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CAPITULO 3

PPROBLEMAS, PRÀCTICAS Y PERSPECTIVAS DE LA SOCIEDAD EN EL SIGLO


XXI: ORIENTACIONES DEL PSI

3.1 Definición de la persona

- La persona es un ser libre y como tal quiere el bien: Para Santo Tomás “la libertad es
querer el bien. Con el término “querer” se indica que un principio intrínseco de la
libertad es la voluntad; y, con la categoría “bien” se significa que la libertad sirve a este
fin. Se distinguen tres tipos de voluntad: la simple voluntad en cuanto quiere el bien
supremo o la felicidad; la voluntad como razón o querer racional que posibilita la
elección del bien, y se identifica con el libre albedrio; y, la voluntad que quiere el bien
de modo necesario y que constituye la plena libertad personal la cual posibilita la ética
de la autonomía moral. “ La Persona Humana es un ser independiente, inteligente y
racional, que desde pequeño desarrolla sus conocimientos, y se apoya en la educación
para desarrollar todas sus potencialidades frente a la sociedad, que es la que lo lleva a
convertirse en un hombre productivo para la sociedad, que lo lleva a ubicarse en el ... “
- En la dimensión antropológica que Juan Pablo II ha impregnado en el Pensamiento
Social de la Iglesia se ha centrado en la búsqueda de la dignidad de la persona
humana, imagen de Dios. Por esto, la Solicitudo rei socialis dirá en su comienzo que
«la preocupación social de la iglesia se orienta al desarrollo auténtico del hombre y
de la sociedad, que se respete y promueva en toda su dimensión la persona humana».
- Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 24. Expresa que la política es «La
índole social del hombre demuestra que el desarrollo de la persona humana y
el crecimiento de la propia sociedad están mutuamente condicionadas. Porque
el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales son y debe ser
la persona humana, la cual, por su misma naturaleza, tiene absoluta necesidad
de la vida social. La vida social no es, pues, para el hombre sobrecarga
accidental. Por ello, a través del trato con los demás, de la reciprocidad de
servicios, del diálogo con los hermanos, la vida social engrandece al hombre
en todas sus cualidades y le capacita para responder a su vocación»

3.1.1. El principio de la dignidad de la persona humana

Este principio lo hemos tratado largamente en Ética de la persona. Todo ser humano por
haber sido creado a imagen de Dios y rescatado por Jesucristo, no tiene precio y es digno
de respeto, como miembro de la familia humana. Es el principio básico de la doctrina
social católica. Las personas individuales tienen una dignidad; sin embargo, el
individualismo no tiene lugar en el pensamiento social católico. El principio de la
dignidad humana da a cada persona un derecho de pertenencia a una comunidad, a la
familia humana.
Cada persona, cualesquiera que sean su raza, su sexo, edad, su nacionalidad de origen,
su religión, su estatus con relación al empleo, su nivel económico, su salud, su
inteligencia, sus logros o cualquier otra característica que sea causa de diferencias, es
digna de respeto. No es lo que ustedes hacen o tienen lo que les da derecho a ser
respetados, sino el simple hecho de ser un ser humano es el que establece su dignidad.
Debido a esta dignidad, la persona humana, en la óptica católica, no es nunca un medio,
sino siempre un fin.
El hombre debe desarrollar esta dignidad sustancial durante su existencia individual y
social a través de su inteligencia, de la conciencia moral, de la sabiduría que profundiza
en la verdad de las cosas, de la libertad y de la responsabilidad.
La dignidad de la persona humana se expresa en los derechos fundamentales del hombre
y en su reconocimiento social. Propiamente el hombre es el único titular de los llamados
derechos fundamentales. Los principales derechos humanos son: el derecho a la vida, el
derecho de libertad religiosa, el de participación en la vida social (libertad de dar y recibir
educación, libertad de expresión, de asociación, etc.) y en la vida económica (derecho a
la iniciativa económica, al sustento necesario, a la superación de la pobreza individual y
colectiva, etc.)1.

3.1.2 El principio del respeto a la vida humana

Toda persona, desde el momento de su concepción hasta su muerte natural, tiene una
dignidad inherente y un derecho a la vida en conformidad con esta dignidad.
La vida humana, en cada etapa de su desarrollo y de su declinar, es valiosa y, por tanto,
digna de protección y de respeto. Siempre es culpable atacar directamente una vida
humana inocente. La tradición católica ve el carácter sagrado de la vida humana como
algo que forma parte de toda la visión moral de una sociedad justa y buena.

3.1.3El principio de asociación

Nuestra tradición proclama que la persona no solamente es sagrada sino social. La


manera como organizamos la sociedad a nivel económico y político, legal y jurídico-
afecta directamente a la dignidad humana y a la capacidad de los individuos para crecer
en comunidad.
La familia es el punto central de la sociedad; se debe proteger siempre la estabilidad
familiar y jamás ha de ser devaluada. Al asociarse con otros – en familia y en otras
instituciones sociales que favorezcan el crecimiento, protejan la dignidad y promuevan
el bien común – las personas humanas alcanzan su plenitud.

3.1.4 El principio de participación

Creemos que las personas tienen el derecho y el deber de participar en la sociedad,


buscando juntas el bien común y el bienestar de todos, especialmente de los pobres y de
las personas vulnerables.
Sin participación, no pueden obtenerse los bienes que cualquier institución social pone
a la disposición de la persona. La persona humana tiene derecho a no ser privada de
participar en esas instituciones que son necesarias para el desarrollo humano.
Este principio se aplica, de manera especial, a las condiciones relativas al trabajo. EI
trabajo es más que una manera de ganarse la vida; es una forma de participación continua
en la creación de Dios. Si debe protegerse la dignidad del trabajo, deben respetarse
también los derechos fundamentales que son el privilegio de los trabajadores – el
derecho a un trabajo productivo, a un salario conveniente y justo, el derecho a organizar

1
CUADRÓN, A. y OTROS. Manual abreviado de… op. cit. Págs. 36-44.
sindicatos y a adherirse a ellos, el derecho a la propiedad privada y a la iniciativa
económica.

3.1.5 El principio de la protección preferencial de los pobres y de las personas


vulnerables

Creemos que encontramos a Cristo cuando lo encontramos en las personas necesitadas.


La parábola del Juicio final juega un papel importante en la tradición de la Fe católica.
Desde sus orígenes, la Iglesia ha enseñado que seremos juzgados por lo que hayamos
escogido hacer o no hacer ante los hambrientos, los sedientos, los enfermos, las personas
sin techo, los presos... Hoy la Iglesia expresa esta enseñanza mediante los términos:
opción preferencial por los pobres.
¿Por qué un amor preferencial por los pobres? ¿Por qué poner en primer lugar las
necesidades de los pobres? Porque el bien común, el bien de la sociedad en su conjunto,
lo exige. Lo contrario de rico y poderoso es pobre y sin poder. Si el bien de todos, el
bien común debe prevalecer, debe orientarse una opción preferencial hacía los que
sufren por ausencia de poder y por los efectos de la privación. De otro modo, el equilibrio
necesario para mantener el tejido de la sociedad se romperá en detrimento de todos.

3.2 Definición de la familia

La familia, según la Declaración Universal de los Derechos Humanos, es el elemento


natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del
Estado. (1)

En muchos países occidentales, el concepto de la familia y su composición ha cambiado


considerablemente en los últimos años, sobre todo, por los avances de los derechos
humanos y de los homosexuales.

Los lazos principales que definen una familia son e dos tipos: vínculos de afinidad
derivados del establecimiento de un vínculo reconocido socialmente, como el
matrimonio (2) —que, en algunas sociedades, sólo permite la unión entre dos personas
mientras que en otras es posible la poligamia—, y vínculos de consanguinidad, como la
filiación entre padres e hijos o los lazos que se establecen entre los hermanos que
descienden de un mismo padre. También puede diferenciarse la familia según el grado
de parentesco entre sus miembros.

Tipos de familias:

 familia nuclear, padres e hijos (si los hay); también se conoce como «círculo
familiar»;
 familia extensa, además de la familia nuclear, incluye a los abuelos, tíos,
primos y otros parientes, sean consanguíneos o afines;
 familia monoparental, en la que el hijo o hijos vive(n) sólo con uno de los
padres;
 Otros tipos de familias, aquellas conformadas únicamente por hermanos, por
amigos (donde el sentido de la palabra "familia" no tiene que ver con un
parentesco de consanguinidad, sino sobre todo con sentimientos como la
convivencia, la solidaridad y otros), etcétera, quienes viven juntos en la mismo
espacio por un tiempo considerable. En muchas sociedades, principalmente en
Estados Unidos y Europa occidental, también se presentan familias unidas por
lazos puramente afectivos, más que sanguíneos o legales. Entre este tipo de
unidades familiares se encuentran las familias encabezadas por miembros que
mantienen relaciones conyugales estables no matrimoniales, con o sin hijos. El
Día Internacional de la Familia se celebra el 15 de mayo.

3.2.1 La familia cuna de la cultura.

Luego de que hemos considerado algunos aspectos iniciales de la doctrina social de la Iglesia,
pasamos ahora a considerar aspectos específicos. Empezamos por la cultura y la familia que le
consideramos la célula vital de la sociedad humana, y condición para que esta se desarrolle en
modo adecuado. La importancia y la centralidad de la familia, en orden a la persona y a la
sociedad, se lo ha visto a en las culturas como el hábitat más normal. En la familia se aprenden
los conocimientos básicos para la vida, se aprende a amar a Dios y al prójimo; los hijos aprenden
las primeras y más decisivas lecciones de la sabiduría práctica a las que van unidas las virtudes
(cf. Pr 1,8-9; 4,1-4; 6,20-21; Si 3,1-16; 7,27-28).

3.2.2 La importancia de la familia para la persona

La familia es importante y central en relación a la persona. En esta cuna de la vida y del amor, el
hombre nace y crece. Cuando nace un niño, la sociedad recibe el regalo de una nueva persona,
que está “llamada, desde lo más íntimo de sí a la comunión con los demás y a la entrega a los
demás”. 2 En la familia, por tanto, la entrega recíproca del hombre y de la mujer unida en
matrimonio, crea un ambiente de vida en el cual el niño puede “desarrollar sus potencialidades,
hacerse consciente de su dignidad y prepararse a afrontar su destino único e irrepetible”. 3

En el clima de afecto natural que une a los miembros de una comunidad familiar, las personas son
reconocidas y responsabilizadas en su integridad: “La primera estructura fundamental a favor de
la “ecología humana” es la familia, en cuyo seno el hombre recibe las primeras nociones sobre la
verdad y el bien; aprende qué quiere decir amar y ser amado y, por consiguiente, qué quiere decir
en concreto ser una persona”. 4 Las obligaciones de sus miembros no están limitadas por los
términos de un contrato, sino que derivan de la esencia misma de la familia, fundada sobre un
pacto conyugal irrevocable y estructurado por las relaciones que derivan de la generación o
adopción de los hijos.

3.2.3 La importancia de la familia para la sociedad

2
Juan Pablo II, Exh. ap. Christifideles laici, 39, 40
3
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 39
4
Ibid., 39
1. «Artículo 16. 3». Declaración Universal de los Derechos Humano. Asamblea General de las Naciones Unidas (1948). «La familia
es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado.»
2. ↑ Sobre este punto hay que ser cuidadosos. Kathleen Gough demostró que el matrimonio no es una institución universal: entre los
nayar de India, una mujer no tiene un esposo fijo: tiene múltiples compañeros sexuales, aunque sólo uno de ellos tenga reconocimiento
como compañero exclusivo de una mujer. El hombre nunca vivía permanentemente con la mujer, puesto que pasaba su vida en casa
de las mujeres de su linaje; por otra parte, el lazo entre una mujer y un hombre podía ser roto con la negativa de la mujer a recibir en
su casa al hombre. Por su parte, el "compañero reconocido de una mujer debía asumir la paternidad de los hijos de ésta, aun cuando
fuera de dominio público que el genitor—el padre biológico, según la terminología utilizada en Occidente— fuera otro hombre"
(Gough, 1974).
3. ↑Día Internacional de las Familias
La familia, comunidad natural en donde se experimenta la sociabilidad humana, contribuye en
modo único e insustituible al bien de la sociedad. La comunidad familiar nace de la comunión de
las personas: La “comunión” se refiere a la relación personal entre el “yo” y el “tú”. La
“comunidad”, en cambio, supera este esquema apuntando hacia una “sociedad”, un “nosotros”.
La familia, comunidad de personas, es por consiguiente la primera “sociedad” humana.5

Una sociedad a medida de la familia es la mejor garantía contra toda tendencia de tipo
individualista o colectivista, porque en ella la persona es siempre el centro de la atención en cuanto
fin y nunca como medio. Es evidente que el bien de las personas y el buen funcionamiento de la
sociedad están estrechamente relacionados con la prosperidad de la comunidad conyugal y
familiar. Sin familias fuertes en la comunión y estables en el compromiso, los pueblos se debilitan.
En la familia se inculcan desde los primeros años de vida los valores morales, se transmite el
patrimonio espiritual de la comunidad religiosa y el patrimonio cultural de la Nación. En ella se
aprenden las responsabilidades sociales y la solidaridad.6

Ha de afirmarse la prioridad de la familia respecto a la sociedad y al Estado. La familia, al menos


en su función procreativa, es la condición misma de la existencia de aquéllos. En las demás
funciones en pro de cada uno de sus miembros, la familia precede, por su importancia y valor, a
las funciones que la sociedad y el Estado deben desempeñar. La familia, sujeto titular de derechos
inviolables, encuentra su legitimación en la naturaleza humana y no en el reconocimiento del
Estado. La familia no está, por lo tanto, en función de la sociedad y del Estado, sino que la
sociedad y el Estado están en función de la familia.

Todo modelo social que busque el bien del hombre no puede prescindir de la centralidad y de la
responsabilidad social de la familia. La sociedad y el Estado, en sus relaciones con la familia,
tienen la obligación de atenerse al principio de subsidiaridad. En virtud de este principio, las
autoridades públicas no deben sustraer a la familia las tareas que puede desempeñar sola o
libremente asociada con otras familias; por otra parte, las mismas autoridades tienen el deber de
auxiliar a la familia, asegurándole las ayudas que necesita para asumir de forma adecuada todas
sus responsabilidades.7

3.2.4. El valor del matrimonio

La familia tiene su fundamento en la libre voluntad de los cónyuges de unirse en matrimonio,


respetando el significado y los valores propios de esta institución, que no depende del hombre,
sino de Dios mismo. Este compromiso pide que las relaciones entre los miembros de la familia
estén marcadas también por el sentido de la justicia y el respeto de los recíprocos derechos y
deberes. Ningún poder puede abolir el derecho natural al matrimonio ni modificar sus
características ni su finalidad. El matrimonio tiene características propias, originarias y
permanentes. A pesar de los numerosos cambios que han tenido lugar a lo largo de los siglos en
las diferentes culturas, estructuras sociales y actitudes espirituales, en todas las culturas existe un
cierto sentido de la dignidad de la unión matrimonial, aunque no siempre se trasluzca con la
misma claridad.8 Esta dignidad ha de ser respetada en sus características específicas, que exigen
ser salvaguardadas frente a cualquier intento de alteración de su naturaleza. La sociedad no puede

5
cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2206.
6
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2224.
7
Cf. Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 45:
8
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1603.
disponer del vínculo matrimonial, con el cual los dos esposos se prometen fidelidad, asistencia
recíproca y apertura a los hijos, aunque ciertamente le compete regular sus efectos civiles.

El matrimonio, en su verdad “objetiva”, está ordenado a la procreación y educación de los hijos.


La unión matrimonial, en efecto, permite vivir en plenitud el don sincero de sí mismo, cuyo fruto
son los hijos, que, a su vez, son un don para los padres, para la entera familia y para toda la
sociedad. El matrimonio, sin embargo, no ha sido instituido únicamente en orden a la procreación:
su carácter indisoluble y su valor de comunión permanecen incluso cuando los hijos, aun siendo
vivamente deseados, no lleguen a coronar la vida conyugal. Los esposos, en este caso, “pueden
manifestar su generosidad adoptando niños abandonados o realizando servicios abnegados en
beneficio del prójimo”.9

3.2.5. El amor y la formación de la comunidad de personas

La familia se presenta como espacio de comunión —tan necesaria en una sociedad cada vez más
individualista—, que debe desarrollarse como una auténtica comunidad de personas 10 gracias al
incesante dinamismo del amor, dimensión fundamental de la experiencia humana, cuyo lugar
privilegiado para manifestarse es precisamente la familia: « El amor hace que el hombre se realice
mediante la entrega sincera de sí mismo. Amar significa dar y recibir lo que no se puede comprar
ni vender, sino sólo regalar libre y recíprocamente ».11

Gracias al amor, realidad esencial para definir el matrimonio y la familia, cada persona, hombre
y mujer, es reconocida, aceptada y respetada en su dignidad. Del amor nacen relaciones vividas
como entrega gratuita, que “respetando y favoreciendo en todos y cada uno la dignidad personal
como único título de valor, se hace acogida cordial, encuentro y diálogo, disponibilidad
desinteresada, servicio generoso y solidaridad profunda”. 12 La existencia de familias que viven
con este espíritu pone al descubierto las carencias y contradicciones de una sociedad que tiende a
privilegiar relaciones basadas principalmente, cuando no exclusivamente, en criterios de
eficiencia y funcionalidad. La familia que vive construyendo cada día una red de relaciones
interpersonales, internas y externas, se convierte en la “primera e insustituible escuela de
socialidad, ejemplo y estímulo para las relaciones comunitarias más amplias en un clima de
respeto, justicia, diálogo y amor”.13

El amor se expresa también mediante la atención esmerada de los ancianos que viven en la familia:
su presencia supone un gran valor. Son un ejemplo de vinculación entre generaciones, un recurso
para el bienestar de la familia y de toda la sociedad. Los ancianos constituyen una importante
escuela de vida, capaz de transmitir valores y tradiciones y de favorecer el crecimiento de los más
jóvenes: estos aprenden así a buscar no sólo el propio bien, sino también el de los demás. Si los
ancianos se hallan en una situación de sufrimiento y dependencia, no sólo necesitan cuidados
médicos y asistencia adecuada, sino, sobre todo, ser tratados con amor.

9
Catecismo de la Iglesia Católica, 2379
10
Cf. Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 18.
11
Juan Pablo II, Carta a las Familias Gratissimam sane, 11
12
Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 43
13
Ibid., 43
La solidez del núcleo familiar es un recurso determinante para la calidad de la convivencia social.
Por ello la comunidad civil no puede permanecer indiferente ante las tendencias disgregadoras
que minan en la base sus propios fundamentos. Si una legislación puede en ocasiones tolerar
comportamientos moralmente inaceptables, 509 no debe jamás debilitar el reconocimiento del
matrimonio monogámico indisoluble, como única forma auténtica de la familia. Es necesario, por
tanto, que las autoridades públicas « resistiendo a las tendencias disgregadoras de la misma
sociedad y nocivas para la dignidad, seguridad y bienestar de los ciudadanos, procuren que la
opinión pública no sea llevada a menospreciar la importancia institucional del matrimonio y de la
familia ».14

Es tarea de la comunidad cristiana y de todos aquellos que se preocupan sinceramente por el bien
de la sociedad, reafirmar que “la familia constituye, más que una unidad jurídica, social y
económica, una comunidad de amor y de solidaridad, insustituible para la enseñanza y transmisión
de los valores culturales, éticos, sociales, espirituales y religiosos, esenciales para el desarrollo y
bienestar de los propios miembros y de la sociedad”.15

3.2.7. La tarea educativa

La tarea educativa tiene sus raíces en la vocación primordial de los esposos a participar en la obra
creadora de Dios; ellos, engendrando en el amor y por amor una nueva persona, que tiene en sí la
vocación al crecimiento y al desarrollo, asumen por eso mismo la obligación de ayudarle
eficazmente a vivir una vida plenamente humana. Como ha recordado el Concilio Vaticano II:
“Puesto que los padres han dado la vida a los hijos, tienen la gravísima obligación de educar a la
prole, y por tanto hay que reconocerlos como los primeros y principales educadores de sus hijos.
Este deber de la educación familiar es de tanta trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede
suplirse. Es, pues, deber de los padres crear un ambiente de familia animado por el amor, por la
piedad hacia Dios y hacia los hombres, que favorezca la educación íntegra personal y social de
los hijos. La familia es, por tanto, la primera escuela de las virtudes sociales, que todas las
sociedades necesitan”16. El amor de los padres, que se pone al servicio de los hijos para ayudarles
a extraer de ellos («e-ducere») lo mejor de sí mismos, encuentra su plena realización precisamente
en la tarea educativa: “El amor de los padres se transforma de fuente en alma y, por consiguiente,
en norma que inspira y guía toda la acción educativa concreta, enriqueciéndola con los valores de
dulzura, constancia, bondad, servicio, desinterés, espíritu de sacrificio, que son el fruto más
precioso del amor”.17

Al igual que el Estado, la familia es una verdadera sociedad, que se rige por una potestad propia,
esto es, la paterna. Por lo cual, guardados efectivamente los límites que su causa próxima ha
determinado, tiene ciertamente la familia derechos “por lo menos” iguales que la sociedad civil
para elegir y aplicar los medios necesario en orden a su protección y justa libertad. Y hemos dicho
“por lo menos” iguales, porque, siendo la familia lógica y realmente anterior a la sociedad civil,
se sigue que sus derechos y deberes son también anteriores y más naturales. Pues si los
ciudadanos, si las familias, hechos partícipes de la convivencia y sociedad humanas, encontraran
en los poderes públicos perjuicio en vez de ayuda, un cercenamiento de sus derechos más bien
que la tutela de los mismos, la sociedad sería, más que deseable, digna de repulsa.18

14
Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 81
15
, Carta de los derechos de la familia, Preámbulo, E, Tipografía Políglota Vaticana, Ciudad del Vaticano 1983, p. 6.
16
Gravissimum Educationis, n. 3
17
Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 36.
18
Rerum Novarum, n. 13
Los padres son los primeros, pero no los únicos, educadores de sus hijos. Corresponde a ellos,
por tanto, ejercer con sentido de responsabilidad, la labor educativa en estrecha y vigilante
colaboración con los organismos civiles y eclesiales: “La misma dimensión comunitaria, civil y
eclesial, del hombre exige y conduce a una acción más amplia y articulada, fruto de la
colaboración ordenada de las diversas fuerzas educativas. Éstas son necesarias, aunque cada una
puede y debe intervenir con su competencia y con su contribución propias”.19 Los padres tienen
el derecho a elegir los instrumentos formativos conformes a sus propias convicciones y a buscar
los medios que puedan ayudarles mejor en su misión educativa, incluso en el ámbito espiritual y
religioso. Las autoridades públicas tienen la obligación de garantizar este derecho y de asegurar
las condiciones concretas que permitan su ejercicio.20 En este contexto, se sitúa el tema de la
colaboración entre familia e institución escolar.

La familia tiene la responsabilidad de ofrecer una educación integral. En efecto, la verdadera


educación “se propone la formación de la persona humana en orden a su fin último y al bien de
las sociedades, de las que el hombre es miembro y en cuyas responsabilidades participará cuando
llegue a ser adulto”.21 Esta integridad queda asegurada cuando —con el testimonio de vida y con
la palabra— se educa a los hijos al diálogo, al encuentro, a la sociabilidad, a la legalidad, a la
solidaridad y a la paz, mediante el cultivo de las virtudes fundamentales de la justicia y de la
caridad.22

En la educación de los hijos, las funciones materna y paterna son igualmente necesarias. Por lo
tanto, los padres deben obrar siempre conjuntamente. Ejercerán la autoridad con respeto y
delicadeza, pero también con firmeza y vigor: debe ser una autoridad creíble, coherente, sabia y
siempre orientada al bien integral de los hijos.

Los padres tienen una particular responsabilidad en la esfera de la educación sexual. Es de


fundamental importancia, para un crecimiento armónico, que los hijos aprendan de modo
ordenado y progresivo el significado de la sexualidad y aprendan a apreciar los valores humanos
y morales a ella asociados: “Por los vínculos estrechos que hay entre la dimensión sexual de la
persona y sus valores éticos, esta educación debe llevar a los hijos a conocer y estimar las normas
morales como garantía necesaria y preciosa para un crecimiento personal y responsable en la
sexualidad humana”.23 Los padres tienen la obligación de verificar las modalidades en que se
imparte la educación sexual en las instituciones educativas, con el fin de controlar que un tema
tan importante y delicado sea tratado en forma apropiada.

3.2.8. Solidaridad familiar

La subjetividad social de las familias, tanto individualmente como asociadas, se expresa también
con manifestaciones de solidaridad y ayuda mutua, no sólo entre las mismas familias, sino
también mediante diversas formas de participación en la vida social y política. Se trata de la
consecuencia de la realidad familiar fundada en el amor: naciendo del amor y creciendo en él, la
solidaridad pertenece a la familia como elemento constitutivo y estructural.

19
Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 40.
20
Cf. Concilio Vaticano II, Decl. Gravissimum educationis, 6:
21
Concilio Vaticano II, Decl. Gravissimum educationis, 1
22
Cf. Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 43
23
Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 37
Es una solidaridad que puede asumir el rostro del servicio y de la atención a cuantos viven en la
pobreza y en la indigencia, a los huérfanos, a los minusválidos, a los enfermos, a los ancianos, a
quien está de luto, a cuantos viven en la confusión, en la soledad o en el abandono; una solidaridad
que se abre a la acogida, a la tutela o a la adopción; que sabe hacerse voz ante las instituciones de
cualquier situación de carencia, para que intervengan según sus finalidades específicas.

Las familias, lejos de ser sólo objeto de la acción política, pueden y deben ser sujeto de esta
actividad, movilizándose para “procurar que las leyes y las instituciones del Estado no sólo no
ofendan, sino que sostengan y defiendan positivamente los derechos y deberes de la familia. En
este sentido, las familias deben crecer en la conciencia de ser “protagonistas” de la llamada
“política familiar” y asumir la responsabilidad de transformar la sociedad”.24 Con este fin, se ha
de reforzar el asociacionismo familiar: “Las familias tienen el derecho de formar asociaciones
con otras familias e instituciones, con el fin de cumplir la tarea familiar de manera apropiada y
eficaz, así como defender los derechos, fomentar el bien y representar los intereses de la familia.
En el orden económico, social, jurídico y cultural, las familias y las asociaciones familiares deben
ver reconocido su propio papel en la planificación y el desarrollo de programas que afectan a la
vida familiar”.25

3.2.9. La sociedad al servicio de la familia

Todo lo indicado anteriormente manifiesta, sin duda el papel insustituible de la familia en la


construcción de una sociedad auténticamente humana y cristiana; es necesario, por tanto, que las
personas, las familias y las autoridades civiles y religiosas se esfuercen, según sus propias
funciones y capacidades, para que la vida familiar se encuentre en condiciones de cumplir cada
vez mejor su función. Podemos concluir parafraseando unas palabras del Papa Juan Pablo II, un
orden social duradero necesita instituciones que expresen y consoliden los valores auténticos de
la vida comunitaria. La institución que responde de modo más inmediato a la naturaleza del ser
humano es la familia. Solamente ella asegura la continuidad y el futuro de la sociedad. El hogar,
por tanto, está llamado a convertirse en el protagonista activo del desarrollo social gracias a los
valores que expresa y transmite, y mediante la participación de todos sus miembros en la vida de
la sociedad: “el futuro se fragua en la familia” (FC 86).

24
Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 44.
25
Santa Sede, Carta de los derechos de la familia, art. 8 a-b, Tipografía Políglota Vaticana, Ciudad del Vaticano 1983, pp. 12-13.
3. La Economía

Como expresa la Evangelii Gaudium, la economía... el arte de... una adecuada administración
de la casa común... el mundo... por ello ningún gobierno puede actuar al margen de una
responsabilidad común. ...Si... queremos alcanzar una sana economía mundial, hace falta... un
modo más eficiente de interacción que... [Salvando] la soberanía de las naciones, asegure el
bienestar económico de todos los países y no sólo de unos pocos. [Ahora es una definición de la
economía: 'el arte de una adecuada administración de la casa común, el mundo'. La globalización,
de la que ahora somos más conscientes, plantea a la economía el reto de estar llamada a ser
mundial si quiere ser sana: perspectiva irrenunciable a cualquier gobierno, que siempre tendrá la
tentación de limitarse a su 'soberanía nacional', cuando ha de tener en cuenta el bienestar
económico de todos los países y no sólo de unos pocos. Problema radical que plantea la
inmigración en el Primer mundo frente a la realidad del Tercero. Las RR de limosnas enfrentan
al ejercitante a plantearse este problema: en EE 3381 enfoca el asunto desde el punto clave: si la
distribución es a personas a quien estoy aficionado... De nuevo es un problema de
descentramiento: si uno no ha salido de su propio amor querer e interesse, difícilmente la
'distribución' será ordenada. Por eso remite al segundo modo de hacer elección en el tercer tiempo
(EE 184-187). En este número, el papa plantea a los gobernantes ese 'descentramiento' necesario
de cara al bien común. La globalización, que nadie puede negar hoy día, fuerza a este
planteamiento, si queremos alcanzar una sana economía mundial -es curioso que san Ignacio usa
la misma palabra, sana, a la hora de plantear la elección: tres tiempos para hacer sana y buena
elección (EE 1751 )-. En efecto, vamos a hacer una economía; el problema es que sea sana, y no
lo será si no es mundial. Y siempre existirá el peligro del egoísmo superior -el estatal- del que nos
hablaba Kierkegaard.]

En economía todo inicia con la necesidad de cubrir y todo se procede de la creación de


necesidades del hombre crea para su sobrevivencia dentro de una sociedad. Es decir,
naturaleza vs hombre pero incorporados, siendo la necesidad la escases de los recursos
naturales que están fuera del alcance del hombre. Existe una relación objetiva entre el
objeto de la naturaleza y la necesidad de vida del hombre, pero preexiste disparidad
profunda entre el hombre que es un ser inteligente, que tiene conciencia y reflexión y por
otro lo tanto, tiene la capacidad de influir en el medio ambiente y su entorno. Esta
disparidad muchas veces afecta a la naturaleza y a los más vulnerables, pues, en la
economía no todos pueden alcanzar a cubrir sus necesidades.
Por lo tanto, la economía es el arte de administra bien la casa; donde la economía se
ocupa situaciones cotidianas en la vida del hombre desde el principio de los tiempos; el
hombre se ha enfrentado en satisfacer sus necesidades a través del uso de los recursos,
recursos tales como la tierra, los minerales, el agua estos recursos tienen un carácter
especial es que son escasos; cuando decimos que son escasos queremos decir que son de
forma limitados y al decir limitado debemos remontarlos al que el hombre desde el
principio de los tiempos ha sido racional con el uso de ellos, es decir, ha sabido dosificar
y al dosificar nosotros decimos que ha sabido economizar; por eso hablamos que la
economía ha traído un surgimiento natural y espontaneo de la utilización de los recursos
naturales.
3.1 La Economía en relación al PSI y CTS

3.1.1Enfoque de la Economía en relación al PSI

Según Karl Marx, Ha insistido sobre el hombre ser- de necesidad para relacionarlo con la
naturaleza – a fin de que no se idealice y no se proclame al espíritu puro como sujeto de la
historia…No obstante que exista esta formidable disparidad: es el hombre el que carece de la
naturaleza. A la que necesita, pero la naturaleza no carece de él de quien no tiene necesidad.
(http://auladsi.net/economia-doctrina-social-iglesia, s.f.)

El PSI insiste sombre el hecho de que el fin de la economía es la satisfacción equitativa y


responsable de las necesidades de bienes y servicios que necesita el ser humano. Pio XII recalca
que la economía moderna despreocupada de mirar las verdaderas necesidades amenaza las
consideraciones de las necesidades fundamentales de la persona humana por una economía
seductora en cubrir las necesidades artificiales.

Más tarde, el concilio Vaticano II relacionará a las necesidades con los “deseos” de los seres
humanos: incluso aspiraciones nuevas, las que se desarrollan hoy día, las aspiraciones “más
amplias del género humano” y en razón de las cuales “se tiende con razón a un aumento en la
producción agrícola e industrial y en la prestación de los servicios” (GS, 64). Pero persiste una
prioridad por las necesidades “elementales” o “primordiales”.

Sin embargo no se debe exagerar en el carácter objetivo de la necesidad, hay un grado


identificable de necesidades que todos deben respetar. Y esto es, agregar, una deferencia que
involucra una restricción del espacio de acción que se le alcanza al mostrarse de acuerdo al libre
mercado: “Pero existen – según Juan Pablo II– numerosas necesidades humanas que no tienen
salida en el mercado. Es un estricto deber e justicia y de verdad impedir que queden sin satisfacer
las necesidades humanas fundamentales y que perezcan los hombres oprimidos por ellas” (CA,
34).

De ahí, se expresa el principio que hace de la satisfacción de las necesidades es el fin de la


economía, el PSI añade sin embargo que no se logra entender a la satisfacción de las necesidades
como restringiendo de toda libertad la elección de los recursos sean estos bienes y servicios para
este fin. La “persona humana” es más que un fin de la economía que las necesidades particulares
de cada persona. Cuando se deja de lado esto, se puede caer en el peligro del economicismo,
expresado por el concilio Vaticano II (1962-1965) y luego por el Papa Juan Pablo II. De ahí que,
toda necesidad, que es meramente material se malgasta, sin embargo, lo material remplaza a los
valores más valiosos del hombre.

En particular en relación a “el mero incremento de los productos”, en relación al


“beneficio”, en relación al “poder” (GS, 64).

Finalmente, el último rasgo del Pensamiento Social de la Iglesia católica sobre la


necesidad: se trata de satisfacer las necesidades más prioritarias de todo hombre, no solamente de
clases individuales. De aquí, que el PSI cita dentro de la economía sobre la propiedad, trabajo,
capital, empresa, intercambio y desarrollo de la sociedad.
3.1.2. La Propiedad

La necesidad, como se ha expresado, es la disposición hacia la naturaleza pero sin apropiarse de


ningún recurso sea esto tierra, agua y minerales en el momento. Pues el ser humano por su
naturaleza se apropia de objetos que están en su entorno y medio ambiente exterior por medio de
la recolección, la caza, la pesca – inicio del trabajo (que más adelante se hablara sobre el trabajo
más adelante); y además, comienza el hombre a posesionarse sobre los bienes, de manera estable,
es decir, ejerciendo una propiedad. La propiedad es un derecho de cada persona humana cuando
esta adquiere o realiza el acto de posesión de un bien o servicio, la Iglesia expresa, que el hombre
por su naturaleza es superior a las cosas posibles sobre la naturaleza. Este predominio esta ya
inscrito en la necesidad. Pero la propiedad y su relación con la naturaleza logran un valor superior
de la permanencia que justifica el carácter “espiritual” de los seres humanos en comparación con
todos los demás seres del mundo, incluidos los animales. Así mismo la propiedad tiene valor de
expresión singular del hombre, el ser espiritual y libre, en su relación con la naturaleza o medio
ambiente que lo rodea. Además, la propiedad es un estado de una acción de muchas otras
libertades.

Sin embargo, la propiedad jamás es un “valor absoluto” (CA, 6) está subordinada a la destinación
universal del uso de los bienes de la tierra, que deben servir para satisfacer las necesidades
prioritarias de los hombres. Tomando en cuenta que la propiedad privada también debe estar al
servicio del ser humana que lo utiliza. Según Juan Pablo II al respecto describe: “La propiedad de
los medios de producción tanto en el campo industrial como agrícola es justa y legítima cuando
se emplea para un trabajo útil. Pero resulta ilegítima cuando no es valorada o sirve para impedir
el trabajo de los demás u obtener unas ganancias que no son fruto de la expansión global del
trabajo y de la riqueza social, sino más bien de su compresión, de la explotación ilícita, de la
especulación y de la ruptura de la solidaridad en el mundo laboral. Este tipo de propiedad no tiene
ninguna justificación y constituye un abuso ante Dios y los hombres” (CA, 43).

El PSI, en el tiempo se refería en forma positiva del derecho “de propiedad”, y derecho
que tiene del hombre “a la propiedad”. La iglesia ha buscado constantemente promover
la propiedad privada y el acceso a ella sea para el mayor número posible de personas.
Pero en la actualidad la Iglesia sostiene que el derecho del hombre- de todo hombre pueda
acceder a la propiedad de forma responsable, equitativa y que ayude a la sustentabilidad
de la cotidianidad de los seres humanos, pero este dominio de la propiedad no debe ser
adquirido mediante la injusticia y de la indiferencia de los politécnicos hacia los mas
necesitado y vulnerables.

3.2.2 El Trabajo

El trabajo es intermediario en relación entre los seres humanos con la naturaleza


destinado a satisfacer las necesidades prioritarias del hombre. En efecto los seres humanos
en cuanto al trabajo inicio de los tiempos con la recolección de frutos, de la caza, de la
pesca, que eran trabajos primarios y servían en su época.

Estas acciones se convirtieron en trabajos cuando el hombre invierto recursos y aplico


energía. Pero el trabajo se innova y desarrolla como actividad más compleja, por lo cual
los trabajadores invierten más tiempo de su vida en esta acción que le servirá para obtener
alimento, vestido, techo y seguridad. Mientras que en la visión cristiana el trabajo tiene
ciertos elementos negativos, inclusive muchas veces pesimistas, pero globalmente se dice
que es positiva por la equidad y justicia en las remuneraciones. Como Mons. Montini en
nombre de Pío XII en 1952 en su Mensaje de Navidad de 1942, expresa que el trabajo es
“expresión de la persona humana”. Como también Pio XII señalo que existe un “estrecho
vínculo del trabajo con el perfeccionamiento de la persona”, que es una imagen global de
expresiones propias de los seres humanos.

Juan Pablo II, sostenía que el trabajo es la obra del hombre- sujeto. Hay numerosos
aspectos, digamos técnicos, del trabajo que hoy día son muy visibles, como su fuerte
productividad, etc., pero lo que es más importante es su aspecto subjetivo que funda “la
naturaleza ética del trabajo” (LE, 6) o su dignidad. Y se debe estar muy atento sobre el
trabajo para que el hombre no sufra en y por el trabajo una disminución de su propia
suerte mientras permite a la materia un verdadero ennoblecimiento (LE, 9). En tanto que
Pío XI en 1931: “De las fábricas sale ennoblecida la materia inerte pero los hombres se
corrompen y se hacen más viles” (QA, 135).

El PSI ha descrito numerosos resultados de la subjetividad o carácter personal del trabajo,


pues todos los trabajos humanos tienen que tener equidad, igualdad, reciprocidad
remunerativa de una misma dignidad. Como segundo punto, el trabajo es para el hombre,
no el hombre para el trabajo, por lo tanto, es inaceptable que el trabajo sea tratado como
una mercancía o una fuerza anónima necesaria a la producción, como un “instrumento”
de producción (LE, 7).

Así, el trabajo es parte de la persona y “necesario”, pues esto le ayuda a cubrir las
necesidades de bienes y servicios que requiere este. Y como consecuencia se debe poner
como fundamental el derecho al trabajo y al justo salario entre los derechos totalmente
esenciales del hombre

Pío XII en su Mensaje de Pentecostés de 1941. Expresa si el trabajo es necesario a la


persona, es también necesario para la supervivencia y la utilidad del hombre. Juan Pablo
II, dice que en resultado justifica las responsabilidades de los “empresarios indirectos”:
todos aquellos que tienen algún poder para que exista trabajo (LE). No se puede admitir,
ha dicho Juan Pablo II, que los trabajadores queden en esto a merced de un “sistema”
cualquiera, que sería superior a los hombres y al cual habría que someterse. El empleador
indirecto, el Estado muy especialmente, debe actuar en vistas del empleo y a la necesidad
de una “planificación global”.

Si el trabajo es necesario, el justo salario es sagrado. La Iglesia ve al respecto la


determinación ubicada por encima de toda la especie de convención o contrato, aunque
su nivel depende naturalmente de numerosos factores, de la productividad y de la
prosperidad de toda la economía (Cf. QA, 81-82; MM, 71). “En el contexto actual, dice
Juan Pablo II, no existe otro modo mejor para cumplir la justicia en las relaciones
trabajador – empresario que el constituido, precisamente, por la remuneración del
trabajo” (LE, 19).

El problema en la actualidad, es la no existencia de trabajos con remuneraciones


que no son justas, pues, coexisten sociedades que concentran la riqueza en pocas manos.
Como también existen sociedades ricas que tienen remuneraciones razonables tanto para
los trabajadores como para los que no tienen trabajo. Entonces la pregunta ¿Por qué es
necesario el trabajo para los seres humanos? Al respecto, el trabajo no solo cubre las cosas
materiales, sino es una condición que ayuda a ser útil, a transferir y poner en práctica los
conocimientos que adquirido en el transcurso del tiempo el hombre, al mismo tiempo se
visibiliza su utilidad a la sociedad, por lo tanto, el trabajo no está vinculado directamente
como una actividad mediadora entre el hombre y la naturaleza y a una vida social fecunda.
En esta relación Juan Pablo II, visualiza a estos aspectos como profundos
reordenamientos de la “distribución del trabajo” (LE, 3). Ello significa que la cultura
social del cristianismo, debe ser más lógica y coherente en relación al trabajo y su
distribución a favor de todos.

3.2.2.1 El trabajo creado y creador.

En la encíclica Laborem exercens en los numerales 4 al 10, ilustra y desarrolla la profecía bíblica
del trabajo, tomando pié de las primeras páginas del Génesis (la muy conocida historia de la
creación) donde se presenta el trabajo como una dimensión fundamental de la existencia humana
sobre la tierra. El trabajo aparece como creado por Dios y dado al hombre como vocación: “hecho
a imagen y semejanza de Dios puesto en el universo visible, y ordenado para que dominase la
tierra, el hombre desde el principio está llamado al trabajo” (introducción a la encíclica); como
una característica esencial, que distingue al hombre del resto de las creaturas; como mandamiento:
mejor, como expresión vital del primer mandamiento que se encuentra en la historia de la
salvación: “cuando el hombre, hecho a imagen de Dios siente las palabras: procread y
multiplicaos, y henchid la tierra, sometedla, aunque estas palabras no se refieran explícitamente
al trabajo, indirectamente ya se lo indica sin duda alguna como una actividad por desarrollar en
el mundo. Más aun, demuestran su misma esencia más profunda: el hombre es la imagen de Dios
por el mandato recibido de su Creador, de someter y dominar la tierra. En la realización de este
mandato el hombre, todo ser humano varón y hembra, refleja la acción misma del Creador del
Universo” (LE 4). En otras palabras desconcertantes el trabajo en manos del hombre, se hace
creador, no ciertamente para crear el universo, pero sí para dominarlo, es decir, para completarlo,
para concluirlo, para adornarlo. Son las palabras de la Biblia, que el Concilio Vaticano nos ha
propuesto recientemente en toda su plena fecundidad (pero ya San Ambrosio la había entendido
así) y que la Laborem Exercens las presenta de nuevo: en la palabra de la divina Revelación está
inscrita muy profundamente esta verdad fundamental, que el hombre, creado a imagen de Dios,
mediante su trabajo participa en la obra del Creador, y según las medidas de sus propias
posibilidades en cierto sentido, continúa desarrollándola y la completa, avanzando cada vez más
en el descubrimiento de los recursos y de los valores encerrados en todo lo creado” (LE 25).

Pero el primer resultado de la actividad creadora del trabajo humano será el de ayuda al hombre
a descubrir: grande, libre, por ser imagen de Dios (el cual “es capaz de crear porque es
infinitamente grande y totalmente libre, es decir omnipotente y espíritu” según escribía Santo
Tomás).
Sobre el fundo luminoso el trabajo describe tres esferas de valores que se reclaman y completan
mutuamente.

a.- La primera esfera: atañe directamente a la persona de cada ser humano, en el sentido de que
el trabajo constituye para cada uno su propia autorealización, es decir, lo ayuda a descubrir su
propia identidad. “En todo proceso del trabajo, el hombre se manifiesta y confirma como el que
domina (LE 6); “mediante el trabajo el hombre no solo transforma la naturaleza adaptándola a las
propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en cierto sentido, se
hace más hombre”( LE 9); “el Hombre se desarrolla mediante el amor al trabajo” (LE 11); El
capital es solamente un conjunto de cosas: el hombre como sujeto del trabajo, e
independientemente del trabajo que realiza, el hombre, él solo es una persona (LE 12). Pero el
trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo (LE 6). El primer fundamente del valor
del trabajo es el mismo hombre.

En último análisis, el trabajo, cualquiera que sea realizado por el hombre, aunque fuera el trabajo
más corriente, el trabajo más monótono en la escala del modo común de valorar, e incluso el que
más margina; tiene por finalidad siempre al hombre mismo.

b.- Segunda esfera: es la dimensión antropológica del trabajo, la cual es la chispa que va y viene
sin cesar del uno al otro polo: la persona y la comunidad: “El trabajo lleva en sí un sello, particular
del hombre y de la humanidad, el sello de la persona operante en una comunidad de personas”.

La primera comunidad es la familia. “El trabajo es, en cierto sentido, la condición para hacer
posible la fundación de una familia, ya que ésta exige los medios de subsistencia, que el hombre
adquiere normalmente mediante el trabajo. Trabajo y laboriosidad condicionan a su vez todo el
proceso de educación dentro de la familia”(LE 10): en efecto, la familia es, al mismo tiempo, una
comunidad hecha posible gracias al trabajo y la primera escuela interior del trabajo para todo
hombre.

c.- Tercera esfera: por medio de la familia la persona se inserta en la sociedad a la cual cada uno
pertenece a base de particulares vínculos culturales e históricos. La encíclica sugiere una
definición original de sociedad: Ella “es una gran encarnación histórica y social del trabajo de
todas las generaciones” (LE 10): por ella el hombre puede descubrir un valor suplementario de su
labor, a saber la contribución al incremento del bien común elaborado juntamente con sus
compatriotas, dándose así cuenta de que por este camino el trabajo sirve para multiplicar el
patrimonio de toda la familia humana, de todos los hombres que viven en el mundo.

Dos alicientes ayudan al hombre a encontrar la grandeza de su dignidad a través del trabajo. El
primero es la redescubierta virtud de la laboriosidad, a la que la encíclica hace expresa referencia,
donde entre otras cosas leemos: “La laboriosidad como virtud unida con el orden social del
trabajo, permitirá al hombre hacerse más hombre, en el trabajo, y no degradarse a causa del
mismo, perjudicando no solo sus fuerzas físicas, sino sobre todo, menoscabando su propia
dignidad y subjetividad.

El segundo aliciente es el de una solidaridad para superar las nuevas formas de injusticia y una
nueva causa de degradación de la persona: solidaridad global que remueve los lazos de conexión
entre los sectores de la producción (donde la proliferación de las profesiones se conjugan con
formas de egoísmo cooperativo), solidaridad entre sectores y grupos sociales nacionales, entre
nacionales y nacionales a escala planetaria (LE 8).

3.2.2.2 El trabajo alienado.

Sobre un fondo negro entrevemos el trabajo, oprimido, esclavizado, deshumanizado; creado por
Dios y confiado al hombre como prolongación de la misma creación, en la experiencia diaria el
trabajo se nos presenta alienado de su objeto, aprisionado, a lo largo de toda la historia de la
humanidad, en un doble conflicto: el conflicto capital-trabajo, el conflicto propiedad-trabajo.

La encíclica afronta sin medias tintas el problema crucial (LE 11-15), con la perspectiva de la
superación de esquemas ideológicos, generadores de tremendos males en ámbito personal y
social, e invitando a los cristianos y hombres de buena voluntad a la audaz transformación ética
y social que impone la visión personalista del trabajo.

No es posible, dentro de los límites de la presente contribución, entrar específicamente en el


estudio y tratamiento del tema; creemos sin embargo, que pueda ser útil a algunos lectores el
señalamiento de ciertas pistas, que faciliten la penetración en esa pequeña espesura que el capítulo
tercero de la Laborem Exercens.

3.2.3 EL CAPITAL

Tanto la necesidad, la propiedad y el trabajo, el capital es una estructura primordial en la


economía. El capital es un instrumento, que como producto del trabajo que ayuda a
adquirir materia prima, mano de obra para realiza un trabajo más eficaz y satisfacer las
necesidades de las personas; el capital también se le considera un instrumento escaso, que
ayuda a obtener los recursos prioritarios y suntuarios, como también es parte del pago del
trabajo (esfuerzo físico e intelectual). Hoy el mensaje social que da el PSI, riqueza
encontrada o recibida y riqueza productiva. Pero se considera fundamental la
acumulación del capital que es el fruto del trabajo del ser humano, siendo unos de los
grandes males de las primeras etapas de la revolución industrial que consistió en la
dominación del capital sobre el trabajo, que era manejado por pocos, así como también el
hombre estaba influido por la anormal sumisión a las cosas materiales El capital se
acumula fácilmente, tiende a acumularse siempre más. Y esto da paso a la obtención de
poder desproporcionado y tiene tendencia a la dominación individual y social. El trabajo,
por comparación, es disperso, a menos que se asocie de manera eficaz. Pío XI se refiere
al respecto: “esta enorme diferencia actual entre unos pocos cargados de fabulosas
riquezas y una multitud de indigentes, contraste que cualquier persona sensata ve cuán
gravísimo trastorno acarrea” en la distribución de recursos (QA, 58). Pío XI crítica ante
todo la dominación y primacía del capital que se podía observar en el régimen capitalista
de la época (QA, 103-4). Igualmente Pío XI habla en 1945 del “monopolio o despotismo
económico de un conglomerado anónimo de capitales”. Llegó a evocar el ingreso del
capital tanto en el mundo urbano como en el agrícola en términos muy críticos: “Las
ciudades modernas –decía– con su constante desarrollo, su aglomeración de habitantes
son el producto típico de la dominación de los intereses de un gran capitalismo no
solamente en la vida económica, sino incluso sobre el hombre mismo…”. Sucede muy a
menudo que no son ya las necesidades humanas las que dirigen, según su importancia
natural y objetiva, la vida económica y el empleo del capital, sino, por el contrario, el
capital y el interés esperado es el que determina cuáles necesidades es menester satisfacer
y en qué medida; no es pues el trabajo humano destinado al bien común quien atrae al
capital y lo pone a su servicio, sino, por el contrario, es el capital quien mete en el baile
al trabajo aquí o allá, desplazando al hombre como un balón de juego” (1946).

Y he aquí el efecto en los campos, según Pío XII: “El capital, renunciando a su
noble misión de promotor del bien de la sociedad en cada una de las familias que la
componen, penetra en el mundo mismo de los cultivadores y les inflige los mismos males
(que al mundo industrializado). Hace centellear el oro y una vida de placer ante los ojos
deslumbrados del trabajador de los campos para incitarlo a abandonar la tierra y a perder
en la ciudad las economías laboriosamente amasadas y, muy a menudo, la salud, la fuerza,
la alegría, el honor y el alma misma. Esta tierra así abandonada, el capital se apresura a
hacerla suya; ya no es un objeto de amor sino de fría explotación” (1951).

Debe subrayarse que estas críticas apenas hacen diferencia entre el caso de capital
monopolizado por un pequeño grupo de propietarios a sobre todo de gerentes privados, y
el del capital monopolizado de una manera semejante por el poder político (o por algún
partido que lo controla). La doctrina católica decía Pío XII, “deplora que cualquier
sistema económico atribuya al capital mismo privilegios excesivos” (1946).

El capital, en todas partes, siendo útil, tiende también a ser muy poderoso.
Conviene resistir a esta tendencia. La Iglesia lo hace, en primer lugar, con el principio
que propone de la primacía del trabajo sobre todo lo que no es más que instrumento de
trabajo: “El trabajo humano, lo ha declarado el concilio Vaticano II… es muy superior a
los restantes elementos de la vida económica pues estos últimos no tienen otro papel que
el de instrumentos” (GS, 67). Y hace algunos años Juan Pablo II desarrolló ampliamente
este punto de vista en su encíclica sobre el trabajo: “Conviene subrayar y poner de relieve
la primacía del hombre en el proceso de producción, la primacía del hombre respecto de
las cosas. Todo lo que está contenido en el concepto de capital –en sentido restringido–
es solamente un conjunto de cosas” (LE, 12). No es, precisa enseguida, la estructura
misma de la producción económica que conduce así a violar el principio de la primacía
del trabajo: la violación proviene de los sistemas establecidos por los hombres, de abusos
cometidos por los hombres que sacan una ventaja indebida del poder que está en el capital
(Cf. LE, 13).

La “ruptura”, prosigue el Papa, el abuso que conduce a la explotación “ha tenido


lugar en la mente humana, alguna vez, después de un largo período de incubación en la
vida práctica. El trabajo ha sido separado del capital y contrapuesto al capital, y el capital
contrapuesto al trabajo, casi como dos fuerzas anónimas, dos factores de producción
colocados juntos en la misma perspectiva “economística” (LE, 13). Este economismo,
precisa Juan Pablo II, es un materialismo. No siempre un materialismo teórico, pero en
todo caso un materialismo práctico, una “manera no humanista de plantear el problema”
(Ibíd.).

El mismo “error”, agrega Juan Pablo II, característico del “capitalismo y


liberalismo primitivos”, “puede sin embargo repetirse en otras circunstancias de tiempo
y de lugar si se parte en el pensar de las mismas premisas tanto teóricas como prácticas”.
Además, “no se ve otra posibilidad de una superación radical de este error, si no
intervienen cambios adecuados tanto en el campo de la teoría como en el de la práctica,
cambios que van en la línea de la decisiva convicción de la primacía de la persona sobre
las cosas, del trabajo del hombre sobre el capital como conjunto de los medios de
producción” (Ibídem).

El mal característico así mirado lleva tan exactamente a la sobre estimación del
capital, que Juan Pablo II designándolo con el nombre de “capitalismo”, aplica a todos
los regímenes donde domina así el capital, corrientemente llamados socialistas como
también corrientemente llamados capitalistas. (Cf. LE, 7).

4. La Política

Según, Evangelii Gaudium 205 expresa “La caridad ilumina a los cristianos sobre el
significado más profundo de la convivencia política: el objetivo que los cristianos deben
buscar, promover y proponer es la realización de relaciones comunitarias entre las
personas, porque eso es lo que realmente nos humaniza….

La justicia requiere que cada uno pueda gozar de sus propios bienes, de sus propios
derechos, y puede ser considerada como la medida mínima del amor. La convivencia es
tanto más humana cuanto más está caracterizada por el esfuerzo hacia una conciencia más
madura del ideal al que ella debe tender, que es la «civilización del amor» (…) La persona
humana, en efecto, aun cuando participa activamente en la tarea de satisfacer las
necesidades en el seno de la sociedad familiar, civil y política, no encuentra su plena
realización mientras no supera la lógica de la necesidad para proyectarse en la de la
gratuidad y el don, que responde con mayor plenitud a su esencia y vocación
comunitarias»

En el PSI el fundamento y fin de la comunicad política (385) La comunidad política encuentra


en la referencia al pueblo su auténtica dimensión: ella « es, y debe ser en realidad, la unidad
orgánica y organizadora de un verdadero pueblo ». El pueblo no es una multitud amorfa, una masa
inerte para manipular e instrumentalizar, sino un conjunto de personas, cada una de las cuales —
« en su propio puesto y según su manera propia » — tiene la posibilidad de formar su opinión
acerca de la cosa pública y la libertad de expresar su sensibilidad política y hacerla valer de
manera conveniente al bien común. El pueblo « vive de la plenitud de vida de los hombres que lo
componen, cada uno de los cuales... es una persona consciente de su propia responsabilidad y de
sus propias convicciones ». Quienes pertenecen a una comunidad política, aun estando unidos
orgánicamente entre sí como pueblo, conservan, sin embargo, una insuprimible autonomía en su
existencia personal y en los fines que persiguen. Por tanto, La autoridad política debe garantizar
la vida ordenada y recta de la comunidad, sin suplantar la libre actividad de los personas y de
los grupos, sino disciplinándola y orientándola hacia la realización del bien común, respetando
y tutelando la independencia de los sujetos individuales y sociales. La autoridad política es el
instrumento de coordinación y de dirección mediante el cual los particulares y los cuerpos
intermedios se deben orientar hacia un orden cuyas relaciones, instituciones y procedimientos
estén al servicio del crecimiento humano integral. El ejercicio de la autoridad política, en efecto,
« así en la comunidad en cuanto tal como en las instituciones representativas, debe realizarse
siempre dentro de los límites del orden moral para procurar el bien común —concebido
dinámicamente— según el orden jurídico legítimamente establecido o por establecer. Es entonces
cuando los ciudadanos están obligados en conciencia a obedecer ». Esto hace que, El sujeto de la
autoridad política es el pueblo, considerado en su totalidad como titular de la soberanía. El
pueblo transfiere de diversos modos el ejercicio de su soberanía a aquellos que elige libremente
como sus representantes, pero conserva la facultad de ejercitarla en el control de las acciones de
los gobernantes y también en su sustitución, en caso de que no cumplan satisfactoriamente sus
funciones. Si bien esto es un derecho válido en todo Estado y en cualquier régimen político, el
sistema de la democracia, gracias a sus procedimientos de control, permite y garantiza su mejor
actuación. El solo consenso popular, sin embargo, no es suficiente para considerar justas las
modalidades del ejercicio de la autoridad política.

4.1 La Política según el Pensamiento Social de la Iglesia

El Pensamiento social indica los criterios para el ejercicio del derecho de resistencia: «
La resistencia a la opresión de quienes gobiernan no podrá recurrir legítimamente a las
armas sino cuando se reúnan las condiciones siguientes:

1) En caso de violaciones ciertas, graves y prolongadas de los derechos fundamentales;

2) Después de haber agotado todos los otros recursos;

3) Sin provocar desórdenes peores;

4) Que haya esperanza fundada de éxito;

5) Si es imposible prever razonablemente soluciones mejores ».

La lucha armada debe considerarse un remedio extremo para poner fin a una « tiranía
evidente y prolongada que atentase gravemente a los derechos fundamentales de la
persona y dañase peligrosamente el bien común del país ». La gravedad de los peligros
que el recurso a la violencia comporta hoy evidencia que es siempre preferible el camino
de la resistencia pasiva, « más conforme con los principios morales y no menos
prometedor del éxito ».

386 Lo que caracteriza en primer lugar a un pueblo es el hecho de compartir la vida y


los valores, fuente de comunión espiritual y moral: « La sociedad humana... tiene que ser
considerada, ante todo, como una realidad de orden principalmente espiritual: que
impulse a los hombres, iluminados por la verdad, a comunicarse entre sí los más diversos
conocimientos; a defender sus derechos y cumplir sus deberes; a desear los bienes del
espíritu; a disfrutar en común del justo placer de la belleza en todas sus manifestaciones;
a sentirse inclinados continuamente a compartir con los demás lo mejor de sí mismos; a
asimilar con afán, en provecho propio, los bienes espirituales del prójimo. Todos estos
valores informan y, al mismo tiempo, dirigen las manifestaciones de la cultura, de la
economía, de la convivencia social, del progreso y del orden político, del ordenamiento
jurídico y, finalmente, de cuantos elementos constituyen la expresión externa de la
comunidad humana en su incesante desarrollo ».

Y a través de este concepto se considera que, (386) Lo que caracteriza en primer lugar
a un pueblo es el hecho de compartir la vida y los valores, fuente de comunión espiritual
y moral: « La sociedad humana... tiene que ser considerada, ante todo, como una realidad
de orden principalmente espiritual: que impulse a los hombres, iluminados por la verdad,
a comunicarse entre sí los más diversos conocimientos; a defender sus derechos y cumplir
sus deberes; a desear los bienes del espíritu; a disfrutar en común del justo placer de la
belleza en todas sus manifestaciones; a sentirse inclinados continuamente a compartir con
los demás lo mejor de sí mismos; a asimilar con afán, en provecho propio, los bienes
espirituales del prójimo. Todos estos valores informan y, al mismo tiempo, dirigen las
manifestaciones de la cultura, de la economía, de la convivencia social, del progreso y
del orden político, del ordenamiento jurídico y, finalmente, de cuantos elementos
constituyen la expresión externa de la comunidad humana en su incesante desarrollo ».

Y a partir de aquí, 387 A cada pueblo corresponde normalmente una Nación, pero, por
diversas razones, no siempre los confines nacionales coinciden con los étnicos. Surge así
la cuestión de las minorías, que históricamente han dado lugar a no pocos conflictos. El
Magisterio afirma que las minorías constituyen grupos con específicos derechos y
deberes. En primer lugar, un grupo minoritario tiene derecho a la propia existencia: « Este
derecho puede no ser tenido en cuenta de modos diversos, pudiendo llegar hasta el
extremo de ser negado mediante formas evidentes o indirectas de genocidio ». Además,
las minorías tienen derecho a mantener su cultura, incluida la lengua, así como sus
convicciones religiosas, incluida la celebración del culto. En la legítima reivindicación de
sus derechos, las minorías pueden verse empujadas a buscar una mayor autonomía o
incluso la independencia: en estas delicadas circunstancias, el diálogo y la negociación
son el camino para alcanzar la paz. En todo caso, el recurso al terrorismo es injustificable
y dañaría la causa que se pretende defender. Las minorías tienen también deberes que
cumplir, entre los cuales se encuentra, sobre todo, la cooperación al bien común del
Estado en que se hallan insertos. En particular, « el grupo minoritario tiene el deber de
promover la libertad y la dignidad de cada uno de sus miembros y de respetar las
decisiones de cada individuo, incluso cuando uno de ellos decidiera pasar a la cultura
mayoritaria ».

5. La Tecno Ciencia

5.1 La relaciones entre la PSI y la Ciencia

Uno de las discusiones actuales es sobre la relación entre PSI y la ciencia, pues algunos teóricos
sostiene que la ciencia y la tecnología no tienen ninguna correlación entre estas dos ramas. Pero
el PSI combina o utiliza la fe y la razón. La fe ilumina y se enfoca al PSI en el campo de los
objetivos sociales, culturales y de la persona humana. Donde la fe da apoyo a al PSI a saber cuáles
son los caminos que orientan a la acción social., el PSI necesita de la razón, pues debe justificar
las propuestas que están dirigidas a la sociedad. El PSI utiliza las ciencias para gestionar
eficazmente los objetivos que se plantean.

Los científicos y los técnicos que operan en el sector de las biotecnologías deben trabajar con
inteligencia y perseverancia en la búsqueda de las mejores soluciones para los graves y urgentes
problemas de la alimentación y de la salud. No han de olvidar que sus actividades atañen a
materiales, vivos o inanimados, que son parte del patrimonio de la humanidad, destinado también
a las generaciones futuras; para los creyentes, se trata de un don recibido del Creador, confiado a
la inteligencia y la libertad humanas, que son también éstas un don del Altísimo. Los científicos
han de saber empeñar sus energías y capacidades en una investigación apasionada, guiada por una
conciencia limpia y honesta. (https://doctrinasocialdelaiglesia.wordpress.com/ii-parte-capitulos-5-al.../capitulo-
10-2/, 2015)
Por esta razón, Dra. Pilar Núñez Cubero, sostiene que “desde los orígenes la Iglesia ha
considerado y valorado la investigación y las actividades del hombre en el terreno
cultural, así como la creación o manifestación externa de la acción de éste, expresada en
los diversos países y culturas. Al inicio se desarrollaban preferentemente las humanidades
y las artes plásticas. Hubo que esperar a la Edad Media, para que el dominio de lo
científico penetrara en el campo cristiano y la Iglesia se comprometiera con ello, al punto
de que este compromiso ha podido ser considerado como el inicio o motor del progreso
científico, en la sociedad.”

La ciencia se viene desarrollando desde el siglo XVIII, y cada vez con más auge, hasta
nuestros días. Es una forma de conocimiento de la naturaleza, que tiene su autonomía y
se debe respetar y alentar. Es fundamentalmente instrumental del mandato de Dios, que
dice: “crezcan, multiplíquense y dominen la tierra” (Gen. 1,38). No hay que meterse en
la autonomía de los científicos… excepto que se extralimiten de su campo y se metan en
lo trascendente. La ciencia va trasformando la incultura en cultura.

Son varios los campos de la ciencia que se han utilizado para el progreso del hombre,
humanidad y de las sociedades, Sin embargo, existen riesgos del libertinaje científico,
donde los científicos creen cosas que no beneficien a la humanidad, para dejar de lado,
al Creador, y ser monopolizada en ventaja y en beneficio de unos con perjuicio de otros.
Sino al contrario, mientras que la ciencia en si es una fortaleza para el hombre siempre y
cuando sea creada para remediar los problemas y necesidades sociales (salud,
alimentación, comunicación entre otros). La aplicación y descubrimientos de la ciencia
se ha sumado la tecnología, en el uso en las guerras, como son las armas nucleares, o
químicas y biológicas… Así como también, los resultados, no son siempre óptimos en la
transformación de las sociedades pobres e industriales, pues, existe un alto grado de
contaminación atmosférica, del subsuelo y destrucción del medio ambiente.

En la actualidad, el progreso de la ciencia y la creación de nuevas tecnologías se destinan


directamente al hombre, revolucionando el desarrollo de las sociedades y del mismo ser
humano. El conocimiento del ser vivo (la ciencia biológica) avanza y exige a nuevas
iniciativas sociales, nuevas compromisos, nuevos obligaciones y responsabilidades. La
tecnología avanza tan precipitadamente que apenas nos da tiempo de instituir los
principios científicos sobre los cuales se apoya el juicio ético y moral, como si nuestro
espíritu y nuestra moral no llegaran a seguir este movimiento. Por otro lado, Jean Bernard
(primer Presidente del Comité Consultatif National d’Ethique de France, CCNE) expresa
que la tecnología ha hecho a los hombres ser dioses que todo lo pueden antes la
humanidad. Y con el avance de la investigación científica, aplicada a la raza humana, ha
provocado, según Jean Bernard dos grandes revoluciones: biológica, una; terapéutica, la
otra, ha permitido al hombre obtener un cierto dominio sobre la procreación o creación
de los seres vivos y humanos, la herencia (ADN) y el cerebro.

Considerando que el espiral del avance científico ha sido muy significativo, la Iglesia, ya
cuestionada por las intervenciones sobre Galileo, después Darwin y otros más… sigue
implicada con el avance y desarrollo de la ciencia y la tecnología, pero considerando que
no afecte a la verdadera misión –del hombre-, No obstante, la Iglesia mantiene juicios
abiertos al diálogo. De ahí que “Dios da al hombre el compromiso de encargarse del
progreso de su país, su patria y su nación. La religión marca las pautas ético-morales y
abre a la trascendencia.” Juan Pablo II. Alocución a los participantes al Congreso de la Academia de Ciencias
sobre “determinación del momento de la muerte”. 14 diciembre 1989.
5.2 El PSI: Compromiso con la Ciencia y el Saber.

Desde el aparecimiento de las escuelas creadas por las instituciones de la Iglesia en el


siglo XII; como las escuelas de Cambridge, Oxford, Paris, Bolonia entre otras… siendo
estas fundadas para estimular la investigación, el estudio, la comprobación de ideas en
búsqueda de la verdad.

Con el aparecimiento de la Universidad, la Iglesia estimuló el debate inexorable entre


Fe, Razón, Ciencia y Cultura, que tuviera lugar en el Siglo XVII. Dando paso, al dialogo
entre la razón y la demostración racional que caracterizaba la vida intelectual en la Edad
Media que fue el inicio del compromiso de la Iglesia al mundo moderno.

Papa Juan XXI (1276-1277) hizo también aportes a la medicina importanees. El ethos
cultural cristiano fue particularmente favorecedor de la investigación científica, afirma
Toby Huff, sociólogo e historiador de la ciencia en la Universidad de Harvard (US).

En la actualidad muchos se preguntan: ¿Qué ha hecho la Iglesia por la ciencia y la


investigación y cuál es el compromiso de está?

La iglesia da como respuesta lo que ha hecho y sigue haciendo aportaciones a través de


la participación y colaboración de numerosos católicos (científicos) en las actividades
científicas e investigativas.

Hay que mencionar, además que varios sacerdotes han sido científicos y han colaborado
en la ciencia e investigación apartando un gran valor para la humanidad. Con respecto a
la responsabilidad del PSI indica como modelo a Mendel que se le considera, hoy en día,
como el padre de la genética moderna. George Lemaître, sacerdote y profesor de Física y
Astronomía en la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica) puede ser considerado el
padre de la “Teoría del Big Ban”, pues, pues, él lo llamaba del “átomo primitivo”.
Teilhard de Chardin, nos ha dejado sus investigaciones paleontológicas y su respeto al
universo. Y en este siglo tenemos la P. Busa, fallecido en 2011 que se lo considera como
el promotor del lenguaje informático, al punto que IBM “International Business
Machines”, puntualizó que esas siglas no querían decir “International Busa Machines”.
Él era consciente de que el lenguaje informático tenía su origen en la inteligencia humana,
reflejo del poder creador de Dios, “autor y productor del cosmos”.

http://www.fiamc.org/bioethics/ciencia-e-iglesia/

6. La vida

La carta Encíclica Evangelium vitae habla sobre el valor y el carácter inviolable de la vida
humana, es un conjunto de reflexiones antropológicas, éticas, sociológicas y jurídicas donde «
todas las personas de buena voluntad», pues lo único Dios es «Señor de la vida» (pues todo lo
humano ha sido elevado y perfeccionado en Cristo). El Evangelio de la vida, proclamo al principio
con la creación del hombre a imagen de Dios para un destino de vida plena y perfecta (cf. Gn 2,
7; Sb 9, 2-3),
6.1 La Ciencia y el PSI en relación a la vida

La ciencia y la tecnología en relación con la vida en estos últimos tiempos a evolucionado y


aumentado en la medida en la que el mundo y la globalización se introduce en la sociedad y en
las llamadas sociedades del conocimiento, en otras palabras, sociedades en las cuales la
importancia del conocimiento, en este contexto la ciencia y la tecnología a incorporado procesos
productivos y de servicio a la conducción y creación de vida.

La gran capacidad cognoscitiva de la humanidad ha ejercido una influencia cada vez


mayor en la vida de las sociedades y las personas. Por este motivo, la reflexión sobre la
ciencia es un tema del corriente moderna, sobre en la segunda mitad de este siglo, ha
dedicado especial atención.

La ciencia y la tecnología demandan de un cierto "cuidado epistemológico" que impida


que nuestros actos cognitivos sean conducidos por enfoques que simplifiquen y
tergiversen la naturaleza real de la praxis científico, pero en la realidad no se cumple esta
demanda.

La preferencia de esta idea es generalizada a las personas que se dedican principalmente


a la actividad ciencia- tecnológica. La ciencia y la moderna tecnología son inseparables;
como resultado han alcanzado a ser acciones casi indistinguibles. Es difícil conocer a qué
se dedican las personas que trabajan en un laboratorio de investigación-desarrollo de una
gran industria o servicio: ¿hacen ciencia o hacen tecnología? Posiblemente simplemente
hagan "tecnociencia", acción donde los viejos límites son indefinidos.

Existe una aceptación progresiva acerca de la necesidad y posibilidad de administrar los


esfuerzos de la investigación e innovación para lograr que la ciencia y tecnologías sean
eco-amigables (amigables ambientalmente) y, en general, de progresos científicos y
tecnológicos favorecedores a la vida del planeta (seres humanos y vivos) que pueda ir de
la transición a la Sostenibilidad del mismo. Ahora bien, en este contexto es ideal, pues,
no se cumple la ciencia y la tecnología en un 60% a constituido ser las nuevas amenazas
de la vida humana, ya que en muchos casos has sido la solución para la alimentación,
salud y comunicación de los pueblos , pero , al mismo tiempo son perjudiciales para la
sostenibilidad de la vida, pues, han consumido grandes espacios del medio ambiente
aparecido o evolucionado nuevas enfermedades , tomando en cuenta que la forma de vida
de la especie humana a sufrido cambios, se ha perdido relaciones humanas directas
(comunicación, forma de alimentación)

6.1 Nuevas amenazas a la vida humana

Cada persona, precisamente en virtud del misterio del Verbo de Dios Carne (cf. Jn 1, 14), es
confiada a la solicitud materna de la Iglesia. Por eso, toda amenaza a la dignidad y a la vida del
hombre repercute en el corazón mismo de la Iglesia, afecta al núcleo de su fe en la encarnación
redentora del Hijo de Dios, la compromete en su misión de anunciar el Evangelio de la vida por
todo el mundo y a cada criatura (cf. Mc 16, 15).
Hoy este anuncio es particularmente urgente ante la impresionante multiplicación y agudización
de las amenazas a la vida de las personas y de los pueblos, especialmente cuando ésta es débil e
indefensa. A las tradicionales y dolorosas plagas del hambre, las enfermedades endémicas, la
violencia y las guerras, se añaden otras, con nuevas facetas y dimensiones inquietantes. Ya el
Concilio Vaticano II, en una página de dramática actualidad, denunció con fuerza los numerosos
delitos y atentados contra la vida humana. A treinta años de distancia, haciendo mías las palabras
de la asamblea conciliar, una vez más y con idéntica firmeza los deploro en nombre de la Iglesia
entera, con la certeza de interpretar el sentimiento auténtico de cada con

-
4
Cf.
Ibid,
14:
l.c.,
285

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