáneas de salud de origen patológico, como la esquizofrenia o el histerismo, o las
pérdidas de conciencia o voluntad, en los casos de estados febriles, sonambulismo, mandatos poshipnóticos,
etc., también pueden provocar una situación de inimputabilidad, siempre teniendo en cuenta lo previsto en
el Art. 1070.
En cuanto a la prueba, hay que diferenciar lo siguientes:
• Si el sujeto estaba ya interdicto judicialmente por haber sido declarado insano, tiene en su favor la
presunción legal de inimputabilidad.
• Si la víctima es quien pretende que el acto se produjo en “intervalo lúcido, le corresponde el onus
probatorio. En los demás supuestos será el demandado el que cargue con la demostración de su acto
inconsciente.
Algunos autores se refieren a los sordomudos que no saben darse a entender por escrito, que si bien se
encuentran entre los incapaces absolutos de hecho, poca relación tienen con la situación de quienes no
pueden comprender la razón de su accionar; tienen pleno discernimiento y resultan plenamente imputables.
obrar, el sujeto puede ser responsable por la abstención. Para justificar esta mayor amplitud hermenéutica
se dan dado diferentes argumentaciones:
Siguiendo la postura de los Mazeaud, gran parte de la doctrina argentina (Borda, Llerena, Spota, Trigo
Represas y otros) consideran que si quien se abstiene puede ser calificado como culpable, es responsable y
que la obligación de obrar no emerge solo en forma específica, sino también en forma implícita, de la
amplitud que tiene el CC en toda esta materia. Se trata de un análisis comparativo entre la conducta que
asumiría un hombre honesto y la obrada en el caso concreto y un juicio sobre la culpabilidad que no difiere
en nada de lo que se analiza en los comportamientos positivos. Por ello, se ha considerado que la omisión
puede constituir un delito o cuasidelito.
Otros autores, como Llambías, si bien coinciden con el resultad de estos razonamientos, entienden que
la omisión debe ser juzgada a la luz de los principios del abuso del derecho (Art. 1071). Cuando la
abstención excede los límites impuestos por la moral, las buenas costumbres y la buena fe, e importa un
evidente ejercicio antifuncional del derecho a abstenerse, engendra la responsabilidad consiguiente.
verdadera limitación para el daño moral, pues solo procedía ante delitos del derecho criminal. En ese
entonces, cuando se causaba la muerte de ancianos o niños, de quienes no se podía demostrar la frustración
de ganancias o el cese de ayuda a sus parientes, surgía la cuestión del valor que por sí misma tenía la vida.
Compagnucci piensa lo siguiente: si se trata del juzgamiento de los daños patrimoniales, el importe
indemnizatorio solo tiende a cubrir el menoscabo económico, que debe probarse. De ninguna manera, es
posible pensar que la vida humana, independiente de sus aptitudes para producir bienes, pueda tener un
valor económico. Y es importante no olvidar que quieres reclaman no son lo que sufrieron el hecho, sino los
que se han visto perjudicados materialmente por el suceso.
Coincidentemente, en los últimos años, la jurisprudencia viene sosteniendo que ante la muerte de niños
o ancianos debe ser resarcido el daño patrimonial, fundado en la “pérdida de chance”, que importa la
posibilidad que tenían las víctimas de ayudar económicamente a sus padres o a sus hijos, cosa que ocurre
habitualmente dadas nuestras costumbres y la dureza de las épocas actuales. Insisten los pronunciamientos
en que los hijos, con el transcurso del tiempo pueden colaborar con sus padres, ya ancianos; a su vez, los
padres en muchos casos, prestan algún tipo de asistencia a los hijos mayores. Este razonamiento, de mucha
coherencia, ha sustituido al dificultoso entendimiento de que la vida humana tiene, por sí, un valor.
La legitimación activa.
Este término, tomado del derecho procesal, significa establecer quién tiene derecho a ejercitar el
reclamo, o, lo que es lo mismo, a quién o a quienes les corresponde el derecho a reclamar y ser
indemnizado. No puede existir duda alguna de que todo aquel que resulta damnificado y reúne los
requisitos, puede solicitar el resarcimiento de los daños, se trate de un damnificado directo o indirecto.
En cuanto a los llamados damnificados indirectos, únicos que pueden aparecer en el homicidio, se
controvierte quiénes son los que tienen derecho a solicitar en justicia la indemnización por la muerte de otro.
Orgaz trae dos ejemplos del derecho comparado:
» El sistema italiano: proclama un régimen estricto y restringe la legitimación, solo a quien sufre el
hecho. Sin embargo, en el homicidio y por el camino de una jurisprudencia más flexible, se la ha extendido a
los familiares que recibían alimentos, e incluso a quienes no los recibían y en algunos supuestos particulares,
hasta a los amigos o socios de la víctima.
» El sistema francés: se proclama como “amplio”, es bastante rígido en sus soluciones
jurisprudenciales, condicionando el derecho al reclamo a la prueba del “interés legítimo” y excluyendo
sistemáticamente el derecho de la concubina, o de la novia del muerto.
En nuestra legislación, el tema quedó circunscripto a lo dispuesto en los Art. 1084, 1085 y 1079 (aunque
con variedad de interpretaciones). A ello se agregó también la dificultad en establecer qué tipo de acción
puede ejercitar aquel que solicita la indemnización.
Art. 1079: “La obligación de reparar el daño causado por un delito existe, no sólo respecto de aquel a
quien el delito ha damnificado directamente, sino respecto de toda persona, que por él hubiese sufrido,
aunque sea de una manera indirecta”.
Art. 1085: “El derecho de exigir la indemnización de la primera parte del artículo anterior, compete a
cualquiera que hubiere hecho los gastos de que allí se trata. La indemnización de la segunda parte del
artículo, sólo podrá ser exigida por el cónyuge sobreviviente, y por los herederos necesarios del muerto, si
no fueren culpados del delito como autores o cómplices, o si no lo impidieron pudiendo hacerlo”.
Acciones.
El ejercicio del reclamo resarcitorio puede ser hecho invocando diferentes acciones:
» La actio iure hereditatis: es ejercida como heredero. Si se reclama invocando esta acción, debe
probarse el carácter de heredero y que quien reclama lo hace como causahabiente del muerto; significa que
todos los derechos de este último se transmiten y deben dividirse las indemnizaciones entre los herederos en
proporción a sus cuotas sucesorias. Si la muerte se produce como consecuencia de un incumplimiento
contractual (ej.: contrato de transporte oneroso) es posible utilizar las presunciones legales que favorecen a
las víctimas, pero pueden ser perjudiciales para sus intereses algunas cláusulas exonerativas de
responsabilidad o la culpa de la víctima. De más está decir que los gastos y las erogaciones realizados por el
muerto a causa del daño, no percibidas por él, pasan como crédito a favor de los herederos.
» La actio iure proprio: se realiza en la invocación de un derecho propio. Cuando se alega un derecho
propio, es necesario demostrar el verdadero perjuicio sufrido. Pero se suma como ventaja que es una
pretensión no sujeta a las divisiones hereditarias y alegable por todo que se encuentra entre los legitimados
de derecho. Si son varios los que demandan, el juez deberá establecer lo que corresponde a cada uno y
nunca fijar un importe global.
Sujetos con derecho al reclamo por el homicidio.
Saber quiénes pueden accionar ante el homicidio constituye uno de los temas más importantes. Hay que
tener en consideración que en el Capítulo II (“De los delitos contra las personas”), se encuentran los Arts.
1084 y 1085, que son específicos sobre el homicidio, y en el Capítulo I (“De los delitos”, el Art. 1079 es una
regla genérica que, aplicable o no, tiene injerencia sobre la hermenéutica legislativa.
Surge una aparente contradicción entre las normas: mientras el 1079, en una declaración genérica, se
refiere a la indemnización que le puede corresponder a quien hubiere sufrido en forma indirecta el daño, el
Art. 1085, cambiando un poco los sujetos del Art. 1084, otorga acción al cónyuge sobreviviente y a los
herederos necesarios. Por lo cual en el último de los casos solo los herederos forzosos o legitimados
(ascendientes, descendientes y cónyuge) tienen el derecho de reclamar.
Después de haberse dado una multiplicidad de opiniones doctrinarias de lo más variadas, se ha llegado a
una solución casi pacífica en el entendimiento de las normas referidas. Se considera que os herederos
forzosos del muerto gozan para sí de “una presunción de daño”; en cambio, los terceros ajenos a esa
categorización que pretendan el resarcimiento deben demostrar que han sufrido un perjuicio (de derecho)
ante el homicidio. Dentro de esta corriente, algunos autores han limitado dicha presunción que, para la
mayoría, es iuris tantum a los enumerados en el Art. 1084, o a la “viuda e hijos menores”. Por dicha
presunción, estos damnificados no necesitan probar que han sufrido el perjuicio, ya que la ley consagra
aquello que normalmente ocurre. La prueba para destruir la presunción queda a cargo del demandado.
Casos particulares de legitimación.
En este estado, es posible analizar los casos particulares de legitimación, a fin de establecer las
alternativas que puede tener cada uno en la demanda resarcitoria.
» Cónyuge: el cónyuge tiene para sí una presunción de daño. En el caso de la mujer separada de hecho
y no recibe pensión alimentaria, la mayoría entiende que, aun siendo culpable de esa separación, está en
condiciones de reclamar la indemnización, pues el homicidio y la consiguiente muerte de su cónyuge le hace
perder la posibilidad del reclamo alimentario. Si está divorciada según el Art. 215 o fue declarada culpable,
tampoco tiene para sí la presunción de daño; si pretende la indemnización deberá probar el perjuicio.
» Hijos: es uniforme la opinión que considera que los hijos menores están amparados por la presunción
legal de daño. El tema se controvierte cuando se trata de los hijos mayores de edad o casado. Parte de la
doctrina (Trigo Represas y Borda) los equipara a los anteriores en razón de que la ley no distingue y
además, que existe una chance de ayuda por parte de sus padres que se frustraría con la muerte de estos.
Otros autores los excluyen, por entender que los hijos mayores ya tienen su propia vida y no dependen de
sus progenitores; por lo tanto, deben demostrar el efectivo perjuicio sufrido (Llambías y Compagnucci).
» Padres: no gozan de la presunción legal y, por lo tanto, deben demostrar el daño (ej.: caso “Badin c./
Pcia. de Bs. As., donde se ha consagrado este criterio). Sin embargo, algunos fallos y opiniones doctrinarias
sostienen que dicha presunción juega cuando no hay cónyuge que sobrevive ni hijos o cuando el perjuicio
está dado por la chance cierta que tienen de ser ayudados, en la ancianidad, por sus propios hijos.
» Hermanos y otros colaterales: no están enumerados en los Arts. 1084 y 1085, pues no son
herederos forzosos. Para reclamar deben adecuarse a lo dispuesto en el Art. 1079, y se considera viable la
indemnización cuando recibían alimentos del muerto. Los hermanos naturales carecen de derecho.
» Acreedores y socios: los acreedores solo tendrían derecho a reclamar, fundándose en lo dispuesto en
el Art. 1079, el daño cierto que surja de demostrar que la muerte ha sido la causa adecuada que impide la
percepción del crédito.
En cuanto a los socios, tienen también un derecho (no muy firme) a pretender la indemnización por los
perjuicios que le haya irrogado a la sociedad la muerte de uno de sus socios. Una prueba nada simple de
arrimar y de apreciación estricta por parte de los jueces.
» Concubina: el derecho al resarcimiento que le puede corresponder a la concubina, ha sido un tema
que desde larga data se encuentra en discusión. Se le ha negado acción fundándose en los siguientes
argumentos:
• Que no se encuentra entre los sujetos que la ley prevé en el Art. 1085.
• Que la relación es contraria a la moral y a las buenas costumbres.
• Que es una relación accidental y precaria que no crea ningún vínculo jurídico, lo cual se acelera
existiendo el divorcio vincular que permite la concreción de nuevas relaciones matrimoniales.
• Que la concubina no tiene un interés jurídico para el reclamo, ya que el daño es de hecho y no de
derecho. Compagnucci considera que este último fundamento es el único que justifica su no legitimación.
Otra postura otorga el derecho a la concubina fundándose en que por la muerte de su compañero se le
produce un daño cierto que le priva de recibir ayuda económica y espiritual y que su derecho se ampara en
los dispuesto en los Arts. 1069 y 1079, que admiten que cualquier tercero que sufra un daño pueda pedir
por ello.
Lesiones.
El delito de lesiones consiste en los daños inferidos en el cuerpo o en la psiquis de una persona. El CC lo
denomina “heridas u ofensas físicas” aun cuando se lo considera extensible a los llamados “daños psíquicos”,
y establece los modos de indemnización en el Art. 1086:
Art. 1086: “Si el delito fuere por heridas u ofensas físicas, la indemnización consistirá en el pago de
todos los gastos de curación y convalecencia del ofendido, y de todas las ganancias que éste dejó de hacer
hasta el día de su completo restablecimiento”.
A su vez, el CP se refiere al delito de lesiones, haciendo una gradación entre la graves, leves y levísimas.
El Art. 1086 menciona los rubros indemnizables, que los enuncia taxativamente; pero como el tema ha
sido tratado por arriba por la ley civil, se pueden hacer referencia a ciertos aportes que la doctrina y la
jurisprudencia han incorporado a la materia, otorgándole mayor amplitud al ámbito de este resarcimiento.
» Gastos de curación: se integran con los que corresponden a la atención hospitalaria o sanatorial, los
honorarios de los médicos, medicamentos, etc.
» Ganancias dejadas de percibir: están constituidas por el lucro cesante de la víctima, es decir, todo
aquello que se le impidió obtener en razón del hecho dañoso, de conformidad a los antecedentes laborativos
y siempre referidos a una actividad lícita. Aquí también la jurisprudencia ha considerado las condiciones
personales, como la edad, el sexo, la familia, las posibilidades potenciales de la víctima, desinteresándose de
si estaba o no trabajando, o si continuaba o no percibiendo su salario. La ley presume que el damnificado se
curó y que las lesiones son de carácter temporal y no dejaron secuelas.
» Lesiones permanentes: se ha considerado que con mayor razón deben estas ser indemnizadas, aun
cuando el Art. 1086 no las contemple expresamente. Debe repararse el daño causado a la “integridad física”,
que tiene alguna independencia del “lucro cesante”, pues se trata de otorgar una suma indemnizatoria global
que contemple ambos rubros: daño emergente y lucro cesante. Tampoco obliga al juez lo que el damnificado
ganaba con anterioridad, pues se trata de resarcirle también el daño que producen la lesiones en la vida de
relación, su aptitud disminuida para los deportes, actividades culturales o religiosas, vínculos sexuales, etc.
» Daño estético: en los últimos tiempos se ha incorporado la reparación del daño estético, es decir, el
que ataca a la fisonomía o afea el cuerpo de las personas, como una categorización independiente y un
nuevo rubro indemnizatorio. Compagnucci considera que no tiene carácter de tertium quid (del griego, que
significa “tercera cosa" era un término usado por primera vez en debates cristianos del siglo IV para referirse
a Cristo como algo que no era ni humano ni divino , sino una mezcla de los dos, y por lo tanto una cosa
"tercera vía". El término en tiempos más recientes ha sido empleado en usos no religiosos. Tertium quid se
aplicó el nombre de un potencial tercero en la política norteamericana que surgió en 1804 durante la
Thomas Jefferson primer mandato), puesto que cuando produce un menoscabo económico, por ejemplo, la
desfiguración del rostro de una artista de cine, o es necesario realizar una cirugía plástica, el daño es
patrimonial; en los demás casos ingresa dentro de la categoría del daño moral.
Privación de la libertad.
En forma concorde con los delitos criminales de privación de la libertad que contempla el Art. 140 y ss.,
del Código Penal, el Art. 1087 CC ordena:
Art. 1087: “Si el delito fuere contra la libertad individual, la indemnización consistirá solamente en una
cantidad correspondiente a la totalidad de las ganancias que cesaron para el paciente, hasta el día en que
fue plenamente restituido a su libertad”.
La norma tiene como fuente el Esboço de Freitas, y contempla tanto la privación de libertad en la que se
utilizan medios psíquicos como aquella en la que se emplean medios físicos. También existe un cierto
consenso en su aplicación, tanto cuando la cercenación (disminución) de la libertad la realizan los
particulares como cuando la causa la autoridad pública.
Los daños indemnizables, según el artículo citado, comprenderían solo las garantías frustradas, lo cual
llevaría a pensar que no cabe la reparación de otros perjuicios. Sin embargo, no es posible excluir el reclamo
por el daño moral, previsto en forma amplia en el Art. 1078, ni tampoco aquellos que tuvieren una relación
causal adecuada con el hecho que se juzga. En ello juegan los principios generales y, fundamentalmente, lo
dispuesto en el Art. 1069.
Art. 1078: “La obligación de resarcir el daño causado por los actos ilícitos comprende, además de la
indemnización de pérdidas e intereses, la reparación del agravio moral ocasionado a la víctima.
La acción por indemnización del daño moral sólo competerá al damnificado directo; si del hecho hubiere
resultado la muerte de la víctima, únicamente tendrán acción los herederos forzosos.”.
directas del daño (los hijos y la cónyuge). Por el tipo de delito la ley viene a considerar que inflige un daño
no solo a quien va dirigido, sino también a los que están muy cercanamente vinculados, tanto afectivamente
como por parentesco. Si los cónyuges están divorciados, la acción del marido no es procedente. Lo mismo
ocurre en el caso de los hijos mayores de edad o emancipados por el matrimonio que han formado su propio
hogar y tienen una cierta independencia de sus padres.
La acusación calumniosa.
Se trata del viejo delito de “falsa denuncia”, que hoy ya no está previsto en el Cód. Penal (se tipificaba
en el Art. 276 bis, pero fue derogado por la ley 23.077), y consiste en imputar a una persona un delito de
acción pública ante una autoridad competente, y conociendo la falsedad de su denuncia. Dice el Art. 1090:
Art. 1090: “Si el delito fuere de acusación calumniosa, el delincuente, además de la indemnización del
artículo anterior, pagará al ofendido todo lo que hubiese gastado en su defensa, y todas las ganancias que
dejó de tener por motivo de la acusación calumniosa, sin perjuicio de las multas o penas que el derecho
criminal estableciere, tanto sobre el delito de este artículo como sobre los demás de este Capítulo”.
Es una figura del ilícito civil que exige el dolo del demandado y será el juez el que calificará dicha
acusación como tal, ya que la jurisdicción penal no tiene injerencia en este delito. Poco importa que haya
nacido mediante una querella, se haya presentado como “particular damnificado” o por una simple denuncia.
Los daños que surgen del artículo son los gastos por la defensa y las ganancias dejadas de percibir. Ello no
impide el reclamo de otros perjuicios que se puedan demostrar y tengan vínculo causal con el hecho.
Daño.
Se identifica con el delito de daño. El delito de daño tiene identidad en lo civil y en lo penal. Está
previsto en el Art. 183 del Cód. Penal, que sanciona a quien destruya, utilice, o haga desaparecer, o de
cualquier modo dañe una cosa mueble o inmueble o un animal, total o parcialmente ajeno.
Art. 183 – Cód. Penal: “Será reprimido con prisión de quince días a un año, el que destruyere, inutilizare,
hiciere desaparecer o de cualquier modo dañare una cosa mueble o inmueble o un animal, total o parcialmente
ajeno, siempre que el hecho no constituya otro delito más severamente penado.
En la misma pena incurrirá el que alterare, destruyere o inutilizare datos, documentos, programas o sistemas
informáticos; o vendiere, distribuyere, hiciere circular o introdujere en un sistema informático, cualquier programa
destinado a causar daños”.
El Art. 1094 CC establece.
Art. 1094: “Si el delito fuere de daño por destrucción de la cosa ajena, la indemnización consistirá en el
pago de la cosa destruida; si la destrucción de la cosa fuere parcial, la indemnización consistirá en el pago
de la diferencia de su valor actual y el valor primitivo”.
Penalmente es un delito doloso, y en el ámbito civil puede ser culposo o doloso (delito o cuasidelito).
Si la destrucción es total, debe pagarse el valor de la cosa. Se ha controvertido a qué fecha debe ser
fijado dicho valor, pues muchas veces no coincide el que tiene en el momento de ser entregada, en el de su
destrucción, o en el de la sentencia. Dicho valor se establece al tiempo de la sentencia o al de la pericia que
lo calcula, con más la depreciación por desvalorización monetaria e intereses.
Cuando el daño es parcial, el CC ordena pagar la diferencia entre el valor actual y el primitivo; ello
significa lo necesario para dejar a la cosa como estaba antes del hecho. Este razonamiento puede traer
algunas dificultades por las diferencias económicas que existirán entre la comparación de valor, al coste de
volver las cosas al estado anterior. Pero lo cierto es que la víctima del daño debe ser “indemnizada”, es
decir, dejada en las mismas condiciones en que lo estaba con anterioridad, y ese es el único camino para
ello. Ambos supuestos, y también si se demuestran otros daños patrimoniales (ej.: lucro cesante o daño
moral) deben ser resarcidos.
Legitimación pasiva en los delitos.
El CC legisla sobre el ejercicio de la acción en los daños contra la propiedad, tanto con respecto a los
delitos (Art. 1095), como a los cuasidelitos (Art. 1110).
Art. 1095: “El derecho de exigir la indemnización del daño causado por delitos contra la propiedad,
corresponde al dueño de la cosa, al que tuviese el derecho de posesión de ella o la simple posesión como el
locatario, comodatario o depositario; y al acreedor hipotecario, aun contra el dueño mismo de la cosa
hipotecada, si éste hubiese sido autor del daño”.
Art. 1110: “Puede pedir esta reparación, no sólo el que es dueño o poseedor de la cosa que ha sufrido
el daño o sus herederos, sino también el usufructuario, o el usuario, si el daño irrogase perjuicio a su
derecho.
Puede también pedirlo el que tiene la cosa con la obligación de responder de ella, pero sólo en ausencia
del dueño”.
De estas disposiciones surgen una especie de legitimados, y la prioridad la tiene el propietario, que es
quien sufre el mayor perjuicio patrimonial. Claro está que aquel que invoque esta calidad debe demostrar su
carácter de tal, pues lo contrario le impide el reclamo del daño pleno. También, el poseedor, el usuario y el
usufructuario, como titulares de derechos reales pueden pretender el resarcimiento de los perjuicios que les
corresponda, pero nunca los que les pertenecen a los dueños.
La ley también amplía el cambio de reclamante a favor de los simples tenedores (Art. 2352, 2461 y
2462), ya que se refiere al locatario, comodatario o depositario. Estos solo pueden pretender los daños que
les haya inferido en sus derechos de tales; por ejemplo: si alguien es inquilino en un negocio y un tercero lo
deteriora, el locatario puede reclamarle lo dejado de ganar durante el tiempo de la reparación, pero no el
valor del arreglo. Curiosamente, se extiende la legitimación al acreedor-hipotecario y ello en la medida que el
hecho haya perjudicado el crédito por el menoscabo en el valor del inmueble gravado.
Acción indemnizatoria.
Legitimación pasiva en los delitos y cuasidelitos.
Es importante poder establecer quién o quiénes son los sujetos responsables, ya que así se determina
hacia qué personas debe dirigirse la acción para el resarcimiento del daño.
Conforme a lo que el Art. 1081 dispone (ver más arriba), se infiere que el primer responsable es el
autor. También se agregan los consejeros y cómplices; los primeros son quienes instigan o impelen
(impulsar) a uno para cometer el delito (Art. 45 – Cód. Penal), y los segundos son quienes colaboraron o
prestaron auxilio para ello. Todos están en igualdad de plano y responden en forma solidaria.
Art. 45 – Cód. Penal: “Los que tomasen parte en la ejecución del hecho o prestasen al autor o autores un
auxilio o cooperación sin los cuales no habría podido cometerse, tendrán la pena establecida para el delito. En la
misma pena incurrirán los que hubiesen determinado directamente a otro a cometerlo”.
En cuanto a los copartícipes en un cuasidelito, la reforma de la ley 17.711 amplió lo dispuesto en el Art.
1109, estableciendo la responsabilidad solidaria y permitiendo el ejercicio de la acción de reintegro, por parte
de quien afrontó el pago, contra el resto de los intervinientes.
Transmisión de la acción.
La acción por el daño material que nace en virtud de un delito o de un cuasidelito, se transmite mortis
causa a los herederos (Art. 1097).
Art. 1097: “La acción civil no se juzgará renunciada por no haber los ofendidos durante su vida
intentado la acción criminal o por haber desistido de ella, ni se entenderá que renunciaron a la acción
criminal por haber intentado la acción civil o por haber desistido de ella. Pero si renunciaron a la acción civil
o hicieron convenios sobre el pago del daño, se tendrá por renunciada la acción criminal”.
En contrario, no se transfiere la que surge de daño moral. Así el Art. 1099 dispone:
Art. 1099: “Si se tratare de delitos que no hubiesen causado sino agravio moral, como las injurias o la
difamación, la acción civil no pasa a los herederos y sucesores universales, sino cuando hubiese sido
entablada por el difunto”.
Entre vivos u por el instituto de la “cesión de créditos”, es transmisible la pretensión de la reparación de
daños. Se controvierte si la acción por el daño moral puede o no cederse. A pesar de las opiniones que
sostienen la ausencia de valor ético en permitir la cesión, pareciera que si el damnificado ya promovió el
reclamo judicial, puede perfectamente transmitir ese derecho como litigioso y nada hay observable para ello.
No es que ceda su “precio de dolor”, ya que en definitiva en su solicitud judicial pide una indemnización
económica que, por sí, carece de colorido.
Extinción.
La acción indemnizatoria concluye por cualquiera de los medios de extinción de las obligaciones. Así, por
ejemplo, la “renuncia”, tal como lo enuncia el Art. 1100:
Art. 1100: “La acción por pérdidas e intereses que nace de un delito, aunque sea de los penados por el
derecho criminal, se extingue por la renuncia de las personas interesadas; pero la renuncia de la persona
directamente damnificada, no embaraza el ejercicio de la acción que puede pertenecer al esposo o a sus
padres”.
O por la transacción, de acuerdo lo dispuesto en el Art. 842:
Art. 842: “La acción civil sobre indemnización del daño causado por un delito puede ser objeto de las
transacciones; pero no la acción para acusar y pedir el castigo de los delitos, sea por la parte ofendida, sea
por el ministerio público”.
O bien mediante la prescripción de la acción, según el Art. 4037:
Art. 4037: “Prescríbese por dos años, la acción por responsabilidad civil extracontractual”.
Etc.
Para una tesis limitada, solo tendría efectos en los juicios donde se reclama la reparación del daño civil.
Por otra parte, una tendencia de mayor amplitud entiende que siempre que se encuentre bajo
juzgamiento un mismo hecho y el proceso se halle íntimamente vinculado a la acción criminal, debe tenerse
en consideración la prejudicialidad impuesta en el Art. 1101. Al igual en los casos en que no se tratare de las
mismas partes, como por ejemplo, cuando se reclama civilmente contra el tercero responsable indirecto y el
incriminado en lo criminal es el autor del hecho.
Sobreseimiento provisional.
El sobreseimiento provisional no cierra el proceso penal y, con el aporte de nuevas pruebas, permite
proseguir la causa. Por ello se plantea el interrogante de si dicha resolución permite al juez civil el dictado de
la sentencia o se encuentra bajo la órbita del Art. 1101, que se lo impide.
En algún fallo de la Cámara Civil de la Capital Federal, concordante con la opinión de Lafaille y Mosset
Iturraspe, se ha entendido que es necesaria la conversión del sobreseimiento provisional en definitivo para
que se pueda resolver la cuestión. El resto de la doctrina y la jurisprudencia en general, creen que el
sobreseimiento provisional tiene el efecto de retrotraer a la situación anterior al inicio de la acción penal, y
que permite al juez dictar sentencia en lo civil.
demostración y solo lo hará con la de los perjuicios sufridos. Ello no impide que el demandado pueda alegar
y probar la concurrencia de culpabilidades, con la consiguiente disminución del importe indemnizatorio. La
sentencia penal condenatoria no solo produce sus efectos entre las partes (víctima y autor) sino que los
extiende a los 3ros. Es importante cuando se demanda por la responsabilidad indirecta o por el hecho ajeno.
Cuestiones resueltas penalmente sin influencias sobre lo civil.
A excepción de los 2 aspectos analizados, el resto de las cuestiones resueltas en sede penal no producen
efecto de prejuzgar sobre el pronunciamiento en lo civil. Así ocurre con los daños, la relación de causalidad,
los hechos conexos o accesorios del principal, el damnificado por el delito y la culpa concurrente de un 3ro.
» Daño: cuando el juez penal se refiere a los daños en virtud de su importancia o magnitud, carece de
vinculación la sentencia criminal. Salvo que el delito se integre con el mismo daño, pues en ese caso la
infracción penal no puede ser ignorada en la jurisdicción civil.
» Relación de causalidad: se puede razonar igual que con el anterior elemento: si el vínculo causal
constituye un requisito necesario del delito, su existencia y reconocimiento en sede penal no puede ser
contradicha en la civil. Lo que se rechaza como prejuzgamiento es cuando se efectúan consideraciones sobre
la vinculación causal entre el hecho y el daño, y ello resulta innecesario para la configuración del delito.
» Hechos accesorios del principal: de conformidad con el Art. 1102, solo obligan al juez civil los
hechos que hacen a lo principal o esencial del delito; por ello cuando el juzgado penal se extiende a hechos
accesorios o conexos al principal, estos no tienen incidencia en la sentencia civil, ni hacen cosa juzgada.
» Damnificados por el delito: la sentencia penal no prejuzga sobre la titularidad de la acción
resarcitoria. Aún cuando el juez en lo penal afirme que alguien ha sufrido un daño, ello no obliga al juez civil.
» Culpa concurrente de un tercero: si la sentencia penal considera que, además del demandado, otras
personas han concurrido a provocar el resultado delictuoso, esa determinación no se le impone al juez en lo
civil; sin perjuicio de que en la instancia indemnizatoria pueda demostrarse la concurrencia del tercero.
Sentencia penal absolutoria.
La influencia de la sentencia penal absolutoria está prevista en el Art. 1103.
A diferencia del artículo anterior que mencionaba la existencia del hecho principal y la culpa del
condenado, esta norma solo se refiere a la existencia del hecho principal, quedando excluido todo lo
vinculado con la culpa. Lo que se dijo antes sobre la “existencia del hecho principal”, coincide plenamente
con el concepto del Art. 1103, aunque hay aquí algunas particularidades que deben ser analizadas, como las
que se vinculan con:
» Materialidad del hecho: sobre los aspectos que hacen a la materialidad del hecho no puede volverse
atrás. Es aclaratorio el ejemplo que da Llambías: “si en el juicio criminal se establece que las barreras del
ferrocarril estaban cerradas, y por ello es absuelto el maquinista del tren, no puede juzgarse en la instancia
civil que las barreras estaban abiertas”. Son las circunstancias de hecho esenciales para el juzgamiento.
» Autoría: cuando el decisorio penal declara que el demandado fue autor y se lo exime de responder
por otra causa, como la falta de culpa o la duda, no es posible sostener en lo civil, que no hubo relación
causal entre su acción y el resultado. O lo contrario: si el juez penal declara que el imputado no fue autor, en
razón de haberlo sido la propia víctima o un tercero, la sentencia hace cosa juzgada porque queda
demostrado que el demandado no tuvo intervención.
» Calificación del hecho: la calificación del hecho que haga el juez en lo penal no obsta a que la
instancia civil se considere responsable al demandado por ese hecho o sea causa suficiente para una
condena civil. Así, se ha juzgado que la absolución del depositario por el delito de incendio no impide la
responsabilidad civil por la pérdida culpable del automotor entregado para un arreglo.
» Inexistencia de daños: la manifestación que haga el juez en lo penal sobre la existencia, magnitud o
inexistencia de daños, no obliga ni hace cosa juzgada en lo civil. Sin embargo, cuando se juzgó un ilícito
penal donde el daño resulta el elemento configurante del delito y el juez absuelve al acusado por no existir
daño alguno, esa resolución hace cosa juzgada en lo civil, por adquirir la categoría de “hecho principal”.
» Relación causal: si la justicia penal declaró que no existe relación causal entre la acción del sujeto y
el daño acaecido, en virtud de la inexistencia de autoría del hecho, el juez civil debe atenerse a ello. Pero si
la consideración se brinda por entender que no hay nexo entre el hecho y los daños, y por ello se absuelve al
acusado, no queda el juez civil obligado. Podría ocurrir que el juez penal considere que la acción no pudo dar
lugar a ese daño por ser una consecuencia mediata en el accionar, es decir, lo que para algunos significa un
“daño indirecto”.
Absolución por falta de culpa o dolo.
La sentencia penal puede ser absolutoria en razón de que el acusado obró sin dolo o sin culpa, conforme
se trate de un delito doloso o meramente culposo. La influencia de dicha sentencia en lo civil ha sido siempre
un tema dificultoso y controvertido.
Si el acusado es absuelto porque en el delito doloso se entiende que no es calificable su conducta en
esta tipificación, ello permite que el juez civil considere que el demandado es culpable.
Pero lo más controvertido se da cuando el juez penal dice en su sentencia que el acusado obró sin
culpa. La doctrina y jurisprudencia entienden que el juez en lo civil puede considerar como “culpable” a
quien fue absuelto en lo criminal; es lo que se ha calificado como “culpa penal” y “culpa civil”.
Hay que recordar las tesis que ha sustentado la doctrina:
• Una considera que ambas culpas se identifican y que deben ser apreciadas de igual forma, ya que el
hecho es el mismo y la culpa también, que en ambos casos se está buscando declarar la responsabilidad del
autor del hecho y no es lógico que haya contradicción de una y otra jurisdicción y, por último, que el
principio capital de la cosa juzgada pierde su autoridad si por un lado absuelve y por otro condena.
• Otra postura, que es la que ha predominado en la doctrina y jurisprudencia, entiende que la
declaración del juez penal absolviendo por ausencia de culpabilidad no prejuzga para el juez civil, quien tiene
plena libertad de apreciación, pudiendo condenar al demandado en esa instancia. Y ello porque los Arts.
1102 y 1103 tienen marcadas diferencias, ya que el último ninguna referencia hace a la culpa, y solo vincula
con la “existencia del hecho principal”; además, existe una diferencia de naturaleza entre la culpa penal y la
culpa civil, pues la civil es mucho más rígida y se la aplica con mayor estrictez.
Sobreseimiento definitivo.
Mediante el sobreseimiento definitivo, el juez penal clausura la etapa del sumario y termina el trámite
procesal. Otra cuestión controvertida es si esa resolución se asimila o no a la sentencia absolutoria, o bien no
hace cosa juzgada en lo civil. Y para ello se han brindado tres opiniones:
• La tesis mayoritaria sostiene que el sobreseimiento definitivo no hace cosa juzgada en lo civil, pues
carece de toda influencia al no estar mencionado en el Art. 1103; que existe una diferencia marcada con la
sentencia que deviene después de un proceso pleno, con pruebas, etc.; que no es posible aplicar por
analogía lo dispuesto en el Art. 1103 cuando se trata de establecer una limitación a los derechos.
• Otra corriente sostiene la asimilación del sobreseimiento definitivo a la sentencia absolutoria en razón
de su equiparación y consiguiente aplicabilidad del Art. 1103, y que la preeminencia de la jurisdicción penal
sobre la civil hace que su decisión, especialmente cuando recae sobre el hecho principal, deba tener los
mismos efectos que la sentencia.
• Por último, se ha entendido que si bien el sobreseimiento definitivo no obliga al juez en lo civil, crea a
favor del demandado una presunción de irresponsabilidad y muy especialmente cuando se dictó ante la
inexistencia de autoría o del mismo hecho denunciado.
Se ha considerado que carece totalmente de efectos si se lo dictó de la muerte del acusado, o por la
prescripción de la acción, o pago de la multa, o ante una ley de amnistía.
Sobreseimiento provisional.
Carece de influencia en la sentencia civil. Esta medida dictada en el proceso penal no impide la
continuación de la causa criminal cuando aparecen nuevas evidencias probatorias y ello da fundamento a la
solución referida.
Bolilla 24
Antecedentes históricos.
De acuerdo con Demogue, la responsabilidad por el hecho de otro es una idea antigua que armonizaba
con una organización muy sólida de las agrupaciones sociales. la familia, el clan, la tribu, absorbía la
individualidad de sus miembros y se hacía responsable por los delitos que cada uno personalmente causaba.
El autor francés cita como ejemplo al edicto de Clotario II (año 595), que formando a todas las familias por
centurias y decurias, los hacía responsables de los robos que se cometían en sus territorios.
En la Edad Media, es responsable el jefe de familia de todos los delitos que causaba alguno de los
integrantes de la “grey”; era la responsabilidad que correspondía a la comunidad “silenciosa”.
En este estado, se nota una evolución, que va desde la responsabilidad colectiva hasta la que
corresponde a quien tiene a cargo a todo el grupo y un poder de mando sobre ellos.
Evolución histórica.
El principio consagrado en el CC francés no tiene ningún origen histórico preciso, ni los autores se ponen
de acuerdo en establecer el antecedente de la legislación que creó una responsabilidad especial para amos y
comitentes, como enseñan los Mazeaud.
La regla generalizadora de este tipo de responsabilidad es elaborada por Domat en el siglo XVII,
desarrollada por Pothier en el siglo XVIII y llevada luego a la legislación como principio.
No existía como tal en el derecho romano, sino que había algunos ejemplos muy precisos y concretos de
casos de responsabilidad contractual por el hecho ajeno. Así, los nautas o armadores de buques, contraían
por intermedio de los magister navis (capitanes) la obligación por deterioros o pérdidas que pudieran causar
las personas de la tripulación. También, otros comerciantes, como los caupones (posaderos u hoteleros) y
los stabulariis (cuidadores de carruajes y caballos), celebran, al igual que los nautas, un contrato llamado
receptum, donde se obligaban a custodiar los efectos que consigo traían los viajeros o a cuidar los carros y
caballos que les confiaban.
Si por el hecho de algún siervo, o esclavo de estos comerciantes, se causaban algún daño a las cosas
(no a las personas), el principal amo o patrón debía responder. Eran obligaciones nacidas de contratos, y de
ello emergía un deber de custodia sobre objetos dados en depósito. El pretor fue quien otorgó a las víctimas
una acción autónoma para reclamar.
Tomando en consideración dichos antecedentes históricos, el jurista francés Domat unió en un principio
general las obligaciones de los nautas, caupones y stabularii, vinculándolo con las acciones exercitoria e
institoria y de la obligación que nacía del contrato de receptum. De todo ello dedujo una norma que fue más
allá de la regla contractual y resultó trasegada a la órbita extracontractual.
En el siglo XVIII fue Pothier quien definitivamente consagra esta regula iuris, cuando dice: “No
solamente la persona que ha cometido el delito o cuasidelito está obligada a la reparación del daño que ha
causado, sino que aquellos que tienen bajo autoridad a dichas personas, tales padre o madre, tutores o
preceptores, son responsables de esta obligación”. Agregando que “de la misma manera se hace
responsable a los amos del daño causado por los delitos o cuasidelitos de los criados u obreros que tenga en
su servicio”.
De conformidad con estos antecedentes, oscuros y confusos, nace el principio que, además de la
responsabilidad por el hecho propio, es posible tener que responder por los actos de las personas que se
encuentran bajo dependencia.
Fundamentos.
Es importante deslindar el fundamento de esa responsabilidad, ya que ello servirá para juzgar los casos
concretos y, especialmente, el grado de posibilidad de exoneración del principal.
Hay en la doctrina dos corrientes, una que identifica el deber del comitente con la culpa (fundamentos
subjetivos) atribuida a él y otra que prescinden del comportamiento del principal (fundamentos objetivos).
Algunas teorías tienen ingredientes de las anteriores, ya que combinan ambos fundamentos, a estas últimas
se las denomina tesis intermedias.
Fundamentos subjetivos.
Sostener el fundamento subjetivo (culpa) en cualquiera de sus manifestaciones implica que el comitente
carga sobre sí con una presunción de culpabilidad que es perfectamente excusable. Le permite probar que
obró bien, ya sea en la elección o en el control, o en general, al tomar todos los recaudos para evitar el daño
y con ello no asumirá ningún tipo de responsabilidad.
Los fundamentos subjetivos tienen como punto de vista que el principal debe responder por haber
obrado con culpa, es decir, sin la diligencia debida, ya sea en la elección de sus dependientes o en la
vigilancia de los mismos, o en ambos casos adicionados. De ahí es posible diferenciar:
» La culpa en la elección (culpa “in eligendo”): el principal es responsable en razón de no haber
tomado los recaudos necesarios cuando designó o eligió a sus dependientes, en base a los antecedentes.
Fue la tesis de Pothier, que adicionaba la culpa del dependiente en la comisión del hecho a la del principal en
la elección. Hoy no se puede sostener este fundamento, pues en la mayoría de los casos, quienes responden
no eligen a sus dependientes, y aun probando una buena “elección” no podrían eximirse.
» La culpa en la vigilancia (culpa “in vigilando”): la ausencia de un debido control en las tareas que
debe realizar el dependiente, puede dar lugar a que se le impute esta culpa al comitente. El perjuicio
causado está presupuesto por la falta en la vigilancia, y esa culpa hace responder al principal las objeciones
surgen porque ciertas personas que debe vigilar la conducta de otros que no son responsables (ej.:
capataces o encargados), y además que se hace cargar con la obligación a quienes no están atentos al
comportamiento de otros.
» La culpa en general: el fundamento es la culpa a secar, sin agregar ni quitar nada. Acuña Anzorena
fue el jurista que mejor defendió esta corriente, considerando que el fundamento era subjetivo pero el
comitente cargaba sobre sí con una presunción de culpabilidad. Se trata de a aplicación de lo dispuesto en el
Art. 1109, que se extiende a lo ordenado en el Art. 1113.
Art. 1109: “Todo el que ejecuta un hecho, que por su culpa o negligencia ocasiona un daño a otro,
está obligado a la reparación del perjuicio. Esta obligación es regida por las mismas disposiciones relativas a
los delitos del derecho civil. Cuando por efecto de la solidaridad derivada del hecho uno de los coautores
hubiere indemnizado una parte mayor que la que le corresponde, podrá ejercer la acción de reintegro”.
Este criterio es sustentado por la doctrina germana clásica (Von Tuhr, Larenz) y entre nosotros también
tuvo bastante aceptación (Acuña Anzorena, Salvat, Lafaille, Machado, etc.).
Fundamentos objetivos.
Dos corrientes típicamente objetivas tratan de justificar la responsabilidad del comitente; “la tesis del
riesgo” y la “garantía” alejan el concepto de la culpa y buscan la preeminencia en fundamentar la
responsabilidad del comitente.
» Tesis del riesgo: para muchos autores resulta aplicable para fundar la responsabilidad indirecta del
principal. Razonan de la siguiente manera: si con miras de obtener ganancias una persona encarga trabajos
a otra, que sobrepasan sus fuerzas personales, y esta última causa daños, aquel que aprovechó sus fuerzas
personales, y esta última causa daños, aquel que aprovechó la energía ajena creando peligro de perjuicios y
recibiendo por ello los beneficios, debe responder ante las víctimas.
La teoría es seguida en el derecho francés por autores relevantes, como Planiol y Savatier y entre
nosotros es sostenida por Spota, Borda y otros.
La crítica se asienta en que no es posible que la base de la responsabilidad sea el riesgo provecho y, en
que, por otro lado, le permite al comitente, después que pagó, reclamar al dependiente; además que no son
solo los casos de dependencia económica los que se incluyen en este tipo de responsabilidad; a lo cual se
suma que es muchas veces necesaria la culpa del dependiente, con lo cual se deteriora el fundamento de
esta teoría.
» Tesis de la garantía: la garantía u obligación legal de garantía, es un fundamento de base objetiva
que no admite la exclusión de la responsabilidad mediante la prueba de la ausencia de culpa. Se toma en
cuenta la seguridad de la víctima, el derecho a su integridad y a recibir el resarcimiento ante el daño sufrido.
Es la garantía que deben asumir lo comitentes hacia los terceros, potenciales víctimas de los daños que
pueden causarle los agentes dependientes. Algunos autores suman una especie de presunción de insolvencia
de los dependientes, por la cual son los principales, generalmente más solventes, quienes deban asegurar
esta responsabilidad.
La tesis ha concitado la adhesión de casi toda la doctrina moderna francesa y lo mismo ha ocurrido en
nuestro país, como Trigo Represas, Salas, Alsina, etc., a los cuales adhiere Compagnucci.
Fundamentos intermedios.
Algunas teorías combinan elementos de ambas posturas extremas, como por ejemplo, la de la
“presunción de culpa (iure et de iure)”, la de “pura responsabilidad” y la de la “representación”.
» Presunción de culpa (“iure et de iure”): para esta corriente, la culpa es el fundamento de la
responsabilidad del principal, pero con una característica particular: a la culpa se la presume con carácter
irrefragable, es decir, es una presunción de “pleno derecho” que no admite prueba en contrario.
De esa manera, Llambías en la doctrina nacional y Colin y Capitant en la francesa, han desarrollado este
criterio que se sustenta en una generalización realizada por el legislador donde se produce una especie de
abstracción, presente en cada circunstancia, pero no juzgada para los casos concretos. La culpa estaría dada
por una ineficiente organización de la función que permitió que ocurriera el daño.
La tesis, que es interesante y novedosa, aparece como contradictoria. Si bien mantiene la imagen de la
culpa como elemento para valorar conductas, el carácter de presunción irrefragable (iure et de iure) impide
la prueba contraria. Pareciera que la presunciones, especialmente en estos casos, deben ser siempre iuris
tantum, por lo que aceptan prueba en contrario. No es conveniente que por un lado la ley presuma, y por
otro impida destruir esa presunción.
» Existencia de una “pura responsabilidad”: algunos autores dicen que dichos elementos pueden
tener una existencia autónoma y que la “pura responsabilidad” se identifica con la obligación del comitente.
Este carece de una verdadera deuda y tiene sobre sí una pura relación de responsabilidad.
Además de las críticas propias a la posibilidad de dividir en dos partes la existencia de la obligación, es
dable señalar la casi identificación de ese razonamiento con la teoría de la garantía. Si el comitente es
considerado como obligado, es porque se trata de un verdadero deudor.
» Teoría de la sustitución o de la representación: estas ideas fueron difundidas por los Mazeaud en
Francia, y han tenido un número importante de seguidores. Se trata de identificar a quien ejecuta el hecho
con aquel que resulta responsable. El agente sería una especie de representante o sustituiría la figura del
comitente en la realización de todo tipo de actos, incluso los ilícitos. Es la prolongación de una actividad, la
del principal, hacia el encargado que actúa como un instrumento de la voluntad del primero. Se insiste en
que la víctima debe siempre probar la culpa del dependiente, y no la del principal, con lo que queda indemne
el fundamento subjetivo, y no la del principal, con lo que queda indemne el fundamento subjetivo, aun con
la aclaración de que el responsable nunca se puede exonerar demostrando que no hubo negligencia.
La figura está tomada de la ficción que resulta de considerar a una persona confundida en otra; o bien
que uno sea “representante” y con su actuar ilícito vincule al primero. Si hay representación, los actos de
extralimitación de la órbita de actualización nunca relacionan al representante. De ahí que no sea posible
sustentar esta postura en la responsabilidad extracontractual.
Requisitos.
Para que se pueda atribuir responsabilidad al comitente es necesario que se adicionen una especie de
requisitos, vinculados con:
La relación de dependencia.
El requisito primario es la relación de dependencia entre el principal y el subordinado. Algunos autores
entienden que se caracteriza por una “dependencia contractual económica” (ej.: el contrato de locación de
servicios o contrato de trabajo). La vinculación tendría un carácter casi permanente.
Otros juzgan que se da ante la “elección libre” que hace el principal y además la “subordinación”, es
decir, poder dar órdenes y estar obligado a cumplirlas. A ello se le sumó que era un requisito que el principal
debía conocer la especificidad de tareas que realizaba el dependiente, pues si no sabía de ello, mal podía
controlar y tener influencia en la conducta de otro.
La relación de dependencia se apoya en dos presupuestos muy precisos:
» La subordinación: está dada por la sumisión a órdenes de otro. Uno con derecho a dar órdenes, y
otro con obligación de su cumplimiento. Esto, que aparece con mayor continuidad en las relaciones
laborales, ha sido extendido por la jurisprudencia a cualquier situación fáctica, de donde se infiere que
alguien da directivas y otro las obedece. En los fallos se anotan los casos del dueño de un inmueble y el
cuidados; el club y el jugador de futbol; la línea de colectivos y los propietarios de los vehículos; la
municipalidad y el adjudicatario de una licitación, el propietario de un automóvil y quien lo usa; el club que
organiza la fiesta y el concesionario del restaurante instalado en el local, etc.
» La función: además de la subordinación, para que se brinde la dependencia es necesaria la función.
La función consiste en demostrar que quien actúa y comete el ilícito lo hace para otro, ya que los fines se
dirigen hacia el comitente. No importa que se trate de una función permanente o temporaria, onerosa o
gratuita, graciable u ocasional, o que emerja de una relación fáctica o contractual.
La responsabilidad del dependiente por el hecho propio o de las cosas inanimadas.
Otro de los requisitos es que el dependiente haya cometido un hecho ilícito que lo haga responsable por
el hecho propio o personal o por el hecho de las cosas inanimadas.
En la responsabilidad por el hecho propio es necesario que el agente actúe con culpa o dolo (Art. 1109)
independientemente de que haya cometido un delito o un cuasidelito. Mientras que cuando obra con una
cosa inanimada habrá que estar a lo dispuesto en el Art. 1113, y establecer el carácter del objeto utilizado.
Puede darse un fundamento objetivo de imputación, que hará innecesaria la prueba de la culpabilidad.
Vínculo entre la función y el daño (acontecimiento dañoso coincidente con el “ejercicio” o con la “ocasión
de las funciones”).
Para hacer trasladable la responsabilidad al principal, o bien el comitente debe causar el daño ejerciendo
la actividad que le corresponde (incumbencia), o bien en supuestos en que la ley la imputa (ocasión). Ello se
llama, en el primer caso, ejercicio de las funciones, y en el segundo, ocasión o motivo.
» Ejercicio de la función: en un primer entendimiento estricto, ejercer la función implica solo cumplir
con aquello que le encomendó el principal. Si bien algunos autores, como Machado, se atuvieron a este
criterio rígido, a ello se le responde que en tal situación nunca sería responsable el comitente, ya que, en la
tarea específica, nunca puede incurrir en ilícitos. Si las órdenes son cometer delitos o cuasidelitos, la
responsabilidad no es refleja, sino directa. Por ello, el ejercicio no es solo la incumbencia estricta, sino que
también se da en los casos de abuso y apariencia.
• El ejercicio abusivo se produce cuando el dependiente se excede en la ejecución normal y corriente;
cuando, por ejemplo, al ejecutar las órdenes de conducir un vehículo, lo hace con exceso de velocidad; o el
piloto del avión que realiza actos de acrobacia poniendo en peligro la vida de los pasajeros, etc. Siempre
actuando durante las horas de cumplimiento de su actividad y en los lugares correspondientes.
• El ejercicio aparente se puede juzgar en los supuestos en que la conducta del agente se muestra como
la del propio ejercicio, pero en verdad no es así. Hay toda una puesta en escena que lo hace aparecer como
una realidad, aunque constituye una verdadera ficción. El dependiente está violentando las órdenes del
principal y obra en su propio interés o beneficio. Se trata con ello de proteger a las víctimas inocentes que,
obrando de buena fe, pueden creer y confiar en una conducta coherente. En nuestra jurisprudencia se ha
juzgado que el comitente es responsable cuando, por ejemplo, el jefe de depósitos, aprovechando de sus
tareas toma un vehículo y causa daños a terceros; el cuidador de un vestuario en un club se apropia de los
bienes que le dejan para su guarda los socios; el dependiente retira un camión el domingo y lesiona a una
persona extraña; el mecánico que reparando un ómnibus, lo saca del talles y atropella a un peatón, etc.
» Ocasión o motivo: no parece dudoso el derecho del damnificado a reclamar al principal cuando el
hecho se ejecutó en ejercicio de la función (sea ese ejercicio propio, abusivo o aparente), pero la cuestión se
complica cuando el entendimiento va más allá y puede llegar hasta el supuesto en que el daño ocurre
cuando el ejercicio le da solo motivo u ocasión.
Antes de seguir hay que aclarar que en la doctrina no hay conformidad en el significado de ambos
términos, ya que, para algunos, motivo es diferente de ocasión, mientras que para otros se identifican.
Además, entre los que solo menciona la ocasión, tampoco hay un idéntico entendimiento. Según Llambías,
es necesario diferencia el motivo de la ocasión. El motivo es el único que puede hacer responsable al
comitente, y se da cuando el desempeño del cometido es lo que constituye el antecedente necesario del
daño. En cambio, el hecho ocurre en ocasión cuando la función solo da oportunidad para cometer el
perjuicio, en cuyo caso el comitente no responde.
Esta diferencia entre motivo y ocasión es la que sustentó la Corte Suprema en el caso “Rabanillo c/
Gobierno Nacional”, donde se rechazó la demanda contra la Universidad del Litoral, por considerarse que el
hecho no había ocurrido, ni en el ejercicio ni con motivo de la función, sino que la tarea solo había dado
ocasión de cometer el hecho. La Suprema Corte de Bs. As., también en jurisprudencia, sigue este criterio.
Otros autores, como Mosset Iturraspe, Salas, Spota y Trigo Represas, a los que se suma Compagnucci,
han considerado que por aplicación analógica de lo dispuesto en el Art. 43, puede hablarse de ocasión en
dos sentidos diferentes:
• Criterio amplio: este fue sustentado por Spota. Según este criterio, puede hacer responsable al
principal siempre que se le brinde al dependiente la ocasión, el motivo u oportunidad para cometer el hecho.
• Criterio restrictivo: es el aceptado por la mayoría y considera que la ocasión se brinda para trasladar la
responsabilidad solo cuando los hechos dañosos pudieron realizarse porque el dependiente actuaba. La
responsabilidad del principal nace solo cuando existe en un nexo imprescindible entre las tareas y su
resultado, es decir, una conexidad inmediata. Es evidente que se identifica con la solución de la teoría que
refiere al motivo.
En síntesis, el comitente solo responderá por la ocasión cuando el dependiente cometa el ilícito obrando
en el empleo o la tarea, en una relación causal inmediata con el daño. En cambio, no queda comprometido
el principal en los casos en que el perjuicio se causa porque la función solo facilitó el delito.
Acción de la víctima.
La víctima tiene una doble acción, contra el autor del hecho y contra el comitente. Así el Art. 1122 dice:
Art. 1122: “Las personas damnificadas por los dependientes o domésticos, pueden perseguir
directamente ante los tribunales civiles a los que son civilmente responsables del daño, sin estar obligados a
llevar a juicio a los autores del hecho”.
La demanda puede deducirse en forma conjunta contra ambos, o contra cada uno de los que con
respecto al reclamante deben responder por el total. Se trata de una responsabilidad concurrente y no
solidaria, pues si bien ambos responden por el todo, lo fundamentos jurídicos son distintos y no juegan las
reglas del Art. 689.
Art. 689: “Las relaciones de los acreedores conjuntos entre sí, o de los deudores conjuntos entre sí,
después que uno de ellos hubiese cumplido una obligación divisible o indivisible, se reglarán de la manera
siguiente:
1° Cada uno de los acreedores conjuntos debe pagar una cuota igual o desigual, designada en los títulos
de la obligación, o en los contratos que entre sí hubiesen celebrado;
2° Si no hubiere títulos, o si nada se hubiese prevenido sobre la división del crédito o de la deuda entre
los acreedores y deudores conjuntos, se atenderá a la causa de haberse contraído la obligación
conjuntamente, a las relaciones de los interesados entre sí, y a las circunstancias de cada uno de los casos;
3° Si no fuese posible reglar las relaciones de los acreedores o deudores conjuntos entre sí, se
entenderá que son interesados en partes iguales, y que cada persona constituye un acreedor o un deudor”.
Historia.
En Roma, la víctima de un hecho dañoso tenía acción tanto contra el menor como contra el padre.
Según Paulo, cuando el esclavo o el hijo de familia obraban en forma espontánea, el damnificado podía
demandar al amo o al padre. Este último tenía el deber de pagar una pena pecuniaria o bien sustituirla por la
entrega del esclavo o del menor a la víctima (abandono noxal). La acción noxal vino a resolver un conflicto
entre la potestad del padre y el derecho del perjudicado, aunque la facultad de opción estaba siempre en
poder del progenitor. Con Justiniano desaparece es ius noxæ dandi con respecto a los hijos y se mantiene
para con los esclavos.
En el antiguo derecho francés, solo es posible v er esta responsabilidad en la Costumbre de Bretaña, que
establecía en uno de sus artículos: “Si el hijo causa un mal a otro, mientras se encuentre en la potestad de
su padre, su padre debe pagar la multa civil por cuanto debe castigar a sus hijos”.
Y el derecho español, anterior a la codificación, se da como ejemplo el dicho de la Partida Séptima.
Fundamentos.
Los fundamentos, como en casi todos los supuestos de la responsabilidad civil, pueden obedecer a dos
corrientes: las subjetivas o fundamentadas en la presunción de culpabilidad en la vigencia, el ejercicio de la
patria potestad o un defecto de educación; y objetivas, apoyadas en diferentes esquemas, tales como la
teoría del riesgo, la equidad, el interés social y la garantía.
Tesis subjetivas.
Se sustentan en la idea de una presunción de culpabilidad sobre los padres, por ejemplo, por la falta de
vigilancia, control y cuidado de los hijos. La ley obliga a los progenitores a tomar todas las medidas
aconsejables, y obran con la prudencia necesaria en la corrección y consejo a sus hijos. El hecho dañoso
presupone que no han actuado de esa manera y la ley les impone la carga de destruir dicha presunción. Esta
tesis es seguida por Salvat, Lafaille, De Gásperi y Borda.
La patria potestad impone deberes y da facultades a los padres sobre sus hijos menores. Tienen el
deber de educar, alimentar y controlar a los hijos, para que éstos obren bien y no causen daños. Cuando los
hijos son ya mayores, esta relación jurídica concluye; ello explica la limitación y el fundamento de la
responsabilidad. La tesis, sostenida por Trigo Represas, es la más acorde con este supuesto.
Asimismo, se ha dicho que el actuar ilícito del menor está fundado en un defecto o culpa en la educación
de sus padres. Si los padres tienen la obligación de inculcar buenas costumbres y los usos imperantes, que
hagan de los hijos personas de bien, deben cumplimentar debidamente estos deberes. El daño ocasionado
les impone la obligación de demostrar que no fue por su culpa, ya ue han dado una buena educación. Si se
aplicara la idea a ultranza, los padres deberían responder aun ante los hechos de los hijos mayores.
Tesis objetivas.
En algunos autores extranjeros, ha tenido eco la idea de que la teoría del riesgo podía ser aplicada en
este tipo de responsabilidad. Argumentan que hay una creación del riesgo, y la responsabilidad paterna
estaría en recibir beneficios no económicos, sino espirituales o morales ante la satisfacción de ser padres.
La doctrina francés entiende que la responsabilidad de ls padres tiene un fundamento de equidad, pues
es más justo que ellos respondan por los hechos de sus hijos, en vez de que sea la víctima la que soporte los
daños. La justicia de este reparto es muy discutible, ya que se atribuye una responsabilidad ajena sin culpa
ni posibilidad de control alguno.
Se juzga que hay también un interés social en reforzar los fines preventivos, dándole al damnificado la
indemnización de sus perjuicios y trasladando la responsabilidad hacia los mismos padres para imponer una
mejor conducta colectiva. El fundamento es muy remoto, y lleva a exagerar la posibilidad de los padres de
ejercer un control absoluto sobre el comportamiento de los menores.
Por último, una tesis que ha tenido importancia en nuestra doctrina considera que los padres, como son
los comitentes, deben ser garantes de los afectados por los perjuicios causados por los menores; por su
posibilidad de mayor solvencia económica, calidad de fiadores de ese comportamiento y la llamada
solidaridad familiar.
Compagnucci considera que la responsabilidad civil no puede atender a los patrimonios para juzgar la
justicia de la imputación.
Responsables.
Después de la reforma de la ley 23.264, ambos padres son solidariamente responsables y ello porque el
ejercicio de la patria potestad corresponde conjuntamente a los dos progenitores. Así dice el Art. 1114,
después de su modificación:
Art. 1114: “El padre y la madre son solidariamente responsables de los daños causados por sus hijos
menores que habiten con ellos, sin perjuicio de la responsabilidad de los hijos si fueran mayores de diez
años. En caso de que los padres no convivan, será responsable el que ejerza la tenencia del menor, salvo
que al producirse el evento dañoso el hijo estuviere al cuidado del otro progenitor.
Lo establecido sobre los padres rige respecto de los tutores y curadores, por los hechos de las personas
que están a su cargo”.
Los padres que conviven, sea la filiación de sus hijos legítima, natural o adoptiva, responden en forma
solidaria, por lo que las víctimas tienen acción por el todo contra cualquiera de ellos, o bien contra ambos
(Art. 699 – obligaciones solidarias).
Si no conviven, por estar separados de hecho o divorciados, solo resta como responsable el que ejerce
la tenencia del menor, sea la tenencia de hecho u otorgada judicialmente (de derecho). La ley consagra la
responsabilidad del otro cónyuge cuando el daño se produce encontrándose el menor bajo su guarda, es
decir, cuando éste lo tiene a su cuidado en virtud de un régimen de visitas, pero no detenta la tenencia.
Requisitos.
Para que los padres sean responsables ante terceros víctimas del hecho ilícito, es necesario que se
sumen los siguientes requisitos:
Minoridad: los padres responden por sus hijos menores de edad que, según lo dispuesto en el Art. 126
CC, son aquellos que tienen menos de 21 años (régimen anterior). Ahora, la ley 26.579, sancionada y
promulgada en diciembre de 2009, reforma el Art. 126 (entre otros), determinando que son menores
aquellos que no hayan alcanzado la edad de 18 años.
Antes de la reforma de la ley 23.264 se planteaba una cuestión entre lo que disponía el derogado Art.
273 (que establecía que los padres respondían por los hechos ilícitos de sus hijos menores de 10 años), y lo
que decía el Art. 1114, que los hacía responsables por los hijos menores, sin indicar más precisiones. La
doctrina y la jurisprudencia llegaron a conciliar ambas normas, entendiendo que cuando el hijo era menor de
10 años, y por ende, carente de discernimiento, la responsabilidad de los padres era directa, en cambio,
cuando era mayor de 10 años y menor de 21 años, dicha responsabilidad era indirecta, siendo personal del
menor y reflejo de sus progenitores.
La solución dada por el Art. 1114 es coincidente con el razonamiento anterior. Cuando el hijo es menor
de 10 años, responden solo sus padres; cuando es mayor de esa edad y menor de 21 años (antes del 2009)
hay una conjunción de responsabilidades, la persona del hijo y la indirecta de los padres. La víctima tiene
una duplicidad de acciones
Los padres dejan de responder cuando los menores se emancipan por el matrimonio (Art. 131 y 306) o
bien resultan habilitados en edad (Art. 131). En cuanto a aquellos que ejercen el comercio, o profesión, o
han celebrado contrato de trabajo por ser mayores de 18 años, los padres continúan siendo responsables
por sus hechos ilícitos en general, salvo los que sean una consecuencia de su propia actividad laborar.
Agregado: Ley 26.579. Mayoría de Edad a los 18 años. Modifica Código Civil
Sancionada: Diciembre 2 de 2009 Promulgada: Diciembre 21 de 2009 B.O. 22/12/09
El Senado y Cámara de Diputados de la Nación Argentina reunidos en Congreso, sancionan con fuerza de Ley:
MAYORIA DE EDAD
ARTICULO 1º — Modifícase el Código Civil en los artículos 126, 127, 128, 131 y 132 del Título IX, Sección
Primera del Libro I; el artículo 166 inciso 5) y el artículo 168 del Capítulo III del Título I, Sección Segunda del Libro
I; los artículos 275 y 306 inciso 2) del Título III, Sección Segunda del Libro II; el artículo 459 del Capítulo XII,
Sección Segunda del Libro I, los que quedan redactados de la siguiente forma:
‘Artículo 126: Son menores las personas que no hubieren cumplido la edad de 18 años.’
‘Artículo 127: Son menores impúberes los que aún no tuvieren la edad de 14 años cumplidos, y adultos los
que fueren de esta edad hasta los 18 años cumplidos.’
‘Artículo 128: Cesa la incapacidad de los menores por la mayor edad el día que cumplieren los 18 años. El
menor que ha obtenido título habilitante para el ejercicio de una profesión puede ejercerla por cuenta propia sin
necesidad de previa autorización, y administrar y disponer libremente de los bienes que adquiere con el producto
de su trabajo y estar en juicio civil o penal por acciones vinculadas a ello.’
‘Artículo 131: Los menores que contrajeran matrimonio se emancipan y adquieren capacidad civil, con las
limitaciones previstas en el Art. 134. Si se hubieran casado sin autorización no tendrán hasta la mayoría de edad la
administración y disposición de los bienes recibidos o que recibieren a título gratuito, continuando respecto a ellos
el régimen legal vigente de los menores.’
‘Artículo 132: La invalidez del matrimonio no deja sin efecto la emancipación, salvo respecto del cónyuge de
mala fe para quien cesa a partir del día en que la sentencia pasa en autoridad de cosa juzgada.
Si algo fuese debido al menor con cláusula de no poder percibirlo hasta la mayoría de edad, la emancipación
no altera la obligación ni el tiempo de su exigibilidad.’
‘Artículo 166: Son impedimentos para contraer matrimonio:
1. La consanguinidad entre ascendientes y descendientes sin limitación.
2. La consanguinidad entre hermanos o medio hermanos.
3. El vínculo derivado de la adopción plena, en los mismos casos de los incisos 1, 2 y 4. El derivado de la
adopción simple, entre adoptante y adoptado, adoptante y descendiente o cónyuge del adoptado, adoptado y
cónyuge del adoptante, hijos adoptivos de una misma persona, entre sí, y adoptado e hijo de adoptante. Los
impedimentos derivados de la adopción simple subsistirán mientras ésta no sea anulada o revocada.
4. La afinidad en línea recta en todos los grados.
5. Tener menos de 18 años.
6. El matrimonio anterior, mientras subsista.
7. Haber sido autor, cómplice o instigador del homicidio doloso de uno de los cónyuges.
8. La privación permanente o transitoria de la razón, por cualquier causa que fuere.
9. La sordomudez cuando el contrayente no sabe manifestar su voluntad en forma inequívoca por escrito o de
otra manera.’
‘Artículo 168: Los menores de edad no podrán casarse entre sí ni con otra persona mayor sin el
asentimiento de sus padres, o de aquel que ejerza la patria potestad, o sin el de su tutor cuando ninguno de ellos
la ejerce o, en su defecto, sin el del juez.’
‘Artículo 275: Los hijos menores no pueden dejar la casa de sus progenitores, o aquella que éstos le
hubiesen asignado, sin licencia de sus padres. Tampoco pueden ejercer oficio, profesión o industria, ni obligar sus
personas de otra manera sin autorización de sus padres, salvo lo dispuesto en los Arts. 128 y 283.’
‘Artículo 306: La patria potestad se acaba:
1. Por la muerte de los padres o de los hijos.
2. Por profesión de los padres en institutos monásticos.
3. Por llegar los hijos a la mayor edad.
4. Por emancipación legal de los hijos sin perjuicio de la subsistencia del derecho de administración de los
bienes adquiridos a título gratuito, si el matrimonio se celebró sin autorización.
5. Por adopción de los hijos, sin perjuicio de la posibilidad de que se la restituya en caso de revocación y
nulidad de la adopción.’
‘Artículo 459: En cualquier tiempo el Ministerio de Menores o el menor mismo, siendo mayor de 16 años,
cuando hubiese dudas sobre la buena administración del tutor, por motivos que el juez tenga por suficientes,
podrá pedirle que exhiba las cuentas de la tutela.’
ARTICULO 2º — Derógase el inciso 2) del artículo 264 quáter del título III, Sección Segunda del Libro I del CC.
ARTICULO 3º — Agrégase como segundo párrafo del artículo 265 del Título III, Sección Segunda del Libro I
del CC, el siguiente: ‘La obligación de los padres de prestar alimentos a sus hijos, con el alcance establecido en
artículo 267, se extiende hasta la edad de 21 años, salvo que el hijo mayor de edad o el padre, en su caso,
acrediten que cuenta con recursos suficientes para proveérselos por sí mismo.’
ARTICULO 4º — Se derogan los Arts. 10, 11 y 12 del Capítulo II, Título I, del Libro I del Código de Comercio.
ARTICULO 5º — Toda disposición legal que establezca derechos u obligaciones hasta la mayoría de edad debe
entenderse hasta los 18 años, excepto en materia de previsión y seguridad social en que dichos beneficios se
extienden hasta los 21 años, salvo que las leyes vigentes establezcan una edad distinta.
Habitación: el nuevo Art. 1114, al igual que el texto anterior, se refiere a la responsabilidad de los
padres por los hijos que habiten con ellos, por lo cual, una lectura y aplicación descuidada del texto legal,
podría hacer pensar que solo responden por los menores con los que convivan, es decir, que vivan bajo el
mismo texto que ellos. No es ésa la interpretación que debe darse.
Ya los primeros comentaristas del CC, como Macha, Salas y Salvat, sostuvieron acertadamente que
habitar tiene un sentido amplio y que, aun cuando los menores vagaran por las calles o raras veces fueren a
caso de sus padres, estos igualmente son responsables ante los deberes que les imponen la patria potestad,
entre los que se cuenta darles una buena educación.
En cuanto a los casos en que la falta de convivencia o habilitación tiene un motivo válido y legítimo,
como cuando el hijo debe ausentarse por motivos de trabajo o de estudio, los autores entienden que cesa la
responsabilidad de los padres, porque se concluye con el requisito de habilitación (Borda, Llambías, etc.).
Otra corriente, a la que adhiere Compagnucci, considera que solo podría concluir la obligación de
responder en los únicos supuestos en que el menor se encuentre bajo la guarda de otra persona, como el
comitente, el directo de colegio o el maestro artesano, es decir, las figuras responsables previstas en los
Arts. 1113 y 1117. Ello surge de lo que dispone el Art. 1115, que excluye la responsabilidad de los padres
cuando el menor se encuentra bajo la influencia o autoridad de otro (Aubry y Rau).
Hecho ilícito del menor: aunque el texto del Art. 1114 hace referencia a los daños que causen sus hijos
menores, existe consenso en interpretar que se trata siempre de un hecho ilícito del menor.
El problema se plantea ante un acto de un menor de 10 años, cuya conducta se juzga como carente de
discernimiento. En este supuesto, según los Mazeaud, el fundamento estaría dado “no por la culpa de los
hijos, sino por la de los padres mismos”, y consiste en no haber impedido que el hijo causara daños. Es una
especie de culpabilidad de los padres, fundada en la conducta reprensible (amonestable) de sus hijos. Para
otros autores, como Trigo Represas, Salas y Compagnucci, lo que interesa es establecer si el menor de 10
años cometió un acto que pueda encuadrarse dentro del concepto de “antijuridicidad objetiva”. Es decir, una
contradicción entre su conducta y la normativa del sistema jurídico.
Si se trata de un hijo mayor de 10 años, la dificultad desaparece. La víctima debe demostrar que el
menor obró con culpa, salvo que hubiera intervenido alguna cosa, en cuyo caso juegan las presunciones
legales o la aplicación del fundamento objetivo del riesgo.
Un tema difícil ha sido resolver la intensidad de la responsabilidad paterna cuando el hecho ilícito del
menor constituya un delito (si los padres son responsables por el delito o por la medida de un cuasidelito).
Dicen los Mazeaud que como se obligan por su propia culpa, esa es la medida de su carga. En cambio,
Llambías sostiene que deben responder por el mismo hecho que comete el hijo, y es ésta la tesis más acorde
con la imposición que hace la ley, pues el comportamiento del menor se traslada hacia los padres, que
asume la carga de indemnizar.
De más está decir, aunque resulte obvio, que las normas de este tipo de responsabilidad solo se aplican
cuando los daños son causados por los menores a los terceros y nunca por los que sufren ellos mismos.
Causales de eximición.
La posibilidad que tienen los padres de exonerarse de responder demostrando su “falta de culpabilidad”
no resulta una cuestión genérica, sino que la ley establece taxativamente en qué casos y bajo qué
condiciones pueden eximirse de dicha responsabilidad. Toda esta cuestión está prevista en los Arts. 1115 y
1116, normas que se han mantenido inmutables después de la reforma de la ley 23.264. Las causales son:
Transferencia de la guarda y tenencia del menor: la traslación de la guarda o tenencia del menor está
prevista en el Art. 1115, que dice:
Art. 1115: “La responsabilidad de los padres cesa cuando el hijo ha sido colocado en un
establecimiento de cualquier clase, y se encuentra de una manera permanente bajo la vigilancia y autoridad
de otra persona”.
Es el supuesto en que ambos padres conviven y pueden probar que han desplazado la guarda del
menor, en forma casi permanente, hacia alguna de las personas incluidas en los Arts. 1113 y 1117.
Art. 1113: “La obligación del que ha causado un daño se extiende a los daños que causaren los que
están bajo su dependencia, o por las cosas de que se sirve, o que tiene a su cuidado.
En los supuestos de daños causados con las cosas, el dueño o guardián, para eximirse de
responsabilidad, deberá demostrar que de su parte no hubo culpa; pero si el daño hubiere sido causado por
el riesgo o vicio de la cosa, sólo se eximirá total o parcialmente de responsabilidad acreditando la culpa de la
víctima o de un tercero por quien no debe responder.
Si la cosa hubiese sido usada contra la voluntad expresa o presunta del dueño o guardián, no será
responsable”.
Art. 1117: “Los propietarios de establecimientos educativos privados o estatales serán responsables por
los daños causados o sufridos por sus alumnos menores cuando se hallen bajo el control de la autoridad
educativa, salvo que probaren el caso fortuito.
Los establecimientos educativos deberán contratar un seguro de responsabilidad civil. A tales efectos, las
autoridades jurisdiccionales, dispondrán las medidas para el cumplimiento de la obligación precedente.
La presente norma no se aplicará a los establecimientos de nivel terciario o universitario”.
La exigencia legal de que el hijo se encuentre bajo la influencia de otra persona en forma permanente
no se corresponde a un entendimiento literal; quiere decir que no debe ser “accidental ni ocasional”. La voz
permanente significa aquí que se produjo una sustitución de la autoridad paterna, aunque carezca de una
total continuidad; por ejemplo, cuando el menor se encuentra en un colegio, o bien trabajando bajo la
autoridad de un principal.
La vigilancia activa: el Art. 1116 prevé la otra causal de exoneración y dispone:
Art. 1116: “Los padres no serán responsables de los daños causados por los hechos de sus hijos, si
probaren que les ha sido imposible impedirlos. Esta imposibilidad no resultará de la mera circunstancia de
haber sucedido el hecho fuera de su presencia, si apareciese que ellos no habían tenido una vigilancia activa
sobre sus hijos”.
Son los padres los que tienen que aportar la prueba necesaria para eximirse de responder, a fin a
destruir la presunción de culpabilidad iuris tantum (aquello que resulta apropiado en derecho y surte sus
propios efectos mientras no se demuestre otra cosa. Se denominan así las presunciones legales frente a las
cuales cabe alguna prueba) que recae sobre ellos. Cuando el menor comete un hecho dañoso, la ley
presupone la culpa de sus padres y su consiguiente responsabilidad.
La ley les exige la demostración de una vigilancia activa, que significa una buena educación moral, el
cumplimiento estricto de los deberes que impone la patria potestad, los hábitos de vida, el contexto donde
se desenvuelve la vida social, etc. La apreciación de todos esos extremos, como sostenía Salas, debe
condicionarse a las circunstancias en general, las costumbres, las necesidades de la vida, como también al
carácter y temperamento del menor, que pueden exigir una mayor o menor atención.
La jurisprudencia ha juzgado la falta de vigilancia activa, y consiguiente responsabilidad paterna, cuando
no fueron controladas las amistades o sus compañías, o se le permitió jugar solo en la calle, o utilizar un
arma de fuego o frecuentar lugares de diversión nocturnos impropios para su edad, o juzgar en la calle con
hondas o tirar piedras, etc.
La falta de presencia de los padres por sí misma no excusa ni es motivación para justificar la ausencia de
responsabilidad. Por lo tanto, poco interesa que el hecho ocurra o no en su presencia.
Los tutores y curadores quedan asimilados a los padres, en cuanto a la existencia de una “presunción de
culpa”, cuando alguno de los menores o incapaces comete un hecho ilícito. Pero es necesario considerar que
la situación de estos no es igual a la de los padres, ya que su influencia moral y la natural inclinación a la
obediencia no se brindan en similar intensidad.
Fundamentos.
Se dan varios fundamentos para justificar este tipo de responsabilidad.
Culpa presunta: se la denomina también obligación de vigilancia. Como su nombre lo dice, estima que la
responsabilidad se apoya en una culpa presunta del directo de colegio por no cumplir con su obligación de
vigilancia, esto es, por no haber cuidado y controlado debidamente el comportamiento de los alumnos,
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Derecho Civil II
permitiendo una especie de relajación de la disciplina que se exterioriza cuando algún alumno causa un daño
a otro o a un tercero. El director mantiene la carga de controlar, aun cuando obre por medio de
representantes o dependientes, como son los maestros, preceptores o celadores, ya que la función que
desempeña le impide ejercer una debida vigilancia. Con esta postura concuerda Compagnucci.
Patria potestad delegada: otra tesis, apoyándose en lo dispuesto en el Art. 1117, da como argumento
que los directores asumen una especie de “patria potestad delegada”, ya que pueden asimilarse a los padres
en el ejercicio de cierta autoridad sobre los menores. Sin embargo, no es exactamente así, ya que hay
diferencias notorias entre los padres y los directores y no es posible asimilar los derechos y deberes de la
patria potestad a la autoridad y función de los directores de colegio.
Eximentes.
El Art. 1117 permite a los directores de colegio eximirse de responder cuando puedan probar que no
pudieron impedir el daño, mediante “la identidad que su calidad le confería y con el cuidado que era de su
deber poner”. Es decir, deben demostrar el caso fortuito o la fuerza mayor que no les permitió impedir que
el daño ocurriera o bien que obraron sin culpa al observar todos los cuidados que les corresponde a su
deber. Se trata de acreditar la ausencia de culpabilidad o el caso fortuito.
Así, se ha juzgado que el director no es responsable por la lesión que un alumno produjo a otro en un
ojo, ya que el hecho ocurrió en un recreo y fue tan sorpresivo que no se pudo evitar. También se consideró
lo contrario, en un caso en que un escolar arrojó un portafolio y lesionó a otro en la cabeza, porque el hecho
sucedió cuando la maestra se había ausentado de la clase, dejando a los alumnos solos y sin vigilancia.
Fundamentos.
El fundamento es objetivo, ya que se está ante una obligación de resultado y no interviene el concepto
de culpabilidad para justificar la obligación de resarcir.
Compagnucci considera que esta responsabilidad se justifica por la garantía que es debida en la órbita
de este contrato, ya que el dueño del hotel debe asegurar la absoluta salvaguarda de los bienes de los
viajeros. Algunos sostienen que se funda en el riesgo creado, en atención a los beneficios que reciben los
hoteleros, pero es evidente que no hay creación de riesgo. El deber de incolumidad impuesto por la ley
justifica suficientemente la garantía.
Clases de establecimientos.
De conformidad con lo dispuesto en el Art. 1118, los responsables son “los dueños de hoteles, casas
públicas de hospedaje y de establecimientos públicos de todo género”, por lo que la legitimación pasiva se
simplifica, ya que pueden ser responsables los dueños de los albergues u hoteles.
Un poco más dificultoso es saber a qué clase de casas se ha referido la ley. En la expresión “hoteles y
casas públicas de hospedaje” se incluyen hoteles propiamente dichos, hostelerías, hostales, pensiones, etc.
Quedan excluidos los restaurantes, las casas de comidas o donde se alquila una habitación.
Tal como lo dispone el CC en los Art. 2233 y 2234, la responsabilidad no se aplica a los administradores
de fondas, cafés, casas de baños y otros establecimiento semejantes, tampoco a los locatarios de piezas, a
particulares que no fuesen viajeros, o que no estén como huéspedes, ni respecto a las personas que
viviendo o pudiendo vivir en los pueblos, alquilan piezas como locatarios en las posadas.
Art. 2233: “La responsabilidad impuesta a los posaderos, no se aplica a los administradores de fondas,
cafés, casas de baños y otros establecimientos semejantes, ni respecto de los viajeros que entren en las
posadas, sin alojarse en ellas”.
Art. 2234: “Tampoco se aplica respecto de los locatarios de piezas, a particulares que no fuesen
viajeros, o que no estén como huéspedes, ni respecto a las personas que viviendo o pudiendo vivir en los
pueblos, alquilan piezas como locatarios en las posadas”.
En cuanto a los “establecimientos de todo género”, tiene razón Llambías cuando aclara que son aquellos
que tienen un carácter público, ofrecen y dan alojamiento, y las personas depositan allí sus efectos.
Daños comprendidos.
Los daños que se contemplan como reparables son los producidos a las cosas introducidas por el viajero,
ya sea por su deterioro, destrucción o desaparición. Los Arts. 2230 y 2231 se refieren a los efectos de toda
clase y en ellos están comprendidos todos los elementos referidos, aunque quedan algunas dudas con
relación al dinero, automotores y bienes de cierto valor económico.
Art. 2230: “El posadero y todos aquellos cuya profesión consiste en dar alojamiento a los viajeros,
responden de todo daño o pérdida que sufran los efectos de toda clase introducidos en las posadas, sea por
culpa de sus dependientes o de las mismas personas que se alojan en la casa; pero no responden de los
daños o hurtos de los familiares o visitantes de los viajeros”.
Art. 2231: “El posadero responde de los carros y efectos de toda clase que hayan entrado en las
dependencias de las posadas”.
Con relación al dinero, según algunos autores, como Salvat y Borda, éste integra, juntamente con las
alhajas y la ropa, los efectos que se llevan consigo, y por lo tanto el hotelero debe responder de su pérdida.
Llambías entiende lo contrario en virtud de no darse en la especie un supuesto de depósito regular.
Compagnucci cree que la cuestión es más sencilla: si el viajero hizo saber al hotelero o a su
representante (conserje, manager o encargado de la recepción) el dinero que llevaba lo mostró, estos deben
tomar los recaudos para su guarda en cajas de seguridad o similares; en caso contrario son responsables de
su desaparición. Si el viajero nada comunicó no puede atribuirse responsabilidad alguna.
Los dueños de hoteles o casas similares son responsables de cualquier daño, hurto, o robo que puedan
sufrir los automotores depositados en las cocheras o garajes de esos establecimientos. Y ello porque el
contrato de hospedaje se integra con otras relaciones jurídicas, además de la obligación de guarda y
custodia que tienen esos propietarios.
Causales de exención.
Son pocas, y taxativamente enumeradas, las causas que permiten la exención de los dueños de hoteles
y casas de hospedaje. De nada sirven los avisos que indican: “No se responde por los efectos introducidos
por los huéspedes” (Art. 2232), porque la sola voluntad unilateral no puede excusar de reparar.
Art. 2232: “El posadero no se exime de la responsabilidad que se le impone por las leyes de este
Capítulo, por avisos que ponga anunciando que no responde de los efectos introducidos por los viajeros; y
cualquier pacto que sobre la materia hiciese con ellos para limitar su responsabilidad, será de ningún valor”.
La ley prevé las causales de eximición:
Culpa del viajero: siguiendo lo dispuesto en el Art. 1111, el Art. 2236 establece que la víctima asume los
daños que se deben a su propia culpa. Así, se juzgó que había culpa del propio viajero cuando no guardó
una valija en su habitación y la dejó en el hall del hotel durante 4 días y fue hurtada.
Art. 2236: “El posadero no es responsable cuando el daño o la pérdida provenga de fuerza mayor, o de
culpa del viajero”.
Miembros de su familia o visitantes: el Art. 2230 hace la salvedad de que el posadero no responde de los
daños o hurtos de los familiares o visitantes de los viajeros, ya que no se puede asumir la responsabilidad
cuando el hecho es atribuible a un tercero, pues no hay relación jurídica alguna con esas personas; sería
este un supuesto de “causa ajena”. Es más, el Art. 2230 vincula a los autores con la misma víctima del
perjuicio, ya que son “miembros de sus familia” o “visitantes”.
Art. 2230: “El posadero y todos aquellos cuya profesión consiste en dar alojamiento a los viajeros,
responden de todo daño o pérdida que sufran los efectos de toda clase introducidos en las posadas, sea por
culpa de sus dependientes o de las mismas personas que se alojan en la casa; pero no responden de los
daños o hurtos de los familiares o visitantes de los viajeros”.
Caso fortuito o fuerza mayor: la ley civil viene a consagrar que no se debe responder de los hechos
extraordinarios, imprevisibles e inevitables. El Art. 2236 se refiere a ello, cuando dice que el posadero no es
responsable cuando el daño o la pérdida provengan de fuerza mayor. Lo cual aparece como una reiteración
de la regla general, pero se dan dos supuestos: el robo y el incendio.
» El robo: en principio no resulta una causal de exención de la responsabilidad, ya que la ley considera
que el hotelero debe tomar todos los recaudos para que no ocurra, y por lo tanto no es un supuesto de
fuerza mayor, salvo que fuera a mano armada o mediante escalamiento. Así dice el Art. 2237:
Art. 2237: “No es fuerza mayor la introducción de ladrones en las posadas si no lo hiciesen con armas,
o por escalamiento que no pudiese resistir el posadero”.
» El incendio: no constituye caso fortuito, salvo en consideración al producido en la relación locativa de
cosas, que fuera estudiado con anterioridad. Si se produce el siniestro el hotelero debe responder.
Cosas valiosas no denunciadas: de acuerdo con lo ya visto y con lo dispuesto en el Art. 2235, el hecho
de no denunciar las cosas valiosas es considerado como un obrar culposo de la propia víctima, por tanto
resulta una de las causales de exculpación.
Pluralidad de responsables.
Cuando el hotel pertenece a dos o más dueños no es fácil establecer si la responsabilidad es
simplemente mancomunada o solidaria. El Art. 1121 preceptúa:
Art. 1121: “Cuando el hotel o casa pública de hospedaje perteneciere a dos o más dueños, o si el
buque tuviese dos capitanes o patrones, o fuesen dos o más los padres de familia, o inquilinos de la casa, no
serán solidariamente obligados a la indemnización del daño; sino que cada uno de ellos responderá en
proporción a la parte que tuviere, a no ser que se probare que el hecho fue ocasionado por culpa de uno de
ellos exclusivamente, y en tal caso sólo el culpado responderá del daño”.
Pero lo dispuesto en el Art. 1109 y 1113 pareciera dar una solución contraria.
Si la responsabilidad en estudio es “contractual objetiva”, no hay duda de que debe ser aplicado el Art.
1121 y la obligación “mancomunada simple”. Poco interesa que se trate del hecho del hotelero o de personal
de servicio, o agentes, o ciertos terceros por los que se deba responder; la proporcionalidad será juzgada
conforme al interés patrimonial que cada uno tenga en el establecimiento.
Dando al Art. 1121 una interpretación que Compagnucci no comparte, algunos autores entienden que
solo es responsable el que obra con culpa o dolo. Ello no es así, ya que el fundamento es típicamente
objetivo y se prescinde del elemento subjetivo de imputación. También se afirma que si todos los
demandados han actuado con culpa o dolo pasan a ser solidarios en virtud de ser copartícipes de un
cuasidelito o coautores de un delito. La responsabilidad contractual conjunta no prevé solidaridad; además,
la legislación argentina no permite presumir ese tipo de vínculo.
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Derecho Civil II
Carácter.
En todos los casos, la responsabilidad es contractual objetiva, por lo que es censurable la ubicación
metodológica en la referencia que hace el CC. También se observa que los supuestos están previstos en la
legislación comercial y en leyes específicas. No están incluidas en el Art. 1119 las responsabilidades que
corresponden a los “armadores de buques”, y al transporte aéreo, que resultan asimilables a las anteriores.
Regulación específica.
En cuanto a los capitanes y armadores de buques y propietarios de embarcaciones, esta responsabilidad
es tarifada y está regulada en la ley de la navegación 20.094. Para los agentes de transporte terrestre se
ocupa el Cód. de Comercio, además de lo dispuesto en la ley de ferrocarriles (2.873). La del transporte por
aire está prevista en el Cód. Aeronáutico (ley 17.285).
Responsabilidad contractual por los auxiliares. (VER COMPAGNUCCI pág. 137 a 139)
Es otro supuesto de responsabilidad indirecta (NO ESTÁ EN EL PROGRAMA).
Bolilla 25
● Responsabilidad. Continuación.
Responsabilidad por las cosas arrojadas o suspendidas.
Siguiendo la tradición romana y la antigua legislación española, el codificador argentino se ocupó
de la responsabilidad que les corresponde a los “jefes de familia” por los daños que causan las cosas
que son arrojadas a la calle o que caen por estar mal colocadas.
El mismo Art. 1119 trata toda esta problemática:
Art. 1119: “El artículo anterior es aplicable a los capitanes de buques y patrones de
embarcaciones, respecto del daño causado por la gente de la tripulación en los efectos embarcados,
cuando esos efectos se extravían:
A los agentes de transportes terrestres, respecto del daño o extravío de los efectos que recibiesen
para transportar.
A los padres de familia, inquilinos de la casa, en todo o en parte de ella, en cuanto al daño causado
a los que transiten, por cosas arrojadas a la calle, o en terreno ajeno, o en terreno propio sujeto a
servidumbre de tránsito, o por cosas suspendidas o puestas de un modo peligroso que lleguen a caer;
pero no cuando el terreno fuese propio y no se hallase sujeto a servidumbre el tránsito. Cuando dos o
más son los que habitan la casa, y se ignora la habitación de donde procede, responderán todos del
daño causado. Si se supiere cuál fue el que arrojó la cosa, él sólo será responsable”.
Es un tipo de responsabilidad peculiar, ya que se da por dos circunstancias diferentes:
• Por las cosas arrojadas de casa o departamento que causan daño a otro.
• Por las cosas suspendidas de tal forma que caen y perjudican a terceros.
En principio, no interesa quien fue el autor, ya que las personas llamadas a responder lo hacen
como “jefes de familia”, y nunca como causantes directos del daño.
Es por lo dicho que la responsabilidad se encuentra un poco desdibujada, a la par que
controvertida; por eso se ha opinado que puede pensarse en una responsabilidad de tipo colectiva, o
por autor anónimo, o por el hecho propio, o por el hecho extraño.
Para Compagnucci, es una especie de responsabilidad por el hecho ajeno, con una nota curiosa: si
se llega a establecer quien fue el autor, cesa la responsabilidad del padre de familia; en cambio, si se lo
ignora se mantiene con plenitud el principio consagrado en el Art. 1119.
Legitimados pasivos.
De conformidad a lo dispuesto en el Art. 1119, los responsables son los padres de familia e
inquilinos de la casa, aunque es importante la opinión de Trigo Represas quien hace notar que no
quedan de ninguna manera excluidos los propietarios, y no corresponde dejar afuera, tal como sostiene
Llambías, a las “personas solteras, casadas sin hijos, o viudos que no tengan descendencia”. La ley ha
establecido una carga a los jefes de familia, dando así una caracterización un poco extraña a la
organización y parentesco familiar que el CC regula; sin embargo, sus objetivos quedan justificados.
Los responsables son las personas que tienen la autoridad familiar sobre las que con ellos conviven
y mantienen trato doméstico. Por eso, se incluyen bajo dicha potestad a los hijos, cónyuges, parientes
en general, personal del servicio doméstico, hijos de crianza, etc.; es decir, todos aquellos que se
hallen con algún carácter de permanencia en el lugar, y en cierta medida, se encuentren bajo la égida
del “jefe de familia”.
No interesa el título que invistan estos sujetos responsables; pueden ser propietarios, poseedores,
usufructuarios, usuarios, locatarios, comodatarios o depositarios totales o parciales del bien; lo que
importa es que habiten la casa y ejerzan esa potestad que le da su propia autoridad.
Pluralidad de responsables.
Existiendo pluralidad de “jefes de familia” en el mismo edificio, se pueden plantear diferentes
situaciones jurídicas. Así, al decir el Art. 1119 in fine que “cuando dos o más son los que habitan la
cosa y se ignora la habitación de donde procede, responderán todos del daño causado”, quiere
expresar que a veces no es posible individualizar el lugar donde se arrojó o cayó el objeto y diferenciar
el ámbito que ocupa cada grupo familiar y ello arrastra como consecuencia que todos son
responsables. Ej.: si un objeto cae del 3° piso y otro desde el 5° piso, no se desconoce de qué
habitación cayó, sino de qué piso.
El Art. 1121 dispone:
Art. 1121: “Cuando el hotel o casa pública de hospedaje perteneciere a dos o más dueños, o si el
buque tuviese dos capitanes o patrones, o fuesen dos o más los padres de familia, o inquilinos de la
casa, no serán solidariamente obligados a la indemnización del daño; sino que cada uno de ellos
responderá en proporción a la parte que tuviere, a no ser que se probare que el hecho fue ocasionado
por culpa de uno de ellos exclusivamente, y en tal caso sólo el culpado responderá del daño”.
Naturaleza y fundamentos.
Como el daño es causado por una cosa inanimada, puede sostenerse que es aplicable
excluyentemente lo dispuesto en el Art. 1113.
Art. 1113: “La obligación del que ha causado un daño se extiende a los daños que causaren los
que están bajo su dependencia, o por las cosas de que se sirve, o que tiene a su cuidado.
En los supuestos de daños causados con las cosas, el dueño o guardián, para eximirse de
responsabilidad, deberá demostrar que de su parte no hubo culpa; pero si el daño hubiere sido
causado por el riesgo o vicio de la cosa, sólo se eximirá total o parcialmente de responsabilidad
acreditando la culpa de la víctima o de un tercero por quien no debe responder. (Párrafo incorporado
por art. 1° de la Ley N° 17.711 B.O. 26/4/1968. Vigencia: a partir del 1° de julio de 1968.)
Si la cosa hubiese sido usada contra la voluntad expresa o presunta del dueño o guardián, no será
responsable. (Párrafo incorporado por art. 1° de la Ley N° 17.711 B.O. 26/4/1968. Vigencia: a partir del
1° de julio de 1968.)”.
Sin embargo, para que el caso encuadre en estos supuestos, hay que probar la relación causal
adecuada y, además, el carácter de propietario o guardián del demandado.
La responsabilidad prevista en el Art. 1119 prevé diferentes circunstancias y otras alternativas.
Invocando esta disposición, se facilita el reclamo a la víctima, ya que no necesita demostrar el lugar
exacto de donde cayó el objeto, ni la vinculación o nexo entre su posible autor y la figura de los
responsables.
En cuanto a su naturaleza, existen dos corrientes en nuestra doctrina:
• La que sostiene que se trata de una presunción iure et de iure de culpa (Aguiar, Llambías, etc.).
• La más actualizada, que entiende que se trata de una “garantía” que permite a los perjudicados
lograr la indemnización de los daños sin quedar sometidos a prueba de la culpa, ya que la ley asegura
la protección de quienes transitan y circulan por la vía pública y facilita su reparación económica
(Orgaz, Trigo Represas, Borda, etc.); si se llegara a establecer el lugar donde cayó el objeto, pero no
quien lo tiró, el responsable será el jefe de familia que corresponda a ese ámbito.
Requisitos.
Se deben dar los siguientes cuatro requisitos para que surja este tipo de responsabilidad:
Cosas: está previsto en el Art. 1119, y coincide con lo que los romanos habían previsto en la actio
de effusis et deiectis en cuanto a las cosas arrojadas, y de positis vel suspensis en relación con las que
caen, ya sean líquidas o sólidas, pues la ley no diferencia. La víctima es quien debe demostrar la
vinculación causal entre el objeto y el perjuicio ocasionado.
Sujeto responsable: son los jefes de familia, es decir, el titular de la autoridad doméstica, como lo
califica Llambías. Cuando se conoce quién fue el que arrojó la cosa, se plantea el interrogante de
establecer si el jefe de familia deja de ser responsable o mantiene su carga. Muchos autores,
ajustándose a lo literalmente dispuesto en el Art. 1119, consideran que la culpabilidad del autor excluye
la responsabilidad objetiva. Autores nacionales sostienen que la víctima puede optar por la acción que
más la beneficie, ya sea contra el jefe de familia o contra el autor. Puede ser que se acumulen ambos
reclamos, ya que no se excluyen entre sí. A ello le es aplicable una interpretación “a contrario” de lo
dispuesto en el Art. 1122; si se puede demandar al civilmente responsable, también es posible hacer lo
mismo con el autor del hecho, o acumular la pretensión contra ambos.
Art. 1122: “Las personas damnificadas por los dependientes o domésticos, pueden perseguir
directamente ante los tribunales civiles a los que son civilmente responsables del daño, sin estar
obligados a llevar a juicio a los autores del hecho”.
Víctimas: son quienes circulan por la vía pública o terreno que no pertenezca al responsable, o que
si le pertenece está sujeto a una servidumbre de tránsito. El concepto de vía pública es calle o acera de
circulación general. La dificultad es juzgar qué significado tiene “terreno propio”, en la terminología del
Art. 1119. Según Llambías, con quien coincide Compagnucci, este concepto no puede tener relación
con el derecho de propiedad, pues ello no está aquí en juego. Solo tiene el carácter de “terreno propio”
el que integra una unidad de utilización con la cosa desde donde se la arrojó. Ej.: un balcón o una
azotea; por ello, no es propio aquel que no está unido funcionalmente a una finca.
Daños a la persona o bienes: para su entendimiento se aplican los principios generales.
Causales de eximición.
Hay causales genéricas de eximición de responsabilidad, tales como la culpa de la propia víctima
(Art. 1111), en el caso fortuito o la fuerza mayor a la función que ejercen los jefes de familia (Art. 513
y 514), y el hecho de un tercero por quien no se responde.
Art. 1111: “El hecho que no cause daño a la persona que lo sufre, sino por una falta imputable a
ella, no impone responsabilidad alguna”.
Estos supuestos se brindan en todo tipo de responsabilidad, aun en los sistemas que lleven un
mayor factor objetivo de atribución.
Otra causa de exoneración o eximición de la responsabilidad la misma el mismo Art. 1119; cuando
son varios los jefes de familia demandados y algunos de ellos pueden demostrar de donde partió el
objeto que causó el daño, solo será responsable el que habite el lugar.
La diferencia de régimen está en cuando el perjuicio es ocasionado por un animal doméstico (el
manso, criado y utilizado para la economía del hogar, como decían algunos autores franceses), el
responsable puede llegar a eximirse de responder probando que de su parte o hubo culpa; es decir,
existe una presunción muy grave de su negligencia (Arts. 1127 y 1128)
Art. 1127: “Si el animal que causó el daño, se hubiese soltado o extraviado sin culpa de la
persona encargada de guardarlo, cesa la responsabilidad del dueño”.
Art. 1128: “Cesa también la responsabilidad del dueño, en el caso en que el daño causado por el
animal hubiese provenido de fuerza mayor o de una culpa imputable al que lo hubiese sufrido”.
En cambio, cuando el daño lo causa un animal feroz (el de instintos salvajes) que no reporta
utilidad, la responsabilidad tiene un carácter objetivo que exige la demostración de la “causa ajena”
para exonerarse.
No existe ninguna diferencia entre los actos de animales, ya que la ley no distingue entre hábitos
propios o actitudes extrañas o ajenas a la especie. Así, el Art. 1126 dispone:
Art. 1126: “La responsabilidad del dueño del animal tiene lugar aunque el animal, en el momento
que ha causado el daño, hubiere estado bajo la guarda de los dependientes de aquél.
No se salva tampoco la responsabilidad del dueño, porque el daño que hubiese causado el animal
no estuviese en los hábitos generales de su especie”.
Los daños ocasionados pueden ser a las personas o bienes, o incluso a otros animales. Es decir,
todo perjuicio, en sentido amplio, que cause un animal, da origen al reclamo resarcitorio.
Fundamentos.
No es posible dar un único fundamento de esta responsabilidad.
Cuando se trata de un animal doméstico, el fundamento es claramente objetivo, ya que se funda
en la culpa en la vigilancia y cuidado, aunque la ley establece una presunción de negligencia hacia el
responsable. De ahí que no es posible, como pretenden algunos autores, sostener que resulta aplicable
la tesis del riesgo, pues es claro el Art. 1127 que admite el cese de la responsabilidad cuando el animal
se hubiese soltado o extraviado sin culpa de la persona encargada.
En cuanto a los animales feroces, que no reportan utilidad para la guarda o servicio de un predio
(Art. 1129), el fundamento está en el riesgo creado, pues la ley le impide al obligado salvar su
responsabilidad con la sola prueba de una buena diligencia.
Art. 1129: “El daño causado por un animal feroz, de que no se reporta utilidad para la guarda o
servicio de un predio, será siempre imputable al que lo tenga, aunque no le hubiese sido posible evitar
el daño, y aunque el animal se hubiese soltado sin culpa de los que lo guardaban”.
Personas responsables.
El primer responsable es el dueño, tal como lo dispone el Art. 1124. Es sencillo establecer este
carácter, ya que se presume que el que tenga el animal es su propietario.
El Art. 1126, haciendo una aclaración casi innecesaria, dice que sigue siendo responsable el dueño
aunque el animal se encontrara bajo la guarda de sus dependientes en el momento de causar el
perjuicio. No es que se aplique una especie de responsabilidad indirecta, sino que la ley considera que
no hubo transferencia del dominio ni de la guarda, y así se mantiene en plenitud la obligación del
propietario.
El otro posible responsable es el guardián. El Art. 1124 se refiere a ello cuando expresa que la
misma responsabilidad pesa sobre la persona a la cual se hubiere mandado el animal para servirse de
él, salvo su recurso contra el propietario.
Uno de los problemas a aclarar es si la responsabilidad del propietario y la del que detenta la
guarda es conjunta o no. Es decir, si la víctima tiene acción contra ambos o solamente contra el
guardián. Sobre ello se han brindado dos opiniones:
La tesis minoritaria (seguida por Spota y Borda): entiende que ambos sujetos son responsables en
forma acumulativa o indistinta, pues el desplazamiento de la guarda no exonera al propietario, con lo
cual los damnificados tendrían para sí una mayor protección.
La tesis mayoritaria (seguida por Salvat, Trigo Represas, Llambías, De Gásperi, etc., con la que
concuerda Compagnucci): entiende que, conforme a lo dispuesto por el Art. 1124, la responsabilidad es
excluyente. Cuando el propietario pierde su carácter de guardián, solo éste queda para asumir la carga
de los daños, ya que puede controlar o vigilar al animal, y solamente él tiene la posibilidad de hacerlo.
Ello simplifica la situación: el único responsable es el guardián, y por lo tanto, el propietario podrá ser
reclamado si en el momento de producirse el daño, fuere también guardián del animal.
Acciones recursorias.
El guardián, que afronta la indemnización, tiene acción de recurso contra el dueño para reclamarle
la suma que pagó. Deberá probar que el propietario obró con culpa al no darle aviso y atención sobre
los hábitos extraños de la bestia, o sus vicios o defectos que fueran la causa del daño producido.
También, podría recurrir contra un tercero que excitó al animal y fue culpable en la ocurrencia del
hecho dañoso. Al igual que en el supuesto anterior, el guardián cara con la prueba del acto del tercero.
Eximentes.
Nuestra legislación se aparta de los principios romanos e impide el abandono noxal para acusar la
responsabilidad.
El abandono noxal, consistió en el Derecho Romano en la facultad que poseía el pater familias de
elegir entre responder por los daños ocasionados por alguno de sus filius, o el dominus por algún
esclavo, o darlos en noxa a la víctima del delito, por ejemplo si hubieran cometido un furtum (de
acuerdo a la ley de las XII Tablas) o por un daño injustamente causado (por la Ley Aquilia) o por una
iniuria (por el Edicto del Pretor).
Se trataba de una obligación facultativa donde la obligación principal era la de hacer el abandono
noxal, teniendo la opción o posibilidad el pater o dominus, de resarcir el daño, por lo cual si moría el
filius o el esclavo (obligación principal) por caso fortuito o fuerza mayor el pater quedaba liberado, pues
el resarcimiento era accesorio. La víctima del delito tenía para ello una acción, denominada noxal cuya
sentencia condenaba a un resarcimiento patrimonial o al abandono noxal.
Noxa es la denominación que recibía el cuerpo que provocó el daño, y el delito cometido era
denominado noxia.
Así, dispone el Art. 1131:
Art. 1131: “El propietario de un animal no puede sustraerse a la obligación de reparar el daño,
ofreciendo abandonar la propiedad del animal”.
Por lo tanto, descartada ésta, en nuestra ley las causales de exención están dadas por:
Falta de culpa: esta eximente está prevista en el Art. 1127. La causal engloba tanto al propietario
como al guardián, quienes pueden salvar su responsabilidad probando que el animal se soltó o extravió
sin culpa de quienes debían cuidarlo. Para ello se han dado dos tesis que, en realidad, no son opuestas,
pues solo presentan matices diferentes:
» Tesis de Llambías, Colombo, Compagnucci, etc.: basta con una prueba muy precisa y rígida de
que se actuó sin negligencia, que siempre le corresponde al demandado (y en caso de duda se lo
considera responsables).
» Tesis de Spota y Trigo Represas: ha asimilado la cuestión al caso fortuito, pues no alcanzan los
cuidados ordinarios, si no se hace necesaria la demostración de un hecho que tenga las mismas
características del “caso fortuito o la fuerza mayor”.
Esta posibilidad de exención se da solo con respecto a los animales domésticos, ya que con
relación a los feroces, el Art. 1129 dice que será siempre imputable al que lo tenga, aunque no hubiese
podido evitar el daño, y aunque el animal se hubiese soltado sin culpa de los que lo guardaban.
Fuerza mayor: el Art. 1128 expresa que también cesa la responsabilidad del dueño, en el caso en
que el daño causado por el animal hubiese provenido de fuerza mayor. Sea el caso fortuito o la fuerza
mayor (que la ley unifica en efectos) la causa del hecho dañoso, ambos hacen excusable la
responsabilidad del propietario o del guardián. En definitiva, juegan los principios generales.
Culpa de la víctima: también es una regla que se debe utilizar en todos los casos para exonerar de
responsabilidad (Art. 1111). El mismo Art. 1128 agrega “o de una culpa imputable al que lo hubiese
sufrido”. Si se llega a dar un supuesto de coacusación, es decir, la incidencia causal del hecho de la
víctima juntamente con el del animal, la reparación del año disminuirá en la medida de la incidencia del
accionar del propio demandante.
Hecho de un tercero: si el animal ocasiona un daño en razón de haber sido excitado por la
actividad de un tercero, la vinculación causal se quiebra y no es posible atribuirla ni al propietario ni al
guardián. El responsable será solamente dicho tercero, tal como lo indica el Art. 1125:
Art. 1125: “Si el animal que hubiere causado el daño, fue excitado por un tercero, la
responsabilidad es de éste, y no del dueño del animal”.
De conformidad con ambas reglas, queda planteado cómo deben ser distribuidas las cargas
probatorias. Pareciera que lo más sensato es que el dueño del animal atacado y dañado tenga que
demostrar los elementos de la responsabilidad civil (daño, relación causal, y legitimación pasiva); el
demandado toma sobre sí el onus probatorio de que el perjuicio lo provocó el animal dañado.
Criterios para diferenciar “el hecho del hombre” del daño causado “por la cosa”.
La jurisprudencia y doctrina nacionales fueron dando pautas más o menos precisas para poder
advertir cuándo un hecho quedaba conceptuado como daño causado por el hombre con una cosa y
cuándo, en el hecho, la cosa había adquirido autonomía y se lo podía calificar como daño por la cosa.
Cosas viciosas: a fines del siglo XIX se indicó que había que diferenciar a las cosas viciosas de las
que no lo eran. En las primeras, se destacaba la posibilidad de dañar, por contener en sí mismas algo
que las hacía impropias para sus fines. Si se trataba de una cosa viciosa, el daño se lo entendía
causado por la cosa, en los demás supuestos, se trata del hecho de hombre.
Cosas en movimiento: otro criterio de diferenciación fue el sostenido por Lalou, quien diferenció
entre las cosas inertes y las cosas en movimiento. Decía el autor galo que cuando el objeto que es
causa del daño está en movimiento el régimen es de la responsabilidad por las cosas. Pero esta
argumentación recibió muchas críticas, ya que el distingo carecía de firmeza conceptual, pues algunas
cosas están quietas y, sin embargo, tienen una cierta autonomía que las hace principales causantes del
hecho.
Cosas peligrosas: Ripert sostuvo que había que distinguir las cosas peligrosas de las que no lo
eran. Esta categorización, más adelante abandonada por su propio sostenedor, tuvo entre nosotros un
gran desarrollo y aceptación. También el derecho inglés la receptó en mucho casos (como el fallo
“Rylands vs. Fletcher”). Esta corriente sostiene que una cosa es peligrosa cuando está cercana a dañar
y por ello su juzgamiento debe ser mucho más rígido. Lo dificultoso es juzgar a priori cuándo se puede
calificar algo como peligroso. Por ello hoy los autores dicen que no importan tanto la calidad intrínseca
de la cosa, sino la manipulación que de ella puede hacer el hombre.
Cosas que merecen guarda: el concepto de guarda también jugó un importante papel en la
cuestión. Algunos autores pensaron que se podía diferenciar entre las cosas que merecen guarda y las
que no lo necesitan; al haber culpa en el cuidado o guarda de las primeras, el daño se consideraba
causado “por las cosas”. Esta calificación, no muy difundida entre los autores nacionales, tiene una
gran importancia hoy en día, porque ha sido útil a cierta doctrina, para poder lograr una interpretación
del Art. 1113.
Intervención activa de las cosas: se emplea esta expresión para calificar circunstancias en que el
objeto juega un papel preponderante en la irrogación del perjuicio. Así, los Mazeaud en Francia,
sostienen que hay que analizar la relación de causalidad, y si de ese estudio se infiere que el objeto fue
la causa adecuada del evento, es evidente su “intervención activa”. ´La cuestión queda encajada en el
sistema de la responsabilidad por daños causados “por las cosas”.
Para Compagnucci, el supuesto encuadra perfectamente en la tesis del riesgo, ya que la misma
normativa se refiere a esa denominación y exige la demostración de la fuente de peligro, concediendo
solo para la eximición, total o parcial, la existencia de la “causa ajena”, que rompe el vínculo causal.
Causales de eximición.
Las causales de exención de la responsabilidad cuando el daño es causada por el “riesgo o vicio de
la cosa” son las previstas en el Art. 1113, es decir: la culpa de la víctima; el hecho de un tercero por
quien no se debe responder; y la utilización de la cosa contra la voluntad del propietario o guardián.
A ello se agrega el “caso fortuito o la fuerza mayor” que, si bien no aparece en el texto legal, es
uniforme la opinión que lo incluye como un supuesto de exoneración de responsabilidad.
Culpa de la víctima: en este caso si la ley estableció una responsabilidad de corte objetivo, no
debió hablar de culpa, sino más genéricamente de “hecho de la propia víctima”, ya que podrían
incluirse en ese supuesto sujetos que no obraran con culpa, como los dementes o los menores y, sin
embargo, quedarían sometidos al juzgamiento de su conducta. Además, y tal como lo sostiene la
jurisprudencia, el acto del propio damnificado debe adquirir tal magnitud que se asimile en sus
características al caso fortuito, para que tenga el alcance de liberar al responsable.
Hecho de un tercero: también un supuesto de exoneración lo constituye el hecho de un tercero por
quien no se debe responder. El Art. 1113 ha incluido un precepto que ya estaba en el Art. 184 del Cód.
de Comercio, y que constituye otro supuesto de ruptura de la relación de causalidad que impide que la
consecuencia se pueda imputar al demandado (propietario o guardián de la cosa). No es del todo
correcto hablar de “culpa del tercero”, ya que, al igual que en el caso de la víctima, más apropiado
hubiera sido referirse al hecho del tercero.
Uso de la cosa contra la voluntad del dueño o guardián: aparece como otra causal eximitoria,
prevista en el último párr. del Art. 1113. Pareciera que la ley quiere dejar sentado que, cuando los
responsables dejan de ser guardianes materiales de la cosa, porque otro asume ese carácter, pueden
pretender su irresponsabilidad. Esto es lo que considera Orgaz, Llambías, Trigo Represas, etc. la
voluntad puede ser manifiesta en forma expresa o tácita, como por ejemplo, se da una orden precisa
de no utilización de un objeto, o en el otro caso, que el mismo sea hurtado o robado.
Caso fortuito o fuerza mayor: esta causal no aparece en el Art. 1113, pero hay que considerarla
porque son circunstancias que desvían la cadena causal al introducir una condición suficientemente
idónea para alterar el resultado. Es necesario, tal como lo sostenía Josserand, que el casus sea externo
(es decir, ajeno o extrínseco) al riesgo o vicio, pues de lo contrario no se produce la desviación de
causalidad y el mismo riesgo absorbe al caso fortuito. Ej.: si circulando con un automóvil (cosa que
crea riesgo) una persona arrolla a un peatón porque se produce un reventón de un neumático, no hay
caso fortuito ni fuerza mayor, porque el hecho es inherente al riesgo de la cosa; en cambio, si ello
ocurre porque un viento huracanado o un terremoto desvían al coche, se puede alegar la eximición de
responsabilidad por esta causal.
Personas responsables.
Es importante saber quién es el responsable, ya que de esa manera se conoce al legitimado pasivo
en el proceso de daños y hacia quién debe dirigirse la demanda. El Art. 1113 menciona al propietario y
al guardián. Ello tiene antecedentes en la jurisprudencia y doctrina anteriores a la reforma de la ley
17.711, y también, en lo desarrollado por la doctrina francesa.
Antes de la ley 17.711: ya se había considerado, en virtud de los Arts. 1113 y 1133, que era
inferible que había dos sujetos que asumían la obligación de responder: el propietario y el guardián. No
era uniforme la interpretación de la naturaleza jurídica de ambos, y además se controvertía algo muy
importante: si la responsabilidad era excluyente, es decir, solo del que asumía la guarda (posición
mayoritaria seguida por Salvat, Busso, etc.), o si siempre respondía al propietario, aún cuando hubiera
hecho transferencia de su carácter de guardián (Spota, Orgaz, Borda, etc.). En una tesis más rígida,
Salas interpretaba que la responsabilidad del “guardián” era más estricta, ya que, fundada en el Art.
1113, aparecía como inexcusable. Por su parte, el propietario, previsto por el Art. 1133, tenía a su
favor la prueba de la falta de culpabilidad.
Después de la reforma de la ley 17.711: resultan responsables el propietario y el guardián.
» Dueño: es necesario atribuirle al dueño el carácter de propietario, ya que es el titular del dominio
de una cosa, tal como lo define el Art. 2506 CC.
Si se trata de un bien inmueble, el propietario es quien figura inscripto como tal en el Registro de la
Propiedad Inmueble (ley 17.801).
Para el caso de los bienes muebles, rige lo dispuesto en el Art. 2412, según el vual la posesión vale
como título.
» Guardián: es más dificultoso establecer cómo se identifica a la otra figura del responsable, es
decir, al guardián. Esta caracterización tiene su origen en la doctrina francesa, y se desarrolló en
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Derecho Civil II
nuestra jurisprudencia y en la doctrina de los autores. Su tipificación se vincula con la base de sustento
de la responsabilidad y se logra ante supuestos prácticos y aplicando reglas de experiencia. Se han
sostenido diferentes posiciones en torno a la figura del guardián.
• Guarda material: según esta postura, resulta guardián material de la cosa el que tiene un poder
de hecho o una simple relación fáctica. La utilización de la cosa mediante su ejercicio material consagra
la titularidad dispositiva. La vinculación nace como una realidad concreta de los hechos, sin relación de
ninguna otra naturaleza. En los casos de sustracción de automotores, algunos fallos consideraron que
el propietario que actúo diligentemente pudo perder la guardia del vehículo y dejar de ser responsable,
cuando de hecho es guardián el que cometió el ilícito.
• Guarda jurídica: se sostiene que hay guarda jurídica cuando el sujeto tiene una facultad de iure
que le permite ejercer sobre la cosa un derecho o poder jurídico de dirección, vigilancia efectiva,
control, etc., resultando indiferente que lo ejercite por sí o por intermedio de representantes o
dependientes.
Se trata de una vinculación típicamente jurídica que brinda una autoridad de derecho, y que obliga
al sujeto a mantener la cosa en un estado que no cause daños. La mayoría de nuestra doctrina
considera que éste es el concepto que mejor se adecúa a la guarda.
En síntesis, la guarda jurídica es la que pertenece en primer término al propietario, pero también
puede recaer en el poseedor, comodatario, locatario, depositario, acreedor prendario, etc.
• Guarda provecho: una importante corriente doctrinal entiende que guardián es quien aprovecha,
usa y obtiene de la cosa un beneficio económico, o de placer, o salvaguarda de sus intereses. Se funda
en el aprovechamiento económico, siendo coincidente con la base de apoyo de la tesis del riesgo.
En el derecho francés, el criterio es seguido por Savatier y entre nosotros por Salas, Borda y Trigo
Represas. Este último sostiene que el concepto emerge de lo dispuesto en el Art. 1113, que hace
responsable por el hecho de las cosas a quien se sirve de ellas o las tiene a su cuidado, lo cual implica
aprovecharlas y valerse de su utilización.
• Guarda intelectual: también llamada poder de mandato, es un concepto arraigado en la doctrina
francesa, y que nace de una derivación muy sutil del criterio “dirección de la cosa”. Por ello, los
Mazeaud sostienen que el tener la “dirección de una cosa” puede ser tomado tanto en el sentido
material como intelectual; en este último caso, por ejemplo, surge cuando se ejerce un simple poder de
mando, sin averiguar en qué fuente se apoya, si jurídica o fáctica.
Así, dicen que quien conduce un automotor tiene su poder de mando, pero cuando se detiene y
para cesa dicha potestad fáctica; sin embargo, el sujeto es hábil para decidir por sí mismo reiniciar la
conducción, recomenzar la marcha, o volver a detenerse. Con el manejo deviene en cabeza del titular
una guarda “intelectual” sin que se interponga ni interfiera la cuestión del nexo jurídico entre la cosa y
el sujeto. El guardián intelectual es quien va a disponer el cuidado de la cosa, su movilidad o no; es
quien, de acuerdo con un acto volitivo, puede llegar a ser responsable frente a los damnificados.
• Posiciones intermedias: hay autores que combinan las diferentes tesis y, no se inclinan por
ninguna en particular, adoptan las calificaciones seguidas por cada una de ellas conforme a las
peculiares circunstancias del caso concreto. Así, el guardián será el tenedor lato sensu, el que utiliza o
aprovecha la cosa, el que tiene poder jurídico sobre ella, el que tiene las facultades de control o
disposición, etc.
Compagnucci considera que, ante la dificultad evidente de dar una caracterización de la figura, es
guardián quien se sirve de la cosa, o que la aprovecha, u obtiene una satisfacción personal con su uso,
o bien puede establecer el comportamiento, y tiene el cuidado y vigilancia de la misma.
Bolilla 26
● Responsabilidades Especiales.
Responsabilidad causada por automotores.
Los daños causados por la utilización de automotores han generado una mayor atención por el
incremento y sinnúmero de casos juzgados y llevados a los estrados judiciales. Como los automóviles son
cosas, su caracterización jurídica debe ser encuadrada en lo dispuestos en el Art. 1113.
Las colisiones pueden ser de lo más variadas: a peatones, automotores, bicicletas, motocicletas, otras
cosas inertes, etc. es importante distinguir el choque entre vehículos y el daño a los peatones y, además,
decidir a priori cuál es la naturaleza jurídica que corresponde adecuar a este tipo dañoso.
En virtud de los dispuesto por el Art. 1113, los daños pueden ser ocasionados “con la cosa” o “por el
riesgo o vicio”, con lo cual, para algunos autores quedaba eliminado el distingo entre el “hecho del hombre”,
regido por el Art. 1109, y el “hecho de la cosa o por la cosa” unido a lo dispuesto en el Art. 1113 o al
derogado Art. 1133.
Antes de la reforma de 1968, ya se había planteado en la doctrina el interrogante: si los accidentes en
que intervenían los automotores se regían por el Art. 1109 (ya que era un hombre quien establecía el
comportamiento del objeto) o bien por el Art. 1133, pues la cosa adquiría una cierta autonomía que la
independizaba del conductor.
Después de la modificación con la ley 17.7111, volvió a presentarse la misma dubitación; en su primera
interpretación el profesor Salas sostuvo que debía aplicarse lo dispuesto en el Art. 1113, párr. 2, 1° parte, es
decir, “daño causados con las cosas”, el resto de los autores ubicó la cuestión entre “el riesgo o vicio”. En
1980, Jorge Alterini, con la adhesión de Compagnucci, aceptó la tesis de Salas.
Hoy, muchos años después de la reforma y luego de observar la conducta y comportamiento
desaprensivo de los conductores de los vehículos y la imperiosa necesidad de protección a las víctimas, hay
que ubicar estos casos entre los producidos por el riesgo o vicio de la cosa, donde se hace más rígida la
responsabilidad y son más escasos los eximentes. La doctrina es unánime en este aspecto.
Concepto de automotor.
Según el diccionario de la Real Academia Española, el vocablo automotor significa “vehículos y aparatos
que realizan movimientos sin la intervención de la fuerza exterior”. Sin embargo, a los efectos del decreto ley
6582/58 (que regula el Registro Nacional de la Propiedad del Automotor), el concepto es más amplio pues
comprende algunos vehículos que necesitan de la fuerza exterior, tales como los acoplados; el Art. 5°
dispone:
Art. 5 – decreto ley 6582/58: A los efectos del presente Registro serán considerados automotores los
siguientes vehículos: automóviles, camiones, inclusive los llamados tractores para semirremolque, camionetas,
rurales, jeeps, furgones de reparto, ómnibus, micrómnibus y colectivos, sus respectivos remolques y acoplados,
todos ellos aun cuando no estuvieran carrozados, las maquinarias agrícolas incluidas tractores, cosechadoras,
grúas, maquinarias viales y todas aquellas que se autopropulsen. El Poder Ejecutivo podrá disponer, por vía de
reglamentación, la inclusión de otros vehículos automotores en el régimen establecido por el presidente decreto ley
El último párr. deja abierta la normativa a la inclusión de otros vehículos que pudieran aparecer por el
desarrollo de nuevas tecnologías; es plausible que la atribución le sea conferida al Poder Ejecutivo Nacional,
pues de ese modo se agiliza su incorporación, dado el rápido avance científico producido en las últimas
décadas y la consiguiente capacidad de elaborar nuevos aparatos de este tipo.
El sistema registral se justifica por el alto valor económico que estos bienes tienen; es razonable la
incorporación de las casas rodantes, acoplados, etc., aún cuando no posean tracción propia.
El Art. 6° dispone la obligatoriedad de la inscripción:
Art. 6 – decreto ley 6582/58: Será obligatoria la inscripción del dominio en el Registro Nacional de la
Propiedad del Automotor, de todos los automotores comprendidos en el artículo anterior, de acuerdo con las
normas que al efecto se dicten.
ella una verdadera facultad de dirección. Las consecuencias de esta posición son disvaliosas: según ella, el
dueño de un vehículo robado seguiría siendo guardián (es él quien tiene el derecho de dirigir la cosa); en
cambio, el ladrón no lo sería y solo podría imputársele responsabilidad si hubiese tenido culpa en la
producción del daño.
La opinión mayoritaria atiende a la dirección intelectual, que considera que la guarda es el poder
autónomo de mando, de dirección, de dar órdenes relativas a la cosa; guardián es, en suma, la persona que
tiene un poder de hecho independiente de vigilancia, gobierno y contralor sobre la cosa (a diferencia del
dependiente).
Otros entienden que guardián es quien aprovecha, usa y obtiene un beneficio económico o persona.
Esta tesis está vinculada al sindicado como responsable con el fundamento de la responsabilidad, pues
entiende que este reside en el riesgo provecho.
Finalmente, se sostiene que la noción de guardián es bifrontal porque el CC atiende a dos pautas:
servirse de la cosa (que entraña un concepto económico; se sirve de ella quien le saca un beneficio) y
tenerla bajo su cuidado (evoca el control, la dirección, las facultades de mando).
Lo que aquí respecta es analizar la calidad de dueño y sus posibilidades de liberación conforme al
régimen creado por la ley 22.977 (que reforma al decreto ley 6582/58.
El automotor es cosa registrable. El Art. 1 del decreto 6582/58 dice:
Art. 1 – decreto ley 6582/58: La transmisión del dominio de los automotores deberá formalizarse por
instrumento público o privado y solo producirá efectos entre las partes y con relación a terceros desde la fecha de
su inscripción en el Registro Nacional de la Propiedad del Automotor.
De esta disposición surge que el registro del automotor es constitutivo del derecho de dominio; es decir,
antes de la inscripción en el Registro, el adquirente no es propietario de la cosa; a su vez, aunque la haya
enajenado, el propietario del automotor es quien figura como titular registral.
El régimen parece simple: la víctima del accidente de tránsito solo tiene que consultar en el registro; el
titular registral es el dueño que menciona el Art. 1113 y contra él pesa la presunción de responsabilidad,
salvo destrucción del nexo causal.
Sin embargo, la jurisprudencia mayoritaria del país sostuvo que “no subsiste la responsabilidad de quien
figura en el Registro de la Propiedad del Automotor como titular del dominio del vehículo causante de daño,
cuando lo hubiere enajenado y entregado al comprador con anterioridad a la época del siniestro, si esta
circunstancia resulta debidamente comprobada en el proceso”. El titular registral que enajenó no es dueño,
porque el dominio exige posesión y ésta ha sido transmitida al adquirente; el tercer adquirente es un tercero
por quien el dueño no debe responder; ese tercero usa la cosa contra la voluntad expresa o presunta del
propietario; de parte del titular registral no hubo culpa, porque al no tener la posesión no puede ejercer
control sobre la cosa, etc.
Mosset Iturraspe no comparte ninguno de estos argumentos.
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De instrucción o información: éste es un vicio de tipo formal, pues no se lo ubica en el objeto dañoso,
sino en una omisión o mal cumplimiento de un deber accesorio del fabricante, el de informar sobre las
características del producto o alterar bien acerca de su peligrosidad y funcionamiento. La omisión o e
informe erróneo puede hacer responsable al fabricante.
Responsabilidad contractual.
Desde el punto de vista se cree ver una relación contractual entre el fabricante y el comprador dañado,
y se efectúa su análisis desde dos ópticas:
» Postura del iter distributivo: los autores que siguen esta postura, tratan de justificar la relación
jurídica vinculante entre el fabricante y la víctima dando diferentes argumentaciones. Así, se sostiene que ha
mediado una “garantía legal por cesiones tácitas”, porque la garantía que da el vendedor al intermediario, la
traslada este último a su adquirente, en forma tácita, y así sucesivamente hasta llegar al consumidor. En
nuestro derecho, la cesión es un contrato consensual, y por ello se dificulta el entendimiento.
También, se tiene en cuenta la figura del negocio fiduciario para justificar una vinculación jurídica
directa, ya que los respectivos adquirente reciben la propiedad con la obligación de transferirla a otros, y
estos últimos quedan en una relación de inmediatez con el fabricante. Por último, puede hablarse de una
“acción directa”, que es la que ejercen ciertos acreedores para reclamar del deudor de su deudor. Pero esta
acción la ley la otorga en casos de excepción, y la medida del reclamo es el derecho que se tiene contra el
deudor principal.
» Postura que prescinde del iter distributivo: independiza el vínculo directo entre el proceso
productivo y el último adquirente. Habría una especie de oferta de garantía y seguridad por parte del
fabricante, y es posible considerar dos elementos condicionantes: la marca y la publicidad. Ello individualiza
la oferta contractual dirigida a adquirentes finales, y de ahí que el fabricante se obliga a entregar productos
de buena calidad e indemnizar los daños que ocasione.
Responsabilidad extracontractual.
Como el daño se produce siempre por una cosa que tiene un vicio, la responsabilidad consiguiente se
vincula con la que corresponde a las cosas inanimadas, aunque para otra corriente se fundamenta en la
culpa presumida del fabricante.
» Postura de aplicación del Art. 1113: la mayoría de los autores, como Trigo Represas, Alterini, López
Cabana, etc., consideran de aplicación lo dispuesto en el párr. 2° in fine del Art. 1113, ya que se trata de un
daño causado por el riesgo o vicio de una cosa. Mediante esta ubicuidad legal ingresa como fundamento la
tesis del riesgo y la responsabilidad objetiva, facilitándose el resarcimiento de las víctimas. La postura
encuentra que el responsable (propietario o guardián, según el Art. 1113) no es el fabricante, que dejó de
ser propietario y tampoco asume el papel de guardián. Sin embargo, se ha sostenido que mantiene ese
carácter por ser él quien creó la fuente de riesgo, o que la ley solo ha ejemplificado con los sujetos que
designa, pero pueden existir otros responsables.
» Postura de aplicación del Art. 1109: esta corriente de opinión, a la que adhiere Compagnucci,
seguida por Llambías, Alsina, etc., entiende que es de aplicación la regla genérica del Art. 1109, pero con el
agravante de que, ante el daño causado y la demostración del producto defectuoso, se presume la culpa del
fabricante. Para Llambías, dicha presunción sería iure et de iure, aunque el resto de la doctrina considera
que solo lo es iuris tantum. Este razonamiento pareciera complicar un poco la demostración de la
culpabilidad; sin embargo, y ante la prueba del elemento viciado; la negligencia surge in re ipsa, es decir,
por la fuerza de los mismos acontecimientos, lo cual permite igualarlo al fundamento anterior y así facilitar el
resarcimiento.
Que el daño sea una consecuencia directa de la persona o cosa arrojada o caída de una aeronave en
vuelo.
Es también indemnizable el daño que produzca una cosa arrojada o caída de la aeronave en vuelo, ya
sea algo que pertenezca al aparato o sea producto del descargue, o cualquier otro elemento que arroje o
caiga. Es decir, sobre ello no se discrimina, y cualquier elemento es idóneo para ese resultado.
En cuanto a las personas que caen o son arrojadas de las aeronaves, fue una novedad introducida por la
ley 17.285, y se trata de un hecho objetivo que se desinteresa de las motivaciones.
Así, alguna persona puede caer en razón de un suicidio o accidentalmente, o por haber sido empujado
por otro, o del arrojarse en paracaídas, etc. algunos autores se han planteado el caso del paracaidista a
quien no se le abre el paracaídas y muere en el espacio. En este supuesto, se lo debe entender como “cosa
caída”, ya que en el aire deja de ser persona.
Que provenga del “ruido anormal” producido.
La ley 17.285 prevé en el Art. 55 el llamado “ruido anormal de la aeronave”, que dice:
Art. 55 – Cód. Aeronáutico: “En caso de destrucción o inutilización del bien hipotecado, los
acreedores hipotecarios podrán ejercer su derecho sobre los materiales y efectos recuperados o sobre su
producido”.
Los autores han tenido una preocupación especial por esta causal, que se integra con el “derecho
ambiental”, ya que una de las formas de alterar al ambiente, o producir polución, es mediante el “ruido”. Es
notorio que la circulación aérea produce ruidos, especialmente cuando los aviones vuelan a baja altura, y ello
trae como consecuencia una degradación del ambiente. Claro está que la ley solo castiga el “ruido anormal”,
es decir, el que no ocurre en forma corriente u ordinaria.
Con la invención de los aviones supersónicos, que producen el llamado sonic-boom al pasar la barrera
de la velocidad del sonido, se trajo un nuevo elemento a consideración. Pero no es solo dicho ruido el que
puede ser causa idónea del daño, aino cualquier otro que exceda una normal consideración o tolerancia. La
interpretación judicial será soberana en todo ello, y quien pretenda ser damnificado, deberá probar, además
del daño, la incidencia del sonido en ese perjuicio.
Personas responsables.
El Art. 157 de la ley 17.285 consagra como explotador de la aeronave que haya causado el daño o de
donde partió la cosa o persona arrojada o caída. Y resulta explotador quien utiliza la cosa en forma legítima,
en su propio interés, aún sin fines de lucro.
Art. 157 – Cód. Aeronáutico: “La responsabilidad que establece el art. 155 incumbe al explotador de
la aeronave”.
Dentro de la figura del explotador, está quien utiliza el aparato para comerciar con él mediante
transporte de personas o cosas, para realizar tareas aéreas como fotografías en el aire, relevamientos
topográficos, fumigaciones, etc. También cuando su utilización es de mero placer o recreo, para realizar
paseos o ejercitación en el manejo. Quien lo hace, puede actuar en forma persona o directa, por intermedio
de dependientes, que solo lo obligarán cuando actúan en el “ejercicio de sus funciones”.
El explotador puede ser el propietario de la aeronave que, como tal, figura inscripto en el registro
respectivo, o bien a quien se cedió el derecho de uso y explotación mediante la locación. Para que opere la
transferencia de la guarda y el carácter de explotador, es requisito imprescindible que el contrato de locación
conste por escrito y se inscriba en el Registro. En este último caso, el único responsable ante los terceros es
el locatario.
Si el contrato no hubiera sido inscripto en el registro correspondiente, subsiste la responsabilidad del
propietario, pues para la ley 17.285 no hubo transferencia de la guarda y del carácter de explotador; y
ambos, propietario y locatario, son responsables solidarios.
Compagnucci considera que el sistema registral aeronáutico es constitutivo, y por lo tanto, es propietario
quien aparece inscripto como tal, sin que interesen las situaciones particulares y contrataciones no anotadas.
En forma excepcional, si un tercero toma la aeronave y la utiliza contra la voluntad del explotador, y
éste previó todos los recaudos para que ello no ocurra, el único responsable será el tercero. (Art. 158 – Cód.
Aeronáutico). Si no tomó las medidas adecuadas, es decir, si obró con culpa en el cuidado, se extiende la
responsabilidad, y ambos, explotador y tercero, resultan otra vez solidariamente obligados ante la víctima.
Régimen indemnizatorio.
El Art. 155 de la ley 17.285 extiende la reparación al daño directo, lo que se puede traducir como
“consecuencia inmediata” (conforme al Art. 901 CC y ss.). Es decir, se debe indemniza solo el daño que
surge en virtud de la conexidad causal directa con el antecedente fáctico. Nunca son reparables las
consecuencias mediatas, ya que se unen a otro hecho para producir su resultado y mucho menos las
causales remotas.
Por otra parte, el Art. 160 del Cód. Aeronáutico, fija límites de importes máximos indemnizatorios,
conforme a una base que tiene en consideración el peso de las aeronaves, y el valor del “argentino oro”
(creado por la ley 1130, con actual vigencia en el país). El peso de las aeronaves va desde 1.000 kg. A
50.000 kg., y los valores arrancan de 2.000 arg. oro, hasta 43.600 arg. oro, más 0,37 por cada kilo de
excedente. La muerte o lesiones tienen un máximo de 2.000 arg. oro por persona, y se distribuye
equitativamente entre los daños corporales y los materiales.
Art. 160 – Cód. Aeronáutico: “El explotador es responsable por cada accidente hasta el límite de la
suma equivalente en pesos al número de argentinos oro que resulta de la escala siguiente, de acuerdo a la
cotización que éstos tengan en el momento de ocurrir el hecho generador de la responsabilidad:
1.- 2000 argentinos oro para aeronaves cuyo peso no exceda de 1000 kilogramos;
2.- 2000 argentinos oro mas 1 1/2 argentino oro por cada kilogramo que exceda de los 1000, para
aeronaves que pesan más de 1000 y no excedan de 6000 kilogramos;
3.- 10400 argentinos oro mas un argentino oro por cada kilogramo que exceda de los 6000, para
aeronaves que pesan más de 6000 y no excedan de 20000 kilogramos;
4.- 25000 argentinos oro mas 1/2 argentino oro por cada kilogramo que exceda de los 20000 para
aeronaves que pesan más de 20000 y no excedan de los 50000 kilogramos;
5.- 43600 argentinos oro mas 0, 37 de argentino oro por cada kilogramo que exceda de los 50000
kilogramos, para aeronaves que pesan más de 50000.
La indemnización en caso de muerto o lesiones no excederá de 2000 argentinos oro por persona
fallecida o lesionada.
En caso de concurrencia de daños a persona y bienes la mitad de la cantidad a distribuir se destinará
preferentemente a indemnizar los daños causados a las personas. El remanente de la cantidad total a
distribuir se prorrateara entre las indemnizaciones relativas a daños a los bienes y a la parte no cubierta de
las demás indemnizaciones. A los fines de este artículo, peso significa el peso máximo autorizado por el
certificado de aeronavegabilidad de la aeronave.
La cuestión de limitar la responsabilidad poniendo techos indemnizatorios ha dado lugar a bastantes
controversias doctrinarias. Incluso entre los especialistas del derecho aeronáutico, se nota una corriente
contraria a establecer topes. A ello se suma una cuestión económica, que hace al equilibrio necesario para el
mantenimiento del servicio aéreo y la obligatoriedad del seguro.
Estas limitaciones ceden ante el dolo del explotador o de sus dependientes (Art. 162 – Cód.
Aeronáutico), pues la ley siguiendo lo dispuesto en la Convención de Roma de 1952, establece que la acción
y omisión dolosa del explotador o de sus dependientes, en el ejercicio de sus funciones, permiten extender
los valores indemnizables.
Art. 162 – Cód. Aeronáutico: “El explotador no tendrá derecho a ampararse en las disposiciones de
este capítulo que limitan su responsabilidad, si el daño proviene de su dolo o del dolo de personas bajo su
dependencia, actuando en ejercicio de sus funciones”.
En cuanto al dolo de los dependientes, debe darse en el exclusivo “ejercicio de sus funciones”, por lo
que la ley expresamente excluye cualquier intento de ingresar la “ocasión”, tal como ocurre en el derecho
común. La acción dolosa debe ocurrir cuando el dependiente se encuentra en la órbita de su incumbencia, ya
sea en el estricto ejercicio o en el exceso o abuso de su actividad.
Otra excepción a las limitaciones se produce cuando el daño es causado por un tercero que utiliza
ilegítimamente el aparato, ya sea en una responsabilidad personal o conjunta con el explotador.
En cuanto a la responsabilidad civil, la ley 17.048 del año 1966 ratificó la Convención de Viena de 1963,
sobre “Responsabilidad civil por daños nucleares”, y hoy, mediante lo dispuesto en el Art. 31 CN, tiene
mayor jerarquía normativa.
Art. 31- CN: “Esta Constitución, las leyes de la Nación que en su consecuencia se dicten por el
Congreso y los tratados con las potencias extranjeras son la ley suprema de la Nación; y las autoridades de
cada provincia están obligadas a conformarse a ella, no obstante cualquiera disposición en contrario que
contengan las leyes o Constituciones provinciales, salvo para la Provincia de Buenos Aires, los tratados
ratificados después del pacto del 11 de noviembre de 1859”.
Es decir, en nuestro país es aplicable su integridad todo lo dispuesto por dicha Convención.
Fundamentos y responsables.
La responsabilidad por daños nucleares tiene un claro fundamento objetivo y se sostiene en la teoría del
riesgo creado. Ello se deduce por lo dispuesto expresamente en el acuerdo internacional y el tipo de
responsabilidad que debe ser juzgada. Al responsable se le obliga a tener un seguro y, en forma subsidiaria,
el Estado debe también responder ante la insolvencia del demandado, o de su aseguradora. La autorización
dada para la explotación, las finalidades sociales y la necesidad de proteger a las víctimas, imponen una
especie de “socialización de los riesgos”.
El responsable es el explotador de la instalación nuclear, donde ocurra el accidente. Este debe responder
aun de la energía en transporte, hasta tanto no asuma la responsabilidad el explotador de otra instalación
nuclear. Si la responsabilidad cae sobre más de uno de ellos, todos son responsables solidarios.
Causales de eximición.
La primera causal de exoneración es el dolo o la culpa grave de la misma víctima. También, cuando el
daño es originario por un conflicto armado, hostilidades, guerra civil o insurrección, lo cual configura una
especie de caso fortuito, que aparece como única causal del perjuicio. Estas causales dejan de tener
virtualidad si el hecho aparece por acción y omisión dolosa del explotador.
Noción de ambiente.
En la década de 1960, el concepto de ambiente todavía se estaba formando en idioma inglés y en
francés. Cuando se pretendió expresar el concepto en castellano no se consideró suficientemente explícito el
sustantivo “medio” que sugiere simplemente la idea de alojar o rodear, el que sugiere la idea de condicionar
es “ambiente”. Por ello se comenzó a aglutinar ambos sustantivos en la denominación de “medio ambiente”.
Para denotar sin equívocos que el destinatario final de ese ambiente es el ser humano, en las reuniones
preparatorias de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente de 1972 se prefirió “medio
ambiente humano”. Sin embargo, el uso lo simplificó finalmente en “medio ambiente”.
Originalmente el ambiente fue un conjunto de elementos naturales que acogió al hombre, pero también,
lo limita. Por tal origen natural el ambiente es complejo, limitado, renovable, agotable, evoluciona en el
tiempo y presenta distintas modalidades en el espacio. Para disfrutarlo mejor, el ser humano lo va
sustituyendo por un ambiente artificial, acción que modifica la naturaleza, lo que puede en algunos casos
beneficiar a 3ros, y en otros, perjudicarlos. Su deterioro puede ser de difícil y costosa reparación.
En cuanto al alcance de la noción de ambiente, es claro que la LGA (ley general del ambiente), en un
todo de acuerdo con la CN, ha optado por un concepto amplio del mismo. El Art. 41 de la CN afirma que
“todos los habitantes gozan del derecho a un ambiente sano, equilibrado, apto para el desarrollo humano y
para que las actividades productivas satisfagan las necesidades presentes sin comprometer las de las
generaciones futuras, y tienen el deber de preservarlo… Las autoridades proveerán a la protección de este
derecho, a la utilización racional de los recursos naturales, a la preservación del patrimonio natural y cultural
y de la diversidad biológica, y a la información y educación ambientales…”
Debemos tener en cuenta que el Art. 41 de la CN ha incluido en su texto las nociones de patrimonio
histórico y cultural, involucrando a estos conceptos en la noción de ambiente. La LGA adopta claramente
esta postura, al englobar en el concepto de ambiente no sólo a los recursos naturales y los ecosistemas, sino
también a los bienes o valores colectivos.
Así, la palabra ambiente se entiende como el «conjunto de objetos, fenómenos y circunstancias en que
vive y se desarrolla un organismo; o sea, todo aquello que es exterior al individuo pensante e independiente
de él. El ambiente establece con los seres que en él se desarrollan una acción y reacción mutuas».
Resulta de interés «conformar el medio ambiente en cuanto bien jurídico-interés o valor jurídico como el
consistente en garantizar y, en su caso, restaurar las condiciones básicas necesarias para el mantenimiento y
el desarrollo de la vida en general y de la humana en particular, con la calidad correspondiente al estadio del
desarrollo económico y cultural presente, entendiendo por calidad de vida tanto el nivel de renta como
también y especialmente el acceso al disfrute de los recursos naturales en su conjunto y aisladamente
considerados».
Legitimación activa.
Cada uno de los miembros de la comunidad estará legitimado para la preservación del medio ambiente,
atento a que el derecho al ambiente sano y equilibrado, es un tipo de derecho de tercera generación, los
cuales se caracterizan por su naturaleza colectiva.
En el derecho a un ambiente sano las personas no poseen un interés individual, inmediato y exclusivo,
debido a que el bien que se desea proteger genera una relación de co-pertenencia colectiva, con lo cual cada
persona posee una porción de derecho sobre el ambiente. Producido el daño ambiental, estarán legitimados
para obtener la recomposición del ambiente dañado:
• El afectado, • El Estado Nacional, Provincial o Municipal,
• El Defensor del Pueblo, • La persona directamente damnificada por el hecho
• Las asociaciones no gubernamentales, dañoso acaecido en su jurisdicción.
Deducida la demanda por alguno de éstos, no podrán interponerlas los restantes, lo que no obsta a su
derecho de intervenir como terceros en el proceso.
La LGA determina que la acción por daño ambiental no limita la potestad de solicitar mediante la acción
de amparo, la cesación de actividades generadoras del daño ambiental colectivo.
Legitimación pasiva.
Serán legítimamente pasivos, quienes degradan el medio y el Estado cuando autoriza o consiente la
actividad degradante u omite ejercer el poder de policía correspondiente.
Si en la comisión del daño, hubieran participado dos o más personas, todos serán solidariamente
responsables de la reparación frente a la sociedad, sin perjuicio del derecho de repetición entre sí, lo cual va
en consonancia con el artículo 1109 del Código Civil.
Si el daño fue producido por personas jurídicas la responsabilidad se hará extensiva a sus autoridades y
profesionales dependiendo del grado de su participación.
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Art. 512: “La culpa del deudor en el cumplimiento de la obligación consiste en la omisión de aquellas
diligencias que exigiere la naturaleza de la obligación, y que correspondiesen a las circunstancias de las
personas, del tiempo y del lugar”.
El problema que se plantea es si el profesional que incurre en negligencia en la actividad específica,
debe ser juzgado conforma las directivas impuestas por el Art. 512, o se le deben aplicar las reglas que
gobiernan los principios de la profesión y que indica su arte, ya que, por ejemplo, el juez no puede investigar
algo que desconoce y que es propio de una determinada profesión (como el caso de médicos).
Sin embargo, se ha llegado a la razonable conclusión de que no se puede diferenciar a la culpa común
de la profesional. Y mucho menos si, cuando se habla de culpa profesional, se pretende hacer lugar a la
reparación ante la inexistencia de una especie de culpa grave.
Hoy, el profesional, al igual que el común de las personas, debe asumir la carga de reparar cuando
incurra en negligencia, profesional o no, que lo hace asumir las consecuencias de su obrar errado.
Responsabilidad (¿contractual o extracontractual?): la otra cuestión que suscita la responsabilidad
profesional en su ubicación como contractual o extracontractual. Ante la existencia de un vínculo contractual
entre el profesional y el que pretende el resarcimiento (y el daño se brinda como consecuencia de su
incumplimiento), la responsabilidad es contractual. Pero, en la mayoría de los supuestos, se la considera una
obligación de medios, donde el demandante carga con la prueba de la culpa. La responsabilidad de los
profesionales está regida por el Art. 1109, porque entre éstos y sus clientes o pacientes no podía celebrarse
contrato algo por la independencia jurídica e intelectual que tenían los profesionales para la realización d sus
actos.
Art. 1109: “Todo el que ejecuta un hecho, que por su culpa o negligencia ocasiona un daño a otro,
está obligado a la reparación del perjuicio. Esta obligación es regida por las mismas disposiciones relativas a
los delitos del derecho civil. Cuando por efecto de la solidaridad derivada del hecho uno de los coautores
hubiere indemnizado una parte mayor que la que le corresponde, podrá ejercer la acción de reintegro”.
No obstante, dice Mosset Iturraspe que la mayoría (casi la totalidad del quehacer profesional) se brinda
a través de una situación contractual. El profesional y su cliente celebran un contrato, por el cual el primero
se compromete, contra el pago de un precio en dinero, a brindar a su servicio profesional, la actividad
específica que le compete y para la cual se encuentra habilitado por su título.
Los servicios prestados extracontractualmente son escasos, es el caso del médico que atiende a un
peatón desvanecido en la vía pública, o de las atenciones brindadas por el profesional-funcionario,
dependiente del Estado, en un servicio que, oneroso para el Estado-patrón, es gratuito para el ciudadano-
cliente. En tales hipótesis suele hablarse de una función a cargo de los profesionales.
La naturaleza jurídica del contrato que liga al profesional con su cliente puede ser variada, no es siempre
necesariamente la misma. Puede ser una relación civil (la actividad profesional tiene esta índole, es extraña a
los actos de comercio) o una relación regulada por el derecho laboral o del trabajo. Y dentro de los contratos
civiles, puede tratarse del de “locación de servicios”, del de “locación de obra”, o bien, cuando se le da un
encargo de celebrar actos jurídicos por el cliente, un mandato.
Cabe señalar que el CC no se ocupa en especial del contrato de prestación del servicio profesional, de
donde si lo calificamos como de locación de servicios le aplicaremos la escasa regulación que el CC trae para
esa figura.
oneroso, se violan los deberes de lealtad y buena fe procesal, configurándose el supuesto de temeridad que
surge frente a la conciencia de la propia sin razón de quien deduce pretensiones o defensas con argumentos
jurídicos poco serios, cuya injusticia y falta de fundamento no pueden ignorarse de acuerdo con la mínima
pauta de razonabilidad.
Así, incurriría en este tipo de responsabilidad el profesional que falsifique la/s firmas de la parte en
escritos judiciales, el que aconseje deliberadamente a su cliente, pronto a iniciar juicio de divorcio y
disolución de sociedad conyugal, que “vacíe” su hogar de muebles y bienes, la caja de valores bancarios, etc.
Es dable destacar, que la prueba del “dolo” es a cargo de quien pretenda su existencia.
Indemnización.
Constituye un problema peculiar de esta responsabilidad la determinación del daño indemnizable.
La frustración de un negocio jurídico por defecto de asesoramiento legal imputable al abogado, como así
también, la pérdida de un juicio por omisiones atribuibles a errores, o negligencia del profesional, no
configura un daño eventual, sino un daño cierto, la perdida de una posibilidad.
La dificultad reside fundamentalmente en determinar la cuantía del daño a reparar cuando lo que se
perdió es una “chance”, una posibilidad de conseguir una ganancia o de evitar una pérdida.
En nuestro caso, el abogado que ha detenido por su culpa el desarrollo de una serie de hechos que
podían ser fuentes de ganancias o de pérdidas. Si el acto no hubiera resultado frustrado por el erróneo
consejo legal, tal vez se hubiese dado un beneficio al cliente la ejecución del negocio fracasado; quizás la
apelación hubiese dado lugar a la revocación de la sentencia que rechazó en primera instancia la demanda, o
de no haberse producido la perención de la instancia y la consecuente prescripción de la acción.
El distingo entre el daño cierto indemnizable y el daño hipotético no reparable, teóricamente fácil,
resulta a veces muy difícil de realizar en la práctica.
El abogado debe indemnizar a su cliente:
• Ante la prescripción de la acción encomendada, por no promover la demanda, cuando cuenta con
todos los elementos necesarios para hacerlo o para interrumpir la prescripción liberatoria.
• Cuando por su inactividad procesal se produce la caducidad o perención de la instancia.
• Cuando no contesta en tiempo y forma la demanda, siéndole dado hacerlo.
• Cuando no ofrece las pruebas de que dispone, en tiempo y en forma.
• Cuando no interpone los recursos ordinarios, etc., presentación del alegato de bien probado; medidas
cautelares que sean conducentes; renovación de dichas medidas; actualización de sus importes para evitar
las consecuencias de la pérdida del poder adquisitivo de la moneda, etc.
La responsabilidad de los médicos en general, es de una obligación de medios, es decir que no promete
el resultado de la curación, no obstante debe emplear en su actuar, sumo cuidado y previsión, como
consecuencia de un obrar responsable y carente de negligencia.
Nadie puede discutir que el médico como cualquier otro profesional, ha de ser responsable de sus
negligencias, además, se deben habilitar mecanismos para que puedan probarse y para que el responsable
no se ampare en un hermetismo de clase que haga imposible que el afectado obtenga los medios de prueba
que le sean precisos. Pero, por otra parte, los jueces deben ser ponderados a la hora de aplicar la ley.
Mala Praxis.
La mala praxis implica por definición, el ejercicio inidóneo de una actividad y la inidoneidad se traduce
en lenguaje jurídico en ausencia de diligencias apropiadas de conformidad con la naturaleza de la prestación
que forma el contenido de una obligación cualquiera. Importa el obrar desajustado a un deber jurídico que
puede sustentarse en una estipulación contractual previa o en el deber general de no dañar que se
encuentra implícito en todo ordenamiento jurídico.
Es por lo tanto un supuesto de antijuridicidad que, al concretarse en un daño en adecuada relación
causal con una conducta cargada de culpabilidad –lato sensu- merece el reproche que constituye la esencia
de la responsabilidad civil. Como el servicio de salud se presta, se aplica el Art. 1113 CC.
Es decir, la base de la responsabilidad está en la “la mala práctica o praxis”, en los errores inexcusables,
en los abandonos o descuidos, en las imprudencias, en la ignorancia del saber médico que es dable exigir de
un profesional, puesto al día, en fin, en las impericias o falta de idoneidad. La cuestión pasa, asimismo, por
la amplitud o vastedad del conocimiento médico y la cuasi imposibilidad de poseerlo todo, al menos con igual
intensidad, situación similar a la que acontece entre los abogados. De ahí que los profesionales se hayan
especializado, sobre la base de limitar su área de actuación y, dentro de ella, ahondar sus estudios. Y
cuando el caso, del médico o del abogado, requiere de un especialista, el profesional sabedor de sus
limitaciones no debe titubear en efectuar una consulta o en derivar al cliente a quien está en condiciones de
brindarle el servicio que requiere.
A cargo del paciente está la prueba del fracaso de la mediación, del no resultado del tratamiento, del
agravamiento de su salud, o de otros daños que se hayan seguido del acto médico; y como el médico no se
puede obligar a curar al enfermo, a sanarlo, debe producir la prueba de su no culpa en resultados
semejantes, que los mismos se han seguido pese a su intervención, no obstante haber hecho cuanto estaba
en sus manos, en su ciencia y en su conciencia.
Casos de responsabilidad.
Advertencia al enfermo: el médico tiene el deber de advertir al enfermo los riesgos por el tratamiento
recomendado o por la intervención quirúrgica aconsejable. Este deber no alcanza a las intervenciones sin
mayor trascendencia, máxime cuando la terapia de que se trata no importa poner en peligro la vida del
paciente. Si la operación presenta riesgos pocos frecuentes ello justifica una advertencia especial al paciente,
y tanto más si se trata de una operación de cirugía estética.
El deber de advertir al enfermo los riesgos de una operación o del tratamiento aconsejado, determina
para el médico dos dificultades: la primera proviene de la ignorancia técnica del enfermo, la segunda de su
estado moral. Con respecto a la primera se reconoce que es inútil suministrar al enfermo detalles técnicos y
que el médico no está obligado a ello. En cuanto a la segunda, es recomendable que el médico adopte las
precauciones que requiere el estado psíquico del cliente. Sin embargo, no debe subestimarse el derecho del
enfermo de saber su estado de salud y el pronóstico del mismo. En todo caso si las necesidades psíquicas
impiden instruirlo completamente, el médico debe decir toda la verdad a los miembros de la familia.
Consentimiento: en principio, el médico no debe emprender ningún tratamiento ni ninguna intervención
sin haber obtenido el consentimiento del enfermo. Si el paciente niega su consentimiento el médico no
puede intervenir bien entendido que se trate de un enfermo, que conserva el dominio de su voluntad y que
ha sido cabalmente informado, de la índole de la operación y sus secuelas.
Si la urgencia del caso no permite obtener el consentimiento necesario, el médico debe prestar la
asistencia que corresponda aún sin esa conformidad.
Diagnostico: el error de diagnostico responsabiliza al médico por los daños que sufre el paciente como
consecuencia de haber seguido un tratamiento inadecuado o haberse sometido a una intervención quirúrgica
innecesaria o no haberse atendido debidamente. Desde luego que el error debe ser grave e inexcusable.
Tratamiento: igualmente el médico es responsable en el caso de haber aconsejado un tratamiento
equivocado por error grave e inexcusable. En cambio, no responde el médico en cuanto al método de
curación prescripto si se trata de uno de los sistemas aceptables.
Intervención quirúrgica: la actividad profesional del cirujano presenta aspectos particulares cuando se
trata de intervenciones quirúrgica. En principio el cirujano que se equivoca no es responsable, si no incurre
en algún grave error no tolerable o en falta inexcusable en las personas que se dedican al mismo oficio.
resultado final. Responden de los vicios propios de las obras materiales: vicios del suelo, de los materiales y
de la construcción, en la medida que sean ocultos (no susceptibles de ser descubiertos en el período que va
desde la entrega provisional a la definitiva), y de una gravedad tal que conduzca a la ruina de la obra. Esta
responsabilidad se mantiene por 10 años, desde la recepción definitiva (plazo de caducidad) y debe alegarse
o demandarse dentro del año, plazo de prescripción.
La reforma al Art. 1646 CC ha resuelto algunas cuestiones importantes:
Como en toda obra, intervienen más de un contratista autónomo, como suele ser uno, el profesional que
hace los planos; otro, el de los cálculos; otro, el que construye, y otro, el que dirige la obra. Se planteaba el
problema de la averiguación, por la víctima, el dueño de la obra, de quién era el autor de la mala práctica,
del error, que debía indemnizar los daños causados. Es el cado de un equipo, pero integrado por personajes
autónomos, que han contratado independientemente con el dueño.
El texto legal resuelve la cuestión, sumamente ardua para la víctima, consagrando la responsabilidad
indistinta o in solidum; cada uno responde por el total de la indemnización, sin que crea corresponderle,
contra aquel a quien juzgue agente del perjuicio.
Como la situación entre el dueño de la obra y el empresario es contractual, lo común y corriente era la
inserción, a solicitud del empresario de una cláusula de irresponsabilidad por la ruina, o al menos, de
limitación de la responsabilidad. Sea que esta renuncia a la indemnización se obtuviere de manera gratuita,
sin una prestación compensatoria o que se lograra a cambio de algún beneficio. La reforma de la ley 17.711
consideró la gravedad de semejante “cláusula de exoneración”, por las consecuencias que se siguen de la
ruina de obras materiales, tanto para el dueño, principal dañado, como para los vecinos, los transeúntes y la
propia comunidad. De ahí pasó al análisis del interés comprometido en una buena ejecución de obra
material, y llegó a la conclusión que ese interés era, además del propio del dueño de la obra, un interés
común o público y, por tanto, irrenunciable.
Responsabilidad deportiva.
La salud, según la definición proporcionada por la Organización Mundial de l Salud, es el estado de
completo bienestar físico, mental y social.
Este concepto simple, pero profundo, muestra que la salud no es solo la ausencia de enfermedades o
afecciones, sino que comprende todo cuanto hace al equilibrio del hombre con su ambiente y sus
actividades.
El ser humano tiene necesidades vitales, como el agua, alimentos, vestidos, etc., cuya insatisfacción no
solo crea un desequilibrio que afecta su salud, sino que puede llegar hasta su muerte.
Hay otro grupo de necesidades que los biólogos denominan “no vitales”, aun cuando, excepcionalmente,
su carencia también pueda causar desequilibrios; tales son: el afecto, el espacio o hábitat, el progreso, la
actividad, etc.
La necesidad de mantenerse activo posee dos facetas de importancia semejante: la actividad del trabajo
(como herramienta de subsistencia) y la de recreación. En esta última hay que ubicar la práctica de
deportes, la concurrencia a espectáculos deportivos, recreativos, etc.
La importancia de la recreación en la salud del ser humano para su equilibrio psico-físico ha sido
probada por estudios científicos sobre la material.
La ley 18.247, llamada ley del deporte, propende a la recreación, esparcimiento y salud de la población.
Para Llambías, la actividad deportiva consiste en “la aplicación de la energía física o mental, con
intensidad superior a la normal, en un juego o competición, conforme a reglas preestablecidas”. De ello es
posible establecer algunas reglas:
• Que se trata de una actividad donde hay esfuerzo o destreza física mayor.
• Que con ello se sigue una finalidad de esparcimiento o recreación.
• Que se sigue por normas preestablecidas a las que se someten los contendientes.
El deporte, como actividad lúdica promovida y difundida por el Estado y practicada masivamente por la
población puede generar daños.
El Estado, como impulsor del bienestar general, vela por ese estado de salud, no solo creando y
manteniendo hospitales y fuentes de trabajo, sino también permitiendo y organizando actividades de
recreación. A veces, el Estado interviene para prohibir ciertas prácticas por considerarlas antisociales e
incluso las sanciona punitivamente (ej.: corridas de toros, etc.).
La prohibición o permisión demarca una actitud del Estado que ejerce influencia decisiva sobre las
consecuencias dañosas que puedan producirse en la práctica de los deportes.
» Si se trata de un deporte prohibido: los deportistas que participan en ella no tendrán ninguna
acción para reclamar la reparación de los daños que hubiesen sufrido; la conducta del participante hasta
podría encontrar tipificación penal en la asociación ilícita.
La participación del espectador en el evento prohibido también comprende su situación, aun cuando
menos rígidamente que la del deportista; debe diferenciarse el espectador de buena fe 8aquel que no sabe
que el evento deportivo está prohibido), de aquel que concurre sabiendo que lo está.
Los terceros (ni espectadores ni contendientes) son ajenos a la ilicitud del deporte prohibido y pueden
iniciar acciones de naturaleza extracontractual para ser reparados (ej.: el propietario de un inmueble vecino
al estadio clandestino que sufre daños que provienen del público).
» Si se trata de un deporte permitido: no se enfrentan este tipo de dificultades.
La responsabilidad que puede arrastrar la práctica deportiva no difiere en su esencia de los principios ya
estudiados, pero tiene algunas características propias dignas de ser señaladas
Dentro de los accidentes deportivos, hay que distinguir los supuestos de:
Responsabilidad de un deportista con respecto a otro.
Primero, hay que dar el concepto de deportista. El vocablo mismo y su interrelación con la normativa
jurídica admite 3 acepciones y ninguna de ellas contraría las aceptadas por la Real Academia Española.
La primera identifica al deportista como “sujeto que interviene en forma personal en la ejecución de una
actividad física o mental”. Ej.: el ajedrecista, el jugador de fútbol, el boxeador, etc.
(En esta acepción, la acción contra el deportista que causa daños estará fundada en el Art. 1109 o 1113,
si usó cosas para la práctica deportiva y con ellas o por ellas se produjo la lesión).
La segunda extiende la noción a quien compite, sin que exista actividad del ser humano. Ej.: el dueño y
guardián del galgo que corre carreras, del aeroplano a control remoto, etc.
(En esta acepción, la responsabilidad del dueño o guardián se encuadra en el Art. 1113).
La tercera limita los alcances de la anterior y requiere que un ser humano controle la cosa o el animal.
Ej.: el jockey en la carrera de caballos, el piloto en la de automóviles, etc.
(En esta acepción, la cuestión es más compleja: puede darse el hecho personal culposo, el daño
causado con la cosa, por el riesgo o vicio, etc.).
Cuando un jugador es lesionado por otro, surge el interrogante de si hay o no responsabilidad civil. La
doctrina mayoritaria, con diversidad de matices, sostiene que en tanto se haya obrado conforme a las reglas
establecidas o conocidas del deporte correspondiente, no puede traer ello ninguna consecuencia pues se
trata de una actividad lícita. Algunos juristas agregan que se da un supuesto de “asunción de los riesgos”
muy cercano al principio volenti non fit iniuria ("a una persona que actúa voluntariamente, ningún daño se le
hace"). Así se dice, por ejemplo, que un boxeador no puede pretender que no le peguen, o un jugador de
rugby que no le hagan caer o no lo golpeen. En síntesis, mientras el daño se cause actuando conforme a las
reglas de dicho deporte, no hay responsabilidad.
Diferente es la situación de aquel que infringe los reglamentos. Para algunos autores, el actuar culposo
hace a la responsabilidad; mientras otros, a los que adhiere Compagnucci, exigen un obrar doloso. La mera
infracción deportiva no puede traer una consecuencia civil, y la sanción es solo deportiva. Tiene un rasgo
distinto la situación del jugador que con su conducta dolosa lesiona a otro.
Se controvierte si la responsabilidad es contractual o extracontractual. Para Llambías, Borda y Savatier,
existe una vinculación contractual entre los participantes del juego, ya que han acordado competir de
acuerdo con ciertas reglas. Otros autores, como Trigo Represas, Orgaz, etc., sostiene que, en principio, es
extracontractual, ya que no hay vínculo jurídico entre ellos y solo los une una ligazón con los clubes, aunque
excepcionalmente, como ocurre en el box, puede existir un contrato.
Responsabilidad del organizador o explotador del espectáculo del juego con relación a los espectadores.
Entre el empresario organizador y los concurrentes voluntarios que pagan un precio en dinero para
presenciar el evento, se genera un contrato atípico denominado de espectáculo deportivo. Quien paga,
adquiere el derecho a presenciar el espectáculo y además mantener su incolumidad psicofísica.
El empresario es responsable por su hecho personal (Art. 1109), por el de sus dependientes y por el de
las cosas inanimadas (Art. 1113). En este último supuesto, puede concurrir con el dueño o guardián de las
cosas, pero habrá que analizar la causa del hecho para establecer la posibilidad de acciones de reintegro
entre ambos. Los espectadores que pagan, al igual que los que ingresan como invitados o presencian el
espectáculo gratuitamente también están protegidos por el derecho a no ser dañados.
Se ha planteado alguna cuestión sobre los que, por ingresar infiltradamente, carecen de vínculo
contractual, pero salvo que incurran en su propia negligencia como, por ejemplo, colocarse en lugares
inadecuados o no habilitados, se encuentran bajo el amparo de no sufrir perjuicios. En todos estos casos, se
trata de una obligación de seguridad o garantía que ofrece el empresario para con los espectadores, que es
obligación de fines y admite su exclusión total o parcial ante la ruptura del nexo de causalidad (hecho
culposo de la propia víctima, caso fortuito extraño a la actividad y el hecho extraordinario e imprevisible de
un tercero por quien no se debe responder).
Responsabilidad del empresario en su vinculación con los deportistas.
Si se trata de jugadores amateurs, el club o empresario organizador no tiene relación contractual con
ellos, y por lo tanto la única responsabilidad posible es la extracontractual, cuando se den los requisitos
estudiados. Cuando los jugadores son profesionales, y por ende, ligados a los clubes mediante contratos de
trabajo o locación de servicios, esas serán las reglas aplicables.
En general, la jurisprudencia de nuestros tribunales con relación a los jugadores de futbol profesional ha
juzgado que la vinculación tiene naturaleza laboral y se rige por el ius singulare de esa rama de derecho.
Responsabilidad del deportista con relación a los espectadores.
La jurisprudencia ha tenido ocasión de juzgar daños producidos a los espectadores de carreras de
automóviles, donde se produjeron graves lesiones o muertes a quienes presenciaban estos espectáculos. Ese
es un ej. de cómo el 3ro puede llegar a sufrir daños producidos por los mismos intervinientes en el deporte.
Si hay responsabilidad, es extracontractual, y para ello es necesario demostrar la culpa del deportista
conforme a las reglas generales en la aplicación del Art. 512, y establecer si se han infringido las normas que
regulan el deporte respectivo.
• También corresponde incluir en el concepto de “terceros” al propio Estado, si el daño lo ha sufrido éste
en una esfera distinta a aquélla en que actúa normalmente el funcionario como consecuencia de la relación
de función o de empleo públicos. El contrato de empleo público sólo tiene vigencia en el ámbito de la función
otorgada al agente: fuera de ese ámbito no hay contrato.
Cazeaux y Trigo Represas discrepan con este criterio, por cuanto la ley no efectúa distinción alguna,
afirmando que “donde la ley no distingue, nosotros no debemos distinguir”.
Finalmente, se ha puesto en tela de juicio la responsabilidad frente al propio Estado, argumentándose
que la responsabilidad del Art. 1112 CC es cuasi delictual, como lo indicia el título donde está ubicado;
mientras que si la relación de empleo público es de naturaleza “contractual”, la responsabilidad del
funcionario frente a la Administración por incumplimiento o deficiente cumplimiento de sus obligaciones, solo
puede ser “contractual”.
Cazeaux y Trigo Represas adhieren a quienes entienden que la reparación de los daños causados por el
funcionario al propio Estado se rige por los principios de la responsabilidad contractual, salvo cuando el
incumplimiento de sus obligaciones propias degenere en delito del derecho criminal, en cuyo supuesto regiría
lo dispuesto por el Art. 1107 CC y la posibilidad de la opción por la acción emanada de este tipo de
responsabilidad, que el precepto consagra.
Art. 1107: “Los hechos o las omisiones en el cumplimiento de las obligaciones convencionales, no
están comprendidos en los artículos de este título, si no degeneran en delitos del derecho criminal”.
» Requisitos:
• El hecho debe ser realizado por un funcionario público, es decir, por un individuo que desempeñe una
función pública, cualquiera sea su jerarquía. Son funcionarios públicos las personas que el Estado designa
para que se desempeñen en funciones por él encomendadas. El funcionario “de facto” queda comprendido
en la noción de funcionario público. Se dice que los funcionarios, por representar la voluntad del Estado, son
órganos suyos, y los empleados, por no realizar sino actividades materiales de ejecución, son sus
dependientes. En efecto habría responsabilidad directa del Estado cuando actúe un órgano - funcionario, e
indirecta cuando lo haga un dependiente-empleado.
Ahora bien, no existe en la legislación argentina una distinción entre funcionarios y empleados, esto es
entre personas que decidan en representación de la voluntad estatal, y personas que ejecuten esas
decisiones en relación de dependencia.
Todos los agentes del Estado, cualquiera sea su naturaleza, jerarquía o función, asumen el carácter de
órganos del Estado: no son dependientes en el sentido del Art. 1113. De ello resulta que si todos los agentes
del Estado son órganos suyos, entonces la responsabilidad de aquél por los hechos y actos de sus agentes
será siempre directa, no pudiéndose dar nunca la hipótesis de que por los hechos de tales personas pueda el
Estado tener responsabilidad indirecta.
Esta aclaración es útil para dejar sentado que tanto “funcionarios”, como “empleados” son “agentes del
Estado” y se encuentran comprendidos en el supuesto de responsabilidad contemplado en el Art. 1112 CC.
• Debe tratarse de un acto realizado en ejercicio de sus funciones, como órgano del Estado; para cuya
determinación habrá que atenerse a la recognoscibilidad externa, apariencia o caracteres que presente el
acto o hecho.
• Esta responsabilidad solo existe en el caso de hechos y omisiones por no cumplirse sino de una
manera irregular las obligaciones impuestas a los funcionarios. Es necesario que existan hechos irregulares,
es decir, contrarios a las leyes y reglamentos que determinen las funciones. Es necesario destacar que
dentro del “cumplimiento de las obligaciones legales”, se encuentra la Constitución, por lo que también la
violación de la misma es una trasgresión de las obligaciones legales impuestas al funcionario. Como
contrapartida, debe señalarse que, habiendo cumplido el funcionario en forma regular sus obligaciones, será
irresponsable aunque cause un daño susceptible de apreciación pecuniaria, puesto que el irregular
cumplimiento es elemento absolutamente determinante de esta responsabilidad.
Para que el daño derivado del ejercicio de las funciones sea indemnizable, es menester que ello sea
consecuencia del cumplimiento irregular de las obligaciones legales del agente público: vale decir las
contenidas en cualquier norma material o formal atinente a la función, cargo o empleo. Por cierto, en primer
término han de tenerse presentes los textos y principios de la Constitución por ser ésta la ley de las leyes.
Hay múltiples ejemplos del ejercicio irregular de los deberes legales del agente público: muchos proceden de
la doctrina o de la jurisprudencia extranjeras, pero en nuestro derecho pueden asimismo servir como
ejemplos de casos donde el funcionario público es civilmente responsable. Tales ejemplos serían:
· La extralimitación de las atribuciones que la ley le confiere al funcionario.
· La difamación, que puede consistir en la indebida, innecesaria o extemporánea, publicación de datos o
antecedentes que pongan en duda la corrección de una persona.
· La denuncia acompañada de maniobras fraudulentas o malignas.
· La falta de control a los subalternos, responsabiliza al jefe de oficina por las consecuencias de la
actitud culposa o dolosa de aquellos.
· La violación de los derechos fundamentales del ciudadano (reunión, asociación, publicación de sus
ideas por medio de la prensa sin censura previa, etc.)
• El hecho dañosos del funcionario debe haber sido cometido con culpa, pues de lo contrario no existiría
cuasidelito, ni responsabilidad civil; aunque como la actuación irregular del funcionario implica la presunción
de su culpabilidad, le corresponde al mismo, para eximirse de su obligación de reparar, la prueba de que no
medió culpa de su parte. En tal sentido, la obediencia debida sería eximente de responsabilidad para el
funcionario, siempre que se trate de una orden inválida que el mismo no tenga derecho de examinar o de
una orden válida en su origen, pero impartida culposa o negligentemente, si el funcionario no puede
discutirla.
» Responsabilidad indirecta o refleja: otro problema interpretativo, que plantea el Art. 1112 es el de
si se refiere a los artículos anteriores solamente o a todo el título de que forma parte. Las palabras “son
comprendidas en las disposiciones de este título”, pueden tener dos proyecciones: en cuanto a la
responsabilidad indirecta del Estado y en cuanto a la responsabilidad indirecta del superior jerárquico del
autor inmediato del daño.
Ambos problemas se centran alrededor de una posible combinación de los Arts. 1112 y 1113, 1º parte.
Hoy en día, no se discute la responsabilidad refleja del Estado por el hecho ilícito de sus dependientes, por
aplicación de los Arts. 43 y 1113 1º parte (ambos modificados por la leu 17.711/68), por lo cual, la
importancia del Art. 1112 se vincula al otro tema señalado. El mismo crea una regla general para todos los
agentes estatales, y por ello la responsabilidad indirecta del superior jerárquico es un subcaso de la
responsabilidad de funcionarios y empleados públicos; pero el hecho ilícito del dependiente por el cual se
responsabilizará al superior, no es el previsto en el Art. 1109, sino en el Art. 1112. Al irregular cumplimiento
de las obligaciones legales impuestas al subordinado, deberá sumarse un irregular cumplimiento de la
obligación de dirigir por parte del superior jerárquico.
Por ello se sostiene que “la vigilancia que exige el Art. 1113, interpretada según el Art. 1112, consiste en
una actividad de organización, de dirección y eso es lo que debe apreciarse en la determinación de la culpa.
Si el jefe ha organizado correctamente la marcha de las actividades a su cargo y si ha tomado las
precauciones aconsejables para impedir el proceder dañoso de sus dependientes, no tiene culpa in vigilando
cuando estos realicen un daño, aunque este efectivamente hubiera podido ser evitado con la vigilancia del
jefe en persona, y ese tipo de vigilancia hubiera sido posible; la culpa solo existe dentro del marco del
irregular cumplimiento de la obligación del cargo y esa obligación es, en este caso, dirigir y organizar”.
Recientemente, se ha sostenido en la doctrina que el funcionario público no responde directamente por
falta personal ante el particular damnificado, sino que solo responde el Estado, sin perjuicio de su derecho
de someter a aquel a proceso administrativo de responsabilidad y formularle cargo; salvo cuando la falta
implica vías de hecho o delito criminal, en cuyo supuesto sí existe también responsabilidad directa del
agente. Cazeaux y Trigo Represas entienden que el tercero damnificado puede accionar indistintamente
contra el funcionario autor del comportamiento ilícito imputable o contra el Estado responsable directo por el
obrar de su órgano; y si se tratara de hechos de empleados, habría responsabilidad directa del dependiente
e indirecta del principal, en el caso el Estado.
El Proyecto de reformas de 1987 mantiene el texto actual del Art. 1112, como primer párr. que apunta a
las acciones subrogatorias o de regreso del Estado contra sus funcionarios o agentes, estableciendo que en
los casos de condena judicial contra el Estado, “la sentencia respectiva determina si medió falta personal” de
aquellos, “por las que deben responder hacia este último”.