Daniel Sllencio y crisis de
Sueiro la joven novela española
Antes de ponerme a escribir
mi próximo libro
JI
Soy escritor. Escritor de novelas y de cuentos, y también de
libros que podríamos considerar más directamente documen-
tales, testimoniales, libros en que el estudio y la investigación
se unen a la técnica del reportaje, aunque la verdad es que
en todo lo que escribo pretendo aparecer como testigo, tam-
bién acusador, y hacerlo de la manera más llana posible, la
manera habitual y por lo tanto la más comprensible para el
mayor número posible de gente. Soy escritor y escribo en
España. Hubo un tiempo en que se me consideró una po-
tente promesa de la joven narrativa o novelística española, a
mí como a tantos otros. Hoy, como novelista, cumplidos ya
los treinta y cinco años, y también los treinta y seis, joven
aún, según creo, pero cansado, con ocho o diez libros circu-
lando por la calle, puedo decir como muchas de las otras
"jóvenes promesas" que apenas hemos avanzado nada en el
camino. Acaso en estos últimos años, en lugar de aumentar
la estimación pública por nuestra obra, lo que se ha conse-
guido es que la gente se haya olvidado un poco más de nos-
otros. Por mi parte, no me quejo; particularmente no me im-
porta demasiado. Conozco las razones. Lo malo no es eso:
lo malo es que yo, como novelista, apenas me reconozco ya.
Me pongo a escribir apresuradamente estas reflexiones casi
íntimas y sin importancia a raíz de haberme liberado, con su
reciente publicación, del tema sobre el que he trabajado estos
últimos tiempos, años de documentación y años de trabajo es-
cribiendo acerca de las formas de ejecución de la pena capital
en el mundo de hoy y en el de ayer, acerca de las terribles
formas de tortura humana, acerca de los verdugos y también de
los jueces, pero fundamentalmente acerca de las víctimas.
De todo eso ha salido El arte de matar, un libro de cerca de
mil páginas que, según todos los indicios, se está convirtien-
do en un verdadero éxito de venta. Tengo que decir esto,
que es adjetivo al lado de la sustancia del libro como alegato
contra la pena de muerte y como grito contra la violencia
oficial y organizada, cuestión en la que el éxito de mi traba-
jo me temo que resultará mucho menos halagüeño; tengo que
decirlo, repito, porque quisiera que desde el primer momento
esta especie de confesión o introspección fuera entendida de
una sola manera, por cierto seguramente extravagante o pre-
tenciosa en España: la de un hombre de letras que empieza
a vivir de sus escritos, la de un escritor que quiere vivir de
su literatura, la de un trabajador de la pluma que reclama el
derecho a vivir de su profesión. Las razones y las causas
que dificulten o se opongan a todo esto son los temas sobre
los que voy a intentar meditar ahora. Alguien, por amistad,
me ha pedido que lo haga, también es verdad, para tratar
de aclarar desde mi punto de vista personal la situación,
creo yo que precaria y desorientada, tal vez expectante y
próxima a una eclosión que igual puede significar una nueva
vida pujante que una explosión de muerte, de la novela
española actual, y más concretamente de una cierta novela que
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irrumpió entre nosotros hace diez o quince años como un
frente en cierto modo compacto y en cierto modo avasalla-
dor y que hoy, bien miradas las cosas, si no queremos en-
gañarnos, si no queremos seguir engañándonos, se ha diluido
y ha venido a quedarse en nada o casi nada; pero aunque nadie
me pidiera mi opinión, en estos momentos en que, como
digo, acabo de dar el carpetazo mental a mi última obra y
me enfrento con mi próximo trabajo, como escritor, como no-
velista, necesariamente he de plantearme qué es lo que voy
a hacer mañana.
Normalmente, debía empezar a escribir una novela. Es lo
que me apetece, es además lo mejor que puedo hacer: es lo
único que puedo hacer para entretenenne y pasar inadver-
tido. Pero,- claro, yo no escribo para mí, no escribo nunca
en absoluto para mí, y si algún día llegara a convencerme
de que lo que yo puedo decir escribiend\l no tuviera interés
para nadie, no revelara nada a nadie, no estremeciera un
poco a alguien, ese día sería mi día de mayor desaliento, no
el día de la mayor tristeza, y ese sería el día en que finalmen-
te dejaría de sudar tratando de poner las palabras de nuestro
idioma unas detrás de otras para comunicarme lo mejor po-
sible con los hombres, y nada más. Ese día, pero ninguno de
los días en que unos u otros pretenden persuadirnos de lo
equivocado de nuestro camino, de la inutilidad de nuestro
esfuerzo, de la escasa importancia de nuestro trabajo; ninguno
de los numerosos días en que levantan ante nosotros los afi-
lados obstáculos en que quieren hacernos perecer o, para
ser menos retóricos, con que pretenden hacernos callar.
Se hace preciso que diga ahora, con toda modestia, por
supuesto, pero obligadamente si he de seguir hablando desde
mí, que en estos momentos tengo en la cabeza y casi sobre la
mesa cuatro temas, cuatro asuntos, cuatro libros sobre los que
puedo empezar a trabajar, uno por uno, se entiende. Algunos
de estos temas los vengo acariciando, como diría mi viejo
maestro de escuela, desde hace varios años; otros son de apa-
rición más reciente en el panorama de mis proyectos; sobre
alguno de ellos he trabajado ya, documentándome, reuniendo
datos, repasando lecturas y viajando. De estos cuatro asuntos,
tres serán otras tantas novelas; del otro ha de salir algo así
como un estudio sociológico en que insisto <> insistiré sobre
el mismo tema obsesionante de mi más reciente obra.
Me parece que vale la pena fijarse en -más de un aspecto
de lo que suele ser -yen mi caso lo es- el proyecto de tra-
bajo actual de un escritor español más o menos joven y en
mayor o menor grado comprometido -por usar la palabra
una sola vez, y ya se irán viendo más adelante las razones
de tal compromis~ con el mundo inmediato que le rodea,
con las cosas que pasan en ese mundo y con su conciencia:
por un lado, la tentación de los temas estrictamente españoles
que pudiéramos llamar "difíciles", enojosos, molestos; por
otro, ¡ay!, su escasa originalidad en general y, también en ge-
Grabados de Todó

neral, su "provincianismo". O sea que, para empezar, ni si-
quiera piense trabajar sobre temas que pudieran considerarse
francamente nuevos, absolutamente originales; y, a juzgar por
los indicios, tampoco parece en efecto que trate de crear
una obra de alcance "universal", no parece que en principio
trate de buscar una temática que por sí misma interese a
todos los hombres de todos los países, empresa a que gene-
ralmente, según dicen, han tendido todos los grandes escritores
que han querido hacer una obra perenne para la Historia.
Una de las paradojas más graves en que hasta ahora hemos
incurrido muchos de los escritores españoles, la mayoría de
los más valiosos, es a mi juicio ésta de haber desechado cons-
ciente y voluntariamente cualquier pretensión de "universali-
dad" en nuestras obras de creación para dedicamos a hacer
revelaciones más o menos domésticas a nuestros amigos, veci-
nos y conciudadanos, y seguir haciéndolo aún sabiendo que
en la mayoría de los casos nuestro vecinos los españoles no
nos escuchan ni nos leen. No sé si habiendo pretendido escri-
bir libros con interés pata los hombres innominados, de vida
y problemas en su mayor parte desconocidos por nosotros,
de cualquier país o de todos los países, hubiéramos contado
con fuerzas creadoras suficientes para lograrlo; cada cual
sabrá, poco o mucho, lo que puede dar de sí. También igno-
ro si alguien entre nosotros lo ha pretendido y lo ha logrado;
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me temo que no. Lo que sí puedo afirmar, no sólo como es-
critor. como autor de libros, como novelista, sino como lector
de los libros, las novelas escritas por muchos otros españoles
y publicadas en España para los españoles, es que las fuerzas
que tenemos, o que tuvimos, fueron y son empleadas de ma-
nera tenaz, constante y deliberada en la tarea de comuni-
camos entre nosotros dentro de casa y revelamos nuestro
propio, pequeño e insatisfactorio mundo. Puede pensarse que
éste es un comienzo humilde, pero no es un mal comienzo; en
todo caso, es o fue, un comienzo obligado, necesario, irrenun-
ciable. Todo ello encierra una manera de entender la literatura,
un modo de entender la misión, o mejor, por no emplear esa
palabra, el trabajo del escritor en un país en un momento dado.
Nada se ha perdido, pero tampoco se ha ganado todo; realmen-
te, no se ha ganado casi nada; se ha avanzado muy poco.
Nos hemos encerrado en nuestras habitaciones para tratar de
decimos lo que pasaba en ellas; nos hemos reducido a vivir
en nuestras ciudades observando a sus gentes y tomando nota
de las cosas que pasaban en sus calles, o bien hemos llegado a
viajar al monte, a la tierra, a la mina, a la playa, al río, a la
fábrica o incluso a la cárcel para contamos las cosas que pasa-
ban entre nosotros en todos estos sitios, y después de este tra-
bajo que nos hemos tomado, de la humildad y al mismo tiempo
el entusiasmo con que por lo regular lo hemos hecho, resulta
que no nos hemos enterado bien, o no hemos sabido contarlo,
o no hemos podido contarlo todo, o no nos han dejado, y la
gente para la que escribimos, a la que creemos conocer y que
consideramos urgentemente necesitada de saber, generalmente
no nos ha leído, entretenida por otros cuentos que les hacen
escuchar con mucho más ruido y cotidianamente, o bien fran-
camente cansada de nosotros y dispuesta a no escuchamos en
tanto no les contemos, de una vez por todas, esas cosas que
está deseando oír y que nosotros necesariamente tenemos que
revelar un día. Somos los que podemos hacerlo, y aún estamos
a tiempo. Mientras no lo hagamos, a mi juicio, nunca nos li-
beraremos de nuestras propias culpas, y hasta entonces no creo
que podamos dejar de escribir para nosotros, los españoles, y
ponemos a escribir para el mundo, si es que es esto lo que
hay que hacer.
Pero, ¿cómo? No es sólo esta incomunicabil!da~ esencial,
debida a diversas causas, casi todas forzosas y ejerCidas desde
fuera sobre nosotros, la que nos impide alzar el vuelo y remon-
tamos a zonas menos localistas, menos provincianas, en último
extremo menos aburridas e incluso superadas de la novelística
actual. Es la crisis casi total que atraviesa la novela en el mun-
do, puesta de manifiesto sobre todo en Europa por los mejores
narradores y Jos pensadores más lúcidos, después de ~aberlo
sido por los propios lectores, y sólo en parte desmentida P?r
la brillante y arrolladora irrupción en, este .campo de. media
docena de novelistas de otros tantos paises hlspanoamencanos;
y más grave aún que aquella crisis general, de algún modo
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también marcada por este renacimiento de la narrativa en es-
pañol producida fuera de España, siquiera sea por medio de
comparación, la crisis singular que a mi juicio está atravesando
la novela española, cierta novela española al me110S, y que
en principio atribuyo o confundo con su propio silencio.
Hace diez o quince años prometía -y uso este verbo deli-
beradamente, incluso con mala intención- prometía empezar
a existir en España un grupo relativamente compacto de es-
critores, de novelistas capaces de contribuir muy inmediata y
directamente a reanimar el dormido cuerpo cultural, social y
hasta político del país, al menos en ciertos niveles, e incluso
de servir de base para que, de entre ellos, alguno llegara a des-
tacarse con su obra hasta lograr ocupar un lugar de primer
orden, o cuando menos un buen lugar, en el panorama general
de la literatura, y no sólo española, para tratar de heredar, por
ejemplo, algo de lo que en este campo significaba una perso-
nalidad y un mundo novelescos como los de Baroja, nuestro
último gran novelista español y universal.
Por no hablar más que de los chispazos más brillantes, de
los truenos que más sonaron, digamos que los que hace diez
o quince años teníamos entre veinticinco y treinta y cinco o
cuarenta, sabíamos que todavía había campo en España para
dar golpes como los del Pascual Duarte y La colmena, de Cela,
o Nada. de Carmen Laforet, por olvidarnos ahora -algo tre-
mendamente injusto en algunos casos, dos o tres, como los de
Barea, Sender o Max Aub, entre los grandes escritores espa-
ñoles exilados por motivos políticos, pero estrictamente jus-
ticiero, y aquí sí que la justicia nos la tomamos por la mano, en
otros casos de pequeños escritores presentados en el interior
con lupas de aumento, y que naturalmente no vamos a nom-
brar-; por olvidarnos, repito, de otros buenos novelistas cuya
obra, si menos brillante o espectacular en principio, ha acabado
por ser más consistente y regular. Desde el momento en que,
hacia 1954, Aldecoa, Fernández-Santos y Juan Goytisolo pu-
blicaron sus primeras novelas: El fulgor y la sangre, Los bravos
y Juegos de manos, hasta el 60 o el 61 en que los más jóve-
nes o los últimos en llegar editábamos nuestros primeros libros:
La zanja, dc Grosso. Tiempo de silencio, de Martín-Santos y
mi misma novela La criba, pasando entre tanto por impactos
como el del JO/'ama de Ferlosio, Nuevas amistades de Horte-
lano, Entre visillos de Carmen Martín Gaite, Central eléctrica
de López Pacheco, Las afueras de Luis Goytisolo, La fiebre de
Nieto, La piqueta de Ferres o La mina de López Salinas, junto
con novelas de Lauro Olmo, Jorge Cela, CastiJIo Navarro, Can-
dell, Morán, Quinto, Ferrer-Vidal, etc.; en el plazo de cinco o
seis años, hace ahora diez o quince, se presentaba en efecto
en España un frente de novelistas más que importante, diverso
y vario pero casi compacto, un grupo de escritores --entre los
cuales me incluyo y ya es tarde para pedir tontas disculpas-
de edades muy semejantes, ajenos a la acción de la anterior
guerra civil, testigos asombrados sin embargo de las condicio-
Des de la paz, oriundos de todas las diversas regiones de Es-
paña y, por lo que parecía, con una pasión y una fuerza narra-
tiva propias que acaso no tuvieran de común más que una clara
visión crítica de la vida española y sin duda también un gusto
un poco mortificante y retraído por un tipo de realismo en el
estilo que, por cierto, ya ha llegado la hora de revisar.
Por lo demás, cada uno de estos novelistas trabajamos ais-
lados unos de otros, sin conocemos personalmente en muchos
casos, ni aún' ahora, y creo que sin haber tratado en ningún
momento de la posibilidad de establecer algún tipo de comu-
nicación entre nosotros mismos, siquiera fuera en algún modo
meramente profesional, o con otros objetivos acaso más dig-
nos y necesarios.
Este frente de novelistas, al que Nora bautizó, creo recor-
dar, con ciertas exclusiones, como la "nueva oleada" de la
narrativa española, tuvo un eco notable en los diversos medios
de difusión del país, y hasta es posible que buena parte de sus
componentes hayan llegado a ser conocidos, ya que no a re-
sultar familiares, entre un sector bastante amplio de gente.
Movidos en algunos casos por la propaganda o la magia de
los premios literarios -tan corrientes y tan equívocos en la li-
teratura española de postguerra-, en otros por la simple fuer-
za que tuviera la propia entidad de los libros, esta docena
escasa de novelistas españoles fueron leídos con bastante aten-
ción, me parece, aunque tampoco en esto caben exageraciones
ni falsas ilusiones, puesto que si la tirada normal de un libro es
entre nosotros de tres mil ejemplares, demasiado bien han de ir
las cosas, aún con premio, para llegar, pongo por ejemplo, a los
treinta mil, cifras ridículas en un país de treinta millones de
habitantes, con Siglos de Oro, Cervantes y tantas otras histo-
rias detrás. Hoy, ni como grupo ni individualmente, se habla
en ninguna parte gran cosa de ninguno.
Pero hay otro detalle, no sé si más grave o sencillamente tan
sólo lógico y por lo demás incluso prometedor: después de
haber escrito y publicado diversas obras todos y cada uno
de los escritores a los que nos estamos refiriendo, utilizando
acaso los ánimos y las fuerzas que quedaron después de la pri-
mera y casi masiva irrupción, con excepción de alguno que
otro que sigue dando a la imprenta y a los escaparates de las
librerías una producción más o menos regular, lo que se obser-
va de un tiempo a esta parte es que la "nueva oleada" se ha
convertido en la oleada inmóvil del silencio. ¿Qué es lo que
pasa? Y antes aún: ¿qué es lo que ha pasado?
Nos hemos puesto a escribir para nuestros compatriotas, los
españoles, tratando de contar algo de lo que ocurre entre nos·
otros, eligiendo para ello el medio narrativo, el género de la
novela o el relato, utilizando en cierto modo como instrumento
o como técnica una forma de realismo simple y franco, sin
gran elaboración, sin demasiada complejidad argumental y con
un lenguaje que consideramos digno, pero corriente, e incluso
popular; nos hemos puesto a escribir así, en muchos casos des-
 pués de volver a casa de otro trabajo, generalmente sin ningún
apoyo por parte de los medios masivos de infoOllación y pro-
paganda, siempre con la conciencia cierta de tener que pasar
nuestro trabajo de creación personal por la criba o la guil1o-
tina de no sé qué clase de vigilantes de la moral y del orden
público, en ocasiones bajo el peligro de duras represiones de
las que no es el menor castigo tener que dar por perdido el
trabajo de años; aceptando que la empresa editorial es un ne-
gocio que desconocemos aún haciéndose a costa nuestra, sa-
biendo en fin después de todo esto que de nuestras novelas
se va a hacer una tirada de tres mil ejemplares iguales, y que,
vendidos todos al precio de cien pesetas el ejemplar, aunque
nunca se venderán, eso nos lo aseguran por anticipado los edi-
tores, sacaremos para vivir, según el porcentaje del diez por
ciento que nos corresponde, la desorbitante cantidad de treinta
mil pesetas. Pero aún así, aún sabiendo todo esto, nos ponemos
aescribir y escribimos. Mas todo cansa, y creo que nosotros,
por lo que se observa, o mejor aún por lo que se deja de obser-
var, nos hemos cansado.
Para empezar, después de aquel momento, de aquellos años
de euforia de la pequeña avalancha del cincuenta y cuatro al
sesenta, que por cierto coincidió con otra especie de euforia
intelectual y social bien pronto reducida a sus prudentes límites,
los que podemos considerar grandes medios de difusión de ma-
sas, periódicos diarios sobre todo, pero también la radio y la
naciente televisión, empezaron a cerrar las puertas de sus espa-
cios a la presencia de muchos de estos jóvenes y pujantes es-
critores, más o menos inconfoOllistas, o bien fueron éstos los
que dieron la espalda a aquéllos, si algunos habían llegado a
establecer contactos relativamente profesionales o incluso ideo-
lógicos, en vista de las dificultades de la empresa. Este divorcio
entre el escritor de libros, concretamente del novelista español,
en su mayoría, yesos medios de difusión, no se reduce a que
de éstos haya desaparecido toda mención siquiera al nombre,
por supuesto a la obra, de muchos de los escritores señalados,
ni incluso a que en ocasiones esos medios hayan sido utilizados
para su clara difamación; más grave que esto creo yo que es el
hecho de que ese medio masivo de difusión y de comunicación
diaria que puede ser un periódico, por ejemplo, que casi por
tradición había venido siendo en España la platafoOlla cotidia-
na de expresión de nuestros hombres de inteligencia y de nues-
tros grandes escritores, y que supongo que en muchos países
del mundo seguirá cumpliendo esa función, suele ser un campo
vedado al trabajo habitual de los escritores como tales, por
muy dignas que sean las escasas excepciones que hoy se opo-
nen y confiOllan entre nosotros esa regla. De este modo, al
escritor típico se le cierra uno de los grandes cauces de comu-
nicación con sus semejantes, a la vez que se le impide, en
cierto modo, hacer familiares su nombre y sus ideas, consolidar
su fiOlla como autor de libros, aunque en último téOllino esto
sea lo de menos. En ciertas circunstancias, el precio ideológico
o simplemente moral que se pediría a un escritor en más de un
periódico de los actuales para ejercer en él su función como
tal, precisamente función moral o ideológica en última instan-
cia, sería demasiado alto para poder ser pagado sin incurrir en
contradicciones tales que convertirían a ese escritor en algo de
nombre mucho menos noble.
Por otra parte, he aquí que esta circunstancia de ser margi-
nado el escritor libre e independiente -sigo hablando en tér-
minos generales- de los medios de comunicación de masas, y
quedar convertidos por lo común estos mismos medios -no
vamos a decir que por falta del escritor, sino por otras faltas
o culpas de otras personas- en órganos generalmente repre-
sentativos de la misma vaguedad o estolidez del ambiente,
caracterizados tanto por la ausencia de una verdadera infor-
mación completa y objetiva como por el abuso en el suminis-
tro de los somníferos y drogas sociales y políticas, abocan
muchas veces al escritor a la titánica y acaso inútil pretensión
de cubrir con sus libros algunos de los vacíos que dejan esos
medios de masiva confusión, a suplir con sus relatos deter-
minadas faltas de infoOllación, a revelar con su pluma hechos
que normalmente debían ser de sobra conocidos por todos y
justamente enmendados por la misma naturaleza de las cosas;
en una palabra, lo que muchas veces hace el escritor español
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 de nuestros días, lo que todos o casi todos los novelistas hemos
hecho y no sé si tendremos que seguir haciendo aún, es elegir
para ser tratados en nuestras novelas temas, hechos, vidas,
personas, desgracias, miserias, injusticias en fin que en ocasio-
nes no debían pasar de ser tratados en las páginas de los perió-
dicos o en otros medios de comunicación y resueltos en ellos,
pero que no lo son, o mejor que ni siquiera deberían tener lugar
ni ocurrir hoy en un país civilizado, pero que ocurren, y enton-
ces nosotros tomamos esos temas con dolor, los tomamos a sa-
biendas de que no estamos escribiendo una novela de valor
universal, los tomamos porque irremediablemente sabemos que
hemos de tomarlos en nuestras manos, puesto que hay muchos
otros que quieren ignorarlos, y tantos otros que querrían ocul-
tarlos, y así escribimos por lo regular esos libros de tan corto
alcance y tan a ras de tierra, justo al nivel de la vida del
propio país. Y esto, que hasta cierto punto puede constituir
una explicación, no sé si una justificación, no puede ser en
ningún caso un punto de part~da, ni mucho menos una meta,
no puede serlo ya para los novelistas, aunque seamos españo-
les del último tercio del siglo xx. Tal es, al menos para mí, uno
de los motivos por los que estoy atravesando mi crisis par-
ticular como novelista.
Pero sigamos con lo que ha pasado por aquí en los últimos
tiempos. Desde que hemos empezado a publicar nuestros li-
bros, desde que hemos irrumpido con más o menos fuerza
en el panorama actual de la novela española, desde que hemos
escrito o dejado de escribir en los periódicos, desde que hemos
hablado o nos hemos callado hasta hoy, ha habido cambios
ministeriales, cambios de personas, ha habido nuevas leyes, hay
una ley de Prensa e Imprenta, la ley orgánica del Estado, la
censura ha dejado de llamarse así para convertirse en informa-
ción bibliográfica, consulta voluntaria o cosas parecidas, y nos-
otros hemos empezado a saber menos cosas de todo, a perder
interés, etc., y a fijamos especialmente y llenos de alarma en
las cosas nuevas que estaban pasando en el actual estadio de
liberalización del régimen. Sabemos que todo nos afecta, que
nada nos afecta, o al revés, no sé. Hay un artículo segundo
que puede ser mirado por todos los lados, y otros muchos
artículos que igualmente nos protegen y nos amenazan. Todo
eso, pero lo que ocurre mientras tanto es que nuestros libros
no se publican si no son previamente censurados, es decir,
tachados con lápiz rojo en algunas de sus partes, o bien su-
primidos por completo si alguien lo considera más convenien-
te; o si son impresos sin esa especie de autorización, pueden
ser secuestrados sin haber llegado a las manos de un solo lec-
tor y nosotros procesados por unas causas o por otras e inclu-
so condenadoa y supongo que encarcelados; o somos recibidos,
en las negociaciones en que hemos de debatimos para salvar
algo de la quema, por personajes bienintencionados que se po-
nen de nuestra parte, pum, es para pegarse un tiro aquí mismo,
y finalmente salimos de esas visitas sin haber conseguido que
el libro pueda ser publicado o pueda publicarse entero, en-
tendiendo cada vez menos nada de lo que ocurre, más desa·
lentados o cansados, o entendiéndolo por fin todo, pero no
menos humillados y llenos de ira.
O puede pasar también lo que pasa, lo que ya ha pasado,
está pasando y sin duda pasará, pues si nosotros mismos no lo
remediamos otros no lo harán. Y esto es que un escritor, lo
digo sólo a modo de ejemplo, un día o mejor una noche es le· )
vantado de la cama por la policía, de madrugada, conducido a
una comisaría o a otro sitio así sin lograr saber qué es lo que
pasa o de qué se le acusa hasta varias horas después, luego
mantenido allí durante más días o más horas de los necesarios,
acusado, juzgado, insultado a través de los famosos medios
informativos de que hemos hablado, con el país artificialmen·
te conmovido por su presunto o supuesto delito, como si no
hubiera otras cosas· en que pensar, y todo ello porque en la
dedicatoria de uno de sus libros a un muchacho puso no sé
qué confusión con la palabra Patria, y todo ello además para
ser finalmente absuelto. Pero hay otros con menos suerte y no
son absueltos, sino condenados, y algunos, tal como se están
poniendo las cosas, me imagino que llegarán a tener que en·
trar en la cárcel por algún delito de Imprenta, supongo, según
la nueva ley. Asistimos a esos procesos en las salas de las
audienéias y vemos a nuestros amigos de espaldas encima de
la tarima, de pie o sentados, encorvados sobre sí mismos de
cara al tribunal para contestar "Sí, señor", o "no, señor', o
"sí, su señoría", o "no, su señoría", como sea, en esas depri-
mentes mañanas en que hay que ir allí porque juzgan a un
escritor, juzgan a un libro. Y juzgan algo más, juzgan mucho
más.
Si la publicación de uno de nuestros libros no había sido
permitida en España, a su autor podría haberle ocurrido
-a mí me ocurrió-- que se lo pidieran en seguida desde un
país extranjero para editarlo allá poniendo una faja que más
o menos dijera: "Este libro fue prohibido por la a:ns~
española", y aunque esto fuera cierto, no era muy se~?, Il1
mucho menos interesante para los que sobre todo escnbnnos
para ser leídos aquí por nuestros compatriotas. Pero es. que
además un libro español que lleve esa leyenda en la cubierta
tiene que ser un libro "fuerte", tiene que decir cosas "contra
el régimen", tiene que golpear duramente al fascismo, co~
muy lógicas para las ediciones italianas, por ejemplo, des~'
nadas a un pueblo que no sólo acabó en su seno con el fllS7!S-
mo que le tocó en suerte sino que convive con el partido
comunista más fuerte de Europa, y todo ello en paz. P~ro
nosotros, los novelistas españoles, no escribimos todos los días
esa clase de libros, de modo que por pura honradez con nos-
otros mismos nos encontramos a veces también con esta
nueva grotesca paradoja de ser autores de obras que son a la
vez extremadamente peligrosas para los españoles y absurda-
mente inocentes para los italianos o los ciudadanos de otrOS
 países.
y a todo esto, como decíamos antes, tratando de comu-
nicarse con los demú por medio de tres mil ejemplares de
tirada del libro y sobre la base de cobrar ellO por ciento,
cuando no es el ocho, del precio de venta del libro, cuando
se venda. ¿Podrá darse una contradicción, una insensatez o
una broma mayor?
No niego que en la creación literaria, como en toda crea-
ción artística, haya un punto de realización personal muy dig-
no de tenerse en cuenta. Hacer lo que a uno le gusta y lograr
} hacerlo bien es algo que por desgracia no está al alcance de
todos los hombres. Pero no creo que eso baste. A mí per-
sonalmente no me resulta suficiente, si eso que hago no sirve
para algo. En este sentido entiendo la literatura como revela-
ción bacia los demú, como forma de expresión, como modo
de vida Ycomo ejercicio vivo del pensamiento y del lengua-
je, DO sé si por el mismo orden en que lo estoy mencionando.
Bueno, y a todo esto el novelista seguía escribiendo y pu-
blicando sus novelas. Hasta que dejó de hacerlo.
Esto es un poco lo que pasa, lo que creo que está pasan-
do, en efecto. De todo aquel grupo de novelistas que parecían
Uevar camino de conseguir, entre todos, una revitalización
de la vida cultural española, rescatando a un público que
debería ser cada vez más numeroso del sopor del medio am-
biente para aficionarlo a la lectura y al ejercicio de la crítica
y del pensamiento, gracias a esas historias bien contadas que
debían ser revelaciones o incluso denuncias llenas de interés
para nuestros compatriotas; de todo aquel grupo, insisto, sin
eco suficiente y en buena parte a causa de las razones, es-
quemas u obstáculos señalados hasta aquí, no se escucha úl-
timamente aquí más que el silencio.
Hace ya varios años que la mayoría de esos novelistas no
publican sus novelas. No sé si las escriben, si todos las están
escribiendo, supongo que sí; lo cierto es que, sea lo que sea lo
que estén haciendo, su obra últimamente permanece inédita y
no llega a los lectores. Que yo sepa, sólo en el último año, o en
los dos últimos, publicaron novelas Aldecoa, Juan Goytisolo y
Hortelano, de entre los principales novelistas que venimos
agrupando aquí. Todos o casi todos los demás permanecen
como novelistas callados desde unos cinco años a esta parte, y
así siguen. Y el hecho de que entre tanto hayan aparecido otros
nombres más jóvenes en el panorama de la novela española,
algunos de gran vigor y preparación, casi todos llenos de un
entusiasmo que ojalá no pierdan nunca; hecho que hay que
reconocer justamente y del que hay que alegrarse también
en su justa medida, en cierto modo no hace sino llamar aún
más la atención sobre la crisis y el silencio, la crisis silen-
ciosa o el silencio crítico de los anteriores. De aquellas novelas
publicadas hace poco, Parte de una historia de Aldecoa,
Gente de Madrid de Hortelano y Señas de identidad de
Goytisolo, cuya influencia o repercusión no ha excedido lo
habitual entre nosotros, la última, la más patética y revela-
dora como crónica de los últimos años españoles, ni siquiera
ha sido publicada en España, ni puede comprarse ni casi
leerse aquí.
Por lo demás, una revisión, aunque no sea muy profunda
y hecha un poco desde lejos, de la situación actual de la vida y
la obra de los componentes de aquella "nueva oleada" de
mediados de la década del cincuenta, ha de resultar cuando
menos desconcertante.
Ferlosio, por empezar por uno de los casos más singu-
lares, abandonó el género de la novela inmediatamente des-
pués de haber logrado un acierto y un éxito tan rotundos y
tan vigentes aún como los de El Jarama, para dedicarse con
verdadera pasión a investigaciones y estudios de tipo filo-
lógico, primero, y luego, no sé si con igual ardor, a estudiar
la historia de los ríos españoles y finalmente al cultivo
agrícola.
Femández-Santos anda en los últimos años dedicado casi
exclusivamente a sus trabajos en la cinematografía, su otro
campo de atracción vocacional y profesional, y aunque parece
que también ha dedicado parte de su tiempo más recien~e
a escribir, y concretamente a escribir una nueva novela, el
mismo ha dicho que quiere que el original siga reposando
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 en el cajón de su mesa, y que tiempo tendrá para darla a
conocer.
Martín Santos, uno de los hombres más lúcidos y capaci-
tados para la creación literaria, como para tantas otras em-
presas intelectuales, médicas, sociales, políticas, que constituían
el fundamento de sU'vida y de su lucha, se calló para siempre
en un estúpido accidente de automóvil.
Hace sólo muy pocos años, otro escritor como Ramón
Nieto mostraba tanta impaciencia por la creación literaria,
por escribir y damos a conocer lo que escribía, que no dejaba
pasar un año sin publicar una novela; luego Nieto cortó en
seco y salió de una especie de crisis de conciencia con la
convicción de que en este país no es decente escribir, para
mantener últimamente que, si acaso se escribe, lo que no se
puede hacer es publicar; por de pronto, él, que escribe, que
sé que tiene entre manos una novela a la que, sin prisas, ha
dado ya dos o tres vueltas de arriba abajo, está manteniendo
un silencio casi premeditado y muy tranquilo que sin duda
se ha de resolver un día con alguna revelación importante.
López Pacheco, torturado durante largos años por el ago-
biador trabajo de las traducciones para poder vivir, debatién-
dose con dificultades de uno y otro tipo para la publicación
en español de su obra poética y narrativa, opta finalmente
por abandonar España para enseñar español en .una Univer-
sidad canadiense.
Luis Goytisolo lleva también varios años preparando su nue-
va novela, que no acaba de dar por concluida ni publicar; de
algún modo sé que se debate entre su gran capacidad de crea-
ción, que le ha impulsado a escribir de un modo torrencial
un manuscrito de no menos de mil quinientas páginas, y su
sentido de la medida justa y su responsabilidad de escritor
ante sus lectores, por cierto muy fieles y muy numerosos.
A López Salinas, según tengo entendido, le está costando
un soberano esfuerzo dar con el tono y la medida, no sé si
con el tema y hasta con las mismas palabras, de la novela en
que últimamente se ha puesto a trabajar, después de haber
tenido que editar fuera de España en más de una ocasión.
Ferres está en México cuando escribo estas cuartillas, y no
tengo noticia de que vaya a darnos una obra inmediatamente.
Carmen Martín Gaite, a su vez, trabaja en un tema de inves-
tigación sobre un aspecto de la España del siglo XVIII. Grosso
es 'el que, según tengo entendido, tiene en la imprenta no una,
sino dos novelas de próxima aparición.
Todo esto tiene un sentido, me parece a mí. Por unas
causas y por otras, algunas de las cuales creo que han sido
apuntadas aquí, la novela española, o al menos buena parte
de la novela española actual, está en crisis, vive un momen-
to de silencio crítico, también un momento de expectación,
a mi juicio.
Por lo que a mí personalmente respecta, no hay cosa más
cierta.
y para acabar, he de mencionar el efecto que en muchos
de nosotros está produciendo el descubrimiento, no sé si
tardío, supongo que nada engañoso, de ese otro frente inter-
nacional de novelistas hispanoamericanos -peruanos, mexi-
canos, cuban<5s, colombianos, venezolanos, argentinos ...-
que está desmintiendo en medio mundo un temor que ni los
depurados y cultos novelistas franceses del "nouveau roman"
habían conseguido alejar: está desmintiendo vigorosamente
nada menos que el pretendido fin de la novela como género
literario en el mundo de hoy. Hay en este fenómeno torrencial
de la nueva novela americana algo que a nosotros los espa-
ñoles, y especialmente a los novelistas españoles, nos impresio-
na de forma particular, nos sacude con fuerza y sin duda debe
hacernos pensar: yeso es que esa nueva novela pujante y
viva, libre, arrolladora, está escrita utilizando nuestro mismo
medio de expresión, está escrita en nuestro propio idioma.
El estado de desarrollo social, político y cultural de los países,
todos de habla hispana, en que se está dando este claro rena-
cimiento, verdaderamente desbordante y casi salvaje, de la
novela, no podemos decir que sea en todos los casos superior
al español, e incluso en algunos deberíamos afirmar sincera-
mente que pasan en muchos aspectos por etapas ya superadas
aquí; el grado de preparación cultural o de suficiente disposi-
ción para el trabajo de creación literaria de sus autores no
creo que haya que ponerlo, en general, en un plano superior
al nuestro, el de los escritores españoles. Pero cuando leemos a
Vargas Llosa, cuando leemos a García Márquez, a Cortázar,
a Carlos Fuentes, a Cabrera Infante, a Rulfo, etc., nos darnos
cuenta sencillamente de una cosa: ellos están vivos, y escri-
ben libremente sobre cosas vivas. Se ve que escriben sin temor,
no escriben atados; manejan un idioma vivo y cuanto tocan
con su palabra, con su pluma, con su voz, late, se mueve,
sencillamente -y lo repito una y mil veces-, vive.
Así, pues, de ese estado de expectativa, más o menos
crítica, atenta o silenciosa, en que se me antoja situar a cierta
novela, a ciertos novelistas españoles actuales, entre los que
vuelvo a incluirme, creo que cabe esperar algún fruto, más
o menos maduro, más o menos inmediato. Puesto que sola-
mente, estamos hablando de literatura, digamos también que
todo esto ha de depender en gran medida de lo que en un
futuro también más o menos próximo pase en otros aspectos,
sin duda más graves, de la vida española.
Por lo que me toca, sé que cuando dentro de unos días
ponga en la máquina la primera hoja de papel para empezar
a escribir mi próxima novela, sobre uno cualquiera de los
temas que tengo entre manos, voy a proponerme como mi
primer deber, ante mí mismo y ante los lectores que pueda
llegar a tener, ser sencillamente un hombre libre y vivo,
un escritor libre y vivo.
No se puede soportar ni un día más el aburrimiento, el
aburrimiento del país, el aburrimiento de todos nosotros.