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Un grito angustiado de revuelta y de protesta contra la civilización moderna

Rousseau y el romanticismo
17/11/2012 | Michael Lowy

El romanticismo -no como “escuela literaria” sino como visión del mundo-
cristalizó hacia la segunda mitad del siglo XVIII en los principales países
europeos. Sin embargo, si fuera preciso elegir una fecha “inaugural” para
esta corriente de la cultura moderna, podría ser 1755, fecha de la publicación
del Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los
hombres /1. Fue un trueno en el cielo azul de las Luces, cuyos ecos se oyen
aún en 2012.

¿Qué es el romanticismo? La pregunta es tan controvertida que el


investigador americano A. Lovejoy propuso que los investigadores dejasen de
utilizar ese término: un intento vano de curar la fiebre romántica rompiendo
su termómetro terminológico. Aún cuando en los diccionarios y enciclopedias
se presenta al romanticismo como un movimiento literario y artístico del
comienzo del siglo XIX, pienso, al contrario, que se trata de un fenómeno
mucho más extenso y profundo que atraviesa todos los ámbitos de la cultura:
literatura, poesía, artes, filosofía, política, religión, derecho, antropología,
historiografía. Estoy convencido de que la historia del romanticismo termina
en 1830 o 1848, sino que continúa en la actualidad.

El romanticismo debe ser concebido como una visión del mundo -según el
concepto de Weltanschauung- cuya quintaesencia es la protesta cultural
contra la moderna civilización capitalista occidental en nombre de ciertos
valores del pasado. El romanticismo protesta contra la mecanización, la
racionalización abstracta, la reificación, la disolución de los lazos
comunitarios y la cuantificación de las relaciones sociales. Esta crítica se hace
en nombre de valores sociales, morales o culturales premodernos o
precapitalistas. Si el romanticismo se afirma como una forma de sensibilidad
profundamente marcada por la nostalgia, no es porque se niegue a pensar en
qué consiste la modernidad; en cierto modo se le puede considerar incluso
como una forma de autocrítica cultural de la modernidad que continúa, hasta
nuestros días, siendo una de las principales estructuras-de-sensibilidad de la
cultura moderna /2.
Evidentemente, la nebulosa cultural romántica está lejos de ser homogénea.
En ella existe una pluralidad de corrientes: desde el romanticismo
conservador o reaccionario, que aspira a la restauración de los privilegios y
jerarquías del Antiguo Régimen, hasta el romanticismo revolucionario, que
integra las conquistas de 1789 (libertad, democracia, igualdad) y para quien
el objetivo no es una vuelta atrás sino avanzar hacia un futuro utópico a
través de un rodeo por el pasado comunitario.

Como veremos, Rousseau es uno de los primeros representantes de esta


sensibilidad romántica revolucionaria, que también se da en Schiller, en los
primeros escritos republicanos de los románticos alemanes (Schlegel), en los
poemas de Holderlin, Shelley y William Blake, en las obras de juventud de
Coleridge, en las novelas de Victor Hugo, en la historiografía de Michelet, en
el socialismo utópico de Fourier. Se encuentra también en los escritos de
marxistas o socialistas libertarios como William Morris, Gustav Landauer,
Ernst Bloch, Henri Lefebvre, Walter Benjamin. En fin, se puede encontrar su
influencia en algunos de los principales movimientos de la revuelta cultural
del siglo XX como el expresionismo, el surrealismo y el situacionismo.

¿Qué es el Discurso de 1754 sino un grito angustiado de revuelta y de


protesta contra la civilización moderna? En efecto, en un pasaje que tiene la
fuerza profética de una parábola del Antiguo Testamento, Rousseau se
refiere al origen del mal en un pasado lejano: “El primer hombre a quien,
cercando un terreno, se le ocurrió decir esto es mío y halló gentes bastante
simples para creerle fue el verdadero fundador de la sociedad civil. ¡Cuántos
crímenes, guerras, asesinatos; cuántas miserias y horrores habría evitado al
género humano aquel que, arrancando las estacas de la cerca o cubriendo el
foso hubiese gritado a sus semejantes: “¡Guardaos de escuchar a este
impostor; estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y la tierra de
nadie!” (pág. 47). La historia del socialismo y del anarquismo contiene
numerosas proclamas contra la propiedad privada: ninguna tiene la fuerza
concentrada, el poderío épico, la calidad de indignación, de esta célebre
apertura de la segunda parte del Discurso de 1755.

En efecto, los males -la propiedad y la desigualdad- son viejos, pero jamás
habían alcanzado tal dimensión antes de la “civilizada” sociedad moderna.
Incluso si Rousseau habla de “origen”, es claramente su propia época -en la
que el capitalismo hace de la desigualdad entre ricos y pobres el eje central
de la jerarquía social- la que denuncia con una rabia que no ha perdido nada
de su actualidad dos siglos y medio más tarde: “Tal fue o debió de ser el
origen de la sociedad y de las leyes, que pusieron nuevas trabas al débil y
nuevas fuerzas al rico, aniquilaron para siempre la libertad natural, fijaron
para todo tiempo la ley de la propiedad y de la desigualdad, hicieron de una
astuta usurpación un derecho irrevocable, y, para provecho de unos cuantos
ambiciosos, sujetaron a todo el género humano al trabajo, a la servidumbre y
a la miseria” (pág. 60). En términos de modernidad resulta más explícita aún
la nota IX que ataca la naciente industria minera y química, los “oficios
malsanos que abrevian la existencia o destruyen el organismo, tales como los
trabajos en las minas, las diversas preparaciones de metales, de minerales, el
plomo sobre todo; del cobre, del mercurio, del cobalto, del arsénico, del
rejalgar; esos otros oficios peligrosos que cuestan a diario la vida a muchos
obreros, unos plomeros, otros carpinteros, otros albañiles, otros trabajadores
de las canteras” (pág. 90). En esta producción, lo que importa es el precio, la
ganancia, el lucro: “Del mismo principio puede deducirse la siguiente regla:
que, en general, las artes son lucrativas en razón inversa de su utilidad, y que
las más necesarias son al cabo las más descuidadas. Por donde se ve lo que
debe pensarse de las verdaderas ventajas de la industria y del efecto real que
resulta de sus progresos” (pág. 91). La última frase del Discurso es, también,
inequívoca: se trata de la desigualdad que reina -en 1755- “en todos los
pueblos civilizados”: “un puñado de gentes rebosa de cosas superfluas
mientras la multitud hambrienta carece de los necesario” (pág. 75).

Totalmente a contracorriente del optimismo de las filosofías del progreso


propias de las Luces, encontramos aquí una primera intuición de la dialéctica
del progreso, una visión crítica, desde el punto de vista de sus víctimas -
obreros, artesanos, campesinos- del desarrollo de las “artes e industrias” del
capitalismo naciente. Por supuesto, la crítica de Rousseau no concierne solo a
este aspecto socio-económico; lo que se denuncia es todo el ethos de la
civilización moderna, su vacío moral y su inhumanidad: “En medio de tanta
filosofía, de tanta humanidad, de tanta civilización y máximas sublimes, solo
tenemos un exterior frívolo y engañoso, honor sin virtud, razón sin sabiduría y
placer sin felicidad” (pág. 75).

Eminentes especialistas en Rousseau recordarán que el autor


del Discurso cambió de opinión, que en otros escritos defiende la propiedad
privada, y plantea propuestas prudentes de reforma institucional. Poco
importa. El texto del Discurso de 1755 existe, está inscrito en el mármol de la
cultura libertaria y no ha dejado de ejercer efectos subversivos a lo largo de
la historia.

Esta protesta, esta crítica, son románticas porque se refieren a un pasado


premoderno -real o imaginario, sin duda idealizado, poco importa-, el del
hombre “natural” o incluso “bárbaro” que “no dobla su cabeza al yugo que el
hombre civilizado soporta sin murmurar” (pág. 64); el hombre salvaje “solo
disfruta del reposo y de la libertad” (pág. 74), el civilizado “suda, se
agita...trabaja hasta la muerte” (pág. 74). Contrariamente a los románticos
reaccionarios que, en los decenios siguientes, van a cultivar la nostalgia de la
Edad Media aristocrática, cristiana y monárquica, Rousseau va a inspirarse en
un universo primitivo libre e igualitario. ¿No es lo que harán los socialistas o
comunistas de los siglos siguientes, al referirse al “comunismo primitivo”?

¿En qué sentido es “revolucionaria" esta crítica? En primer lugar, al contrario


que los románticos retrógrados, Rousseau no es en absoluto un abogado de
la vuelta al pasado. Contrariamente a la broma fácil de Voltaire, no propone
en absoluto que la humanidad “vuelva a caminar a cuatro patas”. No es
cuestión, explica la nota IX, de “volver a vivir en las selvas con los osos” (pág.
92). Sin embargo, si rechaza una regresión imposible, el Discurso de 1755 no
propone una alternativa. A pesar de todo es interesante señalar que en
ciertos pasajes, se refiere a la democracia como la forma de gobierno de los
pueblos “que se habían alejado menos del estado natural” (pág. 68) y en la
que la desigualdad de las fortunas era menor. No es el caso de la monarquía
o de la aristocracia. “El tiempo verificó cual de estas formas era la más
ventajosa para los hombres. Unos quedaron sometidos únicamente a las
leyes; otros bien pronto obedecieron a los amos (…). En una palabra: en un
lado estuvieron las riquezas y las conquistas; en otro, la felicidad y la virtud”
(pág. 68). Este claro alegato por la democracia era bastante raro en 1755 y
sin duda (implícitamente) revolucionario en el contexto absolutista de la
época.

Por supuesto, el Discurso sobre el origen de la desigualdad no plantea la


revolución; lo que es revolucionario en este documento es, ante todo, la
crítica implacable de la desigualdad social y del poder exorbitante de la
oligarquía de los ricos. Los revolucionarios de 1789-1794 no se equivocaron
al hacer de Jean-Jacques su héroe, su inspirador y su profeta.
El Discurso de 1755 abre un nuevo capítulo en la historia de la cultura
humana, el capítulo del romanticismo (revolucionario); si esta maravillosa y
refrescante corriente sigue fluyendo, es culpa de Rousseau.

5/05/2012

http://blogs.mediapart.fr/blog/michael-lowy/050512/rousseau-et-le-
romantisme

Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR

Notas

1/ El libro se puede descargar gratis en español en

http://literatura.itematika.com/descargar/libro/239/discurso-sobre-el-
origen-de-la-desigualdad-entre-los-hombres.html

Entre paréntesis después de las citas figura la página a la que corresponde en


esta edición.

2/ Cf. Michael Löwy et Robert Sayre, Révolte et Mélancolie. Le romantisme à


contre-courant de la modernité, Payot, Paris, l992.

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