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DE LA MUJER EN EL FRANQUISMO
1. F
ue una de las tres únicas diputadas elegidas en las Cortes Constituyentes de 1931, por
el partido Radical. Electa en la primera vuelta por la circunscripción de Madrid Pro-
vincia. Resulta muy interesante la lectura de su libro titulado Mi pecado mortal. El voto
femenino y yo, Madrid, Beltrán, 1939.
2. V
entura Franch, Asunción: Las Mujeres y la Constitución Española de 1978, Madrid,
Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, Instituto de la Mujer, 1999, p. 83.
3. E
stadísticas de divorcios y separaciones, Madrid, Ministerio de Justicia, 1936, en el arti-
culo de Morcillo Gómez, Aurora: «Feminismo y lucha política durante la II Republica
y la Guerra Civil», en la obra Femimismo en España. Dos siglos de historia, coord. por
Folguera, Pilar, Ed. Pablo Iglesias, 2007, p. 68-69.
4. En el interesante libro dirigido por la profesora Julia Sevilla Merino, Las mujeres parla-
mentarias en la legislatura constituyente (Cortes Generales. Ministerio de la Presidencia,
2006, p. 10), se afirma que «Si nos fijamos en España observamos cómo el movimiento
feminista no existió hasta bien entrado el siglo XX y cristalizó con la Constitución Re-
publicana de 1931, que, con el reconocimiento del sufragio femenino, introduce en la
sociedad patriarcal española la relevancia del papel de la mujer».
5. R
osalía Sender Begué (Luchando por la liberación de la mujer, Valencia, 1969-1981, Uni-
versitat de Valencia, 2006, p. 182) afirma que «Tras la Guerra Civil, nosotras las mujeres
perdimos más que los hombres, porque además de la libertad y la democracia, Franco
nos arrebató todos los derechos que la República nos otorgó y que situaban a la mujer
española en la vanguardia de Europa».
6. Magnífico el estudio que se realiza sobre la Sección Femenina en el libro Mujer, Falange
y Franquismo (Madrid, Taurus, 1983) de Mª Teresa Gallego Méndez.
7. Resulta muy interesante la obra de Richamond, Kathleen y otro: Las mujeres en el fas-
cismo español: La Sección Femenina de la Falange, 1934-1959, Madrid, Alianza Editorial
2004, donde se examina la base ideológica de la Sección Femenina, y también se analiza
la aportación de la Sección Femenina a la legislación, la prosperidad económica y el
tejido social de España durante ese periodo.
8. Primo de Rivera, Pilar: Escritos, Circulares, Discursos, Madrid, s/f, p. 28.
9. P
rimo de Rivera, Pilar: Misión y organización de la Sección Femenina de FET y JONS,
Madrid, 1942.
10. Primo de Rivera, Pilar, en Escritos…op. cit, p. 35.
11. Primo de Rivera, Pilar, Escritos…, op. cit, p. 36.
12. T
extos recogidos en Primo de Rivera, José Antonio: Obras Completas. Tomo I, Discur-
sos Fundamentales y otros Discursos de Propaganda; Madrid, FET y de las JONS, pp.
179-183.
13. E
l Artículo 60 del Código Civil disponía que: «El marido es el representante de su
mujer. Esta no puede, sin su licencia, comparecer en juicio por sí o por medio de
Procurador».
14. A
rtículo 58 del Código Civil: «La mujer está obligada a seguir a su marido donde quiera
que fije su residencia. Los Tribunales, sin embargo, podrán con justa causa eximirla de
esta obligación cuando el marido traslade su residencia a ultramar o a país extranjero».
Esta restricción no desapareció hasta la aprobación de la Ley 14/1975, de 2 de mayo.
ejercer la patria potestad sobre sus hijos naturales si el padre los había recono-
cido, aunque tenía que cargar con el reproche social de no tener un marido15.
Pero la tímida evolución ideológica del régimen, los cambios que se fue-
ron produciendo en la sociedad española, los avances del derecho comparado
en materia de igualdad y un cierto debate social, originaron diversas reformas
en la legislación civil, que supusieron algún avance para las mujeres.
La primera modificación importante del Código Civil, tuvo lugar con la
aprobación de la Ley de 24 de abril de 1958, la cual vino a ampliar la capaci-
dad jurídica y de obrar de la mujer.
La reforma más importante que efectuó dicha Ley fue la del artículo 1413
del Código Civil añadiendo el «consentimiento uxoris» para la enajenación
o gravamen de los bienes gananciales, limitando el omnímodo poder del ma-
rido y en especial la facultad de disposición que éste tenía sobre los bienes
gananciales.
Asimismo, tras dicha reforma, se permitió a la mujer casada ser albacea
y ocupar cargos tutelares, aunque se le seguía exigiendo para ello la autoriza-
ción del marido, a tenor de lo dispuesto en el numero 7 del articulo 237 del
Código Civil.
También se sustituyó la consideración que tenía la vivienda familiar como
«casa del marido» por la de «hogar conyugal». Y a consecuencia de ello, en
caso de separación, y en interés de la familia, se contemplaba la posibilidad
de que la mujer continuase en el disfrute del domicilio conyugal, en la fase de
medidas provisionales, y mientras durase el procedimiento judicial y recayera
sentencia.
Incluso tras la reforma producida por la Ley de 1958, a la mujer que era
considerada «culpable» en caso de separación, se le reconocía el derecho a
administrar sus bienes propios y la mitad de los gananciales.
También se eliminó la perdida de la patria potestad de sus hijos para la
viuda que contrajese nuevas nupcias (articulo 168 del Código Civil).
Otra importante modificación fue la eliminación del llamado «depósito
de la mujer», por el cual, en caso de petición de separación o de nulidad
matrimonial, la esposa debía ser «depositada» en casa de sus padres, en un
15. E
n Enciso Viana, Emilio: Muchacha, 1940, se llegaba a afirmar que «La soltera por vir-
tud, cumple su misión femenina en las obras de apostolado, de beneficencia, sociales,
patriótica, religiosas» … «En nuestra guerra, en las diversas organizaciones femeninas,
multitud de las llamadas solteronas han prestado servicios valiosísimos», «Pero, la
soltera por egoísmo, porque, teniendo medios de vida, es mas cómoda la soltería, es
una desequilibrada, exaltada, extravagante y no requiere ninguna atención porque no
lo merece y no creo que ninguna de mis lectoras pertenezca a esta categoría».
juicio para litigar sobre ellos, mientras que tras la reforma introducida por
la Ley 14/75 en el referido precepto, se habilita a la mujer para disponer por
sí sola de sus bienes propios. Y a continuación, tras la reforma efectuada en
el artículo 1388, se autoriza también a la mujer para comparecer en juicio y
litigar sobre los bienes parafernales.
Asimismo en el nuevo texto, el deber de obediencia de la mujer al marido,
previsto en el artículo 57 del Código Civil, quedó eliminado, disponiendo en
su lugar que «el marido y la mujer se deben respeto y protección recíprocos,
y actuarán siempre en interés de la familia».
Además se recogió algo que los regímenes forales ya tenían, como era la
posibilidad de poder pactar capitulaciones matrimoniales después de celebra-
do el matrimonio.
Por lo que respecta a las reformas efectuadas al Código de Comercio, se
eliminaron las trabas de la mujer casada para celebrar contratos, así como
para ejercer actividades mercantiles, al suprimirse la licencia marital.
Esta Ley supuso por lo tanto un avance considerable en la posición jurídi-
ca de la mujer en el ámbito del derecho civil; pero sin embargo el Código Civil
seguía conservando importantes lastres para la mujer, como por ejemplo, el
mantener la preferencia del marido sobre la mujer respecto a la atribución de
la patria potestad de los hijos, o el atribuirle a éste la exclusiva administración
de los bienes matrimoniales.
16. A
l respecto de la coeducación, Onésimo Redondo señalaba en la Revista Libertad,
Nº 17, de 5 de octubre de 1931, que «La coeducación o emparejamiento escolar es
un crimen ministerial contra las mujeres decentes. Es un delito contra la salud del
pueblo…»
que ir dirigida a formar buenas esposas y madres. Y debido a ello tenían que
recibir una formación diferenciada de los hombres, lo que se hacía, por ejem-
plo, recibiendo asignaturas especificas, como Hogar o Economía Doméstica;
o incluso en las materias comunes, como Educación Física y Formación del
Espíritu Nacional, los contenidos diferían según el sexo del alumnado. Una
Orden-Circular sobre educación de las niñas, de 5 de marzo de 1938, ya seña-
laba: «En las escuelas de niñas, brillará la feminidad más rotunda, procurando
las Maestras, con labores y enseñanzas apropiadas al hogar, dar carácter a sus
escuelas, tendiendo a una contribución práctica a favor de nuestro glorioso
ejercito».
Posteriormente, la Ley de Educación Primaria de 17 de julio de 1945 con-
solidó de forma definitiva la segregación de niños y niñas en las escuelas. En
su Preámbulo se justificaba dicha decisión, señalando: «Por razones de índole
moral y de eficacia pedagógica, la Ley consagra el principio cristiano de la
separación de sexos en la enseñanza».
La política educativa referente a la mujer y su integración se hacía de
forma diferente a la del hombre, a éste se le adjudicaba la tarea productiva,
mientras que a la mujer, básicamente, se le asignaba la función reproductiva.
La enseñanza, apoyada en la construcción de los géneros, era, sin ninguna
duda, totalmente sexista y discriminatoria, e impregnaba toda la sociedad, lo
que abundaba en la consideración que se tenía sobre la mujer como un ser
inferior y supeditado al hombre.
La educación primaria era el final de carrera para la inmensa mayoría de
las mujeres, ya que muy pocas tenían la posibilidad de pasar al bachillerato, y
además la formación profesional era un reducto masculino. Ni que decir tiene
que la presencia de las mujeres en la Universidad era casi nula.
Incluso la mujer que se preocupaba por aprender y ser culta, era con-
siderada poco femenina, y merecía el oportuno reproche social17. La Iglesia
Católica coincidía en la condena a las mujeres independientes y críticas, de-
fendiendo que frente a las mujeres Bachilleres, presuntuosas y sabias, debían
formarse amas de casa, expertas en la práctica de su papel tradicional18.
17. L
a propia Sección Femenina en la publicación Libro para las Margaritas (Publicaciones
de la FET de las JONS, Madrid, 1940), recomendaba: «no hay que ser nunca una niña
empachada de libros, no hay que ser una intelectual. De mayores, si hay que elegir una
carrera, que sea una carrera de mujer: enfermera, puericultora o maestra».
18. L
a Iglesia Católica compartía la idea sobre lo perniciosa que resulta la lectura para las
mujeres, así, por ejemplo, P. Riaño Campo, en Formación católica de la joven (Madrid,
Pía sociedad de San Pablo, 1943) mantenía que «Las malas lecturas son de dos clases;
unas matan el tesoro de la fe, otras roban el tesoro de la virtud».
22. I bídem.
23. Medina, Revista de la Sección Femenina, 13 de agosto de 1944.
24. Pilar Primo de Rivera, 1942.
25. Padre García Figer en Medina, Revista de la Sección Femenina, 12 de agosto de 1945.
27. B alaguer Callejon, Mª Luisa: Mujer y Constitución. La construcción jurídica del género,
Madrid, Cátedra, 2005, p. 83.
28. I nteresante el artículo de Celia Valiente Fernández, publicado en la revista Historia
Social nº 31, 1998, pp. 45-65, titulado «La realización del régimen franquista: la Ley de
22 de julio de 1961 sobre derechos políticos, profesionales y de trabajo de la mujer», en el
que sostiene que no se emprendió dicha reforma legal por razones de índole económi-
ca, ni tampoco intentaron con ella satisfacer demandas planteadas por grupos defen-
sores de los derechos de la mujer, ni aspiraciones en este sentido latentes en amplios
sectores de la población, sino que se aprobó a instancias de la organización de mujeres
del partido único del régimen, la Sección Femenina, en un intento de ganar para Espa-
ña cotas más altas de aceptación internacional.
este hecho lo que pedimos con esta ley es que la mujer, la mujer empujada al
trabajo por necesidad, lo haga en las mejores condiciones posibles29.
De ahí que la Exposición de Motivos de dicha Ley, por un lado, reconociese
el principio de no discriminación por razón de sexo, aunque por otro seguía
limitándose la capacidad jurídica y de obrar de la mujer trabajadora30.
Así, lo cierto es que en el artículo 1 de la mencionada ley se reconocía
expresamente a la mujer «los mismos derechos que al varón para el ejercicio
de toda clase de actividades políticas, profesionales y de trabajo, sin mas limi-
taciones que las establecidas en la presente ley», pero aunque no se dijera ex-
presamente, dicha declaración iba dirigida exclusivamente a la mujer soltera,
ya que la mujer casada tenía la limitación de la licencia marital.
Por su parte, el artículo 3 contenía una declaración general de equipa-
ración de la mujer al varón en el derecho al acceso a los cuerpos y carreras
administrativas, pero seguidamente se establecían una serie de excepciones a
dicho principio general, que impedían por ejemplo el acceso de las mujeres a
las Armas y Cuerpos de los Ejércitos y a cualquier instituto armado, servicio
o carrera que implicara el uso de armas; asimismo se prohibía a las mujeres
acceder a la carrera judicial y fiscal –salvo en las Jurisdicciones Tutelar de
Menores y Laboral–, y también se les prohibía el acceso a la Marina Mercante,
salvo profesionales sanitarias.
Asimismo, el artículo 4 de dicha Ley disponía que «La mujer podrá ce-
lebrar toda clase de contratos de trabajo», para seguidamente exceptuar los
«trabajos, peligrosos e insalubres».
Pero además, el artículo 5, común a todos los anteriores, exigía la autori-
zación marital expresa para el ejercicio de algunos de los derechos reconoci-
dos en dicha ley a las mujeres, como por ejemplo, para celebrar contratos de
trabajo.
Dicha Ley se complementaba con el Decreto de 26 de julio de 1957, en el
que se fijaban los trabajos prohibidos a las mujeres. En la Exposición de Moti-
vos se justificaba dicha norma haciendo referencia a «El alto concepto que en
general al español merece la mujer y la atención que de manera especial debe
ser puesta en evitar que un trabajo nocivo pueda perjudicar su naturaleza». Y
en su artículo 1 se concretaban algunos de los trabajos prohibidos a las muje-
res, entre los que se encontraban: «el engrase, limpieza, examen o reparación
29. P rimo de Rivera, Pilar, Discurso en la presentación a las Cortes en 1961 de la Ley de
Derechos Políticos, Profesionales y de Trabajo de la Mujer.
30. S in embargo, el posterior Decreto de 1 de febrero de 1962, estableció tres posibilidades
para las mujeres empleadas que contrajesen matrimonio: mantener el puesto de traba-
jo, percibir una indemnización o quedar en excedencia (p. 30).
4. Conclusión
Como hemos podido comprobar las normas jurídicas vigentes durante el
franquismo fueron totalmente desigualitarias, siendo el propio ordenamiento
jurídico quien se encargó de amparar la sumisión de las mujeres, situando a
éstas en una posición jurídica de inferioridad respecto de los hombres31.
Sin duda, el reconocimiento de la igualdad de mujeres y hombres es una
exigencia de una sociedad democrática, y por lo tanto, la instauración de un
régimen democrático en España y la consiguiente aprobación de una Cons-
titución, que define su modelo de Estado como social y democrático de de-
recho, debía necesariamente recoger dicha premisa fundamental, como así
ocurrió.
31. A
l respecto resulta interesante la reflexión que realiza la Profesora Julia Sevilla al cues-
tionarse: «Ante estas evidencias cabe preguntarse cuál ha sido la razón de tanta discri-
minación y por qué las discriminaciones que hemos padecido las mujeres y que han
sido las que han construido el género se han hecho desde la ley que, en teoría, había
nacido para ser objetiva, general, neutra, igual para todos» (Mujeres y ciudadanía; la
democracia paritaria, Valencia, Institut Universitari d’Estudis de la Dona. Universitat
de Valencia, 2004).
32. L
a Diputada Revilla López, Mª Teresa, en su intervención explicando su voto de dicho
artículo en la Comisión de Asuntos Constitucionales y Libertades Públicas del Con-
greso, afirmó «Señorías, en este artículo que hemos votado afirmativamente, la mujer
española adquiere, por fin la plenitud de sus derecho», añadiendo a continuación «…
Pero las mujeres no vamos a dar las gracias por ello». Recogido en el libro colectivo
Las mujeres parlamentarias en la legislatura Constituyente, Madrid, Cortes Generales.
Ministerio de la Presidencia, 2006, p. 95.
33. E
l Profesor Pérez Royo, Javier, en su manual Curso de derecho constitucional (Madrid,
Marcial Pons, 1996), sostiene que con dicho precepto «La Constitución pone fin a la
situación de desigualdad jurídica que el matrimonio suponía para la mujer», p. 322.
Resulta por lo tanto muy evidente, que desde los oscuros tiempos de la
Dictadura Franquista hasta la actualidad, hemos avanzado mucho en el re-
conocimiento de sus derechos a las mujeres; pero, evidentemente todavía no
hemos alcanzado el objetivo final, que no es otro que la igualdad real y efec-
tiva de mujeres y hombres. Para ello resulta necesario hacer avanzar el marco
jurídico-legislativo34; pero las leyes no son suficientes, hace falta algo más: es
imprescindible un cambio radical en la cultura de nuestra sociedad, lo cual
resulta mucho más difícil.
Precisamente por esto es necesario recuperar la memoria histórica, para
conocer cuál ha sido la situación jurídica de las mujeres en momentos no tan
lejanos, como fue la Dictadura Franquista. Esa es una de las pretensiones de
este artículo, aunque adentrarse en el estudio sobre la posición jurídica de la
mujer durante el franquismo no haya sido tarea fácil, teniendo en cuenta el
escaso interés que este tema ha suscitado a los investigadores del Derecho;
algo que, por otro lado, suele ocurrir frecuentemente con todo lo que atañe a
las mujeres.
Mas allá de los contenidos netamente jurídicos y de la voluntad de recu-
perar nuestra memoria histórica, como un acicate para seguir impulsando la
evolución de nuestra sociedad, este artículo pretende despertar la reflexión
de quien lo lea acerca del hecho innegable de que el papel de las mujeres his-
tóricamente siempre ha estado oculto bajo la ideología patriarcal dominante
durante siglos, una ideología que ha minimizado el trabajo realizado por és-
tas, invisibilizándolas, negándoles incluso sus derechos básicos como ciuda-
danas. Aunque, en muchas ocasiones esta realidad incuestionable se olvide,
se evite o se niegue, tratando de encubrir la historia, lo cual debería resultar
inaceptable.
34. M
uy interesante la conclusión a la que llega la profesora Mª del Mar Esquembre Valdes,
en su artículo «Genero y Ciudadanía, Mujeres y Constitución», Feminismo/s, 8 (Mujeres
y derecho), diciembre 2006, pp. 35-51, donde sostiene que «Las mujeres accedimos
al ámbito de toma de decisiones con las Constituciones contemporáneas (del Estado
social), pero nuestras reivindicaciones se han ido atendiendo gradualmente en diversos
instrumentos normativos de carácter infraconstitucional desde una base sumamen-
te frágil, de tal forma que su afianzamiento y refuerzo requiere de su inclusión en
la norma suprema que articula la convivencia, pues solo así se pueden evitar riesgos
involucionistas ante nuevos desafíos ligados al fenómeno de la globalización, no sólo
de carácter económico, sino también ideológico y avanzar en la consecución de una
verdadera democracia».