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El Perú es obra de la historia. Reflexiones sobre la identidad nacional.

José Agustín de la Puente y Candamo

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peruanos/articulos

Reflexiones sobre la identidad nacional


José Agustín de la Puente y Candamo
En nuestro tiempo no es rara la discusión sobre la identidad nacional, sobre la cultura
nuestra, sobre lo que nos caracteriza como peruanos. ¿Cómo se ha formado el Perú?
¿Cómo se ha creado la nación peruana? es la historia la disciplina intelectual que
puede responder a esas preguntas. El Perú se ha hecho, se ha formado en la historia a
través de siglos y milenios; no es nuestro país una comunidad humana improvisada o
fruto de una circunstancia. El Perú es obra de la historia. Veamos, de este modo, cómo
ha sido el proceso de "larga duración" que ha creado el Perú. El sustantivo "Perú"
encierra múltiples contenidos: es la comunidad peruana en la que hemos nacido; es el
territorio que nuestros abuelos remotos han dominado en el transcurso de los siglos;
es el fruto de un encuentro de sangres diversas; es una forma de vida, vale decir, es
una cultura que se expresa en las ideas "pequeñas" de la vida cotidiana y en los
grandes temas del pensamiento y del afecto. El Perú es memoria y es vocación; es una
actitud ante la vida.

La Raíz del Perú


La hipótesis —que para mí es tesis— que trataré de explicar en estas líneas, es la
siguiente: la raíz del Perú está en el encuentro humano del hombre andino con el
hombre español y con el hombre negro, en el siglo XVI. De ese encuentro, en la vida
simple de todos los días, entre injusticias y virtudes, con violencia, en muchos casos,
que no se puede desconocer, con abusos, con excesos, con aciertos, nació lenta y
progresivamente una manera de vivir en el paisaje y en la alimentación, en el lenguaje
y en el arte, en la vida doméstica y en la reflexión intelectual, fruto espontáneo de la
convivencia entre lo andino, lo español y lo negro, que creó, sin proyecto y sin
advertirlo, una sociedad nueva, distinta de cada uno de sus componentes, pero fruto
de los tres mundos que se encontraron en Cajamarca en 1532. La entraña de esta
reflexión es que progresivamente nació una sociedad que no era una provincia de
España al otro lado del mar, ni un reino del Tahuantinsuyu, ni una réplica del mundo
africano, sino una sociedad distinta, original, fruto del poder de creación de los tres
elementos que hemos mencionado.

Una reflexión se desprende de lo anterior: si un peruano dijera hoy día que lo nuestro
es solo el mundo andino -que ya es mestizo- cometería un error objetivo; como
también sería erróneo afirmar que el Perú existe sin el mundo andino. Lo andino es
parte irrevocable del Perú, mas no es el Perú.

Igual reflexión se puede proponer si pensamos en España y lo español. Sin España y


su cultura, el Perú no existe; sin embargo, solo lo español no explica al Perú.

Es interesante pensar cómo este proceso de convivencia entre hombres y culturas


diversos se inició y se desarrolló de modo espontáneo y silencioso. Poco a poco, como
suele suceder con grandes temas de la vida, nació en una y otra actividad humana una
forma nueva de ser y de actuar, que es el origen del Perú.

Intentemos una presentación sintética y breve de la relación entre lo andino, lo


español y lo negro.

¿Qué le debemos al mundo andino? ¿Por qué decimos que sin lo andino no existe el
Perú? En primer término debemos recordar que el mundo andino creó una civilización
original, una de las pocas civilizaciones en la historia del mundo que se hizo sola, sin
modelo, sin ejemplo que imitar. Esta es una idea central que debe llevarnos de la
mano a ver con respeto y con gratitud un mundo que se hizo solo; que dominó una
geografía difícil; que inició la pesca y la agricultura en nuestro medio; que domesticó a
los animales; que en el tejido, en las construcciones, en el dominio de técnicas aun no
conocidas en su integridad, creó una sociedad con medios de comunicación, de
producción y organización social y política; le debemos, en fin, a la cultura andina la
continuidad de sangre que se puede advertir sin esfuerzo en todo peruano viejo.

La Conquista española significa el fin del Tahuantinsuyu, el fin de la organización


social, política, económica que se llamó Tahuantinsuyu, pero la Conquista no es el fin
del mundo andino. El mundo andino se transformó; se enriqueció sin dejar de ser
andino.
EL NOMBRE DEL PERÚ

En 1950, Raúl Porras Barrenechea (Pisco, 1897 - Lima, 1960) publicó un valioso
estudio titulado El nombre del Perú, en el cual desarrolla el origen del sustantivo que
identifica nuestro país.

Explica que fue palabra desconocida para los Incas, que no a p a r ece ni en la lengua
quechua ni en la antillana o caribe, «sino corrupción del nombre del cacique de una
tribu panameña, vecina del golfo de San Miguel, llamado Birú, al que los soldados y
aventureros de Panamá dieron en llamar Perú»1.

«El nombre del Perú no significa, pues, ni río, ni valle, ni orón o troje y mucho menos
es derivación de Ophir. No es palabra quechua ni caribe, sino indo–hispana o mestiza.
No tiene explicación en lengua castellana, ni tampoco en la antillana, ni en la lengua
general de los Incas, como lo atestigua Garcilaso y su propia fonética enfática, que
lleva una entraña india invadida por la sonoridad castellana. Y, aunque no tenga
traducción en los vocabularios de las lenguas indígenas ni en los léxicos españoles,
tiene el más rico contenido histórico y espiritual. Es anuncio de leyenda y de riqueza,
es fruto mestizo brotado de la tierra y de la aventura, y, geográficamente, significa
"tierras que demoran al sur". Es la síntesis de todas las leyendas de la riqueza austral,
por ellos cantaría el poeta limeño de las Armas Antárticas, en su verso de clásica
prestancia: "Este Perú antártico, famoso (...)"»2.

DE GARCILASO A UNANUE

Entre principios del siglo XVI y finales del XVIII, peruanos observadores de nuestro
medio como Garcilaso, Peralta, Llano Zapata o Hipólito Unanue, cada uno en su
tiempo, reconoce la formación de "algo" que es geografía, economía, costumbres,
ideas, creencias religiosas, sentimientos, que llamamos "Perú".

Es el Inca Garcilaso (Cusco, 1579 - Montilla, 1616), hijo del capitán Garcilaso de la
Vega y de Isabel Chimpu Ocllo nieta del Inca Túpac Yupanqui quien primero en el
recuerdo peruano reconoce sus raíces, el estilo del hombre nuestro. No pueden
olvidarse sus palabras evocadoras, pues poseen un valor fundacional; son un símbolo
de la cultura naciente: «A los hijos de español y de india, o de indio y de española, nos
llaman mestizos, por decir que somos mezclados de ambas naciones; fue impuesto por
los primeros españoles que tuvieron hijos en Indias, y por ser nombre impuesto por
nuestros padres y por su significación, me lo llamo yo a boca llena y me honro con
él»3.

Sería erróneo afirmar que el Perú existe sin el mundo andino. Lo andino es parte del
Perú, mas no es el Perú.
Bien dice Miguel Maticorena Estrada (Piura, 1926): «La idea de nación en Garcilaso
Inca es la irrevocable primera visión global de sus elementos constitutivos. Dio a los
peruanos una imagen de su pasado, una intuición de su porvenir. Es una interpretación
coherente de Incario y Conquista, lo andino y lo hispánico»4.

Si seguimos el rumbo que orienta Garcilaso no se puede omitir la mención a la


presencia de lo peruano en Pedro Peralta y Barnuevo (Lima, 1664 - 1743) que nos
acerca a la vivencia comunitaria. Como bien lo expresa Aurelio Miró Quesada (Lima,
1907 - 1998), estudioso de la vida de Peralta, el Perú está presente en la inspiración y
en el espíritu del autor de la Lima Fundada.

Asimismo Guillermo Lohmann Villena (Lima, 1915 - 2005) dedica una reflexión al
pensamiento de Peralta expresado en la memoria de gobierno del virrey Castelfuerte
que él redactó en 1736: «luego de trazar una imagen del Perú, con su variedad y sus
excelencias, Peralta no pierde el tiempo en señalar las piedras de escándalo que en
monótona letanía veremos repetirse una y mil veces: los obrajes, las funestas
consecuencias de la provisión de los cargos públicos desde la metrópoli, sustrayendo
esa atribución de los virreyes, lo que lleva al autor a sentenciar con barroca figura:
"Muchas veces no se oye el gemido por la distancia del que pena, y no se remedia el
dolor por la ignorancia del achaque..." y en otro pasaje afirma: "Pocos cultos se hallan
en altares que no dan favores"»5.
«No se calla que la población nativa experimente decadencia y se habla de sus causas
y recursos para aliviar ese estado de cosas, y también los corregidores son objeto de
áspera crítica. Hay asimismo largos pasajes consagrados a exponer el decaimiento del
comercio y de la agricultura y el empobrecimiento de las altas clases sociales»6.

Miró Quesada insiste en la importancia que en el pensamiento de Peralta tienen «la


defensa y hasta (la) exaltación de los criollos». Agrega: «en una clara anticipación de
la conciencia nacional del Perú (...) sostiene que a los criollos hay que darles autoridad
política, y riqueza económica»7. Peralta es de este modo una muestra de cómo dos
procesos históricos se enriquecen simultáneamente: uno, la formación de ese ente, de
esa persona moral, de esa comunidad que gana el nombre del Perú; otro, la
conciencia, el conocimiento reflexi¬vo de esa nueva realidad, del Perú.

Entre Peralta y Unanue, la presencia de José Eusebio de Llano Zapata (Lima, 1716 -
?1780) es una prueba interesante de la vivencia de lo peruano. En sus Memorias
histórico-físico-apologéticas de la América meridional, habla de nuestras Indias, se
menciona a los extranjeros, atiende a la realidad peruana desde muy diversos aspectos
y se advierte su voluntad por el estudio de lo americano y de lo peruano.

Para no fatigar al lector con otros testimonios, podemos confirmar esta línea de
pensamiento que advierte la presencia del Perú en las postrimerías del siglo XVIII, con
la consideración de la obra de Hipólito Unanue (Arica, 1755 - Cañete, 1833), sin duda
el peruano mejor conocedor de lo nuestro, el gran peruanista de la época y la persona
que con clara idea de la comunidad peruana la estudió en su historia, y en el empeño
por mejorar la salud de la población. En su discurso en la inauguración del Anfiteatro
Anatómico, en su Idea general de los monumentos del antiguo Perú, publicada en el
Mercurio Peruano, en sus ensayos dedicados a temas geográficos, en la variedad y
magnitud de su obra no se puede ignorar la presencia de lo peruano y el esfuerzo por
mejorar la vida de su gente.
Sin España y su cultura, la presencia de lo peruano y el esfuerzo por el Perú no existe;
sin embargo, solo lo español no explica al Perú.
Sin error alguno, sin duda, puede decirse que Unanue se reconoció peruano, se
sintió peruano, y se acercó al estudio de lo nuestro no solo por una preocupación
intelectual sino, además, por un intenso afecto, por un com¬promiso humano.
En 1817 Manuel Lorenzo Vidaurre (Lima, 1773 - 1841) le dijo a Fernando VII que
debía cambiarse la forma de gobierno porque el hombre gobernado en el siglo XIX no
era más la persona que Pizarro encontró en Cajamarca en 1532, sino un hombre
distinto, que leía los mismos textos que se estudiaban en España y que debía
encontrar su felicidad en una nueva manera de gobierno.

Son palabras de Vidaurre: «Política destructora que obra por ejemplos mal
acomodados, y en la que no se percibe que no es hoy el americano, lo que era en
tiempo de Huayna Capac, y Montezuma. No es el indio tímido, ignorante, supersticioso,
al que hoy se va a sujetar. No es aquel que creía al hombre y al caballo un solo sujeto,
rayo al arcabuz, y al artillero el árbitro del trueno. No es el imbécil que proponía una
mal dirigida flecha a la lanza, a la espada y a la bala. El americano hoy es el español
mismo»8.

Una analogía puede ayudarnos a entender el tema: Pizarro encontró en Cajamarca, en


el siglo XVI, al Imperio Incaico; La Serna en 1824, al capitular en Ayacucho, pudo
contemplar una sociedad distinta que no era España ni el Tahuantinsuyu; había nacido
una nueva sociedad.

EL PENSAMIENTO DE RIVA–AGÜERO

En la Generación del '900 es clara la presencia del Perú como tema de estudio y como
expresión de afecto y de voluntad de servicio.

José de la Riva–Agüero y Osma (Lima, 1885 - 1944), en diversos textos, desde su


juventud, estudia el origen de la nacionalidad. En un texto de 1912 dice: «El Perú es
obra de los Incas, tanto o más que de los conquistadores; y así lo inculcan, de manera
tácita pero irrefragable, sus tradiciones y sus gentes, sus ruinas y su territorio. No
ilusión, por cierto, sino legítimo ideal y perfecto símbolo representa la evocación que
Olmedo hizo en su imperecedero canto. El Perú moderno ha vivido y vive de dos
patrimonios: del castellano y del incaico; y si en los instantes posteriores a la guerra
separatista, el poeta no pudo acatar con s e renidad los ilustres títulos del primero,
atinó en rememorar la nobleza del segundo, que aun cuando subalterno en ideas,
instituciones y lengua, es el primordial en sangre, instintos y tiempo. En él se
contienen los timbres más brillantes de lo pasa¬do, la clave secreta de orgullo
rehabilitador para nuestra mayoría de mestizos e indios, y los precedentes más
alentadores para el porvenir común». Otros fragmentos de la obra de Riva–Agüero son
igualmente ilustrativos: «La suerte del Perú es inseparable de la del indio: se hunde o
se redime con él, pero no le es dado abandonarlo sin suicidarse»9.

«La sierra, asiento de la gran mayoría de los habitantes, cuna de la nacionalidad,


necesaria columna vertebral de su vida, tronco del cual parten las dos cuencas de
tierras cálidas, tiene que ser por toda especie de razones geográficas e históricas, la
región principal del Perú»10. «El Cusco es el corazón y el símbolo del Perú (...)»11.

Asimismo, dentro de esa imagen de síntesis, de encuentro, que reconoce Riva–Agüero


en la formación del Perú, le debemos estudioscapitales sobre el tiempo de la Conquista
y del Virreinato. Manifiesta Riva–Agüero: «La Colonia es también nuestra historia y
nuestro patrimonio moral. Su recuerdo reclama simpatía y reconciliación, y no
anatema. Si queremos de veras que el peruanismo sea una fuerza eficiente y
poderosa, no rompamos la tradicional continuidad de afectos que lo integran; no
reneguemos con ceguera impía, de los progenitores; no cometamos la insanía de
proscribir y amputar de nuestro concepto de patria los tres siglos civilizadores por
excelencia; y no incurramos jamás en el envejecido error liberal, digno de mentes
inferiores y primarias, de considerar el antiguo régimen español como la antítesis y la
negación del Perú. Para animar y robustecer el nacionalismo, hay sobrados y
perdurables contrarios, rivalidades profundas, positivas y esenciales. La dura
experiencia nos lo ha enseñado; y mi generación, más que las anteriores, lo sabe y lo
medita»12 .

Y podría repreguntarnos ¿qué le debemos a España? La respuesta no está únicamente


en las instituciones, en las ideas, en los valores que recibimos desde la hora de la
Conquista, sino en ese poder de creación que tuvo lo español al lado de lo andino y de
lo negro, para originar una nueva sociedad.

Le debemos a España nuestro ingreso consciente a la historia universal; le debemos la


creencia en la revelación cristiana que llegó a través de los doctrineros y los
misioneros católicos; le debemos el concepto de persona humana; le debemos la
lengua que se enriqueció en nuestro medio con los "peruanismos"; y al lado del caballo
y de la vaca, le debemos el trigo, el olivo y la naranja y le debemos el barroco que se
transformó en arte indiano; y le debemos el aporte de su sangre al caudal mayor de lo
que con los siglos se convertiría en un torrente sanguíneo peruano.
LA VISIÓN DE VÍCTOR ANDRÉS BELAÚNDE

Sin duda, Víctor Andrés Belaúnde (Arequipa, 1883 - Nueva York, 1966) es en el siglo
XX uno de los hombres fundamentales para estudiar la formación de nuestro país. Las
ideas centrales de su libro Peruanidad, editado en 1957, no obstante el tiempo
transcurrido conservan su vigencia. Él entendió al Perú como una síntesis integradora.
No desconoce los errores y las violencias de la Conquista y añade y afirma: «Pero sería
carecer de todo sentido humano y de todo criterio de relativismo histórico juzgar estos
hechos como si se hubieran realizado de un medio diverso y en circunstancias distintas
de aquellas que lo rodearon. Justo sería comparar la orientación espiritual de empresas
semejantes realizadas por otros pueblos. El valor territorial y el valor riqueza
predomina en estas sobre el valor hombre; en cambio, en medio de sus errores y de
sus deficiencias, el valor hombre fue la preocupación de la Conquista española. Desdén
y aniquilamiento inspiraban las tribus primitivas a los conquistadores de otros
imperios; simpatía humana y sentido de aproximación inspiraron las tribus primitivas
no solo a los misioneros, sino a los mismos con quistadores españoles quienes no
desdeñaron unir su sangre con la
sangre aborigen. Esta profunda preocupación humana y ética, fracasada muchas veces
y contrariada otras por el curso fatal de los hechos es el alma de la Conquista, es su
esencia, es el legado que nos ha transmitido y que constituye el factor decisivo de la
Peruanidad»13.

Habla Belaúnde de una suerte de "síntesis asuntiva". «Se puede decir, empleando en
su hondo significado el concepto y término de asunción, que la cultura católica asume
las tierras y las poblaciones de América infundiéndoles un nuevo espíritu»14.

«Esta inconclusa y enorme obra asuntiva trasciende el orden político, económico y


tiene sus principales resultados en el orden social humano superior. En el transcurso
de cuatro siglos las instituciones culturales, ético religiosas, traídas por España debían
producir, plasmándose en los diferentes medios territoriales y étnicos, distintas
conciencias nacionales»15.

EL "NUEVO INDIO" DE JOSÉ URIEL GARCÍA

José Uriel García (Cusco, 1884 - Lima, 1965), hombre estudioso de la transformación
social que se desprende de la Conquista española, desde su mentalidad cusqueña,
desarrolla reflexiones que no pueden omitirse en este estudio:«Así, la historia de la
conquista y de toda la época colonial no puede ser tomada como un capítulo o
fragmento de la historia y de la vida española, historia involucrada como en un
paréntesis que abarca tres siglos —el tiempo que duró la Colonia—, entre la historia
incaica y la republicana, ni como una prosecución del incanato. El ciclo neoindio es tan
nuestro como lo incaico o lo republicano, porque, al menos, dentro de nuestros
horizontes, el alma indiana y el temple de los Andes le vigoriza y le da personalidad.
Indios y conquistadores que ingresan a ese nuevo panorama americano transformado
crean una cultura paralelamente modificada. El nuevo tipo humano que se va
formando crea un nuevo tipo de cultura. Esa cultura tiene un ritmo indiano en unas
zonas más acentuadas que en otras, es cierto. Es una ondulación transitoria donde la
línea que decae representa el mayor influjo hispánico y la consiguiente disminución del
vigor vernáculo, pues tres siglos del nuevo régimen fueron nada para una fusión más
uniforme. Usando el tecnicismo de la herencia mendeliana, diríase que unas veces es
dominante lo indiano y recesivo lo español, otras, al contrario. La línea ascendente de
aquella ondulación corresponde a nuestra sierra, situando el problema solo dentro de
nuestras fronteras históricas»16.
«Claro está que la Colonia no nos da todavía al tipo completo de esa entidad humana
que llamamos nuevo indio: pensamiento, emoción, voluntad renovadas, o lo que es lo
mismo, indianidad de comienzo, América como promesa de una cultura propia.
América animada por un nuevo espíritu»17. En palabras distintas, Uriel García afirma
la formación de una nueva cultura; el nacimiento de un nuevo tipo humano.
REFLEXIONES DE BASADRE
Jorge Basadre (Tacna, 1903 - Lima, 1980) en su estudio Notas sobre la experiencia
histórica peruana, desarrolla reflexiones capitales para comprender la formación del
Perú: «Se ha dicho que la época colonial fue, después de las guerras civiles de la
Conquista, monótona, lenta, acompasada. En realidad, más allá de la vida de Corte en
Lima, más allá del jadear del indio y del negro, más allá del sucederse de generaciones
bajo el mismo techo familiar, más allá de la hacienda trabajada acaso dentro de un
contrato de censo con una "mano muerta", más allá del temor al terremoto y al pirata,
del sonar de las campanas desde la misa de alba hasta el toque de oración, más allá
de la loa y el pasquín, de los milagros de los santos y beatos del siglo XVII y de las
expediciones científicas del siglo XVIII, más allá de la imitación del barroco y del
neoclasicismo, la época del Virreinato fue una época dinámica y acesante, una época
de creación. Dentro de la historia genética del Perú, el Vi r reinato señala el periodo del
surgimiento y desarrollo de una nueva sociedad hispano-indígena-mestiza-criolla y del
surgimiento y desarrollo de una conciencia autonomista dentro de ella, paralelamente
a análogos fenómenos en el resto de América hispana. La enumeración de los diversos
goberantes del Perú en esa época y de sus obras, o la lista de la leyes entonces
vigentes sería, más que historia del Perú propiamente dicha, historia de España en el
Perú, o historia del Estado español en el Virreinato peruano. Del mismo modo, el
estudio de los linajes españoles que erigen sus solares en ciudades peruanas o el de
las toponimias en la geografía histórica del Virreinato, sería el estudio de interesantes
capítulos de la historia de los españoles en ultramar; pero no sería tampoco historia
peruana del Perú. La historia del Perú empieza cuando los españoles se peruanizan en
el contacto con el suelo, el ambiente, la vida o la gente que aquí encuentran; así como
deja de ser mito, arqueología o leyenda cuando los indios se españolizan en una forma
u otra, siquiera sea a través del idioma que sirve para ponerlos en contacto con el
resto del mundo»18.
«Visión geográfica y filosófica del universo, idioma, religión, sentido del hogar, el
arado, la rueda, el trigo, el arroz, el olivo, el vidrio, la caña de azúcar, la naranja, el
melocotón, la manzana, la ciruela, el caballo, el asno, el buey, la oveja, el puerco, la
rosa, el clavel, el lirio, la guitarra, la imprenta, el navío, la casa para el individuo
particular, la celosía, el azulejo, la pintura como arte autónomo y muchas otras cosas,
y muchas, muchas otras ideas más, incluyendo el nombre y el concepto del Perú,
fueron traídas por la colonización española. Pero todo eso vino a un Nuevo Mundo, con
características geográficas, sociales y económicas propias y con un peculiar
desenvolvimiento en el plano de la cultura que, a su vez, enriqueció al Viejo Mundo con
sus propios productos agrícolas y mineros»19.

El proceso del nacimiento del Perú, y de la misma palabra Perú, no se encuentra en el


simple arraigo en nuestro territorio de una institución o de una idea; se encuentra así
en el nacimiento de una entidad original. Este es el "secreto" del ser del Perú, del
origen del Perú.

EL CHOLO Y EL PERÚ DE VARALLANOS

José Varallanos (Huánuco, 1908 - Lima, 1997) en su estudio El cholo y el Perú, en la


misma línea de pensamiento, afirma: «A raíz de la conquista, no solo nació el "nuevo
hombre" —el cholo— que sintetiza en sí la unión de los componentes psíquicos y
sociales del español y del indio; sino que el propio "antiguo hombre", el que venía del
Tahuantinsuyu, se amestizó. De aquí que sostengamos que el Perú todo, es mestizo;
un país cholo por excelencia. Por ello, precisamente no es España ni Tahuantinsuyu.
Porque el Perú histórico surge después de 1533; emerge de la fusión indo–hispana, del
mestizaje étnico y del mestizaje cultural, en su expresión y estructuración más íntima,
compleja y profunda. Y la mestización que se gestó desde los mismos días de la
Conquista española, pese a la espectacular lucha y choque que implicó ella, es un
hecho real, un fenómeno histórico y es también el devenir peruano»20.

EL TESTIMONIO DE CÉSAR PACHECO VÉLEZ

César Pacheco Vélez (Lima, 1929 - 1989), en la investigación y en la enseñanza, en


múltiples ensayos y trabajos, ha afirmado y defendido el nervio de integración que
está presente en la formación del Perú:«Lo importante es la visión y la vivencia
integral de nuestra historia; no ahondar en las rupturas de nuestro proceso histórico
cultural, aunque ellas hayan existido, sino, por el contrario, buscar los elementos de
enlace y de conciliación y superación, sin renunciar al cambio, a la renovación y al
progreso. Intentando una síntesis ideal de nuestra evolución histórica, podríamos decir
que el Incario aportó las bases de la justicia social por la previsión del Estado, la
ecuación hombre–tierra y el sentido comunitario del trabajo; el Virreinato aportó la
idea de la dignidad suprema de la persona humana que espiritualizó y elevó el sentido
de la justicia social por la virtud esencial del mensaje cristiano: la fraternidad de todos
los hombres; la república creó la promesa de una vida mejor y, con la libertad política
y la lucha por la afirmación del sistema democrático, en el orden político, económico y
social, abrió el camino para la realización efectiva de los ideales anteriores»21.

«El Incario nos legó la Patria; el Virreinato la Nación; y la República el Estado»22.


Más tarde expresó: «No podemos huir de nuestra propia realidad y de su imagen
histórica»23.

EL PERÚ ESENCIAL DE JOSÉ ANTONIO DEL BUSTO

En diversas publicaciones y en su ejercicio docente, José Antonio del Busto (Lima,


1932) siempre ha explicado el origen mestizo de nuestra nacionalidad y ha analizado
las características raciales y espirituales del fenómeno. Estudia el Perú, El Perú
esencial, como lo denomina, en la Patria, la Nación y el Estado: «El Perú como nación
surge en el siglo XVI con los primeros mestizos, especialmente con el Inca Garcilaso
que fue el que cantó este proceso. Garcilaso se sintió español en el Perú, indio en
España y, finalmente, un mestizo peruano en el ámbito universal. Por eso, cuando
escribe el último libro de sus Comentarios Reales sincera jubiloso la inmortal
dedicatoria: "a los Yndios, Mestizos y Criollos de los Reynos y Provincias del Grande y
Riquísimo Ymperio del Perú, el Ynca Garcilaso de la Vega, su hermano, compatriota y
paisano, salud y felicidad". En esas líneas acaso por primera vez aparece la idea de
nación peruana. En efecto, el Inca dedica su obra a todos los nacidos en el territorio
del Perú empezando por los indios (quechuas y no quechuas), siguiendo con los
mestizos (mestizos reales, zambos, mulatos) y terminando por los criollos (blancos y
negros). Con Garcilaso se ha dicho, aparece la Peruanidad como principio y el
nacionalismo como devoción»24.
Y añade reflexiones valiosas sobre la presencia de los negros en la vida del Perú: «Los
negros han alegrado la costa con su música y sus bailes. A partir de la samba ancestral
pasando por la zamacueca se llega al tondero y al festejo, siempre dentro de un
mestizaje peruano.

De la veta taurina es el toro mata o mata toro, siendo más moderno—mediados del
siglo XIX— el alcatraz, baile chinchano de los negros recogedores de guano. Sin
embargo, la danza festiva de más arraigo popular fue el son de los diablos, que se
bailaba en los barrios limeños con ocasión de la Pascua de Reyes. Como África y
Europa ya
están muy lejos, estas danzas y bailes se deben exclusivamente al Perú»25.

LA TRANSFORMACIÓN DE LA VIDA COTIDIANA


Esta línea de la formación del Perú como síntesis, desde Garcilaso en el siglo XVII
hasta hombres de nuestro tiempo, reitera una y otra vez cómo nació una sociedad
original en el tiempo de la colonización, entre abusos y aciertos, entre virtudes y
excesos, y se formó una realidad humana fruto de los hombres y de las culturas que se
encontraron en Cajamarca en 1532. Sin embargo, está presente una pregunta central:
¿Cómo se produjo esta formación de una nueva "persona", en el orden biológico, en el
orden social, en el orden de la cultura? No fue la simple afirmación de nuevas
instituciones; no fue, desde otro ángulo, el desarrollo de un proyecto largamente
estudiado; fue la vida misma en su espontaneidad cotidiana la que poco a poco, sin
propósito expreso alguno, creó un mundo nuevo.
No se desconoce que en los siglos de la colonización y el Virreinato se manifestaron
graves injusticias, violencias de diverso orden, abusos, al lado de aciertos y virtudes.
No obstante, en ese ambiente entretejido de sombras y de luces, nació la sociedad que
llamamos Perú. Es pertinente reflexionar sobre la afirmación anterior. En lo jurídico, en
lo político, en lo militar, la autoridad está en manos de los españoles. Sin embargo,
aparte de todo ejercicio de administración y de gobierno, en la entraña de la vida de
todos los días, en el campo donde germinan nuevas semillas al lado de las simientes
oriundas de América; en una suerte de "convivencia" de animales y de frutos de
Europa y del mundo andino, hora a hora, día a día, se transformó y enriqueció el
paisaje, la agricultura, el comercio. Cómo desconocer que en los campos nuestros
conviven el algarrobo y el olivo, el maíz
y el trigo, la chirimoya y la naranja. Igual puede decirse de lo que significó para el
transporte y el comercio, y para la agricultura misma, la presencia de una yunta de
bueyes que labra la tierra en una andenería incaica; y cómo olvidar que la llegada de
la mula transformó el comercio y los viajes.

El mismo esquema de reflexión puede trasladarse a otros campos: el lenguaje se


enriquece con los "peruanismos", pues nacen sustantivos para identificar nuevas
realidades que se presentan en la vida.
Asimismo, si orientamos nuestra mirada a la vida doméstica, se transforma esta en la
costa y en los Andes con el ingreso de la silla, o de los cubiertos para la alimentación;
también la artesanía nuestra, desde un retablo de Ayacucho hasta un torito de Pucará,
muestra una realidad original y distinta. En el arte mayor se reconoce que el
barroco andino encierra una originalidad indudable.

El recuerdo puede continuar si pensamos en las manifestaciones andinas, en la


expresión externa del culto religioso y en la formación de una mentalidad que se ha
enriquecido y ha ganado propia naturaleza en el encuentro de hombres y de culturas
que reiteramos en estas páginas.

Pero hay algo más profundo, más íntimo; me refiero al nacimiento de una mentalidad
que ya se advierte en las palabras del Inca Garcilaso, que expresa su voluntad de
asumir lo andino y lo español en la memoria intelectual y en el cariño humano. Se
formó una mentalidad que no es la del hombre español, ni la que corresponde al
hombre andino; no es una superposición de planos distintos sino el nacimiento hora
tras hora de unas ideas, de unas actitudes, de una sensibilidad, de unos recuerdos, de
una visión del futuro, que nació y se perfeccionó en la vida cotidiana, simple y sencilla,
lejos de la política, de la guerra o de las ideologías.
En el Perú mestizo se puede advertir la presencia de muchas formas de ser peruano,
pero no de varios países. . El Perú nació en la transformación de la vida cotidiana.

Si miramos al futuro, la vocación del Perú y de los peruanos debe orientarse al


fortalecimiento de nuestra raíz común a través de las peculiaridades que vienen de la
realidad geográfica distinta en una y otra provincia y de la presencia prehispánica más
o menos fuerte en una u otra región. En el Perú mestizo se puede advertir la presencia
de muchas formas de ser peruano, pero no de varios países. Obstáculos geográficos,
distancias, imperfecciones en la educación, injusticias sociales, conforman un
panorama variado y difícil que se debe superar con un cabal conocimiento y vivencia
de lo nuestro, que llegue a los rincones más distantes de nuestro país. El cabal
conocimiento de nuestra historia, de las fuentes comunes, no solo subraya la verdad
de nuestro origen, sino la comunidad entre los peruanos.

Es necesario fortalecer en nuestra gente el conocimiento de lo que le debemos al


mundo andino, de lo que significó el dominio del territorio y el nacimiento de una
civilización original, sin modelo, sin influencias externas. Asimismo, este encomio de lo
andino no debe llevarnos a olvidar lo que significó la Conquista española para nuestro
ingreso consciente a la historia universal.

Dentro de la mentalidad de la época no se puede olvidar la presencia del Estado


confesional, del Estado creyente que servía a la Iglesia como tarea esencial. Dentro de
ese espíritu el doctrinero y el misionero están presentes desde los primeros días de la
colonización española y emprenden la tarea profunda y progresiva de la evange-
lización. Se enriquece el monoteísmo andino y la idea del "más allá"; se incorpora la
visión de la persona humana creada a imagen y semejanza de Dios; sacerdotes en
diversas circunstancias estudian el quechua y organizan el conocimiento sistemático de
la lengua; Santo Toribio de Mogrovejo respeta la libertad del hombre andino para que
se acerque al sacramento de la penitencia o para que reciba la Eucaristía, y no es un
asunto casual que el primer libro editado en el Perú y en América del Sur, en 1584 sea
la Doctrina Cristiana en castellano, quechua y aymara. Y no se puede olvidar que en el
mundo amazónico, antes de que llegara el representante del Estado estuvo el
misionero con el Evangelio.

El mensaje cristiano en sus diversas formas está presente a través del lenguaje y del
ejemplo, de unos y de otros, en la vida sencilla de nuestras casas, en la catequesis, en
la homilía dominical, en la mentalidad y en el criterio de los hombres.

CONCIENCIA DE IDENTIDAD NACIONAL

Hoy día no es raro escuchar opiniones sobre la ausencia de dicha identidad o


interpretaciones equivocadas de la misma. Frente a esta situación es importante
recordar lo que se reitera en estas páginas: es decir, que el Perú es fruto de una
historia de integración de sangres y de culturas, y que esa integración define lo
nuestro y señala nuestra identidad. Esta es la verdad que la historiografía confirma; lo
repito una vez más: la historia ha creado nuestro país por el camino de la síntesis,
difícil pero cierta.
El problema se presenta cuando la enseñanza de la historia en el colegio o en la
universidad deforma el criterio del estudiante y presenta al Perú como una sociedad
unilateral, sin considerar la integración que tanto reiteramos en estas líneas. La crisis
actual se encuentra en las visiones erróneas de la identidad; no en la identidad misma.
La crisis en este campo se halla en la vivencia de la identidad —lo que es muy grave—
no en la identidad misma.
César Pacheco Vélez, en su bello y analítico estudio El peruano frente a la historia del
Perú propone reflexiones interesantes sobre la conciencia histórica de los peruanos:
«Con un pasado denso, remoto, brillante y dramático; con una ciencia histórica cuyos
frutos mejores no han llegado en la medida conveniente a la difusión entre el hombre
común y con lagunas importantes en la investigación y en la síntesis; con una pugna
de tendencias tradicionales y progresistas, resulta explicable que no tengamos los
peruanos una común, auténtica y sólida conciencia histórica, una comprensión de
nuestro mundo y del papel que en él ocupamos como país, una comprensión certera de
nuestra evolución histórico-cultural, de nuestra fisonomía espiritual, de nuestra
vocación como país, de nuestro destino»26.

El camino para superar este conflicto y este error no es otro que el conocimiento
sereno, no ideologizado, del pasado peruano. Lo digo una y otra vez en estas páginas:
el encuentro del andino con el español fue muy duro, fue violento, fue un entretejido
de injusticias y de abusos y de aciertos y de virtudes; sin embargo, lo cierto es que
venimos de ese mundo, que es parte integrante de nosotros mismos. Grato o no, el
pasado forma parte del presente. No podemos crear un pasado que responda a las
simpatías o criterios de nuestra hora, sino que debemos estudiarlo tal como fue en lo
positivo y en lo adverso, pues todo ello ha creado nuestra sociedad. Podría decirse sin
error que un peruano debería ser al mismo tiempo hispanista e indi¬genista, amante
de uno y otro, de los dos grandes aportes que han creado nuestra sociedad.

El Perú nació en la transformación de la vida cotidiana.


Se debe rechazar la visión costeña que desdeñe al serrano y la visión andina que
entiende al costeño como un advenedizo y un improvisado. No existe otro camino que
el buen conocimiento de la historia, que nos permitirá superar prejuicios y falsas
actitudes sociales.

FORMAS DE RACISMO

Si bien en el Perú nunca se ha vivido un racismo violento que lle¬vara a segregación


de uno u otro grupo humano, no se puede desconocer que existen formas de "racismo
sociológico"; vale decir actitudes, que por desconocimiento de nuestra historia y por
influencias frívolas del exterior, hacen que desde la costa se desdeñe al hombre
serrano como persona inferior, es una muestra dramática la ignorancia de la historia.
Lo digo y lo reitero, es una necesidad urgente de nuestro país superar errores que
vienen de la ignorancia de la historia y que perturban la visión integral de nuestra
sociedad.

El rumbo para superar este problema se halla en la educación y en la veraz explicación


del pasado peruano. Una historia cabal del Perú no puede olvidar —no obstante las
distancias geográficas y los desniveles sociales que en el pasado peruano, en la
memoria nuestra, especialmente en los momentos difíciles, ha estado y está
entretejida la sierra con la costa. Hay dos ejemplos de momentos singulares que
confirman la afirmación anterior: cuando el virrey La Serna se retiró de Lima rumbo a
la sierra en julio de 1821, se presentaba para algunos como un vencido; no obstante,
formó gobierno en el Cusco y el Perú entre 1821 y 1824 tuvo dos gobiernos: los
patriotas en Lima y los realistas en el Cusco. Igualmente, cuando la Guerra con Chile,
ocupada Lima y en manos de los adversarios la costa sur del Perú, Cáceres inició en el
Mantaro otra "forma" de la guerra en la sierra, que en lo esencial estaba intocada. No
obstante el crecimiento anormal de Lima frente al resto del país, el tener el dominio de
la capital y de la costa, sin semejante autoridad en la sierra, no sig¬nifica dominar el
Perú. Nuestro país —lo enseña la historia— es una suerte de entretejido serrano y
costeño.

El caso de Lima en la hora presente merece atención especial. Lima ya no es más la


ciudad criolla en la cual nacimos en el siglo XX y que compromete nuestro afecto y
nostalgia. Mas de otro lado debemos observar con optimismo cómo Lima es hoy día
una suerte de síntesis del Perú, de miniatura de la república. La convivencia en el
marco tradicional y en los nuevos distritos limeños, de hombres de uno y otro rincón
del Perú, no solo permite un conocimiento mejor entre nosotros mismos sino que
además fortale¬cerá año tras año expresiones culturales que son reflejo de este
encuentro de hombres de todas las provincias del Perú. Además , en esta nueva Lima,
no obstante las carencias en economía y en educación, se advierte dinamismo y
creciente espíritu de superación. Prueba de todo lo anterior es la simple observación de
distritos florecientes hoy día y que pocas décadas atrás eran una reunión precaria de
viviendas provisionales siendo hoy centro s urbanos plenamente incorporados a la
Lima moderna.

El Perú es fruto de una historia de integración de sangres y de culturas, y esa


integración define lo nuestro y señala nuestra identidad.

EL CASO DE LAS MINORÍAS

En los últimos años se ha insistido mucho en la presencia de las minorías y en el


respeto que merecen sus culturas. Sin embargo, es necesario distinguir, con
excep¬ción de las comunidades amazónicas alejadas del mundo andino por la distancia
y por los accidentes de la geografía, que en otros ambientes de la vida peruana no se
puede hablar de minorías como "enclaves" singulares y a parte. ¿Acaso el hombre de
origen africano, o de origen europeo o asiático, no está incorporado de un modo o de
otro a una mezcla sanguínea y a una forma de vida distinta e integrada? ¿Acaso no se
reconoce en uno o en otro ambiente cómo el extranjero es asumido por el ambiente
peruano, igual que Antonio Raimondi en la segunda mitad del siglo XIX? El Perú y los
peruanos conservamos la fuerza, la vitalidad para asumir al extranjero y transformarlo
en uno de nosotros.

Es verdad que unos pueblos tienen mayor capacidad de incorpo¬ración a ambientes


distintos, y es cierto que entre las diversas formas de ser peruano se identifica al que
procede del ambiente africano, asiático o europeo. Pero es cierto, igualmente, que año
tras año el hijo, el nieto, progresivamente se incorporan a la vida del Perú. El lenguaje,
las costumbres en la casa, las formas de alimentación, se acercan progresivamente a
la síntesis que define lo peruano . Evidentemente, se puede ubicar en el Perú de hoy a
un paisano nuestro que descienda de abuelos árabes, asiáticos o africanos. Sin
embargo, y esto es lo que concede al tema un profundo dinamismo vital, hora a hora
se avanza en el proceso de incorporación a lo peruano. Dicho con palabras distintas, la
comunidad peruana tiene la suficiente capacidad espiritual y social para asumir al
extranjero e incorporarlo a la memoria peruana. Las pruebas están presentes en todos
los ambientes nuestros.

Sin violentar la libertad de las personas, por la vía de la educación, de la superación de


los niveles de vida en el Perú de hoy y de las próximas generaciones, el rumbo del país
debe orientarse a la incorporación verdadera de las citadas minorías a la vida peruana;
debemos fortalecer un futuro de integración y no subrayar las diferencias, que
merecen respeto; la meta, el objetivo debe ser la integración, no el fraccionamiento.

EL PESIMISMO DE NUESTROS DÍAS


No podemos crear un pasado que responda a las simpatías o criterios de nuestra hora,
sino que debemos estudiarlo tal como fue en lo positivo y en lo adverso, pues todo ello
ha creado nuestra sociedad.

Una verificación social muy simple y penosa nos enseña cómo en la sociedad peruana
el pesimismo es unanota que hoy no se puede desconocer. ¿Por qué se ha presentado
esta actitud negativa, deprimida frente a lo nuestro? En momentos más difíciles de
nuestra historia no fuimos pesimistas. Nuestros abuelos en los años de la
reconstrucción de la república mantuvieron muy firme el aliento nece sario para el
trabajo y para que el Perú siguiera siendo el Perú, como lo recuerda Basadre. En la
Generación del '900 y en la siguiente del Centenario, está presente todos los días la
voluntad orientada al estudio de lo peruano, factor insustituible en el renacimiento del
país. Es difícil señalar una causa que explique el pesimismo actual. Concurren diversos
factores: los ensayos ideológicos y políticos de distinto signo en el gobierno de la
República; la pervivencia de las distancias económicas y sociales que Basadre definió
como «abismo social»; la insuficiencia en los servicios que el Estado debe prestar a la
sociedad, sin olvidar los avances en campos específicos. Como fruto de lo anterior, la
ausencia de confianza en la sociedad frente al Estado; la sociedad no ve al Estado
como un servidor del bien común; la enseñanza de la historia nacional en la cual solo
aparecen el bueno y el malo; la corrupción en diversos medios sociales; la falta de la
necesaria solidaridad en la vida cotidiana; la contemplación por los medios técnicos de
nuestros días de ambientes con un desarrollo material muy superior al nuestro; la
comparación entre estadísticas de mediados del siglo XX y valores de hoy día; todo lo
dicho y mucho más, puede explicar la declinación en el ánimo de los peruanos de
nuestra hora.

Sin embargo, se olvida la solidez de nuestra nación en cerca de quinientos años de


integración y en sus raíces milenarias, y no se atiende al hecho simple igual que en la
vida de la persona humana de que un pueblo puede tener horas de exaltación y de
entusiasmo y tiempos de anemia o declinación. Y se olvida, igualmente, que si bien es
abrumadora la tarea por realizar en múltiples campos sociales, económicos y
culturales, se conservan formas de comportamiento y están vigentes valores que
merecen respeto.

Pienso en un orden ético: el pesimismo nunca puede justificarse y en todo caso


debemos dirigir nuestra mirada hacia una línea optimista de trabajo, de solidaridad
humana, de respeto a la autoridad legítima. El pesimismo es una suerte de
enfermedad social que no es connatural al Perú; es un accidente que debemos derrotar
con el mejor conocimiento de nuestra historia y con una actitud distinta ante la vida.
Debemos ganar conciencia de que los peruanos, uno a uno y en conjunto, no somos
espectadores de esta tarea, sino que debemos ser actores dinámicos, entusiastas y
vigilantes de un esfuerzo común que permita el mejor desenvolvimiento de nuestra
comunidad.
LA MEMORIA COMÚN

Bien sabemos que la memoria común es un elemento de suma importancia en la


integración de una sociedad. La memoria común está presente en la vida cotidiana, y
es factor capital de una nacionalidad.
No existe otro camino que el buen conocimiento de la historia, que nos permitirá
superar prejuicios y falsas actitudes sociales.

En la vida de nuestro país, con la memoria común de nuestro origen en el encuentro


de sociedades y culturas en 1532, aparece sucesiva o paralela, según las
circunstancias la memoria de una provincia que no es idéntica a la memoria de otros
pueblos del país. Además, algunos de estos recuerdos, por la fuerza de determinados
hechos o de determinadas actitudes pueden tener influencia en uno u otro ambiente
nacional y en los hombres que viven en esos medios. Hay provincias que encarnan una
memoria difícil por abusos sociales o por recuerdos políticos dolorosos o negativos;
otro rumbo del país pueden expresar épocas con menores problemas, que
indudablemente gravitan en la conducta de todos los días.

La existencia de las memorias específicas entre los peruanos no puede llevarnos a


negar el recuerdo común —el común denominador— del cual venimos. La convivencia
de memorias específicas dentro de la memoria común a los peruanos es una muestra
de la riqueza y de la complejidad de la sociedad peruana.

En todo caso, desde nuestro presente no es posible recrear el pasado de acuerdo con
nuestros deseos o ilusiones. El pasado, con sus planos creadores y adversos, con lo
justo y con lo injusto, es parte de nosotros mismos y es factor intransferible de
nuestra conciencia social.

LA HISTORIA REGIONAL

Campo bellísimo y amplio para fortalecer nuestra memoria peruana y nuestra


conciencia nacional, el de la historia de una y otra región. La historia del Perú es la
integración de las historias regionales bajo un rumbo común. El conocimiento de lo
propio y el cariño consiguiente no expresan un tema genérico o una abstracción; muy
al contrario, existe una suerte de camino común que enlaza y asocia la historia del
propio pueblo de nacimiento con los recuerdos de la provincia, del departamento, de la
región, que tienen su expresión máxima en la historia nacional. Debemos fortalecer y
estimular la historia de los pueblos y regiones como una suerte de fundamento de la
historia nacional.

La creencia en el Perú y el cariño consiguiente están vivos en un opúsculo dedicado


con sencillez a la historia del propio pueblo; igualmente está vivo el Perú en la clase de
historia de un profesor de una y otra ciudad nuestra que habla de la historia del Perú
con referencias cercanas a los recuerdos regionales; del mismo modo está presente la
historia nacional en el busto que perenniza el nombre de un héroe o de un dirigente
que nació en dicho pueblo, o en la placa que señala la casa que se recuerda por
quienes vivieron en ella; está presente la historia regional en el nombre de muchas
calles y plazuelas, y está presente en los accidentes geográficos notables que la
singularizan y distinguen. De algún modo el Perú vive en uno y otro pueblo en
memorias que pueden ser diminutas, pero que encierran un inmenso contenido
espiritual.
La historia del Perú, es la integración de las historias regionales bajo un rumbo común.

En nuestros días vivimos afortunadamente un fortalecimiento de los archivos


departamentales o regionales que pueden ser el punto de apoyo para un
enriquecimiento de la historia regional.

LA HISTORIA Y LA GEOGRAFÍA

La asociación de ambas disciplinas, la historia y la geografía, debe estar presente no


solo en el aula escolar y universitaria; de hecho esta asociación se advierte en uno y
en otro de nuestros paisanos de una u otra ciudad del Perú.

El orgullo legítimo que despierta un accidente geográfico notable, un testimonio


remoto de nuestra historia, una calidad determinada del clima, una circunstancia
especial de los cultivos o la presencia de un testimonio importante en un orden u otro
de la vida, todo esto y mucho más asocia a la historia y a la geografía.

Estudios de nuestros días enaltecen las calidades de la variedad de climas que se


encierra en nuestro país y se subraya la presencia de animales, de plantas, que
singularizan al Perú y manifiestan su originalidad. Impresionante, abrumador por su
variedad y su riqueza, sería una suerte de escarceo de la vida peruana y de sus
características y podríamos reconocer que no es efímero que integren el ser de lo
peruano y que convivan bajo el título solemne del territorio de la República del Perú, la
Cordillera de los Andes y el Amazonas; el Huascarán y el Lago Titicaca; los parques
naturales de Madre de Dios y el Cañón del Colca; la región «nunca pisada por animales
o aves, la inaccesible Cordillera de Nieves» que recuerda Garcilaso y la fecundidad
abrumadora de la selva; las piedras de Machu Pichu y el sillar de Arequipa. Y un
peruano en nuestro tiempo no debe ignorar que con la papa el Perú ha enriquecido la
alimentación de los hombres; que la quinina, la vicuña y la alpaca, con el caballo de
paso, siempre hablarán del Perú y serán un testimonio de una sociedad muy vieja,
creada por la historia, que tiene una ubicación legítima en la historia universal.
Se olvida la solidez de nuestra nación en cerca de quinientos años de integración y en
sus raíces milenarias, y no se atiende al hecho simple de que un pueblo puede tener
horas de exaltación y de entusiasmo y tiempos de anemia o declinación.

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