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ANTECEDENTES DEL DEBIDO PROCESO

Orígenes británicos del debido proceso (due process of law)


El origen propiamente dicho de la institución jurídica denominado, debido proceso se
enmarca en la firma del Rey Juan de Inglaterra, que posteriormente se llamaría Juan
sin tierra. En la primera carta magna dada el 15 de junio de 1215 en Inglaterra
que, en adelante integraría el derecho anglosajón, comon law. Los ingleses sabían a la
perfección que “el poder corrompe, y el poder absoluto, tiende a corromper
absolutamente” (Ferrer, 2015). La carta magna era un límite al poder del soberano pues
se entiende que en ese entonces Juan sin tierra era un soberano déspota, en ella se instituye
en el apartado XXXIX (Machicado, 2002) que señala:
Ningún hombre libre será aprehendido ni encarcelado ni despojado de sus bienes ni
desterrado o de cualquier forma desposeído de su buen nombre, ni nosotros iremos sobre
él, si no media juicio en legal forma efectuado por sus pares o conforme a la ley del país.
Con este apartado, podría mencionar, que erigió a la institución del debido proceso
como una columna fundamental para proteger la vida, la libertad, la propiedad, el honor,
así como los derechos inalienables e inmanentes de los hombres. Esta Carta fue
evolucionando, de lo general a lo particular, en 1354, bajo el reinado del Rey Eduardo
III, la idea del due process of law (debido proceso legal). En este último sentido, lo que
el texto consagra son dos garantías fundamentales: la de ser juzgado por los pares; y,
según las leyes del país (León, 1995)
a) Juzgado por los pares: hace referencia al derecho medieval de ser enjuiciado por
los demás miembros pertenecientes al mismo oficio o corporación que el acusado,
y más tarde, al juicio por jurados, lo que impedía condenas dictadas por el Rey o
comisiones especiales de su dependencia
b) Según las leyes del país: garantizaba que el juicio se realizara de acuerdo a las
leyes, y no a los caprichos del soberano. Ambas garantías se constituían en los
pilares de lo que luego se consolidaría y perfeccionaría hasta conformar lo que hoy
conocemos como debido proceso.
Debido proceso en la Revolución Francesa
Por otro lado en este recorrido histórico nos vamos hacia el continente europeo,
hallamos que para el año 1789, Francia redacta la Declaración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano, donde se consagra el mismo principio protectorio del
individuo, aunque, acotado a la libertad personal, sin tomar en cuenta la protección de los
derechos civiles (honor y propiedad, como en Inglaterra) al proclamar que “Ningún
hombre puede ser acusado, arrestado y mantenido en confinamiento, excepto en los casos
determinados por la ley, y de acuerdo con las formas por ésta prescritas” [art. VII].
Due process of law, en Norteamérica
Si nos trasladamos al continente americano, debemos retrotraernos a tres años antes
de la Revolución Francesa. En efecto, en los Estados Unidos de Norteamérica, sus Padres
Fundadores ya habían acuñado para 1786 una Constitución, solo que ésta, más que
inclinada a controlar el poder, se dirigía a crear las instituciones políticas para ejercerlo.
De hecho, la Constitución norteamericana, no contaba inicialmente con la garantía del
debido proceso (due process of law), sino que fue incorporada mediante la Quinta
Enmienda en 1789 a instancias de Madison, bajo la siguiente formula:
Nadie estará obligado a responder de un delito castigado con la pena capital u otro
delito infame, si un Gran Jurado no lo denuncia o acusa, a excepción, ni podrá persona
alguna ser puesta dos veces en peligro grave por el mismo delito, ni será forzada a
declarar en su propia contra en ningún juicio criminal, ni se le privará de la vida, libertad
o propiedad sin el debido proceso legal.
Varias décadas después, y como consecuencia de la victoria del Norte sobre el Sur en
la guerra civil norteamericana, en 1868 fue aprobada la Decimocuarta Enmienda, que
protegía los derechos de los antiguos esclavos frente a los Estados, estableciendo que:
“Ningún Estado podrá (…) privar a cualquier persona de la vida, libertad o propiedad
sin el debido proceso de ley”.
La nueva enmienda se oponía a prácticas esclavistas, pero en especial, a
interpretaciones como la dada años antes por la Corte Federal en el resonante caso “Dred
Scott vs. Sanford” de 1856, donde se estableció que los negros esclavos y sus
descendientes no eran ciudadanos, por lo que carecían de derechos, libertades e
inmunidades, es decir para esta Corte, un esclavo era una no-persona. Con la Quinta
Enmienda, que aquí mencionamos, esta interpretación ya no sería posible.
Nadie estará obligado a responder de un delito castigado con la pena capital o con otra
infamante si un gran jurado no lo denuncia o acusa, a excepción de los casos que se
presenten en las fuerzas de mar o tierra o en la milicia nacional cuando se encuentre en
servicio efectivo en tiempo de guerra o peligro público; tampoco se pondrá a persona
alguna dos veces en peligro de perder la vida o algún miembro con motivo del mismo
delito; ni se le forzará a declarar contra sí misma en ningún juicio criminal; ni se le privará
de la vida, la libertad o la propiedad sin el debido proceso legal; ni se ocupará su propiedad
privada para uso público sin una justa indemnización.
A fines del siglo XIX la jurisprudencia de la corte federal americana, reconoce a la
garantía del debido proceso como una de las más importantes de la constitución
norteamericana. De esa manera se constituyó una eficaz protección a la libertad y los
demás derechos individuales contra todo acto arbitrario de los poderes gubernamentales.

Fue una interpretación en sentido lato


Mario Chichizola, señala que: todo el reconocimiento que se le otorgo al debido
proceso, fue interpretado en un sentido lato, es decir, solo como una garantía procesal de
la libertad; tener oportunidad a defenderse, ofrecer pruebas en procedimiento regular,
conforme a las formas establecidas por la ley y ante un tribunal con jurisdicción (Mario,
2002). Es entonces que más adelante la jurisprudencia norteamericana amplía el debido
proceso al aspecto sustantivo es decir, como un medio de controlar la razonabilidad y
proporcionalidad de las leyes, así como de todo acto de quien imparte justicia (Terrazos,
2010). En el último punto podemos entender que el recurso es la última fase del debido
proceso, que tiene por objeto regular las resoluciones de los órganos jurisdiccionales.
El proceso justo o debido proceso
El debido proceso en sede nacional ha sido recogido en la constitución de 1979 y 1993,
donde se incorpora en el inciso 3 artículo 139, al respecto hace una interpretación la
magistrada Miluska Cano quien sostiene: En primer lugar, pareciera desprenderse de la
literalidad del texto de la disposición constitucional aludida que el debido proceso
constituye, antes que un derecho fundamental, un principio de la función jurisdiccional.
Sin embargo, desde la perspectiva de la interpretación constitucional de los derechos
fundamentales, y a la luz del principio pro homine (artículo V del Código Procesal
Constitucional), es conforme con la Constitución que se interprete también que en dicha
disposición constitucional se reconoce el derecho fundamental al debido proceso. En
segundo lugar, si se ha reconocido que en el artículo 139º, inciso 3 de la Constitución está
implícito el derecho fundamental al debido proceso, tal interpretación debe ser integrada
con aquella otra que extiende la vigencia y eficacia de este derecho fundamental más allá
del ámbito de los procesos judiciales (Lopez, 2018, pág. 5). Los derechos fundamentales
tienen una eficacia vertical, frente a las instituciones del estado, y tiene una eficacia
horizontal, frente a los demás seres humanos, el debido proceso se manifiesta en el
proceso y en los procedimientos al margen de su naturaleza.
Constitucionalización del debido proceso
El ser humano como fin en sí mismo, exige los bienes necesarios para lograr su pleno
desarrollo en la vida social y personal, por lo tanto cuando esta persona se ve afectada por
choque de intereses, requiere que su conflicto sea resuelto de la forma más justa.
Castillo Córdova y coautores sostienen: La obtención de una solución justa requiere la
concurrencia al menos de los dos siguientes elementos. Primero, que la solución venga
justificada en la razón de las cosas y no en la fuerza(…), segundo, que la solución venga
a ser resultado de un proceso en el cual se presenten una serie de elementos que en la
mayor medida de lo posible aseguren racionalmente que la decisión a la que se llegue será
justa. Estos elementos bien pueden ser llamados garantías, en la medida que están
destinados a asegurar –en la mayor medida de lo posible– la obtención de una decisión
justa (…) Y al ser estos dos sus elementos conformantes, bien puede ser llamado el bien
humano como proceso justo y, en la medida que lo justo es lo debido, también puede ser
llamado como proceso debido (Castillo Cordova , Guerra Cerrón, Roel Alva , Nakasaki
Servigón , & otros, 2010, pág. 12). Así queda delimitado por grandes juristas acerca del
debido proceso, la importancia del debido proceso concebida en la dignidad del ser
humano, como fin en sí mismo.
El constituyente reconoce en la Constitución al debido proceso como una herramienta
eficaz para lograr una mayor efectividad jurídica en la realidad. La constitucionalización
de los derechos humanos permite hablar de derechos fundamentales. Como una exigencia
de justicia que brota de la persona misma.

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