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Masculinidades y Violencia de Género

Edna Rocío Luna Quijano1

Pensar en las nuevas masculinidades y su actuar en la búsqueda de la equidad de


género implica, por una parte, advertir sobre el surgimiento de los estudios de
género a comienzos de los años ochenta, como una corriente que buscó nuevas
formas de construcción de las relaciones entre mujeres y hombres; y por otra,
comprender qué son y cómo se clasifican las masculinidades. Al mismo tiempo, es
relevante reconocer las confrontaciones y resistencias de mujeres que pretenden
una ruptura al orden patriarcal dominante, traducido en el constructo histórico social
de subordinación, que a su vez se ha visto reflejado en la “naturalización” de la
función sexual del trabajo, limitando el rol femenino al ámbito de la reproducción y
el cuidado familiar, con la consecuente exclusión de su participación en lo público.

En lo que toca a la masculinidad, esta es entendida como un constructo histórico –


social, no biológico, y en consecuencia dinámico, con gran influencia del sistema
patriarcal dominante, que agrupa las particularidades propias de la condición de ser
hombre asociadas a sus conductas, comportamientos y valores en una sociedad y
época específica con sus características políticas, económicas, culturales y
jurídicas. En ese sentido, la condición de ser hombre es diferente en la diversidad
geográfica, cultural y étnica a través del tiempo. Dicho lo anterior, la diversidad y
evolución de las concepciones de las masculinidades en las relaciones de género,
aunque alejadas de sus ideales, han gestado como campo científico, lo que
actualmente se conoce como “estudios sobre los hombres”, desde cuya perspectiva
se plantea la existencia de tres tipos de masculinidades: Masculinidades
Tradicionales Dominantes, Masculinidades Tradicionales Oprimidas y, Nuevas
Masculinidades Alternativas.

Las Masculinidades Tradicionales Dominantes tienen por objetivo legitimar e


inmortalizar el poder masculino a través de los conocidos “movimientos de varones”
que reivindican y defienden las características de la masculinidad hegemónica:
estatus de superioridad y poder del hombre con relación a la mujer; rudeza
masculina e inhibición de sentimientos y emociones; ejercicio de la paternidad como
muestra de virilidad; capacidad del hombre para ser proveedor del hogar y en
consecuencia para la adquisición de bienes materiales: relaciones competitivas que
implican riesgo y agresión, asociadas al deseo y la satisfacción sexual por
mencionar algunas. Hay que mencionar además, la visión falocéntrica de la
masculinidad patriarcal, en la que se le atribuye al pene, dentro de los imaginarios
colectivos, características excepcionales en materia de potencia y seguridad,
condición esta que justifica la ausencia del más mínimo rasgo femenino en los
varones, y bajo ese argumento (sumando a la ausencia de pene y presencia de
útero, asociada con situaciones de “histeria” en las mujeres) se las discrimina no
solo a ellas, sino también a las personas que prefieren opciones sexuales diferentes
a la heterosexualidad.
Por su parte, las Masculinidades Tradicionales Oprimidas, erróneamente
enmarcadas dentro de las Nuevas Masculinidades, han vinculado hombres que
participan en las tareas domésticas y dedican mayor tiempo al cuidado de los hijos,
escenarios estos que desde lo ético implica para ellos condiciones de igualdad; sin
embargo, no constituyen una verdadera alternativa a la masculinidad hegemónica
sino más bien un complemento a ella, toda vez que desde lo simbólico, pueden caer
en el imaginario de ser débiles.
En contraste con lo anterior, al ser la masculinidad construida y socialmente
aprendida, es posible modificarla a través de cuestionamientos y reflexiones sobre
el significado de “ser hombre”, a través del auto reconocimiento individual de la
exploración física y emocional, así como del hecho de permitirse vivir plenamente
las emociones y los sentimientos. Más al no tratarse de meros cuestionamientos,
pero sí con cimiento en ellos, surgen entonces las Nuevas Masculinidades
Alternativas, representadas por hombres que replantean formas distintas de
relacionarse con las y los otros, asumiendo responsabilidades y trabajando hombro
a hombro con las mujeres contra la violencia de género y prácticas no igualitarias.

Comprendido el concepto de masculinidad y en el marco del Día Internacional de la


No Violencia contra la Mujer a conmemorarse el próximo 25 de noviembre, conviene
subrayar la relación entre cada una de esas masculinidades y la violencia de género,
desde una perspectiva de estudios empíricos.

En ese orden de ideas, bajo la masculinidad dominante hegemónica, la


responsabilidad directa de la violencia hacia las mujeres es del agresor, dejando sin
piso el supuesto sexista de que son las mujeres quienes provocan las situaciones
de violencia hacia ellas, en tanto que la responsabilidad indirecta de ese tipo de
violencia y de las desigualdades de género, es de los medios de comunicación y las
instituciones sociales, que las reproducen. Para el caso de los medios de
comunicación, el agente mediático enfatiza, desde lo simbólico, en la
correspondencia, para ellos natural, entre atracción sexual y violencias,
desconociendo el cimiento social de ese hecho. Por su parte las instituciones
sociales, baste como muestra la escuela o la familia, en no pocas ocasiones y
lamentablemente, promueven actividades y actitudes claramente sexistas. Estudios
empíricos reafirman las condiciones anteriores y demuestran que las mujeres
víctimas de violencia se han relacionado con hombres de masculinidades
dominantes hegemónicas, y que su actuar responde a un proceso de socialización
afectiva basado en la relación violencia – atracción – deseo, reforzado por los
medios de comunicación y la institucionalidad.

En relación con la masculinidad tradicional oprimida, cabe advertir que desde lo


simbólico en el proceso de socialización afectiva violencia – atracción – deseo, los
hombres aquí vinculados si bien desde la institucionalidad social son considerados
“buenos hombres”, son al mismo tiempo catalogados de débiles, como poco
atractivos e incapaces de satisfacer sexualmente a las mujeres; circunstancia ésta
que se ejemplifica en el típico “hombre con cuernos”, siendo víctima así de la
opresión. Sin lugar a dudas, si bien éste tipo de hombres pueden en principio no ser
violentos, tampoco contribuyen a superar la violencia contra las mujeres, dado que
al sentirse vulnerados y oprimidos, pueden girar hacia la masculinidad tradicional
dominante con todos los visos de agresión y violencia.

Finalmente, en el espectro de las nuevas masculinidades alternativas y reiterando


desde lo simbólico el proceso de socialización afectiva violencia – atracción – deseo,
bajo la evidencia empírica, los hombres aquí inmersos se caracterizan por la
“autoconfianza, la fuerza y el coraje”; la primera, según los estudios, genera
atractivo, más aún si está acompañada de valores igualitarios; la segunda y tercera
son utilizadas por estos hombres para combatir las actitudes de sexismo, racismo
e inequidad, expresando públicamente su rechazo a las prácticas no igualitarias. De
esa manera, las nuevas masculinidades alternativas no solamente manejan una
concepción ética sobre la condición de ser hombre, sino que le agregan el
componente simbólico y en ese sentido eligen y se permiten ser elegidos por sus
parejas, hecho que confiere éxito en la lucha en contra de la violencia de género.

Es indudable que las nuevas masculinidades alternativas deben enfrentar grandes


retos para no sucumbir ante la respuesta permanente y revitalizada de las
masculinidades tradicionales dominantes. Uno de esos retos tiene que ver con la
reducción mercantilista, que pretende encasillar las nuevas masculinidades dentro
de un criterio estético asociado al cuidado de la imagen incorporando así, elementos
de otras masculinidades excluidas y dominadas como los homosexuales, además
de coartar toda posibilidad de análisis crítico frente a las relaciones jerárquicas de
la masculinidad hegemónica.
Del mismo modo, la individualización, como cambio de actitud voluntaria que
conduce a la mayor participación de los hombres en las tareas del hogar y en el
ejercicio de la paternidad, podría transformarse en un derecho de autoridad y
dominación, y estaría lejos de ser resultado de una reflexión crítica y comprometida
con las luchas de las mujeres por la defensa de sus derechos; así pues, la
individualización es otro importante reto que deben enfrentar las nuevas
masculinidades.
Ahora bien, la tendencia de las masculinidades a asociar el sexo, más no el género
con fenómenos sociales como por ejemplo la estadística sobre el suicidio o sobre
los accidentes de tránsito, en los que se le da un valor porcentual alto a los hombres
por el solo hecho de serlo, y desconociendo factores de la subjetividad individual,
constituye también un reto a enfrentar por las nuevas masculinidades,
particularmente si se tiene en cuenta que esa homogeneización puede constituirse
en una forma adicional de opresión y dominación dentro de las masculinidades
tradicionales.
A pesar de la gran fractura que deben provocar las nuevas masculinidades
alternativas sobre el sistema patriarcal dominante, para alcanzar los retos ya
mencionados, queda aún uno de gran complejidad y que tiene que ver con la
visibilización de las luchas de las mujeres y la de aquellos que han decidido una
tendencia sexual diferente a la de ser hombre o mujer, alejándolo de la concepción
errada de feminismo como oposición al machismo, y desconociendo la connotación
social y política del Movimiento Feminista.
Para concluir, y reconociendo el papel de la Escuela como institución social, es
indispensable la reflexión permanente acerca de la manera en que las
cotidianidades en las prácticas pedagógicas y la organización estructural de los
colegios por ejemplo, a través de los manuales de convivencia, sean una puerta
abierta para el fortalecimiento de las acciones inclusivas en todos los aspectos, y
en particular, en análisis críticos y argumentados en relación con las luchas y la
equidad de género. En las manos de docentes reflexivos, críticos y analíticos, está
realizar la única exclusión que debe haber en la escuela: la exclusión de prácticas
y actitudes sexistas.
Referencias bibliográficas:

Barbero, M. (2015). ¿Morir de éxito? Cuatro apuntes sobre los desafíos de los estudios sobre
masculinidades ante el patriarcado contemporáneo. Revista Andariegas nº 3, Instituto de la Mujer de
la Municipalidad de Rosario, Argentina, 14-17. Recuperado de:
https://es.scribd.com/document/349354985/Matias-de-Stefano-Barbero-Morir-de-Exito-Cuatro-apuntes-sobre-
los-desafios-de-los-estudios-sobre-masculinidades-ante-el-patriarcado-contemporaneo

Comisión Nacional de Derechos Humanos. Respeto a las Diferentes Masculinidades. Recuperado


de: http://www.cndh.org.mx/sites/all/doc/Programas/Ninez_familia/Material/trip-respeto-dif-masculinidades.pdf

Flecha, R., Puigvert, L., Ríos, O. (2012). Las nuevas masculinidades alternativas y la superación de
la violencia de género. International Multidisciplinary Journal of Social Sciences, 2(1), 88-113.
Recuperado de: http://www.santiagoapostolcabanyal.es/wp-content/uploads/2012/08/SI-nuevas-
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Peña, J., Rios, O., (2011). Actos comunicativos que promueven nuevas masculinidades en los
centros educativos. Centro Especial en Teorías y Prácticas Superadoras de Desigualdades. Panel 4.
Coeducación y masculinidad. Recuperado de: http://www.lazoblanco.org/wp-
content/uploads/2013/08manual/bibliog/material_masculinidades_0162.pdf

1Licenciada
en Biología.
Magister en Enseñanza de las Ciencias Naturales y Exactas.
Asesor del CEID - ADE

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