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Dos aportes que, entre otros, ha recogido la lingüística cognoscitiva son la Teoría
de la Gestalt y la Teoría de los Prototipos. Ambas plantean postulados que han
servido de base para el desarrollo de teorías posteriores, en diferentes disciplinas.
Ambas surgieron del campo de la psicología y han sido retomadas principalmente
por la lingüística pero también, en general, por psicólogos, sociólogos,
antropólogos y neurólogos cognoscitivos; si bien la adopción de algunos de los
presupuestos de estas teorías con el tiempo han sido criticados o incluso
rectificados6, los principios básicos permanecen y se consideran transcendentes
para posteriores desarrollos teóricos.
Sabine Geck (2000, p:28-30), apoyada en autores alemanes como Liebert (1992),
critica a los cognitivistas como Lakoff y Johnson, debido a que “utilizan” el término
gestalt, sin precisarlo ni remitirse a sus creadores alemanes; esto significa para
ella, según entiendo su queja, que autores norteamericanos tomen y aprovechen
una noción “europea” sin otorgarle el crédito correspondiente a su trascendencia.
Lo utilizan, dice Geck –siguiendo a Liebert— más bien en forma “intuitiva”, ya que
no ahondan en esta teoría ni en sus implicaciones. En este sentido, baste señalar
que parece una crítica infundada, en tanto que si bien estos autores no se refieren
abiertamente a los gestalistas, citándolos por su nombre, —tal vez para evitar
ajustarse estrictamente a la teoría— sí definen el uso del término en múltiples
ocasiones, en relación con la forma en que lo emplean. Lakoff y Johnson
(1980/1995), por ejemplo, definen una gestalt, entre otras cosas, como “un todo
que los seres humanos encontramos más básico que sus partes”; Johnson (1987) la
define como “unified wholes whitin our experience and cognition”; y Lakoff y
Johnson (1999) lo determinan y se refieren directamente a él, en por lo menos
ocho ocasiones, y en todas queda claro que se trata de un concepto básico para
explicar que los seres humanos perciben la diversidad de estímulos y datos
procedentes del medio, construyéndolos en totalidades denominadas gestalts.
Fue Rosch (1978), quien a partir de sus estudios sobre la conceptualización del
color en diferentes lenguajes, particularmente en la lengua dani, de Nueva Guinea,
obtuvo un arsenal de datos empíricos que le permitieron proponer la existencia de
categorías no clásicas. La lengua dani sólo dispone de dos palabras para nombrar
los colores: “mili” y “mola”; la primera, significa oscuro-frío e incluye los colores
negro, verde y azul; la segunda, significa claro-cálido e incluye las tonalidades
blancas, rojas y amarillas; esto significa que la categorización de los colores (y por
lo tanto su percepción y organización conceptual) puede variar en distintas
culturas. Con estos datos, entre otros, Rosch llegó a conclusiones muy
significativas. Dos de ellas, trascendentes para su teoría: 1) la mayoría de las
categorías no tienen fronteras claramente definidas, sino que son borrosas, lo que
permite la posibilidad de establecer gradientes de pertenencia a la categoría y, por
lo tanto, 2) algunos de los ejemplares que pertenecen a una categoría son más
prototípicos que otros; es decir, las categorías son radiales y sus miembros tienen
entre sí “parecidos de familia” y en cuyo centro se encuentran las figuras más
prototípicas.