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Coordinador

LEONARDO CARUANA DE LAS CAGIGAS


PROFESOR TITULAR DE UNIVERSIDAD. UNIVERSIDAD DE GRANADA

Cambio y crecimiento económico

2
Autores
MARIANO CASTRO VALDIVIA
PROFESOR DE UNIVERSIDAD. UNIVERSIDAD DE JAÉN

LUIS GARRIDO GONZÁLEZ


CATEDRÁTICO DE UNIVERSIDAD. UNIVERSIDAD DE JAÉN

JUAN MANUEL MATÉS BARCO


PROFESOR TITULAR DE UNIVERSIDAD. UNIVERSIDAD DE JAÉN

DOMINGO CUÉLLAR VILLAR


EXPERTO EN TRANSPORTES TERRESTRES. FUNDACIÓN DE LOS FERROCARRILES ESPAÑOLES

DONATO GÓMEZ DÍAZ


PROFESOR TITULAR DE UNIVERSIDAD. UNIVERSIDAD DE ALMERÍA

MARÍA LUZ DE PRADO HERRERA


PROFESORA VISITANTE UNIVERSIDAD DE JAÉN

ANDRÉS SÁNCHEZ PICÓN


CATEDRÁTICO DE UNIVERSIDAD. UNIVERSIDAD DE ALMERÍA

3
Índice

Prólogo
1. El origen del crecimiento moderno iniciado en Inglaterra
1.1. La «revolución demográfica»
1.2. La revolución agraria
1.3. La revolución comercial
1.4. La revolución en los transportes
1.5. La industria algodonera
1.6. La industria siderúrgica
1.7. Cronología de la innovación
1.8. El factor trabajo
1.9. El factor capital en la Revolución Industrial
1.10. La relevancia de la banca en el proceso de grandes cambios
1.11. El nuevo pensamiento económico: el liberalismo
1.12. Las medidas tomadas durante el gran cambio económico por el gobierno
británico
Conclusiones
2. La difusión de la Revolución Industrial y la integración de la economía
internacional (1830-1914)
2.1. La difusión de la industrialización y la primera globalización
2.1.1. La difusión de la industrialización a los países pioneros
2.1.2. La difusión de la industrialización a los países seguidores
2.2. La segunda revolución tecnológica
2.2.1. Los nuevos materiales
2.2.2. Las nuevas formas de energía
2.2.3. La nueva organización del trabajo
2.2.4. La aparición de la gran empresa
2.3. Ciclos y crisis económicos (1873-1914): de la Gran Depresión a la rápida
recuperación
2.3.1. La Gran Depresión finisecular (1873-1895)
2.3.2. La etapa de recuperación (1895-1914)
2.4. La expansión del comercio internacional: librecambismo y proteccionismo
2.4.1. Las políticas comerciales: el librecambismo
2.4.2. Políticas comerciales: el proteccionismo
2.5. La movilidad de los factores

4
2.5.1. Las migraciones internacionales
2.5.2. Las inversiones de capital en el exterior
2.6. El sistema monetario y los pagos internacionales: el patrón oro
2.7. El imperialismo en la época liberal
Anexo
3. Desintegración económica y crisis financieras (1918-1939)
3.1. Una perspectiva general de la economía occidental (1918-1939)
3.2. Las consecuencias económicas de la paz
3.3. Inestabilidad e incertidumbre en la década de 1920
3.4. La crisis de 1929 y sus efectos en la economía mundial
3.4.1. Causas y desarrollo de la crisis
3.4.2. Las repercusiones y expansión de la crisis
3.5. Recuperación económica y rearme militar (1930-1939)
3.5.1. Estados Unidos y el New Deal
3.5.2. Gran Bretaña: los efectos del abandono del patrón oro
3.5.3. Francia: crisis y derrota
3.5.4. Alemania: Hitler y la política de rearme
3.5.5. Un balance final de la década de 1930
3.6. La unión soviética y la aparición de las economías planificadas
3.6.1. La Revolución de Octubre de 1917
3.6.2. La Nueva Política Económica (NEP)
3.6.3. La planificación soviética
3.7. Una etapa que se cierra con una nueva guerra
4. La economía occidental tras la Segunda Guerra Mundial (1945-1973)
4.1. Los efectos de la Segunda Guerra Mundial
4.2. La reorganización de las relaciones internacionales: FMI, Banco Mundial y
GATT
4.3. Recuperación de los flujos comerciales
4.4. La extensión del papel del Estado
4.4.1. La intervención del Estado
4.4.2. El aumento del peso del Estado
4.4.3. Las políticas estructurales
4.4.4. Las políticas coyunturales
4.5. La deriva del sistema monetario
4.6. Crecimiento y convergencia en la edad de oro
4.7. La constitución de nuevos espacios de comercio regionales
4.7.1. El origen de la regionalización del comercio en Europa
4.7.2. Los casos de la Comunidad Económica Europea y la Asociación Europea de Libre Comercio
Conclusiones
5. La época de crecimiento y recesiones económicas del último cuarto del siglo XX
hasta la actualidad

5
5.1. Crecimiento y recesiones de la economía mundial entre dos siglos
5.2. Factores demográficos y capital humano
5.3. Causas y antecedentes de la depresión económica de 1973-1982
5.4. El primer shock del petróleo de 1973
5.4.1. Los efectos inmediatos de la crisis
5.4.2. El impacto de la crisis en las economías avanzadas
5.4.3. La repercusión de la crisis en los países no desarrollados
5.4.4. Medidas adoptadas para salir de la crisis
5.5. Reactivación de la crisis del petróleo en 1979
5.5.1. La reactivación de la crisis económica
5.5.2. Medidas para superar la crisis
5.5.3. La recesión de 1980-1982
5.6. La crisis de 1987
5.7. Caída del sistema comunista europeo y crisis económica (1991-1993)
5.8. Burbujas especulativas, globalización y la gran recesión (1994-2012)
5.8.1. Globalización, liberalización y apertura exterior
5.8.2. La gran recesión primisecular de 2007
5.8.3. Hipótesis sobre las causas de la gran recesión primisecular
5.8.4. Evolución de la recesión
5.8.5. Reactivación de la recesión
Conclusiones
6. Comportamiento económico de los países emergentes, países excomunistas y
subdesarrollados a finales del siglo XX e inicios del siglo XXI
6.1. Introducción
6.2. A las puertas de la revolución industrial: los países emergentes
6.3. China: el nuevo gigante
6.3.1. Las bases para el fuerte crecimiento en China
6.4. India, el mayor país democrático del mundo
6.5. Países subdesarrollados
6.6. Los países excomunistas
6.7. La dinámica de la convergencia a lo largo del tiempo
Conclusiones
7. El crecimiento económico en América Latina (1900-2015)
7.1. Introducción
7.2. América latina en el contexto internacional (1900-1929)
7.2.1. Cambios en la economía mundial
7.2.2. Las consecuencias económicas de la paz en América Latina
7.2.3. Los avances de la industria
7.3. La etapa del crecimiento (1929-1939)
7.3.1. Las repercusiones de la depresión de 1929
7.3.2. Políticas de estabilización para frenar la crisis

6
7.3.3. El contexto internacional y el sector exportador
7.3.4. La recuperación de la economía no exportadora
7.4. El cambio de tendencia (1940-1949)
7.4.1. Retroceso y estancamiento durante la Segunda Guerra Mundial (1940-1945)
7.4.2. Dependencia exterior y nacionalismo económico
7.5. Crecimiento de la deuda y quiebra social (1950-1990)
7.6. Desequilibrios y crisis económica (1991-2015)
8. La economía española desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX
8.1. Introducción
8.2. Factores demográficos, recursos humanos y sector agrario
8.2.1. Población
8.2.2. Trabajo y capital humano
8.2.3. Recursos agrarios
8.3. El proceso de industrialización
8.3.1. El crecimiento industrial
8.3.2. La expansión de la industria en la segunda revolución tecnológica
8.3.3. Crecimiento industrial en el primer tercio del siglo xx
8.3.4. La industria en el primer franquismo
8.4. La gestación de un amplio sector servicios
8.4.1. Introducción
8.4.2. Transportes
8.4.3. Comunicaciones
8.4.4. Servicios financieros y bancarios
8.5. Comercio exterior, economía del sector público e inicios del Estado del
Bienestar
8.5.1. Sector exterior
8.5.2. Sector público administrativo
8.5.3. Saldos presupuestarios, deuda pública y estructura de ingresos y gastos del estado
8.5.4. Primeros pasos del Estado del Bienestar y de las prestaciones sociales
Conclusiones
9. El crecimiento económico español de la segunda mitad del siglo XX
9.1. Introducción
9.2. Crecimiento de la población, capital humano y agricultura
9.2.1. Población
9.2.2. Trabajo y capital humano
9.2.3. Recursos agrarios
9.3. Crecimiento y reconversión industrial
9.3.1. El impulso industrializador del Plan de Estabilización y Liberalización de 1959 y los Planes
de Desarrollo (1964-1973)
9.3.2. Crisis, reconversión y crecimiento industrial en el último cuarto del siglo xx
9.4. Consolidación del sector servicios
9.4.1. Introducción
9.4.2. Transportes y comunicaciones
9.4.3. Servicios financieros y bancarios

7
9.5. Comercio exterior, sector público y nuevo Estado del Bienestar
9.5.1. Sector exterior
9.5.2. Sector público administrativo, presupuestos, deuda pública y déficit
9.5.3. El nuevo Estado del Bienestar
Conclusiones
10. España en el siglo XXI: una de cal y otra de arena
10.1. Introducción
10.2. La evolución del PIB
10.3. La población
10.4. La inflación
10.5. El problema del paro
10.6. Las cuentas públicas
10.7. La burbuja inmobiliaria
10.8. El sistema financiero
10.9. La desigualdad económica
Conclusiones
Bibliografía
Créditos

8
Prólogo

Riqueza, crecimiento y diversificación desde la Revolución Industrial hasta


nuestros días

«Los dirigentes modernos acabaron por entender lo que también acabaron por
entender los potentados feudales de la Edad Media: que para conseguir riqueza
hay que conceder un poco de libertad. [...] Cuanto menor sea el coste de
transmitir información, más amplio, intrincado y productivo podrá ser el cerebro
invisible de una sociedad.»
Robert Wright (2005): Nadie pierde. La teoría de juegos y la lógica del
destino humano, p. 198. Barcelona: Tusquets.

La reforma en curso de los planes de estudio en las universidades de España ha


generado un pequeño nicho de mercado en el que las editoriales especializadas están
poniendo sus mimbres y movilizan a diferentes equipos de profesionales para ir
cubriendo el terreno con una oferta cada día más variada y mejor ajustada a las
condiciones del mercado. En el terreno concreto de la Historia económica, las
universidades andaluzas cuentan con una seria ventaja, dado que las autoridades
regionales han impuesto un curso común de ingreso para todas las universidades. Algo
que no ha sucedido en otras comunidades autónomas, donde la docencia en Historia
económica, en sus diferentes especialidades, ha sufrido notable quebranto. La historia
dirá algún día qué efectos tendrá esa decisión sobre los futuros estudiantes de Economía
y de Empresa.
Dentro de esa coyuntura, un rasgo a destacar es que una de las respuestas ha sido,
precisamente, la redacción y edición del libro que tiene entre sus manos. Una obra fruto
de la colaboración de las tres universidades del oriente andaluz; las tres que un día
formaron parte de una única organización universitaria hasta que, en 1993, se
escindieron para configurar tres organismos diferenciados, aunque, como vemos, no del
todo separados.
Como cabría esperar, la iniciativa que los lleva no está sola. Recientemente
compañeros de otras universidades españolas han preparado otros libros, más o menos
directos competidores de éste, con objetivos más o menos diferenciados. En conjunto
representan un prometedor esfuerzo profesional que sin duda mejorará los estudios
históricos y económicos al servicio de la próxima generación. En éste los diferentes
autores pretenden dar al estudiante que se inicie en los temas de Economía y Empresa un
conocimiento claro y general de los orígenes del mundo presente y una idea detallada de

9
los factores de la riqueza y del crecimiento de que disfrutan las naciones actuales. Todo
ello con la suficiente brevedad que reclama la literatura del género y los
condicionamientos académicos. Pero antes de dejar paso a los autores que toman la
pluma en las páginas sucesivas, deseo hacer algunas advertencias al lector.
El notable proceso evolutivo que nos ocupa representa uno de los cambios mayores
que se han producido en la historia de la humanidad. Tal vez el más vigoroso y más
rápido de todos ellos y aún muy incompleto. Un fenómeno histórico de gran complejidad
que la historiografía, hace más de cien años ya, dio en llamar Revolución Industrial. En
realidad no hubo una única vía hacia el crecimiento económico sostenido. Aunque los
grandes factores seculares que lo impulsaron son relativamente simples y bien
conocidos, el transcurso de los acontecimientos fue enormemente variado. Se imponen
preguntas como: ¿por qué se adelantó Europa mientras se atrasaban otros grandes
territorios? O, más concretamente: ¿por qué tuvo origen en Inglaterra la gran divergencia
que dio origen, históricamente, al mundo industrial? Y, dado que el nacimiento del
mundo industrial tuvo un nacimiento tan preciso, esa pregunta nos obliga a preguntarnos
a continuación: ¿cómo se las apañó el resto del mundo ante la escapada en solitario de
Inglaterra? Pero ni siquiera dentro de la pequeña Europa, hoy tan rica y tan artrítica, el
camino fue unívoco y homogéneo. Comprenderlo así es especialmente importante para
los lectores españoles. Dentro de Europa, España representa uno de los casos más
dispares y contradictorios dentro del gran proceso que nos ocupa. Hacia 1800 era una de
las grandes potencias económicas y comerciales del mundo gracias a su imperio
americano y a sus redes comerciales. Poco se oponía en ella a que hubiera seguido de
cerca los pasos de Inglaterra por la vía de la industrialización temprana. Pero los déficits
estructurales del imperio español y la catástrofe que supuso la invasión napoleónica la
llevaron a abandonar la senda de las grandes potencias en proceso de industrialización y
la abocaron al papel de entidad marginal, con una mezcla singular de oportunidades y
problemas que ni nos arrojó fuera de Europa ni nos permitió seguir de cerca los pasos de
los países más avanzados. Mientras tanto, en la Europa Occidental, otros países como
Francia y Alemania, y los Estados Unidos en la Nueva Inglaterra, al otro lado del
Atlántico, siguieron la vía expansiva abierta por los ingleses con itinerarios más o menos
diferenciados que les permitieron atrapar al líder en su escapada ya antes de 1900. En
otros continentes el proceso fue aún más dramático y prolongado. La gran potencia
industrial hacia 1800 era China, seguida de cerca por India. Cien años más tarde la una y
la otra se encontraban sumidas en una crisis económica pavorosa y en plena decadencia.
Hasta hace bien poco tiempo los historiadores considerábamos una anomalía histórica el
que Japón hubiera conseguido escapar en solitario al destino aparentemente inevitable
del Oriente. Pero, contra todo pronóstico, ya en 1900 el Imperio del Sol Naciente daba
muestras claras de ser capaz de incorporarse al crecimiento y a la industrialización, y no
habría de pasar un siglo más sin que sus vecinos de la periferia asiática retomaran la
senda de la expansión e iniciaran la recuperación del atraso acumulado. El término

10
«tigres asiáticos», aplicado a los nuevos países industriales del mar de la China a partir
de 1960, da buena cuenta de esa tendencia, a la que después se reincorporaron, muy
recientemente ya pero con un vigor inusitado, China e India. Para 2000 ambas potencias
han recuperado ya su puesto de partida a escala planetaria antes de la gran divergencia, a
la cabeza de las naciones industriales del mundo. El balance de todo ello sigue siendo
controvertido y el debate de detalle en las causas continúa. Frente a la evidencia de la
notable riqueza y variedad existentes en el universo social y económico actual algunos
prefieren subrayar sus desequilibrios. Básicamente dos: un uso desmesurado y a su juicio
peligroso a medio plazo e ineficiente a largo plazo de los recursos naturales, en primer
lugar. El proceso de industrialización se ha apoyado, en buena medida, en la explotación
intensiva y acelerada del patrimonio geológico acumulado a lo largo de eones pasados.
En segundo lugar un desequilibrio intolerable entre las ventajas y los inconvenientes de
la industrialización, que se traduce en un mundo de naciones cada día más ricas rodeadas
de una mayoría de naciones más pobres. Aunque no es éste el lugar adecuado para
debatir estas cuestiones, sí quisiera decir que comparto ambos puntos de vista en sus
detalles pero que discrepo profundamente en sus conclusiones. El complejo ecosistema
que es la moderna sociedad humana genera tanto problemas como ventajas, y los
distribuye en formas que en modo alguno pueden considerarse equitativas ni eficientes.
Pero la evolución a largo plazo siempre alcanzará un equilibrio —incluida la hipótesis
extrema y a mi juicio muy poco probable de una extinción completa de la humanidad—
y repartirá de algún modo sus efectos sin dejar de estimular la aparición de soluciones
nuevas y más afinadas a contextos sin duda cambiantes. Qué son, en realidad, un par de
siglos como los pasados frente a los logros potenciales de los próximos diez mil años,
como nos invitaba a pensar Adrian Berry en 1974.
El libro que sigue cuenta con diez capítulos que podemos agrupar fácilmente de
forma cronológico-temática. Los dos primeros se ocupan de las raíces y características
del primer caso de industrialización conocido, la Inglaterra del siglo XVIII, de la pluma
del profesor Caruana (Universidad de Granada). Lógicamente le sigue el estudio de los
países directamente competidores, que continuaron su estela por caminos necesariamente
diferentes, a cargo de los profesores Cuéllar y Sánchez Picón (Universidad de Almería).
De este modo el estudiante conocerá detalladamente a las naciones líderes del proceso
que nos ocupa y tendrá un panorama preciso de la historia económica del siglo XIX hasta
la belle époque y su abrupto final en 1914. Los tres capítulos siguientes nos ofrecen una
panorámica general del siglo XX. Comienza con un estudio de la guerra de los treinta
años de ese siglo, la que se inició en la frontera germano-belga en 1914 y sacudió
prácticamente a todo el mundo y prosiguió, en modo caliente o frío, según los países
pero sin solución de continuidad, hasta 1945; ese capítulo corre a cargo del profesor
Matés (Universidad de Jaén). La gran sacudida que supuso ese período alteró seriamente
las pautas evolutivas del siglo anterior tan intensa y duraderamente que algunos de sus
efectos se han hecho sentir hasta finales de siglo. El estudio de esas etapas en la obra

11
corre a cargo de los profesores Gómez Díaz (Universidad de Almería) y Prado Herrera
(profesora visitante, Universidad de Jaén). El primero nos presenta aquello que ha dado
en llamarse la golden age de los años cincuenta y sesenta y la reconstrucción de la
posguerra y la segunda la no imaginada y, por tanto, inesperada crisis de los setenta y la
tormentosa pero riquísima evolución ulterior hasta nuestros días, una vez más en crisis
profunda, que sin duda abrirá nuevos caminos para las sociedades del planeta. dado que
los capítulos anteriores se centran en lo que podríamos llamar la corriente principal de la
historia económica del siglo XX, la de los triunfadores y grandes potencias occidentales,
un capítulo adicional del profesor Caruana se ocupa de evoluciones alternativas, desde
las dictaduras más aberrantes hasta los procesos más inesperados y creativos de
industrialización acelerada en la periferia asiática. La crisis de las primeras y el éxito de
los segundos son factores principales del mundo de nuestros días, sus problemas y
oportunidades. Le sigue un capítulo específico sobre la economía en América Latina
(1900-2013) del profesor Matés.
Y, como ya apunté veladamente en un párrafo anterior, el libro incluye un análisis
separado y más detallado del caso español por razones que no creo necesario subrayar.
En dos capítulos de la obra, el profesor Garrido (Universidad de Jaén) nos muestra el
contradictorio camino seguido por la sociedad española en busca de una riqueza común
que siempre parece al alcance de la mano y siempre se le escapa en cierta medida desde
el siglo XIX hasta finales del XX. Por último, Mariano Castro (Universidad de Jaén) nos
acerca a los rápidos cambios producidos en la España del siglo XXI.

Granada, octubre de 2014.


GREGORIO NÚNEZ
Catedrático de Historia Económica

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1
El origen del crecimiento moderno iniciado en
Inglaterra
Leonardo Caruana de las Cagigas

La humanidad ha tenido dos grandes revoluciones económicas, la agraria y la


industrial (Cipolla, 1969). La última es considerada crecimiento moderno, pues es la
actual. Ésta tuvo su origen a mediados del siglo XVIII y culminó en el siglo XIX en
Inglaterra. Desde entonces se extendió al resto del mundo, aunque aún hoy día hay
muchos países que no la han alcanzado.
La Revolución Industrial supuso un «rápido incremento de la capacidad productiva,
gracias a la utilización de técnicas cada vez más perfeccionadas y a la explotación de
nuevas fuentes energéticas» (Fontana, 2003, p. 230), si bien este crecimiento económico
en los inicios no fue tan espectacular, y se aceleró desde 1820 (Floud y McCloskey,
1994, p. 45) (cuadro 1.1). Y «las épocas precedentes se consideran como el preludio de
los rápidos cambios sociales y económicos que tuvieron lugar en Gran Bretaña» (North,
1984, p. 181). Asimismo, permitió un mayor crecimiento económico, con su
correspondiente beneficio social y mejora en el nivel de vida. Pero como todo proceso,
no estuvo exento de numerosos conflictos, y elevó la complejidad de la actividad
empresarial. De hecho, es el momento de la aparición, en superior grado, de ésta. Alfred
Chandler así lo confirma: «La generalización de la moderna producción en masa exigía
cambios fundamentales en la tecnología y en la organización del proceso productivo»
(Chandler, 1977, p. 281).

CUADRO 1.1

Crecimiento del PIB en Gran Bretaña

1760-1780 0,6
1780-1831 1,7
1831-1873 2,4

FUENTE: Crafts (1995, p. 752).

13
Para alcanzar este nivel de modernidad fueron esenciales numerosos cambios; en
primer lugar, un crecimiento espectacular en el conocimiento científico y técnico que
tiene su origen en la demanda de bienes y servicios que las ciencias aplicadas ayudan a
producir (Mokyr, 1993). Y la tecnología permite la aceleración de la productividad que
permite el crecimiento de una economía moderna (Crafs, 2004). Por otra parte, «la
revolución industrial no fue un solo acontecimiento, sino más bien un conjunto de
sucesos relacionados de forma dispersa» (Mokyr, 1985, p. 44). Y siguiendo la división
de Phyllis Deane (1991), se producen cambios sustanciales o «revoluciones» en la
demografía, la agricultura, el comercio, los transportes y en la industria. Para que estos
cambios fueran posibles se materializaron trascendentales innovaciones y se incrementó
la importancia del factor trabajo, del capital y del Estado. Por último, en el plano de la
teoría económica se produce el cambio tan trascendente del paso del pensamiento
mercantilista al pensamiento liberal que sigue vigente en la actualidad.
El primer factor que permitió esta revolución económica lo generó el conocimiento
científico y la capacidad técnica para su aplicación. En este sentido fue esencial la
acumulación del conocimiento en las universidades europeas desde la Edad Media hasta
el siglo XVIII. Como explicó Douglas North: «La toma de conciencia generalizada de la
creciente relevancia de la ciencia en las invenciones condujo al incremento de la
inversión en capital humano» (1984, p. 197). Los países desarrollados, desde los
comienzos de la Revolución Industrial, priorizaron la inversión pública en la
alfabetización de la población y los más selectos alcanzaron los estudios universitarios.
Dentro de estos conocimientos, también fueron tan relevantes como los técnicos y
científicos los de índole social, impulsados por los ilustrados franceses y que
posibilitaron la Revolución Francesa, en donde se persiguió la conquista social de una
sociedad más libre e igualitaria. Y para que eso fuera posible, la ley defendió tanto los
derechos individuales como los derechos de propiedad. La complejidad del proceso hace
que para alcanzar la Revolución Industrial sea necesaria la suma de todos los factores
que se explican a continuación en los epígrafes siguientes.

1.1. LA «REVOLUCIÓN DEMOGRÁFICA»

Uno de los aspectos más espectaculares que supuso esta revolución económica fue el
rápido incremento de la población. De este modo, se dispuso de la suficiente mano de
obra para hacer efectivo ese gran cambio. Este aumento demográfico fue debido en
mayor medida al descenso de la mortalidad y no tanto al incremento de la natalidad. En
las sociedades preindustriales, en algunas ocasiones sus poblaciones pasaban hambre y
morían, y también fallecían por las enfermedades y las guerras. Estos dos últimos
factores no han desaparecido en las sociedades modernas, pero el conocimiento
sanitario, junto con una mejora en la alimentación, redujo en gran medida las

14
enfermedades, sobre todo las epidemias y la mortalidad infantil. Por desgracia, la guerra
sigue siendo una gran amenaza después de la Revolución Industrial, agravada por
nuestra mayor capacidad técnica, que permite producir armas de destrucción masiva,
como la bomba atómica.
Antes de la Revolución Industrial la tasa de natalidad estaba entre el 35 y el 50‰ (la
tasa de natalidad corresponde al número de nacidos vivos por cada 1.000 habitantes), y
la tasa de mortalidad, entre el 30 y el 40‰, con crecimiento negativo si había hambre,
epidemias o guerras; el crecimiento medio era de 5‰. Con la Revolución Industrial se
consiguió un crecimiento demográfico, pero desconocemos con exactitud el aumento, ya
que no hubo censos de población en Inglaterra hasta 1801. Los historiadores han hecho
cálculos y estimaciones del incremento de la población inglesa anteriores a esta fecha.
Sin embargo, el Parlamento británico rechazó hacer un censo en 1753, y cuando se hizo
en 1801 se discutió si había crecido o no la población (gráfico 1.1). Para entonces ya
aumentaba de manera rápida. Los primeros datos (estimaciones) estaban basados en los
registros eclesiásticos de las parroquias inglesas anglicanas. Según estos datos, el
crecimiento en 1740 fue normal, es decir, un crecimiento del 5‰.

Gráfico 1.1. Crecimiento de la población en el Reino Unido 1750-1901. (FUENTE: Para 1750 utilizamos una
estimación, y para el resto recurrimos a los censos oficiales de población.)

Antes de 1730 hubo fuertes hambrunas que permitieron sobrevivir a los más sanos.
Desde 1750 se redujeron las epidemias y comenzó el rápido crecimiento de la población,
que llegó a su máximo entre 1811-1821. Entre 1750 y 1821 hubo una serie de buenas

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cosechas que posibilitaron la reducción de la mortalidad infantil al estar los niños mejor
alimentados, y en general toda la población. Además, la gente empezó a contraer
matrimonio a una edad más temprana, quizá animada por la mejora económica (los
jóvenes se podían independizar antes). También fue positivo que desde mediados del
siglo XVIII se introdujeran nociones de higiene (por ejemplo: los muros de zarzales y de
argamasa se reemplazaron por los ladrillos, los tejados de bálago por los de tejas, las
alfombras sustituyeron a las esteras y comenzó la recogida de la basura). Es en este
período cuando se produjo el terrible y famoso incendio de Londres, se desconoce si por
accidente o como protección para sanear la «infecciosa ciudad».
Thomas McKeown (1985) argumenta que la clave para el descenso en la mortalidad
radica sobre todo en la mejora en la calidad y cantidad de la dieta desde el inicio del
siglo XVIII, y otros autores lo confirman (Harris et al., 2010). Esta mejora de la
alimentación se basó sobre todo en más frutas y verduras, así como en carne y pescado y
un menor aporte en cereales. En cantidad se estima que en promedio en Inglaterra y
Gales en el siglo XIII se aumentó entre 200 y 250 calorías.
Otro aspecto clave en la revolución demográfica fueron los precios de los alimentos:
entre 1730 y 1760 no se incrementaron, pero entre 1760 y 1792 subieron un 40%, y se
multiplicaron por dos entre 1793 y 1813. Estas subidas se mitigaron por el crecimiento
económico que se produjo en todo el período y que hizo posible que la inmensa mayoría
accediera a los productos de primera necesidad. En las ciudades, con índices de
crecimiento demográfico muy elevados y mal preparadas para los nuevos habitantes, la
vida fue más dura y con tasas de mortalidad más altas que en el campo. Como se ha
dicho, la población se incrementó gracias a las mejoras en la producción agrícola.

1.2. LA REVOLUCIÓN AGRARIA

Esta «revolución» supuso la mejora en las técnicas y en los métodos de organización


agrícolas. Rostow afirmó que «los cambios revolucionarios en la productividad agrícola
son una condición esencial para un despegue con éxito» (1960, p. 8). La mayor
producción agrícola generaba excedentes que alimentaron mejor a la población y
enriquecieron al país. Dentro de la revolución agrícola destacamos tres factores: las
nuevas técnicas de producción, el proceso de los cercamientos y los cambios en las
actitudes de los empresarios y de los campesinos.
En primer lugar, en cuanto a las nuevas técnicas de producción, son innumerables, y
podemos resaltar el cultivo continuo (las nuevas rotaciones con legumbres y cultivos
herbáceos, nabos y patatas no agotaban el suelo y, por tanto, no se perdía tierra para el
cultivo, y desapareció el coste que suponía el barbecho). Otra mejora fue la asociación
más estrecha entre la labranza y la ganadería, que facilitó el forraje para el invierno.
Entre los nuevos utensilios destacó el arado triangular de Rotherham (patentado en

16
1730), que utilizaba dos caballos y un hombre. De este modo el trabajo era más rápido y
menos costoso que antes con el arado rectangular, que utilizaba cuatro bueyes y dos
hombres. Y en fecha tan temprana como 1780 se inventó la máquina trilladora. De todos
modos, la introducción de las nuevas tecnologías era difícil y no estaba exenta de
conflictos sociales, pues significaba en algunos casos la reducción de la mano de obra en
zonas de subempleo crónico, lo que explica que estas mejoras productivas progresaran
muy lentamente.
En segundo lugar, las leyes de cercamiento (Enclosure Acts) posibilitaron la
privatización de las tierras en Inglaterra. Fue un proceso amplio que afectó prácticamente
a la mitad de las tierras arables a inicios del siglo XVIII, y a mediados del siglo XIX se
privatizaron casi todas las tierras cultivables, quedando tan sólo un 3% como tierras
comunales. En el plano social supuso un cambio a peor para los campesinos, que
perdieron derechos e incluso fueron expulsados de la actividad agraria. No al inicio, pero
sí paulatinamente tuvieron que desplazarse a las ciudades para buscar un empleo. El
campesino pasó a la condición de jornalero, es decir, que percibía un jornal en función
de las horas trabajadas. El inconveniente era el paro, puesto que no había casi ningún
trozo de tierra a la que el campesino pudiese recurrir porque las tierras comunales que
habían servido durante siglos para el beneficio de los campesinos habían sido
privatizadas y ya no podían explotarlas para su propio interés. Asimismo no existía
prácticamente ningún tipo de ayuda del Estado. Por estas razones, muchos ingleses
abandonaron el país y emigraron a Estados Unidos, Canadá, Australia y otros lugares de
habla inglesa.
Por último, los cambios en las actitudes empresariales en la segunda mitad del siglo
XVIII fueron debidos a que los precios y los beneficios se incrementaron. Esta nueva
situación animó, por un lado, la extensión de la actividad agraria a más zonas para que
fueran cultivables, así como la inversión en grandes planes de drenaje para conseguir que
las áreas pantanosas se convirtiesen en ricas zonas de cultivo, y, por otro, la introducción
de nuevas tecnologías, al comprobar lo rentables que eran. Asimismo, aumentó el
empleo para construir los cercamientos y se invirtió en la mejora de las carreteras, lo que
facilitó la llegada de los productos agrarios a la ciudad.
Otro aspecto clave fue el incremento de la especialización, que permitió una mejora
profesional con superiores conocimientos técnicos y de gestión. El Board of Agriculture,
fundado en 1793, facilitó esta información. El entusiasmo por la actividad agraria
alcanzó incluso al rey Jorge III, que se ilusionaba cuando le llamaban «granjero Jorge»:
siempre llevaba en su carruaje un libro sobre técnicas agrarias —Anales—, cuidaba su
granja de Windsor, donde tenía un rebaño de ovejas merinas, y experimentó en la cría de
ganado. Como el rey se mostró interesado en los temas agrarios, inevitablemente se
pusieron de moda, tanto para la aristocracia como para el alto clero. Los cambios
estimularon a la gente a trabajar en sus tierras, incluso a pedir créditos, pues era evidente
que las mejoras técnicas incrementaban la producción y reducían costes.

17
La revolución agraria satisfizo la demanda de los ingleses, y el consumo interior
permitió la producción en gran escala e hizo rentable al campo. Está claro que sin
demanda interna no hubiera existido la Revolución Industrial, ya que la incertidumbre en
la venta desaparece y anima la inversión. Además, parte del capital generado por la
agricultura se invirtió en la industria (aunque menos de lo calculado en las primeras
investigaciones de Phyllis Deane). Se conocen casos de talleres metalúrgicos construidos
por terratenientes. Un ejemplo en este sentido fue John Wilkinson, tan conocido en la
siderurgia y que también se dedicó a la recuperación de tierras y a la repoblación
forestal. Por último, los impuestos recaían sobre la agricultura más que en otros sectores,
lo que supuso que la actividad primaria soportaba el gasto del Estado mucho más que el
comercio o la industria.
En la experiencia británica es evidente que la Revolución Industrial estuvo ligada a la
revolución agrícola. Por un lado, hubo unidades consolidadas de cultivo en gran escala
que sustituyeron a los cultivos en pequeñas parcelas. Por otro, el cultivo se extendió a los
eriales y a las tierras comunales y se adoptó la ganadería intensiva. Del lado del empleo
se produce el cambio de campesinos autosuficientes a una comunidad de trabajadores
agrícolas —jornaleros— que aumentó su producción.

1.3. LA REVOLUCIÓN COMERCIAL

Una de las mejores formas de hacer dinero consiste en la explotación de las


oportunidades que ofrece el comercio internacional. De este modo aumenta la gama de
bienes y servicios ofrecidos en el mercado interior y se incrementa el valor de la
producción doméstica. La dificultad o el problema es que precisa una organización muy
desarrollada, así como una especialización y una producción a gran escala. Todo esto
supone romper con inercias pretéritas.
En el siglo XVIII el comercio internacional sólo era para productos de lujo o por
localización geográfica: vino, tabaco, azúcar, minerales, etc. Los que estaban en la
misma latitud no tenían prácticamente comercio. Los productos de lujo tenían por
definición un punto de saturación muy rápido, sin olvidar que en la sociedad
preindustrial hubo escaso poder adquisitivo.
Los británicos carecieron de esa capacidad exportadora, con la salvedad de la lana,
durante siglos; es decir, desde los reyes angevinos, siglo XII, hasta los tiempos de
Cromwell (1649-1658). Una nueva actividad que comenzó en la Edad Moderna fue la
reexportación, sobre todo entre las Indias Occidentales y Europa, con el azúcar, tabaco,
algodón, índigo y tinturas. Precisamente con la reexportación asentaron las bases para su
comercio internacional, prácticamente triplicaron las exportaciones durante el siglo XVIII
e importaron más de otros países: maderas, brea, cáñamo, hierro y seda.
De este modo, en el siglo XVIII crearon una red comercial que se extendió por el

18
mundo entero, desde China hasta India, Europa continental, África y América. El centro
más importante era América, con sus plantaciones de algodón. Intercambiaron esclavos
de África a cambio de azúcar, tabaco y algodón, y oro y marfil al Próximo y Lejano
Oriente a cambio de té, percales, café y especias. El beneficio que obtuvieron los
mercaderes y armadores se estima que fue de un 15% en promedio.
Una de las ventajas era que a lo largo de los siglos formaron a buenos marinos y
navegantes, con la superioridad adicional de su flota de guerra, que dominó los mares
por más de un siglo entre la batalla de Trafalgar y la Primera Guerra Mundial. Además,
tuvieron un sistema financiero poderoso. Londres fue el centro financiero más
importante del mundo hasta 1914. La City tenía un puerto seguro, buenos almacenes,
ricos bancos, especialistas en seguros y acogía a un buen número de extranjeros
emprendedores. De este modo desplazó tanto a París como a Ámsterdam como capitales
del comercio mundial.
Los monopolios fueron reemplazados por el mercader y el librecambista obtuvo más
inversión para financiar viajes. Tan sólo sobrevivieron las grandes sociedades, como
East India y la Hudson’s Bay Company. El mercado a donde se exportaba era Europa,
con el 75%, pero entabló un creciente comercio con Norteamérica, país rico y próspero
que compró casi todos sus productos manufacturados de Gran Bretaña en la primera
mitad del siglo XIX.
Los británicos empezaron la propagación de la Revolución Industrial en primer lugar
con la expansión del comercio de redistribución, con el lucrativo negocio de adquirir
productos extranjeros y redistribuirlos a clientes también extranjeros. Pero el gran
beneficio en el comercio internacional lo propiciaron los productos manufacturados: por
ejemplo una yarda de paño inglés generaba beneficios para el granjero productor de la
lana, para el industrial, para el transportista que recogía y distribuía la materia prima,
para el hilador y el tejedor que la elaboraba, para el mercader, el corredor de seguros, el
armador y el marinero, sin olvidar que el aumento de las exportaciones de manufacturas
de lana a finales del siglo XVIII significaba un mejor mercado para la lana y un empleo
más regular para los hiladores y tejedores y mayores beneficios para los inversores.
Las estadísticas de las exportaciones domésticas ofrecen cifras anuales. Faltan
algunos productos, pero prácticamente están todos; no reflejan la exportación de grano y
las importaciones de algodón, aunque mantienen los precios según criterios de finales
del XVII con valores oficiales. Schumpeter difiere en su estudio de los precios oficiales,
ya que no contemplan sus fluctuaciones en el mercado. Tampoco se dispone de la
información de cobros y pagos de los ingleses o de los extranjeros. Es destacable el
mayor peso de los productos primarios frente a los bienes manufacturados y de los
productos de la vieja frente a la nueva industria. En 1750 un 20% de las exportaciones
fueron de cereales, mientras que en 1800 éstos se empezaron a importar. En 1750 el
azúcar refinado suponía menos del 1% de las exportaciones y en 1800 ya era de un 4,5%.
En 1750 los tejidos de lana constituían el 46% de las exportaciones y en 1800 sólo un

19
28,5%. En cambio los hilados y tejidos de algodón pasaron de casi nada a 24%, y
superaron a la lana en 1810. En la industria algodonera es importante destacar que
dependía del comercio internacional, y gracias a ese mercado impulsaba la producción
en masa, por la necesidad que tenía de un gran mercado. El algodón se vendía en
cualquier lugar del mundo porque era un producto barato que lo adquirían incluso los
grupos sociales de rentas bajas. Con una oferta de calidad que cubría lo deseado por
ricos y pobres, la demanda era casi ilimitada para esas fechas. El intercambio se
consideraba beneficioso para los países. Por ejemplo, el beneficio del algodón era tanto
para los productores de las materias primas como para el fabricante inglés. El algodón
tenía demanda elástica, bajaban los costes y se conseguían mayores ventas. Uno de los
grandes beneficiados de la Revolución Industrial inglesa fue Estados Unidos, que
disponía de enormes extensiones de tierra donde se cultivaba algodón. Efectivamente, en
el Nuevo Mundo se aumentó rápidamente el cultivo de algodón y se introdujeron
innovaciones en su recolección de modo que el beneficio fue mutuo: si no se hubiera
producido tanto algodón en Estados Unidos, la industria algodonera británica no hubiera
crecido tan rápido. El comercio fue creciendo a lo largo del siglo XVIII con algunos
fuertes descensos en los años 1740 y 1780, pero desde esta última fecha se produce un
crecimiento sostenido.
En conclusión, por un lado el comercio internacional permite una demanda suficiente
para financiar la especialización industrial. Por otro, cuanto más grande es el mercado,
más financia la industria británica. Por lo que respecta a los exportadores de materias
primas, les permite adquirir los productos elaborados ingleses. Además, el comercio
internacional implicaba un aumento en la gama de los productos, más baratos, y su
expansión potenció las ciudades. Por último, contribuyó a la creación de una estructura
institucional y una ética de los negocios basada en firmes normas de honestidad, con
aceptación del riesgo, ordenación de los mercados y estandarización de los productos.

1.4. LA REVOLUCIÓN EN LOS TRANSPORTES

La inversión en el transporte reduce los costes para el comercio interno e


internacional. Fue un esfuerzo titánico que comprometió fuertes inversiones con
elevadas pérdidas en algunos casos. Por esta razón, normalmente son los gobiernos o las
instituciones financieras las que lo llevaban a cabo, más que los individuos. También la
mejora en el transporte es un beneficio social, pues son todos los comerciantes y los
propios ciudadanos de los países quienes se benefician de ello.
En el caso inglés la «revolución» en el transporte la realizó la iniciativa privada.
Antes de la Revolución Industrial las carreteras tenían una finalidad militar y sólo
servían para un comercio local. Las mejores vías inglesas databan de los tiempos de los
romanos, construidas con fondos públicos. En la época feudal generalmente los

20
terratenientes no invirtieron en su mejora o su conservación. Tan sólo algunas rutas se
construyeron y se repararon por interés de los terratenientes. También hubo inversiones
para el mantenimiento de las carreteras en las ciudades y los puentes. Así, a inicios del
siglo XVIII Inglaterra tenía una de las peores redes de carreteras de Europa y el sistema
era inadecuado. Esta situación fue cambiando de manera notable a lo largo del siglo
XVIII, porque los terratenientes y pequeños propietarios ingleses veían la necesidad de
construir carreteras que facilitaran la llegada de sus productos a más ciudades. Así, poco
a poco se fue incrementando el número de autorizaciones para la construcción de
carreteras. La tendencia es muy clara, pues si en la primera mitad del siglo la media de
autorizaciones anuales para construir carreteras era de ocho, éstas se fueron
incrementando hasta las 40 entre 1750 y 1770, descendieron ligeramente a 37 entre 1771
y 1790 y volvieron a subir hasta las 55 entre 1791 y 1810. Este crecimiento tan
espectacular de la construcción de carreteras no impidió que las empresas constructoras
padecieran de ineficiencias, irresponsabilidades y corrupciones, pero como eran cada vez
más lucrativas, crecía su demanda.
Para la construcción de las carreteras se produjeron mejoras técnicas como el sistema
denominado John Metcalf, que era muy semejante al que habían desarrollado los
romanos, con sólida base de bloques de piedra, encima grava apisonada y convexidad
para facilitar la expulsión del agua. Otro método era el Telford: con dos capas de piedras,
otra picada y arena gruesa. Por último, el menos costoso era el de Macadam: piedra
picada con varias capas, pero duraba menos. Hasta 1860 no apareció la apisonadora de
vapor. El mayor problema para la construcción de las carreteras de piedra era su coste.
De hecho, todavía en 1815 no había más que mil millas construidas con los nuevos
métodos. Obviamente el beneficio era evidente: si en 1754 el trayecto de Londres a
Bristol se realizaba en dos días, en 1784, con carreteras de piedra, se cubría en 16 horas.
Los carromatos para carga conseguían en las buenas carreteras 7 kilómetros por hora,
cuando antes, en las carreteras de tierra, lo normal era recorrer 25 kilómetros en todo un
día. Tanto Londres como Liverpool, Birminghan o Manchester invirtieron en la mejora
de sus carreteras, de modo que el transporte se hizo más rápido y regular desde zonas
que estaban a 50 o 60 kilómetros de las ciudades, ampliando el mercado próximo para
abastecer a las ciudades. Lo normal antes era un radio de proximidad inferior a los 25
kilómetros. Ahora el mercado próximo a las ciudades duplicó su distancia, con los
correspondientes beneficios económicos de mejores precios de los productos y mayores
garantías de abastecimiento de la ciudad, cuya población podía crecer sin problemas para
su abastecimiento.
El transporte más barato era el fluvial. La ventaja británica era su insularidad, pues no
había ningún punto que estuviera a más de 120 kilómetros del mar y contaba con vías
fluviales relativamente fáciles de utilizar para el transporte de mercancías. Una flota de
barcos de menos de 200 toneladas recorría la costa oriental: era un comercio de cabotaje
para las necesidades de vivienda, calefacción y de alimentos. Era dificultoso en invierno,

21
pues durante semanas los barcos no podían salir del puerto debido a las tormentas.
Además, cuando los corsarios amenazaban sus costas o durante las guerras, los marinos
se enrolaban en la marina de guerra.
Otro capítulo fue la construcción de los canales artificiales, que comenzó el duque de
Bridgewater en 1760 para unir la mina de Worsley con Manchester. Este canal artificial
redujo el precio del carbón en la ciudad a la mitad. El avance animó la construcción de
canales artificiales por todo el país, y en 1858 ya se habían abierto 4.250 millas de
canales navegables. La razón de estas obras fue la necesidad de transportar el carbón a
las ciudades para la calefacción de las casas y también para la industria. El promedio
para la ejecución de un canal artificial era 10 años, lo que explica que la inversión fuera
cara y el retorno de la inversión tardía. Su financiación procedía de empresarios de
cerámica como Josiah Wedgewood y sobre todo de accionistas que obtuvieron un
promedio de beneficios del 8%. De todos modos debemos insistir en que el mayor
beneficiado era el consumidor, pues los productos llegaban a los mercados en menos
tiempo y eran más baratos. Gracias a eso, los menos favorecidos de la sociedad, que eran
los obreros y los jornaleros, mejoraron su dieta.
Por último, hay que destacar ese otro auge en ese período: el comercio exterior, que
animó la mejora de los puertos, especialmente a finales del siglo XVIII y comienzos del
XIX. Fue el comienzo de un proceso que continuó con el ferrocarril y la navegación a
vapor en pleno siglo XIX.

1.5. LA INDUSTRIA ALGODONERA

Es muy importante destacar que la actividad industrial no es un único proceso, sino


que en ella confluyen muchos elementos al mismo tiempo, con causas independientes e
interacción que generan efectos acumulativos. La industria precisa unidades de
operación en gran escala, maquinaria ahorradora de mano de obra y reglamentación del
trabajo. Todo ello era muy deficiente en el comienzo de la Revolución Industrial, que
comenzó con una materia prima: el algodón. La pregunta obligada es: ¿por qué el
algodón?
Las manufacturas textiles eran importantes en Inglaterra desde hacía siglos, pero en
vísperas de la Revolución Industrial el país destacaba especialmente en la producción de
la lana. La razón fundamental era que la materia prima la tenían en el país: ovejas que
daban una lana de alta calidad que producía un tejido excepcional; en cambio la industria
algodonera estaba atrasada, era pequeña y no podía competir con las elaboradas de la
India ni en calidad ni en precio, ya que mezclaban urdimbre de lienzo y de trama de
algodón. La situación se agravaba porque la demanda era escasa por lo bastos que eran
los tejidos, y la oferta se veía limitada por la escasa productividad de los hiladores, que
trabajaban con el antiguo torno de mano. Era una industria familiar o doméstica: los

22
niños limpiaban y cardaban el algodón en bruto, las mujeres hilaban y los hombres
tejían, aunque en esta fase de su desarrollo lo hacían como una actividad secundaria,
pues la principal era la agricultura. El algodón procedía de Estados Unidos y de las
Indias Occidentales. En los comienzos de la producción en Inglaterra, el producto final
era basto y difícil de coser y de lavar y, por tanto, precisaba innovaciones textiles, que
llegaron lentamente. Primero se inventó la lanzadera de Kay en 1730 y después la
máquina cardadora de Paul en 1748, que agudizó el cuello de botella de la hilatura;
cuando la lanzadera aceleró las operaciones del tejedor, la insuficiencia de hilo se hizo
sentir de manera muy aguda, y en las épocas de cosechas casi no había porque las
mujeres preferían irse al campo, donde ganaban lo mismo pero el trabajo no era tan duro.
Un cambio trascendental fue el aumento de la demanda, y por este motivo se
concedieron premios para fomentar la aparición de inventos en 1760. Entre otros gozó de
gran éxito la spinning-jenny de Hargreaves (probablemente de 1764), que tenía hasta
ocho husos, conseguía un efecto multiplicador y ahorraba mano de obra cuando ésta
escaseaba. La calidad no era excepcional, pero era una máquina que costaba muy poco,
tenía un mecanismo sencillo y era manejada por una persona.
La revolución del algodón continuó con la Water-frame, patentada por Arkwright en
1769 y que se utilizó en las fábricas, movida por un caballo. Más adelante se utilizó la
fuerza hidráulica y finalmente la máquina de vapor, que permitió una industria no
doméstica. Otra máquina crucial fue la Mule de Crompton (patentada en 1779), que
producía un hilo más fino y continuo. Por último, Boulton y Watt en 1785 utilizaron su
máquina de vapor para mover una hilatura.
Hubo más inventos que aumentaron la producción. En 1812 un obrero hacía el trabajo
que antes requería 200 trabajadores, y ya en este período la hilatura se concentró en las
fábricas. Los tejedores, con un suministro continuado de hilo, pudieron abandonar el
campo y se aprecian mejoras en el blanqueo y en la tintura. Aparecieron más
instrumentos para cardar, agramar y torcer, y el vapor hizo posible que se construyeran
fábricas no tan cercanas a los ríos. Otro fenómeno que surgió en este período fueron los
actos violentos contra las máquinas, que llevaron a situaciones como la quema de 1791
en Manchester. El progreso tecnológico reducía el número de obreros y por esa razón era
una amenaza real para ellos, pero obviamente la solución no era su destrucción. Este
fenómeno se llamó ludismo, porque el primero que lo puso en práctica fue Ned Ludd (no
está claro si esta persona existió y si el nombre en realidad es un seudónimo).
La industria textil del algodón progresó de forma tan rápida que Adam Smith, en su
libro La riqueza de las naciones, de 1776, sólo hizo una mínima referencia, pero su
crecimiento era asombroso, ya que en 1802 significó el 4 o 5% del PNB, y en 1812, un 7
o 8%, y generaba empleo para 350.000 obreros. En 1815 los tejidos de algodón
representaban un 40% de las exportaciones, y la lana, un 18%. Los precios desde 1830
bajaron espectacularmente y la calidad mejoró; la demanda era elástica, es decir, bajaron
los precios y se incrementaron las ventas. Entre 1760 y 1780 aumentó la producción

23
entre tres y cuatro veces, en 1810 diez veces con respecto a las cifras de 1780 y en 1815
se volvió a triplicar con relación a 1810. La gente de la época estaba fascinada con el
nuevo producto. El símil actual serían los teléfonos móviles y sus rápidos progresos.
Hubo razones para la expansión: por un lado, la relativa insignificancia de la industria
al iniciarse la transformación, que supuso que no había intereses creados que impidiesen
la incorporación rápida de innovaciones tecnológicas. En la industria lanera la
transformación fue impedida por la oposición de los poderosos intereses creados, y la
industria de la seda y del lino tenían elevados impuestos, lo que no ocurría con el
algodón. Además, al principio no perjudicó a las otras manufacturas textiles, incluso las
complementó y fortaleció. Finalmente la Jenny (spinning-jenny), que se instaló a
millares en los cobertizos de las casas, permitió el despegue de la industria textil del
algodón, además de repartir el coste y el riesgo de su desarrollo entre muchos.
Otro aspecto clave fue el interés de la sociedad en su implantación, ya que la
convirtió en un producto demandado en el mundo entero. Al final, los factores de
producción estuvieron impulsados por muchísimos tejedores subempleados con
abundante oferta de mano de obra entre mujeres y niños. La inversión inicial fue muy
pequeña y con beneficios casi inmediatos. Desde la perspectiva de la demanda, era un
producto conocido, pues lo importaban de la India, y cuando consiguieron abaratarlo y
mejorarlo en Inglaterra, se convirtió en el producto textil dominante en todos los
mercados, relegando a un segundo plano a la lana, la seda y el lino. También tuvo
efectos secundarios al lograr el desarrollo urbano en Lancashire y facilitó el incremento
de la demanda de carbón, hierro y maquinaria. Otra pregunta obligada es: ¿cuáles fueron
las razones de su desarrollo en estas regiones inglesas?
La explicación se debe a la humedad y a su agua no calcárea, a la existencia de mano
de obra abundante y a la expansión del puerto de Liverpool propiciado por el comercio
internacional. La especialización de esta ciudad era relativamente antigua, de principios
del siglo XVIII. Gran Bretaña se benefició al ser el país innovador, el primero, y cuando
las otras naciones empezaron, sus costes eran sensiblemente superiores. Esto permitió
que adquirieran una posición dominante en el mercado.
Esta evolución tan positiva del sector vino propiciada por una multitud de
operaciones marginales en donde destacaron los hiladores domésticos, a los cuales
subcontrataban las empresas más importantes para reducir los costes fijos y a los que en
épocas de crisis no se les compraba. El empresario de las grandes fábricas se benefició
de las épocas de auge y sufrió menos las crisis, pues tenía una reserva virtualmente
inagotable de trabajadores sobrantes de los pequeños negocios (opuestos a introducirse
en una fábrica como obreros). Éstos pagaron un precio altísimo y resistieron hasta 1830.
El coste social del proceso fue muy elevado, pues tanto a niños como a adultos se les
imponía largas jornadas. La limitación de las horas trabajadas no entró en vigor hasta la
década de 1850. En 1835 los empleados en la industria textil eran más de un 25%
hombres, casi 50% mujeres y casi 15% niños menores de 14 años. Sin duda hubo una

24
explotación atroz de los obreros en todo el proceso de la Revolución Industrial. Para
mitigar estos abusos tuvo que intervenir el Estado, pero lo hizo muy tardíamente, a
mediados del siglo XIX.
La innovación es la aplicación de un nuevo conocimiento en actividades económicas
que tuvo un claro uso en la industria del algodón. La competencia obligó a la
introducción de las innovaciones tecnológicas. Entre 1815 y 1845 los precios bajaron
significativamente, un 75%, y los beneficios se mantuvieron. Una mejora que ayudó a la
industria fue la iluminación de gas, pues permitió el trabajo de día y de noche para
optimizar el empleo de las máquinas. Otra gran ventaja era que los empresarios, en vez
de dilapidar los beneficios, invertían en nuevas máquinas y de este modo mantenían su
competitividad.

1.6. LA INDUSTRIA SIDERÚRGICA

En el siglo XVIII se produce uno de los cambios tecnológicos más significativos: el


uso del carbón mineral para la producción de hierro. Abraham Darby consiguió fundir
hierro usando carbón mineral en 1709, cuando antes se utilizaba el carbón vegetal. La
innovación tecnológica no se recogió por escrito hasta 1747, fecha desde la que se
empezó a extender. La mayor restricción que tenía el carbón mineral era el elevado coste
del transporte, con el agravante del importe si se enviaba con carros, pues 20 millas
costaban lo mismo que si lo importasen desde Suecia. La nueva siderurgia se concentró
en lugares donde había gran cantidad de carbón y estaban bien comunicados. En 1806 el
87% del hierro se producía en las cuencas carboníferas, y esta ubicación se explica
porque utilizaban diez toneladas de carbón para producir una tonelada de hierro. Así la
siderurgia abarató precios y sustituyó el uso de la madera por el hierro en las máquinas o
en la construcción. De todos modos, su gran expansión se produjo más tarde, con la
construcción del ferrocarril. La industria siderúrgica necesitó un cierto progreso en la
modernización del país para que pudiese desarrollarse y mantuvo una aceleración
continuada. Cuando se alcanzó este momento, la siderurgia consiguió la reducción del
precio de los bienes manufacturados y de los costes de la industria del transporte y de la
construcción, y, por tanto, tuvo unas consecuencias más amplias y generales que la
industria del algodón.
La industria siderúrgica en sus comienzos no fue tan modesta como la industria del
algodón. En la primera mitad del siglo XVIII la industria siderúrgica inglesa estaba
esparcida por todo el país, era migratoria, trabajaba de modo intermitente y la mayor
parte del hierro y el acero provenía de barras importadas. Su estancamiento era debido en
gran medida al problema del abastecimiento de materias primas; el hierro era de baja
calidad, con muchas impurezas, y el carbón vegetal estaba en proceso de agotamiento.
En este período la siderurgia se construyó al lado de los bosques, y cuando la madera se

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terminaba, se cerraba la fundición. Era una industria clave en la fase preindustrial, tanto
para fines militares como civiles. Los industriales siderúrgicos eran relativamente ricos y
disponían de recursos financieros para invertir en innovaciones tecnológicas.
Otro avance significativo fue el método de Henry Cort de 1784 que permitió la
producción de hierro forjado en gran escala con carbón mineral. Obtenía hierro a un
precio y con una calidad que superaban los conseguidos mediante la fundición con
carbón vegetal (salvo para acero de alto grado). El lingote de hierro made in England era
tan bueno como los mejores de la época. El método juntó todo el proceso de la
producción de hierro, es decir, la pudelación, el martilleo y la laminación. El avance tuvo
que superar la dificultad de convencer a los empresarios que financiaran la innovación.
Existió el problema de la escasez de mano de obra cualificada: directores, capataces y
obreros. Otro problema era convencer a los clientes de que compraran el hierro
producido con los nuevos métodos, ya que en muchos casos preferían los antiguos.
Tantas dificultades supuso que Henry Cort se arruinó y su principal acreedor se suicidó.
Pese a todas las dificultades, la producción entre 1788 y 1806 se cuadruplicó y a inicios
del siglo XIX se producía un millón de toneladas de hierro y se exportaban 60.000
toneladas, que representaban el 6% del PNB en 1810. Evidentemente fue fundamental la
máquina de vapor, no sólo en la siderurgia sino también en las minas, ya que redujo
costes. En esas fechas el lingote de hierro pudelado inglés costaba entre 20 y 28 libras,
mientras que el sueco ascendía a entre 35 y 40 libras. El claro éxito de la innovación
estimuló mayores inversiones.
Por ejemplo, James Nielsen en 1828 descubrió que si se calentaba el aire inyectado en
el horno, disminuía el consumo de carbón mineral y aumentaba la producción. Además,
el mineral de hierro escocés —de baja calidad— se podía utilizar para conseguir hierro
al precio más bajo de Gran Bretaña. Esto supuso un notable avance, pues era una zona
con importantes minas de carbón. Por último, el aumento del tamaño de las unidades de
producción permitió mayor ahorro en el consumo de carbón. La demanda de hierro
estuvo generada sobre todo por el armamento bélico, aunque posteriormente se empezó a
utilizar más en la construcción y desde 1830 en el ferrocarril. La producción británica de
hierro terminó dominando la producción mundial, ya que pasó del 19% en 1800 al 52%
en 1840. La industria siderúrgica era el prototipo de la industria moderna, con grandes
dimensiones y mecanizada.

1.7. CRONOLOGÍA DE LA INNOVACIÓN

Es evidente que la Revolución Industrial supuso cambios en la estructura y


organización de la economía. Rostow los sitúa cuando el crecimiento se convierte en su
condición normal, aunque es claro que hay un cambio en las actitudes de los empresarios
hacia las innovaciones. De todos modos, siempre hay personas reacias a los cambios, y

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un ejemplo claro es que en 1850 en muchos lugares de Inglaterra todavía consideraban el
abono una basura inútil.
Las mejoras e innovaciones afectaron a todos los sectores. Por ejemplo, en servicios
fue el seguro marítimo, que mantenía a distancia a los especuladores. El caso más citado
es el de la Sociedad de Aseguradores de la Lloyd’s Coffes House en 1771. Los canales
dieron trabajo a innovadores como James Brindley. De todos modos, fue en la industria
manufacturera donde hubo más innovaciones, con la incorporación de las máquinas, que
para muchos es el símbolo más claro de la Revolución Industrial.
La mayor dificultad que tiene la innovación es la inversión que precisa y que en modo
alguno está claro que tenga éxito. Los empresarios del siglo XVIII normalmente no
podían soportar grandes pérdidas o beneficios nulos, y aunque fueron la generación que
sembró la semilla del progreso técnico, no recogieron sus frutos. La mayoría de los
manufactureros eran todavía «artesanos» al empezar el siglo XIX. Las máquinas eran
toscas, de madera, y se rompían fácilmente; el mérito era más del operario. Todavía en
los comienzos de la Revolución Industrial se utilizaba la mano de obra de manera
intensiva. Por ejemplo, las mujeres escocesas transportaban el carbón a la espalda en vez
de usar la máquina de vapor, pues era más económico. En 1831 una actividad tan
importante como la construcción naval se realizaba de manera artesanal.
La innovación tiene éxito cuando se convierte en el estándar del mercado, pues el
resto del mercado lo copia o imita, pero lo más habitual es que los inventos no
produzcan beneficios, y tan sólo lo hacen en algunas ocasiones. La clave para que se
produzca el avance tecnológico es que sea en un mercado dinámico con demanda
elástica. En los comienzos de la Revolución Industrial sucedió en productos de elevado
consumo, es decir, bebida, alimentos y vestidos. La sociedad británica cada vez se
mostró más receptiva a la idea de aportar descubrimientos y este cambio se observa con
los inventos: antes de 1760 las nuevas patentes en una década no superaban las 80, entre
1760 y 1769 fueron más del doble y desde estas fechas casi aumentan un 50% por
decenio. Por supuesto no todas las innovaciones fueron grandes éxitos, pero otras fueron
claves para la Revolución Industrial (la spinning-jenny, la Water-frame, la máquina de
vapor, etc.).

1.8. EL FACTOR TRABAJO

Lo óptimo en la oferta de trabajo es que sea móvil, abundante, con profesionalidad y


adaptable. Para explicar las razones del crecimiento económico, conviene enumerar los
siguientes factores: explotación de los recursos naturales, progreso técnico, inversión y
trabajo. Una idea muy equivocada que se tenía acerca de las sociedades modernas era
que se trabajaba menos debido a la incorporación de las máquinas. Precisamente con la
llegada de la Revolución Industrial se trabaja mucho más. La ventaja sin duda es que se

27
incrementaron los bienes de consumo de manera cada vez más creciente y los niveles de
bienestar fueron más elevados.
Es necesario aclarar que los cambios técnicos ahorraron trabajo pero generaron la
expansión de las inversiones, que dieron lugar a un aumento neto de la demanda de
trabajo. Los beneficios de la Revolución Industrial se repartieron entre el inversor y el
consumidor. Hubo más empleo en la segunda mitad del siglo XVIII en Inglaterra.
Además, se produjo el abuso del trabajo de niños y las jornadas laborales se extendían
entre 12 y 16 horas. El conocido paso del campo a la ciudad en el caso británico sólo se
produjo en la segunda mitad del siglo XIX. Todas las mejoras en el campo, en el
transporte, comerciales y de las industrias aumentaron significativamente el número de
asalariados.
Uno de los grandes cambios que produjo la Revolución Industrial fue la aparición de
la clase media, que vivía en su inmensa mayoría gracias a su salario, mientras que en las
sociedades preindustriales la mayoría de la gente vivía míseramente, y tan sólo un grupo
muy reducido vivía por encima del umbral de la pobreza. Esta realidad se percibe en los
textos de la época. Mandeville (1705) decía: «El medio más seguro de obtener riqueza
consiste en mantener una multitud de pobres laboriosos». Y todavía en 1771 Arthur
Young afirmaba que: «Sólo los idiotas ignoran que se debe mantener a las clases más
bajas en la pobreza para que sean industriosas». Hubo que esperar a James Stewart
(1769), que aseguraba que: «Los salarios altos estimulan la demanda y por lo tanto la
producción», y del mismo parecer era Adam Smith en su libro La riqueza de la naciones
(1776). Sugiere que la miseria mata a los niños, lo cual implica que se reduzca la oferta
de trabajo, así como que los salarios altos estimulan al trabajador, y lo ejemplifica en el
caso inglés comparándolo con los asalariados escoceses, que tenían sueldos inferiores.
Arthur Young evolucionó en sus pensamientos y dijo: «No hay que olvidar que el trabajo
es en realidad más barato cuando es nominalmente más caro». Es decir, si se tiene un
sueldo superior es porque se es más productivo.
En Inglaterra se pasó de una organización básicamente autosuficiente a una fuerza
asalariada que consumió manufacturas domésticas y artículos de lujo como el azúcar, el
té y el tabaco. Es decir, fue la base fundamental de la demanda inicial de la Revolución
Industrial. La mano de obra inglesa era barata, que no es lo mismo que pobre. Sus
salarios eran superiores a los de los franceses, y durante este período las subidas fueron
muy moderadas pero las hubo. También existió un sistema de auxilio a los pobres: el
sistema de Speenhamland, creado en 1795 y que representaba el 2% de la renta nacional.
Con esta asistencia económica, gestionada por las parroquias (consideradas idóneas para
este cometido), se evitaban sublevaciones provocadas por la precariedad que generaban
las malas cosechas. Lo malo fue que estas ayudas justificaron que algunos empresarios
pagaran salarios por debajo del mínimo vital. El sistema no se extendió por toda
Inglaterra y nunca se implantó en Escocia ni en Irlanda. También sirvió para impedir el
libre movimiento de la mano de obra, pues el que abandonaba su pueblo perdía la ayuda

28
del Estado. En las zonas que se industrializaron hubo periódicamente escasez de mano
de obra, pero consiguieron un crecimiento rápido gracias al aumento natural y de las
zonas próximas. En definitiva, la transición del campo a la ciudad no fue fácil.
En el factor trabajo, dos elementos importantes para el cambio fueron la
incorporación de la máquina de vapor y la construcción de las fábricas en las ciudades,
cuestión que permitió el aumento del número de obreros. Este cambio también supuso
mayor precariedad para el empleado, sueldos bajos y la posibilidad de despedir sin
miedo en épocas de poca demanda o a los obreros más conflictivos. Además de la
precariedad laboral, sus viviendas eran de pésima calidad, y su elevado precio obligó al
hacinamiento. Asimismo trabajaban en un medio poco salubre. Por si esto fuera poco,
sus condiciones de trabajo empeoraron aún más debido a la Revolución Francesa, que
horrorizó a la población porque temía que se produjera algo así en Inglaterra. Por este
motivo el Estatuto de 1799 prohibió asociaciones de patronos o de obreros. La diferencia
estuvo en el apoyo decidido del gobierno a los empresarios y en la utilización de la
policía o el ejército contra los obreros. En ocasiones se organizaron huelgas, pero con
escaso éxito. Robert Owen en 1834 fundó la Grand National Consolidated Trades Union,
que consiguió medio millón de afiliados, tanto obreros como jornaleros, que eran reacios
a asociarse. De todas formas, sus huelgas fracasaban sistemáticamente. Las razones de
estos fracasos son muchas, pero una de ellas era la nula educación; de hecho sólo uno de
cada tres niños era escolarizado. La mayoría de los obreros eran analfabetos, muestra de
que todavía existía un mercado de trabajo primitivo.

1.9. EL FACTOR CAPITAL EN LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

Si disponemos de los niveles económicos actuales es debido a que se producen más


bienes y servicios por hora de esfuerzo en un país industrializado. La explicación de este
salto cualitativo radica en la mayor acumulación de capital para la realización de las
actividades productivas, por ejemplo: maquinas más sofisticadas, más kilómetros de
carreteras, ferrocarriles o canales, más edificios, etc.
Rostow indicó que el take off o «despegue económico» se puede medir por la tasa
nacional de inversión, que pasa de un 5% a cerca del 10%. Gregory King en el siglo
XVIII calculó que la tasa nacional de inversión era un 5%, y en 1850 alcanzó el 10% en
Gran Bretaña. Por tanto, fue el primer país que alcanzó la Revolución Industrial. Entre
1751 y 1801 el capital aumentó, la renta nacional se duplicó, la población se incrementó
un 50% y el comercio exterior se multiplicó por tres. La inversión aumentó más
rápidamente que la renta nacional: a inicios del siglo fue de un 5% y al finalizar el siglo
superaba el 6%. También hay cambios en la estructura del capital, puesto que a
comienzos del siglo XIX más de la mitad era la tierra; la industria, el comercio y las
finanzas representaban un 12%; edificios y propiedad pública suponían un 33% y, por

29
último, herramientas y máquinas de los granjeros un 20%. Después de la época del
ferrocarril, el cuadro fue muy distinto. Griffen consideró que en 1850 un 33% seguía
siendo la tierra, pero se redujo a un 20% en 1885. El gran cambio se produjo entre 1830
y 1870. La explicación proviene precisamente del ferrocarril y de que la industria del
algodón invirtió más en maquinaria movida a vapor, lo que supuso que en su conjunto
los telares mecánicos se cuadruplicaran. Poco más tarde se generalizó en toda la
industria textil, pero de todos modos el impulso más espectacular proviene del
crecimiento del ferrocarril, que animó a la construcción de 27 altos hornos en 1850, sin
olvidar la explotación de nuevos yacimientos de carbón y de hierro. De este modo se
consiguió el desarrollo del transporte terrestre, que fue parejo al de la industria naval,
pues la construcción de barcos de hierro se inició a finales de 1840. En 1860
representaban el 1% de la renta nacional, y en 1870 su tonelaje superó el de los buques
de vela.
El ferrocarril fue uno de los grandes símbolos de la Revolución Industrial. En el caso
británico fue un proceso a saltos, con intensos períodos de construcción (cuadro 1.2).

CUADRO 1.2

Años Vías en construcción


1824 70 millas
1831 400 millas
1844 2.000 millas

FUENTE: Clapham, Economic History, vol. I, pp. 388-392.

En 1847 había 250.000 personas trabajando en la construcción de vías férreas. Los


gastos totales suponían más que las exportaciones británicas y representaban casi el 10%
de la renta nacional. Cuando comunicaron Liverpool con Manchester fue un gran éxito,
ya que unían la City con todos los puntos relevantes de Inglaterra. También construyeron
la Grand Juntion Line (Londres-Birmingham) (Londres-Southampton) y la Grand
Western.
¿Cómo y por qué se produjo este gran desarrollo del ferrocarril? Al igual que sucedió
con los canales, fue obra de hombres de negocios y pequeños inversores. En algunos
momentos hubo incluso exceso y malversación de capital, y en otros grandes escaseces.
Esta inversión supuso beneficios, pero también pérdidas, como sucedió en el boom de
1836-1837. La Grand Western llegó a encontrarse sin fondos, y la Londres-
Southampton, al encontrarse sin recursos, vendió acciones a mitad de precio; también se
dieron malversaciones de capital y procesos especulativos. El éxito de las primeras
líneas ferroviarias animó a los inversores, que pensaron que seguiría habiendo beneficios

30
importantes. Muchas personas carecían de los conocimientos suficientes para entender
cuál sería el beneficio de las acciones en el ferrocarril; algunas eran ahorradores con una
visión excesivamente ingenua y optimista, y cuando se «jugó» con las posibles subidas
de las acciones, el desastre fue completo.
Ciertamente este efecto de atracción de la Bolsa fue posible gracias a que la sociedad
británica desarrolló el hábito de ahorro. El gobierno lo fomentó con el Rose Act de 1793
(ley de mutuas). Surgieron los clubes (sociedades financieras), las compañías de seguros
y las cajas de ahorro, y aunque la primera, fundada en 1804, el Charitable Bank, quebró,
otras mejor gestionadas siguieron. Con estas medidas y la creación de instituciones
financieras solventes, muchos asalariados ahorraron, y de este modo en 1830 había
370.000 depositantes con una cantidad promedio de 33 libras; poco después, en 1845, se
había doblado el número, aunque con una cantidad promedio ligeramente inferior, 30
libras. Por último, en una fecha tan temprana como 1850, los británicos invertían en el
extranjero, lo que representaba el 3,5% del PNB.
Una de las paradojas de la Revolución Industrial inglesa es que si subían los precios,
se animaba la inversión industrial; pero precisamente el proceso fue en el sentido
contrario: vez los productos eran cada vez más baratos y era preciso producir más. Por
este motivo, los beneficios estuvieron más en la agricultura y en el comercio que en la
industria. Pero tanto el terrateniente como el comerciante invirtieron en infraestructuras.
Es decir, estamos en un círculo virtuoso de la economía. Por supuesto el proceso
británico permitió el desarrollo de grandes fortunas que se centraron en el comercio
internacional, donde obtenían pingües beneficios. Tanto los banqueros como los
comerciantes utilizaron los recursos de la nobleza rural o de los emigrantes de la India.
Por último, la inversión en los fondos públicos era un mercado financiero muy lucrativo.
Precisamente los que obtuvieron menores recursos financieros fueron los
innovadores, que utilizaron sobre todo sus recursos y los de amigos y parientes. Fue el
caso de James Watt, que pidió un pequeño préstamo a su amigo y se asoció con Boulton.
La unidad de producción característica era la empresa familiar. Fuera de ese tipo de
empresa existió la sociedad anónima con la construcción del ferrocarril, que educó al
inversor no participante. Consiguieron en muchas ocasiones, pese a las dificultades,
beneficios rentables. Un fiel reflejo de la situación fue que la prensa de la época indicó
diariamente su cotización en el mercado de la Bolsa.

1.10. LA RELEVANCIA DE LA BANCA EN EL PROCESO DE


GRANDES CAMBIOS

Antes de la Revolución Industrial el sistema monetario ya tuvo una evolución


destacada en Gran Bretaña, pero todavía faltaba mucho para que ejerciera un control
directo sobre su propia oferta monetaria, puesto que no existía un banco central. El

31
Banco de Inglaterra, fundado en 1694, tuvo unos modestos inicios suministrando capital
al gobierno y financiando las guerras de Guillermo de Holanda contra Luis XIV, el rey
de Francia. A su vez, apoyó la política de Walpole para aligerar la deuda nacional en la
primera mitad del siglo XVIII. En el período anterior el gobierno fue insolvente, pero
ahora cumplió con sus compromisos financieros. Del mismo modo, la entidad financiera
cumplió como institución concediendo préstamos al Estado y a los particulares.
La emisión de dinero tuvo un cambio clave en el siglo XVIII. La libra se basaba en la
plata, y desde tiempos de Isabel I se identificaba con una cantidad fija. De todas formas
el preciado metal escaseaba en la mayor parte de Europa, y más todavía en el Lejano
Oriente, donde el precio del mercado era mayor que el de la ceca inglesa. Eso llevó a los
comerciantes ingleses a venderla en el Lejano Oriente a cambio de oro, y en 1760
circulaban por Inglaterra pocas monedas de este metal. Por este motivo, desde 1770 se
acuñaron pequeñas monedas de oro y se limitó el curso legal de la plata. De facto se
había pasado de un patrón plata para la emisión de dinero a un patrón oro. Esta situación
de hecho no tuvo reconocimiento legal hasta 1816, que fue el momento histórico en que
el oro fue declarado patrón único y adquirió la plenitud del curso legal. Estamos en los
inicios de un período dominado por el patrón oro que funcionó en el mercando
internacional hasta la Primera Guerra Mundial de manera bastante eficiente. La actividad
financiera crecía en paralelo al crecimiento económico del país y se introdujo un nuevo
instrumento financiero que era el cheque, que apareció a finales del siglo XVII y cuyo uso
se generalizó en el XIX. Más importante es el uso del billete, que el Banco de Inglaterra
emitió para sus depositantes. Los bancos privados también emitieron sus billetes, aunque
la reputación del Banco de Inglaterra hizo que en Londres desaparecieran prácticamente
ya en 1770. Sin embargo, perduraron tanto en Escocia como en el resto de Inglaterra.
Esta realidad existió en la Inglaterra del siglo XVIII con todas las dificultades y
problemáticas asociadas al dinero como elemento económico vital para su desarrollo, ya
que influía en el nivel de precios.
Los billetes del Banco de Inglaterra se usaron en Londres porque sólo allí se podían
convertir en metálico. Por otra parte, debía emitir cantidades relevantes debido a los
numerosos robos. Esta situación cambió a partir de 1790, al autorizarse la circulación de
billetes de menos de 10 libras. Antes de esta fecha, fueron los bancos provinciales los
que dispusieron de billetes pequeños que se podían convertir en Londres. Hasta los
primeros años del siglo XIX, tanto los bancos privados como el Banco de Inglaterra
fueron los que determinaron la oferta de dinero. Esta realidad no la entendían banqueros
del siglo XVIII, que no se consideraban instrumentos de la política monetaria y entendían
que tan sólo eran responsables con sus accionistas y depositantes. La emisión de dinero
era flexible, funcionaba según el volumen de depósitos, la cantidad de dinero en
circulación y el clima de confianza pública. El problema radicaba en que era un sistema
inestable, puesto que cualquier acontecimiento perturbaba esta confianza. En el caso de
generalizarse la crisis, era en el Banco de Inglaterra en quien recaía la tensión general.

32
En 1789 las reservas de oro subieron a un nivel equivalente a más de la mitad de los
billetes y depósitos totales del Banco.
El Banco de Inglaterra sólo era un eslabón en la cadena de bancos que emitían billetes
en el siglo XVIII. Lo increíble fue que el colapso del sistema no se produjese antes. La
situación fue estable debido a la correcta gestión de la mayoría de los bancos (sólo
algunos quebraron, así que el daño al sistema financiero fue pequeño y lo asumieron). La
fortaleza de la banca se benefició del crecimiento económico que supuso la Revolución
Industrial y el clima social animó la inversión y asumió mayor riesgo. De todos modos,
en los años noventa la situación empeoró especialmente debido a la guerra con Francia,
afectando evidentemente a su comercio exterior, agravado con una mala cosecha en
1795, lo que obligó a importar más, y, por tanto, se dispuso de menos reservas de oro en
los bancos. La paradoja fue que la escasez de oro en Francia hizo que se vendiera este
preciado metal al enemigo, a pesar de su prohibición. Y los bancos comenzaron a reducir
sus pasivos, lo que debilitó la confianza, y la situación se agravó por el desembarco
francés en Fisnguard (Inglaterra), que provocó el pánico. Este suceso fue de escasa o
nula relevancia militar, pero muchos ingleses pensaron que se estaba produciendo un
gran desembarco de las tropas francesas en suelo británico. La realidad fue que tan sólo
hubo un desembarco de un pequeño destacamento francés. El miedo se había apoderado
de la gente, que se precipitó a sus bancos. Por este motivo, la única defensa posible era la
prohibición de hacer pagos en oro, pues no había oro suficiente para cambiar todos los
billetes. Desde este momento los billetes del Banco de Inglaterra adquirieron curso legal
y los bancos provinciales tenían que tener billetes del Banco de Inglaterra para cubrir sus
operaciones. Se temió entonces que hubiera una elevación significativa de la inflación o
incluso hiperinflación, pero la eficiente gestión de los bancos permitió que tan sólo se
generase una pequeña inflación. El Banco siguió financiando al gobierno y la actividad
empresarial. En Londres, además, operaban 70 bancos privados que no emitían billetes,
y en el resto del país operaban 800 bancos provinciales que emitían billetes y tuvieron un
papel destacado en el proceso de la industrialización. Tanto los comerciantes como los
industriales de finales del siglo XVIII padecieron escasez de dinero, hasta el extremo de
no poder pagar las nóminas porque no había billetes que ofrecer. También hubo escasez
internacional de oro y plata, lo que obligó a la retirada de las monedas de ambos metales
de la circulación o las llevó a la fundición. Hubo monedas de cobre que valían más como
ceca que como dinero. Mucho tiempo perdieron los empresarios buscando liquidez, y se
llegó al canje en tiendas locales. El empresario Wilkinson tuvo que acuñar su moneda, y
Thomas Williams, magnate del cobre, hizo lo mismo. Los bancos provinciales a
mediados del siglo emitieron billetes de bajo valor relativo (una o dos libras). Estos
bancos proliferaron gracias a la confianza y a los contactos personales. La ley les
impidió convertirse en grandes establecimientos para evitar grandes quiebras, de modo
que sólo podían estar formados por seis socios. El banco era un negocio marginal para
estos empresarios. Las primeras industrias creaban su propio banco, y lo mismo hicieron

33
los comerciantes. Existió una conexión, integración o entendimiento pleno cuando tomó
forma la Revolución Industrial. El fallo, problema o peligro era que el sistema tenía un
factor de riesgo importante, que era que estaba asentado en el clima de confianza.
Cuanto más crece la economía, más complicada se hace, y el riesgo sigue siendo muy
alto. Entre 1809-1830 hubo 311 bancarrotas. El sistema era sumamente vulnerable, y el
desprestigio era evidente por culpa de directivos ineficientes y faltos de honestidad. En
1820 la fragilidad del sistema produjo un boom especulativo que concluyó en el colapso
de 1825 con la colocación de empresas fantasma. Las exportaciones no se cobraban, y
ello llevó a la quiebra de 73 bancos provinciales. El gobierno reaccionó en 1826:
prohibió emitir billetes inferiores a cinco libras y permitió, además, crear bancos con
más de seis socios, excepto en un radio de 65 millas en torno a Londres, y el Banco de
Inglaterra abrió sucursales en todo el país.
En 1844, para controlar la emisión de dinero, se tomó la decisión de establecer una
regla fija que se dictó en el Bank Charter Act de ese año para fortalecer la estabilidad
financiera. El problema de la emisión de dinero estaba inmerso dentro de una situación
en que se preconizaba el liberalismo económico iniciado por Adam Smith, que planteaba
la no intervención del gobierno en los asuntos económicos, que debían ser regulados por
el mercado. Pero la realidad era que se padecían crisis financieras periódicas y malestar
social. También los grandes bancos de la City absorbieron a los pequeños bancos de
provincia y eso favoreció la estabilidad del sistema. El Banco de Inglaterra estuvo a
punto de la suspensión de pagos en numerario en 1825 y en 1839. En el primer caso se
descubrió un millón de billetes de una libra que no se habían apuntado en las cuentas del
banco, y el segundo caso se solucionó con un crédito del Banco de Francia.
El Bank Charter Act siguió el planteamiento de la escuela monetarista, con David
Ricardo y el Bullion Comittee al frente, que preconizaron un sistema «automático»
ligando el valor del dinero al oro (precios en consonancia con los mercados
internacionales). Se consideró que el déficit de la balanza comercial pudo ser propiciado
por la elevación indebida de los precios que sólo podía corregirse con una contracción
del crédito, del mismo modo que si salía oro del país se debía limitar el dinero en
circulación y reducir el crédito. Por su parte, la escuela bancaria argumentaba que eran
causas independientes: la crisis financiera era causada por la reducción del crédito y no
se tenían en cuenta las necesidades internas, pues consideraron que los billetes no eran la
única forma de dinero.
Con la Bank Charter Act de 1844 se impone la concepción monetarista. Se instauró la
regla de Palmer (Harsley Palmer): dos terceras partes del pasivo en forma de efectos, un
tercio reserva en metálico (en función de éste los billetes), se trataba de conseguir que la
gestión monetaria fuera «automática», se publicaban cada semana los estados de cuentas
y se introdujeron los principios del laissez-faire. El sistema tuvo mayor estabilidad pero
perduraron los problemas del sistema bancario británico ya que hubo tres grandes crisis
en 1847, 1857 y 1866. Estas crisis afectaron tanto a los grandes bancos como a los

34
pequeños, que sufrieron bancarrotas. Con la experiencia se aprendieron formas de
prudencia, se percibió la importancia de la liquidez y lo peligrosos que eran los
préstamos a largo plazo. Se intentó distribuir el riesgo y se extendieron sucursales por
todo el país.
El Banco de Inglaterra no conocía muy bien su papel en la economía. Es evidente que
no controló o dirigió el mercado de capitales. De todos modos, el prestigio del sistema
financiero británico era reconocido en los mercados financieros de la época, como
afirmó uno de los financieros más prestigiosos del siglo XIX, Nathan Rothschild, que dijo
que los bancos ingleses liquidaban los pagos de todo el mundo.

1.11. EL NUEVO PENSAMIENTO ECONÓMICO: EL LIBERALISMO

La sociedad inglesa pasó del mercantilismo al liberalismo. El primero desarrolló un


complicado sistema de tarifas aduaneras, pero la innovación y la industrialización pedían
reducirlas para facilitar el mercado internacional. Con el tratado Eden comenzó el
desmantelamiento del sistema intervencionista de los mercantilistas. Este acuerdo rebajó
algunas tarifas comerciales entre Gran Bretaña y Francia en 1786, pero la guerra cerró
toda posibilidad de librecambio y no fue hasta 1820 cuando se volvió otra vez a la
apertura del mercado internacional. En 1824 el gobierno siguió reduciendo los aranceles
(cuatro millones de libras esterlinas anuales). De todos modos se siguió practicando un
severo proteccionismo, aunque se empezó a racionalizar. Se eliminaron las prohibiciones
de importaciones y las primas a la exportación que no daban beneficio alguno al erario
público. En algunos productos se propuso establecer una tarifa máxima del 30% —la
normal era 57%— para evitar el contrabando. El gobierno británico liberalizó las leyes
de navegación y con los países extranjeros aplicó el principio de reciprocidad.
En 1840 el Committee on Import Duties encontró 1.146 artículos con algún tipo
impositivo, pero el 94,5% de los ingresos totales procedían de diecisiete artículos. Había
531 artículos que casi no contribuían, y esto era debido a que los impuestos de aduana
eran tan elevados que se reducía al mínimo su importación. El ministro Peel estableció
en 1842 rebajar los impuestos de las aduanas a 5% las materias primas, a 12% los
artículos semimanufacturados y a 20% las manufacturas (exceptuaba alcoholes y vinos).
Para no crear desequilibrios en los presupuestos del Estado, reintrodujeron el impuesto
sobre la renta.
En 1845 se derogaron los derechos de aduana de 450 artículos y se rebajaron muchos
otros, y finalmente el gobierno británico decidió en 1846 la derogación de las leyes sobre
los cereales, las Corn Laws, que protegían los cereales ingleses frente a los extranjeros
con tasas arancelarias. Esta derogación fue organizada y financiada por la Anti-Corn
Law Association, que alegaba que los enemigos del consumidor eran los terratenientes
ricos y la aristocracia. En realidad atentaba más contra el pequeño agricultor, puesto que

35
la aristocracia estaba en los dos lados: en el primer sector y en el segundo. El cambio de
una economía agrícola a una industrial se llevó al máximo grado en Gran Bretaña,
aunque fue un proceso muy lento. En 1881 Gran Bretaña adquirió del extranjero gran
parte de sus suministros alimenticios y de sus materias primas, y la agricultura sólo
representaba un 10% del PNB.
Si en el siglo XVIII se exportaba para alimentar a un millón de personas, esta situación
cambió en el siglo siguiente. En 1840, entre el 10 y el 15% de la población se alimentaba
con cereales extranjeros. Durante este período la importación y la exportación fueron
artificialmente elevadas o rebajadas por la política legislativa, y no hubo comercio libre.
En Inglaterra se pasó de una época en que hubo primas a la exportación a una situación
de hambre y revueltas. Los intereses del jornalero y del obrero entraron en conflicto con
la nobleza agraria, que decidía la política económica. Prohibieron en 1815 importar por
debajo de 80 chelines la arroba y la admisión libre por encima de este precio. Durante
los siguientes treinta años éste fue un tema polémico que enfrentó a ricos y pobres, a
proteccionistas y librecambistas.
Los precios fueron altos para proteger la principal actividad de Gran Bretaña hasta
1846. Al concluir la guerra contra Francia, los precios bajaron de manera acusada. Fue
una época terrible para el granjero, que era el que más impuestos pagaba, y muchos
vendieron sus tierras. Los jornaleros sin trabajo eran pobres, y el total del sector primario
representaba el 65% de la población activa hasta casi 1850. ¿Cómo se explica que el
gobierno pusiera en peligro la principal actividad del país frente a la competencia
extranjera? La explicación era que desde 1820 y durante tres décadas la agricultura fue
próspera, las rentas y los beneficios subieron y se amplió el área cerealista. Esta
situación de bonanza agraria fue posible gracias a la mejora de la maquinaria, y se
invirtió en ganadería e instalaciones (edificios, drenajes, carreteras). Por último, los
agricultores fueron favorecidos porque no pagaron el impuesto de beneficencia y se
cambió la presión fiscal, que antes era sobre el producto anual de la tierra y desde la
reforma de 1836 era sobre la producción de cereales. Los agricultores redujeron costes,
se quedaron los más eficientes y la demanda se incrementó por las concentraciones
urbanas y el aumento de la población.
Entre 1841-1861 emigraron a la ciudad 1.300.000 campesinos y se siguió mejorando
e invirtiendo en el campo: drenajes, fabricación de tubos de drenaje, compra de abono,
fábricas de superfosfatos de cal, etc. De todos modos, no todo fueron aciertos, ya que
muchos aplicaron fertilizantes que perjudicaron al campo. Se puede decir que en 1853 se
alcanzó la edad de oro de la agricultura inglesa.
En resumen: en el segundo cuarto del siglo XIX el equilibrio del poder económico y
político se desplazó finalmente de la agricultura a la industria. Este cambio también se
produjo en el poder político, y los principales beneficiarios fueron los artesanos, los
empleados, los tenderos, los mercaderes, los banqueros y los industriales. Dentro del
espectro social de la clase media, comenzaron a aproximarse a la aristocracia tradicional.

36
La Revolución Industrial permitió que la agricultura no tuviera un trato especial por
parte del gobierno.

1.12. LAS MEDIDAS TOMADAS DURANTE EL GRAN CAMBIO


ECONÓMICO POR EL GOBIERNO BRITÁNICO

El gran cambio económico en el Reino Unido requirió por parte de su administración


un esfuerzo importante para adecuar la legislación a los nuevos tiempos y
posteriormente, en la segunda mitad del siglo XIX, para incrementar los servicios
ofrecidos por el Estado. Se transformó una sociedad muy intervencionista en otra que
preconizaba el laissez-faire. Por ejemplo el Bubble Act de 1720 prohibía la formación de
compañías por acciones si no lo aprobaba el Parlamento (tal vez por este motivo no se
crearon grandes empresas en esas fechas), y el Navigation Act regulaba el comercio de
manera asfixiante. Lo mismo sucedía con la industria. De todas formas, la sociedad
siempre encontraba atajos para no cumplir la ley, razón por la cual los contrabandistas
eran muy numerosos y socialmente no estaban tan mal vistos. Los monopolios fueron
desapareciendo paulatinamente y los productos británicos eran casi invulnerables a la
competencia extranjera. Entre 1760 y 1850 el gobierno británico liberalizó el capital y el
trabajo y atacó a las corporaciones.
El historiador Arnold Toynbee impartió conferencias sobre el liberalismo, que fue
asimilado y aceptado por los políticos de la época. La paradoja era que cuanto más
avanzaba la industrialización, con más intensidad y efectividad intervenía el Estado en la
economía. Si bien se propugnaba la libertad, se quiso encauzar a la sociedad. El
desarrollo económico obligó a la ordenación del progreso con disposiciones, normas,
regulaciones y creando instituciones con técnicos, expertos y profesionales cualificados
que intentaron racionalizar el progreso. Por este motivo, el Estado tuvo que ofrecer
servicios que eran necesarios para el progreso y que la iniciativa privada no cubría y era
difícil que lo hiciera, pues por ejemplo el Factory Act de 1833 necesitaba un civil servant
(funcionario) que inspeccionara las condiciones de trabajo de las fábricas, el Colonial
Office regulaba y facilitaba la migración y el Poor Law Board de 1847 fue creado para
paliar la miseria desde un ministerio con el fin de optimizar la gestión que se
desarrollaba de manera diseminada por todo el país. A mediados del siglo XIX se empezó
a implantar una sanidad pública, aunque con escasos recursos y con grandes dificultades.
En general, la administración pública buscaba fórmulas para resolver problemas graves
dentro del proceso de crecimiento económico de la sociedad y en muchas ocasiones se
encontraba con escasos recursos, tanto materiales como humanos.

CONCLUSIONES

37
Una de las conclusiones más relevantes que recoge Peter Temin (1997) es que la
Revolución Industrial supuso cambios en múltiples sectores. Los avances tecnológicos
penetraron en toda la sociedad, y Gran Bretaña fue la fábrica del mundo, y no
exclusivamente del algodón y el hierro. Por este motivo se analizan tantos factores que
se entrecruzan y explican un proceso complejo que está sujeto a nuevos estudios y
revisiones. La población inglesa aumentó en el período de manera significativa, pero
también la instrucción y el conocimiento fueron clave para el desarrollo de los inventos
que sirvieron para incrementar la producción agraria, industrial y servicios. Los avances
políticos facilitaron el crecimiento económico al definir mejor el derecho de propiedad, a
la vez que la paz social fue clave en Inglaterra, así como el factor trabajo, que se
intensificó de manera notable en el Reino Unido. Tanto el obrero/empleado como el
empresario formaron el centro de una organización económica tan común hoy día, la
empresa, que fue clave en el proceso de industrialización. Por último, los aspectos
institucionales y el nuevo pensamiento económico facilitaron todo el proceso (Joel
Mokyr, 2010).

38
2
La difusión de la Revolución Industrial y la
integración de la economía internacional (1830-
1914)
Andrés Sánchez Picón
Domingo Cuéllar Villar

2.1. LA DIFUSIÓN DE LA INDUSTRIALIZACIÓN Y LA PRIMERA


GLOBALIZACIÓN

La hegemonía británica en el proceso de industrialización no evitó la pronta aparición


de países emuladores que trataran de impulsar transformaciones estructurales parecidas
en sus economías. Aunque durante mucho tiempo los historiadores han intentado seguir
la pista de esta extensión del modelo británico de industrialización fuera de las islas, los
países de su área de influencia más próxima dentro de la misma Europa no siempre
trataron de imitar la exitosa experiencia británica.
La industrialización, esto es, la transición de una economía preindustrial a una
economía industrial, fue un proceso histórico caracterizado por variantes de condiciones
económicas y políticas y por diferentes relaciones de éstas entre sí, siempre y cuando en
su mínimo común denominador estuvieran los derechos de propiedad y la creación de un
mercado interno. En Gran Bretaña esto se resolvió de manera espontánea, es decir, por la
evolución natural de su economía preindustrial, pero, una vez consumada la Revolución
Industrial británica, el resto de los países trataron de algún modo de forzar el ritmo de
crecimiento económico y de impulsar esa transformación en la estructura económica.
Las experiencias de extensión de la industrialización oscilaron entre la imitación de
determinadas experiencias que habían tenido éxito en las islas y el descubrimiento de los
caminos propios que, en función de la dotación de factores de cada una de las economías
nacionales, y de las características de los respectivos marcos institucionales, podrían
sostener los dispares procesos de desarrollo económico.
Desde un punto de vista histórico, este proceso de difusión se desarrolló durante una
larga etapa que se extendió entre 1830 y 1914 y, aun presentando una dinámica
homogénea, tuvo un punto de inflexión a partir de 1870 como consecuencia de la

39
denominada Segunda Revolución Industrial o Segunda Revolución Tecnológica (2RT).
Por tanto, para efectuar su análisis, es preciso hacer una subdivisión en dos fases: una
primera, entre 1830 y 1870, que afectó exclusivamente a un número muy reducido de
regiones europeas y a Estados Unidos, los denominados países pioneros o first comer,
que consumaron su primera fase de industrialización mediante la aplicación del paquete
tecnológico de la Primera Revolución Industrial desarrollada en Gran Bretaña; y una
segunda, que se extendió entre 1870 y 1914 y que afectó a un número mayor de países,
los denominados seguidores o late comer, que iniciaron su industrialización utilizando
preferentemente la tecnología derivada de la 2RT. Las ramas industriales que actuaron
como locomotoras de esta nueva oleada industrializadora, aclimatadas con mayor o
menor resistencia en los mismos países pioneros, terminaron alterando en vísperas de la
Primera Guerra Mundial el mapa de la industrialización mundial.
Además, el crecimiento económico mundial estuvo sostenido por lo que diversos
autores denominan la «primera globalización». Williamson (2012 y 2013), al resumir las
características de la «gran explosión comercial» que vivió el mundo entre comienzos del
siglo XIX y la Primera Guerra Mundial, subraya que sus motores fueron la política
comercial liberal, la revolución de los transportes y el rápido crecimiento en el centro de
la industria manufacturera. Por tanto, la expansión de la industrialización hay que
estudiarla en una doble perspectiva: por un lado, el análisis de las modalidades
nacionales del fenómeno y su distancia, mayor o menor, respecto del modelo británico,
y, por otro, lo que supone de crecimiento de la economía internacional y de impulso al
proceso de globalización económica, así como al establecimiento de unas relaciones de
intercambio entre las áreas industrializadas del mundo desarrollado y las zonas del
planeta que se integraban en un espacio económico cada vez más global en una posición
periférica, caracterizada por un patrón comercial estrictamente definido por su
especialización en la exportación de materias primas agrarias y minerales.
Según queda recogido en el gráfico 2.1, se observa una primera globalización y sus
dificultades en el último tercio del siglo XIX, preámbulo de la reacción proteccionista que
se asentará después de la Gran Guerra. El gráfico recoge las dificultades de la
integración económica internacional y ayuda a corregir la impresión de que el proceso de
globalización es constante e imparable. Su ralentización, como consecuencia del impacto
de la depresión de fin de siglo, resulta evidente.

40
Gráfico 2.1. Evolución del grado de apertura del comercio mundial, 1830-1992. Porcentaje del peso del comercio
exterior (importaciones y exportaciones) con respecto al PIB mundial. Datos ponderados a medias móviles de
cinco años. [FUENTE: Chase-Dunn, Kawano y Brewer (2000, p. 86).]

2.1.1. La difusión de la industrialización a los países pioneros

Fueron Bélgica, Francia y algunas regiones alemanas, checas y austriacas los que
comenzaron a industrializarse a partir de 1830 en Europa, mientras que fuera del
continente este proceso sólo fue iniciado por Estados Unidos. Los autores coinciden en
identificar un primer ciclo de difusión de la industrialización que, desde la cuna
británica, alcanzaría a un conjunto de países del noroeste de Europa. Todos los datos
disponibles ratifican un inequívoco proceso de industrialización en estos países, aunque
los ritmos fueran en general lentos y desiguales según cada caso. Por citar algunos
ejemplos claramente representativos de este fenómeno, podemos indicar que el consumo
de carbón por habitante se duplicó en Francia y en Alemania que el consumo de algodón
se multiplicó por diez en Francia y por cien en Alemania y que si en 1840 la potencia de
las máquinas de vapor instaladas en Gran Bretaña representaba el 72% del total europeo,
en 1860 había bajado al 44% y en 1880 al 35%. Estos datos muestran cómo la
industrialización de estas economías se estaba produciendo a través de la modernización
de los sectores de los bienes de consumo.
Esta primera etapa de la industrialización quedó mediatizada por el hecho de que

41
Gran Bretaña fuese la única economía capaz proveer la tecnología necesaria para que los
first comer pudieran desarrollar sus industrias. No se trató de un fenómeno de
importación directa de lo desarrollado en Gran Bretaña, sino más bien de un proceso de
adopción de las nuevas tecnologías en las industrias clave. Aunque en los primeros
momentos de la revolución en Gran Bretaña diferentes regulaciones intentaron impedir
la exportación de maquinaria, ideas y técnicos, lo cierto es que poco a poco estas normas
fueron derogadas hasta su abolición total en 1843. De hecho, lo general fue la presencia
de empresarios, directores o trabajadores cualificados de origen británico como forma
directa de difusión de sus tecnologías en estos países. La exportación de conocimiento
tecnológico, de capital humano y hasta de capital financiero para la introducción de las
innovaciones desarrolladas durante la Revolución Industrial británica se producía
frecuentemente de forma conjunta. Evidentemente, la influencia inglesa fue mayor
cuanto más cercanos a su revolución eran los primeros momentos del despegue industrial
de los países, y el tiempo necesario entre la aplicación de las tecnologías en Gran
Bretaña y en otros países se acortó según avanzaba al siglo XIX, hasta llegar a convertirse
prácticamente en procesos simultáneos.
Mientras Gran Bretaña difundía la Revolución Industrial durante el segundo tercio del
siglo XIX, su industria alcanzó su completa modernización al culminar el cambio
estructural, iniciado con el desarrollo de los sectores industriales dedicados a producir
bienes de consumo y el pleno desarrollo de aquellos otros sectores dedicados a fabricar
bienes de producción, lo que se traduciría en un extraordinario impulso de la siderurgia,
del sector de fabricación de maquinaria y del ferrocarril. En 1870 la economía británica
había alcanzado su plenitud, mientras que los first comer acababan de iniciar su proceso
industrializador utilizando las tecnologías desarrolladas en la Revolución Industrial en
Gran Bretaña. En este momento la distancia entre la economía de las islas y la de los
primeros países seguidores era la mayor de todo el siglo XIX. Sin embargo, a
continuación se iniciaría un rápido proceso de convergencia. Ya en 1870 el PIB global
de Estados Unidos había superado al británico, que mantendría, sin embargo, por unos
veinte años más su primacía en ese indicador por habitante. El dato revelaba no obstante
que en un horizonte cada vez más próximo la hegemonía de Gran Bretaña iba a estar en
peligro.

2.1.2. La difusión de la industrialización a los países seguidores

Esta dinámica sufrirá una inflexión a partir de 1870 como consecuencia de la


Segunda Revolución Tecnológica (2RT). En efecto, sus implicaciones técnicas y
organizativas alteraron sustancialmente el desarrollo del sector industrial y, como no
todos los países las utilizaron de igual manera para sustituir a las tecnologías propias de
la Primera Revolución Industrial, influyeron de manera igualmente decisiva sobre la
difusión de la industrialización.

42
Lo lógico es suponer, que dada su hegemonía, la industria británica debía haber sido
la más capacitada para adaptarse a este cambio tecnológico y, en consecuencia, acentuar
el distanciamiento relativo existente. Pues bien, lo que ocurrió fue exactamente lo
contrario: que en 1870 la tecnología de la primera industrialización incorporaba elevadas
barreras de salida. Las fuertes inversiones acometidas, pendientes de maduración, en
unos casos, y la fuerte inercia del complejo tecnológico e industrial, en otros,
convirtieron al país pionero en un escenario algo refractario a la aplicación sustitutiva de
la nueva oleada de innovaciones tecnológicas que definen la segunda industrialización.
La plenitud industrial británica se convirtió en un obstáculo para el cambio tecnológico
que se estaba produciendo, ya que las empresas manufactureras perseveraron en las
trayectorias anteriores e innovaron en las tecnologías clásicas de la Primera Revolución
Industrial (textil, carbón, hierro), cuando, además, su productividad marginal era ya
descendente.
Esta situación, que abocaba al deterioro de la hegemonía inglesa, ha sido estudiada
por muchos autores, que han terminado empleando la expresión «climaterio» como
metáfora de la pérdida de vitalidad y de pulso vegetativo de la economía británica.
Gerschenkron (1962) estudió las características de los procesos de convergencia
(catching up) que permitirían aproximar a pioneros y rezagados en el proceso de
industrialización. Este autor destacó la importancia de la implicación de determinados
actores institucionales como el Estado o la banca en el impulso a la industrialización en
los países seguidores, a fin de suplir la ausencia de aquel conjunto de condiciones
previas que habrían posibilitado, en un proceso lento y acumulativo, la transformación
industrial británica. La creación de una industria pesada y de bienes de equipo, con
implicación del sistema financiero y la protección estatal en algunos casos, sumada a la
espectacular mejora en la productividad por la aplicación rápida de las innovaciones
tecnológicas de las áreas más avanzadas, permitirían, en opinión de Gerschenkron,
sostener la existencia de unas ciertas ventajas en el atraso relativo. En estas regiones de
industrialización reciente el círculo virtuoso que conectaba la innovación con la mejora
de la productividad en la industria se recorrería más rápidamente que en el país pionero
de la industrialización, ya que los avances técnicos, superada la incertidumbre y los
costes asociados a la mejora y la experimentación, serían aplicados inmediatamente en
las industrias en desarrollo.
Por su lado, los first comer encontraron en la 2RT mayores ventajas para intensificar
su industrialización, imprimiéndole una mayor aceleración que les permitirá culminar
este proceso a la altura de 1900, lo que progresivamente les acercará a Gran Bretaña. Por
otro lado, otro segundo grupo de economías, las later comer, comenzaron su
industrialización en este momento utilizando estas nuevas tecnologías. Ejemplo
ilustrativo de ello es que en 1870 la producción de acero se concentrase casi
exclusivamente en Gran Bretaña, mientras que en 1900 Alemania tenía una producción
de más del doble y habían aparecido en escena otros productores como Francia, Rusia,

43
Suecia o Bélgica. En 1907 la producción de electricidad alemana duplicaba la británica,
y aunque ésta era superior a la francesa o italiana, las diferencias no hacían sino reflejar
una dinámica caracterizada por una clara tendencia a la convergencia.
Aunque la industria británica seguía manteniendo una posición preeminente,
empezaba a tener dificultades a partir de 1870, cuando Francia, Alemania y Estados
Unidos competían con Gran Bretaña en el mercado mundial de productos industriales
gracias a la capacidad adquirida. A ello se sumaba que todas estas economías optaron
por políticas comerciales proteccionistas: los first comer para potenciar sus industrias
endógenas y los later comer porque eligieron un modelo de modernización que tenía en
la industrialización forzada y protegida la mejor estrategia para acortar las distancias del
ritmo de crecimiento respecto a Gran Bretaña.
Gran Bretaña buscaría en la difusión del librecambismo y en la consolidación del
Imperio los mecanismos necesarios para afrontar los peligros que acechaban a su
predominio. Mantuvo una clara ventaja en la construcción naval, pero, sobre todo, sería
en el sector terciario donde encontraría la principal fuente para mantener su posición, en
especial a partir de la implantación en 1870 del nuevo sistema internacional de pagos
que fue el patrón oro. Se optó por mantener a Londres como el centro financiero
mundial, lo que provocaba que los flujos financieros se desplazaran de los sectores
industriales a la inversión exterior. Este movimiento se vio también impulsado por la
caída de la tasa de beneficios en la industria nacional, ya fuera por el aumento de los
costes laborales o por un estancamiento de la productividad derivado de un cierto nivel
de obsolescencia tecnológica.
Así pues, el liderazgo británico se mantuvo a lo largo del XIX, aunque su distancia
respecto a otros países disminuyó, al tiempo que se produjeron cambios en la posición
relativa de éstos, pues Alemania sustituyó a Francia en el segundo puesto a partir de
1860. En la segunda mitad de este siglo Estados Unidos competía seriamente con Gran
Bretaña y a la altura de 1900 era ya la primera potencia capitalista mundial. Durante el
dominio inglés el gran cambio fue la mecanización del proceso productivo sin que se
modificase sustancialmente la naturaleza de los bienes de consumo acabados. Durante el
liderazgo de Estados Unidos no sólo se innovaron los procesos de producción sino
también los productos, y la pauta tradicional de consumo sufrió una importante
transformación. En 1914 la economía británica seguía siendo la segunda del mundo, ya
que había sido superada por la estadounidense en el cambio del siglo, la primera de
Europa y la principal potencia comercial del mundo, pero resultaba mucho menos
dinámica que la de sus principales competidores, Estados Unidos y Alemania, lo que
inevitablemente se consumó en la pérdida de la hegemonía que había mantenido desde el
último tercio del siglo XVIII.
El resultado final de esta primera difusión configuraba un mapa mundial de la
industrialización en 1900 constituido por una región central industrializada, formada por
Gran Bretaña, Francia, Alemania y Estados Unidos, una periferia, constituida por el

44
norte y sur europeos y Japón, que acababa de iniciar su proceso industrializador, y el
resto del mundo, que seguía anclado en economías preindustriales. La distancia respecto
al centro aumentó a lo largo del siglo XIX, pero al iniciarse el XX este inicial conjunto
homogéneo en el atraso que era la periferia se había diversificado: los países
escandinavos habían escalado posiciones y se habían convertido en parte integrante del
centro; otros, como Italia, Hungría y en parte Rusia, habían emprendido con fuerza su
industrialización, mientras que el resto de los países de la Europa meridional y
suroriental apenas habían iniciado el camino o, como España, manifestaban un impulso
parcial y muy insuficiente.

Gráfico 2.2. Evolución del PIB per cápita en varios países. En dólares Geary-Khamis de 1990. (FUENTE:
elaboración propia a partir de http://www.ggdc.net/maddison/Maddison-project/home.htm.)

CUADRO 2.1

Estudio comparativo de los casos nacionales (I)

Bélgica Francia Alemania


Consolidación como Estado El país más grande de la Europa Puntos de partida
independiente en 1830. occidental en 1820, tanto en desfavorables (baja renta
Fuerte tradición manufacturera dimensiones como en per cápita, fragmentación

45
protoindustrial, especialmente población (31 millones), pero política...), que se
de textil y metal, con un con un bajo crecimiento transformaron a lo largo
incipiente desarrollo de demográfico. del siglo XIX.
Marco técnicas comerciales y Marco institucional que Momentos clave en la
general financieras. potenció el desarrollo de la industrialización germana:
Gran dotación de recursos innovación, la aplicación de 1833, Zollverein (Unión
energéticos (carbón) y la tecnología y la exportación Aduanera de los Estados
minerales (hierro y cinc). de capitales. alemanes); c. 1850, gran
Renta de localización que afluencia de capitales y
favoreció su industrialización. tecnología; 1870,
unificación política y
expansión internacional.
Temprana aplicación de No hubo un sector industrial Aunque la industria textil fue
máquinas de vapor tipo Watt o líder, sino que el crecimiento protagonista del primer
Newcomen en minas de carbón fue protagonizado por varias despegue, el sector líder
y factorías textiles. industrias, especialmente de fue la industria pesada,
Fuerte desarrollo de la industria bienes de consumo, con una debido a la gran demanda
algodonera en Gante y fuerte demanda de mano de para la construcción de
alrededores, con procesos de obra. ferrocarriles, maquinaria e
innovación constante. Se produjo una estructura dual infraestructuras urbanas.
Desarrollo de la industria en la empresa francesa, con la La industria el carbón
Sectores siderúrgica con la fábrica de presencia tanto de procesos (cuenca del Ruhr, Alta
líderes Cockerill en Seraing como mecánicos (fábrica) como Silesia y Sarre) fue la
referente. manuales (sistema a impulsora de la gran
Expansión de la industria domicilio). Fue una respuesta aceleración del milagro
metalúrgica y los talleres de adaptada a las características económico alemán.
construcción ferroviarios. del país. La intensidad del desarrollo
La menor dotación de recursos alemán prosiguió durante
energéticos (carbón) propició la 2RT con acero, química
un desarrollo temprano de y electricidad como
una importante industria sectores líderes.
hidroeléctrica.
Nacimiento de grandes El ahorro francés propició el En un marco de gran
sociedades financieras como desarrollo de un importante demanda de capital, con
Société Générale de Belgique sector financiero (Crédit elevados tipos de interés,
(1822) y Banque de Belgique Mobilier, Rothschild...) que se propició el desarrollo de
Sector
(1835), que impulsaron la fue protagonista de la una banca mixta, la
financiero
creación de decenas de inversión en otros países formación de sociedades
empresas industriales y europeos en deuda, anónimas y una estrecha
financieras belgas con una gran infraestructuras e industria colaboración entre banca e
capacidad exportadora. del ahorro francés. industria.
El Estado financió la Francia se dotó durante el siglo La intervención del Estado se
construcción de las XIX de un poderoso y limitó a propiciar la
infraestructuras de transporte capacitado cuerpo formación y establecer una
(carreteras, ferrocarriles y administrativo de gestores y asistencia social precoz, en
Papel del tranvías). facultativos que favorecieron un marco en el que fue la
Estado Impulsó de forma temprana la el desarrollo de las obras iniciativa empresarial el
creación de una banca públicas, la exportación de motor del despegue
inversora, como fue el caso de capital humano y la eficiencia industrial.
la Société Générale de del propio Estado.
Belgique.
En 1914 Bélgica era el Estado Considerado un modelo Alemania fue tardía en su
más industrializado de la anómalo de industrialización industrialización, pero su

46
Balance Europa continental. con un crecimiento lento pero gran potencial demográfico
constante. y económico le llevó, ya en
1914, a los puestos de
cabeza.

CUADRO 2.2

Estudio comparativo de los casos nacionales (II)

EE.UU. Japón España


Caso único y espectacular Durante la etapa preindustrial, al La escasa dotación de recursos
de rápido crecimiento igual que China, Japón había naturales, las severas
económico durante el permanecido aislada de condicionantes orográficas y
siglo XIX. Occidente, si bien estimuló la baja densidad demográfica
Grandes ventajas mercados dinámicos internos, eran serias trabas para el
comparativas con prácticas crediticias y una buena proceso de industrialización.
respecto a Europa: educación en las clases Impacto negativo de la pérdida
territorio casi virgen y superiores. de las colonias americanas
Marco poco poblado, atractivo En 1854 se inicia una obligada (1820) en la riqueza nacional.
general para la inmigración y apertura de mercados y reducción Marco institucional inestable con
existencia de un gran de aranceles. una larga transición entre el
mercado interior, sin El gran cambio vendría a partir de Antiguo Régimen y la
barreras internas. 1868: Revolución Meiji inspirada revolución liberal.
Gran dotación de recursos en Occidente.
naturales (potencia
energética) y gran
diversidad climática
(variedad agraria).
Relevancia de la economía Los modelos de la Revolución Meiji El crecimiento económico estuvo
esclavista del sur, se basaron en la administración basado en el desarrollo
basada en la agricultura centralizada francesa, la minero, la industria
colonial (tabaco y organización del ejército alemán, algodonera y la agricultura de
algodón). el desarrollo naval británico y la exportación.
El desarrollo industrial se expansión industrial La expansión de la minería
basó en las industrias estadounidense. exportadora (plomo, hierro o
derivadas (harinas, La necesidad de recursos naturales cobre), en distintos ciclos,
maderas...) y y los afanes expansionistas abarcó todo el siglo XIX.
posteriormente en las convirtieron a Japón en una Existencia de una agricultura
tradicionales del textil, potencia colonial. dual en la que convivía una
la siderurgia, Su desarrollo industrial se basó en arcaica con una más dinámica
construcción mecánica el textil y en la industria pesada, y exportadora, pero
Sectores o calzado. además de la construcción de una insuficiente.
líderes Impulso a la amplia red ferroviaria y una gran Desarrollo de industrias
industrialización implantación del sector eléctrico. modernas de algodón
durante la guerra de (Cataluña) y siderurgia
Secesión (motores de (Vizcaya), y otros casos
vapor, desmotadores de aislados.
algodón y expansión Mercado interior muy limitado
ferroviaria). por la escasa población y el
Industria basada en el atraso económico.
rápido progreso
tecnológico y la

47
creciente
especialización
regional.
La banca norteamericana Se estableció un nuevo sistema El sistema bancario moderno
mantuvo durante todo el bancario que sustituía a la nació de la Ley de Sociedades
período una estructura complicada red de crédito de la de 1855 y se basó en los
de bancos de rango era Tokugawa. A partir de 1883 bancos de emisión y en las
medio limitados a los se estableció el Banco de Japón, sociedades de crédito. La
Sector
estados federales, pero que siguió las modernas crisis de 1866 hizo quebrar a
financiero
con una gran red estructuras de los bancos buena parte de la banca
financiera que llegaba a centrales. regional.
todo el país. Hasta 1913
no se crearía la Reserva
Federal.
El Estado favoreció el El Estado sería decisivo en el La acción del Estado estuvo
crecimiento económico modelo de desarrollo japonés, ya condicionada por una
mediante la protección que, aunque las empresas permanente crisis fiscal que le
del mercado interior con estatales se privatizaron a partir hizo incapaz de realizar la
fuertes aranceles y el de 1881, el gobierno tuvo una ansiada reforma y desatender a
fomento de una moneda notable presencia en las los objetivos clásicos liberales,
Papel del estable (el dólar). industrias estratégicas y sostuvo y no atajar el encarecimiento
Estado Fuerte impulso a la con su expansión imperialista la del crédito privado,
inmigración, casi sin creación de nuevos mercados y el dependiendo en exceso de
restricciones hasta suministro de materias primas de prestamistas nacionales e
1914, y consolidación interés. internacionales.
de un marco de
libertades políticas y
religiosas.
El cambio tecnológico Japón se convirtió durante el siglo La Revolución Industrial en
propició en EE.UU. XIX en la primera nación no España ha sido calificada
ante la insuficiencia de occidental en experimentar el como de fracaso, si bien tuvo
Balance mano de obra, una crecimiento industrial. algunos sectores y regiones de
fuerte mecanización y un mayor dinamismo.
un aumento notable de
la productividad.

FUENTE: elaboración propia a partir de Cameron (2000, caps. 9 y 10).

2.2. LA SEGUNDA REVOLUCIÓN TECNOLÓGICA

Cuando las economías pioneras estaban en pleno proceso de industrialización y las


economías seguidoras acababan de iniciarlo, se produjeron una serie de cambios
tecnológicos y organizativos, conocidos como 2RT, que alteraron el proceso de difusión
que se había iniciado a partir del segundo tercio del siglo XIX. El impacto de esta nueva
oleada de innovaciones tecnológicas resultó dispar. Aceleró el proceso de
industrialización de los first comer y permitió que la industrialización de los later comer
adquiriera mayor intensidad relativa, pero supuso un problema para la hegemonía

48
británica.
La 2RT se caracterizó por una serie de innovaciones de base, como el uso de la
electricidad, del motor de explosión o de la química orgánica, que desde el punto de
vista científico eran más complejas que las de la Primera Revolución Industrial y
requerían niveles formativos y educativos mucho más elevados para crearlas y, también,
para utilizarlas. Por tanto, se necesitaba una difusión sistemática de la educación técnica
media y también una buena difusión de la superior para poder incorporarse a esta nueva
tecnológica.
Desde el punto de vista tecnológico, este período se caracterizó por: 1) las
innovaciones introducidas en el aparato productivo, que iban a demandar nuevos
materiales o a transformar algunos de los existentes; 2) la posibilidad de emplear de
manera eficiente la electricidad y los derivados del petróleo, lo que significó un
trascendente cambio en las disponibilidades energéticas, y 3) el aumento de la demanda,
que condicionó la transformación del aparato productivo forzando una nueva
organización del trabajo.

2.2.1. Los nuevos materiales

El cambio tecnológico, la expansión del mercado y las nuevas formas de organización


facilitaron la expansión de diversos materiales, ya empleados a una escala mínima y que
ahora podían producirse para un mercado más extenso, y el desarrollo de nuevos
productos con los que se pretendió hacer frente a las nuevas exigencias de la actividad
productiva. De lo primero fue un buen referente la intensificación en la producción de
acero, consecuencia tanto de las mejoras técnicas para su fabricación como del aumento
de la demanda, puesto que a los ferrocarriles se unían ahora también, por ejemplo, la
construcción naval y el empleo creciente en construcción y obras públicas. De lo
segundo un correcto exponente fue la aparición de los fertilizantes artificiales, que iban a
permitir incrementar notablemente la productividad de los terrenos agrícolas, en los que
cada vez era menor el número de trabajadores. El mundo de los fertilizantes destacaba
dentro de una industria química que conoció en estos años una intensa expansión por
muy diversos y novedosos campos; fibras artificiales, caucho, electroquímica o
electrometalurgia se unían ahora a unos tintes que, tradicionales productos del sector,
multiplicaban en estos momentos sus cualidades.

CUADRO 2.3

Principales innovaciones tecnológicas durante la segunda mitad del siglo XIX

Agricultura Energía Siderurgia Metalmecánica


Tractores Electricidad Acero Perfeccionamiento y generalización de máquinas-herramientas
Segadoras Petróleo Bessemer (perforadoras, fresadoras, trefiladoras, tornos...)

49
Trilladoras Acero
Cosechadoras Thomas
a vapor Acero
Martin-
Siemens
Aleación de
metales
Química Alimentación Transportes Comunicaciones
Nuevos Conservas Buques a Telégrafo
fertilizantes Refrigeración vapor Teléfono
Pesticidas Motor de Máquina de escribir
Tintes explosión Linotipia
artificiales Motor diésel Tipografía
Explosivos Bicicleta Fotografía
Productos
farmacéuticos

FUENTE: Escudero (2009, p. 158).

Muchos de estos avances fueron posibles gracias, en buena medida, al mayor


reconocimiento que fue teniendo la figura del inventor y, lo que quizá fue más
significativo, a que el mundo de la empresa comenzaba a establecer, a partir de estos
momentos, una estrecha vinculación con ellos, en especial las grandes corporaciones
industriales que se fueron configurando desde la década de 1870 y que se constituyeron
en referentes del cambio operado en la economía internacional.

2.2.2. Las nuevas formas de energía

La mayor parte de las transformaciones de las que se acaba de hacer mención no


hubieran sido posibles sin la aportación de dos nuevas formas de energía como la
electricidad y el petróleo. Con ellas no sólo se incrementaron enormemente las
disponibilidades energéticas sino que también se eliminaron las rigideces de la
localización industrial. La electricidad tuvo una mayor trascendencia en los primeros
años ya que, además de aplicarse con prontitud a diversos medios de transporte público,
como ferrocarriles y tranvías, era también fuente de alumbrado y en la industria ofrecía
cuantiosas ventajas sobre la energía tradicional del vapor. Entre estas ventajas
destacaban su facilidad de transporte, su flexibilidad y su fácil conversión en diferentes
formas de energía. Todo esto contribuyó muy beneficiosamente a la nueva organización
de la producción que se estaba gestando y que, entre otras cuestiones, tenía ahora una
mayor libertad y flexibilidad para organizar las instalaciones productivas, liberando a la
máquina de su sujeción a un lugar concreto, lo que abría paso a una mayor división del
trabajo. La difusión de la electricidad también contribuyó a la mecanización de
actividades artesanales, de pequeños talleres para los que la máquina de vapor era

50
imposible de adaptar pero que sí podían incrementar su eficiencia con el empleo de
pequeña maquinaria movida por energía eléctrica. De esta forma, el incremento de la
productividad no sólo se manifestó en las grandes empresas sino también en las de
mucha menor dimensión, lo que colaboró decisivamente en el crecimiento económico.
El lapso de tiempo que separa la década de 1870 del estallido de la Primera Guerra
Mundial fue, además, suficiente para que un nutrido grupo de investigadores, siguiendo
trayectorias muy distintas pero convergentes, facilitasen una evolución tecnológica
relativamente rápida para pasar de las centrales térmicas, localizadas en los centros
urbanos y demandantes de carbón, a la producción hidroeléctrica, que, además de
incrementar notablemente las disponibilidades energéticas, permitía una disminución de
costes a medio plazo y posibilitaba la extensión del empleo de esta forma de energía. En
último término, fue la aparición de la corriente alterna, que permitía el transporte de la
energía desde largas distancias, unida al desarrollo de las lámparas para alumbrado y,
especialmente, de los motores empleados en la maquinaria, lo que determinó, en buena
medida, los decisivos cambios que se produjeron durante este período.
Por lo que se refiere al petróleo, su desarrollo estuvo vinculado a la evolución del
motor de combustión y, en última instancia, del automóvil. La mayor intensidad con la
que creció esta industria en Estados Unidos explica también el mayor crecimiento del
petróleo en aquel país, que se distancia enormemente de Europa en el uso de esta forma
de energía. Su propia disponibilidad era allí muy superior que la de una Europa en la que
apenas en Rusia, Rumanía y en algunas de las colonias podía obtenerse petróleo de
forma eficiente.
El empleo del petróleo, que no era, por otra parte, un combustible de nuevo
descubrimiento sino que intensificaba en ese momento sus aplicaciones, tenía ventajas
frente al uso del vapor porque, como la electricidad, podía utilizarse de forma
intermitente, era más limpio y más fácil de manejar. En el desarrollo inicial del motor de
explosión se utilizó como carburante el gas, por su menor precio. Sólo cuando el precio
del petróleo se redujo, gracias a la aparición de nuevos métodos de refinado y de
distribución, este producto se impuso en los motores de combustión, algo que coincidió
con el desarrollo de la industria automovilística.

51
Gráfico 2.3. Fuentes de tracción mecánica en la industria de Estados Unidos. En millones de caballos de vapor.
[FUENTE: Devine (1985).]

2.2.3. La nueva organización del trabajo

Los nuevos materiales, las nuevas formas de energía, los procesos de urbanización, la
mayor disponibilidad de renta y el incremento de la demanda de productos provocaron
notables transformaciones tanto en lo que se refiere a la organización del proceso
productivo como a la propia organización empresarial. Las transformaciones en los
procesos de producción dentro de las nuevas especialidades industriales fueron muy
intensas. Por un lado, una forma diferente de organizar el trabajo; por otro, una nueva
dimensión de las empresas, más acorde con las economías de escala que era necesario
incorporar para atender las necesidades de los mercados de masas que se estaban
gestando.
El crecimiento del tamaño de las empresas a finales del siglo XIX había generado una
complejidad en su gestión que la dirección tradicional no podía solucionar. Esta
situación había ido provocando una creciente incorporación a las tareas directivas de
ingenieros que consideraban que el mero empirismo, el sentido común y un buen
conocimiento técnico del oficio ya no eran suficientes para dirigir eficientemente una

52
instalación productiva. El principal representante de estas propuestas fue F. W. Taylor,
quien desde 1890 comenzó a experimentar sus métodos de control de costes y tiempos
de producción y de sistemas de pagos por pieza a los trabajadores. Los principios básicos
de sus ideas eran los siguientes: control de tiempos y movimientos para estandarizar las
herramientas y las condiciones de trabajo y dividir el proceso en tareas muy simples;
integrar la tarea y el trabajo mediante un sistema de vigilancia y de incentivos
individuales y separar la ejecución del trabajo de su concepción y planificación.
De todas sus propuestas, lo que más desarrolló, especialmente en Estados Unidos, fue
la puesta en práctica de métodos de control de costes y tiempo de producción (la
organización científica del trabajo). Esto facilitó que los trabajadores cualificados
perdieran el control del proceso productivo, lo que favoreció una mayor
homogeneización de la mano de obra, un sector en el que cada vez abundaban más los
trabajadores semicualificados.
Estas técnicas de organización científica del trabajo fueron decisivas para entender
otro de los cambios que se produjeron en estos años en la organización de la producción:
el fordismo. El control de tiempos y movimiento, la estandarización de las herramientas
y de las condiciones de trabajo, así como la separación entre la dirección y la ejecución
del trabajo, fueron estrictamente aplicadas en las fábricas de Henry Ford. Algo que
también hizo con la cadena de montaje, procedimiento que ya se había ensayado en
algunas fundiciones, mataderos o industrias conserveras con anterioridad.
Ford creía que si fabricaba un vehículo barato, fiable y fácil de manejar, se podría dar
el paso a un mercado de masas para este producto. Para conseguirlo puso en práctica una
estrategia de reducción de los costes unitarios, aumentando la escala y velocidad de
producción, fabricando con maquinaria muy especializada piezas intercambiables fáciles
de montar, dividiendo el trabajo al máximo y creando una red de ventas. Todo esto
sucedió antes de introducir la cadena de montaje, algo que aconteció en 1913 ante la
necesidad de solucionar el cuello de botella que se le había planteado en el ensamblaje
de los automóviles frente a una creciente producción de piezas. El resultado final, antes
de tener, en los años veinte, que modificar su estrategia productiva hacia una mayor
diversificación frente a la original especialización en el modelo Ford T, fue el de
disponer de cuotas de mercado en Estados Unidos en torno al 40%.
La introducción de la cadena de montaje se vio acompañada por una mejora de las
condiciones de vida de sus trabajadores, consecuencia de la reducción de la jornada
laboral y del aumento sostenido de sus retribuciones y resultado del espectacular
aumento sostenido de la productividad. La difusión de los modelos del taylorismo y el
fordismo, fundamentalmente en Estados Unidos y, más tarde y de forma desigual, en la
mayoría de los países industrializados, fue muy importante para comprender las
transformaciones en la organización del trabajo y la producción que se llevaron a cabo
como consecuencia de la revolución tecnológica.

53
2.2.4. La aparición de la gran empresa

La combinación de cambios en el mercado y en la tecnología que se produjeron en


este período iba a dar lugar al nacimiento de lo que conocemos como la empresa
moderna o gran empresa. Las nuevas tecnologías del transporte y las comunicaciones
acabaron por unificar los mercados nacionales e integraron en mayor medida los
internacionales. De hecho, es en las propias compañías ferroviarias donde podemos
rastrear los orígenes últimos de esta nueva forma de organización de la empresa. La
elevada inmovilización de capital, las mayores necesidades financieras, el diseño de las
redes y su optimización, así como el elevado número de trabajadores empleados, entre
otras muchas cuestiones, obligaron a establecer nuevas formas de organización que
exigieron importantes transformaciones en lo que hasta entonces había sido el mundo de
la empresa.
El tamaño del mercado aumentó, como también lo hizo la competencia entre las
empresas por repartírselo, lo que modificó, entre otras cuestiones, los sistemas de
distribución y las técnicas de marketing. Además, la difusión de nuevas tecnologías
generalizó la producción y distribución en masa, basada en las economías de escala y el
incremento de la velocidad. Los cambios que se estaban produciendo, tanto en la
actividad industrial como en la demanda, favorecieron la progresiva integración de los
procesos de producción y los de distribución. La inversión necesaria en actividades
productivas, en administración y en marketing, además de aumentar el volumen de lo
producido y la productividad de los factores, también redujo los costes y los precios de
las mercancías. Esta caída de precios se prolongó durante todo el último cuarto del siglo
XIX, endureciendo la competencia por los mercados.
En algunos sectores, la respuesta a un mercado más grande, una competencia mayor y
una tecnología más productiva fue la creación de la gran empresa como un producto de
diferentes estrategias no excluyentes entre las que destacaban la concentración horizontal
y la integración vertical. La primera de estas opciones fue la que en mayor medida se
utilizó en estos años, y se pueden distinguir tres tipos de combinaciones horizontales:
cárteles, consorcios e integraciones horizontales. En todos los casos, el principal
incentivo que tenían era el de aumentar el poder de mercado, aunque otra cosa era el
grado de cohesión que existía en cada una de estas opciones. El cártel se limitaba a la
fijación de precios y el reparto de mercados entre distintas empresas en un sector. En
algunos casos, los cárteles tomaban forma corporativa y se dedicaban a la
comercialización de los productos de las empresas, donde la participación accionarial se
establecía en función de la cuota de mercado establecida. Cuando estos acuerdos
establecían el reparto de los beneficios, se trataba, entonces, de consorcios. Tanto en el
caso de los cárteles como en el de los consorcios, el cumplimiento de los acuerdos
dependía del compromiso de las empresas.
La cartelización se extendió al mercado internacional impulsada por las grandes

54
empresas que ya tenían una posición dominante en sus respectivos mercados nacionales.
Unos cárteles que se concentraron sobre todo en la minería, la siderurgia, la química, el
transporte y el textil. Sus objetivos eran, especialmente, la reserva del mercado nacional
para las empresas locales, la delimitación de mercados y cuotas de exportación, la
regulación de precios, el intercambio de patentes, la estandarización de productos, la
regulación de la capacidad productiva y la adquisición conjunta de materias primas. Esta
cartelización alcanzó su apogeo en el período de entreguerras debido al fuerte aumento
de la capacidad productiva y los avances tecnológicos.
Más allá de los cárteles, el último mecanismo de concentración fue la integración
horizontal llevada a cabo bien mediante la fusión de las diferentes empresas en una
nueva, bien mediante la adquisición por parte de una empresa dominante de las restantes.
En muchos casos la fusión vino precedida por una etapa de colaboración a través de
cárteles o consorcios. La fusión fue el mecanismo más empleado en Estados Unidos y
Gran Bretaña, un movimiento especialmente intenso entre 1895 y 1904. En Francia o
Alemania, por el contrario, las empresas tendieron a crecer internamente. En cualquier
caso, las fusiones lo que pretendían era incrementar el poder de mercado, aunque su
éxito dependió del proceso de reorganización llevado a cabo con posterioridad.
Resta por indicar que, en el caso de Estados Unidos, la técnica más utilizada fue la
del trust o unión de empresas que buscaban monopolizar el mercado y fijar los precios
en su propio beneficio, y tuvo sus ejemplos más representativos en el acero o el petróleo.
La reacción antimonopolista fue la Sherman Anti-Trust Act de 1890, que prohibía estos
intentos de controlar el mercado.
Por lo que respecta a la integración vertical, se trata de una estrategia por la que una
empresa posee distintas actividades productivas relacionadas entre sí (verticalmente). La
integración vertical puede realizarse hacia atrás, esto es, asumiendo el control de la
fabricación de los inputs o suministros que requiera la empresa (maquinaria,
componentes e incluso materias primas). La integración vertical hacia adelante se refiere
al control de las actividades desarrolladas por sus antiguos clientes en fases de
producción sucesivas o en la distribución del producto. También se daban casos de
integraciones totales o parciales. En todo caso, la integración vertical ofrecía a los
fabricantes la oportunidad de reducir los costes de transacción y aumentar la
productividad por medio de una administración más efectiva de los procesos de
producción y distribución. No obstante, el movimiento inicial de integración de las
industrias en estos años se debió sobre todo al insuficiente conocimiento que tanto los
clientes como los distribuidores tenían de los nuevos productos y la ausencia de
facilidades para manejarlos eficientemente. Si tuviésemos que ejemplificar una empresa
que llevase la integración vertical hasta sus últimas consecuencias, ésta sería, sin duda, la
automovilística Ford.

55
2.3. CICLOS Y CRISIS ECONÓMICOS (1873-1914): DE LA GRAN
DEPRESIÓN A LA RÁPIDA RECUPERACIÓN

En general, el período de 1873-1914 estuvo caracterizado por una gran movilidad de


los factores productivos (trabajo y capital), por una cierta estabilidad monetaria bajo el
patrón oro y por el desarrollo del comercio internacional. No obstante, esta etapa no fue
uniforme, y podemos distinguir dos períodos claramente definidos, caracterizados por
una fase claramente recesiva y una segunda de crecimiento económico acelerado, antes
de la Primera Guerra Mundial.

2.3.1. La Gran Depresión finisecular (1873-1895)

En este período, las economías capitalistas se vieron afectadas por una etapa de
desaceleración en el ritmo de crecimiento a causa de una crisis de sobreproducción, tanto
industrial como agraria, que se tradujo en una crisis financiera. Un exceso de oferta
respecto a la demanda solvente provocaría una caída de los precios y de los beneficios,
que termina expulsando del mercado a las empresas menos competitivas. Se inicia así un
círculo vicioso de aumento del paro, caída de los salarios, disminución de la demanda y
quiebra de más empresas. Aunque la primera crisis en manifestarse fue la financiera, los
orígenes del estancamiento deben buscarse en la industria y la agricultura.
En la industria, el progreso tecnológico, sobre todo en la siderurgia, había provocado
un fuerte incremento de producción y productividad: la oferta conjunta de acero de Gran
Bretaña, Alemania, Francia y Bélgica se había triplicado entre 1865 y 1873, justo en el
momento en que el principal cliente (las empresas constructoras de las líneas
ferroviarias) reducía su demanda. En efecto, las líneas principales ya estaban construidas
y muchas no eran muy rentables, de manera que no se animaban a hacer nuevas
inversiones. Por ejemplo, después de 1873 la producción de acero en Alemania cayó más
de un 20%, y los precios, un 37%. Esta crisis de la industria pesada se transmitió al resto
de la economía a través del descenso del consumo.
Las principales causas de la crisis agraria se relacionan con la revolución de los
transportes —fundamental para la integración de los mercados nacionales e
internacionales—, que permitió un abaratamiento de sus costes y una extensión de los
mercados hacia zonas periféricas, que anteriormente habían tenido una participación
marginal en el mercado internacional. Todo ello dio lugar a un aumento del volumen de
los intercambios (de bienes tanto agrícolas como industriales) al ampliarse la escala de
los mercados. Se produjo un proceso de especialización de las diversas economías en
aquellas actividades en las que gozaban de mayores ventajas comparativas (división
internacional del trabajo). Como consecuencia, se asistió a un aumento de la
competencia y una mayor interdependencia de las economías de los distintos países.
La revolución de los transportes coincidió con un importante incremento de la

56
producción agrícola, a causa, en parte, del aumento de las superficies cultivadas en
Estados Unidos, Canadá y Australia. Muchas empresas agrarias familiares europeas, con
poca tierra y abundancia de mano de obra (y, por tanto, con productividad baja), no
podían competir con los cereales y otros productos primarios (p. ej., lana de Australia)
obtenidos a partir de tierra abundante y ahorro de mano de obra gracias al uso de
maquinaria agrícola (Estados Unidos). Como el crecimiento de la población fue inferior
al crecimiento de la producción, se produjo un descenso de los precios agrícolas
(especialmente acusado en el trigo).
Aunque en un primer momento la llegada de granos más baratos afectó con mayor
intensidad a los países europeos más avanzados, lo cierto es que los efectos sobre sus
economías no fueron especialmente importantes, ya que su dependencia respecto al
sector primario era relativamente menor que en otros lugares. Es más, Gran Bretaña,
Bélgica, Dinamarca y Holanda supieron aprovechar esta coyuntura: importaron cereales
más baratos que los propios, que ya habían disminuido en un 50%, y se dedicaron a la
explotación de otros productos más rentables (vid, olivo, remolacha, frutas, hortalizas,
lácteos, leche, queso, etc.). El problema fue mayor en los países más atrasados, donde el
sector primario seguía siendo la principal actividad y donde las condiciones de la tierra
no permitían cambios sustanciales en los cultivos. En este caso, la respuesta inmediata
fue un aumento de la protección mediante incrementos arancelarios. Así, en Francia,
Alemania, España o Italia la disminución de la producción tradicional fue de un 26%, y
en estos países el proceso de ajuste hacia otros cultivos más rentables fue más lento.
Las repercusiones más inmediatas desde el punto de vista social fueron un aumento
del paro agrícola, la expulsión de población activa de este sector y la emigración de parte
del excedente demográfico europeo, especialmente hacia Estados Unidos.
Por tanto, puede decirse que la causa última de esta crisis fue una sobreproducción de
productos agrícolas, en especial de cereales. Este tipo de crisis va a ser la típica en los
sistemas capitalistas, frente a las crisis de subproducción o de subsistencias de períodos
anteriores.
La crisis financiera se inició con la caída de la Bolsa de Viena en 1873 (primera
manifestación de la crisis), que se contagió al resto de bolsas provocando la quiebra de
muchos bancos y compañías ferroviarias. En el fondo de la crisis había un exceso de
capital que no encontraba inversiones remunerativas y acababa participando en empresas
de alto riesgo, a menudo relacionadas con políticas de crecimiento inducido
principalmente a través de la construcción de líneas ferroviarias. Es lo que se ha llamado
el «mito del ferrocarril»: la falsa idea de que el ferrocarril provoca el crecimiento
económico cuando de hecho sólo puede impulsar el crecimiento existente. En realidad lo
que ocurrió es que la construcción de líneas ferroviarias había tocado techo. Había
mucho capital invertido en líneas deficitarias, construidas a menudo con subvenciones
estatales pagadas con emisiones de deuda pública. Se pensaba que el crecimiento
económico y los beneficios del ferrocarril permitirían pagar la deuda. La caída de los

57
valores ferroviarios y de los títulos de deuda pública (cuyos intereses a menudo no se
pagaban) provocó el descenso de las cotizaciones en Bolsa e hizo temblar al sistema
financiero mundial.
Las consecuencias de la depresión fueron muy importantes. Algunos autores, como
Sidney Pollard, la consideran una ruptura histórica de envergadura: el paso de una fase
de optimismo e integración internacional (representada por el librecambismo y la
división internacional del trabajo) a una fase de egoísmo nacional, de industrialización
competitiva, de protección de la producción de cada país y de captación de mercados
(colonias), que duraría hasta después de la Segunda Guerra Mundial. La gravedad y la
duración de la depresión de 1873 comenzaron, pues, a socavar el consenso liberal de los
países en vías de industrialización sobre las ventajas del comercio y la inversión
internacionales. Se generalizó la idea de que el mercado internacional no mejoraría o no
preservaría debidamente los niveles de vida. Las verdades del libre comercio no parecían
eternas, ni siquiera en Gran Bretaña.
Existieron dos vías para superar la crisis: la defensa de la producción nacional
industrial y agraria (el proteccionismo) y el progreso técnico. Este proteccionismo de
finales del siglo XIX era no sólo industrial sino global. El rasgo más característico de la
vuelta al proteccionismo fue, sin embargo, su transformación en nacionalismo
económico.

2.3.2. La etapa de recuperación (1895-1914)

A partir de 1896 se observan una recuperación de las tasas de crecimiento y un nuevo


incremento del comercio internacional que se deben atribuir a la superación de la
depresión. Se recuperó el poder de compra interior gracias, principalmente, a la
restauración de las rentas agrarias (a través de la modernización de la agricultura o del
proteccionismo, según los países) y los intercambios aumentaron gracias a la difusión de
los nuevos productos de la 2RT. Otros factores que facilitaron la recuperación y el
crecimiento económico fueron el buen funcionamiento del sistema de pagos
internacional (el patrón oro), la mejora de las comunicaciones marítimas, las ventajas
que supuso el telégrafo para las transacciones comerciales y la expansión colonial, que
empezaba a aportar productos comerciales al tiempo que demandaba maquinaria y
manufacturas para equipar los nuevos asentamientos.

2.4. LA EXPANSIÓN DEL COMERCIO INTERNACIONAL:


LIBRECAMBISMO Y PROTECCIONISMO

La apertura de la economía internacional, la mayor interdependencia y la


mundialización del comercio exterior fueron los principales factores del crecimiento

58
económico en el XIX.
No obstante, debemos tener en cuenta que en general no se produjeron grandes
cambios ni en la dirección ni en la composición de este comercio mundial. Los países
que participaban eran prácticamente los mismos que en el siglo XVIII. No obstante, es
apreciable constatar cómo Gran Bretaña fue cediendo el papel hegemónico a Estados
Unidos. Esta disminución del volumen del comercio inglés se reflejó en la exportación
de sus manufacturas. La desaceleración de la economía británica en el último tercio de
siglo y su menor capacidad de adaptación a los cambios tecnológicos, a los nuevos
sistemas de mercado y a las nuevas formas de organización de la producción y la
distribución condujeron a un descenso, en términos relativos, de su dominio en el
comercio mundial. A pesar del inicio de la decadencia británica y la expansión comercial
estadounidense, el comercio mundial siguió siendo básicamente europeo: a finales del
siglo XIX las exportaciones e importaciones europeas representaban más del 60% del
total, mientras que la participación de Estados Unidos se limitaba al 12%.
Sí fueron importantes los cambios en la organización y en el volumen de las
mercancías intercambiadas. Unos cambios en la organización derivados de las mejoras
en los transportes —que permitían una mayor movilidad de los factores y productos— y
de un crecimiento de la renta a lo largo del siglo que provocó un aumento de la demanda
de productos. A todo esto contribuyó decisivamente la difusión de la industrialización y
las innovaciones en el sistema de pagos con elementos más estables.
La intensificación de la globalización económica promovería cambios en la
organización productiva de los países y regiones que entraron a formar parte de la
periferia del mundo desarrollado. Así, al igual que había sucedido durante la mitad del
siglo en un proceso de difusión-absorción de los cambios tecnológicos desde Gran
Bretaña hacia el continente europeo y a Estados Unidos, a partir de 1870 la inversión
exterior y el flujo de mano de obra hacia los países de ultramar estuvieron vinculados a
un sector exportador que actuó, en determinados países, como motor para el crecimiento
de la economía en su conjunto. La propia demanda de los países desarrollados, la
orientación de su inversión exterior y el alza de los precios de alimentos y materias
primas determinaron la orientación productiva de estas zonas integradas en las redes de
la globalización económica a partir de un patrón de comercio exterior dominado por la
especialización en este tipo de mercancías. Impulsado por el aprovechamiento de las
ventajas comparativas y por la caída de los costes de transporte y de acceso a los
mercados internacionales, este predominio de la exportación de materias primas y
alimentos se prolongaría hasta el final de la Primera Guerra Mundial.

2.4.1. Las políticas comerciales: el librecambismo

En general, durante todo el siglo XIX se dio una creciente liberalización de los
factores productivos con la paulatina desaparición de las restricciones a la libertad de

59
movimientos, capitales y mano de obra, una vez rotos los estrictos márgenes
mercantilistas, excesivamente proteccionistas y restringidos. El desarrollo del capital
industrial, la producción en masa y el ensanchamiento del mercado eran incompatibles
con un sistema de intercambios limitados, de compañías privilegiadas, con repartos de
áreas territoriales.
Gran Bretaña fue la primera en iniciar una política librecambista. El crecimiento de su
industria necesitaba una ampliación sostenida del mercado y una creciente
especialización del comercio exterior que le permitiese vender manufacturas y adquirir
materias primas y alimentos baratos para abastecer los grandes centros industriales. Esta
división internacional del trabajo a través del comercio exterior generaba un aumento
adicional de la oferta beneficioso para cada uno de los países participantes.
A pesar del auge del librecambismo en el pensamiento teórico y su simbiosis con la
industria inglesa y los exportadores internacionales, su difusión fue lenta. Uno de sus
enemigos era la política fiscal, extremadamente relacionada con la política comercial y,
por tanto, con los ingresos de la Hacienda Pública por medio de los aranceles. Poner en
práctica una política librecambista significaba prescindir de una fuente de ingresos o
compensar su pérdida con otros ingresos de origen tributario. Esto fue posible con la
introducción en la década de 1840 del impuesto sobre la renta, que supuso no sólo
mantener los ingresos totales sino aumentarlos y obtener superávits presupuestarios.
En 1838 Richard Cobden, industrial de Manchester, creó la Anti-Corn Law League,
que defendía la derogación de las disposiciones establecidas para proteger a los cereales
nacionales. Para entonces ya se había producido, como consecuencia del crecimiento
demográfico, una importante dependencia de las importaciones de alimentos. El hambre
irlandesa de 1845-1846, por la crisis de la patata, fue decisiva al hacer ineludibles las
importaciones de granos a precios bajos y, por tanto, libres de aranceles. El primer
ministro conservador Robert Peel llevó en 1846 al Parlamento la derogación de las leyes
de granos en contra de su propio partido y del bloque de propietarios que había sido
dominante hasta entonces en el Parlamento. Fue apoyado por los liberales y sacó su
propuesta adelante. Tres años después, en 1849, se suprimieron las leyes de navegación
que desde doscientos años antes habían reservado el comercio colonial británico a los
buques de su bandera.
En la década de 1860 el movimiento librecambista ganó adeptos en el comercio
internacional. Gran Bretaña había eliminado durante el decenio anterior los derechos
arancelarios y preferentes con las colonias. Pero fue la firma en 1860 del Tratado
Cobden-Chevalier con Francia el elemento fundamental para la apertura de esta etapa
librecambista. El tratado suponía un desarme arancelario, prácticamente total, a
excepción de los productos de lujo, aunque el elemento fundamental lo constituyó la
introducción de la cláusula de «nación más favorecida» que extendía las reducciones
arancelarias pactadas con terceros países por cualquiera de los dos países firmantes del
tratado comercial.

60
La multiplicación de tratados comerciales y la proliferación de acuerdos para facilitar
los nuevos medios de transporte a su paso por las fronteras, así como la construcción de
redes de transportes, impulsaron el comercio europeo y dieron un giro al viejo comercio
colonial. El progresivo desmantelamiento de los derechos preferentes para las
exportaciones e importaciones coloniales propició una mayor autonomía en la política
comercial para nuevos países como Canadá, Australia o Nueva Zelanda y una
internacionalización de sus relaciones comerciales.

2.4.2. Políticas comerciales: el proteccionismo

El apogeo librecambista, apoyado en una red de tratados bilaterales, se vería frenado


a finales del siglo XIX. En efecto, la Gran Depresión finisecular articuló y fortaleció las
corrientes proteccionistas. La expansión de la industrialización, el acceso de nuevos
países a la producción industrial, las condiciones específicas debido a la situación de
atraso relativo y un emergente nacionalismo aglutinador hicieron difícilmente aceptable
la idea de universalidad de la teoría clásica del librecambismo. La idea de independencia
económica se consideró una condición ineludible para la independencia política. Frente
al poder económico británico, a la gran competitividad de sus productos, los nuevos
países requerían una política capaz de defender su mercado nacional y posibilitar el
desarrollo de sus industrias. El librecambismo no servía. Estos planteamientos tuvieron
especial presencia en Alemania y Estados Unidos, dos países que se expandieron
comercialmente con una política comercial muy distinta de la de Gran Bretaña.
En Estados Unidos estas políticas venían desde muy atrás. En 1791 Alexander
Hamilton, primer secretario del Tesoro, expuso en el Congreso que una política
librecambista supondría condiciones de igualdad en situaciones de desarrollo desigual.
La eliminación de la competencia exterior y el fomento a la industria mediante subsidios
a la producción permitirían un período de maduración para las llamadas industrias
nacientes que posibilitaría situarlas, a medio plazo, en condiciones de competir en el
mercado interior y también en el internacional. Thomas Jefferson, primer secretario de
Estado, pensaba, por el contrario, que el eje de la nación lo constituían los granjeros y
que cualquier apoyo a la industria iría en detrimento de la agricultura; unas teorías que
saldrían triunfantes frente a las de Hamilton. En 1793, sin embargo, la experiencia de
Estados Unidos durante las guerras franco-británicas con el bloqueo de las importaciones
tradicionales americanas de productos manufacturados ingleses sirvió para demostrar el
impulso experimentado por las manufacturas domésticas para abastecer la demanda, así
como la proliferación de otros productos nuevos necesarios para sustituir las anteriores
importaciones. La economía estadounidense estaba experimentando el cambio que
Hamilton había previsto y en la década de 1820 la pujanza de la industria algodonera era
irreversible.
En 1816 el Tariff Act fue la respuesta dada para mantener las condiciones ventajosas

61
creadas por la guerra para la industria americana. El tendido ferroviario permitió
conectar un vasto mercado en expansión hacia el oeste. La política proteccionista se
convirtió así en el eje dominante del comercio estadounidense, pese a ciertos momentos
de reducciones arancelarias en los años 1830 y 1840 debido a presiones del Sur
exportador. En los años de la guerra de Secesión esta política arancelaria permitió una
mayor recaudación de ingresos públicos, reforzándose de esta manera las posiciones
proteccionistas. Una política que se asentaría definitivamente en la última década del
siglo con una enorme elevación de los aranceles (Leyes Mackinley de 1890 y Dingley de
1897).
En el caso alemán, al igual que en Estados Unidos, el bloqueo napoleónico demostró
los efectos benéficos de la protección frente a la industria interior. A comienzos de la
década de 1820 el objetivo fundamental era llevar a cabo el ideal prusiano de formar un
espacio económico alemán con la eliminación de fronteras comerciales interiores y el
establecimiento de una tarifa exterior. La teoría de la protección de las industrias
nacientes de Friedrich List, como barrera temporal defensiva de la competencia
británica, estuvo muy influida por su estancia en Francia. El librecambismo como
universalidad derivaba de una situación histórica determinada, la inglesa, que resultaba
nociva para el grado de desarrollo en el que se encontraba Alemania. El distinto nivel de
industrialización inglés y alemán exigía una política proteccionista favorable al
desarrollo económico y creadora de las condiciones para eliminar las diferencias de
partida. El establecimiento de unos aranceles temporales hasta la transición a una
economía industrial avanzada y competitiva pretendía conceder un período suficiente a
las jóvenes industrias para conseguir su desarrollo. En este período, con una permanente
y fuerte difusión tecnológica, con transferencias de máquinas y técnicos especializados
ingleses, la idea de educación, en un proceso paralelo de absorción para reducir costes,
tuvo un sentido muy similar a lo que ahora se conoce como «economías de aprendizaje».
Los terratenientes de la zona oriental (junker), tradicionalmente exportadores de
grano y librecambistas, ante la competencia y bajada de los precios derivada de la
entrada de granos de ultramar, terminaron sumándose a las propuestas proteccionistas.
La nueva política de Bismarck en materia de prestaciones sociales y, por tanto, el nuevo
papel del Estado exigían un incremento de los ingresos vía aranceles.
La alianza entre intereses agrarios e industriales en defensa de políticas
proteccionistas fue generalizada desde el inicio de la depresión de 1873. Sólo Gran
Bretaña, Holanda y Dinamarca permanecieron librecambistas. En Francia los tratados
comerciales firmados en los sesenta retrasaron el giro proteccionista que, finalmente, se
produciría en 1892 con la Tariff Meline.
En definitiva, en el último tercio del XIX las tendencias proteccionistas ligadas al
proceso de industrialización continental, a la teoría de la protección de las industrias
nacientes y al impacto de la Gran Depresión finisecular iniciaron un cambio en la
tendencia respecto a la expansión del librecambismo de mediados de siglo. Sin embargo,

62
su incidencia fue menor de la que podemos anotar para el período de entreguerras.

2.5. LA MOVILIDAD DE LOS FACTORES

Además del movimiento más libre de mercancías simbolizado por la era del
librecambio, en el siglo XIX se constató un gran aumento en el movimiento internacional
de población y de capital, los otros factores de producción, además de la tierra.

2.5.1. Las migraciones internacionales

Hubo una cierta migración internacional dentro de Europa, pero el movimiento más
importante fue transoceánico. En el transcurso del siglo, aproximadamente 60 millones
de personas dejaron Europa para marcharse a otros continentes. La inmensa mayoría fue
a países con tierra abundante. Solamente los Estados Unidos acogieron 35 millones, y las
áreas del Imperio Británico atrajeron a otros 10 millones. Unos 10 o 15 millones, fueron
a Iberoamérica. Las islas Británicas proporcionaron el mayor número de emigrantes; en
total, unos 18 millones de ingleses, galeses, escoceses e irlandeses se asentaron en el
extranjero, principalmente en Estados Unidos y los dominios británicos, mientras que los
emigrantes alemanes fueron a Estados Unidos e Iberoamérica. A finales del siglo XIX
hubo una importante emigración desde Italia y el este de Europa. Los italianos fueron a
Estados Unidos pero también a Iberoamérica, especialmente a Argentina. Los emigrantes
de Austria-Hungría, Polonia y Rusia fueron sobre todo a Estados Unidos. Algunos de
estos emigrantes acabaron volviendo a sus países natales, pero la inmensa mayoría se
quedó al otro lado del océano. En conjunto, esta vasta migración tuvo efectos benéficos,
alivió las presiones demográficas en los países de origen, disminuyendo así la presión a
la baja en los salarios reales, y aportó a los países nuevos, ricos en recursos pero escasos
en mano de obra, una fuerza de trabajo con sueldos más altos de los que podrían haber
obtenido en Europa. Finalmente, por medio de los lazos humanos y culturales, y también
económicos, se promovió la integración de la economía internacional.

CUADRO 2.4

Flujos migratorios desde Europa, 1851-1920 (en miles)

1851- 1861- 1871- 1881- 1891- 1901- 1911-


Total
1860 1870 1880 1890 1900 1910 1920
Gran Bretaña e Irlanda 1.313 1.572 1.849 3.259 2.149 3.150 2.587 15.879
Italia 5 27 168 992 1.580 3.615 2.194 8.581
Alemania 671 779 626 1.342 527 274 91 4.310

63
España 3 7 13 572 791 1.091 1.306 3.783
Imperio Austria-Hungría 31 40 46 248 440 1.111 418 2.334
Rusia 58 288 481 911 420 2.158
Portugal 45 79 131 185 266 324 402 1.432
Suecia 17 122 103 327 205 324 86 1.184
Francia 27 36 66 119 51 53 32 384
Total 2.112 2.662 3.060 7.332 6.490 10.853 7.536 40.045

FUENTE: Zagmani (2002, p. 129).

2.5.2. Las inversiones de capital en el exterior

La exportación de capital, o inversión extranjera, fue otras de las manifestaciones de


esta fase de globalización económica. Aunque la inversión extranjera había comenzado
ya en el siglo XVIII e incluso antes, alcanzó magnitudes sin precedentes en los siglos XIX
y XX. Rondo Cameron ha analizado la inversión extranjera desde tres aspectos: recursos,
motivos y mecanismos.
Los recursos disponibles para la inversión en el extranjero son el resultado de los
enormes aumentos de riqueza e ingresos generados en el mundo desarrollado por la
aplicación de nuevas tecnologías. Para realizar una inversión de capital en el exterior se
requieren los fondos generados por el comercio y los pagos exteriores. Hablando en
general, hay dos categorías principales de fondos (oro o divisas) que pueden emplearse
en la inversión internacional: aquellos que provienen de una balanza comercial favorable
y aquellos que provienen de exportaciones «invisibles», como el transporte marítimo,
ganancias de la banca y los seguros internacionales, las remesas de los emigrantes y el
interés y dividendos de inversiones previas en el extranjero.

CUADRO 2.5

Evolución de las inversiones brutas en el exterior (en millones de dólares corrientes)

1870 1900 1913


Reino Unido 3.850 43% 12.500 45% 20.300 46%
Francia 2.500 28% 5.200 19% 9.000 20%
Alemania — — 3.600 13% 4.700 11%
Estados Unidos 100 1% 700 3% 3.500 8%
Otros 2.550 18% 6.000 20% 6.500 15%
Total 9.000 28.000 44.000

64
FUENTE: García Ruiz (1992).

El principal motivo para la inversión son las expectativas de beneficio por parte del
inversor, que espera obtener una ganancia más alta en el extranjero que en su país.
Por último, los mecanismos de inversión extranjera consisten en toda una serie de
medios institucionales para transferir fondos de un país a otro: mercados de divisas,
mercados de acciones y obligaciones, bancos centrales, bancos de inversión privados y
de capital conjunto, corredores y otros muchos. La mayoría de estas instituciones,
aunque existían con anterioridad, crecieron enormemente durante el siglo XIX.

2.5.2.1. Países inversores

Entre los países exportadores de capital, Gran Bretaña —o, más exactamente, los
inversores privados de Gran Bretaña— era con diferencia el mayor inversor extranjero.
En 1914 las inversiones británicas acaparaban el 43% del total mundial, con un valor
absoluto de 4.000 millones de libras esterlinas. Hay que resaltar que esta situación se
producía a pesar de que durante la mayor parte del siglo XIX Gran Bretaña presentaba
una balanza comercial desfavorable. De este modo, para Gran Bretaña las fuentes de sus
inversiones extranjeras consistían casi enteramente en exportaciones «invisibles», es
decir, no provenían de un saldo positivo en la balanza mercantil sino de los grandes
ingresos de su marina mercante (la mayor del mundo), de los ingresos de los bancos y
seguros internacionales. Durante la primera mitad del siglo XIX los inversores británicos
se habían dedicado a comprar obligaciones públicas de diversos países europeos e
invertían en empresas privadas, sobre todo en los primeros ferrocarriles franceses.
Asimismo, compraban efectos públicos de estados americanos embarcados a la sazón en
la construcción de canales y ferrocarriles, y también deuda pública de los países
hispanoamericanos. Las convulsiones políticas de mitad de siglo en el continente
europeo acentuaron ese cambio en la dirección de las inversiones británicas en el
extranjero, orientadas cada vez más a aportar capital a los ferrocarriles, minas y ranchos
en Norteamérica e Iberoamérica y, sobre todo, a las posesiones del propio Imperio
Británico. En 1914 un 46% de las inversiones exteriores se dirigían a los dominios del
Imperio, un 21% iba a Estados Unidos, un 18% a Iberoamérica y sólo un 5% se
realizaban en Europa.
Francia era el segundo inversor extranjero, con 1.900 millones de libras esterlinas (en
moneda francesa equivaldrían en el momento a unos 50.000 millones de francos), lo que
representaba un 20% de las inversiones totales mundiales en el extranjero. Tras una
primera fase de dependencia financiera exterior, con petición de préstamos a británicos y
holandeses, Francia no tardaría en alcanzar una situación excedentaria de su balanza de
pagos. Esto le permitiría disponer de recursos para la inversión foránea hasta la década
de 1870. Después, los ingresos por inversiones previas, como ocurriera con los

65
británicos, financiaron sobradamente las nuevas inversiones. Las inversiones francesas
se dirigieron principalmente a países vecinos, aportando capitales para la deuda pública
de los inestables gobiernos de España, Portugal y los estados italianos, y a los sectores
industriales en Bélgica, Suiza, Austria y los estados alemanes. A partir de 1850 los
inversores e ingenieros franceses tomaron a su cargo la construcción de redes
ferroviarias en gran parte del sur y el este de Europa. Menos éxito tendrían las
inversiones de final de siglo en el Imperio Turco, Egipto y Rusia. En 1914 las
principales inversiones francesas se distribuían entre Rusia (25%), la Europa
mediterránea (12%), Oriente Próximo (12%), Iberoamérica (12%) y las colonias
francesas (10%).
Alemania constituye el interesante caso de una nación que pasó de ser deudora neta a
convertirse en acreedora neta en el curso del siglo. Desunidos y pobres a principio de
siglo, los estados alemanes tenían pocas deudas externas e incluso menos créditos
extranjeros. En las décadas centrales del siglo las provincias occidentales se beneficiaron
de la afluencia de capital francés, belga y británico, flujo que ayudó a desarrollar
poderosas industrias y un pujante excedente de exportación que proporcionó los fondos
con los que Alemania devolvió el capital extranjero y pasó a ser el origen de inversiones
fuera del país. Las inversiones exteriores se centrarían en los países pobres del este de
Europa, Estados Unidos, Iberoamérica y las colonias de África y el Pacífico bajo
dominio germano.
También sería importante el papel inversor en el extranjero de pequeñas naciones
europeas desarrolladas como Bélgica, Países Bajos y Suiza, que en 1914 hacían
inversiones por un valor de 1.100 millones de libras, casi tanto como Alemania (1.200
millones de libras).

2.5.2.2. Países receptores

De los receptores de inversión extranjera, los Estados Unidos eran con diferencia el
mayor. Como ya se ha mencionado, el capital extranjero, especialmente el británico,
ayudó a construir ferrocarriles, a explotar recursos minerales, a financiar ranchos de
ganado y a apoyar otras empresas. Después de la guerra de Secesión, sin embargo, y
especialmente desde finales de la década de 1890, los inversores americanos empezaron
a comprar valores extranjeros y, lo que es más importante, las empresas estadounidenses
comenzaron a invertir directamente en el extranjero en una gran diversidad de
operaciones industriales, comerciales y agrícolas. La mayoría de estas inversiones se
localizaban en el continente (Iberoamérica y Canadá), pero algunas estaban en Europa,
Cercano y Medio Oriente y Asia. Frente a los aproximadamente 2.000 millones de libras
esterlinas que recibía en 1914, Estados Unidos invertía en el exterior sólo 700.000
millones de libras esterlinas, lo que suponía una cuota del 7% a nivel mundial. Después,
se inició un camino que convertiría, tras la Primera Guerra Mundial y como resultado de

66
los préstamos americanos a los aliados, a Estados Unidos en la nación más acreedora del
mundo.
Dentro de Europa el mayor receptor de capitales extranjeros era Rusia. La extensa red
ferroviaria, la banca y las grandes empresas metalúrgicas serían los principales objetivos
de estos inversores extranjeros. El mayor deudor sería el propio Estado ruso, que utilizó
el dinero no sólo para financiar la red ferroviaria sino para modernizar su ejército y su
marina. Entre los acreedores, los más destacados fueron los franceses, aunque hay que
señalar además la presencia de alemanes, británicos, belgas y holandeses. Tras la
Revolución de 1917, por supuesto, los inversores perdieron todo.
Como ya ha quedado dicho, la mayoría de las naciones de Europa pidieron prestado
en un momento u otro a lo largo del siglo XIX. Francia, Alemania y algunas pequeñas
naciones desarrolladas protagonizaron una transición desde una situación deudora hasta
otra acreedora. Sin embargo, hubo otros países que no lo consiguieron. Es el caso de los
países mediterráneos y del sudeste de Europa. A veces los fondos procedentes de las
inversiones privadas y de los préstamos gubernamentales fueron malgastados y algunas
inversiones se vieron salpicadas por la corrupción. En contraste con esta situación, los
países escandinavos no sólo financiaron su devolución, sino que contribuyeron de forma
muy positiva al desarrollo de las economías en las que se efectuaron. Igualmente,
Australia, Nueva Zelanda y Canadá gozaron de grandes inversiones extranjeras en
relación con el tamaño de su población, lo que explica las elevadas tasas de crecimiento
y sus altos niveles de vida a principios del siglo XX. Las inversiones en Iberoamérica y
Asia, aunque importantes en conjunto, fueron mucho menores en relación con la
población de las naciones receptoras que las de los países ya mencionados. Por otra
parte, carecían de las elevadas cantidades de capital humano con que trabajar que tenían
aquellos otros, y la estructura institucional de su economía (excepto la de Japón) no
propiciaba el desarrollo económico. En estas áreas, y en África incluso en mayor grado,
el principal resultado de la inversión extranjera fue el desarrollo de fuentes de materias
primas para las industrias europeas, sin que se diera la transformación de la estructura
interna de su economía.

2.6. EL SISTEMA MONETARIO Y LOS PAGOS INTERNACIONALES:


EL PATRÓN ORO

La economía internacional nace como consecuencia de la extraordinaria ampliación


de los mercados internacionales de los bienes, del trabajo y de las finanzas. A partir de
ese momento, todo país debe prestar atención a su balanza de pagos, que confronta todos
los pagos que cada país debe efectuar al exterior (por importaciones, trabajo extranjero
que debe remunerarse, rendimientos de los capitales invertidos) con todos los pagos
recibidos por ese mismo país desde el exterior por exportaciones, remesas de los

67
emigrantes, capitales invertidos. Si la balanza de pagos está en equilibrio, el país puede
continuar con sus proyectos de modernización económica. Si la balanza de pagos tiene
superávit, está en una situación de desequilibrio que tenderá a producir ajustes, pero en
general las actividades económicas interiores no se ven influidas negativamente. Los
problemas, en cambio, surgen cuando la balanza de pagos se encuentra en déficit, porque
el país no recibe de fuera el suficiente dinero para afrontar sus pagos en el exterior.
El concepto de balanza de pagos es esencial para comprender el funcionamiento del
primer sistema internacional de pagos que se consolidó: el patrón oro. Gracias a él fue
posible el funcionamiento de una economía internacional cada vez más compleja que no
contaba con organismos internacionales de supervisión.
El origen de este sistema hay que buscarlo en prácticas de cambio habituales ya
registradas en la Edad Media, momento en el que algunos países europeos desarrollaron
un patrón mixto de circulación monetaria metal precioso y billete de banco, otros
utilizaban dos metales, el oro y la plata (patrón bimetálico), y otros recurrían sólo a la
plata o el oro (monometalismo). Igualmente, suele señalarse la influencia que tuvo Isaac
Newton, a la sazón director de la Casa de Moneda inglesa durante la primera mitad del
siglo XVIII, en el establecimiento de un valor de cambio estándar del oro con respecto a
la libra.
El mecanismo del patrón oro se ha descrito en su capacidad de ajuste de los
desequilibrios en las balanzas de pagos. Cumpliendo los requisitos de que el valor de la
moneda esté fijado en oro, en primer lugar, y de que haya libertad de movimientos del
oro entre países, de tal modo que se puedan saldar los desequilibrios en las balanzas
comerciales, en segundo lugar, el automatismo del sistema permitiría que los déficits
exteriores dieran lugar a reducciones en la cantidad de oro en el país deficitario y a un
aumento del metal en el país con superávit, lo que redundaría, de acuerdo con la teoría
cuantitativa de la moneda, en un cambio en los precios relativos entre los dos países que
ayudaría a reequilibrar las cuentas entre ambos.
Originariamente, sólo circulaban monedas metálicas, pero la difusión de las prácticas
bancarias que utilizaban letras de cambio y después billetes de banco, que poseían una
mayor facilidad para circular y para reproducirse, había relegado progresivamente el
metal a la función de «reserva» en lingotes (guardados en los bancos), una reserva que
no cubría por completo la circulación de papel. Sin embargo, y como señala Zamagni (p.
133), se mantenía uno de los fundamentos del sistema: el derecho de convertibilidad del
papel moneda en metal precioso, que servía para impedir —en teoría— la emisión
excesiva. La convertibilidad se realizaba a una paridad fijada, que debía mantenerse
igual a un múltiplo establecido primero por la costumbre y después por la ley, respecto
de la «reserva» de metal precioso.
Para aumentar la circulación de papel más allá de lo que permitía la reserva existente,
era necesario adquirir una mayor cantidad de metal precioso, lo que nunca era fácil,
mientras que, por el contrario, cuando el oro disminuía, era necesario restringir la

68
circulación de papel. Ésta era la «disciplina» del sistema ligado al metal precioso.
De todas formas, como se trataba de un sistema fiduciario (no existía suficiente metal
en reserva para convertir todos los billetes de banco en circulación), el sistema se basaba
en la correcta aplicación de las reglas del juego.
Lo más sorprendente es que este régimen produjo un mecanismo automático de
reajuste internacional de los desequilibrios de la balanza de pagos, de manera que se
mantuvieran fijos los cambios entre las diversas monedas. Esto provocaba una
estabilidad de la economía internacional, que podía contar con monedas sujetas a tipos
de cambio regulares.

Funcionamiento del sistema internacional de pagos de patrón oro


Cuando en un país aparece déficit en la balanza de pagos, tiene dificultades para disponer de moneda extranjera
y tenderá a ofrecer más unidades de moneda nacional para adquirirla, lo que tiene como consecuencia la
devaluación de la propia moneda. Pero como está vigente un sistema de convertibilidad, cualquiera que deba
cobrar en la moneda que tiende a devaluarse preferirá hacerlo directamente en oro, que mantiene una paridad
prefijada, bien con la moneda que tiende a devaluarse, bien con la moneda en la después se convertirá el oro,
evitando de esta manera cualquier pérdida en el cambio. Un país con un déficit en la balanza de pagos sufrirá,
pues, una disminución de sus reservas de oro (salida de oro). Y en este punto actúan las reglas de juego. Con una
reserva menor, el país debe reducir la circulación de papel, con una restricción del crédito y un aumento del tipo
de interés. A su vez, estas maniobras reducirán la demanda interna (y, por tanto, también la de importaciones) y
disminuirán los precios (y, por tanto, harán que las exportaciones sean más competitivas), mientras que tipos de
interés más altos atraerán capitales del exterior. Todo esto lleva a reequilibrar la balanza de pagos y a impedir la
devaluación efectiva de la moneda, la cual se mantendrá más o menos fija.
El mecanismo funciona también a la inversa, para reequilibrar una balanza de pagos con superávit que
experimenta una entrada de oro y, por tanto, una expansión de la circulación de papel, y conduce de este modo a
la repartición de la carga del reajuste entre países con déficit y países con superávit. Hay que observar, sin
embargo, que los países con superávit a veces preferían aumentar sus reservas (no observaban las reglas del
juego), evitando la ampliación de la circulación monetaria («esterilización del oro») y creando mayores
dificultades al país con déficit, que se veía obligado a soportar toda la carga del reajuste. El peso de esta carga
podía obligar a algún país a salirse del patrón oro y a dejar fluctuar su moneda, pero las desventajas de no formar
parte del club de las naciones «que estaban en su sitio» eran grandes y los gobiernos recurrían a esta medida sólo
temporalmente cuando no había más remedio.

69
Gráfico 2.4. Funcionamiento del sistema de patrón oro. (FUENTE: elaboración propia.)

Para el buen funcionamiento del patrón oro es necesaria una cierta estabilidad del
sistema. Por ejemplo, los períodos prolongados de guerra suelen provocar la abolición
del patrón oro, así como las graves dificultades internas de algunos países (que deben
sustraerse a la férrea disciplina del patrón oro). Han sido los períodos de gran estabilidad
internacional los que han permitido el funcionamiento del patrón oro.
Un sistema de cambios fijos vincula la política monetaria y fiscal de todos los países
que forman parte de él a las de su líder. Cuando se encuentra un líder en condiciones de
soportar bien el peso de este liderazgo, las cosas funcionan; en caso contrario, el
mecanismo se bloquea. El patrón oro clásico fue sostenido por la libra esterlina inglesa,
no sin problemas para el Banco de Inglaterra, que no siempre disponía del oro suficiente.
No es fácil hacer un balance del patrón oro y de su funcionamiento hasta la Primera
Guerra Mundial. Su implantación fue bastante general y entre 1900 y 1914 casi todos los
países lo habían adoptado, con alguna notable excepción, como fue el caso de España.
Sin embargo, no está claro que tanto en el mantenimiento de una fuerte disciplina
monetaria como en la contención del gasto público el funcionamiento del gold standard
fuera totalmente efectivo. Hacia 1900 los gobiernos de los países más avanzados habían
elevado su gasto total por encima del 10% de la renta nacional. Aunque este incremento
se financiara mediante la emisión de deuda pública, mucha de ella colocada en los
mercados internacionales, y no mediante su monetización (dadas las restricciones
impuestas por el patrón oro), la trayectoria de aumento del gasto, en plena carrera

70
armamentística en vísperas de la Primera Guerra Mundial, resultaría una presión
insoportable para la supervivencia del sistema.

2.7. EL IMPERIALISMO EN LA ÉPOCA LIBERAL

A partir de 1880, la expansión colonial alcanza su máximo desarrollo en toda África,


en Asia y en el Pacífico, en provecho de las grandes potencias europeas.
Las antiguas naciones colonizadoras europeas (España, Portugal y Holanda) estaban
en declive, y se conformaron con islas o territorios cuya tutela habían conseguido
conservar. En cambio, Gran Bretaña, no contenta con la India, Australia y Canadá, se
lanza a la lucha por el reparto de África: en 1882 consigue Egipto, en 1892 Sudán y
después de 1890 una buena parte de África oriental y Sudáfrica. En la misma época, el
control de Birmania, Malasia, el norte de Borneo, las islas Fiyi y las Nuevas Hébridas le
otorga el papel político y comercial más importante en el sudeste asiático, hasta China.
Francia y Alemania no pierden ninguna oportunidad de desembarcar en las costas
africanas todavía libres, en Madagascar (1895), en Asia, en Indochina y en los
archipiélagos del Pacífico. Italia se establece en África oriental (1889) y después en
África del norte, en Libia, el último rincón que no fuera inglés o francés. A finales de
siglo, Estados Unidos y Japón se añadieron a la carrera por el reparto del mundo.
Existieron distintos métodos de expansión política y económica en estos territorios,
con mayor o menor respeto por la autoridad del gobierno nacional, pero los resultados
fueron idénticos: el paso de toda la economía del país colonizado o «protegido»
(protectorado de Túnez) a control de uno o varios Estados extranjeros. Los nuevos
territorios colonizados suponían tierras y yacimientos que explotar, soldados que alistar
y millones de nuevos consumidores de sus productos a los países colonizadores.
Se pueden distinguir dos tipos de colonias:

a) Los territorios vacíos o casi vacíos (Australia, oeste de Estados Unidos, Alaska,
Siberia): son todavía «colonias» en el sentido latino de la palabra, es decir, anexos
a la metrópoli, tierras en las que se puede instalar el excedente de su población. La
metrópoli traslada allí sus propias formas de vida casi por completo. (No hay nada
más británico que Nueva Zelanda ni más norteamericano que California.) La
colonización culmina en una integración y conduce a una asimilación profunda de
la metrópoli.
b) Las regiones en donde están arraigadas antiguas civilizaciones, con poblaciones
relativamente densas (India, África del norte, Indonesia, Vietnam) que, aunque se
encuentren técnicamente atrasadas, son más difíciles de asimilar.

Por algunas décadas, estos países tan distintos tienen en común el estar sometidos
casi por completo a dos o tres grandes potencias, tanto por la conquista armada

71
(colonización) como por la financiera. En estas décadas (1880-1914) Europa Occidental
ejerce una supremacía clara sobre el resto del planeta.
En general, fue Gran Bretaña la que consiguió un imperio más extenso, así como un
dominio marítimo mundial indiscutible que se apoyaba en numerosas bases
estratégicamente distribuidas y en la mayor red existente de cables telegráficos
submarinos. En 1909 un 20% del territorio del planeta pertenecía a Gran Bretaña, y en él
vivía el 25% de la población mundial. Los territorios del Imperio se dividían en
dominios (Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica), que tenían un nivel de
autogobierno importante, y colonias propiamente dichas. De estas últimas la más
importante fue la India, en donde estaban presentes desde dos siglos antes y que era
administrada por la East India Company hasta las revueltas de 1857 provocadas por la
dura explotación a que sometía esta compañía. A partir de este momento su
administración fue transferida al gobierno y tras la apertura del Canal de Suez (1859-
1869) la importancia de la India aumentó considerablemente. Inglaterra introdujo
sistemas administrativos y estructuras económicas europeas, construyó un denso
ferrocarril y mejoró la agricultura (básicamente la destinada a la exportación: té, tabaco,
azúcar, en detrimento de la dedicada a la subsistencia, lo que llegó a provocar
hambrunas), pero las culturas eran muy distintas y hubo un choque importante de
tradiciones. En especial cuando la tradicional producción algodonera india fue sustituida
por la inglesa, de modo que el país asiático se convirtió en el principal mercado inglés
conforme éste fue perdiendo otros mercados. La India también aportó numerosos
impuestos derivados de su comercio con otras zonas asiáticas (en especial comercio de
opio). A finales del XIX disponía, no obstante, de unas industrias textil, del hierro y el
acero prósperas a manos de unas élites locales educadas frecuentemente en la propia
Inglaterra.
El segundo imperio por extensión fue el francés, que a excepción de Indochina y
algunas islas del Pacífico o el Caribe estuvo básicamente centrado en África. En Argelia
se establecieron numerosos colonos que expandieron los cultivos y protagonizaron
muchas veces choques con la población autóctona. Este país, junto con Túnez y
Marruecos, atrajeron la mayor parte del comercio colonial. En las zonas tropicales la
colonización se intentó a través de concesiones a compañías que se limitaron a expoliar
los recursos, como caucho o cacahuete, obteniendo grandes beneficios inmediatos pero
sin cumplir sus objetivos de construir infraestructuras.
Tanto Gran Bretaña como Francia construyeron imperios que pretendían ser globales
y con una estrategia definida. El resto de las potencias que llegaron más tarde se
contentaron con enclaves aislados, como sucedió con Alemania, Bélgica o Italia.
Portugal mantuvo una presencia, mientras que España no estuvo prácticamente
representada. A Estados Unidos, por su parte, que disponía de algunas zonas del Pacífico
(Hawái), la guerra con España de 1898 le proporcionó Filipinas y una amplia influencia
en Cuba y en América Latina, adonde trasladaron tropas para instalar y derribar

72
gobiernos.
Entre los factores que indujeron a los países europeos a desarrollar esta nueva
colonización, los económicos fueron importantes. A las colonias se envió a un buen
número de emigrantes, que vendieron una parte de su producción industrial y se
aprovisionaron de materias primas. No obstante, en el caso de muchas colonias la
motivación económica no está clara, ya que muchos territorios no tenían capacidad como
«mercado» de productos, máxime si consideramos que la mayor parte de las
exportaciones industriales tenían como destino en esta época los países industrializados.
También es difícil sostener que el objetivo de estas colonizaciones fuese abrir zonas de
inversión y dar salida al volumen de capital que no podía invertirse en las metrópolis,
pues dicha inversión fue escasa a excepción del caso británico, que en cualquier caso la
realizó en sus dominios (con población británica) y no en las colonias, con la única
salvedad de la India.
Por eso, lo más importante era la búsqueda de materias primas y alimentos. La 2RT
exigía nuevas materias primas como el cobre, el estaño, el caucho o los fosfatos para
abonos, a lo que se añadía el aumento en el continente de la demanda de algodón y
alimentos destinados a una población con cierta capacidad adquisitiva (café o frutas
tropicales).
Lo cierto es que hubo motivaciones económicas, pero también políticas, de relaciones
geoestratégicas, de equilibrio entre las grandes potencias. Francia ocupó Túnez en 1882
simplemente para que no cayera en manos de Italia, lo que habría alterado la relación de
fuerzas en el Mediterráneo. En el caso de Italia o de Alemania, su tardía unificación les
llevó a buscar una expansión colonial que les situase a la altura de otros países europeos,
al margen de que promovieran estos proyectos como una causa nacional que incentivara
la unificación.
Por último, la herencia del colonialismo ha sido uno de los argumentos señalados
entre las causas de la persistencia del subdesarrollo en amplias zonas del mundo. Aunque
es difícil realizar un balance global, ya que las condiciones geográficas y culturales, la
dotación de factores y el marco institucional y la historia previa han sido tan diferentes
en todo el ámbito colonial, así como los modelos colonizadores implantados, la
existencia en algunos imperios coloniales de lo que en la nueva economía institucional
llaman «instituciones extractivas» (Acemoglu y Robinson, 2012), esto es, aquellas
formas de organización y gobierno que han promocionado un modelo depredador de
explotación de la población y del territorio por parte de las élites coloniales y locales, ha
podido ser un factor que frenase, incluso a largo plazo, las perspectivas de escapar del
«círculo de la pobreza». Esto ha sido particularmente visible en el continente africano.
Sin embargo, países que actualmente se incorporan al grupo de las llamadas «economías
emergentes» (como China, India o Brasil), u otros del Lejano Oriente, parecen haberse
desprendido de la rémora de un pasado colonial.

73
ANEXO

CUADRO A.2.1

Principales indicadores económicos en diferentes casos nacionales (1820-1913)

1820 1850 1880 1900 1913


Población (miles) 3.434 4.449 5.541 6.719 7.666
PIB per cápita (dólares Geary-Khamis de 1.319 1.847 3.065 3.731 4.220
1990)

Bélgica Depósitos bancarios (mill. francos belgas) — — 537 1.128 2.335


Acero (miles de toneladas) — — 132 655 2.403
Ferrocarril (km) — 854 4.112 4.562 4.676
Electricidad (gigavatios/hora) — — — — 1,20
Población (miles) 31.250 36.350 39.045 40.598 41.463
PIB per cápita (dólares Geary-Khamis de 1.135 1.597 2.120 2.876 3.485
1990)

Francia Depósitos bancarios (mill. francos) — — — 4.500 11.400


Acero (miles de toneladas) — — 389 1.565 4.687
Ferrocarril (km) — 2.915 23.089 38.109 40.770
Electricidad (gigavatios/hora) — — — 0,34 1,80
Población (miles) 24.905 33.746 43.500 54.388 65.058
PIB per cápita (dólares Geary-Khamis de 1.077 1.428 1.991 2.985 3.648
1990)

Alemania Depósitos bancarios (mill. marcos) — 6 529 3.742 10.606


Acero (miles de toneladas) — — 690 6.461 17.609
Ferrocarril (km) — 5.856 33.838 51.678 63.378
Electricidad (gigavatios/hora) — — — 1,00 8,00
Población (miles) 20.176 24.460 29.534 33.672 37.248
PIB per cápita (dólares Geary-Khamis de 1.117 1.350 1.581 1.785 2.564
1990)

Italia Depósitos bancarios (mill. liras) — — — — 2


Acero (miles de toneladas) — — 3 116 934
Ferrocarril (km) — 620 9.290 16.429 18.873
Electricidad (gigavatios/hora) — — — 0,14 2,00
Población (miles) 12.203 14.894 16.859 18.566 20.263

74
PIB per cápita (dólares Geary-Khamis de 1.008 1.079 1.646 1.786 2.056
1990)
España Depósitos bancarios (mill. pesetas) — — 175 246 381
Acero (miles de toneladas) — — 49 199 242
Ferrocarril (km) — 28 7.491 13.205 15.351
Electricidad (gigavatios/hora) — — — 0,19 0,50
Población (miles) 21.239 27.181 34.623 41.155 45.649
PIB per cápita (dólares Geary-Khamis de 1.706 2.330 3.477 4.492 4.921
1990)

Reino Unido Depósitos bancarios (mill. libras) — — 495 839 1.064


Acero (miles de toneladas) — — 1.316 4.980 7.787
Ferrocarril (km) — 9.797 25.060 30.079 32.623
Electricidad (gigavatios/hora) — — — 0,10 2,50
Población (miles) 9.981 23.580 50.458 76.391 97.606
PIB per cápita (dólares Geary-Khamis de 1.257 1.806 3.184 4.091 5.301
1990)
Estados Depósitos bancarios (mill. dólares) — 146 2.222 4.345 9.249
Unidos
Acero (miles de toneladas) — — 1.267 10.352 31.803
Ferrocarril (km) — 14.518 150.091 311.160 401.977
Electricidad (gigavatios/hora) — — — 5,97 24,75
Población (miles) 31.000 32.000 36.807 44.103 51.672
PIB per cápita (dólares Geary-Khamis de 669 679 863 1.180 1.387
1990)

Japón Depósitos bancarios (mill. yenes) — — — 27 192


Acero (miles de toneladas) — — — 1 17
Ferrocarril (km) — — 122 5.858 11.250
Electricidad (gigavatios/hora) — — — 0,03 0,15

FUENTE: elaboración propia a partir de http://www.ggdc.net/maddison/Maddison-project/home.htm y Mitchell


(1993, 1998 y 2003).

75
3
Desintegración económica y crisis financieras
(1918-1939)
Juan Manuel Matés Barco

3.1. UNA PERSPECTIVA GENERAL DE LA ECONOMÍA


OCCIDENTAL (1918-1939)

El siglo XX ha destacado por las dramáticas convulsiones que se han sucedido a lo


largo de la centuria. Cabe destacar las dos guerras mundiales —de gran crudeza y
destrucción— y varias crisis económicas. La etapa del «período de entreguerras» (1918-
1939) abarca propiamente desde el final de la Primera Guerra Mundial hasta el comienzo
de la Segunda. En esta etapa, junto a los propios derroteros que padecieron los diversos
países del mundo occidental durante las décadas de 1920 y 1930, se sucedieron dos
acontecimientos que resaltan sobremanera: la crisis de 1929 y el nacimiento de la Unión
Soviética.
El estallido de la Primera Guerra Mundial rompió el equilibrio internacional de los
primeros años del siglo XX. Hasta 1914 la rivalidad política de las grandes potencias no
había generado tensiones de tanto alcance y gravedad. Sin embargo, a partir de ese año
los acontecimientos sobrepasaron ampliamente la actitud de políticos y gobernantes.
Tras una aguda crisis posbélica seguida de una corta depresión en 1920, los países
industrializados de Occidente se beneficiaron de una etapa de expansión que se alargó
hasta 1929. La vida política, social y económica se había debilitado en Europa y algunos
países estaban al borde de la quiebra en los primeros años de la posguerra. El desarrollo
de estos años fue muy desigual. Gran Bretaña padeció una delicada situación tras la
experiencia deflacionista de 1925, que provocó la vuelta al patrón oro; Francia sufrió una
tremenda inestabilidad, y Alemania se encontraba anegada por una terrible
hiperinflación. Los «felices veinte» se asentaban en una fragilidad que la ignorancia hizo
pasar por alto.
La crisis estalló en octubre de 1929 con el hundimiento de la Bolsa de Nueva York.
La depresión se extendió rápidamente por todo el mundo. El paro generalizado afectó a
casi todos los países, y la economía interior y los intercambios comerciales se
desplomaron de forma fulminante. El liberalismo tradicional quedó en entredicho y se

76
habló de una «profunda crisis del capitalismo». La sacudida resultó muy grave para el
sistema capitalista por cuanto en esos mismos años el mundo entero fue testigo de los
primeros pasos de una economía colectivista, que se estaba asentando en la Unión
Soviética.
Entre 1929 y 1932 se vivió una de las peores depresiones de la historia. El estado de
la ciencia económica no ayudó a resolver el problema, y las decisiones que adoptaron los
gobiernos fueron en general bastante equivocadas. Las políticas tendieron a ser de
naturaleza proteccionista, diseñadas para aislar las economías nacionales del «contagio»
exterior. Los intentos de cooperación internacional fracasaron en la Conferencia de
Londres de 1933. Cada país evitaba la «contaminación exterior» y procuraba «exportar
su paro» mediante políticas proteccionistas. Es el caso de Estados Unidos, que impuso
unos aranceles elevadísimos. En esta coyuntura se extendió la depresión y ésta se
propagó más rápidamente, sobre todo por el peso de la economía estadounidense en el
resto del mundo. En 1929, el 40% de la producción manufacturera mundial estaba
localizada en los Estados Unidos, sus importaciones representaban el 12% del total
mundial mientras que sus exportaciones suponían el 15,8% del total.
La mejoría de 1933 poco tuvo que ver con los programas de recuperación de los
gobiernos, aunque algunos promovieron planes ambiciosos para levantar la economía. El
restablecimiento fue muy lento y desigual, especialmente en términos de creación de
empleo, hasta el punto de que en vísperas de la Segunda Guerra Mundial todavía había
un buen número de países con una economía muy depauperada. Esta precaria situación
desembocó en las políticas de rearme, que no sólo fueron un peligro para la paz mundial
sino también un campo bien abonado donde prosperó el fascismo.

3.2. LAS CONSECUENCIAS ECONÓMICAS DE LA PAZ

A lo largo del siglo XIX el continente europeo conoció un importante desarrollo


económico. Sidney Pollard (1991) ha señalado que este proceso se aprecia como un
fenómeno general que trasciende las fronteras nacionales, aunque se diera de manera
más relevante en Europa y América del Norte. Las tasas de crecimiento económico
fueron modestas y muy desiguales de unos países a otros, pero destacaron especialmente
en Gran Bretaña, Francia, Alemania, Bélgica y Holanda. La guerra de 1914-1918 fue el
dramático precedente de la Segunda Guerra Mundial. Para todos aquellos que fueron
testigos y pudieron contemplar el elevado número de bajas, o los niveles de destrucción
que provocó este acontecimiento, supuso una conmoción tan fuerte que la denominaron
la «Gran Guerra».
Una vez alcanzada la paz, los problemas económicos, lejos de resolverse, se puede
decir que se agudizaron por dos motivos esenciales. En primer lugar porque la paz
generó una creciente inestabilidad financiera y monetaria y, en segundo, porque estimuló

77
cierto nacionalismo económico. El más conocido de los tratados fue el de Versalles, en
el que se establecía la paz con Alemania. A parte de las compensaciones territoriales de
regiones como Alsacia y Lorena, el tratado permitió la ocupación francesa de la cuenca
hullera del valle del Sarre durante 15 años y la cesión de zonas de Prusia y parte de la
Alta Silesia —rica en yacimientos mineros— a Polonia. Pero los aspectos más
significativos, aparte de los ajustes fronterizos, se centraron en desposeer a Alemania de
gran parte de sus recursos mineros (hierro, cinc, carbón) y privarla del 13% de su tierra
cultivable, así como de las colonias que poseía en África y en el Pacífico. Por si fuera
poco, tuvo, además, que ceder su armada, la mayor parte de su flota mercante,
locomotoras, vagones, camiones, etc. En fin, una claudicación humillante y bastante
onerosa reflejada en la famosa cláusula del artículo 231 que recogía la «culpabilidad de
guerra» de los alemanes. En el fondo, los aliados trataban de justificar las reparaciones
que Alemania debía realizar en compensación por la destrucción causada por la guerra.
Pero los aliados no adoptaron una postura uniforme y nombraron una Comisión de
Reparaciones que debía redactar un informe para el 1 de mayo de 1921. John Maynard
Keynes, consejero económico de la delegación británica en el tratado de paz, anunció
desastrosas consecuencias para toda Europa si se mantenían las exigencias de las
reparaciones. Tras abandonar la delegación, por no estar de acuerdo con las medidas
adoptadas, expuso sus razonamientos en un conocido libro titulado The Economic
Consequences of the Peace, en el que recogió sus planteamientos. Estas ideas fueron
muy discutidas, pero el paso del tiempo confirmó sus dramáticas predicciones.
En el occidente europeo, algunos países adoptaron medidas muy restrictivas, como
aranceles proteccionistas y la prohibición de importar determinados productos. Otros
promovieron sus propias exportaciones mediante subvenciones. Gran Bretaña, defensora
del libre comercio, olvidó esta práctica manteniendo e incrementando los aranceles que
ya había establecido durante la guerra con el fin de lograr su financiación. Incluso
Estados Unidos impuso una legislación proteccionista muy restrictiva, promulgando
leyes como el Emergency Tariff Act (1921), que prohibía las importaciones de tintes
alemanes; la ley de aranceles Fordney-McCumber (1922), que contenía uno de los
niveles más elevados de toda la historia arancelaria americana, o el Arancel Smoot-
Hawley (1930), que llegó incluso a superar las tasas de la ley de 1922 y provocó la
reacción en cadena de otros países que respondieron aumentando sus aranceles contra los
productos estadounidenses. En definitiva, la práctica de un nacionalismo económico tan
exagerado, concretado en innumerables disposiciones proteccionistas, desembocó en la
ralentización de la producción y en el establecimiento de unos niveles de renta más bajos
de lo deseado.
Pero no sólo fue el nacionalismo económico el causante del derrumbamiento de la
economía internacional; tampoco hay que olvidar las alteraciones financieras y
monetarias, que tenían como telón de fondo el problema de las reparaciones de guerra.
Al final de la contienda, las deudas entre los países componentes del bloque aliado

78
superaban los 20.000 millones de dólares, cantidad que había sido prestada
principalmente por Estados Unidos y Gran Bretaña. Los dirigentes norteamericanos
consideraron los préstamos simples transacciones comerciales y se toparon con la
renuencia europea a liquidar estas imposiciones. Al manifestarse esta polémica en toda
su crudeza, emergió el problema de las reparaciones, ya que Gran Bretaña y Francia
exigían que Alemania les pagara no sólo los daños a civiles sino también una
indemnización que sufragara el importe total de la guerra. La cantidad que estimó la
Comisión de Reparaciones que debía pagar Alemania ascendía a 132.000 millones de
marcos de oro (unos 3.000 millones de dólares), más del doble de la renta nacional
alemana. El precario estado de la economía internacional, unido a la presión que sufrió
Alemania para realizar los pagos, provocó una inflación incontrolada que desembocó en
la desastrosa situación de noviembre de 1923, cuando un dólar alcanzó al cambio el
valor de 4,2 billones (¡con b!) de marcos. Un marco tenía menos valor que el papel en el
que estaba impreso. La inflación no se produjo solamente en Alemania, sino que se
extendió a otras naciones como Bulgaria, Austria o la misma Francia. Esto condujo a la
propia Sociedad de Naciones a adoptar unas medidas de estabilización que lograron sus
objetivos hacia 1926. Aunque discutidas, las predicciones de Keynes sobre la crisis de la
economía internacional parecían estar confirmándose. Para rehacer la situación, se
otorgó un préstamo internacional a Alemania de unos 800 millones de marcos, además
de rebajar los pagos anuales de las reparaciones. Este préstamo, procedente en su mayor
parte de Estados Unidos, posibilitó que Alemania reasumiera el pago de las reparaciones
y obtuviera las divisas necesarias para modernizar su industria.

3.3. INESTABILIDAD E INCERTIDUMBRE EN LA DÉCADA DE 1920

Los períodos de guerra tienen una gran influencia en la actividad económica. La


depresión posbélica fue bastante profunda pero muy breve. Le sucedió una etapa de
expansión más larga que duró hasta 1929, al menos en Estados Unidos, y que se puede
considerar la cumbre de la prosperidad americana y mundial. La economía
norteamericana aprovechó el impulso que las exigencias de la guerra imponían a la
producción industrial, tanto entre 1914 y 1919 como entre 1939 y 1945. Estados Unidos
salió reforzado de la Primera Guerra Mundial. En los años siguientes se convirtió en el
primer país exportador de bienes y servicios, así como en el principal inversor de capital
en otros países.
Mientras tanto Europa tenía que reconstruir sus ruinas. Para colaborar en esta tarea,
en 1919 el gobierno estadounidense creó la American Relief Administration (ARA), que
tenía el objetivo de prestar ayudas económicas a algunos países de Europa Central
amenazados por la crisis y el hambre. En 1939 las ayudas del ARA sumaban un total de
1.415 millones de dólares, que se habían concedido en divisas (29%), créditos (63%) y

79
donativos (8%). Con motivo de la crisis de 1929 los créditos no se reembolsarían jamás.
La situación de Europa, aunque bastante difícil por las necesidades de reconstrucción, no
era crítica. El problema esencial radicaba en la dificultad de transformar una economía
de guerra en una de paz. La desmovilización masiva del ejército podía provocar un gran
incremento del paro, pero el ahorro forzoso acumulado durante la guerra permitió
financiar las compras de bienes de consumo destinados a rehacer la economía familiar.
La fuerte demanda, especialmente en Gran Bretaña, facilitó contratar a esta masa ingente
de jóvenes desmilitarizados. Asimismo, la demanda de bienes de equipo y de bienes
intermedios aumentó debido al proceso de expansión inflacionista.
En 1920 y 1921 los datos muestran la gravedad de la crisis: la industria
manufacturada se redujo en Gran Bretaña un 30% y un 24% en Estados Unidos, y los
precios bajaron alrededor del 37%. La depresión fue profunda pero breve, y se constata
por el descenso de la demanda de bienes de consumo duradero. Varios factores
incidieron en la caída de la actividad económica. Por un lado, la normalización de los
intercambios internacionales y el aprovisionamiento de materias primas; y, por otro, las
políticas monetarias restrictivas desempeñaron un papel importante en esta tendencia. La
inestabilidad de 1920 es el prototipo de crisis de reconversión de una economía de guerra
a otra de paz. Francia también padeció serios desequilibrios en 1920, aunque no fueron
tan profundos como en Gran Bretaña y Estados Unidos. La reconstrucción impulsó la
demanda de bienes de equipo y frenó la depresión. La política presupuestaria y
financiera contribuyó al mantenimiento de la demanda global, ya que el equilibrio estaba
asegurado por los adelantos del Banco de Francia. Entre 1922 y 1929 se aprecia un
período de expansión aunque se perciben diferencias entre los países. Dos recesiones
menores en 1924 y 1927 suavizaron este avance económico. La década de 1920
contempla la reconstrucción monetaria internacional en el marco del famoso gold
exchange standard, cuyo fracaso en 1930 tuvo un papel relevante en la crisis mundial.
La inflación provocó hondas heridas en la sociedad europea, especialmente en
Alemania y Gran Bretaña. La calamitosa situación padecida por los alemanes, sobre todo
la clase media, los asalariados y los trabajadores, propició la inclinación de estos grupos
hacia políticos extremistas. Es sintomático que los nacionalsocialistas (nazis) y los
comunistas aumentaran su representación parlamentaria en el Reichstag en las elecciones
de 1924. La hiperinflación alemana surgió tras el alza de las divisas (baja del cambio),
que era más rápida que el alza de precios. En un segundo momento, el alza de los precios
lleva la delantera, pero las monedas extranjeras (dólar, libra, franco) fueron sustituyendo
al marco como medio de pago interior. La producción alemana se incrementó hasta
principios de 1923, por lo que el gobierno puso en marcha una política de estabilización
y aprobó la creación del rentenbank y del rentenmark. El rentenmark era una moneda
garantizada por la riqueza nacional, dotada de curso legal y con el mismo valor que el
marco-oro de antes de la guerra. Un rentenmark se cambiaba por un billón de marcos-
papel. La operación generó confianza en la moneda alemana y permitió la obtención de

80
un crédito en 1924 que facilitó la entrada de capitales extranjeros. En el Tratado de
Versalles, la Comisión de Reparaciones había establecido en 6.000 millones de libras
esterlinas la compensación que Alemania debía pagar por los daños causados durante la
guerra. Francia contaba con estos pagos para reconstruir las regiones devastadas y
equilibrar el presupuesto. Alemania, con su elevadísima hiperinflación, no podía hacer
frente a esas deudas, por lo que Francia ocupó la región del Rhur en enero de 1923. La
Comisión, presidida por el estadounidense Dawes, estableció que Alemania debía pagar
entre 50 y 150 millones de libras esterlinas, y el primer desembolso se haría gracias a un
préstamo internacional de 40 millones de libras.
Gran Bretaña sufrió una situación similar, y los problemas económicos adquirieron
especial relevancia durante la posguerra. Los británicos tuvieron que afrontar el reajuste
de su economía, excesivamente dependiente del comercio internacional, mientras
aumentaba la tasa de desempleo, que llegó a superar el 25% en los años siguientes a la
Gran Depresión de 1929. La política económica adoptada por sus gobernantes no fue la
más adecuada, y la iniciativa tomada en 1925 por el entonces ministro de Hacienda,
Winston Churchill, de volver al patrón oro resultó sumamente negativa. Las
repercusiones de esta medida fueron muy graves en el mundo laboral: los salarios se
redujeron de un modo considerable, especialmente en las minas del carbón, y
encaminaron a los mineros a la convocatoria de una huelga general que intentó hacerse
efectiva en mayo de 1926. Fue seguida por cerca del 40% de los trabajadores sindicados,
y aunque fue un conflicto pasajero, dejó una estela de enfrentamiento social que dificultó
la resolución de los graves problemas nacionales e internacionales que aquejaban a la
economía británica.
La industria textil británica experimentó un declive que trajo como consecuencia el
abandono de las exportaciones hacia los mercados tradicionales. En 1907 Gran Bretaña
exportaba casi el 90% de su producción total; sin embargo, en 1929 había caído al 73,7%
y en 1935 ya sólo suponía el 57,6%. Entre 1913 y 1937 los mercados de Extremo
Oriente (Hong Kong, China, India, Japón) experimentan un descenso del 90% de la
llegada de productos textiles británicos. Este retroceso se explica por el desarrollo de las
fibras artificiales y por la competencia de los productos japoneses. Idéntica situación se
aprecia en el carbón y en la siderurgia. Entre 1900 y 1937 las exportaciones de carbón
descienden del 19,5% al 16.5%; y en la siderurgia se pasó del 13,2% en 1913 al 8,3% en
1937.
En Francia la inflación no fue tan elevada como en Alemania, pero perduró hasta
1926. Las oscilaciones de los precios y las tremendas subidas y bajadas son muestra de
su inestabilidad económica. Entre 1914 y 1926 una libra esterlina pasó a cambiarse de
25,22 a 240 francos, y un dólar pasó de 5,18 a 49,22 francos. El gobierno de Poincaré
logró un descenso importante en la inflación y la economía francesa mejoró desde 1926
gracias a la coyuntura expansionista internacional y a la devaluación monetaria, que
facilitó las exportaciones. Aunque el índice de producción industrial decayó en estos

81
años, fue manifiesto el incremento de los bienes manufacturados.
Estados Unidos experimentó una fuerte expansión económica hasta 1929. Desde 1922
se aprecia un desarrollo espectacular de la construcción, la industria del automóvil y la
electricidad. La industria del automóvil incrementó su producción (33%) y generó una
expansión de las explotaciones petrolíferas, el acero, el caucho y la construcción de
infraestructuras como las carreteras. La fabricación de aparatos eléctricos multiplicó la
producción eléctrica. El paro descendió hasta el 2% y la producción total de productos
manufacturados aumentó cerca del 50%. La prosperidad estadounidense se propaga al
resto del mundo a través de las importaciones y los préstamos al exterior.
La evolución de las inversiones internacionales en esta etapa muestra actuaciones
poco racionales. Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos ocupaban los primeros puestos
en inversión realizada en países extranjeros. Nueva York se erigió en el nuevo centro
financiero y el comportamiento de las inversiones fue extremadamente arriesgado. Los
prestamistas estadounidenses inundaron Europa y buena parte del mundo de inversiones
inseguras y especulativas. En el fondo, Estados Unidos prestaba capitales a Europa para
que los europeos «comprasen» productos americanos. Era un modo de financiar las
exportaciones utilizando una práctica empleada profusamente por los británicos en el
siglo XIX. La diferencia radicaba en que las empresas y banqueros estadounidenses
forzaron esa actividad prestamista. Estas operaciones, al aumentar la renta y el consumo
de los países extranjeros —cada vez más dependientes de una fuente continua de divisas
—, hicieron inevitable el estallido de una situación que era insostenible.
A pesar de todo, la mayor parte de Europa experimentó un relativo adelanto, y, desde
1924, los «felices veinte» mostraron su cara de optimismo y prosperidad económica.
Hay que tener presente que gran parte de las reparaciones por los daños de guerra se
habían llevado a cabo, lo que facilitó la resolución de los problemas más inmediatos de
la posguerra. De cualquier manera, la base de esa prosperidad era tan quebradiza que
1929 mostró de la forma más cruda cómo el progreso de los últimos años había sido un
espejismo.

3.4. LA CRISIS DE 1929 Y SUS EFECTOS EN LA ECONOMÍA


MUNDIAL

Ninguna de las crisis económicas de la historia en los últimos siglos tuvo el alcance
de la acaecida en 1929. Sobre todo el «crac del veintinueve» es significativo por su
amplia repercusión mundial, cuestión que se vio favorecida por la importancia que en
aquellos momentos tenía Estados Unidos en la economía internacional. La excepción
fueron aquellas economías que por su precariedad o por su sistema económico estaban
desligadas del sistema capitalista. De cualquier forma, ni en todas las naciones comenzó
la crisis al mismo tiempo, ni tuvo la misma magnitud ni su duración fue idéntica. Estos

82
hechos, como advierte Morilla Critz, permiten vislumbrar dos cuestiones básicas para
entender los embates que padeció la economía internacional: 1) «las semillas de la crisis
se hallaban diseminadas por muchas partes» y 2) «a partir de un momento (que se sitúa
en 1929), se puso en marcha una reacción en cadena, que fue amplificando y
extendiendo la crisis de unos sectores a otros, y de unas partes a otras del mundo».

3.4.1. Causas y desarrollo de la crisis

El proceso de la crisis de 1929 ha sido bien descrito por numerosos estudiosos del
tema, pero el análisis de las causas continúa siendo motivo de discusiones y debates.
Sobre todo la complejidad estriba en explicar la gravedad, profundidad y extensión de la
posterior depresión económica. La historia económica ha mostrado que el sistema
capitalista presenta un comportamiento cíclico que ha sido descrito de manera diferente
según las respectivas escuelas de pensamiento económico.
En Estados Unidos se habían detectado serios problemas económicos desde años
antes del estallido de la crisis. Incluso Alemania, segundo epicentro del conflicto, ya
comenzó a experimentar graves dificultades a finales de 1928. La economía de muchos
países se deterioró de forma alarmante hasta 1933, con una particular contracción del
comercio internacional y del sector industrial. La gravedad y duración de la crisis han
sido de las más espectaculares del sistema capitalista. En lo referente a las causas que la
provocaron, es relativamente fácil enunciarlas, aunque más dificultad provoca intentar
dilucidar la importancia de cada una de ellas. La bibliografía sobre el tema es
innumerable, y las explicaciones sobre su origen adquieren un tono inabarcable, aunque
se pueden sintetizar en cinco cuestiones. En primer lugar, el desequilibrio existente en el
sistema monetario internacional. En segundo, los cambios estructurales producidos en la
década de 1920, especialmente la disminución de la flexibilidad del mercado de
productos. La tercera cuestión hace referencia al papel que desempeñó la Bolsa de
Nueva York. La cuarta, la restrictiva política monetaria de Estados Unidos y Alemania,
que provocó el pánico financiero, las quiebras en cadena y la deflación. Y, por último, la
crisis se transmitió al resto del mundo por falta de coordinación, la caída de los precios y
los mecanismos del patrón oro.
Es preciso señalar los problemas estructurales que la economía heredó del siglo XIX,
especialmente el desequilibrio industrial existente en Estados Unidos y la evolución
desfavorable de los precios agrícolas en relación con los industriales. En los años
anteriores al crac, se produce un desinterés por la reinversión en actividades industriales,
de manera que sustanciosas cantidades se canalizan hacia la especulación en la Bolsa. En
esta línea cabe resaltar la extraordinaria fiebre especulativa que se aprecia en la Bolsa de
Nueva York a lo largo de la década de 1920. En estos años experimentó una subida
espectacular que, en algunos momentos, provocó un ambiente de especulación
desaforada y protagonizó una de las etapas especulativas más extraordinarias. El índice

83
de cotizaciones pasó de 100 en 1926 a 216 en 1929. El alza de la Bolsa no correspondía
al aumento de la productividad sino que más bien era el resultado de un proceso
desmedido de especulación, no sólo por las grandes corporaciones empresariales sino
también por el pequeño y mediano inversor. La fiebre inversora provenía de un afán
exagerado de lograr un incremento de capital y no estaba asentada en la atracción que
podían ofrecer los buenos dividendos de una compañía rentable. De este modo se
desencadenó una espiral en la que el alza llamaba a una permanente elevación.
Los bancos neoyorquinos prestaban a corto plazo a un interés del 12% cuando ellos
obtenían préstamos de la Reserva Federal al 5%. Incluso los agentes de cambio
prestaban a sus clientes tomando como garantía los propios títulos comprados. Las
compras de acciones se solían realizar cobrando sólo el 10% del valor que se adquiría, es
decir, los agentes de Bolsa adelantaban a los compradores el 90% del valor de las
acciones y para ello se veían obligados a solicitar un préstamo. Más concretamente, los
créditos que obtuvieron los brokers pasaron de unos 3.200 millones en 1925 a cerca de
7.000 millones de dólares en 1929, datos suficientemente ilustrativos de cuál era la
efervescencia existente en los negocios. Pero la especulación estaba condenada al
fracaso si la cotización de los valores no guardaba relación con la producción y los
beneficios, y Estados Unidos comenzaba a palpar esta regresión. El producto nacional
bruto estadounidense comenzó a descender en los primeros meses de 1929; un sector tan
dinámico y en expansión como el de la fabricación de automóviles inició su marcha
atrás: en marzo la producción alcanzaba la cifra de 622.000 vehículos y seis meses
después disminuía a 416.000 (cuadro 3.1).

CUADRO 3.1

Créditos a los corredores de Bolsa, según su origen, 1927-1929 (en millones de dólares)

Fecha Bancos de Nueva York Bancos de fuera de Nueva York Otros Total
31 de diciembre de 1927 1.550 1.050 1.830 4.430
30 de junio de 1928 1.080 960 2.860 4.900
31 de diciembre de 1928 1.640 915 3.885 6.440
30 de junio de 1929 1.360 665 5.045 7.070
4 de octubre de 1929 1.095 790 6.640 8.525
31 de diciembre de 1929 1.200 460 2.450 4.110

FUENTE: Charles P. Kindleberger (1985): Historia económica mundial del siglo xx. La crisis económica, 1929-
1939, vol. 4. Barcelona: Crítica, p. 131.

En el verano de 1928 los bancos e inversores estadounidenses comenzaron a

84
restringir la compra de obligaciones alemanas y de otros países. La finalidad era invertir
sus fondos a través de la Bolsa de Nueva York, que comenzó a dispararse de forma
notoria. En estos meses de alzas especulativas, muchas personas de modesta situación
económica se lanzaron a comprar acciones mediante la solicitud de créditos. Por su
parte, Europa —a finales del verano de 1929— comenzaba a sentir la disminución de las
inversiones americanas en el extranjero. Además, la economía estadounidense estaba
experimentando un estancamiento. El producto nacional bruto de Estados Unidos
alcanzó su máximo en el primer cuarto de 1929 para después ir bajando de forma
gradual y progresiva. Una industria tan importante como la automovilística descendió la
producción cerca del 40% entre marzo y septiembre de ese mismo año. La bomba estaba
preparada, sólo faltaba que estallara.
Este panorama era inaguantable a corto plazo, pero las autoridades monetarias no
sabían o no querían terminar con esta situación. Galbraith ha demostrado que los grandes
dirigentes y economistas de la época no eran conscientes de la gravedad en la que se
encontraba la economía. Desde el presidente de la Reserva Federal hasta prestigiosos
economistas de la Universidad de Harvard, todos hablaban de la excelente salud de la
industria estadounidense y de la irrelevancia de los préstamos de los brokers. A su vez,
sostenían que nada podía «parar el alza de las cotizaciones» y mostraban que la posición
«de los mercados es satisfactoria» y que el valor de las acciones «tiene una base sana
dada la prosperidad» de Estados Unidos. Para estos «eruditos economistas», las
cotizaciones de la Bolsa «habían alcanzado un valor permanente» (cuadro 3.2).

CUADRO 3.2

Bolsa de Nueva York (1913-1929): Índice de las cotizaciones de las acciones (1935-1936 = 100)

Años Índice general Valores industriales Ferrocarriles Servicios públicos


1913 71 40 240 90
1921 58 47 164 68
1924 77 63 204 92
1925 95 80 238 111
1926 106 90 265 117
1927 (junio) 122 103 316 135
1927 (diciembre) 141 122 336 149
1928 (junio) 153 134 336 173
1929 (septiembre) 238 195 446 375

FUENTE: José Morilla Critz (1991): La crisis económica de 1929. Madrid: Pirámide, p. 119.

85
El freno a la situación se produjo en octubre de 1929, pero, a pesar de su brutalidad,
llegó por etapas. La crisis se manifestó el 24 de octubre, «el jueves negro», al ofrecerse
cerca de 13 millones de títulos sin casi ninguna demanda. Los bancos intervinieron con
el fin de parar la caída y consiguieron restablecer brevemente la confianza. Al final del
«jueves negro» el descenso de las cotizaciones se encontraba entre los 12 y los 25
enteros. El lunes 28 de octubre comenzó el hundimiento sin posibilidad de rescate
alguno. Ese día salieron a la venta un total de 9.250.000 acciones. Las acciones
industriales bajaron 49 puntos y los banqueros no estaban dispuestos a la compra de más
valores. El 29 de octubre —«el martes negro»— el pánico provocó una nueva avalancha
en la venta de acciones en la Bolsa (33 millones de títulos) que desembocó en una caída
terrible del valor de éstas (cuadro 3.3).

CUADRO 3.3

Precios de las acciones en mercados seleccionados, de septiembre a diciembre de 1929 (índices mensuales
calculados sobre distintas bases)

1929 Bélgica Canadá Francia Alemania Holanda Suecia Suiza Reino Unido EE.UU.
Septiembre 112 316 526 125 118 167 239 144 216
Octubre 98 255 496 116 113 162 221 135 194
Noviembre 92 209 465 112 98 155 212 121 145
Diciembre 79 210 469 107 100 154 215 121 147

FUENTE: Charles P. Kindleberger (1985): Historia económica mundial del siglo xx. La crisis económica, 1929-
1939,vol. 4. Barcelona: Crítica, p. 141.

El índice Dow Jones de la Bolsa de Nueva York muestra que entre septiembre de
1929 y enero de 1933 los valores de 30 compañías bajaron una media de 364,9 a 62,7
dólares por acción. Los 20 títulos de la deuda del Estado pasaron de 141,9 a 28 dólares, y
la cotización de 20 compañías de ferrocarriles bajó de 180 a 28,1 dólares. Entre octubre
de 1929 y julio de 1933 —fondo de la depresión— el valor total del capital negociado
disminuyó 74.000 millones de dólares. Este último año, la renta nacional de Estados
Unidos no alcanzó los 40.000 millones de dólares.
A pesar del desastre, pocos días después de estos sucesos todavía resonaban voces
afirmando que «la actual recesión de la Bolsa y de los negocios no es un signo precursor
de una depresión». O que era improbable repetir un trance tan grave como el de 1920-
1921. E incluso que la «recuperación tendrá lugar en primavera [de 1930] y se
consolidará en otoño». La falta de perspectiva hacía presagiar que la industria se
encontraba por el camino del restablecimiento. Estas declaraciones muestran la nula
conciencia de la gravedad del problema, tanto entre los dirigentes políticos como entre

86
los «sesudos economistas» de la época, así como la incapacidad para encontrar
soluciones adecuadas para salir de la crisis.
La quiebra de la Bolsa no fue la causa de la «gran recesión», pero sí el pistoletazo
que señaló la carrera hacia el descenso de la producción y el aumento del desempleo. El
paro se convirtió en una de las manifestaciones más claras de la crisis: en otoño de 1932
había cerca de 6 millones de parados en Alemania, Inglaterra rondaba los 3 y Estados
Unidos llegaba a los 12 millones (gráfico 3.1). Otro efecto inmediato fue la quiebra de
más de cinco mil bancos en Estados Unidos. La fragmentación de la estructura bancaria
era uno de los puntos débiles de la economía estadounidense. Es curioso observar que se
tardó varios meses en atisbar la «gravedad» de la situación. No sólo existía el problema
del fácil acceso al crédito, sino también hay que anotar los errores cometidos por las
autoridades en política monetaria, especialmente las actuaciones de la Reserva Federal, a
la que Galbraith (1993) describe como un «órgano de una incompetencia estrepitosa».
Han pasado muchos años y los estudiosos del tema no se han puesto de acuerdo sobre
cuáles fueron las causas más determinantes que originaron la recesión. Para unos fueron
principalmente monetaristas; para otros, en cambio, radicaron en la caída del consumo y
de las inversiones y su extensión a toda la economía. Nuevos argumentos se han añadido
en los últimos años: la inestabilidad de la agricultura, la Primera Guerra Mundial y la
aplicación de los tratados de paz, la quiebra del patrón oro, la interrupción del comercio
y las políticas nacionalistas de toda la década.

Gráfico 3.1. Tasa de paro en Europa y Estados Unidos (1920-1938). [FUENTES: J. Morilla Critz (1991): La crisis
económica de 1929. Madrid: Pirámide, p. 132; A. Moddison (1991): Historia del desarrollo capitalista. Sus

87
fuerzas dinámicas. Barcelona: Ariel, y V. Zamagni (2001): Historia económica de la Europa contemporánea.
Barcelona: Crítica.]

3.4.2. Las repercusiones y expansión de la crisis

La complejidad de la crisis, la amplitud de sus repercusiones y la diversidad de


situaciones dificultan analizar con detalle las múltiples causas de la depresión posterior.
Una de las primeras cuestiones que han señalado los estudiosos del tema ha sido el error
de la ortodoxia liberal. La ciencia económica aportó escasas soluciones y el excesivo
conservadurismo impidió la adopción de políticas económicas acordes con la situación.
En cuanto a los factores estructurales, destacó el peso creciente de la economía de
Estados Unidos en el resto del mundo, que facilitó la «rápida exportación» de la
depresión. El cese de las exportaciones de capitales afectó a un buen número de países,
especialmente Alemania y naciones de América Latina.
Las medidas proteccionistas (aranceles y restricciones cuantitativas) apresuraron el
descenso del comercio exterior. Los Estados pretendían lograr un cupo importante de
exportaciones, pero importando lo menos posible. De este modo se llegaba a la parálisis
comercial. Las políticas de «arruinar al vecino» —propias del mercantilismo practicado
en el siglo XVII— se adoptaron de nuevo y provocaron serios problemas a la economía
mundial. Gran Bretaña y los países de la Commonwealth aliviaron el duro trance de la
depresión con la práctica del sistema de «preferencia imperial».
Otro de los factores que facilitó el embotamiento de las relaciones internacionales fue
el hundimiento del sistema monetario internacional. El abandono del patrón de cambios
basado en el oro (gold exchange standard) afectó a los medios de pago internacionales y
a las instituciones monetarias. La debilidad de la liquidez monetaria trajo consigo la
dificultad para financiar los intercambios. El sistema monetario internacional, que había
entrado en crisis durante la Primera Guerra Mundial, hizo perder su protagonismo a
Londres. Entre 1918 y 1930, la pugna de esta ciudad con Nueva York por el liderazgo
financiero internacional generó muchos problemas a la estabilidad económica. En buena
medida el fracaso del patrón de cambios oro fue resultado de esta contienda y una de las
consecuencias de la crisis de 1929, pero el desmoronamiento del sistema monetario
internacional se convirtió en una nueva causa que agravó la depresión de los años
siguientes.
Los aspectos financieros de la crisis alcanzaron dimensiones dramáticas y mostraron
la necesidad de crear organismos internacionales que ordenaran las relaciones entre los
países. Las condiciones de los bancos comenzaron a empeorar en la primavera de 1931.
Entre mayo y junio el Reichsbank alemán perdió la mitad de sus reservas de oro. Estados
Unidos tuvo que prestar ayuda a Alemania concediendo una moratoria en el pago de las
reparaciones y deudas de guerra, pendientes todavía desde 1918. Las sacudidas de la
banca alemana propagaron sus consecuencias por el resto de Europa. El Banco de

88
Inglaterra, que poseía unas reservas modestas de oro, se vio acosado por la demanda de
otras entidades y provocó una crisis de gobierno que se saldó con la entrada de nuevos
ministros. El naciente gobierno dispuso la disminución de los gastos y el aumento de los
impuestos con el objetivo de equilibrar el presupuesto. Gran Bretaña, auspiciada por
diversos conflictos propios del momento, se vio abocada a salir del patrón oro, lo que
produjo un cúmulo de repercusiones muy negativas en los países que no lo abandonaron,
que fueron la gran mayoría (cuadro 3.4). El ajuste de la política monetaria que realizó
Estados Unidos causó la quiebra de un elevado número de bancos. Entre 1929 y 1933, de
los 26.000 bancos americanos existentes, cerraron sus puertas unos 11.000. Todo ello
suscitó un fuerte proceso deflacionario. Francia fue el único país europeo que escapó de
la crisis financiera. Las cuantiosas reservas de oro (cerca del 25% del stock mundial) le
permitieron resistir sin excesivos agobios. Su principal problema era no perder excesivo
valor al librarse de las reservas en libras esterlinas, que se encontraban muy devaluadas.
Sin embargo, la recuperación económica tardó bastantes años. La depresión posterior a
la crisis de 1929 fue muy profunda, se mostró en toda su crudeza hasta 1932 y su
repercusión abarcó al mundo entero. La disminución de la actividad económica en
Estados Unidos tuvo unas connotaciones gravísimas: la producción industrial se redujo a
casi la mitad y la de bienes de equipo disminuyó en un 75%. A nivel mundial la
inversión se redujo en un 55%.

CUADRO 3.4

PIB y producción industrial (1929-1932)(1929 = 100)

PIB Producción industrial


Japón 101 —
Italia 98 86
España 97 84
Gran Bretaña 95 89
Holanda 93 84
Francia 86 74
Austria 80 62
Alemania 77 61
Estados Unidos 73 62

FUENTE: Vera Zamagni (2001): Historia económica de la Europa contemporánea. Barcelona: Crítica, p. 186.

Las iniciativas de carácter internacional destinadas a paliar la crisis fueron pocas y en


buena medida equivocadas. Entre ellas destaca la creación del Banco de Pagos

89
Internacionales (BPI) en Zúrich el 20 de enero de 1930. Su principal misión consistía en
supervisar el pago de las reparaciones de guerra. La moratoria que estableció Hoover,
presidente de Estados Unidos en esos años, y la interrupción definitiva de los pagos que
impuso Hitler le llevaron a perder la función para la que había sido creado. El banco
suizo se convirtió en un lugar de encuentro de los banqueros centrales, donde se podían
concertar préstamos internacionales. Cabe destacar el papel que desempeñó esta entidad
en la formación de economistas con competencias internacionales, que se adscribieron a
los organismos internacionales creados después de 1945. Asimismo, sobresalió como
centro de producción de planes para la reorganización del sistema económico
internacional. Vera Zamagni (2001) lo considera precursor en las funciones del Banco
Central Europeo y lugar de coordinación informal de las intervenciones de los bancos
centrales de cada país.
La cooperación internacional había naufragado y el mundo caminaba hacia
soluciones distintas, antagónicas en ocasiones, con el fin de superar la crisis. Entre 1918
y 1939 la práctica económica había mostrado que la depresión se agudizó por las
medidas proteccionistas y excesivamente individualistas. A largo plazo, la crisis supuso
importantes cambios para el futuro de la economía mundial: por un lado, el incremento
del papel del Estado y, por otro, el esfuerzo que llevaron a cabo los países más atrasados
para crear una industria propia que evitara su dependencia del exterior. Tampoco se
pueden olvidar las repercusiones políticas, en concreto la consolidación y triunfo de los
fascismos en varios países europeos.

3.5. RECUPERACIÓN ECONÓMICA Y REARME MILITAR (1930-


1939)

Los primeros años de la década de 1930 contemplan la única etapa de involución


económica desde hacía casi un siglo. El comercio internacional sufrió una paralización
importante debido al estancamiento económico de buena parte de las regiones más
avanzadas. La evolución económica de los principales países europeos fue desigual, no
sólo por las consecuencias que trajo consigo la crisis de 1929 sino también por las
diferentes medidas que adoptó cada uno de ellos. Los dramáticos acontecimientos que se
sucedieron a partir de 1939, repletos de barbarie y violencia, requieren un análisis de los
sucesos previos que permita entrever los motivos que llevaron a Alemania a la sinrazón
de la dictadura nazi. La exploración es preciso extenderla a Francia —para conocer su
nula preparación para la guerra, a pesar de los evidentes indicios de su estallido—, a
Italia —con el fin de dilucidar sus afanes imperialistas y la consecuente alianza con
Hitler— y a Gran Bretaña, que fue la única nación europea que experimentó cierto ritmo
de recuperación económica. El panorama que presentaba cada una de estas economías
era muy diferente, pero todas necesitaron la ayuda estadounidense para resistir el embate

90
de la furia hitleriana.

3.5.1. Estados Unidos y el New Deal

Como se ha mencionado anteriormente, se intentaron acciones internacionales que


hicieran olvidar la crisis. Sin embargo, la realidad mostró las profundas conexiones entre
la vida económica y la política, así como los recelos entre algunos Estados; y,
consecuencia de ambos, la dificultad para encontrar soluciones que agradaran a todos los
gobiernos. Las reacciones ante la crisis fueron de distinto signo. En el caso de Estados
Unidos se adoptaron una serie de medidas conocidas con el nombre de New Deal
—«nuevo trato»— y promovidas por el entonces presidente Franklin D. Roosevelt. Para
afrontar con decisión este cúmulo de dificultades, desarrolló una administración de corte
intervencionista con la finalidad de luchar contra los efectos de la Gran Depresión. Este
programa se desarrolló entre 1933 y 1938 con el objetivo de reactivar el consumo y la
inversión, reformar los mercados financieros y sostener a las capas más pobres de la
población.

Gráfico 3.2. Índices de precios, empleo y salarios en Estados Unidos (1929-1933) (1926 = 100) [FUENTE: H. U.
Faulkner (1954): American Economic History. Nueva York: Harper, p. 645.]

A grandes rasgos, las primeras actuaciones se centraron en el campo del dinero y del
crédito, para pasar a continuación a la aplicación de políticas especializadas en los
sectores agrícolas e industriales con la finalidad de sostener los precios y levantar el
poder adquisitivo de la población. El primer objetivo fue la «reflación», lanzar los
precios al alza, devolver la confianza a los inversores y conseguir que los consumidores
recuperaran capacidad de compra. Se pueden distinguir dos etapas, una primera en 1933,

91
conocida como los «cien días de Roosevelt», con medidas destinadas a la obtención de
una mejoría de la economía a corto plazo. La primera disposición prohibió atesorar y
exportar oro (The Emergency Banking Act). La segunda —The Agricultural Adjustment
Act, y no menos importante— confirió al presidente poderes extraordinarios para obligar
a la Reserva Federal a otorgar créditos, capacidad para devaluar el dólar hasta el 50% de
su valor oro y autoridad para acuñar monedas de plata en cantidades ilimitadas. Con
estas leyes el presidente podía crear tanta «inflación» como estimara conveniente. En
octubre de 1933 se devaluó el dólar con la finalidad de fomentar las exportaciones y
provocar un alza de los precios en el interior del país. La tercera medida de gran calado
fue la Banking Act, con el propósito de solucionar los problemas estructurales del
sistema bancario y proteger a los depositantes mediante la creación de un seguro sobre
los depósitos bancarios (Federal Deposit Insurante Corporation). Esta ley vedaba la
concesión de créditos para financiar la especulación en la Bolsa. Los resultados
económicos fueron moderados, pero la situación mejoró (gráficos 3.2 y 3.3).
En junio de 1933 se puso en marcha una de las medidas más características del
programa de intervención: la National Industrial Recovery Act (NIRA), que ensambló
una serie de normas muy avanzadas para la época. Su objetivo principal consistía en
reactivar la economía evitando la sobreproducción y elaborando códigos de libre
competencia. Además de garantizar unos salarios que permitieran vivir con dignidad,
pretendía que las compañías obtuvieran unos beneficios razonables y, sobre todo,
respetaran las reglas de la competencia y las buenas prácticas empresariales y eliminaran
la «piratería» o las prácticas deshonestas. El gobierno aspiraba a conseguir el alza de los
precios, reducir las horas de trabajo y aumentar los salarios. En este plan se autorizaba la
financiación de obras públicas por valor de 3.300 millones de dólares. La gran
realización de estos años fue el plan hidroeléctrico del valle de Tennessee, que mejoró la
agricultura, la industria y la navegación sobre sus ríos. Todo se articuló alrededor de una
entidad pública —Tennessee Valley Authority— que construyó fábricas y presas,
implantó regadíos, repobló algunos territorios, etc. El gran programa de trabajos públicos
no tuvo continuación en otras zonas del país. A pesar de sus logros, en mayo de 1935 el
Tribunal Supremo declaró inconstitucional la NIRA, porque cerraba las puertas a las
leyes antitrust que buscaban defender la competencia. En esencia, era un sistema de
planificación económica privada con una supervisión del gobierno para proteger el
interés público, garantizando el derecho de organización y negociación colectiva de los
obreros. Aunque no lo pretendió, Roosevelt con el New Deal y la concentración de poder
económico favoreció la constitución de monopolios.
Con el objetivo de impulsar la creación de empleo, se constituyó en 1933 la Federal
Emergency Relief Administration, con un presupuesto de 500 millones de dólares, para
auxiliar a los parados. En esa misma línea surgió la Public Works Administration, que
recibió un crédito de 3.500 millones de dólares para emprender obras públicas y
conceder préstamos a las entidades estatales para que realizaran obras que mejoraran las

92
infraestructuras y crearan puestos de trabajo.

Gráfico 3.3. Renta nacional de Estados Unidos (1929-1940). [FUENTE: M. Niveau (1989): Historia de los hechos
económicos contemporáneos. Barcelona: Ariel, p. 187.]

Entre 1934 y 1936 se adoptaron otro grupo importante de medidas económicas,


especialmente para modernizar las estructuras agraria, bancaria y financiera. La
Agricultural Adjustment Act contenía un buen número de disposiciones monetarias e
incluía indemnizaciones a los agricultores que redujeran la superficie cultivada. En 1936
esta norma fue declarada anticonstitucional, y el gobierno indemnizó por cultivar
leguminosas que regenerasen el suelo. Entre 1932 y 1939 el número de agricultores se
redujo un 7%; y la disminución de la superficie cultivada de cereales, algodón y tabaco
fue de un 20%. Esta política agraria resultó muy cara para las arcas del Estado y no
consiguió excesivos resultados positivos.
La política económica que representó el New Deal ha contado con muchas críticas. A
primera vista, los resultados alcanzados entre 1933 y 1939 no fueron muy relevantes: el
paro seguía siendo alto y la inversión no se recuperaba al nivel de 1928. La inversión
privada no fue suficiente y la pública tampoco era capaz de afrontar las necesidades de
un país tan extenso (gráfico 3.4). La profundidad de la depresión era muy honda, y una
política basada en el déficit del presupuesto no resultaba suficiente para salir de tan dura
situación. Pero un análisis más detenido muestra que las medidas adoptadas
contribuyeron a aumentar la demanda global y frenar su caída. Con la ausencia del gasto
público, la depresión habría sido todavía más intensa. El New Deal representa en la
historia del desarrollo capitalista la primera experiencia de intervención estatal, que
actuó en una coyuntura muy compleja e intentó desenredar estructuras caducas. Además,
en el terreno social, el plan de Roosevelt fue beneficioso por ser muy humanitario. La
ayuda a los parados y las prestaciones a los grupos más desfavorecidos permitieron el
mantenimiento de la actividad económica, sin olvidar la atención que recibieron algunos
aspectos fundamentales de la economía y la sociedad estadounidenses: la seguridad
social, la sanidad, la vivienda, los recursos naturales, el transporte y las comunicaciones

93
en general. Es difícil establecer un balance conjunto del New Deal, pero resulta evidente
que el Estado tenía que intervenir ante la situación extremadamente crítica en que se
encontraba Estados Unidos al comienzo de la década de 1930. No desapareció el paro ni
se reactivó lo suficiente la economía, pero contribuyó a aminorar la crisis. En conjunto,
aunque la legislación y las medidas adoptadas no fueron del todo acertadas, lograron una
mejora del poder adquisitivo de los trabajadores de la industria y de los campesinos, a la
par que una reactivación económica evidente.

Gráfico 3.4. Inversión en Estados Unidos (1929-1940). [FUENTE: M. Niveau (1989): Historia de los hechos
económicos contemporáneos. Barcelona: Ariel, p. 187.]

3.5.2. Gran Bretaña: los efectos del abandono del patrón oro

En Europa los problemas se enfocaron desde una óptica algo diferente. Mientras
Estados Unidos contaba con más capacidad de influencia en el resto del mundo, Gran
Bretaña cedía terreno en los intercambios internacionales. Los gobiernos británicos,
aunque instalados en los principios liberales, fueron cercenando las políticas
librecambistas. Tras abandonar el patrón oro —en septiembre de 1931—, buscó en las
fórmulas proteccionistas el apoyo económico del resto de los países del Imperio
Británico. La libra esterlina sufrió fuertes devaluaciones, no sólo frente al dólar o al
franco francés —alrededor del 30%— sino también respecto a otras monedas más

94
débiles, aunque fuera en menor proporción. En 1932 y 1933 la devaluación media se
movió entre el 13 y el 9%. Respecto a otros países, esta devaluación suponía un
beneficio importante para la economía inglesa, puesto que el estancamiento del comercio
internacional permitió cierta movilidad de las exportaciones británicas. A su vez, el
abandono del patrón oro posibilitó una política monetaria expansiva, con tipos de interés
bajos que incentivaron las inversiones. La construcción y la producción industrial
experimentaron un notable crecimiento que colocó a Gran Bretaña en una ventajosa
situación económica.
Las elevadas cifras de parados se explican esencialmente por dos razones. En primer
lugar por causas estructurales de la propia economía británica, que propició la
racionalización y la integración de las empresas a través de fusiones. Por este motivo, las
inversiones se dirigieron hacia las nuevas manufacturas y dejaron de lado la industria
tradicional inglesa, que era donde se concentraba especialmente el paro. Y en segundo
lugar, por la falta de una política fiscal keynesiana, es decir, no se llevó a cabo una
expansión del gasto público hasta 1938, momento en que Gran Bretaña inició sus
políticas de rearme. Las alarmantes señales que llegaban desde Alemania pusieron en
alerta a la economía británica y se respaldó la producción de la industria bélica. En
cualquier caso, el desequilibrio era evidente y sólo se pudo contrarrestar gracias a la
ayuda de Estados Unidos.
El viraje hacia el proteccionismo es otro de los cambios importantes de la economía
inglesa en esta década. El estancamiento que experimentó el comercio internacional en la
década de 1930 condujo a Gran Bretaña a abandonar su liderazgo como defensora del
libre comercio, aunque mantuvo un trato preferencial hacia los países de la
Commonwealth que se ratificó en el Tratado de Ottawa. Esto permitió que el comercio
exterior inglés se orientara hacia las colonias, hasta el punto de que concentraban el 50%
de sus exportaciones y recibía de ellas el 40% de sus importaciones totales. Este nivel de
intercambio estaba asentado en los enormes privilegios otorgados a las colonias y fue el
inicio del futuro proceso descolonizador. La participación de la exportación en la
producción nacional pasó del 33% en 1907 al 27% en 1924 y tan sólo al 15% en 1938.
Ese mismo año, las exportaciones a Europa rondaban el 30%, porcentaje que disminuyó
hasta el 20% a partir de 1945. En buena medida este descenso se debió al fuerte impacto
de la descolonización en la economía británica y al exiguo interés por el proceso de
integración europea. El gobierno británico dictó normas —Development and
Improvement Act (1934)— para ayudar a las regiones mineras del sur de Gales, Durham
y el sudoeste de Escocia. La industria textil del distrito de Lancashire y la industria naval
padecían una situación similar. El paro oscilaba en estas zonas entre el 30 y el 60%. El
proceso migratorio hacia Londres, el sudeste de Inglaterra o las excolonias fue corriente
en estos años. Por otra parte, se otorgaban ayudas económicas a las empresas que se
instalaran en estas zonas y se mantenían bajos los tipos de interés para facilitar la
inversión.

95
3.5.3. Francia: crisis y derrota

Francia sostuvo su economía en unos niveles aceptables en los años siguientes a la


crisis y sus manifestaciones más agudas se produjeron tardíamente. Las consecuencias
no fueron especialmente graves, pero duraron más y la crisis no tocó fondo hasta 1936.
Al estallar la guerra tres años después, en 1939, la economía francesa todavía era más
titubeante. La baja tasa de paro, sus elevadas reservas de oro y su dinamismo económico
en la década de 1920 le permitieron resistir los primeros embates de la recesión. Se
sucedieron tantas «experiencias» como gobiernos, y, al igual que en otros países
europeos, la recesión excitó la protesta social.
Tras la devaluación de la libra esterlina sus ingresos por turismo y exportaciones
decayeron de forma ostensible. Hasta 1936 se eludió la devaluación del franco y se
continuó con una política monetaria restrictiva que generó una progresiva deflación con
la reducción de precios y salarios. Aunque más tarde que en otros países, la crisis
también llegó a Francia. El aumento del paro, la bajada de los precios, la disminución de
los salarios y el descenso de los beneficios empresariales también se hicieron sentir.
Algunas sociedades crediticias entraron en situación crítica: Banque Nationale du Crédit,
Banque d’Alsace-Lorraine y Crédit Foncier du Brésil. Las quiebras se multiplican y los
ahorradores perdieron sus depósitos. Algunos escándalos saltaron a la prensa y
mostraron la connivencia engañosa entre políticos y grandes banqueros. Los crecientes
riesgos de devaluación provocaron la salida de grandes cantidades de capitales y oro. La
caótica situación derivó en la llegada al poder de un gobierno de izquierdas —apoyado
por socialistas y comunistas— presidido por Léon Blum. El triunfo en 1936 del Frente
Popular, con el liderazgo del veterano socialista, provocó un nuevo giro en la política
económica francesa que estaba inspirado en la experiencia estadounidense de Roosevelt.
Este cambio se sustentó especialmente en la teoría que explicaba la crisis por el
subconsumo popular y contemplaba la reactivación a través del aumento del poder
adquisitivo. Sin embargo, los objetivos alcanzados por el Frente Popular fueron del
mismo tenor que sus predecesores.
Las primeras medidas del nuevo gobierno estuvieron encaminadas a subir los salarios
y a disminuir la jornada laboral, pero resultaron completamente inadecuadas, provocaron
la exportación de capitales y obligaron a la inevitable devaluación de la moneda
francesa. La situación continuó siendo desfavorable por la ausencia de inversión y la
incapacidad para inyectar medidas que impulsaran la recuperación. En junio de 1937
Léon Blum solicitó al Parlamento poderes excepcionales, que le fueron denegados. La
parálisis política continuó durante unos meses más, hasta abril de 1938, con gobiernos de
corta duración. La experiencia Blum es reseñable por haber conseguido eliminar
prácticamente la tasa de paro, aunque no incrementó en demasía el nivel de producción.
En 1937, con cotas cercanas al pleno empleo, la producción nacional se encontraba en el
82% respecto a 1929. Varias razones explican esta situación: la semana de 40 horas, la

96
vuelta al campo de los obreros industriales y el estancamiento demográfico. En mayo de
1938 accedió al poder Édouard Daladier, que puso al frente de la economía a Paul
Reynaud. El cambio de política económica se hizo evidente con la derogación de las
medidas tomadas por los gobiernos anteriores. Con tal fin, se aprobaron incentivos para
la inversión, comenzó un enérgico programa de rearme militar y la producción industrial
volvió a crecer. Sin embargo, no se pudo afrontar con entereza el ataque alemán de mayo
de 1940, ante el cual Francia se encontró completamente desolada y claudicó tras una
breve campaña militar de sólo 40 días.

3.5.4. Alemania: Hitler y la política de rearme

Alemania, para salir de la crisis económica de 1929, practicó unas políticas


tremendamente deflacionistas: se subieron los impuestos de forma considerable y los
tipos de interés alcanzaron unas tasas elevadísimas. La delicada situación de la economía
alemana se derrumbó y provocó el distanciamiento de los ciudadanos respecto de la
República de Weimar. Varias fueron las causas de este derrumbe que permiten
comprender la difícil coyuntura que atravesaba el país germano. La primera señala que el
colapso de la economía alemana conducía de forma inevitable a la cancelación o
suspensión de las reparaciones de guerra, con todo lo que eso suponía para la propia
Alemania y para los países acreedores. Un segundo aspecto, no menos importante,
muestra que la Paz de Versalles impuso unas condiciones que impedían la devaluación
de su moneda (el marco). Sin embargo, en julio de 1931 se introdujeron controles de
cambio que aislaron al marco de los efectos de su revaluación, frente a las otras
monedas, que se fueron devaluando. La tercera cuestión prueba que en Alemania, desde
1928, no existían entradas de capital extranjero, por lo que el pago de las reparaciones de
guerra se tenía que realizar mediante el superávit de la balanza de pagos. Para conseguir
este objetivo era preciso practicar una política económica muy restrictiva. Otras
cuestiones no menos relevantes evidencian que una revaluación habría aumentado el
peso real de la deuda; o el papel que desempeñaron los salarios, que eran inflexibles, a
causa del poder de los sindicatos, y habrían restado gran parte de su eficacia a las
políticas fiscales. En definitiva, lo relevante es mostrar que resultaba muy complejo que
surgieran políticas alternativas que levantaran la dramática situación de Alemania.
Varias medidas marcaron la política económica a lo largo de 1931. En primer lugar la
baja de los precios interiores, el descenso de los salarios —hasta un 15%— y el control
de los cambios con el fin de frenar el éxodo de capitales. A pesar de todo, la economía
alemana no terminaba de arrancar, y en 1934 todavía se encontraba en niveles más bajos
que en 1929. Para frenar el desequilibrio exterior el gobierno estableció licencias de
importación y un mayor control de las salidas de capitales y firmó acuerdos bilaterales
con otros países.
El primer ministro Brüning y posteriormente Von Papen, que lo sustituyó en 1932,

97
intentaron revitalizar la economía alemana, pero el fracaso de las políticas
extremadamente restrictivas sumió en un gran descrédito a la República de Weimar. A
finales de 1932 el partido nazi obtuvo un gran éxito electoral, que fue el preámbulo de la
toma del poder por parte de Adolf Hitler en enero de 1933. Los estudios sobre el tema
han señalado de manera palmaria la malévola relación entre unas acciones y otras, así
como sus repercusiones en cadena. Por un lado, la funesta política de reparaciones de
guerra con la hiperinflación y la desestabilización de la economía alemana. Por otro, la
consecuente crisis económica, el rechazo de las políticas restrictivas y la búsqueda de
soluciones dictatoriales amparadas en la revancha y la violencia.
Alemania fue la primera nación industrial que consiguió una recuperación completa,
en gran medida gracias a la aplicación de una economía dirigida de forma sistemática
tras la llegada al poder de Hitler. Uno de los principales objetivos económicos de la
política económica nazi fue lograr la autosuficiencia de la economía alemana en caso de
guerra. De este modo orientaron sus inversiones en investigación hacia el desarrollo de
artículos que pudieran ser fabricados con las materias primas disponibles en Alemania.
Se potenciaron los acuerdos comerciales con países de Europa Oriental y los Balcanes
que favorecían el intercambio de productos manufacturados alemanes por materias
primas, evitando de este modo la salida de divisas. Asimismo se promovió la inversión
hacia sectores como el transporte y la construcción. Por ejemplo, en estos años surgió la
empresa Volkswagen como estandarte del proceso industrializador alemán. En esta línea,
se produjo un incremento notable del gasto público: en 1928 suponía el 15% de la renta,
en 1934 estaba en el 23% y en 1938 había alcanzado el 33%. En los primeros años ya se
habían conseguido tasas de pleno empleo. Entre enero de 1933 y diciembre de 1934 el
número de parados descendió de 6 a 2,6 millones. Las ayudas del Estado a las empresas
mediante subvenciones eran muy elevadas. Estos hechos reforzaron la popularidad del
régimen, que orientó todo el esfuerzo productivo hacia una economía de guerra.
El rearme comenzó en 1936 y se reforzó en 1938. El Estado controlaba directamente
parte de los recursos a través de los «mercados prioritarios» y otra parte la dejaba al
mercado. El objetivo de Hitler era crear un stock de armamentos que permitiese una
guerra relámpago, puesto que no consideraba adecuado detraer recursos de la economía
civil. Sin embargo, las previsiones no se alcanzaron por la ineficaz dirección de Göring y
por la decisión de Hitler de atacar Polonia antes de lo previsto. En cualquier caso, las
potencias aliadas quedaron impresionadas por el enorme despliegue bélico de Alemania.
La autarquía fue otra de las prácticas económicas que contribuyeron a impulsar el
rearme. Tuvo cierta relevancia en la industria química para producir materiales
sustitutivos, aunque la dependencia de otros países resultaba muy grande en petróleo,
hierro y metales necesarios para la industria aeronáutica. Asimismo, Hitler promovió la
explotación económica de algunos países del centro de Europa, especialmente con la
anexión de Austria (1938) y Checoslovaquia (1939). La creación de un «espacio vital»
mediante la hegemonía en otros países no tuvo especial relevancia, aunque el comercio

98
alemán experimentó cierta mejoría con los intercambios en estas zonas. Las
importaciones alemanas con países como España, Italia, Yugoslavia, Bulgaria, Rumanía,
Grecia y Turquía pasaron del 9,8% en 1929 al 18,7% en 1938, y las exportaciones, del
11,2 al 20,8% en esos mismos años. Aunque el incremento es sustancial, no fue
suficiente para cubrir las colosales necesidades de materias primas de la economía
alemana.
En definitiva, el nazismo utilizó la economía para sus fines bélicos, aunque no
alcanzó los niveles de eficiencia que pretendió ni logró sincronizar los ritmos
productivos con las operaciones militares. Es cierto que logró poner en marcha una
potente maquinaria de guerra, tecnológicamente avanzada, que tuvo contra las cuerdas a
toda Europa; pero su «talón de Aquiles energético» y la entrada de Estados Unidos en el
conflicto frenaron completamente sus posibilidades de victoria.

3.5.5. Un balance final de la década de 1930

Entre 1929 y 1939 la economía europea fue muy dispar y varió según los respectivos
países. Hasta el rearme de los últimos años las políticas adoptadas por los gobiernos
obedecieron a mecanismos internos y no tuvieron en cuenta una perspectiva global.
Estados Unidos buscó la solución a sus problemas a través del New Deal, que condujo a
una renovación de la política y de las instituciones americanas, aunque no tuvo una
repercusión decisiva en la recuperación económica.
Los países que obtuvieron mayores avances económicos en esta década fueron
Alemania y Japón. El primero porque su recuperación productiva se asentó en el elevado
gasto público, por ejemplo las autopistas; y el segundo, porque la crisis fue muy
contenida y la mejoría posterior muy sólida. Gran Bretaña se sitúa en un nivel
intermedio, con un rápido restablecimiento aunque sin alcanzar el nivel de Japón y
Alemania. Por su parte, Francia y Estados Unidos tuvieron los peores resultados. Estados
Unidos porque padeció una crisis muy grave y Francia porque desarrolló unas políticas
poco efectivas de cara a la regeneración. Las economías que mejor afrontaron la crisis
practicaron políticas monetarias expansivas y Alemania implantó una política económica
beneficiosa desde todos los puntos de vista. Sin embargo, Estados Unidos adoptó
medidas muy negativas e inadecuadas y no desarrolló su plena capacidad productiva
hasta que se inmiscuyó en la guerra.

3.6. LA UNIÓN SOVIÉTICA Y LA APARICIÓN DE LAS ECONOMÍAS


PLANIFICADAS

Desde finales del siglo XIX Rusia estaba metida en un callejón sin salida. Los dos
últimos zares, Alejandro III y Nicolás II, frenaron con gran dureza el reformismo liberal.

99
La consecuencia inmediata fue una represión generalizada que anuló lo conseguido en
etapas anteriores. El fanatismo autócrata estimulado por Pobiedonostsev —consejero de
Alejandro III—, la reacción nobiliaria, así como los afanes imperialistas en la zona
oriental, acentuaron las tensiones. El asesinato de Alejandro II en 1881 endureció más la
situación. Los intentos revolucionarios de 1905 no tuvieron éxito, pero el ensayo general
de la Revolución ya estaba hecho y sólo faltaba una verdadera aplicación en los años
siguientes.
Rusia, en 1914, se encontraba en una fase de transformación económica y social. La
Primera Guerra Mundial coincidió con los inicios del proceso de privatización de las
tierras auspiciado por Stolypin. El desarrollo industrial estaba focalizado en unas pocas
zonas de su extenso territorio y la renta per cápita suponía una tercera parte de la
existente en Gran Bretaña. Las presiones de Francia y los deseos de reafirmación como
gran potencia propiciaron su participación en la guerra en el bando de los países aliados.
Sin embargo, la penosa situación de su economía no permitía afrontar el enorme
desembolso que exigía una contienda de esta envergadura. Rusia no estaba preparada, ni
contaba con los recursos suficientes, para soportar el desgaste de la guerra, y
especialmente para asegurar el suministro de alimentos a población civil y soldados. Por
otra parte, el comunismo nació en Rusia fruto del fracaso del capitalismo, especialmente
de la aristocracia rusa de grandes terratenientes, que se mostró incapaz de evolucionar y
adaptarse a las exigencias sociales y económicas de un capitalismo industrial.

3.6.1. La Revolución de Octubre de 1917

En enero de 1917 se llegó a la destitución del zar mediante un proceso subversivo —


denominado «revolución burguesa»— que instituyó un parlamento (Duma) y formó un
nuevo gobierno presidido por Alexander Kerenski. La historiografía ha señalado la
continuación de la guerra como el gran error de este gobierno, puesto que acentuó los
problemas económicos y sociales que acuciaban al país. En este conflictivo clima la
propaganda del partido bolchevique, con Lenin a la cabeza, y la organización de los
consejos revolucionarios (sóviets) promovieron el derribo del gobierno. La toma del
Palacio de Invierno de San Petersburgo en octubre de 1917 supuso el punto de arranque
de la Revolución Rusa.

CUADRO 3.5

La economía de guerra (1920) (1913 = 100)

Agricultura Industria Transportes Exportaciones Importaciones


1913 100 100 100 100,0 100,0
1920 64 20 22 0,1 2,1

100
FUENTE: P. R. Gregory y R. C. Stuart (1986): Soviet economic structure and performance, cuadro 8. Nueva York:
Harper & Row.

Durante cuatro años se sucedió una contienda civil que originó una economía que se
ha calificado de «comunismo de guerra». Este régimen estuvo asentado en un retorno al
trueque, se eliminó el dinero y se prohibió el comercio privado; los trabajadores fueron
militarizados y su remuneración era en especie a unos niveles de pura subsistencia. A su
vez, la producción agrícola era requisada, y las industrias, nacionalizadas. Por último, los
servicios básicos como vivienda, gas, electricidad, transportes públicos o correos eran
suministrados gratuitamente a una escala mínima. La producción agrícola cayó de forma
notable, la industrial, a índices catastróficos, y las exportaciones desaparecieron casi
absolutamente (cuadro 3.5). Esta situación era la consecuencia lógica de una guerra civil,
pero, como han señalado algunos estudiosos de la revolución, este descenso espectacular
de los índices de producción fue buscado expresamente como una etapa previa y
necesaria hacia la completa revolución comunista. Los bolcheviques ganaron la guerra
civil y dictaminaron las directrices económicas del nuevo Estado soviético.
La etapa del «comunismo de guerra» (1917-1921) supuso un tremendo fracaso
económico, tanto en la agricultura como en la industria. La nacionalización total de las
empresas agrícolas, industriales y comerciales generó gran descontento entre la
población. La subida de precios, junto con el hundimiento de la producción y la
desvalorización de la moneda, trajo consigo la anarquía, el hambre y la rebelión
anticomunista. Los pequeños campesinos se sentían engañados al comprobar que no
podían acceder a la propiedad de la tierra. La eliminación de los mecanismos de mercado
provocó el caos económico. La desmovilización del ejército generó motines y serios
problemas al incrementar el paro y la miseria. En estos años, la producción agrícola era
una tercera parte de la alcanzada en 1913, la industrial supuso el 13% y el tráfico
ferroviario el 12%. En 1921, según las estimaciones más optimistas, murieron de hambre
5 millones de personas. La población de Moscú se redujo de 2 millones a 1.200.000
habitantes; y la de San Petersburgo, que superaba algo la de la capital rusa, disminuyó
hasta los 740.000 habitantes.

3.6.2. La Nueva Política Económica (NEP)

El «comunismo de guerra» había sido eficaz para enfrentarse a la oposición, pero


estaba claro que no podía servir como base a largo plazo para la economía y hundió a la
Unión Soviética en una profunda sima. La producción industrial había caído a menos de
un tercio del nivel que poseía en 1913, y en 1920 se producía sólo una octava parte de
las máquinas que se obtenían antes de la guerra. La situación en la agricultura fue
similar, especialmente provocada por el recrudecimiento de las tensiones entre
campesinos y bolcheviques a raíz de la fijación del precio de los productos por parte del

101
gobierno. Desde 1918 comenzaron las requisas y confiscaciones de las cosechas para
abastecer a las ciudades y acabar con el mercado negro. Pero las repercusiones fueron
muy negativas: el hambre de 1921 sería consecuencia de este comportamiento lleno de
inexperiencia, ya que los campesinos redujeron al mínimo la producción de sus
explotaciones ante la actitud adoptada por el gobierno.
La intuición de Lenin comprendió el peligro que suponía la paralización de la
economía y la posibilidad de una revuelta campesina mayoritaria; por ello tomó medidas
para enderezar la crítica situación que atravesaba el país creando, a comienzos de 1921,
la Nueva Política Económica. Con la NEP las incautaciones fueron sustituidas por un
impuesto en especie que permitía al campesino vender libremente al mercado el resto de
su cosecha. El objetivo principal era poner fin al racionamiento y a las requisas, al
mismo tiempo que se pretendía combinar la práctica mercantil con mecanismos propios
de una economía socialista. Con este fin, se reintrodujo el dinero y se permitió cierta
liberalización de la industria y el comercio para las pequeñas empresas de menos de 20
trabajadores. Con todo, lo más relevante fue la liberalización de la agricultura. Lenin
estimuló a los agricultores para que incrementaran la producción y multiplicaran la venta
de sus productos en el mercado. Desarrolló incentivos de precio propios del capitalismo
y estableció contribuciones territoriales más acordes con la etapa de los zares. A pesar de
las frustradas cosechas de 1921, motivadas por la sequía, la producción se acrecentó en
los años siguientes. Esta recuperación en tan breve plazo se ha explicado por el carácter
primitivo de la agricultura soviética, que no hizo uso de maquinaria ni realizó costosas
inversiones, además de por la ayuda que supuso el restablecimiento de la estabilidad de
la moneda y el saneamiento financiero de 1922.
La evolución de los precios agrícolas e industriales generó graves problemas, pues los
segundos subían más rápidamente que los primeros. La «crisis de las tijeras» —en
expresión de Trotski— provoca que el poder de compra de la producción agrícola
disminuya en términos de precios industriales. En 1923 hacía falta tres veces más trigo
para comprar una hoz que en 1913. Esta situación suponía que los campesinos
difícilmente podían acceder a la compra de productos fabriles, por lo que la industria se
encontraba con un mercado muy limitado. La disminución de la superficie cultivada y el
descenso de la producción de cereales fueron muy ostensible (gráfico 3.5). En 1928 la
cosecha de trigo aporta al Estado solamente la mitad de las cantidades esperadas, en
buena medida por el autoconsumo campesino, que merma una parte importante de la
producción. A pesar de las dificultades, se aprecia una mejora de la agricultura
Las grandes empresas industriales fueron nacionalizadas. Las de carácter estratégico
(transporte, finanzas, industria militar y comercio exterior) adoptaron un tipo de gestión
muy centralizada, mientras que el resto mantuvo cierta autonomía e incluso se les
permitió la formación de trusts. Estos grupos podían establecer contratos de forma
independiente, aplicar principios de eficiencia económica, optimizar recursos y pagar sus
respectivos impuestos al Estado. Esto no impedía que la estrategia general la marcara el

102
Consejo Supremo de la Economía Nacional, que ya estuvo funcionando durante la etapa
del comunismo de guerra. Al contrario de lo que ocurrió con la agricultura, estos
sectores estratégicos —especialmente las comunicaciones, el transporte y las grandes
industrias— no consiguieron los objetivos trazados.

Gráfico 3.5. Unión Soviética (1913-1928): agricultura. [FUENTE: M. Niveau (1989): Historia de los hechos
económicos contemporáneos. Barcelona: Ariel, p. 397.]

Entre 1921 y 1922 se produjeron cambios importantes en la propiedad de las


empresas. En primer lugar se devolvieron a sus antiguos propietarios las empresas con
menos de 20 trabajadores y se desnacionalizaron 4.000 empresas de pequeño tamaño. Un
año después las empresas privadas empleaban al 12% de los asalariados y su producción
representaba el 5% de la producción industrial total. En el comercio la presencia del
sector privado era bastante superior que en la industria. En 1923 poseía el 90% de las
unidades de venta y realizaba el 75% del total de negocios. En los intercambios al por
mayor la cifra representaba el 20%. En esta misma línea, otro paso más fue la
descentralización de la gestión en las empresas estatalizadas. En cuanto a los salarios, se
establecieron diversos niveles y primas de rendimiento.
Una de las aportaciones más importantes de la NEP fue la vuelta al mercado y el
abandono del sistema de distribución de materias primas. Lenin buscó la ayuda de
técnicos extranjeros, especialmente alemanes y estadounidenses, para mejorar el
rendimiento de la industria. E incluso intentó la llegada de inversión extranjera a raíz del
reconocimiento de la Unión Soviética por parte de algunos países europeos. Estas ayudas

103
no llegaron por la negativa de Lenin a pagar las deudas de la Rusia zarista. A pesar de
todo, la NEP cosechó algunos éxitos. En 1927 se alcanzó el nivel de producción de 1913
y la industria comenzó a salir de la situación caótica de los primeros años de la
Revolución. El aumento de los salarios permitió una pequeña mejora de campesinos y
obreros.
La Nueva Política Económica es la primera experiencia de economía mixta. El Estado
realizaba tareas organizativas de carácter general, administraba las empresas
nacionalizadas y dejaba el resto en manos del mercado. Vera Zamagni (2001, p. 172) ha
señalado que este tipo de economía anticipó el experimento nazi de los años treinta y el
francés de los cincuenta y sesenta. En general, la producción se incrementó de manera
notable y permitió la recuperación del comercio exterior. A pesar de los avances, este
modelo económico contenía peculiaridades propias del capitalismo que no eran muy
bien vistas por los dirigentes del partido bolchevique.
La NEP tuvo grandes dificultades internas para sobrevivir en el tiempo. En primer
lugar, no existían controles macroeconómicos, por lo que se incrementaban la inflación y
el paro, aspectos de una economía de mercado que repugnaba. En segundo, como los
trusts mantenían altos los precios de los productos manufacturados, se generó una «crisis
de las tijeras», con la consecuente desactivación del comercio y el aumento de los
productos agrícolas, cuestión que desagradaba profundamente a las autoridades
bolcheviques. Por otra parte, algunas facciones del partido eran contrarias a los
privilegios consentidos a comerciantes y agricultores, pues eran considerados «enemigos
del pueblo» y valedores de la economía de mercado.
La tardanza en alcanzar las metas fijadas para la economía, especialmente el rearme
militar, provocó disensiones en la élite gobernante. Tras la muerte de Lenin, se
plantearon varias posibilidades. Por un lado, Bujarin y sus seguidores respaldaban la
continuación de un crecimiento equilibrado manteniendo las pautas de la NEP. Este
grupo sostenía que el socialismo debía implantarse progresivamente y por la vía de la
cooperación con los campesinos y los obreros. Por otro, una segunda facción defendía la
vuelta a las tradiciones agrarias como medio para incrementar la productividad, fomentar
el ahorro y mantener bajos los precios de los alimentos básicos. De esa manera, en una
segunda fase, la industria podría crecer sin la rémora de la inflación. La camarilla de
Preobrazenski recomendaba el «gran salto industrial», sobre todo de la industria pesada,
mediante un proceso de crecimiento en detrimento de la agricultura, que consideraba
debía dejarse en manos de los propios campesinos. Y, por último, Trotski consideraba la
NEP una rendición ante el capitalismo. Postulaba que era imposible construir el
socialismo en un solo país y que, por ese motivo, era necesario exportar la Revolución
para lograr el triunfo del comunismo.
En esta situación era preciso elegir entre mantener una política económica que estaba
comenzando a dar resultados pero que no aplicaba plenamente los principios socialistas
o decantarse por otra opción más ortodoxa con las máximas colectivistas. Stalin en un

104
primer momento se alineó con la postura de Bujarin, destacando los resultados positivos
de la NEP y poniendo en entredicho las propuestas de los grupos más izquierdistas. Sin
embargo, desde 1927, la política exterior soviética se fue deteriorando y se multiplicaron
los problemas de abastecimiento de cereales, sobre todo en las ciudades. Para detener
esta crítica situación, Stalin dictó una serie de medidas coercitivas con el fin de
incrementar la producción agrícola y señaló que los proyectos industriales exigían una
dura actitud con los campesinos. Era la nueva etapa de la dictadura de la violencia.

3.6.3. La planificación soviética

En 1928, tras la eliminación de Trotski y las correspondientes purgas en el Partido


Comunista, Stalin impulsó el primer plan quinquenal. Las malas cosechas de cereales
agravaron la situación y culminaron con la decisión de colectivizar completamente la
tierra en 1929. Las protestas campesinas se acallaron con la represión sistemática y las
deportaciones masivas. Tras siete años de NEP, la economía soviética se hallaba en un
callejón sin salida. En esta situación, el régimen comunista ensaya una nueva fórmula
económica: la planificación o planes quinquenales. La Comisión para la Planificación
(Gosplan) era la encargada de establecer los planes e indicar los objetivos de producción.
La planificación había sustituido al mercado sin tener en cuenta las preferencias de los
consumidores, los costes o los beneficios. Los objetivos anuales marcados por el
Gosplan eran los únicos que se podían llevar a cabo, y el Politburó del partido comunista
vigilaba directamente su cumplimiento (gráfico 3.6). Los sectores industriales y las
empresas públicas debían acomodarse a las indicaciones establecidas por la Comisión,
las materias primas se repartían en función de estos planes operativos y los precios
venían fijados por las altas instancias políticas.

105
Gráfico 3.6. Producción industrial en la Unión Soviética (1933-1937). [FUENTE: M. Niveau (1989): Historia de
los hechos económicos contemporáneos. Barcelona: Ariel, p. 405.]

El programa de Stalin se centraba en fomentar la concentración de las propiedades


agrícolas con el fin de lograr un incremento de la producción que repercutiera en la
expansión industrial y en el aumento de la fiscalidad. Asimismo, pretendía eliminar la
oposición campesina al desarrollo comunista. Los datos del proceso de colectivización
de granjas y de asentamiento de familias en ellas constituyen una muestra del ritmo de
implantación del sistema (gráfico 3.7). Desde 1929 este movimiento de colectivización
se hizo más intensivo, hasta el punto de que en 1930 se habían asentado 14.300.000 de
familias en este tipo de granjas. El Partido Comunista envió a 25.000 obreros al campo
con la intención de dirigir y organizar su administración. En este momento las
autoridades regionales comenzaron a expropiar a los kulaks por todos los medios y a
deportar a todo el que se resistía. Los vaivenes de estos años, con la vuelta de los
campesinos a las explotaciones individuales, fueron sólo un efímero destello para
terminar de hundir a los pequeños propietarios con fuertes cargas fiscales, mientras que
los koljoses recibían ayudas del Estado. En 1936 las granjas colectivas reunían al 90% de
los trabajadores agrícolas. Al mismo tiempo se consintió la existencia de un
reducidísimo número de campesinos que conservaban la propiedad de la casa y una

106
pequeña parcela de media hectárea y a los que se les permitía criar algunas cabezas de
ganado. Este sector privado, débil y poco rentable, era un modo de resolver los
problemas de paro en algunos momentos. La fuerza y la violencia fueron prácticas
habituales para implantar esta política, y algunos autores han señalado que las
dificultades de la agricultura soviética en las décadas posteriores se explican por el
trauma generado en esos años. La dictadura estalinista explotó a la agricultura. El
excedente agrícola debía financiar el desarrollo industrial. Pero la apropiación del Estado
de las cosechas a cambio de una bajísima remuneración desanimó la iniciativa y redujo
la productividad de la agricultura.

Gráfico 3.7. Unión Soviética (1927-1936): granjas colectivas. [FUENTE: M. Niveau (1989): Historia de los hechos
económicos contemporáneos. Barcelona: Ariel, pp. 395-400.]

La eliminación de las empresas privadas en el comercio y la industria se llevó a cabo


mediante una doble técnica. En primer lugar se les aplicó una gravosa y elevada
fiscalidad, y, en segundo, se impulsó el establecimiento de una red de cooperativas de
distribución y de grandes almacenes del Estado. Al mismo tiempo, se les dificultaba el
acceso a los productos manufacturados y la utilización de los medios de transporte. Si en
1922 los comerciantes privados realizaban el 75% de la cifra de negocios del comercio al
por menor, en 1928 sólo representan el 22,5%, y en 1930, el 5,6%. En 1932 la
prohibición del comercio privado era total y se castigaba con penas de cárcel. En cuanto
a la industria, el proceso fue muy similar y la existencia de la empresa privada era casi
nula (0,5%) en 1932.
El control absoluto de los precios provocó graves problemas a la economía soviética,
que no lograba establecer una relación con los costes de producción ni controlar la

107
escasez o abundancia de un determinado producto respecto de la demanda efectiva. Este
escenario provocaba los típicos fenómenos de exceso de oferta y aumento de demanda,
con la consiguiente respuesta ante la concurrencia de racionamiento de los productos y
las interminables colas para conseguirlos. Los errores de la planificación centralizada
soviética no eran solamente el problema de la fijación de los precios. La rigidez de los
planes quinquenales era una de las principales fallas del sistema. Resultaba complicado
establecer con rigor el nivel de producción y con relativa frecuencia era necesario
modificar las previsiones efectuadas en los inicios del plan. Los retrasos y dilaciones en
los respectivos sectores generaban problemas insalvables, que se solucionaban con el
recurso a los mercados informales cuando era necesario soltar excedentes o conseguir
productos que escaseaban. Era preciso alcanzar los objetivos fijados en el plan a toda
costa, pero en numerosas ocasiones resultaban inalcanzables. En esta situación, el
recurso al mercado negro estaba a la vuelta de la esquina.
La cuestión tecnológica era otro de los graves problemas que padeció la planificación
económica soviética. En la etapa de la NEP, más de 2.000 ingenieros alemanes se habían
convertido en asesores técnicos de los organismos y empresas públicas soviéticas.
Asimismo, un buen número de ingenieros soviéticos fueron enviados al extranjero para
conocer y dominar la tecnología más reciente. Entre 1917 y 1930 la tecnología empleada
era primordialmente occidental, y especialmente proveniente de Estados Unidos, porque
se adaptaba mejor al «gigantismo» de la industria soviética y por temor a
«contrarrevolucionarios» europeos. Entre 1930 y 1933 la inyección de tecnología
estadounidense fue masiva, a pesar de que en 1932 la mayor parte de los ingenieros
extranjeros se vieron obligados a abandonar la Unión Soviética. Los intentos para
desarrollar una tecnología autóctona —con la excepción del caucho sintético— no
tuvieron demasiado éxito. En un sistema rigurosamente planificado, resultaba muy
complejo producir tecnología de forma endógena. El régimen totalitario de Stalin y su
mecanismo planificador no propiciaban el espacio de libertad que requieren la
investigación, el avance científico y la creatividad tecnológica. Por otra parte, la
aplicación de nueva tecnología requería una mano de obra especializada que no se
encontraba fácilmente en territorio soviético, ni entre los ingenieros ni entre los
trabajadores, que procedían en su gran mayoría del campo. En ocasiones las deficiencias
técnicas se achacaban a actos de sabotaje y provocaban una dura reacción por parte de
las autoridades que desembocó en las purgas estalinistas, en las que perecieron dos
millones de personas.
La realización fue desigual e incompleta. Algunas estimaciones sobre los primeros
planes quinquenales —1928-1932 y 1933-1937— señalan una consecución del 70% de
los objetivos establecidos. A pesar de los errores y defectos de la planificación
centralizada, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial la Unión Soviética se había
convertido en una gran potencia económica: ocupaba el segundo lugar mundial en la
producción de petróleo, hierro y oro; el tercero en algodón, acero y energía eléctrica, y el

108
cuarto en producción de hulla. El incremento de la electrificación fue espectacular
gracias a la construcción de centrales térmicas e hidroeléctricas, y la industria creció
extraordinariamente. De hecho, la Unión Soviética multiplicó varias veces su producción
y su ritmo de crecimiento fue superior al logrado en los países occidentales.
La renta nacional creció a una tasa sostenida de casi el 5% gracias al esfuerzo
industrial. La agricultura padeció situaciones muy diversas y dramáticas. La
colectivización forzada provocó una aguda crisis de producción que se acrecentó con las
requisas forzadas y las hambrunas padecidas por los propios campesinos. En 1932 se
detectó la peor cosecha de esa época, cuyas consecuencias fueron gravísimas: carestía
generalizada de los alimentos básicos y la muerte por hambre y enfermedades de 8
millones de personas. El avance industrial se asentó sobre todo en la industria pesada y
de armamento, pero la planificación estalinista trajo consigo una disminución del
consumo per cápita, tanto de productos alimenticios como industriales.
La Unión Soviética había logrado realizar su «Revolución Industrial», pero con un
enorme coste: fracaso de varias políticas económicas, previsiones desacertadas y, por
encima de todo, millones de vidas humanas.

3.7. UNA ETAPA QUE SE CIERRA CON UNA NUEVA GUERRA

La Segunda Guerra Mundial ha sido la más destructiva de todas las guerras. En


algunas circunstancias fue muy similar a la Primera, especialmente en el apoyo que la
ciencia prestó como base a la tecnología militar (radar, aviones a reacción, bomba
atómica, etc.) y a la organización de una economía de guerra. Naturalmente la capacidad
industrial, agrícola y comercial de los contendientes se mostró como hecho trancendental
en el resultado final de la guerra; tanto es así que se ha argumentado que el armamento
más eficaz para la victoria de los aliados fue la enorme capacidad productiva de la
economía estadounidense.
Cabe resaltar el papel desempeñado por la Unión Soviética en la contienda. La
dictadura estalinista ejerció un férreo control ante la difícil situación económica que
atravesaba el país y, a pesar de sus problemas, afrontó la guerra en mejores condiciones
que en 1914. La intervención del ejército fue más eficiente por el desarrollo de las
infraestructuras, que permitieron una mayor movilización. A su vez, el régimen impulsó
la capacidad productiva de la industria, especialmente en el campo militar, y se aplicó un
severo control de la agricultura para evitar el desabastecimiento de alimentos del ejército
y de las ciudades. Sin embargo, hay dos factores que concurrieron en la victoria sobre
Alemania, más desarrollada en tecnología, con un ejército más poderoso y una economía
más saneada que la soviética. El primero, ya sufrido por Napoleón en 1812, fue la
inmensidad del territorio, el clima extremo y la innumerable población, que agotaban la
capacidad de cualquier ejército por poderoso que fuera. Las cifras son estremecedoras: 9

109
millones de soldados fallecidos y 26 millones de civiles. El segundo elemento está
vinculado a la ayuda estadounidense tras la batalla de Stalingrado. El ejército soviético,
al límite de sus posibilidades, recibió una ayuda de 10.000 millones de dólares en
aviones, carros de combate y demás material bélico. También recibieron de Estados
Unidos alimentos y tecnología de comunicación, que la Unión Soviética no poseía y que
resultó estratégica para un territorio tan extenso. Algunos cálculos han establecido que
en 1943 y 1944 la ayuda estadounidense ascendió a cerca del 20% del PIB soviético.
Parece evidente que la contribución de Estados Unidos desempeñó un papel relevante en
la victoria de la Unión Soviética sobre Alemania. Paradojas de la historia, Estados
Unidos ayudó a la gran potencia que después de la guerra sería su gran opositora por el
control y dominio del mundo. En cualquier caso, la victoria de los rusos tuvo también un
efecto importante en el propio país y en el ámbito internacional. En primer lugar, porque
el triunfo dejó el poder en manos de los militares, que lo controlaron hasta finales de la
década de 1970. En segundo, porque la adquisición de tecnología occidental se mantuvo
durante un cierto tiempo. Y, por último, porque la hegemonía imperialista practicada
sobre Europa Oriental y otras zonas del mundo alargó de forma innecesaria e inoperante
el sistema económico ruso.
Tras la guerra, un panorama sombrío recorre la economía mundial, especialmente la
europea. La organización económica internacional se vio alterada y modificó la
estructura de gran parte del mundo, sobre todo con la aparición de los dos bloques
antagónicos: comunismo y capitalismo. En definitiva, vencedores y vencidos padecían
unas economías depauperadas que era necesario reconstruir.

110
4
La economía occidental tras la Segunda Guerra
Mundial (1945-1973)
Donato Gómez Díaz

4.1. LOS EFECTOS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Al finalizar la guerra, Europa se encontraba próxima a la miseria. Las pérdidas habían


sido muy amplias. Las bajas mundiales de población se situaban en una horquilla que va
desde 42 millones de muertes para Europa hasta probablemente un total que se acerca a
los 60 millones, aunque exista dificultad para cuantificar las pérdidas de China, inmersa
en una guerra civil.
Si miramos Europa, los cálculos más fidedignos sitúan las pérdidas en 42 millones de
habitantes: Rusia tuvo 25 millones, Alemania y Polonia, seis cada una, y los países de
Europa Oriental perdieron el 5% de su población. Japón perdió dos millones y medio de
habitantes, mientras que Estados Unidos «tan sólo» 406.000.
Problema añadido fue la transferencia de población, que, trasplantada o deportada por
Hitler y Stalin (30 millones entre 1939 y 1943), buscó regresar a sus casas al finalizar la
guerra; la vuelta de los trabajadores forzosos en Alemania, que eran 8 millones en 1944
(belgas, holandeses, franceses y de Europa del Este), o los 13 millones de refugiados de
origen alemán que se dirigieron a este país.
La tierra sufrió la destrucción del equipamiento y la pérdida del ganado. Holanda
perdió 219.000 hectáreas inundadas por los alemanes. En Europa del Este y sudeste, más
de la mitad del ganado desapareció. En el conjunto de Europa la producción de pan y
cereal bajó hasta el 60%; las grasas cayeron hasta una fracción (13% en Polonia, 25% en
Yugoslavia y 50% en Francia, Austria y Checoslovaquia); la carne y los productos de la
ganadería también disminuyeron en un tercio.
La escasez de alimentos hizo que la dieta se cubriera en Alemania y Austria en menos
del 60% de lo normal; un 68% en Italia y un 75% en Bélgica, Francia, Países Bajos,
Finlandia y Checoslovaquia.
El equipamiento industrial y las fábricas sufrieron también grandes daños, y a
mediados de 1945 la producción industrial era menos de un cuarto de antes de la guerra
en Italia, Austria y Alemania; una tercera parte en Bélgica, Países Bajos, Grecia y

111
Yugoslavia, y, excepto en Reino Unido, Suiza, Bulgaria y los países escandinavos, en el
resto de los países representaba menos de la mitad.
Inglaterra, a los bombardeos alemanes, que destruyen el 5% y dañan el 20% de las
viviendas, añade la pérdida de la mitad de la flota; Francia disminuye dos tercios de su
flota mercante y un 5% de las viviendas, aunque sufren daño otro 16%; Alemania pierde
el 15% de sus viviendas y tiene daños en otro 25%. En Europa Oriental había problemas
con los puertos y las vías fluviales; la marina era sólo el 61% de antes de la guerra; el
transporte ferroviario estaba dañado en un 50% y, por supuesto, existían limitaciones en
el transporte por carretera. Pero las pérdidas fueron incluso mayores, porque la
interrupción de las comunicaciones suponía el cese de la actividad, con fuerte escasez de
materias primas, e incluso el agotamiento físico de la población subalimentada.
El comercio internacional salió de la guerra con países reforzados y otros perdiendo.
Un índice de base 100 en 1938 se convierte en 191 para Estados Unidos en el año 1946,
163 para Canadá, 100 para Reino Unido y, sucesivamente, 57, 40, 7 y 2 en Italia,
Francia, Alemania y Japón.
La destrucción de capital fue muy elevada. El total del capital existente en la Unión
Soviética (1939) quedó reducido al 25% (quedaron devastadas 17.000 ciudades y villas y
70.000 pueblos, que perdieron el 70% de las instalaciones industriales y el 60% de los
transportes); Alemania perdió el 13% (RFA), Francia, el 8%, Italia, el 7%, y Reino
Unido, el 3%; los daños estadounidenses fueron muy inferiores.
Como consecuencia, el PIB disminuyó entre 1938 y 1946. Los datos de la tabla 4.1
muestran fuertes reducciones para los países perdedores de la guerra: Alemania, 48%;
Austria, 43%; Japón, 37%, e Italia, 21%; y descensos menores para los países
vencedores, con pérdidas de un 20% para Francia y la Unión Soviética, y un incremento
del 11% para el Reino Unido y del 63% para Estados Unidos. A estos datos podemos
añadir la disminución de renta nacional en Polonia del 50% y en Finlandia, Grecia,
Hungría y Yugoslavia del 40%.
Con la finalización de la guerra, la actitud de los vencedores fue diversa ante el
proceso de reconstrucción. En un primer momento se impone acabar con la amenaza
alemana. La nueva estructura política alemana ya se había gestado en 1943, cuando los
ministros de Asuntos Exteriores estadounidense, británico y soviético fijaron las zonas
de ocupación propias (estadounidense y británica —Bizona—), a las que después se une
la francesa (Trizona). Surgen dos ideas, una sobre las posibles «reparaciones de guerra»
y otra que solucionaba el problema alemán convirtiendo el país en tierra de pastizal para
que jamás volvieran a producirse los factores que condujeron al horror nazi.
Respecto a las reparaciones, los alemanes perdían sus activos exteriores y buena parte
de la flota; además, se hacían cargo de los costes de la ocupación y se bloqueaba su
capacidad bélica. Para efectuar los pagos, se desmantelaría parte del equipamiento
industrial. Poco para la Unión Soviética, que aumentó su territorio a costa de Polonia,
mientras que ésta lo hacía a costa de Alemania.

112
TABLA 4.1

PIB durante la Segunda Guerra Mundial (miles millones de dólares internacionales de 1990)

Aliados 1938 1939 1940 1941 1942 1943 1944 1945 1946
EE.UU. 800 864 931 1.100 1.320 1.583 1.716 1.647 1.307
Francia 186 199 164 130 116 110 93 101 154
Reino Unido 284 287 316 344 353 361 347 331 317
URRS 405 430 420 334 334 334 334 334 —
Eje
Alemania 220 241 243 258 262 267 274 195 116
Austria 24 27 27 29 27 28 29 12 14
Italia 141 151 152 150 148 134 109 85 12
Japón 176 204 210 213 211 214 205 102 111

FUENTE: Maddison (1997).

Por lo que se refiere a ruralizar Alemania, los gobiernos aliados, tras algunos titubeos,
fueron prácticos. Las tensiones con la Unión Soviética, que desembocan en la guerra fría
y el bloqueo de Berlín (1947), les hicieron comprender la necesidad de una Alemania
fuerte y estable en el centro de Europa, y aceleraron su reconstrucción. La política
represiva fue sustituida por la reducción de los desmantelamientos industriales, y para
reanudar el crecimiento se llevó a cabo una reforma monetaria (1949) permitiendo la
reunificación de las zonas aliadas (Trizona), convertidas en 1949 en la República
Federal de Alemania (RFA). Paralelamente en la parte soviética surge la República
Democrática Alemana (1949).
Hemos hablado al comienzo del deficiente estado de Europa; pues bien, en sentido
inverso, Estados Unidos salió de la guerra con una industria fortalecida y dispuesto a
colaborar mucho más que tras la Primera Guerra Mundial (PGM).

4.2. LA REORGANIZACIÓN DE LAS RELACIONES


INTERNACIONALES: FMI, BANCO MUNDIAL Y GATT

Europa terminó la guerra rebosando moneda, ya que los Estados multiplicaron la


emisión de billetes y la deuda pública para financiar el conflicto. Francia multiplicó entre
1938 y 1945 por cuatro la deuda pública; paralelamente, quintuplicaba la cantidad de
dinero en circulación. La deuda alemana pasó de 31.000 millones de marcos en 1938 a
380.000 millones a finales del año fiscal 1944-1945; y su oferta monetaria pasó en el

113
mismo período de 4.300 a 56.400 millones. Tales gastos generaban una fuerte inflación,
aunque en Alemania, como existía control de precios (1936-1948), fue el mercado negro
el que multiplicó los precios por cien. En Japón los precios aumentaron el 346% entre
1945 y 1946 y un 196% en 1947.
Cuando un país era liberado por los aliados, el nuevo gobierno debía decidir qué
hacer respecto al sistema monetario. El mantenimiento de las tropas en territorio ajeno
hizo surgir vales, bonos y monedas transitorias. Otro problema fue qué valor se le daba a
las monedas de los países ocupados, por ejemplo, respecto al dólar. De esa manera, el
franco francés, que se cambiaba contra el dólar a razón 28 a 1 en 1928, pasa a 119 a 1 al
final de la guerra. La lira italiana pasa de 19 a 1 en 1926 a 225 en 1946. En Inglaterra las
dificultades llegan con los préstamos estadounidenses, y la inflación sube hasta 122 entre
1945-1949.
Con el precedente de los problemas de la Primera Guerra Mundial, los aliados se
reunieron en 1944 en Bretton Woods (New Hampshire, Estados Unidos) para proyectar
la vuelta a la paz. La idea era establecer las bases de un sistema monetario internacional
que favoreciera el proceso de reconstrucción y evitara las desastrosas políticas
económicas que contribuyeron a la Gran Depresión de los años treinta.
Desde 1942 británicos (John M. Keynes, 1883-1946) y estadounidenses (H. D.
White) habían estado discutiendo. Ambos consideraban imprescindible la cooperación
internacional, pero disentían en otras cuestiones. Reino Unido estaba más preocupado
por el crecimiento interno, por el pleno empleo y por evitar las políticas de deflación de
los años treinta. Estados Unidos quería evitar la reproducción de los desórdenes
monetarios de los años veinte, y era partidario de una política de cambios fijos y de la
supresión de las barreras proteccionistas. En abril de 1944 llegaron a un acuerdo en
Bretton Woods y presentaron el plan británico-estadounidense a los otros 44 países como
un hecho consumado.
La idea principal era establecer un sistema de cambios fijos que potenciara el
comercio internacional y contribuyera a crear mayores niveles de ocupación y de renta,
evitando las devaluaciones competitivas que tanto daño hicieron a la economía durante
los años treinta. Funcionaba de la siguiente manera:

1. Facilitaba los cambios fijos entre divisas, permitiendo que cada Estado definiera el
valor de su moneda en relación con el dólar norteamericano, única divisa
convertible en oro, al precio de 35 dólares/onza de oro (retorno al Gold Exchange
Standard, Ginebra 1922); el oro quedaba depositado en la Reserva Federal de
Estados Unidos.
2. Las monedas sólo podían fluctuar ±1% respecto al valor central del dólar y ± 2%
respecto al oro (los golp point del patrón oro), por lo que si la balanza de pagos de
un país entraba en déficit —«desequilibrio fundamental»—, el Estado debía
intervenir para mantener la cotización, que podía variar sólo con la aprobación del

114
FMI.
3. Funda organismos para la cooperación económica: FMI, GATT y BIRD.

En 1947 surge el Fondo Monetario Internacional (FMI), encargado de la cooperación


financiera, que velaba por los cambios fijos y facilitaba los pagos internacionales con
préstamos a Estados que carecían de divisas, al objeto de equilibrar sus balanzas de
pagos e impedir las devaluaciones. El FMI se financiaba por medio de cuotas
compuestas de 25% en oro y el 75% restante en moneda nacional, cuota que variaba
según la riqueza del país. Pero como la cantidad de dólares era limitada, hubo que crear
un nuevo instrumento de reserva. En 1969 comienzan a utilizarse los llamados Derechos
Especiales de Giro (DEG), con los que podían comprar al Fondo la moneda extranjera
necesaria para hacer los pagos, recuperando la propia moneda al final del préstamo.
Bretton Woods consagró la supremacía estadounidense como un sistema
profundamente asimétrico. Por un lado, porque el país centro (Estados Unidos) con el
que se producían la mayor parte de los cambios («el dólar se convierte casi en oro»)
tenía una gran autonomía en materia de política monetaria; por otro, porque esa asimetría
favorecía la financiación a crédito de la sociedad de consumo americana y el desarrollo
de sus empresas mediante la inversión directa en el extranjero —haciendo caso omiso de
su balanza de pagos deficitaria—, asumiendo los bancos centrales de otros países los
efectos de la llegada de dólares a los mercados de cambio 1 .
Una segunda institución complementaria salida de Bretton Woods fue el Banco
Internacional de Reconstrucción y Desarrollo (BIRD), cuya función era proveer de
créditos a largo plazo a los países devastados por la guerra. Más tarde se empleó en los
países en vías de desarrollo, proporcionándoles también asistencia técnica. En 1959
contaba con un capital de 21.000 millones de dólares.
Para el establecimiento de la nueva arquitectura económica liberal se necesitaba un
pacto sobre el comercio exterior que redujera los obstáculos al intercambio. Franklin D.
Roosevelt, poco antes de su muerte en abril de 1945, planteó la posibilidad de crear una
Organización Internacional de Comercio entre naciones, y su sucesor Harry S. Truman
mantuvo la iniciativa, contribuyendo a la organización de una conferencia internacional
que tendría lugar en Londres (1946). Pronto chocaron dos concepciones: la de quienes
deseaban el librecambio multilateral y la de los países europeos que querían, en lo
inmediato, el proteccionismo. Finalmente, en 1948 cincuenta y tres países llegaron a un
compromiso con la Carta del Comercio Internacional de La Habana, que, al vulnerar el
principio del libre comercio multilateral, no fue firmada por Estados Unidos.
Paralelamente, los estadounidenses llevaban a cabo negociaciones, organizadas
también por Naciones Unidas en Ginebra (1947), para rebajar los aranceles. En total se
aprobaron 123 negociaciones bilaterales, que cubrían 50.000 productos. Los resultados
se reunieron en el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT), firmado por
23 países que representaban el 80% del comercio mundial y cuya entrada en vigor se

115
produjo el 1 de enero de 1948.
Dado que la Organización del Comercio Internacional no llegó a existir, sólo quedó el
GATT como regulador del comercio. Su articulado defendía: a) la consolidación de las
tarifas aduaneras, con disminución de los derechos de aduanas y reducción y supresión
de los contingentes; b) la prohibición de prácticas discriminatorias contra los productos
extranjeros; c) la adopción de la cláusula de nación más favorecida para todos los
firmantes; d) la prohibición de dumping, y e) la derogación de estos mecanismos
liberales en caso de superproducción agrícola, por desequilibrios momentáneos de la
balanza de pagos y por perjuicio grave causado por un aumento súbito de las
importaciones.
A partir del GATT, se llevaron a cabo nuevas rondas negociadoras para liberalizar el
comercio, bien ampliando el número de productos afectados, bien reduciendo todos los
aranceles en el mismo porcentaje. La tabla 4.2 muestra la progresión.

TABLA 4.2

Rondas del GATT entre 1947 y 1979

Duración de la
Rondas Países Principales resultados
negociación
Ginebra 1947 23 45.000 reducciones arancelarias.
(Suiza)
Annecy 1949 13 5.000 reducciones.
(Francia)
Torquay 1950-1951 38 8.700 reducciones.
(Reino
Unido)
Ginebra 1955-1956 26 Nuevos descensos arancelarios por valor de 2.500 millones de
(Suiza) dólares.
Ronda Dillon 1961-1962 26 4.400 reducciones.
(Suiza)
Ronda 1963-1967 62 Reducción de los derechos de aduana del 35% sobre productos
Kennedy industriales; acuerdos sobre prácticas antidumping.
(Suiza)

FUENTE: Échaudemaison et al. (2004).

4.3. RECUPERACIÓN DE LOS FLUJOS COMERCIALES

Estados Unidos durante la guerra mantuvo una política de ayuda a los países aliados
(Ley de Préstamo y Arriendo, 1941-1945) que termina al finalizar el conflicto.

116
En la segunda mitad de los años cuarenta la situación europea se agravó (deuda
pública, más inflación, pérdida de mercados, una relación de intercambio desfavorable y
trastornos sociales y políticos). Pero las necesidades se mantenían, y el capital, el carbón
y la alimentación siguieron cubriéndose con importaciones estadounidenses. De esa
forma, el déficit comercial de Europa Occidental en los tres primeros años superó los
5.000 millones de dólares, frente a 2.000 de la preguerra (7.400 millones en 1947), un
déficit que en sus tres cuartas partes era con Estados Unidos y en dólares.
Antes de la guerra Europa había financiado ese déficit comercial con las ganancias de
las transacciones invisibles de su balanza de pagos, pero al no disponer ya de ellas, tuvo
que hacerlo con oro y dólares. La situación fue agotando sus reservas, con el
inconveniente de que el sistema ideado por Estados Unidos para regresar a una economía
basada en los intercambios internacionales y los pagos multilaterales se volvía cada vez
más utópico.
Era necesario restablecer el equilibrio comercial, pero Europa partía de una situación
de práctica destrucción de su comercio exterior: gastos de guerra, pérdida de mercados,
liquidación de activos exteriores, pérdidas de buques, servicios financieros y la
reconstrucción. La mayoría de los gobiernos tomaron enérgicas medidas para aumentar
las exportaciones y disminuir las importaciones; el consumo se mantuvo bajo, y hubo
controles físicos y sustitución de importaciones. Pero los resultados no fueron
satisfactorios, aunque el volumen total de las exportaciones europeas occidentales
aumentó un 40% entre 1938 y 1951.
La deriva política que supuso el nuevo enfrentamiento de la guerra fría exigió a
Estados Unidos priorizar la recuperación de Europa.
Las necesidades obligaron a prolongar los socorros estadounidenses, y desde julio de
1945 la United Nations Relief and Rehabilitation Administration (UNRRA) distribuye
ayudas a Europa, que a principios de 1948 suponían 4.000 millones de dólares, más otros
3.000 a países no europeos. Sin embargo, dichas ayudas se utilizaron para mantener a la
hambrienta población y no repercutieron en la recuperación.
La falta de resultados en el proceso de recuperación europea obligó a cambiar el
modelo de ayuda. En junio de 1947 el general George Marshall, secretario de Estado
norteamericano, en un discurso pronunciado en la Universidad de Harvard, planteó la
importancia de restaurar «la salud económica» para asegurar la «estabilidad política» de
Europa. La situación se hizo más dramática tanto por los problemas climatológicos
(1946-1947) que hicieron caer la producción agrícola (–32% el trigo), hasta el punto de
que hubo que proveer de fondos para afrontar el hambre en Europa, como por la presión
a causa del crecimiento de los partidos comunistas en Francia e Italia. También los
norteamericanos comenzaron a temer que la incapacidad para importar de Europa
pudiera hacer que Estados Unidos cayera en una crisis parecida a la de 1921. Los deseos
altruistas por ayudar de un país de herencia europea estuvieron presentes.
El Plan Marshall, también llamado European Recovery Programme (ERP), tuvo

117
como objetivo la renovación de la infraestructura, el incremento de la producción,
particularmente de energía y acero, la localización equilibrada de la industria pesada
europea, la racionalización de la agricultura y de la industria de transformación y la
creación de estructuras que propiciasen la estabilidad monetaria y financiera. Tras cuatro
años, la economía europea debía marchar sola. El Banco Mundial aportaría también
créditos, aunque la parte principal fue aprobada por el Congreso norteamericano. El plan
entró en vigor en abril de 1948, y en 1951 se integró en el programa de asistencia para la
defensa mutua, con énfasis en la ayuda militar.
Se beneficiaron 16 países de Europa Occidental (tabla 4.3). El programa suponía
alrededor del 2% del PIB de Estados Unidos y el 2,5% de los países receptores, y casi el
90% del déficit europeo en dólares, y adoptó la forma de entrega de bienes (no efectivo).
Respecto a su importancia (10% de la inversión), el impacto no puede ser descrito como
esencial para la recuperación europea, ya que en 1948 la actividad industrial había
alcanzado el nivel anterior a la guerra. Las ayudas debían incluir a la Unión Soviética y
sus países satélite; sin embargo, fueron rechazadas. Los países socialistas fundan el
Kominform (octubre de 1948) como organismo para la cooperación entre ellos.

TABLA 4.3

Distribución del Plan Marshall entre sus miembros, abril 1948 a junio 1951

Países $ millones % del PIB en 1950


Austria 560,8 20,3
Bélgica y Luxemburgo 546,6 9,8
Dinamarca 256,9 8,5
Francia 2.401,0 9,2
Grecia 515,1 27,7
Países Bajos 977,7 17,2
Irlanda 146,2 12,0
Islandia 23,7 —
Italia 1.297,3 8,5
Noruega 231,7 7,8
Portugal 50,5 2,8
Reino Unido 2.731,6 7,2
RFA 1.297,3 5,1
Suecia 118,5 1,8
Trieste 33,4 —
Turquía 144,8 —

118
Total 11.314,7

FUENTE: Carreras (2003).

Para gestionar los fondos, los estadounidenses crearon la Economic Cooperation


Administration, mientras que los europeos fundaron la Organización Europea de
Cooperación Económica (OECE). Esta asociación es importante porque en la OECE hay
un germen de unidad del futuro asociacionismo europeo, y ayudó a promover
organizaciones para la liberalización y la multilateralización de los pagos intraeuropeos.
La agilización de los pagos va a ser el siguiente paso. Se crea la Unión Europea de
Pagos (UEP) en 1950, que se prolonga hasta 1958. La estrategia estadounidense para
restaurar la economía mundial necesitaba una institución que acelerara la
multilateralización de los pagos en Europa y la formación de un bloque con el que
pudiera comerciar. El ensayo nuclear soviético (1949) y el triunfo del sistema comunista
en China (1949) obligaron a Washington a presionar para la colaboración entre Estados
Unidos y Europa.
La UEP promovió un sistema de clearing que funcionaba como una cámara central
que compensaba los saldos acreedores y deudores de las transacciones comerciales
intraeuropeas, permitiendo mayor agilidad en los pagos occidentales, primero del área
dólar, y después integrándose con el área libra.

4.4. LA EXTENSIÓN DEL PAPEL DEL ESTADO

A lo largo de la historia, el Estado ha sido un factor importante de la vida económica.


Podríamos recordar hitos de intervención, real o teórica, citando el mercantilismo de
Colbert en Francia durante el siglo XVII, el despotismo ilustrado alemán de Federico II
(1712-1786), los planteamientos de Frédéric List (1789-1846) o los de autores socialistas
como Robert Owen (1771-1858), Sismondi (1773-1842) o Karl Marx (1818-1883).

4.4.1. La intervención del Estado

Durante la primera mitad del siglo XX, la intervención del Estado también vino
avalada por la teoría económica. La Escuela Sueca (Wicksel) intentó justificar la
importancia del Estado, al igual que los consejeros del presidente F. D. Roosevelt y el
New Deal (1933).
Pero va a ser el economista John M. Keynes, en su Teoría general de la ocupación, el
interés y el dinero (1936), el que presente los fundamentos esenciales para que el Estado
intervenga en la economía capitalista.
Según la mano invisible de Adam Smith (1776), la economía se autorregulaba. Pero

119
Keynes muestra que los desequilibrios podían persistir. Pensaba que el empleo era
resultado del nivel de producción —las empresas contratan si pueden vender—, no del
enfrentamiento de la oferta y la demanda de trabajo. Y que existía desempleo
involuntario. Por otro lado, no siempre el crecimiento económico era el máximo, ya que
existían fugas en el sistema. Los hogares podían ahorrar una parte de sus ingresos, que si
se atesoraban quedaban sin invertir, y tal déficit para la producción implicaba
desempleo. También el reparto inicial de las rentas favorecía demasiado a las rentas
altas, que tenían una débil propensión a consumir, a costa de los ingresos bajos, que la
tenían fuerte; en consecuencia, la demanda era inferior a la que era posible.
Como el sistema tenía fallos, para corregirlos y posibilitar el crecimiento el Estado
debía intervenir relanzando la economía a fin de aumentar la demanda. El Estado debía
favorecer el consumo creando empleos públicos, regulando al alza los salarios, pero
sobre todo redistribuyendo la renta. También el Estado podía actuar sobre la inversión,
bajando los tipos de interés a través de una política de creación monetaria. Debía
aumentar sus inversiones y gastos, pero sin incrementar los ingresos (impuestos) para no
ahogar la demanda del resto de los agentes económicos.
Keynes no rechazaba el sistema capitalista. Al contrario, creía que el Estado debía
intervenir para garantizar su sostenibilidad mediante la corrección del reparto inicial de
la renta y, en períodos de crisis y desempleo, contribuir al descenso del tipo de interés y
a la utilización del déficit presupuestario.

4.4.2. El aumento del peso del Estado

El aumento continuado del gasto público ha sido una de las características de los
países industrializados tras la posguerra. Gasto que incluía el propio del Estado, el
municipal y el de la Seguridad Social.
Eso era algo que había ya enunciado el economista alemán Adolf Wagner en sus
Fundamentos de economía política (1876), cuando defiende como un acto «de
civilización y de bienestar» la relación entre intervención económica y social del Estado
y el nivel de desarrollo económico (ley de Wagner). Anticipaba el fuerte incremento de
los gastos públicos que marcará el siglo XX, legitimando la intervención del Estado en la
construcción de infraestructuras, el comercio exterior, las empresas ferroviarias, las
escuelas o las cuestiones sociales. También el Estado debía implantar seguros
obligatorios de los trabajadores, estableciendo transferencias sociales en forma de salud,
educación y cultura.
Estos planteamientos se han ido cumpliendo. La tabla 4.4 muestra que el promedio
del gasto público como porcentaje del PIB es algo superior al 10% antes de la Primera
Guerra Mundial, se sitúa en 26,7% en 1950 y alcanza un 37% en 1973; no es lo máximo,
ya que los Países Bajos llegan al 45,5%. Dicho comportamiento se puede encontrar en el
conjunto de los países de la OCDE; por ejemplo, en Suecia el gasto público llegó en

120
1980 al 62% del PIB.

TABLA 4.4

Gasto público total como porcentaje del PIB a precios actuales, 1913-1973

1913 1929 1938 1950 1973


Alemania 17,7 30,6 42,4 30,4 42,2
EE.UU. 8,0 10,0 19,8 21,4 31,1
Francia 8,9 12,4 23,2 27,6 38,8
Japón 14,2 18,8 30,3 19,8 22,9
Países Bajos 8,2 11,2 21,7 26,8 45,5
Reino Unido 13,3 23,8 28,8 34,2 41,5
Promedio 11,7 17,8 27,7 26,7 37,0

FUENTE: Maddison (1991).

4.4.3. Las políticas estructurales

La crisis de 1929 generó una gran desconfianza hacia los mecanismos libres de
mercado. El Estado ante los fallos pondrá en funcionamiento políticas estructurales,
limitadoras del sector privado. Son un conjunto de medidas destinadas a influir de
manera duradera en la asignación de recursos, la distribución de la renta y el
funcionamiento de las instituciones. Tras la Segunda Guerra Mundial esa tendencia se
refuerza. El Estado, para una más rápida recuperación, planifica imponiendo objetivos a
largo plazo (frente a las políticas coyunturales), convirtiéndose él mismo en productor a
través del control directo de las empresas —nacionaliza—, establece políticas
industriales de ayuda a las empresas y promueve políticas de reducción de la
desigualdad (paro, enfermedad, accidentes de trabajo, vejez, etc.).

4.4.3.1. La planificación

El Estado va a planificar la economía tratando de imponer políticas industriales. La


planificación ha sido tradicionalmente el modo de organización económica de los países
socialistas, pero otros como Francia establecieron la Planificación Indicativa. Se trata de
un estudio prospectivo llevado a cabo por el Estado que establece las medidas que hay
que tomar para alcanzar objetivos de crecimiento y de desarrollo (Planes). Las
indicaciones se imponen en el sector público, pero para el privado son sólo indicativas.
El Estado establece condiciones propicias para que las empresas privadas sigan las

121
orientaciones deseadas, pudiendo así implantar una política de construcción de
infraestructuras y ayudar a ciertos sectores o empresas tomando a su cargo una parte de
sus gastos en investigación o mediante la concesión de subvenciones, exoneraciones
fiscales o tipos de interés preferentes. De esa manera, el Estado puede, con sus encargos,
acelerar la actividad de ciertos sectores o empresas (p. ej., el Concorde o el Airbús).
También puede hacerse cargo de algunas actividades productivas.
El Estado, que ya había anticipado su acción reguladora durante la Primera Guerra
Mundial (Walther Rathenau, 1867-1922, planifica la economía alemana de cara a las
necesidades de la guerra), intervendrá posteriormente, de nuevo en una situación crítica.
Cuando durante los años treinta el comercio mundial se paraliza y el sistema financiero
se descompuso, demostrando que el mercado no se autorregulaba, el Estado intervino.
En Francia, el Frente Popular (1936-1938) nacionaliza los ferrocarriles, el Banco de
Francia y varias ramas de la industria armamentística. En Italia el Estado funda en 1933
un holding estatal, el Istituto per la Ricostruzione Industriale (IRI), que controla los
cuatro principales bancos italianos y lo esencial de la siderurgia, las industrias
mecánicas, las construcciones navales, el material eléctrico, etc., así como el Ente
Nazionale Idrocarburi (E.N.I.). En Alemania, los nazis intervienen con planes
cuatrienales y la organización de una economía de guerra. En Bélgica está el Plan De
Man (1933), y en los Países Bajos también el Estado controlará más la economía. Son
ideas que habían sido practicadas por el partido socialdemócrata en Suecia y Noruega
antes de 1935. A todos estos precedentes tenemos que sumar los planes quinquenales
adoptados por la economía soviética desde 1928.
Tras la Segunda Guerra Mundial, el Estado, con la inercia de su actuación durante el
conflicto, no tardará en intervenir para acelerar la reconstrucción y la recuperación
económica. En Francia los planes son habituales durante el período que estudiamos: los
primeros planes, a menudo llamados de reconstrucción, son el 1.º Plan Monnet (1947-
1953), que tenía como objetivo luchar contra la crisis y las dificultades relacionadas con
la escasez que sufría la economía francesa tras la guerra; el 2.º Plan (1954-1957), que
pretendía superar en un 25% la producción de 1952, con cuatro acciones base: a)
investigación científica y técnica, b) especialización y adaptación de las empresas
industriales, c) desarrollo de la formación y de la reconversión de la mano de obra, y d)
mejora de la organización del mercado, y el 3.º Plan (1958-1961), que planteaba que el
crecimiento económico debía superar el 27% del nivel de 1956 y preparar la economía
francesa para la apertura internacional. Estos tres planes tenían como finalidad la
modernización del aparato productivo y la apertura de la economía francesa. El 4.º Plan
(1962-1965) quería incrementar el PIB un 24% entre 1962 y 1965, ante la preocupación
por el reparto de los frutos del crecimiento individual y regional. En el 5.º Plan (1966-
1970) el crecimiento iba a pasar del 5% al año; pensado para mejorar las estructuras
comerciales y la cualificación profesional, tenía también el cometido de mejorar sectores
de alta tecnología (aeronáutica) y los grupos industriales internacionales. Finalmente, el

122
6.º Plan (1971-1975) buscaba conseguir el «triángulo mágico»: fuerte crecimiento, débil
inflación y baja tasa de paro, con políticas que tuvieran la industrialización como
prioridad. A partir de mediados de 1970, la planificación entra en crisis (habrá cuatro
planes más).
Los Países Bajos inauguran en 1946 un plan de cuatro años, finalizado en 1952.
Bélgica sólo crea un organismo de programación, ignorando hasta 1959 las obligaciones
que impone un plan. El Reino Unido laborista rechaza el sistema, y realiza una política
económica coordinada. Una ley de 1947 crea un consejo de desarrollo, pero acaba en
fracaso. Las necesidades a comienzos de los cincuenta llevan al gobierno a reavivar los
proyectos de planificación, y varios organismos especializados pondrán las bases de un
plan para los años 1962-1966.
Japón, aunque con un sector público más reducido, también planifica. Como
consecuencia de la ocupación y la reconstrucción, a causa de la división de los antiguos
zaibatsu, recayeron en el Estado atribuciones de control sobre la economía privada, así
como sobre la agricultura (reduce la propiedad de los grandes terratenientes del 46% de
la tierra al 8%). La guerra de Corea permitió la llegada de divisas, y en 1955 crea una
comisaría para la planificación que fijará las tasas de crecimiento y redactará siete planes
entre 1955 y 1977.

4.4.3.2. Las nacionalizaciones

Tras la Segunda Guerra Mundial, muchos países europeos intentaron acelerar la


recuperación, modificando las estructuras económicas y nacionalizando y controlando
sectores clave de la economía. Los argumentos utilizados para nacionalizar las empresas
fueron varios, aunque existía uno de legitimidad: el Estado como garante del interés
general. Para el caso francés: 1) debido a la coyuntura económica y política, nacionaliza
empresas colaboracionistas; 2) tiene como motivo la reconstrucción tras la guerra, o de
empresas en dificultad (metalurgia), y 3) toma del control de sectores considerados
estratégicos (armamento) o fundamentales, como banca, transporte o energía.

TABLA 4.5

Las nacionalizaciones en Francia

Período Motivo Ejemplo


1945 Sanción por colaboración. — Renault, Société Nationale d’Étude et de Construction de
Sectores clave de la industria. Moteurs d’Avion (SNECMA).
Dominio del crédito. — Houillères du Nord et du Pas-de-Calais, Électricité de
France (EDF), Gaz de France (GDF).
1982 Dirección nacional de los grupos — Compagnie Générale de Électricité (CGE), Thomson-Bradt,
industriales con dimensión Saint-Gobain, Pechiney, Rhône, Usinor Sacilor, Dassault,
internacional. Matra.

123
Dominio del crédito. — Treinta y seis bancos.

FUENTE: Échaudemaison et al. (2004).

En 1984 el Estado francés controlaba 2.542 empresas que daban trabajo a casi dos
millones de asalariados. El sector público empleaba el 16% de los efectivos y realizaba
el 23% de las exportaciones, el 28% del valor añadido y el 36% del conjunto de las
inversiones de la economía francesa. El sector público bancario recibía el 87% de los
depósitos y concedía el 81% de los créditos. En la tabla 4.5 aparecen varias de las
nacionalizaciones realizadas.
En Reino Unido, el gobierno laborista de Clement Attlee (1945-1951) emprende una
amplia tarea de nacionalización para seis actividades principales. Primero nacionaliza el
Banco de Inglaterra (14 de febrero de 1946), lo que permite al gobierno controlar mejor
el crédito a la economía británica aunque que no modificó demasiado la actuación del
banco, ya que venía colaborando con el Tesoro desde los años treinta. En segundo lugar,
nacionalizó la industria hullera (12 de julio de 1946), algo inevitable dado que el
fraccionamiento, la falta de inversión y los problemas laborales habían obligado al
gobierno a interferir en ella desde los años treinta. El tercer sector nacionalizado fue el
de la electricidad y el gas (30 de julio de 1948), que en muchos casos se encontraba bajo
el control municipal o utilizaba una red de distribución nacional (1926). Respecto al
transporte, debemos citar el ferrocarril (6 de agosto de 1947), deteriorado y necesitado de
capital. Cuestión diferente fue el transporte de carretera (16 de diciembre de 1946), que
tuvo problemas para coordinar los servicios. También nacionaliza la aviación civil (14
de agosto de 1946) y las telecomunicaciones (6 de noviembre de 1946). Finalmente, el
proyecto de nacionalización más problemático fue la siderurgia (24 de noviembre de
1949), una actividad que había operado como un cártel en los años treinta.
Alemania fue sometida a un desarme industrial tras el conflicto. Pasó primero por el
desmantelamiento de los cárteles. Los konzern siderúrgicos y mineros fueron
fraccionados. No lo fueron los electromecánicos y los automotrices (se mantienen AEG
y Daimiel-Benz); en cambio BASF, Bayer y Bosch fueron colocadas en la situación
previa a la guerra. Y aunque el Estado elige la opción liberal, eso no significa que deje
de intervenir.
En la RFA (1949) el Estado heredó un amplio dominio público constituido a lo largo
de la historia: correos, ferrocarriles, etc. En la década de 1950 el gobierno controlaba
directamente el 20% de la producción de carbón y acero, el 50% de los automóviles y
del mineral de hierro y el 70% del aluminio, y poseía importantes intereses también en
los astilleros, la construcción y la industria química. A finales de los sesenta, a pesar de
algunas privatizaciones, el Estado seguía siendo accionista de más de 3.000 empresas.
Sin embargo, su peso era reducido, y su gestión se establecía con criterios de
rentabilidad parecidos a los de la empresa privada.

124
Pero la acción estatal se extenderá más allá de las empresas con otras intervenciones.
Aprovechando la debilidad de los mercados financieros, el Estado se convierte en el
principal inversor, bien a través de un aumento del gasto público, bien mediante la toma
de participaciones, favorecidas por grandes organismos vinculados, como en Francia la
Caisse des Dépôts et Consignations o el Fonds de Développement et de Modernisation.
Se trata de una acción que combina la influencia keynesiana con aspectos tendentes a
una redistribución más equitativa de las rentas.

4.4.3.3. El Estado de Bienestar

El Estado durante el siglo XX añadió a sus funciones tradicionales de defensa, justicia


y policía otras como educación, salud, etc. A partir de ahora, el Welfare State también
garantizará el bienestar de la población.
Se considera a William Beveridge (1879-1963) el instigador de esta intervención a
partir de 1945. En 1942 publica Social Insurance and Allied Services, donde explica que
el Estado moderno tenía el deber de liberar al hombre de las necesidades y protegerle
contra los riesgos sociales: enfermedad, accidentes de trabajo, vejez, muerte, maternidad
y paro. Defiende el establecimiento de un sistema de ayudas sobre tres principios
novedosos: universalidad (cobertura extendida al conjunto de la población), unidad (un
solo servicio general) y uniformidad (ayudas independientes del nivel de renta); el
Estado de Bienestar debía ser financiado con impuestos. En un segundo informe, Full
Employment in a Free Society (1944), planteó que el Estado debía tener como objetivo el
«pleno empleo en una sociedad libre» que evitara las situaciones vividas durante los
años treinta (véase evolución del desempleo en el gráfico 4.1). El Estado controla los
salarios, fija un salario mínimo o mantiene los precios agrícolas.

125
Gráfico 4.1. Tasas de desempleo en las economías desarrolladas, 1920-1988. (FUENTE: Mitchell, 1992, 1993,
1995; desde 1948 sólo la RFA.)

El Estado tendrá ahora tres funciones: 1) de destino o de asignación, que es la función


presupuestaria: el Estado destina ingresos a gastos; 2) de redistribución, modificando el
reparto inicial de las rentas, y 3) de estabilización o de regulación contracíclica: por su
política coyuntural, procura manejar las variables macroeconómicas para mantener el
crecimiento, en un ejercicio de equilibrio con políticas monetarias, presupuestarias, de
precios y de rentas.
En el Reino Unido, patria de Beveridge, la llegada de los laboristas al poder en 1945
supuso la puesta en funcionamiento de un sistema de asignaciones familiares a partir del
segundo hijo. Un poco antes había sido firmada la Education Act de 1944, que extendía
la edad de escolaridad obligatoria desde los 5 hasta los 14 años. En 1946 fue introducido
el Seguro de accidente. Pero la pieza central de las medidas sociales fue el Nacional
Health Service, que implicaba una medicina gratuita para todos (1946) y que no tuvo
oposición conservadora. El mismo año fue introducida la National Insurance Act, que
completaba la mayor parte del Estado de Bienestar. Otras medidas fueron indexar las
pensiones al índice de precios (1951) y después a los salarios (1957), eligiendo el
método que más favorecía a los pensionistas. En 1972 se pone en funcionamiento un
sistema de asignación de viviendas.
Bélgica preparó un amplio programa de reformas sociales. En 1942 la patronal se
reunió de manera semiclandestina con delegados de los sindicatos católicos y socialistas.

126
Paralelamente, los miembros del gobierno en el exilio aceptaban un pacto social (1944).
En Francia, las disposiciones importantes fueron tomadas desde octubre de 1944,
durante el gobierno provisional de Charles de Gaulle (1944-1946), en el que tenían
asiento socialistas y comunistas: creación de comités de empresa para empresas de más
de 100 asalariados (1945); establecimiento del salario mínimo interprofesional (1950);
Ley de Seguro contra el paro (1958); Acuerdos de Grenelle —aumento del 35% del
salario mínimo— (1968), o salario mínimo interprofesional de crecimiento (1970).
El modelo británico será adoptado por los países escandinavos (excepto Suecia) e
Irlanda. Pero la cronología dependió de la situación política. En algunos casos, como
Dinamarca, ya se habían tomado medidas en 1933, pero en otros países habrá que
esperar hasta 1970 (Canadá), y hacia 1980 llega el momento de los países mediterráneos.
En el caso de Japón, todavía en 1970 el gasto en Seguridad Social era muy bajo.

TABLA 4.6

Gasto público en protección social (porcentaje del PIB)

1950 1960 1970


Austria 12,4 15,9 18,9
Bélgica 12,5 15,0 19,3
Canadá 5,1 9,7 11,8
Dinamarca 6,2 8,2 19,1
Estados Unidos 5,4 9,2 10,4
Finlandia 12,6 8,8 13,7
Francia 8,2 13,4 16,7
Grecia — 7,1 9,0
Italia 8,5 13,8 16,9
Japón — 4,0 5,7
Noruega 5,7 7,9 16,1
Países Bajos 7,1 11,7 22,5
Reino Unido 10,0 10,2 13,2
RFA 14,8 18,1 19,5
Suecia 8,3 10,8 16,8
Suiza 6,0 4,9 8,5

FUENTE: Bairoch (1997).

127
Suecia hizo hincapié, más que en la asistencia, en la posibilidad de proporcionar
empleo. Esto surge de un acuerdo entre las principales organizaciones obreras en 1938, y
como los socialdemócratas se mantienen en el poder de manera ininterrumpida entre
1932 y 1976, se convirtió en un objetivo principal. Característica añadida del modelo
sueco es la amplitud de su cobertura social a partir de los años setenta.
En Estados Unidos, tras la Segunda Guerra Mundial, también avanzó la legislación
social. El presidente Harry S. Truman (1945-1953) presentó un programa de política
interior (Fair Deal) que se centraba en la extensión de la Seguridad Social. La falta de
mayoría demócrata en el Congreso impide aprobar la legislación, excepto la Employment
Act (1946). Pero con la reelección de 1948, obtuvo mayoría y pudo incluir el Seguro de
vejez (extendido a diez millones de beneficiarios). Cuando los republicanos acceden a la
presidencia (1953-1961), el proceso queda paralizado, excepto el Seguro de vejez. La
llegada de John F. Kennedy (1961-1963), sin mayoría en el Congreso, no cambió mucho
las cosas, pero su sucesor, Lyndon B. Johnson (1963-1969), reinicia los programas
sociales. En 1964 declara la guerra a la pobreza, y al año siguiente expondrá su
programa para una Great Society, de lo que resulta un programa de seguros de
enfermedad: Medicare (mayores de 65) y Medicaid (para personas de ingresos bajos) en
1965. El republicano Richard Nixon (1969-1974) no modificó la situación.
Esto supuso el incremento de la presión fiscal, que de 1950 a 1962 pasa del 28% al
32% de la renta nacional en el Reino Unido, del 30 al 34% en la RFA, del 29 al 37% en
Francia y del 34 al 41% en Noruega. Lógicamente, a eso le corresponde un incremento
de los impuestos obligatorios, que se elevan según países, pero para la media de la
OCDE llega al 41,7% en 1980 y en Suecia ronda el 48,8%. Con una grave disfunción,
los gastos de bienestar social son fijos, mientras que los ingresos de la recogida de
impuestos son muy cíclicos, y sujetos a la actividad económica.

4.4.4. Las políticas coyunturales

La estabilidad de los países desarrollados occidentales del período 1947-1973 fue


siete u ocho veces mayor que la del precedente, 1921-1939. Por eso resulta importante
comprender cómo los gobiernos occidentales lograron evitar las crisis, hasta el punto de
que en el período estudiado sólo se hablará de recesiones.
Los progresos del conocimiento estadístico permitieron el desarrollo de la
contabilidad nacional y la aparición de indicadores coyunturales, por lo que la demanda
global pudo contenerse en una zona próxima al pleno empleo, con posibilidad de actuar
en el límite inferior de dicha zona en caso de dificultades de la balanza de pagos o de
elevar los precios cuando fuera necesario. La idea final era lo que el economista N.
Kaldor (1908-1986) llamó el «cuadrado mágico», en el que asociaba la búsqueda del
pleno empleo, la estabilidad de los precios, el crecimiento del PIB y el equilibrio de la
balanza de pagos.

128
En el período van a existir dos grandes orientaciones en política coyuntural. Las
políticas de relanzamiento keynesianas, que, aunque estaban dirigidas a reactivar el
crecimiento y luchar contra el paro, mediante el estímulo de la demanda y el descenso de
la tasa de interés, tenían, sin embargo, un riesgo, pues reavivaban la inflación y los
desequilibrios exteriores. Las segundas eran las políticas de estabilización o de rigor
(austeridad), que luchaban contra la inflación e intentaban corregir los desequilibrios de
la balanza exterior (moderación de la demanda), pero la puesta en funcionamiento de
este tipo de políticas tenía el riesgo de ralentizar el crecimiento y agravar el paro (tabla
4.7).

TABLA 4.7

Políticas económicas

Objetivos principales Medios Riesgos


Políticas de relanzamiento — Estímulo al — Subida de rentas. — Inflación.
(expansivas o de crecimiento) crecimiento. — Déficit — Desequilibrios
— Lucha contra el paro. presupuestario. exteriores.
— Descenso de las
tasas de interés.
Políticas de rigor (austeridad o — Lucha contra la — Moderación de las — Ralentización
contractivas) inflación. rentas. del crecimiento.
— Restablecimiento del — Limitación del — Alza del paro.
equilibrio exterior. déficit presupuestario.
— Alza de las tasas de
interés.

FUENTE: Montoussé (2007).

Las decisiones para seguir un tipo u otro de políticas eran consecuencia de la


coyuntura económica. En 1958 el economista neozelandés Alban Phillips (1914-1975)
publicaba un famoso artículo empírico titulado «La relación entre el desempleo y la tasa
de variación de los salarios monetarios en el Reino Unido, 1861-1957». Richard Lipsey
en 1959 y al año siguiente los economistas keynesianos P. Samuelson y Robert Solow
reinterpretaron los datos entendiendo que los problemas de desempleo e inflación (la
subida salarial generaba un alza de precios) estaban estrechamente ligados. Cuando el
nivel de desempleo era bajo, los precios tendían a subir (inflación) y, al contrario,
cuando el desempleo era alto, la inflación disminuía. En fin, paro e inflación se
correlacionaban negativamente, como puede verse en la conocida curva de Phillips
(gráfico 4.2).
Esa dependencia no pasó desapercibida para los políticos, ya que, al ofrecer una
relación estable entre desempleo y subida de precios, adelantaba una solución a la lucha

129
contra la inflación y el paro; con el inconveniente de que no se podía actuar contra
ambas a la vez: o se reducía el desempleo a costa de aumentos de la inflación o bajaban
los precios mediante el alza del desempleo. Sólo quedaba elegir qué problema era el que
ambicionaban corregir (normalmente el paro) y qué punto de la curva de Philips era más
conveniente a sus necesidades.
Una interpretación esta que dominará el boom de la posguerra, legitimando las
políticas de Stop and go británicas y alentando alternativamente el control del empleo o
la lucha contra la inflación, sin percibir que las políticas de relanzamiento y de rigor
afectan al desempleo sólo temporalmente, desvaneciéndose el efecto cuando los precios
se ajustan y quedando sólo como un cambio en la tasa de inflación. Una relación rota a
partir de los años setenta (las regularidades empíricas se descomponen tan pronto como
los políticos tratan de explotarlas: ley de Goodhart).

Gráfico 4.2. Curva de Phillips.

Para prevenir los desequilibrios coyunturales, los gobiernos, desde los años cincuenta,
pusieron en funcionamiento políticas económicas específicas: 1) la política monetaria; 2)
la política presupuestaria (fiscal); 3) la política de precios, y 4) la política de rentas, cada
una con actuaciones y objetivos distintos.
Con las políticas monetarias, el Estado y las autoridades monetarias tomaban
medidas para regular el crédito y la masa monetaria. Los créditos se estimulaban cuando
el objetivo era favorecer el crecimiento y se limitaban cuando la lucha era contra la
inflación.
El Banco Central es la pieza fundamental, ya que controla el valor del multiplicador y
con ello las reservas obligatorias (menor poder de creación monetaria de los bancos
comerciales). Los objetivos eran luchar contra la inflación (Francia, 1963-1965),

130
restablecer el equilibrio de la balanza de pagos (Francia, 1982), evitar la fuga de
capitales (Francia, 1968) y, frecuentemente, una política monetaria restrictiva que podía
llevar a la adopción del control de cambios.
La política presupuestaria (fiscal) actuaba en los gastos mediante inversiones
adicionales, lo que, gracias al multiplicador keynesiano, aumentaba sus efectos sobre la
economía. En segundo lugar, sus acciones se pueden llevar a cabo a partir de la
fiscalidad; cualquier variación de los impuestos tiene un impacto sobre los niveles de
consumo y de inversión y sobre la producción. Finalmente, actuaba con el gasto de las
prestaciones sociales, distribuidas por medio de la Seguridad Social o por el Estado de
Bienestar.
Los objetivos de la política presupuestaria eran relanzar la actividad económica
(producción y consumo) por medio del déficit (Francia, Ley de Finanzas, 1982; también
los presupuestos estadounidenses fueron deficitarios con el conservador Ronald Reagan,
1980-1988). El inconveniente era que con políticas de rigor (equilibrio presupuestario)
había que subir los impuestos.
La tercera es la política de precios, que puede elevar la competitividad, porque con
precios bajos la competitividad exterior es mayor. Algunos países llevan a cabo políticas
de devaluaciones competitivas para poder exportar más.
En el caso francés, la administración tuvo un control permanente de precios desde
1945 hasta 1978. Mientras, otras grandes economías occidentales no conocen esa
política; Estados Unidos la establece brevemente durante la guerra de Corea (desde el
26/01/1951 hasta el 21/04/1951) y con R. Nixon para defender el dólar. La RFA (1949)
jamás ha tenido ese control de precios.
El objetivo de la política de precios es luchar contra la inflación (Francia, 1952). Sin
embargo, esta política es criticada porque no suprime la causa de la inflación, provoca
tensiones de sector a sector, degrada las cuentas de las empresas y a la salida del bloqueo
de los precios favorece la inflación.
Finalmente, con la política de rentas, si practicamos una política de relanzamiento, el
Estado puede aumentar los salarios relacionándolos con el índice del coste de la vida o
establecer un salario mínimo interprofesional. En caso contrario, una política de
estabilidad puede bloquear o disminuir los salarios reales. Los objetivos de la política de
rentas son evitar que el exceso de demanda acelere la inflación, aumentando los costes
de producción (también las importaciones).
La tabla 4.8 muestra varios ejemplos de relanzamiento (crecimiento) o de estabilidad
(austeridad) económica para Francia y sus políticas monetarias, presupuestarias y
fiscales, de precios y de rentas.

TABLA 4.8

Planes y políticas coyunturales en Francia 1958-1971

131
Plan (nombre del
primer ministro o del Política presupuestaria Política de rentas y de
Política monetaria
ministro de (fiscal) precios
Economía)
Pinay (1958) — Devaluación del 17,5 — Aumento de impuestos
Estabilización (fuerte). %. sobre sociedades (50 % de
— Creación del nuevo los beneficios).
franco. — Disminución de
— Nuevo préstamo. subvenciones a las
empresas.
Éxito inicial (disminución de la inflación y ralentización del crecimiento) y de nuevo
crecimiento y desequilibrios monetarios y exterior.
Giscard (1963) — Supervisión del crédito — Aumento de los — Bloqueo de precios.
Estabilización (fuerte). (crecimiento del crédito impuestos (creación del — Control de salarios.
limitado al 10 % anual). impuesto sobre plusvalías
— Aumento de las tasas financieras).
de redescuento bancario — Ahorro del Estado.
(3,5 % a 4 %).
Fuerte crecimiento con inflación y ataques contra el franco.
Debré (1966) Moderación en la Ayuda a las inversiones
Relanzamiento contratación del crédito. (exención del IVA; crédito
(limitado). fiscal).
Esta política tiene pocos resultados.
Acuerdos de Grenelle Creación monetaria Déficit muy importante. Fuerte aumento del poder
(1968) debido: de compra:
Relanzamiento fuerte — Déficit presupuestario. — Aumento del 35 % del
pero involuntario. — Débil tasa de interés. salario mínimo
interprofesional de
crecimiento.
— Aumento del 10 % del
salario medio.
Fuerte crecimiento con inflación y ataques contra el franco.
Giscard (1969) — Devaluación del 12,5 — Aumento limitado de — Bloqueo de precios
Estabilización (fuerte). %. impuestos. durante treinta días.
— Contratación del — Tentativas de economía
crédito (crecimiento presupuestaria.
limitado al 7 % por
año).
— Aumento de tasas de
descuento (8 %).
Éxito relativo contra la inflación, pero aumento del paro.

FUENTE: Montoussé (2007).

Esta política económica coyuntural en el Reino Unido (1951-1971) recibió el nombre


de Stop and go, y fue considerada por algunos la causa de un menor ritmo de

132
crecimiento del país. Entre 1950 y 1960 las inversiones industriales fueron el 15% del
PNB, frente al 19,1% de Francia y el 24% de RFA, una debilidad atribuida a esta
política, que alternaba medidas de relanzamiento económico con medidas de
estabilización, a fin de corregir los sucesivos desequilibrios. Ante una cíclica
inseguridad, los fabricantes eran reacios a invertir. Son períodos de Go (expansión):
1953-1955; 1958-1960; 1963-1964, y de Stop (austeridad): 1951-1953; 1955-1957;
1960-1962; 1965-1971.

Gráfico 4.3. Encadenamiento de fases Stop-go. [FUENTE: Échaudemaison (2004).]

4.5. LA DERIVA DEL SISTEMA MONETARIO

El comienzo del sistema de Bretton Woods está marcado por una situación de penuria
de dólares. Las reservas de divisas de los países europeos eran tan bajas que la
circulación de dólares como divisa internacional no podía venir más que de dos lugares:
la balanza comercial estadounidense (importa bienes, lo que permite la salida de dólares)
y los préstamos (Plan Marshall). La tentativa británica de hacer de la libra una divisa

133
clave fue un fracaso en 1947; para hacer más competitivas las ventas, en 1949 se
devalúan el franco, la libra y otras monedas europeas.
Progresivamente la economía alcanza un equilibrio entre 1950 y 1959. Un hecho
importante es la aparición de un déficit de la balanza de pagos de Estados Unidos,
debido sobre todo a las importantes salidas de dólares por los gastos militares (OTAN,
guerra de Corea, etc.), las ayudas públicas y los primeros flujos de inversión privada en
el extranjero. Estas salidas van a ser financiadas esencialmente con dólares en papel y no
en oro, solución que a todos convencía.
El déficit estadounidense permitió darle liquidez al sistema monetario internacional
hasta 1958, lo que favoreció la expansión del comercio y el crecimiento. Los países
extranjeros comenzaron a tener dólares, lo que reconstruía sus reservas y facilitaba el
retorno a la convertibilidad monetaria en 1959 y a la estabilidad de las tasas de cambio.
El déficit de Estados Unidos no generaba inquietud, ya que el dólar era convertible en
oro.
Sin embargo, la coincidencia entre los intereses estadounidenses y las necesidades
monetarias mundiales desaparece a comienzos de los sesenta. Por un lado, el déficit de la
balanza de pagos americana crece porque: 1) se produce la recuperación de Japón y la
RFA, perdiendo Estados Unidos competitividad, excepto en sectores punteros; 2) las
multinacionales invierten especialmente en Europa Occidental (salida de capital), y 3)
suben los gastos militares y civiles, dirigidos hacia América Latina, África y sobre todo
Asia, con intervención en Vietnam (1964). La balanza de pagos entra en déficit anual de
dos o tres mil millones de dólares, de modo que, por primera vez, la balanza comercial
es negativa (1971).

TABLA 4.9

Balanza de pagos de Estados Unidos (miles de millones de $)

(2) (3) (4) (5)


(1)
Saldo de Saldo de Saldo de Saldo
Saldo de
movimiento de balanza movimiento de global
bienes y
capitales a largo base capitales a corto (3 +
servicios
plazo (1 + 2) plazo 4)
1947-1949 (tras la guerra) 22,3 –19,4 2,9 2,9 5,8
1950-1957 (fin de la reconstrucción 17,8 –30,2 –12,4 2,3 –10,1
de Europa. Ralentización de la
ayuda estadounidense)
1958-1967 (expansión de 40,1 –61,5 –21,4 –3,8 –25,2
inversiones estadounidenses en el
extranjero)
1968-1973 (desaparición de 2,2 –27,9 –25,7 –54,2 –79,9
excedentes comerciales masivos)

134
1947-1973 (total) 82,4 –139,0 –56,6 –52,8 –
109,4

FUENTE: Échaudemaison et al. (2004).

El déficit estadounidense, pagado esencialmente en papel moneda, se tradujo en un


exceso de liquidez internacional. La inflación se acentuó por el desarrollo anárquico del
mercado de «eurodólares», es decir, los dólares que salían de Estados Unidos y
quedaban en Europa, donde su rentabilidad era superior.
Para Estados Unidos este déficit se reveló peligroso, ya que debido a los acuerdos de
Bretton Woods el dólar tenía un valor fijo de 35 dólares la onza de oro. Pero los dólares
que circulaban en el exterior pronto rebasaron los depósitos de oro estadounidenses, y la
onza llega a 40 dólares en 1968. Sus reservas de oro disminuyeron respecto a la masa
monetaria en circulación, y si en 1946 tenía una cobertura de 20.000 millones de dólares
en oro, que aumentó hasta un máximo de 23.300 millones en 1953, a partir de esa última
fecha baja a 17.800 millones en 1960, y a 10.700 en marzo de 1968. La elevada cantidad
de dólares internacionales (papel) sin respaldo con el metal precioso generó inquietud
entre sus tenedores, que reclamaron la conversión a oro. En 1964 algunos bancos
centrales (Francia) exigieron convertir parte de sus tenencias de dólares en metal oro.
La situación llevó a Estados Unidos a preparar planes de defensa del dólar que fueron
poco eficaces, ya que excluían decisiones reales como la devaluación, la reducción de
los gastos en el extranjero o el sacrificio del crecimiento económico.
El Plan Kennedy (1961) creó un «pool de oro» en el que los ocho bancos centrales
más importantes (Estados Unidos, Reino Unido y los países de la CEE) se agrupaban
para defender la convertibilidad del dólar a la paridad oficial. El Plan Johnson (1964)
hizo un llamamiento a las quinientas principales empresas estadounidenses para que
redujeran sus inversiones externas y repatriaran los beneficios, subió las cuotas del FMI,
redujo los gastos militares exteriores y aumentó la fiscalidad para luchar contra el
recalentamiento y la inflación. El tercero de los planes, también durante el período
Johnson (crisis de 1967-1968), buscó modular las inversiones externas de las empresas
estadounidenses.
Estados Unidos, que tenía una cobertura de oro del 47% en 1958, sólo cubre el 25%
en 1968. Por eso abandona la convertibilidad externa de dólares en oro para los
particulares, aunque la mantuvo para los bancos centrales (onza/35 dólares). El resto de
los tenedores extranjeros de dólares sólo podían convertirlos a precios de libre mercado.
En 1971, un déficit de 22.000 millones de dólares en la balanza de pagos lleva al
presidente R. Nixon a tomar medidas extremas: 1) supresión de la convertibilidad del
dólar en oro, incluso entre bancos centrales, y 2) establecimiento de una tasa del 10%
para las importaciones, hasta que los socios principales de Estados Unidos aceptaran
revaluar sus monedas. A finales de 1971 se revalorizan el marco alemán, el yen japonés,

135
los francos suizo y belga y el florín holandés (tabla 4.10).

TABLA 4.10

Devaluaciones del dólar

Por Antes de diciembre Tras acuerdos Smithsonian Agreement Devaluación de 13 febrero


referencia al 1971 (1971) 1973
Dólar 1,00 1,00 0,99
canadiense
Florín 3,62 3,24 2,92
holandés
Franco belga 50,00 44,82 40,33
Franco francés 5,55 5,12 4,60
Franco suizo 4,08 3,92 3,34
Libra esterlina 0,42 0,38 0,41
Lira italiana 625,00 581,50 568,50
Marco alemán 3,66 3,22 2,90
Yen japonés 360,00 308,00 264,00

FUENTE: Nouschi y Bénichi (1991).

En este momento los tres principios en los que se basaba Bretton Woods habían
dejado de existir: 1) el dólar no es convertible en oro; 2) la cooperación monetaria ha
dejado paso a un enfrentamiento, en el que Estados Unidos indica qué monedas deben
revalorizarse, y 3) la estabilidad de las tasas de cambio no está asegurada. El acuerdo de
Washington en diciembre de 1971 confirma la inconvertibilidad del dólar en oro y
supone un reajuste importante de las paridades existentes entre las monedas. Ahora se
expanden los márgenes de las fluctuaciones monetarias autorizadas, que serán de ±
2,25%, generando un «túnel monetario».
A comienzos de 1973 se produjo una nueva oleada especulativa que devalúa el dólar
otro 10%, y la onza de oro pasa a 42 dólares. Entonces los bancos centrales de Europa
decidieron no intervenir en los mercados de divisas para apoyar el dólar. Las monedas
europeas ahora flotan, igual que el yen. Por segunda vez desde la década de 1930, el
mundo se había quedado sin un sistema monetario internacional.

4.6. CRECIMIENTO Y CONVERGENCIA EN LA EDAD DE ORO

Existe consenso al considerar el período entre 1950 y 1973 como el de más rápido

136
crecimiento económico conocido. El economista británico Angus Maddison lo llamó «la
edad de oro del capitalismo», y el francés Jean Fourastié, «los treinta gloriosos».
Algunos autores recurren a la expresión «milagro económico» para titular otros casos de
crecimiento nacional (Alemania, Japón, Italia, etc.). La tabla 4.11 muestra las tasas de
crecimiento del PIB y del PIB per cápita a lo largo del siglo XX con los mayores ratios
entre 1950 y 1973: Japón, 9,29% y 8,05%; Alemania, 5,68% y 5,02%; Italia, 5,64% y
4,95%, etc.

TABLA 4.11

Tasa de crecimiento del PIB y tasa del PIB per cápita en los países occidentales avanzados, 1913-1998

Países 1913 a 1950 1913 a 1950 pc 1950 a 1973 1950 a 1973 pc 1973 a 1998 1973 a 1998 pc
Alemania 0,30 0,17 5,68 5,02 1,76 1,60
Australia 2,18 0,73 4,60 2,34 3,24 1,89
Austria 0,25 0,18 5,35 4,94 2,36 2,10
Bélgica 2,55 0,70 3,81 3,55 2,09 1,89
Canadá 2,84 1,40 3,93 2,74 2,99 1,60
Dinamarca 2,55 1,56 3,81 3,08 2,09 1,86
Estados Unidos 1,61 1,61 2,45 2,45 1,99 1,99
Finlandia 2,69 1,91 4,94 4,25 2,44 2,03
Francia 1,15 1,12 5,05 4,05 2,10 1,61
Italia 1,49 0,85 5,64 4,95 2,28 2,07
Japón 2,21 0,89 9,29 8,05 2,97 2,34
Noruega 2,93 2,13 4,06 3,19 3,48 3,02
Países Bajos 2,43 1,07 4,74 3,45 2,39 1,76
Reino Unido 1,19 0,92 2,93 2,44 2,00 1,79
Suecia 2,74 2,12 3,73 3,07 1,65 1,31
Suiza 2,60 2,06 4,51 3,08 1,05 0,64

FUENTE: Maddison (2002). Alemania desde 1950 es la RFA.

La pregunta a responder tiene que ver con la causa. Maddison (1991) justifica el
crecimiento de los dos siglos pasados como una interacción entre la tecnología, el
capital, la educación y la mejora del comercio internacional, a lo que añade como
factores de menor rango los cambios estructurales, las economías de escala, los recursos
naturales y la calidad y seguridad de las instituciones.

137
Tales características se proyectan también en el período de crecimiento entre 1950 y
1973, y nos obliga a estudiarlas.
El primero de los factores básicos fue la aplicación de políticas liberales a las
transacciones internacionales, eliminando las barreras que obstaculizaban el comercio y
los pagos desde los años treinta. El surgimiento de nuevas instituciones de comercio
internacional como la OECE, el proceso de integración de la Comunidad Económica
Europea, la Asociación Europea de Libre Comercio y las diversas rondas, sobre todo la
Kennedy, añadieron un 1% más a la tasa anual de crecimiento. Por otro lado, el FMI
aseguró cambios fijos y estables con un patrón divisa dólar-oro, una inflación reducida
(4,1%) y precios de productos básicos estables hasta 1968 (alimentos, petróleo, metales
no ferrosos, oro...).
La tabla 4.12 hace una comparación del comercio mundial, utilizando la proporción
de exportaciones respecto al PIB, que si en 1950 era del 7%, sube hasta el 11,2% en
1973; datos que crecen cuando hablamos de los países capitalistas avanzados (Países
Bajos, 41,7%; Alemania, 23,8%; Canadá, 19,9%; Francia, 15,4%; Reino Unido, 14%, y
Japón, 7,9%). Los intercambios fueron facilitados por la mejora del transporte, que a su
vez permitió la difusión de nuevos productos y las inversiones, allá donde la
especialización era más rentable.

TABLA 4.12

Exportaciones de mercancías como porcentaje del PIB (exportaciones y PIB a precios de 1990)

1913 1929 1950 1973


Alemania 15,6 12,8 6,2 23,8
Australia 12,8 11,2 9,1 11,2
Canadá 12,2 15,8 13,0 19,9
Estados Unidos 3,7 3,6 3,0 5,0
Francia 8,2 8,6 7,7 15,4
Japón 2,4 3,5 2,3 7,9
Países Bajos 17,8 17,2 12,5 41,7
Reino Unido 17,7 13,3 11,4 14,0
Unión Soviética 2,9 1,6 1,3 3,8
Mundo 8,7 9,0 7,0 11,2

FUENTE: Maddison (1997).

En segundo lugar, durante la edad de oro hubo un alza muy marcada en la inversión

138
como respuesta a las oportunidades ofrecidas por el progreso técnico.

TABLA 4.13

Tasa de crecimiento de existencias netas de capital no residencial por persona empleada, 1913-1987

1913-1950 1950-1973 1973-1987


Francia 1,18 5,92 3,67
Alemania 0,51 6,57 2,68
Japón 2,68 8,37 5,76
Países Bajos 0,88 5,86 1,06
Reino Unido 1,04 5,18 2,27
Estados Unidos 0,42 2,27 0,65
Media 1,12 5,70 2,68

FUENTE: Maddison (1991).

La tabla 4.13, sobre crecimiento de existencias netas de capital no residencial por


persona empleada para Europa y Estados Unidos, muestra la fuerte subida media de
5,7% entre 1950 y 1973 respecto al 1,12% del período precedente, un crecimiento cuya
importancia puede evaluarse mejor si observamos la caída que se produce entre 1973-
1987.
En tercer lugar fue importante la mejora de las técnicas y de la productividad.
Estados Unidos se mostró como líder tecnológico en el siglo XX, y Europa y Japón
copiarán sus métodos de organización y de producción. Cuestión añadida fue que la
tecnología estadounidense tuvo mayor rentabilidad en Europa.
Desde la Segunda Guerra Mundial se aceleró el ritmo de descubrimiento tecnológico.
El Proyecto Manhattan (1939) tuvo la pretensión de utilizar la fisión nuclear para fines
militares, y en 1945 se arroja la primera bomba atómica. Tras la guerra, el impacto en el
uso de la energía nuclear será importante en la producción eléctrica (5% en 1973 y 21%
en 1983).
En segundo lugar, en los laboratorios de la Bell Company comienzan las
investigaciones que conducen a la invención del transistor en 1947, que se utiliza en la
radio (1957) y los ordenadores (1961). También en estos laboratorios se patentan la
célula solar (1954), la fibra óptica (1955) y el láser (1959).
Los antecedentes históricos del ordenador son previos a la Segunda Guerra Mundial,
pero es durante ésta cuando se sientan las bases reales. En 1943 Alan Turing construye el
Colossus; de 1944 es el Mark I de IBM, y en 1946 el ENIAC. La segunda generación del
UNIVAC con transistores es de 1956.

139
Importantes fueron los avances en la aviación a reacción. Los vuelos transatlánticos
se inician en 1958; el Concorde francés y el Boeing 747 son de 1970, y el Airbús A300,
de 1972. En el ámbito del transporte de materias primas, el primer superpetrolero es de
1968.
Von Braun logró poner a punto el primer cohete V-2 en Europa, que alcanza los 97
km de altura. A finales de 1957 la Unión Soviética lanza el satélite Sputnik.
Paralelamente se pone en funcionamiento el programa espacial estadounidense, que en
1969 llevará al primer hombre a la luna (Apolo XI); sus efectos sobre la innovación civil
pueden verse en los satélites de comunicaciones (1975).

TABLA 4.14

Proporción del empleo por sectores económicos, 1913-1973 (en porcentaje)

EE.UU. Francia Alemania Reino Unido Países Bajos Japón


Agricultura, explotación forestal y pesquerías
1913 27,5 34,4 34,6 26,5 11,7 60,1
1950 12,9 28,3 22,2 13,9 5,1 48,3
1973 4,10 10,9 7,10 2,9 6,1 13,4
Extracción minera, industria manufacturera, construcción y empresas de servicios públicos
1913 29,7 32,3 41,4 33,8 44,1 17,5
1950 33,6 34,9 43,0 40,2 44,9 22,6
1973 32,3 38,5 46,6 41,7 35,5 37,2
Servicios
1913 42,8 26,6 24,3 39,7 44,2 22,4
1950 53,5 36,8 34,8 45,9 50,0 29,1
1973 63,6 50,6 46,3 55,4 58,4 49,4

FUENTE: Maddison (1991 y 1997).

Pero el número de innovaciones es muy elevado, sobre todo en el ámbito del


consumo: la fotocopiadora (1959), la cinta de casetes (1962), el vídeo (1965), etc. En
agricultura destaca la elaboración de pesticidas y herbicidas y la creación de cereales de
altos rendimientos (revolución verde). En el ámbito de la medicina, la penicilina (1928)
fue seguida por la estreptomicina (1945) y una vasta gama de antibióticos como la
tetraciclina (1955) y por las vacunas contra la poliomielitis (1954) y la rubéola (1966).
Como respuesta a las modificaciones en la tecnología y al crecimiento del comercio,
cambió la estructura del empleo. Desciende la proporción de población empleada o

140
subempleada en la agricultura, que se dirige a la industria y sobre todo al sector
servicios, como puede observarse en la tabla 4.14. Si tomamos como ejemplo Estados
Unidos, en 1913 la agricultura ocupaba al 27,5% de la población activa, un porcentaje
que se reduce al 12,9% en 1950 y a 4,1% en 1973; en la industria se mantendrá a lo largo
del período alrededor del 30%, mientras que crecen los servicios: 42,8%, 53,5% y 63,6%
respectivamente. Podemos concluir que los trabajadores pasaron de sectores de
rendimientos bajos a sectores de rendimientos mayores, convirtiéndose en una
importante fuente del crecimiento.
El desplazamiento de la población hacia sectores de mayor crecimiento necesitaba
capital físico, pero también capital humano, en forma de habilidades, educación y
organización. Esto nos permite hablar del capital humano. A lo largo del siglo XX la
población entre 15 y 64 años incrementó sus niveles educativos (tabla 4.15). Esta
expansión de la educación y del capital humano tuvo efectos económicos considerables,
ya que ayudó a incorporar el progreso técnico y las nuevas capacidades que promovía la
investigación.

TABLA 4.15

Años de educación de la población de 15 a 64 años, 1913-1973 (promedio ambos sexos)

Estados Unidos Francia Alemania Países Bajos Reino Unido Japón


1913 7,86 6,99 8,37 6,42 8,82 5,36
1950 11,27 9,58 10,40 8,12 10,60 9,11
1973 14,58 11,69 11,55 10,27 11,66 12,09

FUENTE: Maddison (1997).

Como consecuencia de todos estos cambios, los países capitalistas avanzados


crecieron rápidamente, convergiendo su renta hacia la renta media de Estados Unidos.
Cierto que la rapidez del crecimiento tiene que ver con una recuperación del atraso
generado por las dos guerras mundiales y la depresión de los años treinta. Sin embargo,
la justificación va más allá de una mera puesta al día. También habrá un conjunto de
actuaciones políticas, por el lado de la demanda, que elevaron las posibilidades del
crecimiento. Las políticas de tipo keynesiano sirvieron para mantener altos la demanda y
el empleo y para regular los ciclos económicos (con estabilizadores automáticos que
suben el poder adquisitivo de las rentas bajas), e incluso los hicieron desaparecer.
Los datos incluidos en la tabla 4.16 muestran la convergencia de los países más
avanzados hacia la renta media de Estados Unidos. La renta per cápita de Europa en
1950 era el 57,6% de la estadounidense, y en 1973 llegaba hasta el 70,4%.

141
TABLA 4.16

Convergencia del PIB por habitante 1950-1973 ($ internacionales de 1990)

1950 (PIB en $) % de EE.UU. en 1950 1973 (PIB en $) % de EE.UU. en 1973


Alemania 4.281 44,7 13.152 79,2
Australia 7.218 75,4 12.485 75,2
Austria 3.731 39,0 11.308 68,1
Bélgica 5.346 55,8 11.905 71,7
Canadá 7.047 73,6 13.644 82,2
Dinamarca 6.683 69,8 13.416 80,8
Estados Unidos 9.573 100,0 16.607 100,0
Finlandia 4.131 43,2 10.768 64,8
Francia 5.221 54,5 12.940 77,9
Italia 3.425 35,8 10.409 62,7
Japón 1.873 19,6 11.017 66,3
Noruega 4.969 51,9 10.229 61,6
Países Bajos 5.850 61,1 12.763 76,9
Reino Unido 6.847 71,5 11.992 72,2
Suecia 6.738 70,4 13.494 81,3
Suiza 8.939 93,4 17.953 108,1
Unión Soviética 2.834 29,6 6.058 36,5

FUENTES: Maddison (1997) y elaboración propia.

Pero 1973 fue ya un año de ruptura. El derrumbamiento del sistema de tipos de


cambio fijos de Bretton Woods, con aparición de fuertes expectativas inflacionistas
como elemento fundamental para el establecimiento de precios y salarios, y los
problemas ocasionados por la multiplicación por diez de los precios del petróleo (tabla
4.17) generaron una situación crítica que hundió todo el sistema montado en 1944.

TABLA 4.17

Precio del petróleo desde 1945 hasta 1973 (dólares/barril)

Año Dólares Año Dólares


1945 1,05 1959 1,90
1947 1,60 1960-1970 1,80

142
1948 1,99 1971 2,28
1949 1,84 1972 2,48
1950-1952 1,71 1973 2,60
1953-1956 1,93 1973 octubre 5,11
1957-1958 2,08 1973 diciembre 11,65

FUENTE: Nouschi y Benichi (1991).

4.7. LA CONSTITUCIÓN DE NUEVOS ESPACIOS DE COMERCIO


REGIONALES

Desde el siglo XIX se estaban creando novedosas asociaciones regionales de


comercio: los estados alemanes establecen una unión aduanera, el Zollverein, que
comienza a funcionar desde enero de 1834. En 1921 es el caso de Bélgica y
Luxemburgo. En 1951 surge la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA),
que reunía en una unión aduanera a Francia, Alemania, Italia, Bélgica, Países Bajos y
Luxemburgo; esos mismos países firmaron el Tratado de Roma (1957), que estableció la
Comunidad Económica Europea (CEE). En 1959 entra en vigor la Asociación Europea
de Libre Comercio (AELC), con países europeos que habían quedado fuera de la CEE.
El resto de los continentes también acude a la regionalización del comercio: Mercado
Común Centro Americano (1960), Pacto Andino (1966), Acuerdo de Libre Cambio en
Australia y Nueva Zelanda (1965), Comunidad Económica de Estados de África del
Oeste (1975), etc.

4.7.1. El origen de la regionalización del comercio en Europa

Al terminar la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), era visible el fin de la


hegemonía europea en el mundo. La Conferencia de Yalta (1945) había dividido el
continente en dos bloques bajo la dirección de Estados Unidos y la Unión Soviética, y
los europeos volvieron la vista hacia las ideas expuestas por W. Churchill (1874-1965)
de avanzar en la construcción de «una especie de Estados Unidos de Europa» (1946).
Para canalizar «la ayuda estadounidense» a la reconstrucción europea, los
norteamericanos exigieron que se organizaran. Se crea la OECE, que, además de las
funciones que le atribuía el Plan Marshall, debía prever una liberalización progresiva de
los intercambios entre los miembros. En septiembre de 1947 fija objetivos concretos:
alcanzar el nivel de producción agrícola de 1938, y la producción aumenta: electricidad
(75%), acero (20%), refinado de petróleo (250%), etc. En abril de 1948 los Seis (Francia,
RFA, Italia, Bélgica, Luxemburgo y Países Bajos) firmaron un convenio para elaborar

143
un plan europeo, pero chocó con dificultades técnicas que mostraron la incapacidad de la
OECE para alcanzar objetivos superiores.
El ministro francés Robert Schuman (1886-1963), a finales de los cuarenta, había
llegado a la conclusión de que una organización continental pasaba por una
reconciliación franco-alemana, que debía hacerse primero en el terreno económico.
Francia propuso en 1950 poner en común las producciones de carbón y acero francesa y
alemana e iniciar negociaciones con el Benelux e Italia para obtener su adhesión. El 18
de abril de 1951 se crea la CECA. La producción de acero pasó de 34 a 56 millones de
toneladas, frente a las 77 de Estados Unidos y las 20 del Reino Unido.

4.7.2. Los casos de la Comunidad Económica Europea y la Asociación Europea de


Libre Comercio

En 1955 se abren negociaciones en Messina (Italia) para establecer una solidaridad


económica más estrecha: un mercado común integral, con supresión de los derechos
arancelarios y libre juego de la competencia. Y los mismos Seis Estados de la CECA
firmaron el Tratado de Roma el 25 de marzo de 1957. Nace así la Comunidad
Económica Europea (CEE), con la idea de «promover, mediante el establecimiento de
un mercado común y la progresiva aproximación de las políticas de los Estados
miembros, un desarrollo armonioso de las actividades económicas en el conjunto de la
Comunidad, una expansión continua y equilibrada, una estabilidad creciente, una
elevación acelerada del nivel de vida y relaciones más estrechas entre los Estados que la
integran» (Tratado de Roma, art. 2).
La CEE representaba un esfuerzo de desarrollo sin precedentes, con una extensión de
1,1 millones de km 2 , una población de 166 millones de habitantes y una población activa
de 71 millones. Sin embargo, faltaba Reino Unido, que, deseando mantener sus
relaciones prioritarias con Estados Unidos, los países de su antiguo Imperio y la
integridad de la zona de la libra esterlina, mostraba recelos, por lo que constituye en
1959 la Asociación de Libre Comercio (AELC), formada por ella misma y Noruega,
Dinamarca, Austria, Portugal, Suecia, Suiza, Finlandia (1961) e Islandia (1970).
Una de las actuaciones fundamentales de la CEE fue la puesta en marcha en 1960 de
la Política Agraria Común (PAC), que sostendrá los precios de los productos agrícolas
(compra de excedentes, aranceles proteccionistas, subvenciones, etcétera). Se trataba de
algo necesario, ya que una quinta parte de la población de la Comunidad trabajaba en la
agricultura, pero se convierte en centro permanente de disputa entre los Estados, al
absorber gran parte del presupuesto comunitario.
El crecimiento se hizo fuerte. Con relación a la media de los años 1947-1949, la
producción carbonífera de la CEE pasa del índice 86 al 135 (1959); el refinado de
petróleo, de 71 a 851 para la CEE y de 89 a 220 para la AELC. La producción de
electricidad pasa de 94 a 238, y de 61 a 239, respectivamente. La de acero bruto, de 71 a

144
276 para la Europa de los Seis y de 87 a 160 para la AELC. En conjunto, el ritmo de
crecimiento va dejando lejos al Reino Unido y a Estados Unidos.
Respecto a la agricultura, tomando como base los años 1947-1949, la producción de
trigo tiene en 1959 un índice 174 para los Seis, y de 149 para los países de la AELC.
Para la carne de vacuno y porcino, los índices son 205,6 y 192,5, y para la leche de vaca,
171 y 120,3 respectivamente.

TABLA 4.18

Evolución de los intercambios intracomunitarios respecto a las exportaciones totales de la CEE 1958-1969
(%)

1958 1969
Bélgica y Países Bajos 42 60
Francia 22 48
Italia 24 43
RFA 27 40
CEE 32 48

FUENTE: Barjot (1997).

Dentro de la CEE, los efectos de la reestructuración institucional se percibieron por


un rapidísimo aumento de los intercambios intracomunitarios, de modo que el grado de
apertura de sus economías subió continuamente. Pasa de una tasa anual (en volumen) del
9,8% entre 1953-1958 al 10,9% entre 1958-1973. En 1953 suponía el 27% del comercio
exterior total, pero sube al 32% en 1958, al 42% en 1965 y llega al 48% en 1969 (tabla
4.18). Estos resultados se acompañaron de una disminución del paro, que raramente
sobrepasó el 1% del empleo, y, sobre todo, de un exceso de oferta de empleo de los
sectores secundario y terciario. Cada vez se hizo más necesario recurrir a la mano de
obra extranjera.
El comercio intracomunitario no fue en detrimento del comercio con el resto del
mundo. Desde los años sesenta, la CEE irá recuperando mercados perdidos en América y
Asia; también firmó acuerdos preferenciales con países mediterráneos y africanos,
bajando la tarifa exterior común. Consecuentemente, el comercio exterior de los Seis
aumentó más rápido que el PIB (5,5% anual).
En cuanto a los países de la AELC, sus intercambios interiores se incrementaron
rápidamente (11% al año). Sin embargo, irá perdiendo peso en el contexto mundial, pues
si la CEE en 1962 representa el 24% del comercio mundial y en 1971 el 28%, la AELC
supone el 16% y el 14% respectivamente. Por entonces la CEE ya es el primer
importador y el primer exportador del mundo.

145
Reino Unido iniciará pronto negociaciones para su adhesión a la CEE, pero será
rechazada dos veces por el general De Gaulle (1963 y 1967), que alegaba que ponía en
peligro el liderazgo francés. La llegada a la presidencia de la República Francesa de G.
Pompidou (1968-1974) permitió la entrada de Reino Unido, Irlanda y Dinamarca en
1973.

CONCLUSIONES

El mundo vivió una época de crecimiento extraordinario entre 1950 y 1973 (4,91%
anual), que contrasta con el período previo, 1913-1950 (1,85%). La aceleración del
crecimiento en los cincuenta y los sesenta puede atribuirse a la liberalización de las
transacciones, el incremento del capital físico y humano, la tecnología y el uso de
políticas económicas que controlaban el crecimiento para mantener un alto nivel de
demanda. También suele considerarse que las elevadas tasas de crecimiento fueron una
consecuencia de la recuperación del retraso previo y de la destrucción de la Segunda
Guerra Mundial. Los países en los que más creció el PIB fueron los perdedores: Japón
(9,29%), la RFA (5,68%), Italia (5,64%), y debido a la destrucción, Francia (5,5%), etc.
Por el contrario, Reino Unido (2,93%) y Estados Unidos (2,45%) crecieron a tasas
inferiores.
Dicho crecimiento se basó en la fundación de instituciones internacionales con reglas
fijas, que potenciaban el librecambio. Surge el Fondo Monetario Internacional (FMI),
que recupera el oro como base del sistema monetario, añadiéndole el dólar como divisa
internacional, el Banco Mundial (BM) y el GATT, y diversas organizaciones regionales
de comercio —Comunidad Económica Europea (CEE), Asociación Europea de Libre
Cambio (AELC), etc.— que hicieron crecer el comercio internacional más rápido que el
PIB de las economías occidentales. La destrucción ocasionada por la guerra llevó al
Estado a intervenir en la economía para acelerar la reconstrucción y así planificar la
futura actividad e incluso nacionalizar sectores económicos completos. Como garante
del bienestar general, pondrá en funcionamiento como contrapartida políticas de
bienestar que mejoraron el nivel de vida de los ciudadanos y universalizaron la
protección social.
En el origen del crecimiento, tras 1945 también debemos tener en cuenta el progreso
de la contabilidad nacional y la estadística. El Estado, gracias al mejor conocimiento que
le daban los indicadores coyunturales y la teoría económica keynesiana, previó el
crecimiento o la necesidad de estabilizar la economía, manteniendo estable la demanda.
Asistimos a un período de crecimiento económico de veinticinco años sin crisis.
No obstante, progresivamente fueron apareciendo disfunciones en el sistema
monetario internacional. El comercio internacional dependía de la existencia de divisas,
y éstas primero se consiguieron con las ayudas estadounidenses (UNRRA y Plan

146
Marshall) y, sobre todo, a través de su balanza de pagos deficitaria. Una situación de
déficit que tras la guerra carecía de importancia, pero la persistencia del déficit
estadounidense inundó de dólares el mercado, haciendo escaso el cambio establecido de
35 dólares la onza de oro en 1944.
El oro, además de signo monetario, también es una mercancía que se aprecia en el
mercado, y progresivamente su precio se fue separando del canje oficial. Los mercados
perdieron la confianza, y a pesar de que Estados Unidos buscó el apoyo de los bancos
centrales occidentales para mantener el valor oficial del dólar, no fue posible hacer frente
a la especulación. En 1971 el presidente estadounidense R. Nixon abandonó el patrón
cambio dólar-oro (42 dólares la onza) fundado en Bretton Woods (1944), entrando en un
período de cambios flotantes.
La crisis peor llegó poco después, en 1973, como efecto de la suma del abandono del
patrón dólar-oro, de la subida del precio de las materias primas —principalmente del
petróleo— y de una industria que comenzó a verse afectada por los costes menores de
los países en vías de desarrollo. Paralelamente llegaban a la vez la inflación y el
desempleo (contradiciendo la curva de Phillips), con incrementos como no se habían
conocido desde la depresión de los años treinta.
No obstante, siguieron funcionando las instituciones surgidas a mediados de los
cuarenta, evitando el proteccionismo de los períodos críticos. El Estado de Bienestar
amortiguó la caída de la producción, del empleo y de la renta, aunque a la postre sus
gastos se hicieran insoportables para un sistema económico que ahora crecía a un ritmo
mucho más lento.

NOTAS
1 La inestabilidad monetaria está en el centro del sistema. Como explicó el economista belga Robert Triffin con
un «dilema»: si la balanza de pagos estadounidense era excedentaria, provocaba deflación, y si tenía déficit,
inflación.

147
5
La época de crecimiento y recesiones
económicas del último cuarto del siglo XX hasta
la actualidad
M.ª Luz de Prado Herrera

5.1. CRECIMIENTO Y RECESIONES DE LA ECONOMÍA MUNDIAL


ENTRE DOS SIGLOS

En este capítulo se va a estudiar el último tercio del siglo XX y el primer decenio del
siglo XXI. El período comienza con una grave depresión económica y, sea casualidad o
no, termina con una gran recesión. Estamos ante dos crisis de naturaleza distinta y ante
la evidencia de la emergencia de distintos ciclos económicos de crecimiento o de
recesión, que han provocado cambios significativos en la economía mundial. Su estudio
se aborda en tres grandes bloques en los que se encajarían los distintos apartados. En el
primero, que forma parte de esta introducción, se accede al marco general de la
economía mundial en el tránsito del siglo XX al XXI. En el segundo, se analizan la
población, las enormes mejoras experimentadas en cuanto a la formación del capital
humano y la importancia del sector femenino de la población, hasta el punto de que
muchos consideran que el siglo XXI será el de las mujeres. El tercer bloque se dedica a
examinar las distintas crisis económicas que se han producido desde 1973 hasta 2007,
incluidos, por supuesto, los intervalos de crecimiento económico que se vivieron,
algunos de ellos espectaculares, como el último de 1994-2006. Y se cierra con las
correspondientes conclusiones sobre el período analizado.
A excepción de las economías asiáticas, y excluyendo a Japón, la evolución
económica de las tres últimas décadas del siglo XX se caracterizó por un ritmo de
crecimiento inferior al de las dos décadas precedentes, ya que la renta por habitante, la
productividad del trabajo y el crecimiento de la actividad descendieron (tabla 5.1 y
gráfico 5.1). El desempleo, las tasas de inflación y los desequilibrios externos llegaron a
alcanzar niveles desconocidos, y todo ello provocó que el proceso de convergencia real
se invirtiera y que comenzaran a ahondarse las diferencias entre países ricos y pobres
(Segura, 2010).

148
TABLA 5.1

Indicadores del crecimiento económico del mundo (% anual) (1970-2010)

1970 1973 1975 1980 1985 1990 1995 2000 2005 2010
PIB 2,75 6,58 1,02 1,84 3,91 3,03 2,89 4,19 3,50 4,34
PIB per cápita 0,66 4,54 –0,84 0,07 2,12 1,28 1,38 2,84 2,27 3,15
Formación bruta de capital — 10,52 –7,86 –1,15 4,65 3,21 4,84 5,97 4,86 9,52
Formación bruta de capital fijo 1,29 7,91 –2,00 0,63 5,18 4,12 4,02 5,21 5,75 4,31
Valor añadido industrial — 7,80 –3,08 –0,20 4,26 3,03 3,43 4,18 2,93 8,43
Valor añadido de las manufacturas — — — — — — — 5,75 3,95 11,35
Valor añadido de servicios — 6,28 3,09 2,96 4,03 3,38 2,64 4,15 3,73 3,32

FUENTES: Banco Mundial y elaboración propia.

Gráfico 5.1. Producto interior bruto absoluto (PIB) y por persona en el mundo (1970-2010). (FUENTE: tabla 5.1.)

El modelo de crecimiento intervencionista de la «edad de oro» de las décadas de 1950


y 1960 acabó colapsando y generando la crisis de 1973, también denominada «crisis del
petróleo», en la que se elevaron los precios del crudo pero también de las materias
primas. A partir de la década de 1970 se impuso un nuevo modelo económico, conocido
como el «consenso de Washington». Éste se basaba en el libre mercado, el librecambio,
la privatización y el abandono de las políticas fiscal y monetaria discrecionales. En
definitiva, en el desmantelamiento de la intervención económica del Estado, la

149
desregulación de los mercados —especialmente los financieros— y la liberalización
exterior. En realidad, era una nueva política económica, basada en las teorías de los
mercados eficientes y en las expectativas racionales, y que consideraba innecesaria la
intervención del Estado. Se trataba de políticas más preocupadas por el crecimiento y, en
consecuencia, por la remuneración del capital. El nuevo modelo de crecimiento fue
bastante estable, pues, pasada la crisis de 1981, no hubo recesiones globales ni procesos
inflacionistas generales. De manera que las economías occidentales entraron en la etapa
denominada de la «gran moderación». El crecimiento económico se extendió a otras
regiones del planeta gracias a la segunda globalización, y todo ello generó la etapa
denominada de la «gran convergencia». Ésta ha comenzado a tambalearse a raíz de la
gran recesión económica mundial iniciada en 2007.

5.2. FACTORES DEMOGRÁFICOS Y CAPITAL HUMANO

Entre 1970 y 2010, el aumento de la población mundial alcanzó un 86% —a una tasa
media anual del 2%—, aunque con una distribución geográfica muy desigual. Mientras
Europa crece mínimamente y Norteamérica de forma moderada, África y América
Latina experimentan un verdadero estallido poblacional, con un crecimiento de 189 y
105% respectivamente. A éstas les seguirán, con un crecimiento muy igualado, Asia, con
un 94, y Oceanía, con un 95%. El resultado ha sido un muy apreciable ascenso de las
tasas anuales de crecimiento demográfico en la última década de 2001-2010 (Segura,
2010; Banco Mundial, Population Reference Bureau, 2010). La explicación reside en el
descenso de las tasas de mortalidad absoluta e infantil y el correlativo aumento de las
tasas de natalidad. La única excepción a lo anterior es el caso de Europa, en el que
nacimientos y fallecimientos aparecen equiparados, por lo que su población permanece
estancada y sólo crece con la aportación de los inmigrantes extraeuropeos, lo cual
contrasta en 2010 con las elevadas densidades de población en Europa Occidental, a las
que sólo se les aproxima Asia.
En la última década de 2001-2010, es muy ostensible la tendencia al envejecimiento
de la población, que presenta ligeras diferencias entre unas zonas y otras, con la
excepción de África (Segura, 2010; Population Reference Bureau, 2010; United Nations,
Population Division, 2011). Si los europeos y norteamericanos son los más envejecidos,
en África ocurre todo lo contrario. Aquí el elevado porcentaje de población joven se
debe a las mayores tasas de mortalidad que se compensan con las altas de natalidad. En
Europa, la elevada población madura se explica por las menores tasas de natalidad que
se anulan con las bajas de mortalidad. Asia se sitúa en valores intermedios.
Por su parte, la población femenina en la década 2001-2010 tiende a imponerse
proporcionalmente sobre el total de la población mundial, con la excepción de Asia, a
causa de la política natalista del hijo único y el control de los nacimientos femeninos en

150
China (gráfico 5.2). Pero, pese a todo, el XXI parece que será el siglo de la mujer, en el
que quedará definitivamente equiparada en un plano de igualdad con el hombre.

Gráfico 5.2. Porcentaje de mujeres sobre la población total (2001-2010). (FUENTES: Segura, 2010; Population
Reference Bureau, 2010; United Nations; Population Division, 2011, y elaboración propia.)

La población ha experimentado una importante mejoría en cuanto a su formación


educativa, lo que ha tenido una significativa repercusión en los progresos de la
productividad. El desarrollo de la población también será un factor decisivo a la hora de
explicar la evolución de la renta por habitante, la disponibilidad de mano de obra y la
acumulación de capital humano, que han sido siempre elementos fundamentales para
salir de las crisis económicas que se han producido en el último tercio del siglo XX y
primer decenio del XXI. Como se plasma en el gráfico 5.3, las mujeres han ido ganando
posiciones, aunque aún quedan por detrás de la población masculina en cuanto a
formación de enseñanza primaria. Unas proporciones que serían peores para las mujeres
si se tratase de enseñanzas secundarias o universitarias.

151
Gráfico 5.3. Porcentaje de mujeres y hombres matriculados en enseñanza primaria sobre niños en edad escolar en
el mundo (1971-2011). (FUENTE: Banco Mundial.)

5.3. CAUSAS Y ANTECEDENTES DE LA DEPRESIÓN ECONÓMICA


DE 1973-1982

La crisis de 1973 hunde sus raíces en la década de los años sesenta, porque aunque la
economía mundial estaba creciendo a un ritmo del 6%, con tasas de inflación moderadas
y sin desequilibrios presupuestarios significativos, ya se empezaron a detectar desajustes
estructurales que entorpecían el buen desarrollo económico. Las bases del crecimiento de
la «época dorada» empezaron a mostrar signos de agotamiento, y a principios de los
años setenta en prácticamente todos los países las tasas de crecimiento ya eran inferiores
a las de inicios de los sesenta. La fuerte demanda de los años cincuenta y principios de
los sesenta fue sustituida por una más pausada y elástica. Un factor decisivo, a veces no
tenido en cuenta, que contribuyó a amplificar seriamente los efectos negativos de la
crisis fue el fin del consenso entre fuerzas políticas y agentes sociales sobre la
consolidación del Estado del Bienestar y la moderación salarial. El acuerdo sobre esta
estrategia se empezó a resquebrajar a finales de los sesenta, cuando se pensó que el pleno
empleo iba a ser indefinido y cuando se debilitaron los incentivos a admitir concesiones
salariales y aceptar reinvertir los beneficios a cambio de un potencial crecimiento
superior en el futuro (Segura, 2010).
También en los años previos al estallido de la crisis, se empezó a notar el desfase
entre la estructura institucional creada tras la Segunda Guerra Mundial y la realidad
económica. En 1960 surgieron los primeros síntomas, al producirse desajustes en el

152
sistema monetario internacional establecido en Bretton Woods (1944). Pero fue a partir
de 1967 cuando se detectaron dos precedentes claros de la crisis: la recesión de 1966-
1967, atajada por Estados Unidos mediante el incremento del déficit público, y la de
1969-1971, con gran repercusión en los países industrializados, que vieron aumentar sus
tasas de paro a partir de 1973 (Banco Mundial, European Economy, 2000; OCDE,
1993).
En el caso del primer antecedente, la recesión de 1966-1967, tuvo que ver, en parte,
con los problemas de liderazgo que ya entonces se vislumbraban en la economía
estadounidense. Había perdido gran parte de la ventaja de innovación y había adoptado
políticas fuertemente expansivas. Los Estados Unidos venían cubriendo los déficits de su
balanza de pagos emitiendo dólares no respaldados por el oro, pero con carácter de
divisas. De esta forma expandieron su inflación a escala internacional. Así financiaron la
guerra de Vietnam, a costa de aumentar enormemente su déficit. El dólar no pudo
mantener la antigua paridad frente al oro, y pasó a tener un valor fiduciario. El presidente
Nixon declaró de forma unilateral en agosto de 1971 que el dólar dejaba de ser
convertible en oro. Con esta medida se empezó a atajar el creciente desequilibrio exterior
estadounidense. El abandono de la convertibilidad permitió a Estados Unidos un mayor
margen de maniobra sobre su economía. En realidad, fue una clásica operación de
monetización de su deuda mediante la emisión de dólares (Feliu y Sudrià, 2007). A partir
de ese momento, los gobiernos optaron por políticas monetarias autónomas,
prescindiendo de los tipos de cambio fijos y decantándose por la libertad de
movimientos internacionales de capital. El Reino Unido, Japón y la mayor parte de los
países en vías de desarrollo optaron por un sistema de tipos de cambio flotantes. En
cambio, la República Federal de Alemania y Francia lideraron en Europa la creación de
la denominada «serpiente monetaria». Consistió en un sistema que giraba en torno al
marco alemán, puesto que era la divisa más fuerte del continente europeo, y que obligaba
a los países miembros a mantener la cotización de sus divisas dentro de unas bandas de
fluctuación del 2,25% respecto a sus paridades.

5.4. EL PRIMER SHOCK DEL PETRÓLEO DE 1973

En este contexto de inestabilidad y volatilidad, provocado por el fin del consenso


sobre la consolidación del Estado del Bienestar y la moderación salarial, así como de
pérdida de la disciplina financiera internacional, un nuevo acontecimiento vino a agravar
la crisis en octubre de 1973. La reacción de la OPEP (Organización de Países
Exportadores de Petróleo) contra el apoyo occidental a Israel en la guerra de Yom
Kippur precipitó la brusca subida del precio del petróleo, y eso desestabilizó totalmente
la economía internacional. La OPEP acordó que los países miembros disminuyeran la
producción de petróleo, con lo que se redujo la oferta mundial y el precio del crudo

153
aumentó rápidamente de octubre a diciembre de 1973 (gráfico 5.4); incluso los países
árabes establecieron un embargo de petróleo a los países que más claramente habían
apoyado a Israel, como Estados Unidos u Holanda. En dos semanas, los suministros de
petróleo a Occidente se habían reducido en un 15%. Con el aumento del precio del
petróleo se pretendía recuperar el valor adquisitivo de las exportaciones, deteriorado por
el descenso de las relaciones de intercambio entre los productos primarios, como el
petróleo, y los productos manufacturados. Por este motivo, el encarecimiento del
petróleo fue seguido por el de otras materias primas (Feliu y Sudrià, 2007).

Gráfico 5.4. Precio del petróleo crudo en dólares/barril (1970-2012). (FUENTE: Energy Information
Administration, http://www.eia.gov/.)

5.4.1. Los efectos inmediatos de la crisis

Si en las décadas anteriores el coste del barril de petróleo —2 o 3 dólares— había


contribuido a la moderación de los precios de las economías occidentales y, en
consecuencia, al crecimiento económico, la rápida subida del precio del crudo en 1973
tuvo graves consecuencias para la economía de los países occidentales. La dependencia
que éstos tenían del petróleo y la imposibilidad de sustituirlo a corto plazo por una
fuente de energía alternativa incrementaron el déficit de la balanza de pagos de los países

154
importadores. El alza del precio del petróleo repercutió en un fuerte aumento general de
los precios, con la consiguiente ruptura drástica de la estructura de precios relativos de
todos los bienes y el fin de la estabilidad de precios predominante. Ante las alzas de los
costes que el aumento de los precios y tipos de interés provocaron, muchas empresas
suspendieron pagos o restringieron su actividad. También los bancos se encontraron en
situaciones muy difíciles, con préstamos antiguos a bajos tipos de interés, con un fuerte
encarecimiento del dinero y con una oleada de impagos que llevó a la quiebra a muchos
de ellos. Las compañías y los Estados repercutieron las alzas sobre los productos finales,
y la inflación se disparó. De tal manera que si a comienzos de los setenta la tasa de
inflación estaba en torno al 5%, en 1975 la tasa media en los países industriales rondaba
el 15% (Tortella, 2005).
La subida de los precios generó el aumento en la transferencia de cientos de miles de
millones de dólares de los países consumidores a los países productores, principalmente
de la OPEP; esto redujo el poder de compra de los países industrializados y provocó
fuertes déficits de su balanza de pagos, contribuyendo a deprimir el crecimiento
económico. Tampoco escaparon a los efectos de la crisis los países en vías de desarrollo,
que vieron cómo aumentaba su endeudamiento externo. En consecuencia, la actividad
productiva retrocedió, generando un estancamiento económico que, unido a la inflación,
provocó la denominada estanflación —estancamiento económico con inflación—. La
productividad se redujo y los índices de desempleo se dispararon (Banco Mundial,
European Economy, 2000; OCDE, 1993); todo ello derivó en huelgas, manifestaciones,
desórdenes callejeros e inseguridad, como ocurrió en Inglaterra en los años setenta. El
estancamiento económico, unido a la inflación y a las altas tasas de paro, se hizo
insoportable. Esta situación provocó un vuelco electoral en Gran Bretaña y en Estados
Unidos. El Partido Conservador, con Margaret Thatcher a la cabeza, ganó las elecciones
en Gran Bretaña en 1978, y en 1980 Ronald Reagan, al frente del Partido Republicano,
llegó a la Casa Blanca. Ambos tenían programas de gobierno muy similares, que hacían
especial hincapié en las políticas antiinflacionarias y que en el caso de Margaret
Thatcher se ampliaron a políticas antisindicalistas, con la pretensión de reducir el poder
alcanzado por los sindicatos en las décadas anteriores.
La crisis económica también repercutió en el sector financiero de los países
desarrollados, como la crisis bursátil de 1974. En cambio, las crisis bancarias del período
se produjeron tanto en los países desarrollados como en los subdesarrollados y, más que
a desencadenar las depresiones económicas, contribuyeron a agravar sus consecuencias
(Comín, 2011).

5.4.2. El impacto de la crisis en las economías avanzadas

Debido a la crisis del petróleo y a la consecuente desaceleración del ritmo de


crecimiento económico, todos los países de la OCDE experimentaron recesiones de

155
mayor o menor intensidad (gráfico 5.5). Para éstos, la crisis supuso un incremento en los
precios de 75 millones de dólares o el equivalente al 2,25% de su PIB. No obstante, el
impacto de la crisis sobre los países consumidores fue desigual y dependió, en gran
parte, de las políticas antiinflacionarias aplicadas y de la fuerte posición de su comercio
exterior. Estados Unidos, Japón y la República Federal de Alemania fueron los que
mejor la superaron. Al primero, el sistema monetario internacional le permitía un
desequilibrio permanente de su balanza por cuenta corriente; además, el cambio de la
situación jugaba a su favor, porque los déficits de los países europeos les obligaban a
conseguir más dólares, que seguían siendo la clave del sistema monetario internacional;
las alzas del precio del petróleo permitieron a muchos pequeños productores ser más
competitivos y obtener enormes beneficios adicionales. Por su parte, la República
Federal de Alemania no llegó a ver en peligro el equilibrio de pagos exteriores. Algo
parecido le ocurrió a Japón: dada su dependencia energética del petróleo, la crisis le
afectó fuertemente en su inicio, aunque pudo recuperarse con relativa rapidez.

Gráfico 5.5. Porcentaje anual del crecimiento del PIB y del PIB per cápita en la OCDE (1970-2010). (FUENTES:
Indicadores de desarrollo en el Mundo. Banco Mundial, y elaboración propia.)

5.4.3. La repercusión de la crisis en los países no desarrollados

Para el resto de los países industrializados y, sobre todo, para los del tercer mundo, no
productores de petróleo, la crisis fue una verdadera catástrofe, pues los déficits se
elevaron a 183.000 millones de dólares en el período 1974-1978 y a 39.000 millones
para los países de industrialización media. Los países desarrollados adoptaron fuertes
medidas proteccionistas, con lo que consiguieron reducir la demanda de materias primas;
en consecuencia, las exportaciones de los países menos desarrollados se vieron afectadas

156
en un 0,1% en 1974. En cambio, los países en vías de desarrollo, en comparación con los
industrializados, soportaron mejor el impacto de la crisis. La relación de intercambio e
índice de precios mundiales arrojó un deterioro del 19% para los países industriales, una
mejora del 367% para los países exportadores de petróleo y una pérdida del 8% para los
países menos desarrollados no exportadores de petróleo.
En lugar de lograr un acuerdo de unión entre los países consumidores, se optó por la
política del «sálvese quien pueda», intentando firmar acuerdos bilaterales con los países
productores mediante delegaciones aisladas para obtener cada uno los mejores
beneficios.
Otra consecuencia negativa del encarecimiento del petróleo fue la redistribución de la
riqueza mundial a favor de países que, como los árabes, tenían una baja propensión al
gasto, de modo que el aumento de su demanda exterior no compensó el descenso de la
demanda interior en los países importadores, un hecho que provocó en ellos una crisis de
producción y de empleo (Feliu y Sudrià, 2007). No obstante, los grandes beneficiados
por la crisis fueron los países exportadores de petróleo —tanto en términos monetarios
como de participación y control de sus reservas— y las grandes compañías petroleras.
En el período 1974-1978, la OPEP obtuvo un excedente conjunto de 10.000 millones de
dólares, cantidad que equivalía a la mitad del total mundial de las reservas monetarias
oficiales, si bien estos excedentes no se repartieron de forma homogénea entre los países
y las diferencias se hicieron evidentes en los años que siguieron a la crisis. Debido a la
reducción de las ventas y al fuerte incremento de las importaciones, se produjo un
deterioro de la posición exterior de algunos países exportadores, mientras que otros
continuaron con fuertes superávits. Ése sería el caso de Arabia Saudí, que consiguió
mantener durante todo el período un fuerte excedente por cuenta corriente. A pesar del
déficit de países como Argelia, Nigeria y Venezuela, el superávit de la OPEP alcanzó la
cifra de 177.700 millones en este período, según el FMI. Estos beneficios se prolongaron
hasta los años ochenta, e incluso se doblaron con la segunda crisis petrolera de 1979,
provocada por un nuevo aumento de precios.
La cuarta guerra árabe-israelí supuso, pues, un gran beneficio económico para las
grandes corporaciones petroleras y para la banca internacional, ya que consiguió la
administración de la mayor parte de los petrodólares. En 1974 los dos tercios de los
fondos disponibles para inversiones fueron depositados en bancos o invertidos en bonos
del Tesoro, fundamentalmente en los países industrializados. También la guerra árabe-
israelí y la coyuntura derivada fueron favorables para Estados Unidos, debido a los
grandes beneficios acumulados por sus sociedades petroleras y por su banca, a la que
habían de afluir una gran parte de los excedentes monetarios acumulados por los países
productores de petróleo.

5.4.4. Medidas adoptadas para salir de la crisis

157
En un primer momento, para salir de la crisis, los gobiernos europeos aplicaron
políticas keynesianas, de aumento del gasto público y de impulso del Estado del
Bienestar. Sin tener en cuenta que la crisis no era de crecimiento sino de encarecimiento
de la oferta y de caída de la rentabilidad empresarial, se siguieron practicando las
políticas de rentas, incrementando el gasto público en sanidad y desempleo y
extendiendo las prestaciones de la Seguridad Social, como las pensiones de jubilación
(Feliu y Sudrià, 2007).
Estas medidas acomodaticias aumentaron el volumen de la deuda pública en
circulación y postergaron el ajuste productivo necesario para hacer frente al aumento de
los precios del petróleo (Segura, 2010). Todo ello redujo los incentivos económicos para
la innovación y ralentizó la reasignación de los trabajadores entre los distintos sectores.
Porque no sólo actuaron los estabilizadores automáticos, es decir, el aumento de la
partida de gastos por el seguro de desempleo y la caída de la recaudación por el impuesto
sobre la renta como consecuencia de la crisis, sino que los gobiernos aumentaron los
gastos públicos discrecionales para subvencionar, con créditos fáciles y baratos, a
empresas públicas y privadas afectadas por la crisis. Todo ello amplió el desequilibrio
presupuestario, porque, en realidad, aunque estas políticas amortiguaban la crisis y
evitaban una espiral depresiva, exigían, a su vez, el aumento de impuestos. El resultado
fue la disminución de beneficios, la pérdida de competitividad y la inflación.
Asimismo, las políticas fiscal y monetaria no ayudaron a solucionar los desequilibrios
simultáneos de inflación y desempleo que se presentaron desde 1973. La aplicación
inicial de políticas monetarias expansivas para salir de la crisis, con aumentos de la
oferta monetaria para financiar el déficit del presupuesto, no sólo incrementó el nivel
general de precios sino que los tipos de interés reales (el tipo de interés nominal menos
la tasa de inflación) se volvieron negativos. La intensa inflación llevó a los trabajadores
a negociar incrementos salariales que superaban la inflación, lo que provocó una espiral
de crecimientos sucesivos de precios y salarios. Todas estas políticas, en lugar de reducir
las tasas de paro, las aumentaron. La relación inversa entre la tasa de inflación y la de
desempleo (curva de Phillips) dejó de cumplirse en la crisis de 1973. Hasta 1980, las
altas tasas de inflación coexistieron con las tasas descendentes de crecimiento y de
empleo. En consecuencia, no se logró frenar el aumento del paro, ni recuperar la
demanda ni los beneficios empresariales (Feliu y Sudrià, 2007).
Al agravamiento de la crisis contribuyó la política de precios sobre el petróleo
aplicada por Estados Unidos. Por un lado, limitó el precio del «petróleo antiguo» y, por
otro, permitió que el petróleo recién descubierto se vendiera a un precio más elevado;
esta medida provocó que el antiguo se retirara del mercado y que se produjera una
escasez artificial. De esa manera se impulsaban las prospecciones petrolíferas. La
escasez obligó a tomar una serie de medidas tanto en Estados Unidos como en otros
países, entre ellas el racionamiento de gasolina. La crisis concienció a las empresas y a
los particulares en el ahorro energético. Así se hizo en 1974 por parte de las autoridades

158
estadounidenses, cuando se estableció un límite máximo de velocidad de 55 mph —unos
90 km/h—, se impuso el horario de verano entre el 6 de enero de 1974 y el 23 de febrero
de 1975 y los grandes fabricantes de automóviles de Estados Unidos pusieron en marcha
la reducción de los tamaños de los automóviles para bajar el consumo máximo a 9 litros
por cada 100 km. Todas estas medidas estaban respaldadas por el propio gobierno
federal, al constituir en 1975 la Reserva Estratégica de Petróleo de Estados Unidos y en
1977 el Departamento de Energía y promulgar en 1978 la Ley Nacional de Energía.
La crisis también hizo posible la explotación de los yacimientos del mar del Norte,
con lo que la extracción se quintuplicó en tres años y Gran Bretaña quedó bastante a
salvo de la crisis. A su vez, Estados Unidos consiguió explotar sus inmensas reservas en
Alaska, y esto supuso una aportación de 1/3 de la producción petrolífera total de este
país.
Para las economías latinoamericanas, en conjunto, la década de los ochenta fue
desastrosa. La crisis se inició con la suspensión de pagos de México en 1981, el llamado
efecto tequila, y se extendió por la mayor parte de los países latinoamericanos. La
aplicación de políticas «dependentistas», mezclando keynesianismo y marxismo,
tratando de aislarse del mercado internacional y persiguiendo industrializarse a toda
costa, tuvo graves consecuencias para sus economías. Lo que en Europa y Estados
Unidos fueron inflaciones en América Latina fueron hiperinflaciones; y mientras que en
el ámbito desarrollado se iba logrando una mayor integración económica, los países
latinoamericanos se fueron cerrando en sí mismos y entrando en un nuevo círculo
vicioso de estancamiento económico y degradación sociopolítica. Sólo cuando
abandonaron las políticas «dependentistas» y se encaminaron hacia la apertura y la
liberalización, su situación mejoró (Tortella, 2005).
Aun con todas estas medidas, los desequilibrios, tanto exteriores como interiores,
fueron amplios en todas las economías capitalistas. A los problemas económicos
planteados por esta crisis no pudo escapar ni siquiera el bloque soviético; los problemas
estructurales que arrastraban y los coyunturales derivados de la crisis condenaron a
medio plazo a la desaparición a las economías comunistas.
En definitiva, las políticas keynesianas, en lugar de ayudar a salir de la crisis, la
agravaron (Comín, 2011), y pusieron en tela de juicio a las instituciones establecidas en
Europa después de la Segunda Guerra Mundial. El Estado fiscal basado en los impuestos
progresivos entró en crisis y las críticas contra el Estado del Bienestar arreciaron.

5.5. REACTIVACIÓN DE LA CRISIS DEL PETRÓLEO EN 1979

5.5.1. La reactivación de la crisis económica

Cuando la actividad económica de Occidente todavía afrontaba las consecuencias de

159
la primera crisis, una nueva subida del petróleo vino a trastocar negativamente los
fundamentos económicos de los países más avanzados. Esta segunda crisis se produjo
bajo los efectos conjuntos de la revolución iraní, en septiembre de 1978, y de la guerra
Irán-Irak, en septiembre de 1980 (gráfico 5.4). El desarrollo de ambos acontecimientos
históricos disparó de nuevo el precio del petróleo. Desde mediados de 1978 hasta 1981
éste se multiplicó por 2,5 en dólares corrientes o por 1,8 en dólares constantes. Esta
nueva subida tenía relación con el propio desarrollo de la revolución iraní, ya que en
noviembre de 1978 unos 37.000 trabajadores de las refinerías iraníes se declararon en
huelga, y la producción bajó de 6 millones de barriles diarios a 1,5 millones. La
suspensión de las exportaciones iraníes desde finales de 1978 hasta principios de marzo
de 1979 desestabilizó la comercialización del petróleo, ya que éstas representaban un
10% del abastecimiento total del mercado. Esta reducción generó un déficit mundial de
cerca de 2 millones de barriles diarios, equivalentes al 4% de la demanda mundial. A
esto se unió que las grandes compañías, ante la previsión de que los precios del petróleo
se elevaran, almacenaron cantidades de crudo adicionales. La congelación de
exportaciones iraníes provocó la casi instantánea subida de precios. A este incremento
contribuyó el inicio de la guerra entre Irán e Irak en septiembre de 1980, con lo que el
precio del barril de petróleo se disparó hasta los 39 dólares corrientes. Entre 1979 y 1980
los precios subieron un 57% en términos corrientes y un 38% en dólares constantes y
ocasionaron, de nuevo, el aumento de los excedentes por cuenta corriente de los países
de la OPEP. Al juego especulativo iniciado por la OPEP y las grandes compañías
petrolíferas se unió el gobierno iraní, vendiendo crudo en el mercado libre y elevando el
precio del barril. También las compañías estadounidenses entraron en esa dinámica,
vendiendo productos refinados en el mercado libre y contribuyendo a la confusión y al
mantenimiento de los precios altos. La reducción de suministros afectó sobre todo a
Japón y a Europa porque dependían del petróleo iraní; incluso algunos países, como
Israel, Sudáfrica, Suecia y España, tuvieron que recurrir a los mercados libres para
hacerse con el suministro de crudo, a cambio de pagar precios exorbitantes. Aunque con
algunas diferencias, estas decisiones condujeron a un déficit similar en volumen al
generado en la primera crisis petrolera. La parte de la renta nacional de la OCDE
transferida a la OPEP rondó los 160 millones de dólares, el equivalente a un 2,75% de su
PIB. Los especuladores aprovecharon la coyuntura para hacer negocio, y todo ello a
pesar del aumento de la producción saudí y del reinicio parcial de exportaciones iraníes.
Hacia octubre de 1981 la OPEP dejó de funcionar como un cártel y aplicó la política de
precios más conveniente dentro de un amplio margen de fluctuación. A finales de ese
año, la situación se empezó a normalizar con la bajada generalizada de precios por parte
de los países productores (Feliu y Sudrià, 2007).

5.5.2. Medidas para superar la crisis

160
La mayor parte de los países adoptaron medidas para superar esta situación, como
restringir el consumo o subvencionar la importación, tal como hizo Estados Unidos. En
esta crisis los gobiernos europeos reaccionaron de manera distinta a como lo hicieron en
1973. Las políticas económicas se centraron en la lucha contra la inflación a partir de
restricciones de la oferta monetaria, subidas de los tipos de interés, aumento de los
impuestos, reducción de las prestaciones sociales y desregularización de la economía.
Para lograr la estabilidad monetaria y dominar la inflación se utilizaron diferentes
políticas: Estados Unidos y Japón permitieron la libre flotación de sus monedas; los
países de la Comunidad Económica Europea, incapaces de mantener sus monedas dentro
de unas bandas de cotización, decidieron cortar gradualmente con el dólar y optar por la
unificación monetaria y por la creación del Banco Central Europeo (BCE) como gestor
monetario único; por su parte, los países en vías de desarrollo intentaron mantener las
cotizaciones mediante el control de capitales (Feliu y Sudrià, 2007). Aquellos países que
actuaron con más lentitud para detener la inflación, a la larga, tuvieron que tomar
medidas más drásticas y tardaron más en salir de la crisis (Catalán, 1999).

5.5.3. La recesión de 1980-1982

Las políticas antiinflacionarias aplicadas provocaron una nueva recesión entre 1980 y
1982, aunque no tan profunda como la anterior de 1973 (tabla 5.2). Ésta se caracterizó
por el estancamiento de la producción, por el aumento espectacular del desempleo, por la
caída de la producción industrial en 1982 y, por primera vez desde 1945, por la
disminución del comercio mundial durante dos años consecutivos. La consecuencia
inmediata fue el cierre de empresas y pozos mineros en regiones de tradición industrial
—como Manchester, Liverpool o Detroit— y el aumento del desempleo hasta alcanzar el
30%, aunque en el caso de Estados Unidos se situó por encima del 10% (Comín, 2011).
A su vez, se produjo una sobreproducción agrícola que obligó a la CEE con la PAC y a
numerosos gobiernos o a subvencionar el abandono de vastas extensiones o a recortar
bruscamente las ayudas a explotaciones agropecuarias, lo que causó la ruina de
campesinos pequeños y medios y el desempleo de los trabajadores del campo.
El empeoramiento de la recesión en los países del norte repercutió en los países del
sur, porque redujo las posibilidades de exportación de materias primas de éstos hacia
aquéllos y las de exportación de capital de los del norte hacia los del sur. Al aumentar los
tipos de interés, los países del tercer mundo vieron cómo se elevaban los costes
financieros de sus deudas externas, generándoles una verdadera crisis de la deuda. La
depresión también aumentó los déficits presupuestarios en estos países, que, al ser
financiados mediante la expansión de la oferta monetaria, aceleraron su inflación.
También se puso en marcha una nueva política fiscal restrictiva que hiciera más
competitivas internacionalmente las economías nacionales. Sin embargo, no se logró
reducir ni los déficits del Estado hasta mediados de la década de 1990 ni la presión

161
fiscal, pues ésta aumentó en casi todos los países de la OCDE al mejorar la recaudación
fiscal. En lugar de reducirla, la nueva política fiscal propició el aumento de la
recaudación impositiva del Estado (Comín, 2011).

TABLA 5.2

Porcentaje crecimiento anual PIB de países avanzados (1970-2010)

España Italia Alemania Francia Reino Unido EE.UU. OCDE


1970 4,32 5,31 — 5,73 6,92 0,20 2,06
1973 7,79 7,13 4,78 6,61 7,31 5,91 6,42
1975 0,54 –2,09 –0,87 –1,12 –0,68 –0,20 0,54
1980 2,21 3,43 1,41 1,64 –2,18 –0,29 1,25
1985 2,32 2,80 2,33 1,61 3,60 4,11 4,03
1990 3,78 1,99 5,26 2,62 0,78 1,86 3,20
1995 2,76 2,89 1,68 2,05 3,04 2,55 2,50
2000 5,05 3,65 3,06 3,68 4,24 4,17 3,93
2005 3,58 0,93 0,68 1,83 2,77 3,08 2,52
2010 –0,32 1,81 4,16 1,66 1,80 3,02 3,20

FUENTE: indicadores de desarrollo en el mundo. Banco Mundial.

Estados Unidos, que durante los años setenta había recurrido al aumento de la masa
monetaria para financiar los déficits crecientes del gasto público —con la consiguiente
depreciación de la moneda y el aumento de la inflación—, cambió radicalmente la
política crediticia en los dos últimos años de la administración Carter. Por un lado, dejó
de emitir moneda, y esto alimentó, en parte, la recesión de 1980-1982, y, por otro, abrió
simultáneamente la vía de la financiación masiva, emitiendo bonos y obligaciones que se
renovaban constantemente en el mercado de capitales. Esta orientación será retomada y
generalizada por la administración Reagan y, más adelante, se extenderá a todos los
países. Con esta política, Estados Unidos pasaría a financiarse por el resto de la
economía mundial, hasta el punto de que a partir de 1985 se convirtió en deudor neto y,
desde 1988, en el primer deudor mundial, especialmente a los bancos japoneses, que
poseerían casi el 50% de los activos inmobiliarios americanos.
A partir de 1981, mientras que la inflación cayó rápidamente y las tasas de
crecimiento del PIB fueron ascendentes, los índices de desempleo se mantuvieron altos y
la recuperación no sería de larga duración. La reactivación de la economía se produjo a
partir de 1983, aunque en un primer momento sólo llegó a Estados Unidos y a partir de

162
1984-1985 alcanzó a Europa y Japón. Este relanzamiento se consiguió básicamente
mediante el enorme endeudamiento de Estados Unidos, que hizo subir la producción y
progresivamente permitió que las economías de Japón y Europa Occidental se
incorporasen al crecimiento.
Por tanto, la crisis del petróleo de las décadas de los setenta y ochenta exigió
reestructurar las economías trasladando factores de producción de sectores en crisis —
por el aumento de los costes de producción y/o la caída de la demanda— a sectores con
una demanda creciente. Las mejoras procedieron fundamentalmente de la adopción de
innovaciones técnicas. Éstas fueron importantes principalmente en dos campos: en el
ahorro de energía y en la disminución de los costes salariales, a través del uso de
maquinaria y de procesos que ahorraban trabajo. Por esta razón, la salida de la crisis fue
acompañada del mantenimiento de altos índices de desempleo (Feliu y Sudrià, 2007).

5.6. LA CRISIS DE 1987

A diferencia de lo sucedido en algunas economías europeas (tabla 5.2), desde 1985 la


economía estadounidense empezó a mostrar signos de agotamiento, con una bajada lenta
de las tasas de crecimiento, que poco a poco se transmitieron a los países europeos. El
dólar, tras años de reevaluación, se devaluó bruscamente y cayó en más de un 50% entre
1985 y 1987. Aunque esto alivió momentáneamente el déficit estadounidense y logró
reducir el pago de intereses de la deuda, no se pudo evitar el hundimiento de la Bolsa de
Nueva York. El 19 de octubre de 1987, el llamado «lunes negro», millones de inversores
se lanzaron en masa a vender sus acciones. El índice Dow Jones se colapsó y la Bolsa
cayó un 22,6%. La Bolsa neoyorquina perdió más de 500 puntos, y los inversores, más
de 500.000 millones de dólares en un solo día. El pánico no tardó en extenderse con
rapidez al resto de los mercados financieros. Las causas que desencadenaron esta huida
masiva de la renta variable fueron complejas. Estaban relacionadas con las ganancias en
el mercado bursátil de los cinco años anteriores. Se dieron varias circunstancias:
máximos en Bolsa, fuerte depreciación del dólar, subida de los precios del crudo y de las
materias primas y una gran volatilidad. A todo lo anterior hay que unir el elevado déficit
presupuestario y por cuenta corriente de Estados Unidos y la emergencia de China como
un rival económico muy competitivo en los mercados internacionales.
La crisis bursátil de 1987 supuso un pinchazo de la precedente burbuja especulativa
que había alimentado la reactivación económica de los llamados reaganomics. A partir
de ese momento, los avances fueron débiles, de tal manera que en la segunda mitad de
los años ochenta los índices de crecimiento oscilaron entre el 1 y el 3%. En la práctica,
estos bajos índices suponían un estancamiento de la economía mundial a principios de
los noventa, porque aunque la inflación parecía estar controlada, el desempleo
continuaba creciendo (Banco Mundial, European Economy, 2000; OCDE, 1993). El

163
agravamiento y difusión de la recesión económica, unido a sus propios fallos
estructurales, y a la labor del papa Juan Pablo II, contribuyeron al hundimiento del
bloque comunista bajo la órbita soviética, simbolizado con la caída del Muro de Berlín
en 1989. Junto a este proceso, había surgido en 1987 una tendencia muy peligrosa, como
fue la inestabilidad de todo el aparato financiero mundial, que se verá sometido a
perturbaciones frecuentes.

5.7. CAÍDA DEL SISTEMA COMUNISTA EUROPEO Y CRISIS


ECONÓMICA (1991-1993)

Tras varios años de relativo estancamiento y tensiones financieras desde 1987, a


finales de 1990 la recesión llegó a las grandes potencias industriales: entre 1989 y 1990
el crecimiento económico de Estados Unidos se debilitó, pasando de un 2 a un 0,5%, y a
una tasa negativa del –0,8% en 1991; la recesión en el Reino Unido fue la más fuerte
desde 1945 y se prolongó hasta 1993; Suecia, con una recesión violenta, entró en una
fase de casi estancamiento; en Alemania y en el resto de los países de Europa Occidental
la recesión estalló a mediados de 1992 y se prolongó hasta 1994. Por ejemplo, en 1993 la
producción industrial de Alemania cayó un 8,3%, y para el conjunto de países de la
Unión Europea (UE) la producción total lo hizo en un 1% (gráfico 5.6). Japón, desde
1990, con un crecimiento del 1,2%, se adentró en una larga fase deflacionista.

Gráfico 5.6. Porcentaje del crecimiento anual PIB y PIB per cápita en la UE (1970-2010). (FUENTES: indicadores
de desarrollo en el mundo. Banco Mundial, y elaboración propia.)

164
Como se ha indicado, la recesión mundial de 1991 a 1993 coincidió, además, con el
derrumbe del sistema comunista en la Europa Oriental de 1989 a 1993. En los países del
antiguo bloque soviético los índices de producción cayeron regularmente entre un 10 y
un 30%. En el período 1989-1997, Rusia llegó a perder hasta el 70% de su producción
industrial. A esta caída se habían unido en los años ochenta la mayoría de países
africanos y un buen número de países asiáticos, caribeños, centroamericanos y
sudamericanos.
En esta recesión, prácticamente ningún sector se salvó de la depresión económica y
afectó de un modo especial a los relacionados con la informática, las telecomunicaciones
y los armamentos. A diferencia de las recesiones anteriores, los gobiernos inyectaron
grandes cantidades de crédito y bajaron los tipos de interés, tal como hizo entre 1989 y
1992 la Reserva Federal estadounidense, al bajar el tipo de interés de un 10% a un 3%.
Aun con estas medidas, no consiguieron estimular la maquinaria económica. Al
contrario, se produjo una contracción del crédito y un importante rebrote inflacionario.
El riesgo de la estanflación reapareció de nuevo.
Desde 1993 aparecieron algunos síntomas, pero la recuperación económica de
Estados Unidos, Canadá y Reino Unido no se produjo hasta 1994, aunque las cifras de
crecimiento no superarán nunca el 5%. De cualquier forma, la mejoría económica estará
apoyada en el endeudamiento masivo de Estados Unidos y de toda la economía mundial
y en la estimulación del consumo doméstico hasta caer el ahorro en 1996 a cifras
negativas que no se conocían desde la Segunda Guerra Mundial. Las autoridades
económicas estadounidenses también basaron su recuperación en la manipulación del
dólar, bajando o subiendo su cotización según sus intereses; en una agresiva política
comercial, obligando a sus rivales a desmantelar los aranceles y utilizando mecanismos
proteccionistas, y, por último, en un aumento de la productividad laboral que le permitió
reducir los costes y hacer las mercancías estadounidenses más competitivas.
Por su parte, los países europeos también siguieron a partir de 1995 la senda del
crecimiento, aunque en menor medida que Estados Unidos, pues sus índices oscilaron
entre el 1 y el 3% (tabla 5.2). Algunos países clave de América Latina, como Brasil,
Chile, Argentina, Venezuela y México, recibieron enormes préstamos especulativos,
pagados a corto plazo con elevados intereses; a los países emergentes, China y los
llamados tigres o dragones asiáticos, se le entregaron cuantiosos fondos sobre la base de
la paridad entre su moneda local y el dólar como combustible de su rápido aunque
ilusorio crecimiento. No obstante, la mejora de la economía se alcanzó, manteniendo
unas tasas de desempleo elevadas entre 1993 y 1996, tanto en los países de la OCDE
como en Estados Unidos (Banco Mundial, European Economy, 2000; OCDE, 1993).
Es decir, la recuperación de 1994-1997 se caracterizó por su fragilidad y sus
contradicciones, y porque alcanzó a un número de países mucho más pequeño; Estados
Unidos ya no ejercería de locomotora mundial que impulsaba a sus socios, sino que se
recuperaría a costa de ellos, principalmente en detrimento de Alemania y Japón; el paro

165
siguió creciendo, aunque a un ritmo más moderado; se acompañó de continuas
convulsiones financieras y bursátiles, como la quiebra de la economía mexicana (1994),
el desorden del sistema monetario europeo (1995) o la quiebra del banco Barings (1996).
Por último, la tendencia a la adulteración y manipulación monetaria de los años ochenta
se profundizó en la década de 1990.
El balance que autores como Segura (2010) hacen de los años noventa es que, tras la
corta pero intensa crisis inicial, se produjo un apreciable progreso del crecimiento
mundial y de corrección de los desequilibrios macroeconómicos, aunque a costa de tasas
de paro estabilizadas en niveles elevados, que, de nuevo, volvieron a repetirse en 2007-
2008 para persistir hasta hoy.

5.8. BURBUJAS ESPECULATIVAS, GLOBALIZACIÓN Y LA GRAN


RECESIÓN (1994-2012)

5.8.1. Globalización, liberalización y apertura exterior

El éxito relativo de las políticas económicas liberales puestas en marcha desde la


década de 1980 fue la causa principal de una nueva fase de globalización de la economía
que favoreció la recuperación y el crecimiento mundial; ésta no se limitó a los países de
la economía atlántica, sino que se extendió a nuevos continentes, sobre todo al asiático.
El motor de la globalización de finales del siglo XX fue la apertura exterior originada
por la reducción de los aranceles sobre los productos industriales. También se caracterizó
por una convergencia en los precios de los productos manufacturados en los mercados
internacionales. Sin embargo, las causas fueron más complejas, y entre ellas cabe
mencionar la liberalización del comercio internacional, el estancamiento de los fletes
marítimos, las nuevas tecnologías y la deslocalización de la producción.
Desde la crisis de la década de 1980 la clave de la globalización fue la liberalización
comercial de los países emergentes, tanto de América Latina como de Asia. Los
primeros fueron México y Bolivia en 1985; a ellos les siguieron Argentina y Pakistán en
1988; Venezuela en 1989, y Brasil y Perú en 1990. Además, los tigres (o dragones)
asiáticos lo hicieron antes que China, que comenzó su liberalización en 1978, mientras
que la India la inició más tarde, en 1991. Aunque estos procesos de apertura fueron
escalonados en el tiempo y la liberalización exterior en esta fase de la globalización fue
menor que en la anterior, el resultado fue que a finales del siglo XX la economía
internacional era considerablemente abierta. También contribuyó a la globalización la
mejora de las condiciones del transporte internacional, en especial el transporte aéreo,
debido a la disminución del precio y las facilidades para transmitir la información casi en
tiempo real que posibilitaron internet y las TIC.
La globalización también vino a poner de manifiesto la pérdida del protagonismo

166
mundial de las economías de la Unión Europa y las del bloque comunista por el
surgimiento de los tigres asiáticos —Corea del Sur, Singapur, Tailandia, Taiwán, Hong
Kong— y los Brics —Brasil, Rusia, India y China—. A partir de ahora la competencia
por la hegemonía económica mundial se iba a dirimir entre Estados Unidos y el grupo de
las economías emergentes, al frente del cual se situaría China. Mientras el bloque
comunista entraba en una crisis irreversible hasta desaparecer o quedar como residuos
anecdóticos —Cuba, Corea del Norte—, la Unión Europea se veía obligada a realizar
cambios importantes para adaptarse a las nuevas circunstancias mundiales (Tortella,
2005). La Unión Europea avanzó considerablemente en la integración económica con la
creación en 1979 del Sistema Monetario Europeo y con el ECU (European Currency
Unit) como unidad monetaria de cuenta; también con la constitución del Mercado Único
Europeo en 1986; con la liberalizaron de los mercados de trabajo y capitales desde 1992,
y con la movilidad de los bancos y de sus operaciones dentro de la Unión Europea.
Mientras se producían estos avances, se fueron adhiriendo nuevas naciones hasta llegar a
27 países en 2009. Unos años antes, en mayo de 1998, se constituyó la Unión Monetaria
Europea y se activó la política monetaria común y el eurosistema, integrado por el Banco
Central Europeo y los bancos centrales de los once países que inicialmente integraron la
Unión. En 1999 el euro se adoptó como unidad de cuenta y el Banco Central Europeo se
convirtió en la máxima autoridad monetaria en el área euro. Pero los nuevos billetes y
monedas no empezaron a circular hasta el 1 de enero de 2002 (Comín, 2011).

5.8.2. La gran recesión primisecular de 2007

En recientes estudios sobre las crisis económicas —que, dada su actualidad, se han
puesto tan de moda—, hay coincidencia en que la gran recesión iniciada en 2007-2008
se parece en una sola cosa a la de 1929-1930, y es que, como aquélla, se originó en
Estados Unidos y desde allí se contagió a Europa y después al resto del mundo (Fontana,
2011, 2013; Llopis y Maluquer, 2013; Comín y Hernández, 2013). Pero como señalaba
Joaquín Estefanía (2009), de la abundante bibliografía internacional disponible se
deduce que no se puede tratar la actual gran recesión como un paréntesis del crecimiento
económico. La salida de la crisis será con crecimiento débil de la economía y con un
efecto sobre el empleo que se prolongará en el tiempo. De acuerdo con las previsiones de
desarrollo del Banco Mundial, hay que contar con el cambio climático, y eso es
incompatible con un crecimiento indefinido conseguido a cualquier precio y a toda costa.
Es decir, en consonancia con lo afirmado por Comín (2011), habría una serie de
causas estructurales de la crisis económica relacionadas con la desigualdad en la
distribución de la renta, que ha ido en aumento, burbujas especulativas incontroladas o
fuertes desequilibrios comerciales y financieros internacionales. A éstas se unieron una
serie de factores relacionados con una política desreguladora y monetaria que buscaba
favorecer sobre todo al sistema financiero. Todo ello ha hecho que posiblemente se esté

167
en la actualidad ante la peor crisis económica posterior a la Segunda Guerra Mundial.
La evolución de la tasa de paro sobre la población activa demuestra el efecto más
pernicioso de la crisis, cuando a finales de 2009 unos 50 millones de personas quedaron
desempleadas, de ella 20 millones en China, y pasaron a ser extremadamente pobres
unos 200 millones. En el caso español, el desempleo se incrementó de 1,8 millones de
personas paradas en 2007 a los 4,6 millones en 2010 y los 6 millones de principios de
2013, un 26% de la población activa. Se vinieron abajo muchas de las teorías
económicas que defendían que era suficiente con la existencia de unos mercados libres y
eficientes —acompañados de la desregulación financiera, las TIC y la ingeniería
financiera— para que nunca más volvieran los ciclos depresivos y las recesiones
económicas.

5.8.3. Hipótesis sobre las causas de la gran recesión primisecular

Fontana (2011) advierte de que desde 1986 la Reserva Federal de Estados Unidos,
dirigida por Paul Volcker, realizó una eficaz labor regulatoria para elevar los tipos de
interés hasta el 20% nominal. Pretendía reducir la inflación con el encarecimiento del
crédito, cosa que consiguió bajándola hasta el 1,1% a finales de ese año. Pero en el
verano de 1987 el presidente Reagan decidió introducir medidas desregulatorias en la
economía estadounidense (reaganomics), y nombró a Alan Greenspan presidente de la
Reserva. Éste conoció bajo su dirección dos décadas de expansión descontrolada, aunque
fuera coyunturalmente afectada por sucesivas crisis que, finalmente, condujeron a la
grave recesión que arrancó en 2007.
Como sabemos, en el último cuarto del siglo XX las crisis bancarias volvieron a
propagarse en el mundo, aunque consistieron en crisis bancarias locales o regionales. La
desregulación desplegó una oleada de especulación en la economía, provocando una
serie de corruptelas y escándalos, como los llamados «bonos basura», que prometían
altos rendimientos para negocios de alto riesgo, o las ofertas públicas de adquisición de
acciones (opas) hostiles, que facilitaron la compra de las empresas utilizando créditos.
Uno de los mayores escándalos en Estados Unidos fue el de las Savings and Loan
Associations, una especie de cajas de ahorros a las que se autorizó para invertir sus
reservas en operaciones arriesgadas, dejando en un segundo plano las habituales
hipotecas y demás inversiones seguras de un menor rendimiento financiero. Esto
provocó que se arruinaran 747 de ellas, al haberse lanzado a especular con la compra de
bonos basura y a veces a operaciones fraudulentas. En 1989 el presidente Bush (hijo) las
rescató con un coste para el Estado de unos 125.000 millones de dólares. Dicha política
económica dio como resultado a largo plazo un incremento del déficit público y, sobre
todo, de las deudas pública y privada; esta última, avivada por la desregulación, que
incitaba a las familias a dejar de ahorrar y a endeudarse. Fue inevitable no sólo un
aumento de la desigualdad económica sino también el estallido final de la deuda en los

168
años siguientes, dándose así las condiciones idóneas para que se produjera la crisis de
2007-2008.
Roubini y Mihn (2010) indican que esto sucedió porque las crisis financieras fueron
precedidas por el aumento de los precios de los activos inmobiliarios y bursátiles;
posteriormente éstos se transmitían a los precios de las viviendas y las cotizaciones en
Bolsa se hundían el mismo año de las crisis financieras. Éstas, a su vez, vinieron
adelantadas por fuertes déficits de la balanza por cuenta corriente y se desencadenaron
cuando ya se había hecho más lento el crecimiento del PIB. Es decir, las crisis bancarias
no desencadenaron tanto las depresiones económicas como contribuyeron a empeorar
sus efectos. Si bien es verdad que siempre precedió un crecimiento de la deuda pública
en circulación a las crisis financieras, también lo es que aquélla creció todavía con más
rapidez después de iniciada la crisis. Además, en las economías emergentes, la
ampliación de la deuda pública emitida tras las crisis financieras de los últimos años del
siglo XX fue unida a repudios totales o parciales de la deuda. Estos indicios que
anunciaban las crisis bancarias se mostraron desde 2005, pero todo hace pensar que los
inversores no los tuvieron en cuenta o no los advirtieron. Las que sí parecen claras son
las graves consecuencias de las crisis bancarias que siguieron al año 1975. Por los datos
aportados por Comín (2011), en todas ellas sabemos que los precios reales de las
viviendas cayeron un 36% durante unos seis años. Los promedios de las cotizaciones en
Bolsa descendieron un 56% en los tres años y medio siguientes. Las tasas medias de paro
crecieron 7 puntos porcentuales durante los cinco años posteriores, aunque en las
economías emergentes las tasas de desempleo crecieron menos que en las más
avanzadas. Posiblemente esto se debió a que los salarios eran más flexibles y a que
carecían de Seguridad Social; de ahí que los trabajadores prefiriesen conservar su
empleo aceptando bajos salarios. Por el contrario, en las economías emergentes la caída
del PIB fue superior en términos reales al experimentar más intensamente la retirada del
capital extranjero. El descenso del PIB fue de dos años de promedio, aunque resultó más
persistente en las economías que efectuaron reformas estructurales en el transcurso de las
crisis bancarias, como sucedió en los casos del Reino Unido, España, Suecia y Japón.
Los mismos efectos aparecieron en la crisis bancaria que comenzó en 2007-2008,
aunque, a diferencia de las anteriores, ésta se convirtiese en una crisis global y sistémica
al afectar a todo el sistema financiero.
Las crisis financieras desde 1987 estuvieron más vinculadas que otras anteriores a la
evolución de la actividad económica (Comín, 2011). Por su parte, Fontana (2011)
sostiene que tras la crisis de la Bolsa de Estados Unidos del «lunes negro» 19 de octubre
de aquel año, ésta acabó sin que Alan Greenspan entendiese muy bien cuáles habían sido
sus causas, como lo confirma el que asegurase que había sido «un accidente» que tarde o
temprano debía suceder; pero a ella le siguieron en 1989-1990 las crisis de los «bonos
basura». La crisis se hizo internacional cuando en enero de 1990 se hundió la Bolsa de
Japón, al finalizar su burbuja inmobiliaria y financiera. Esto dio lugar a una crisis que

169
sigue sin resolverse veinte años después. Al poco tiempo colapsaron los bancos suecos, a
pesar de que lograron recuperarse pronto con la ayuda del gobierno de Suecia. A finales
de 1994 llegaron una serie de crisis monetarias, como la denominada «efecto tequila»,
motivadas por la insolvencia del gobierno mexicano para atender el pago de las
obligaciones de la deuda —unos 25.000 millones de dólares y sólo reservas de 6.000
millones para pagar—. La crisis económica mexicana fue la más grave y exigió una
importante ayuda estadounidense para evitar la quiebra del país, aunque no pudo evitar
contagiar la economía de Argentina —con su famoso «corralito»—. En 1997 se precipitó
una breve crisis financiera en Asia, a la que Greenspan consideró «el contagio asiático».
Por último, en Rusia, los tipos de interés se elevaron hasta un 150% en la primavera de
1998, y pese a la intervención del FMI con una ayuda de 22.000 millones de dólares, no
se pudo impedir la suspensión de pagos de la deuda a corto plazo, una moratoria de los
pagos de la deuda comercial a los no residentes y la flotación de la cotización de su
divisa, el rublo. Dada la inseguridad financiera, otros países se vieron involucrados en la
crisis económica, como fueron los casos de Chile y Brasil. El de este último fue
especialmente grave al elevarse hasta un 50% los tipos de interés y tener que dejar en
flotación su moneda, denominada real. Estas dificultades económicas y financieras
fueron los efectos más claros de la política del FMI. El impulso de la liberalización de
los mercados financieros en coincidencia con unos tipos de cambio fijos incentivó a
empresas y bancos a un irresponsable endeudamiento en el extranjero, según Fontana
(2013).
Simultáneamente, entre 1995 y 2001 se generó una euforia que llevó a la burbuja de
las empresas que empezaban a hacer la mayor parte de su negocio en internet, conocidas
como punto-com. Se invertía en la compra de acciones de unas empresas por su
beneficio esperado, que se creía que podía ser equivalente a 100 veces sus rendimientos
anuales. Pero la realidad fue que entre 2000 y 2002 el índice bursátil S&P perdió el 45%,
y el tecnológico Nasdaq, el 78%. Por si faltase algo, en 2001 afloró el escándalo Enron.
Una prueba palpable de la falta de fiabilidad de las contabilidades de las sociedades que
debían ser controladas por las empresas auditoras. Esto hizo que en 2002 se aprobase en
Estados Unidos una legislación para evitar posibles fraudes de las empresas cotizadas en
Bolsa, aunque no fue capaz de corregir las irregularidades que terminaron por causar la
recesión de 2007-2008 (Fontana, 2013).

5.8.4. Evolución de la recesión

Si se quiere localizar un punto de inicio de la primera crisis financiera del siglo XXI,
se puede encontrar en las circunstancias que se dieron —muy del gusto de los
historiadores anglosajones por las paradojas— en el verano de 2007. Coincidió un
máximo de las cotizaciones de la Bolsa de Nueva York con la suspensión del pago de
tres fondos que eran administrados por uno de los más importantes bancos franceses, el

170
BNP Paribas. Un fondo lo constituye un patrimonio colectivo formado con aportaciones
de numerosos participantes, del que se encarga una entidad financiera, que realiza
inversiones en diferentes activos para diversificar los riesgos. La suspensión de los
reembolsos de los fondos equivalía a lo que para un particular era no poder disponer
libremente de sus depósitos en un banco al valor monetario que tuvieran en el momento
de su reclamación debido a que los fondos eran reembolsables a petición de cualquier
copartícipe (Comín, 2011).
La recesión que comenzó en 2007-2008 tuvo dos causas, según Stiglitz (2010); una
primera, relacionada con la sobreproducción industrial mundial; ésta surgió de la
economía real y dio lugar a violentos desequilibrios comerciales y financieros
internacionales. La mejora de la productividad industrial en Estados Unidos y Europa
permitió producir cada vez con menos trabajadores una cantidad de artículos muy
superior a la demanda. Las empresas multinacionales americanas y europeas trasladaron
su producción industrial a China, India y otras economías emergentes y provocaron un
crecimiento del desempleo y una rebaja de salarios en sus países de origen. Las
economías emergentes se beneficiaron del desarrollo industrial y compitieron en el
comercio internacional provocando su transformación. Los mercados americanos y
europeos se vieron inundados de productos baratos fabricados en las economías
emergentes, los denominados Brics —Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica—, a los
que se sumaron las exportaciones de los denominados cuatro dragones asiáticos —Hong
Kong, Singapur, Corea del Sur y Taiwán—. La principal consecuencia fue que la oferta
de productos industriales superó considerablemente la demanda mundial.
El gran caudal financiero acumulado reflejaba la disponibilidad de una gran cantidad
de ahorro en el mundo e, indirectamente, una crisis de subconsumo o atonía de la
demanda interna en cada país desarrollado; ambos factores terminaron por alimentar la
crisis. Es decir, que esta segunda causa de la crisis iniciada en 2007 está directamente
relacionada con el sector financiero. Desde la década de 1990 se dieron importantes
movimientos de capitales procedentes de los países en vías de industrialización —
emergentes— hacia las economías avanzadas de Europa y Estados Unidos. La facilidad
para conseguir préstamos de los países emergentes se sumó a las innovaciones
financieras, lo cual facilitó, tanto a los consumidores como a los sectores públicos
europeos y de Estados Unidos, consumir por encima de sus recursos, como reflejaron sus
déficits exteriores, pues las importaciones superaban a las exportaciones. Posiblemente,
la política monetaria expansiva de la Reserva Federal de Estados Unidos contribuyó,
además, al crecimiento de la demanda. La fuerte y sostenida reducción de los tipos de
interés proporcionó un exceso de liquidez a los bancos y la economía americana. Es por
lo que, entre la abundancia de liquidez y el endeudamiento exterior, se formaron
periódicas burbujas en los precios de los activos.
En definitiva, la crisis económica que dio comienzo en 2007 era el fruto lógico de un
ciclo especulativo alimentado por los bajos tipos de interés. Los tipos pudieron

171
mantenerse a la baja gracias a que las economías asiáticas, y sobre todo la china, tenían
sus reservas en dólares utilizando los beneficios de sus exportaciones en la adquisición
de bonos del Tesoro de Estados Unidos. De hecho, China había invertido en bonos más
de mil millones de dólares. Esto era, en la práctica, un enorme préstamo a Estados
Unidos que le permitió sostener un crédito barato que favoreció el elevado consumo y la
propia burbuja inmobiliaria. Pero no sólo eso, indirectamente, estimuló la importación de
productos industriales asiáticos. El problema es que así coadyuvó a arruinar aún más la
ya de por sí decadente industria estadounidense. Los inversores decidieron endeudarse al
disponer de créditos baratos, colocando el dinero en negocios de alto riesgo (Roubini y
Mihn, 2010). Muchos eran productos financieros complejos defendidos por Greenspan;
pero en 2008 los consideraba «difíciles de comprender y más difíciles aún de valorar»,
aunque habían colaborado a distribuir «el riesgo por toda la economía» y, por tanto, a
estabilizarla. También justificó que estas operaciones no estuviesen reguladas
oficialmente al considerar que los mecanismos de control de riesgo de las entidades
financieras eran suficientemente válidos. Surgió una «banca en la sombra», al eludir
Wall Street que se regulase el mercado de estos efectos financieros que se contrataban
vía telefónica entre los agentes. No había tratos públicos, como ocurría tradicionalmente
en las bolsas, ni cotizaciones a la vista que se pudieran utilizar como referencia. Las
agencias de calificación les atribuían notas muy favorables, a veces sin conocer en qué
activos se basaban. Lo que sí era seguro es que se trataba de productos muy complejos
como los derivados, ya que establecían su valoración en el precio de otro activo. A la
altura de 2008 muchos expertos en inversiones consideraban que en Wall Street nadie
entendía realmente lo que estaban comprando y vendiendo. Había tal confianza en el
futuro que se pasaron por alto los fallos internos del sistema. El FMI, que se había
constituido con el objetivo primordial de dar estabilidad al sistema, no fue capaz ni de
pronosticar las crisis ni de mitigarlas, según Fontana (2011, 2013).
El ciclo de prosperidad que persistió en los albores del tercer milenio de la historia de
la humanidad tuvo su solución de continuidad en un ciclo de gran recesión que se puede
distinguir fácilmente de otros anteriores por su globalidad. Es cierto que la crisis
económica se originó en el verano de 2007 en Estados Unidos y de allí se propagó al
mundo entero entre 2008 y 2013. En esos años, millones de personas han perdido su
vivienda, se han quedado en paro y sin recursos o se han visto condenadas directamente
al hambre, incluidas las de los países más avanzados, donde, a pesar de todo, reina
relativamente la abundancia. La crisis financiera se enmarca en otra sistémica y más
global, que al mismo tiempo se manifestaba y afectaba especialmente a los habitantes de
las zonas subdesarrolladas del planeta. Como resalta Stiglitz (2010), cuando habían
pasado nueve meses de la quiebra del banco Lehman Brothers, producida el 15 de
septiembre de 2008, un periódico nada sospechoso de izquierdismo radical o de ser
antisistema, como The Economist, advertía en junio de 2009 de que, al poner el foco de
la crisis en las bancarrotas y el desempleo, se dejaba de lado que en los países pobres se

172
estaba perjudicando a millones de niños y mujeres que no cubrían sus necesidades
básicas y que les estaba abocando a la desnutrición y a la anemia, cuando no a la muerte.
Es decir, se trata de aspectos relevantes de una misma crisis que habrá que tener en
cuenta al estudiar, ahora y en el futuro, una gran recesión económica, aunque, en este
caso, la afectada sea la muy elogiada globalización del sistema capitalista. Asimismo, la
crisis contribuyó a acabar con los mitos del crecimiento indefinido y de la liberación de
las fluctuaciones e incertidumbres ligadas a los ciclos económicos.
A la altura del año 2009 la deuda privada en Estados Unidos equivalía al triple de su
PIB. Algunos economistas avisaron de que la prosperidad se basaba en una burbuja de
crédito que estallaría tarde o temprano y que generaría una gran crisis financiera. No
pudieron ser otros los resultados predecibles de una economía no productiva, sostenida
sobre finanzas, seguros e inmuebles —denominada FIRE (Finance, Insurance and Real
Estate)—, y que funcionó en un entorno cada vez más desregulado, lo que alimentó la
especulación, sobre todo durante la presidencia de Bill Clinton en 1999. Para modernizar
los servicios financieros, se derogó la ley Glass-Steagall de 1933, que para evitar una
nueva crisis económica como la de los años treinta prohibía que una misma entidad
financiera realizase actividades comerciales, inversoras o aseguradoras. Es decir, se
prohibió que los bancos especulasen con los ahorros de sus clientes. En el año 2000, al
final de la administración Clinton, se promulgó una ley por la que se dejó de controlar
fondos de capital-riesgo y operaciones de futuros o derivados, lo que inevitablemente
facilitó la especulación. Desde 2003, con la bajada del tipo de interés por la Reserva
Federal hasta dejarlo en negativo y, en consecuencia, al rebajarse el coste de las
hipotecas, se desató un afán de comprar viviendas. Ante la fuerte demanda, los precios,
que se habían mantenido casi estables en un siglo, iniciaron su ascenso, de tal manera
que entre 2000 y 2005 los inmuebles urbanos se revalorizaron un 50% en Estados
Unidos. Los propietarios se consideraron titulares de una enorme riqueza que tendía a
aumentar con el tiempo y, dados los tipos de interés tan baratos, se animaron a pedir
créditos avalados por sus viviendas para invertir y consumir. Se gastaba más de lo que se
ganaba y se dejó de ahorrar como mínimo desde 2005. El endeudamiento de las familias
estadounidenses pasó a ser del 130% a finales de 2007. Las entidades financieras
concedieron préstamos e hipotecas a los particulares que los solicitaban animados por los
bajos tipos de interés a pagar y los largos plazos de amortización. Muchos adquirieron
primeras o segundas residencias y propiedades inmobiliarias muy caras o, en cualquier
caso, por encima de sus posibilidades económicas reales, sin considerar que a la larga
podrían tener dificultades para pagarlas en caso de que se quedasen sin trabajo por una
crisis económica. Las entidades financieras «titulizaron», es decir, «empaquetaron» las
hipotecas muy inseguras —subprime— con otros productos financieros de menor riesgo
en CDO —obligaciones de deuda colateral—, para así disgregar y reducir el riesgo de
impago. El empaquetado y mezcla de las hipotecas de riesgo —subprime— con otros
productos innovadores —ingeniería financiera— no rindieron los esperados miles de

173
millones de dólares que creyeron que se estaban creando.
Según recoge Stiglitz (2010), a finales de 2007 y principios de 2008 los intermediaros
financieros de Wall Street tenían contratados derivados de riesgo por un valor nominal
de 183.000 millones de dólares, lo cual representaba trece veces el tamaño de la
economía de Estados Unidos. La explicación de la teoría económica dominante —
seguida por Greenspan como presidente de la Reserva Federal— aseguraba que estos
productos repartían los riesgos y estabilizaban el sector financiero. Pero resultó ser un
mito que aquéllos proporcionaran una seguridad global al sistema. Las nefastas
consecuencias para la economía se vieron agrandadas, además, por el falseamiento de las
evaluaciones de las agencias de calificación de riesgo de impago —agencias de rating,
como S&P (Standard & Poor’s, 1860), Moody’s (Moody’s Corporation, 1909) o Fitch
(Fitch Rating, 1913)—. Todas ellas evaluaron a las empresas como solventes y
calificaron sus activos financieros como fiables; pero existió y existe una anomalía al
pagarles dichas evaluaciones los propietarios de activos que se las encargaron. Cuando
explotó la burbuja inmobiliaria y las pérdidas provocadas por los títulos «tóxicos» en los
que se incluían las hipotecas se expandieron al resto de los valores, el sistema bancario
se vio colapsado, y ello afectó gravemente entre 2008 y 2012 a las funciones que
cumplía en la marcha normal de la economía como suministrador de crédito a las
empresas. Pero no todos estaban engañados. A finales de 2006 Goldman Sachs previó el
peligro y comenzó a colocar con discreción sus hipotecas subprime, al venderlas sin
escrúpulos a sus clientes, para acto seguido protegerse de riesgos con CDS. Esto hizo
que en 2010 la SEC —Securities and Exchange Commission— la acusase de fraude al
haber continuado vendiendo productos financieros de los que tenía constancia que no
eran seguros. Con la crisis, los mercados financieros tuvieron un desplome muy rápido.
Los participantes en el juego descubrieron abruptamente que no entendían muy bien el
complejo sistema que habían creado. Por ejemplo, Citigroup reconoció que no sabía cuál
era su exposición a las subprime. Es decir, todo parece indicar que sólo les había
interesado obtener beneficios a toda costa, colocando títulos mientras obtuviesen
beneficios con ello. Se despreocuparon después de las consecuencias para sus clientes, a
los que habían involucrado en inversiones cuyas pérdidas se pudieron prever.
A partir del verano de 2007 empezaron las bancarrotas de grandes empresas privadas
dedicadas al crédito hipotecario (Krugman, 2009, 2012). La causa residía en la caída de
los precios de las viviendas en Estados Unidos. Hubo una congelación general del
crédito, negándose unos bancos a prestar a otros por la sospecha que tenían de que
estuvieran en las mismas condiciones de debilidad. El contagio fue fulminante porque
casi una cuarta parte de las hipotecas estadounidenses estaban colocadas en el exterior.
El gobierno de Estados Unidos decidió intervenir en 2008 ante las continuas quiebras de
empresas financieras, incumpliendo uno de los más queridos principios teóricos del
liberalismo económico conservador. Pero inmediatamente se vio que las instituciones
financieras sacarían provecho de la propia situación crítica, influyendo en las decisiones

174
políticas. El gobierno del presidente Bush no dejó caer a empresas demasiado grandes.
En primer lugar, ayudó al banco de inversión Bear Stearns, fundado en 1923,
suministrándole un préstamo de la Reserva Federal para evitar su quiebra. Después lo
vendió a bajo precio por acción a J. P. Morgan Chase, que en 2010 dejó de utilizarlo
como marca, certificando su desaparición. En septiembre de 2008 nacionalizó en la
práctica Fannie Mae y Freddy Mac, dos grandes empresas hipotecarias, lo que significó
asumir sus grandes volúmenes de deuda acumulada. Sin embargo, en septiembre de 2008
el secretario del Tesoro, Hank Paulson, decidió que no era necesario salvar más bancos y
dejó quebrar a la entidad de inversión Lehman Brothers, fundada en 1850. Ésta ejercía
como «banco en la sombra», financiando a constructores de edificios de oficinas
mediante la colocación de la deuda a los inversores ya fragmentada y empaquetada. La
decisión de dejarlo caer tuvo una consecuencia que no habían previsto las autoridades
económicas estadounidenses. Provocó una crisis sistémica, es decir, afectó a todo el
sistema financiero y desencadenó el pánico bancario no sólo en Estados Unidos, sino
también en el resto del mundo. Pero vino motivada por una lógica que tomó en
consideración por encima de otras el gobierno federal. En tanto Lehman tenía una gran
cantidad de productos derivados dispersos por 80 países diferentes, el Tesoro de Estados
Unidos no tenía ningún interés en responder de las pérdidas de bancos extranjeros,
especialmente de los alemanes. La catástrofe fue de tal magnitud que Greenspan
reconoció que el sistema no podía regularse por sí mismo. Los clientes perdieron la
confianza en el sistema financiero y se generalizaron las peticiones de retirada de fondos,
ante lo cual los bancos de inversión y las compañías de seguros intentaron vender sus
activos bursátiles. Pero al dar todos órdenes de venta de forma simultánea, las
cotizaciones de los valores se hundieron en Bolsa. Era el comienzo de una gran crisis
financiera. Las compañías que habían asegurado muchas operaciones de seguro de riesgo
de impago no podían hacer frente a las multimillonarias compensaciones por impago de
los bonos hipotecarios. Para evitar la hecatombe, en septiembre de 2008 el gobierno de
Estados Unidos recurrió a la nacionalización de la mayor compañía de seguros a escala
mundial, como era AIG, y de otros grandes bancos de inversión con probabilidades de
sobrevivir, como Citigroup, Morgan Stanley y Goldman Sachs. En todos ellos, o bien
compró sus activos tóxicos o bien entró en su capital. En definitiva, el gobierno
estadounidense, pese a su ideología liberal de no intervención, salvó al sistema
financiero americano y, al tiempo, a algunas grandes empresas privadas
automovilísticas.

5.8.5. Reactivación de la recesión

La vertiente humana y social de la crisis económica se reflejó en el aumento del paro,


y se agravó conforme se expulsaba de sus casas a las familias que no podían hacer frente
al pago de los plazos de sus hipotecas. Entre finales de 2010 y principios de 2011 se

175
calcula que unos 6,2 millones de familias estadounidenses se habían quedado sin hogar,
y más de 3,5 millones lo perdieron en 2012 (Krugman, 2009, 2012).
La recesión de Estados Unidos se difundió rápidamente a escala mundial por dos
motivos: el primero, por el alcance que habían adquirido los flujos comerciales y
financieros internacionales a causa de la globalización. En segundo lugar, porque
numerosos países, principalmente los europeos, experimentaban unos desequilibrios
económicos muy parecidos a los de Estados Unidos. En resumen, la gran recesión de
Estados Unidos iniciada en 2007 repercutió en todo el mundo. Pero si Europa se sumió
en la depresión económica, incluyendo las crisis de la deuda pública y del euro, los
países con economías emergentes fueron menos afectados y, en todo caso, recobraron
pronto sus acelerados ritmos de crecimiento, principalmente China. La crisis se irradió
velozmente hacia aquellos países con desequilibrios estructurales semejantes a los de
Estados Unidos. Éstos fueron los casos del Reino Unido, Islandia, Irlanda, Grecia,
Portugal, España, Italia, Bulgaria y Letonia. En ellos se habían gestado burbujas
inmobiliarias y bursátiles, respaldadas y financiadas con una abundante oferta de capital
barato, hasta el punto de que pudieron contar con él algunos países europeos no
incluidos en el sistema euro pero cuyas primas de riesgo respecto al tipo de interés del
bono alemán estaban cerca de cero. El problema al que nadie pareció prestar atención
inicialmente fue al de la acumulación de amplios déficits de la balanza por cuenta
corriente.
Por su parte, Fontana (2011) coincide en esta última cuestión, al opinar que una de las
razones más importantes para la internacionalización de la crisis fue la existencia de
balanzas exteriores deficitarias en varios países, que, además, utilizaron generosamente
el crédito bancario fomentando las consiguientes burbujas inmobiliarias, como ocurrió,
por ejemplo —y casi paradigmáticamente—, en el Reino Unido, Irlanda o España. El
resultado fue que surgió un retraimiento de la demanda y un aumento del desempleo.
Los gobiernos se vieron forzados a intervenir para sanear las entidades financieras,
concediendo créditos demasiado arriesgados e implicándose en operaciones
especuladoras. Así, en el Reino Unido se destinaron grandes cantidades al saneamiento
de la banca, con la adquisición de acciones preferentes del Lloyds Banking Group, el
Royal Bank of Scotland y el Northern Rock. En España, las entidades financieras habían
concedido un gran volumen de crédito a los constructores; pero las que estaban más
expuestas al riesgo eran las cajas de ahorro, que fueron reestructuradas fusionándose
entre sí y convirtiéndolas en bancos. A algunas hubo que nacionalizarlas para salvarlas,
como Bankia —la antigua Caja de Ahorros de Madrid fusionada con otras cajas—, así
como ciertos bancos —por ejemplo, el Banco de Valencia—. El sistema bancario de
Islandia entró en quiebra espectacularmente, al ser incapaz de hacer frente al pago de los
elevados tipos de interés que había ofrecido, con lo que atrajo a gran cantidad de
ahorradores holandeses y británicos.
Entre 2010 y 2012, con la internacionalización de la recesión, la situación económica

176
de los países de la zona euro empeoró considerablemente conforme se pasó a poner el
foco de la causa de la crisis en la excesiva deuda pública, tal como había pasado unos
años antes en Estados Unidos (Fontana, 2011). La secuencia del proceso comenzó con la
crisis de Grecia. El Banco Central Europeo, el FMI y el Banco Mundial le impusieron un
programa de intervención de su economía por el que la obligaron a realizar drásticos
ajustes del gasto y saneamiento para poder recibir los préstamos que salvarían de la
bancarrota su crédito público; es decir, la deuda pública griega emitida que había
comprado la banca internacional. Se continuó con la intervención de la economía
irlandesa, que desde la década de 1990 hasta 2006 había basado su elogiado y elevado
crecimiento en fuertes rebajas de los impuestos a las empresas que se instalasen en el
país. Y, finalmente, en 2011 se incluyó entre los intervenidos a Portugal y se amenazó
con la intervención de las economías de Italia y España, aunque esto último no ha
ocurrido; no obstante, a principios de 2013 se intervino el pequeño Estado de Chipre,
dando lugar al primer caso de «corralito» en Europa. Todos estos países han soportado
las constantes acometidas contra sus emisiones de deudas públicas y privadas, reflejadas
en las altas primas de riesgo entre 2010-2012. Detrás de esos ataques estaban los
especuladores internacionales en connivencia con las tres grandes agencias de
evaluación (rating) de Estados Unidos. Al mismo tiempo, se han visto obligados a
aceptar los duros programas de ajuste y reducción del déficit público (gráfico 5.7), a
costa de recortar las pensiones, reducir el gasto público en sanidad, debilitar a los
sindicatos y rebajar los salarios.

Gráfico 5.7. Porcentaje del déficit público sobre el PIB de la Unión Europea y la OCDE (1973-2010). (FUENTES:
Banco Mundial, European Economy, 2000, y Segura, 2010.)

177
Las anteriores medidas detalladas han sido siempre las exigidas por el FMI y las
autoridades económicas de la UE, de acuerdo con los intereses de Washington y de
Berlín. El problema consistía en que esto suponía el desmantelamiento parcial del Estado
del Bienestar y, en definitiva, la modificación unilateral de los términos del «contrato
social» establecido en las décadas de 1950-1960 y que contribuyó a cimentar las
respectivas sociedades europeas. De ahí el enorme descontento social y político existente
entre la población europea y reflejado en las constantes manifestaciones, huelgas y
movimientos sociales de nuevo cuño, como el 15M. Pero, además, lo más peliagudo y
preocupante fue que los gobiernos, sin capacidad de utilizar la política monetaria por
estar vinculada al euro, aceptaron las recetas sin hacer caso de los expertos que advertían
de que con esa política económica de austeridad se empeoraría y prolongaría la recesión
económica hasta al menos 2015 (Krugman, 2012), y que la peor parte recaería sobre los
trabajadores de los sectores privado y público, o los servicios educativos y sanitarios.
Los simultáneos aumentos de impuestos y rebajas de salarios han contraído las
demandas internas y las agregadas; las medidas de disciplina en el gasto han dejado en el
paro a más millones de personas, que se han sumado a los desempleados desde el cese de
la actividad en la construcción. Por último, pero no menos importante, se han debilitado
claramente las posibilidades de negociación de los que tienen trabajo.

CONCLUSIONES

La etapa analizada en este capítulo, que se inicia con las crisis de comienzos de los
años setenta y llega a la actualidad, viene enmarcada por la existencia de varias fases
recesivas que han demostrado la realidad de los ciclos económicos y que han provocado
un cambio de paradigma teórico. El modelo de crecimiento intervencionista de la edad
de oro y el liberal de la etapa de la gran moderación acabaron colapsando y generando
importantes contracciones económicas. Para entender la situación actual, hay que
remontarse a la década de 1970, cuando, para superar la crisis energética, las políticas
económicas cambiaron el objetivo fundamental, al primar la eficiencia en la asignación
de los recursos frente a la redistribución de la renta. A partir de aquí, se comenzó a
minimizar el papel del Estado y se empezó a otorgar un papel protagonista al mercado.
Se trataba de centrarse en las políticas de oferta (neoclásicas) frente al fracaso de las
políticas de demanda (keynesianas); es decir, controlar la inflación, reducir el déficit
presupuestario y disminuir el déficit exterior. El éxito relativo de las políticas
económicas liberales puestas en marcha desde los años ochenta fue determinante para
entrar en una nueva fase de globalización de la actividad económica que favoreció, aun
con la recesión de 1980-1982, la recuperación y el crecimiento mundial, que no se
limitaron a los países de ambos lados del Atlántico sino que también se extendieron a
nuevos continentes, sobre todo al asiático. Sin embargo, la evolución económica de las

178
tres últimas décadas del siglo XX se ha caracterizado por un ritmo de crecimiento inferior
al producido en la época dorada. Así lo pusieron de manifiesto la crisis bursátil de 1987,
con una reactivación débil y con unos índices de crecimiento inferiores, y la nueva
recesión mundial de finales de 1990. A esta coyuntura crítica que afectó, en primer
lugar, a las grandes potencias industriales, incluido el colapso del sistema comunista, se
unió la que se produjo en la década de 1980 en la mayoría de países africanos y en un
buen número de países asiáticos, caribeños, centroamericanos y sudamericanos. De ahí
que el balance que algunos autores han hecho de los años noventa tenga luces y sombras.
Por una parte, la segunda globalización provocó la pérdida del protagonismo mundial de
las economías de la Unión Europa a cambio del surgimiento de los denominados tigres
asiáticos y los Brics. Por otra, aunque a finales del siglo XX la economía internacional se
liberalizó considerablemente, con un apreciable progreso del crecimiento mundial y una
corrección de los desequilibrios macroeconómicos, esto se produjo a costa de unas
elevadas y persistentes tasas de paro. Y lo que es más grave, las crisis y las soluciones
aplicadas provocaron que el proceso de convergencia real se invirtiese, y de nuevo se
comenzasen a ahondar las diferencias entre países ricos y pobres. Por tanto, la actual
gran recesión iniciada en 2007 no se puede considerar un mero paréntesis del
crecimiento económico. Entre otras cosas porque sus causas estructurales están
relacionadas con el aumento de la desigualdad en la distribución de la renta, con las
burbujas especulativas incontroladas y con los fuertes desequilibrios comerciales y
financieros internacionales. Las políticas desreguladoras y monetaristas que buscaban
favorecer sobre todo al sistema financiero no han hecho más que agravar la situación.
Por eso se augura que la salida de la crisis va a ser con crecimiento débil de la economía
y con un efecto en el empleo prolongado en el tiempo. La evolución de la tasa de paro
sobre la población activa y los 200 millones de pobres en el mundo demuestran el efecto
más pernicioso de la crisis.
Por otra parte, esta última ha contribuido, indudablemente, a acabar con los mitos del
crecimiento indefinido y con la creencia en el final de las fluctuaciones e incertidumbres
ligadas a los ciclos económicos. Es decir, también se han puesto en duda las teorías
económicas defensoras de que la existencia de unos mercados libres y eficientes —
acompañados de la desregulación, las TIC y la ingeniería financiera— era suficiente para
no volver a conocer los ciclos recesivos en la economía internacional.

179
6
Comportamiento económico de los países
emergentes, países excomunistas y
subdesarrollados a finales del siglo XX e inicios
del siglo XXI
Leonardo Caruana de las Cagigas

6.1. INTRODUCCIÓN

En este capítulo se habla de manera breve de los países que no han alcanzado la
Revolución Industrial. Éstos son los emergentes, que se están acercando al nivel de las
regiones desarrolladas, las naciones excomunistas que estuvieron en Europa o Asia bajo
la dominación soviética y por último los Estados que no son capaces de salir de una
economía de subsistencia o incluso no alcanzan este nivel y que se denominan
subdesarrollados. Otra división que se utiliza para diferenciar el nivel de desarrollo de
las naciones es mediante una numeración: el primer mundo son los Estados
desarrollados, el segundo mundo, los países comunistas, y el tercer mundo, el resto.
Además se habla de un cuarto mundo para diferenciar dentro de las naciones del tercer
mundo a aquellas que son más pobres y que se considera que tardarán muchísimo tiempo
en salir de la miseria.
La medición de la riqueza o pobreza no resulta fácil. Fue a mediados del siglo XX
cuando se crearon los modelos actuales de contabilidades nacionales, se perfeccionaron
sus estadísticas y el análisis macroeconómico facilitó la comprensión de la realidad de
cada país con los conceptos de consumo, inversión, balanza comercial, etc. Las Naciones
Unidas desde 1947 publicó información homologada para entender el desarrollo
económico mundial. El dato con el que se suele medir la economía de un Estado es el
producto interior bruto, considerado la macromagnitud más importante.
El PIB comprende tres sectores institucionales: los hogares, las empresas y las
administraciones públicas. Los hogares ofrecen trabajo y capital a las empresas para
generar su producción, que consumen los hogares. En el caso de las administraciones
públicas, ofrecen servicios a la sociedad: justicia, seguridad, educación, sanidad, que no

180
tienen precio de mercado y que obtienen su financiación a través de los impuestos.
Además de este desarrollo económico interno en cada Estado, cada vez es más
importante la actividad económica entre los países que incluyen las importaciones y las
exportaciones de bienes y servicios, el cobro por los servicios de los factores, las
transferencias y las transacciones financieras gestionadas por los intermediarios
financieros (bancos, cajas de ahorro, Bolsa e instituciones de seguros). El PIB de una
nación es la suma de los bienes y servicios finales producidos medidos habitualmente en
un año, aunque también se hacen estimaciones trimestrales y semestrales.
En historia se analizan series temporales que miden en unidades de cuenta la
evolución de los Estados. Estas unidades de cuenta, por ejemplo el dólar o el euro,
cambian de valor, sufren alteraciones y en algunas naciones tienen inflaciones muy
elevadas, incluso del 10% o más. Por esa razón en las series temporales se utilizan
valores constantes, indicados en un año concreto, y no valores nominales. Para conseguir
valores constantes se utiliza el deflactor, que elimina las diferencias generadas por la
inflación para que las cantidades sean comparables aunque correspondan a años
diferentes. Otro problema es la elevada diversidad de unidades de cuenta en el mundo,
por lo que normalmente se hace la conversión al dólar americano.
Un perfeccionamiento relativamente reciente en la estimación del PIB es el PIB en
paridad de poder adquisitivo (PPA). Este PIB estima la capacidad de consumo, es decir,
calcula el precio que tienen los bienes en cada nación; por ejemplo una barra de pan en
un país tiene un valor nominal X y en otro un valor Y, de modo que ambos valores se
equiparan para medir el PIB que llamamos PIB en paridad de poder adquisitivo.
Hay otro indicador que se llama índice de desarrollo humano (IDH) y que es más
complejo, pues mide, además del PIB, otros dos aspectos clave en el desarrollo: la
esperanza de vida promedio y el nivel de educación. Con estas mediciones establecemos
una clara diferencia en el desarrollo de los países que marca la distancia que separa el
progreso de unos y otros. Por áreas geográficas, destaca el alto grado de desarrollo en
Europa Occidental y las ex colonias británicas: Estados Unidos, Canadá, Australia y
Nueva Zelanda; por último, Japón y cada vez más Estados asiáticos. En el otro extremo
está África subsahariana, que en su conjunto es la zona menos desarrollada del mundo.
Dentro de la evolución histórica muchos países en vías de desarrollo o
subdesarrollados fueron colonias de las potencias de Europa, como España, Portugal,
Francia y Gran Bretaña, que conquistaron territorios en América, Asia y África. En
menor medida, Holanda, Bélgica, Alemania e Italia. Además, hubo otras dos potencias
colonizadoras, Rusia y Japón, que se extendieron por Asia.
Todas estas zonas colonizadas sufrieron la explotación de dichas potencias y
distorsionaron su modelo de crecimiento dependiente de la metrópoli. Estos pueblos,
desde comienzos del siglo XIX hasta el último tercio del siglo XX, conquistaron su
independencia e iniciaron sus procesos de desarrollo económico con muy dispares
resultados. Por ejemplo, la mayor potencia económica en la actualidad es una excolonia

181
británica, los Estados Unidos, y otras muchas de sus excolonias son naciones ricas
(Canadá, Australia o Nueva Zelanda). Otros no han salido del subdesarrollo y en la
actualidad están a punto de alcanzar el umbral de la Revolución Industrial; se les
denomina países emergentes.
Un ejemplo de lo desigual que es el mundo es que entre el país más rico y el más
pobre hay una diferencia de casi 300 veces la renta por habitante. La República
Democrática del Congo en 2012 era el más pobre, con una renta por habitante de 369
dólares en paridad de poder adquisitivo (PPA) según el Fondo Monetario Internacional 1 ,
y el país más rico era Catar, con una renta por habitante de 106.284 en el mismo año; en
ambos casos se trata de excolonias.
El capítulo se divide en tres partes: en primer lugar los países emergentes,
posteriormente las naciones subdesarrolladas y por último los Estados excomunistas.

6.2. A LAS PUERTAS DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL: LOS


PAÍSES EMERGENTES

En los capítulos anteriores hemos analizado el camino recorrido para alcanzar la


Revolución Industrial por Inglaterra y en general por Europa Occidental, los Estados
Unidos y Japón. Ya en el segundo decenio del siglo XXI estamos ante un logro incluso
mayor, pues son un número ciertamente significativo de países del mundo los que están
a las puertas de la Revolución Industrial. La característica de estas naciones es un fuerte
crecimiento económico durante un período relativamente largo. Estos países son: Brasil,
China, República Checa, Hungría, India, México, Polonia, Rusia, Sudáfrica, Taiwán,
Argentina, Chile, Colombia, Perú, Egipto, Indonesia, Malasia, Marruecos, Pakistán,
Filipinas, Rumania, Tailandia y Turquía 2 (cuadro 6.1). Cabe destacar que están los dos
países más populosos del mundo: China (1.353 millones) e India (1.246 millones), y el
cuarto, Indonesia (246 millones), el quinto, Pakistán (204 millones), y el sexto, Brasil
(194 millones). Es decir, en total estos seis países suman 3.243 millones de personas.
Aunque parten de realidades bien distintas, se pueden establecer algunos rasgos
comunes, que son los bajos costes de producción, sobre todo debido a unos salarios
inferiores a los de los países desarrollados, así como las escasas exigencias en las
normativas medioambientales. Estas naciones son capaces de colocar en el mercado
internacional productos manufacturados con elevada demanda en el primer mundo. El
caso más conocido es el de China, pero cada vez son más los países en vías de desarrollo
que producen bienes manufacturados para la demanda mundial. Este logro tan
significativo lo refuerza y fortalece la creación de un mercado interno cada vez más
importante que facilita el crecimiento y su auge económico tan espectacular. Al principio
se crea una demanda pequeña en el propio país, que paulatinamente va creciendo de
modo que el segmento de clase media aumenta al tiempo que comienza a reducirse el

182
número de pobres, tal y como sucede en los países desarrollados. Con este fuerte
desarrollo en los países emergentes se potencia la competitividad internacional y las
empresas intensifican su proceso de globalización tanto en la compra de bienes y
servicios como en la de materias primas. Naturalmente este desarrollo tan positivo no
implica que todas las naciones citadas hayan alcanzado la Revolución Industrial. En la
historia hay casos de países que han crecido de manera muy positiva y luego han entrado
en una gran decadencia, por ejemplo la Unión Soviética o Argentina.
Un perfecto ejemplo de este logro ya conseguido es España. En 1960 su renta por
habitante era similar a la de Perú y en los últimos cincuenta años ha conseguido formar
parte de los países desarrollados con una renta per cápita de 30.412 dólares, mientras que
la renta per cápita en Perú es de 10.679 dólares en 2012, es decir, tres veces menor. Este
proceso también se observa en la actualidad entre países emergentes, por ejemplo
Malasia en comparación con Bolivia. En 1960 tenían una renta per cápita similar, pero
creció más del 4% en Malasia y en Bolivia tan sólo lo ha hecho en un 1%. Por ese
motivo en 2012 la renta per cápita de Malasia era de 16.942 dólares, mientras que la de
Bolivia era de tan sólo 4.996 dólares. Pero tal vez los dos casos más espectaculares son
China y Corea del Sur. El primero tenía una renta per cápita de 201 dólares en 1980 y en
2012 alcanzó los 9.143 dólares y el segundo país tenía una renta per cápita en 1980 de
2.302 dólares y en 2012 llegó a 32.431 dólares. En el caso de China, que tiene
crecimientos anuales cercanos al 10% de su PIB, le ha permitido convertirse en la
actualidad en la segunda potencia económica del mundo, y en una fecha no muy lejana,
si sigue con el mismo crecimiento, conseguirá ocupar el primer puesto. Eso sí, no la
podemos considerar un país desarrollado en la actualidad debido a la enorme diferencia
económica que existe entre su población. Todavía hay millones de chinos que viven en
el umbral de la pobreza, pero al mismo tiempo son cada vez más millones los que
forman parte de la clase media. En el caso de Corea del Sur 3 , excolonia japonesa, su
desarrollo ha sido también espectacular en términos de crecimiento, pues después de su
guerra civil, entre 1950 y 1953, ha conseguido un desarrollo que le permite incluso
participar en el liderazgo tecnológico en ciertos sectores. Los otros dos países muy
populosos de Asia, la India e Indonesia, también siguen la senda del rápido crecimiento
económico, aunque su inicio es posterior al chino. Estas dos naciones superaban a China
en renta per cápita en 1980: 419 dólares el primero y 730 dólares el segundo. En la
actualidad su renta per cápita es sensiblemente inferior a la china: en 2012 la primera
alcanzaba los 3.944 dólares y la segunda llegaba a 4.944 dólares. La India, con 1.246
millones de habitantes, se sitúa en PIB (PPA) como la tercera economía del mundo.

Cuadro 6.1

Países emergentes

Población Superficie (km²) Población

183
País 2012 País Superficie (km²) 2012

Asia Europa
1 China 9.596.961 1.354.058.000 14 Rusia 17.075.400 142.905.200
2 India 3.287.263 1.246.914.000 15 Turquía 783.562 75.745.000
3 Indonesia 1.904.569 246.963.000 16 Polonia 312.685 38.625.478
4 Pakistán 796.095 204.513.000 17 Rumanía 238.391 21.904.551
5 Malasia 329.847 30.110.000 18 República Checa 78.866 10.507.000
6 Tailandia 513.120 67.105.000 19 Hungría 69 500 10.075.034
7 Filipinas 300.000 97.098.000 África
América 20 Egipto 1.001.450 83.186.000
8 Brasil 8.514.877 194.795.000 21 Sudáfrica 1.219.090 52.698.000
9 México 1.964.375 116.352.000 22 Marruecos 446.550 32.779.000
10 Colombia 1.138.914 46.860.000 Total (1-22) 54.323.733 4.161.309.263
11 Argentina 2.780.400 41.119.000
12 Perú 1.285.216 30.307.000
13 Chile 756.102 16.690.000

FUENTE: elaboración propia con datos de FMI, World Economic Outlook Database, abril 2013.

Otra área de gran interés es Indochina, que ha seguido los pasos de China pero mucho
más tarde, en el último decenio del siglo XX. Vietnam todavía tiene una renta per cápita
muy baja, además con unas infraestructuras insuficientes o muy deficientes. Cuando se
abrió a una economía de mercado, la pobreza era extrema y por tanto no hubo una
merma en la renta per cápita al inicio del cambio del sistema económico. Vietnam pasó
de 299 dólares de PPA en 1980 a 3.545 dólares en 2012. Asimismo, se favorecieron
reformas institucionales vinculadas a la propiedad privada que posibilitaron la
recuperación económica. Por ejemplo, en los ochenta ya podían vender los excedentes de
producción agraria en un mercado libre e incluso en los noventa dispusieron de sus
tiendas en propiedad para vender sus alimentos. De todos modos, queda pendiente la
liberalización en el sector industrial y la modernización del sector financiero. Este último
sector es clave para facilitar las futuras inversiones en los sectores productivos, la
compra de máquinas más eficientes y más modernas y la inversión en infraestructuras
públicas. Hasta el presente Indochina ha recibido escasa colaboración, tanto de las
instituciones internacionales (FMI y Banco Mundial) como de la Unión Europea.

6.3. CHINA: EL NUEVO GIGANTE

184
Pese a ser una dictadura comunista, desde 1978 China fue lentamente abriéndose a
una economía de mercado. El gobierno chino comenzó reduciendo los controles sobre la
agricultura, que era la base de su economía. Además inició el desarrollo de una industria
pequeña con un modelo económico de exportación de productos baratos que perdura
hasta la actualidad. En China se autorizó la iniciativa privada en los sectores que no eran
considerados estratégicos, lo que generó un crecimiento sostenido. Entre 1985 y 1990
empleó como unidad de cuenta el yuan, que sufría una inflación elevada, del 10%,
cuando el crecimiento del PIB era del 4%. Poco a poco se eliminaron las barreras
comerciales para crear un mercado nacional y en 2001 se incorporó a la Organización
Mundial del Comercio (WTO, World Trade Organization). Así se facilitó su comercio
exterior hasta convertirse en uno de los países que más exporta al resto del mundo. En
tres décadas construyó una de las redes más importantes de autopistas y tiene cada vez
más empresas entre las más competitivas y grandes del mundo.
Aunque ha sido el país que más ha crecido en los últimos treinta años, todavía hay
grandes bolsas de pobreza. El avance es impresionante: de un 98% de pobres en 1978 se
ha pasado a un 36% en la actualidad. Al ser un país tan populoso, ese porcentaje se
traduce en que todavía hay 500 millones de pobres. El dato positivo es que ya no lo son
el 64%, es decir, 850 millones de chinos. Como las cifras en este país son siempre muy
elevadas, para realizar un pequeño ejercicio de comparación digamos que la Unión
Europea tiene 500 millones de habitantes, lo que equivaldría al total de pobres en China.
Siguiendo con la comparación, habría que sumar la población de la Unión Europea,
Estados Unidos y Canadá para igualar la cifra de los 850 millones de chinos que han
dejado de ser pobres. Como ha sucedido en otros casos de transición a la Revolución
Industrial, la desigualdad social es más grave en el campo que en la ciudad.
Para constatar el enorme logro reciente de China, en el cuadro 6.2 se plasma con
datos comparativos con otras economías. Si entre 1829 y 1950 China se quedaba muy
atrasada en relación con Estados Unidos, Japón o Europa, precisamente en los últimos
sesenta años ha conseguido converger con los tres, aunque claramente le queda un largo
recorrido todavía para alcanzar a las tres zonas más ricas del mundo; no obstante, su
variación ha sido de 2.083%, cuando en Estados Unidos ha sido cuatro veces inferior.

CUADRO 6.2

PIB y PIB plc («PIB en millones de dólares internacionales Geary-Kheamis 1990»)

PIB p/c 1820 PIB p/c 1950 PIB p/c 2012 1 Var. 1950-2012%
China 600 439 9.143 2.083
EE.UU. 1.257 9.561 49.601 519
Japón 669 1.926 36.040 1.871
Europa 1.232 4.594 31.745 2 691

185
1 Fuente: Fondo Monetario Internacional 2012 salvo el dato de Unión Europea.
2 Fuente: Banco Mundial 2010 sobre la Unión Europea.

FUENTE: Angus Maddison (2002): . Development Centre Studies OECD (Organization for Economic Cooperation
and Development), 2001 y 2012 FMI y BM.

6.3.1. Las bases para el fuerte crecimiento en China

Uno de los aspectos más llamativos de China es su elevado ahorro, superior al 50%.
De este ahorro, más de la mitad lo gestionan las empresas estatales, que
mayoritariamente dirigen sus ventas sobre todo a las exportaciones. El ciudadano chino
ahorra más de lo que consume, lo opuesto al caso de Estados Unidos, donde el consumo
es muy elevado. Además, la gestión de dicho ahorro es altamente rentable; por lo general
no despilfarran los recursos financieros, sino todo lo contrario: el retorno de la inversión
aumenta cada vez más, situación muy distinta de la del caso soviético, que intentó una
elevada inversión que no fue en absoluto rentable y terminó en el hundimiento del
sistema comunista (Comín, 2011). Otra característica de China es que el yuan está
devaluado para favorecer las exportaciones, y no opera libremente en el mercado de
divisas. Su valor inferior al del mercado sirve como arancel, pues facilita las
exportaciones de los bienes producidos en el país e impide la entrada de los productos
provenientes del exterior al encarecerlos por aplicar la conversión del yuan devaluada.
Es más, la divisa china tiene una situación muy favorable en los mercados
internacionales debido a sus elevadas exportaciones, que permite disponer de superávit
comercial. Al mismo tiempo, como es un país muy atractivo para las inversiones
extranjeras, eso también beneficia al yuan. Y por último, como China cada vez es más
visitado por extranjeros, los turistas también traen divisas que son cambiados por su
unidad de cuenta. Esto es un claro círculo virtuoso para su economía y en parte explica
que sea el país con mayores reservas del mundo, más de 3 billones de dólares de un total
de 10 billones que hay en el mundo. Otro rasgo de China es que el ahorro privado
permanece dentro de China, pues, salvo casos excepcionales, no se pueden cambiar más
de cincuenta mil dólares anuales, ya que perduran las restricciones para la circulación de
capitales. Tanto el ahorro privado como el de las compañías chinas terminan en gran
medida en sus bancos, que son los que financian a las empresas públicas, que de este
modo obtienen una financiación barata. Este modelo tenderá a romperse, pues los
beneficios para el ahorrador privado son muy pequeños y, por tanto, se avanzará hacia
otro modelo con menos ahorro y mayor consumo interno. Fiel reflejo de este cambio es
el caso actual del sector del automóvil, hasta el extremo de que China ya rivaliza en
producción y demanda de coches con el gigante americano. De hecho en 2012 se
vendieron más de 19 millones de vehículos. Por último, se evidencia este cambio
también en el incremento de compra de viviendas por parte de particulares.

186
6.4. INDIA, EL MAYOR PAÍS DEMOCRÁTICO DEL MUNDO

Desde su independencia en 1947 hasta 1990, India no consiguió un crecimiento


relevante de su economía. Al inicio quisieron desarrollar un socialismo que fracasó y
comenzaron el cambio de rumbo a mediados de la década de los sesenta, con más
mercado y menos Estado. Los graves problemas económicos empujaron a la apertura del
mercado como la única solución.
En la India la población crecía de manera rápida y la agricultura, poco modernizada,
no cubría las necesidades del país. La industria ni crecía ni absorbía toda la mano de
obra que provenía del campo. Además, el desequilibrio de la balanza comercial se
agravó y la industria financiada por el Estado no era competitiva, factores a los que se
sumaba el incremento de la deuda. Esta situación de déficit crónico del Estado limitó
cada vez más las inversiones en los planes quinquenales; la demanda del mercado era
muy escasa —por la extrema pobreza del país— y, por tanto, ni el sector público ni el
privado fomentaban un crecimiento económico que permitiera salir del subdesarrollo o
la pobreza.
El detonante final del cambio fue un terrible monzón que azotó el país en 1965 y tuvo
repercusiones negativas en la agricultura. Éste era el perfecto momento para realizar un
cambio en la política económica. Como una excesiva intervención del Estado no había
tenido éxito, se optó por una nueva política más dinámica y menos rígida: se
sustituyeron los planes quinquenales por otros diseñados para cada año y comenzaron a
reducir la dimensión del Estado para que creciera el mercado. En la política comercial
exterior se redujeron los obstáculos para la inversión extranjera y se inició la senda de
una economía integrada en la mundial o más internacionalizada. A su vez, se pusieron
menos obstáculos a la importación y se abrieron las opciones de impulsar industrias
intensivas en mano de obra, ya que tenían la ventaja competitiva de disponer de mano de
obra abundante y con sueldos muy bajos que animaron la inversión extranjera. Al sentar
las bases de la nueva política económica, en el decenio de los setenta empezó un
crecimiento que hacía converger a la India con el resto del mundo, aunque partía de una
situación de extrema pobreza. En la industria se dejó paso a más iniciativa privada, que
en su inmensa mayoría era industria pequeña, intensiva en mano de obra y menos
intensiva en capital. El beneficio de este nuevo modelo industrial era la mayor creación
de empleo y por tanto el inicio de una clase media.
Otro impulso dinamizador en los setenta fue la revolución verde, con los avances
tecnológicos que permitieron aumentar la producción agraria. La innovación biológica
fue clave para producir con alto rendimiento. A a estos avances se sumó la expansión de
los regadíos y de la industria que producía para el mercado interno fertilizantes y
pesticidas. Los resultados más positivos en el crecimiento económico tuvieron lugar en
los ochenta, con una tasa promedio del 5,65%, cuando antes estuvo en torno al 3%, es
decir, se había incrementado de manera significativa, y eso abría la posibilidad de salir

187
del subdesarrollo. De todos modos, hubo que esperar al decenio de 1990 para alcanzar
un avance aún más relevante de su economía. Así se inicia su despegue económico, con
una intensificación de su proceso de liberalización que tiene un enorme éxito en el siglo
XXI, con tasas de crecimiento tan sólo superadas por China. Como en el caso del otro
gigante asiático, la extrema pobreza dominó su sociedad hasta fechas muy recientes. Este
milagro de la economía india se basa sobre todo en el consumo privado, propiciado por
una clase media cada vez más numerosa, que ha pasado de 1995 a 2005 de 24 millones a
87 millones (son los que perciben unos ingresos entre 4.000 y 23.000 dólares).
Ciertamente es una cifra muy importante, pero todavía está muy lejos de representar a la
inmensa mayoría, pues hablamos de un país con 1.250 millones de habitantes. También
las clases más acomodadas han pasado de 1,7 millones a 8 millones en 2005.
Como en el caso chino, el crecimiento de la población en la India ha sido
espectacular, pues en 1913 tenía 304 millones de habitantes, en 1973 superaba los 580 y
en 2000 rondaban los 1.000 millones (Maddison, 2002). Este rápido crecimiento de su
población también se refleja en la edad media, que es de tan sólo 24 años. El dinamismo
reciente de su economía ha permitido un incremento cada vez mayor del ahorro (30% del
PIB en 2005) y a la vez del consumo, incluido un aumento cada vez más claro del
crédito al consumo. Los tipos de interés son bajos, debido sobre todo a la inversión
extranjera, que fue de 100.000 millones de dólares entre el año 2000 y 2005. La India
cada vez exporta más; entre el año 2000 y 2005 duplicó sus exportaciones de bienes y las
de servicios se triplicaron. En los servicios destaca la exportación de tecnologías de la
información (STI), que alcanzaron los 20.000 millones de dólares en 2005. Toda esta
actividad exterior tan positiva ha permitido que las reservas de divisas crezcan hasta los
163.000 millones de dólares en junio de 2006. La India en el siglo XXI ha conseguido el
desarrollo de una economía diversificada que puede responder con mayor facilidad a las
crisis económicas.
Este elevado crecimiento tiene aspectos no tan positivos. Por ejemplo, el saldo
exterior ha empeorado, con un déficit de 39.600 millones en 2005, pues si las
exportaciones crecen rápidamente, las importaciones son mayores, especialmente la
demanda externa de petróleo. Además, el excesivo crédito bancario debilita todo el
sistema financiero del país. La India tampoco se ha librado de la burbuja inmobiliaria y
la inflación, que ha pasado del 3,4% en 2002 al 5% en 2006 y la superará o quedará en
unos márgenes próximos a este valor entre 2009 y 2012. Otro problema latente en su
sociedad es la incorporación anual al mercado laboral de millones de jóvenes que no
tienen claro su futuro, lo que obliga a conseguir un alto crecimiento económico para
paliar este inconveniente. El modelo de crecimiento indio en el siglo XXI se ha basado
sobre todo en el sector servicios, y en particular en servicios, de tecnologías de la
información (STI), y se cuestiona su viabilidad para la mayoría de sus habitantes, pues es
un sector que precisa una alta cualificación de la que carece la mayoría. Según Barry
Eichengreen y Poonam Gupta (2011), aunque no es tan claro que este modelo tenga

188
efectos de arrastre sobre el resto de la economía, es una vía para los elevados índices de
crecimiento.
Aspecto muy negativo de la realidad de la India es la pobreza extrema, aunque el
progreso y el avance sean innegables. Según el Banco Mundial, con ingresos por debajo
de 1 dólar en paridad de poder adquisitivo (PPA) en 1981 estaba más de la mitad de la
población, el 54,4%; y aunque en 2001 se redujo al 34,7% y en 2010 descenció hasta el
29,8%, es decir, hubo una mejora sustancial, sigue siendo uno de los países con más
pobres del mundo, que superan ampliamente la población de Estados Unidos, pues son
371.580.372 personas.

6.5. PAÍSES SUBDESARROLLADOS

La Segunda Guerra Mundial fue una gran tragedia humana que se cobró millones de
muertos, pero, dentro del desastre, para los habitantes de Asia y África supuso el camino
de su independencia porque las potencias europeas estaban muy debilitadas y eran
incapaces de mantener sus colonias en ambos continentes (cuadro 6.3). Por este motivo,
entre 1945 y 1970 casi todos los pueblos sometidos por los europeos alcanzaron su
libertad.

CUADRO 6.3

Países que alcanzan la independencia en el mundo después de la segunda Guerra Mundial (1945)

1945 Corea 1960 Nigeria, Somalia, Benín


1945 Taiwán 1960 Burkina Faso, Camerún, Chad
1946 Filipinas 1960 Congo-Brazzaville, Costa de Marfil, Gabón
1946 Jordania 1960 Malí, Senegal, Mauritania
1947 India y Pakistán 1960 Níger, Togo, República Centroafricana
1948 Birmania, Sri Lanka e Israel 1960 Madagascar y República Democrática del Congo
1949 Laos e Indonesia 1961 Tanzania, Sierra Leona y Kuwait
1951 Libia 1962 Argelia, Ruanda, Burundi
1952 Puerto Rico 1962 Uganda, Jamaica y Trinidad y Tobago
1953 Camboya 1963 Kenia y Singapur
1954 Vietnam 1964 Zambia y Malta
1956 Sudán 1965 Zimbabue, Gambia y Maldivas
1956 Marruecos 1966 Barbados, Guyana, Botsuana y Lesoto
1956 Túnez 1968 Mauricio, Suazilandia, Guinea-Bissau, Guinea Ecuatorial

189
FUENTE: elaboración propia.

El término «países subdesarrollados» se hizo común después de la Segunda Guerra


Mundial. En la lista de países no hay ninguno desarrollado o industrializado cuando
alcanzaron su independencia. Eran incapaces de generar puestos de trabajo para su
población, tenían graves carecías en sanidad, agua potable, comida, educación y
vivienda. Otro término ya citado, tercer mundo, fue acuñado por Alfred Sauvy, que hizo
el símil con el tercer estado o pueblo llano en la Revolución Francesa para referirse a las
naciones subdesarrolladas en Asia, África y América Latina. La toma de conciencia de la
realidad particular de estos Estados se materializó en la Conferencia de Bandung en
1955, a partir de la cual se agruparon en el Movimiento de los Países No Alineados.
La faceta más demoledora en el mundo subdesarrollado es la incapacidad para
alimentar a la población, que provoca la desnutrición: deficiencias en proteínas,
vitaminas, sales minerales, etc. Por lo general estos países tienen una renta per cápita
muy baja, y en muchos casos trataron de salir del subdesarrollo con planes de
crecimiento que supusieron elevadas inversiones que no tuvieron éxito y generaron una
deuda externa que los hacía peligrar como países independientes. De todos modos, hubo
excepciones que son exitosas, como los Nuevos Países Industrializados (NIC, ), por
ejemplo: Singapur, Hong Kong, República de Corea y Taiwán.
Además del problema de la alimentación de sus habitantes, está la cuestión
demográfica, por sus altas tasas de natalidad, que exigen a sus economías elevados
niveles de crecimiento si quieren salir del subdesarrollo. Esta situación, en parte, se ha
paliado con las innovaciones tecnológicas, que han propiciado un descenso significativo
en los costes de producción y por tanto en el precio final de los bienes. Nuevo aspecto
común a los países subdesarrollado es el hacinamiento en las grandes urbes, donde se
aglomeran los pobres sin oficio y en situaciones extremas. En Nueva Delhi, según las
estimaciones de Naciones Unidas, había 22 millones de habitantes en 2010, en Bombay,
20 millones, y el mismo número en Saõ Paulo o en Ciudad de México. Un número muy
importante de ciudades en estos países tienen muchísima población hacinada (El Cairo,
17 millones de habitantes; Calcuta, 15 millones; Daca, 14,7 millones; Lagos, 8 millones,
y Buenos Aires, 13 millones). Sin duda las situaciones son bien distintas y la
marginalidad es mayor o menor en función del desarrollo económico de cada país.
Un problema clave para la salida del subdesarrollo es la formación de los ciudadanos.
Por lo general, a mayor pobreza, mayores son los índices de analfabetismo. Por último,
por su mala alimentación y deficiente sanidad, la tasa de mortalidad es muy elevada.
Pese a las grandes dificultades, en los tres últimos decenios se ha producido un rápido
descenso de la pobreza extrema, que se mide por las personas que viven con menos de
1,25 dólares al día. En 1981, según los datos del Banco Mundial, en el Extremo Oriente
y el Pacífico había hasta un 77,2% de población que vivía con menos de 1,25 dólares,
porcentaje que en 2010 había descendido al 16,8%. En América Latina descendió del

190
11,9% al 8,2%. En el Próximo Oriente y norte de África pasó del 9,6% al 0,04% en las
mismas fechas. En el sur de Asia descendió del 61,1% al 40,4%. La única zona donde el
descenso es pequeña es África Subsahariana: tan sólo descendió del 51,5% al 50,9%. En
el cómputo global de todos estos países los índices pasaron del 52,2% al 28,8%. Algunas
de estas regiones forman parte del cuarto mundo y tienen menores posibilidades de salir
del subdesarrollo (cuadro 6.4). En economía se les considera países incapaces de salir de
un círculo vicioso caracterizado por desigualdades abismales entre sus habitantes,
elevada corrupción y paro, agotamiento de los suelos por la práctica del monocultivo,
elevada deuda externa y bienes manufacturados importados. En el apartado financiero
desarrollan modelos ineficientes con tipos de cambios fijos y financiación inflacionaria
del déficit público. Por lo general son países monoexportadores de productos primarios
que sitúan sus economías en una clara dependencia de los mercados internacionales para
su progreso.

CUADRO 6.4

Países subdesarrollos pertenecientes al cuarto mundo

Superficie Población Superficie Población


País País
(km²) 2012 (km²) 2012
Asia 14 Burkina Faso 274.200 17.061.000
1 Afganistán 652.230 30.419.928 15 Burundi 27.830 8.899.000
2 Bangladés 143.998 161.083.804 16 República Centroafricana 622.984 5.138.000
3 Bután 38.394 716.896 17 Chad 1.284.000 12.721.000
4 Camboya 181.035 14.952.665 18 Comoras 2.235 734.000
5 Timor 15.007 1.143.667 19 República Democrática del 342.000 73.452.000
Oriental Congo
6 Laos 236.800 6.586.266 20 Yibuti 23.200 905.000
7 Maldivas 300 394.451 21 Guinea Ecuatorial 28.051 676.000
8 Birmania 676.578 54.584.650 22 Eritrea 117.600 4.883.000
9 Nepal 147.181 29.890.686 23 Etiopía 1.104.300 85.445.000
10 Yemen 527.968 24.771.809 24 Gambia 10.380 1.770.000
América 25 Guinea 245.857 11.683.000
11 Haití 27.750 9.801.664 26 Guinea-Bisáu 36.125 1.677.000
África 27 Lesoto 30.355 1.886.000
12 Angola 1.246.700 20.955.000 28 Liberia 111.369 3.841.000
13 Benín 112.622 9.589.000 29 Madagascar 587.041 21.560.000
Total (1-29) 8.854.090 617.221.486

191
FUENTE: elaboración propia con datos del FMI, World Economic Outlook Database, abril 2013.

La zona con una situación más alarmante, aunque no es la única, es el África


Subsahariana. En economía es muy importante la tendencia o la evolución, de manera
que si una región o país consigue iniciar la senda del crecimiento, esto significa que abre
las puertas para alcanzar el gran salto de la Revolución Industrial, como ha sucedido en
España o en los países asiáticos. Este crecimiento no se ha producido en África
Subsahariana, pues si en 1960 su PIB per cápita en promedio era mayor que el de los
países asiáticos, ahora es cuatro veces menor.
¿Cuáles son las claves para explicar estas diferencias? La principal es la equivocada
política económica, pues no ha posibilitado el crecimiento. En muchos países se ha
llegado incluso a la quiebra del Estado.
En muchos países subsaharianos las élites políticas, cuando alcanzaban el poder, lo
utilizaban casi exclusivamente para acumular riqueza. Según Robert Bates (2008), sus
gobiernos aplicaban un régimen de control que se basa en una exagerada intervención
administrativa de la economía por medio de la fijación de precios, el control de las
empresas públicas y privadas, una regulación excesiva tanto en el comercio interior
como en el exterior e intervención del gobierno tanto en el control de divisas como en la
actividad financiera, hasta el extremo de manipular negativamente el tipo de interés y el
tipo de cambio. En muchos países subsaharianos el tipo de cambio estuvo sobrevalorado
por encima del 50%. Esto supuso un freno grave para las exportaciones de productos
agrarios al incrementar sus costes con esa sobrevaloración en países donde estas
exportaciones son la base de su economía. El régimen de control en muchos casos
aceleró el lucro de funcionarios y políticos en detrimento del crecimiento económico. En
otros casos se aplicó una redistribución de la riqueza a favor de unas élites o etnias
próximas al gobierno que tampoco permitió el crecimiento económico pues se destinaron
esos recursos a la adquisición de bienes de lujo. Por último, ese control y su defensa, que
implica a las fuerzas de seguridad, tienen un alto coste económico que tampoco permite
el crecimiento económico.
En todos los países del mundo se precisa una regulación de la actividad económica;
de hecho casi ningún país aplica un liberalismo salvaje, pero en estos casos la
intervención de sus gobiernos vía regulación había fracasado y no permitió el progreso
económico. Este modelo de Estado tuvo que soportar la crisis del petróleo, que por una
parte benefició a los países exportadores de oro negro y de materias primas por la subida
de sus precios pero por otro disparó el precio de los bienes manufacturados que
importaron de los países desarrollados.
Durante la crisis del petróleo los funcionarios, en muchos países subdesarrollados,
buscaron otros empleos, aunque mantuvieran su actividad de funcionarios. El detrimento
del servicio público estaba a la orden del día. Además los militares exigían mayores
beneficios «extraordinarios» por sus servicios. Por otro lado, como la situación general

192
se deterioraba, la conflictividad se incrementaba, y provocaba terribles guerras entre
etnias, la más conocida de las cuales fue la protagonizada por tutsis y hutus. Los tutsis
del ejército de Burindi mataron entre 1972 1994 a más de 80.000 hutus y los hutus en
Ruanda en tan sólo 100 días acabaron con la vida de más de 800.000 tutsis.
La crisis del petróleo supuso una drástica caída de los ingresos públicos y por tanto
menos recursos para afrontar las crisis regionales y mayor desorden político, que
desembocó en regímenes más autoritarios. La deuda de muchos países se elevó de
manera insostenible. En cifras globales, entre 1970 y 2006 la población subsahariana se
incrementó desde el 7,9% de la población mundial hasta el 12%. En cambio el PIB
sufrió un descenso, pues pasó del 1,3% del PIB mundial en 1970 al 1,19% en 2006. La
tasa de crecimiento era del 3% medida en dólares constantes de 2000, cuando a nivel
mundial fue del 3,2 (datos del Banco Mundial). Perdura la tendencia demográfica
preindustrial, es decir, altas tasas de natalidad y también altas tasas de mortalidad. Hay
países en África donde la esperanza de vida no alcanza los cincuenta años, cuando en los
países más desarrollados supera los 80. El PIB per cápita se ha mantenido casi constante
en los 36 años (de 545 dólares en 1970 a 578 dólares en 2006). Esta zona del mundo
sufrió una prolongada crisis hasta mediados de la década de los noventa. Ni las medidas
de política económica de sus gobiernos ni las ayudas de los organismos internacionales
tuvieron éxito. La década de los ochenta supuso una abrupta caída y ha sido valorada
como pérdida en términos de crecimiento (Easterly, 2001). Esta situación generó un
cambio profundo en la segunda mitad del decenio de 1990, con importantes medidas
como la devaluación de sus monedas, la reducción del coste del sector público y la
introducción de gobiernos más democráticos. Ya en el siglo XXI la demanda externa,
sobre todo de materias primas de China e India, ha supuesto un aumento significativo en
su crecimiento. De hecho la actividad económica está plenamente integrada en los
mercados internacionales y ha alcanzado una apertura del 75% en 2008. Pese al
crecimiento existente desde 1995, cabe destacar la pobreza de estos países, pues la
productividad doméstica es muy pequeña. La especialización se orienta a los productos
agrícolas, los alimentos sin elaborar y los minerales destinados a las exportaciones.
Entre los países citados, y por lo que respecta a los Estados excomunistas, cabe
destacar que la pobreza extrema es todavía muy elevada (cuadro 6.5).

CUADRO 6.5

Población en pobreza extrema en porcentajes 2011

País –2 $ –1 $ Crecimiento anual de población


India 88,4 53,3 1,64
Pakistán 73,6 17,0 2,85
Tayikistán 42,8 7,4 2,43

193
China 35,9 9,9 0,50
Azerbaiyán 33,4 3,7 1,27
Armenia 31,1 N/D 0,04
Kazajistán 16,0 N/D 1,43
Indonesia 12,4 7,5 1,45
Rusia 12,1 N/D 0,16
Albania 10,0 N/D –0,80
Bulgaria 6,1 N/D –0,75
Ucrania 4,9 N/D –0,53

FUENTE: elaboración propia con datos de Reporte de Desarrollo Humano de la ONU 2013.

6.6. LOS PAÍSES EXCOMUNISTAS

Uno de los cambios más espectaculares que se ha producido en la historia fue la


desaparición del bloque comunista. Esta caída del sistema económico del socialismo real
fue liderada por la Unión Soviética y afectó a un número elevado de países de Europa:
Rusia, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Alemania del Este, Bielorrusia, Kazajistán,
República Checa, Eslovaquia, Hungría, Rumanía, Eslovenia, Croacia, Serbia, Moldavia,
Ucrania, Armenia, Georgia, Azerbaiyán, Bulgaria, Montenegro, Bosnia y Herzegovina,
Macedonia y Albania. Y en Asia Central: Uzbekistán, Tayikistán, Kirguistán y
Turkmenistán (cuadro 6.6).
Como observamos en el cuadro 6.6 son 28 Estados, con una extensión de tierra muy
grande, 23.380.883 kilómetros cuadrados, y 436 millones de habitantes. Sin duda hay un
país que destaca sobre los demás, tanto en extensión como en población: Rusia. Tiene 17
millones de kilómetros cuadrados de extensión y una población de casi 143 millones de
habitantes. La otra nación bastante populosa es Ucrania, con 48 millones de habitantes.
Por último, Kazajistán es muy grande, con más de 2,7 millones de kilómetros cuadrados,
pero está escasamente poblado, con tan sólo 15 millones de habitantes.
La introducción del modelo económico comunista se implantó en estos países en dos
momentos claramente diferenciados: el primero en noviembre de 1917, con la
Revolución Soviética, y el segundo después de la Segunda Guerra Mundial, cuando
Europa se dividió en dos zonas, por un lado las economías de mercado, en el Oeste, y
por otro las comunistas, en el Este.
Los países que formaban parte del Imperio Ruso eran quince. La revolución
comunista creó la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), teóricamente un
Estado federal, el 30 de diciembre de 1922. Sin embargo, el poder del jefe de Estado y
de su gobierno era casi absoluto sobre las quince repúblicas. Tal vez sea ésta una de las

194
causas por las que se disolvió y se formaron quince Estados independientes cuando el 25
de diciembre de 1991 perdió el poder el máximo mandatario soviético. A lo largo de 74
años el Partido Comunista gobernó con graves dificultades al inicio, un posterior período
de crecimiento, una época dorada, que fueron los años cincuenta, una lenta decadencia
interna que se prolongó durante treinta años y que terminó en 1991. Desde entonces se
produce el cambio a una economía de mercado y los elementos de este proceso fueron
por un lado la liberalización económica, dejando que el mercado indicara los precios de
los productos en vez de que fueran dictados por el gobierno, y, por otro, la reducción de
las dificultades arancelarias con el resto del mercado mundial. También se efectuó una
estabilización macroeconómica para reducir la inflación. En Rusia se emitieron en 1993
nuevos billetes, aunque se dejaron en circulación los antiguos, que finalmente se
cambiaron entre 1999 y 2001 por los nuevos por un valor de 1.000 rublos soviéticos por
1 rublo ruso. Por último, privatizaron el sector productivo, lo que supuso el cierre de
muchas empresas que no eran rentables; además tuvieron que cambiar las leyes con el
fin de establecer un nuevo marco económico para la iniciativa privada.
Los precios, cuando se liberalizaron, sufrieron un aumento de forma muy rápida,
debido en parte a los bajos precios anteriores, que eran artificiales porque el Estado
soportaba la mayor parte de ellos en lo referente a bienes y servicios. La inflación fue
alarmante, pues subió en una media anual del 1000% en los países exsoviéticos. Hubo
que esperar hasta 1998 para que se controlara la inflación, momento en que la economía
se estabilizó y entró en la senda del crecimiento. Por tanto la transición desde una
economía comunista hacia una economía de mercado fue un proceso lento que comenzó
en 1991 y duró siete años. El producto interior bruto descendió aproximadamente un
40%, aunque no se tiene un conocimiento del todo preciso porque se sospecha que las
estadísticas del último período soviético estuvieron manipuladas al alza. De todos
modos, es seguro que hubo un serio deterioro del nivel de vida de los rusos.
Las críticas a la privatización en el caso ruso se centran especialmente en los fallos
institucionales. El premio Nobel de economía Joseph Stiglitz ha destacado la falta de
instituciones fiables para el desarrollo de un programa de reformas, exigencia necesaria
para una economía de mercado. Es decir, no se daban las condiciones adecuadas para
configurar las garantías jurídicas de la libre concurrencia, y se trató más bien de un
proceso oligárquico o de grupos que controlaban la actividad económica, incluida la
mafia rusa. El economista estadounidense sostiene que debieron desarrollar las
privatizaciones de manera gradual, evitar los consejos de los expertos occidentales y
gestionar el proceso a la manera rusa. Asentaba esta afirmación en el ejemplo de China,
cuyo modelo de crecimiento fue diseñado por su gobierno, sin injerencias de asesores
externos y con un éxito extraordinario. El refranero popular recoge perfectamente esta
idea: «más sabe el loco en su casa que el cuerdo en la ajena».
Pese a estas críticas, según las autoridades rusas, era la solución en esos difíciles
momentos, y además sufrieron los errores del FMI, que en vez de apoyar a las empresas

195
eficientes en su país, concedió créditos al gobierno ruso, que otorgó la ayuda de manera
ineficiente. Por otro lado, los nuevos grupos de poder impidieron el desarrollo
institucional. Según la organización Trasparencia Internacional, Rusia es uno de los
países más corruptos del mundo. De un total de 183 analizados, ocupa el puesto 143. Por
esta razón el problema radica en crear los mecanismos institucionales de un mercado
abierto y no tanto en aportar ayudas financieras. Esto quiere decir que las instituciones
internacionales deberían vigilar que se efectúen las reformas institucionales necesarias.
Esta situación no tan satisfactoria a finales del siglo XX ha mejorado en el siglo XXI.
Según Havrylyshyn y Odling-Smee (2011), los mismos grupos oligárquicos aceptaron
los cambios, pues beneficiaban al conjunto de la economía y en particular a sí mismos,
ya que establecían el respeto de la propiedad privada, el estado de derecho y la
erradicación de la criminalidad. En el plano financiero, se facilitó la inversión
internacional básica para el crecimiento de cualquier país. De este fenómeno eran
plenamente conscientes las autoridades rusas, que pudieron constatarlo en las otras
naciones de Europa Central y Oriental. En sus inicios, estos Estados fueron exportadores
de capital, pero cuando realizaron las reformas para crear las bases para un mercado
abierto, llegó la inversión extranjera, que multiplicó varias veces las cantidades que
habían huido del país. Este cambio no ha llegado a Rusia, que sigue sufriendo la evasión
de capitales.
La desigualdad social se intensificó con la apertura del mercado. Un indicador
ampliamente difundido para cuantificar la desigualdad del ingreso es el coeficiente de
Gini 4 , cuyo valor va de 0 a 1; un valor de 0 indica perfecta igualdad de ingresos. De este
modo medimos a los Estados en función de quiénes tienen los recursos de cada país. Las
naciones comunistas tenían un coeficiente muy bajo, alrededor de 0,25, parecido al de
los países escandinavos pero con unas rentas per cápita claramente inferiores a las de
éstos. En esta medición quedaban por delante de Estados Unidos, que se situaba en torno
al 0,4. Pero con el proceso de las privatizaciones la desigualdad se elevó rápidamente,
alcanzando el 0,5 en 1997.
En el resto de países excomunistas la transición a una economía de mercado ha sido
polémica. Básicamente se plantearon dos situaciones: una rápida privatización o una
privatización gradual. Una propuesta fue la de conceder cupones a los ciudadanos con el
fin de preservar la equidad y conseguir que mantuvieran cierta intervención en la
economía. Los países más prudentes quisieron un proceso gradual hasta que hubiera
empresas privadas competitivas y eficientes que se hicieran cargo de las empresas
públicas. De este modo se perseguía distinguir las empresas públicas bien gestionadas de
las que incurrían en grandes pérdidas cuando ya la economía dejaba el comunismo.
Hungría siguió este camino de privatización escalonada, lo que permitió una
reestructuración empresarial en profundidad no tan agresiva. En la República Checa se
hizo una privatización acelerada transfiriendo a millones de personas los activos, que
fueron enajenados por los beneficiarios y consolidados en fondos de inversión. El

196
problema radicó en que no hubo una reestructuración, tal vez porque no había capacidad
financiera para hacerlo o porque los bancos, que eran estatales, no impusieron
restricciones presupuestarias rigurosas. El resultado final fue el escaso crecimiento checo
en esas fechas, cuando en el resto de países sí lo hubo. La experiencia de una rápida
privatización fue aún peor en Rusia; de hecho se privatizaron hasta 15.000 empresas en
tan sólo dos años (1992-1994). La idea parecía acertada puesto que se vendían las
empresas a sus propios directivos y empleados con la esperanza de que las gestionaran
de manera eficiente y atrajeran capital de terceros. El problema fue el temor de los
empleados y directivos a la inversión externa. En vez de buscar una gestión saneada,
recurrieron a las subvenciones estatales y se distanciaron aún más de los niveles de
competencia necesarios en una economía de mercado. En el segundo momento de
privatizaciones se recurrió a préstamos por acciones, un proceso que tampoco fue
transparente e impidió tanto las inversiones de terceros como las de bancos extranjeros,
por lo que la gestión de estas empresas quedó en manos de grupos vinculados a intereses
estatales. Pese a estos miedos a la intervención extranjera, las empresas privatizadas se
reestructuraron de manera más rápida que las empresas estatales y obtuvieron mejores
resultados que empresas parecidas que seguían bajo el control del Estado. El camino que
les hizo ser más eficientes fue la racionalización del gasto, criterios éticos para la gestión
de las empresas que se recogen en las normas de buen gobierno y la mejora en la
estructura jurídica y una ley de propiedad privada acorde con la nueva realidad. Cabe
destacar que en general estas medidas tuvieron mejores resultados en las pequeñas
empresas que en las grandes.
De la misma forma que sucedió en Rusia, uno de los mayores problemas que tuvieron
los países excomunistas fue controlar la inflación. La solución fue la adopción de una
paridad cambiaria explícita o implícita. Es decir, los bancos centrales de estos países
establecieron una relación monetaria con una divisa fuerte que en los mercados
internacionales tuviera un valor estable. Mantuvieron una política macroeconómica
estricta apoyada por el FMI que contribuyó a controlar la inflación.
Uno de los problemas que sufrieron estos Estados fue la terrible reducción de sus
niveles de renta y por tanto de sus niveles de vida. Esto se debió a varias razones. Por un
lado, la priorización en la reducción de la inflación, que se consiguió con una política
macroeconómica restrictiva. Por otro, la falta de formación de sus habitantes en las
técnicas financieras y comerciales de las economías de mercado y la falta de capacidad
de gestión para conseguir el desmantelamiento del Consejo de Ayuda Económica Mutua.
Esta crisis se evidenció especialmente en la gestión del aprovisionamiento de materias
primas y bienes intermedios para la industria, en manos antes de la planificación
centralizada y que precisó un período de cambio y adaptación que fue muy costoso. Pero
también en el área comercial carecían del conocimiento necesario, pues en una economía
planificada la producción tenía ya destinada su demanda dentro de su propio país o zonas
del Comecon 5 , pero ahora precisaban crear redes comerciales con los países más

197
avanzados, la Europa Occidental y los Estados Unidos. Estos países habían priorizado el
desarrollo de su industria de bienes de equipo, pero en la década de los noventa era
obsoleta, no era competitiva en el mercado mundial y precisaba fuertes inversiones para
introducir tecnología que la hiciese de nuevo eficiente. Muchas de estas industrias
cerraron, lo que provocó la destrucción de empleo y la huida de su población a la Europa
rica, pues en sus propios países no tenían ningún futuro. Un perfecto ejemplo de ello lo
tenemos en España con la población rumana: de 22 millones, unos 700.000 tienen
residencia en nuestro país.
El elevado deterioro inicial se pudo solucionar al reducir la inflación (gráfico 6.1), lo
que reactivó de forma más rápida y sostenida sus economías. Los países que no lo
lograron sufrieron pérdidas de producción (Havrylyshyn, 1998 y 1999). Era claro que se
precisaba un sistema monetario estable para facilitar un crecimiento sostenido. Fue un
paso, el control de la inflación, pero le siguieron muchos otros. Entre ellos cabe destacar
la reforma estructural que permitió el desarrollo de la expansión del sector privado. De
este modo aparecen nuevas redes de producción que contrarrestaron el caos inicial.

Gráfico 6.1. Evolución de la renta per cápita de Rusia, Ucrania y Kazajistán (1992 a 2009, en dólares). (FUENTE:
elaboración propia con datos del FMI, World Economic Outlook Database, abril de 2013.)

Cuando los países alcanzaban mayores crecimientos, en general se suponía que su


desigualdad era inferior. De todos modos, hubo sus excepciones, pues dicho crecimiento
podía ir a parar a manos de un grupo reducido de la sociedad. En otros casos, los sueldos
difirieron cada vez más y probablemente empujaron a muchos a buscar empleo en la
Europa Occidental. Otro ejemplo del aumento de la desigualdad fue la situación de los
jubilados: con una inflación muy elevada al inicio, sus ingresos reales sufrieron hasta
límites imposibles de soportar. El cambio de sistema económico supuso un coste social

198
elevado, pero como dicho sistema estaba estancado, pocos cuestionaron la deriva hacia
una economía de mercado. Además estuvo unido al cambio de un sistema político de
partido único a uno democrático, donde hay mayores libertades. De todos modos, en
algunos de estos países tal vez el propio malestar social animó a votar al Partido
Comunista, que incluso alcanzó en algunos Estados el 30% de los votos. Resumiendo, se
consiguió el crecimiento económico en estos países gracias a su estabilidad
macroeconómica, incluido el control de su inflación. Asimismo efectuaron el necesario
cambio legislativo que adecuaba sus leyes a una economía de mercado. En el terreno
financiero incorporaron procedimientos de quiebra, normas contables y leyes contra los
monopolios. De este modo, el rápido cambio a una economía de mercado posibilitó el
ingreso en la Unión Europea de todas las naciones que fueron Estados satélite de la
Unión Soviética e incluso algunos que formaron parte de ésta. Así en 2004 ingresaron
ocho países: Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, República Checa, Hungría, Eslovaquia
y Eslovenia, y en 2007 también lo hicieron Rumanía y Bulgaria. Por último, Croacia se
incorporó el 1 de julio de 2013.

CUADRO 6.6

Países excomunistas

Superficie Población Superficie Población


País* País*
(km ² ) 2012 (km ² ) 2012
1 Albania 28.748 2.994.667 15 Lituania 65.200 3.601.138
2 Armenia 29.800 3.215.800 16 Moldavia 33.843 4.434.547
3 Azerbaiyán 86.600 9.164.600 17 Montenegro 13.812 4.907.990
4 Bielorrusia 207.600 10.335.382 18 Polonia 312.685 38.625.478
5 Bosnia y 51.129 4.448.500 19 República Checa 78.866 10.507.000
Herzegovina
6 Bulgaria 110.910 7.398.000 20 República de 25.333 2.100.554
Macedonia
7 Croacia 56.542 4.437.460 21 Rumanía 238.391 21.904.551
8 Eslovaquia 48.845 5.422.366 22 Rusia 17.075.400 142.905.200
9 Eslovenia 20.273 2.047.000 23 Serbia 88.361 9.415.295
10 Estonia 45.226 1.415.681 24 Ucrania 603.700 48.400.000
11 Georgia 93.030 4.581.269 25 Uzbekistan 447.400 28.268.441
12 Hungría 69 500 10.075.034 26 Tayikistán 143.100 7.211.884
13 Kazajistán 2.724.900 15.233.244 27 Kirguistán 198.500 5.356.869
14 Letonia 64.589 2.366.515 28 Turkmenistán 488.100 5.179.573
Total (1-28) 23.380.883 436.283.115

199
Fuente: elaboración propia con datos del FMI, abril de 2013.

Faltaría incluir a la República Democrática Alemania, pero se integró en la República


Federal de Alemania con sus 16 millones de habitantes en 1990.

6.7. LA DINÁMICA DE LA CONVERGENCIA A LO LARGO DEL


TIEMPO

Sir Arthur Lewis, premio Nobel de economía de 1979, especialista en desarrollo,


explicó que durante mucho tiempo dominó una clara vinculación de tendencia entre el
mundo desarrollado y el mundo en desarrollo. En efecto, si los primeros crecían, los
otros también, y si entraban en crisis, también lo hacían los países en vías de desarrollo.
La pregunta es si esa realidad se produce en las últimas décadas, y parece que no es tan
evidente. Aunque sigue habiendo una fuerte dependencia económica, las naciones
emergentes incrementaron su crecimiento a un ritmo muy rápido, mientras que los
Estados desarrollados tenían crecimientos moderados desde 1990. Por tanto, es un
cambio de la tendencia, y de una magnitud enorme. Eso no implica que cuando los
países desarrollados tienen un ciclo de expansión económica o de contracción eso no
afecte en absoluto a los otros países; es más, hay una clara interdependencia cíclica. Lo
que sí se ha producido es una menor dependencia económica.
Desde el punto de vista de distribución de la riqueza, se produce un incremento de la
diferencia entre ricos y pobres. Resulta muy llamativo en los Estados Unidos, donde el
1% casi multiplicó por 3 sus ingresos, que suponen el 20% de los ingresos de la
economía del país. El aspecto negativo son los millones de personas en el mundo que
siguen tan pobres como hace cien años y cuya situación no parece que cambie. Por otro
lado, lo positivo es que se produce una convergencia o aproximación en el cómputo
global gracias sobre todo a los países emergentes desde 1990. El notable crecimiento
económico de estos Estados, si se mantiene en las próximas décadas, hace suponer que
alcanzarán a los países desarrollados. De hecho, se ha producido ya un desplazamiento
de la suma agregada por países del PIB mundial desde Europa y América hacia Asia. El
viejo continente, Europa, que dominó el mundo en el siglo XIX, ya tan sólo representa el
26% del PIB mundial, América supone el 30% y Asia supera el 41% en 2012. No sucede
lo mismo en renta per cápita, pues en Europa y América es muy superior a la asiática.
Pero si la tendencia continúa, es claro que estas diferencias se intensificarán en PIB
agregado y se producirá una convergencia en renta per cápita.
La Revolución Industrial supuso un gran cambio que tardó en extenderse al mundo
entero, y las primeras naciones que la alcanzaron tuvieron una enorme ventaja
competitiva frente al resto. Como sintetizó Agnus Maddison (2007), tanto la Revolución
Industrial como el colonialismo propiciaron la divergencia entre países ricos y pobres.

200
En el siglo XXI parece que esa divergencia disminuye. Según Milanovic (2012), se pasó
de una diferencia de 3 o 4 a 20 entre inicios del siglo XIX y después de la Segunda
Guerra Mundial. No hubo grandes cambios entre 1950 y 1990, pero desde esa fecha los
Estados emergentes triplican su crecimiento en relación con las naciones avanzadas.

Gráfico 6.2. Distribución del PIB en Asia, Europa y América en 2012. (FUENTE: elaboración propia con datos del
FMI, abril de 2013.)

Las razones de este importante cambio estructural hay que buscarlas en la


intensificación del proceso de globalización, que incrementa el comercio y la inversión
mundial y favorece a los países emergentes por sus bajos salarios y por la urgente
necesidad de empleo que en muchos casos les sirven para salir de una economía de
subsistencia. Asimismo, son más competitivos debido al descenso importante de
natalidad, el incremento de la población activa y el escaso número de personas de la
tercera edad. Por último, los ingresos invertidos superan a los de los países desarrollados
(un 27% del PIB frente a un 20% en los países ricos). A la larga, esta diferencia permite
invertir más en tecnología, mientras que las economías avanzadas pierden
competitividad; por tanto, en el mercado mundial las manufacturas son vendidas cada
vez más en los países en vías de desarrollo y las naciones avanzadas son incapaces de
romper su retraimiento en este sector tan vital para cualquier economía. Si en los inicios
de la Revolución Industrial Inglaterra era la fábrica del mundo, hoy día se puede decir
que es China. Esta evolución no excluye que la gran mayoría de empleados en los
Estados emergentes realiza actividades, de baja productividad, y no parece que esa
situación vaya a cambiar en el corto plazo. Eso sí, la tendencia a largo plazo es de una
lenta mejoría, es decir, paulatinamente esos empleos de baja productividad

201
evolucionarán hacia empleos más productivos. Esto se está produciendo en el amplísimo
sector de servicios, tan importante por ejemplo en la India, y en los de energía e
infraestructuras, que cuentan con un amplísimo potencial en muchas naciones
emergentes.
El crecimiento en Asia ha permitido que millones de personas salgan de la pobreza, y
las expectativas de futuro son que continúe en la misma línea. Sin duda, el importante
desarrollo del sector industrial ha permitido una acelerada convergencia en los últimos
decenios. Fiel reflejo de esta mejoría es que un número elevado de empleo de baja
productividad es ahora alta productividad. Es innegable que el empleo es muy elevado, y
no sólo no parece que vaya a reducirse sino que crecerá en el futuro. Esta convergencia
con los países más desarrollados se ha materializado en los últimos dos decenios. Es
más, esta convergencia se produce en países tan poblados como China, India, Pakistán o
Indonesia. Un aspecto relevante en el proceso de desarrollo de las naciones emergentes
es el incremento de especialización y tecnificación de sus empresas, muchas de las
cuales comienzan a tener peso a nivel mundial y son muy competitivas, y en sectores tan
importantes como el de la automoción. Marcas de vehículos tan prestigiosas como
Volvo, Jaguar o Range Rover están ya en la órbita de empresas asiáticas. Volvo
pertenece al grupo chino Zhejiang Geely Holding Group desde 2010, adquirida de la
empresa estadounidense Ford. Jaguar y Range Rover pertenecen a la empresa india Tata.
Entre las 500 mayores empresas del mundo, China ya tiene 73, según la revista (julio
2012), y supera a Japón, que tiene 68, y la India, con 8, el mismo número que España.
Otros rasgos que benefician a las economías emergentes son el menor envejecimiento de
su población y la menor deuda pública, que implica que disponen de mayores recursos
para la inversión en bienes de equipo para mantener las elevadas tasas de crecimiento. La
enorme divergencia que generó la Revolución Industrial en el siglo XIX tiene un rápido
equivalente en los últimos años por la extensión del avance económico, que alcanza a
más países del mundo. Así que China será la primera economía del mundo y la India ya
desplaza a Japón del tercer lugar.
La crisis financiera que comenzó en los Estados Unidos en 2007, provocó una gran
incertidumbre en la economía mundial y generó inquietud ante las repercusiones al resto
llevó a preguntarse si afectaría a las economías emergentes o, por el contrario, éstas
continuarían creciendo tan rápido. El hundimiento de la entidad financiera Lehman
Brothers en 2008 agudizó la crisis. Y en 2009 se constató una desaceleración inferior al
1% per cápita. Por tanto, se confirmaba que la economía es global y existe una elevada
interdependencia. La otra pregunta era si la tendencia tan favorable de los últimos veinte
años de mayor crecimiento de los países emergentes se truncaría y se volvería al patrón
de crecimiento que explicó Arthur Lewis. En 2010 se produjo una respuesta muy
satisfactoria: vuelta a la senda de un crecimiento elevado del 6%, cuando los países
desarrollados se quedaron en un 2,3%. Por tanto, aunque es un mundo globalizado, hay
una clara divergencia favorable a las economías emergentes, es decir, su dependencia en

202
relación con los países desarrollados es menor. La economía tiene sus ciclos, y existe
una interdependencia cíclica que es cada vez más compleja, pero la elevada demanda de
la economía china de materias primas ha sido clave para el crecimiento económico de
muchos países, especialmente para los subdesarrollados o los emergentes. China y otros
países emergentes han sabido resistir mejor la crisis, lo que permite el sostenimiento de
un crecimiento mayor en ellos que en los más avanzados (cuadro 6.7).

CUADRO 6.7

Crecimiento económico (%)


Regiones 2006 2007 2008 2009 2010 2011 2012* 2013*
Mundo 5,1 5,2 3,0 –0,5 5,3 3,9 3,5 3,9
Países desarrollados 3,0 2,7 0,6 –3,4 3,2 1,6 1,4 1,9
Eurozona 2,9 2,7 0,7 –4,1 1,9 1,5 –0,3 0,7
Estados Unidos 2,7 2,1 0,4 –2,6 3,0 1,7 2,0 2,3
Países emergentes 7,9 8,3 6,0 2,8 7,5 6,2 5,6 5,9

* Estimación en los años 2012 y 2013.


FUENTE: elaboración propia con datos del FMI, abril de 2013.

Hay un nuevo modelo de crecimiento en el que son los países emergentes los que
contribuyen más al desarrollo mundial. Las previsiones del Banco Mundial para 2014 y
2015 indican que la tendencia de elevado crecimiento de estos países seguirá por encima
del 5%, mientras que en los países desarrollados las cifras serán netamente inferiores,
2% en 2014 y 2,3 en 2015. La evidencia empírica confirma la interdependencia
económica más allá de los países y de la vinculación cada vez mayor del comercio
mundial entre Europa, Asia, Oceanía y América. Sin duda el gran olvidado continúa
siendo África Subsahariana, aunque también hay excepciones, como Sudáfrica. Si en
Europa la economía alemana sirve como impulsora del continente y en el mundo Estados
Unidos desempeña ese papel, en la actualidad se plantea la pregunta de si hay otro gran
motor del crecimiento que es China. Efectivamente, en Asia lo es, e incluso arrastra otras
zonas del mundo.
Un fenómeno que es obvio a escala mundial es que los ciclos económicos afectan a
todos los países. Si Estados Unidos gestiona mal sus recursos, eso repercute en los
europeos y asiáticos. Los aspectos positivos desde el lado de la oferta están en la mayor
acumulación de capital en los países asiáticos, su convergencia tecnológica y la juventud
de su población. Esto ha permitido que salieran rápidamente de la crisis y que volvieran
a la senda del crecimiento. Donde se ha notado más la interdependencia ha sido en la
demanda a corto plazo. Evidentemente tuvo un impacto macroeconómico sin

203
precedentes, y de hecho hubo una contracción en los países emergentes superior al 3%
de su PIB en 2009. Esto evidencia que en economía las fronteras han reducido su
relevancia. De hecho se impone la configuración de políticas macroeconómicas
coordinadas entre las grandes economías del mundo. El G-20, en el que España 6
participa, agrupa más del 80% del PIB mundial y el 80% del comercio internacional. La
idea que subyace es potenciar el crecimiento sostenido a nivel mundial (cuadro 6.8).

CUADRO 6.8

Grupo 1 (naciones) Grupo 2 (naciones) Grupo 3 (naciones) Grupo 4 (naciones) Grupo 5 (naciones)
Australia India Argentina Francia China
Canadá Rusia Brasil Alemania Indonesia
Arabia Saudí Sudáfrica México Italia Japón
Estados Unidos Turquía — Reino Unido Corea del Sur

* La UE es también miembro del grupo.

El crecimiento mundial se ha potenciado desde la Revolución Industrial con el


comercio internacional y con los mercados financieros internacionalizados. De hecho, la
crisis comenzó en el sistema financiero y se propagó rápidamente. Es decir, existe una
correlación directa entre los mercados financieros internacionales. Por esta misma razón,
se justifica y se explica mejor la creación del G-20 o la necesidad perentoria de su
existencia. Por otro lado, tanto las políticas monetarias como el saneamiento o no de los
activos financieros tienen un impacto directo en los ciclos económicos: si están bien
gestionados, permiten un ciclo económico de crecimiento, y si están mal gestionados,
como ha sucedido en la última crisis, generan un ciclo de contracción económica
(Claessens, Kose y Terrones, 2012). Estrechamente vinculada con esta idea está la
confianza del mercado, tanto de bienes como del mercado financiero: si las expectativas
de futuro son optimistas, las empresas invierten e incrementan su actividad, y si son
negativas, se produce el efecto contrario, tan nocivo para el empleo y para el crecimiento
económico. Por ejemplo, el hundimiento de las hipotecas americanas afectó a los
mercados de futuros y a las Bolsas de las naciones emergentes que no tenían nada que
ver con el sector de la construcción estadounidense (Dooley y Hutichinson, 2009).
Esta situación de claro aumento de la interdependencia, que ya se constató en la crisis
de 1929 y en la de 1973, no muestra una evolución uniforme, sino que se produce un
proceso que lleva a las zonas más ricas y más preparadas a soportar mejor la crisis que
las regiones menos desarrolladas. Por tanto se produce un efecto devastador en el grupo
de países más pobres, que no pueden converger en relación con las naciones más
avanzadas. Por otro lado, los denominados países emergentes sí convergen, y el mejor

204
exponente de ello es el incremento sustancial a nivel mundial de su clase media. El
proceso positivo es el avance tecnológico impulsado por la mejora en la educación en los
países desarrollados y emergentes, que permite ofrecer un mercado mundial en
crecimiento. Este proceso está favorecido por la libre circulación del capital y por la
eliminación de las barreras arancelarias. Este avance del crecimiento sufre las tensiones
ocasionadas por la escasa movilidad laboral a nivel mundial. Además, se produce un
rápido proceso de enriquecimiento de unas élites en detrimento de la inmensa mayoría,
un asunto no resuelto de manera satisfactoria por los sistemas fiscales tanto en los países
desarrollados como en los emergentes. Pero lo más negativo es la situación en países
pobres, que empeora debido a guerras civiles o por la corrupción de sus gobiernos. Tanto
es así, que sus economías están estancadas durante décadas y no salen del círculo vicioso
de la pobreza. Esta realidad trágica hace que la divergencia entre estos países y los países
ricos siga creciendo, imparable desde la Revolución Industrial iniciada en el siglo XVIII,
y que la brecha en el futuro sea aún mayor. Por ejemplo, la República Democrática del
Congo en 1980 tenía una renta per cápita de 346 dólares y en 2012 era casi idéntica, 364
dólares, mientras que en España la renta per cápita era en 1980 de 7.284 dólares y en
2012 se situaba en 30.412 dólares. Salvando las enormes diferencias, un proceso similar
se produce en los países desarrollados entre las clases sociales más ricas, mejor
formadas, y las menos favorecidas, peor formadas. La destrucción de empleo afecta más
a los segundos, es decir, mientras que los más cualificados mantienen su actividad
laboral, percibiendo un salario elevado, los menos cualificados perciben el paro, y por
tanto la divergencia se incrementa. Uno de los países más notorios por la diferencia de
ingresos de sus habitantes es Estados Unidos, diferencia que no es tan escandalosa en
China o la India, ni tampoco en Europa Occidental y Japón. De todos modos, en
períodos de crisis, por lo anteriormente citado, esas diferencias se incrementan, como
sucede con los directivos en Alemania y en los Países Bajos (Fabbri y Marin, 2012). Lo
mismo ha ocurrido con las políticas de austeridad: los recortes sociales perjudican en
primer lugar a los menos favorecidos.

CONCLUSIONES

El proceso en las últimas décadas abre un nuevo panorama del mundo, donde el
número de los países dinamizadores de la economía se incrementó de forma muy
positiva. En 1950, en las economías de libre mercado hubo un claro dominador, que era
Estados Unidos. A raíz de la creación del Mercado Común (Unión Europea), surgió un
competidor económico que se equiparó al gigante americano. Desde 1970 apareció otro,
Japón, y de manera escalonada surgieron más: Rusia, China, India, Indonesia, Brasil,
México, etc., que de manera diferente y con situaciones muy particulares se convirtieron
en otros polos de desarrollo. Esta realidad se refleja en la creación del grupo de los siete

205
(G-7) en 1973 (Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido, Italia y
Canadá), posteriormente ampliado a ocho con la incorporación de Rusia (1997) hasta
conformar finalmente el G-20 desde 1999.
El sistema económico que ha permitido una expansión económica sin precedentes es
el sistema capitalista. China se abrió al sistema de economía de mercado con un éxito
espectacular, permitiendo que su país saliera de la miseria. Evidentemente el proceso de
la Revolución Industrial no ha terminado, ni mucho menos: se estima que hay todavía
1.000 millones de personas que padecen hambre en el mundo. Esta pobreza continúa
sobre todo en el África Subsahariana, en países asiáticos como Bangladés, India o
Pakistán o, en América, en Haití. La enorme desigualdad que comenzó con la
Revolución Industrial inglesa, lejos de disminuir, se ha incrementado en el siglo XXI. Eso
sí, el número de países que se industrializan cada vez es mayor y por tanto en un futuro
impreciso el proceso debería alcanzar prácticamente a todo el mundo, como ya sucedió
con la revolución agraria.
Un rasgo dominante en las últimas décadas es el incremento de la interdependencia
de países, que se ha incrementado en mayor medida por la irrupción en la economía
mundial de los países emergentes. Otro es el favorable marco institucional y la correcta
coordinación de las políticas macroeconómicas, que han facilitado el rápido crecimiento
de los nuevos países que se incorporan al grupo de los países industrializados. Esta
nueva realidad abre el conflicto de las diferencias fiscales entre países y de los paraísos
fiscales. Asimismo, cabe destacar el incremento de las migraciones, que paradójicamente
son bien recibidas en momentos de ciclos económicos expansivos en las naciones
industrializadas y obstaculizadas o prohibidas en los períodos recesivos. Por último, la
desigualdad tan enorme entre Estados ricos y Estados pobres abre el problema político y
ético de la búsqueda de soluciones internacionales para reducir las diferencias de manera
urgente y más eficiente.

NOTAS
1 Los datos proceden del Fondo Monetario Internacional ( abril 2013), salvo que expresamente se diga lo
contrario, y son datos PPA, es decir, paridad de poder adquisitivo.

2 Sobre los países latinoamericanos o hispanoamericanos hay un capítulo específico.


3 Ya es un país desarrollado.

4 Fue el italiano Corrado Gini el que creó este medidor de distribución desigual, hoy día ampliamente aceptado.
5 Comecon era una organización de cooperación económica liderada por la Unión Soviética con sus países
satélite.

6 Junto con Holanda, España es invitado a las reuniones del G-20. La economía española era la 13 del mundo en
2012 en términos de PIB.

206
7
El crecimiento económico en América Latina
(1900-2015)
Juan Manuel Matés Barco

7.1. INTRODUCCIÓN

Resulta complejo analizar en su conjunto la economía de una región tan amplia como
América Latina y en un período de tiempo tan extenso. La diversidad nacional,
geografía, política, social e incluso económica dificulta en demasía establecer unos
parámetros más o menos similares para tan vasto continente. Sin embargo, en este
capítulo se van a mostrar las cuestiones más señeras de la economía latinoamericana. La
división cronológica se ha establecido siguiendo el tradicional modelo europeo, marcado
especialmente por las dos guerras mundiales, las crisis económicas de 1929 y 1973 y los
procesos de expansión económica de finales del siglo XX. Obviamente el término
América Latina o Latinoamericana se utiliza en un sentido amplio, aunque en ocasiones
es preciso descender a la realidad nacional de cada país para interpretar algunos de estos
parámetros económicos.

7.2. AMÉRICA LATINA EN EL CONTEXTO INTERNACIONAL (1900-


1929)

Esta etapa contempla el derrumbe definitivo del crecimiento económico impulsado


por las exportaciones, que habían comenzado en 1870. Asimismo el período divisa la
sustitución de la hegemonía británica por la estadounidense. Estados Unidos se vio
abocado a erigirse en el principal inversor y socio comercial de América Latina. Con
todo, las generalizaciones son peligrosas y difíciles de aceptar en años tan convulsos.
Los ritmos son diferentes en los distintos países, pues mientras que para algunos la
«edad de oro» continuó hasta 1929, en otros los cambios se produjeron antes de 1914; y
existe un tercer grupo que los comenzaron a experimentar después de la Primera Guerra
Mundial.
En este epígrafe se analizan, en primer lugar, las principales características de la

207
variable economía entre 1914 y 1929. A continuación se estudian las repercusiones de
estos cambios en los países latinoamericanos. Por último, se pretende evaluar el alcance
de las transformaciones y la importancia en el largo período. La «Gran Guerra» (1914-
1918) y sus secuelas impulsaron fuerzas internas favorables a las reformas; y durante la
década de 1920 se experimentó una metamorfosis importante que condicionó la
respuesta que América Latina dio a la depresión económica mundial.

7.2.1. Cambios en la economía mundial

El estallido de la Primera Guerra Mundial fue causa importante del derrumbe de la


clásica economía capitalista de corte colonialista, basada en el papel de Gran Bretaña y
en el funcionamiento del patrón oro. Es difícil conocer las causas que explican la
eficiencia del sistema. Entre ellas se han destacado la flexibilidad de los salarios y
precios, que permitía la deflación y el ajuste, la prevención de disparidades en la
competitividad o la eficacia de los mecanismos de los tipos de interés. Parece claro que
antes de 1914 se aprecian movimientos favorables al cambio y que amenazaban la
armonía y los equilibrios del capital.
En primer lugar cabe destacar el desplazamiento que se estaba produciendo en las
estructuras del comercio y las inversiones. El papel principal de Gran Bretaña en el
comercio de manufacturas significaba que su participación se reducía en la medida en
que otros países crecían y se desarrollaban económicamente, y al mismo ritmo que
disminuía su nivel de competitividad en determinadas líneas de manufacturas. La
industria inglesa comenzaba a decaer y a perder terreno, aunque su creciente papel como
moneda clave y la correspondiente exigencia de cambio en libras esterlinas en el
extranjero provocaron un alargamiento de la etapa de preponderancia británica. A pesar
del predominio de Gran Bretaña, el papel de Estados Unidos en el comercio y las
inversiones aumentaba rápidamente desde comienzos del siglo XX. En esos años, las
exportaciones norteamericanas superaban a las británicas en México, Colombia,
Ecuador, Venezuela, Perú, América Central y el Caribe hispánico (gráfico 7.1). Las
inversiones estadounidenses se decantaban por las minas y los ferrocarriles mexicanos,
los nitratos chilenos, los plátanos colombianos, el azúcar cubano y el cobre peruano. Su
posición geográfica significaba una ventaja comparativa respecto a países tan lejanos
como Australia, cuando los medios de transporte marítimo no eran abundantes. A finales
de 1919 la balanza comercial de Estados Unidos ascendía a 3.300 millones de dólares, y
las inversiones privadas en el extranjero aumentaron de 3.500 millones en 1915 a 6.400
millones de dólares en 1919. El conflicto bélico europeo generaba unas oportunidades de
exportar que Estados Unidos no desaprovechó. Un ejemplo fue la numerosa
implantación de sucursales bancarias a lo largo de esos años. A su vez, la guerra también
estimuló el incremento de la capacidad productiva de muchas manufacturas básicas. El
azúcar fue un relevante ejemplo, pero también ocurrió con otros productos alimenticios y

208
materias primas.

Gráfico 7.1. Comercio de los Estados Unidos con América Latina (1913-1927) (como porcentaje de comercio
latinoamericano total). [FUENTE: R. Thorp (2002): «América Latina y la economía internacional desde la Primera
Guerra Mundial hasta la depresión mundial», en T. Halperín Donighi et al., Historia económica de América
Latina. Desde la independencia a nuestros días. Barcelona: Crítica, p. 103.]

En segundo lugar, se estaban produciendo cambios que provocaban una oferta


creciente de productos básicos y aumentaban la inestabilidad del mercado. Estas
tendencias se generaban tanto desde la perspectiva de la oferta como de la demanda.
Desde el punto de vista de la oferta, el cambio y la modernización técnicos llevaban a
una mayor productividad y a un incremento de la rigidez a corto plazo al hacerse la
producción más intensiva en capital. Desde el lado de la demanda, el crecimiento
demográfico en los países desarrollados estaba disminuyendo, y el alza de la renta
llevaba a un crecimiento proporcionalmente más lento de alimentos.
A su vez, la guerra cortó los vínculos comerciales e inversores con Alemania y se
creó un vacío que Estados Unidos estuvo presto a ocupar. A corto plazo se suspendió
todo el sistema bancario y crediticio, así como la organización de los mercados
monetarios. Esta situación generó una crisis aguda de liquidez y pánico financiero en
América Latina hacia 1914. En los años siguientes, como consecuencia de la guerra,
Europa Occidental contempló el nacimiento de los nacionalismos, una mayor regulación
en su economía y un creciente impulso de los movimientos obreros.
Las posguerra trajo consigo la vuelta a los viejos modelos económicos, especialmente
al patrón oro y a las paridades del tipo de cambio de antes de la contienda. Estados
Unidos defendió abandonar el control de los precios, así como eliminar toda injerencia

209
en el comercio y en los tipos de cambio. La mala gestión del auge y del desarrollo de una
economía de tipo especulativo propició un retroceso económico entre 1919 y 1922. Las
consecuencias fueron muy negativas puesto que Estados Unidos reforzó su política
proteccionista y derivó su estrategia de exportación de capitales hacia los usos
improductivos o hacia la oferta de productos agrícolas. Con la ayuda de los créditos
estadounidenses, la producción de manufacturas continuó aumentando. Las demandas de
carne, combustibles y minerales fueron importantes. El algodón y el café sostuvieron el
nivel por el férreo intervencionismo practicado en Brasil.
En 1928 las tensiones se apreciaban en los diferentes mercados de productos básicos,
sobre todo en el del trigo. La depresión mundial fue resultado de profundos
desequilibrios en el sistema internacional. En octubre de 1929, tras el hundimiento de
Wall Street, los precios de los productos básicos cayeron y descendieron más
rápidamente que el nivel de costes medios y, por tanto, las relaciones de intercambio se
volvieron en contra de los productores básicos. El resultado supuso la paralización del
comercio y la inversión mundiales. Aunque con intermitencia y de forma muy leve,
Europa manifestó algunos atisbos de recuperación, pero Estados Unidos alargó durante
toda la década de 1930 su restablecimiento. Las consecuencias para América Latina
fueron muy graves. La depresión mundial obligó a realizar cambios en las políticas
económicas que se habían demorado por los problemas internos existentes en la década
de 1920.

7.2.2. Las consecuencias económicas de la paz en América Latina

Los países de América Latina eran productores y exportadores de artículos básicos.


Ante la crisis europea —posbélica y financiera—, se vieron afectados por el cambio en
la estructura del comercio y de la inversión a nivel mundial. A su vez, padecieron el
debilitamiento y el comportamiento irregular de los mercados de productos básicos entre
1918 y 1929. El cambio más significativo en el período de entreguerras se produjo en las
inversiones: las británicas apenas subieron, mientras que las estadounidenses aumentaron
de manera vertiginosa, superando en muchos casos el 30%. La inversión directa fue el
menor de los dos componentes. Los minerales, el petróleo y las empresas de servicios
públicos atrajeron las mayores cantidades, aunque la industria también ocupó un papel
relevante. En la década de 1920, Estados Unidos realizó en Chile inversiones
extraordinarias. México también atrajo dinero extranjero, puesto que los primeros
gobiernos tras la revolución mantuvieron una política de respeto a las propiedades
norteamericanas. La potencial amenaza que proyectaba la Constitución mexicana de
1917 no se aplicó en demasía durante todos estos años.
La expansión de las inversiones directas estaba muy relacionada con las afluencias
indirectas. La presencia de los bancos se hizo cada vez más efectiva, hasta el punto de
que en 1926 ya se habían establecido 61 sucursales de bancos estadounidenses en

210
América Latina. Las empresas constructoras norteamericanas mantenían vínculos muy
estrechos con la banca, como fue el caso de la U.S. Foundation Company en Perú. Esta
tendencia permitió una notable expansión de la financiación exterior de los gobiernos
latinoamericanos. Era la época de las grandes compañías que buscaban mercados de
forma agresiva y vertiginosa. En 1929, por ejemplo, se hallaban 29 representantes de
bancos norteamericanos en Colombia con el objetivo de negociar empréstitos no sólo
para el gobierno de la nación sino también para las autoridades locales y regionales. La
rivalidad entre los bancos era absoluta, y los sobornos a los políticos estaban a la orden
del día. Una pequeña muestra es el caso del yerno del presidente de Cuba, al que se le
concedió un cargo importante muy bien remunerado en la sucursal de un banco
estadounidense. Situación similar se produjo con el hijo del presidente peruano Augusto
Leguía (1919-1930), que amasó una inmensa fortuna con las retribuciones que recibía de
los bancos. En 1927 el banco de inversión neoyorquino Seligmans pagó a Juan Leguía
520.000 dólares en concepto de comisiones por la ayuda que les había prestado para
lograr dos importantes contratos dentro del país. Eran formas que tenían los bancos de
defender sus intereses y eliminar competidores.
Con el aumento de las inversiones se incrementó el comercio de Estados Unidos con
América Latina. El avance norteamericano durante la guerra se fortaleció en la década de
1920 y consolidó su ventaja competitiva por la difusión de nuevos productos,
especialmente los automóviles. Esto produjo cambios en las relaciones y generó un
importante desequilibrio en los acuerdos con los países del Cono Sur. Mientras que Perú
y Ecuador mantenían estrechas conexiones con Estados Unidos, otros países como
Argentina y Brasil tenían escasas relaciones comerciales y una reducida inversión de
capital norteamericano antes de la guerra de 1914. En los años veinte, países como
Argentina y Uruguay continuaban muy vinculados a Gran Bretaña, tanto por su nivel de
inversión como por sus relaciones comerciales. La carne de buey refrigerada era un
componente muy importante de la exportación de estos dos países a las islas Británicas
y, por tanto, tenían dificultades para encaminar su política comercial hacia el «amigo
americano». A pesar de sus deseos, Argentina tuvo muchos problemas para la
adquisición de maquinaria moderna, agrícola y de otros tipos, fabricada en Estados
Unidos.
La creciente inestabilidad de los mercados de productos básicos tuvo unas
consecuencias muy desfavorables para los países de América Latina. Los precios
respondían a fuertes desequilibrios internos y externos, que afectaban a su estabilidad en
las exportaciones. Algunos países como Argentina, Chile y Cuba padecieron serios
trastornos económicos que desembocaron en una profunda depresión. En Cuba, por
ejemplo, la locura del azúcar y la «danza de los millones» provocaron un gran número de
quiebras en empresas, la absorción de otras por parte de los bancos y la adquisición de
muchas plantaciones de caña de azúcar por compañías extranjeras.
Pocos países latinoamericanos alcanzaron en las exportaciones tasas de crecimiento

211
satisfactorias en esta época (gráfico 7.2). Este saldo positivo se debía a la producción del
petróleo y a las explotaciones mineras. Varios son los factores que pusieron fin a la edad
de oro de las exportaciones. En primer lugar se debió al debilitamiento de la demanda,
que, en algunos casos, llegó al derrumbe total. En segundo se dio una creciente
limitación de los recursos. Es preciso recordar que desde 1840 la notable extensión se
originó por la gran incorporación de tierra y trabajo, en un proceso que no exigió un gran
incremento de la productividad. Por último, el tercer factor fue el desplazamiento de las
exportaciones hacia productos de compañías extranjeras y que por tanto aportaban a la
economía del país una proporción relativamente pequeña de su valor.

Gráfico 7.2. Índices de importaciones de Gran Bretaña y Estados Unidos (1913-1920) (1912 = 100). [FUENTE: R.
Thorp (2002): «América Latina y la economía internacional desde la Primera Guerra Mundial hasta la depresión
mundial», en T. Halperín Donighi et al., Historia económica de América Latina. Desde la independencia a
nuestros días. Barcelona: Crítica, pp. 99-121.]

Chile es un caso paradigmático del hundimiento de las exportaciones, con el declive


de los nitratos a partir de la Primera Guerra Mundial. Por el contrario, el mercado del

212
café continuó creciendo, aunque más lentamente. El mercado de la carne se resintió por
la paralización de la economía británica. Para Argentina suponía el 15% de sus
exportaciones totales; y para Uruguay, el 33%. Los dos países tenían «cerradas sus
fronteras» y comenzaron a notar esas limitaciones a lo largo de la década. En América
Central la competencia en las explotaciones agrícolas comenzaba a provocar un
incremento de las importaciones de alimentos, en buena medida originado porque el
capital extranjero comenzaba a controlar el nivel de producción. En Costa Rica, por
ejemplo, la United Fruit Company dominaba unas 274.000 hectáreas, pero sólo
explotaba unas 20.000, como forma de controlar el mercado.
A pesar de la convulsión del decenio revolucionario, entre 1913 y 1928 destaca
México por su nivel de crecimiento. La producción de petróleo, minerales y henequén
fue en aumento durante toda la Primera Guerra Mundial y resultó el mayor incremento
del poder adquisitivo real de las exportaciones de un país en 1918. En Venezuela el
petróleo fue la principal causa de las exportaciones en el decenio de 1920. Casos
similares fueron los de Colombia y Perú. El petróleo colombiano era muy importante
para Estados Unidos y fue una de las razones principales de la resolución del problema
de la compensación por la pérdida del Canal de Panamá. Como se aprecia, el petróleo y
los minerales fueron los productos de mayor nivel exportador, pero asimismo este valor
se contrarrestaba por su naturaleza intensiva en capital en el proceso de producción y por
su dependencia de las compañías extranjeras. En Perú, por citar un caso, el peso de este
factor redujo la tasa de crecimiento del valor retenido a casi cero durante la década de
1920, a pesar de los saldos aparentemente positivos de las exportaciones en su valor en
dólares. Por el contrario, entre 1913 y 1928 tuvo mayor trascendencia para el
crecimiento el 46% de expansión del poder adquisitivo real de las exportaciones
argentinas, que eran de productos básicos y contaban con un elevado rendimiento.
La deficiente distribución de los recursos fue uno de los problemas que señalaron el
final de la edad de oro del crecimiento exportador. Pero las masivas entradas de capital,
especialmente empréstitos, y el comportamiento de los precios, dificultaron la
percepción de estas dificultades. Esta afluencia de caudales mitigaba la restricción de
recursos, aunque su llegada estaba asociada al despilfarro, el consumo de lujo o los
sobornos. En Colombia la expansión del cultivo de café trajo consigo la inversión en
infraestructuras, y gracias al capital extranjero se pudo mejorar el sistema de transportes
y la construcción de varias instalaciones portuarias. Éstas facilitaron el acceso al océano
Pacífico y permitieron desarrollar una región poco explotada hasta entonces. En otros
muchos casos, las inversiones se usaron de manera muy deficiente y tuvieron poco
efecto en la expansión de la oferta. Ejemplo clásico es la carretera nacional de Cuba. Se
amplió extremadamente su longitud, lo que generó enormes beneficios para los
implicados, se aprovechó para construir «parques ornamentales» y embellecer algunas
zonas de la isla. Al cabo de unos años, la carretera estaba todavía sin terminar y el coste
de las obras realizadas alcanzaba los 100 millones de dólares en obligaciones. Los casos

213
en otros países son inagotables. Sin embargo, estos préstamos sostenían la demanda a
corto plazo, estimulaban el auge de la construcción e impedían que se percibiese la
restricción de inversión extranjera que estaba a punto de producirse. A fin de cuentas,
proporcionaron oportunidades de invertir —o especular, según se mire— a quienes
carecían de capacidad de financiación para promover la exportación y que seguramente
en otras circunstancias habrían buscado en el proteccionismo la posibilidad de hacer
negocios.
El segundo factor que ocultó la realidad fue el comportamiento internacional de los
precios. A largo plazo se aprecia un debilitamiento de los mercados y la aparición de una
tendencia desfavorable en los precios. Sin embargo, la inestabilidad existente desfiguró
la visión. Durante la Primera Guerra Mundial los precios se dispararon y hubo una
acumulación de grandes excedentes de exportación. Tras la guerra se produjo el auge
especulativo de 1920 y 1921. Las oscilaciones fueron continuas a lo largo del decenio.
Esta situación impidió la adopción de medidas innovadoras con el fin de impulsar la
exportación de productos tradicionales. Cuando se adoptaban, tenían muy poco alcance.
Brasil aprobó normas de carácter intervencionista para mantener los precios, pero las
tierras de cultivo no dejaron de crecer. Colombia triplicó sus plantaciones en esta época.
Era lógico que la crisis en los mercados de café se produjese tarde o temprano.
Las deficientes políticas económicas adoptadas por los respectivos gobiernos fueron
otra de las causas que debilitaron el nivel de exportaciones en América Latina. Fueron
frecuentes las presiones sobre las compañías extranjeras y se adoptaron medidas
excesivamente intervencionistas en temas de precios y control de exportaciones (gráfico
7.3). Asimismo se impulsó la creación de empresas públicas para contrarrestar el
dominio de las sociedades foráneas. En Uruguay, para controlar las exportaciones de
carne, el Estado erigió en 1928 el Frigorífico Nacional; en Argentina se constituyó una
entidad similar, pero ni una ni otra logaron resultados muy satisfactorios.

214
Gráfico 7.3. Aranceles en América Latina (1910-1930) (porcentaje del valor de importación). [FUENTE: R. Thorp
(2002): «América Latina y la economía internacional desde la Primera Guerra Mundial hasta la depresión
mundial», en T. Halperín Donighi et al., Historia económica de América Latina. Desde la independencia a
nuestros días. Barcelona: Crítica, pp. 99-121.]

Estas respuestas a la entrada de capital extranjero eran consecuencia de la época,


puesto que la Primera Guerra Mundial estimuló las ansias nacionalistas y acrecentó el
papel del Estado. El conflicto bélico generó desconfianza y mucha prevención hacia el
capital extranjero, puesto que su excesiva dependencia podía ser imprudente para la
propia seguridad de la nación. La «militarización» de la política condujo a muchos
países a buscar el control nacional de sectores estratégicos. Al mismo tiempo, los
ingresos públicos aumentaban con las exportaciones y proporcionaban cierto nivel de
independencia de los intereses extranjeros.
A pesar de lo expuesto, los gobiernos se debatían entre el dilema del rechazo
nacionalista o la aceptación de los capitales extranjeros, pues también observaban los
excelentes beneficios que generaban para el país. En líneas generales, los mandatarios
latinoamericanos apostaron por recibir y fomentar la entrada de inversores foráneos,
especialmente de Estados Unidos. Por tanto, no es de extrañar el cúmulo de medidas
adoptadas por los gobiernos para abrir la puerta a estos capitales, especialmente

215
abundantes en el campo de las finanzas. En muchas ocasiones se solicitó su ayuda para
obtener colaboración en las reformas de las instituciones monetarias. La creación de
muchos bancos centrales tuvo como modelo la Reserva Federal de Estados Unidos. En el
ámbito internacional predominaba la necesidad de volver al patrón oro. En América
Latina también existía esa creencia, por lo que muchas reformas financieras y monetarias
se auspiciaron al amparo de ese principio. En muchos países se volvió a la paridad y se
pidió la revalorización del tipo de cambio. En Perú, en 1922, se vendieron gran parte de
las reservas con la intención de que el tipo de cambio volviese a la paridad, y uno de los
objetivos de los grandes empréstitos que se pidieron hacia esos años fue lograr su
estabilización.
En esta línea de actuación se produjo la adopción generalizada del patrón oro. A
comienzos de 1926 ya se había adoptado en doce repúblicas americanas, aunque no
funcionó bien por la tosquedad del mecanismo, que no asumía algunas características de
los mercados financieros existentes en los países desarrollados. Entre otras cosas, no se
tuvo en cuenta que el principal deudor del sistema bancario podía ser el gobierno,
incapaz de reducir gastos, ni que la volatilidad del capital privado podía perjudicar
igualmente su funcionamiento.
Estas reformas estuvieron acompañadas de técnicas de control, hasta el punto de que
en América Central y el Caribe existía «de hecho» una «ocupación» estadounidense en
cuestiones monetarias. En América del Sur las normas de control financiero fueron
menos directas, pero también existió gran dependencia de Estados Unidos. En un
excelente trabajo sobre la economía de América Latina, Rosemary Thorp señala varios
casos de este tipo. En 1922, para conseguir un préstamo de 33 millones de dólares, el
gobierno boliviano tuvo que comprometer toda la recaudación de sus aduanas y otra
serie de impuestos. Asimismo, aceptó el control de una comisión fiscal permanente de
tres miembros, nombrados por bancos extranjeros, para gestionar sus asuntos fiscales
durante los 25 años que duraba la concesión del crédito. En Perú, funcionarios
estadounidenses administraban las aduanas y dirigían el Banco Central. Estos ejemplos
se repiten en todas las repúblicas latinoamericanas, especialmente en las más pequeñas.
En definitiva, la presencia estadounidense se estaba mostrando más incómoda que la
inglesa e intervenía con mayor dosis de control. A pesar de algunas leves resistencias,
los gobiernos nacionales, regionales o locales estaban en manos de los bancos
estadounidenses y poco podían hacer frente a su fuerza y poderío.

7.2.3. Los avances de la industria

La consecuencia del estallido de la Primera Guerra Mundial fue una aguda crisis
financiera en América Latina. Los bancos y las entidades crediticias británicas
comenzaron a reclamar préstamos, por lo que provocaron un pánico generalizado y una
notable falta de liquidez. Sin embargo, se produjo un doble proceso de efectos

216
encontrados. Por un lado, las exportaciones comenzaron a crecer y las balanzas
comerciales alcanzaban cierto superávit. Los precios de las importaciones subieron con
la inflación internacional y los precios nacionales siguieron la misma tendencia. Es decir,
demanda en expansión en una coyuntura favorable. Sin embargo, por otro lado, las
fuentes de donde procedían los bienes de capital europeos estaban cegadas. O, dicho de
otro modo, la oferta de inversión estaba cerrada. A pesar de todo —sin olvidar las
controversias existentes entre diversos autores—, se perciben señales que permiten
certificar estímulos positivos en el crecimiento industrial de América Latina.
Algunos economistas han señalado que la guerra estimuló a los pequeños talleres de
reparaciones a ampliar sus actividades y proporcionar cierta base que permitiera asentar
el sector de bienes de capital. Los datos parecen confirmar un aumento del índice de
producción industrial en Brasil (9% anual), Chile y Uruguay. Otros países —Colombia y
Perú— tenían vínculos con Estados Unidos y Japón, por lo que la sustitución de
importaciones no tuvo tanta relevancia. México, aunque la revolución no tuvo excesivos
efectos negativos sobre la economía, recuperó en 1920 el nivel de producción
manufacturera que tenía en 1910. Argentina es un caso sorprendente por su extensión
geográfica, escasez de vínculos con Estados Unidos y su primigenia base industrial. En
1918 la producción sólo fue un 9% superior a la de 1914 y se explica por dos cuestiones:
el elevado cúmulo de existencias que había al comenzar la guerra y la débil demanda
interna. Las economías de América Central, al ser más pequeñas, no encontraron grandes
oportunidades con la guerra y sus respectivos gobiernos no se plantearon otra opción que
esperar el fin del conflicto para retornar al viejo modelo de exportación de productos
agrícolas.
En la década de 1920 se aprecian diferentes variables para explicar el crecimiento
industrial. En primer lugar cabe considerar la demanda exterior. Es evidente que no
existió una política industrial coherente. El proteccionismo experimentó un débil
crecimiento en esta época, aunque se aprecian desigualdades entre unos países y otros.
Uruguay adoptó las cotas más elevadas en sus aranceles en las dos etapas de gobierno
del presidente José Batlle y Ordóñez (1903-1907 y 1911-1915); pero otros, como Brasil
y Argentina, no incrementaron sus tasas aduaneras. Los incrementos de las tasas eran
resultado de negociaciones individuales y fragmentarias. A su vez, escaseaban muchos
elementos básicos de un proceso de industrialización: financiación, cualificación de la
mano de obra, tecnología, etc. Se ha señalado el escaso deseo de «innovar y
perfeccionar» en la tecnología industrial y la aceptación sin más de las «máquinas
extranjeras». Otro aspecto que denota la falta de impulso industrial es la escasa
exportación de capital local.
Aunque se aprecia un moderado crecimiento, estos datos muestran la disminución de
la tasa de crecimiento industrial en Brasil y Chile durante la década de 1920 respecto a
etapas anteriores. El sector textil brasileño padeció a causa de las tendencias de los
precios relativos, mientras que otros sectores contaban con índices más positivos y

217
señalan un significativo crecimiento de la industria en general. En Chile, la tasa de
crecimiento de la industria en términos reales fue del 1,9% anual entre 1918 y 1929,
frente al 9% registrado entre 1913 y 1918. Perú es uno de los países que experimentó
escaso crecimiento industrial. Varios factores incidieron en esa tendencia: estancamiento
de las exportaciones, bajada de precios en las manufacturas y disminución de la renta.
Argentina fue quizá la única excepción por dos motivos. En primer lugar por el
considerable valor que tenían sus exportaciones y porque la industria había estado muy
contenida durante la guerra. El esfuerzo por adaptarse a los nuevos tiempos provocó un
incremento de la industria que alcanzó el 8% anual entre 1917 y 1929. Situación muy
similar se produjo en Colombia, lo que también muestra el atraso de su industria en los
decenios anteriores.
La ausencia de coherencia en la política industrial también concuerda con la etapa de
desarrollo que experimentaron algunas economías más avanzadas. En cualquier caso
resulta sorprendente que en América Latina, dominada por las élites dedicadas al
comercio y a la exportación, se produjese un grado tan elevado de proteccionismo. Es
evidente que las empresas exportadoras preferían los aranceles que gravaban las
importaciones antes que padecer los impuestos que cargaban las exportaciones. En Brasil
y Chile se siguieron estas directrices. Esta mezcla de intereses fomentó cierto
proteccionismo y al mismo tiempo impidió que apareciese una «conciencia industrial».
En resumen, el modelo de las exportaciones típico de la «edad de oro» comenzó a
debilitarse en el período de entreguerras (1918-1939). Las causas fueron diversas. En
primer lugar, la economía internacional estaba sufriendo serios avatares que repercutían
negativamente en América Latina. En segundo, porque estaban surgiendo en el propio
modelo económico latinoamericano una serie de debilidades y tensiones. La restricción
de recursos y los problemas de distribución tuvieron un efecto muy negativo. En
Argentina el mercado del trigo decayó a partir de 1928 y la balanza de pagos resultó muy
dañada cuando en el mismo año se produjo una importante salida de capital ante el auge
de Estados Unidos. En Colombia, Perú y Chile se produjo una situación similar. A partir
de 1926, la recesión se dejó notar de manera notable en América Central, México y
Colombia. Por otra parte, la Primera Guerra Mundial aceleró la decadencia de Gran
Bretaña y Alemania como socios comerciales o inversionistas. Estados Unidos ocupó ese
vacío. A pesar de todo, América Latina se recuperó con notable rapidez tras la crisis de
1929. El crecimiento industrial fue sorprendente y vertiginoso.

7.3. LA ETAPA DEL CRECIMIENTO (1929-1939)

La historiografía tradicional ha señalado 1929 como el punto de inflexión de la


economía de América Latina. Ese año supone el paso de un crecimiento económico
asentado en la exportación a un desarrollo hacia adentro basado en la industrialización

218
de sustitución de importaciones (ISI). La economía estructuralista ha considerado este
cambio desde una perspectiva positiva, mientras que la economía más tradicional la ha
considerado una década perdida. En cualquier caso, la transformación es evidente. Esta
década contempla la aparición de novedosas fuerzas económicas, sociales y políticas que
provocaron variaciones significativas en la economía de América Latina. Aunque el
crecimiento basado en la exportación se complicó bastante en esos años, se mantuvo la
tendencia productora de materias primas y el comercio exterior continuó desempeñando
un papel importante. El rechazo total a ese modelo exportador se produjo a partir de
1940, aunque continuó perviviendo en algunos pequeños países.

7.3.1. Las repercusiones de la depresión de 1929

El comienzo de la depresión de 1929 se vincula con la quiebra de la Bolsa de Nueva


York en octubre de ese año, pero algunos indicios llegaron con anterioridad a América
Latina. Una de esas señales fue la subida de los precios a pesar de la baja demanda
existente. Por ejemplo, el precio del trigo argentino alcanzó su cota máxima en mayo de
1927; el azúcar cubano, en marzo de 1928, y el café brasileño, en marzo de 1929. El
auge de los mercados de valores provocó un exceso de demanda de crédito y una subida
de los tipos de interés a nivel mundial. Esto generó una elevación en el coste del
mantenimiento de las existencias y redujo la demanda de bienes primarios exportados
por América Latina. A su vez, se produjo una fuga de capitales que buscaban tipos de
interés más elevados fuera de la región y que coincidió con la disminución de los
inversores extranjeros, que también buscaban tasas de rendimiento más atractivas en
Nueva York, Londres o París.
La bancarrota de la Bolsa neoyorquina suscitó una cadena de contratiempos en los
principales mercados abastecidos por América Latina. En primer lugar, se apreció un
descenso de la demanda de los consumidores por la caída del valor de los activos
financieros. El segundo quebranto vino marcado por la restricción del crédito ante el
impago de las deudas atrasadas y la consiguiente contracción monetaria. Por último, los
importadores no reponían las existencias de materias primas por el descenso de la
demanda y la restricción del crédito.
Los precios de las materias primas de exportación cayeron por encima del 50%.
Situación similar se produjo con las importaciones, aunque el nivel de los precios no
disminuyó tan rápidamente. El descenso del volumen de exportación y de los precios de
los productos exportados trajo consigo una situación bastante calamitosa para las
economías latinoamericanas (gráfico 7.4). A pesar de todo, hubo algunas excepciones
como Venezuela, que estuvo protegida por el petróleo, y Honduras, que resistió por las
compañías bananeras que eligieron este país para establecer sus plantaciones de bajo
coste. En otros países las consecuencias de la depresión fueron muy duras, por los
efectos que tuvo sobre los productores mineros en México, las industrias de alimentos en

219
Argentina y los productos tropicales en la zona central.

Gráfico 7.4. América Latina: volumen de exportación en 1932 (1928 = 100). [FUENTE: elaboración propia con
datos de V. Bulmer-Thomas (2002): «Las economías latinoamericanas, 1929-1939», en T. Halperín DonghI et al.,
Historia Económica de América Latina. Desde la independencia a nuestros días. Barcelona: Crítica, p. 253.]

La deuda externa, pública y privada, se mantuvo con un tipo de interés nominal y su


pago generó serios problemas para muchos gobiernos. Este escenario se complicaba por
el fuerte descenso de los ingresos procedentes de la exportación, que influyeron en la
drástica restricción de las importaciones. Los ingresos fiscales que se obtenían por el
cobro de los aranceles de entrada disminuyeron de forma cuantiosa y generaron cierto
colapso. Los datos de Brasil son significativos, puesto que en 1928 recaudaba el 42,3%
del total del ingreso fiscal de los impuestos a las importaciones. Dos años después, la
recaudación de impuestos a la importación había descendido en un tercio, y el ingreso
fiscal, a un cuarto. Situación similar padeció Chile, por su gran dependencia de los
impuestos a la exportación.
El pago de la deuda afectó también a la balanza de pagos. El gasto público se vio muy
afectado, hasta el punto de que los funcionarios hondureños llegaron a cobrar sus
salarios en sellos de correo. La mayor parte de las repúblicas latinoamericanas
experimentaron cambios de gobierno durante los años de la depresión y, en buena
medida, se vieron favorecidos los partidos o líderes políticos que habían estado fuera del
poder durante la crisis de Wall Street. Con todo, hubo excepciones, como la de
Venezuela, donde el gobierno autocrático de Juan Vicente Gómez permaneció en el
poder hasta 1935, o la de México —agotado por la guerra civil y el torbellino
revolucionario—, que se abandonó en manos del Partido Nacionalista Revolucionario.
Ante la falta de crédito, los gobiernos no podían resistir e incluso Argentina, con cierta
solvencia en los mercados internacionales, fue incapaz de conseguir nuevos préstamos.
El impacto de la depresión, aunque fue muy desigual, afectó especialmente a Chile y
Cuba. En la república chilena, entre 1929 y 1932 el descenso del PIB fue del 35,7%,

220
mientras en Cuba la renta nacional per cápita descendió en una tercera parte en esos
mismos años.
Algunos pocos países resistieron los embates de la crisis y mitigaron sus efectos.
Venezuela se benefició de la producción de petróleo con los costes unitarios más bajos
en todo el continente americano. Perú, con exportaciones dominadas por compañías
extranjeras, logró paliar levemente los duros ajustes. Y la República Dominicana,
dependiente de la exportación azucarera, se aprovechó de no haber firmado los
restrictivos convenios azucareros posteriores a 1929.

7.3.2. Políticas de estabilización para frenar la crisis

Los gobiernos tuvieron que tomar medidas para estabilizar la situación económica y
afrontar el impacto de la depresión. En primer lugar, hubo que resistir el descenso de los
flujos de capital y la disminución de los ingresos de la exportación; y, en segundo, hubo
que soportar la contracción de los ingresos fiscales, que trajo consigo un importante
déficit presupuestario que no se pudo financiar con recursos del exterior.
La adopción del patrón oro se estimó que ajustaría automáticamente el desequilibrio
externo; sin embargo, las exportaciones cayeron de forma tan brutal, que después de
1929 no se pudo restablecer. En Argentina, en 1929 el valor de sus exportaciones
ascendía a 1.537 millones de dólares, y el de sus importaciones, a 1.388 millones. En
1932 el importe de las exportaciones cayó hasta los 561 millones y se vio obligada a
recortar un 70% las compras en el exterior para mantener los pagos de la deuda.
Las reservas de oro y divisas descendieron especialmente en los países que intentaron
mantener las reglas del patrón oro. En Colombia llegaron a descender un 65%, y en otros
países se optó por abandonarlo —fue el caso de Argentina en 1929— o por limitar su
salida mediante restricciones bancarias. La mayoría de los países crearon un sistema de
cuotas para la importación. La devaluación de la moneda se practicó en contadas
ocasiones, puesto que pocos gobiernos calcularon la gravedad y duración de la crisis. En
1931 la suspensión británica del patrón oro y la depreciación de la libra esterlina
supusieron que las monedas de algunos países latinoamericanos, asociadas a la libra
esterlina —Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay—, sufrieran un tremendo derrumbe
respecto al dólar norteamericano. Sin embargo, en 1933, tras la suspensión del patrón
oro en Estados Unidos, se produjo el efecto contrario, con una abrupta revalorización de
las monedas latinoamericanas. En cualquier caso, obligó a los respectivos gobiernos a
buscar soluciones para el sistema monetario y los tipos de cambio. En general, casi todas
intentaron vincular sus monedas a la libra esterlina o al dólar norteamericano. Otra de las
fórmulas para buscar el equilibrio externo fue el control de cambios y un sistema de
racionamiento de las importaciones mediante la elevación de los aranceles.
El equilibrio externo se restauró a finales de 1932 en buena parte de las repúblicas
latinoamericanas, aunque a un nivel más bajo de exportaciones e importaciones. En ese

221
año el excedente de la balanza comercial de América Latina ascendió a 609 millones de
dólares, cantidad algo superior a la de 1929, que alcanzó los 570 millones de dólares
norteamericanos. Es significativa esta pequeña subida puesto que las exportaciones
nominales habían caído de 4.683 millones a 1.663 millones de dólares. Poco a poco la
balanza comercial fue mejorando en los respectivos países y el dólar circulaba
libremente sin control de cambios.
Varias razones explican el relativo ascenso de la oferta monetaria nominal, entre las
que cabe destacar el papel de los bancos. El declive del crédito privado interno no fue
especialmente drástico debido a la estrecha vinculación entre el sector exportador y el
sistema bancario. El número de bancos era muy reducido, y existió un interés grande en
evitar su quiebra. Muchas veces los exportadores y banqueros eran los mismos
individuos, y esto permitía gran flexibilidad en la reprogramación de la deuda. A su vez,
los bancos extranjeros —con dificultades por el control de cambios— contaron con
recursos adicionales para sostenerse a sí mismos durante los años de la depresión.
La política monetaria durante la depresión fue bastante laxa en muchos países. Los
esfuerzos por subir los impuestos, incluidos los aranceles, resultaron insuficientes. Las
políticas para reducir el déficit presupuestario —debido a la agitada situación social— se
inclinaron sobre todo hacia el pago del servicio de la deuda y dejaron de lado los recortes
en salarios, especialmente en el sector público. El retraso en el pago de la deuda no era
nada nuevo en la historia económica de América Latina, pero todos los países hicieron
esfuerzos para cumplir con él y salvaguardar su acceso a los mercados de capital
internacional. En la mayoría de los países el incumplimiento con la deuda alivió la
presión sobre el déficit y liberó divisas que pudieron utilizarse para otros fines. El
descenso de pagos del servicio de la deuda redujo la presión fiscal y evitó recortes del
gasto. El déficit presupuestario se mantuvo como algo normal y el equilibrio interno
continuó siendo un deseo a largo plazo. La tensión entre el equilibrio externo e interno
generó gran inestabilidad económica y financiera en algunos países, pero también
facilitó la recuperación económica a un ritmo más rápido.
La inversión pública tomó gran impulso gracias a los programas de construcción de
carreteras en casi todos los países. El crecimiento de la red viaria fue muy notable y
contribuyó indirectamente al desarrollo de la agricultura y las manufacturas. La
inversión privada también contempló un ligero ascenso. El crecimiento en el consumo
privado permitió el avance industrial en los años treinta. La recuperación de la demanda
interna vino propiciada por la puesta en marcha de políticas monetarias y fiscales
flexibles, así como por la recuperación del sector exportador.

7.3.3. El contexto internacional y el sector exportador

El principal cambio en el sistema mundial de comercio fue el incremento del


proteccionismo. Destacó el arancel Smoot-Hawley (1930), que elevó las tasas para los

222
exportadores al mercado estadounidense. Poco después, Estados Unidos estableció otro
arancel específico para las importaciones de cobre, que afectó sobremanera a Chile. Por
su parte, Gran Bretaña, con la Conferencia de Otawa (1932), instauró un sistema de
preferencia comercial entre los países que habían formado parte del antiguo Imperio
Británico e impuso aranceles muy discriminatorios para América Latina. Alemania, con
el ascenso de Hitler al poder, también impuso sus condiciones e implantó el aski-mark,
una moneda inconvertible con la que se pagaba a los exportadores latinoamericanos y
que sólo podían utilizar para comprar artículos importados de ese país. Por último,
algunos alimentos estuvieron sometidos a un convenio internacional que dispuso cuotas
para los principales exportadores. Cuba con el azúcar y Bolivia con el estaño padecieron
estas regulaciones especiales que dificultaron su comercio.
A pesar del proteccionismo, el comercio mundial no cesó de crecer desde 1932.
Durante dos años los países más industrializados alcanzaron un elevado nivel de
importaciones. En Estados Unidos se recuperaron en un 137% entre 1932 y 1937,
gracias a las medidas del secretario de Estado —Cordell Hull—, que intentó frenar los
efectos del arancel Smoot-Hawlwey. Con este fin, firmó convenios bilaterales de
comercio para reducir los aranceles de forma recíproca. Esta tendencia permitió que las
exportaciones de los países de América Latina estuvieran en niveles de gran estabilidad.
Los grandes beneficiados —Colombia, Nicaragua, México, Bolivia, Chile y República
Dominicana— fueron los exportadores de oro y plata debido a las subidas de precios en
la década de 1930.
Hubo algunas excepciones, como Honduras, Cuba y Argentina. Entre 1932 y 1952 las
exportaciones argentinas contemplaron un descenso constante en volumen. Esta
trayectoria se explica por la gran dependencia respecto al mercado británico, que se vio
acuciada por el tratado Roca-Runciman de 1933 que agudizó aún más esta tendencia.
Asimismo, se vieron muy afectadas por las alteraciones del tipo de cambio real, que
tendía a apreciarse en la década de 1930. Las exportaciones cubanas de tabaco también
experimentaron cierto retroceso con las medidas proteccionistas adoptadas por el
mercado estadounidense.
Con la nueva recesión experimentada en 1938 se frenaron las importaciones
norteamericanas y el comercio en general. Pero, en conjunto, la evolución de las
exportaciones para América Latina tuvo unos resultados aceptables: 19,6% de
crecimiento entre 1932 y 1939. Excluyendo a México y Argentina, los grandes
exportadores, el volumen ascendió un 53%, con una tasa anual del 6,3%.

7.3.4. La recuperación de la economía no exportadora

La recuperación del sector exportador, tanto en volumen como en valor monetario,


contribuyó al crecimiento de las economías latinoamericanas en la década de 1930. Este
renacimiento provocó una expansión de la demanda interna que permitió al sector no

223
exportador aumentar su presencia en los respectivos países. La agricultura y el sector
manufacturero fueron los grandes beneficiados de esta orientación, pero también salieron
favorecidos sectores como la construcción y el transporte. Argentina contempló una
importante recuperación del PIB, a pesar de no contar con un crecimiento de las
exportaciones. En buena medida se debía a que contaba con una estructura industrial más
amplia que el resto de países y las manufacturas suponían una importante aportación a su
economía.
La industrialización de estos años supuso un cambio significativo en la composición
de la producción industrial en los distintos países (cuadro 7.1). Los alimentos elaborados
y los textiles eran las ramas más importantes de las manufacturas, pero varios sectores
nuevos adquirieron protagonismo. Entre estos últimos cabe destacar los bienes de
consumo duradero, productos químicos y farmacéuticos, metales y papel. El mercado de
los productos industriales también se diversificó y el consumo familiar se amplió a los
suministros básicos para otras industrias. A pesar de todo, hacia 1939 la participación de
la industria en el PIB era todavía modesta. En Argentina la aportación industrial
superaba el 20%, pero incluso la agricultura continuaba siendo más importante. En
Colombia suponía menos del 10% del PIB. Brasil y México habían experimentado un
avance significativo en su proceso industrializador, pero el producto neto de las
manufacturas per cápita en ambos países estaba muy por debajo de los niveles de otros
países como Uruguay, Chile o Argentina.

CUADRO 7.1

Indicadores del sector industrial en América Latina (1932-1939)

(1) (2) (3) (4)


Argentina 7,3 22,7 122,0 12,7
Brasil 7,6 14,5 24,0 20,2
Chile 7,7 18,0 79,0 25,1
Colombia 11,8 9,1 17,0 32,1
México 11,9 16,0 39,0 20,1
Perú 6,4 10,0 29,0 s.d.
Uruguay 5,3 15,9 84,0 7,0

(1) Tasa anual de crecimiento de la producción manufacturera neta, 1932-1939.


(2) Índice (%) de la producción manufacturera neta respecto al PIB en 1939 (precios de 1970).

(3) Producción manufacturera neta per cápita (en dólares de 1970 traducidos al cambio oficial), 1939.

224
(4) Número de trabajadores por establecimiento, 1939.

FUENTE: V. Bulmer-Thomas (2002): «Las economías latinoamericanas, 1929-1939», en T. Halperín Donghi et al.,
Historia Económica de América Latina. Desde la independencia a nuestros días. Barcelona, Crítica, p. 277.
Por otra parte, el proteccionismo que preservaba el mercado interno no facilitó
superar las abundantes ineficiencias que tenía la industria para que pudiera competir en
el exterior. En los albores de la Segunda Guerra Mundial todavía tenía una escala
pequeña, con un número reducido de trabajadores por establecimiento. La productividad
de la fuerza de trabajo era también bastante baja, muy por debajo de la existente en
Estados Unidos, y la mayor parte estaba empleada en la producción de alimentos y
textiles. Este bajo rendimiento se debía a la escasez de electricidad, la falta de trabajo
cualificado, el acceso restringido al crédito y la utilización de una maquinaria muy
anticuada. Diversos gobiernos promovieron la creación de organismos estatales para la
promoción de la industria, pero su aparición fue muy tardía. En Chile surgió la
Corporación de Fomento de la Producción (CORFO), e instituciones similares nacieron
en Argentina, Brasil, Bolivia, Colombia, México, Perú y Venezuela. La intervención
estatal fue más bien directa, y se produjeron casos como la nacionalización de la
industria del petróleo en México (1938), que puso las refinerías bajo dominio público, o
la adquisición por parte del Estado de las cementeras y las procesadoras de carne en
Uruguay. A pesar de estas acciones, la industria estuvo de forma mayoritaria en manos
privadas, especialmente de los emigrantes españoles, italianos o alemanes. En Argentina,
Brasil y México se instalaron filiales de grandes multinacionales extranjeras, pero su
aportación a la producción total fue más bien pequeña.
La agricultura se vio favorecida por el cambio en los precios de los productos, tanto
nacionales como extranjeros. El modelo basado en la exportación condujo a la
especialización, hasta el extremo de que era necesaria la importación de alimentos y
materias primas para satisfacer la demanda interna. El cambio de tendencia en los
precios alentó la producción agrícola para el consumo propio. Esta nueva disposición fue
muy efectiva en la zona del Caribe. Estas pequeñas repúblicas no contaban con una
industria básica, y gracias al desarrollo agrícola pudieron compensar ese desfase. Esta
corriente se extendió a América del Sur.
Los bienes y servicios no comercializados en el mercado internacional apreciaron una
mejora correspondiente al crecimiento experimentado por la economía. El proceso de
urbanización multiplicó la demanda de energía (electricidad, petróleo, refinerías) y
provocó un poderoso estímulo en los servicios públicos, la construcción y los
transportes. En 1930 el auge ferroviario se había detenido y la red viaria estaba muy
atrasada. A partir de ese año, diversos Estados comenzaron a financiar la construcción de
carreteras, que contó con fuerza de trabajo nacional y materias primas locales. En
Argentina la expansión fue muy notable.
El sistema de transporte aéreo contempló un significativo avance, aunque su
capacidad fue muy limitada en toda la década. Tuvo especial desarrollo en países cuyas

225
condiciones orográficas dificultaban la extensión del ferrocarril o de las carreteras.
Honduras fue un caso típico de este proceso. El presidente Carías concedió el monopolio
a un empresario neozelandés para la gestión de los Transportes Aéreos
Centroamericanos (TACA) y facilitó la conexión de la capital con las provincias
orientales que se encontraban muy aisladas.
El sistema financiero en América Latina no padeció alteraciones sustanciales y
contempló la creación de nuevos bancos centrales, la expansión de las compañías de
seguros y el crecimiento de la banca secundaria. Es sorprendente su estabilidad, que es
debida a la estrecha relación entre los bancos y el sector exportador. Cabe recordar que a
partir de 1929 los bancos padecieron una grave situación por el hundimiento del valor de
los ingresos de la exportación y muchas empresas exportadoras no pudieron hacer frente
a sus deudas. A su vez, varios gobiernos declararon una moratoria en las ejecuciones de
las hipotecas. A pesar de las dificultades, se habían realizado unas reformas financieras
que permitieron un sistema financiero más sólido y con unas reglas definidas. Por otra
parte, la supervivencia del sistema bancario se vio favorecida por el control de cambios.
La estrecha relación de los bancos con instituciones financieras extranjeras había
provocado una gran dependencia respecto a los fondos extranjeros. La existencia del
control de cambios permitió el rescate de un conjunto de bancos de la obligación de
hacer pagos a los acreedores externos y evitó su quiebra. En cualquier caso, la razón de
más peso para explicar la salud del sistema financiero fue al papel que desempeñó en la
financiación del déficit presupuestario en la década de 1930. Los bancos promovieron la
emisión de bonos locales por los gobiernos, lo que les permitió un flujo constante de
pagos de intereses y una fuente de ingresos.
La recuperación de América Latina en los años treinta fue relativamente rápida. En
1932 Colombia ya había recuperado su nivel del PIB al de 1928. Brasil lo consiguió en
1933, México en 1934 y Argentina, El Salvador y Guatemala en 1935. Cuba y Chile no
lo alcanzaron hasta 1937 por la gravedad de la crisis que sufrieron. Honduras, por las
sucesivas crisis de la exportación de la banana, no recuperó la economía hasta 1945.
Las políticas económicas desarrolladas en esos años por los respectivos gobiernos
tuvieron cierto grado de acierto. La incompetencia de gran parte de los dirigentes se
compensó de varias formas. En primer lugar, con la aparición de un grupo notable de
funcionarios y economistas bien preparados, que se encargaron de la política fiscal y
monetaria y fueron capaces de tomar decisiones en un contexto relativamente apolítico.
Y, en segundo, por la relativa incidencia de la inflación, que no supuso un problema
grave durante esos años.

7.4. EL CAMBIO DE TENDENCIA (1940-1949)

En este epígrafe se analiza la economía de América Latina durante la Segunda Guerra

226
Mundial y los años sucesivos. La tesis central intenta relacionar las economías
latinoamericanas en el ámbito internacional. Asimismo se pretende explicar el proceso
de industrialización de sustitución de importaciones (ISI) que se llevó a cabo en la
región, caracterizado por la fuerte discriminación de las exportaciones y la necesidad de
incrementar las divisas. La relativa coherencia de los años treinta dejó paso a una
política económica repleta de contradicciones y errores en los cincuenta. Por este
motivo, en primer lugar se analiza el impacto de la Segunda Guerra Mundial en las
economías latinoamericanas y, en segundo, su evolución en los años siguientes.

7.4.1. Retroceso y estancamiento durante la Segunda Guerra Mundial (1940-1945)

El comienzo de la guerra en 1939 trajo consigo serios problemas para las repúblicas
latinoamericanas, tanto desde el orden político como desde el económico. Las fuentes de
suministro, los mercados de exportación, los servicios de transporte y recursos
financieros experimentaron importantes retrocesos. Desde junio de 1940, América
Latina perdió el mercado europeo, especialmente el alemán, que en conjunto suponía el
30% de las exportaciones y era uno de los proveedores principales de las importaciones
latinoamericanas. Las exportaciones a Gran Bretaña continuaron durante la guerra, pero
se centraron en productos esenciales, como el azúcar y el petróleo, y en otros como los
alimentos y las materias primas. El tabaco disminuyó de forma ostensible y el cobre
chileno fue sustituido por minerales de las antiguas colonias. El valor de sus
importaciones creció en esos años, pero exigió que el pago fuese a cuenta de la
adquisición de mercancías británicas, como medio de preservar las reservas de oro y
divisas.
Las exportaciones británicas a América Latina decayeron por la guerra, que elevó los
precios y los aranceles de los productos. La acumulación de excedentes de exportación
comenzó a ser un problema serio para América Latina. Los precios de los productos
descendieron de forma rápida, tanto de los alimentos —trigo, maíz, aceite de linaza,
café, cacao, azúcar y bananas— como de las materias primas y manufacturas: pieles,
madera, algodón, nitratos y metales. Los países más afectados fueron los que estaban
más vinculados con Europa que con Estados Unidos. En Brasil, por ejemplo, la caída de
las exportaciones de café tuvo como contrapeso las compras de carne que hizo Gran
Bretaña, pero con el avance de la guerra perdió buena parte de sus antiguos mercados.
Argentina disminuyó un 40% de sus exportaciones; y en Chile se acumularon excedentes
de productos agrícolas, lana, maderas y nitratos. Perú, otro dramático caso, sólo había
vendido un tercio de la cosecha de algodón en junio de 1940.
Algunos países de la zona —Argentina, Uruguay, México, Chile, Perú, Brasil—
establecieron acuerdos con Japón para la venta de petróleo, minerales y algodón. Tras el
ataque japonés de Pearl Harbor (1941), se suspendieron las relaciones comerciales.
Estados Unidos promovió acciones dirigidas a incentivar el desarrollo en América

227
Latina. A través de organismos internacionales estimuló el incremento de las
importaciones no competitivas, el comercio interamericano y el desarrollo de la industria
latinoamericana. A través del Banco de Exportación e Importación se inyectaron remesas
de capital y se controlaron las fuentes de materias primas de la región. Las compras de
productos agrícolas se estimularon para evitar su adquisición por Alemania, y para
salvaguardar la estabilidad económica de la zona. Entre 1938 y 1940 las exportaciones
de Estados Unidos a América Latina habían crecido un 45%, mientras que las
importaciones lo hicieron en un 37%. Otra tendencia importante fue el crecimiento del
comercio entre los propios países latinoamericanos.
Estados Unidos comprendió que era preciso —no sólo por motivos económicos, sino
también políticos y militares— sostener las economías latinoamericanas. Con tal fin
adoptó medidas para solucionar los problemas que generaban los excedentes de
exportación y los precios decrecientes. A pesar del incremento que experimentaron las
compras de Estados Unidos, la balanza comercial era muy negativa para América Latina
a finales de 1940. Los respectivos gobiernos latinoamericanos fueron tomando partido en
el conflicto bélico. De la indecisión pasaron a romper relaciones con las potencias del
Eje y a colaborar intensamente con Estados Unidos, especialmente a partir de 1942. Este
cambio de actitud fue muy beneficioso puesto que generó la compra de materiales
estratégicos de México, Brasil, Chile, Perú, Argentina y el estaño boliviano. El Banco de
Exportación e Importación —instrumento que utilizó Estados Unidos para controlar las
materias primas de América Latina— concedió créditos para la construcción de
carreteras —la autopista panamericana—, la adquisición de equipos de transporte y
maquinaria y proyectos de desarrollo. Estas acciones permitieron que Brasil impulsara
las ventas de acero y maquinaria, así como la contraprestación norteamericana en
materiales que requería la industria brasileña. La misión Coke a Brasil (1942) fue una
muestra de las abundantes delegaciones de cooperación técnica y comercial
estadounidenses en América Latina. En Perú, estas ayudas y las exportaciones
permitieron organizar la Corporación Peruana del Santa (hierro y acero). En otros países
también se firmaron acuerdos de colaboración y la inversión, pública y privada,
proveniente del Norte comenzó a fluir, especialmente en los transportes y las
comunicaciones. Si en 1924 las inversiones en estos sectores representaban el 15% de la
inversión directa extranjera, en 1943 suponían el 31% del total.
En este proceso de transición económica en América Latina, la Segunda Guerra
Mundial tuvo efectos negativos para el modelo basado en la exportación. Por un lado,
mostraba de forma nítida su debilidad para las importaciones y los transportes, y, por
otro, cómo los conflictos políticos de carácter mundial afectaban y generaban una gran
inestabilidad en los mercados de productos primarios. Este impacto no provocó una
mayor dosis de autonomía, sino más bien una dependencia creciente de Estados Unidos,
que pretendía defender el abastecimiento de suministros y asegurar los recursos básicos
para su economía: estaño, petróleo y metales.

228
Otra de las consecuencias principales de la guerra fue el paulatino control de los
gobiernos nacionales por parte de Estados Unidos. Los intereses de las grandes
compañías comenzaron a estar ligados a los respectivos gobiernos y presionaban al
Departamento de Estado para que influyera en la política de la región. Pero el efecto más
tangible e inmediato de la guerra fue el crecimiento de las exportaciones, por la gran
demanda de productos primarios que provocó el conflicto. La mayor parte de los países
experimentaron un crecimiento de la exportación en precios constantes superior al 4%.
Sin embargo, los beneficios obtenidos por cada país fueron muy variables. En el caso de
los minerales las ganancias eran escasas por el rígido control de precios y los pagos
atrasados. Por tanto, Chile, Bolivia y Perú —los grandes exportadores de minerales— no
obtuvieron grandes rendimientos. A pesar de todo, la acumulación de reservas de divisas
fue importante. La industria padecía las limitadas importaciones de artículos y se veía
abocada a promover proyectos de sustitución, que también sufrían la escasez de bienes
de capital. En general, hubo una continuación del crecimiento industrial experimentado
en la década de 1930, pero con una tendencia hacia los bienes de capital y los insumos
básicos. El hierro y el acero se erigieron en productos importantes que impulsaron la
industrialización, pero también se experimentó un notable crecimiento en la industria
textil. Las crecientes divisas permitieron el pago de la deuda externa y, hacia 1943,
varios países como México y Brasil la habían eliminado.

7.4.2. Dependencia exterior y nacionalismo económico

Los años que siguieron al conflicto bélico mostraron que el sistema internacional se
había resquebrajado completamente. Estados Unidos se había convertido en el escenario
principal de la economía mundial. Durante la guerra había incrementado el 50% su
potencial productivo y en 1945 generaba más de la mitad del total mundial de las
manufacturas. Su capacidad de transporte era casi la mitad de la mundial y suministraba
un tercio de todas las exportaciones. La política estadounidense para reconstruir la
economía internacional se centró en el desmantelamiento del proteccionismo implantado
durante la década de 1930 y en el control de la inflación. En 1944 se celebró en Breton
Woods (New Hampshire, Estados Unidos) la Conferencia Monetaria y Financiera de las
Naciones Unidas, con la intención de establecer normas para los acuerdos comerciales
entre los países más industrializados. Con este fin se crearon el Fondo Monetario
Internacional y el Banco Mundial. Asimismo, para aliviar las dificultades que atravesaba
la economía europea se proyectó el Plan Marshall (1947). Sin embargo, América Latina
no tuvo ningún programa de ayuda concreta por parte de Estados Unidos.
Las multinacionales estadounidenses contaron con el visto bueno del gobierno para
realizar inversiones en el extranjero. El crecimiento económico se percibía como el
mejor antídoto contra las veleidades del fascismo o del comunismo. Para arraigar la
democracia a lo largo y ancho del mundo era preciso promover niveles de desarrollo que

229
frenaran los gobiernos autoritarios. Aunque la inversión en América Latina creció
después de la guerra, las compañías del Norte eran todavía muy reacias a la inversión en
el Sur. El saldo de capital que fluía a América Latina entre 1946 y 1950 era positivo,
pero el signo se tornaba si se excluía el petróleo venezolano y el azúcar cubano. La
guerra de Corea impulsó la inversión norteamericana con la intención de ejercer un
mayor control sobre los minerales estratégicos: el hierro en Brasil y Venezuela, el cobre
en México y Perú y la bauxita en el Caribe.
América Latina no era una región de interés político y económico para Estados
Unidos, puesto que no se consideraba zona de influencia comunista. Por ese motivo, las
ayudas recibidas fueron muy pequeñas. Es evidente el cambio que experimentaron las
relaciones comerciales en esos años. Entre 1938 y 1950 las exportaciones a Europa
descendieron un 20%, mientras que la venta de productos a Estados Unidos creció
ostensiblemente. El comercio intrarregional se retrajo después de la guerra y resulta clara
la marginalidad que tiene en algunos países (gráfico 7.5). Estados Unidos auspició la
reducción de aranceles y la entrada de capitales en los países latinoamericanos. Sin
embargo, hubo propensión hacia la aceptación del proteccionismo y la proliferación de
controles. Esta tendencia condujo a un incremento del clientelismo en las relaciones
empresariales con el Estado. Esta práctica se extendió en casi todos los países que
estaban llevando a cabo un proceso industrializador, y los vínculos se debieron sobre
todo a la iniciativa empresarial, aunque contaran con la anuencia de los respectivos
gobiernos. En definitiva, los empresarios ejercían su influencia en el gobierno más de lo
que éste intervenía en las empresas. Era visible que la red de conexiones entre juntas
directivas, instituciones políticas y contactos informales era la forma de aumentar las
ganancias, y que maniobrar a nivel político generaba más beneficios que emplear una
buena gestión de las variables técnicas.

230
Gráfico 7.5. Mercado de exportación de América Latina (1938-1950) (porcentajes). [FUENTE: R. Thorp (2002):
«Las economías latinoamericanas, 1939-1950». En T. Halperín Donighi et al., Historia económica de América
Latina. Desde la independencia a nuestros días. Barcelona: Crítica, p. 299.]

La legislación favorable a la inversión de capital extranjero provocó algunos


conflictos con los empresarios de los respectivos países. Finalmente el proceso se
consolidó mediante una triple alianza entre el Estado, las multinacionales y los
empresarios locales. Las políticas económicas tendieron a reducir los controles directos
de las inversiones foráneas y a disminuir el nivel de sobrevaloración del tipo de cambio.
Estas cuestiones afectaban a la política nacional, hasta el punto de que en Argentina, en
1955, la cuestión del capital extranjero aceleró la caída de Perón. Sin embargo, una
política menos intervencionista y más favorable a las inversiones exteriores no apareció
hasta que Frondizi accedió al poder en 1958. En México la legislación fue muy
restrictiva con respecto a esta cuestión y se postuló que las industrias estratégicas debían
ser mexicanas y que los inversores extranjeros no podían poseer más del 49% de la
propiedad en industrias no estratégicas. Con el paso del tiempo estas leyes se suavizaron.
En Chile, con un nivel importante de industrialización, el capital extranjero dominaba las
minas de cobre. Dada su preponderancia en las exportaciones, los empresarios chilenos
buscaron oportunidades de negocio en otras ramas industriales. En Colombia la
producción y comercialización del café quedaron en manos locales y no aprobó ninguna
ley que permitiera fácilmente la entrada de capital extranjero.
En resumen, la Segunda Guerra Mundial tuvo efectos positivos y negativos para la

231
economía de América Latina. Entre los primeros cabe destacar el incremento de los
ingresos debidos a la exportación, aunque el efecto expansivo de las reservas
acumuladas generó un tipo de cambio sobrevaluado y una importante inflación interna.
Asimismo, contempló una creciente influencia de Estados Unidos en la región que, a su
vez, estimuló el papel del Estado y su proyección en el desarrollo de las industrias
básicas. Por último, aumentó la presencia de las empresas privadas en las actividades
industriales, gracias al establecimiento de redes de clientelismo político. En cuanto a
efectos negativos, sobresalieron los tipos de cambio sobrevaluados y las presiones
inflacionistas aceleradas. El miedo a la inflación —y a las consecuencias inflacionarias
de la devaluación— condujo en un primer momento al gasto de divisas en
importaciones, y más adelante a la implantación de normas para restringirlas. Las
políticas económicas promovieron una legislación que favoreciera la entrada de capital
extranjero y un mercado interno con altos niveles de protección. De esta forma se
abandonaron la eficiencia y la exportación de manufacturas, al mismo tiempo que se
primó la ganancia a corto plazo. Al final del período, en algunos países se aprecia un
leve cambio de tendencia con la disminución de los controles comerciales, la reducción
de normas antiexportadoras y la condescendencia para la entrada del capital privado
extranjero. En las décadas siguientes se comprobó el fracaso del modelo económico.

7.5. CRECIMIENTO DE LA DEUDA Y QUIEBRA SOCIAL (1950-1990)

Tras la Segunda Guerra Mundial, los esfuerzos para promover el desarrollo de la


región se orientaron hacia la transformación de la estructura de la producción y a reducir
la dependencia externa. La industrialización por sustitución de importaciones (ISI)
provocó algunos resultados positivos. La economía de la zona se expandió con rapidez.
Entre 1950 y 1981 el PIB creció a una tasa anual del 5,3% y los ingresos per cápita
aumentaron a un ritmo del 2,6% anual. Estos datos no pueden ocultar las enormes
desigualdades en la distribución de la renta que existieron en toda América Latina. Por
otra parte, surgieron nuevas formas de dependencia respecto de la economía
internacional. La ISI y la diversificación de los patrones de consumo durante las décadas
de 1950 y 1960 promovieron la adquisición de tecnologías procedentes del exterior, cada
vez más complejas, intensivas en capital y dependientes de insumos importados.
En la década de 1960 se aprecia una llegada importante de inversión extranjera
directa (IED), que se concentró en la producción de sustitutos de las importaciones de
bienes manufacturados, que se vieron beneficiados por un elevado proteccionismo. Estas
industrias, con alto contenido importado y elevadas tasas de beneficio, no aportaban
suficientes divisas y generaban valores negativos.
El incremento del comercio internacional en la década de 1960 promovió la
diversificación de las exportaciones de América Latina. Los países con mayor desarrollo

232
industrial lograron un nivel importante en la exportación de manufacturas, como fue el
caso de México, Brasil y Argentina, que suponían más de la tercera parte de sus ventas al
exterior. La década de 1970 se caracterizó por el fácil acceso al capital externo, que
permitió afrontar con mayor respaldo la crisis del petróleo de 1973 y 1979 (cuadro 7.2).
Los préstamos aliviaron la restricción de divisas y relacionaron más directamente las
economías latinoamericanas con los mercados financieros internacionales, especialmente
con las políticas monetarias y fiscales de las economías de mercado desarrolladas. El
gran problema fue la deuda acumulada entre 1973 y 1982 y las necesidades provocadas
para su devolución y el pago de intereses. América Latina estuvo más desamparada ante
la disponibilidad de nuevos préstamos y los cambios de los tipos de interés. La
consiguiente escasez de divisas desembocó en la crisis generalizada que sufrieron todos
los países en la década de 1980. La tasa anual de crecimiento descendió a una cuarta
parte del período anterior y la renta per cápita contempló una bajada anual del 0,8%. Los
niveles de pobreza se extendieron de forma generalizada. El estancamiento de esos años
ocultó el desarrollo económico experimentado por los países latinoamericanos desde
1950. En esta etapa, caracterizada por la industrialización por sustitución de
importaciones, el PIB se multiplicó por cinco y permitió un avance económico y social
muy revelador.
La puesta en práctica de la ISI fue coherente, en buena medida por las condiciones
que prevalecieron en los mercados internacionales, tanto de bienes como financieros.
Asimismo, tenía concomitancias con las demandas políticas de los nuevos grupos
económicos que surgían en la sociedad latinoamericana. Por otra parte concordaba con
las teorías de pensamiento económico existentes en aquellos años. Sin embargo, las
formas de aplicación de la ISI fueron muy deficientes. En primer lugar, por la ausencia
de continuidad en el diseño de las políticas económicas, y en segundo, por la existencia
de un modelo de proteccionismo muy arbitrario que descuidaba la actividad exportadora.
La excesiva protección, unida a la sobrevaluación recurrente del tipo de cambio, hizo
desfallecer las exportaciones primarias no tradicionales y las manufacturadas. A pesar de
todo, la estrategia del ISI fue un elemento positivo que contribuyó el crecimiento del PIB
y al desarrollo económico general entre 1950 y 1980. En esos años el crecimiento
alcanzó el 5,5% anual, mientras que en la década siguiente se quedó en un ínfimo 1,2%,
y entre 1990 y 1996 subió al 3,1%.

Cuadro 7.2

América Latina: formación bruta de capital fijo (1950-1990) (como porcentaje del PIB)

1950-1959 1960-1972 1973-1981 1982-1990


Argentina 15,1 19,0 20,8 12,2
Brasil 21,9 19,6 23,6 17,2

233
Chile 20,6 18,5 14,6 15,7
México 16,7 18,8 22,7 17,8
América Latina 18,4 17,9 22,2 16,7

FUENTE: R. French-Davis, Ó. Muñoz y J. G. Palma (2002): «Las economías latinoamericanas, 1950-1990». En T.


Halperín Donghi et al., Historia Económica de América Latina. Desde la independencia a nuestros días.
Barcelona: Crítica, p. 350.

Los países latinoamericanos se mostraron titubeantes y tardaron en adaptar la ISI


cuando se produjeron nuevas oportunidades en los mercados mundiales, que
demandaban materias primas y manufacturas. En algunos países —Brasil, Chile y
Colombia— se llevaron a cabo políticas que multiplicaron el papel de las exportaciones,
especialmente de las manufacturas. Las repúblicas centroamericanas, recién
incorporadas a la ISI, consiguieron un relativo éxito en el empleo de la integración
económica como forma de ser más eficientes en la promoción industrial. Las políticas
correctoras impulsaron un crecimiento anual de las exportaciones manufacturadas que
logró una cuota del 15% de promedio entre 1965 y 1975, especialmente por la
importancia que adquirió el propio mercado latinoamericano.
En la década de 1970 la ISI hizo hincapié en el fomento de las exportaciones. La
crisis del petróleo y los crecientes préstamos bancarios a tipos de interés muy bajos
facilitaron un endeudamiento masivo en el extranjero. A su vez, las apreciaciones
cambiarias que se produjeron en los años finales desalentaron el impulso exportador,
aunque las entradas de capital tuvieron una influencia muy grande en su desarrollo
económico. Toda la zona experimentó impactos financieros positivos, pero las respuestas
de las políticas nacionales fueron muy divergentes, sobre todo en el grado de apertura de
las entradas de capital y la utilización que se dio a esos fondos. El balance neto fue un
aumento del coeficiente de formación de capital entre 1970 y 1990. Sin embargo, el
descontrol de los tipos de cambio generó grandes desequilibrios en las economías
nacionales.
La banca internacional concedió con gran generosidad préstamos con un interés muy
bajo y estimuló la demanda agregada por encima de la producción interna. Las reformas
fiscales se fueron postergando y no hubo el más mínimo control sobre el déficit,
especialmente en Argentina, México y Venezuela. En Chile el sector privado se endeudó
por encima de su capacidad de pago. Pocas naciones, entre las que destacó Colombia,
llevaron a cabo políticas definidas para evitar los desequilibrios macroeconómicos. En la
década de 1980 la región se vio obligada a ajustar la demanda a su capacidad de gasto.
El ajuste macroeconómico se extendió por encima de los límites señalados por la
capacidad productiva interna. La reducción de la demanda agregada fue tan brusca y
masiva que buena parte de los recursos productivos quedaron desocupados, sin poder ser
reabsorbidos en la producción de exportaciones. La inversión productiva se resintió por

234
el ajuste macroeconómico y porque los respectivos países necesitaban transferir
importantes cantidades de divisas hacia el extranjero. De este modo, una cantidad
significativa del ahorro interno se desvió del financiamiento de la inversión nacional.
La intensidad de la crisis obligó a que los gobiernos tuvieran como principal objetivo
los planes a corto plazo y que se vieran mediatizados por el peso de la deuda. Los
agentes y mecanismos financieros impusieron su ritmo de actuación frente a la economía
real. Algunos países llevaron a cabo reformas de carácter neoliberal y generaron un
incremento en la actividad financiera, pero al mismo tiempo hicieron bajar la inversión
real. A corto plazo permitieron un incremento del PIB, pero afectaron negativamente a la
distribución de los ingresos. Los costes del ajuste se distribuyeron de manera desigual
entre los distintos grupos sociales y provocaron un aumento de la pobreza.
En la década de 1990, después de una etapa de estancamiento, algunas economías
latinoamericanas comenzaron su recuperación. La reanimación estuvo vinculada a la
irrupción de recursos financieros que provenían del resto del mundo. Desde 1981,
suponía la primera entrada neta positiva de capital. Las razones de este cambio de
tendencia se debieron, en primer lugar, a un mejor acceso a la financiación privada
externa y, en segundo, a un drástico descenso de los tipos reales de interés en el mercado
estadounidense. Esta situación muestra que la economía de América Latina se veía muy
afectada por los factores externos. Entre 1990 y 1994 se produjo un ciclo similar al de
los años setenta, que concluyó con el «efecto tequila». Casi todos los países
intensificaron el ritmo de la reforma estructural neoliberal, que vino acompañada por la
amplia liberalización de los mercados y la privatización de las empresas públicas. Todo
ello supuso la disminución de la presencia del Estado en la vida económica que, hasta los
años setenta, tuvo una intervención muy activa en la asignación de recursos y en las
actividades productivas directas. Pero en los noventa el Estado se centró en la política
macroeconómica, la construcción de infraestructuras y los programas sociales. En este
proceso de reforma y ajuste, todavía se ha limitado más su papel, provocando problemas
de difícil resolución. Por un lado, se ha cercenado su capacidad de intervenir; pero, por
otro, es necesaria su actuación para aliviar la tremenda «quiebra social» que existe en la
región. La transición de regímenes autoritarios y dictatoriales a gobiernos democráticos
ha sido otra de las asignaturas pendientes de América Latina.

7.6. DESEQUILIBRIOS Y CRISIS ECONÓMICA (1991-2015)

En las últimas décadas la economía latinoamericana ha padecido los efectos de la


crisis que afectan a nivel mundial. A precios de mercado (paridad de poder adquisitivo
PPA) se ha convertido en la cuarta economía más grande y potente a nivel mundial. El
proceso de transformación no ha experimentado grandes avances, y continúa siendo una
economía basada en el sector primario y terciario. Los progresos recientes han acelerado

235
el nivel de desarrollo en casi todos los países. El acceso al crédito es bastante menor que
en otras regiones —sólo el 30%—, aunque mantiene un sistema financiero estable con
bancos relativamente pequeños pero saneados.
Brasil es la economía más importante, con un PIB en 2011 de 2.293 billones de
dólares. Es la sexta economía mundial y está incluida en el grupo de los países
emergentes o más desarrollados recientemente (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).
México es otra de las economías relevantes de América Latina, con un PIB en 2011 de
1.658 billones de dólares, y se ha situado como la decimoprimera economía a nivel
mundial. Argentina, con un PIB en 2011 de 717 millones de dólares, es la tercera
economía regional. A nivel mundial ocupa el puesto vigésimo primero y es miembro
activo, junto a Brasil y México, del Grupo de los 20 (G-20), que reúne a los países
industrializados y a los emergentes más importantes. Desde el siglo XIX es uno de los
principales exportadores de alimentos del mundo y el mayor productor de software de la
región. Los datos del Fondo Monetario Internacional colocan a Colombia como la cuarta
economía de América Latina, con 460.000 millones de dólares en 2011. Desde 2002 ha
experimentado una tasa de crecimiento del 5,5% anual, gracias sobre todo a las
exportaciones de petróleo, y con unas reservas estimadas en más de 1.500 millones de
barriles. La Empresa Colombiana de Petróleos (ECOPETROL) es una compañía pública,
considerada la cuarta petrolera en la zona —detrás de PETROBRAS, PEMEX y PDVSA
—, y una de las mejores del mundo. Panamá es otra de las economías que está creciendo
a mayor velocidad con una tasa anual, en 2012, del 10,5%. Las estimaciones realizadas
en 2011 del Fondo Monetario Internacional sobre el PIB per cápita en la región dieron
una media superior a los 9.000 dólares. En los extremos se sitúan Argentina, el país con
mayor PIB per cápita, con 17.376 dólares, y Haití, el más bajo, con 1.241 dólares. En
cuanto al Índice de Desarrollo Humano (IDH) calculado en 2011, todos los países de la
región se encuentran entre los puestos 44 (Chile) y 158 (Haití) de un total de 187 países.
La crisis económica de Estados Unidos y Europa ha afectado duramente a América
Latina. Desde 2008 se ha experimentado una disminución del comercio mundial y una
restricción notable de los flujos de capital. La economía sufrió una contracción del 1,9%
en 2009, aunque nuevamente repuntó en 2010 con una tasa del 4,9%. Estos datos la
convierten en una de las zonas con mayor crecimiento del mundo. Varios organismos
multilaterales (Banco Mundial, Corporación Andina de Fomento, Banco
Centroamericano de Integración Económica y el Banco de Desarrollo del Caribe, entre
otros) han promovido la inversión en diversos países. Esto ha supuesto un desembarco
de cerca de 90.000 millones de dólares entre 2009 y 2010 que han sido destinados a
financiar infraestructuras, programas sociales y créditos comerciales, además de
apuntalar la liquidez del sector bancario.
Desde 1960 se han constituido diversos organismos plurinacionales con el objetivo de
encontrar puntos de acuerdo que permitan un mayor intercambio comercial, tanto entre
los distintos países de América Latina como también con los vecinos del norte. Entre los

236
primeros cabe citar la Comunidad Andina (CAN), constituida en 1969 y formada por
Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú, con varios países vecinos asociados; el Sistema
Económico Latinoamericano y del Caribe (1975) y la Asociación Latinoamericana de
Integración (ALADI), que se fundó en 1980. El mayor acuerdo de la región, que ha dado
lugar a un gran convenio comercial, ha sido MERCOSUR (1991). Este bloque
predominante está integrado por Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Venezuela, con
Chile, Colombia, Ecuador y Perú como miembros asociados. México y Bolivia se
encuentran tramitando el proceso de adhesión. En 2011 se ha dado un paso más con la
creación de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), con la intención de
fomentar la integración económica a nivel continental a través de estos convenios.
México forma parte del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (1994) con
Estados Unidos y Canadá. Por su parte, desde 2006, Costa Rica, Guatemala, Honduras,
El Salvador, Nicaragua y República Dominicana tienen vigente un tratado de libre
comercio con Estados Unidos (DR-CAFTA) y otros tratados con Canadá y México a
través de la Comunidad del Caribe (CARICOM, 1973). A su vez, Bolivia, Cuba,
Nicaragua y Venezuela han constituido la Alternativa Bolivariana para América Latina y
el Caribe, acuerdo que se firmó en La Habana en 2004.
En 2012, Chile, Colombia, México y Perú firmaron la Alianza del Pacífico, que
conforma un área de integración profunda entre los países integrantes con el objetivo de
conquistar el mercado asiático. México es el gran beneficiado de este acuerdo, puesto
que ha logrado un superávit comercial con Chile, Colombia y Perú —en los tres
primeros meses— por un monto de 1.592 millones de dólares. Las exportaciones aztecas
a esos tres países sudamericanos sumaron de enero a marzo 2.296 millones de dólares,
mientras que sus importaciones ascendieron a 704 millones. México no sólo obtuvo
superávit con cada uno de ellos, sino que también sus exportaciones crecieron de forma
espectacular en el primer trimestre, con una tasa interanual de 35,4% a Perú, 22,6% a
Colombia y 11,5% a Chile. Frente al proteccionismo que algunos países
latinoamericanos están intentando reimplantar, la Alianza del Pacífico se presenta como
una iniciativa que pretende la conformación de un área de integración profunda para la
libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas entre estos cuatro países, que
ya tienen entre sí tratados de comercio bilaterales.
Fuera del ámbito continental, Argentina, Brasil y México son los únicos países de la
región que forman parte del Grupo de los 20 (países industrializados y emergentes). Por
su parte, Chile, México y Perú constituyen parte de la APEC (Foro de Cooperación
Económica Asia-Pacífico). Finalmente, Chile y México son los únicos que forman parte
de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), institución
de cooperación internacional compuesta por 34 países y cuyo objetivo es coordinar sus
políticas económicas y sociales. Fue fundada en 1960 y su sede central se encuentra en
París, donde se reúnen los representantes de los países miembros para intercambiar
información y armonizar políticas con el objetivo de maximizar su crecimiento

237
económico y contribuir a su desarrollo y al de los países no miembros. Conocida como
«club de los países ricos», la OCDE agrupa a países que —con datos de 2007—
proporcionan al mundo el 70% del mercado mundial y representan el 80% del PNB
mundial.

238
8
La economía española desde finales del siglo
XIX hasta mediados del XX
Luis Garrido González

8.1. INTRODUCCIÓN

En el período que va desde el último tercio del siglo XIX hasta la década central del
siglo XX, la economía española se encontraba entre la modernización y el atraso, con
evidentes avances y retrocesos. Dicho proceso cambiante se puede explicar por razones
económicas y problemas institucionales no resueltos, o cuya solución tuvo un enorme
coste social y económico. Si la crisis económica finisecular (1881-1895) se superó con
una mayor integración en la economía internacional, vía minería y agricultura de
exportación, la crisis posbélica de la Primera Guerra Mundial desembocó en la crisis
definitiva del sistema político de la Restauración (1874-1923). La implantación de la
dictadura del general Primo de Rivera (1923-1930) supuso la adopción de una solución
autoritaria ante los problemas económicos, sociales y políticos planteados. Su principal
característica fue la reafirmación de un fuerte intervencionismo estatal. La proclamación
de la Segunda República (1931-1936) significó el intento de una alternativa democrática
para resolver los mismos problemas. Pero se tuvo que enfrentar al impacto retardado de
la crisis económica internacional de 1929-1930. A la difícil y compleja coyuntura
internacional se unieron los problemas de enormes desajustes económicos, sociales y
políticos españoles. Un intento de solución vino desde posiciones de extrema violencia
que protagonizó una parte del ejército al sublevarse contra el gobierno republicano y que
desembocaron en la guerra civil (1936-1939). Ésta dejó económica, social y moralmente
deshecho al país. Con la dictadura del general Franco (1939-1975) la recuperación
económica fue imposible, o se retrasó más de lo necesario, debido a la política
económica autárquica, que sólo empezó a ser desmantelada, y nunca del todo, a partir
del Plan de Estabilización y Liberalización de 1959.

8.2. FACTORES DEMOGRÁFICOS, RECURSOS HUMANOS Y


SECTOR AGRARIO

239
8.2.1. Población

El conocimiento del número de habitantes y de cuántos pueden trabajar es una de las


variables fundamentales de la economía de un país. Pese a ello, hasta tiempos recientes
los datos con que se ha contado sobre la población española son muy defectuosos.
Entre finales del siglo XIX y mediados del XX se asiste a una lenta transición de un
régimen demográfico tradicional a uno moderno. Las tasas de natalidad se mantuvieron
dentro de unos límites bastante estrechos y estables, con un número de personas nacidas
al año entre 600.000 y 670.000 (Nicolau, 2005). Pero el comportamiento reproductivo de
las generaciones españolas cambió intensamente, como también ocurrió en los otros
países occidentales. En todos ellos las generaciones nacidas en las últimas décadas del
siglo XIX impulsaron de forma decidida y definitiva la reducción de la fecundidad. En el
caso de España, esa caída fue más tardía, lo que explica que la descendencia final de las
generaciones nacidas en 1871-1875 fuese de 4,6 hijos por mujer, cuando en Europa
estaba muy por debajo. A partir de entonces, la tendencia descendente se mantuvo hasta
las generaciones nacidas en 1921-1925, en que se alcanzaron los 2,5 hijos por mujer.
Posteriormente se produjo una recuperación de la fecundidad que llegó hasta las
generaciones nacidas en 1940, aunque fue más tardía, más breve y menos intensa que en
la mayoría de los países occidentales. A partir de la generación de 1940 la caída de la
fecundidad es tan pronunciada como la observada en todo el mundo industrializado
occidental. El índice sintético o indicador coyuntural de la fecundidad (gráfico 8.1)
converge en su caída, desde 1900 hasta 1950, con la de la descendencia final de las
generaciones nacidas entre 1871 y 1925. Es decir, el retroceso secular de la fecundidad
española prosiguió hasta mediados del siglo XX, pese a la propaganda franquista y sus
claras actitudes y políticas pronatalistas.

240
Gráfico 8.1. Índice sintético de fecundidad y tasas de reproducción (por una mujer) en España (1900-1956).
(FUENTE: Nicolau, 2005.)

Los cambios de la fecundidad fueron unidos a cambios en la nupcialidad. Entre las


nacidas en España entre 1870 y 1930 se experimentó un continuo aumento de la
proporción de solteras por edades en los censos de finales del siglo XIX y la primera
mitad del siglo XX (Nicolau, 2005). En el grupo de 21 a 25 años de edad, la proporción
de solteras aumentó desde un 52% en el censo de 1887 hasta un 71% en el de 1950.
Estos porcentajes correspondían, respectivamente, a las generaciones nacidas en 1862-
1866 y 1925-1929. En todas las generaciones comprendidas entre aquellas dos de 1862 a
1929 las proporciones de solteras al final de la vida fértil a los 46-50 años fueron
siempre superiores al 10%. En las generaciones nacidas hacia 1910, más afectadas en
una edad crítica por la guerra civil, estos porcentajes superaron el 15%. Todo ello indica
que la edad media del primer matrimonio de las mujeres se retrasó a finales del siglo XIX
y durante la primera mitad del XX y que, en algunas generaciones, este retraso implicó un
aumento también de la tasa de celibato definitivo.
Las cifras anuales de defunciones y las tasas brutas de mortalidad de la población
española siguieron decreciendo desde finales del siglo XIX hasta la década de 1950. La
consecuencia más importante se produjo en la esperanza de vida, que mejoró también
lentamente. Se situaba por debajo de los 30 años aún en el tercer cuarto del siglo XIX,
cuando ya estaba cerca de los 40 años en muchos países de Europa Occidental. Sólo en
1900 se aproximó a los 35 años. Durante la primera mitad del siglo XX se produjo una

241
intensa y rápida caída de la mortalidad, que permitió aumentar en casi 30 años la
esperanza de vida. Pero eso no puede ocultar el profundo atraso en los niveles y las
condiciones de vida de la población española a comienzos del siglo XX en comparación
con los países de Europa Occidental. La evolución de la mortalidad y la cronología de su
lento descenso constituyen la otra faceta de la transición demográfica. Por sí misma es
suficientemente ilustradora de la modernización social y económica de España. Y es casi
seguro que antecedió y condicionó al posterior declive de la fecundidad.
La principal consecuencia de la caída de la mortalidad y del incremento de la
natalidad es el aumento de la población. De los 15,7 millones de habitantes que tenía
España hacia 1860 se pasó a los 18,6 en 1900. Esto significó una tasa media de
crecimiento anual de un 0,43%, no muy superior a la que se había registrado en el siglo
XVIII (Pérez Moreda, 1999). El lento crecimiento de la población española se explica
tanto por las altas tasas vitales como por la creciente emigración desde mediados del
siglo XIX. Habrá que esperar a mediados del siglo XX para alcanzar los 28 millones de
habitantes en 1950, señal de una gran vitalidad demográfica.
La emigración en el último cuarto del siglo XIX fue muy importante. Desde la década
de 1850 se asistió a un giro en la política migratoria que coincidió con la nueva demanda
de mano de obra por parte de los países americanos. En 1853 se publicó la primera
medida liberalizadora de las salidas con dirección a América. A partir de 1882 se
dispone de información estadística oficial sobre la emigración exterior española. Según
ella, unos 325.000 levantinos y andaluces marcharon con destino a Argelia en las últimas
décadas del siglo XIX. Al mismo tiempo, hubo otras 712.000 salidas oficiales con destino
a América. La emigración a Francia, que a veces era una vía de embarque clandestino
hacia el continente americano, aumentó a lo largo de la segunda mitad de la centuria. Así
lo demuestran las 80.000 personas que en 1900 integraban la colonia española de
Francia. Entre 1882 y 1930 pudo haber una emigración bruta de 5,4 millones de
personas, pero, descontando los regresos estimados, el saldo migratorio neto no superó el
millón de habitantes. La enorme cantidad de salidas brutas, de casi 5,5 millones de
emigrantes, revela la importancia de la emigración temporal o de tipo golondrina. Ésta
fue típicamente a Argelia; pero también llevó a muchos emigrantes a Cuba o a los
distintos países de América continental.

8.2.2. Trabajo y capital humano

Si hacemos caso exclusivamente a los datos censales, la actividad económica de la


población aumentó todavía más despacio que la población en edad de trabajar y mucho
más lentamente aún que la población total (Maluquer, 2002). Aparentemente, por este
motivo disminuyó la tasa de actividad, que es la proporción de activos sobre el total de la
población en edad de trabajar (Nicolau, 2005). Pero la realidad es que los censos del
siglo XIX, e incluso los del XX, clasifican como inactivas a muchas personas que sí

242
trabajaban (Sarasúa, 2013). Por ejemplo, según el censo de 1860, el primero que recoge
las ocupaciones, de los 15,7 millones de habitantes sólo 4,3 tenían una ocupación. La
consecuencia lógica es que resulta increíble una tasa de actividad que se calcule a partir
de esta cifra, si se tiene en consideración que la sociedad española era pobre. Los
trabajadores masculinos tenían unos salarios muy bajos, y como eran mayoritariamente
rurales, cuando sufrían el paro estacional ni siquiera los percibían; tampoco había
pensiones de vejez, ni escolarización obligatoria, y los hijos trabajaban a partir de los
seis o siete años. Es completamente seguro que mujeres, niñas, niños y jóvenes también
trabajasen, aparte de en las tareas domésticas, en otras extra-domésticas remuneradas en
especie o dinero. Porque no es creíble que trabajara menos de 1/3 de la población
(Nicolau, 2005). Es decir, aunque los censos se pueden considerar estimativos, no sirven
para saber quiénes trabajaban y a qué se dedicaban.
La distribución sectorial de la población activa tampoco muestra transformación
estructural alguna. No hubo modificaciones importantes en lo que atañe al predominio
masivo del empleo agrario en el total de los activos (gráfico 8.2). El porcentaje de
ocupados del sector secundario incluso descendió de forma constante y ligera. En
términos absolutos, el aumento fue casi imperceptible. El censo de 1910 registraba
apenas 50.000 activos más empleados en industria y construcción que el de 1887. La
disminución de la tasa de actividad de la población y la permanencia de 2/3 de los
activos en el sector primario sugieren un incremento muy importante del subempleo y
del desempleo encubierto, así como un fuerte subregistro del trabajo femenino e infantil
en el campo español.

Gráfico 8.2. Porcentajes de la distribución sectorial de la población activa total en España (1877-1950). (FUENTE:
Nicolau, 2005).

La dotación de capital humano, según los niveles de alfabetización de la población,

243
era francamente baja. Sin embargo, experimentó una mejora gradual (Nicolau, 2005).
Entre 1900 y 1913 se efectuó un apreciable esfuerzo inversor, con la casi duplicación del
presupuesto dedicado a instrucción pública, y se crearon numerosos centros de
enseñanza técnica, industrial y comercial en todo el territorio, así como escuelas de
ingenieros industriales en Bilbao y Madrid. En los años veinte, y sobre todo con la
Segunda República, las mejoras educativas se apreciaron en una elevación en 25 puntos
de las tasas de alfabetización femenina entre 1920 y 1940, la masculina en 21 y la total
en 23. En cambio, en los primeros años del franquismo hay un claro parón, aunque
siguió mejorando más la tasa de alfabetización femenina, que ganó 7 puntos entre 1940 y
1950, frente a la masculina, que se elevó en sólo 5, y la total, que se situó en 6.
La explicación del diferencial en contra de la población femenina alfabetizada se debe
relacionar con un menor acceso de las mujeres no sólo a la escuela sino también a otros
mecanismos alfabetizadores. Éstos, en parte, compensarían la insuficiente oferta de
escuelas en muchos lugares (Sarasúa, 2002), aunque resultan muy difíciles de medir los
efectos de la enseñanza informal en la alfabetización general o en la desigualdad en la
alfabetización por sexos. Más fácil sería deducir el efecto de otros mecanismos
alfabetizadores, como la enseñanza técnica en centros fabriles, la enseñanza nocturna de
adultos, sobre todo a partir de la Segunda República, o la alfabetización durante la
prestación del servicio militar obligatorio, a los que no accedían las mujeres o lo hacían
muy raramente. Pero todos estos factores tuvieron cada vez más importancia en la
alfabetización y formación de los hombres. En cuanto a la enseñanza secundaria, con el
plan de creación de institutos de enseñanza media al menos en cada capital de provincia
aumentó la brecha existente entre la educación de niños y niñas, puesto que quedaron
excluidas de la segunda enseñanza, lo mismo que de la universidad. En realidad, la
escolarización y la alfabetización desiguales de niños y niñas se explicarían por un
conjunto de causas, que variaron según las clases sociales y las regiones de residencia.
Sin duda, la desigualdad en el acceso a la escuela y a la alfabetización fue una de las
consecuencias de un sistema de desigualdad general en el acceso a los recursos
educativos. Dio lugar a una importante desigualdad en el nivel de vida de niños y niñas,
y condicionó a medio y largo plazos sus vidas adultas como mujeres y hombres.

8.2.3. Recursos agrarios

Las principales consecuencias de la liberalización del mercado de la tierra propiciado


por la reforma agraria liberal decimonónica, desamortizaciones, abolición de señoríos,
etc., fueron la de satisfacer la demanda de tierras de cultivo y proporcionar a sus
propietarios la libertad de asignarles un uso acorde con las cambiantes necesidades de
los consumidores y los incentivos del mercado. Ello permitió aumentar los recursos
agrarios gracias al avance del área cultivada. Las roturaciones fueron muy intensas y
afectaron a toda clase de cultivos, y no sólo a los cereales. El movimiento roturador

244
continuó muy activamente en las tres primeras décadas del siglo XX (Barciela, Giráldez,
GEHR y López, 2005).
El período aquí analizado sería el que mejor muestra una verdadera ruptura respecto
al atraso agrario español. Entre 1914 y 1936 se produjeron los suficientes cambios como
para considerar que el sector agrario iniciaba su despegue. El único problema es que fue
interrumpido a causa de la guerra civil y la etapa autárquica del primer franquismo
(Christiansen, 2012). Como novedades, no sólo se produjo un incremento de la
producción agraria, sino que también mejoraron las productividades del trabajo y de la
tierra de forma relativamente importante (Simpson, 1997). En términos absolutos, hasta
el estallido de la guerra civil en 1936, la agricultura española había crecido
considerablemente respecto al siglo XIX, y los niveles de vida rural también habían
experimentado algunas mejoras (Martínez Carrión, 2002).
De hecho, la aceleración del cambio fue particularmente rápida hasta los años treinta
(Simpson, 2002). Como se ve en el gráfico 8.3, los empleos en la agricultura
descendieron en un 18%, mientras que la productividad laboral relativa aumentó en un
19%.

Gráfico 8.3. Empleo y productividad laboral de la agricultura, la silvicultura y la pesca en España (1860-1950).
(FUENTE: Prados, 2003.)

Pero eso no quiere decir que el peso relativo de la agricultura en la economía

245
española no siguiese siendo excesivo, comparada con las economías más desarrolladas
de la Europa Occidental, incluida Italia. Esto dificultó la modernización económica,
entendiendo por tal la entrada en unos procesos de industrialización y urbanización más
acelerados que provocasen el cambio estructural (Prados, 2003). En gran medida esta
situación era debida a que la economía española se encontraba excesivamente ruralizada.
Sin tener en cuenta la ruptura en el crecimiento que supusieron los años cuarenta
(Christiansen, 2012), en 1935 los activos agrarios todavía eran unos tres millones y
medio, o, lo que es lo mismo, aún representaban un 41% de la población activa total y
producían alrededor del 27% del PIB a precios constantes de 1929. Superaban
ligeramente a la industria, que aportaba un 25% del PIB, aunque los servicios
representaban un 45%, aportando un 3% la construcción y obras públicas (Prados, 2003).
En el primer tercio del siglo XX la economía española seguía teniendo un sector
agrario sobredimensionado. No se había producido todavía una modificación en los
términos de la relación de intercambio entre agricultura e industria, como sí había
ocurrido en los países europeos desarrollados a comienzos del siglo XX, aunque en
España se estaba en el camino de conseguirlo. De entrada, los 3,8 millones de activos
agrarios que había en 1930 producían más que los 4,7 de 1910. De las macromagnitudes
del sector primario, la más interesante, junto al descenso de la población empleada
(gráfico 8.3), quizá fuese el aumento del valor del producto de la agricultura, que pasó de
unos 3.664 millones de pesetas corrientes en 1914 a 8.311 en 1935. Se produjo en dos
décadas un incremento del producto agrario de un 127%. Un hecho sin precedentes en la
historia rural de España. El crecimiento se explica por la ampliación de tierras destinadas
al cultivo y por la reducción simultánea de las que se dedicaban a montes, dehesas y
pastos. Además, hubo una ampliación significativa de las tierras ocupadas por frutales,
raíces, tubérculos, plantas industriales y plantas hortícolas. La expansión de la ganadería
y su mayor incidencia en el producto agrario total también contribuyeron a ello. El
aumento del producto y el retroceso de la mano de obra prueban un incremento de la
productividad y la utilización de más maquinaria y fertilizantes (Martínez Ruiz, 2000).
El proceso de modernización agrícola quedó paralizado con la guerra civil en 1936.
Durante el período bélico, la producción agraria dependió esencialmente de factores
climáticos y de la superficie cultivada, pese al esfuerzo realizado por las colectividades
agrarias en la zona republicana, donde trabajaron unas 800.000 personas en casi 3
millones de hectáreas (Garrido, 2013). En función de la evolución de las producciones
agrarias durante los años agrícolas 1935-1936 y 1936-1937 (gráfico 8.4), podemos
concluir que descendieron ligeramente las cosechas, con la excepción de raíces,
tubérculos y bulbos, fundamentalmente gracias al excelente rendimiento de la patata en
1937. Asimismo, se sostuvo con apenas unas ligeras caídas la producción de aceite de
oliva en las campañas de 1936-1937 y 1937-1938, aunque se hundiría el año en que
finalizó la guerra.

246
Gráfico 8.4. Producción agraria de la zona republicana en la guerra civil (años agrícolas 1935-1936, 1936-1937 y
para el aceite 1937-1938). (FUENTE: Garrido, 2013.)

A la crisis económica que se venía arrastrando desde los años treinta y la guerra civil
se unió la autarquía en los años cuarenta y principios de los cincuenta (Zambrana, 2006).
Esto hizo retroceder la «nueva dirección» de la agricultura española. A partir de entonces
sufrió una serie de rupturas respecto de los avances conseguidos con anterioridad. La
economía se encontró aislada, sin apenas divisas, con enormes dificultades para
conseguir materias primas o bienes de equipo y orientada al autoabastecimiento. Esto
conllevó un estancamiento de las actividades productivas y un descenso generalizado del
bienestar de los españoles. Fueron años de escasez y graves dificultades económicas.
Pero hay que distinguir las décadas de 1940 y 1950. En el sector agrario, el
intervencionismo estatal, la política autárquica y el férreo control de la distribución y el
consumo hicieron disminuir las superficies cultivadas, la producción y los rendimientos,
en un contexto de escasez de fertilizantes y maquinaria y abundante mano de obra (Abad
y Naredo, 2002). La descapitalización agraria reforzó la agricultura orgánica tradicional.
El aislamiento del mercado exterior perjudicó a los productos de exportación. La
ganadería no repuso existencias, con las excepciones del mular y el equino. La economía
experimentó un proceso de reagrarización y el mercado negro, que ya venía funcionando
desde la guerra civil, proporcionó fuertes ganancias, que hicieron aumentar los
beneficios de una minoría de agricultores y su consiguiente acumulación de capital, e
indirectamente la capacidad de financiación del sector agrario (Christiansen, 2012). Los
ingresos de los grandes propietarios crecieron a costa del claro deterioro de los salarios
reales y del incremento de los precios de los alimentos de primera necesidad en el
mercado legal e ilegal. La contrarreforma agraria y la política de colonización fueron,

247
asimismo, piezas básicas de la política agraria del primer franquismo. En definitiva, las
disponibilidades alimenticias y el consumo de la población española disminuyeron
respecto a los años anteriores a la guerra civil, siendo conocidos como los «años del
hambre».
A comienzos de la década de 1950 una nueva política agraria tendió a normalizar los
mercados y a poner fin al aislamiento del mercado exterior. Se autorizaron aumentos de
los precios de tasa, disminuyeron las intervenciones y se impulsó el comercio exterior.
Los intentos de cambios estructurales para fomentar el desarrollo y la modernización del
sector agrario se basaron en los planes de colonización, la concentración parcelaria y la
repoblación forestal. Todo ello favoreció una ampliación de los cultivos y el incremento
de la producción y los rendimientos. La agricultura tradicional llegó a la máxima
eficiencia, aunque con problemas de sostenibilidad. Las restricciones medioambientales
y el comienzo del éxodo rural mostraron los límites del cambio, al estancar el
crecimiento y encarecer la mano de obra. Las subidas de salarios impulsaron la
mecanización e hicieron disminuir la capacidad de financiación de la agricultura. A
mediados de los cincuenta, por fin se consiguió que los niveles de consumo básico
fueran superiores a los anteriores a la guerra civil (veinte años después). La
modernización agraria resultaba evidente.

8.3. EL PROCESO DE INDUSTRIALIZACIÓN

En la segunda mitad del siglo XIX España incorporó masivamente nueva tecnología
industrial (Carreras, 2005). Esta circunstancia ha quedado un poco oscurecida, al no
tener dicha incorporación su correlativo efecto en el incremento del empleo en el sector
secundario. De hecho, la primera revolución tecnológica incentivó poco la ocupación
industrial, aunque sí mejoró la productividad del trabajo (Rosés, 2013). Es cierto que
tuvo poderosas consecuencias locales y regionales, pero un resultado modesto a escala
del conjunto de España (Rosés y Sánchez Alonso, 2004). Todo ello se produjo en un
marco de precios relativos estables de la industria respecto al resto de la economía. Las
cosas cambiaron durante el primer tercio del siglo XX, pero especialmente entre 1914 y
1929, período que se caracteriza por el fuerte incremento del empleo industrial sobre la
ocupación total. La contrapartida fue que la productividad laboral relativa de la industria
se hundió. La duplicación del producto industrial no aportó incrementos en el peso
relativo de la industria en el PIB, que se mantuvo estable. Los precios relativos
industriales iniciaron su declive en los años veinte. Entre 1930 y 1950 España
experimentó un retroceso industrial. El impacto de la retracción realmente se apreció en
los años treinta, pero hacia 1950 los datos se parecen más a los de 1940 que a los de
1930. Cayeron tanto las magnitudes productivas como el peso de la industria en el
producto total. Dicho retroceso resultó simultáneo a un descenso de la productividad

248
laboral industrial, que reflejaba una reducción de los salarios reales y un abaratamiento
de la mano de obra en la industria. Todo ello en un contexto deflacionista de los precios
industriales relativos.

8.3.1. El crecimiento industrial

Según Carreras (2005), entre 1850 y 1870 la tasa de crecimiento industrial española
se podría considerar normal en el contexto europeo. Estuvo por debajo de Alemania y el
Reino Unido y a corta distancia de Austria. Sin embargo, quedó ligeramente por encima
de Portugal, Hungría y Francia. Mejoró en 1870-1890, al situarse en la franja alta, por
debajo de Rusia y Hungría, pero igual que Alemania. Fueron unos años de convergencia
real hacia los principales países industrializados como Reino Unido y Francia. Por el
contrario, en el período 1890-1913 la tasa de crecimiento de España cayó a la mitad, y
pasó a ser la peor de todas las europeas, por detrás incluso de economías industrialmente
maduras como la británica. Hubo un retroceso de la convergencia industrial al entrar en
decadencia los esfuerzos de industrialización de los años anteriores. De nuevo la
economía española se alejó de los países más avanzados. Entre 1913 y 1935 las tasas
fueron similares a las del período anterior, pero se pueden considerar mejores en
términos comparativos con la industria europea, que experimentó un deterioro e
interrupción en su crecimiento, especialmente durante los años de la Primera Guerra
Mundial (1914-1918), en la que España se mantuvo neutral y no sufrió una repercusión
tan negativa. Así pues, la industria española prosperó entre 1913 y 1922, cuando el resto
de la europea se estancó o se desplomó. De 1922 a 1935 la trayectoria se puede
considerar normal. En cambio, el período 1935-1950 resultó perdido para la industria a
causa de los desastres de la guerra civil, la Segunda Guerra Mundial y la posterior
política autárquica. Ésta se dilató en el tiempo, a pesar de haber finalizado el conflicto
civil, arruinando el anterior esfuerzo productivo de los españoles (Catalán, 1995 y 1999).
La consecuencia fue una depresión industrial que no se superó hasta principios de los
años cincuenta. Pese al empeño del INI (Instituto Nacional de Industria), creado en 1941,
la industria española volvió a ocupar, si cabe de forma más extrema, las últimas
posiciones en el contexto europeo.
Como se ve en el gráfico 8.5, los empleos en la industria y la construcción
aumentaron hasta 1930 para descender considerablemente en las dos décadas siguientes.
Ni siquiera en 1950 se había superado la proporción del empleo anterior a la guerra civil.
La productividad laboral relativa aumentó hasta 1900-1910, para experimentar un lento
retroceso en las cuatro décadas siguientes.
De acuerdo con Prados (2003) y Rosés (2013), en la segunda mitad del siglo XIX los
sectores industriales y la construcción fueron los más dinámicos de la economía
española. Entre 1850 y 1913 el producto industrial se multiplicó por más de 5. Un efecto
de este empuje industrial fue el incremento de la participación del producto industrial

249
dentro del PIB español. La industria casi dobló su contribución al PIB entre 1850 y
1913, pasando del 13,6 al 27,1%. En este proceso se pueden diferenciar dos grandes
ciclos: un primero que va desde 1850 hasta 1883, y un segundo que se extiende entre
1883 y 1920. En términos absolutos, el empleo industrial se multiplicó por 1,7 (gráfico
8.5). Pasó de más de 675.000 empleos en 1850 a casi 1,2 millones en 1913. Pero la
participación del sector industrial y la construcción dentro del empleo total, en términos
relativos, creció de manera bastante más moderada. Teniendo en cuenta los datos de
Prados de la Escosura (2003), en 1850 el empleo industrial representaba sólo el 13% del
total, una participación relativa que se sostuvo de forma constante hasta finales de la
década de 1870 y fue creciendo a partir de aquellos años de forma lenta hasta situarse en
un 16,6% del empleo total en 1913.

Gráfico 8.5. Empleo y productividad laboral de la industria y la construcción en España (1860-1950). (FUENTE:
Prados, 2003.)

En el primer tercio del siglo XX la economía española tenía unos sectores industriales
y de la construcción cuyo producto no paró de crecer frente a otros sectores económicos.
En cambio, el aumento del empleo sólo lo hizo algo más rápido que en el resto de la
economía. La principal consecuencia fue el crecimiento de la productividad del trabajo
en la industria y la construcción. En el período 1850-1913, la productividad laboral
aparente, que es la ratio entre el valor añadido bruto del sector correspondiente y el
número de empleos en dicho sector, se triplicó en la industria y la construcción. También
podemos distinguir dos grandes etapas en la evolución de la productividad laboral de

250
ambos: una primera de rápido crecimiento que terminó hacia 1883, dentro de la cual
hubo un período de fuerte aceleración entre 1870 y 1883, y una segunda, entre 1883 y
1913, en la que el crecimiento fue moderado. Si en la primera fase el crecimiento de la
productividad laboral aparente se aproximó al 2,5% por año, en la segunda se quedó en
sólo un 0,2%. Las tasas de crecimiento de los distintos sectores industriales fueron
disminuyendo a lo largo del período, lo que es signo del agotamiento del proceso
industrializador español. Así, se pasó de unas tasas de crecimiento muy notables
cercanas al 4% entre 1850-1873 a tasas de sólo un 1,3% entre 1892-1913. Por otra parte,
la tendencia general vino condicionada por la marcha de las industrias manufactureras,
que constituían la mayor parte de la industria. En tercer lugar, se aprecia que el despegue
de las industrias extractivas resultó algo más tardío, durante el período intermedio 1873-
1892, pero también parece agotarse hacia finales del XIX. Por último, como resalta Joan
Rosés (2013), los servicios públicos representaban en aquella época una parte minúscula
del producto industrial, pese a sus elevadas tasas de crecimiento, aunque eran algo
engañosas al partir de unos niveles de desarrollo mínimos.
En definitiva, con los datos disponibles es necesario matizar la importancia del
desarrollo industrial para la economía española. La industria española contribuyó a más
de 1/3 de las tasas de crecimiento hasta 1913. La mayor parte de su aportación
correspondió al sector manufacturero, que es el que de verdad marcó la trayectoria del
sector. El período en el que resultó mayor la aportación de la industria y la construcción
al crecimiento del PIB fue el intermedio de 1873-1892, cuando supuso casi el 60% del
crecimiento. Es verdad que al principio, en 1850-1873, las tasas de crecimiento
industrial fueron mayores; pero su contribución fue menor, porque el sector secundario
tenía relativamente poco peso en el PIB. En el período 1892-1913 las menores tasas de
crecimiento se correspondieron con una bajada de la participación de la industria y la
construcción en el crecimiento español. En los años veinte volvió la recuperación
industrial y de la construcción, para volver a decaer entre 1929 y 1952. Vamos a ver
cómo sucedió.

8.3.2. La expansión de la industria en la segunda revolución tecnológica

Desde la última década del XIX se produjo una segunda revolución tecnológica,
desencadenada por las innovaciones en los sectores químico, farmacéutico, eléctrico y
automovilístico, y por los procesos de producción en cadena (Maluquer, 2002). Las
industrias se caracterizaron por el elevado contenido científico de su tecnología y su
exigencia de conocimientos. Esto posicionaba mal a países como España, que tenía un
bajo nivel de formación (Núñez, 2005). Por una parte, la dotación de capital humano era
escasa, tanto en términos de educación básica de la población como en formación de
técnicos y científicos, e incluso en iniciativa y capacidad empresarial. Por otra, los
recursos energéticos y estratégicos en la nueva fase de crecimiento de la economía

251
mundial eran mediocres y muy caros, caso del carbón o, simplemente, inexistentes,
como el petróleo. Tampoco se llevó a cabo una política industrial bien definida. Las
medidas del gobierno se limitaron al apoyo directo a sectores específicos. Aparte de las
barreras arancelarias, se adoptaron otras medidas en la misma dirección, tales como la
discriminación tarifaria en las colonias a partir de 1882 o la suspensión de la franquicia a
la importación de material ferroviario en 1896. También se dio prioridad, en las compras
de la administración pública, a empresas industriales españolas en aplicación de la
legislación correspondiente, como la ley de construcción de la escuadra de 1887, la ley
de protección a la industria nacional de 1907 y el segundo programa naval de 1908. Esta
política protectora alejó a la industria de la disciplina de costes, pero la dejó a salvo de la
competencia externa, con la consiguiente caída de la competitividad y la productividad.

8.3.3. Crecimiento industrial en el primer tercio del siglo XX

Para la siguiente fase de 1913-1936, según Houpt y Rojo (2013), no resulta fácil
hacer un balance claro del comportamiento de la industria española. En términos de
crecimiento del producto industrial, y en relación con otros países de Europa Occidental,
la industria española ni se estancó ni tampoco convergió claramente hacia los niveles de
la Europa industrial. Su comportamiento fue más o menos regular desde una perspectiva
europea comparada, aunque dentro de la anomalía y de la inestabilidad del período de
entreguerras. Esto se consiguió gracias a algunos éxitos relativos. A diferencia del
retraso en adoptar algunos cambios técnicos en el pasado, las innovaciones de la segunda
revolución tecnológica se introdujeron más rápidamente en España. La industria
española utilizó en un plazo menor la electrificación, se desarrollaron la siderurgia
moderna y la industria química o se dieron los primeros pasos de la industria del
automóvil. Se impuso un proceso de diversificación de la industria. Aparecieron o se
consolidaron empresas eléctricas, químicas, industriales-mecánicas, de construcción
naval, de transformados metálicos, de construcción residencial y obras públicas.
Asimismo, se experimentó un proceso de industrialización, fuera de los focos
tradicionales de Cataluña y Vizcaya, en Madrid, Guipúzcoa, Zaragoza, Valencia,
Valladolid, Vigo, etc. El crecimiento y diversificación industriales, impulsados por el
auge demográfico y la importación de técnicas extranjeras, estuvieron vinculados a las
industrias básicas o pesadas, frente al estancamiento de las industrias ligeras
tradicionales. Los datos de población empleada en el sector industrial, al pasar entre
1915 y 1930 del 19 al 32% de la población activa, demuestran el cambio y la creciente
industrialización.
El producto industrial español experimentó fuertes oscilaciones, al igual que en otros
países europeos (Carreras, 2005), con momentos de alza y otros de retroceso. El IPI se
mantuvo estancado entre 1914 y 1919 y creció ligeramente en la primera mitad de la
década de 1920 y de manera más significativa en la segunda mitad de ese decenio. A

252
partir de 1930 la industria española sufrió, aunque con cierto retraso, los efectos de la
depresión económica internacional. El IPI se hundió entre un 10-14% en 1930-1935,
respecto a los niveles de 1929. A partir de 1936, el inevitable impacto de la guerra civil
hizo retroceder el índice alrededor de un 40% en comparación con el nivel alcanzado en
1929.
Para Houpt y Rojo (2013), es difícil hacer una valoración del crecimiento industrial
español en este período, que en cualquier caso es ambigua, comparada incluso con Italia,
otro late comer de la periferia. Si se considera en conjunto el primer tercio del siglo XX,
en términos de crecimiento del producto industrial, la industria italiana mostró mayor
dinamismo que la española.
La industria española se desarrolló más en sectores ligados todavía a la primera
revolución tecnológica, y no tanto a la segunda. Las empresas industriales mantuvieron
un tamaño relativo muy pequeño. Las grandes empresas españolas estaban posicionadas
en el sector bancario, los ferrocarriles, la minería o las eléctricas; pero apenas en la
industria de transformación. La industria española se desentendió casi por completo del
mercado exterior y se concentró en el interior, reservado por medio de la elevada
protección arancelaria. Los efectos perniciosos condujeron a que casi no se hicieran
inversiones para renovar el utillaje tecnológico o promover los departamentos de
investigación dentro de las propias empresas. La oligopolización de la industria fue
quizá más alta que en otros países europeos (Fusi y Palafox, 1997). Esto determinó, en
un marco protegido mediante elevadas tarifas arancelarias, la posibilidad de la
diversificación de la producción al margen de los costes comparativos, la fijación de
unos precios muy superiores a los del mercado internacional y el mantenimiento de una
tasa de expansión de la oferta por debajo de la demanda. Es decir, la producción se
adaptó muy poco al aumento de la demanda, presionando al alza el nivel de precios y
obstaculizando la obtención de una tasa mayor de aumento de la renta nacional. Los
efectos colaterales fueron la elevación del coste de los inputs para todas aquellas
actividades que utilizaban productos industriales y la presión sobre el Estado para
obtener ayudas con las que mantener el avance de la producción sin reducir los precios.
La elevada tasa de beneficios conseguida, que en algunos casos fue el doble de la
rentabilidad de la deuda pública o la cuantía de los dividendos repartidos, reflejó las
repercusiones positivas de esta estrategia para los accionistas de esas sociedades
industriales. Si se contaba con un mercado protegido, una estructura de la oferta
oligopolizada y una administración inclinada a satisfacer sus intereses expandiendo la
demanda, los beneficios estaban absolutamente garantizados.
Apenas se aplicaron modernos métodos de producción en masa (Houpt y Rojo, 2013).
Las empresas industriales tampoco efectuaron cambios en su organización, todo lo
contrario de lo que estaba sucediendo en las grandes compañías europeas, que
empezaron a imitar muy pronto las nuevas formas de organización de las
estadounidenses, sobre todo en aspectos como la disociación de la propiedad y de la

253
dirección, la descentralización de la gestión por líneas de producción o por áreas
geográficas y, especialmente, la introducción de la dirección profesionalizada. En
contraste, las empresas industriales españolas apenas variaron los tradicionales métodos
de organización, y casi todas mantuvieron una gestión jerárquica, tradicional y
paternalista hasta mediados del siglo XX (Babiano, 1998; Rodríguez y Losada, 2007). La
construcción de redes de distribución y aprovisionamiento fue también muy limitada. En
fin, la productividad del trabajo industrial experimentó un descenso continuado durante
el período. La productividad del trabajador español en la industria y la construcción era
menor en 1950 que en 1930, y ésta, a su vez, menor aun que la de 1900 (gráfico 8.5). En
resumen, la expansión industrial del primer tercio del siglo XX se realizó usando
intensivamente y en grandes cantidades el factor trabajo; pero no se incrementó la
dotación individual ni de capital físico ni humano.

8.3.4. La industria en el primer franquismo

Tras la guerra civil de 1936-1939, la industrialización se convirtió en un objetivo a


cualquier precio, aunque supusiera enormes sacrificios para los españoles (Caruana,
2013). El gobierno pensaba que ni la iniciativa privada ni el mercado eran capaces de
conseguir el desarrollo industrial del país. De ahí infirió que sólo un sector público
industrial potente garantizaría el crecimiento económico, para lo cual se creó en 1941 el
INI. Su presidente desde 1941 hasta 1963 fue José Antonio Suanzes, un militar de
marina con el grado de almirante formado como ingeniero naval. Firme defensor de la
autarquía, siempre manifestó su total rechazo a la importación de bienes de equipo
extranjeros, pero se vio obligado a aprovecharlos para modernizar las industrias
públicas. El sistema autárquico puesto en práctica reducía la competencia y elevaba los
costes de producción. Ante la falta de los estímulos de aquélla, se relajó la presión del
mercado que era imprescindible para un comportamiento más innovador. Hasta tal punto
esto fue así, que los ensayos realizados reflejaron siempre un coste superior al del
mercado internacional.
De todos modos, se produjo la paradoja de que el INI resultó fundamental para la
gran empresa española debido a que amparó algunas de las empresas más importantes de
España. Creció rápidamente en la década de 1940, pues pasó de cuatro sociedades en
1942 a 19 tres años después y a 40 en 1950. Para el mismo período, el capital social de
500 millones de pesetas aumentó hasta los 7.000 millones; es decir, casi un 20% de toda
la inversión pública. Además, la presencia del INI sería relevante en el sector energético,
que llegó a representar más de la mitad de sus inversiones. Aparte del INI, hubo otras
muchas empresas que fueron declaradas de interés nacional, a las cuales se les imponían
un interventor y un consejero delegado y que se dedicaban a desarrollar la industria
militar o a la sustitución de importaciones.
En la década de 1950 el Estado desempeñó un papel decisivo en el desarrollo

254
industrial por medio de leyes y directivas, intervención directa del INI, Banco de Crédito
Industrial, múltiples organismos autónomos y por medio de los presupuestos estatales.
De esta forma, se pudo acometer un amplio programa de obras públicas y de actuaciones
empresariales. En dichos años, el INI experimentó una fuerte expansión y creció la
industria básica, además de que se establecieron ENSIDESA y SEAT. El objetivo era
alcanzar grandes aumentos de producción industrial a toda costa sin que importaran los
costes de producción correspondientes. Eso explica la promoción de grandes complejos
petroquímicos y metalúrgicos, astilleros y grandes refinerías. Esta actividad industrial se
financió con el recurso al Banco de España y a la banca privada, con lo que terminó
monetizándose. Los pasivos del INI alcanzaron cifras desproporcionadas, hasta el punto
de que en 1960 superaron el 8% de la renta nacional (Matés, 2013).

8.4. LA GESTACIÓN DE UN AMPLIO SECTOR SERVICIOS

8.4.1. Introducción

La evolución del sector terciario se ajustó a la del conjunto de la economía, tanto en


lo que se refiere al empleo como por lo que respecta al VAB generado (gráfico 8.6). Las
ramas que alcanzaron mayores tasas de crecimiento, y también transformaciones
estructurales significativas, fueron transportes, comunicaciones y crédito. En el ámbito
de los transportes y comunicaciones, se completaron las redes existentes y se registraron
grandes innovaciones, aunque con muy modesto desarrollo. Cabe destacar el empleo de
vehículos a motor de combustión interna y el teléfono. En lo que respecta al sistema
financiero, más allá de la fundación de nuevas instituciones de crédito, lo más resaltable
fueron las inversiones de la banca privada en las grandes empresas industriales,
especialmente en el caso de los sectores nuevos (Maluquer, 2002).

255
Gráfico 8.6. Empleo y productividad laboral del sector servicios en España (1860-1950). (FUENTE: Prados, 2003.)

8.4.2. Transportes

La importancia de los servicios en la economía española será cada vez mayor en la


primera mitad del siglo XX, en términos de contribución tanto al PIB como al empleo
(Prados, 2003). Se puede destacar especialmente la ampliación y modernización de las
redes de transportes y comunicaciones (Gómez Mendoza y San Román, 2005). El
sistema ferroviario de vía ancha iniciado a mediados del siglo XIX se completó con las
líneas transversales, que, además, complementaban las troncales, y con las de vía
estrecha. Las compañías importantes modernizaron sus instalaciones. Se procedió al
desdoblamiento de las vías, que se hizo necesario por un aumento de la demanda, ya que
ésta provocaba una mayor intensidad del tráfico. Pero no fue tan rápida la electrificación
de las líneas para sustituir la tracción de vapor. La cada vez mayor competencia del
transporte por carretera perjudicó al ferroviario. En 1944 el volumen de mercancías y el
número de viajeros transportados por ferrocarril eran similares a los de 1910.
En la segunda mitad del siglo XIX se abrieron al tráfico terrestre 27.000 kilómetros de
carreteras, cuyo objetivo principal era acabar con el aislamiento de numerosas
provincias. Pero el atraso español se apreciaba en la escasa densidad viaria por kilómetro
cuadrado y por cada mil habitantes. Los avances más rápidos se consiguieron en los dos
últimos decenios del siglo XIX, duplicando la densidad viaria. Pero, en realidad, sólo se
mejoraron las carreteras secundarias. En el primer tercio del siglo XX la construcción de
carreteras se incrementó a un ritmo del 3,2% anual, aunque en esta etapa sí resultó

256
beneficiada la red viaria principal, al crecer a una tasa del 6,8 anual. Se respondía así a
una mayor demanda provocada por los inicios de la motorización en el transporte de
personas y mercancías. También se mejoró la calidad de las carreteras con la adopción
de los firmes especiales en los años de la dictadura de Primo de Rivera. Pero en los
veinte años siguientes a la guerra civil cayó el ritmo de obras públicas de carreteras en
un 0,7% anual, y se estancó la longitud de la red principal de las estatales.
En el transporte marítimo se incrementó el tonelaje desplazado, al tiempo que se
sustituía la vela por el vapor y, posteriormente, por el motor diésel. Entre 1890 y 1914
los buques de vapor ya suponían entre un 70 y un 80% de la flota mercante española. La
navegación de vapor alcanzó su máximo apogeo en 1922, acaparando un 95% de la flota
mercante española. Y de 1923 a 1935 fue perdiendo terreno a favor de los buques de
motor diésel. Éstos sufrieron un estancamiento después de la guerra civil, lo que
permitió una recuperación del transporte marítimo a vapor. En 1958 se alcanzó un punto
de inflexión al quedar repartida la flota mercante a partes iguales entre vapor y motores
diésel. El comercio marítimo de cabotaje experimentó también una importante expansión
entre los años 1891 y 1913, con una tasa de crecimiento cercana al 2% anual y en
volumen al 4,4%. Se mantuvo un crecimiento sostenido hasta la Primera Guerra
Mundial. A partir de entonces se produjo una fuerte caída, tanto del volumen como del
valor del cabotaje, hasta la dictadura de Primo de Rivera, en que experimentaron una
rápida recuperación. El crecimiento acumulativo anual del cabotaje hasta 1935 fue del
2,6%. Después de la guerra civil se alcanzó de nuevo una rapidísima expansión.
En sus inicios, el transporte aéreo no tuvo apenas importancia hasta las décadas
centrales del siglo XX. Esto se explica por la escasa demanda de vuelos privados. El
transporte aéreo civil hubo de ser subvencionado. Una forma de hacerlo fue mediante
contratos para el transporte del correo. La primera empresa de aviación privada que
inició su actividad en 1921 fue la Compañía Española de Tráfico Aéreo (CETA). Cubría
la ruta Sevilla-Larache para el servicio postal a las tropas destinadas en el norte de
Marruecos. Un año después consiguió la autorización para la conversión de la línea
postal en otra comercial de transporte aéreo de viajeros. Casi al final de la dictadura de
Primo de Rivera, en 1927, se creó el Consejo Superior de Aeronáutica (CSA). Éste
impulsó en ese mismo año la creación de la compañía aérea Iberia, participada por la
alemana Lufthansa. El objetivo era intentar hacer la competencia a la compañía Unión
Aérea Española (UAE), que se había fundado en 1925 por la alemana Junker. Durante la
Segunda República, el gobierno creó con capital público una nueva razón social en 1932,
denominada Líneas Aéreas Postales Españolas (LAPE), que estuvo operativa hasta
diciembre de 1936. El número de líneas aéreas nacionales fue en aumento e incluso en
1935 LAPE inauguró la línea Madrid-París. También se incrementó la utilización de las
líneas aéreas extranjeras para el transporte del correo. En 1937 Iberia se convirtió en la
línea aérea del bando franquista. En 1944 fue nacionalizada e integrada en el INI.

257
8.4.3. Comunicaciones

Correos, telégrafos y teléfonos fueron los principales sistemas de comunicaciones


entre finales del XIX y mediados del siglo XX. Contribuyeron decisivamente a la rapidez
e intensidad con que se transmitieron las noticias y las informaciones. El último de ellos,
el teléfono, era todavía relativamente poco importante al iniciarse la guerra civil, a causa
del arraigo del sistema de telégrafos. Tanto el sistema postal como el telegráfico fueron
explotados por el Estado como un servicio público. Pero el teléfono por cable en España
encontró especiales dificultades. El caos legislativo en la regulación del servicio,
originado por las diferencias ideológicas de conservadores y liberales, no se resolvió
hasta la creación de la Compañía Telefónica Nacional de España (CTNE) en 1924; con
lo cual hubo acusados desequilibrios territoriales en su difusión, probablemente en
relación con el apoyo institucional regional que el sistema telefónico recibió. Entre
agosto de 1924 y 1930 la Telefónica concentró todas las concesiones telefónicas menos
seis. En 1936 se estima que el 8% de las familias españolas en zonas urbanas utilizaban
el sistema telefónico de comunicación (Muñoz y Ortúñez, 2013).

8.4.4. Servicios financieros y bancarios

Los servicios financieros y bancarios en las últimas décadas del siglo XIX y primeras
del XX se caracterizaron por el triunfo de la banca mixta y la importancia del Banco de
España como entidad privada de crédito. Éste acaparó gran parte de los depósitos totales
de la banca privada (Martín Aceña y Pons, 2005). En 1881-1882 se crearon numerosos
institutos financieros, sobre todo en Barcelona, con un carácter fuertemente especulativo.
No estuvieron relacionados con la actividad industrial porque ésta apenas demandaba
créditos bancarios, aunque sí necesitaba utilizar los descuentos comerciales. En 1882 el
hundimiento de las cotizaciones de la Bolsa de París les arrastró a una caída de varios
años que provocó la disolución de la mayoría de las nuevas instituciones. En las dos
décadas siguientes los pocos bancos catalanes, al igual que los de Madrid, registraron
pérdidas en casi todas las partidas del activo. En el País Vasco no sucedió así. La
estructura industrial vasca y las nuevas inversiones en la minería, la siderurgia, la
metalurgia y la construcción naval favorecieron la intermediación financiera y, a la vez,
aportaron grandes volúmenes de ahorro que dieron lugar a la creación en 1856 del Banco
de Bilbao. Desde 1899 se renovó el sector bancario, al beneficiarse del incremento del
ahorro privado y de las rentas e inversiones empresariales, así como de la repatriación de
capitales procedentes de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, tras «el desastre del 98».
Surgieron nuevas entidades, como el Banco Hispano Americano (1900), el Banco de
Comercio (1901), el Banco de Vizcaya (1901), el Banco Español de Crédito (1902) y la
Caja de Pensiones y de Ahorros de Barcelona (1904). Casi todas ellas se dedicaron a
actividades propias de una banca mixta, implicándose en la promoción y gestión de

258
empresas de sectores como el eléctrico, siderometalúrgico, azucarero, transportes,
seguros y servicios urbanos (Maluquer, 2002).
La importancia del Banco de España dentro del sistema financiero a principios del
siglo XX se puede apreciar por su extensa red de sucursales: 58 en 1900 y 61 en 1912.
Esta red de oficinas impedía la extensión de la banca privada comercial y mixta, al
hacerle una fuerte competencia. En las décadas de 1920 y 1930 el Banco de España fue
adquiriendo un carácter de banco central, y abandonó sus funciones como entidad de
crédito, dejando de dominar el mercado bancario privado. En 1913 el Banco de España
llegó a operar como prestamista de última instancia para la banca privada (banco de
bancos), y lo mismo sucedió tras la crisis económica de 1929-1930. En los años de la
Segunda República (1931-1936) intervino para ayudar a algunas entidades financieras.
Pero, según han señalado Gabriel Tortella, Pedro Tedde o Pablo Martín Aceña, no
siempre actuó con eficacia. Ejerció sus funciones como banco central de forma
relativamente limitada. Hubo que esperar bastantes años después de la guerra civil para
que el Banco de España se consolidara como autoridad monetaria. Durante las primeras
décadas del franquismo su autonomía efectiva fue muy restringida, puesto que el
gobierno ejerció activamente su control. De hecho, como indican Martín Aceña y Pons
(2005), la Ley de Ordenación Bancaria de 1946 concedía al gobierno el papel de dirigir y
organizar la política monetaria, sobre la que el Banco apenas tenía nada que decir, pese a
ser una de las funciones esenciales de cualquier banco central.

8.5. COMERCIO EXTERIOR, ECONOMÍA DEL SECTOR PÚBLICO E


INICIOS DEL ESTADO DEL BIENESTAR

8.5.1. Sector exterior

El comportamiento del comercio exterior para el período 1870-1913 ha sido descrito


por Antonio Tena (2005). Los incrementos de las ventas españolas fueron sólo
ligeramente inferiores a las tasas mundiales y de la Europa Occidental. En la década de
1920 el comportamiento comparativo de las exportaciones españolas fue parecido al de
los países europeos de su entorno más cercano. Sin embargo, considerando el conjunto
del período 1913-1950, los datos españoles reflejan un retroceso superior a la media
europea, con tasas negativas mayores y una clara tendencia divergente respecto a Italia,
Francia y Reino Unido, que fueron más convergentes con el total del comercio mundial
(tabla 8.1).

TABLA 8.1

Porcentajes de crecimiento acumulativos de las exportaciones a precios constantes (1870-1950)

259
1870-1913 1913-1929 1913-1950
España 3,37 –0,83 –1,56
Italia 2,23 1,29 0,64
Francia 2,75 2,44 1,09
Alemania 4,11 –0,53 –2,84
Reino Unido 2,75 –1,29 0,00
Europa Occidental 3,24 0,16 –0,14
Mundo 3,40 2,16 0,90

FUENTE: Tena (2005).

No existió un gran contraste entre la evolución de las exportaciones e importaciones


españolas desde finales del siglo XIX hasta el Plan de Estabilización y Liberalización de
1959 (Tena, 2005), tanto en términos de pesetas corrientes como en pesetas oro y pesetas
constantes. Hasta 1913, las tasas de crecimiento monetarias de las exportaciones fueron
algo superiores a las de las importaciones; pero en términos reales las importaciones
crecieron más rápidamente. De forma parecida ocurrió entre 1913 y 1959, y las
importaciones crecieron ligeramente por encima de las exportaciones.
Si tenemos en cuenta el grado de apertura relativa de la economía española, según
Tena (2005), para los años de 1870 nos encontramos que, a diferencia de Europa
continental, apareció una cierta contracción en el grado de apertura que se prolongó,
además, en las décadas siguientes. En primer lugar, al incrementar su apertura durante la
crisis finisecular europea entre 1880 y 1896; en segundo lugar, al reducirla después de
1895, coincidiendo con el momento álgido de expansión de la apertura europea. El fuerte
dinamismo de las exportaciones españolas en el primer período se explica por causas
coyunturales y exógenas, como fueron el aumento de la demanda de vino español por
Francia, que había perdido sus viñedos a causa de la filoxera; la entrada de capital
extranjero en la minería que impulsó la exportación, y, por último, la mayor demanda
cubana de manufacturas procedentes de España. En el segundo período, la caída de las
exportaciones se explicaría por la pérdida de las últimas colonias, la implantación del
proteccionismo con nuevos aranceles (1891 y 1906) y la devaluación de la peseta entre
1890 y 1905. Por tanto, desde la década de 1890, se inició un ciclo en el que se redujo la
internacionalización de la economía española hasta la década de 1940. Esto significó que
el comportamiento de la economía española en comparación con Europa fue diferente
incluso en la década de 1920. Si esta última recuperó la tendencia a la apertura que
tenían antes de la Segunda Guerra Mundial, España la redujo al crecer la producción
interior más que el comercio exterior. El progresivo crecimiento del diferencial de
apertura con Europa desde finales del siglo XIX hasta los últimos años de la década de

260
1920 hace comprensible que, durante la crisis económica de los treinta, disminuyera en
menor medida que en otros países europeos el grado de apertura español. En los años
cuarenta y cincuenta se implantó la autarquía en España. Antes y después de la Segunda
Guerra Mundial, el diferencial de apertura con Europa fue importante; pero la tendencia
a recuperar la apertura es semejante a la de España, pese a que no participó en la
conflagración. Entre 1953 y 1960 se incrementó el diferencial de internacionalización de
la economía española respecto a Europa debido al estancamiento de la apertura
comercial española en una coyuntura de creciente internacionalización europea.
Desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX, la evolución en su distribución
geográfica de la proporción de exportaciones correspondientes a las distintas zonas de
destino hace que sobresalga la importancia de los países europeos como su principal
mercado, un mercado en el que mantuvieron siempre una cuota por encima del 50% del
total. La explicación reside en la cercanía de Europa y la más elevada renta per cápita
relativa (Tena, 2005). El mercado europeo adquirió un mayor protagonismo en la
segunda mitad del siglo XIX, a costa del declive como destino de América Latina. Esto
llegó a su punto culminante a finales de la década de 1880, con casi el 80% del total de
las exportaciones españolas destinadas a Europa, aunque coincidió con una recuperación
coyuntural de la cuota latinoamericana en los años previos a la independencia de Cuba y
Puerto Rico en 1898. Desde comienzos del siglo XX ganó terreno el mercado de Estados
Unidos y se produjo una mayor diversificación de las exportaciones españolas hacia
otros pequeños mercados extraeuropeos y extraamericanos. Tanto Europa como
Latinoamérica dejaron de ser mercados sustitutivos para declinar paulatinamente en el
siglo XX. El retroceso se explica por la pérdida de los mercados cubano y puertorriqueño,
que habían sido el destino de más de 3/4 partes del total de las exportaciones a
Latinoamérica, al coincidir su estatus colonial y su aumento de renta. Es decir, aparte de
estos dos países, Latinoamérica perdió importancia en el siglo XIX, aunque en el XX
recuperaría algo de su perfil receptor de las exportaciones españolas. Desde los albores
del siglo XX principió su protagonismo Estados Unidos, que adquirió cada vez mayor
importancia como mercado de destino hasta la década de 1960.
Los flujos financieros relacionados con el mercado exterior estuvieron en torno al 3%
antes de la Primera Guerra Mundial en casi todos los países (Tena, 2005). Dichos flujos
se rebajaron a menos de la mitad en la década de 1930 debido a la Gran Depresión.
Como es lógico, en las dos guerras mundiales (1914-1918 y 1939-1945) se dieron fuertes
desequilibrios en las balanzas a causa del endeudamiento exterior de los países en
conflicto. España tuvo un perfil similar al internacional al comienzo del período. Aunque
arrancó de un nivel bajo en los años treinta, se apartó de la tendencia internacional entre
1940 y 1959, con perfiles, tanto en niveles como en tendencia, muy bajos. La
explicación es fácil para la primera mitad de los cuarenta. Al no entrar España en guerra,
no se endeudó durante la Segunda Guerra Mundial. Pero en el período 1947-1959 los
flujos de capital resultaron muy inferiores a los que tenían otros países europeos

261
cercanos, si bien es verdad que, en los años cincuenta, gran parte de los fondos que
circularon en Europa y en el mundo eran públicos o concertados por la ayuda
estadounidense del Plan Marshall y por los distintos planes de apoyo. España contó con
algunos fondos; pero la ayuda de Estados Unidos duró poco (1955-1958) y fue de menor
cuantía que en otros países europeos. Es decir, la entrada de capital extranjero estuvo
influida por problemas de reputación y de política económica española que, en cualquier
caso, no se dieron en su entorno europeo.

8.5.2. Sector público administrativo

El sector público administrativo actual comprende el Estado, los organismos


autónomos administrativos, la Seguridad Social y los entes locales, que incluyen las
comunidades autónomas, los ayuntamientos y las diputaciones provinciales (Comín y
Díaz, 2005). El presupuesto anual de las administraciones públicas es el mejor conocido
y cuantificable de las posibles intervenciones del Estado y del sector público
administrativo en la economía.
El peso relativo del Estado en la economía española desde mediados del siglo XIX
hasta mediados del XX tuvo dos fases de incremento: en los años 1860-1882, en que los
gastos del Estado pasaron de un 11% de la renta nacional a un 13, y en 1923-1935, en
que lo hicieron del 12,7 al 13,5%. Hubo también dos etapas de retroceso de la
importancia relativa del Estado en la economía, ambas en el XX: retrocedió a comienzos
de siglo por debajo de la que tuvo cuarenta años antes y en la década de 1950 volvió al
porcentaje del Estado en la renta nacional de 1901. Es decir, pese al aumento del tamaño
relativo del Estado, su crecimiento no fue ni estable ni equilibrado, aunque sí parece
cumplirse la ley de Wagner de crecimiento del gasto público relativo a largo plazo
(Comín y Díaz, 2005).
Por otra parte, en esta fase no existió propiamente hablando el Estado del Bienestar
en España y, por tanto, no representó apenas gastos. Así pues, entre 1860 y 1955 sólo
habría que añadir los pagos de las corporaciones locales para conocer la dimensión
relativa de todo el sector público español. Comparado con el de otros países, el sector
público español ha sido tradicionalmente más raquítico (tabla 8.2). Aun contando con
que en estos otros países los organismos públicos distintos del Estado tuviesen más
importancia que en España, hay que convenir que en el siglo XIX el volumen del sector
público español estaba más cerca de los cánones internacionales de lo que lo estuvo a
medida que avanzaba el siglo XX, y, sobre todo, después de la Segunda Guerra Mundial.
Así se confirma si tomamos los datos de mediados de la década de 1950 sobre la relación
entre el gasto del Estado y la renta nacional, que en España no alcanzó el 10%.

TABLA 8.2

262
Comparación del porcentaje de los gastos de las administraciones públicas y el Estado en relación con el PIB
entre España y varios países europeos (1870-1960)

Alemania Francia Italia Reino Unido España


Total Estado Total Estado Total Estado Total Estado Total Estado
1870 18,5 7,0 11,6 9,7 — 15,4 9,9 - — 10,3
1900 17,4 6,0 15,2 11,0 — 15,2 16,9 10,9 — 7,3
1920 28,9 10,6 37,6 31,8 — 42,8 31,8 25,5 — 8,4
1940 55,2 43,6 32,0 24,3 — 59,9 67,1 57,8 — 12,6
1960 35,0 17,9 52,4 34,1 — 27,1 43,6 32,7 14,8 10,5

FUENTE: Comín y Díaz (2005).

8.5.3. Saldos presupuestarios, deuda pública y estructura de ingresos y gastos del


Estado

Una de las características más importantes del sistema fiscal español ha sido su
insuficiencia. Entre mediados de los siglos XIX y XX predominaron los déficits
presupuestarios. Los superávits se agruparon en dos fases: una de 1893 a 1908, y otra, de
1952 a 1957 (Comín y Díaz, 2005). Se puede decir que el déficit fue la cualidad más
específica de la actividad presupuestaria española. Es cierto que también se dio en los
países del sur de Europa que no se modernizaron y permanecieron anclados en lo que
Fuentes Quintana llamó «sistema tributario latino». A pesar de que prácticamente todos
los ministros españoles de Hacienda pregonaron su deseo de conseguir un equilibrio
presupuestario, y que estaban en contra de aumentar el déficit, todo indica que los gastos
estatales crecían de forma inevitable y obligaban a elevar la recaudación tributaria. No
obstante, en términos relativos la cuantía del déficit del Estado no tendió a aumentar.
Claro que, si se añadiesen los déficits de los restantes organismos públicos, resultarían
agrandadas las insuficiencias públicas (Comín y Díaz, 2005).
En la historia financiera de España, la situación de déficit casi permanente otorgó un
papel determinante a la deuda pública. El endeudamiento del Estado provocó que una
gran parte de los ingresos ordinarios se destinaran al servicio de la deuda, y que muchas
veces la emisión de deuda pública sólo tuviese como objetivo amortizar o convertir la
existente (Comín y Díaz, 2005). A principios del siglo XX, la deuda pública en
circulación era superior a la renta nacional, y eso que había disminuido su importancia
con respecto a finales del siglo XIX. En 1955, por el contrario, la deuda pública en
circulación ascendía aproximadamente al 40% de la renta nacional. Por otro lado, en
1900 los intereses de la deuda suponían el 31% de los gastos totales del Estado, mientras
que en 1935 habían bajado al 21, y en 1959, al 6, quedando incluso por debajo de los

263
alcanzados a mediados del siglo XIX.
La estructura impositiva española no varió excesivamente desde 1850 hasta 1950.
Los impuestos indirectos pudieron representar alrededor de 1/3 de los ingresos
ordinarios del Estado, y los directos, más o menos lo mismo (tabla 8.3). Además, si se
admite que los ingresos por monopolios podrían ser considerados en realidad impuestos
indirectos disfrazados legalmente, es necesario convenir que siempre mantuvo un claro
predominio la imposición indirecta. Esta característica del sistema fiscal español ha
venido condicionada por la insuficiencia del sistema de impuestos directos de producto.

Tabla 8.3

Porcentaje de la aportación de los grupos de ingresos de la clasificación económica a los ingresos ordinarios
del Estado (1850-1935)

Impuestos indirectos Impuestos directos Monopolios Impuestos sobre el capital


1850 30 27 28 1
1900 39 34 13 5
1935 30 33 15 6
1959 29 18 2 1

FUENTES: Comín y Díaz (2005) y elaboración propia.

En España sólo se han dado dos grandes reformas tributarias. La primera fue
impulsada por Alejandro Mon y Menéndez en 1845, con el apoyo técnico de Ramón
Santillán, que sería primer gobernador del Banco de España. Se inspiraron en los
principios del Estado liberal y la economía clásica. La segunda llegó con la reforma de
Francisco Fernández Ordóñez y Enrique Fuentes Quintana en 1978, durante la
Transición democrática, como se verá en otro capítulo.
La ausencia de una verdadera reforma tributaria desde mediado del siglo XIX no
quiere decir que no se produjeran cambios en el esquema impositivo, aunque fueran de
poco calado. El sistema fiscal liberal de producto se completó con la reforma de
Raimundo Fernández Villaverde en 1900. En ella se agregaron a los antiguos impuestos
de producto otros nuevos dentro de la contribución sobre las utilidades de la riqueza
mobiliaria, en forma de tres tarifas que gravaban los salarios, los rendimientos del capital
y los beneficios de sociedades. Durante la Segunda República, Jaume Carner introdujo
en 1932 el impuesto complementario sobre la renta. Una vez terminada la guerra civil,
José Larraz implantó nuevos impuestos indirectos sobre consumos específicos,
especialmente el impuesto de usos y consumos. Asimismo, tuvieron importancia las
reformas impulsadas por Mariano Navarro Rubio en 1957-1964. Estas últimas
transformaron la antigua contribución de utilidades en tres impuestos, se retocó el

264
impuesto general sobre la renta y se creó el Impuesto de Tráfico de Empresas (ITE).
Según Comín y Díaz (2005), como resultado de este proceso en el esquema de
impuestos, las tendencias de la presión fiscal (impuestos/PIB) son parecidas a las que se
dieron en el gasto del Estado en relación con el PIB, aunque en este último caso su perfil
histórico es más brusco, porque los incrementos más importantes se financiaron
tradicionalmente con deuda pública, de la cual se obtenían unos ingresos que no se
incluyen para calcular la presión fiscal. Históricamente, la aportación de los impuestos
directos e indirectos ha sido semejante, con la excepción de tres etapas:

— De 1864 a 1874 los impuestos directos fueron más importantes por varias causas,
entre las que cabe citar la caída de lo recaudado por los indirectos con motivo de la
crisis económica de 1866, el intento de abolición de los consumos en la reforma
fiscal de Laureano Figuerola de 1869-1870 y las dificultades para recaudar por la
inestabilidad política durante el Sexenio Democrático (1868-1873).
— Entre 1900 y 1922 la recaudación de las contribuciones directas volvió a
aumentar, como consecuencia de la reforma de Fernández Villaverde, que
implantó la contribución de utilidades, la desaparición de los impuestos estatales
de consumos en 1911 y el descenso de lo recaudado en las aduanas durante la
Primera Guerra Mundial
— A partir de 1950 predominó la imposición indirecta sobre la directa, porque en la
dictadura del general Franco y desde la reforma de José Larraz se prefirió recargar
los impuestos sobre el consumo, para evitar un aumento de la presión fiscal
directa.

A largo plazo, se percibe una pérdida del peso de los monopolios fiscales desde 1850,
aunque esta aportación se estabilizó tras el arrendamiento de la renta del tabaco en 1887.
En todo caso, mejoró algo con el establecimiento por José Calvo Sotelo del Monopolio
de Petróleos en 1927 (CAMPSA). La caída relativa de los ingresos procedentes de los
monopolios fiscales resulta ser un buen reflejo de la modernización fiscal, y tendría una
cierta invisibilidad si se incluyesen entre las contribuciones indirectas. Por tanto, es
necesario detallar los impuestos individuales para comprobar el proceso de
modernización del sistema hacendístico en España.
La contribución territorial emergió como la principal figura del sistema tributario de
1845. En la segunda mitad del siglo XIX aportó entre un 20 y un 25% del total recaudado.
La estabilidad de la contribución principal indica que la fiscalidad no experimentó
grandes modificaciones en el período 1845-1898. A partir de la reforma de Fernández
Villaverde en 1900, la contribución de inmuebles, cultivo y ganadería empezó a perder
importancia, y su retroceso se acentuó muchos años después en el franquismo. La
contribución rústica se hundió más que la urbana, que superó a la primera en la década
de 1950. El declive de la contribución de inmuebles, que había sido la principal
contribución tradicional de producto, se compensó con la implantación de una nueva

265
contribución de producto, creada por Fernández Villaverde en 1900, sobre las utilidades
de la riqueza mobiliaria, que los especialistas valoran como otro índice de
modernización (Comín y Díaz, 2005). Durante los primeros veinte años de la dictadura
franquista la recaudación por la contribución de utilidades se consolidó como una de las
principales fuentes de ingresos hacendísticos; aunque no deja de ser una ironía de la
historia que en los años cuarenta aumentase su recaudación relativa mientras que en los
cincuenta experimentó un descenso notable. Las reformas de Navarro Rubio en 1958 y
1964 propiciaron un crecimiento de la recaudación relativa de los impuestos segregados
de la antigua contribución de utilidades, que se mantuvieron hasta 1978. Pero la
verdadera modernización de un sistema tributario viene marcada por la implantación del
Impuesto sobre la Renta. Durante la Segunda República lo estableció Jaume Carner en
1932 como una contribución complementaria sobre la renta, para que se recaudase el
exceso pagado por los impuestos a cuenta; pero siempre fue una partida simbólica hasta
la reforma de 1978. Por el contrario, el Impuesto de Sociedades era una figura asentada
desde 1920 en la Tarifa III de Utilidades, aunque fuese característico de una hacienda
atrasada.
El retraso en la implantación de una fiscalidad indirecta moderna resultó todavía
mayor que en la directa (Comín y Díaz, 2005). En el siglo XIX, cuando se consiguió
estabilizar el impuesto, lo recaudado por la contribución de consumos aumentó
moderadamente. Entre 1900 y 1935 la recaudación perdió importancia, lo que era un
signo de progreso fiscal. Pero con la contrarreforma tributaria de la dictadura de Franco,
al instaurarse la contribución de usos y consumos por Larraz, los gravámenes sobre los
consumos interiores fueron en aumento hasta el final del período autárquico.
El gasto del Estado en relación con el PIB experimentó un estancamiento en la
segunda mitad del siglo XIX. Posteriormente, hubo un exiguo crecimiento entre 1900 y
1935, un claro retroceso en la etapa autárquica y un moderado crecimiento a raíz del
Plan de Estabilización (Comín y Díaz, 2005). Los servicios generales del Estado —
gastos de la administración general, exteriores y justicia— ocuparon el primer lugar de
los gastos por funciones. Pero los gastos en servicios generales retrocedieron respecto al
gasto total del Estado, y de forma apreciable de 1850 a 1900. Más tarde se estabilizaron
o cayeron lentamente en el primer tercio del siglo XX. Dichos gastos generales del
Estado se incrementaron en el primer franquismo. Los gastos sociales del Estado
incluyeron, normalmente, los de sanidad, educación, vivienda, urbanismo, servicios
comunitarios y los culturales. Proporcionalmente sobre el total, los gastos sociales del
Estado se estancaron entre 1850 y 1899, aumentaron de 1900 a 1935 y se hundieron tras
la guerra civil, para recuperarse a partir de la década de 1950.
Los gastos en defensa —ministerios del Ejército, Marina y Aire— resultaron cíclicos,
al estar asociados a los conflictos bélicos exteriores o interiores. Así se comprueba en el
extraordinario gasto en defensa de las décadas de 1940 y 1950. Desde 1915 los gastos en
seguridad, en los que se incluyen justicia y policía, aumentaron sus presupuestos para

266
mantener el orden público. En contra de lo que podría pensarse, en el franquismo se
estancaron los gastos en seguridad, ya que el ejército asumió las funciones represivas y
de mantenimiento del orden público. Los gastos en Seguridad Social hasta el final de la
década de 1950 fueron, esencialmente, los correspondientes a las pensiones, aunque la
mayoría eran destinadas a los funcionarios del Estado.
El pago de la deuda mantuvo entre 1850-1900 una alta proporción en relación con los
gastos totales, aunque crecía cuando surgían dificultades de la Hacienda y descendía si
se conseguían arreglos de la deuda. En los primeros treinta años del siglo XX los
intereses de la deuda descendieron dentro de los gastos del Estado, a pesar de que hubo
algunas fluctuaciones por las dificultades de la Primera Guerra Mundial. En la dictadura
de Franco las atenciones de la deuda continuaron bajando.
Los gastos en servicios económicos de la clasificación funcional, elaborados por
Comín y Díaz (2005), recogen los gastos presupuestarios invertidos en intentar impulsar
la economía española. En estos gastos se incluyen los correspondientes a las
infraestructuras y comunicaciones, siendo los más elevados los que conciernen a las
primeras. A pesar de las fluctuaciones del porcentaje de los servicios económicos en el
total de gastos del Estado, se produjo un cierto estancamiento de los mismos en 1850-
1889. Pero en el primer tercio del siglo XX los gastos económicos del Estado se
ampliaron dentro del total. La tendencia se invirtió tras la guerra civil, cuando el Estado
no adoptó una posición keynesiana, como se estaba haciendo en Europa, ni se hicieron
grandes inversiones en la reconstrucción de infraestructuras en España. Los gastos del
Estado cayeron en servicios económicos, hasta el punto de que los niveles conseguidos
antes de la Segunda República sólo se recuperaron a finales de la década de 1950.

8.5.4. Primeros pasos del Estado del Bienestar y de las prestaciones sociales

Se puede considerar como un antecedente del Estado del Bienestar la Ley de


Accidentes de Trabajo de 1900. Con ella comenzó la previsión social en España, que se
caracterizó por los seguros sociales, inicialmente voluntarios y subsidiados por el
Estado, para terminar convirtiéndose en seguros obligatorios. Esta primera etapa de la
historia de la Seguridad Social se correspondería con la fase embrionaria del Estado del
Bienestar en España (Comín y Díaz, 2005). Cronológicamente, abarcaría los años 1900-
1936, y se caracterizaría por el surgimiento de los seguros sociales obligatorios. Por
tanto, los gastos en Seguridad Social serán los que mejor definan al Estado benefactor o
Estado providencia, como se le llamaba en Europa en sus comienzos, a lo largo del
último cuarto del siglo XIX.
Si la beneficencia decimonónica trató de tutelar a los pobres, la previsión social
intentó proteger a los trabajadores. Ésta se implantó para suplir un fallo del mercado
cuando los gobiernos se percataron de que los seguros privados no se extendían entre las
clases populares. Sobre todo las familias trabajadoras no contaban con ninguna cobertura

267
ante los accidentes laborales. Éstos, muchas veces, significaban no sólo la pérdida
temporal o definitiva de remuneraciones sino también gastos adicionales, como sucedía
con la incapacidad, enfermedades, desempleo y jubilaciones. Muchos problemas
sociolaborales se plantearon por la desatención de los políticos liberales hacia la
beneficencia pública, los escasos recursos de las mutuas obreras y la falta de
generalización de los seguros privados. Las difíciles situaciones que sufrían numerosas
familias trabajadoras despertaron las críticas de los partidos de izquierdas y de los
sindicatos. Ante tal estado de cosas, algunos políticos reformistas se preocuparon por la
llamada «cuestión social». Fueron ellos los que presionaron a los gobiernos para
intervenir en unos asuntos que la escuela clásica y el pensamiento económico liberal
habían considerado innecesario abordar. Algunos gobiernos conservadores europeos
dieron los primeros pasos para implantar la previsión social. Dicha política no fue ajena
ni a las prácticas democráticas que se estaban introduciendo en Europa ni al hecho de
que los grupos sociales dominantes deseaban frenar cuanto antes el ascenso de los
movimientos anarquistas, socialistas y comunistas. En el caso de España, hubo un cierto
retraso en la adopción de políticas sociales, aunque, una vez que se emprendieron, se
intentó no reproducir los fallos que habían ocurrido en Alemania, Bélgica o Italia.
En España el desarrollo de la Seguridad Social no sólo fue lento sino incompleto en la
primera mitad del siglo XX. Los primeros pasos se dieron con el Seguro de Accidentes de
Trabajo (1900), el Instituto Nacional de Previsión (1908) y el Retiro Obrero (1919).
Consistió en una etapa de transición. En ella se pasó de un tipo de seguros privados
promovidos y subvencionados por el Estado, y que cubrían según el modelo belga
eventuales pérdidas de los ingresos normales de los asalariados, a un modelo inspirado
en Alemania e instaurado por el canciller Bismarck en 1881 en el que se impusieron un
conjunto de seguros sociales obligatorios.
Pero la falta de difusión de los seguros sociales en España está relacionada, en gran
medida, con la oposición social a que el Estado se implicase en estos asuntos, que se
consideraban estrictamente privados. Así pues, en el período 1900-1919 el cometido del
Estado en la Seguridad Social se limitó a impulsar la previsión obrera por medio de la
legislación. La Ley de Accidentes de Trabajo de 1900 hacía responsables a las empresas
de los accidentes laborales de sus trabajadores. El Estado aconsejaba la suscripción de
este seguro no obligatorio a las empresas y patronos. Éstos mantuvieron la libertad de
suscribir un seguro con alguna de las compañías autorizadas por el gobierno. De esa
manera surgieron las mutuas patronales de accidentes. En 1903, a partir de la experiencia
de la antigua Comisión de Reformas Sociales, se creó el Instituto de Reformas Sociales
(IRS). En 1908 se creó el Instituto Nacional de Previsión (INP) al objeto de promocionar
la previsión popular en España con las pensiones de retiro voluntario. Durante la Primera
Guerra Mundial (1914-1918), en Europa Occidental se impulsó la previsión social, pero
su efecto en España fue bastante limitado. En 1919 se legalizaron la jornada de 8 horas y
el Retiro Obrero, aunque ambos apenas se cumplieron. Pese a ser el primer seguro social

268
obligatorio, la aplicación efectiva del Retiro Obrero se retrasó hasta 1921. Afectaba a
trabajadores entre 16-65 años con ingresos inferiores a 4.000 pesetas anuales. En 1919 se
aprobó un Plan de Seguros Sociales vinculados al INP. Con él se intentó garantizar una
política sistemática y ordenada, subvencionando a las mutuas obreras que se
comprometieran a garantizar un seguro de paro. En 1923 el Estado completó esta idea,
prometiendo subvenciones a las compañías privadas que suscribiesen los designados
como subsidios de paro forzoso. Tras la guerra civil, por la ley de 1 de septiembre de
1939, el Retiro Obrero cambió su denominación por Subsidio de Vejez e Invalidez, y
continuó gestionándose por el INP. Pero la Seguridad Social de los primeros veinte años
del franquismo se sustentó en seguros profesionales contributivos y gestionados por
mutualidades laborales, agregándolas a los seguros del INP.
Resumiendo, el atrasado sistema fiscal español implicó una Hacienda pobre, que no
podía asumir los gastos necesarios para fomentar el crecimiento económico y la
financiación de un moderno Estado del Bienestar. Su desarrollo resultó más tardío y
débil en España que en otros países.

CONCLUSIONES

La etapa estudiada desde el último tercio del siglo XIX hasta la primera mitad del XX
representa para la economía española una transición incompleta hacia la modernización,
con evidentes avances y retrocesos. Éstos no sólo se pueden explicar por razones
estrictamente económicas, sino también por problemas institucionales no resueltos o
cuya solución tuvo un enorme coste social y económico. Si la crisis económica
finisecular (1881-1895) se superó con una mayor integración en la economía
internacional, vía minería y agricultura de exportación, la crisis posbélica de la Primera
Guerra Mundial desembocó en la instauración de la dictadura del general Primo de
Rivera (1923-1930) y la adopción de una solución autoritaria con fuerte intervención
estatal ante los problemas planteados. La alternativa democrática que le siguió con la
Segunda República se tuvo que enfrentar al impacto tardío de la crisis económica
internacional iniciada en 1929, que, unida a los problemas internos de índole social,
política y económica, desembocó en la guerra civil, que dejó deshecho al país. Durante
los primeros veinte años de la dictadura del general Franco la recuperación económica
tuvo muchas dificultades o se retrasó más de lo necesario a causa de la política
económica autárquica puesta en práctica, y que sólo empezó a ser desmantelada, y nunca
del todo, a partir del Plan de Estabilización y Liberalización de 1959.

269
9
El crecimiento económico español de la
segunda mitad del siglo XX
Luis Garrido González

9.1. INTRODUCCIÓN

La etapa estudiada se puede dividir cronológicamente en dos grandes períodos. El


primero abarca desde el Plan de Estabilización de 1959 hasta los Pactos de la Moncloa
de 1977. El segundo, desde esa última fecha hasta la entrada en circulación del euro en
2002. En el período comprendido entre 1959 y 1976 se incluye uno de los procesos de
crecimiento económico más intensos de la historia de España hasta la crisis económica
de 1973, que a su vez se convirtió en la más grave que se había sufrido desde la década
de 1940. El PIB creció durante quince años seguidos, en términos reales, a una tasa
media anual de más del 7%. Dicho crecimiento se produjo gracias a la vuelta de España
al concierto económico internacional, tras la etapa autárquica de 1940-1959. De esa
manera se pudo aprovechar el ciclo expansivo de los países más desarrollados. La
economía española experimentó una convergencia al acercar su renta por habitante a la
media europea. Ello fue posible al vincularse a unas economías con mercados
emergentes, fuertes excedentes de financiación, tecnológicamente avanzadas y con una
importante demanda de mano de obra que pudo satisfacer la mano de obra barata
española a través de la emigración. Pero la política económica del franquismo en la
década de 1960 siguió siendo intervencionista, con lo que a medio y largo plazos
mantuvo rigideces que tuvieron trascendentales consecuencias en la crisis de 1973. Ésta
coincidió con los últimos años de la dictadura del general Franco. De esa manera se
pudieron apreciar las debilidades del crecimiento económico de los años anteriores.
Ante el agotamiento de las reservas de divisas a mediados de 1959, el régimen
franquista se vio obligado a aceptar un cambio de política económica recomendada por
el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, y así evitar que el desplome del
modelo autárquico arrastrara a la propia dictadura. El principal instrumento que se
utilizó fue el Plan de Estabilización y Liberalización de 1959. Su puesta en marcha
permitió una cierta normalización de la posición internacional de España, un reequilibrio
económico y el desmantelamiento parcial del intervencionismo (Betrán, Cubel, Pons y

270
Sanchís, 2010). El Plan de 1959 afrontó varios aspectos: aplicó políticas coyunturales
para lograr una estabilización de la economía española. La inflación se había convertido
en un grave problema ante la ausencia de una disciplinada política monetaria. Ésta se
había subordinado a la financiación de los déficits presupuestarios del Estado y de los
organismos autónomos. Por tanto, fue necesario imponer una operación estabilizadora
clásica. Para ello se puso en práctica una política fiscal y monetaria que limitara el gasto
público y las emisiones de deuda, además de subir el tipo de interés. Se acometieron una
serie de medidas liberalizadoras que afectaron a los agentes económicos. Así, se
eliminaron diversos organismos interventores de la época de la autarquía y se redujeron
trámites administrativos a los empresarios privados. Por último, se afrontó una mayor
apertura exterior (Serrano y Pardos, 2002).
El segundo período se corresponde con lo que Luis Ángel Rojo (2002) llamó un
«cambio de rumbo en la política económica», que se inició con la Transición de la
dictadura franquista a la democracia, y en el que las trasformaciones de la economía
española a lo largo de los años 1977-2002 fueron trascendentales a la hora de impulsar
un crecimiento menos intervenido, más competitivo, eficiente y estable, al menos hasta
la crisis económica iniciada en 2007. En definitiva, una economía más abierta al resto
del mundo y, especialmente, a los países europeos involucrados en un proceso de
integración en la UE al que España se ha vinculado.

9.2. CRECIMIENTO DE LA POBLACIÓN, CAPITAL HUMANO Y


AGRICULTURA

9.2.1. Población

Entre 1960 y 2001 la población española pasó de 30,4 millones de habitantes a 40,7
millones. De acuerdo con Roser Nicolau (2005), esa cifra responde a un crecimiento
relativamente muy parecido al de Portugal, y más rápido que el del Reino Unido, Francia
e Italia. Pero en las dos últimas décadas del siglo XX el crecimiento de la población
española se ha ido reduciendo. Las diferencias con los países citados se han mantenido
constantes hasta principios del siglo XXI, aunque Italia se convirtió en el país con la tasa
de crecimiento de la población más baja, e incluso negativa en algunos años. Hasta la
década de 1970, el número anual de nacimientos osciló dentro de unos límites bastante
estrechos. La cantidad anual de nacimientos descendió rápidamente y a finales de los
años ochenta había caído por debajo de la que se dio en 1939, cuando, con 420.000
nacimientos, debido a la guerra civil, se alcanzó el mínimo registrado desde hacía más de
un siglo. Pero en 1996 se registró una cifra aún más baja, un total de 363.000 nacidos;
ésta se fue recuperando levemente en los años siguientes hasta alcanzar unos 404.000
nacimientos en 2001. Pero este dato todavía era inferior al de finales de la década de

271
1980. La caída de la fecundidad siguió siendo tan pronunciada como en el resto del
mundo desarrollado, y las mujeres en edad fértil nacidas entre 1960-1970 mantuvieron
en casi todos estos países una descendencia media por debajo de 2 hijos por mujer, y en
el caso de España, de 1,8 hijos.

Gráfico 9.1. Índice sintético de fecundidad y tasas de reproducción (por una mujer) en España (1960-2001).
(FUENTE: Nicolau, 2005.)

Las curvas representadas en el gráfico 9.1 permiten interpretar que a partir de 1965
los indicadores de fecundidad y natalidad españolas se incorporaron en su caída a los que
se estaban produciendo en todos los países desarrollados. Entre los países del sur de
Europa dicha caída fue especialmente rápida desde mediados de la década de 1970,
acercándoles muy rápidamente a las tasas de fecundidad del resto de los países europeos
occidentales, e incluso registrando tasas inferiores a partir de 1980. Llama la atención
que en 1999-2001, pese a que el indicador coyuntural de la fecundidad española aumentó
tenuemente y se situó en 1,24 hijos por mujer, aún seguía encontrándose entre los más
bajos del mundo, lo mismo que Italia, Grecia y, ahora sí también, bastantes países de la
Europa del Este.
A partir de 1960 los porcentajes de solteras por grupos de edades disminuyeron
significativamente (Nicolau, 2005), reflejo de un fuerte incremento de los matrimonios,
que precedieron tanto en el caso español como en el de los países occidentales al baby
boom. Pero a partir de mediados de los años setenta, las primeras nupcias y su frecuencia
en España comenzaron a retrasarse. La modificación en la nupcialidad repercutió en los
censos de 1991 y 2001, donde encontramos un incremento de los porcentajes de mujeres
solteras de menos de 45 años; hasta el punto de que en 2001 las proporciones fueron
muy elevadas, y superiores a las que se dieron en cualquiera de los censos anteriores.

272
Pero el aumento de la soltería que se viene registrando en los últimos 25 años del siglo
XX debe interpretarse como resultado de un progresivo acercamiento de los
comportamientos en los colectivos de los distintos estados civiles, y en especial entre los
solteros y los casados, porque se han reducido significativamente en las décadas de 1980
y 1990. La consecuencia lógica fue el incremento de la convivencia de parejas no
casadas, y de hijos o nacimientos fuera del matrimonio. Así se comprueba desde
mediados de los años setenta, en que los nacimientos de mujeres no casadas sobre el
total de nacimientos aumentaron de un 2 a un 18%.
Otras importantes consecuencias del descenso de la fecundidad fueron un incremento
de la población adulta, el descenso del tamaño medio de los hogares, que pasó de 3,8
personas/hogar en 1970 a 2,9 en 2001, y el envejecimiento y aumento de la población
dependiente y no activa, que debe ser mantenida por una cada vez menor población
activa. Entre 1960 y 1998 la esperanza de vida aumentó en 8,8 años respecto a los
períodos precedentes. Este ascenso fue especialmente importante para las mujeres
españolas al alcanzar en 1998 los 82 años, siendo sobrepasadas sólo por las japonesas.
La esperanza de vida de los hombres se situó en 75 años, siendo superada no sólo por
Japón sino también por Islandia y Suecia. La principal causa se debe relacionar con la
caída de la mortalidad infantil entre 1 y 5 años de edad, sobre todo desde los años
noventa, con lo que España se equiparó a la mayoría de los países occidentales (Nicolau,
2005).
Si la emigración era ya importante a partir de 1950, mucho más lo va a ser en la
década de 1960. Además, experimentó un cambio de destino respecto a las tradicionales
corrientes migratorias al exterior. En vez de ir a América, se dirigió a Europa, sobre todo
a Francia, Alemania y Suiza. Desde 1960 hasta 1967 emigraron 1,9 millones de
españoles, de los cuales casi la mitad eran trabajadores de temporada. En 1967 cerca de
644.000 emigrantes seguían residiendo en Europa, lo que era indicativo del número de
retornos y del carácter temporal de dicha emigración. Los principales efectos
económicos en los años sesenta se apreciaron favorablemente en la balanza de pagos y
en el mercado de trabajo. Los problemas se plantearon con las crisis económicas. La
recesión de 1966 a 1968 provocó una contracción de la demanda de trabajo, sobre todo
en Alemania, reduciendo el número de salidas desde España hacia Europa. Afectó más a
los emigrantes permanentes o trabajadores no agrícolas. Entre 1968 y 1973 se recuperó
la emigración, que alcanzó la cifra de 1,2 millones de emigrantes a Europa. Con la crisis
económica iniciada en 1973-1974, la emigración española se redujo a unos 100.000
trabajadores temporales, que iban a trabajar a la vendimia o a otras campañas agrícolas
en Francia. De nuevo cayó en su número en los años ochenta, y aún más en los noventa.
En 2001 el número de españoles que residían en otros países europeos rondaba los
640.000, a los que habría que sumar unos 735.000 en América. El conjunto representaba
un 97% del total de 1.431.000 residentes habituales en el extranjero (Nicolau, 2005).

273
9.2.2. Trabajo y capital humano

Entre 1964 y 1981 el crecimiento de la población activa masculina estuvo casi


estancado. Eso se debió al escaso crecimiento de los hombres en edad de trabajar, entre
15 y 64 años, que se vio limitado por varias causas. Entre ellas, cabe citar las mermadas
generaciones nacidas entre 1936 y 1955, la fuerte emigración a Europa hasta 1973 y la
disminución de las tasas de actividad de menores de 30 años y mayores de 55 (Nicolau,
2005). La tasa de actividad masculina siguió retrocediendo en la década de 1980, aunque
dicho descenso contrapesó en parte el aumento de la población en edad activa, que
creció gracias a la llegada de las generaciones más numerosas nacidas en 1955-1975 y
por la emigración exterior. Desde 1995 la tasa de actividad masculina de mayores de 16
años se ha incrementado. Este cambio de tendencia posiblemente se debiera a la
reducción del tiempo en activo de muchos hombres, que corregiría, unido a la
inmigración, el acceso a la edad activa de las generaciones poco numerosas nacidas en
1976-1996 (Nicolau, 2005).
Ya se advertía en un capítulo anterior, al referirnos a la España de finales del siglo
XIX y primera mitad del XX, que el estudio de la evolución de la población activa
femenina tiene bastantes dificultades a causa del subregistro en los censos oficiales de
las mujeres que realmente trabajan en actividades extradomésticas remuneradas. Por este
motivo son dudosos los datos sobre el número de mujeres activas y las tasas de actividad
femeninas anteriores a 1950, e incluso a 1980. Esto obliga a efectuar su reconstrucción,
y los datos en estudio aún no están disponibles; aunque es cierto que los censos oficiales
reflejaron un aumento en la incorporación de las mujeres españolas a la actividad
económica extradoméstica remunerada. De la consulta de la encuesta de población activa
(EPA) realizada por primera vez en 1964 se desprende una tendencia hacia un mayor
acceso de las mujeres al mercado laboral. El problema está en que la crisis económica de
1973 frenó esta tendencia al menos hasta 1981. El resultado fue que la tasa de actividad
femenina española decreció. A partir de aquel año volvió a aumentar, y así continuó
haciéndolo ininterrumpidamente desde un 28% hasta un 43 en 2001. En realidad, ha sido
la progresiva incorporación de las mujeres a la actividad extradoméstica remunerada la
que ha sostenido el crecimiento de la población activa española (Nicolau, 2005). Pero
hasta finales del siglo XX y principios del XXI las diferencias en las tasas de actividad
masculina y femenina españolas han seguido siendo superiores a las de otros países
europeos.
En el gráfico 9.2 se reflejan las fuertes variaciones en la estructura sectorial del
empleo que se produjeron entre 1960 y 2001. Pero, sobre todo, en el período 1960-1976
el trasvase se produjo claramente desde el sector agrario hacia los servicios. En términos
netos, el aumento del empleo supuso un incremento del 10%. Se crearon 1.200.000
nuevos puestos de trabajo. Es decir, lo importante fueron los trasvases intersectoriales,
principalmente desde la agricultura hacia el resto. Pese a todo, la desagrarización fue

274
incompleta, lo que explica que ésta se prolongase durante las décadas de 1980 y 1990 al
quedar aún una gran cantidad de población española ocupada en el sector primario. Por
el contrario, en el sector terciario se crearon casi la misma cantidad de empleos, de tal
manera que se convirtió en el principal empleador de la economía española, superando
ampliamente al agrario. Es decir, el proceso de tercerización fue la otra cara de la
desagrarización (Serrano y Pardos, 2002). Proporcionalmente, en el período 1960-2001
el trabajo en el campo retrocedió desde el 37 hasta el 5% del total; el industrial y la
construcción aumentaron ligeramente en las décadas de 1960 y 1980, para deslizarse
hasta casi la misma posición que tenían al inicio y quedar en un 30-31%; y los servicios
se doblaron, pasando del 33 al 65%. Como indica Nicolau (2005), hasta 1970 la
agricultura española redujo a la mitad el número de sus activos masculinos y perdió
cerca de 2,3 millones de hombres activos. En estos años, de débil crecimiento de la
población activa y, sobre todo, de la masculina, el sector agrario pasó a ser el principal
oferente de mano de obra para la industria. En 1970 las cantidades de activos en
industria y en los servicios rebasaron en ambos casos, y por primera vez en España, el
número de activos del sector agrario. La población ocupada en la agricultura continuó
disminuyendo, y muy intensamente, en las tres décadas siguientes, de tal forma que en el
año 2001 este sector ocupaba un millón de personas, poco más de la mitad de las
ocupadas por el sector de la construcción. El número absoluto y el porcentaje de
ocupados en la industria disminuyeron también con relación a 1970. Por tanto, cerca de
dos tercios de la población ocupada en España en 2001 trabajaban en los servicios, y el
35% restante se distribuía entre un 5% en la agricultura, un 18 en la industria y un 12 en
la construcción.

Gráfico 9.2. Distribución porcentual de la población activa total por sectores de actividad en España (1960-2001).
(FUENTE: Nicolau, 2005.)

La formación de capital humano en España no progresó claramente hasta las décadas


de 1970-1990 (Núñez, 2005). A ello, sin duda, no fue ajena la aplicación de la Ley

275
General de Educación de 1970, impulsada por Villar Palasí (Fusi y Palafox, 1997). Es
sabido que la cualificación del factor trabajo, ya sea mediante la educación, el
aprendizaje o la experiencia laboral, mejora el rendimiento y la productividad gracias a
los mayores conocimientos. La dotación de capital humano, según los niveles de
alfabetización de la población, experimentó una mejora apreciable, acercándose entre
1991 y 2001 al 100% de los mayores de diez años. Pero la acumulación y cualificación
de ese capital humano experimentaron un progreso mucho más lento (Serrano y Pardos,
2002), al tener que esperar a las dos últimas décadas del siglo XX para que se implantase
con carácter universal la enseñanza secundaria obligatoria hasta los 16 años, y se
expandiesen los estudios superiores entre amplias capas de la población femenina y
masculina gracias a la proliferación de universidades.
En 1964 más del 90% de los españoles en edad laboral sólo tenían como máximo un
nivel de estudios primarios. Pero lo más grave era que la tasa absoluta de analfabetismo
de la población adulta se situaba por encima del 10%. Y menos del 10% tenían estudios
secundarios o universitarios. En el curso 1964-1965 los matriculados en enseñanza
superior eran 244.000, incluyendo diplomaturas de magisterio, ingenierías técnicas y
licenciaturas, pero menos de la mitad estaban matriculados en estas últimas. Diez años
más tarde, en el curso académico 1973-1974, el alumnado universitario casi se había
duplicado, llegando a los 467.000, al haber aumentado considerablemente la proporción
de estudiantes que cursaba ciclos largos. A partir de la aprobación de la ley de Reforma
Universitaria en 1983 el número de universitarios sería cada vez más elevado, y desde
mediados de los años 1990 nunca bajaría del millón y medio. Respecto a los otros
niveles educativos, entre 1975 y 1995 se lograría la escolarización universal hasta los 14
años, y desde 1990, con la LOGSE (Ley de Ordenación General del Sistema Educativo),
se implantaría paulatinamente la enseñanza secundaria obligatoria hasta los 16 años. Así
se consiguió también que se igualasen con la media de la Unión Europea los porcentajes
de estudiantes de Bachillerato Unificado Polivalente, Curso de Orientación
Universitaria, Formación Profesional de 2.º Grado y enseñanza universitaria (Fusi y
Palafox, 1997). En 1975 los gastos públicos en educación representaron un 3,9% del
PIB, y en el año 2000, un 4,3 (Carreras y Tafunell, 2004). En opinión de Luis Ángel
Rojo (2002), no cabe dudar del gran esfuerzo realizado, que llevó a la universalización
de la educación y permitió conducir al sistema educativo español a una posición
comparable a la de los demás países europeos, si bien es verdad que las cifras no ofrecen
información sobre los grados de eficacia ni de la equidad del sistema desarrollado. Sin
embargo, como resalta Fuentes Quintana (1999), la economía española necesitaba
converger con los países de la Europa comunitaria, que era lo que en última instancia
legitimaba el ingreso en la UE; y para ello resultaba decisivo aportar y privilegiar, más
de lo que se había hecho hasta aquel momento, las inversiones en capital humano y
tecnológico, atribuyendo la importancia que realmente tenían a la educación, la
formación profesional y las actividades en investigación y desarrollo.

276
9.2.3. Recursos agrarios

La imagen de la agricultura española que se desprendía de los censos agrarios


elaborados entre 1962 y 1999 reflejaba un proceso de modernización y de cambio
estructural que arrastró a la crisis de la agricultura tradicional. Su efecto más evidente,
como indican Barciela, Giráldez, GEHR y López (2005), fue el éxodo rural. Éste, a su
vez, trajo consigo una caída tanto del empleo agrario como de la productividad entre
1960 y 2000, aunque la segunda se empezó a recuperar claramente en las dos últimas
décadas del siglo XX (gráfico 9.3).

Gráfico 9.3. Empleo y productividad laboral de la agricultura, la silvicultura y la pesca en España (1960-2000).
(FUENTE: Prados, 2003.)

Respecto la distribución de la tierra, se produjo una disminución del número de


explotaciones agrarias y un incremento simultáneo de su tamaño medio. Entraron en
crisis regímenes de tenencia como la aparcería, pero se mantuvieron los arrendamientos
y la propiedad. También disminuyeron el número total de parcelas y explotaciones, con
el consiguiente incremento de la superficie media por parcela. De acuerdo con los censos
agrarios, si en el de 1962 se registraban algo más de 3 millones de explotaciones
agrícolas y una superficie total de 44,6 millones de hectáreas (ha), en el censo de 1999
esos números habían bajado a 1,7 millones de explotaciones y a 42,1 millones de ha. Las
explotaciones agrarias se fueron haciendo más grandes, y las pequeñas, desapareciendo.
El descenso en el número de explotaciones se dio entre las de tamaño menor —pequeña
propiedad—, al tiempo que se incrementaron las explotaciones de más de 50 ha. En las

277
explotaciones ganaderas el comportamiento fue similar. Disminuyó su número y se
incrementaron las cabezas por explotación. En 1999 se registró la desaparición del
21,7% de las explotaciones en comparación con el censo agrario de 1989. Por otro lado,
a pesar de que la superficie total censada retrocedió el 1,8%, la superficie agrícola
utilizada (SAU) aumentó un 6,4% entre 1989 y 1999. Ello se tradujo en un aumento
tanto de la superficie total media como de la SAU media por explotación, que en 1999
eran, respectivamente, 23,6 y 14,7 ha. El aumento de la SAU en 1999 se reflejó tanto en
el incremento de tierras labradas, con un 4,1% de variación respecto al censo anterior,
como en los pastos permanentes, que tuvieron un 10,6% de diferencia a su favor. Dentro
de las tierras labradas destacó el aumento del olivar en un 27%, hasta los 2,2 millones de
ha en 1999. Las unidades de trabajo/año por explotación —UTA media por explotación
— aumentaron en un 20,2%, lo que fue consecuencia del proceso de concentración antes
señalado —menos explotaciones pero más superficie media por explotación— y de la
mayor incidencia de cultivos intensivos en mano de obra.
El sector ganadero también experimentó cambios muy acusados en 1999,
comparándolo con el censo anterior. Disminuyó el número de explotaciones de cada
especie de ganado y aumentó el número total de cabezas de ganado por especie.
Las transformaciones experimentadas por el sector agropecuario en España a finales
del siglo XX estuvieron relacionadas con su adaptación a los cambios en la demanda de
productos alimenticios; las cuales siguieron una trayectoria paralela al crecimiento
económico y a la renta per cápita (Barciela, Giráldez, GEHR y López, 2005). Así se
explicaría el descenso de las superficies trigueras por la disminución del consumo de
pan, y el crecimiento de las superficies sembradas de cebada, alfalfa y maíz por el
suministro de piensos al ganado, de cuyos productos a su vez se abastecía el aumento del
consumo de carne, leche, queso y mantequilla, aunque los tres últimos productos
experimentaron una caída desde la incorporación de España a la CEE en 1986. Dicho
retroceso debe enmarcarse en la mayor competencia con que se encontraron los
productos españoles respecto a los provenientes de los países del centro y oeste de
Europa. Así lo confirmaban las estadísticas del comercio exterior de productos agrarios,
que reflejaban incrementos importantes de las importaciones, por ejemplo, de trigo, que
vinieron a sustituir su menor producción en España. La reconversión del olivar a
mediados de la década de 1970, que provocó una reducción de su superficie de
plantación, hay que relacionarla con el aumento de la competencia del girasol y la
importación de otras grasas vegetales más baratas. El progresivo crecimiento del
consumo de estas últimas en detrimento del aceite de oliva se mantuvo hasta comienzos
de los años noventa. Desde la última década del siglo XX se experimentó un incremento
de la superficie de olivar, que se explicaría no sólo por el aumento del consumo de aceite
de oliva sino también por las subvenciones de la PAC (Política Agrícola Común) a su
producción (Garrido, 2004, 2005, 2007). Las plantaciones de viñedo mantuvieron su
tendencia al crecimiento hasta mediados de los años setenta. Pero a partir del ingreso de

278
España en la CEE en 1986 iniciaron un claro retroceso de su área de cultivo, que se
puede explicar por los excedentes de vino común y por una demanda de caldos de mayor
calidad.
A principios de la década de 1960 también se apreció un incremento de la superficie
forestal arbolada y un retroceso de la superficie desarbolada (Barciela, Giráldez, GEHR
y López, 2005). Ahora bien, desde entonces hasta los años ochenta, ambas situaciones se
intercambiaron. Seguramente, eso no fue ajeno ni al aumento de los incendios forestales
ni a los insuficientes esfuerzos repobladores realizados por la administración. La
repoblación forestal, en aquellos años, no sirvió, ni siquiera, para compensar las pérdidas
causadas por los incendios. Pero a partir de 1986 se observaron modificaciones, al
aumentar la superficie arbolada, pese a que la totalidad de la superficie forestal
experimentó un notable retroceso, datos que se confirmaron para el período 1986-1996,
cuando se alcanzaron los casi 14 millones de ha.
Los cambios con los que llegó el sector agropecuario español a finales del siglo XX y
principios del XXI lo hicieron muy competitivo dentro de la PAC, tras la plena
integración de la economía española en la Unión Europea. Así lo confirmó la Encuesta
sobre la Estructura de las Explotaciones Agrícolas de 2007. En ella se registraron algo
más de un millón de explotaciones. España se situaba en el cuarto lugar de la UE por su
número. Pasaba a ser el segundo Estado comunitario en cuanto a extensión agrícola, con
cerca de 25 millones de ha de superficie agrícola utilizada. Las tierras labradas ascendían
a 16,2 millones de ha, más de tres cuartas partes del total concentradas en Castilla-La
Mancha, Castilla y León, Andalucía y Aragón, representando los cultivos herbáceos un
73% de las tierras labradas. En el sector ganadero conservaban su predominio el porcino,
con un 42% del total de unidades ganaderas, y el bovino, con un 28,4. Según datos de la
FAO, en 2006 el olivar español se situaba a la cabeza, tanto por área cosechada como
por producción, a escala mundial. España ocupaba la primera posición en la UE por
superficie de viñedo y la segunda en cultivos herbáceos. Dentro de éstos, destacaba por
ser el primer país en leguminosas y el tercero en cereales. Pero lo más representativo de
los cambios cualitativos producidos era que siete especies distintas de frutales —
manzana, pera, melocotón, albaricoque, naranja, limón y frutas pequeñas— convertían a
España en el país con mayor superficie dedicada a estos cultivos, un 33% del total de la
UE. Otra novedad muy notable consistía en que, según datos del Ministerio de
Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, entre 1999 y 2008 el número de
agricultores implicados en la producción ecológica estuvo cerca de duplicarse, pasando
de 14.000 a 24.000. Las superficies de cultivos ecológicos casi se cuadruplicaron al
llegar a 1,3 millones de ha. El potencial ganadero al que se aludía antes se sustentaba en
la existencia de más de 23 millones de cabezas de ganado porcino y más de 18 millones
de ovino, lo que situaba a España en el segundo lugar de la UE en ambas especies,
aunque el ganado bovino español ocupaba la séptima posición. En cambio, el sector
porcino, que proporcionaba el 15% del total de la UE, había llegado a ser el segundo

279
mayor productor de carne de cerdo después de Alemania.
Según ha señalado Zambrana (2006), y se constata con los datos de Prados (2003),
entre finales de los cincuenta y los primeros ochenta (1955-1985) se produjo el gran
cambio de la agricultura española con la crisis definitiva de la agricultura tradicional, la
modernización agraria y el ingreso de España en la CEE, posteriormente UE, que
constituyeron los principales referentes del período estudiado. El alza de los salarios y el
éxodo rural desencadenaron un proceso que exigió la adopción del paquete tecnológico
de la revolución verde —máquinas, abonos químicos y otras sustancias—, la expansión
del regadío, una intensa reducción de la población activa agraria y, en fin, una mayor
dependencia energética, científica y económica del sector agrario. Éste perdió la
relevancia macroeconómica que había tenido hasta 1950-1960 (Abad y Naredo, 1997).
La intensificación del modelo anterior en el último cuarto del siglo XX terminó
deteriorando en exceso los recursos y bases ambientales de la producción agraria. Eso
llevó a cuestionar el productivismo que se defendía en épocas pasadas, pero no evitó que
se consolidara una estructura dual en la que sólo gracias a las subvenciones se sostienen
muchas de las actividades agrarias. Como dicen Delgado y Vázquez (2002), comenzaron
los años de una agricultura asistida con la que se ha llegado al siglo XXI.

9.3. CRECIMIENTO Y RECONVERSIÓN INDUSTRIAL

Los especialistas están de acuerdo en que desde 1960 cambió el modelo de desarrollo
industrial. Se pudo aprovechar el diferencial de productividad de la industria respecto a
la agricultura e incorporar la nueva y mejor tecnología disponible internacionalmente
(Carreras, 2005). Como consecuencia de ello, y gracias a un contexto económico de
acelerada caída de los precios relativos, la industria creció con gran rapidez,
transfiriendo en buena medida su crecimiento a los restantes sectores económicos. La
crisis iniciada en 1973 interrumpió esta trayectoria exitosa y provocó una importante
reconversión industrial en la primera mitad de la década de 1980. La recuperación
posterior se vio favorecida por el impacto de la primera fase de integración en la CEE
desde 1986.
Como se ve en el gráfico 9.4, entre 1950 y 1973 se asistió a lo que se llamó «milagro
económico» europeo, del que participó España (Carreras, 2005). Se caracterizó por un
fuerte crecimiento facilitado por la apertura al exterior, sobre todo a partir de 1960. Así,
se consiguió una rápida recuperación del terreno perdido con respecto a otros países
europeos. Después de la crisis de 1973, la industria española volvió a la normalidad en
comparación a Europa, al ser sólo superada levemente por Finlandia y Portugal. Esto
último se explica porque, a pesar del deterioro de la industria en España respecto a los
otros sectores productivos, el atraso que se había acumulado con relación a Europa le
proporcionó aún suficiente margen de crecimiento.

280
Gráfico 9.4. Crecimiento del Índice de Producción Industrial (IPI) español comparado con otros países europeos
(1950-1999). (FUENTE: Carreras, 2005.)

Otra cuestión fundamental que hay que tener en cuenta es el empleo en el sector
industrial y la construcción. Como refleja el gráfico 9.5, en ese terreno los progresos
fueron elevados y estables entre 1960 y 1990. El progreso de la productividad del trabajo
todavía sería más considerable si se tuviese en cuenta que entre 1958 y 1978 el IPI se
multiplicó por 5, y que dicho incremento se obtuvo con tan sólo un 7,4% más de
trabajadores industriales; pero es que desde 1978 hasta 1998 el producto creció un 63%,
y simultáneamente el empleo en la industria se vio reducido en un 16% (Carreras, 2005).
Lo que pasa es que la estabilidad en los datos de ocupación y productividad industrial, en
realidad, ocultó trayectorias diferentes (Prados, 2003).

281
Gráfico 9.5. Empleo y productividad laboral de la industria y la construcción en España (1960-2000)(FUENTE:
Prados, 2003.)

En la tabla 9.1 se recogen los ocupados en los establecimientos industriales por


grandes divisiones entre 1958 y 1998. Del mismo se deduce que las actividades que
perdieron más ocupados, ordenadas de mayor a menor, fueron la textil, la minería
energética y no energética, la construcción naval y otro material de transporte. Por el
contrario, las actividades que acogieron más trabajadores, de menor a mayor, fueron las
industrias manufactureras de caucho, plásticos, papel, artes gráficas, madera y mueble,
transformados metálicos. Aunque en este último caso no se incluyen la construcción, la
reparación naval y otro material de transporte. En definitiva, los cambios que afectaron a
la estructura interindustrial del empleo señalaban una clara preferencia por los bienes
intermedios y de inversión, que suministraban esencialmente las industrias de
transformados metálicos; esto era, a su vez, consecuencia tanto de la irrupción de nuevos
productos como de importantes modificaciones ocurridas en la composición de la
demanda agregada (Carreras, 2005).

TABLA 9.1

Personas empleadas en establecimientos industriales (1958-1998)

Grandes sectores de actividad 1958 1978 1998


Energía y agua 156.713 156.475 94.156
Extracción y transformación de minerales no energéticos y productos 465.135 504.333 387.112

282
derivados. Industria química
Industrias transformadoras de los metales. Mecánica de precisión 609.349 934.256 803.260
Otras industrias manufactureras 1.573.125 1.417.811 1.234.805
No consta - 664 -
Total 2.804.322 3.012.875 2.516.327

FUENTE: Carreras (2005).

9.3.1. El impulso industrializador del Plan de Estabilización y Liberalización de


1959 y los Planes de Desarrollo (1964-1973)

Los efectos de lo que Manuel Jesús González (1999) designó como el programa de
liberalización de 1959 fueron de dos tipos. Unos transitorios, que consistieron en un
descenso de la renta real y del empleo, y una mejora importante de la balanza de pagos.
Otros efectos fueron permanentes y más beneficiosos. Estos últimos se extenderían hasta
los Planes de Desarrollo y convivirían con sus resultados económicos. Y eso a pesar de
que, según M. J. González (1999), los planes diluyeron en buena medida el impulso
liberalizador de 1959, al anteponer varios objetivos políticos a los económicos. Pero los
cambios de las reglas de juego más cercanas al mercado dieron un poderoso empuje a la
industrialización. Al menos así parecen confirmarlo las mejoras en la producción de
electricidad, cemento y acero. El período de crecimiento entre 1964 y 1973, como se
constata en términos comparativos con algunos de los países más industrializados y
respecto a los europeos en el gráfico 9.6, permitió a la economía española mejorar
algunos de los parámetros asociados al desarrollo económico. Entre éstos cabe citar la
incorporación de la mujer al trabajo extra-doméstico remunerado y el aumenta de la
productividad del factor capital, así como del factor trabajo.

Gráfico 9.6. Tasas anuales de crecimiento del PIB en España y los países europeos más industrializados (1964-
1973). (FUENTES: Cebrián, 2001; Carreras, Prados y Roses, 2005.)

283
El sector industrial creció en términos reales mucho más que los otros sectores
productivos. En 1974 aportaba un 28,4% del PIB (Buesa y Molero, 2000), aunque su
capacidad de crear empleo fuera menor, como resultado de sus mayores aumentos de
productividad (gráfico 9.5). Esto fue, precisamente, lo que facilitó la aceleración de la
modernización de la economía española, entendiendo por tal un cambio estructural
asociado a los procesos de industrialización y urbanización (Prados, 2003). En este
sentido, las inversiones en el uso de factores primarios y bienes intermedios resultaron
esenciales. De acuerdo con la información comparativa internacional (Cebrián, 2001),
así como en relación con algunos países europeos industrializados que aparecen en el
gráfico 9.7, las consecuencias fueron un alto grado de capitalización de la industria y
mejoras de la productividad, que redujeron en un 6,3% anual acumulado las necesidades
del factor trabajo para un objetivo dado de producción (Serrano y Pardos, 2002).

* España: 1964-1973.

Gráfico 9.7. Porcentaje del crecimiento de la productividad total de los factores PTF y de los factores de capital y
trabajo como aportación al crecimiento de la producción en España y otros países industrializados (1960-1973).
(FUENTE: Cebrián, 2001.)

La acelerada industrialización de la década de 1960 propició un aumento significativo

284
del peso relativo de los inputs intermedios y la sustitución de importaciones de productos
finales por otros bienes intermedios, como los productos químicos, petróleo, energía
eléctrica, fibras sintéticas y transportes no ferroviarios, que provocaron una caída del uso
de otros más tradicionales, como madera, corcho, carbón y fibras textiles naturales. Los
cambios técnicos se dieron sobre todo en las industrias químicas, maquinaria,
productoras de energía y metálicas. Pero, dado el tipo de crecimiento industrial, los
sectores más expansivos fueron los de menor capacidad de empleo, como ocurrió en los
sectores energético, químico, siderometalúrgico y de maquinaria, alimentos, textil y
calzado (Serrano y Pardos, 2002).
Al proceso de industrialización también contribuyeron los Planes de Desarrollo
(Manuel Jesús González, 1999). En principio, se creó una Oficina de Coordinación y
Programación Económica (OCYPE), cuya dirección ocupó uno de los llamados
tecnócratas, Laureano López Rodó. Éste incorporó criterios de planificación indicativa,
influido por lo que se estaba haciendo en Francia. El resultado fue la creación de la
Comisaría del Plan de Desarrollo, desde donde se elaboraron los planes por un equipo de
economistas del Estado. Los Planes de Desarrollo instituyeron un sistema por el que se
intentó compaginar la iniciativa privada con la actuación del sector público. La
Comisaría del Plan de Desarrollo controlaba el Programa de Inversiones Públicas (PIP),
autorizando o desautorizando proyectos. Es decir, López Rodó acumuló un enorme
poder de casi superministro sin serlo (gráfico 9.8).

285
Gráfico 9.8. Esquema teórico del Plan de Estabilización-Liberalización y de los Planes de Desarrollo (1959-
1975). [FUENTE: De la Torre y García Zúñiga (2013).]

El PIP introdujo racionalidad en las inversiones del Estado, disciplinando a los


ministros a ajustar el gasto a lo proyectado, porque de lo contrario se penalizaban las

286
desviaciones en el siguiente plan de desarrollo y no se les concedían nuevos proyectos
(M. J. González, 1999). Los planes proporcionaron al sector privado información sobre
los proyectos del gobierno, pero también ofrecieron estímulos para impulsar la iniciativa
privada. Los planes eran sólo indicativos para las empresas privadas; pero, al menos en
teoría, el PIP era obligatorio y comprometía a los ministerios implicados, creando una
red de intereses político-económicos que recientemente se ha denominado «capitalismo
de compadrazgo» (De la Torre y García Zúñiga, 2013).
El I Plan de Desarrollo (1964-1967) fijó un crecimiento del 6% del PNB, dando
prioridad a la agricultura, educación y transportes, y alcanzó una tasa del 5,5% de
crecimiento en el cuatrienio. En el II Plan de Desarrollo (1967-1971) se intentaron una
mejor selección de las prioridades y una tímida flexibilización del sector financiero. En
realidad, de forma semejante a lo que había sucedido en el primero, se deseaba corregir
el fuerte grado de concentración industrial en Cataluña y el País Vasco. En el I Plan se
establecieron como polos de promoción Burgos y Huelva, mientras que se implantaron
empresas en áreas de desarrollo incipiente como Vigo, La Coruña, Valladolid, Zaragoza
y Sevilla. En el II Plan, cinco nuevas áreas de desarrollo recibieron los estímulos
estatales: Oviedo, Logroño, Villagarcía de Arosa, Córdoba y Granada. Según Manuel
Jesús González (1999), la denominada acción concertada, copiada del sistema francés de
cuasi contratos, resultó ser el mecanismo más perjudicial de articulación de intereses que
propiciaron los Planes de Desarrollo. Tenía como objetivo teórico la concesión de
ayudas del Estado a la reestructuración de determinados sectores industriales. Se
esperaba ganar competitividad y productividad, al tiempo que se conseguían algunas
mejoras de las condiciones de trabajo. Sectores como el siderúrgico y el naval
absorbieron los mayores volúmenes de inversiones estatales. Pero las empresas no
lograron devolver los créditos. Para que pudieran hacerlo se les otorgaron, normalmente,
nuevas acciones concertadas. A causa del fracaso de las acciones concertadas se
constituyeron algunas empresas públicas, como HUNOSA (Hulleras del Norte, S. A.). El
III Plan (1972-1975) fijó un objetivo de crecimiento del 7%, que nunca se alcanzó. El
agotamiento de este modelo basado en los Planes de Desarrollo se puso en evidencia con
motivo de la crisis económica de los años setenta y ochenta (Barciela, López, Melgarejo
y Miranda, 2001).

9.3.2. Crisis, reconversión y crecimiento industrial en el último cuarto del siglo XX

En la segunda mitad de 1974 ya eran muy apreciables los principales síntomas de la


crisis económica provocada por el alza de los precios del petróleo y de las materias
primas (Serrano y Pardos, 2002). El año 1975, coincidiendo con la muerte del general
Franco y el principio del desmantelamiento de su régimen dictatorial, marcó el punto
final del ciclo de crecimiento de la economía española, que había durado una quincena.
Pero en esta nueva crisis económica, como han señalado Carreras y Tafunell (2004),

287
la política seguida por el gobierno en lo referente al consumo de petróleo fue insólita, y
en vez de descender el consumo total y por unidad de producto —intensidad energética
—, como en el resto de países industrializados, se incrementó de forma importante entre
1973 y 1980. La industria española no intentó ahorrar energía, porque los sucesivos
gobiernos solamente repercutieron en el precio final una mínima parte del
encarecimiento del crudo. Hacienda asumió el encarecimiento de la factura energética.
Esta política compensatoria causó un efecto indeseado, al atraer a España industrias muy
consumidoras de energía. Sólo tras la firma de los Pactos de la Moncloa de 1977 se
rectificó esta política energética. Por fin, la industria española realizó un duro ajuste y
reconversión que fueron doblemente intensos al coincidir con el segundo shock petrolero
de 1979-1980 (Fuentes Quintana, 1999).
En la etapa de recesión que se extendió de 1974 a 1985, la crisis fue sobre todo
industrial. Esto provocó un retroceso de su participación y contribución al PIB. La
industria perdió definitivamente su capacidad de dinamización de la economía española,
para no volver a recuperarlo (Buesa y Molero, 2000). El sector de la construcción
mantuvo una trayectoria muy irregular. Si hasta 1974 experimentó un fuerte crecimiento,
durante la etapa de crisis entró en una recesión que hizo disminuir su valor añadido y su
participación en el PIB. Hubo que esperar a 1985 para apreciar su nítida recuperación,
aunque durante los últimos años del período objeto de estudio ha vuelto a unos
resultados modestos. Por tanto, la contribución de la construcción al desarrollo de la
economía fue modesta.
La importancia de las mejoras en la productividad se puso aún más en evidencia
durante la crisis de 1974-1985. Esto es importante, sobre todo, si tenemos en cuenta que
la destrucción de más de 1,8 millones de puestos de trabajo implicó un importante
retroceso del producto. La recuperación económica desde mediados de la década de 1980
constató no sólo el éxito del programa de reconversión industrial emprendido desde 1982
por Miguel Boyer sino también un cambio en el modelo de crecimiento. Éste se basaría
en la creación de empleos en los servicios y en la construcción, que serían a partir de
entonces las principales fuentes del crecimiento del valor añadido. El progreso de la
productividad industrial quedó relegado a un plano más secundario (tabla 9.2). Dicho
modelo de crecimiento mantuvo su vigencia y éxito hasta los primeros años del siglo
XXI, en que se desmoronó con la crisis económica de 2007.

TABLA 9.2

Grado de industrialización española en comparación con la UE-10 (1975-1995)

VAB PIB/hab a
% España/VAB industria % España/VAB manufacturas
industrial/haba (100 = UE-
europea europeas
(100 = UE-10b) 10 b )
1975 6,8 6,9 74,6 76,2

288
1980 6,8 7,0 67,4 69,1
1985 6,8 6,9 69,6 68,2
1990 7,8 7,5 68,7 72,8
1995 7,4 7,1 74,6 75,1

a A precios corrientes en ecus y paridades del poder adquisitivo.


b UE-10 (Alemania, Francia, Italia, Reino Unido, España, Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Dinamarca, Irlanda).

FUENTE: Buesa y Molero (2000).

En resumen, si se relacionan las ventajas comerciales con las características del


crecimiento y especialización de la industria en el último cuarto del siglo XX, se constata
claramente que persistieron las carencias, que tanto en el terreno de los recursos
naturales como en el de los conocimientos tecnológicos habían limitado históricamente
las posibilidades del desarrollo industrial de España. Y esto es imprescindible tenerlo en
cuenta, de acuerdo con las teorías de inteligencia económica, para cualquier empresa
española o extranjera que se quiera instalar en España.

9.4. CONSOLIDACIÓN DEL SECTOR SERVICIOS

9.4.1. Introducción

El proceso de tercerización de la economía española se retrasó en comparación con la


cronología que siguió el cambio estructural —industrialización y urbanización— de
otras economías desarrolladas occidentales. En España, hasta la década de 1960 no se
impuso el predominio económico de las actividades de servicios. Como se aprecia en el
gráfico 9.9, y según Prados (2003), tanto en términos de empleo como en su aportación
al PIB el avance del sector terciario se vio impulsado de forma moderada en los años
1960-1970, y sólo en los últimos tres lustros del siglo XX lo sería de una manera activa y
definitiva.

289
Gráfico 9.9. Empleo y productividad laboral del sector servicios en España (1960-2000). [FUENTE: Prados
(2003).]

El estudio de la evolución de las trayectorias de los diversos subsectores que


compusieron el sector servicios español a partir de 1960 se puede abordar adoptando
como marco de referencia la trayectoria del crecimiento y el cambio estructural que
experimentaron otras economías de la OCDE, en la que se integra España. Según Río,
González y Marcos (2000), el promedio del conjunto del PIB per cápita y el empleo
relativo en los servicios entre 1960 y 1985 siguieron las pautas del proceso de
crecimiento de la media de los países de la OCDE —excepto Turquía, cuyos datos no
incluyen en el cálculo—, lo cual confirma un desarrollo conjunto y temporal del proceso
de tercerización en todos los países de la OCDE, en detrimento de los sectores primario
y secundario. Ahora bien, en los países donde las cifras de PIB per cápita fueron medias
o bajas, como sucedió en el caso de España, el desarrollo e intensidad del proceso de
tercerización fueron mayores. En las economías cuyo PIB per cápita resultó más
elevado, el proceso de tercerización fue más lento e incluso la industrialización cedió el
paso a un proceso de desindustrialización —entendido como el resultado de la
innovación provocada por las nuevas tecnologías y por un cambio del modelo
empresarial—. Por tanto, para Río, González y Marcos (2000), la función lineal de los
servicios en el período 1984-1993 que demuestra la vinculación a la tercerización se
debería interpretar —en lo que siguen las teorías de Rostow— como una tendencia que
mantuvieron todas las economías conforme se desarrollaron, al mismo tiempo que

290
experimentaron el proceso de industrialización-desindustrialización y tercerización,
respondiendo a factores diferentes que obraron tanto por el lado de la oferta como por el
de la demanda.

9.4.2. Transportes y comunicaciones

Según los datos aportados por Gómez Mendoza y San Román (2005), tras la
nacionalización de las compañías de ferrocarriles y la creación de Renfe Red Nacional
de los Ferrocarriles Españoles, ésta construyó 1.407 km nuevos de vía hasta 1969, con lo
que se llegó a la máxima longitud de 13.691 km. Posteriormente, durante el último tercio
del siglo XX, se produjo lo contrario. El cierre de líneas y la pérdida de kilómetros de
tendido ferroviario se explican porque se impusieron, sobre todo, los criterios de
rentabilidad económica, en lugar de los tradicionales de rentabilidad social. En gran
medida, esto era algo inevitable debido a la fuerte competencia de otros medios de
locomoción, como el transporte por carretera de mercancías y personas y la cada vez más
frecuente utilización del transporte aéreo. Así se explica que la longitud de la red en
servicio en 1999 fuera casi la misma que en 1940. Pero hay que tener en cuenta que en
las últimas décadas del XX se electrificaron las vías, hasta que se llegó al 56% de la red
en 1999, y que se procedió a su desdoblamiento para agilizar y aumentar la frecuencia de
la circulación ferroviaria. El mayor avance modernizador se dio con la red de alta
velocidad a partir de 1992. El tráfico de mercancías por ferrocarril en 1963 aún no era
superior al existente antes de la guerra civil, aunque sí lo fuera en términos de producto.
El problema consistió en que el ferrocarril tuvo dificultades para captar mercancías y
viajeros frente a la firme competencia de la carretera, lo cual hay que relacionarlo con el
aumento del nivel de vida de la población española desde los años sesenta. Eso implicó
una incuestionable hegemonía de la carretera. Hasta la llegada de los trenes AVE, al
menos, el subsector de largo recorrido sufrió el abandono del tren a favor del vehículo
particular y los aviones. Casi idénticas circunstancias cabe atribuir al tráfico de
mercancías, que mantuvo una tendencia decreciente en la segunda mitad del siglo XX,
aunque Renfe intentó compensarlo a partir de 1972 con una oferta regular del servicio
TECO (Tren Expreso de Contenedores).
El tonelaje de registro bruto (TRB) de la flota mercante española en 1963-1975 fue
del 8% anual, lo que significó una de las fases de mayor expansión. Está claro que ello
se debió al aumento del tamaño de los buques y a una modernización de la flota. El año
1975 marcó el definitivo declive del vapor, con apenas un 16% del TRB de la flota
mercante. La modernización en la tracción permitió la construcción de una moderna flota
petrolera, que en 1982 llegó a representar dos terceras partes del total. La expansión del
transporte marítimo de cabotaje se prolongó hasta 1980, en que alcanzó los 42 millones
de toneladas movilizadas, aunque en las últimas décadas del XX fue decayendo hasta
situarse por volumen transportado en los niveles que tenía en 1970-1974. En realidad, el

291
cabotaje ha sido siempre un sector minoritario del comercio interior. Sólo se mantuvo
gracias a su especialización en el movimiento de minerales y petróleo.
El transporte terrestre se vio favorecido por el crecimiento económico de 1960-1973
y por la expansión del turismo. Los objetivos primordiales y el mayor esfuerzo se
hicieron en la modernización de la red de carreteras, como se reflejó entre 1960 y 1980
en la reducción marginal de la densidad viaria por 1.000 habitantes. A ello contribuyó no
sólo la construcción de una extensa red de autovías y autopistas de peaje sino también
los desdoblamientos de muchas calzadas a partir de 1982.
El transporte aéreo de pasajeros desde los años cuarenta hasta 1979 se incrementó en
cerca de un 18% anual. En cambio, en 1979-1988 el tráfico de pasajeros se estancó. A
partir de entonces se recuperó a una tasa del 5,2% anual. La explicación debe
relacionarse tanto con la apertura de la economía española al exterior y al auge del
turismo en aquellos años como con la sustitución de ferrocarriles, autobuses y
automóviles por el avión. Los españoles podían permitirse volar gracias al aumento de su
poder adquisitivo. Simultáneamente, al liberalizarse el mercado interior, las compañías
aéreas bajaron sus tarifas para adaptarse a la competencia y mejorar la productividad.
Con la aparición del AVE, al avión le surgió un fuerte competidor, porque sólo a partir
de los 600 km el avión se impone gracias a su velocidad y a unas tarifas más
competitivas.
En la década de 1960 se alcanzaron los 120 efectos postales por habitante, lo que
representó un 50% de aumento respecto a la década anterior. Pero desde 1970 los
avances fueron mucho menores. Se estancó la demanda privada de servicios de correos
ante la competencia de formas de comunicación más rápidas, como el teléfono por cable
o el télex. Desde el último decenio del siglo XX dominaron el teléfono móvil y el correo
electrónico por internet.

9.4.3. Servicios financieros y bancarios

La escasa dimensión del sistema financiero español en los años sesenta, en términos
comparativos con los países más desarrollados, se ponía en evidencia con el
funcionamiento de 109 bancos en 1963. El imprescindible crecimiento de la banca
privada, frente a otro tipo de intermediarios financieros, se vio favorecido por la
regulación bancaria, aunque la liberalización que propició la Ley de Bases de 1962 fue
limitada. Eso sí, se redujeron las diferencias entre bancos y cajas de ahorro a la hora de
realizar operaciones, y teóricamente se facilitaron las entradas de nuevos bancos, que en
verdad nunca se plasmaron en la realidad. La banca extranjera se encontró con serias
restricciones hasta 1986. Todo esto terminó condicionando la marcha del resto de las
entidades (Martín y Pons, 2005). El cambio del mapa de sucursales bancarias vino
propiciado porque en un sistema financiero muy intervenido muchas entidades utilizaron
la apertura de nuevas oficinas que facilitaba la ley de 1962 como una estrategia para la

292
captación de pasivo. Pero este modelo de banca implicaba unos costes muy elevados
para los bancos y cajas de ahorros españoles, cosa que ha caracterizado siempre al
sector, incluso hasta la crisis de 2008.
El Banco de España se consolidó como autoridad monetaria tras la guerra civil, en
aplicación de la Ley de Ordenación Bancaria de 1946; pero seguía en realidad controlado
por el gobierno (Martín y Pons, 2005). En el Plan de Estabilización y Liberalización de
1959 se intentó encauzar una nueva política monetaria, que tuvo escasos resultados,
porque los instrumentos que se utilizaron fueron muy rudimentarios y apenas efectivos.
En 1962 el Banco de España dejó de ser una sociedad anónima con accionistas, aunque
la política intervencionista del franquismo dificultó que ejerciese sus funciones de
verdadero banco central. Por tanto, hubo que esperar hasta la década de 1970 para que el
Banco de España se convirtiese en un verdadero banco central, y vigilase de forma
independiente la regulación e inspección del sistema financiero. Desde 1973 hasta 1987
fueron continuos los intentos de frenar la inflación. Para ello se concedieron al Banco de
España una serie de medios para controlar la liquidez del sistema y fijar los
correspondientes objetivos monetarios agregados M1, M2, M3 y ALP. A partir de
entonces, además de llevar adelante la política monetaria, el Banco de España tuvo que
hacer frente a una fuerte crisis bancaria en 1978-1983. Para ello utilizó el Fondo de
Garantía de Depósitos, que, como indica su denominación, le permitió contar con un
seguro de depósitos. También se fijaron los mecanismos de intervención del Banco de
España sobre aquellas entidades bancarias y financieras con dificultades. Finalmente, la
Ley de Autonomía de 1994 le convirtió por fin en un verdadero banco central y tuvo una
gran libertad y flexibilidad para ejercer sus funciones. Esto duró hasta la entrada de
España en la Unión Económica y Monetaria Europea en 1999, en que el Banco de
España se integró en el Sistema Europeo de Bancos Centrales y la política monetaria
pasó a estar supeditada a las decisiones del Banco Central Europeo.
Los bancos oficiales regulados por el Estado fueron instituciones de capital privado
hasta su nacionalización en 1962 (Martín y Pons, 2005). Tras la guerra civil, se fundó el
Instituto de Crédito para la Reconstrucción Nacional, que pasó a denominarse Banco de
Crédito a la Construcción en 1962, aunque desde 1958 el Instituto Nacional de la
Vivienda (INV) era considerado un banco oficial. En realidad, a partir de la
promulgación de la Ley de Entidades de Crédito a Medio y Largo Plazo de 1958, se trató
de vincular a las entidades oficiales de crédito con las líneas básicas de la política
económica franquista. Pero la consolidación del crédito oficial se produjo en 1962, al
nacionalizarse las entidades oficiales de crédito más relevantes, con la única excepción
del Banco Exterior de España (BEE), el cual, pese a ser participado por el Estado, estaba
sometido a idéntica legislación que la banca privada. El escándalo Matesa en 1969 puso
en evidencia la necesidad de reorganizar el crédito oficial. Dicho asunto fue un caso de
corrupción en el que se descubrió que un conocido empresario del Opus Dei tenía una
deuda de 10.000 millones de pesetas con una entidad pública, el Banco de Crédito

293
Industrial, por haber cobrado subvenciones a falsas exportaciones de maquinaria textil.
Por una ley de 1971 se creó el ICO (Instituto de Crédito Oficial), dando comienzo a un
largo proceso de reformas que no culminó prácticamente hasta finales del siglo XX. En
1988 se integraron en el ICO las restantes entidades que integraban la banca oficial. En
1991 se dio un paso más con la agrupación de los bancos oficiales, Caja Postal y Banco
Exterior de España, para constituir Argentaria. El último episodio se vivió en 1999,
cuando Argentaria se fusionó con el Banco Bilbao Vizcaya (BBVA). Es decir, la banca
pública española desapareció a finales del siglo pasado. Sólo subsistió el ICO, que
continuó funcionando para suministrar el crédito oficial del Estado.

9.5. COMERCIO EXTERIOR, SECTOR PÚBLICO Y NUEVO ESTADO


DEL BIENESTAR

9.5.1. Sector exterior

En la tabla 9.3 se comprueba que las exportaciones españolas fueron superiores a la


media europea, tanto entre la década de 1950 y el comienzo de la crisis de 1973 como en
el último cuarto del siglo XX. En el primer período superaron a las de Francia y Reino
Unido, aunque crecieron a tasas inferiores a las italianas o las alemanas. Según Antonio
Tena (2005), la razón reside en que se vieron arrastradas por el fuerte crecimiento
económico que se conoció en Europa Occidental en aquellos años. Pero en el período
1973-1998, en términos comparativos, la pauta seguida por las exportaciones españolas
fue aún más destacable al alcanzar tasas de crecimiento de más de 3 puntos sobre los
promedios de Europa Occidental y mundial.

TABLA 9.3

Porcentajes de crecimiento acumulativos de las exportaciones a precios constantes (1870-1950)

1950-1973 1973-1998
España 8,50 9,64
Italia 11,59 5,34
Francia 8,24 4,72
Alemania 12,41 4,38
Reino Unido 3,89 4,39
Europa Occidental 8,38 4,79
Mundo 7,88 5,07

294
FUENTE: Tena (2005).

Las series monetarias y reales de las importaciones e importaciones en la segunda


mitad del siglo XX tuvieron un incremento más rápido, con tasas casi tres veces
superiores a favor de las primeras (Tena, 2005). La marcha más activa de las
importaciones monetarias se ajustó a grandes rasgos con las fases de gran crecimiento de
la economía española, como ocurrió en 1959-1973 y 1985-2001.
Los flujos financieros relacionados con el mercado exterior se pueden conocer a partir
de la evolución de la cuota de las manufacturas en el total de las exportaciones españolas
(Tena, 2005). En el período objeto de estudio, hubo que esperar a 1967 para que, gracias
a los bienes de equipo y otras manufacturas de consumo no textiles, la cuota de las
manufacturas en el total de las exportaciones consiguiese sobrepasar un máximo
obtenido por última vez en el siglo XIX. En la década de 1960, los bienes de equipo
reactivaron las exportaciones españolas, junto a otras manufacturas de consumo, que se
incorporaron a finales del decenio. A partir de 1973, serían los vehículos y otros bienes
de equipo los que protagonizarían casi exclusivamente el crecimiento exportador de las
manufactureras españolas. Al mismo tiempo, otras manufacturas de consumo iniciaron
su retirada hasta finales del siglo XX.
Como se comprueba en la tabla 9.4, la recuperación de los flujos exteriores apareció a
escala europea y mundial con posterioridad a la crisis de 1973, y se alargó hasta la
última década del siglo XX. Pese a todo, en la década de 1990 el grado de apertura
financiera no había alcanzado los niveles anteriores a la Primera Guerra Mundial,
aunque, en el caso de España, al final del período mantenía un perfil similar al
internacional.

TABLA 9.4

Tamaño de los flujos netos de capital. Media de los valores absolutos de la cuenta corriente como porcentaje
del PIB (datos anuales) (1960-1996)

España Europa Mundo


1960-1973 1,4 1,4 1,3
1974-1989 2,2 2,2 2,2
1990-1996 1,8 2,0 2,3

FUENTE: Tena (2005).

9.5.2. Sector público administrativo, presupuestos, deuda pública y déficit

En la segunda mitad del siglo XX, el crecimiento de la importancia relativa del

295
Estado, dentro de la economía española, ha sido imparable, hasta alcanzar un 26% de la
renta nacional en el año 2000 (Comín y Díaz, 2005).
Si se toma en consideración todo el sector público —corporaciones locales,
Seguridad Social, comunidades autónomas y empresas públicas—, el Estado
representaría en torno a dos tercios del total del sector público, porque sus gastos entre
1970 y 2000 pasaron del 20 al 39% de la renta nacional. Pese a ello, como se ve en la
tabla 9.5, el sector público español fue más reducido que en otros países europeos
occidentales, aunque a partir de la década de 1970 su tamaño se acercó al de aquéllos,
debido a la expansión del Estado del Bienestar en España.

TABLA 9.5

Comparación del porcentaje de los gastos de las administraciones públicas y el Estado con relación al PIB
entre España y varios países europeos (1970-2000)

Alemania Francia Italia Reino Unido España


Total Estado Total Estado Total Estado Total Estado Total Estado
1970 36,8 17,0 51,0 30,2 43,3 30,6 53,2 36,4 20,1 13,7
1980 48,6 20,0 50,6 — 48,2 — 47,2 — 32,3 15,6
1990 46,6 — 50,7 — 50,7 — 43,9 — 42,7 26,4
2000 45,9 — 52,8 — 46,9 — 40,2 — 39,4 26,1

FUENTE: Comín y Díaz (2005).

En la segunda mitad del siglo XX se mantuvo la insuficiencia como una de las


características significativas del sistema fiscal español. Sólo entre 1961 y 1965 hubo
cuatro años de superávit. Los restantes hasta el año 2000 fueron deficitarios. Es verdad
que, de 1995 a 2001, afloró una tendencia al equilibrio presupuestario, que se puede
explicar por la puesta en práctica de unas decididas políticas de convergencia —Tratado
de Maastricht— encaminadas a lograr los objetivos monetarios y fiscales determinados
por la UE para que España pudiera entrar en el sistema euro (Comín y Díaz, 2005).
La excesiva deuda hizo que muchas veces la emisión de deuda pública tuviese como
objetivo amortizar o convertir la existente. Tanto en su relación con la renta nacional
como respecto al gasto relativo que el Estado tenía que destinar a su servicio, hubo un
aumento de la deuda pública en circulación (Comín y Díaz, 2005). En 1971 llegó a casi
el 25% de la renta nacional. Y desde entonces, la ratio deuda/PIB se elevó aún más,
hasta llegar a cerca del 60%, aunque también es cierto que en 1970, con unas primas de
riesgo muy bajas, sólo se pagaba un 4% de interés por la deuda española emitida. Con
posterioridad a 1975, volvió el elevado déficit público crónico. Esto hizo que en las
décadas de 1980 y 1990 los intereses de la deuda pública triplicaran su porcentaje en el

296
gasto público. La causa no sólo estuvo relacionada con el permanente déficit
presupuestario, sino también con la subida de los tipos de interés. El siglo XX terminó
con un retroceso de los intereses, que facilitó la caída de los gastos financieros del
Estado. La consecuencia fue una estabilización de la ratio de endeudamiento, a la cual
también contribuyó, tanto o más que la coyuntura financiera internacional de tipos de
interés a la baja, la entrada de España en la Unión Económica y Monetaria.
A partir de las décadas de 1960 y 1970, en la estructura impositiva española empezó a
perder primacía la imposición indirecta (Comín y Díaz, 2005). Esto se debió a que desde
1966 progresaron las cotizaciones sociales —impuesto sobre nóminas— y a la reforma
fiscal de Francisco Fernández Ordóñez y Enrique Fuentes Quintana en 1977-1978.
Como resaltan Comín y Díaz (2005), con la reforma de 1964 adquirió algo de
importancia la imposición personal, pero no habría un verdadero impuesto sobre la renta
hasta 1978. La imposición de producto llegó a ese último año como principal método de
recaudación del sistema tributario español. Además, hubo que esperar a enero de 1986
para que se completase la reforma de la contribución indirecta. Con la entrada de España
en la CEE en esta última fecha, se implantó el IVA —Impuesto sobre el Valor Añadido
—, que se convirtió en el principal tributo de la Hacienda, seguido del IRPF —Impuesto
sobre la Renta de las Personas Físicas—, cuya capacidad recaudatoria y progresividad se
han visto atenuadas a finales del siglo XX. Pero lo importante es que con la reforma de
Fernández Ordóñez y Fuentes Quintana en plena Transición democrática se
establecieron los principios fiscales básicos para el sostenimiento del Estado del
Bienestar en España, es decir, la progresividad en la imposición directa con el IRPF, y la
neutralidad en la indirecta mediante el IVA. Con ambos tipos de impuestos no sólo se
modernizó el sistema hacendístico sino que también se implantó el modelo de tributación
existente desde hacía tiempo en el espacio económico europeo donde se integró España.

9.5.3. El nuevo Estado del Bienestar

Según advierten Comín y Díaz (2005), la Ley de Bases de la Seguridad Social de


1963 —que no entró en vigor hasta 1967— supuso el comienzo de la transformación
hacia un verdadero sistema de Seguridad Social en España. En 1972 la legislación que
estaba en vigor se completó con una Ley de Financiación y Perfeccionamiento, que
extendió la protección social a más población y, al integrar los regímenes especiales en
el régimen general, dio un primer paso para una futura uniformidad de las prestaciones.
Por tanto, es fácil deducir que el Estado del Bienestar sólo se desarrolló con la
democracia (Betrán, Cubel, Pons y Sanchís, 2010). El sistema de Seguridad Social, a
partir de 1977, se fue consolidando con la ampliación del régimen general y confiriendo
al sistema un carácter definitivamente asistencial y redistributivo. En los Pactos de la
Moncloa se llegó a una serie de acuerdos sociales que racionalizaron y transformaron la
Seguridad Social, restringiendo el número de entidades gestoras. La Constitución de

297
1978 ratificó que la Seguridad Social atendería al conjunto de los españoles, al margen
de su condición de trabajadores activos o no. En definitiva, entre 1977 y 1981 se reforzó
la vertiente redistributiva de la nueva Seguridad Social. Esto supuso que se revalorizaran
las pensiones más pequeñas y que se aumentaran las transferencias del Estado a la
Seguridad Social para impedir la futura quiebra del sistema. Los datos facilitados por
Comín y Díaz (2005) sobre las cuentas de la Seguridad Social en el período 1977-2000
permiten constatar una serie de cambios que fueron esenciales para el sistema. Respecto
a la financiación, descendieron las cotizaciones desde un 89 hasta un 69% de los
ingresos, incrementándose de forma considerable las transferencias corrientes del sector
público, de un 3,3 a un 27,1%. En referencia a los gastos, se elevaron las prestaciones
económicas, y el crecimiento más alto correspondió a las pensiones, que entre 1977 y
1985 pasaron del 34 al 60%. Las transferencias por jubilaciones se siguieron agrandando
hasta 2000, en que superaron el promedio de la UE, lo cual debe interpretarse como una
de las consecuencias de los cambios sustanciales experimentados en la población activa.

CONCLUSIONES

El período comprendido entre 1959 y 1973 se correspondió con un crecimiento muy


intenso de la economía española, que finalizó debido a la crisis económica provocada
por la subida de los precios del petróleo y las materias primas en 1973-1980. Hasta ese
momento el PIB había crecido, en términos reales, a una tasa media anual de más del 7%
durante quince años seguidos.
En la primera etapa estudiada, entre 1960 y 1976, la economía española experimentó
un proceso de convergencia real, que acercó su renta por habitante a la europea. Ello fue
posible al vincularse a unas economías que contaban con mercados emergentes, fuertes
excedentes de financiación, tecnológicamente avanzadas y con una importante demanda
de mano de obra, a la que podía satisfacer una mano de obra barata como era la española.
Pero la política económica del franquismo en los años sesenta siguió siendo
intervencionista. Esto introdujo una serie de rigideces y estrangulamientos económicos
que terminaron emergiendo y tuvieron trascendentales consecuencias con motivo del
nuevo ciclo de crisis económica de los años setenta y ochenta. Su inicio coincidió con
los últimos años de la dictadura del general Franco y el proceso de Transición a la
democracia.
En el segundo período analizado, comprendido entre 1977 y 2002, se produjo un
cambio radical de la política económica. Éste se inició con los Pactos de la Moncloa, que
pusieron las bases para las posteriores transformaciones de la economía española. Sus
éxitos a medio y largo plazo facilitaron la incorporación de España en 1986 a la
Comunidad Económica Europea. Posteriormente, al cumplir la economía española las
condiciones del Tratado de Maastricht de 1992, se pudo entrar en la Unión Europea, que

298
era básicamente una Unión Económica y Monetaria, como también se la denominaba, al
comienzo de su andadura. Pero este largo proceso supuso la superación de una serie de
condiciones en varias etapas que obligaron a adaptarse a un nuevo marco económico
internacional en el que a partir de entonces se iba a desenvolver España, cuya economía
a partir del siglo XXI no podrá entenderse desde una perspectiva estrictamente nacional.
El cumplimiento de las condiciones de Maastricht significó para la economía
española lo mismo que para el resto de los países europeos de la UE: la liberalización de
la circulación de capitales desde julio de 1990 y el cumplimiento de las condiciones de
convergencia de las políticas económicas de los Estados miembros a partir de enero de
1994. Si se verificaban en enero de 1999, España podría participar en la creación de la
moneda única y del Banco Central Europeo (BCE). Eso fue exactamente lo que ocurrió,
y se pudo hacer la trascendental sustitución de la peseta por el euro como moneda oficial
en circulación a partir de enero de 2002.
En definitiva, durante el período 1977-2002 los cambios económicos que se
produjeron fueron trascendentales a la hora de impulsar una economía menos
intervenida, más competitiva, eficiente y estable. Al menos hasta el nuevo ciclo de crisis
económica que se inició en 2007-2008. Pero, pese a todas las dificultades, lo que
indudablemente se ha conseguido es tener una economía más abierta al resto del mundo
y, especialmente, a los países de Europa Occidental involucrados en un proceso de
integración al que España está indisolublemente unida.

299
10
España en el siglo XXI: una de cal y otra de
arena
Mariano Castro Valdivia

10.1. INTRODUCCIÓN

Este breve ensayo sobre lo acaecido en España durante el presente siglo muestra la
cara y la cruz de la economía española durante este período. En concreto, lo hechos
acontecidos sirven para constatar claramente que la economía está sujeta al ciclo
económico, tal y como puede observase en el gráfico 10.1, donde se identifica
rotundamente la fase expansiva (2001-2007), con crecimientos entre el 3% y el 4%, y la
fase contractiva (2008-2013), donde se ha observado que la recesión española ha sido
una crisis en W. Por otra parte, los datos de 2014 parecen indicar que está comenzado un
nuevo ciclo de recuperación económica para nuestro país a pesar de los problemas de
estancamiento que se están presentado en el resto de la Zona Euro, con previsiones de
crecimiento para 2014 y 2015 de 1,3 y 2 puntos porcentuales respectivamente.

Gráfico 10.1. Tasa anual de variación (en %) del PIB trimestral (2001-2014). (FUENTE: Elaboración propia a
partir de datos del INE.)

300
En este contexto, el trabajo se centra en ocho aspectos claves: producto interior bruto
(PIB), población, inflación, paro, cuentas públicas, burbuja inmobiliaria, sistema
financiero y desigualdad económica.

10.2. LA EVOLUCIÓN DEL PIB

Durante el presente siglo España entró en recesión económica en el cuarto trimestre


de 2008, con un retroceso del PIB de 1,4 puntos porcentuales, una situación que no se
había producido desde el año 1993. Tras quince años de crecimiento económico, en que
el PIB se multiplicó por 2,5 veces, la economía española está sufriendo la peor recesión
que se recuerda: el PIB cayó un 4,5 en el segundo trimestre de 2009 y describió, como
puede observarse en el gráfico 10.1, una típica crisis en W, que muestra que, tras un
amago de recuperación entre 2010 y 2011, la renta volvía a caer.
En 2001 el PIB fue de 680.397 millones de euros, mientras que en el tercer trimestre
de 2008 alcanzó su máximo histórico, con 1.087.788 millones de euros. En la actualidad,
a 31 de diciembre de 2013, la renta nacional es de 1.022.988 millones de euros, lo que
supone una pérdida porcentual acumulada en el último lustro de 6,7 puntos y retrotrae a
España a niveles de riqueza del año 2006, siendo la decimotercera economía del mundo.
El nivel de vida de un país se mide a través de su PIB per cápita. A principios de siglo
a cada español le correspondían 16.700 euros al año, mientras que ahora le pertenecen
22.300 euros. La recesión ha supuesto una pérdida de 1.600 euros por cabeza. No
obstante, España, en el ranking mundial de PIB per cápita de 2013, se encuentra en el
puesto 28 de 183. Por otra parte, si observamos el índice de desarrollo humano (IDH)
para el mismo año, establecido por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para
medir el bienestar económico de un país, España ocupa el puesto 26 de 178, con un
índice de 0,869. Por otra parte, en comparación con la Unión Europea (UE), la situación
también ha cambiado: mientras en 2006 nuestro PIB per cápita suponía el 106% de la
media europea, en 2013 se había reducido el 95%.
Por último, la evolución del sector exterior ha sido determinante en la del PIB español
de este período, ya que la tasa de apertura de nuestra economía, que aumentó
significativamente tras la adhesión de España a la Comunidad Económica Europea
(CEE), la actual UE, se mantiene en torno al 60% del PIB, aunque con oscilaciones. Esta
coyuntura generó un crecimiento mayor de las importaciones que de las exportaciones y
produjo el aumento continuado de los déficits en la balanza comercial hasta 2007,
momento en que se alcanzó el mayor saldo negativo de la historia en este aspecto, con
casi 100.000 millones de euros, que situó la tasa de cobertura comercial en el 65%.
Durante la etapa de recesión el sector exterior ha sido el pilar de la recuperación
económica española, con un aumento significativo de las exportaciones y un descenso de
las importaciones que permitió mejorar la tasa de cobertura comercial y solucionó los

301
desequilibrios existentes en las cuentas exteriores anteriores a la recesión, puesto que a
finales de 2013 la tasa de cobertura era del 93%. Todo ello permite augurar que la
recuperación económica de España se puede alcanzar a lo largo de 2014 y 2015.

10.3. LA POBLACIÓN

Otro factor determinante para conocer el grado de prosperidad de un país es analizar


cómo ha evolucionado su población. En el caso español, como puede observarse en el
gráfico 10.2, la población ha aumentado en casi 6 millones. En concreto, la prosperidad
económica generó un efecto llamada, pues en este período España pasó de ser un país
emisor de emigrantes a convertirse en receptor, aunque la crisis económica ha vuelto a
cambiar el perfil.
A finales del siglo XX, los extranjeros censados en España no alcanzaban el millón y
suponían sólo el 2,3% de la población total. En una década, la población extranjera
representa ya el 12% de la población y supera los 5,5 millones de habitantes. Por tanto,
el incremento poblacional del país en la etapa de bonanza de los primeros años del siglo
XXI estuvo basado en la inmigración.

Gráfico 10.2. Evolución de la población de España (2001-2013) (FUENTE: Elaboración propia a partir de datos del
INE.)

A partir de 2008 la crisis económica generó una ralentización del crecimiento de la


población, que había alcanzado el máximo en 2011, con 46.818.219 de habitantes.
Finalmente, a partir de 2012, hay un efecto expulsión, que supondrá, según las últimas
estimaciones del Instituto Nacional de Estadística (INE), una pérdida de 2,6 millones de
habitantes en la próxima década y una tasa de crecimiento vegetativo negativa a partir de
2017, que no será compensada por la inmigración, pues se estima que por cada persona

302
que llegue a España para vivir habrá dos nacionales que emigren al extranjero. En este
escenario persistirá el problema del envejecimiento de la población, de tal manera que se
estima que en el 2023 35% de la población será mayor de 64 años y la tasa de
dependencia alcanzará casi el 60%.

10.4. LA INFLACIÓN

En un mundo globalizado, mantener controlada la inflación es primordial para


garantizar la competitividad del país. El gráfico 10.3 muestra la evolución mensual del
IPC español desde enero de 2001 hasta septiembre de 2014. En general, España ha sido
un país inflacionista, que ha mantenido un diferencial positivo respecto al IPC de la
Zona Euro durante mucho tiempo. La actual crisis ha supuesto la aparición de dos
períodos de deflación y que, por primera vez, la inflación española esté por debajo de la
media europea, por lo que nuestras exportaciones se han visto beneficiadas al provocarse
una contención salarial. Esto ha supuesto el aumento de la competitividad de los
productos españoles, siendo ésta una de las causas del incremento de nuestras
exportaciones durante el período de recesión.

Gráfico 10.3. Evolución de la inflación en España (2001-2014). (FUENTE: http://www.datosmacro.com/ipc-


paises/espana?sector=IPC+General&sc=IPC-IG, 14/10/2014.)

El primero abarca desde marzo hasta octubre de 2009, con una caída máxima
interanual de –1,4% en julio de 2009. El segundo comenzó en octubre de 2013 y

303
persiste, a pesar de los ligeros rebotes que se han producido durante el último año. El
último dato disponible indica que la inflación interanual es de –0,2% en septiembre de
2014.
Las previsiones de inflación indican que para finales de 2015 los precios crecerán en
torno al 1%. Por tanto, puede descartarse el problema de la deflación, que
comprometería el crecimiento económico, y, por ende, una nueva recesión.

10.5. EL PROBLEMA DEL PARO

Al analizar la evolución del desempleo para este período, gráfico 10.4, se observa
claramente la dicotomía de la economía española. Este mercado laboral ha mantenido
durante mucho tiempo una tasa de paro que duplicaba la media de la Organización para
la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), aunque fue disminuyendo
significativamente desde finales del siglo XX hasta 2007, año en que la tasa de paro
española era similar al dato medio de la OCDE. El apunte de julio de 2007 fue el mejor
dato histórico de desempleo en España: la tasa de paro se situó en el 7,9% de la
población activa y el desempleo afectaba a alrededor de 1,8 millones de habitantes. A
partir de esta fecha el modelo de crecimiento basado en la construcción empezó a dar
síntomas de agotamiento. Esta situación empeoró con la crisis financiera internacional de
2008, que agravó la destrucción de empleo, con índices de crecimiento del paro de dos
dígitos, en especial los dos últimos trimestres, con tasas de variación superiores al 20%,
lo que supuso un aumento en 5 puntos de la tasa de paro en algo más de un año y más de
2 millones de nuevos desempleados.

Gráfico 10.4. Tasa variación intertrimestral (en %) del paro (2001-2014). (FUENTE: Elaboración propia a partir de
datos del INE.)

El mercado laboral ha seguido deteriorándose durante la recesión, a pesar de las

304
reformas laborales. En el primer trimestre de 2013 se alcanzó una tasa de paro del
26,3%, que afectó a 6.278.000 personas. En septiembre de 2014 la tasa de paro era del
24%, y había 5.428.000 desempleados. Además, se sigue manteniendo un nivel de paro
juvenil que duplica el índice general. Por tanto, la situación está mejorando, pero no al
ritmo deseado.
El largo período de contracción económica ha provocado que la tasa de cobertura del
desempleo haya empeorado significativamente desde 2010, en que casi 3 millones de
parados cobraban prestaciones por desempleo, el 80% del total. La caída ha sido de 20
puntos porcentuales en cuatro años, y en septiembre de 2014 la tasa de cobertura es del
60%. Además, con las diferentes reformas laborales las condiciones para cobrar el
desempleo se han endurecido, de tal forma que ahora la mayoría de las prestaciones son
asistenciales, pues la mayoría de los parados generados con la recesión ya son de larga
duración, más de un año en paro, han agotado sus ayudas y están cobrando los 400 euros
del Plan Prepara. Esta situación ha generado que España sea el segundo país de la UE
donde más ha crecido la desigualdad económica.

10.6. LAS CUENTAS PÚBLICAS

Las dos componentes básicas de las cuentas públicas son el déficit y la deuda. En
ambos factores se observaron mejoras en sus valores hasta 2007. Así, hubo superávit
presupuestario entre 2005 y 2007, que llevó a la deuda pública a representar sólo el
36,3% del PIB al final de la etapa expansiva del ciclo. El inicio de la crisis y una
equivocada política económica del gobierno presidido por el socialista José Luis
Rodríguez Zapatero supusieron el descalabro de las cuentas públicas españolas, como
puede observarse en los gráficos 10.5 y 10.6.
Durante el período entre 2009 y 2012 el déficit público español estuvo por encima de
los 100.000 millones de euros, situándose en torno al 10% del PIB. La situación se hizo
insostenible en la primavera de 2010 y el gobierno de Zapatero tuvo que aplicar políticas
de recortes para evitar el rescate de la economía española, como con anterioridad les
había ocurrido a otros países de la Zona Euro: Grecia, Irlanda y Portugal. Así tuvo que
eliminar el cheque-bebé, congelar las pensiones, reducir el salario a los empleados
públicos, etc. Todas estas medidas han supuesto el mayor recorte social de la historia de
la democracia española. En 2012, con el gobierno del Partido Popular, continuaron las
políticas de austeridad, con recortes significativos en educación y sanidad, pilares del
Estado del Bienestar, entre otros, y subidas de impuestos, como el IVA, Impuesto sobre
el Valor Añadido, y algunos más, con el objetivo de cumplir el criterio de déficit público
fijado por la Comisión Europea y evitar el rescate que varios socios de la Zona Euro
reclamaban al presidente Mariano Rajoy Brey en la primavera de 2012. Esta presión se
produjo tras hacerse público que el déficit público español de 2011 no era del 6% del

305
PIB, como había comunicado a la Comisión Europea el anterior gobierno socialista de
José Luis Rodríguez Zapatero, sino del 9,6%. El nuevo gobierno pudo evitar el rescate
de la economía española, pero no el salvamento del sistema financiero español en el
verano de 2012.

Gráfico 10.5. Déficit público (en %) del PIB (2001-2013). (FUENTE: Elaboración propia a partir de datos de
http://www.datosmacro.com/deficit/espana. 14/10/2014.)

Gráfico 10.6. Deuda pública (en %) del PIB (2001-2013). (FUENTE: Elaboración propia a partir de datos de
http://www.datosmacro.com/deuda/espana. 14/10/2014.)

La coyuntura sobre las cuentas públicas empezó a mejorar en 2013 y se espera


alcanzar el objetivo de déficit público fijado por la Comisión Europea, el 5,8% del PIB,
para el año 2014, aunque existen dudas sobre la posibilidad de cumplir con los
establecidos para los años 2015 y 2016, el 4,2 y 2,8%, respectivamente. Respecto a la
deuda pública, tal y como recoge el Proyecto de Ley de Presupuestos Generales del
Estado para el 2015, la previsión es que a lo largo de dicho año la deuda supere el 100%
del PIB, esperando que descienda a partir de 2016.

306
10.7. LA BURBUJA INMOBILIARIA

La construcción ha sido el motor de la economía de España durante dos décadas


(1987-2007). Entre 1997 y 2007 casi el 25% del crecimiento económico de este período
estuvo basado en este sector, y generó en torno al 40% de los nuevos empleos. Los
gráficos 10.7 y 10.8 muestran la evolución de la burbuja inmobiliaria española en el
siglo XXI.

Gráfico 10.7. Variación interanual del precio de la vivienda libre (2001-2014). (FUENTE: Elaboración propia a
partir de datos del Ministerio de Fomento.)

La coyuntura económica y la indecisión política para controlar el boom inmobiliario


explican la subida galopante del precio de la vivienda libre entre 2001 y 2006, hasta el
punto de que triplicó y cuadriplicó el IPC de la economía española. En el cuarto
trimestre de 2003 la tasa de variación de los precios alcanzó el mayor aumento, del
18,5%. Los precios de la vivienda no dejaron de subir hasta el primer trimestre de 2008,
en que el precio medio por metro cuadrado en España alcanzó los 2.100 euros. Desde ese
momento hasta la actualidad, segundo trimestre de 2014, los precios de la vivienda no
han dejado de bajar, y el metro cuadrado ahora está en 1.460 euros, lo que implica
retrotraer los precios a niveles del primer trimestre de 2004 y acumular unas pérdidas,
sobre el valor máximo de principios de 2008, de casi el 40% y que pueden aumentar al
persistir las perspectivas de que los precios de la vivienda van a seguir cayendo debido al
exceso de oferta que existe en el mercado, una situación que perdurará según los
expertos, dependiendo de las zonas, hasta 2017.

307
Gráfico 10.8. Evolución del índice de precios de la vivienda libre. Índice base 2005 (2001-2014). (FUENTE:
Elaboración propia a partir de datos del Ministerio de Fomento.)

Por otra parte, la conjunción de la burbuja inmobiliaria y la crisis financiera generó


una gran destrucción de empleo que derivó en que muchos españoles no pudieran hacer
frente a su hipoteca y perdieron su vivienda. Según datos del Consejo Superior del Poder
Judicial (CSPJ), el número de ejecuciones hipotecarias desde que comenzó la crisis en
2008 no deja de crecer, y se ha cuadriplicado hasta 2013, en que hubo más de 200 al día,
aunque no todas se correspondan con desahucios propiamente dichos, pues en algunos
casos se trata de segundas residencias. No obstante, según datos del Banco de España,
los desahucios han crecido en el primer semestre de 2014 un 17% respecto al mismo
período del año anterior, a pesar de haber disminuido el número de ejecuciones
hipotecarias. Esto es un indicador de desigualdad económica, pues, mientras no
disminuya el paro, esta situación perdurará y nuevas familias, con escasos recursos,
perderán su casa.

10.8. EL SISTEMA FINANCIERO

El sector financiero español ha sido el otro gran damnificado de la primera recesión


del siglo XXI. Antes de ésta, e incluso al inicio de la crisis financiera internacional de
2008, que comenzó el 15 de septiembre con la quiebra del cuarto banco de inversión de
los Estados Unidos, Lehman Brothers, era considerado uno de los más solventes del
mundo.
La debilidad del sistema empezó a revelarse el 28 de marzo de 2009 tras la
intervención de la Caja de Castilla-La Mancha por el Banco de España, que supuso la
inyección de 9.000 millones de euros. La debilidad de la economía y el pinchazo de la
burbuja inmobiliaria sacaron a la luz la exposición del sistema financiero al negocio

308
inmobiliario, en especial de las cajas de ahorro, que obligaba a una concentración
bancaria para evitar males mayores. Con este fin el 26 de junio de 2009 se crea el Fondo
de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB).
A pesar de los intentos del Banco de España de evitar una nueva intervención, el 22
de mayo de 2010 se interviene Cajasur. En ese mismo mes se produce la primera gran
concentración de cajas de ahorro, conocida como fusión fría, en la que se fusionan Caja
de Ahorros del Mediterráneo (CAM), Cajastur, Caja de Extremadura y Caja Cantabria.
Mientras tanto la situación económica empeoraba y la prima de riesgo seguía subiendo
hasta superar los 200 puntos. Ante esta situación, el gobierno de Zapatero modificó el
ordenamiento jurídico de las cajas de ahorro el 9 de julio de 2010 y las obligó a
transformarse en bancos si querían seguir ejerciendo la actividad financiera. En este
contexto, de las 45 cajas existentes en 2009 sólo quedan diez en 2014.
En este proceso de ajuste varias entidades tuvieron que ser nacionalizadas: Bankia,
Banco de Valencia, entre otras, y obligaron al gobierno de Rajoy a solicitar ayuda a sus
socios europeos. El 9 de junio de 2012 se solicitaba el rescate financiero, por lo que
España obtenía una línea de crédito de hasta 100.000 millones de euros, aunque sólo se
dispuso de unos 40.000 millones para dotar las necesidades de los cuatro bancos
nacionalizados y de la Sociedad de Gestión de Activos procedentes de la
Reestructuración Bancaria (SAREB), o banco malo, creado el 31 de agosto de 2012 con
el objetivo de quedarse con los activos tóxicos del sistema financiero y evitar de este
modo la nacionalización de alguna otra entidad financiera. Con estas actuaciones la
calma volvió a la economía española, la prima de riesgo descendió, tras haber superado
los 600 puntos a finales de julio de 2012, y se evitó tener que solicitar el rescate del país.
En las últimas pruebas de estrés realizadas a la banca europea durante el verano de
2014, ninguna de las quince entidades españolas evaluadas ha suspendido el examen, por
lo que se vuelve a afirmar que el sistema financiero español es de los más solventes del
mundo tras el proceso de ajustes realizado.

10.9. LA DESIGUALDAD ECONÓMICA

La primera recesión del siglo XXI ha tenido un efecto muy negativo en la distribución
de la renta de España. Varios informes de Cruz Roja, Cáritas o Fuhem, entre otros,
ponen de manifiesto que a partir de 2010 el porcentaje de población afectada por la
exclusión social va en aumento. Los recortes en políticas sociales y la finalización de las
prestaciones por desempleo son la causa de que España sea el segundo país de la UE
donde más ha crecido la desigualdad económica.
En la actualidad, casi 11,5 millones de personas, el 25,5% de la población, están en
una situación de pobreza y en peligro de exclusión social en España. La Encuesta de
Condiciones de Vida del INE señala que 580.000 hogares no reciben rentas del trabajo ni

309
ninguna prestación por desempleo o transferencia de la Seguridad Social, es decir, el
3,3% del total de los hogares españoles, porcentaje que ha aumentado en un 34% desde
que comenzó la recesión, y es la infancia la que está sufriendo en mayor medida el
impacto de esta situación.
Los datos de los informes consultados indican que en dicho colectivo hay 5 millones
de personas en situación de pobreza extrema, pues viven con menos de 450 euros al mes,
y que subsisten, en gran medida, gracias a las pensiones de sus ascendientes. En
concreto, hay un gran grupo de jóvenes desmotivados, con problemas para seguir su
ciclo vital, que están fuera del mercado laboral y que tampoco se forman: es la llamada
«generación nini» (ni estudia ni trabaja), que representa en torno al 25% de la población
joven. Por otra parte, también persiste el factor étnico, pues son los gitanos y los
inmigrantes los que están siendo los más afectados por la crisis. La fractura social entre
los españoles ha aumentado significativamente ante la falta de una protección social que
minimice el problema, y si no se actúa adecuadamente puede convertirse en sistémica e
hipotecar el futuro económico de España.
La desigualdad económica ha aumentado gradualmente en Occidente desde 1985.
Según los datos de la OCDE, el fenómeno ha sido casi generalizado. Así, hasta 2008, la
expansión económica permitió que la brecha entre ricos y pobres apenas fuera reducida.
Por tanto, este problema no puede desaparecer sólo porque haya crecimiento económico,
sino que debe ir acompañado de otras medidas sociales que eliminen las causas de esa
desigualdad socioeconómica.

CONCLUSIONES

Este breve trabajo muestra las vicisitudes de la economía española en los últimos
años. Con este fin, se han analizado las principales variables macroeconómicas:
crecimiento del PIB, inflación, desempleo y cuentas públicas. Asimismo, se han
estudiado otras cuestiones relevantes, como la población, la burbuja inmobiliaria, el
sistema financiero y la desigualdad económica.
Para los economistas lo ocurrido en España en los primeros años del siglo XXI es una
excelente muestra del ciclo económico, de que los acontecimientos se repiten cada cierto
tiempo con mayor o menor intensidad. El boom inmobiliario generó una burbuja
especulativa irracional que llevó a la población a considerar la vivienda una inversión
segura, lo que disparó la oferta y la demanda, que creció significativamente entre los
años 2005 y 2007. Cuando la burbuja se pinchó, la economía española se colapsó y fue
incapaz de reaccionar correctamente ante los problemas que se le presentaban.
Las consecuencias han sido descritas en el trabajo: se ha perdido un lustro de
crecimiento del PIB; la deflación está presente en la actividad económica; el paro se
triplicó, en especial entre la juventud, cuya tasa de paro se sitúa en torno al 50%; el

310
déficit público superó los 100.000 millones entre 2009 y 2012, provocando que el
endeudamiento del país alcanzara el valor más alto de la historia, cercano al 100% del
PIB.
La expansión económica de principios del siglo permitió aumentar la población del
país en 6 millones. Este crecimiento fue posible gracias a la inmigración. En la
actualidad los extranjeros residentes en España suponen el 12% de la población total,
aunque la tendencia, debido a la recesión, se ha invertido y volvemos a ser un país
emisor de inmigrantes.
La burbuja inmobiliaria generó un gran endeudamiento de la sociedad española y un
exceso de viviendas. En el momento en que ésta estalló, el precio de las viviendas cayó,
de tal manera que su valor se depreció en torno a un 40%. Esta situación produjo el
aumento de la morosidad que afectó al sistema financiero, en especial a las cajas de
ahorro, y que causó su bancarización. Ante la falta de fondos para sanear el sistema
financiero, varias entidades fueron nacionalizadas y se recibió la ayuda de la UE.
La desigualdad económica, tras siete años de crisis, está aumentando
significativamente. En este sentido, Cruz Roja y Cáritas hablan de que la pobreza afecta
ya al 25% de la población y que la pobreza extrema alcanza al 10%.
Los datos parecen vislumbrar que 2014 será un punto de inflexión en la historia de
España, con el inicio de un nuevo ciclo de crecimiento económico.

311
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322
Director: Miguel Santesmases Mestre

Edición en formato digital: 2015

© Leonardo Caruana de las Cagigas (Coord.), Mariano Castro Valdivia, Domingo Cuéllar Villar, Donato Gómez
Díaz, Luis Garrido González, Juan Manuel Matés Barco, M.ª Luz de Prado Herrera y Andrés Sánchez Picón

© Ediciones Pirámide (Grupo Anaya, S.A.), 2015


Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15
28027 Madrid
piramide@anaya.es

ISBN ebook: 978-84-368-3297-6

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323
Índice
Prólogo 9
1. El origen del crecimiento moderno iniciado en Inglaterra 13
1.1. La «revolución demográfica» 14
1.2. La revolución agraria 16
1.3. La revolución comercial 18
1.4. La revolución en los transportes 20
1.5. La industria algodonera 22
1.6. La industria siderúrgica 25
1.7. Cronología de la innovación 26
1.8. El factor trabajo 27
1.9. El factor capital en la Revolución Industrial 29
1.10. La relevancia de la banca en el proceso de grandes cambios 31
1.11. El nuevo pensamiento económico: el liberalismo 35
1.12. Las medidas tomadas durante el gran cambio económico por el gobierno
37
británico
Conclusiones 37
2. La difusión de la Revolución Industrial y la integración de la
39
economía internacional (1830-1914)
2.1. La difusión de la industrialización y la primera globalización 39
2.1.1. La difusión de la industrialización a los países pioneros 41
2.1.2. La difusión de la industrialización a los países seguidores 42
2.2. La segunda revolución tecnológica 48
2.2.1. Los nuevos materiales 49
2.2.2. Las nuevas formas de energía 50
2.2.3. La nueva organización del trabajo 52
2.2.4. La aparición de la gran empresa 54
2.3. Ciclos y crisis económicos (1873-1914): de la Gran Depresión a la rápida
56
recuperación
2.3.1. La Gran Depresión finisecular (1873-1895) 56
2.3.2. La etapa de recuperación (1895-1914) 58
2.4. La expansión del comercio internacional: librecambismo y proteccionismo 58
2.4.1. Las políticas comerciales: el librecambismo 59
2.4.2. Políticas comerciales: el proteccionismo 61

324
2.5. La movilidad de los factores 63
2.5.1. Las migraciones internacionales 63
2.5.2. Las inversiones de capital en el exterior 64
2.6. El sistema monetario y los pagos internacionales: el patrón oro 67
2.7. El imperialismo en la época liberal 71
Anexo 74
3. Desintegración económica y crisis financieras (1918-1939) 76
3.1. Una perspectiva general de la economía occidental (1918-1939) 76
3.2. Las consecuencias económicas de la paz 77
3.3. Inestabilidad e incertidumbre en la década de 1920 79
3.4. La crisis de 1929 y sus efectos en la economía mundial 82
3.4.1. Causas y desarrollo de la crisis 83
3.4.2. Las repercusiones y expansión de la crisis 88
3.5. Recuperación económica y rearme militar (1930-1939) 90
3.5.1. Estados Unidos y el New Deal 91
3.5.2. Gran bretaña: los efectos del abandono del patrón oro 94
3.5.3. Francia: crisis y derrota 96
3.5.4. Alemania: Hitler y la política de rearme 97
3.5.5. Un balance final de la década de 1930 99
3.6. La unión soviética y la aparición de las economías planificadas 99
3.6.1. La Revolución de Octubre de 1917 100
3.6.2. La Nueva Política Económica (NEP) 101
3.6.3. La planificación soviética 105
3.7. Una etapa que se cierra con una nueva guerra 109
4. La economía occidental tras la Segunda Guerra Mundial (1945-
111
1973)
4.1. Los efectos de la Segunda Guerra Mundial 111
4.2. La reorganización de las relaciones internacionales: FMI, Banco Mundial y
113
GATT
4.3. Recuperación de los flujos comerciales 116
4.4. La extensión del papel del Estado 119
4.4.1. La intervención del Estado 119
4.4.2. El aumento del peso del Estado 120
4.4.3. Las políticas estructurales 121
4.4.4. Las políticas coyunturales 128

325
4.5. La deriva del sistema monetario 133
4.6. Crecimiento y convergencia en la edad de oro 136
4.7. La constitución de nuevos espacios de comercio regionales 143
4.7.1. El origen de la regionalización del comercio en europa 143
4.7.2. Los casos de la Comunidad Económica Europea y la Asociación
144
Europea de Libre Comercio
Conclusiones 146
5. La época de crecimiento y recesiones económicas del último
148
cuarto del siglo XX hasta la actualidad
5.1. Crecimiento y recesiones de la economía mundial entre dos siglos 148
5.2. Factores demográficos y capital humano 150
5.3. Causas y antecedentes de la depresión económica de 1973-1982 152
5.4. El primer shock del petróleo de 1973 153
5.4.1. Los efectos inmediatos de la crisis 154
5.4.2. El impacto de la crisis en las economías avanzadas 155
5.4.3. La repercusión de la crisis en los países no desarrollados 156
5.4.4. Medidas adoptadas para salir de la crisis 157
5.5. Reactivación de la crisis del petróleo en 1979 159
5.5.1. La reactivación de la crisis económica 159
5.5.2. Medidas para superar la crisis 160
5.5.3. La recesión de 1980-1982 161
5.6. La crisis de 1987 163
5.7. Caída del sistema comunista europeo y crisis económica (1991-1993) 164
5.8. Burbujas especulativas, globalización y la gran recesión (1994-2012) 166
5.8.1. Globalización, liberalización y apertura exterior 166
5.8.2. La gran recesión primisecular de 2007 167
5.8.3. Hipótesis sobre las causas de la gran recesión primisecular 168
5.8.4. Evolución de la recesión 170
5.8.5. Reactivación de la recesión 175
Conclusiones 178
6. Comportamiento económico de los países emergentes, países
excomunistas y subdesarrollados a finales del siglo XX e inicios del 180
siglo XXI
6.1. Introducción 180
6.2. A las puertas de la revolución industrial: los países emergentes 182

326
6.3. China: el nuevo gigante 184
6.3.1. Las bases para el fuerte crecimiento en China 186
6.4. India, el mayor país democrático del mundo 187
6.5. Países subdesarrollados 189
6.6. Los países excomunistas 194
6.7. La dinámica de la convergencia a lo largo del tiempo 200
Conclusiones 205
7. El crecimiento económico en América Latina (1900-2015) 207
7.1. Introducción 207
7.2. América latina en el contexto internacional (1900-1929) 207
7.2.1. Cambios en la economía mundial 208
7.2.2. Las consecuencias económicas de la paz en América Latina 210
7.2.3. Los avances de la industria 216
7.3. La etapa del crecimiento (1929-1939) 218
7.3.1. Las repercusiones de la depresión de 1929 219
7.3.2. Políticas de estabilización para frenar la crisis 221
7.3.3. El contexto internacional y el sector exportador 222
7.3.4. La recuperación de la economía no exportadora 223
7.4. El cambio de tendencia (1940-1949) 226
7.4.1. Retroceso y estancamiento durante la Segunda Guerra Mundial
227
(1940-1945)
7.4.2. Dependencia exterior y nacionalismo económico 229
7.5. Crecimiento de la deuda y quiebra social (1950-1990) 232
7.6. Desequilibrios y crisis económica (1991-2015) 235
8. La economía española desde finales del siglo XIX hasta
239
mediados del XX
8.1. Introducción 239
8.2. Factores demográficos, recursos humanos y sector agrario 239
8.2.1. Población 240
8.2.2. Trabajo y capital humano 242
8.2.3. Recursos agrarios 244
8.3. El proceso de industrialización 248
8.3.1. El crecimiento industrial 249
8.3.2. La expansión de la industria en la segunda revolución tecnológica 251
8.3.3. Crecimiento industrial en el primer tercio del siglo xx 252

327
8.3.4. La industria en el primer franquismo 254
8.4. La gestación de un amplio sector servicios 255
8.4.1. Introducción 255
8.4.2. Transportes 256
8.4.3. Comunicaciones 258
8.4.4. Servicios financieros y bancarios 258
8.5. Comercio exterior, economía del sector público e inicios del Estado del
259
Bienestar
8.5.1. Sector exterior 259
8.5.2. Sector público administrativo 262
8.5.3. Saldos presupuestarios, deuda pública y estructura de ingresos y
263
gastos del estado
8.5.4. Primeros pasos del Estado del Bienestar y de las prestaciones
267
sociales
Conclusiones 269
9. El crecimiento económico español de la segunda mitad del siglo
270
XX
9.1. Introducción 270
9.2. Crecimiento de la población, capital humano y agricultura 271
9.2.1. Población 271
9.2.2. Trabajo y capital humano 274
9.2.3. Recursos agrarios 277
9.3. Crecimiento y reconversión industrial 280
9.3.1. El impulso industrializador del Plan de Estabilización y
283
Liberalización de 1959 y los Planes de Desarrollo (1964-1973)
9.3.2. Crisis, reconversión y crecimiento industrial en el último cuarto del
287
siglo xx
9.4. Consolidación del sector servicios 289
9.4.1. Introducción 289
9.4.2. Transportes y comunicaciones 291
9.4.3. Servicios financieros y bancarios 292
9.5. Comercio exterior, sector público y nuevo Estado del Bienestar 294
9.5.1. Sector exterior 294
9.5.2. Sector público administrativo, presupuestos, deuda pública y déficit 295
9.5.3. El nuevo Estado del Bienestar 297
Conclusiones 298

328
10. España en el siglo XXI: una de cal y otra de arena 300
10.1. Introducción 300
10.2. La evolución del PIB 301
10.3. La población 302
10.4. La inflación 303
10.5. El problema del paro 304
10.6. Las cuentas públicas 305
10.7. La burbuja inmobiliaria 307
10.8. El sistema financiero 308
10.9. La desigualdad económica 309
Conclusiones 310
Bibliografía 312
Créditos 323

329

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