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- La persona es un ser libre y como tal quiere el bien: Para Santo Tomás “la libertad es
querer el bien. Con el término “querer” se indica que un principio intrínseco de la
libertad es la voluntad; y, con la categoría “bien” se significa que la libertad sirve a este
fin. Se distinguen tres tipos de voluntad: la simple voluntad en cuanto quiere el bien
supremo o la felicidad; la voluntad como razón o querer racional que posibilita la
elección del bien, y se identifica con el libre albedrio; y, la voluntad que quiere el bien
de modo necesario y que constituye la plena libertad personal la cual posibilita la ética
de la autonomía moral. “ La Persona Humana es un ser independiente, inteligente y
racional, que desde pequeño desarrolla sus conocimientos, y se apoya en la educación
para desarrollar todas sus potencialidades frente a la sociedad, que es la que lo lleva a
convertirse en un hombre productivo para la sociedad, que lo lleva a ubicarse en el ... “
- En la dimensión antropológica que Juan Pablo II ha impregnado en el Pensamiento
Social de la Iglesia se ha centrado en la búsqueda de la dignidad de la persona
humana, imagen de Dios. Por esto, la Solicitudo rei socialis dirá en su comienzo que
«la preocupación social de la iglesia se orienta al desarrollo auténtico del hombre y
de la sociedad, que se respete y promueva en toda su dimensión la persona humana».
- Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 24. Expresa que la política es «La
índole social del hombre demuestra que el desarrollo de la persona humana y
el crecimiento de la propia sociedad están mutuamente condicionadas. Porque
el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales son y debe ser
la persona humana, la cual, por su misma naturaleza, tiene absoluta necesidad
de la vida social. La vida social no es, pues, para el hombre sobrecarga
accidental. Por ello, a través del trato con los demás, de la reciprocidad de
servicios, del diálogo con los hermanos, la vida social engrandece al hombre
en todas sus cualidades y le capacita para responder a su vocación»
Este principio lo hemos tratado largamente en Ética de la persona. Todo ser humano por
haber sido creado a imagen de Dios y rescatado por Jesucristo, no tiene precio y es digno
de respeto, como miembro de la familia humana. Es el principio básico de la doctrina
social católica. Las personas individuales tienen una dignidad; sin embargo, el
individualismo no tiene lugar en el pensamiento social católico. El principio de la
dignidad humana da a cada persona un derecho de pertenencia a una comunidad, a la
familia humana.
Cada persona, cualesquiera que sean su raza, su sexo, edad, su nacionalidad de origen,
su religión, su estatus con relación al empleo, su nivel económico, su salud, su
inteligencia, sus logros o cualquier otra característica que sea causa de diferencias, es
digna de respeto. No es lo que ustedes hacen o tienen lo que les da derecho a ser
respetados, sino el simple hecho de ser un ser humano es el que establece su dignidad.
Debido a esta dignidad, la persona humana, en la óptica católica, no es nunca un medio,
sino siempre un fin.
El hombre debe desarrollar esta dignidad sustancial durante su existencia individual y
social a través de su inteligencia, de la conciencia moral, de la sabiduría que profundiza
en la verdad de las cosas, de la libertad y de la responsabilidad.
La dignidad de la persona humana se expresa en los derechos fundamentales del hombre
y en su reconocimiento social. Propiamente el hombre es el único titular de los llamados
derechos fundamentales. Los principales derechos humanos son: el derecho a la vida, el
derecho de libertad religiosa, el de participación en la vida social (libertad de dar y recibir
educación, libertad de expresión, de asociación, etc.) y en la vida económica (derecho a
la iniciativa económica, al sustento necesario, a la superación de la pobreza individual y
colectiva, etc.)1.
Toda persona, desde el momento de su concepción hasta su muerte natural, tiene una
dignidad inherente y un derecho a la vida en conformidad con esta dignidad.
La vida humana, en cada etapa de su desarrollo y de su declinar, es valiosa y, por tanto,
digna de protección y de respeto. Siempre es culpable atacar directamente una vida
humana inocente. La tradición católica ve el carácter sagrado de la vida humana como
algo que forma parte de toda la visión moral de una sociedad justa y buena.
1
CUADRÓN, A. y OTROS. Manual abreviado de… op. cit. Págs. 36-44.
sindicatos y a adherirse a ellos, el derecho a la propiedad privada y a la iniciativa
económica.
Los lazos principales que definen una familia son e dos tipos: vínculos de afinidad
derivados del establecimiento de un vínculo reconocido socialmente, como el
matrimonio (2) —que, en algunas sociedades, sólo permite la unión entre dos personas
mientras que en otras es posible la poligamia—, y vínculos de consanguinidad, como la
filiación entre padres e hijos o los lazos que se establecen entre los hermanos que
descienden de un mismo padre. También puede diferenciarse la familia según el grado
de parentesco entre sus miembros.
Tipos de familias:
familia nuclear, padres e hijos (si los hay); también se conoce como «círculo
familiar»;
familia extensa, además de la familia nuclear, incluye a los abuelos, tíos,
primos y otros parientes, sean consanguíneos o afines;
familia monoparental, en la que el hijo o hijos vive(n) sólo con uno de los
padres;
Otros tipos de familias, aquellas conformadas únicamente por hermanos, por
amigos (donde el sentido de la palabra "familia" no tiene que ver con un
parentesco de consanguinidad, sino sobre todo con sentimientos como la
convivencia, la solidaridad y otros), etcétera, quienes viven juntos en la mismo
espacio por un tiempo considerable. En muchas sociedades, principalmente en
Estados Unidos y Europa occidental, también se presentan familias unidas por
lazos puramente afectivos, más que sanguíneos o legales. Entre este tipo de
unidades familiares se encuentran las familias encabezadas por miembros que
mantienen relaciones conyugales estables no matrimoniales, con o sin hijos. El
Día Internacional de la Familia se celebra el 15 de mayo.
Luego de que hemos considerado algunos aspectos iniciales de la doctrina social de la Iglesia,
pasamos ahora a considerar aspectos específicos. Empezamos por la cultura y la familia que le
consideramos la célula vital de la sociedad humana, y condición para que esta se desarrolle en
modo adecuado. La importancia y la centralidad de la familia, en orden a la persona y a la
sociedad, se lo ha visto a en las culturas como el hábitat más normal. En la familia se aprenden
los conocimientos básicos para la vida, se aprende a amar a Dios y al prójimo; los hijos aprenden
las primeras y más decisivas lecciones de la sabiduría práctica a las que van unidas las virtudes
(cf. Pr 1,8-9; 4,1-4; 6,20-21; Si 3,1-16; 7,27-28).
La familia es importante y central en relación a la persona. En esta cuna de la vida y del amor, el
hombre nace y crece. Cuando nace un niño, la sociedad recibe el regalo de una nueva persona,
que está “llamada, desde lo más íntimo de sí a la comunión con los demás y a la entrega a los
demás”. 2 En la familia, por tanto, la entrega recíproca del hombre y de la mujer unida en
matrimonio, crea un ambiente de vida en el cual el niño puede “desarrollar sus potencialidades,
hacerse consciente de su dignidad y prepararse a afrontar su destino único e irrepetible”. 3
En el clima de afecto natural que une a los miembros de una comunidad familiar, las personas son
reconocidas y responsabilizadas en su integridad: “La primera estructura fundamental a favor de
la “ecología humana” es la familia, en cuyo seno el hombre recibe las primeras nociones sobre la
verdad y el bien; aprende qué quiere decir amar y ser amado y, por consiguiente, qué quiere decir
en concreto ser una persona”. 4 Las obligaciones de sus miembros no están limitadas por los
términos de un contrato, sino que derivan de la esencia misma de la familia, fundada sobre un
pacto conyugal irrevocable y estructurado por las relaciones que derivan de la generación o
adopción de los hijos.
2
Juan Pablo II, Exh. ap. Christifideles laici, 39, 40
3
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 39
4
Ibid., 39
1. «Artículo 16. 3». Declaración Universal de los Derechos Humano. Asamblea General de las Naciones Unidas (1948). «La familia
es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado.»
2. ↑ Sobre este punto hay que ser cuidadosos. Kathleen Gough demostró que el matrimonio no es una institución universal: entre los
nayar de India, una mujer no tiene un esposo fijo: tiene múltiples compañeros sexuales, aunque sólo uno de ellos tenga reconocimiento
como compañero exclusivo de una mujer. El hombre nunca vivía permanentemente con la mujer, puesto que pasaba su vida en casa
de las mujeres de su linaje; por otra parte, el lazo entre una mujer y un hombre podía ser roto con la negativa de la mujer a recibir en
su casa al hombre. Por su parte, el "compañero reconocido de una mujer debía asumir la paternidad de los hijos de ésta, aun cuando
fuera de dominio público que el genitor—el padre biológico, según la terminología utilizada en Occidente— fuera otro hombre"
(Gough, 1974).
3. ↑Día Internacional de las Familias
La familia, comunidad natural en donde se experimenta la sociabilidad humana, contribuye en
modo único e insustituible al bien de la sociedad. La comunidad familiar nace de la comunión de
las personas: La “comunión” se refiere a la relación personal entre el “yo” y el “tú”. La
“comunidad”, en cambio, supera este esquema apuntando hacia una “sociedad”, un “nosotros”.
La familia, comunidad de personas, es por consiguiente la primera “sociedad” humana.5
Una sociedad a medida de la familia es la mejor garantía contra toda tendencia de tipo
individualista o colectivista, porque en ella la persona es siempre el centro de la atención en cuanto
fin y nunca como medio. Es evidente que el bien de las personas y el buen funcionamiento de la
sociedad están estrechamente relacionados con la prosperidad de la comunidad conyugal y
familiar. Sin familias fuertes en la comunión y estables en el compromiso, los pueblos se debilitan.
En la familia se inculcan desde los primeros años de vida los valores morales, se transmite el
patrimonio espiritual de la comunidad religiosa y el patrimonio cultural de la Nación. En ella se
aprenden las responsabilidades sociales y la solidaridad.6
Todo modelo social que busque el bien del hombre no puede prescindir de la centralidad y de la
responsabilidad social de la familia. La sociedad y el Estado, en sus relaciones con la familia,
tienen la obligación de atenerse al principio de subsidiaridad. En virtud de este principio, las
autoridades públicas no deben sustraer a la familia las tareas que puede desempeñar sola o
libremente asociada con otras familias; por otra parte, las mismas autoridades tienen el deber de
auxiliar a la familia, asegurándole las ayudas que necesita para asumir de forma adecuada todas
sus responsabilidades.7
5
cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2206.
6
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2224.
7
Cf. Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 45:
8
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1603.
disponer del vínculo matrimonial, con el cual los dos esposos se prometen fidelidad, asistencia
recíproca y apertura a los hijos, aunque ciertamente le compete regular sus efectos civiles.
La familia se presenta como espacio de comunión —tan necesaria en una sociedad cada vez más
individualista—, que debe desarrollarse como una auténtica comunidad de personas 10 gracias al
incesante dinamismo del amor, dimensión fundamental de la experiencia humana, cuyo lugar
privilegiado para manifestarse es precisamente la familia: « El amor hace que el hombre se realice
mediante la entrega sincera de sí mismo. Amar significa dar y recibir lo que no se puede comprar
ni vender, sino sólo regalar libre y recíprocamente ».11
Gracias al amor, realidad esencial para definir el matrimonio y la familia, cada persona, hombre
y mujer, es reconocida, aceptada y respetada en su dignidad. Del amor nacen relaciones vividas
como entrega gratuita, que “respetando y favoreciendo en todos y cada uno la dignidad personal
como único título de valor, se hace acogida cordial, encuentro y diálogo, disponibilidad
desinteresada, servicio generoso y solidaridad profunda”. 12 La existencia de familias que viven
con este espíritu pone al descubierto las carencias y contradicciones de una sociedad que tiende a
privilegiar relaciones basadas principalmente, cuando no exclusivamente, en criterios de
eficiencia y funcionalidad. La familia que vive construyendo cada día una red de relaciones
interpersonales, internas y externas, se convierte en la “primera e insustituible escuela de
socialidad, ejemplo y estímulo para las relaciones comunitarias más amplias en un clima de
respeto, justicia, diálogo y amor”.13
El amor se expresa también mediante la atención esmerada de los ancianos que viven en la familia:
su presencia supone un gran valor. Son un ejemplo de vinculación entre generaciones, un recurso
para el bienestar de la familia y de toda la sociedad. Los ancianos constituyen una importante
escuela de vida, capaz de transmitir valores y tradiciones y de favorecer el crecimiento de los más
jóvenes: estos aprenden así a buscar no sólo el propio bien, sino también el de los demás. Si los
ancianos se hallan en una situación de sufrimiento y dependencia, no sólo necesitan cuidados
médicos y asistencia adecuada, sino, sobre todo, ser tratados con amor.
9
Catecismo de la Iglesia Católica, 2379
10
Cf. Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 18.
11
Juan Pablo II, Carta a las Familias Gratissimam sane, 11
12
Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 43
13
Ibid., 43
La solidez del núcleo familiar es un recurso determinante para la calidad de la convivencia social.
Por ello la comunidad civil no puede permanecer indiferente ante las tendencias disgregadoras
que minan en la base sus propios fundamentos. Si una legislación puede en ocasiones tolerar
comportamientos moralmente inaceptables, 509 no debe jamás debilitar el reconocimiento del
matrimonio monogámico indisoluble, como única forma auténtica de la familia. Es necesario, por
tanto, que las autoridades públicas « resistiendo a las tendencias disgregadoras de la misma
sociedad y nocivas para la dignidad, seguridad y bienestar de los ciudadanos, procuren que la
opinión pública no sea llevada a menospreciar la importancia institucional del matrimonio y de la
familia ».14
Es tarea de la comunidad cristiana y de todos aquellos que se preocupan sinceramente por el bien
de la sociedad, reafirmar que “la familia constituye, más que una unidad jurídica, social y
económica, una comunidad de amor y de solidaridad, insustituible para la enseñanza y transmisión
de los valores culturales, éticos, sociales, espirituales y religiosos, esenciales para el desarrollo y
bienestar de los propios miembros y de la sociedad”.15
La tarea educativa tiene sus raíces en la vocación primordial de los esposos a participar en la obra
creadora de Dios; ellos, engendrando en el amor y por amor una nueva persona, que tiene en sí la
vocación al crecimiento y al desarrollo, asumen por eso mismo la obligación de ayudarle
eficazmente a vivir una vida plenamente humana. Como ha recordado el Concilio Vaticano II:
“Puesto que los padres han dado la vida a los hijos, tienen la gravísima obligación de educar a la
prole, y por tanto hay que reconocerlos como los primeros y principales educadores de sus hijos.
Este deber de la educación familiar es de tanta trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede
suplirse. Es, pues, deber de los padres crear un ambiente de familia animado por el amor, por la
piedad hacia Dios y hacia los hombres, que favorezca la educación íntegra personal y social de
los hijos. La familia es, por tanto, la primera escuela de las virtudes sociales, que todas las
sociedades necesitan”16. El amor de los padres, que se pone al servicio de los hijos para ayudarles
a extraer de ellos («e-ducere») lo mejor de sí mismos, encuentra su plena realización precisamente
en la tarea educativa: “El amor de los padres se transforma de fuente en alma y, por consiguiente,
en norma que inspira y guía toda la acción educativa concreta, enriqueciéndola con los valores de
dulzura, constancia, bondad, servicio, desinterés, espíritu de sacrificio, que son el fruto más
precioso del amor”.17
Al igual que el Estado, la familia es una verdadera sociedad, que se rige por una potestad propia,
esto es, la paterna. Por lo cual, guardados efectivamente los límites que su causa próxima ha
determinado, tiene ciertamente la familia derechos “por lo menos” iguales que la sociedad civil
para elegir y aplicar los medios necesario en orden a su protección y justa libertad. Y hemos dicho
“por lo menos” iguales, porque, siendo la familia lógica y realmente anterior a la sociedad civil,
se sigue que sus derechos y deberes son también anteriores y más naturales. Pues si los
ciudadanos, si las familias, hechos partícipes de la convivencia y sociedad humanas, encontraran
en los poderes públicos perjuicio en vez de ayuda, un cercenamiento de sus derechos más bien
que la tutela de los mismos, la sociedad sería, más que deseable, digna de repulsa.18
14
Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 81
15
, Carta de los derechos de la familia, Preámbulo, E, Tipografía Políglota Vaticana, Ciudad del Vaticano 1983, p. 6.
16
Gravissimum Educationis, n. 3
17
Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 36.
18
Rerum Novarum, n. 13
Los padres son los primeros, pero no los únicos, educadores de sus hijos. Corresponde a ellos,
por tanto, ejercer con sentido de responsabilidad, la labor educativa en estrecha y vigilante
colaboración con los organismos civiles y eclesiales: “La misma dimensión comunitaria, civil y
eclesial, del hombre exige y conduce a una acción más amplia y articulada, fruto de la
colaboración ordenada de las diversas fuerzas educativas. Éstas son necesarias, aunque cada una
puede y debe intervenir con su competencia y con su contribución propias”.19 Los padres tienen
el derecho a elegir los instrumentos formativos conformes a sus propias convicciones y a buscar
los medios que puedan ayudarles mejor en su misión educativa, incluso en el ámbito espiritual y
religioso. Las autoridades públicas tienen la obligación de garantizar este derecho y de asegurar
las condiciones concretas que permitan su ejercicio.20 En este contexto, se sitúa el tema de la
colaboración entre familia e institución escolar.
En la educación de los hijos, las funciones materna y paterna son igualmente necesarias. Por lo
tanto, los padres deben obrar siempre conjuntamente. Ejercerán la autoridad con respeto y
delicadeza, pero también con firmeza y vigor: debe ser una autoridad creíble, coherente, sabia y
siempre orientada al bien integral de los hijos.
La subjetividad social de las familias, tanto individualmente como asociadas, se expresa también
con manifestaciones de solidaridad y ayuda mutua, no sólo entre las mismas familias, sino
también mediante diversas formas de participación en la vida social y política. Se trata de la
consecuencia de la realidad familiar fundada en el amor: naciendo del amor y creciendo en él, la
solidaridad pertenece a la familia como elemento constitutivo y estructural.
19
Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 40.
20
Cf. Concilio Vaticano II, Decl. Gravissimum educationis, 6:
21
Concilio Vaticano II, Decl. Gravissimum educationis, 1
22
Cf. Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 43
23
Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 37
Es una solidaridad que puede asumir el rostro del servicio y de la atención a cuantos viven en la
pobreza y en la indigencia, a los huérfanos, a los minusválidos, a los enfermos, a los ancianos, a
quien está de luto, a cuantos viven en la confusión, en la soledad o en el abandono; una solidaridad
que se abre a la acogida, a la tutela o a la adopción; que sabe hacerse voz ante las instituciones de
cualquier situación de carencia, para que intervengan según sus finalidades específicas.
Las familias, lejos de ser sólo objeto de la acción política, pueden y deben ser sujeto de esta
actividad, movilizándose para “procurar que las leyes y las instituciones del Estado no sólo no
ofendan, sino que sostengan y defiendan positivamente los derechos y deberes de la familia. En
este sentido, las familias deben crecer en la conciencia de ser “protagonistas” de la llamada
“política familiar” y asumir la responsabilidad de transformar la sociedad”.24 Con este fin, se ha
de reforzar el asociacionismo familiar: “Las familias tienen el derecho de formar asociaciones
con otras familias e instituciones, con el fin de cumplir la tarea familiar de manera apropiada y
eficaz, así como defender los derechos, fomentar el bien y representar los intereses de la familia.
En el orden económico, social, jurídico y cultural, las familias y las asociaciones familiares deben
ver reconocido su propio papel en la planificación y el desarrollo de programas que afectan a la
vida familiar”.25
24
Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 44.
25
Santa Sede, Carta de los derechos de la familia, art. 8 a-b, Tipografía Políglota Vaticana, Ciudad del Vaticano 1983, pp. 12-13.
3. La Economía
Como expresa la Evangelii Gaudium, la economía... el arte de... una adecuada administración
de la casa común... el mundo... por ello ningún gobierno puede actuar al margen de una
responsabilidad común. ...Si... queremos alcanzar una sana economía mundial, hace falta... un
modo más eficiente de interacción que... [Salvando] la soberanía de las naciones, asegure el
bienestar económico de todos los países y no sólo de unos pocos. [Ahora es una definición de la
economía: 'el arte de una adecuada administración de la casa común, el mundo'. La globalización,
de la que ahora somos más conscientes, plantea a la economía el reto de estar llamada a ser
mundial si quiere ser sana: perspectiva irrenunciable a cualquier gobierno, que siempre tendrá la
tentación de limitarse a su 'soberanía nacional', cuando ha de tener en cuenta el bienestar
económico de todos los países y no sólo de unos pocos. Problema radical que plantea la
inmigración en el Primer mundo frente a la realidad del Tercero. Las RR de limosnas enfrentan
al ejercitante a plantearse este problema: en EE 3381 enfoca el asunto desde el punto clave: si la
distribución es a personas a quien estoy aficionado... De nuevo es un problema de
descentramiento: si uno no ha salido de su propio amor querer e interesse, difícilmente la
'distribución' será ordenada. Por eso remite al segundo modo de hacer elección en el tercer tiempo
(EE 184-187). En este número, el papa plantea a los gobernantes ese 'descentramiento' necesario
de cara al bien común. La globalización, que nadie puede negar hoy día, fuerza a este
planteamiento, si queremos alcanzar una sana economía mundial -es curioso que san Ignacio usa
la misma palabra, sana, a la hora de plantear la elección: tres tiempos para hacer sana y buena
elección (EE 1751 )-. En efecto, vamos a hacer una economía; el problema es que sea sana, y no
lo será si no es mundial. Y siempre existirá el peligro del egoísmo superior -el estatal- del que nos
hablaba Kierkegaard.]
Según Karl Marx, Ha insistido sobre el hombre ser- de necesidad para relacionarlo con la
naturaleza – a fin de que no se idealice y no se proclame al espíritu puro como sujeto de la
historia…No obstante que exista esta formidable disparidad: es el hombre el que carece de la
naturaleza. A la que necesita, pero la naturaleza no carece de él de quien no tiene necesidad.
(http://auladsi.net/economia-doctrina-social-iglesia, s.f.)
Más tarde, el concilio Vaticano II relacionará a las necesidades con los “deseos” de los seres
humanos: incluso aspiraciones nuevas, las que se desarrollan hoy día, las aspiraciones “más
amplias del género humano” y en razón de las cuales “se tiende con razón a un aumento en la
producción agrícola e industrial y en la prestación de los servicios” (GS, 64). Pero persiste una
prioridad por las necesidades “elementales” o “primordiales”.
Sin embargo, la propiedad jamás es un “valor absoluto” (CA, 6) está subordinada a la destinación
universal del uso de los bienes de la tierra, que deben servir para satisfacer las necesidades
prioritarias de los hombres. Tomando en cuenta que la propiedad privada también debe estar al
servicio del ser humana que lo utiliza. Según Juan Pablo II al respecto describe: “La propiedad de
los medios de producción tanto en el campo industrial como agrícola es justa y legítima cuando
se emplea para un trabajo útil. Pero resulta ilegítima cuando no es valorada o sirve para impedir
el trabajo de los demás u obtener unas ganancias que no son fruto de la expansión global del
trabajo y de la riqueza social, sino más bien de su compresión, de la explotación ilícita, de la
especulación y de la ruptura de la solidaridad en el mundo laboral. Este tipo de propiedad no tiene
ninguna justificación y constituye un abuso ante Dios y los hombres” (CA, 43).
El PSI, en el tiempo se refería en forma positiva del derecho “de propiedad”, y derecho
que tiene del hombre “a la propiedad”. La iglesia ha buscado constantemente promover
la propiedad privada y el acceso a ella sea para el mayor número posible de personas.
Pero en la actualidad la Iglesia sostiene que el derecho del hombre- de todo hombre pueda
acceder a la propiedad de forma responsable, equitativa y que ayude a la sustentabilidad
de la cotidianidad de los seres humanos, pero este dominio de la propiedad no debe ser
adquirido mediante la injusticia y de la indiferencia de los politécnicos hacia los mas
necesitado y vulnerables.
3.2.2 El Trabajo
Juan Pablo II, sostenía que el trabajo es la obra del hombre- sujeto. Hay numerosos
aspectos, digamos técnicos, del trabajo que hoy día son muy visibles, como su fuerte
productividad, etc., pero lo que es más importante es su aspecto subjetivo que funda “la
naturaleza ética del trabajo” (LE, 6) o su dignidad. Y se debe estar muy atento sobre el
trabajo para que el hombre no sufra en y por el trabajo una disminución de su propia
suerte mientras permite a la materia un verdadero ennoblecimiento (LE, 9). En tanto que
Pío XI en 1931: “De las fábricas sale ennoblecida la materia inerte pero los hombres se
corrompen y se hacen más viles” (QA, 135).
Así, el trabajo es parte de la persona y “necesario”, pues esto le ayuda a cubrir las
necesidades de bienes y servicios que requiere este. Y como consecuencia se debe poner
como fundamental el derecho al trabajo y al justo salario entre los derechos totalmente
esenciales del hombre
En la encíclica Laborem exercens en los numerales 4 al 10, ilustra y desarrolla la profecía bíblica
del trabajo, tomando pié de las primeras páginas del Génesis (la muy conocida historia de la
creación) donde se presenta el trabajo como una dimensión fundamental de la existencia humana
sobre la tierra. El trabajo aparece como creado por Dios y dado al hombre como vocación: “hecho
a imagen y semejanza de Dios puesto en el universo visible, y ordenado para que dominase la
tierra, el hombre desde el principio está llamado al trabajo” (introducción a la encíclica); como
una característica esencial, que distingue al hombre del resto de las creaturas; como mandamiento:
mejor, como expresión vital del primer mandamiento que se encuentra en la historia de la
salvación: “cuando el hombre, hecho a imagen de Dios siente las palabras: procread y
multiplicaos, y henchid la tierra, sometedla, aunque estas palabras no se refieran explícitamente
al trabajo, indirectamente ya se lo indica sin duda alguna como una actividad por desarrollar en
el mundo. Más aun, demuestran su misma esencia más profunda: el hombre es la imagen de Dios
por el mandato recibido de su Creador, de someter y dominar la tierra. En la realización de este
mandato el hombre, todo ser humano varón y hembra, refleja la acción misma del Creador del
Universo” (LE 4). En otras palabras desconcertantes el trabajo en manos del hombre, se hace
creador, no ciertamente para crear el universo, pero sí para dominarlo, es decir, para completarlo,
para concluirlo, para adornarlo. Son las palabras de la Biblia, que el Concilio Vaticano nos ha
propuesto recientemente en toda su plena fecundidad (pero ya San Ambrosio la había entendido
así) y que la Laborem Exercens las presenta de nuevo: en la palabra de la divina Revelación está
inscrita muy profundamente esta verdad fundamental, que el hombre, creado a imagen de Dios,
mediante su trabajo participa en la obra del Creador, y según las medidas de sus propias
posibilidades en cierto sentido, continúa desarrollándola y la completa, avanzando cada vez más
en el descubrimiento de los recursos y de los valores encerrados en todo lo creado” (LE 25).
Pero el primer resultado de la actividad creadora del trabajo humano será el de ayuda al hombre
a descubrir: grande, libre, por ser imagen de Dios (el cual “es capaz de crear porque es
infinitamente grande y totalmente libre, es decir omnipotente y espíritu” según escribía Santo
Tomás).
Sobre el fundo luminoso el trabajo describe tres esferas de valores que se reclaman y completan
mutuamente.
a.- La primera esfera: atañe directamente a la persona de cada ser humano, en el sentido de que
el trabajo constituye para cada uno su propia autorealización, es decir, lo ayuda a descubrir su
propia identidad. “En todo proceso del trabajo, el hombre se manifiesta y confirma como el que
domina (LE 6); “mediante el trabajo el hombre no solo transforma la naturaleza adaptándola a las
propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en cierto sentido, se
hace más hombre”( LE 9); “el Hombre se desarrolla mediante el amor al trabajo” (LE 11); El
capital es solamente un conjunto de cosas: el hombre como sujeto del trabajo, e
independientemente del trabajo que realiza, el hombre, él solo es una persona (LE 12). Pero el
trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo (LE 6). El primer fundamente del valor
del trabajo es el mismo hombre.
En último análisis, el trabajo, cualquiera que sea realizado por el hombre, aunque fuera el trabajo
más corriente, el trabajo más monótono en la escala del modo común de valorar, e incluso el que
más margina; tiene por finalidad siempre al hombre mismo.
b.- Segunda esfera: es la dimensión antropológica del trabajo, la cual es la chispa que va y viene
sin cesar del uno al otro polo: la persona y la comunidad: “El trabajo lleva en sí un sello, particular
del hombre y de la humanidad, el sello de la persona operante en una comunidad de personas”.
La primera comunidad es la familia. “El trabajo es, en cierto sentido, la condición para hacer
posible la fundación de una familia, ya que ésta exige los medios de subsistencia, que el hombre
adquiere normalmente mediante el trabajo. Trabajo y laboriosidad condicionan a su vez todo el
proceso de educación dentro de la familia”(LE 10): en efecto, la familia es, al mismo tiempo, una
comunidad hecha posible gracias al trabajo y la primera escuela interior del trabajo para todo
hombre.
c.- Tercera esfera: por medio de la familia la persona se inserta en la sociedad a la cual cada uno
pertenece a base de particulares vínculos culturales e históricos. La encíclica sugiere una
definición original de sociedad: Ella “es una gran encarnación histórica y social del trabajo de
todas las generaciones” (LE 10): por ella el hombre puede descubrir un valor suplementario de su
labor, a saber la contribución al incremento del bien común elaborado juntamente con sus
compatriotas, dándose así cuenta de que por este camino el trabajo sirve para multiplicar el
patrimonio de toda la familia humana, de todos los hombres que viven en el mundo.
Dos alicientes ayudan al hombre a encontrar la grandeza de su dignidad a través del trabajo. El
primero es la redescubierta virtud de la laboriosidad, a la que la encíclica hace expresa referencia,
donde entre otras cosas leemos: “La laboriosidad como virtud unida con el orden social del
trabajo, permitirá al hombre hacerse más hombre, en el trabajo, y no degradarse a causa del
mismo, perjudicando no solo sus fuerzas físicas, sino sobre todo, menoscabando su propia
dignidad y subjetividad.
El segundo aliciente es el de una solidaridad para superar las nuevas formas de injusticia y una
nueva causa de degradación de la persona: solidaridad global que remueve los lazos de conexión
entre los sectores de la producción (donde la proliferación de las profesiones se conjugan con
formas de egoísmo cooperativo), solidaridad entre sectores y grupos sociales nacionales, entre
nacionales y nacionales a escala planetaria (LE 8).
Sobre un fondo negro entrevemos el trabajo, oprimido, esclavizado, deshumanizado; creado por
Dios y confiado al hombre como prolongación de la misma creación, en la experiencia diaria el
trabajo se nos presenta alienado de su objeto, aprisionado, a lo largo de toda la historia de la
humanidad, en un doble conflicto: el conflicto capital-trabajo, el conflicto propiedad-trabajo.
La encíclica afronta sin medias tintas el problema crucial (LE 11-15), con la perspectiva de la
superación de esquemas ideológicos, generadores de tremendos males en ámbito personal y
social, e invitando a los cristianos y hombres de buena voluntad a la audaz transformación ética
y social que impone la visión personalista del trabajo.
3.2.3 EL CAPITAL
Y he aquí el efecto en los campos, según Pío XII: “El capital, renunciando a su
noble misión de promotor del bien de la sociedad en cada una de las familias que la
componen, penetra en el mundo mismo de los cultivadores y les inflige los mismos males
(que al mundo industrializado). Hace centellear el oro y una vida de placer ante los ojos
deslumbrados del trabajador de los campos para incitarlo a abandonar la tierra y a perder
en la ciudad las economías laboriosamente amasadas y, muy a menudo, la salud, la fuerza,
la alegría, el honor y el alma misma. Esta tierra así abandonada, el capital se apresura a
hacerla suya; ya no es un objeto de amor sino de fría explotación” (1951).
Debe subrayarse que estas críticas apenas hacen diferencia entre el caso de capital
monopolizado por un pequeño grupo de propietarios a sobre todo de gerentes privados, y
el del capital monopolizado de una manera semejante por el poder político (o por algún
partido que lo controla). La doctrina católica decía Pío XII, “deplora que cualquier
sistema económico atribuya al capital mismo privilegios excesivos” (1946).
El capital, en todas partes, siendo útil, tiende también a ser muy poderoso.
Conviene resistir a esta tendencia. La Iglesia lo hace, en primer lugar, con el principio
que propone de la primacía del trabajo sobre todo lo que no es más que instrumento de
trabajo: “El trabajo humano, lo ha declarado el concilio Vaticano II… es muy superior a
los restantes elementos de la vida económica pues estos últimos no tienen otro papel que
el de instrumentos” (GS, 67). Y hace algunos años Juan Pablo II desarrolló ampliamente
este punto de vista en su encíclica sobre el trabajo: “Conviene subrayar y poner de relieve
la primacía del hombre en el proceso de producción, la primacía del hombre respecto de
las cosas. Todo lo que está contenido en el concepto de capital –en sentido restringido–
es solamente un conjunto de cosas” (LE, 12). No es, precisa enseguida, la estructura
misma de la producción económica que conduce así a violar el principio de la primacía
del trabajo: la violación proviene de los sistemas establecidos por los hombres, de abusos
cometidos por los hombres que sacan una ventaja indebida del poder que está en el capital
(Cf. LE, 13).
El mal característico así mirado lleva tan exactamente a la sobre estimación del
capital, que Juan Pablo II designándolo con el nombre de “capitalismo”, aplica a todos
los regímenes donde domina así el capital, corrientemente llamados socialistas como
también corrientemente llamados capitalistas. (Cf. LE, 7).
4. La Política
Según, Evangelii Gaudium 205 expresa “La caridad ilumina a los cristianos sobre el
significado más profundo de la convivencia política: el objetivo que los cristianos deben
buscar, promover y proponer es la realización de relaciones comunitarias entre las
personas, porque eso es lo que realmente nos humaniza….
La justicia requiere que cada uno pueda gozar de sus propios bienes, de sus propios
derechos, y puede ser considerada como la medida mínima del amor. La convivencia es
tanto más humana cuanto más está caracterizada por el esfuerzo hacia una conciencia más
madura del ideal al que ella debe tender, que es la «civilización del amor» (…) La persona
humana, en efecto, aun cuando participa activamente en la tarea de satisfacer las
necesidades en el seno de la sociedad familiar, civil y política, no encuentra su plena
realización mientras no supera la lógica de la necesidad para proyectarse en la de la
gratuidad y el don, que responde con mayor plenitud a su esencia y vocación
comunitarias»
El Pensamiento social indica los criterios para el ejercicio del derecho de resistencia: «
La resistencia a la opresión de quienes gobiernan no podrá recurrir legítimamente a las
armas sino cuando se reúnan las condiciones siguientes:
La lucha armada debe considerarse un remedio extremo para poner fin a una « tiranía
evidente y prolongada que atentase gravemente a los derechos fundamentales de la
persona y dañase peligrosamente el bien común del país ». La gravedad de los peligros
que el recurso a la violencia comporta hoy evidencia que es siempre preferible el camino
de la resistencia pasiva, « más conforme con los principios morales y no menos
prometedor del éxito ».
Y a través de este concepto se considera que, (386) Lo que caracteriza en primer lugar
a un pueblo es el hecho de compartir la vida y los valores, fuente de comunión espiritual
y moral: « La sociedad humana... tiene que ser considerada, ante todo, como una realidad
de orden principalmente espiritual: que impulse a los hombres, iluminados por la verdad,
a comunicarse entre sí los más diversos conocimientos; a defender sus derechos y cumplir
sus deberes; a desear los bienes del espíritu; a disfrutar en común del justo placer de la
belleza en todas sus manifestaciones; a sentirse inclinados continuamente a compartir con
los demás lo mejor de sí mismos; a asimilar con afán, en provecho propio, los bienes
espirituales del prójimo. Todos estos valores informan y, al mismo tiempo, dirigen las
manifestaciones de la cultura, de la economía, de la convivencia social, del progreso y
del orden político, del ordenamiento jurídico y, finalmente, de cuantos elementos
constituyen la expresión externa de la comunidad humana en su incesante desarrollo ».
Y a partir de aquí, 387 A cada pueblo corresponde normalmente una Nación, pero, por
diversas razones, no siempre los confines nacionales coinciden con los étnicos. Surge así
la cuestión de las minorías, que históricamente han dado lugar a no pocos conflictos. El
Magisterio afirma que las minorías constituyen grupos con específicos derechos y
deberes. En primer lugar, un grupo minoritario tiene derecho a la propia existencia: « Este
derecho puede no ser tenido en cuenta de modos diversos, pudiendo llegar hasta el
extremo de ser negado mediante formas evidentes o indirectas de genocidio ». Además,
las minorías tienen derecho a mantener su cultura, incluida la lengua, así como sus
convicciones religiosas, incluida la celebración del culto. En la legítima reivindicación de
sus derechos, las minorías pueden verse empujadas a buscar una mayor autonomía o
incluso la independencia: en estas delicadas circunstancias, el diálogo y la negociación
son el camino para alcanzar la paz. En todo caso, el recurso al terrorismo es injustificable
y dañaría la causa que se pretende defender. Las minorías tienen también deberes que
cumplir, entre los cuales se encuentra, sobre todo, la cooperación al bien común del
Estado en que se hallan insertos. En particular, « el grupo minoritario tiene el deber de
promover la libertad y la dignidad de cada uno de sus miembros y de respetar las
decisiones de cada individuo, incluso cuando uno de ellos decidiera pasar a la cultura
mayoritaria ».
5. La Tecno Ciencia
Uno de las discusiones actuales es sobre la relación entre PSI y la ciencia, pues algunos teóricos
sostiene que la ciencia y la tecnología no tienen ninguna correlación entre estas dos ramas. Pero
el PSI combina o utiliza la fe y la razón. La fe ilumina y se enfoca al PSI en el campo de los
objetivos sociales, culturales y de la persona humana. Donde la fe da apoyo a al PSI a saber cuáles
son los caminos que orientan a la acción social., el PSI necesita de la razón, pues debe justificar
las propuestas que están dirigidas a la sociedad. El PSI utiliza las ciencias para gestionar
eficazmente los objetivos que se plantean.
Los científicos y los técnicos que operan en el sector de las biotecnologías deben trabajar con
inteligencia y perseverancia en la búsqueda de las mejores soluciones para los graves y urgentes
problemas de la alimentación y de la salud. No han de olvidar que sus actividades atañen a
materiales, vivos o inanimados, que son parte del patrimonio de la humanidad, destinado también
a las generaciones futuras; para los creyentes, se trata de un don recibido del Creador, confiado a
la inteligencia y la libertad humanas, que son también éstas un don del Altísimo. Los científicos
han de saber empeñar sus energías y capacidades en una investigación apasionada, guiada por una
conciencia limpia y honesta. (https://doctrinasocialdelaiglesia.wordpress.com/ii-parte-capitulos-5-al.../capitulo-
10-2/, 2015)
Por esta razón, Dra. Pilar Núñez Cubero, sostiene que “desde los orígenes la Iglesia ha
considerado y valorado la investigación y las actividades del hombre en el terreno
cultural, así como la creación o manifestación externa de la acción de éste, expresada en
los diversos países y culturas. Al inicio se desarrollaban preferentemente las humanidades
y las artes plásticas. Hubo que esperar a la Edad Media, para que el dominio de lo
científico penetrara en el campo cristiano y la Iglesia se comprometiera con ello, al punto
de que este compromiso ha podido ser considerado como el inicio o motor del progreso
científico, en la sociedad.”
La ciencia se viene desarrollando desde el siglo XVIII, y cada vez con más auge, hasta
nuestros días. Es una forma de conocimiento de la naturaleza, que tiene su autonomía y
se debe respetar y alentar. Es fundamentalmente instrumental del mandato de Dios, que
dice: “crezcan, multiplíquense y dominen la tierra” (Gen. 1,38). No hay que meterse en
la autonomía de los científicos… excepto que se extralimiten de su campo y se metan en
lo trascendente. La ciencia va trasformando la incultura en cultura.
Son varios los campos de la ciencia que se han utilizado para el progreso del hombre,
humanidad y de las sociedades, Sin embargo, existen riesgos del libertinaje científico,
donde los científicos creen cosas que no beneficien a la humanidad, para dejar de lado,
al Creador, y ser monopolizada en ventaja y en beneficio de unos con perjuicio de otros.
Sino al contrario, mientras que la ciencia en si es una fortaleza para el hombre siempre y
cuando sea creada para remediar los problemas y necesidades sociales (salud,
alimentación, comunicación entre otros). La aplicación y descubrimientos de la ciencia
se ha sumado la tecnología, en el uso en las guerras, como son las armas nucleares, o
químicas y biológicas… Así como también, los resultados, no son siempre óptimos en la
transformación de las sociedades pobres e industriales, pues, existe un alto grado de
contaminación atmosférica, del subsuelo y destrucción del medio ambiente.
Considerando que el espiral del avance científico ha sido muy significativo, la Iglesia, ya
cuestionada por las intervenciones sobre Galileo, después Darwin y otros más… sigue
implicada con el avance y desarrollo de la ciencia y la tecnología, pero considerando que
no afecte a la verdadera misión –del hombre-, No obstante, la Iglesia mantiene juicios
abiertos al diálogo. De ahí que “Dios da al hombre el compromiso de encargarse del
progreso de su país, su patria y su nación. La religión marca las pautas ético-morales y
abre a la trascendencia.” Juan Pablo II. Alocución a los participantes al Congreso de la Academia de Ciencias
sobre “determinación del momento de la muerte”. 14 diciembre 1989.
5.2 El PSI: Compromiso con la Ciencia y el Saber.
Papa Juan XXI (1276-1277) hizo también aportes a la medicina importanees. El ethos
cultural cristiano fue particularmente favorecedor de la investigación científica, afirma
Toby Huff, sociólogo e historiador de la ciencia en la Universidad de Harvard (US).
Hay que mencionar, además que varios sacerdotes han sido científicos y han colaborado
en la ciencia e investigación apartando un gran valor para la humanidad. Con respecto a
la responsabilidad del PSI indica como modelo a Mendel que se le considera, hoy en día,
como el padre de la genética moderna. George Lemaître, sacerdote y profesor de Física y
Astronomía en la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica) puede ser considerado el
padre de la “Teoría del Big Ban”, pues, pues, él lo llamaba del “átomo primitivo”.
Teilhard de Chardin, nos ha dejado sus investigaciones paleontológicas y su respeto al
universo. Y en este siglo tenemos la P. Busa, fallecido en 2011 que se lo considera como
el promotor del lenguaje informático, al punto que IBM “International Business
Machines”, puntualizó que esas siglas no querían decir “International Busa Machines”.
Él era consciente de que el lenguaje informático tenía su origen en la inteligencia humana,
reflejo del poder creador de Dios, “autor y productor del cosmos”.
http://www.fiamc.org/bioethics/ciencia-e-iglesia/
6. La vida
La carta Encíclica Evangelium vitae habla sobre el valor y el carácter inviolable de la vida
humana, es un conjunto de reflexiones antropológicas, éticas, sociológicas y jurídicas donde «
todas las personas de buena voluntad», pues lo único Dios es «Señor de la vida» (pues todo lo
humano ha sido elevado y perfeccionado en Cristo). El Evangelio de la vida, proclamo al principio
con la creación del hombre a imagen de Dios para un destino de vida plena y perfecta (cf. Gn 2,
7; Sb 9, 2-3),
6.1 La Ciencia y el PSI en relación a la vida
Cada persona, precisamente en virtud del misterio del Verbo de Dios Carne (cf. Jn 1, 14), es
confiada a la solicitud materna de la Iglesia. Por eso, toda amenaza a la dignidad y a la vida del
hombre repercute en el corazón mismo de la Iglesia, afecta al núcleo de su fe en la encarnación
redentora del Hijo de Dios, la compromete en su misión de anunciar el Evangelio de la vida por
todo el mundo y a cada criatura (cf. Mc 16, 15).
Hoy este anuncio es particularmente urgente ante la impresionante multiplicación y agudización
de las amenazas a la vida de las personas y de los pueblos, especialmente cuando ésta es débil e
indefensa. A las tradicionales y dolorosas plagas del hambre, las enfermedades endémicas, la
violencia y las guerras, se añaden otras, con nuevas facetas y dimensiones inquietantes. Ya el
Concilio Vaticano II, en una página de dramática actualidad, denunció con fuerza los numerosos
delitos y atentados contra la vida humana. A treinta años de distancia, haciendo mías las palabras
de la asamblea conciliar, una vez más y con idéntica firmeza los deploro en nombre de la Iglesia
entera, con la certeza de interpretar el sentimiento auténtico de cada con
-
4
Cf.
Ibid,
14:
l.c.,
285