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“¿Dónde están los Spurgeons de esta generación?”. Así concluye R.

Albert Mohler su llamado a una predicación expositiva en los púlpi-


tos actuales. ¡Gracias a Dios que el hombre que ocupa la presidencia
del Seminario Teológico Bautista del Sur escribe un libro como este!
Este libro, profundamente teológico, interesante y certero, está clara-
mente escrito para transmitir un importante mensaje sobre un tema
crucial para las iglesias y los predicadores de estos días.
— Mark Dever, pastor principal de la iglesia Capitol Hill
Baptist, Washington, DC y fundador de 9Marks.

Este libro muestra una faceta del Dr. Mohler que muchos no ven.
Además de sus funciones como presidente de un seminario, observa-
dor crítico de la cultura y orador evangélico, el Dr. Mohler sobresale
como un predicador apasionado por la Palabra de Dios y seguro de su
poder para salvar. Proclame la verdad nos instruye en, y nos exhorta
a, una perspectiva de la predicación que es teológicamente profunda,
culturalmente consciente, pastoralmente sensible y espiritualmente
edificante. Los pastores evangélicos necesitan desesperadamente la
respuesta clara, certera y urgente que surge de estas páginas.
— C. J. Mahaney, presidente, Sovereign Grace Ministries

Yo predico porque no hay nada que pueda satisfacer la urgencia y


la pasión que Dios ha despertado en mi corazón por su verdad y su
pueblo. Lo mismo debería pasarle a usted. Si usted es capaz de ven-
der automóviles o mover mercancías en vez de ser pastor y predicar
la Palabra de Dios, entonces hágalo. En cuanto al resto de nosotros,
estoy agradecido a mi amigo y mentor Albert Mohler, que nos reta a
pensar más allá de las asignaturas del seminario y de una homilética
inofensiva. ¡Cuidado, este libro puede cambiar su ministerio!
— James MacDonald, pastor principal de Harvest Bible
Chapel y maestro de la Biblia de Walk in the Word.
Albert Mohler es uno de los analistas del cristianismo y la cultura
más mordaces e incisivos. En este libro apasionante hace un plan-
teamiento persuasivo de la clase de predicación que nuestra cultura
necesita: la fiel exposición de las Sagradas Escrituras, en la que el
trino Dios pronuncia su evangelio que da vida para la salvación de
los pecadores y la santificación de su pueblo.
— Philip Graham Ryken, pastor principal de la Décima
Iglesia Presbiteriana y maestro de la Biblia en
Every Last Word.

Como presidente del Seminario Teológico Bautista del Sur, el Dr.


Albert Mohler capacita a miles de pastores y ministros para que
puedan proclamar la Palabra de Dios con integridad y claridad. El
libro que usted tiene es el resultado de toda una vida de retos y de
formación de predicadores bíblicos eficientes. Sé que llegará a ser un
clásico para la preparación y la exposición de sermones que exalten a
Cristo y fortalezcan a la Iglesia de Dios para las futuras generaciones.
— Dr. Jack Graham, pastor de la iglesia Prestonwood,
Plano, Texas.

“Según la Biblia, exponer es predicar. Y predicar es exponer”. La


declaración del Dr. Albert Mohler resume muy bien este poderoso
volumen sobre la teología de la predicación. Deseo que cada joven
llamado a predicar pueda disponer de una copia de este excelente
volumen sobre la necesidad de una predicación expositiva. Este libro
puede transformar la predicación de cualquier pastor. ¡Sería bueno
que lo leyeran predicadores de todas las edades!
— Jerry Vines, pastor emérito de la Primera Iglesia Bautista
de Jacksonville, Florida, y presidente de
Jerry Vines Ministries, Inc.

“Mohler en uno de sus mejores momentos. ¡Tan solo por el capítulo


siete vale la pena comprar este libro!”.
— Alistair Begg, pastor principal de la iglesia de Parkside,
Cleveland, OH
PROCLAME LA
VERDAD
P R E DIQ UE EN UN
MUNDO POSTMODERNO

R. ALBERT MOHLER, JR.


La misión de Editorial Portavoz consiste en proporcionar productos de calidad
—con integridad y excelencia—, desde una perspectiva bíblica y confiable, que
animen a las personas a conocer y servir a Jesucristo.

Título del original: He Is Not Silent © 2008 por R. Albert


Mohler Jr. y publicado por Moody Publishers, 820 N. LaSalle
Boulevard, Chicago, IL 60610. Traducido con permiso.
Edición en castellano: Proclame la verdad © 2010 por
Editorial Portavoz, filial de Kregel Publications, Grand
Rapids, Michigan 49501. Todos los derechos reservados.
Traducción: Rosa Pugliese
Ninguna parte de esta publicación podrá reproducirse de
cualquier forma sin permiso escrito previo de los editores,
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Society, y puede ser usada solamente bajo licencia.
EDITORIAL PORTAVOZ
P.O. Box 2607
Grand Rapids, Michigan 49501 USA
Visítenos en: www.portavoz.com
ISBN 978-0-8254-1811-2
1 2 3 4 5 / 14 13 12 11 10
Impreso en los Estados Unidos de América
Printed in the United States of America
A los pastores de mi niñez

T. Rupert Coleman
Southside Baptist Church
Lakeland, Florida

Robert L. Smith
First Baptist Church
Pompano Beach, Florida

A nuestro pastor

Kevin Ezell
Highview Baptist Church
Louisville, Kentucky

Y a todos los fieles siervos de la Palabra


que predican la Palabra en todo tiempo,
conocidos y desconocidos para el mundo,
conocidos para los creyentes y para Dios.
CONTENIDO

Reconocimientos 9
Prólogo 11
Prefacio: El estado de la predicación en la actualidad 15

1. La predicación como adoración: La parte central de la


adoración cristiana 23
2. El fundamento de la predicación: Nuestro Dios trino 40
3. La predicación es expositiva: Una teología de la exposición 50
4. Predicación expositiva: Su definición y sus características 66
5. Un administrador de los misterios: La autoridad y
el propósito del predicador 78
6. ¿No ardía nuestro corazón en nosotros?: Cómo predicar
la gran historia de la Biblia 89
7. El pastor como teólogo: La predicación y la doctrina 105
8. Algo cada vez más raro: Cómo predicar a una cultura
postmoderna 115
9. La necesidad urgente de la predicación: Una exhortación
para los predicadores 133
10. Cuando se les predica a huesos secos: Un estímulo para
los predicadores 145

Epílogo: Una pasión por predicar:


Charles Haddon Spurgeon 159
Notas 171
RECONOCIMIENTOS

E ste libro ha surgido de una seria preocupación por el estado de la


predicación en la iglesia, y ha tomado forma en el transcurso de
largas horas de pensamiento, reflexión, enseñanza y predicación. A
lo largo de todo este proceso, la obra ha sido afianzada y enriquecida
mediante incontables conversaciones y el compromiso con otros que
tienen la misma preocupación y creencia de que la gloria de la predi-
cación es la primera marca de una iglesia auténtica.
Estoy especialmente en deuda con el Dr. John MacArthur, el Dr.
Mark Dever, el Dr. Ligon Duncan, el Dr. John Piper, el Dr. Hershael
York, el Dr. Danny Akin, el Dr. Russell Moore, C. J. Mahaney, el Dr.
James Merritt, el Dr. Robert Vogel, John Stott, el difunto Dr. James
Montgomery Boice y otros predicadores que se quedaron despiertos
hasta altas horas de la noche para hablar acerca de la predicación
expositiva.
Este proyecto no podría haberse llevado a cabo sin la colabora-
ción de Greg Gilbert, quien ha aportado su buen ojo editorial y su
dedicación a este manuscrito debido a su propia pasión por la pre-
dicación bíblica. Mi tristeza al permitir que asuma nuevas respon-
sabilidades en otro lugar sólo se supera por el orgullo de saber que
será un buen pastor; el más supremo de los llamamientos. Sé que
predicará con fidelidad y excelencia.
Un equipo del Southern Seminary, compuesto especialmente por
Jason Allen, Russell Moore, Doug Walker y Dan Dumas, también

9
10 PROCLAME LA VERDAD

colaboró para hacer posible este proyecto. Además quiero agradecer


al gran equipo de Moody Publishers y a mi representante, Robert
Wolgemuth, que creyó en este proyecto desde el principio.
Finalmente, escribo esto con el pleno conocimiento de que nada
puedo lograr en esta vida sin la gran contribución de mi esposa,
Mary, cuyo amor abnegado hace que todo lo que yo haga sea más
excelente, valioso y fiable. Como siempre, nuestros hijos, Katie y
Christopher, hacen que la vida sea más alegre, apremiante, animada
y graciosa. ¿Quién puede ponerle precio a esto?
PRÓLOGO

U na de las lecciones más claras que aprendimos de la historia de


la Iglesia es que la predicación consistentemente bíblica es tras-
cendental para la salud y la vitalidad de la Iglesia. Desde el inicio
de la iglesia del Nuevo Testamento hasta la actualidad, cada etapa
significativa de genuino avivamiento, reforma, expansión misionera
o fuerte crecimiento de la Iglesia también ha sido una era de predi-
cación bíblica.
La predicación de la Palabra de Dios es, sin duda, uno de los
sellos de la era apostólica. Los padres de la iglesia postapostólica más
influyentes, entre los que se incluyen los primeros apologistas, tam-
bién fueron predicadores prominentes y poderosos de las Escrituras.
De igual modo, los teólogos primitivos como Tertuliano, Jerónimo y
Agustín, fueron predicadores expertos y eruditos bíblicos brillantes.
Hombres destacados entre los Lolardos, los reformadores magiste-
riales y los puritanos fueron algunos de los predicadores expositivos
más excelentes y valerosos que el mundo haya conocido. Los grandes
avivamientos, el avivamiento de Gales y los primeros movimientos
misioneros estudiantiles, todos surgieron como resultado de una
poderosa predicación de la doctrina bíblica.
Esto no es ninguna sorpresa. Las Escrituras dicen que la predi-
cación es el medio principal por el cual Dios escogió salvar a los que
creen (1 Co. 1:21). La predicación también es el vehículo principal
mediante el cual el Espíritu Santo escogió sustentar e instruir a la

11
12 PROCLAME LA VERDAD

Iglesia corporativamente (1 Co. 2:1-16). Y la misma Palabra de Dios


constituye la única sustancia válida del mensaje de cualquier predi-
cador (2 Ti. 4:2-4).
No es casualidad que, originalmente, la Iglesia haya nacido y se
haya desarrollado en el primer siglo de este mundo, mayormente
a través de la predicación. De hecho, casi cada vez que Lucas hizo
alguna observación acerca de los patrones de crecimiento de la igle-
sia primitiva, se expresó en términos como estos: “Y crecía la palabra
del Señor” (Hch. 6:7; cp. 12:4 y 19:20). Una predicación clara —espe-
cíficamente bíblica— es la estrategia principal que Dios ha ordenado
para el crecimiento de la Iglesia y la conducción y sustento de su
rebaño. Desde luego, ésta es la única estrategia que, en realidad, Él
siempre ha bendecido.
Es preocupante, pues, que desde mediados del siglo pasado (o
más) los evangélicos hayan dedicado tanta energía y tantos recursos
a estrategias novedosas para el crecimiento de la Iglesia que tienden
a restarle importancia a la predicación bíblica. Incluso, a veces, este
tipo de estrategias evita deliberadamente hacer cualquier referencia
a la Biblia, en especial cuando hay incrédulos presentes. En cambio,
el objetivo es atraer a las personas por medio de campañas de merca-
deo, entretenimientos, actividades sociales y otras técnicas similares.
Muchos de los líderes de la Iglesia evangélica de hoy han tomado
prestadas las filosofías administrativas del mundo empresarial; han
sacado los indicios de lo que se usa de las industrias del entreteni-
miento; han imitado el estilo de comunicación de los medios de
comunicación de masas seculares (que prefieren los breves discursos
en vez de la sustancia), y han empleado todos los accesorios extra
de la tecnología moderna designados principalmente a asombrar e
impresionar en vez de enseñar y edificar. La Iglesia visible actual
refleja el mundo en un grado inquietante. Una gran parte del cris-
tianismo padece de malnutrición espiritual; y la predicación con-
vincente y bíblica se ha convertido en un elemento extremadamente
poco frecuente.
Hay varias señales alentadoras de que esta tendencia podría estar
cambiando. Hay cristianos hambrientos de la Palabra de Dios que
Prólogo 13

suplican a sus iglesias que recuperen la prioridad de la predicación y


la enseñanza fidedignas, exhaustivas y bíblicas. (Cada semana escu-
cho que personas de todo el país piden que les recomienden iglesias
donde se predique la Biblia en serio). Muchos jóvenes que actual-
mente entran en el ministerio tienen el nuevo compromiso de predi-
car la Palabra de Dios, y están siendo formados y preparados para ser
verdaderos expositores en vez de directores de espectáculos y orado-
res incitantes.
Albert Mohler encabeza a unos cuantos hombres de esta gene-
ración que están ayudando a renovar, estimular y satisfacer el ape-
tito de la Iglesia por la predicación expositiva. Como presidente de
un seminario, su pasión es la de preparar a los jóvenes y enviarlos a
predicar la Palabra de Dios. Su liderazgo valeroso es un modelo para
sus estudiantes, y sus logros ya son legendarios. Pero estoy seguro de
que su continuo legado será incluso más profundo y de mucho más
alcance; principalmente, por lo que ha hecho y lo que está haciendo
para devolver a la predicación bíblica su lugar adecuado en las igle-
sias bautistas.
El Dr. Mohler es un estudiante diligente de la predicación, y un
excelente predicador por méritos propios. Está sumamente dotado
de una capacidad extraordinaria para combinar una meticulosa
erudición con una profunda pasión espiritual. Por muchos años, ha
sido un puntal en nuestras conferencias para pastores [Shepherds’
Conferences], con una sólida reputación bien merecida por una sana
doctrina, una denodada claridad y (sobre todo) un ferviente com-
promiso con la exposición bíblica. Hace algunos años, cuando los
ancianos de la iglesia Grace Community estaban planeando la cele-
bración de mi trigésimoquinto aniversario como pastor principal,
decidieron que fuera un día de predicación. Querían centrarse en el
mandato bíblico de que los líderes de la iglesia prediquen la Palabra,
y querían que un gran predicador condujera el acontecimiento. El
Dr. Mohler fue la primera opción, y definitivamente fue la opción
correcta. Aquel día, su mensaje conmovió nuestro corazón y renovó
nuestro compromiso de persistir en la labor que Dios nos ha enco-
mendado.
14 PROCLAME LA VERDAD

Es por ello que me alegra mucho ver este libro. La pasión del
Dr. Mohler por la predicación es contagiosa. Su diagnóstico de la
enfermedad que aqueja a la predicación contemporánea es acertada,
y sus sugerencias de lo que se debería hacer al respecto son muy pers-
picaces y retadoras. Mi oración es que muchos predicadores y lai-
cos puedan leer este volumen, y que el Señor lo use para hacer que
una generación de creyentes fieles (e infinidad de iglesias también)
se aparten de todo lo trivial y terrenal, y vuelvan a lo que realmente
importa.
—John MacArthur
PREFACIO
El estado de la predicación
en la actualidad

E ra el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de


la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de
la incredulidad…” Con estas famosas palabras, Charles Dickens pre-
sentó su gran novela A Tale of Two Cities [Historia de dos ciudades].
Desde luego, Dickens estaba pensando en las ciudades de Londres y
París, y gran parte de su historia dejaba traslucir que el tenor de los
tiempos dependía de la ciudad donde se viviera.
En gran medida, eso sigue siendo cierto al considerar el estado
de la predicación en la actualidad. Si es el mejor de los tiempos o
el peor de los tiempos depende mayormente de la dirección desde
donde se opte por mirar.
Por otro lado, hay señales muy prometedoras y alentadoras. Por
ejemplo, actualmente hay gran cantidad de pastores evangélicos
jóvenes que no se avergüenzan de comprometerse con la exposi-
ción bíblica. Éstos representan el resurgimiento de la genuina expo-
sición bíblica en los púlpitos de las iglesias de todo el país, desde
las situadas en zonas céntricas hasta las que están más allá de los
suburbios. Esta nueva generación está demostrando una vez más
que la exposición eficaz y fiel de la Palabra de Dios atrae a personas
a Cristo y conduce al crecimiento espiritual y a la salud de la Iglesia.

15
16 PROCLAME LA VERDAD

De hecho, esta generación de ministros jóvenes, que junto a otros


se está abriendo camino por una educación universitaria y teoló-
gica, podría indicar un renacimiento de la predicación bíblica en
los próximos años.
Por otro lado, las últimas décadas han constituido un período de
licenciosa experimentación en muchos púlpitos. Una de las evolucio-
nes más preocupantes es la decadencia y el eclipse de la predicación
expositiva. Numerosas voces influyentes dentro de las iglesias evan-
gélicas sugieren hoy que la era del sermón expositivo ya ha pasado.
En su lugar, algunos predicadores contemporáneos lo sustituyen por
mensajes intencionalmente designados para alcanzar a congregacio-
nes seculares, o superficiales; mensajes que evitan predicar el texto
bíblico y, de ese modo, evitan una vergonzosa confrontación con la
verdad bíblica.
¿Cómo sucedió esto? Dado el lugar central de la predicación en la
iglesia del Nuevo Testamento, parecería que la prioridad de la predi-
cación bíblica no debería discutirse. Después de todo, como destacó
excelentemente John A. Broadus, uno de los facultativos fundado-
res del Southern Baptist Theological Seminary [Seminario Teológico
Bautista del Sur]: “La predicación es característica del cristianismo.
Ninguna otra religión congrega regular y frecuentemente a grupos
de personas para escuchar instrucciones y exhortaciones religiosas,
una parte integral de la adoración divina”.1
Creo que el debilitamiento de la predicación al comienzo del siglo
XXI es resultado de varios factores, que constituyen preocupaciones
genuinas e importantes, y que han funcionado conjuntamente para
socavar el papel de la predicación en la Iglesia y redefinirla como algo
diferente de la exposición y la aplicación del texto bíblico.

Primero, la predicación contemporánea padece de una pérdida de


confianza en el poder de la palabra.
Los estadounidenses de hoy día están rodeados de más pala-
bras que cualquiera de las generaciones anteriores de la historia
humana. Estamos bombardeados por palabras que nos llegan de
muchas maneras: cantadas, retransmitidas, por medios electrónicos,
Prefacio 17

impresas y habladas. Las palabras se han digitalizado, comerciali-


zado y sometido a teorías lingüísticas postmodernas.
Tomado en su conjunto, todo esto equivale a una pérdida signi-
ficativa de confianza en la palabra tanto escrita como hablada. Hace
varios años, el fotógrafo Richard Avedon dijo que “las imágenes sus-
tituyen rápidamente a las palabras como nuestro lenguaje principal”.
Del mismo modo, en The Rise of the Image, the Fall of the Word [El
auge de la imagen, la caída de las palabras], el autor Mitchell Stephens
de la Universidad de Nueva York sostiene que “la imagen está reem-
plazando a las palabras como el medio predominante de la comuni-
cación intelectual”.
Puesto que la predicación en sí misma es una forma de “comuni-
cación intelectual”, toda pérdida de confianza en la palabra conduce
a una pérdida de confianza en la predicación. Finalmente, la predi-
cación dejará de ser una predicación cristiana si el predicador pierde
confianza en la autoridad de la Biblia como la Palabra de Dios y en
el poder de la palabra hablada para comunicar el mensaje salvador
y transformador de la Biblia. El predicador debe pararse y hablar
con confianza, para declarar la Palabra de Dios a una congregación
bombardeada con cientos de miles de palabras cada semana, muchas
de ellas transmitidas mediante una banda de sonido o imágenes en
movimiento. La predicación cristiana afirma osadamente que la
declaración fiel de la Palabra de Dios, por medio de la voz de un
predicador, es incluso más poderosa de lo que cualquier música o
imagen pueda comunicar.

Segundo, la predicación contemporánea padece de un engreimiento


tecnológico.
El filósofo francés Jacques Ellul fue verdaderamente profético al
indicar el auge de la tecnología y la técnica como uno de los retos
más grandes a la fidelidad cristiana en nuestros tiempos. Vivimos
días de arrogancia tecnológica y de ubicuidad de la asistencia tecno-
lógica. En la actualidad, pocas tareas de las que realizamos, físicas o
mentales, carecen de asistencia tecnológica. Para la mayoría de noso-
tros, al usar estas tecnologías no consideramos cómo la tecnología
18 PROCLAME LA VERDAD

moderniza la tarea y la experiencia. Lo mismo ocurre en el caso de


los predicadores, que rápidamente han incorporado la tecnología y
los medios visuales a sus predicaciones.
No hay duda de que el esfuerzo es bien intencionado, impulsado
por el interés misionero de alcanzar a personas, cuya forma principal
de “comunicación intelectual” ha llegado a ser visual. De modo que
los predicadores usan fragmentos de películas, gráficos dinámicos
y otras tecnologías atractivas para captar y retener la atención de
la congregación. Pero el peligro de este enfoque radica en el hecho
de que lo visual supera rápidamente a lo verbal. Además de esto, lo
visual suele ir dirigido a una parte muy pequeña de la experiencia
humana, particularmente enfocado a los aspectos afectivos y emo-
cionales de nuestra percepción. Las películas nos conmueven por la
hábil manipulación de las emociones, estimuladas por bandas sono-
ras y manipuladas por hábiles técnicas de dirección.
Esto es exactamente lo que el predicador no debe hacer. El poder
de la Palabra de Dios, comunicada mediante la voz humana, radica
en el poder exclusivo de la Biblia para penetrar en todas las dimen-
siones de la personalidad humana. Como Dios dejó claro, incluso
en los Diez Mandamientos, Él quería que lo escucharan, no que lo
vieran. El uso de tecnologías visuales amenaza con confundir este
hecho básico de la fe bíblica.

Tercero, la predicación contemporánea padece de un sentido del ridí-


culo ante el texto bíblico.
A lo largo de los años, he escuchado innumerables sermones
de predicadores evangélicos; y no puedo dejar de notar que algu-
nos tienden a dejarse llevar por un sentido del ridículo ante el texto
bíblico. Los ataques persistentes sobre la autoridad bíblica y las sen-
sibilidades de nuestros tiempos han hecho estragos en la confianza
que el predicador tiene en el verdadero texto de la Biblia.
En cuanto a la izquierda teológica, la respuesta es bastante sim-
ple: es tan solo la eliminación del texto por considerarlo patriarcal,
opresivo y completamente inaceptable a la luz de un concepto actua-
lizado de Dios. Entre los evangélicos, podemos estar agradecidos de
Prefacio 19

que pocos predicadores estén dispuestos a desechar o descartar el


texto por considerarlo sub-bíblico o deformado por prejuicios anti-
guos. Pero aun así, muchos de estos predicadores simplemente pasan
por alto e ignoran amplias secciones de las Escrituras, al centrarse en
textos que son más placenteros, agradables y menos polémicos para
la mente moderna. Ésta es una forma de negligencia o mala práctica
pastoral, que solo se corrige con la aceptación integral de la Biblia
—en su totalidad— como la Palabra de Dios inspirada, infalible y
absoluta. Toda la Biblia es para nuestro bien. Como Pablo le dijo a
Timoteo. “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil” para noso-
tros (2 Ti. 3:16, cursivas añadidas).

Cuarto, la predicación contemporánea padece de un vacío de conte-


nido bíblico.
El último punto tenía que ver con pasajes de las Escrituras que
nunca se predicaron, pero, ¿qué sucede con los textos que se pre-
dican? ¿Estudian los predicadores de hoy realmente el contenido
del pasaje? En muchos casos, parece que el texto se convierte en el
punto de partida de algunos mensajes —insisto en que, sin duda,
son bien intencionados— que el pastor desea predicar a la congre-
gación. Fuera de esto, el texto de las Escrituras muchas veces está
vacío —ausente— de contenido bíblico cuando, a pesar de la forma
textual o contextual de un pasaje, el contenido se presenta de manera
uniforme como un conjunto de “puntos” concisos que forman un
boceto general básico.
Cada texto contiene una idea, desde luego, y la preocupación
principal del predicador debería ser comunicar la verdad central. De
hecho, debería preparar el sermón de modo que tuviera este propó-
sito central. Además, el contenido del pasaje debe aplicarse a la vida;
pero la exposición debe determinar la aplicación, no viceversa.
Otro problema que lleva a una ausencia de contenido bíblico es
la pérdida de la “visión general” de las Escrituras. Son demasiados
los predicadores que le prestan poca atención al contexto canónico
del pasaje a predicar y del lugar que ocupa en la historia central del
propósito de Dios de glorificarse por medio de la redención de los
20 PROCLAME LA VERDAD

pecadores. Sacado del contexto, y sin prestar una atención clara a la


teología bíblica, la predicación se convierte en una serie de discursos
inconexos acerca de textos inconexos. Esto está demasiado lejos de la
gloria de la verdadera predicación bíblica.

Quinto, la predicación contemporánea padece de un enfoque en las


necesidades palpables.
El debate actual sobre la predicación se explica comúnmente
como un argumento acerca del enfoque y esquema del sermón.
¿Debería el predicador tratar de predicar un texto bíblico por medio
de un sermón expositivo? ¿O debería dirigir el sermón a las “necesi-
dades palpables” y las preocupaciones percibidas de los oyentes?
Harry Emerson Fosdick, pastor de la iglesia Riverside de la ciu-
dad de Nueva York, y tal vez el predicador más famoso (o tristemente
célebre) de las primeras décadas del siglo XX, una vez definió la tarea
de predicar de la siguiente manera: “La predicación es una consejería
personal de un modo colectivo”. Los evangélicos del pasado reco-
nocieron el enfoque de Fosdick como un rechazo a la predicación
bíblica. Como teólogo liberal imperturbable, Fosdick alardeó de su
rechazo a la inspiración, infalibilidad y autoridad bíblica; y también
rechazó otras doctrinas centrales de la fe cristiana. Apasionado por
la tendencia de la teoría psicológica, Fosdick llegó a ser el satisfe-
cho terapeuta de púlpito del protestantismo liberal. El objetivo de su
predicación queda bien plasmado en el título de uno de sus muchos
libros, On Being a Real Person [Ser una persona real].
Sorprendentemente, este enfoque es evidente en muchos púl-
pitos evangélicos de la actualidad. Impulsados por los devotos
de la “predicación basada en las necesidades”, muchos evangéli-
cos han dejado de lado el texto bíblico sin reconocer que lo han
hecho. Puede que estos predicadores recurran al texto en el trans-
curso del sermón, pero éste no lleva la voz cantante ni constituye
la estructura del mensaje. El púlpito se ha convertido en un centro
de consejería, y el banco de la iglesia se ha convertido en el sillón
del terapeuta. Las inquietudes prácticas y psicológicas han despla-
zado la exégesis teológica, y el predicador dirige su sermón a las
Prefacio 21

necesidades percibidas de la congregación y no a la necesidad que


tienen de un Salvador.
El problema, desde luego, es que el pecador no sabe cuál es su
necesidad más urgente. Está ciego a su necesidad de redención y
reconciliación con Dios, y se centra en unas necesidades potencial-
mente reales pero temporales, tales como sus logros personales, su
estabilidad financiera, la tranquilidad familiar y los ascensos profe-
sionales. Demasiados sermones se conforman con responder estas
necesidades y preocupaciones expresadas, y dejan de proclamar la
Palabra de Verdad.

Sexto, la predicación contemporánea padece de una ausencia de


evangelio.
La predicación de los apóstoles siempre presentaba el kerigma, el
punto central del evangelio. La clara presentación del evangelio debe
ser una parte del sermón, independientemente del texto bíblico esco-
gido. Como expresó tan elocuentemente Charles Spurgeon, hemos
de predicar la Palabra, colocarla en su contexto canónico y “dirigir-
nos directamente a la cruz”.
El enfoque de muchos predicadores está en presentar mensajes
útiles y prácticos; a menudo con contenido cristiano en general; pero
sin ninguna presentación clara del evangelio, un llamado a tomar
una decisión, ni un discernimiento del texto o de las afirmaciones
de Cristo. Los apóstoles deberían ser nuestro modelo en esto, dado
que constantemente predicaban acerca de la muerte, la sepultura
y la resurrección de Jesucristo. Desde luego, para que el evangelio
tenga sentido, la auténtica predicación también debe abordar franca-
mente la realidad del pecado humano, y debe hacerlo con la misma
franqueza del texto bíblico. Todo esto le presenta al predicador algu-
nos retos significativos en nuestra era de “sensibilidades”. Pero a fin
de cuentas, la predicación de contenido vacío —la predicación que
evade el texto bíblico y la verdad bíblica— está muy lejos de denomi-
narse correctamente predicación cristiana.
Realmente éstos son los mejores de los tiempos y los peores de
los tiempos. Estoy agradecido por un renacimiento de la predicación
22 PROCLAME LA VERDAD

expositiva, especialmente entre muchos predicadores jóvenes. Estoy


agradecido por los ejemplos de hombres fuertes en el púlpito, que
ahora se desempeñan como mentores para una generación ham-
brienta de ver cómo la exposición bíblica constituye el mismo centro
de un ministerio eficaz y poderoso. Y también agradezco la serie de
programas sobresalientes que tienen los seminarios con el propósito
de alentar y capacitar a esta generación para cumplir dicho deber.
Al mismo tiempo, también me preocupa que muchas de las ten-
dencias peligrosas y los ejemplos populares amenacen con socavar la
centralidad de la exposición bíblica en los púlpitos evangélicos. En
última instancia, el predicador cristiano simplemente debe confron-
tar a la congregación con la Palabra de Dios. Esta confrontación, a
veces, será embarazosa, retadora y difícil. Después de todo, ésta es la
Palabra que nos traspasa como una espada. El predicador evangélico
debe estar dispuesto a sostener la espada en alto, no a esconderla ni a
permitir que pierda su filo.
CAPÍTULO 1

LA PREDICACIÓN
COMO ADORACIÓN
La parte central de la
adoración cristiana

E n este momento, el tema de la adoración es uno de los asuntos


más controvertidos de la congregación local, según lo revela una
encuesta informativa sobre adoración, y lo que se habla actualmente
en las iglesias. De hecho, muchos de los títulos de libros evangélicos
actuales sugieren que, en estos días, la Iglesia se enfrenta a una “guerra
de adoración”. La frase misma —la combinación de las palabras ado-
ración y guerra— debería llevarnos a una reflexión sobria y sincera.
Es cierto que la adoración nos ha llevado a cierto grado de gue-
rra. Y en las congregaciones locales no solo vemos confusión, sino
también peleas, controversias y divisiones. ¿Qué significa todo esto?
Temo que la adoración no solo defina los cultos de nuestra iglesia,
sino también nuestra teología y nuestras creencias sobre Dios. No
hay asunto más importante para la Iglesia del Señor Jesucristo que
adoremos a Dios como Él quiere que lo hagamos.
¿Y como debemos adorarlo? La mayoría de los evangélicos esta-
rían de acuerdo rápidamente en que la adoración es central para la
vida de la Iglesia; pero aparte de eso, no lo estarían en cuanto a varias
preguntas inevitables: ¿Qué es la adoración? ¿Qué desea Dios que

23
24 PROCLAME LA VERDAD

hagamos cuando adoramos? Aunque la mayoría de los evangélicos


se refiere a la predicación de la Palabra como una parte necesaria
o acostumbrada de la adoración, el modelo predominante de ado-
ración en las iglesias evangélicas se caracteriza cada vez más por la
música, además de innovaciones como el teatro y el video. La predi-
cación, en gran parte, se ha eliminado, y en su lugar se llevan a cabo
diversas innovaciones de entretenimiento.
Cualquier reflexión en la predicación cristiana debe comenzar
por entender que la predicación es esencialmente un acto de adora-
ción. Por consiguiente, para entender qué se nos pide como predi-
cadores, debemos primero entender qué significa adorar. El mismo
Señor nos recordó que Dios busca adoradores que le adoren en espí-
ritu y en verdad (Jn. 4:23). Pero ¿qué significa adorarlo en verdad? Y
¿cómo encaja la predicación en todo esto?

QUÉ RELACIÓN TIENE LA ADORACIÓN


CON LA TEOLOGÍA

En realidad, adorar a Dios es fundamentalmente una cuestión de


teología. Sin embargo, por naturaleza, la teología no es una disciplina
académica. No es simplemente una forma de discurso académico.
Cuando se la implementa correctamente, la teología es la conversa-
ción del pueblo de Dios que busca entender al Señor al que adoramos
y saber cómo quiere que lo adoremos. Geoffrey Wainwright de la
Universidad de Duke agudizó notablemente este concepto al titular
su libro de teología sistemática Doxology [Doxología]. La teología y la
adoración están indisolublemente relacionadas.
De esta manera, debería recordarse que el propósito del teólogo
—y del predicador— es servir a la Iglesia de modo que el pueblo de
Dios lo adore con mayor devoción. Al entender la revelación de Dios
en su Palabra, sabemos cómo Él desea que lo adoren. Por lo tanto,
en tal sentido deberíamos preguntarnos: ¿Cuáles son las condicio-
nes adecuadas de la adoración evangélica? ¿Cómo deberían adorar
aquellos que afirman cimentarse en el evangelio y estar sujetos a la
Palabra de Dios?
La predicación como adoración 25

Conocemos la historia de la adoración a través de los tiempos.


Sabemos qué aconteció en la Reforma y qué ocurrió en el movi-
miento de la Reforma anglicana. Sabemos qué sucedió al eliminarse
características que no se consideraban bíblicas y, sin embargo, ahora
vemos que, en muchos sentidos, vuelven a aparecer las mismas cosas.
¿Cuál es el estado de la adoración evangélica en el presente? Para
responder a esta pregunta, no sería exagerado sugerir palabras como
caos, confusión y consternación.
En medio de este caos, podemos obtener una gran perspectiva
al leer al desaparecido A. W. Tozer. Esto es lo que dijo hace algunas
décadas:

Tenemos cristianos despreocupados y seguros de sí mismos con


poca afinidad por Cristo y su cruz. Tenemos mozos joviales que
andan por ahí, parecidos a maestros de ceremonias de espectá-
culos. Pero, ¡¿lo están haciendo por amor a Cristo?! ¡Hipócritas!
No lo están haciendo por amor a Cristo; lo están haciendo para
beneficio de su propia carne, y usan la iglesia como teatro, por-
que aún no han conseguido un legítimo teatro que los albergue.1

Tozer continúa su argumento de la siguiente manera:

Hoy día, en la mayoría de las iglesias evangélicas, es una prác-


tica común ofrecer a las personas, especialmente a los jóvenes,
un máximo de entretenimiento y un mínimo de instrucción
formal. En la mayoría de los lugares, es difícil conseguir que la
gente asista a reuniones donde la única atracción es Dios. Solo
se puede concluir que los que profesan ser hijos de Dios están
cansados de Él, pues hay que perseguirlos con caramelos mul-
ticolores en forma de películas, juegos y refrigerios religiosos.
Esto ha influenciado todo el patrón de la vida de la Iglesia,
e incluso la ha transformado en un nuevo tipo de arquitectura
eclesiástica diseñada para albergar al becerro de oro.
De modo que padecemos la extraña anomalía de la ortodo-
xia en el credo y la heterodoxia en la práctica. La técnica de los
26 PROCLAME LA VERDAD

caramelos multicolores se ha integrado tanto en nuestro pensa-


miento religioso actual, que simplemente se da por hecho. Sus
víctimas nunca se enteran de que aquello no forma parte de las
enseñanzas de Cristo y sus apóstoles.
Ante cualquier objeción con respecto a nuestro actual
becerro de oro, el cristianismo recibe la respuesta triunfalista:
“¡Pero los estamos ganando!”. ¿Y para qué los estamos ganando?
¿Para el verdadero discipulado? ¿Para llevar la cruz? ¿Para la
abnegación? ¿Para una separación del mundo? ¿Para la cruci-
fixión de la carne? ¿Para vivir santamente? ¿Para una nobleza
de carácter? ¿Para despreciar las riquezas de este mundo? ¿Para
una severa autodisciplina? ¿Para amar a Dios? ¿Para una total
entrega a Cristo? Desde luego, la respuesta a todas estas pregun-
tas es “no”.2

Estas palabras se escribieron hace varias décadas, pero induda-


blemente Tozer divisaba el futuro.

TENGAMOS CUIDADO CON CORROMPER


NUESTRA ADORACIÓN

Kent Hughes, pastor principal emérito del College Church en


Wheaton, Illinois, también ha escrito atinadamente sobre este asunto.
Hughes lo expresa de esta manera:

La suposición tácita, pero cada vez más común del cristianismo


de estos días, es que la adoración es principalmente para noso-
tros, para la satisfacción de nuestras necesidades. Tales servi-
cios de adoración están orientados hacia el entretenimiento, y
los adoradores son espectadores no comprometidos que eva-
lúan en silencio la actuación. Desde esta perspectiva, la pre-
dicación se convierte en una homilética de consenso —una
predicación dirigida a las necesidades palpables— según el
plan consciente del hombre y no de Dios. Este tipo de predica-
ción siempre es temática y nunca está basada en el texto bíblico.
La predicación como adoración 27

La información bíblica se minimiza, y los sermones son breves


y están llenos de anécdotas. Todo lo que se sospeche que pueda
hacer sentir incómodo al más mínimo asistente, se elimina del
servicio… Llevado a un enésimo grado, esta filosofía inculca
un trágico egocentrismo. Es decir, que
todo se juzga por cómo afecta al hombre.
Y esto corrompe terriblemente nuestra
teología.3
¿L e importa a
Dios cómo lo
Hughes está en lo cierto. Nuestra ado-
adoramos?
ración confusa corrompe nuestra teología,
y nuestra débil teología corrompe nues-
tra adoración. ¿Son alarmistas estas voces?
Estas voces disparan la alarma. Pero hay muchas otras voces que
están diciendo: “No se preocupen. Sean felices. Adoren”. Un autor
reciente que trata el tema del crecimiento de la Iglesia ha escrito:

La adoración es como un automóvil que nos lleva desde donde


estamos hasta donde Dios quiere que estemos. El transporte y
la comunicación son imperativos; el modo o el vehículo no lo
son. Algunos adoran a Dios en catedrales, al son de los selectos
tonos de órgano tradicionales de Bach y Feuer, de los clásicos
de Europa. Éstos son los que viajan en Mercedes-Benz. Algunos
adoran a Dios en simples iglesias de madera que tienen un
campanario en su cúpula. Éstos cantan los himnos de Carlos
Wesley o Fanny Crosby, y son los que viajan en un Ford o un
Chevy. Otros adoran a Dios con la suave música de alabanza
contemporánea. Éstos son los que viajan en un cupé deportivo
descapotable. Y otros adoran a Dios al son del punteo de una
guitarra con amplificadores a máximo volumen. Éstos son los
que viajan en motocicleta sin silenciador.4

Pero seguramente la adoración consiste en algo más que en el


espectro de preferencias que va de un Mercedes-Benz a una moto-
cicleta. Debe contener algo de mayor peso. “La adoración es como
28 PROCLAME LA VERDAD

un automóvil que nos lleva desde donde estamos hasta donde Dios
quiere que estemos”. ¿Podemos decir esto con propiedad cuando
escuchamos lo que las Escrituras dicen de la adoración?
Desde un principio, sabemos que hay muchas opiniones cristia-
nas diferentes con respecto a la adoración. Esto no es nada nuevo.
Pero la cuestión real aquí es si Dios tiene una opinión respecto a este
asunto. ¿Le importa a Dios cómo lo adoramos? ¿O es una especie de
deidad liberal, a la que no le importa cómo lo adora su pueblo, sino
que, en cambio, se contenta con la esperanza de que en cierto lugar
haya personas que lo adoren de la manera que sea?
Las Escrituras revelan que a Dios, en efecto, le importa cómo lo
adora su pueblo. Levítico 10:1-3 da testimonio de esto.

“Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensa-


rio, y pusieron en ellos fuego, sobre el cual pusieron incienso,
y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca
les mandó. Y salió fuego de delante de Jehová y los quemó, y
murieron delante de Jehová. Entonces dijo Moisés a Aarón:
Esto es lo que habló Jehová, diciendo: En los que a mí se
acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré
glorificado”.

Nadab y Abiú eran los hijos de Aarón. Eran sacerdotes, por lo


cual tenían el derecho de ofrecer sacrificios a Dios en adoración. Pero
ellos hicieron lo que Dios no les había encomendado hacer. Ofrecieron
fuego extraño en el altar y, debido a ello, fueron consumidos. Es evi-
dente, pues, que Dios tiene una opinión con respecto a la adoración.
Él es un Dios celoso; un Dios que nos ama, pero un Dios que también
instruye y manda a su pueblo que lo adore como es debido.
Las Escrituras dejan claro que la adoración es algo que hacemos,
no algo que tan solo presenciamos. No es meramente un asunto para
el pastor y los otros ministros, ni para los músicos y aquellos que pla-
nifican el servicio. La adoración es para toda la congregación, pues
la adoración es algo que hacemos juntos. Es nuestra responsabilidad
común y corporativa adorar a Dios como Él quiere.
La predicación como adoración 29

UN PATRÓN DE ADORACIÓN EXTRAÍDO


DE LA PALABRA DE DIOS

Entonces, ¿a dónde debemos recurrir para recibir instrucción de


cómo deberíamos adorar? Hay tan solo un sitio al que podemos recu-
rrir: la Palabra de Dios. La norma de nuestra adoración debe ser la
Palabra de Dios, la Palabra que Él mismo ha hablado. Al recurrir a su
Palabra, encontramos un patrón de adoración aceptable, un patrón
que se repite de principio a fin de las Escrituras. Las Escrituras son,
según la confesión de los reformadores, norma normans non nor-
mata: “la norma de las normas que no puede normativizarse”. Esto
es lo que significa cuando decimos “sola scriptura”: que la Escritura es
la norma de nuestra adoración. No hay nada externo a las Escrituras
que pueda “normativizarla” o corregirla.
Las mismas Escrituras establecen los términos; por ello recurri-
mos a la Biblia para aprender cómo quiere Dios que lo adoremos.

CÓMO COMIENZA LA ADORACIÓN AUTÉNTICA:


CON UNA VERDADERA VISIÓN DEL DIOS VIVO

Isaías 6:1-8 nos brinda una ilustración de la verdadera adoración,


que nos enseña lo que Dios espera de su pueblo cuando éste lo adora.
Ante todo, el profeta Isaías experimentó una teofanía, una visión del
Dios vivo y verdadero. Y si hemos de adorar a Dios como Él quiere
que lo hagamos, también debemos ver a Dios como Él es. La adora-
ción correcta comienza con una visión del Dios vivo y verdadero.
Isaías relata que, en el año de la muerte del rey Uzías, vio al Señor
sentado en un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. El
trono es un símbolo de realeza y soberanía, lo cual indica que el que
está sentado en el trono es rey y juez al mismo tiempo. Representa
la autoridad y la justicia a la vez. Pero hay más, pues Aquel cuyas
faldas llenaban el templo no está solo. El versículo 2 nos dice que
“por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos
cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban”.
Las seis alas de estos serafines —que literalmente significan “llamas
30 PROCLAME LA VERDAD

ardientes”— tienen mucho simbolismo. Las alas con las que cubrían
sus rostros, sin duda, indican humildad; en tanto que las que cubrían
sus pies representan pureza. Los serafines sabían en presencia de
quién estaban, y no se atrevían a mirar su rostro.
Estas criaturas con alas no se limitaban a volar, suspendidas en el
aire en silencio. Se daban voces una a la otra y decían: “Santo, santo,
santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria”.
Esas palabras —“Santo, santo, santo”— se conocen como el “trisa-
gio”. En el lenguaje hebreo no hay una forma comparativa o superla-
tiva adecuada, por lo cual se hace uso de la repetición para reafirmar
algo. Encontramos nuevamente este patrón repetitivo en Apocalipsis
4:8: “Y los cuatro seres vivientes tenían cada uno seis alas, y alrede-
dor y por dentro estaban llenos de ojos; y no cesaban día y noche de
decir: Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era,
el que es, y el que ha de venir”. La Iglesia primitiva encontró en este
patrón una referencia a la Trinidad, y
si lo analizamos nuevamente con la
perspectiva del Nuevo Testamento, sin
É l no es como duda, podemos entender esa afirma-
nosotros. Nosotros ción. De modo que el punto central de
esta estructura parece ser el énfasis.
somos finitos; Tómese Génesis 14:10, por ejemplo,
Él es infinito. donde el original hebreo habla de algu-
nos que cayeron en un “pozo-pozo”.
Esta estructura podría traducirse como
un “pozo grande y profundo”. La cues-
tión es que cuando los serafines claman “Santo, santo, santo”, están
declarando la esencia, la identidad y el ser de Dios en lo que respecta a
su incomparable santidad.
La santidad de Dios hace referencia a su separación de su crea-
ción. Él no es como nosotros. Nosotros somos finitos; Él es infinito.
En otras palabras, Dios es trascendental, y su santidad revela la dife-
rencia y el infinito contraste entre su naturaleza y la nuestra. J. Alec
Motyer define la santidad como “la majestad moral total y única de
Dios”. ¡Qué expresión tan maravillosa! La majestad moral de Dios
La predicación como adoración 31

es total y no tiene rival. De igual modo, E. J. Young sugiere que la


santidad es la totalidad de la perfección divina que separa a Dios de
su creación. Aquello que casi trasciende nuestra definición es lo que
hace que Dios sea Dios. La santidad incluye todos los atributos de
Dios. Su santidad es lo que lo define.
Me pregunto si la visión de Dios que tienen muchos de los que
adoran se parece a lo que los serafines nos están diciendo aquí.
¿Adoramos con el entendimiento de que Dios es Santo y que “toda
la tierra está llena de su gloria”? Creo que no. Me pregunto si en
nuestra adoración hallamos algo parecido a esta visión de Dios. ¿Se
encuentran cara a cara con la realidad de Dios aquellos que vienen a
nuestros servicios de adoración? ¿O se van con una visión de un Dios
más pequeño, de una deidad marchita? La adoración es la reunión
del pueblo de Dios, que se congrega para confesar que Él es digno de
ser adorado. ¿Cómo podemos adorarlo si no tenemos claro quién es
Dios? Nuestro patrón de adoración debe declarar el carácter de Dios.
La adoración tiene componentes tanto objetivos como subjetivos.
Desde luego, la adoración es subjetiva. Hay una experiencia personal
e individual, que se experimenta en la adoración. Pero las Escrituras
también dejan claro que la experiencia subjetiva de la adoración debe
predicarse sobre la verdad objetiva del Dios vivo y verdadero, el Dios
que se ha revelado en las Escrituras.
Roger Scruton, un filósofo británico de renombre, ha sugerido
que la adoración es el indicador más importante de que una persona
o grupo de personas cree realmente en Dios. Éste escribe: “La adora-
ción define a Dios mucho mejor que la teología”.5 En otras palabras,
si usted quiere conocer lo que las personas realmente creen de Dios,
no pierda tiempo leyendo a los teólogos. Obsérvelos adorar. Escuche
qué cantan y cómo oran. Luego, sabrá qué creen de este Dios al que
adoran.
Me preocupa que en la iglesia evangélica normal y corriente,
el Dios de la Biblia nunca llegaría a conocerse al observar nuestra
manera de adorar. En cambio, lo que tenemos en muchas iglesias
es la “McAdoración” de una “McDeidad”. Pero ¿qué clase de Dios
es tan superficial, tan insustancial y tan insignificante? ¿Tendría el
32 PROCLAME LA VERDAD

observador alguna idea del Dios de la Biblia fijándose en nuestra


manera de adorar? A veces me pregunto si este es un hecho acciden-
tal o una evasiva intencional.
George Hunter III sugiere que una iglesia próspera debe practicar
la “adoración de celebración” por dos razones: “1) Para proporcionar
una celebración con la que los pre-cristianos se puedan relacionar y a
la que encuentren significado. 2) Para eliminar el factor de espanto,
de modo que se brinde un servicio al que nuestros miembros quieran
invitar a sus amigos”.6 Aquí hay una inversión fascinante. Primero, el
propósito de la adoración de celebración es proporcionar “una cele-
bración con la que los pre-cristianos se puedan relacionar”. Pero,
segundo, sugiere eliminar algo
que identifica como “el factor de
espanto”, de modo que se brinde
¿T endría el observador
un servicio al que nuestros miem-
alguna idea del Dios de bros quieran invitar a sus amigos,
no un servicio al que el mero pen-
la Biblia fijándose en
samiento de invitar a sus amigos
nuestra manera les produzca horror.
Pero ¿no hay bastante factor
de adorar?
de espanto en las Escrituras? Si
se elimina el factor de espanto de
las Escrituras, entonces quedará
reducido a un libro muy fino. Hebreos 10:31 revela que “¡Horrenda
cosa es caer en manos del Dios vivo!” Me pregunto si hay algo que,
aunque sea remotamente, pudiera describirse como “horrendo”
acerca del Dios que presentamos en nuestros servicios de adora-
ción, “que no espantan para nada”. Tan solo observemos la carencia
de majestuosidad y temor reverencial de los cánticos evangélicos.
Vemos en éstos un abandono de la convicción y una adaptación a la
cultura, que en verdad no es nada menos que “rebajar” el contenido
de nuestros cánticos. Hemos ido de “Santo, Santo, Santo” a “Dios, el
buen compañero”.
¿Y cuál es el resultado de este tipo de cristianismo adaptado?
Vuelvo a citar a Tozer:
La predicación como adoración 33

Hemos simplificado el cristianismo hasta este extremo: Dios es


amor; Jesús murió por ustedes; crean, acepten, gócense, disfru-
ten y cuéntenselo a los demás. Y esto es todo; éste es el cristia-
nismo de nuestros días. Yo no daría ni cinco centavos por este
tipo de cristianismo. De vez en cuando, Dios tiene una pobre
oveja herida que logra sobrevivir en medio de todo esto, y yo
me pregunto cómo lo consigue.7

La verdadera adoración comienza con una visión del Dios de la


Biblia; una visión del Dios vivo y verdadero.

ADÓNDE NOS LLEVA LA ADORACIÓN AUTÉNTICA:


A LA CONFESIÓN DE PECADOS

La adoración auténtica no solo comienza con una verdadera


visión del Dios vivo, sino que además nos lleva a la confesión de
pecados, tanto individual como corporativa. Esto también está claro
en Isaías 6:5. Al ver a Dios en su trono, Isaías dijo: “¡Ay de mí! que
soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando
en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos
al Rey, Jehová de los ejércitos”. Isaías se encontró “perdido” cuando
vio al Dios vivo y verdadero en su santidad. Llegó a conocer la natu-
raleza majestuosa y moral de este Dios, y vio la justicia y la santidad
divinas. Como resultado, Isaías vio automáticamente la magnitud de
su propio pecado. No podía verse a sí mismo sino como un pecador
perdido, desecho y humillado. Se veía condenado a muerte.
Quiero dar a entender que esto también debería suceder en
nuestra adoración. Si no llegamos a estar frente a frente con nues-
tro pecado como individuos y como congregación, no hemos visto a
Dios y tampoco lo hemos adorado. Pues cuando conocemos a Dios
en la adoración, nos vemos como Dios nos ve. Nos vemos como peca-
dores. El Salmo 51:1-4 ejemplifica esta clase de confesión:

“Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; con-


forme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones.
34 PROCLAME LA VERDAD

Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado.


Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre
delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo
malo delante de tus ojos; para que seas reconocido justo en tu
palabra, y tenido por puro en tu juicio”.

Cualquier padre conoce la diferencia entre una disculpa genuina


y otra para salir del paso, un rápido “lo siento, lo siento” mientras
el niño sale corriendo por el pasillo. Lo que Isaías experimentó fue
una verdadera convicción y arrepentimiento, el corazón contrito y
humillado de alguien que sabe que ha hecho algo malo y ha vitupe-
rado al Dios vivo y verdadero. Sin embargo, creo que mucho de lo
que pensamos que es confesión, no lo es en absoluto. Es simplemente
una disculpa apresurada, no la clase de quebranto que vemos en el
Salmo 51 o Isaías 6. Es necesario que lleguemos a estar frente a frente
con nuestro pecado.

ADÓNDE NOS LLEVA LA ADORACIÓN AUTÉNTICA:


A LA PROCLAMACIÓN DEL EVANGELIO

Tercero, la adoración auténtica nos llevará a una manifestación


de la redención, es decir, a la proclamación del evangelio. Lo que
encontramos en Isaías 6:6-7 es una manifestación de la redención: “Y
voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón
encendido, tomado del altar con unas tenazas; y tocando con él sobre
mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa,
y limpio tu pecado”.
Esta escena es una clara anticipación de la obra de Cristo. Es un
acto unilateral de Dios, un sacrificio propiciatorio unilateral. Es una
descripción de la expiación. Isaías no dio absolutamente nada a Dios.
Se encontró frente a frente con su pecado, y entonces se dio cuenta de
que la redención es por la gracia absoluta, y es costosa. Después de todo,
el carbón encendido provino del altar del sacrificio, no de una fogata.
Martín Lutero dijo que Isaías se vio primero como realmente
era —un pecador que estaba perdido— y después como alguien que
La predicación como adoración 35

conoce la redención. Lutero dijo: “Pero esto redundó en la salvación


del profeta, que de tal manera fue lanzado al infierno, para poder ser
rescatado y rescatar a otros de la inmundicia de la ley a la pureza de
Cristo, de modo que solo Él
pudiera reinar. Aquí ahora
se produce una resurrec- A l acudir a Dios en con-
ción de los muertos”.8 Esto
también debería suceder fesión, experimentamos la
en nuestra adoración. Para visualización y proclamación
una verdadera adoración es
necesario ver al Dios vivo y de la redención.
verdadero, y después vernos
a nosotros mismos como
realmente somos en nuestro pecado. Al acudir a Dios en confesión,
experimentamos la visualización y proclamación de la redención.
La verdadera adoración siempre proclama el evangelio, las bue-
nas nuevas de lo que Dios ha hecho en Jesucristo. Proclama la obra
de Cristo, y se centra en la cruz. Con el apóstol Pablo decimos: “lejos
esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo”.
Proclamamos libertad a los cautivos, y gracia y perdón a todos los
que creen en su nombre.

QUÉ SE NECESITA PARA UNA ADORACIÓN AUTÉNTICA:


UNA RESPUESTA

Cuarto, dado lo que Dios ha hecho, para una adoración auténtica


se necesita una respuesta. Isaías relata: “Después oí la voz del Señor,
que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces res-
pondí yo: Heme aquí, envíame a mí” (v. 8). En este pasaje vemos una
comisión similar a la de Mateo 28:18-20, cuando el Señor mandó a
sus discípulos: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.
Por tanto, id…”. Esos discípulos tenían que ir y hacer discípulos a
todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo,
y del Espíritu Santo; enseñándoles que guardasen todas las cosas que
les había mandado. La adoración requiere una respuesta constante
36 PROCLAME LA VERDAD

que se pueda ver en la proclamación del evangelio, en la evangeliza-


ción personal y en las misiones. Si nuestra adoración es débil, nues-
tra testificación misionera será débil también. Nos olvidaremos del
Dios que nos ha enviado e ignoraremos el contenido del mensaje de
redención con el que Él nos ha enviado.
Un escritor reciente que trata el tema de la adoración ha comen-
tado: “No se trata de cómo se adora, sino de a quién se adora”. Y yo
agregaría que el quién determina el cómo. Tal vez éste sea el motivo por
el que muchas iglesias han rechazado, o al menos ignorado, el com-
ponente central de la adoración cristiana, que es la predicación de la
Palabra. Sé que podría parecer osado —e incluso quizás escandaloso
para algunos— decir que la predicación es el componente central de
la adoración cristiana. Pero ¿cómo podría ser de otra manera? Pues es
principalmente a través de la predicación de las Escrituras que obte-
nemos una verdadera visión del Dios vivo, reconocemos nuestros pro-
pios pecados, escuchamos la proclamación de la redención y somos
llamados a una respuesta de fe, arrepentimiento y servicio.
A pesar de todo esto, es probable que la mayoría de los que obser-
van desde afuera crea que la música constituye la parte central de
nuestra adoración. El hecho es que, en la actualidad, la música llena
el espacio vacío de gran parte de la adoración evangélica y aporta
el mayor dinamismo a los servicios de adoración. En la dimensión
musical de la adoración se invierte mucha planificación, recursos
financieros y preparación. Equipos profesionales y un ejército de
voluntarios dedican gran parte de la semana a ensayos y sesiones
de práctica, ya que al parecer muchas iglesias evangélicas están muy
interesadas en reproducir la calidad de un estudio musical en sus
reuniones. Todo esto no pasa desapercibido en la congregación.
Algunos cristianos, en realidad, van buscando iglesias que ofrezcan
el estilo y la experiencia de adoración que satisfagan sus expectativas.
En muchas comunidades, las iglesias se conocen por su estilo de ado-
ración y sus programas musicales. Aquellos que no están satisfechos
con lo que encontraron en una iglesia pueden ir rápidamente a otra,
a veces con el pretexto de que la nueva iglesia “suple nuestras necesi-
dades” o “nos permite adorar”.
La predicación como adoración 37

La inquietud por una verdadera adoración bíblica constituía la


idea central de la Reforma. Pero incluso Martín Lutero, que escribía
himnos y exigía que sus predicadores aprendieran canto, no recono-
ció que esta inquietud moderna por la música fuera legítima o posi-
tiva. ¿Por qué? Porque los reformadores estaban convencidos de que la
parte central de la verdadera adoración bíblica era la predicación de
la Palabra de Dios.
La música es una de las dádivas más preciadas de Dios para su
pueblo, y es el lenguaje con el cual podemos adorar a Dios en espí-
ritu y en verdad. Los himnos de la fe transmiten un valioso conte-
nido confesional y teológico, y muchos coros modernos recuperan
el sentido de la doxología que se había perdido en muchas iglesias
evangélicas. Pero la música no
constituye el acto central de la
adoración cristiana; tampoco lo
es la evangelización, ni siquiera L a parte central de la
las ordenanzas. La parte cen- adoración cristiana es la
tral de la adoración cristiana es
la predicación auténtica de la predicación auténtica de
Palabra de Dios. la Palabra de Dios.
Esta centralidad de la pre-
dicación se encuentra en ambos
Testamentos de las Escrituras.
Por ejemplo, el apóstol Pablo le dijo a Timoteo de manera muy clara:
“Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, y de sus ángeles
escogidos, que guardes estas cosas sin prejuicios, no haciendo nada
con parcialidad”. En Nehemías 8, como veremos con más detalle en
el próximo capítulo, encontramos una ilustración excelente de predi-
cación expositiva, cuando el pueblo le demandaba a Esdras el escriba
que trajera el libro de la ley a la congregación. Esdras se puso de pie
en una plataforma elevada y leyó el libro de la ley “traduciéndolo y
dándole el sentido para que entendieran la lectura” (Neh. 8:8 BLA).
Cuando él abrió el libro para leer, la congregación se puso de pie en
honor a la Palabra de Dios, y su respuesta a la lectura fue: “¡Amén,
Amén!”.
38 PROCLAME LA VERDAD

Este pasaje es una crítica aleccionadora de gran parte del cristia-


nismo contemporáneo. Según el texto, una demanda por la predica-
ción bíblica surgió en los corazones del pueblo. El pueblo se reunía
como congregación y convocaba al predicador. Esto refleja una gran
hambre y sed de la predicación de la Palabra de Dios. ¿Dónde se
puede ver este deseo entre los evangélicos de nuestros días? Y no
solo esto, ¿dónde están los predicadores fieles que confrontan a sus
miembros con la predicación de la Palabra de Dios? Al parecer, se
cree que el evangelio causará mejor impresión a las personas si se
les presenta mediante una producción de
multimedia llamativa, o incluso si direc-
E n demasiadas tamente prescindimos de la predicación
en pro de una “experiencia” de adoración
iglesias, la Biblia puramente subjetiva y emocional. Sin
casi ni se abre. embargo, ¿qué fue lo que llevó a los israeli-
tas a dar una respuesta de honra a Dios al
decir “¡Amén. Amén!”? Fue la exposición
de la Palabra. Esdras no hizo una repre-
sentación ni orquestó un espectáculo. Simple y esmeradamente pro-
clamó la Palabra de Dios.
En demasiadas iglesias, la Biblia casi ni se abre. La lectura pública
de las Escrituras se ha eliminado de muchos servicios, y el sermón
se ha mantenido al margen, reducido a un breve devocional adosado
a la música. Muchos predicadores aceptan esto como una concesión
necesaria para la era del entretenimiento, de modo que se conforman
con la somera esperanza de incluir un breve mensaje de aliento y
exhortación antes de la conclusión del servicio.
Michael Green resume el problema con mordacidad: “Ésta es una
era de sermones mediocres, y los sermones mediocres producen cris-
tianos mediocres”.9 La anemia de adoración evangélica —dejando de
lado toda la música y energía— se atribuye directamente a la ausencia
de una genuina predicación expositiva. Si a nosotros como pastores
nos importa de veras brindar a nuestros miembros una verdadera
visión de Dios, mostrarles su propio pecado, proclamarles el evan-
gelio de Jesucristo y animarles a un servicio obediente en respuesta
La predicación como adoración 39

a ese evangelio, entonces dediquemos nuestra vida a predicar la


Palabra. Éste es nuestro deber y nuestro llamado: confrontar a nues-
tras congregaciones nada menos que con la Palabra de Dios viva y
activa, y orar para que el Espíritu Santo, por consiguiente, abra los
ojos, produzca convicción en las conciencias y aplique la Palabra en
los corazones humanos.

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