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1. Introducción
“La ciencia y la religión son las dos fuerzas más poderosas del mundo. Hago un
ruego a las personas religiosas que dejen sus diferencias con los laicos y los científicos
materialistas como, y se unan a nosotros para salvar el planeta”1.
Sorprendente afirmación de O. Wilson, sobretodo viniendo de él. Y aunque la
mayoría de los hombres y mujeres de fe también son laicos (laicos creyentes no laicos
materialistas) y aunque las diferencias fuertes han venido – los giros de la historia- del
sector que él representa (cientificismo del nuevo ateísmo) hay que destacar dos cosas: el
reconocimiento de la poderosa fuerza que hoy tiene la religión en la humanidad (una de las
dos más poderosas), el influjo que ella tiene en la historia y en el cosmos (puede ayudar a
salvar la naturaleza) y, lo que más nos interesa, la afirmación de que religión y ciencia
pueden integrarse con una determinada finalidad, sacar al planeta de la crisis ecológica.
Esta afirmación del iniciador de la sociobiología, de suyo, nos introduce a la temática de
esta última unidad del curso: es posible que ciencia y religión se integren y complementen.
Y no sólo en pos de un fin social-ambiental, sino a nivel de la relación fe-razón para
enriquecer la comprensión de las diferentes realidades del universo, para solucionar de
manera íntegra diferentes problemáticas que afectan al ser humano, sino también porque
ambas fuerzas no son compartimientos separados en la vida de un creyente, sino conforman
una unidad que potencian mutuamente
En el presente documento expondremos los tres planteamientos que se han
postulado con respecto a la relación religión-ciencia: las tesis del conflicto, total autonomía,
y la de integración y complementariedad. Nos centraremos en esta última, por ser la propia
del curso y la condición de posibilidad para afirmar que se puede ser un hombre o mujer de
creencias profundas y, al mismo tiempo, un científico de primer nivel.
Conviene hacer una aclaración sobre el término "religión". Como ya sabemos este
es incapaz de englobar la multitud de las religiones en sus diversas comprensiones de la
realidad. Es, con todo, el proceder de ateísmo científico o del nuevo ateísmo: utiliza el
término englobando a todas las religiones en él. Pensamos que es mejor hablar de
religiones, dadas sus diferencias y peculiaridades. Por lo mismo "religión" adquiere un
significado muy preciso en este documento: engloba a aquellas que afirman un universo
que es distinto de Dios y que procede en último término y de manera radical de Dios (su
fuente de origen). Incluye a aquellas religiones que conciben al universo dotado de un
conjunto de leyes que le permiten autoregularse, desarrollarse y poseer una intrínseca
racionalidad, leyes que proceden, en último término, de Dios.
para determinar los aspectos de la realidad que verdaderamente existen. La religión por su
parte no es ni saber ni conocimiento, es un proceso de no pensar, una explicación irracional
y sin evidencia de la realidad, que ha sido superada por la ciencia. Así la única posición
lógica ante la realidad sería el materialismo y el ateísmo y/o agnosticismo, ya que no hay
dimensión espiritual ni Dios algunos que sean capaces de ser demostrados como existente
por la ciencia. Además, las explicaciones “mitológicas” de la religión han sido desbancadas
por las explicaciones que provienen de la racionalidad científica. Por lo tanto, ciencia y
religión se oponen y son contradictorias en sí mismas. No es el momento de volver sobre
estas cuestiones que ya las hemos revisado a propósito del cientificismo. Sólo indicar que la
ciencia tiene límites epistemológicos, sólo trabaja con lo mensurable y capaz de someterse
a control experimental. La ciencia posee un tipo de racionalidad muy eficaz en su campo y
que produce indudables beneficios, pero es un campo acotado. Es, además, una forma de
racionalidad, no la forma paradigmática de todo saber. La religión también es saber pero de
otro tipo, con otro objeto y finalidad, con su propia racionalidad, método, evidencia y que
aborda otro campo de la experiencia humana al de la ciencia. Junto con esto, veremos que
ambos campos están lejos de ser opuestos, lo son cuando uno de los dos saberes o campos
se comprende mal, o bien cuando ello ocurre con los dos. Y a propósito del ateísmo que se
deriva de la ciencia, conviene traer a colación la célebre afirmación de alguien ajeno a la
religión como lo fue el célebre evolucionista S. Gould, refirmada recientemente por
Francisco Ayala5, autoridad mundial en el campo del neodarwinismo y la evolución: “Los
ateos no lo son porque la ciencia les haya hecho negar la religión, sino por otras razones”.
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Así como los teólogos y autoridades eclesiales nunca debieron utilizar una interpretación no oficial
ni cierta de la Sagrada Escritura para defender a la tierra como centro del universo y en torno a la cual giraba
el sol frente a al argumento científico de Galileo (que, por otra parte, no logró presentar la evidencia que
sostenía su teoría del heliocentrismo), así también es improcedente metodológicamente intentar afirmar a
partir del dato de la física que Dios no creó el universo o que el universo se autocrea a partir de la nada, ni
sostener un supuesto ateísmo científico, o bien analizar la enseñanza del libro del Génesis desde una óptica
científica.
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cuanto ambos están vinculados con Dios; el interés de la religión por el universo y el
hombre es desde una perspectiva teocéntrica. Le interesa conocer a partir de lo creado la
existencia de Dios, establecer una relación vital con él, descubrir el lugar que ocupa el ser
humano, cada creatura y el conjunto unido de las mismas en el gobierno divino del
universo. La ciencia, en cambio, estudia el universo hace desde la perspectiva de la
realidad material y sus procesos: busca la descripción, explicación (cómo se producen y
funcionan) y predicción del cosmos en su dimensión fenoménica-cuantificable, mediante el
método experimental-matematizado.
Ciencia y religión son órdenes distintos. Una y otra hacen preguntas que sólo ellas
pueden contestar. Así, la ciencia remite a los procesos y objetos espacio-temporales que
puede ser verificados o falseados mediante el control experimental, para responder al cómo
operan dichos objetos en el orden de los fenómenos medibles o cuantificables, qué
relaciones guardan con otros objetos y procesos espacio-temporales, y cómo predecir su
comportamiento. La religión, por otra parte, va mucho más allá, y se pregunta cuál es el
sentido de la existencia y la muerte, por qué existe el dolor, de dónde proviene todo, quién
es el hombre, qué viene después de la muerte. Ella busca establecer cual es la relación y
dependencia que el cosmos tiene con Dios, y cómo el ser humano puede acceder a una
relación con Dios a partir de la información que le provee el cosmos, qué sentido último
tiene ámbitos de la experiencia humana como el amor y el trabajo. En el contexto de la
religión cristiana estás preguntas se amplían, ya que el creyente se interroga por la
naturaleza del rostro del Dios revelado, el misterio de persona y acciones de Jesucristo, el
camino para acceder para la comunión de vida y amor con Dios Uno y Trino. Son preguntas
que la ciencia obviamente nunca se podrá contestar.
La religión, además, en lo que tiene de saber, no es formalmente un conocimiento
abstracto (que es propio más bien de la teología), sino un conocimiento concreto y vital, por
el que se busca penetrar en el misterio de Dios en cuanto ser real, existente y trascendente y
tener una experiencia de vinculación con él, y una vivencia de una salvación objetiva. En
esa dinámica la religión se hace preguntas que no se hace la ciencia y busca las respuestas
por un camino de racionalidad que no sigue la lógica del método de las ciencias
experimentales8. Y además lleva a estilos de vida y comportamientos muy concretos de cara
a la naturaleza, los cuales la ciencia por sí misma no puede generar. Así la religión genera
una mirada creyente del cosmos, un conjunto de valores y actitudes ante ella, que incide –
de modo positivo- en el cuidado de la creación y en un comportamiento ético de cara a ella.
Todo esto nos indica que estamos frente a dos órdenes distintos, pero no opuestos
sino complementarios. En realidad, el desafío que se plantea en torno a la ciencia y
religión, es el que ambas se pueden integrar en unidad y armonía, en donde las dos áreas
tienen su lugar específico, se complementan9 y contribuyen a enriquecer la visión del
cosmos y del ser humano, reconociendo, eso sí, que la religión, por apuntar a cuestiones
más esenciales del ser humano y tener como objeto a Dios, conlleva una importancia y
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Pensemos por ejemplo en el dolor físico. La ciencia se preguntara por el origen fisiológico del
mismo, buscará descubrir, describir y predecir su mecanismo neurofisiológico. Más aún, mediante la ciencia
aplicada, buscará descubrir un tratamiento para mitigar y eliminar el dolor. Hasta allí llega la ciencia. La
religión, en cambio, se interrogará por el hecho mismo del dolor: su existencia, su significado, su lugar en el
plan y voluntad de Dios. A la luz de la fe buscará asignarle un significado teocéntrico, e incorporarlo con ese
significado en la experiencia creyente. La ciencia, a todas luces, es impotente en este nivel.
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Pensemos en los modelos científicos del universo que nos ofrece la física moderna, son un
excelente base y punto de partida para elevarse a percibir racionalmente en el orden de la fe el gobierno sabio
que Dios tiene del cosmos, y la legalidad que le ha impreso a la creación.
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prioridad mayor que la ciencia en cuanto al sentido de vida y felicidad plena del ser
humano. Ninguna puede ser suplantada por la otra, ambas se pueden ayudar mutuamente,
las dos contribuyen a una comprensión más profunda y variada del universo y del ser
humano. Einstein lo sintetizó genialmente de esta manera: "La ciencia sin religión está
coja y la religión sin ciencia está ciega".
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La causa primera e indirecta del Universo es Dios, las causas segundas son, por ejemplo, las
diversas leyes (física, biología, química) que configuran el mundo de la naturaleza y sus fenómenos.
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Este ha sido el leitmotiv de muchos científicos creyentes, incluso camino de conversión para más
de alguno: en los diseños, modelos y resultados de la física y biología descubren una realidad que va más allá
de aquellos modelos y resultados. Advierten un orden imposible de remitir al azar, una finalidad, sabiduría,
belleza inexplicables a partir del solo dato de la ciencia. Por ello remiten esa percepción supracientífica al
Dios creador, autor de ese maravilloso diseño descubierto en el quehacer científico.
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Detrás de la crítica del cientificismo a la Nueva Era, está la objeción que viene del dato y método
de las ciencias sobre la falta de racionalidad, credibilidad y aparato probatorio de muchos de los postulados y
técnicas neoeristas.
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ínsita en la naturaleza, hecho que remite a la Causa inteligente que la ha dotado de tal
finalidad. A. Flew, el fallecido y otrora llamado “papa de los ateos” relata en estos términos
su conversión: “creo que las intrincadas leyes de este universo manifiestan lo que los
científicos han llamado la mente de Dios. Creo que la vida y la reproducción tienen su
origen en la Fuente divina ¿por qué creo ahora esto, después de haber expuesto y
defendido el ateísmo durante más de medio siglo? La breve respuesta es la siguiente: tal es
la imagen del mundo que, en mi opinión, ha emergido de la ciencia moderna. La ciencia
atisba tres dimensiones de la naturaleza que apuntan hacia Dios. La primera es el hecho
de que la naturaleza obedece a leyes. La segunda es la dimensión de la vida, la existencia
de seres organizados inteligentemente y guiados por propósitos, que surgieron de la
materia. La tercera es la propia existencia de la naturaleza”17
La religión, además, inscribe a la ciencia en un horizonte de sentido que guía su
actividad, la humaniza y la refiere a Dios. Es un horizonte que ella misma no se puede dar y
sin el cual queda pobre, a medio camino. Ella se hace preguntas que la ciencia misma no
puede responder, pero que son fundamentales para darle sentido al quehacer científico, esto
es: qué es la ciencia, cuál es su significado en el ámbito del saber humano, qué finalidad
tiene en la vida del ser humano, cuáles son sus límites epistemológicos y los peligros de
sobrevalorarla y mal utilizarla. Así, la religión sitúa a la ciencia en cuanto actividad humana
en el lugar preciso que tiene dentro del plan de Dios y la existencia del ser humano. Más
aún un científico creyente puede hacerse esas preguntas de manera explícita a partir de la
cosmovisión que la física y biología moderna establecen a partir de sus modelos
explicativos, de hecho, la conversión de A. Flew responde a ese camino: como él mismo lo
afirmó, siguió siempre la evidencia.
La religión, junto con esto, también le ofrece una plataforma ética a la actividad
científica. La ciencia, indudablemente, tiene un talante moral: el avance que ella produce,
los métodos que utiliza, la información que obtiene tienen una innegable veta moral que la
ciencia por sí misma no puede responder: necesita de la religión (especialmente de su
visión de hombre y de la ética). Un ejemplo concreto: ¿se puede experimentar con un feto
humano que ha sobrevivido a un aborto o un embrión congelado? Por otro lado, un
científico tiene el legítimo derecho a preguntarse: ¿Qué sentido existencial tiene la
actividad que yo realizo?, ¿Qué consecuencias morales tiene para el ser humano la
actividad científica que estoy realizando?, ¿está información que estoy obteniendo ha sido
por medio lícitos?, ¿he obrado éticamente bien durante la investigación?, ¿el avance en el
conocimiento y bienestar humano justifica cualquier intervención científica en el ser
humano, la naturaleza y mundo animal? Son todas dudas que asaltan a un científico y que
la misma ciencia no puede responder. Es indudable que la cosmovisión religiosa le provee
de la matriz para responderse estas y otras preguntas de esta índole.
Un ejemplo de la ayuda ético-antropológica que la religión le puede dar a la ciencia
se encuentra en la cuestión del problema ecológico. La religión le proporciona la ciencia
una plataforma desde donde abordar las problemáticas medioambientales. Como punto de
partida está la convicción de que Dios ha creado todo, ama lo creado y lo cuida, además
que cada creatura tiene una belleza, verdad y bondad en sí mismas (antes la cuales la
ciencia es ciega en gran medida) dadas por el mismo Dios. El mismo cosmos posee una
armonía, interrelación y unidad inherente a él mismo. Desde esta perspectiva, el dominio
del hombre creado a imagen y semejanza de Dios, debe ajustarse a la mirada que Dios tiene
17
Flew, A., Dios existe, Trotta, Madrid, 2013. P. 87.
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sobre su creación; sólo en esa medida es legítimo el dominio sobre todo lo creado (domino
responsable a modo de servicio para cooperar con Dios en el despliegue de su creación). No
olvidemos que, en clave cristiana, Cristo ha venido a redimir lo creado, a extirpar de la
creación todo lo que sea pecado y hacer que responda al designio original de Dios. El
creyente cristiano debe relacionarse con la creación bajo esta perspectiva, no puede
destruirla ni utilizarla arbitrariamente; ella ha salido de las manos de Dios, Dios la ama y
ejerce su bondad sobre ella, Cristo ha redimido la naturaleza del pecado. El mejor ejemplo
de lo que estamos hablando es s. Francisco de Asís: el modo que tuvo el de relacionarse lo
creado, la actitud y mentalidad frente a la creación es justamente el designio de Dios para le
hombre religioso. Desde esa perspectiva enfoca todo el conocimiento que la rama ecológica
le proporciona al ser humano, y el creyente se ajusta a las leyes fenoménicas de la
naturaleza, entendidas desde la cosmovisión religiosa recién explicada. Todo esto
ciertamente no resuelve ningún problema ecológico ni ninguna manipulación científico-
técnica indebida de la naturaleza, ni tampoco interfiere o guía los resultados de la
investigación de los ecosistemas, de la biodiversidad o provee de evidencia para concluir
una situación de crisis ecológica. Sin embargo, pone las bases morales y espirituales para su
resolución de esa crisis, aporta desde su racionalidad y cosmovisión elemento para abrir
caminos a esa crisis (a este respecto es sugerente la encíclica del Papa Francisco Laudato Si
´). Además, inscribe la actividad científica en torno al medio ambiente en una plataforma de
sentido, y la proyectan en un horizonte al cual la ciencia por sí misma no puede acceder.