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Páginas 4-5

Sección: Iglesia hoy

Volver a las Escrituras


La historia del cristianismo tiene una constante que vale la pena recordar: la
necesidad de contar con un referente permanente que se convierta en guía para
evitar perderse en el trajinar de la vida. Es lógico que llevemos un reloj para usar
bien el tiempo; es imperioso contar con una brújula en alta mar para orientarnos
hacia nuestro destino. Es necesario entonces reflexionar sobre la exhortación
del profeta Jeremías, en su rol de hacer que el pueblo haga lo que debe (Jer.
6:16).
En verdad, todo aquello que funge como “norma” o “guía” nos permite realizar una vida
organizada y ordenada. La fe evangélica también se encamina en esta misma
perspectiva: posee un referente, una norma, una guía impostergable. El cristianismo
del primer siglo puso en posición correcta la fe que trascendía desde el Antiguo
Testamento. Jesús mismo en sus propias palabras reveló que él era de quien se habló
en el Antiguo Testamento (Lc. 24:44); su vida, muerte y resurrección fue avalada por
palabras del apóstol Pablo en la carta que escribió a los corintios (1 Co. 15:3-4),
cuando señaló que todo esto había sucedido conforme a las Escrituras. Todas las
enseñanzas doctrinales y pastorales estuvieron normadas por el mensaje de Jesús y
por su obra, de modo que los escritores del Nuevo Testamento, bajo la inspiración del
Espíritu Santo, hicieron trascender en sus escritos a la persona, obra y mensaje de
Cristo viéndolos como un todo, dando sentido e interpretando la expectativa mesiánica
que había guiado el mensaje de los profetas en el Antiguo Testamento.
Es así que el primer siglo representa la culminación de la revelación escrita de Dios y
su propósito cristocéntrico. A partir de este siglo, la Palabra de Dios representaría la
autoridad de la voluntad de Dios para nosotros hasta hoy. Sin embargo, la historia nos
dice que el mensaje, en la medida que la tradición religiosa y la filosofía se introducían
paulatinamente, se fue diluyendo y apartando de su sentido original; otros escritos
empezaron a ocupar el lugar de las Escrituras, llegando a ser autoritativos en materia
de fe y práctica. Felizmente, esta situación empezó a cambiar desde el siglo XV, hasta
que finalmente en 1517 desembocó en la labor de los reformadores que entraron en
conflicto con los postulados de la Iglesia católica. Es así que de las mismas entrañas
de la iglesia surge un movimiento de fe que tiene como única autoridad a la propia
Escritura sobre las tradiciones religiosas y pensamientos filosóficos propios de este
período. Los reformadores proponían el retorno a las Escrituras. Ellos, como decíamos
al inicio de este artículo, buscaron apasionadamente, el retorno a la norma
establecida, estimaron como una acción urgente y necesaria, el regreso hacia las
Escrituras, hacia la verdad, para encontrar el rumbo de sus vidas.
Dentro de la Iglesia evangélica de hoy, algunos grupos están siendo más
responsables en revisar cada vez más su conocimiento de las Escrituras. Hay
denominaciones que antes usaban erróneamente la cita de Pablo cuando había dicho:
“la letra mata...” (2 Co. 3:6) para prohibir todo lo que era estudio e investigación
bíblica. Sin embargo, ahora han entendido que, aunque las experiencias místicas son
especiales para los creyentes, no se puede prescindir del conocimiento y estudio de la
Biblia para conocer la voluntad de Dios, a fin de vivir una vida plena y de éxito, según
Dios. Este volver a la norma, como mencionamos al principio, es una constante en la
experiencia de la vida cristiana, y se convierte en una oportunidad para que las
instituciones evangélicas dedicadas a la educación teológica cumplan su rol de
encaminar a los creyentes en la senda de la Palabra de Dios. Como IESTP
“Comunidad Teológica del Perú” tenemos el firme propósito de formar líderes y
pastores del reino de los cielos, aun en los lugares más recónditos de nuestro país
que, teniendo la pasión por el Señor, busquen la calidad y la excelencia en el
quehacer ministerial y que sean fieles a la norma establecida por Dios: la Palabra de
verdad (2 Ti. 2:15).

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